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I. Exordio.
II. Narrativa preliminar.
a. Precisiones terminológicas:
i. Daño.
ii. Medicamento.
b. El daño jurídicamente resarcible como uno de los presupuestos de laresponsabilidad civil.
c. Ámbito contractual y extracontractual: unidad de régimen.
d. Legitimación:
i. Legitimación activa: el daño no patrimonial y el art. 1741 CCC.
ii. Legitimación pasiva: el paciente como consumidor y lasprofesiones liberales.
III. Argumentos para una clasificación jurídica del daño producido por medicamentos.
a. Daños por vicios de diseño: la cuestión de los riesgos de desarrollo.
b. Daños por producto defectuoso: la obligación de seguridad.
c. Daños por riesgos conocidos no declarados: la obligación de información.
d. Daños por prescripción inadecuada.
e. Daños por almacenamiento, distribución o transporteinadecuados.
f. Daños por dispensa inadecuada.
g. Daños por administración inadecuada.
h. Automedicación, incumplimiento terapéutico, causales de justificación y eximentes
deresponsabilidad.
IV. Colofón.
I. Exordio
Tal como enseñaba Paracelso,“todo es veneno, nada deja de serlo.Solamente la dosis apropiada
convierte en un remedio a un veneno”[1]. El gran alquimista quinientista sentaba así las bases
de la farmacología y toxicología modernas y se adelantaba por siglos al concepto (actualmente
indiscutible en las CienciasFarmacéuticas y Farmacológicas) de que ningún medicamento es
inocuo. En términos equivalentes: todo medicamento es potencialmente productor de daños.
Pero, desde luego, no todo daño es jurídicamente resarcible. La intención primordial del presente
opúsculo es, precisamente, aproximarse a una clasificación del daño iatrogénico en virtud de su
entidad como elemento fundamental de la responsabilidad civil. En tal sentido, no pretendemos
realizar un elenco exhaustivo de los daños producidos por medicamentos, sino revisar las
situaciones más relevantes en que ellos se originan, a través de apuntes que refierana la vez a
aspectos tanto jurídicos como sanitarios, vinculados con las especialidades medicinales.
Intentamos, además, complementar clasificaciones doctrinarias previas, para así
encuadrarnormativamente el daño indemnizable en litigios por acciones resarcitorias en el marco
del sistema único de la responsabilidad civil consagrado por el Código Civil y Comercial (CCC).
Al respecto, cabe aclarar que la clasificación propuesta atiende fundamentalmente a criterios
genéticos(apuntando principalmente a los legitimados pasivos) y no a la entidad intrínseca del
daño, sea esta de tipo jurídico (directo o indirecto, actual o futuro, patrimonial o extrapatrimonial,
etc.) o biológica (dosis/dependiente, inmunológica, crónica, etc.)
A los objetivos anteriormente señalados se agrega el deseo del autor de brindar un acercamiento
a la problemática a los profesionales de la salud y a los propios pacientes, como una forma de
evitar, dentro de las respectivas posibilidades, el propio daño bajo estudio.Se brindan también
algunas apostillas en cuanto a lascaracterísticas del Derecho de Daños consagradas en la
reciente normativa unificada y algunos hitos normativos a considerar al momento de litigar por
daños y perjuicios inducidos por sustancias medicinales para endilgar responsabilidad según el
tipo de vía lesiva.
a. Precisiones terminológicas
Antes de comenzar a hablar sobre daños por medicamentos resulta didácticamente conveniente
y expositivamente necesario explicitar la semántica de la terminología a emplear. Así las cosas,
definiremos:
i. Daño:según el art. 1737 CCC, “hay daño cuando se lesiona un derecho o un interés no
reprobado por el ordenamiento jurídico, que tenga por objeto la persona, el patrimonio, o un
derecho de incidencia colectiva”. El nuevo corpus civil amplía de esta manera el concepto de
daño desbordando la tesitura clásica de menoscabo a un derecho subjetivo, o a un interés
jurídicamente protegido (ver art. 1066 y ss. del código velezano). El concepto actual abarca así
todo tipo de daño, siempre y cuando el interés involucrado no sea contrario a Derecho.
ii. Medicamento: según el Decreto PEN 150/1992, actualmente vigente para el registro y
posterior autorización de comercialización de especialidades medicinales, un medicamento es
“toda preparación o producto farmacéutico empleado para la prevención, diagnóstico y/o
tratamiento de una enfermedad o estado patológico, o para modificar sistemas fisiológicos en
beneficio de la persona a quien se le administra”. Cabe distinguir, según la misma norma
establece, la diferencia con las especialidades medicinales, es decir, “todo medicamento,
designado por un nombre convencional, sea o no una marca de fábrica o comercial, o por el
nombre genérico que corresponda a su composición y expendio, de composición cuantitativa
definida declarada y verificable, de forma farmacéutica estable y de acción terapéutica
comprobable”. Cuando hablemos de medicamentos o fármacos (tales son los términos más
generalizados en la doctrina y jurisprudencia) nos estaremos en realidad refiriendo, más
propiamente, a especialidades medicinales.
