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El sistema (orden) neoligárquico chileno*

Jorge Vergara Estévez**

(Borrador, por favor no citar)

Decía Hegel que hay hechos históricos que por su profundo significado

constituyen acontecimientos filosóficos. Y ofrece como ejemplo la llegada de los

cruzados al Santo Sepulcro y la Revolución Francesa. Estos hechos constituyen

profundas rupturas que generan procesos de transformaciones radicales en todos los

aspectos de una sociedad. En la historia nacional el Golpe de Estado en Chile ha tenido

un indudable carácter refundacional, como se ha mostrado nítidamente en el período

dictatorial y postdictatorial. Estas transformaciones históricas se han basado en un

proyecto de una nueva concepción del hombre y la sociedad, del Estado, la política y la

economía. Se trata de una “planificación global”, como diría Góngora.

La referida ruptura histórica en nuestra sociedad fue explícitamente asumida

por varios de los investigadores en filosofía, los cuales se orientaron hacia la filosofía

política y la reflexión filosófica sobre nuestra sociedad y su cultura. En las últimas

décadas se han realizado un conjunto significativo de investigaciones. Los

principales han sido las de José Echeverría sobre filosofía del derecho; de Jorge

Millas, en sus últimas obras, Renato Cristi, Marcos García de la Huerta, Carlos Ruiz,

Hermes Benítez, Cristina Hurtado y Pablo Salvat. Asimismo, hay varios jóvenes

investigadores que están trabajando en esta misma orientación. Sus temas

principales han sido la teoría democrática, la reflexión filosófica sobre el

pensamiento político chileno, sobre sus imaginarios en la historia nacional, y el

___________________________________________
* Ponencia presentada en el Seminario “Filosofía y dictadura 40 años después” de IDEAS de la
Universidad de Santiago, 29 a 31 de mayo. Una primera versión abreviada fue una
presentación en la inauguración del año académico de 2013 del Magíster de Psicología de
Educación en la Facultad de Ciencias Sociales de la Universidad de Chile. Agradezco la acogida
de los colegas, especialmente de Jenny Assael y Rodrigo Sánchez.
** Dr. en filosofía de la Universidad de París VIII. Profesor del Departamento de Educación, de
la Universidad de Chile.
estatus de lo político en la sociedad chilena actual. Sus referentes filosóficos
principales han sido Hegel, Nietzche, Heidegger, Macpherson, Foucault, Habermas, la
filosofía política francesa actual y otros.
Este significativo giro hacia la filosofía política se produjo, asimismo, en las
últimas décadas, en la filosofía europea y latinoamericana, especialmente en la
francesa, aunque de modo diferente en cada contexto. Esta concepción de una
“filosofía situada” es cercana a la postura de Hannath Arendt quien escribía en su
obra Entre el pasado y el futuro: “El pensar como tal nace a partir de la experiencia de
los acontecimientos de nuestra vida y debe permanecer vinculado a ellos como los
únicos referentes en los que puede orientarse”. Y, en otro libro decía: “La
comprensión significa, más bien, examinar y soportar conscientemente la carga que
nuestro siglo ha colocado sobre nosotros”.
Desde 1973, la sociedad chilena ha sido sometida a un conjunto de profundas y
diversas transformaciones, que han generado diversos procesos y efectos, unos
esperables y otros imprevistos. El objetivo de este artículo es explorar las posibilidad
de interpretar la situación actual de la sociedad chilena como un específico sistema
neoligárquico.
Desde los años ochenta, se han elaborado diversas interpretaciones sobre el

orden social instaurado por la dictadura, que ha sido profundizado y consolidado y

legitimado durante el período postautoritario. Estas interpretaciones representan y

sistematizan varias tendencias sociales y políticas frente a los cambios estructurales de

la sociedad chilena en las últimas décadas. La primera corriente puede ser

denominada conservadora, pues sostiene que dichas transformaciones eran

completamente necesarias y convertirán a Chile un país desarrollado para beneficio de

todos. La segunda que puede denominarse neoconservadora comparte esta

concepción, pero agrega que es necesario introducir algunos cambios para

“perfeccionar” o “mejorar” este orden social y asegurar su sustentabilidad en el

tiempo. La tercera de estas corrientes cuestiona los principios y orientaciones centrales

de este orden y propone su cambio estructural.

El autor más representativo e influyente de la corriente conservadora es Lavín

(1987 y 1989). En la neoconservadora destaca el libro de Boeninger, Chile rumbo al

futuro (2009). La obra más representativa de la postura crítica es Chile: anatomía de un

mito (1997) de Moulián. El Informe del PNUD del 1998. Las paradojas de la modernización

es un caso especial. De una parte, se aproxima a la posición neoconservadora, pues

afirma que el sistema institucional existente es el adecuado para un país como Chile, la
cual es la tesis central de lo conservadores. Sin embargo, este estudio demostró que las

instituciones tanto públicas y privadas (partidos políticos, el parlamento, los gremios

empresariales, las AFP, etc.) funcionaban, pero para su propio interés y de las minorías

de poder que las controlan, subordinando o vulnerando la subjetividad de los

ciudadanos y clientes. Esto genera un indudable malestar de la población sobre esta

modernización. El Informe fue tan amplio, cuidadoso y metodológicamente logrado

que estimuló un conjunto de estudios y encuestas. Fue como la apertura de una caja de

Pandora, que demostró la existencia de una creciente separación entre el

funcionamiento de las instituciones públicas y privadas y la subjetividad e intereses de

los chilenos, por ello se ha convertido en un referente necesario de los estudios críticos

posteriores.

Las interpretaciones sobre las transformaciones de la sociedad chilena se

sintetizan en diversas denominaciones. Algunas de las más importantes han sido “el

experimento neoliberal” (Cieplán); la “sociedad emergente” (Lavín 1987 y Lavín y

Larraín 1989); la “modernización paradojal” (Pnud 1998); “una revolución capitalista”

(Moulián 1997 y Brunner y Moulián 2002); “una sociedad neoliberal avanzada”

(Gómez 2007); “la transición exitosa” (Boeniger 2009 y otros); “el modelo económico

chileno” (Mayol 2012), etc. Cada una de estas denominaciones destaca aspectos

significativos, pero no incluye otros importantes y presenta ciertas limitaciones. Por

una parte, la dificultad principal es la de articular el análisis de las instituciones con el

de la subjetividad política y social, y por otra parte, estas interpretaciones son

insuficientes o demasiado generales para esclarecer la especificidad del sistema actual

que rige la sociedad chilena contemporánea.

