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La iglesia institución dominante del feudalismo

Esquema de las 3 órdenes: clero - aristocracia laica - dependientes


Iglesia (origen griego: eklesia: asamblea) en los primeros siglos de la edad media
designa a la comunidad de creyentes. Posteriormente el vocablo designa el edificio
donde se reúnen los fieles y se desenvuelve el culto. En la época carolingia los dos
aspectos son indisociables. En el siglo XII los 2 sentidos se van independizando.
Paralelamente el término asume una nueva significación que designa a la parte
institucional de la comunidad (clero). Las asociaciones, ambigüedades o deslizamientos
entre las acepciones constituyen una herramienta ideológica extraordinaria al no
distinguir entre iglesia como comunidad o como institución.
A partir de los S XI y XII, el término iglesia se identifica más sus miembros
eclesiásticos y se designa al conjunto de fieles como cristiandad. Esta cuestión
semántica permite entrever la acentuación de la separación entre los clérigos y los laicos
y el fortalecimiento de la institución eclesial que analiza el capitulo.
Si bien la significación comunitaria va eclipsándose, no puede desaparecer, puesto que
la iglesia (identificada con el clero) ordena y dirige a la sociedad, en el sentido
comunitario de la palabra, ella es la sociedad misma. La fe medieval es entendida mas
como fidelidad en el sentido feudal que como creencia, ósea es una fidelidad práctica,
no es una cuestión de opción, uno es cristiano porque nace en la cristiandad. Por lo
mismo no es posible situar el estudio de la iglesia al margen del feudalismo, puesto que
la iglesia en cuanto comunidad es la sociedad europea y en cuanto institución es su parte
dominante.

Los fundamentos del poder eclesial.

Unidad y diversidad de la institución eclesial.

si la iglesia es la institución del feudalismo, el alto clero es la fracción superior del


grupo dominante (aunque no forme una clase en cuanto clero)
las relaciones entre clero y aristocracia son ambivalentes. Son cercanas puesto que los
hijos de la aristocracia monopolizan la mayor parte de los cargos del alto clero, pero la
incorporación al sacerdocio rompe los lazos del clérigo con sus parientes.
Clero y aristocracia son cómplices en la obra de dominación aunque también compiten
entre sí, sobre todo por el control de tierras y de derechos que estructuran la
organización del señorío.
La institución eclesial no es homogénea. Existen contradicciones de intereses, conflictos
doctrinales y dualidades institucionales. Una es jerárquica y contrapone al alto con el
bajo clero, aunque demasiado simplificada, así se señala la distancia de los grandes
dignatarios y los simples monjes o sacerdotes.
La diferencia entre clérigos regulares y seculares es importante. Los primeros al aceptar
la regla de una orden monástica, eligen la huida del mundo y el aislamiento penitencial.
Los segundos tienen contacto con los laicos y tiene como misión el cuidado de las
almas, a través de la administración de los sacramentos y de la enseñanza de la palabra
divina.
A pesar de las diferencias internas la iglesia existe como unidad. La dualidad que separa
a los clérigos y a los laicos es fundamental, aun cuando la frontera entre los grupos sea
imprecisa, ya que algunos individuos pueden ser laicos e incorporarse al estilo de vida
monástico.
Además la pertenencia al clero tiene dos niveles: la tonsura y las ordenes menores son
suficientes para conferir el estatuto de clérigo, pero solo las ordenes mayores o el habito
monástico otorgan un verdadero poder simbólico e imponen un modo de vida marcado
por la abstinencia sexual.
Como lo afirma el decreto que se atribuye a Graciano, obra fundadora del derecho
canónico, “existen dos tipos de cristianos”, los clérigos y los laicos. El estilo de vida los
clérigos se caracteriza por la renuncia al matrimonio, al cultivo de la tierra y a toda
posesión privada y su marca es la tonsura.
Se trata de una distinción de estatuto jurídico, pues son beneficiarios del fuero
eclesiástico y no pueden ser juzgados por los laicos, sino solo por un tribunal
eclesiástico.

Acumulación material y poder espiritual

El poder material de la iglesia reposa en la extraordinaria capacidad para acumular


tierras y bienes. El proceso empieza en el S IV cuando los cristianos empiezan a hacer
donaciones para salvar su alma en el más allá. Las donaciones piadosas de príncipes y
señores son abundantes durante los S XI y XII.
Esto tiene como resultado que, según las fechas y los lugares la iglesia posea entre un
cuarto y un tercio de las tierras, lo que confirma que las autoridades episcopales o
monásticas que conforman la iglesia son poderosos señores feudales que imponen a sus
dependientes las rentas y las obligaciones vinculadas con el poder señorial, incluyendo
el ejercicio de la justicia.
Esta situación no hace más que consolidarse, porque es mucho lo que recibe y no
transmite nada, puesto que los bienes son otorgados a perpetuidad. Sin embargo en
tiempos de crisis podían ser usurpados por los laicos.
Es necesario incluir también entre los bienes de la iglesia los edificios de los
monasterios, las catedrales, dependencias y palacios episcopales, los cuales también
guardan muchos objetos preciosos. Allí donde lo material y lo espiritual se confunde,
los tesoros hacen prestigioso a los santos (patronos) de cada lugar.
Además hay que recordar que Carlomagno hizo obligatorio el diezmo, que teóricamente
se destina al mantenimiento de los clérigos, es también la marca del reconocimiento del
poder del clero.
Todo esto se hace comprensible cuando se dimensiona el poder de los oratores, quienes
se encargan de hacer plegarias y realizar ritos para el conjunto de la cristiandad (ofician
para todos los seres vivos y los muertos, sobre todo en los siglos X a XII, quienes
reciben las donaciones para la salvación del alma-pro remedio animae- y los incluyen
entre los familiares de la comunidad monástica).
Además los clérigos también tienen la función de transmitir la enseñanza y la palabra de
dios, y otorgar los sacramentos, que permiten que se reproduzca la cristiandad. Estos
son el bautismo que abre la promesa de salvación y da acceso a la comunidad cristiana
(y a la vida en sociedad). El ritual eucarístico es también fundamental, ya que mediante
el cual el sacrificio del dios triunfa sobre el sacrificio al dios; la misa reafirma la
cohesión de la soc. cristiana. Para completar el septenario ha que agregar el
matrimonio, la confesión, la confirmación, la extremaunción y la ordenación, ritos
que marcan las etapas principales de la vida (nacimiento, matrimonio y muerte) y solo
ellos autorizan la esperanza de salvación en el otro mundo, sin la cual la vida terrenal no
tendría un sentido cristiano. Quienes pueden llevar adelante estos ritos son únicamente
los clérigos, intermediario necesario de los hombres y dios. Esto hace que no sea posible
separar la parte material y la parte espiritual del poder de la iglesia. Además, si la iglesia
posee una gran capacidad de acumulación, es porque se le reconoce una capacidad de
distribución aun mayor, ya que es capaz de garantizar la circulación de beneficios
materiales y espirituales.

