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La aptitud magistral

Daniel Goleman

• Como vimos en el capítulo 5, las emociones negativas poderosas desvían la


atención hacia sus propias preocupaciones, interfiriendo el intento de concentrarse
en otra cosa.

• En efecto, una de las señales de que los sentimientos han dado un viraje
hacia lo patológico es que son tan inoportunos que aplastan cualquier otro
pensamiento y sabotean continuamente los esfuerzos por prestar atención a
cualquier otra tarea posible.

• Cuando las emociones entorpecen la concentración, lo que ocurre es que queda


paralizada la capacidad mental cognitiva que los científicos denominan “memoria
activa”, la capacidad de retener en la mente toda la información que atañe a la
tarea que estamos realizando.

• La memoria activa es una función ejecutiva por excelencia de la vida mental,


que hace posible todos los otros esfuerzos intelectuales, desde pronunciar
una frase hasta desentrañar una compleja proposición lógica.

• La corteza prefrontal ejecuta la memoria activa, y el recuerdo es el punto en


el que se unen sensaciones y emociones.

• Cuando el circuito límbico que converge en la corteza prefrontal se encuentra


sometido a la perturbación emocional, queda afectada la eficacia de la
memoria activa: no podemos pensar correctamente.

• Por otra parte, consideremos el papel que ejerce la motivación positiva –el
ordenamiento d los sentimientos de entusiasmo, celo y confianza– en los logros.

• Estudios realizados con atletas olímpicos, músicos de nivel mundial, y


grandes maestros del ajedrez demuestran que el rasgo que los une es la
capacidad de motivarse ellos mismos para llevar a cabo una rutina de
entrenamiento implacable.

• En la medida en que nuestras emociones entorpecen o favorecen nuestra capacidad


para pensar y planificar, para llevar a cabo el entrenamiento con respecto a una meta
distante, para resolver problemas y conflictos, definen el límite de nuestra capacidad
para utilizar nuestras habilidades mentales innatas, y así determinar nuestro
desempeño en la vida.

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• Y en la medida en que estamos motivados por sentimientos de entusiasmo y
placer con respecto a lo que hacemos –o incluso por un grado óptimo de
ansiedad–, estos sentimientos nos conducen a los logros.

• Es en este sentido que la inteligencia emocional es una aptitud superior, una


capacidad que afecta profundamente a todas las otras habilidades,
facilitándolas o interfiriéndolas.

Control del impulso: la prueba del bombón

• Imagínese que tiene cuatro años de edad y alguien le hace la siguiente proposición:
si espera a que esta persona termine la tarea que está haciendo, podrá recibir dos
bombones de obsequio.

• Si no puede esperar sólo conseguirá uno, pero podrá recibirlo de inmediato.

• Este es un desafío que sin duda pone a prueba el alma de cualquier criatura
de cuatro años, un microcosmos de la eterna batalla que existe entre el
impulso y la restricción, el yo y el ego, el deseo y el autocontrol, la
gratificación y la postergación.

• La elección que hace el niño constituye una prueba reveladora; ofrece una
rápida interpretación no sólo del carácter, sino también de la trayectoria que
probablemente seguirá a lo largo de su vida.

• Tal vez no existe herramienta psicológica más importante que la de resistir el


impulso.

• Es la raíz de todo autocontrol emocional, dado que las emociones –por su


naturaleza misma– llevan a uno a entrar en acción.

• La capacidad de resistirse a ese impulso, de sofocar el movimiento incipiente,


probablemente traduce el nivel de la función cerebral en inhibición de las
señales límbicas enviadas al motor de la corteza, aunque esta interpretación
debe considerarse, de momento, una mera especulación.

• La diferencia emocional y social entre los niños que se apoderaron del bombón y sus
compañeros que demoraron la gratificación fue notable.

• Los que habían resistido la tentación a los cuatro años, como adolescentes
eran más competentes en el plano social: personalmente eficaces, seguros de
sí mismos, y más capaces de enfrentarse a las frustraciones de la vida.

