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LA VIEJA DIABLA

(Cuento tradicional peruano)


Unos chiquitos, un varoncito y una mujercita, fueron mandados por sus padres a recoger leña. Estaban caminando por micho tiempo y, mientras iban buscando leña, en una loma se
los apareció todo blanco. Los chicos gritaron:
- Ah, ¡Qué lindo! Allá tenemos harta leña que llevar.

Seguían yendo hasta llegar a la loma. Pero cuando llegaron, no era leña, eran huesos de caballo nomás. Los chicos dijeron:
- Ay, ¡no es leña! ¡Ay!, y ahora, ¿adónde vamos? Parece que tendremos que seguir yendo aún más lejos.

Seguían yendo y yendo. Treparon otra loma. Al otro lado de la loma, otra vez se los apareció todo blanco. Pero tampoco era leña, era una caña como bambú. No había leña y ya se estaba
haciendo tarde. «Y ahora, ¿qué leña vamos a llevar?». Fueron a otra loma, pero tampoco había. Tenían que volver, pero ya era tarde. Era una noche tenebrosa, lóbrega. E805 dijeron:
-Y ahora, ¿cómo llegamos? ¿Vamos a poder llegar? No llegaríamos. Sería mejor que nos quedemos aquí nomás.
- No debemos quedarnos -dijo el varoncito-, No debemos quedarnos. Como sea, tenemos que irnos.

Fueron de regreso y cuando estaban regresando, había un fuego alumbrando dentro de una cuevita.
- Con permiso, señora, con permiso --los chicos llamaron- Alójenos. Alójenos, Señora.
Una viejita salió.
- ¿Qué cosita quieren ustedes, chicos? Oigan, ¿qué cosita quieren?
- Con permiso, la noche nos ha cogido. Alójenos.
- Pasen. Siéntense aquí.

La vieja les ofreció papitas para comer. Pero no eran papas. Eran piedras hervidas. Cuando ellos probaron no eran papas, eran piedras; y dijeron:
- Estas no son papas, son piedras.
- No, son papas sancochadas. Come nomás.

Entonces esa viejita les ofreció un poco de carne, carne asada. Pero no era carne. Era sapo nomás. Era sapo.
Ellos dijeron:
- ¡Ay, esto es sapo! No es carne. ¡Esto es sapo, abuelita!
- No es sapo. Es carne - ella respondió-. Óiganme, óiganme.

El hermanito de esa chica era bien flaco. Pero ella era bien rolliza. Bien rolliza. Bueno, estaban por acostarse yla vieja dijo al chico:
- Tú vas a dormir solito en ese rincón. Yo voy a dormir con tu hermanita.
Entonces la vieja durmió con la hermanita del chico y él durmió solito.
El chiquito se despertó bien de mañana y se levantó. Pregunto a la vieja:
- ¿Dónde está mi hermanita?
- Tu hermanita ha ido por agua - contestó.
Bueno, esa viejita no era una vieja. Era una diabla, una duende, y había comido a la chica. La hermanita era gordita. La vieja la vio rolliza y se la comió. Allí en la cama se la comió entera.
En la mañana, mandó al chico a recoger agua en una pequeña calabaza.
- Anda, tráeme agua. Tu hermanita también ha ido por agua.

Bueno, el chiquito se fue con la calabaza, pues. Pero era la cabeza de su hermana, una calavera. El chiquito se fue con la calavera de su hermana y llegó al borde del agua.
Allí escuchó un sapo que graznaba: «Tac, tac, tac, tac». El nombre del sapo era Mariacita.
- Tac, tac, tac, tac, tac, tac. Estás llevando agua en la calavera de tu hermana. Estás llevando agua en la calavera de tu hermana.

