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Cotidianamente se escucha decir que la sociedad actual vive una crisis de valores. Los
mayores acusan a los jóvenes de no tener una escala de valores que les permita vivir
auténticamente. Añoran las épocas pasadas e incesantemente cuestionan la forma en que se
vive. La sociedad oferta gran cantidad de posibilidades que hacen del ser humano un
individuo vulnerable y presa del facilismo. No es que en la actualidad se niegue la
existencia de los valores. El problema radica en la vertiginosa mutación de valores. Otrora
existían mayores seguridades e instituciones que proporcionaban las tablas axiológicas. El
bueno era quien obedecía y cumplía fielmente lo que unos cuantos proponían. En el
presente hay una fuerte tendencia al cambio. Sin embargo, ello no justifica que todo
comportamiento sea válido, como pretenden afirmar ciertas esferas de la sociedad.
Debemos enseñar el sentido que tiene para el ser
humano guiarse de acuerdo a unos valores. Es decir,
de acuerdo a unas realidades que aparecen intangibles,
pero que se materializan en el comportamiento. Y
cuando digo enseñar, no estoy afirmando que debemos
llenar a los alumnos con un cúmulo de conceptos en
donde ellos recitan literalmente las definiciones dadas
por los autores. Una de las formas más indicadas para
enseñar los valores es la práctica. Resulta inoficiosa la
prédica si en realidad no logramos transmitir el
sentido de los valores. Y el sentido se logra sólo a
través del ejemplo. Es decir, no pretendamos que
nuestros hijos y estudiantes asuman valores si
nosotros les demostramos con nuestra actuación que
todo da lo mismo. Con actitudes tales como ser fiel o
infiel es cuestión de gustos y preferencias; ser
honrado o deshonesto depende de la situación; decir la
verdad o engañar es asunto del momento, sólo
logramos perpetuar un relativismo moral a través del
cual falseamos los comportamientos correctos.
Nosotros damos sentido a los valores cada vez que asumimos posiciones firmes y
decididas; no dogmáticas y totalitarias. Actuemos con convencimiento y no flaqueemos.
Seamos tolerantes con los asuntos triviales, pero no mostremos tolerancia ante las
situaciones que degradan la dignidad humana. Andemos con la verdad, es decir, con
transparencia, porque sólo así estaremos en condiciones de exigirles a las nuevas
generaciones la construcción de un mundo más humano.
De nada sirve en la vida asumir posiciones neutrales o pasivas, pues quienes así lo hacen
pierden el auténtico derrotero de la existencia. Durante una época no muy lejana, en
América Latina, se propuso a nivel pedagógico que la enseñanza debería contener un alto
sentido crítico. Las teorías pontificaron demasiado al respecto y parece que las grandes
aspiraciones porque el mundo obtuviera un orden social más justo y humano se
difuminaron rápidamente. Hoy se afirma que debemos formar en los jóvenes un sentido
crítico. Debemos enseñarles, por lo menos así se sostiene en teoría, a descifrar los lenguajes
que se ocultan detrás de la realidad.
En oportunidades creemos que formar un juicio crítico consiste en que el alumno asuma
posiciones de rebeldía frente a las instituciones. La formación del juicio crítico se inicia en
el momento en que el individuo contrasta los elementos teóricos con su más inmediata y
emergente situación. Una conciencia crítica implica ser consciente de lo que se aprende y la
significación de lo aprendido. La crítica es cambio y si lo que elaboran los alumnos a nivel
humanístico no transforma su condición personal no es posible hablar que han adquirido
conciencia crítica.
Enseñar filosofía porque, hoy como ayer, es necesario andar por el camino del amor