Una de estas denominaciones es la de “modernización neoliberal chilena”.

Presenta la ventaja que favorece la comparación con las modernización anterior de

carácter desarrollista que se extendió hasta los setenta del siglo pasado (Arribas y

Vergara 2002; Vergara 2003). Es parcialmente adecuada, puesto que la mayor parte del

sistema institucional heredado de la dictadura fue creado en nombre de la libertad

económica y de la “libertad para elegir” (Friedman), y aparentemente corresponde, en

gran medida, a las concepciones neoliberales. Sin embargo, varios países han

experimentando modernizaciones neoliberales por ejemplo Argentina o la están


viviendo como Colombia. La modernización chilena tiene un carácter especial,

distintivo, en la cual los componentes neoliberales han sido integrados y están en

función de un sistema más complejo.

A partir de los análisis de Norbert Lechner y de Aníbal Pinto puede plantearse

una línea de trabajo que pareciera fructífera para elaborar una representación más

compleja y específica de la sociedad chilena contemporánea. En Chile se habría

constituido y desarrollado “un sistema (orden) neoligárquico”. La idea de “orden”,

como la entiende Lechner, es una perspectiva para comprender la reproducción social

que incluye los subsistemas económico, político y social, e integra la dimensión de la

institucionalidad pública y privada con la de la subjetividad social (1984, 2006 y 2007).

Pinto, por su parte, destacó las tendencias desmodernizadoras del nuevo orden y el

hecho de que estaba inspirado en la república oligárquica del siglo XIX (1981). El

nombre de uno de sus artículos de los ochenta expresa esta interpretación sobre el

carácter de esta modernización socialmente reaccionaria: “La vía chilena hacia el siglo

XIX”1. De ahí provendría su carácter de “neoligárquico” aunque no él no usó la

expresión. Los análisis del economista Roberto Pizarro sobre los subsidios a las

empresas y la orientación de las políticas económicas para favorecer las grandes

empresas han explicitado la existencia de “el capitalismo subsidiado chileno”, el cual

no corresponde sino parcialmente a las concepciones neoliberales 2, y el carácter de

“laissez-faire oligárquico” chileno, como lo ha llamado el Financial times.

Este orden se basa en un sistema institucional público y privado los cuales se

articulan funcionalmente, con un mínimo grado de conflictividad. Se reproduce

mediante políticas públicas basadas en la teoría neoliberal, pero este orden no puede

entenderse solo por la aplicación de esta (Foxley 1982, Monckeberg 2001, Cademartori

2001 y Garate 2010). Diversas instituciones como la previsional y las políticas subsidio

1
En los primeros meses de la dictadura un editorial de El Mercurio rechazaba que el período
que se iniciaba fuera de “restauración” del orden democrático precedente hasta 1970. En 1974, el
5 de septiembre, Guzmán en una intervención en la Comisión Constituyente sostuvo que los
gobiernos anteriores, entre 1932 y 1073 habían fracasado.
2
Existe una vasta gama de subsidios directos e indirectos para las grandes empresas: bancarias,
inmobiliarias, de exportación maderera, universidades privadas, cadenas de retail, etc. Estos
configuran una importante tendencia intervencionista, cuestionada por el pensamiento
neoliberal.
a las empresas privadas se atribuyen a dicha teoría, pero la teoría económica neoliebral

rechaza dichos procedimiento y los acepta solo excepcionalmente.

La característica principal de esta sociedad es que es gobernada por una elite o

“minoría consistente” como la denominaba Lechner (1984), que concentra las

principales formas de poder social (económico, político, comunicacional, religioso,

militar, educativo y otros) (García de la Huerta 1999)3. Podría decirse con Mosca que

siempre es así que todo gobierno es elitista. Sin embargo, pocos países muestran tal

grado de concentración del poder.

Este sistema neoligárquico tuvo como precedente significativo la república

oligárquica chilena que se extendió casi un siglo, desde 1830 hasta 1924. En los

primeros años de la dictadura militar, el gobierno hacía una constante apelación a la

“República Portaliana” y su “virtudes” de unidad nacional, impersonalidad, y

orientación hacia el bien común. Esta apelación tenía un doble carácter. De una parte,

buscaba legitimar el régimen dictatorial como recuperación de un pasado mitificado.

De otra, de carácter identitario: el nuevo régimen implicaba una ruptura radical y

definitiva con el período democrático anterior, y contenía una promesa para sus

partidarios de consolidar “el cambio de poder” mediante un proyecto de

monopolización de toda forma de poder social. No era una mera restauración del

orden oligárquico del siglo XIX, pero este era su modelo actualizado de privatización

toda forma de poder social4.

La elite de poder está formada de por un conjunto de grupos de grandes

empresarios, políticos, lobistas, jueves superiores, burócratas y profesionales (con

cargos directivos o exitosos económicamente), oficiales superiores de las Fuerzas

Armadas y obispos y algunos pastores evangélicos. Existen instituciones transversales

dentro de la elite de carácter religioso (Opus Dei, Legionarios de Cristo y otras),

sociales (Masonería, clubes), que los congregan. Estos grupos se autorreproducen y su

3
Esta característica central en un orden (neo)oligárquico no está presente en la concepción de la
“verdadera” democracia como la concibe Hayek (1976). Más aún, en su modelo político rechaza
que los empresarios ejerzan directamente el poder político.
4
La elite actual es más diversificada que la de la República oligárquica, pues ha incorporado
sectores empresariales (comerciales, financieros y otros) de origen emigrante, dirigentes
políticos de diversos partidos y miembros de algunos grupos profesionales (jueces superiores, .
ingreso muy limitado5. Aunque tienen distintas posturas e intereses particulares sobre

ciertos ciertos temas, la elite de poder tiene como “cemento ideológico” un consenso

básico de supuestos y principios compartidos. Esta ”construcción social de realidad”

