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La importancia de planear
por el élder Sterling Welling Sill
El fundamento de todo éxito estriba en saber hacer planes. El militar que recibe el
sueldo más alto es el que planea. Es el que piensa, el que idea la estrategia y detalla
lo que se ha de efectuar. Las batallas se ganan en la tienda de campaña del general.
Ese mismo principio tiene igual aplicación en cualquier otro campo. El arquitecto
dibuja en papel todo detalle del edificio antes de empezar la construcción. Henry
Ford dijo una vez que la diferencia entre el antiguo “Modelo T” y el nuevo “Lincoln”
se encontraba en los planes.
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Casi todos los planes que no se escriben son como las resoluciones de Año Nuevo:
indefinidos, incompletos y pronto se olvidan. Si escribimos nuestras resoluciones y
fijamos el tiempo en que hemos de efectuarlas, el éxito será más fácil y seguro.
Es mucho más fácil reconocer y eliminar los defectos cuando uno escribe sus
planes. Acuden a nuestros pensamientos muchas ideas excelentes mientras
estamos haciendo nuestros proyectos. El plan escrito puede entregarse al “general”,
el encargado del trabajo que debemos desempeñar. Este a su vez puede estudiarlo,
y de esa manera todos se benefician de las sugerencias propuestas. Un “plan” debe
representar lo que piensa el grupo. Si se escribe, los demás interesados pueden
entenderlo con mayor facilidad; pueden referirse a él regularmente y eliminar
olvidos.
Por ejemplo, conozco a un agricultor que el año pasado recogió mil costales de
papas por hectárea. Un vecino que tenía la misma clase de terreno, recogió ciento
cincuenta costales. ¿Por qué? Y ¿qué puede hacer? Aristóteles dijo en cierta ocasión
que nunca conocemos una cosa hasta que la conocemos por sus causas. Igual que la
indigestión y la gordura, todo fracaso tiene una causa y todo éxito tiene una causa.
El agricultor que no recogió más que ciento cincuenta costales debe saber cuál es la
causa de su cosecha tan reducida. Puede ser mala semilla, falta de abono, descuido,
alguna enfermedad. Si acaso llega a saber la causa del fracaso, puede eliminarlo. Si
nosotros llegamos a saber lo que causa el éxito, podemos producirlo. Teniendo una
meta definitiva, podemos hacer lo que sea necesario para lograr los resultados
deseados.
Debemos saber con qué vamos a trabajar. El general prudente tiene un inventario
exacto de sus tanques, cañones, combustibles, hombres y alimentos. El agricultor
tiene tierra, abono, agua, semilla, labor, clima, etc. El que obra en la Iglesia tiene el
Evangelio, el Espíritu del Señor, el programa de la Iglesia, sus consejeros y
maestros, los miembros de su organización, los padres de estos, etc. Tiene su
propio tiempo, ingeniosidad, iniciativa entusiasmo, aptitud para preparar, dirigir,
motivar e incontables otras habilidades que el hombre común nunca usa
realmente.
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Abraham Lincoln solía decir cuando se estaba preparando para un debate, que
dedicaba la cuarta parte de su tiempo a pensar en lo que él iba a decir, y las tres
cuartas partes a lo que su contrario iba a decir. Cuando se va a entrar en la batalla,
cuánto más se sepa del enemigo, tanto mejor.
Es una verdad eterna. El mayor enemigo que tiene un país es la debilidad que hay
dentro de él mismo.
¿Quién es el enemigo más grande que tiene la Iglesia? El profeta José Smith tenía
menos miedo de los hechos del populacho que de aquellas personas que podían
traicionar a su propio pueblo. En diciembre de 1843 se expresó de esta manera ante
el ayuntamiento: “Me veo en mucho mayor peligro de los traidores entre nosotros
mismos que de nuestros enemigos por fuera. . . Todos los enemigos sobre la faz de
la tierra pueden rugir y ejercer todo su poder para efectuar mi muerte, pero nada
pueden llevar a cabo, a menos que algunos de los que se hallan entre nosotros…
que han disfrutado de nuestra sociedad, que han estado con nosotros en nuestros
concilios, participado de nuestra confianza, estrechado nuestra mano, llamándonos
hermano y saludándonos con un beso, se unan a nuestros enemigos, conviertan
nuestras virtudes en faltas, y por calumnias y engaños enciendan su ira e
indignación, en contra de nosotros, y traigan su venganza e ira sobre nuestra
cabeza.” (Documentary History of the Church, tomo 6 página152)
El presidente McKay dijo en una ocasión:” La Iglesia rara veces es perjudicada por
la persecución de enemigos ignorantes, mal informados y perversos. El estorbo
mayor a su progreso vienen de los que critican, violan los mandamientos y rehúyen
sus deberes dentro de la Iglesia”.