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• Tenían menos probabilidades de derrumbarse, paralizarse o experimentar
una regresión en situaciones de tensión, o ponerse nerviosos y
desorganizarse cuando eran sometidos a presión; aceptaban desafíos y
procuraban resolverlos en lugar de renunciar, incluso ante las dificultades;
confiaban en ellos mismos y eran confiables; tomaban iniciativas y se
comprometían en proyectos.

• Y más de una década después (del experimento del bombón) aún eran
capaces de postergar la gratificación para lograr sus objetivos.

• Sin embargo, aproximadamente la tercera parte de los chicos, los que se quedaron
con el bombón, mostraron estas cualidades en menor medida y, en cambio,
compartían rasgos psicológicos relativamente más conflictivos.

• Durante la adolescencia mostraron más inclinación a rehuir los contactos


sociales; a ser tercos e indecisos; a sentirse fácilmente perturbados por las
frustraciones; a considerarse “malos” o inútiles; a adoptar actitudes
regresivas o quedar paralizados por el estrés; a ser desconfiados y resentidos
por no “obtener lo suficiente”; a ser propensos a los celos y a la envidia; a
reaccionar de forma exagerada ante la irritación con actitudes bruscas,
provocando así discusiones y peleas.

• Y aún después de todos esos años (desde los 4 a los 15) seguían siendo
incapaces de postergar la gratificación.

• Lo más sorprendente es que cuando los niños participantes del experimento fueron
evaluados nuevamente al terminar la escuela secundaria, aquellos que a los cuatro
años habían esperado pacientemente eran alumnos superiores a aquellos que habían
actuado según su capricho.

• Según las evaluaciones de sus padres, eran más competentes


académicamente: más capaces de expresar sus ideas en palabras, de utilizar y
responder a la razón, de concentrarse, de hacer planes y llevarlos a cabo, y
más deseosos de aprender.

• Aún más asombroso resultó el hecho de que tenían puntajes increíblemente


más altos en sus pruebas de aptitud académica.

• La tercera parte que a los cuatro años había tomado el bombón más
ansiosamente tenía una puntuación promedio de 524 en el campo verbal y
una puntuación de 528 en el campo cuantitativo (o en matemáticas); el tercio
que había esperado más tiempo para tomar el bombón tenía una puntuación

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promedio de 610 y 652 respectivamente, una diferencia de 210 puntos en la
puntuación total.

• Mientras algunos afirman que el Coeficiente Intelectual no puede ser modificado y,


por tanto, representa una limitación insuperable del potencial de la vida de un niño,
existen diversas pruebas que demuestran que las habilidades emocionales como el
control del impulso y la interpretación exacta de una situación social pueden
aprenderse.

Mal humor, pensamiento retorcido

• Estoy preocupado por mi hijo. Acaba de empezar a jugar en el equipo de futbol de la


universidad, de modo que corre el riesgo de lesionarse en cualquier momento. Me resulta tan
crispante verlo jugar que he dejado de asistir a los partidos. Estoy segura de que le decepciona
que yo vaya a verlo jugar, pero para mí es sencillamente insoportable.

• La narradora del anterior texto sigue una terapia para la ansiedad; se da cuenta de
que su preocupación no le permite llevar el tipo de vida que le gustaría.

• Pero cuando llega el momento de tomar una simple decisión, por ejemplo i
irá a ver a su hijo jugar al futbol, su mente se ve invadida por pensamientos
catastróficos.

• No es libre de elegir, las preocupaciones anulan su capacidad de razonar.

• Como hemos visto, la preocupación es el núcleo del efecto dañino que la ansiedad
ejerce sobre cualquier clase de desempeño mental.

• Por supuesto, en un sentido la preocupación es una respuesta útil que sale


mal: una preparación mental excesivamente celosa por una amenaza
anticipada.

• Pero tal ensayo mental constituye una interferencia cognitiva catastrófica


cuando queda atrapada en una pesada rutina que acapara la atención
inmiscuyéndose en todos los demás intentos por concentrarse en otro asunto.

