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Cuentos

1. El niño y los clavos

Había un niño que tenía muy mal carácter. Un día, su padre le dio una bolsa con clavos y le dijo
que cada vez que perdiera la calma, clavase un clavo en la cerca del patio de la casa. El primer día,
el niño clavó 37 clavos. Al día siguiente,
menos, y así el resto de los días. Él pequeño
se iba dando cuenta que era más fácil
controlar su genio y su mal carácter que tener
que clavar los clavos en la cerca. Finalmente
llegó el día en que el niño no perdió la calma
ni una sola vez y fue alegre a contárselo a su
padre. ¡Había conseguido, finalmente,
controlar su mal temperamento! Su padre,
muy contento y satisfecho, le sugirió entonces que por cada día que controlase su carácter, sacase
un clavo de la cerca. Los días pasaron y cuando el niño terminó de sacar todos los clavos fue a
decírselo a su padre.

Entonces el padre llevó a su hijo de la mano hasta la cerca y le dijo: – “Has trabajo duro para clavar
y quitar los clavos de esta cerca, pero fíjate en todos los agujeros que quedaron. Jamás será la
misma. Lo que quiero decir es que cuando dices o haces cosas con mal genio, enfado y mal
carácter dejas una cicatriz, como estos agujeros en la cerca. Ya no importa que pidas perdón. La
herida siempre estará allí. Y una herida física es igual que una herida verbal. Los amigos, así como
los padres y toda la familia, son verdaderas joyas a quienes hay que valorar. Ellos te sonríen y te
animan a mejorar. Te escuchan, comparten una palabra de aliento y siempre tienen su corazón
abierto para recibirte”. Las palabras de su padre, así como la experiencia vivida con los clavos,
hicieron con que el niño reflexionase sobre las consecuencias de su carácter. Y colorín colorado,
este cuento se ha acabado.

2. El papel y la tinta

Había una hoja de papel sobre una mesa, junto a otras hojas iguales a ella, cuando una pluma,
bañada en negrísima tinta, la manchó completa y la llenó
de palabras. “¿No podrías haberme ahorrado esta
humillación?”, dijo enojada la hoja de papel a la tinta. “Tu
negro infernal me ha arruinado para siempre”. “No te he
ensuciado”, repuso la tinta. “Te he vestido de palabras.
Desde ahora ya no eres una hoja de papel sino un mensaje.
Custodias el pensamiento del hombre. Te has convertido en
algo precioso”. En ese momento, alguien que estaba
ordenando el despacho, vio aquellas hojas esparcidas y las
juntó para arrojarlas al fuego. Sin embargo, reparó en la
hoja “sucia” de tinta y la devolvió a su lugar porque llevaba, bien visible, el mensaje de la palabra.
Luego, arrojó el resto al fuego.

3. Uga, la tortuga

¡Caramba, todo me sale mal!, se lamentaba constantemente Uga, la tortuga. Y no era para menos:
siempre llegaba tarde, era la última en terminar sus tareas, casi nunca ganaba premios por su
rapidez y, para colmo era una dormilona. ¡Esto tiene que
cambiar!, se propuso un buen día, harta de que sus
compañeros del bosque le recriminaran por su poco
esfuerzo. Y optó por no hacer nada, ni siquiera tareas tan
sencillas como amontonar las hojitas secas caídas de los
árboles en otoño o quitar las piedrecitas del camino a la
charca. –“¿Para qué preocuparme en hacerlo si luego mis
compañeros lo terminarán más rápido? Mejor me dedico
a jugar y a descansar”. – “No es una gran idea”, dijo una
hormiguita. “Lo que verdaderamente cuenta no es hacer
el trabajo en tiempo récord, lo importante es hacerlo lo mejor que sepas, pues siempre te
quedarás con la satisfacción de haberlo conseguido.

No todos los trabajos necesitan de obreros rápidos. Hay labores que requieren más tiempo y
esfuerzo. Si no lo intentas, nunca sabrás lo que eres capaz de hacer y siempre te quedarás con la
duda de qué hubiera sucedido si lo hubieras intentado alguna vez. Es mejor intentarlo y no
conseguirlo, que no hacerlo y vivir siempre con la espina clavada. La constancia y la perseverancia
son buenas aliadas para conseguir lo que nos proponemos, por eso te aconsejo que lo intentes.
Podrías sorprenderte de lo que eres capaz”. – “¡Hormiguita, tienes razón! Esas palabras son lo que
necesitaba: alguien que me ayudara a comprender el valor del esfuerzo, prometo que lo intentaré.
Así, Uga, la tortuga, empezó a esforzarse en sus quehaceres. Se sentía feliz consigo misma pues
cada día lograba lo que se proponía, aunque fuera poco, ya que era consciente de que había hecho
todo lo posible por conseguirlo. – “He encontrado mi felicidad: lo que importa no es marcarse
metas grandes e imposibles, sino acabar todas las pequeñas tareas que contribuyen a objetivos
mayores”.

4. Carrera de zapatillas

Había llegado por fin el gran día. Todos los


animales del bosque se levantaron temprano
porque ¡era el día de la gran carrera de zapatillas!
A las nueve ya estaban todos reunidos junto al
lago. También estaba la jirafa, la más alta y
hermosa del bosque. Pero era tan presumida que
no quería ser amiga de los demás animales, así
que comenzó a burlarse de sus amigos: – Ja, ja, ja,
ja, se reía de la tortuga que era tan bajita y tan lenta. – Jo, jo, jo, jo, se reía del rinoceronte que era
tan gordo. – Je, je, je, je, se reía del elefante por su trompa tan larga. Y entonces, llegó la hora de
la largada. El zorro llevaba unas zapatillas a rayas amarillas y rojas. La cebra, unas rosadas con
moños muy grandes. El mono llevaba unas zapatillas verdes con lunares anaranjados. La tortuga se
puso unas zapatillas blancas como las nubes. Y cuando estaban a punto de comenzar la carrera, la
jirafa se puso a llorar desesperada. Es que era tan alta, que ¡no podía atarse los cordones de sus
zapatillas! – “Ahhh, ahhhh, ¡qué alguien me ayude!” – gritó la jirafa. Y todos los animales se
quedaron mirándola.