Dice Highton[2]: “El daño constituye el primer elemento de la responsabilidad civil, ya que sin él
no hay ni puede haber deber alguno de indemnizar. Es que, sin el daño, el problema de la
responsabilidad civil del agente ni siquiera se puede llegar a plantear, dado que solo en
presencia del mismo el jurista podrá indagar si fue causado ilícitamente, infringiéndose algún
deber jurídico –antijuridicidad–y culpablemente –imputabilidad–; en tanto que, a la inversa, si no
hay daño resulta superfluo entrar a indagar la existencia o inexistencia de los otros requisitos de
la responsabilidad civil”.Tal como resume Fumarola[3], “el daño constituye un elemento esencial
para que se configure la responsabilidad civil, es inherente a la obligación de resarcir, sin él no
existe dicha responsabilidad (…) de ahí, es que se habla de un Derecho de Daños. El daño
resarcible es el elemento axial de la responsabilidad civil, vale decir, es el centro de dicha
responsabilidad, del cual emerge la obligación de repararlo, ya sea, en especie, reponiendo la
situación fáctica al estado anterior al hecho lesivo, o mediante una indemnización pecuniaria”.
Agrega Calvo Costa[4], “hoy el daño ha pasado a ser el verdadero y principal fundamento de la
responsabilidad, convirtiéndose la culpa en un criterio más para imputar ese daño”.
Es importante resaltar que el art. 1738 CCC establece los rubros indemnizatoriosy el 1739
CCClos requisitos para que proceda dicha indemnización. La cuantificación es materia del art.
1746 CCC.El mencionado art. 1738CCCrefiere al resarcimiento del daño patrimonial, según los
habituales rubros de daño emergente y lucro cesante, agregando la pérdida de chance.
Respecto del daño no patrimonial, dicho artículo establece, in fine, que la indemnización “incluye
especialmente las consecuencias de la violación de los derechos personalísimos de la víctima,
de su integridad personal, su salud psicofísica, sus afecciones espirituales legítimas y las que
resultan de la interferencia en su proyecto de vida”.
Tal como señala Vázquez Ferreira[7], otros aspectos a destacar en torno de la responsabilidad
en la normativa unificada son: la regulación de las causales de justificación del daño, la fijación
de una regla general en materia de extensión del resarcimiento, estableciendoque son
indemnizables las consecuencias inmediatas y las mediatas previsibles (art. 1726 CCC), la
reduccióndel plazo genérico de la prescripción liberatoria a cinco años (siendo que las
accionespor responsabilidad civil prescriben a los tres años), entre muchas otras cuestiones.
Según Etchevesti[8], junto con la prelación normativa establecida en el art. 1709 CCCy las
funciones preventiva y punitiva de los arts. 1708 y 1710 a 1715 CCC, la consagración de una
teoría general de la responsabilidad en un régimen único (disolviendo la frontera entre lo
contractual y lo aquiliano) es una de las grandes novedades del código unificado y una respuesta
a la exigencia de la mayoría doctrinaria de los últimos tiempos. Así, el art. 1716 CCC reza:
"Deber de reparar. La violación del deber de no dañar a otro, o el incumplimiento de una
obligación, da lugar a la reparación del daño causado, conforme con las disposiciones de este
Código", reafirmando el principio del alterum non laedere. Por lo tanto, la vinculación jurídica
entre el damnificado (paciente, usuario o consumidor del medicamento) y el eventual
responsable (facultativo, boticario, laboratorio, etc.) deberá evaluarse desde dicha perspectiva.