• Cuando las personas propensas a la preocupación se les pide que lleven a cabo una
tarea cognitiva como separar objetos ambiguos en dos categorías, y que digan lo que
surge en su mente mientras lo hacen, son los pensamientos negativos –“no podré
hacerlo”, “no soy bueno para este tipo de pruebas” y frases por el estilo– los que
parecen interrumpir más directamente su toma de decisión.

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• Los recursos mentales dedicados a una tarea cognitiva –la preocupación–
simplemente restan valor a los recursos disponibles para procesar otra información;
si estamos absortos en la preocupación de que vamos a fracasar en la prueba que
estamos haciendo, podremos dedicar mucha menos atención a dilucidar las
respuestas.

• Nuestras preocupaciones se convierten en profecías que se autocumplen,


empujándonos al desastre que predicen.

• Por otra parte, las personas expertas en aprovechar sus emociones pueden utilizar la
ansiedad anticipada –por ejemplo la que surge ante un discurso o una prueba
inminentes– para motivarse y prepararse bien, con lo que consiguen un buen
desempeño.

• La literatura clásica sobre temas psicológicos describe la relación entre


ansiedad y desempeño, incluido el desempeño mental, en términos de una U
invertida.

• En la parte superior de la U invertida se encuentra la relación óptima entre


ansiedad y desempeño, con un mínimo de nervios que impulsan un logro
notable.

• Pero muy poca ansiedad –el primer trazo de la U– provoca apatía o


demasiado poca motivación para esforzarse en el buen desempeño, mientras
demasiada ansiedad –el segundo trazo de la U– sabotea cualquier intento en
este sentido.

• Un estado levemente eufórico –la hipomanía, como se la denomina técnicamente–


parece óptimo para escritores y otras personas que ejercen profesiones creativas que
les exigen fluidez y diversidad imaginativa; este se encuentra en algún punto
cercano a la parte superior de la U invertida.

• Pero dejemos que la euforia se descontrole hasta convertirse en auténtica


manía, como ocurre en los cambios de humor que experimentan los maníaco-
depresivos, y la agitación socavará la capacidad de pensar con coherencia
suficiente para escribir bien, aunque las ideas fluyan libremente; en realidad,
tan libremente que resultará imposible perseguirlas el tiempo suficiente para
elaborar un producto acabado.

• El buen humor, mientras dura, favorece la capacidad de pensar con flexibilidad y


con mayor complejidad, haciendo que resulte más fácil encontrar soluciones a los
problemas, ya sean intelectuales o interpersonales.

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• Esto sugiere que una forma de ayudar a alguien a analizar un problema es
contarle un chiste.

• La risa, en tanto euforia, parece ayudar a las personas a pensar con mayor
amplitud y a asociar más libremente, notando las relaciones que de otro
modo podrían habérseles escapado: una habilidad mental importante no sólo
para la creatividad, sino para reconocer relaciones complejas y para prever
las consecuencias de una decisión determinada.

• Los beneficios intelectuales de una buena carcajada son más sorprendentes cuando
se trata de resolver un problema que requiere una solución creativa.

• Un estudio descubrió que las personas que acababan de ver por televisión un
video de bloopers resolvieron mejor un rompecabezas que los psicólogos
utilizan hace tiempo para evaluar el pensamiento creativo.

• En la prueba se da a las personas una vela, fósforos y una caja de chinches, y


se les pide que sujeten la vela a una pared de corcho para que arda sin que la
cera caiga al suelo.

• La mayor parte de las personas a las que se plantea este problema incurren
en una “rigidez funcional”, y piensan en utilizar los objetos de la forma más
convencional.

• Pero aquellos que acaban de ver el video de los bloopers –comparados con
otros que habían visto una película sobre un tema de matemáticas, o que
habían trabajado en ellas– tuvieron más probabilidades de encontrar un uso
alternativo para la caja de las chinches y así alcanzaron una solución creativa:
con las chinches sujetaron la caja a la pared y la utilizaron como candelabro.

• Incluso los cambios leves de humor pueden influir en el pensamiento.