La circulación generalizada de los bienes y las gracias

Se pensaba que los fieles dan a la iglesia bienes materiales a cambio de beneficios
esperados o recibidos, según la lógica del don y del contradon (analizada por MAUSS)
En la actualidad se ha modificado esta lectura, ya que se analizan cuatro polos
intervinientes: aparte de clérigos y donadores, hay que incorporar a los pobres a
quienes se destina una parte de las donaciones que recibe y a Dios y a los santos, únicos
dispensadores de de la gracia espiritual y los verdaderos destinatarios de las donaciones.
También escapa a la lógica de don/contradon porque aquél que da no es precisamente
aquel que recibe, y por ello nadie puede estar seguro de los que recibirá; aquél que da es
quién ya ha recibido (se insiste que los donadores restituyen los bienes donados por
dios); y aquellos que se recibe no esta vinculado ni directa ni proporcionalmente a lo
que se ha donado.
Para entender la práctica de la donación hay que considerar la noción de caridad, que
designa el amor puro cuya fuente es el creador y por cuya virtud el hombre no solo ama
a dios, sino también a su prójimo. En este sentido el único don valido es el gratuito, se
da sin esperar nada a cambio, por el amor a Dios. El don interesado es condenado como
signo de vanidad y codicia. (Hay que interesarse en el desinterés, sin que sea posible
desinteresarse por interés)
En el centro de este sistema se encuentra la iglesia, operadora decisiva de la
transmutación de lo material en espiritual e intermediaria obligada en los intercambios
de los hombres con dios. El sacrificio eucarístico es el motor de la circulación de las
gracias. Mediante las misas es como los bienes ofrecidos por los donadores se
transforman en beneficios para las almas.
Así, mediante la misa, quedan garantizadas a la vez la cohesión del cuerpo social y la
circulación de la gracia divina.
Por último hay que tener en cuenta la parte coercitiva de su poder, ya que esta posee un
temible poder de exclusión.
La excomunión consiste en expulsar al pecador de la sociedad cristiana, mediante la
prohibición del beneficio de los sacramentos y la negación a ser enterrado en el
cementerio cristiano, pero fundamentalmente constituye una pena terrestre y no se
considera una pena eterna. El anatema es una forma particular de excomunión asociada
a la maldición eterna a los culpables.
Durante los primeros siglos de la iglesia se utiliza contra herejes; sucesivamente se
utiliza contra todos los enemigos de la iglesia, sobre todo durante los S X y XI. Además
son armas utilizadas en las luchas contra la aristocracia y los príncipes, ya que la pena
suele estar acompañada de una prohibición litúrgica que se extiende a todos sus
dominios, tienen efectos sobre los laicos y por lo mismo ningún personaje que sufra esta
condena puede permanecer en estado de excomunión.

El monopolio de lo escrito y de la transmisión de la palabra divina


la iglesia estructura casi todos los ámbitos de la vida en sociedad y contribuye de
manera decisiva a su reproducción. Sus deberes son la hospitalidad, la asistencia a
pobres y enfermos.
Tiene el casi monopolio de lo escrito y de la transmisión de la palabra divina que
ejercen los clérigos. Durante la alta edad media y hasta el S XI, la palabra escrita tiene
un lugar restricto en la sociedad. El manejo de lo escrito es una exclusividad de los
clérigos (al punto de que la oposición entre los letrados -litterati- y los iletrados
-illitterati- reproduce la división entre clérigos y laicos) ya que hay una separación muy
marcada entre las lenguas habladas y el latín, que por entonces tiene el estatuto de
lengua de la iglesia. La oposición latín/lengua vernácula por lo tanto reproduce la
dualidad litterati / illitterati, ya que solo los clérigos pueden acceder a la Biblia.
Desde los S XI y XII, las utilizaciones de lo escrito se transforman y diversifican.
Hacia el año 1100 las cortes aristocráticas, donde se había desarrollado una importante
literatura oral en lengua vernácula, logra verterla a la escritura, con la ayuda de clérigos,
a pesar del desprecio por las lenguas que hasta entonces se consideraban indignas de
asumir forma escrita. Aunque tales evoluciones tienen un alcance limitado, ya que la
voz sigue predominando sobre la letra.
Por entonces se presenta el problema del acceso de los laicos a la biblia, que aunque la
iglesia prohíba a los laicos la posesión, se ocupa más bien de restringir su acceso. Así
los laicos pueden tener ciertos libros bíblicos, pero no la biblia en su totalidad. Los
clérigos les preceptúan el recurso a versiones glosadas del texto bíblico. A partir de la
segunda mitad del S XII aparecen traducciones adaptadas de la biblia en lengua
vernácula, pero se trata, en realidad, de historias bíblicas recompuestas. Será recién en
el S XIV cuando aparecerán las traducciones literales y completas de la Biblia.
Mas que contraponer lo escrito y lo oral, hay que marcar su imbricación, ya que el
cristianismo es tanto una religión del libro como de la palabra, y el control de los
clérigos se ejerce mediante el acceso privilegiado a las escrituras sagradas, como por la
transmisión exclusiva de la palabra divina. Un claro ejemplo es la práctica de
juramento, compromiso de fidelidad vasallática, que se presta sobre la biblia, y basa su
fuerza entre la sacralidad del libro y la gravedad de las palabras pronunciadas. Así lo
escrito, cuya rareza le da una sacralidad mayor, confiere un notable prestigio a quienes
saben manejarla. Y si bien los clérigos pierden, entre los S XII y XIII, el monopolio de
lo escrito, siguen dominando el dispositivo que articula lo escrito y lo oral. Les importa
mas la exclusividad de la transmisión de la palabra de Dios que el control absoluto de lo
escrito.