(Berger y Luckman 1966), incluye representaciones idealizadas y corporativas sobre su

rol en la sociedad chilena, cada uno de estos grupos que se consideran el eje o “motor”

de la sociedad 6. Este consenso básico le otorga un alto grado de cohesión y le permite

controlar los conflictos entre sus grupos evitando que amenacen su cohesión. Existe a

la vez una trama de intereses que asegura y acrecienta los diversos privilegios de que

goza esta elite. El principal de los cuales, como se ha demostrado en los últimos años,

es el acceso a redes de corrupción constituida por el financiamiento ilegal permanente

de los dirigentes y partidos políticos por las principales empresas y grupos

económicos del país. Las empresas de lobby y las más importantes oficinas de

abogados se ocupan de armonizar los conflictos en estos grupos de poder y aseguran

la (casi) completa impunidad que gozan los responsables de fraude y otras formas de

corrupción

Otros procedimientos complementarios de reproducción de la referida trama

son: “la convergencia de intereses”- por ejemplo el nombramiento de parientes en

cargos públicos, la presencia de empresarios como ministros o directivos públicos- “la

circulación de los tecnócratas y gerentes entre el sector público y privado” y otras

formas de corrupción directa7. De este modo, representantes políticos y directivos de

organismos públicos que están (o estuvieron) directamente ligados a empresas o

grupos privados como funcionarios públicos participan en la toma de decisiones de

organismos públicos, cuyos resultados pueden beneficiar a dichas empresas. Esto es

rechazado por la opinión pública que los denomina ”conflicto de intereses”. Otra de

las modalidades es el nombramiento en el directorio de empresas públicas a políticos o

5
Un estudio del Pnud ha señalado que la elite de poder chilena es una de las más cerradas del
mundo y menos permeable que la alemana y la inglesa.
6
Los grupos principales poseen discursos corporativos según los cuales son el centro de la
sociedad: “la locomotora de la sociedad” en el discurso del Opus Dei, “el motor del desarrollo”
entre los empresarios, “el garante de la constitución y del orden”, en las fuerzas armadas, etc.
7
Uno de los procedimientos más frecuentes es el de las donaciones que reciben los partidos y
los candidatos de (casi) todos los partidos de parte de las empresas. Esto asegura verdaderas
“redes de protección” de las mismas.
empresarios que están en el directorio de empresas privadas 8. También la

incorporación al directorio de importantes empresas de (ex)parlamentarios o

directivos de organismos estatales. Otra modalidad es el nombramiento como

ministros o altos funcionarios públicos a empresarios o directivos de empresas del

mismo sector. Por ejemplo, en los últimos años ha habido varios ministros de

educación y otras carteras que son dueños de universidades privadas o de colegios.

Fue el caso del ex Ministro Joaquín Lavín y del actual Ministro de Educación que es un

empresario del área educativa. En otros casos, se producen diversas formas de

corrupción como las que se conocieron del Comisión Nacional de Acreditación. Este

alto grado de corrupción- uno de los mayores en la historia de Chile-, afecta a la

mayoría de las instituciones públicas: parlamento, partidos políticos, municipalidades,

ministerios, organismos públicos, fuerzas armadas, carabineros y también a

instituciones de la sociedad civil como la Iglesia Católica. Estas operaciones

habitualmente las efectúan miembros de la elite: políticos, directivos de organismos

públicos en connivencia con empresarios9.

Esta oligarquía (el término significa en griego el gobierno de pocos) no es un

establishment10, es decir carece de un proyecto nacional inclusivo. A diferencia de los

establishments japonés y sueco no busca crear un orden social equitativo con desarrollo

sustentable, que asegure la satisfacción de las necesidades básicas de todos, que

integre a la gran mayoría de la población, y limite las desigualdades sociales y

económicas. La elite chilena gobierna la sociedad para su propio beneficio y tiene

escaso interés y capacidad para intentar disminuir los problemas principales de la

sociedad. El resultado es que el país funciona (relativamente) bien para un tercio o

menos de su población.

Más allá de la elite está “la población”, “la gente”, “el capital humano”, “los

clientes” y “usuarios”, que tienen muchos deberes y escasos derechos. Ellos son objeto

8
En tiempos de Lagos había 80 miembros de directorios de empresas públicas que a la vez lo
eran de grandes empresas privadas. Cuado estalló el escándalo de La Polar se supo que había
ocho miembros del directorio de la empresa que a la vez lo eren de empresas públicas, y se les
pidió la renuncia.
9
Orellana, Patricio, “Probidad y corrupción en Chile. El punto de quiebre”, Polis Nº 8,
Santiago, 2004.
10
Fue el economista Thurow del MIT quien señaló, en un artículo, la diferencia entre oligarquía
y establishment (Thurow 2009)
de diversos abusos: en la fijación de precios de servicios domiciliarios monopólicos, en

los acuerdo de precios oligopólicos de cadenas de farmacias, bancos, locomoción

colectiva, clínicas privadas, etc. Asimismo, la elite controla la sociedad mediante un

vasto sistema de desigualdades y discriminaciones que abarca todos los espacios

sociales: la educación, las comunas, la salud, etc. Todo esto genera una disonancia u

oposición entre los intereses y decisiones de la nación y la elite, la cual es incapaz de

articular e integrar a su proyecto los intereses, perspectivas y expectativas de la

mayoría (Pnud 1998 y Arribas y Vergara 2002). Una manifestación relevante es el alto

nivel de desigualdades en la distribución del ingreso, uno de los peores del mundo. La

nación ha sido convertida por este sistema en “la mayoría marginada”, empleando una

expresión de Basaglia.

