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Me pareció escuchar la frase entre tantas penas y congojas que se deslizaron dolorosamente
por una radio. En la tristeza que me inundaba me sentí identificado, quizás por no encontrar
que la razón me asista ante una de las tantas cosas que provoca desestabilización en el ser
humano por no poder racionalizarla: la muerte.
La misma radio comenzó a desgajar un sinnúmero de voces, amigas y de las otras, y que no
vienen al caso clasificar si eran hipócritas o sinceras. Las había de ambos. Y quizás todos
sepamos de quienes se trata sin necesidad de citarlos. Lo cierto es que las entrevistas a
personalidades políticas dieron paso al común oyente. Comenzaron a distinguirse entre
simpatizantes y quienes no lo eran. Alguno que otro en posición de libre pensador. Pero fue
emocionante escuchar el reconocimiento de virtudes en este hombre público. Un variopinto
de exaltaciones a quien la pasión por sus ideas lo hacía reconocible por la ciudadanía. Y la
misma tristeza que me tocaba unificaba también esas voces
Pensé en sus hijos. Y me dije, con el recuerdo en mi cabeza aun fresco de la muerte de mi
madre, que si escucharan lo que decían ahora de su padre muerto, seguro que en algo
mutaría ese terrible dolor. Lo haría más llevadero, menos frágil, útil al fin. Un dolor de
semejante tamaño no puede pasar por la vida sin ser, al menos, utilizado para rescatar de él,
paradójicamente, un bien. Y las muestras que fui escuchando y viendo, ayudarían para ello.
Siempre pensé que este país, nosotros, tenemos el sino trágico de exaltar las virtudes de sus
hombres y mujeres públicos luego que murieran. Pasó con San Martín. También con Rosas
y Belgrano. Ni discutirse con Juan Perón y Eva Duarte. Hace poco sucedió con Alfonsín.
Sólo para citar algunos
Ninguno de estos líderes es comparable entre sí y menos aún pretendo hacerlo con Néstor
Kirchner. Atentaría contra la idea de rescatar a cada uno en sus épocas, sus circunstancias y
sus valores. La historia exige de un baño de tiempo, una pátina de distancia temporal para
que cada hombre sea ubicado en su justo lugar
Por ello, hoy que comienza ese derrotero, vaya mi homenaje a la persona con la que desde
el 2002 milité en ideas y entusiasmo. Para alguien que, aun en las divergencias, intentó que
al pueblo, ese que menos tiene, le fuera un poquito más fácil alcanzar la felicidad de ser
digno en su vida. En la de sus hijos. La de sus semejantes. Esa pequeña enseñanza, que no
le pertenece pues es de la doctrina que nos une, fue la que impulsó en cada debate, y la
agradezco desde el lugar que me toca ocupar.
Por último : ¡QUE PUTA SUERTE! Para quienes creemos que era parte importante de un
proyecto de país digno. El destino nos llevó alguien con quien construir.
Aunque también ¡QUE PUTA SUERTE! Para quienes lo repudiaron. No era este el muerto
que estaban pidiendo.