Uno de los grandes secretos del éxito es saber quiénes son nuestros enemigos.
¿Qué es lo que está evitando el progreso del agricultor? ¿Qué es lo que me conserva
ignorante, pobre y en el fracaso? ¿Quién traicionó a Jesús? ¿Quién lo negó? ¿Quién
fue el que estuvo durmiendo mientras lo juzgaban? Y en tu caso particular, ¿quién
o qué es el que te estorba?
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La razón por la que fracasamos el año pasado bien pudo ser porque no teníamos
ningún propósito definitivo. Puede ser que por motivo de nuestra propia inercia,
irregularidad, irresponsabilidad, falta de estímulo, determinación, o por carecer de
cierta habilidad particular para efectuar nuestra obra debidamente, nosotros
mismos estamos estorbando la obra del Señor.
Una vez vino a mí un miembro de la Iglesia para quejarse de su falta de progreso.
Le pregunté qué le pasaba. Me contestó que no tenía la menor idea. No solamente
no sabía, sino que tampoco tenía el interés o la prudencia suficientes para indagar
la causa.
¿Cómo creemos que Dios juzgará esta debilidad? La misma cosa sucede con
muchos de nosotros. No nos analizamos a nosotros mismos. Pero si estamos
fracasando, nos conviene saber por qué. Es nuestra responsabilidad. El Señor lo
espera de nosotros. Ha dicho que Él “requiere de la mano de todo mayordomo
un informe de su mayordomía, tanto en esta vida como en la eternidad”.
(Doctrina y Convenio 72:3)
Debemos poder identificar, aislar y destruir a los enemigos del Señor. También
debemos enterarnos de nuestras fuerzas y aprender a aumentarlas. Elbber
Hubbard dijo en una ocasión que “el secreto del éxito es la constancia del
propósito”. Esto quiere decir que debe haber un plan general que abarque un
período extenso. Disraeli dijo más o menos la misma cosa: “El genio es la facultad
para hacer un esfuerzo continuo”. Otro ha dicho que “el éxito es la habilidad para
formarse una visión de su propósito”. Esto es algo que no puede lograr aquel que
no tiene ni objetivo ni plan.
Cuando uno sabe a dónde quiere ir, los recursos con que se cuenta y lo que
probablemente le impedirá avanzar, solamente hasta entonces está en posición de
decidir la estrategia que ha de emplear y preparar su curso e itinerario para lograr
el éxito. Esto es lo que significa proyectar.
¿Exactamente en que forma vamos a emplear nuestros recursos para vencer a los
del enemigo y realizar nuestro objetivo? Debemos aumentar nuestra habilidad. En
segundo lugar, debemos llevar cuenta de nosotros mismos.
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Formemos en nuestra mente una visión del objetivo que perseguimos mientras
conservamos nuestras estadísticas delante de nosotros.
Esta imagen de éxito se puede grabar tan fuertemente en nuestra mente, que
efectivamente se llevará a cabo.
Nunca debes permitir que ocurra una excepción del éxito. Piensa en la importancia
de tu trabajo. Es inconcebible que le seas falso a Dios. Calcula lo que te hace falta
para realizar tu propósito.
¿Qué has preparado para conocer el programa al derecho y al revés? ¿Qué has
proyectado para que tus consejeros y maestros conozcan el programa? ¿Qué
programa has preparado para lograr que los padres trabajen contigo en lugar de
contra ti?
¿Qué habilidades, disposición y hábitos hay que desarrollar a fin de lograr algo que
agrade a Dios?
Debemos lograr el éxito en la obra del Señor. El fracaso significa debilidad. Todo
éxito es comparativamente sencillo una vez que tenemos un objetivo y un plan
respaldados por suficiente determinación e industria.