d. Legitimación
III. Argumentos para una clasificación jurídica del daño producido por medicamentos
Para Pizarro[11], los riesgos de desarrollo son aquellos que “derivan del defecto de un producto
que al tiempo de su introducción era considerado inocuo, a la luz del estado de los
conocimientos técnicos y científicos existentes a ese momento, resultando supeligrosidad
indetectable, pero cuyanocividad es puesta de manifiesto por comprobaciones posteriores”. La
discusión doctrinaria sobre la cuestión es extensísima y el derecho positivo en nuestro país aún
no brinda una respuesta contundente ante tal problemática, máxime, al tratarse de productos tan
críticos como los productos farmacéuticos, en los cuales estos riesgos son típicos. En efecto, en
el caso de los medicamentos, los vicios de diseño están vinculados con los innumerables
aspectos que están involucrados en su desarrollo, siendo preeminentes cuestiones tales como
las reacciones adversas, las contraindicaciones, las advertencias, precauciones, etc. no
identificadas al momento del inicio de la comercialización.
En esta instancia resulta pertinente afirmar, junto con Lorenzetti[12], que “cuando se habla de
daños, debe precisarse que se trata de aquellos que exorbitan el ámbito propio del perjuicio que
ocasiona el medicamento como efecto adverso legitimado por el beneficio que produce”. En
estos casos, como sostiene Cortesi[13], la aplicación de la tesis basada en el principio de
peligrosidado carácter riesgoso del acto parecería ser un importante factor desalentador de las
innovaciones en la materia. Algunos autores, apoyándose en el Derecho comparado (que sí
regula la temáticay suele encuadrar a los riesgos de desarrollo como un eximente de
responsabilidad)señalan, como óbice para objetivar la responsabilidad la no exigencia de
reparabilidad de las consecuencias dañosas mediatas no previsibles (casuales), según la teoría
del nexo adecuado de causalidad, de raíz velezana y, como vimos anteriormente, receptada en
el art. 1726 CCC de la normativa actual, lo cual ampliaría el debate a la cuestión de la
previsibilidad. Por otro lado, contrariamente a esta inteligencia, la lectura de los art. 1757 CCC y
1758 CCC sobre responsabilidad derivada de la intervención de cosas y de ciertas actividades
parecería abonar por la evaluación de estos riesgos desde una perspectiva objetivista.
En términos jurisprudenciales, como obiter dictum de un famoso fallo de Cámara[14], el
Dr. Picasso dijo, respecto de los riesgos de desarrollo, que: “para que se configure esa situación
es menester alegar y probar no solo que el elaborador de un producto desconocía los riesgos
que podía implicar tal o cual fármaco, sino que ellos eran objetivamente imposibles de detectar
de conformidad con el estado de los conocimientos científicos y técnicos en el momento en que
el producto fue lanzado al mercado”. En la misma sentencia, el magistrado excluye la
posibilidad de considerar a los riesgos de desarrollo como eximente de responsabilidad al afirmar
que: “en el derecho argentino no hay ninguna norma que permita exonerar al productor ante la
presencia de un "riesgo de desarrollo, y tampoco es compartible la opinión de cierto sector
doctrinal que considera que no habría en tales casos relación causal adecuada entre el defecto
del producto y el daño. Como lo he señalado en otra oportunidad, este modo de ver soslaya que,
en la responsabilidad por riesgo (arts. 1113, segundo párrafo, segundo supuesto, Código Civil, y
40, ley 24.240), basta a la víctima con acreditar el contacto material entre la cosa riesgosa (en
nuestro caso, el producto) y la sede del daño, para que surja una presunción de adecuación
causal, que deberá ser destruida por el sindicado como responsable mediante la prueba del
casus. Y es evidente que el "riesgo de desarrollo" no reúne los caracteres de esa eximente, en la
medida en que la posibilidad de que se presenten defectos no detectables a la luz del estado de
los conocimientos técnicos y científicos en el momento en que el producto se lanzó al mercado
constituye una contingencia propia del riesgo de la actividad desarrollada por el productor, y
carece, por lo tanto, del carácter de exterioridad característico del caso fortuito (Bueres-Picasso,
"La responsabilidad por daños y la protección al consumidor", cit., p. 47/48; esta cámara, Sala H,
3/8/2009, "P., F. M. c/ I. SA y otros s/daños y perjuicios").