Refundación y sacralización creciente de la iglesia (S XI y XII)

El fracaso de la tentativa carolingia libera a la iglesia romana de una asociación al


imperio. En el S X, la diseminación del poder de mando hace que la iglesia sea la única
institución capaz de llamar al orden y a la “paz de dios”. Al mismo tiempo, el proceso
de encelulamiento y la instalación de los señoríos la obligan a reaccionar con fuerza,
para evitar se su presa y ser su principal ordenadora.

El tiempo de los monjes y la debilidad de las estructuras seculares

En los S X y XI la iglesia se encuentra en una posición difícil ya que la autoridad del


papa el débil, sujeto a los conflictos de la aristocracia romana, y los obispos expuestos a
las presiones de los aristócratas locales. Los señores laicos se apropian del control de las
iglesias, cuyos encargados nombran y cuyas ganancias perciben. Por lo tanto, la iglesia
está en peligro de ser absorbida por los señoríos, en una situación de dependencia con
los laicos. Los llamados a una “paz de Dios” parecen ser un primer esfuerzo por evitar
esta situación y defender su posición.
Aunque el conjunto de la jerarquía secular está debilitado, estos siglos están marcados
por un considerable desarrollo monástico, del cual Cluny es su mejor testimonio.
La afirmación del poder de los monasterios se ve, además del privilegio de inmunidad,
en la exención, que despoja al obispo, de toda jurisdicción y todo derecho de
intervención en los asuntos de los monjes. Por entonces, la iglesia cluniacense adopta
una estructura centralizada, donde el abad de Cluny es también abad de los monasterios
que a él acuden para reformar su estilo de vida y sus prácticas litúrgicas (benedictina),
posteriormente se convierte en un archiabad, jefe de todos los establecimientos
dependientes de él. También sabe como responder a las necesidades de una sociedad
dominada por la aristocracia, donde los monjes cluniacenses, especialista en la liturgia
son requeridos por estos, lo que le vale generosas donaciones, base de su riqueza.
Además estas donaciones ordenan las relaciones sociales en el seno de la aristocracia,
pues jerarquizan a los donadores en función de su generosidad, hasta el grado de que
Cluny se muestra como el espejo de la conciencia aristocrática. Esta alcanza su apogeo
entre 954-1109. Ayuda a reorganizar los monasterios de Inglaterra a Guillermo el
conquistador y a los soberanos hispánicos de la reconquista, lo que le vale su apoyo
financiero.
Cluny encarna un monaquismo exigente, pero muy presente en los asuntos del mundo,
tomando parte activa en las luchas contra los enemigos de la iglesia los abades y
principales figuras de Cluny.
Desde ppios. Del S XII, la riqueza de Cluny es criticada, así como su relación con la
aristocracia. Además la protección del papa, antes garante de su autonomía, se convierte
en una pesada tutela.
A finales del S XI y durante el S XII, aparecen nuevas órdenes monásticas que se
esfuerzan por reafirmar la dimensión eremitita del monaquismo, que Cluny había
contrapesado con sus intervenciones. Así los Camaldulenses, los Cartujos y, sobre todo,
la orden Cisterciense, contradicen el monaquismo cluniacense, se implantan en las
zonas mas aisladas esforzándose por impedir que sus monasterios se conviertan en
nuevos Burgos. Estos también se rehúsan a percibir diezmos y poseer iglesias, y afirman
que los mojes deben subsistir por sus propias labores. Pero también tiene consecuencias
paradójicas cuando la orden crece y las donaciones se acumulan.