Este orden económico-social tiene un alto grado de institucionalización que le

otorgan los sistemas jurídico y político heredados de la dictadura y perfeccionados en

el período postautoritario. No obstante, es una paradoja la existencia de un sistema de

legitimidad legal, cuya legislación es considerada ilegítima por la mayoría de los

ciudadanos que quieren una nueva constitución y sistema electoral y el cambio de las

principales leyes. Se ha constatado que, desde el 2003 en que se dictó la ley de

financiamiento de las elecciones, los dirigentes políticos, la Presidenta, anteriores

Presidentes, ministros y ex ministros, directores de Impuestos Internos, de la

Superintendencia de Sociedades Anónimas, accionistas principales, miembros de los

Directorios de grandes empresas, gerentes, etc. sabían que se estaba cometiendo los

delitos de “fraude”, “cohecho”, “tráfico de influencias” y otros delitos mediante las

donaciones ilegales mediante facturas falsas y otros procedimientos y no los

denunciaron o directamente participaron en esos delitos.

Asimismo, la elite de poder chilena posee una importante red de contactos y

acuerdos internacionales políticos, económicos, militares, religiosos, comunicacionales

y otros. Los organismos crediticios internacionales - FMI, BM, OCDE, OMC, BID y

otros-, así como los grandes medios de comunicación han construido durante más de

tres décadas una imagen idealizada de la economía chilena y de su institucionalidad.

Estos le confieren una imagen internacional de legitimidad que no corresponde, sin


embargo, al creciente desprestigio interno de las principales instituciones públicas y

privadas, según lo muestran los estudios sobre opinión pública desde 1998.

En este orden neoligárquico el sistema educativo cumple cuatro funciones

básicas. La primera es que es una importante área de inversión, una “industria” de

alta rentabilidad, una de las mayores del país, cuyo gasto publicitario se cuenta entre

los más importantes por su monto y masividad.

Segunda. Es una “industria” subvencionada por el Estado neoligárquico. Esta

tiene como clientes a la mayoría de los estudiantes del país. Existe un conjunto de

subsidios directos e indirectos a los colegios privados. Estos incluyen la subvención

por asistencia de alumnos en los subvencionados, la cual se entrega sin control y sin

rendición de cuentas. También, incluye préstamos con intereses blandos a las escuelas

privadas subvencionadas para infraestructura y también donaciones directas. De este

modo, el Estado favorece a la competencia de la educación pública.

Por su parte, las universidades privadas reciben un conjunto de subsidios

indirectos y directos. Tal vez el más importante económicamente, es el doble subsidio a

los préstamos con aval del Estado. De una parte, el Estado aún compra los créditos

vencidos, y de otra subvenciona la reducción de la tasa de interés de los actuales

deudores de dichos préstamos bancarios. Otra subvención indirecta lo constituye la

ausencia de impuestos a las matrículas y mensualidades, pues gozan del estatus de

instituciones sin fines de lucro. Si se cobrara solo el impuesto de los servicios

profesionales, el Estado recibiría al menos el 10 % de sus grandes ingresos. Tampoco

pagan impuesto a las ganancias.

A esto se agrega las donaciones de empresas que se descuentan entre el 50 % y el

80% del pago de impuesto de los donantes. De este modo, las llamadas “universidades

privadas nuevas”, casi todas con fines de lucro, especialmente las más ligadas a los

grupos de poder han obtenido considerables recursos de origen público. Por estas vías

todos contribuimos a financiar las más exclusivas y onerosas de las universidades

privadas. Hay otros subsidios que provienen del AFI que consiguen las más

prestigiosas de las nuevas universidades privadas, y también acceden crecientemente a

fondos concursables.
Tercera. El actual sistema educativo permite a los propietarios de los

establecimientos privados ejercer control ideológico y político sobre la docencia y los

profesores. Esto tiene especial importancia, pues la creciente privatización de la

educación en todos sus niveles está disminuyendo la proporción de estudiantes en

establecimientos públicos y aumentando la de los privados a cerca del 70 % de

lsoestudiantes. En este sistema neoligárquico de la desregulación, los empresarios

privados no asumen ningún compromiso de pluralismo, que es una condición básica

de la educación de calidad, pues permite que el estudiante pueda formar su propia

postura de modo reflexivo, conociendo diversas formas de pensamiento. Los

directivos de los establecimientos privados con frecuencia imponen o limitan los

contenidos de los programas, y pueden y de hecho lo hacen en diversos casos, ejercer

censura sobre corrientes intelectuales, autores y temas. Esta se potencia por el hecho de

que la legislación laboral actual permite desvincular a uno o varios profesores en

cualquier momento, sin mayor costo para el empleador. Estos procedimientos

permiten a los dueños de establecimientos privados ejercer un creciente control

ideológico y político sobre los profesores. Son muy pocas las escuelas y universidades

que no pertenecen a sectores conservadores, y muchos de ellas son confesionales. La

minoría empresarial y de intelectuales conservadores controla, en importante medida,

la actividad docente nacional, lo cual refuerza su poder comunicacional y cultural de

sus medios comunicativos y sus editoriales. Este sistema de control es contradictorio

con uno de los objetivos transversales de la educación básica y media que consiste en

formar estudiantes con espíritu crítico y capacidad de reflexión propia

Cuarta. La mantención del actual sistema educativo tiene un especial significado

político para los sectores conservadores. Este se constituyó como una de las principales

“modernizaciones” de la dictadura, desde comienzos de los ochenta. Esto sectores

temen que si no pudieran evitar su cambio se podría desencadenar “un efecto

dominó”11. Es decir, esta transformación podría arrastrar y derrumbar las principales


11
Esta metáfora política proviene de la guerra fría: “La Teoría del dominó o también llamado
secuencia efecto bola de nieve aplicada a la política internacional establece que si un país entra
en un determinado sistema político, arrastraría a otros de su área hacia esa misma ideología. No
se sabe con certeza el ideólogo de esta teoría; pero se suele nombrar al político estadounidense
John Foster Dulles y a la Doctrina Truman, quienes vaticinaban que el comunismo podría
expandirse por todo el mundo si no se lograba detener la espiral”, Wikipedia, “La teoría del
espiral” en http://es.wikipedia.org/wiki/Teor%C3%ADa_del_domin%C3%B3. Esta metáfora del
instituciones públicas y privadas del orden neoligárquico. Se trata de una metáfora de

estrategia militar. Los sectores partidarios de este orden social lo identifican con una

red de fortalezas entrelazadas que están sitiadas por los enemigos del orden. Esta

metáfora proviene de la matriz conservadora que sostiene que el orden social siempre

es precario y está amenazado por su disolución12. Un historiador conservador decía:

“el orden es el agotador trabajo de Sísifo de la humanidad contra el que la humanidad

se halla en constante conflicto”13. En el caso chileno, el sistema educativo y la

Constitución de 1980 estaría radicalmente amenazado por “las hordas”, como dijo

Carlos Larraín, que fuera presidente de uno de los principales partidos políticos

conservadores, o por “la calle” como señala Pérez de Arce.