Cabe agregar que este tipo de riesgos se hacen cada vez más patentes, en virtud del grado de
complejidad y falta de completa caracterización del perfil de seguridad de los productosde más
reciente incorporación al mercado farmacéutico.En efecto, dicho perfil se caracteriza inicialmente
a través de ensayos preclínicos y clínicos, en sus diversas fases. La Disposición ANMAT
6677/2010 y sus complementarias norman las Buenas Prácticas Clínicas que deben cumplirse
para la investigación con medicamentos en seres humanos[15]. Sin embargo, dicha
caracterización no es completa en el sentido de que en tales ensayos las condiciones de uso se
encuentran altamente controladas y estandarizadas, lo que no ocurre cuando el medicamento se
coloca en el mercado y es utilizado por poblaciones más numerosas y con características que
difieren a las de aquellas que participaron en los estudios previos a la comercialización. En tal
sentido, más allá de la discusión doctrinaria acerca del carácter de eximente de estos riesgos,
los laboratorios titulares de autorización de registro y comercialización de especialidades
medicinales no pueden deslindar su responsabilidad ante su obligación de seguir monitoreando
permanentemente el perfil de seguridad de sus productos y la conveniencia del balance
riesgo/beneficio de los mismos. Según Sozzo[16], las actividades de Farmacovigilancia se
enmarcan dentro de las obligaciones de seguridad de segunda generación.
Finalmente, cabría preguntarse en este acápite cuál sería la penetración y el alcance del
principio precautorio en la apreciación judicial de los daños medicamentosos, de mayor
aplicación en el Derecho Ambiental pero escaso desarrollo en el Derecho de la Salud. Antes que
él,vislumbramos para el deber de prevención (art. 1710 CCC) y la acción preventiva (art. 1711
CCC) de la reciente normativa unificada civil y comercial un interesante recorrido doctrinario y
jurisprudencial.
En Argentina, el reclamo en sede judicial por este tipo de daños impresiona como de menor
frecuencia respecto del resto. Contribuye probablemente a este escenario el alto grado de
regulación técnico-administrativa a que son sometidos los medicamentos, lo que implica un
exhaustivo control por parte de los propios productores antes de poner en el mercado un nuevo
medicamento o un nuevo lote de un producto ya comercializado, y las constantes actividades de
fiscalización de la autoridad sanitaria competente.
Otra situación lesiva puede originarse en el caso en que el riesgo (reacción adversa,
contraindicación, advertencia, precaución, etc.) sea conocido (o debiera serlo) por el laboratorio
productor, pero aquel no ha informado adecuadamente al paciente consumidor. Al respecto, se
debe recordar lo preceptuado en cuanto a la obligación de información por el art. 4 LDC
(sustituido por Ley 27.250): “Información. El proveedor está obligado a suministrar al consumidor
en forma cierta, clara y detallada todo lo relacionado con las características esenciales de los
bienes y servicios que provee, y las condiciones de su comercialización.La información debe ser
siempre gratuita para el consumidor y proporcionada en soporte físico, con claridad necesaria
que permita su comprensión. Solo se podrá suplantar la comunicación en soporte físico si el
consumidor o usuario optase de forma expresa por utilizar cualquier otro medio alternativo de
comunicación que el proveedor ponga a disposición.En el fallo R., F.E. c/Bayer S.A. y otros
s/daños y perjuicios (referenciado ut supra), citando jurisprudencia de la Corte de Casación
Francesa, se afirma que “no solo son defectuosos los productos cuyo riesgo resulta de un vicio
de concepción o de fabricación, sino también aquellos que, intrínsecamente correctos, son
presentados de tal manera que no ofrecen la seguridad que el consumidor puede legítimamente
esperar, debido, por ejemplo, a la ausencia de suficiente información sobre las precauciones que
deben adoptarse”. La cuestión que se ventilaba en el sub lite se refería a los consecuencias
dañosas (conocidas pero no explicitadas de manera adecuada en el prospecto del producto
Lipobay, cuyo ingrediente farmacéutico activo era la cerivastatina) causados a un paciente al
cual se le administró dicha especialidad medicinal. Agrega el Tribunalinterviniente en dicho fallo:
“En definitiva, la falta de advertencia sobre un riesgo genera la responsabilidad del proveedor
por los daños que resulten al consumidor, aunque es preciso probar el nexo causal, en el sentido
de que la información omitida debe versar sobre el aspecto del producto que produjo el daño y
que, de habérsela conocido, no se habría adquirido el producto, o se lo habría empleado de otro
modo (Lorenzetti, Ricardo L., Consumidores, Rubinzal-Culzoni, Santa Fe, 2009, p. 525; Parra
Lucán, María A., La protección del consumidor frente a los daños, Reus, Madrid, 2011, p. 137)”.