Refundación secular y sacralización del clero

El proceso conocido como “Reforma gregoriana” (por Gregorio VII 1073-1085) tiene
como ejes principales una refundación de la jerarquía secular bajo la autoridad del
papado y el fortalecimiento de la separación jerárquica en clérigos y laicos. Se trata así
de reformar y consolidar la posición dominante de la iglesia en el seno del mundo
feudal. Tiene su fase más aguda entre 1049-1122.
La exigencia de reforma lanzada por el papa León IX (1049/54), se presenta como un
ideal de retorno a la iglesia primitiva, pero trata de restaurar la jerarquía eclesiástica,
debilitando el dominio y la influencia de los laicos e impidiendo sus intervenciones en
los asuntos de la iglesia. Uno de sus primeros blancos es el emperador, puesto que aún
impera el modelo carolingio, lo que lo hace jefe de la cristiandad y tiene la investidura
para intervenir en las cuestiones eclesiásticas (todavía impone sus candidatos a la sede
romana).
También tiene importancia la cuestión de las investiduras, ya que los obispos, que
ejercen a la vez un poder temporal y un cargo espiritual, son parte instrumental de la
autoridad imperial, investidos por el emperador mediante el báculo y el anillo, hecho
que Gregorio tiene por inadmisible, y que son modificados mediante el concordato de
Worms en 1122. A partir de entonces se distinguen los poderes temporales del obispo y
sus poderes espirituales, de manera que emperador puede transmitir los primeros
(investidura con el cetro) y los segundos son realizados por otros clérigos (investidos
con el Báculo y el anillo). Sobre todo, el principio de la libertas ecclesiae lleva a
reafirmar que es una prerrogativa del cabildo catedralicio elegir a su obispo. Esto
provoca una modifica el reclutamiento, hasta entonces monopolizado por la alta
aristocracia, en provecho de la pequeña o mediana aristocracia. Esta transformación,
empuja a los obispos a defender sus prerrogativas con más cuidado, incluso frente a su
parentesco, favoreciendo así la defensa de los intereses de la iglesia, lo que acentúa la
separación entre alto clero y aristocracia laica.
Es el estatuto del clero el que esta en juego, los reformadores denuncian a los sacerdotes
indignos e incitan a los fieles a darles la espalda e incluso a desobedecerlos. Desde León
IX hasta mediados del S. XII, la condena de la simonía (adquisición ilícita de cosas
sagradas, mediante bienes materiales) y el nicolaísmo (caracteriza a los clérigos
casados) será el medio de acción de los reformadores. Mediante la primera se atacan
todas las formas de intervención laica, principalmente la apropiación señorial de
diezmos e iglesias, que reclaman por su restitución en las asambleas sinodales. El ritmo
de las restituciones es, generalmente, lento; recién en el S. XII el proceso se acelera.
En cuanto al celibato, ya era exigido desde el S. V , pero se trataba mas de una
exigencia moral que de una norma. Al hacer de la renuncia absoluta a la sexualidad la
regla definitoria del estado clerical, se procede a una sacralización de los clérigos y los
diferencia radicalmente de los laicos.
Así, lo que intenta la iglesia, durante los S XI y XII, es llegar a una sacralización
máxima del clero, que al mismo tiempo, refuerce su poder espiritual y prohíba a los
laicos toda intervención profanadora en el ámbito de la iglesia. Sacralizar es separar.
A partir de entonces, la relación entre la institución eclesial y la comunidad cristiana
queda transformada y es la razón de que el vocablo iglesia termine por significar
principalmente al clero y cristianitas para designar a la comunidad cristiana.

El poder absoluto del papa

La autoridad pontificia se afirma en conjunción con los procesos mencionados. El


primer paso fue garantizar su autonomía gracias al decreto de 1059, mediante el cual
Pascal II funda el colegio de los cardenales y le atribuye la elección del papa, con el
propósito de liberarla de las intervenciones del emperador o de la aristocracia romana.
Si bien en el curso del S XII su situación es inestable- en particular durante el cisma de
1130- y su situación financiera frágil, se estabiliza a partir de 1190.
Paralelamente, las intervenciones del pontífice se extienden a toda la cristiandad,
gobernando como si fuera una sola y única diócesis. El papa tiene jurisdicción para
intervenir en todos los litigios eclesiásticos, y sus decisiones, transmitidas mediante
Decretales, son recopiladas bajo Gregorio IX, el cual forma la base renovada del
derecho canónico. Además, a los obispos, ahora elegidos por el papa, se los obliga a
visitar San Pedro, en señal de obediencia a éste. También numerosas decisiones que
dependían de obispos o arzobispos, ahora dependen exclusivamente del papa. Un ej de
ello, son las canonizaciones, que hasta el S XI, el obispo era quien legitimaba y
reconocía la santidad de algún culto popular; pero posteriormente es el papa quien
confirma las canonizaciones y, consecuentemente, puede prohibir los cultos no
autorizados por él. Inocencio III promulga las normas obligadas del proceso de
canonización, el cual se debe llevar a cabo en la curia romana.
Esta afirmación de la autoridad papal tiene una amplia justificación teórica y
manifestaciones simbólicas ostensibles.
De antiguo, el papa era considerado vicario de pedro (primer obispo de roma). Durante
el S XII, y sobre todo con Inocencio III, el papa se reserva el titulo de vicario de Cristo
y al proclamarse como imagen terrenal del salvador, manifiesta el carácter monárquico
de su poder, en igualdad con la realeza de Cristo.
También se aplican nuevas insignias como la tiara y hacia el 1300, la tiara pontificia se
orna con 3 coronas. Los rituales pontificales se amplían pero, a diferencia de otros
soberanos, el carácter espiritual del poder pontificio obliga a aliar el fasto y la humildad.
Se multiplican los símbolos de abatimiento y recuerdan el carácter mortal del papa
como si fuera necesario subrayar la humildad del hombre pata exaltar mejor la
institución. Se hace necesario poner barreras a la confusión del hombre y su función,
peligro del cual Bonifacio VIII es ej. Quien confunde el cuerpo de la iglesia con su
propio cuerpo.
Entre los S XI y XII la supremacía pontificia se afirma, en virtud de la cual el papa
supera a todas las demás autoridades. Si bien Gregorio VII afirmaba que solamente el
papa podía usar insignias imperiales, arguyendo que el papa es el verdadero emperador,
la pretensión imperial del papado no siempre es pura teoría. Pero la cristiandad
medieval no asumió exactamente la forma de una teocracia, en la cual la iglesia asumía
la soberanía en los asuntos temporales.
Al término de los procesos, el carácter dominante de la iglesia está más marcado que
nunca. Tal reorganización alejan a la cristiandad occidental de sus orígenes, llevando al
Cisma de 1054, consumado durante el papado de León IX, que acompaña el momento
en que la forma occidental de la iglesia cristiana se diseña con nitidez.

El siglo XIII: un cristianismo con nuevos acentos

Entre los S. XI y XIII, occidente se transforma, se pasa de un mundo rural, donde


caracterizan los monasterios benedictinos, a un mundo mas densamente poblado, con
una catedral gótica en el centro de la ciudad. Al mismo tiempo la dominación de los
monjes cede terreno frente a la reafirmación del clero secular.