Dadas sus características, este sistema presenta un déficit hegemónico

permanente, por lo cual debe emplear diversas formas de coerción para mantener el

estatus que se ejerce como violencia policial sobre los movimientos sociales, sindicatos

y otros. Por ello, su sistema institucional público y privado muestra una creciente

“crisis de legitimidad”14.

El Informe del Programa de Naciones Unidas para el Desarrollo, Desarrollo

Humano en Chile 1998: Las paradojas de la modernización, mostró hace 15 años, un

profundo malestar de los ciudadanos frente a la modernización neoliberal. Respecto al

sistema político ya se manifestaba en la decreciente participación de los jóvenes en los

registros electorales, desde el 14,8 % en 1988 a 11, 7 en 1997, así como el aumento de la

abstención y los votos nulos que sumaba más del 27 % de los ciudadanos inscritos

(PNUD 1998: 52). Esta abstención ha llegado al 60 % en la última elección municipal.

La opinión respecto a los políticos ya era también negativa: el 74,9 % pensaba que los

dominó fue usada por Robert MacNamara, el Secretario de guerra estadounidense, para
justificar la continuación de la guerra de Vietnam, justamente, cuando la estaban perdiendo.

12
Un notable ejemplo de pensamiento conservador es Peter Berger. Vd. El dosel sagrado.
Elementos de una sociología de la religión, Amorrotu, Buenos Aires, 1971. Asimismo, vd. la crítica
de Hinkelammert, Franz, Crítica de la razón utópica, cap. San José de Costa Rica, 1984
13
Ferrero, Guglielmo, The Principle of Power (cit, por Hayek, Friedrich von, Derecho, legislación y
libertad, vol. 1, Unión Editorial, Madrid, 1978 p. 19).
14
Este concepto fue planteado por Habermas en 1976, pero estaba limitado al sistema político,
pero es aplicable al conjunto de las instituciones públicas y privadas de un país.
“parlamentarios sólo se preocupan en elecciones”; y el 65 % opinaba que “en Chile los

partidos políticos sólo persiguen sus intereses” (Ibíd: 137).

Desde entonces, diversos estudios de opinión pública muestran la permanencia y

crecimiento de estas tendencias. Según el Latinobarómetro de fines del 2011 hay un

rechazo mayoritario al sistema económico que comprende, según los diversos

estudios, a dos tercios de la población o más. Segundo, hay una baja aprobación y un

creciente rechazo por los partidos políticos y el parlamento. Tercero; solo el 22% de los

chilenos, está de acuerdo a la afirmación de que se gobierna por el bien del pueblo

(2011: 35). Solo el 6% piensa que la distribución del ingreso es justa (Ibíd: 34). Parece

necesario profundizar las miradas críticas sobre las instituciones y organizaciones con

las que nos relacionamos cotidianamente, porque fuimos socializados por y en ellas. Es

legítimo preguntarnos, si podríamos conseguir que lleguen a respetar nuestro meta-

derecho fundamental: el “derecho a tener derechos” de todos nosotros, de sus

ciudadanos, asociados y clientes.

Los Informes del PNUD muestran que se ha producido un mejoramiento de

algunos aspectos significativos de la calidad de vida. Los indicadores sociales de

escolaridad, agua potable, expectativas de vida, alfabetización y otros han mejorado en

estas décadas. Sin embargo, en otros hay decrecimiento y deterioro: (a) ha aumentado

la contaminación auditiva y atmosférica urbana, una de las mayores de América

Latina; (b) también la contaminación de ríos, napas subterráneas, playas y costas; (c) la

falta de seguridad personal por el notable aumento por la delincuencia en todas sus

formas; (d) los graves déficits de atención de salud de urgencia, enfermedades crónicas,

operaciones, etc.; (e) el pésimo sistema previsional privado y obligatorio por su

cobertura insuficiente, altísimos costos de administración y de rentabilidad para sus

propietarios, y bajísimas pensiones, todo lo cual obliga al Estado a subvencionarlo para

mejorar su cobertura y alcanzar mínimos niveles de pensiones; (f) la mala calidad de la

locomoción colectiva y sus altos precios; (g) los bajos sueldos que no tienen relación

con los ingreso per cápita y que obligan a la mayoría de la población a un alto nivel de

endeudamiento con intereses muy altos, fijado por los oligopolios de bancos y de las

multitiendas; actualmente la deuda acumulada alcanza al 70 % del ingreso familiar; (h)

el deterioro de la función judicial, que lo ha convertido en el sistema judicial más


desprestigiado de América Latina, cuya aceptación de solo 32 % (Latinbarómetro

2011); (i) los déficit o mala calidad de los productos; (j) la mala atención y abuso de

poder de las instituciones públicas y privadas, según una encuesta la mitad de las

personas dicen haber sufrido ”abusos de poder”; (k) la disminución del tiempo libre y

del descanso.