Además, tal como señala Vázquez Ferreyra[22] al comentar el decisorio del caso, “la información
omitida, o en su caso errónea, debe versar sobre el aspecto del producto que produjo el daño”.
Por otro lado, enun fallo de primera instancia[23] se reclamó por las consecuencias dañosas
(relacionadas con las alteraciones en la prolactinemia) ocasionadas por el producto Megalex,
cuya titularidad detentaba la accionada y que contenía domperidona como ingrediente
farmacéutico activo. En este caso, tampoco era adecuada la información contenida en el
prospecto del producto vinculada con el daño alegado por la actora.Sosteniéndose en el art. 42
CN y art. 4 y 5 LDC, la sentenciante del caso sub examinemanifiestó: “En síntesis, la
demandada no ha dado estricto cumplimiento a la obligación de informar consagrada por la LDC
y la Constitución Nacional, lo cual, reiterando lo señalado supra genera responsabilidad objetiva,
no habiéndose acreditado ninguna de las causales de eximición”.
Antes de cerrar este acápite estimamos pertinente realizar la distinción entre medicamento
defectuoso y medicamento ilegítimo. En este último caso, se debe además considerar la
responsabilidad penal en que incurran aquellos cuya actividad se encuadre en las conductas
tipificadas en el Título VII, Capítulo IV, arts. 200 a 208 del Código Penal.
Resta agregar que,respecto del derecho del paciente a recibir la información sanitaria necesaria
(en forma clara, suficiente y adecuada a su capacidad de comprensión), vinculada a su salud
(art. 2, inc. f, art 3 y art 4 de la Ley 26.529 de Derechos del Paciente), el consentimiento
informado (arts. 5 a 11 de tal norma) se constituye como la via regiade dicha información[24]. En
relación con los fármacos, un correcto procedimiento de consentimiento informado se hace aún
más relevante en el acto médico de la prescripción, vía lesiva que consideraremos en la
siguiente sección[25].
Entre las causales lesivas bajo estudio, la prescripción imperita de medicamentos ola indicación
de tratamientos no recomendables para una determinada afección pueden considerarse entre las
principales situaciones susceptibles de generar mala praxis[26]. Tal como señala Maglio[27], “el
médico, desde la perspectiva jurídica, deberá responder por las consecuencias dañosas de una
prescripción medicamentosa imperita, negligente, imprudente o contraria a los estándares de la
buena práctica de cada especialidad médica (lex artis)”. Las potestades prescriptivas delos
facultativos se hayan reguladas a través de la Ley 17.132 de Ejercicio Profesional de la Medicina
y sus complementarias. Ya en 1989 la Corte Suprema estableció el estándar imperante en la
materiaen el recurso de hecho deducido por Carmen Amodeo de Pérez en la causa Abelenda,
Eloy Felipe s/art. 84 C.P.[28] (en donde se produjo la muerte de un paciente alérgico por shock
anafiláctico al prescribírsele un compuesto pirazolónico) haciendo suyas las palabras del
Procurador al afirmar que “… la apreciación formulada a fs. 375 in fine relativa a que “…no
puede exigírseles a los médicos, frente a la enorme cantidad de sustancias medicinales que hay
en el mercado, producidas por numerosos laboratorios, que el médico conozca la composición
química de cada una de ellas…”, carece de sentido y es errónea ya que el médico es
precisamente el único autorizado a prescribir medicamentos recibiendo para ello formación
técnica específica. Por otra parte, el hecho de que exista gran cantidad de productos no lo exime
de ninguna responsabilidad; por el contrario, según mi criterio, ello crea en cada profesional una
obligación aún mayor de conocer qué es lo que se receta, máxime en casos como el presente
donde, por las especiales características del paciente, su vida dependía de ello”. Similar
inteligencia sostiene el decisorio en Ahuad, Alfredo H., s/inf art. 84 Código Penal[29]. De ambas
sentencias, Lorenzetti[30] extracta las siguientes dos reglas vinculadas a la cuestión de la
prueba: “a) en materia de causalidad, es suficiente la prueba de indicios que demuestren el
curso ordinario de las cosas y b) frente a la duda entre un curso causal y otro, hay que estar al
más probable. Si se sugiere que ocurrió algo extraño, debe ser demostrado”. Cabe recalcar que
el nuevo ordenamiento unificado regula el onus probandi en el ámbito de la responsabilidad civil
en los arts. 1734 y 1735 (prueba de los factores de atribución), 1736 (prueba de la relación
causal), 1744 (prueba del daño), sobre la base del principio procesal del actor incumbit probatio
(es decir, prueba el que alega).