El zorro fue a hablar con ella y le dijo: – “Tú te reías de los demás animales porque eran diferentes.
Es cierto, todos somos diferentes, pero todos tenemos algo bueno y todos podemos ser amigos y
ayudarnos cuando lo necesitemos”. Entonces la jirafa pidió perdón a todos por haberse reído de
ellos. Pronto vinieron las hormigas, que treparon por sus zapatillas para atarle los cordones.
Finalmente, se pusieron todos los animales en la línea de partida. En sus marcas, preparados,
listos, ¡YA! Cuando terminó la carrera, todos festejaron porque habían ganado una nueva amiga
que además había aprendido lo que significaba la amistad.

5. Un conejo en la vía

Daniel se divertía dentro del coche con su hermano menor, Carlos. Iban de paseo con sus padres al
Lago Rosado. Allí irían a nadar en sus tibias aguas y
elevarían sus nuevas cometas. Sería un paseo
inolvidable. De pronto el coche se detuvo con un
brusco frenazo. Daniel oyó a su padre exclamar con
voz ronca: – “¡Oh, mi Dios, lo he atropellado!” – “¿A
quién, a quién?”, le preguntó Daniel. – “No se
preocupen”, respondió su padre-. “No es nada”. El
auto inició su marcha de nuevo y la madre de los
chicos encendió la radio, empezó a sonar una
canción de moda en los altavoces. – “Cantemos esta
canción”, dijo mirando a los niños en el asiento de atrás.

La mamá comenzó a tararear una canción. Sin embargo, Daniel miró por la ventana trasera y vio
tendido sobre la carretera a un conejo. – “Para el coche papi”, gritó Daniel. “Por favor, detente”. –
“¿Para qué?”, respondió su padre. – “¡El conejo se ha quedado tendido en la carretera!” –
“Dejémoslo”, dijo la madre. “Es solo un animal”. – “No, no, detente. Debemos recogerlo y llevarlo
al hospital de animales”. Los dos niños estaban muy preocupados y tristes. – “Bueno, está bien”-
dijo el padre dándose cuenta de su error. Y dando la vuelta recogieron al conejo herido. Sin
embargo, al reiniciar su viaje una patrulla de la policía les detuvo en el camino para alertarles
sobre que una gran roca había caído en el camino y que había cerrado el paso.

Entonces decidieron ayudar a los policías a retirar la roca. Gracias a la solidaridad de todos
pudieron dejar el camino libre y llegar a tiempo al veterinario, donde curaron la pata al conejo. Los
papás de Daniel y Carlos aceptaron a llevarlo a su casa hasta que se curara. Y unas semanas más
tarde toda la familia fue a dejar al conejito de nuevo en el bosque. Carlos y Daniel le dijeron adiós
con pena, pero sabiendo que sería más feliz estando en libertad.

6. La sepultura del lobo

Hubo una vez un lobo muy rico pero muy avaro. Nunca dio ni un poco de lo mucho que le sobraba.
Sin embargo, cuando se hizo viejo, empezó a pensar
en su propia vida, sentado en la puerta de su casa. Un
burrito que pasaba por allí le preguntó: “¿Podrías
prestarme cuatro medidas de trigo, vecino?”. “Te
daré ocho, si prometes velar por mi sepulcro en las
tres noches siguientes a mi entierro”. “Está bien”, dijo
el burrito. A los pocos días el lobo murió y el burrito
fue a velar su sepultura. Durante la tercera noche se le unió el pato que no tenía casa. Y juntos
estaban cuando, en medio de una espantosa ráfaga de viento, llego el aguilucho y les dijo: “Si me
dejáis apoderarme del lobo os daré una bolsa de oro”. “Será suficiente si llenas una de mis botas”,
le dijo el pato, que era muy astuto.

El aguilucho se marchó para regresar enseguida con un gran saco de oro, que empezó a volcar
sobre la bota que el sagaz pato había colocado sobre una fosa. Como no tenía suela y la fosa
estaba vacía no acababa de llenarse. El aguilucho decidió ir entonces en busca de todo el oro del
mundo. Y cuando intentaba cruzar un precipicio con cien bolsas colgando de su pico, cayó sin
remedio. “Amigo burrito, ya somos ricos”, dije el pato. “La maldad del aguilucho nos ha
beneficiado. Y ahora nosotros y todos los pobres de la ciudad con los que compartiremos el oro
nunca más pasaremos necesidades”, dijo el borrico. Así hicieron y las personas del pueblo se
convirtieron en las más ricas del mundo.

7. La ratita blanca

El hada soberana de las cumbres invitó un día a todas las hadas de las nieves a una fiesta en su
palacio. Todas acudieron envueltas en sus capas de armiño y guiando sus carrozas de escarcha. Sin
embargo, una de ellas, Alba, al oír llorar a unos
niños que vivían en una solitaria cabaña, se
detuvo en el camino. El hada entró en la pobre
casa y encendió la chimenea. Los niños,
calentándose junto a las llamas, le contaron que
sus padres hablan ido a trabajar a la ciudad y
mientras tanto, se morían de frío y miedo. –“Me
quedaré con vosotros hasta que vuestros padres
regresen”, prometió. Y así lo hizo, pero a la hora de marcharse, nerviosa por el castigo que podía
imponerle su soberana por la tardanza, olvidó la varita mágica en el interior de la cabaña.