• Al hacer planes o tomar decisiones las personas que están de buen humor
tienen una inclinación perceptiva que las lleva a ser más comunicativas y
positivas en su forma de pensar.

• Esto se debe en parte a que la memoria depende de nuestro estado particular,


de modo que cuando estamos de buen humor recordamos acontecimientos
más positivos; cuando pensamos en los pros y los contras de un rumbo a
tomar mientras nos sentimos bien, la memoria influye en nuestra evaluación
de las evidencias en una dirección positiva, haciendo que resulte más
probable que hagamos algo ligeramente arriesgado, por ejemplo.

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• Por la misma razón, estar de mal humor influye a la memoria a tomar una dirección
negativa, haciendo que resulte más probable que adoptemos una decisión temerosa
y excesivamente cautelosa.

• Las emociones descontroladas obstaculizan el intelecto.

• Pero, como hemos visto en el capítulo 5, podemos volver a encarrilarlas; esta


competencia emocional es la aptitud maestra que facilita cualquier otra clase
de inteligencia.

• Consideremos algunos casos puntuales: los beneficios de la esperanza y el


optimismo, y aquellos momentos sublimes en los que la gente se supera a sí
misma.

La caja de Pandora y el optimismo a ultranza: el poder del pensamiento positivo

• Según la conocida leyenda, Pandora –princesa de la antigua Grecia– recibió una


misteriosa caja que le enviaron de regalo los dioses celosos de su belleza.

• Le dijeron que jamás debería abrir el regalo.

• Pero un día, dominada por la curiosidad y la tentación, Pandora levantó la


tapa para espiar, dejando en libertad las grandes aflicciones del mundo: la
enfermedad, los malestares y la locura.

• Pero un dios compasivo le permitió cerrar la caja justo a tiempo para atrapar
el único antídoto que hace soportables las desdichas de la vida: la esperanza.

• La esperanza, según están descubriendo los modernos investigadores, hace algo más
que ofrecer un poco de solas en medio de la aflicción; juega un papel increíblemente
poderoso en la vida al ofrecer una ventaja en ámbitos tan diversos como los logros
académicos y la aceptación de trabajos pesados.

• En un sentido técnico, la esperanza es algo más que el punto de vista alegre


de que todo saldrá bien.

• C. R. Snyder, psicólogo de la Universidad de Kansas, la define de una


manera más específica como “creer que uno tiene la voluntad y también los
medios para alcanzar sus objetivos, sean estos cuales fueran”.

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• Las personas que muestran niveles elevados de esperanza, descubrió Snyder,
comparten ciertas características, entre otras la de ser capaces de motivarse ellos
mismos, sentirse suficientemente hábiles para encontrar formas de alcanzar sus
objetivos, asegurarse cuando se encuentran sensibles para encontrar diversas
maneras de alcanzar sus metas o modificarlas si se vuelven imposibles, y tener la
sensación de reducir una tarea monumental en fragmentos más pequeños
manejables.

• Desde la perspectiva de la inteligencia emocional, abrigar esperanzas significa que


uno no cederá a la ansiedad abrumadora, a una actitud derrotista ni a la depresión
cuando se enfrente a desafíos o contratiempos.

• En efecto, las personas que abrigan esperanzas muestran menos depresión


que las demás ya que actúan para alcanzar sus objetivos, son menos ansiosas
en general y tienen menos dificultades emocionales.

Optimismo: el gran motivador

• Ser optimista, al abrigar esperanzas, significa tener grandes expectativas de que, en


general, las cosas saldrán bien en la vida a pesar de los contratiempos y las
frustraciones.

• Desde el punto de vista de la inteligencia emocional, el optimismo es una


actitud que evita que la gente caiga en la apatía, la desesperanza o la
depresión ante la adversidad.

• Y, al igual que la esperanza, su prima hermana, el optimismo reporta


beneficios en la vida (por supuesto, siempre y cuando sea un optimismo
realista; un optimismo demasiado ingenuo puede resultar catastrófico).

• Seligman define el optimismo en función d ella forma en que la gente se explica a sí


misma sus éxitos y sus fracasos.