También se tiene dicho[31] que “los médicos no son ajenos al deber de seguridad por las cosas
que emplean en el desempeño de su profesión, consistente en asegurarse que de aquellas no
se derivarán perjuicios al paciente. Y si bien no están obligados a conocer las características de
todos los medicamentos, sí tienen el deber de conocer los que eligen, prescriben o suministran a
sus pacientes (art. 902 del Código Civil)[32]. De allí, aun cuando su responsabilidad no se
extiende a los defectos de fabricación de los productos o vicios que no está en su posibilidad
controlar, ello no los exime de las consecuencias de prescribir o aplicar aquél que no era el
adecuado para las características que presentaba el paciente”.
Respecto del accionar del galeno (incluyendo todo lo atinente al acto prescriptivo) debe
resaltarse la fundamental importancia probatoria de la historia clínica, como documento
obligatorio cronológico, foliado y completo en el que constatoda actuación realizada al paciente
por profesionales y auxiliares de la salud, tal como lo establece el art. 12 de la ley 26.529 de
Derechos del Paciente. El art. 15 inc. d de dicha norma además aclara que en la historia clínica
se debe asentar “todo acto médico realizado o indicado, sea que se trate de prescripción o
suministro de medicamentos (…)”. El establecimiento asistencial resultó responsable en un
caso[37] en el que dicho documento fue intencionalmente alterado, al agregarse
extemporáneamente una hoja de evolución de enfermería, para justificar la administración de un
analgésico (ketorolac) que produjo shock anafiláctico y muerte de un paciente.Se sostiene en
dicho decisorio que“la constancia documental que emana de la historia clínica se convierte en un
instrumento de decisiva relevancia para la solución de un litigio de mala praxis, ya que es un
medio de prueba que permite observar la evolución del paciente, calificar los actos médicos
realizados conforme a estándares y coopera para establecer la relación de causalidad entre el
hecho de la persona o de la cosa y el daño (...) tanto la doctrina como la jurisprudencia han
señalado que el carácter incompleto y por tanto irregular de una historia clínica -y con mayor
razón su alteración, como en el presente- constituye presunción en contra de una pretensión
eximitoria de la responsabilidad profesional, pues de otro modo el damnificado por un proceder
médico carecería de la documentación necesaria para concurrir al proceso en igualdad de
posibilidades probatorias (cf. Fallos: 324:2689).
Esta situación se configura como otra potencial fuente lesiva desde el momento en que si los
medicamentos no son apropiadamente almacenados, distribuidos o transportados (humedad,
luz, temperatura, presión, radiación son solo algunos de los factores fisico-químicos que deben
mantenerse bajo control al momento de manipular las especialidades desde su productor al
paciente) pueden constituirse en una fuente dañosa. En efecto, si no se tienen en cuenta todas
estas precauciones, la aptitud del medicamento para producir el efecto terapéutico deseado
puede verse seriamente comprometida y, más gravemente, se puede incrementar su capacidad
para generar daño. De allí la importancia de la supervisión de un profesional farmacéutico
durante toda la cadena de comercialización de estos productos. Estos facultativos deben estar
presentes como responsables de las empresas en donde se realizan estas actividades
(distribuidoras, droguerías, depósitos), las cuales, al igual que las compañías productoras en lo
que a fabricación se refiere, deben cumplir con Buenas Prácticas de Almacenamiento,
Distribución y Transporte, tal como lo establece la Disposición ANMAT 3475/2005 y sus
complementarias y modificatorias.
Por su parte, en los autos “A., A. y Otro c/ S. G., J. M. y Otro s/ daños y perjuicios”[44] los padres
de una niña que sufrió hipercalcemia demandaron tanto a la farmacéutica por la dispensa
errónea inicial y también al galeno por posteriores recetas efectuadas por el propio médico
codemandado, prescribiendo la medicación equivocada en base a los tickets de farmacia, sin
consultar la historia clínica. El pronunciamiento de primera instancia determinó la responsabilidad
del profesional y dispuso que ambos codemandados (la farmacéutica y el médico) son obligados
concurrentes[45] o in solidum y si bien responden por el total de la deuda frente a los actores,
diferenció los porcentajes de responsabilidad de cada uno: fijó en 1/3 la responsabilidad de la
farmacéutica y en los 2/3 restantes la del médico. La Cámara confirmó lo dispuesto por el a quo
afirmando que “en conclusión: sobre la base de lo decidido en la sentencia apelada y de lo
expuesto entiendo que se configuró la responsabilidad civil de la farmacéutica demandada al
dispensar a la actora un medicamento erróneo, distinto al prescripto, incompatible con él y en
infracción a las normas que regulan la profesión (arts. 499, 215, 901, 906, 1197, 1198 y concs.