El hada de las cumbres miró con enojo a Alba. “No solo te presentas tarde, sino que además lo
haces sin tu varita? ¡Mereces un buen castigo!” Las demás hadas defendieron a su compañera en
desgracia. –“Sabemos que Alba no ha llegado temprano y ha olvidado su varita. Ha faltado, sí, pero
por su buen corazón, el castigo no puede ser eterno. Te pedimos que el castigo solo dure cien
años, durante los cuales vagara por el mundo convertida en una ratita blanca”. Así que si veis por
casualidad a una ratita muy linda y de blancura deslumbrante, sabed que es Alba, nuestra hadita,
que todavía no ha cumplido su castigo.

8. La aventura del agua

Un día que el agua se encontraba en el soberbio mar sintió el caprichoso deseo de subir al cielo.
Entonces se dirigió al fuego y le dijo: -“¿Podrías ayudarme a
subir más alto? El fuego aceptó y con su calor, la volvió más
ligera que el aire, transformándola en un sutil vapor. El
vapor subió más y más en el cielo, voló muy alto, hasta los
estratos más ligeros y fríos del aire, donde ya el fuego no
podía seguirlo. Entonces las partículas de vapor, ateridas de
frío, se vieron obligadas a juntarse, se volvieron más pesadas
que el aire y cayeron en forma de lluvia. Habían subido al
cielo invadidas de soberbia y recibieron su merecido. La
tierra sedienta absorbió la lluvia y, de esta forma, el agua
estuvo durante mucho tiempo prisionera en el suelo, purgando su pecado con una larga
penitencia.

9. La gratitud de la fiera

Androcles, un pobre esclavo de la antigua Roma, en un descuido de su amo, escapó al bosque.


Buscando refugio seguro, encontró una cueva y al entrar, a la débil
luz que llegaba del exterior, el joven descubrió un soberbio león. Se
lamía la pata derecha y rugía de vez en cuando. Androcles, sin sentir
temor, se dijo: -“Este pobre animal debe estar herido. Parece como si
el destino me hubiera guiado hasta aquí para que pueda ayudarle.
Vamos, amigo, no temas, te ayudaré”. Así, hablándole con suavidad,
Androcles venció el recelo de la fiera y tanteó su herida hasta
encontrar una flecha clavada profundamente. Se la extrajo y luego le
lavó la herida con agua fresca.

Durante varios días, el león y el hombre compartieron la cueva hasta


que Androcles, creyendo que ya no le buscarían se decidió a salir. Varios centuriones romanos
armados con sus lanzas cayeron sobre él y le llevaron prisionero al circo. Pasados unos días, fue
sacado de su pestilente mazmorra. El recinto estaba lleno a rebosar de gentes ansiosas de
contemplar la lucha. Androcles se aprestó a luchar con el león que se dirigía hacia él. De pronto,
con un espantoso rugido, la fiera se detuvo en seco y comenzó a restregar cariñosamente su
cabezota contra el cuerpo del esclavo. –“¡Sublime! ¡Es sublime! ¡César, perdona al esclavo, pues
ha sometido a la fiera!” -gritaban los espectadores. El emperador ordenó que el esclavo fuera
puesto en libertad. Sin embargo, lo que todos ignoraron era que Androcles no poseía ningún
poder especial y que lo que había ocurrido no era sino la demostración de la gratitud del animal.

10. Secreto a voces

Gretel, la hija del Alcalde, era muy curiosa. Quería saberlo todo, pero no sabía guardar un secreto.
–“¿Qué hablabas con el Gobernador?”, le preguntó a su padre, después de intentar escuchar una
larga conversación entre los dos hombres. –“Estábamos
hablando sobre el gran reloj que mañana, a las doce,
vamos a colocar en el Ayuntamiento. Pero es un secreto y
no debes divulgarlo”. Gretel prometió callar, pero a las
doce del día siguiente estaba en la plaza con todas sus
compañeras de la escuela para ver cómo colocaban el
reloj en el ayuntamiento. Sin embargo, grande fue su
sorpresa al ver que tal reloj no existía. El Alcalde quiso dar
una lección a su hija y en verdad fue dura, pues las niñas
del pueblo estuvieron mofándose de ella durante varios años. Eso sí, le sirvió para saber callar a
tiempo.

LA BOBINA MARAVILLOSA

Erase un principito que no quería estudiar. Cierta noche, después de haber recibido una buena
regañina por su pereza, suspiro tristemente, diciendo:
¡Ay! ¿Cuándo seré mayor para hacer lo que me apetezca?
Y he aquí que, a la mañana siguiente, descubrió sobre su
cama una bobina de hilo de oro de la que salió una débil
voz:
Trátame con cuidado, príncipe.
Este hilo representa la sucesión de tus días. Conforme
vayan pasando, el hilo se ira soltando. No ignoro que
deseas crecer pronto... Pues bien, te concedo el don de
desenrollar el hilo a tu antojo, pero todo aquello que hayas
desenrollado no podrás ovillarlo de nuevo, pues los días pasados no vuelven.
El príncipe, para cerciorarse, tiro con ímpetu del hilo y se encontró convertido en un apuesto
príncipe. Tiro un poco mas y se vio llevando la corona de su padre. ¡Era rey! Con un nuevo
tironcito, inquirió:
Dime bobina ¿Cómo serán mi esposa y mis hijos?
En el mismo instante, una bellísima joven, y cuatro niños rubios surgieron a su lado. Sin pararse a
pensar, su curiosidad se iba apoderando de él y siguió soltando mas hilo para saber como serian
sus hijos de mayores.
De pronto se miro al espejo y vio la imagen de un anciano decrépito, de escasos cabellos nevados.
Se asusto de sí mismo y del poco hilo que quedaba en la bobina. ¡Los instantes de su vida estaban
contados! Desesperadamente, intento enrollar el hilo en el carrete, pero sin lograrlo.
Entonces la débil vocecilla que ya conocía, hablo así:
Has desperdiciado tontamente tu existencia. Ahora ya sabes que los días perdidos no pueden
recuperarse. Has sido un perezoso al pretender pasar por la vida sin molestarte en hacer el trabajo
de todos los días. Sufre, pues tu castigo.
El rey, tras un grito de pánico, cayó muerto: había consumido la existencia sin hacer nada de
provecho.