Así graznaba el sapo. El chiquito quedó escuchando. Ya había sacado el agua y estaba por llevarla a la vieja diabla en esa calavera. El sapo Mariacita le dijo:
- Tac, tac, tac, tac. Ya no vuelvas. Esa vieja diabla ya comió a tu hermanita. Estás cargando agua en la calavera de tu hermana

El chico miro la calavera:


- ¡Ay!, ¿esa es la calavera de mi hermana? Ya no debo volver.
Arrojó la calavera con agua y todo al borde del agua, y se escapó corriendo. «Alo mejor ahora va a comerme a mí también»
En eso, la viejita ya le estaba alcanzando. Quería comérselo a él también. Esa viejita, esa vieja diabla, estaba tras él y lo llamaba:
- Oye, chiquito. ¿Dónde estás? Oye, chiquito. ¿Dónde estás? ¿Dónde está el agua? ¿Dónde está el agua? - llamaba
El chiquito no le contestó, ni dijo nada. Se alejó corriendo.
Por fin llegó a su casa. Llegó a su casa y su padre le preguntó:
- ¿Dónde está tu hermanita? ¿Dónde han estado ustedes hasta ahora? ¿Dónde han dormido?

- La noche nos cogió. Se nos apareció leña. Leña se nos apareció en una loma. Fuimos a la loma. Leña se nos apareció. Pero no era leña. Eran huesos de caballo. Era caña de bambú. Por
eso la noche nos cogió. Después que la noche nos cogió, dormimos en la casa de una viejita. Cuando estábamos durmiendo en la casa de esa viejita, esa Vieja diabla, esa duende, comió a
mi hermanita. Entonces ella me dio una pequeña calavera y me mandó por agua. Entonces, Mariacita me dijo: «Estás cargando agua en la calavera de tu hermana. Ya no vuelvas tú. Ella
quiere comerte a ti también», así me dijo.
- ¡Ah! Entonces vamos de una vez. Vamos para que me muestres la casa de esa viejita.
Fueron a ver la casa de la vieja diabla, pero no había nada allí. Se había desaparecido. Ya no había nada allí. La diabla se había comido a su hermanita.

LA QUENITA
Una vez, en un pueblo, había una mujer y quedó viuda. Esa mujer tenía tres hijos. Los dos mayores odiaban intensamente al hijo menor. La madre tenía debilidad por su último hijo, y por
eso éste crecía bien cuidado y mimado; lo que hacía que los mayores lo aborrecieran aún más.
Un día, fueron los tres hijos a recoger leña y allí, en la quebrada silenciosa, los dos mayores aprovecharon para matar al menor. Volvieron luego a la casa, y cuando la madre preguntó por el
pequeño, le respondieron:
- No lo hemos visto. Ha ido por otro camino.
Ella esperó la noche entera, y luego durante todo el día siguiente, pero el hijo no volvió. Pasó una semana, y pasó un mes sin que él volviera. Entonces, la mujer comenzó a andar, llorando y
preguntando a todo aquel que encontrara en el camino:
- ¿Ha visto a mi hijo?
Pero nadie sabía nada acerca de la pérdida de su hijo.
Un día, un leñador estaba pasando por la quebrada, cuando vio un carrizo que crecía. Lo cortó, y con él hizo una quena. Comenzó a tocarla, y cuando lo hizo la quenita empezó a llorar:
- ¡Ay mamá, mamita mía! Estoy aquí. Mis hermanos me mataron. Estoy enterrado aquí.
Era tal la manera en que lloraba la quena, que daba pena. Por eso, el hombre, aunque asustado, le preguntó:
- ¿Quién es el que habla?
Y nuevamente tocó la quenita, y oyó que ésta le contestaba:
- Mi madre es una viuda, una pobre mujer que anda llorando y preguntando por mí. Avísale dónde estoy.
El hombre fue a ver a la viuda y le contó. Luego, la llevó a la quebrada y comenzó a tocar la quena para que ella escuchara:
- ¡Ay mamá, mamita mía! Estoy aquí. Mis hermanos me mataron. Estoy enterrado aquí.
Entonces la madre regó la tierra donde estaba enterrado su hijo con tantas lágrimas, que el niño resucitó.
ACTIVIDAD: Analiza los cuentos e identifica los elementos del caldero mágico. Luego realiza un mapa mental.

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