CC; ley10.606 citada) (…) Se trata, en realidad, de un supuesto de causalidad acumulativa o
concurrente en los que el daño es provocado por el actuar independiente de dos o más agentes,
con la particularidad de que la actuación de cada uno de ellos, aun tomada aisladamente, habría
sido suficiente para que el daño acaeciese del mismo modo. Se trata de supuestos –
excepcionales, sin duda en los que uno de los agentes del daño no podría excusar su
responsabilidad por la circunstancia de la actuación de otro u otros que también lo han causado,
porque, de ser así, al cabo ninguno de ellos respondería” (cf. Zannoni, Eduardo A., “El daño en
la responsabilidad civil”, págs. 25/26).´”Además, en dichos autos, se declaró la
inconstitucionalidad del art. 1078 del corpus civil derogado.
En otro fallo[46], en el que se reclamaba el daño moral (único rubro indemnizatorio) producido a
un menor ante la dispensa inadecuada de un medicamento que contenía fenobarbital como
principio activo (el error había consistido en dispensar una dosis para adultos en lugar de la
concentración pediátrica) se hizo lugar a la petición del demandante en segunda instancia, ante
el cuadro de intoxicación que sufrió su hijo, por lo que debió ser internado.
En lo que a administración de medicamentos se refiere, los enfermeros son los profesionales del
equipo de salud que mayor vinculación con esta actividad poseen. En el marco del ejercicio de la
Enfermería, según las funciones enunciadas en el art. 2 de la ley 24.004 (acorde con los dos
niveles establecidos en el art. 3 de dicha norma) se debe reconocer que hay actos de enfermería
que son dependientes del médico y otros que poseen carácter autónomo respecto del galeno. En
los primeros los médicos asumen una obligación de supervisión, con responsabilidad solidaria de
los errores cometidos por el enfermero; en los últimos, el enfermero asume responsabilidad por
sus actos propios. Es decir, “el enfermero profesional realiza su actividad autónomamente en la
esfera de su competencia”[47].
En tal sentido, se ha dicho que “la responsabilidad por la culpa o negligencia de las enfermeras
en el ejercicio de sus funciones no puede recaer bajo la órbita del médico de cabecera, salvo
cuando su dependencia fuera expresa, que debe quedar limitada en todo en cuanto se refiere a
la actividad puramente profesional de este, y en cambio lo que caía bajo una prestación técnica
de servicios, la responsabilidad pesa sobre el locador de servicios”[48]. En un fallo absolutorio, la
responsabilidad civil del enfermero en la administración de un medicamento fue desestimada
afirmando que “si no existe un método eficaz para prevenir los accidentes que produce la
aplicación del medicamento inyectado a la actora y si la enfermera debe seguir lo recetado por el
profesional, nopuede adjudicarse responsabilidad a quien no tiene posibilidad de discutir el
tratamiento recomendado ni forma eficiente de evitar los efectos nocivos que este puede
generar”[49].Con igual inteligencia, liberadora de responsabilidad, se tiene dicho que “si el
médico escribió en la historia clínica que debía darse un medicamento, la enfermera lo único que
debía hacer era cumplir con esa administración”[50]. En dichos autos se ventilaba el deceso de
un menor con posterioridad a la aplicación de un medicamento que contenía suxametonio, no
adecuado para la patología del paciente pero indicado por el galeno. También en el mismo
proceso se ha sentenciado que “si las indicaciones del médico fueron correctamente anotadas
en la historia clínica, en relación al suministro de un medicamento por parte del personal de
enfermería, que ante la falta de existencia lo suministró horas más tarde, y si no existe elemento
alguno del cual pueda inferirse que dicha orden se había modificado, no procede responsabilizar
a la enfermera por las consecuencias del suministro de la droga, ello por cuanto la decisión
sobre el tipo de fármaco y las condiciones en que debe suministrarse corren por cuenta del
médico y no de la enfermera”.