Del románico al gótico

De un edificio al otro se pasa del arte románico al gótico, que más que un cambio de
estilo, este cambio acompaña los profundos cambos sociales que llevan a modificar la
concepción social e ideológica de la arquitectura. El arte románico se conoce el arco
de medio punto y la bóveda de cañón. Ésta última recarga su peso en todo lo largo de
los muros laterales que la sostienen, por lo que solo pueden estar perforados por
ventanas estrechas, que dan una luz parsimoniosa e irregular, creando contrastes entre
zonas de luz y sombra que fragmentan el interior. Además, éste es un arte del muro y la
superficie, donde se subraya la importancia de murallas gruesas y densas que se
observa desde el exterior o se reproduce en el interior con los revestimientos. Estas
necesidades técnicas se combinan con móviles ideológicos, ya que la iglesia pretende
ser una fortaleza que se protege del mundo exterior y no puede dejarlo penetrar en su
interior. Por ello, se exaltan las murallas y las torres-campanarios que enmarcan la
fachada, significando la vigilancia de la ciudadela divina.
Para calificar la arquitectura gótica se enumeran el arco ojival, la bóveda de crucería
y los arbotantes; solo estos últimos son una invención gótica, pero la combinación de
estos tres elementos caracteriza al gótico, al servicio de un proyecto técnico-ideológico
nuevo. Se empieza a implementar entre 1130 y 1144, alcanza su madurez entre 1220 y
1270 (Chartres, Amiens, Reims y Bourges) y se convierte la técnica constructiva de
occidente hasta principios del S XVI.
Para entender este nuevo sistema constructivo se puede empezar con la bóveda de
crucería, formada por 2 nervaduras que se cruzan en ángulo recto, hecha de materiales
mas ligero, capaz de sostener el resto de la bóveda, ya que todo el peso se dirige a las 4
columnas que la sostienen de manera que mediante el contrapeso a estas fuerzas de los
arbotantes y contrafuertes, se puede prescindir de la función sostenedora de los muros
laterales, los cuales son reemplazados por los grandes vitrales, los que permite la
irrupción de luz, haciendo desaparecer los contrastes de luz en el lugar de culto. Se dice
entonces que, si el romano fue el arte del muro, el gótico es un arte de la luz y de la
línea, signo de una relación con el mundo más abierta.
Dos principios se encuentran en la búsqueda gótica. La unificación del espacio
interior, ligada a la adopción de planos que hacen que el edificio sea más homogéneo, a
diferencia de los espacios jerarquizados y diversificados del románico. (Principio de
clarificación)
El segundo principio consiste en un deseo de espiritualización, cuyo signo claro es la
negación del muro, en beneficio de la luz, que la edad media relaciona con lo espiritual
y la considera un símbolo de Dios. La verticalidad de las líneas arquitectónicas es otra
de sus manifestaciones, así como la búsqueda de una elevación de las bóvedas cada vez
más audaz. Además las catedrales constituyen el corazón de las ciudades medievales, a
las cuales parecen dominar por su imponente tamaño, visible desde muy lejos, signo de
su creciente interacción con la campaña circundante.

Las nuevas ordenes religiosas: los mendicantes

Entre los S XI y XIII cambia la iglesia como institución y acompañando estas


transformaciones surgen las órdenes mendicantes.
San Francisco, a cuyas biografías hay que entender más como modelo y valor ideal de
una época antes que como “verdad” biográfica, se dice que nace en 1181 en Asís, hijo
de un rico mercader. Mientras reza ante la imagen de cristo en la cruz, éste le habla y lo
invita a reconstruir su iglesia. Como laico, a quien las realidades materiales impiden
acceder a las verdades espirituales, Francisco aprende albañilería para reparar el
edificio. Pero es evidente que cristo lo llama para una misión más alta, y ante los
conflictos con su familia, renuncia a la herencia paterna, entregándole al padre sus telas
(acto decisivo de conversión) y se coloca, desnudo, bajo la protección del obispo. Así
abraza la exigencia de una pobreza radical y elige “seguir desnudo a Cristo desnudo”.
Empieza entonces a predicar con la palabra y con el ejemplo, viviendo con el evangelio
como única regla; hacer penitencia. Una de las tensiones constitutivas del personaje es
la conjunción de la penitencia con el júbilo, la elección de una penitencia extrema que
no conduzca a la huida del mundo, sino al amor a éste. Esto le vale un creciente
renombre, atrayendo a seguidores. Pronto se encuentra a la cabeza de una pequeña
comunidad y en 1209 el papa le otorga el derecho a predicar. Pronto le obligan a darle
una forma compatible con la estructura de poder de la iglesia y le exigen redactar una
regla formal. Pero a medida que la comunidad crece Francisco se aleja de las
necesidades de la dirección espiritual y material de su orden, renuncia a ser su jefe y
elije vivir como ermitaño. Acentúa sus penitencias y, muy enfermo, ocurre el milagro de
la estigmatización, cuando se le imprimen en su piel las 5 llagas de la pasión. Así, al
recibir las marcas del sacrificio divino, Francisco se identificaba, en su carne misma,
con Cristo. Dos años después de su muerte (1224) es canonizado.
Si bien contrapone el deber de penitencia a las necesidades institucionales, se cuida de
afrontar a la jerarquía (rebelde integrado). Por ello es que su orden estuvo marcada por
el conflicto entre quienes eran fieles a su estilo de vida (espiritual) y los conventuales,
que pretendían acomodarse a las reglas de la iglesia. La interpretación d la vida que se
impone demuestra la victoria de estos últimos.
Domingo de Guzmán (Castilla-1170) se inicia en la carrera eclesiástica, proveniente de
una familia de la pequeña aristocracia. En un viaje donde acompaña a su obispo,
descubre el impacto del catarismo y decide luchar contra la herejía. Hacia 1206 empieza
a predicar, pronto se le unen algunos discípulos y funda su primer convento en Tolosa.
En 1217, el papa aprueba la nueva orden, que se coloca bajo la regla de san Agustín.
Estos ven en la predicación un arma indispensable contra los enemigos de la iglesia; los
conventos de los “frailes predicadores” se multiplican rápido y Domingo muere, en
1221, al mando de una poderosa orden. Es canonizado en 1234.
La trayectorias de cada una de estas órdenes son opuestas, ya que los dominicos se
vinculan de inmediato con la institución eclesial y se especializan en las tareas
inquisitoriales, dedicados al estudio y a las tareas intelectuales que requiere argumentar
a favor de la iglesia.
No obstante, la evolución de las dos órdenes las acerca y, pronto, se ven unidas por
objetivos y prácticas similares, y opuestas por una intensa rivalidad.
Otras órdenes aparecen, pero el concilio de Lyon II (1274) limita su número a cuatro,
además de dominicanos y franciscanos, están los carmelitas, aprobados en 1226, y los
ermitaños de san Agustín, creados en 1256. Estas últimas mejor cohesionadas que las
redes monásticas anteriores. Cada una de ellas posee un componente femenino (las
Clarisas, que funda santa Clara de Asís) y otra dedicada a los laicos que desean vivir
devotamente. El ideal de pobreza, asociado a la humildad y la penitencia, es la
característica de las órdenes mendicantes. Si bien en un principio rechazaban las
donaciones que se hacían a la institución, pronto tendrán que forjar la teoría que los
bienes recibidos son propiedad del papa. La aportación de las órdenes mendicantes
consiste en una concepción original del papel del clero regular, puesto que aceptan una
regla de vida comunitaria, pero no optan por la huida del mundo, aceptan vivir con los
fieles para predicar con la palabra y el ejemplo. El S XII ya había visto cierto
acercamiento entre los regulares y los seculares, pero los mendicantes dan un paso más
al instalarse en las ciudades, solo que los regulares predicadores, son llamados frailes y
no monjes. Esta contribución es decisiva, ya que asumen un encuadramiento y una
pastoral adaptados a los medios urbanos. Al hacer esto intervienen en un terreno que
pertenece al clero secular, lo que los lleva a un conflicto con estos, ya que muchos
obispos ven con malos ojos a los predicadores que tiene mas éxitos y que acaparan más
donaciones.