• Las personas optimistas consideran que el fracaso se debe a algo que puede
ser modificado de manera tal que logren el éxito en la siguiente oportunidad,
mientras los pesimistas asumen la culpa del fracaso, adjudicándolo a alguna
característica perdurable que son incapaces de cambiar.

• Como ocurre con la esperanza, el optimismo predice el éxito académico.

• En un estudio en el que participaron 500 alumnos de primer año de la clase


1984 de la Universidad de Pensilvania, las puntuaciones de estos en un test

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de optimismo fueron un mejor pronosticador de sus notas reales que las
puntuaciones de las pruebas de aptitud a las que habían sido sometidos
cuando asistían a la escuela secundaria.

• Seligman, que fue quien los estudió, dijo: “Los exámenes de ingreso a la
facultad evalúan el talento, mientras el estilo explicativo revela quién
abandona.

• Es la combinación de talento razonable y la capacidad de seguir adelante


ante las derrotas lo que conduce al éxito.

• Lo que falta en las pruebas de habilidad es motivación.

• Lo que uno necesita saber con respecto a alguien es si seguirá adelante


cuando las cosas resulten frustrantes.

• Tengo el presentimiento de que para un nivel de inteligencia determinado, su


logro real reside no sólo en el talento sino también en la capacidad para
soportar la derrota”.

• Los optimistas, por otra parte, se dicen: “estoy utilizando el planteo incorrecto” o “la
última persona con la que hablé estaba de mal humor”.

• Al no considerarse ellos mismos el motivo del fracaso y pensar que este se


debe a algún factor de la situación, pueden cambiar su enfoque (en la
siguiente llamada de ventas).

• Mientras la estructura mental del pesimista conduce a la desesperación, la


del optimista genera esperanzas.

• El optimismo y la esperanza –al igual que la impotencia y la desesperación– pueden


aprenderse.

• Apoyar ambos es un concepto que los psicólogos llaman autoeficacia, la


creencia de que uno tiene dominio sobre los acontecimientos de su vida y
puede aceptar los desafíos tal como se presentan.

• Desarrollar una competencia de cualquier clase refuerza la noción de


autoeficacia, haciendo que la persona esté más dispuesta a correr riesgos y a
buscar mayores desafíos.

• Y superar esos desafíos a su vez aumenta la noción de autoeficacia.

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• Albert Bandura, un psicólogo de Stanford que ha llevado a cabo gran parte de la
investigación sobre autoeficacia, lo resume muy bien: “las convicciones de la gente
con respecto a sus habilidades ejercen un profundo efecto en esas habilidades.

• La habilidad no es una propiedad fija; existe una enorme variabilidad en la


forma en que uno se desempeña.

• Las personas que tienen una idea de autoeficacia se recuperan de los


fracasos; abordan las cosas en función de cómo manejarlas en lugar de
preocuparse por lo que puede salir mal”.

Flujo: la neurobiología de la excelencia

• Un compositor describe los momentos en que su trabajo alcanza el punto óptimo:

• “Uno mismo se encuentra en un estado extático hasta el punto de que siente que casi
no existe. He experimentado esto una y otra vez. Mi mano parece desprovista de mi
propio ser, y yo no tengo nada que ver con lo que está sucediendo. Simplemente me
quedo sentado, en un estado de admiración y desconcierto. Y todo fluye por sí
mismo”.

• El estado que describe recibe el nombre de “flujo”.

• Los atletas conocen este estado de gracia como “la zona”, en la que la
excelencia no requiere ningún esfuerzo, la multitud y los competidores,
felizmente absorbidos por ese momento.

• Ser capaz de entrar en el así llamado flujo óptimo de la inteligencia


emocional; el flujo representa tal vez lo fundamental en preparar las
emociones al servicio del desempeño y el aprendizaje.

• En el flujo, las emociones no sólo están contenidas y canalizadas, sino que


son positivas, están estimuladas y alineadas con la tarea inmediata.

• Quedar atrapado en el aburrimiento de la depresión o en la agitación de la


ansiedad significa quedar excluido del flujo.