Muñeco de nieve
Había dejado de nevar y los niños, ansiosos de libertad, salieron de casa y empezaron a corretear
por la blanca y mullida alfombra recién formada.
La hija del herrero, tomando puñados de nieve con sus
manitas hábiles, se entrego a la tarea de moldearla.
Haré un muñeco como el hermanito que hubiera deseado
tener se dijo.
Le salio un niñito precioso, redondo, con ojos de carbón y
un botón rojo por boca. La pequeña estaba entusiasmada
con su obra y convirtió al muñeco en su inseparable
compañero durante los tristes días de aquel invierno. Le
hablaba, le mimaba...
Pero pronto los días empezaron a ser mas largos y los rayos de sol mas calidos... El muñeco se
fundió sin dejar mas rastro de su existencia que un charquito con dos carbones y un botón rojo. La
niña lloro con desconsuelo.
Un viejecito, que buscaba en el sol tibieza para su invierno, le dijo dulcemente: Seca tus lagrimas,
bonita, por que acabas de recibir una gran lección: ahora ya sabes que no debe ponerse el corazón
en cosas perecederas.
El cedro vanidoso
Erase una vez un cedro satisfecho de su hermosura.
Plantado en mitad del jardín, superaba en altura a todos los demás árboles. Tan bellamente
dispuestas estaban sus ramas, que parecía un gigantesco candelabro.
Plantado en mitad del jardín, superaba en altura a
todos los demás árboles. Tan bellamente dispuestas
estaban sus ramas, que parecía un gigantesco
candelabro.
Si con lo hermoso que soy diera además fruto, se dijo,
ningún árbol del mundo podría compararse conmigo.
Y decidió observar a los otros árboles y hacer lo mismo
con ellos. Por fin, en lo alto de su erguida copa, apunto
un bellísimo fruto.
Tendré que alimentarlo bien para que crezca mucho, se dijo.
Tanto y tanto creció aquel fruto, que se hizo demasiado grande. La copa del cedro, no pudiendo
sostenerlo, se fue doblando; y cuando el fruto maduro, la copa, que era el orgullo y la gloria del
árbol, empezó a tambalearse hasta que se troncho pesadamente.
¡A cuantos hombres, como el cedro, su demasiada ambición les arruina!

La gata encantadora
Erase un príncipe muy admirado en su reino. Todas las jóvenes casaderas deseaban tenerle por
esposo. Pero el no se fijaba en ninguna y pasaba su tiempo jugando con Zapaquilda, una preciosa
gatita, junto a las llamas del hogar.
Un día, dijo en voz alta:

Eres tan cariñosa y adorable que, si fueras mujer, me casaría contigo.

En el mismo instante apareció en la estancia el


Hada de los Imposibles, que dijo:

Príncipe tus deseos se han cumplido

El joven, deslumbrado, descubrió junto a el a


Zapaquilda, convertida en una bellísima muchacha.

Al día siguiente se celebraban las bodas y todos los


nobles y pobres del reino que acudieron al banquete se extasiaron ante la hermosa y dulce novia.
Pero, de pronto, vieron a la joven lanzarse sobre un ratoncillo que zigzagueaba por el salón y
zampárselo en cuanto lo hubo atrapado.

El príncipe empezó entonces a llamar al Hada de los Imposibles para que convirtiera a su esposa
en la gatita que había sido. Pero el Hada no acudió, y nadie nos ha contado si tuvo que pasarse la
vida contemplando como su esposa daba cuenta de todos los ratones de palacio.

El nuevo amigo
Erase un crudo día de invierno. Caía la nieve, soplaba el viento y Belinda jugaba con unos enanitos
en el bosque. De pronto se escucho un largo aullido.
¿Que es eso? Pregunto la niña .

Es el lobo hambriento. No debes salir porque te


devoraría le explico el enano sabio.
Al día siguiente volvió a escucharse el aullido del lobo y
Belinda , apenada, pensó que todos eran injustos con la
fiera. En un descuido de los enanos, salio, de la casita y
dejo sobre la nieve un cesto de comida.
Al día siguiente ceso de nevar y se calmo el viento. Salio
la muchacha a dar un paseo y vio acercarse a un cordero
blanco, precioso.
¡Hola, hola! Dijo la niña. ¿Quieres venir conmigo?
Entonces el cordero salto sobre Belinda y el lobo, oculto se lanzo sobre el, alcanzándole una
dentellada. La astuta y maligna madrastra, perdió la piel del animal con que se había disfrazado y
escapo lanzando espantosos gritos de dolor y miedo.

Solo entonces el lobo se volvió al monte y Belinda sintió su corazón estremecido, de gozo, mas
que por haberse salvado, por haber ganado un amigo.
Blanca nieves

El cuento de Blancanieves es un cuento de hadas cuya primera versión conocida fue escrita
por los hermanos Grimm. Además, tiene una versión Disney realizada en 1937.