Los efectos psicosociales de la vida en este orden neoligárquico están entre los

más preocupantes y menos difundidos de la modernización chilena y forman parte de

lo que podría llamarse la baja calidad de vida psicológica 15. Un tema relevante se

refiere a la discriminación y la intolerancia. Aunque no tenemos investigaciones

empíricas y cuantitativas del período precedente a la modernización desarrollista que

permitieran una precisa comparación, sin embargo, existen numerosos antecedentes y

testimonios, incluso de observadores extranjeros, de que hace cuatro décadas los

niveles de intolerancia y discriminación eran menores que actualmente. Sin embargo,

hay antecedentes de altos niveles de discriminación anteriores contra ciertos grupos:

mapuches, bolivianos y peruanos, mujeres separadas, agnósticos y homosexuales. Más

aún, la imagen compartida por chilenos y extranjeros era que la sociedad chilena era

tolerante y conciliadora.

La Primera Encuesta (sobre) Intolerancia y Discriminación, realizada en 1997 por la

Universidad de Chile, reveló en primer lugar, que existe intolerancia y discriminación

hacia una gran diversidad de personas: por su género, contra las mujeres; por su nivel

etario, se discrimina a los jóvenes y las personas de tercera edad; por sus características

étnicas a los mapuches, coreanos y orientales, judíos, peruanos, haitianos, bolivianos y

otros; por su religión, se manifiesta contra los evangélicos, los miembros de otras

religiones y los agnósticos; social y educativa, se discrimina a los pobres y los de menor

educación; a los personas con impedimento, con sida y otros (Fundación Ideas 1997).

Segundo, los niveles de intolerancia y discriminación son altísimos y recorren una

gama que va desde un "preocupante" 20% hacia los discapacitados, hasta un

"gravísimo" 60 %, hacia los homosexuales. Todos los casos superan el 20%, y casi todos

15
El Informe de 1998 del PNUD omitió este aspecto.
tienen el carácter de "alarmantes" o "gravísimos", de acuerdo a los criterios

internacionales (Fundación Ideas 1997: 26 - 27).

Tercero, la diversidad y nivel de la intolerancia y discriminación conduce a una

situación perversa y paradojal. La gran mayoría de la población, constituye la mayoría

marginada y marginante: "desde la niñez a la ancianidad, nadie está libre de ser

discriminado por alguna razón. Pero así como en algún momento hemos sufrido

discriminación e intolerancia, también nosotros hemos discriminado y hemos sido

intolerantes" (Estévez 1995: 255). Sólo una minoría de varones profesionales, de ingreso

alto, católicos, de aspecto europeo, sanos y heterosexuales, no podría ser objeto de

discriminación en la sociedad chilena.

Otro tema de interés el del conformismo. Los análisis del Pnud y otras

investigaciones, que lamentablemente no se han difundido (suficientemente), muestran

que aunque la mayoría de los chilenos están profundamente desconformes con los

procesos de modernización, hasta hace pocos años no tenían (muchas) esperanzas de

cambio y asumían actitudes de conformismo, resignación y desesperanza. Las

encuestas del PNUD, por ejemplo, muestran que el 82,8 % piensa que, actualmente, la

gente no vive más feliz que en el pasado (Pnud 1998: 53).

Otro aspecto significativo es el de la frustración generalizada que surge ante la

imposibilidad de acceder a los niveles de consumo prometidos por esta modernización.

Desde su inicio esta estuvo acompañada por un marketing agresivo y sin limitaciones

de productos y servicios, mediante todas las formas de publicidad y la difusión masiva

de series televisivas y filmes, casi todas de origen norteamericano. Chile es uno de los

países de mayor gasto de publicidad por habitante y esta ocupa gran parte de los

espacios públicos urbanos e incluso de caminos. Se ha producido una “nueva

revolución de expectativas”, como decía el economista Fajnzylber, y el consumo se ha

convertido en una de las principales fuentes de identidad social frente al vaciamiento

de la actividad política y social.

Cuarenta y cinco años después para la mayoría de la población dichas

expectativas sólo se han realizado muy parcialmente, pues sus bajos ingresos le
permiten comprar sólo una parte pequeña de los bienes deseados. Sin embargo, la

inversión de tiempo, esfuerzo y esperanza han sido tan altos, “la inversión en el

orden”, como llamaba Lechner, hace que las personas se esfuerzan por seguir creyendo

en la promesa del consumo deseado. Intentan cumplir sus expectativas aumentando el

endeudamiento, tratando de acrecentar sus ingresos trabajando más y manteniendo su

dedicación absorbente a dichos fines, con el consiguiente desgaste.

Ahora bien, no parece adecuado considerar, desde una actitud ascética o

aristocratizante, estas conductas como "consumismo", es decir como un defecto moral.

Más bien, pueden ser consideradas conductas adaptativas a un estilo de vida en el cual

el consumo es la actividad considerada más valiosa. Haciendo una paráfrasis de una

frase de Marx sobre el dinero y la personalidad, en Chile actual, podría decirse; "yo soy

lo que consumo, los límites de mi yo son los límites que alcanza mi capacidad de

comprar y de exhibir mis bienes; mi poder y valor reside en mis bienes". El consumo se

ha convertido en una suerte de ciudadanía social, "el ciudadano credit-card" (Moulián

1997). Realizar niveles de consumo que son "normales" en cada sector social, se ha

convertido en una suerte de obligación; quien no lo hace se expone a ser considerado

incapaz de ganar el dinero necesario, un loser. De ahí la necesidad de exhibir lo que se

posee, o de fingir un nivel de consumo que no se ha podido alcanzar, haciendo

marketing de sí mismo. Esta es una de las razones de la proliferación de pequeñas

estrategias de engaño, por ejemplo el alto consumo de ropa usada de marca

proveniente del Norte; etc.

Todos los indicadores de salud mental muestran que se ha producido una crisis

de subjetividad en la sociedad chilena. Las adiciones han aumentado: tabaco, alcohol, y

las distintas drogas. La tasa de bebedores excesivos es una de las más altas del mundo,

y más de un cuarto de las muertes están asociadas al consumo excesivo. Estas

conductas están relacionadas directamente con estados depresivos. Un estudio de la

OMS mostró que Santiago es una de las ciudades del mundo con mayor nivel de

depresión. Los médicos de la Pontifica Universidad Católica calculan que la cuarta

parte de la población presenta trastornos del sueño. Asimismo, se observa un alto

consumo de todo tipo de psicofármacos. En los consultorios que atienden a los sectores
populares, cerca de la mitad de las consultas se refieren a trastornos y enfermedades

psicosomáticas.