La iglesia, la ciudad y la universidad

Dos creaciones de la edad media son la escuela urbana y las universidades, que durante
el curso del S XII sufren una importante evolución; Mientras que las escuelas
monásticas declinan, las escuelas catedralicias crecen rápidamente, algunas de éstas
comienzan a atraer estudiantes por la reputación de sus maestros, elevando el numero de
ellos en la enseñanza de derecho, medicina y teología. Pronto maestros y estudiantes
toman conciencia de que forman un medio específico, dedicados a la actividad
intelectual, muy ligada a iglesia, pero que, según Le Goff, el surgimientos de los
intelectuales medievales permite comprender la formación de las universidades, ya que
estas responden a un deseo de autoorganización de la comunidad de maestros y
estudiantes (igual que demás oficios) y la voluntad de autonomía respecto del obispo,
quienes por entonces conferían las licencias.
A finales del S XII y, sobre todo, durante el S XIII las comunidades de estudiantes
empiezan a poseer sus propios estatutos y privilegios otorgados por el legado pontificio,
gracias a los cuales la enseñanza ya no está sujeta al obispo sino que depende de la
corporación de maestros. A partir de entonces la universidad será “un cuerpo
profesional incluido en la iglesia a título de institución autónoma que está sujeta al
poder pontificio y a su control doctrinal, a salvo de la jurisdicción de los obispos y de
los señores (alessio)”. Entre las primeras universidades europeas provistas de estatuto
propio se encuentran Bolonia (derecho civil y canónigo), París (t), Oxford (t),
Cambridge (t), Montpellier (m), Salamanca, Nápoles, Padua y Tolosa.
La autonomía permite a la asamblea de los maestros, bajo la guía de su rector, decidir su
organización interna (se diferencian la facultad de las artes, propedéutica dónde se
enseñan las artes liberales del Trivium-retórica, gramática y dialéctica- y quadrivium-
aritmética, geometría, astronomía y música- y las “grandes facultades” de teología,
derecho o medicina) y sobre el reclutamiento de alumno y cooptación de maestros. Esta
cuestión se vuelve conflictiva cuando los frailes mendicantes empiezan a ocupar en las
universidades un lugar preponderante, lo que suscita la hostilidad de los maestros
seculares, quienes se quejan por la concurrencia desleal de aquellos que pueden enseñar
de manera gratuita por pertenecer a una orden. Esta posición ventajosa es ratificada por
Alejandro IV en 1225, y así, los frailes mendicantes monopolizan las cátedras de
teología más prestigiosas.
Si bien gozan de autonomía, hay una relativa homogeneidad de las enseñanzas y de las
formas de organización, lo que manifiesta la universalidad del poder pontifical de que
las universidades dependen. La escolástica es su método, desarrollado en el S XII, que
intenta asociar la fe y el intelecto, y convencer mediante razonamientos demostrativos y
argumentos de autoridad. Abelardo (1079-1142) desarrolla los principios de
argumentación dialéctica y los métodos que intentan resolver las contradicciones entre
las autoridades bíblicas y patrísticas. Durante el S XIII, la escolástica se amplifica y
perfecciona los métodos de razonamientos y argumentación admitidos por la comunidad
de maestros. La lectura comentada de los textos bíblicos es la base del trabajo
escolástico. La quaestio es la otra forma de la actividad intelectual: puede dar lugar al
debate oral (disputatio) sobre un tema determinado por el maestro, o puede ser objeto de
una redacción escrita. La conjunción de un conjunto extenso de quaestiones, tienen
como resultado las Sumas Teológicas, que marcan el apogeo de la escolástica en el S
XIII. Este género, que ambiciona con sintetizar y clarificar a fuerza de razonamientos,
todos los problemas relativos a dios, el hombre, el universo y la organización de la
sociedad. Además de la teología, los métodos escolásticos se extienden al estudio del
derecho y a ciertas disciplinas fundadas en la demostración y la verificación.