El cuento de Blancanieves cuenta la historia de una reina y un rey


que querían tener un hijo con todo su corazón. Un día, la reina
miraba la nieve caer por la venta mientras cosía. Al pincharse un
dedo con la aguja y ver la sangre caer sobre la nieve, deseo tener
una hija con la piel blanca como la nieve, de labios rojos como la
sangre y cabello negro como el ébano. Su deseo se cumplió y
llamaron a la dulce niña Blancanieves. Sin embargo, tras dar a luz, la
madre murió y pasados unos años, el rey volvió a casarse con una
mujer tan cruel como hermosa obsesionada con su belleza. Esta
nueva reina poseía un espejo mágico al que preguntaba cada día
quién era la más hermosa del reino. El espejo, que siempre decía la
verdad, le respondía “tú, mi reina”: Sin embargo, con el paso de los
años, Blancanieves superó la belleza de la reina y, desde ese
momento, la malvada reina planearía matar a Blancanieves.

A pesar de que existen diferencias entre las versiones existentes de este cuento, existen una serie
de elementos comunes como, por ejemplo, el espejo mágico o los siete enanos. En este sentido, a
veces, el diálogo con el espejo se hace con la luna o con el sol; mientras que, en ciertas ocasiones,
los enanos son ladrones.

La influencia de este cuento en la cultura occidental es más que patente. Desde diversas
investigaciones se relaciona a Blancanieves con posibles personalidades reales que podrían haber
inspirado el personaje protagonista de Blancanieves. Además, el cuento de Blancanieves ha sido
fuente de inspiración para diversas películas, libros y otros cuentos.

El burro y la flauta

Fábula de el perro y la flauta

Adaptación de la fábula de Iriarte

Era un precioso día de primavera. En una parcela, un burro se


paseaba de aquí para allá sin saber muy bien cómo matar el
aburrimiento. No había muchas cosas con qué entretenerse,
así que charló un poco con la vaca y el caballo, comió algo de
heno y se tumbó un ratito para relajarse, arrullado por el leve
sonido de la brisa. Después, decidió acercarse hasta donde
estaba el naranjo en flor por si veía algo interesante. Caminaba
despacito al tiempo que iba espantando alguna que otra mosca con la cola.
¡Qué día más tedioso! … Ni una mariposa revoloteaba cerca del árbol. Bajo sus patas, notaba la
hierba fresca y sentía el aroma de las primeras lilas de la estación. Al menos, el crudo invierno ya
había desaparecido.

De repente, sintió algo duro debajo de la pezuña derecha. Bajó la cabeza para investigar.

– ¡Uy! ¿Pero qué es esto? ¿Será un palo? ¿Una piedra alargada?… ¡Qué objeto tan raro!

Ni una cosa ni otra: era una flauta que alguien se había dejado olvidada. Por supuesto, el burro no
tenía ni idea de qué era aquel extraño artefacto. Sorprendido, la miró durante un buen rato y
comprobó que no se movía, así que dedujo que no entrañaba ningún peligro; después, la golpeó
un poco con la pata; el instrumento tampoco reaccionó, por lo que el burro pensó vagamente que
vida, no tenía. Temeroso, agachó la cabeza y comenzó a olisquearla. Como estaba medio
enterrada entre la hierba, una ramita rozó su hocico y le hizo cosquillas. Dio un resoplido y por
casualidad, la flauta emitió un suave y dulce sonido.

El borrico se quedó atónito y con la boca abierta. No sabía qué había sucedido ni cómo se habían
producido esas notas, pero daba igual. Se puso tan contento que comenzó a dar saltitos y a
exclamar, henchido de felicidad:

– ¡Qué maravilla! ¡Pero si es música! ¡Para que luego digan que los burros no sabemos tocar!

Convencido de su hazaña, se alejó de allí con la cabeza bien alta y una sonrisa de oreja a oreja, sin
darse cuenta de su propia ignorancia.

Moraleja: El burro tocó la flauta por pura casualidad, pero eso no le convirtió en músico. Esta
fábula nos enseña que todos, alguna vez, hacemos las cosas bien sin pretenderlo, pero que lo
realmente importante es intentar aprender lo que nos propongamos poniendo verdadero interés
y pasión en ello.

La astucia del perro

Adaptación del cuento popular de Venezuela

Una linda tarde de verano, un conejo descansaba tranquilamente tumbado sobre la hierba.
Sigilosamente, un tigre se acercó a él y dando un rugido, le amenazó.

-¡Ya eres mío, conejo escurridizo! ¡Llevo días intentado atraparte y al fin te tengo!

¡No había escapatoria! Tenía las fauces del tigre a tan poca distancia que hasta podía sentir su
fétido aliento sobre su rosada naricilla. La única posibilidad que le quedaba era sacar provecho de
su propia astucia.

– ¡Un momento, un momento, señor tigre! Tengo algo muy importante que decirle.
– ¿Qué quieres? ¡No me apetece hablar, sino zamparte de un bocado!

El conejo tragó saliva y le plantó cara disimulando el miedo.

-¿Usted me ha visto bien? ¿No ve lo flaco y pequeño que soy?

– Sí, pero me da igual ¡Te voy a comer de todas formas, así que no te resistas!

– Pues se equivoca, porque aquí donde me ve, soy dueño de varias vacas que ahora mismo pacen
tranquilamente en lo alto de la montaña que está justo detrás de usted. Su carne exquisita y si me
perdona la vida, puedo regalarle una ¡Así tendrá comida para muchos días, se lo aseguro!

– ¿Es eso cierto? ¡No me estarás engañando!…

– ¡Pues claro que no! ¡Podemos ir ahora mismo a por ella! ¡Venga conmigo y se la mostraré!

El tigre no estaba muy convencido pero decidió seguir al conejo. Cuando llegaron al pie de la
montaña, el conejo siguió con su convincente actuación.

– ¿Ve aquellos bultos de color negro que se ven en la cima? ¡Son mis vacas! Ahora espere aquí
abajo. Subiré yo sólo y cuando le avise, abra los brazos. Yo lanzaré la vaca y usted la recogerá.

– De acuerdo, pero date prisa que estoy muerto de hambre.