Por otro lado, en una causa con desenlace condenatorio a un enfermero debido a su negligencia
al administrarle un compuesto pirazolónico (dipirona) y producirle la muerte a un paciente
alérgico al mismo, se ha expresado que“los enfermeros (…) se hallan habilitados para apreciar
motu proprio aquellas circunstancias elementales de atención de los pacientes, de rigurosa y
cuidadosa observancia, pues el valor que está en juego es la salud de los terceros”[51].Más
recientemente[52], se deslindó la responsabilidad del médico que prescribió ibuprofeno
endovenoso, el que terminó provocando la amputación de un miembro del paciente, afirmando
que “no cabe formular reproche alguno al Dr. R. por la errónea administración del medicamento
al paciente efectuado por la enfermera Saiz, pues el profesional médico delegó en la auxiliar una
tarea de incumbencia específica del personal de enfermería conforme la normativa vigente”.El
Tribunal en cuestión, previamente, había realizado una digresión respecto de la legislación
aplicable sosteniendo en base al art. 7 CCC[53]que “en casos -como el de autos- en los que se
debate la procedencia de una pretensión indemnizatoria fundada en la responsabilidad civil de
los accionados, doctrina y jurisprudencia son contestes en afirmar que la ley que rige la relación
generada por el hecho ilícito dañoso es la vigente al momento de la producción del daño”.
Otro de los profesionales del equipo de salud para el que resulta frecuente la condición de
legitimado pasivo para la vía lesiva en estudio bajo el presente acápite es el médico anestesista.
En efecto, una inadecuada administración de los fármacos utilizados en la generación de la
anestesia puede conducir a daños (fundamentalmente a nivel del sistema nervioso central). En
términos generales los magistrados han considerado que el médico cirujano que interviene en el
acto quirúrgico en el que se produce el daño cerebral por la negligencia, impericia o imprudencia
del anestesista no es responsable de manera refleja por dichos daños[54].
Al respecto, manifestamos finalmente, tal como hemos aclarado al inicio, que la taxonomía
propuesta en el presente trabajo no pretende ser en absoluto completa ni poseer un carácter de
numerus clausus en la materia. En efecto, dado el gran avance de las Ciencias Farmacéuticas (y
de la Salud en general) vinculadas a la investigación y desarrollo de nuevos productos, a su
autorización sanitaria, al seguimiento post-aprobación y a otras actividades afines, es previsible
que, junto con la creciente complejidad de los nuevos fármacos (productos biológicos,
anticuerpos monoclonales y otros medicamentos obtenidos a través de tecnología de ADN
recombinante, terapia génica, ingeniería de tejidos, el desarrollo de nuevas áreas de
investigación tales como la farmacogenética y la farmacogenómica, bioinformática,
nanotecnología, etc.), también se complejice el encuadre jurídico de las potenciales nuevas vías
lesivas.
Por otro lado, también deseamos aclarar, tal como el lector atento ya habrá notado, que hemos
dejadodeliberadamente de lado, en nuestro recorrido por los legitimados pasivos ante el daño en
estudio, la cuestión de la responsabilidad del Estado y del funcionario público, cuestión que el
propio nuevo ordenamiento civil y comercial remite al ámbito administrativo[59].
En síntesis, el panorama no es para nada sencillo, ni para los operadores jurídicos ni para los
integrantes del equipo de salud, siendo aún menos diáfano para los
pacientes/usuarios/consumidores de medicamentos, lo cual no resulta un óbice para, como
señala Lorenzetti, llevar adelante todos nuestros esfuerzos para corregir los efectos disvaliosos
que se pueden originar por la utilización de los fármacos.
Obviamente, ya sea que se adopte una perspectiva tanto sanitaria como jurídica, lo deseable es
la no producción del daño, dar efectiva preeminencia al alterum non laedere e, incluso, al tratarse
de medicamentos, jerarquizar aún más la evitación del daño invocando el principio hipocrático de
no maleficiencia (en términos de adagios jurídicos: primum non nocere). El principio de
reparación plena enunciado en el art. 1740 CCC (necesaria ficción jurídica desde la perspectiva
indemnizatoria) emparcha los intereses patrimoniales yno patrimoniales del damnificado que a
menudo vivencia, tal como se comentó sucintamente en el presente trabajo, lo que Voltaire (con
su cinismo característico) predicaba hace más de dos siglos: “los médicos son hombres que
prescriben medicinas que conocen poco, curan enfermedades que conocen menos, en seres
humanos de los que no saben nada”.