Predicación, confesión, comunión: una triada nueva

Desde finales del S XII, la insistencia en ciertas prácticas ahora reformuladas resulta en
la configuración del tríptico. Las transformaciones afectan a la comunión, sacramento
que asegura la cohesión de la comunidad y la división jerárquica entre clérigos y laicos.
El concilio de Letrán (1215), obliga a los fieles a recibir la comunión al menos una vez
al año, durante la pascua. Esto conlleva el deber de una confesión anual, ya que no sería
posible recibir la eucaristía sin haber purificado los pecados.
Desdel S VII, los monjes irlandeses introdujeron en toda la cristiandad el sistema de
penitencia tarifada, vigente hasta el S XII. Este consistía en un ritual de reconciliación
pública, donde los penitentes debían cruzar el umbral se su iglesia arrastrándose con
rodillas y codos, tras haber cumplido las indicaciones del penitencial, que fijaba para
cada falta la penitencia requerida, en forma de rezos, ayunos, mortificaciones o
peregrinaciones. En el S XII, este sistema debió parecer inadaptado, ya que los teólogos
definían al pecado como una inclinación interna y creían necesario evaluar la
intencionalidad de los actos. La penitencial renovada, que estaba en práctica antes de ser
sancionada, había vuelto a la confesión la parte esencial de la penitencia ya que, al
obligar al devoto a desnudar sus culpas y sufrir la humillación que esto provoca,
constituye una pena que éste se inflige a sí mismo. Una vez confesado, el sacerdote
otorga la absolución, sin esperar que se cumpla la penitencia. Esta sigue siendo
indispensable, aunque las indulgencias contribuye a evitar situaciones en las que no se
puede cumplir con la penitencia (ej: muerto sin la penitencia requerida, experimenta el
purgatorio, zafa por una indulgencia). La visita a un santuario y el recogimiento ante
ciertas imágenes, permite la suspensión de las penitencias. La tarea delicada de los
sacerdotes que someten a examen las conciencias de sus fieles, tiene en las sumas de
confesión una herramienta que les proporciona una clasificación de los pecados para
guiar su trabajo, y donde examinan metódicamente todas las dificultades y todos los
“casos de conciencia”. Los manuales de confesores simplifican una materia cada vez
más densa, a fin de ser una herramienta práctica a los simples sacerdotes. La confesión
articula el reconocimiento liberador con el reforzamiento del poder de la iglesia,
intermediaria para la salvación. Así la institución goza de un instrumento de control de
los comportamientos sociales que se inmiscuye en lo más íntimo de las conciencias
individuales.
El crecimiento de la confesión está acompañado por el de la predicación. Durante la
antigüedad tardía, esta se concebía como un ejercicio sabio destinado a los clérigos,
pero a partir del S XII, ésta se extiende y los laicos empiezan a ser los principales
destinatarios de los sermones de los regulares y, sobre todo, de los mendicantes, quienes
hacen de ésta un instrumento central para la instrucción de los laicos y que, el concilio
de Letrán les confía la misión de ayudar a los obispos en la santa predicación. Desde
entonces los sermones se pronuncian en las plazas, los domingos y los días festivos. La
nueva palabra se aleja de los cultos modelos anteriores y pretende transmitir el mensaje
divino sin dejar de hablar de cosas concretas y palpables que los fieles conocen por
experiencia. Así, la predicación pretende inculcar los rudimentos doctrinales y las
normas elementales de la moral que la iglesia define. Es, en este sentido, un instrumento
decisivo de la penetración de la aculturación cristiana. La predicación es, entonces, una
incitación a la confesión, y la triada forma, desde el S XIII, un conjunto fuertemente
articulado.

Ritualismo y devoción: ¿un cambio de equilibrio?

De todo esto, resulta un cambio de equilibrio, en el seno de las tensiones constitutivas


del cristianismo medieval. Durante la alta edad media y hasta el S XII, las prácticas
cristianas se caracterizaban por un ritualismo generalizado, que ilustran el clamor
monástico y la humillación a los santos. El cambio de acento consiste en una evolución
de los criterios y los modelos de santidad. La importancia de los milagros tiende a
disminuir, favoreciendo la escenificación de comportamientos morales que se presentan
a los fieles como modelos. De alli que la preocupación moral y casuística de los pecados
lleva a un aumento de la devoción personal, haciendo accesible la oración y meditación
piadosa a una élite laica, para los cuales se copian obras devotas en lengua vernácula.
Se da así un fenómeno de adopción, por parte de los laicos de prácticas anteriormente
reservadas a los clérigos. La consecuencia es su sumisión más estricta a los valores y
normas elaboradas por la iglesia, con mayor razón porque los clérigos no han
renunciado a ninguno de sus privilegios en materia sacramental y porque la dominación
ideológica de la institución parece más absoluta que nunca. Se trata así de un cambio de
acento, ya que el ritualismo no desaparece; los sacramentos siguen siendo la base de la
organización social.

Límites y contestaciones de la dominación de la Iglesia

La iglesia enfrenta, en su obra de dominación, hostilidades y rebeliones. Conviene


analizar las resistencias conjuntamente con el ejercicio de su dominio, ya que para
imponer mejor su legitimidad, todo orden necesita impugnaciones. En este sentido, no
sorprende que el proceso de refundación de la institución eclesial y de acentuación de la
cohesión de la sociedad cristiana, en los S XI y XII, vaya acompañado de un
resurgimiento de las disidencias, sobre todo heréticas, y de una intensificación de las
formas de exclusión. Ordenar y excluir, dos caras de la misma dinámica.