El conejo corrió hasta la cima de la montaña. Los bultos no


eran vacas sino piedras, pero el tigre estaba tan lejos que
sólo distinguía unas grandes moles de color parduzco.
Desde arriba, el conejo le gritó.

– ¡Vaca va! ¡Extienda los brazos para agarrarla bien!

El conejo echó a rodar la piedra ladera abajo y el tigre,


cegado por el sol, no se dio cuenta de lo que era hasta que
la tuvo muy cerca. Cuando se percató, echó a correr como un loco en dirección contraria a la falsa
vaca que le pisaba los talones a toda velocidad. A duras penas se libró de ser aplastado y quedar
fino como una hoja de papel; lo consiguió porque justo cuando estaba a punto de ser alcanzado
por la roca, saltó hacia la izquierda y cayó de bruces sobre un charco que alivió su caída. Aun así,
su cuerpo crujió y se estremeció de dolor. Pensó en regresar para vengarse del conejo, pero tenía
tal susto en el cuerpo que cuando se recuperó un poco del tortazo, se adentró en el bosque para
no volver nunca más por allí.

Así fue cómo el conejo se demostró a sí mismo que la inteligencia es más importante que el
aspecto físico. Muchas veces, las mentes grandes se esconden en cuerpos pequeñitos.
El anillo del elfo

Cuento popular El anillo del elfo

Adaptación del cuento anónimo de Suiza

Un día, una preciosa niña llamada Marlechen paseaba por un camino de tierra y polvo, muy cerca
de la arboleda que conducía al bosque de castaños que había cerca de su casa. Por ese lugar solían
pasar carruajes que llevaban viajeros de un pueblo a otro.
Iba distraída pensando en sus cosas, pero algo llamó su
atención. En la cuneta vio un ramo de flores que alguien
había tirado sin contemplaciones. Los pétalos de colores
se abrían al sol y desprendían un aroma delicioso que a
Marlechen le recordaba a la vainilla.

La niña sintió mucha pena al ver tanta belleza


abandonada. Cogió el ramito y, con mucha delicadeza, lo
clavó en la orilla de un riachuelo para que se mantuviera fresco y recobrara todo su esplendor.
Estaba tan ensimismada contemplando las flores que dio un respingo cuando de ellas salió un
pequeño elfo, no más grande que un dedo pulgar. La criatura sonrió, le dedicó un simpático guiño
y susurró con una voz suave y cálida:

– ¡Gracias, Marlechen!

La niña estaba asombrada ¡nunca había conocido a ningún elfo del bosque! Con los ojos como
platos y la boca abierta de par en par, vio como el extraño ser se quitaba la corona de luz que
llevaba sobre su cabeza y lo convertía en un anillo dorado tan fino, que era prácticamente
invisible.

– ¡Toma, este anillo es para ti! Llévalo siempre en tu dedo. Cada vez que lo mires tus ojos relucirán
y todo aquel que esté a tu lado se sentirá alegre y feliz.

Y sin decir más, el elfo desapareció como por arte de magia. Marlechen regresó a su casa fascinada
por el curioso regalo que había recibido del hombrecillo de orejas puntiagudas que había salido de
entre las flores.

Nada más llegar, oyó unos gritos que retumbaban en el comedor. Su familia se había enzarzado en
una discusión y parecía que todos estaban de muy mal humor. Marlechen entró, miró el anillo y
sus ojos se llenaron de luz. En ese mismo momento, su madre y sus hermanos se tranquilizaron y
comenzaron a sonreír. Parecía que la dicha había vuelto al hogar.

Al cabo de un rato, llegó su padre cansado y con muy malas pulgas. El día en el trabajo había sido
muy duro y no tenía ganas de nada. En cuanto cruzó el umbral de la puerta, se encontró con su
hija. La niña percibió en él la tristeza, observó el anillo y cuando volvió a levantar la mirada, la luz
que salió de sus ojos hizo que todo cambiara de nuevo. El rostro de su papá se transformó y una
sonrisa de felicidad asomó en sus labios. El hombre se sintió, de repente, más contento que nunca.

Marlechen se dio cuenta de que el elfo no la había engañado. Ese anillo tan especial era capaz de
llevar felicidad a los demás y decidió que jamás se separaría de él. A donde quiera que fuera, el
anillo iría en su dedito. Todo aquel que se cruzaba con ella sentía alegría repentina, pero nadie
supo nunca el porqué. Para todos, era una niña mágica, una niña especial. Para todos, fue para
siempre “la niña sol”.

La bella durmiente

El cuento de la Bella Durmiente se trata de un cuento de hadas que nació de la tradición oral. La
versión de los hermanos Grimm, conocida como “Rosita de Espino” está basada en la obra del
francés Charles Perrault, llamada “La bella del bosque
durmiente”, y esta a su vez se basa en la historia del italiano
Giambattista Basile, conocida como “Sol, Luna y Talía”. El éxito
de la versión de Walt Disney Pictures en 1950 hizo que la
historia se popularizara a nivel mundial.

La historia fue cambiando y surgieron variaciones en la trama


de unas versiones a otras. Por ejemplo, el nombre de la
princesa cambia de una versión a otra. En la versión de Basile
se llama Talía (del griego “florecimiento”), y en la versión de los
hermanos Grimm se llama Dornröschen (“rosita de espino” en
alemán). El nombre de Aurora, que se le da en la versión de
Disney, proviene de la versión de Perrault, en el que Aurora era
el nombre de la hija de la protagonista. Aunque la trama varía
en estas versiones, todas incluyen los elementos de una bella princesa que cae dormida por el
efecto de una maldición que recibió en su nacimiento, y el de un hombre de la realeza que acude a
salvarla.