El estrés se ha convertido en Santiago y las grandes ciudades en una enfermedad

frecuente que afecta los adultos, y también los jóvenes y se expresa en las altas tasa de

accidentes cardiovasculares, entre otras formas. "El esmog, la contaminación acústica,

la enorme distancia que existe entre la casa y el trabajo, obligan a las personas a usar

tres o más horas del días sólo para transportarse. El aislamiento, la falta de un sentido

de pertenencia y la no participación en proyectos sociales más trascendentes, reducen

los recursos con que cada trabajador podría enfrentar las demandas que le impone este

modelo de sociedad. El estrés es uno de los mayores problemas laborales porque es en

el trabajo donde se dan las situaciones estresantes", escribe un ex Director del Instituto

Nacional Previsional (Norambuena 2000: I). Diversos estudios muestran que la mitad

de los chilenos se manifiestan con estrés o deprimidos (La Segunda, 24 de noviembre

del 2000).

Los estudios del PNUD han revelado que los chilenos viven atemorizados: de

perder el trabajo y de no encontrar uno nuevo; de ser asaltados; de sufrir enfermedades

catastróficas y no tener el dinero para solventarlas, por la precariedad de los sistemas

de salud públicos; de que su futura jubilación no les alcance para vivir; de ser

excluidos; "el miedo al sinsentido a raíz de una situación social que parece estar fuera

de control", y, sobre todo "el miedo al otro, que suele ser visto como un potencial

agresor" (Lechner 1998: 134). Estamos en presencia de un deterioro de la sociabilidad.

En este sentido, las encuestas del PNUD indican que el 91,1 % opina que hay que

desconfiar de los extraños. Esta cifra altísima concuerda con los elevados grados de

discriminación e intolerancia: el otro es temible, no sólo porque es extraño y podría

perjudicarme, sino porque es otro, ajeno y amenazante por su edad, sexo, aspecto físico,

condición social, religión, etc.

"Si el extraño causa alarma, es porque desconfiamos de nuestras propias fuerzas.

El miedo a los otros es tanto más fuerte cuanto más frágil es el "nosotros" (Lechner

1998: 136). El ritmo de la modernización aumenta las interacciones, pero no favorece la


creación de lazos sociales, sino más bien tiende a debilitarlos. Más aún, el otro se ha

convertido en mi competidor en la lucha por acceder a un buen trabajo, para ascender

socialmente, para conseguir bienes escasos, y en un obstáculo a mis planes y

expectativas. En este contexto, las identidades culturales y sociales se erosionan.

Esta situación de crisis cultural se muestra en la precariedad del "nosotros", en

varios niveles. Uno, en la relación entre las personas y las instituciones sociales, al cual

ya nos referimos. Segundo, en la sociabilidad interpersonal. Las encuestas muestran: la

escasa confianza en recibir ayuda de los demás (41,5 %), que desciende al mínimo si se

tratara de una agresión (11,7 %); y la percepción que no hay facilidad para organizar la

gente (63, 4 %).

En la sociedad chilena actual muchas personas sobre todo jóvenes de distintos

sectores sociales se sienten un individuo, un warrior, empeñado en una lucha de todos

contra todos, para llegar a ser un winner o mantenerse siéndolo, y para alcanzar un

único modelo de vida deseable, "el sueño americano": alto ingreso, estatus y consumo

elitista. Es una paradoja que la cultura vigente, aparentemente tan pragmática y

tecnológica, haya convertido en una filosofía popular y masiva a la concepción

metafísica de "la teoría política del individualismo posesivo". Esta fue creada por los

clásicos fundadores del liberalismo -Hobbes, Locke y Smith- y sostiene la concepción

metafísica de que el hombre es un individuo esencialmente egoísta y antisocial, que

nada debe a los demás, que es básicamente un ser económico y del mercado, y que está

movido por el insaciable deseo de propiedad y de placer, especialmente mediante el

consumo (Macpherson 1962: 225 a 236). Su versión más radical es la del neoliberalismo

contemporáneo que en Chile se ha convertido en una filosofía popular para una parte

importante de la población (Hayek 1959, Friedman 1980 y Vergara 2005).

El modo de vida actual produce trastornos en la personalidad de los chilenos. Un

estudio del Ministerio de Salud señala que en Chile cuatro de cada diez personas

presentarán durante su vida algún trastorno mental, y tres de ellas ya lo han sufrido en

los últimos seis meses (MTG 2000: 9). Los especialistas calculan que entre un quinto y

un cuarto de la población sufre algún tipo de alteración psicológica que requeriría


tratamiento especializado. Se observa una fuerte tendencia a actuar sin considerar a los

demás, a no reconocerlos ni respetarlos. Un psicólogo social escribe: "el modo de vida

de la modernización neoliberal tiende a “psicopatizar las relaciones humanas”. El

síntoma central tiene que ver con la violencia social. Asistimos a una creciente falta de

respeto de los derechos ajenos y un relajo de los deberes interpersonales, asociados a

una exacerbación de la satisfacción de deseos" (Gutiérrez 2000).

Estas tendencias se expresan en la vida cotidiana en conductas de indiferencia,

cuando no de franca insociabilidad. La percepción de la opinión pública coincide con

estos análisis: el 80 % piensa que "Chile es una sociedad cada vez más agresiva", un 64

% afirma que "cada vez es más egoísta", un 81 % cree que no es igualitaria socialmente

y un 70 % no cree que sea justa (Pnud 1998: 52). Se ha producido "una expansión de los

espacios de anomia. Aumenta, al parecer, la percepción de que las normas sociales son

inadecuadas para los propios objetivos. Si los otros pueden hacer lo ilegítimo y les va

bien, ¿por qué no yo?" (Gutiérrez 2000: 4). La percepción de la opinión pública es

concordante: el 76,1 % opina que "las personas pasan a llevar con tal de conseguir sus

objetivos", y el 68 % piensa que "es difícil que hagan algo por los demás sin esperar

algo en cambio" (PNUD 1998: 147).