Los avances heréticos y la reacción de la iglesia.

La noción de herejía (etimológicamente, elección) tiene sentido en relación con su


contrario, la doctrina ortodoxa fijada por las autoridades eclesiásticas. Por tanto, el
problema de herejía surgió cuando la iglesia empieza a definir los dogmas en que basa
su organización y su dominio sobre la sociedad. De hecho, es durante el S XI cuando
estalla la primera crisis doctrinal, la cual tiene como consecuencia la elaboración de la
ortodoxia trinitaria y cristológica y el rechazo de una serie de herejías, siendo la
principal el arrianismo. Las herejías medievales se conocen a través de los textos de los
clérigos que las condenan, haciendo difícil separar las amalgamas y las exageraciones
ligadas a las necesidades de la polémica y la represión.
Algunos episodios aislados, pero significativos por su concomitancia, indican la
resurgencia de la cuestión herética poco después del año mil. Son acusados a la hoguera
un grupo de clérigos por negar la eficiencia de los sacramentos, un grupo de personas
que optaron por una forma de vida común, casta y penitente, entre otros casos. A estos
primeros síntomas de impugnación, sigue un tiempo de latencia en materia de herejía,
quizás porque, a partir de la mitad del S XI, la iglesia se absorbe en el proceso de
reforma y logra incorporar una parte notable de los impulsos hacia el evangelismo, en
beneficio de su lucha contra la facción conservadora del clero. Un duda de calificar
como herejes a los simoniacos, nicolaítas y a todos los que se le oponen.
Entre los años 1120 y 1140, la resurgencia herética y la reacción de la iglesia asumen
formas y proporciones nuevas, del cual, el tratado de Pedro el venerable, es el primer
testimonio notable.
La principal preocupación de los clérigos es la herejía cátara, cuyas primeras menciones
datan del decenio de 1140. Durante la segunda mitad del S XII, la iglesia organiza su
respuesta en los tres focos donde ésta está más desarrollada: Languedoc, el norte de
Italia y Renania. Los conocimientos sobre éstos son muy hipotéticos; se les atribuye el
inicio de una organización estructurada; en cuanto a las creencias es difícil extraerlas de
las diatribas de los clérigos. Se suele hacer una diferencia entre un dualismo radical y un
dualismo moderado. Los primeros creen que existen dos divinidades: dios del bien,
creador de ángeles y almas, y dios del mal, creador del mundo material y de los cuerpos.
Así, la reencarnación de cristo es impensable, y no es posible alcanzar la salvación más
que con el alma. Niega así los fundamentos del cristianismo. El dualismo moderado
admite un dios único, y le imputa la creación del mundo a un ángel caído, inferior a
dios, pero que tiene una autonomía mayor que la de la doctrina cristiana. Sin embargo,
en ambos casos el rechazo del matrimonio y de la reproducción carnal, y la crítica de la
iglesia es extrema. Los cátaros le otorgan valor a un solo sacramento, el
consolamentum, ritual de imposición de las manos que diferencia a los seres perfectos,
que asumen una vida totalmente pura, de los simples creyentes.
En un primer momento, los clérigos reaccionan con palabras, se organizan reuniones
para discutir opiniones. También la predicación se vuelve más eficaz, se logra el
arrepentimiento de algunos grupos, pero la represión se deja sentir. Es Inocencio III
quien acentúa las sanciones contra los herejes, en 1184, elaborando los instrumentos
jurídicos indispensables para la política represiva. En 1199, asimila la herejía a un
crimen de lesa majestad (divina), lo que implica la más rigurosa persecución y castigo.
El concilio de Letrán precisa el arsenal represivo contra los herejes, que deberán ser
excomulgados. Finalmente, Gregorio IX organiza los tribunales de la inquisición, cuyo
nombre deriva del método inquisitorial que utilizan. La denuncia no es necesaria para
abrir un proceso ya que, el juez puede abrir una investigación en base a un rumor o una
suposición, por lo tanto será indispensable que el acusado confiese, si es necesario,
mediante la tortura, que se tiene por legítima para descubrir la “verdad”. La inquisición
es, por entonces, un tribunal asumido por el obispo o que se confía a los mendicantes,
provisto de medios limitados y operando con relativa mesura en las acciones contra los
herejes, hasta principios del S XIV. Se trata de obtener una confesión y una retractación,
que permita al acusado reincorporarse a la comunidad tras el cumplimiento de una
penitencia. Solo la obstinación o reincidencia hacen que sean entregados al brazo
secular para que los castigue. Está lejos de la inquisición moderna, que lleva a cabo un
exterminio de brujos y brujas. La edad media sienta las bases de un principio represivo,
que el renacimiento y los tiempos modernos se encargan de explotar.
Se pueden distinguir diferentes niveles en las manifestaciones heréticas. En primer lugar
son una manifestación del evangelismo de los laicos, deseosos de retornar a la
simplicidad y a la pobreza originaria del cristianismo, los que se transforma en una
critica a la transformación de la institución eclesial, que si se radicaliza desemboca en
una impugnación de la mediación clerical. De esta manera se llega a la crítica a los
sacramentos, de las liturgias recientes y de los lugares y objetos en los cuales se encarna
la institución. Así, el evangelismo parcialmente asimilable, se transforma en una crítica
frontal, y de esta manera se impugna todo el edificio que el clero ha construido. Por
último, un tercer nivel, ilustrado por el catarito radical, consistía en una negación de la
doctrina de la iglesia, pero ¿tuvo adeptos? es probable que esta perspectiva haya sido
exagerada por los clérigos, pero quizás el evangelismo radicalizado sea el pivote e las
actitudes disidentes y mayor peligro que enfrentó la iglesia.

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