Además de esto, el cuento tiene varios elementos que han sido influenciados por otras historias.
Como por ejemplo el romance medieval Perceforest, publicado en 1528, en el que la princesa se
enamora de un hombre al que su padre envía a realizar unas misiones para demostrar su amor. En
su ausencia, la princesa cae en un sueño encantado del que despierta cuando se vuelve a
encontrar con su amor.

Este cuento de la Bella Durmiente ha tenido varias interpretaciones a lo largo de la historia. Una
de ellas es la relación de los elementos básicos de la historia con la naturaleza. En esta
interpretación, la princesa sería la naturaleza, la bruja malvada es el invierto, que pone a dormir a
través de un “pinchazo de heladas” a la propia naturaleza, hasta que llega el príncipe, que sería la
primavera, para despertar a la naturaleza.
El viejo y sus hijos

Fábula de El viejo y sus hijos

Adaptación de la fábula de Esopo

Érase una vez un buen hombre que se ocupaba de las labores


del campo. Toda su vida se había dedicado a labrar la tierra
para obtener alimentos con los que sostener a su numerosa
familia.

Era mayor y tenía varios hijos a los que sacar adelante. Todos
eran buenos chicos, pero cada uno tenía un carácter tan
distinto que se pasaban el día peleándose entre ellos por las
cosas más absurdas. En casa siempre se escuchaban broncas, gritos y portazos.

El labrador estaba desesperado. Ya no sabía qué hacer para que sus hijos se llevaran bien, como
debe ser entre hermanos que se quieren. Una tarde, se sentó junto a la chimenea del comedor y,
al calor del fuego, se puso a meditar. Esos chicos necesitaban una lección que les hiciera entender
que las cosas debían cambiar.

De repente, una lucecita iluminó su cerebro ¡Ya lo tenía!

– ¡Venid todos ahora mismo, tengo algo que deciros!

Los hermanos acudieron obedientemente a la llamada de su padre ¿Qué querría a esas horas?

– Os he mandado llamar porque necesito que salgáis fuera y recojáis cada uno un palo delgado, de
esos que hay tirados por el campo.

– ¿Un palo? … Papá ¿estás bien? ¿Para qué quieres que traigamos un palo? –dijo uno de ellos tan
sorprendido como todos los demás.

– ¡Haced lo que os digo y hacedlo ahora! – ordenó el padre.

Salieron juntos en tropel al exterior de la casa y en pocos minutos regresaron, cada uno con un
palo del grosor de un lápiz en la mano.

– Ahora, dádmelos – dijo mirándoles a los ojos.

El padre cogió todos los palitos y los juntó con una fina cuerda. Levantó la vista y les propuso una
prueba.

– Quiero ver quién de todos vosotros es capaz de romper estos palos juntos. Probad a ver qué
sucede.
Uno a uno, los chicos fueron agarrando el haz de palitos y con todas sus fuerzas intentaron
partirlos, pero ninguno lo consiguió. Estaban desconcertados. Entonces, el padre desató la cuerda
que los unía.

Como era de esperar, fue fácil para ellos romper una simple ramita. Sin quitar el ojo a su padre,
esperaron a escuchar qué era lo que tenía que decirles y qué explicación tenía todo aquello.

– Hijos míos, espero que con esto haya podido trasmitiros un mensaje claro sobre cómo han de
comportarse los hermanos. Si no permanecéis juntos, será fácil que os hagan daño. En cambio, si
estáis unidos y ponéis de vuestra parte para apoyaros los unos a los otros, nada podrá separaros y
nadie podrá venceros ¿Comprendéis?

Los hermanos se quedaron con la boca abierta y se hizo tal silencio que hasta se podía oír el
zumbido de las moscas. Su padre acababa de darles una gran lección de fraternidad con un
sencillo ejemplo. Todos asintieron con la cabeza y muy emocionados, se abrazaron y prometieron
cuidarse por siempre jamás.

La leyenda del tambor

Cuenta una vieja leyenda de África que hace cientos de


años, por aquellas tierras, los monos se pasaban horas
contemplando la Luna. Se reunían por las noches
cuando el cielo estaba despejado y se quedaban
pasmados ante su hermosura. Podían estar horas sin
pestañear, fascinados por tanta belleza. A menudo
comentaban que si vista desde lejos era tan bonita, de
cerca habría de ser aún más espectacular.

Un día decidieron por consenso que, para


comprobarlo, viajarían hasta la ella. Como los monos no tienen alas, su única opción era subirse
unos encima de otros formando una larga torre. Los más fuertes se quedaron en los puestos de
abajo y los más flacos fueron trepando con agilidad, hasta formar una inmensa columna de
monos. La torre parecía sólida, pero resultó no ser así. Era demasiado alta y a los que estaban en
la base les fallaron las fuerzas. El resultado fue que empezó a tambalearse y se derrumbó. Miles de
monos cayeron al suelo. Para ser más exactos, cayeron todos menos uno, pues el que estaba
arriba del todo logró engancharse con la cola al cuerno de la Luna.

La pálida Luna se echó a reír. Le parecía muy gracioso ver a ese monito tan simpático colgado
boca abajo agitando los brazos. Le ayudó a ponerse en pie y, para darle las gracias por tan
improvisada visita, le regaló un tambor ¡El mono se puso muy contento! Nunca había visto
ninguno porque en la tierra los tambores todavía no existían. La Luna se convirtió en su maestra y
le enseñó a tocarlo ¡Quería que se convirtiera en un buen músico!

Pero como siempre, todo lo bueno se acaba y llegó el momento de regresar a casa. La Luna se
despidió con ternura del mono y preparó una larga cuerda para que se deslizase por ella. Sólo le
hizo una advertencia: no debía tocar el tambor hasta que llegara a la tierra. Si desobedecía,
cortaría la soga.