La violencia cotidiana asume diversificadas formas, todas ellas de elevada

incidencia. De una parte, ha aumentado la violencia familiar contra mujeres y niños, así

como las agresiones y violaciones sexuales: en un 80 % sus víctimas son niños

(Montoya 2000: 9). De otra, la violencia cotidiana se manifiesta entre los conductores de

vehículos, respecto a los peatones, en grupos juveniles y universitarios, y en cualquier

espacio y ocasión (La Epoca 1996 a y b). Asimismo, se constata la violencia policial,

denunciada ante organismos internacionales de derechos humanos ejercida contra los

mapuches y los participantes en manifestaciones sociales. El retorno a la democracia,

contrariamente a lo que se creyó, no significó la disminución de la violencia en la

sociedad, sino sólo la desaparición de la represión política (Vergara 1990).

La cultura estadounidense se ha convertido en modelo de vida en la

transformación cultural de estas últimas décadas. De modo mucho más profundo y


radical que en España, las elites nacionales han dirigido, desde hace cuarenta años, un

profundo proceso de “norteamericanización cultural” o de aculturación en la cultura

estadounidense que se expresa en las pautas de consumo, los hábitos alimenticios, en el

lenguaje cotidiano, en el uso del tiempo libre, en las costumbres, en la formación

profesional, en las estrategias de administración, en el culto de la eficiencia en todos los

planos, en la cultura política y en muchos otros aspectos. Dicho proceso, sin embargo,

no intenta reproducir todos los componentes de la compleja cultura norteamericana,

sino aquellos más visibles y adecuados al proceso de modernización chilena

neoligárquica. Es así que valores como el respeto de la libertad individual, la tolerancia,

y la posibilidad de expresar opiniones divergentes o innovadoras que son importantes

en la sociedad norteamericana, en Chile tiene escasa vigencia. Para las elites

empresariales, políticas y una parte de las culturales esta aculturación se justifica

porque es parte de la globalización.

"La privatización del comportamiento es pensar que la vida hay que disfrutarla

en privado; al precio que sea hay que ganar dinero, como el dinero es ahora el valor

principal y abstracto, te da igual donde lo ganas; triunfar es ganar dinero; el propósito

común es tener éxito. El estilo americano consiste en la endogamia del poder político y

económico; el último capítulo de la americanización es la globalización", señala el

sociólogo Alberto Moncada describiendo "la americanización de España" (1995b: 52 a

54 y 1995a). Esta descripción es aplicable, en gran medida, a la sociedad chilena. Estas

transformaciones culturales han sido objeto de análisis crítico en la sociedad

estadounidense por Erich Fromm, Herbert Marcuse, Rollo May, Vance Packard, y otros

autores. Especialmente significativos, por su analogía con el caso de Chile, son los

estudios de Robert Merton sobre la contradicción entre el intenso deseo de éxito y las

normas morales y jurídicas, las cuales son vistas como obstáculos. Esto favorece las

conductas de trasgresión (1949).

En síntesis, podría decirse que, en el plazo de unas pocas décadas, se ha

producido una impresionante mutación cultural análoga, en algunos aspectos, a "la

gran transformación" de la sociedad europea en el siglo XIX, descrita magistralmente

por Balzac, Zola, Marx y Polanyi. Como lo han mostrado los estudios comparados de
Danilo Paéz y otros psicólogos sociales, la sociedad chilena está transitado desde una

cultura de carácter comunitario, donde predominaban los valores culturales

"femeninos": la solidaridad, la preocupación por los otros, el respeto de las opiniones

ajenas, la búsqueda de acuerdos favorables a todos, la justicia social y la minimización

de la desigualdad, hacia una cultura individualista, de valores culturales "masculinos"

orientada hacia el logro individual medido por "el éxito material, en desmedro de la

persona y las relaciones humanas; la competencia y el rendimiento remplazan a la

solidaridad, en lo afectivo: la vivencia y la expresión emocional bajan y la gente recibe

menos apoyo emocional" (Gutiérrez 2000). En ella se privilegian las relaciones de

poder y el consumo.

Pese a su disconformidad con este orden social las personas siguen actuando de

acuerdo a las reglas que establece el sistema institucional, y esto produce una

separación creciente entre conductas y normatividad. Se siguen las reglas establecidas

por las instituciones, no porque se las considere justas, adecuadas, correctas y

convenientes para todos, sino porque se calcula que las consecuencias indeseables, los

costos de no cumplirlas, son mayores que los beneficios de su trasgresión. Dicho de

otra manera, se las obedece por su coercitividad, porque su cumplimiento es visto

como un mal menor que su trasgresión, y no porque que se las valore por sí mismas,

como condiciones de un orden deseable. Esta actitud, definida por Norbert Lechner

como "hegemonía fáctica", es un sistema de control de conductas que no requiere del

consentimiento y el convencimiento, sino que es un condicionamiento de las conductas

(1984). Se trata de nuevas formas de disciplinamiento que no requieren ya de

instituciones cerradas, como las que analizó Foucault, sino que circulan por toda la

sociedad, se ejercen ubicuamente a través del espacio fluido y del tiempo, como lo

analizó Deleuze (1993).

El orden neoligárquico necesita para reproducirse de la atomización de la

mayoría, de su conformismo, de “el peso de la noche” (Jocelyn-Holt 1997). En los

últimos años, especialmente desde el 2011, el orden neoligárquico ha entrado en crisis

porque se ha profundizado la crisis de legitimidad y el descrédito de las principales

instituciones, que venía desde los noventa. Paralelamente, se ha generado un conjunto


de consensos de cambio social estimulados por la extensión y vitalidad del

movimiento ciudadano de los últimos años (Latinbarómetro 2011). Es previsible,

entonces, que se produzcan diversos fenómenos sociales de cambio que puede

conducir a una progresiva resolución de la crisis o bien, si los conservadores logran

evitar el cambio, a su prolongación como un proceso de decadencia social.

Bibliografía

Thurow L (1989) An Establishment or an Oligarchy? 42 National Tax Journal 405-11 (December)

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