El mono prometió que así sería, pero durante el trayecto de bajada no pudo resistir la tentación y,
a mitad de camino, comenzó a golpear su tambor. El sonido resonó en el espacio y llegó a oídos
de la Luna, que muy enojada, cortó la cuerda. El mono atravesó las nubes y el arco iris a toda
velocidad, cayendo en picado sobre la tierra.

¡El golpe fue morrocotudo! Le dolía hasta el último hueso y se hizo heridas importantes. Por
suerte, una muchacha de una tribu cercana le encontró tirado junto a su tambor y, apiadándose
de él, le cuidó en su cabaña hasta que consiguió recuperarse.

Según dice la leyenda, ese fue el primer tambor que se conoció en África. A los indígenas les gustó
tanto cómo sonaba que comenzaron a fabricar tambores muy parecidos. Con el tiempo, este
instrumento se hizo muy popular y se extendió por todo el continente. Hoy en día, de norte a sur,
resuenan tantos tambores, que se dice que la Luna escucha sus tañidos y se siente complacida.

Refranes

1. No hay mal que por bien no venga.

Comenzamos con uno de los refranes cortos que nos invitan a ver el lado positivo de las cosas,
especialmente cuando nos suceden cosas que consideramos negativas. Según este refrán, siempre
podemos sacar algo bueno de una mala situación.

2. Quien duerme mucho, poco aprende.

Refrán popular que seguramente tu madre utilizó al verte dormir hasta altas horas de la tarde,
pues dejamos de aprender nuevas cosas en el tiempo extra que gastamos durmiendo.

3. De tal palo tal astilla.

Uno de los refranes cortos que no puede faltar es este que nos enseña que cada una tiene cosas
de donde viene, es decir, de nuestros padres. Los comportamientos, los gustos, las afinidades, los
talentos o los vicios también se pueden heredar.

4. En casa de herrero, azadón de palo.

Y este es el refrán indicado para aquellas personas que se dedican a hacer ciertas actividades o
empleos que luego no se aplican en su casa. Un chef que no cocina en casa, una costurera que no
arregla sus propios vestidos o un médico que no visita médicos son algunos ejemplos.

5. Al que no quiere caldo se le dan dos tazas.

Una lección para aquellas personas que evitan a toda costa hacer algo, no porque sea algo malo
para ellas, sino por comodidad o viveza. Al final y por evitarlo, pueden terminar haciendo aún más
de lo que debían.
Poemas

Los ratones, de Lope de Vega

Juntáronse los ratones para librarse del gato


y después de largo rato
de disputas y opiniones
dijeron que acertarían
en ponerle un cascabel
que andando el gato con él
librarse mejor podrían
Salió un ratón barbicano
colilargo, hociquirromo
y encrespando el grueso lomo
dijo al senado romano
después de hablar culto un rato
¿Quién de todos ha de ser
el que se atreva a poner
ese cascabel al gato?

Agua, ¿dónde vas?, de Federico García Lorca


Agua, ¿dónde vas?
Riendo voy por el río
a las orillas del mar
Mar, ¿adónde vas?
Río arriba voy buscando
fuente donde descansar
Chopo, y tú ¿qué harás?
No quiero decirte nada
Yo…, ¡temblar!
¿Qué deseo, qué no deseo
por el río y por la mar?
Cuatro pájaros sin rumbo
en el alto chopo están.

Mariposa del aire, de Federico García Lorca


¡Qué hermosa eres!
Mariposa del aire
dorada y verde
Luz de candil
Mariposa del aire
quédate ahí, ahí, ahí
No te quieres parar
pararte no quieres
Mariposa del aire
dorada y verde
Luz de candil
Mariposa del aire
quédate ahí, ahí, ahí
quédate ahí
Mariposa ¿estás ahí?
Llega el invierno, de Marisol Perales
El señor invierno
se viste de blanco,
se pone el abrigo
porque está temblando.
Se va a la montaña,
se mete en el río,
y el parque y la calle
se llenan de frío.

Se encuentra a la lluvia
llorando, llorando,
y también al viento
que viene soplando.

¡Ven amigo sol!


Grita en el camino,
pero el sol no viene
porque se ha dormido.

La vaca estudiosa, de María Elena Walsh


Había una vez una vaca
en la Quebrada de Humahuaca.
Como era muy vieja,
muy vieja, estaba sorda de una oreja.

Y a pesar de que ya era abuela


un día quiso ir a la escuela.
Se puso unos zapatos rojos,
guantes de tul y un par de anteojos.

La vio la maestra asustada


y dijo: – Estas equivocada.
Y la vaca le respondió:
¿Por qué no puedo estudiar yo?

La vaca, vestida de blanco,


se acomodó en el primer banco.
Los chicos tirábamos tiza
y nos moríamos de risa.
La gente se fue muy curiosa
a ver a la vaca estudiosa.
La gente llegaba en camiones,
en bicicletas y en aviones.
Y como el bochinche aumentaba
en la escuela nadie estudiaba.
La vaca, de pie en un rincón,
rumiaba sola la lección.

Un día toditos los chicos


se convirtieron en borricos.
Y en ese lugar de Humahuaca
la única sabia fue la vaca.

De ola en ola, de Antonio García Teijeiro


De ola en ola,
de rama en rama,
el viento silba
cada mañana.

De sol a sol,
de luna a luna,
la madre mece,
mece la cuna.

Esté en la playa
o esté en el puerto,
la barca mía
la lleva el viento.
Las gaviotas, de Julián Alonso
Mira las gaviotas
Volando en el puerto
Con sus alas blancas
Abiertas al viento.
Parecen cometas
Parecen pañuelos
Son sábanas blancas
que van por el cielo.
Las seis cuerdas (Federico García Lorca)
La guitarra
hace llorar a los sueños.
El sollozo de las almas
perdidas
se escapa por su boca
redonda.
Y como la tarántula,
teje una gran estrella
para cazar suspiros,
que flotan en su negro
aljibe de madera.

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