• Esa es una experiencia magnífica: el sello del flujo es una sensación de deleite
espontáneo, incluso de embeleso.

• Debido a que el flujo provoca una sensación tan agradable, es


intrínsecamente gratificante.

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• Es un estado en que la gente queda profundamente absorta en lo que está
haciendo, dedica una atención exclusiva a la tarea y su conciencia se funde
con sus actos.

• En efecto, reflexionar demasiado sobre lo que está ocurriendo interrumpe el


flujo; el sólo pensar “estoy haciendo esto maravillosamente bien” puede
interrumpir la sensación de flujo.

• El flujo es un estado de olvido de sí mismo, lo opuesto a la cavilación y la


preocupación: en lugar de quedar perdida en una nerviosa preocupación, la persona
que se encuentra en un estado de flujo está tan absorta en la tarea que tiene entre
manos que pierde toda conciencia de sí misma y abandona las pequeñas
preocupaciones –la salud, las cuentas, incluso la preocupación por hacer las cosas
bien– de la vida cotidiana.

• Y aunque la persona alcanza un desempeño óptimo mientras se encuentra en


este estado, no le preocupa cómo está actuando ni piensa en el éxito o en el
fracaso: lo que la motiva es el puro placer del acto mismo.

• Existen varias maneras de alcanzar el estado de flujo.

• Una es concentrarse intencionalmente en la tarea a realizar; la concentración


elevada es la esencia del estado de flujo.

• A las puertas de esta zona parece existir un circuito de retroalimentación:


serenarse y concentrarse lo suficiente para comenzar la tarea puede exigir un
esfuerzo considerable, y este primer paso exige cierta disciplina.

• La entrada en esta zona también puede producirse cuando la persona encuentra una
tarea para la que tiene habilidades y se compromete en ella a un nivel que en cierto
modo pone a prueba su capacidad.

• Si se le exige demasiado poco, la gente se aburre.

• Si tiene que ocuparse de demasiadas cosas, se vuelve ansiosa.

• El estado de flujo se produce en esa delicada zona entre el aburrimiento y la


ansiedad.

• El placer espontáneo, la gracia y la efectividad que caracterizan al estado de flujo son


incompatibles con los asaltos emocionales, en los que el ataque límbico se apodera
del resto del cerebro.

• El estado de flujo carece de estática emocional, salvo por un sentimiento irresistible y


sumamente motivador de suave éxtasis.

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• Ese éxtasis parece ser un producto derivado de la atención, que es un
prerrequisito del estado de flujo.

• Una concentración esforzada –alimentada por la preocupación– produce un


aumento de la actividad cortical.

• Pero la zona del estado de flujo y del desempeño óptimo parece ser un oasis
de la eficiencia cortical, con un gasto mínimo de energía mental.

Aprendizaje y flujo: un nuevo modelo de educación

• Así como el estado de flujo es un prerrequisito para el dominio de un oficio, una


profesión, o un arte, lo mismo ocurre con el aprendizaje.

• Los alumnos que alcanzan el estado de flujo mientras estudian se


desempeñan mejor, al margen del potencial que indiquen los tests.

• Los alumnos de una escuela secundaria de Chicago dedicada a las ciencias –


que habían alcanzado el puntaje máximo en una prueba de habilidad
matemática– fueron calificados por sus profesores como alumnos con alto o
bajo rendimiento.

• Después se estudió la forma en que estos alumnos empleaban su tiempo:


cada alumno llevaba un beeper que sonaba al azar durante el día, momento
en el cual debían anotar lo que estaban haciendo y cuál era su estado de
ánimo.

• No es sorprendente que los alumnos de bajo rendimiento pasaran sólo 15


horas semanales estudiando en casa, y sus compañeros de alto rendimiento
dedicaran 27 horas a la semana.

• Para los de alto rendimiento, estudiar les proporcionaba el agradable y absorbente


desafío del estado de flujo durante el 40% de las horas que dedicaban a ello.

• Pero para los de bajo rendimiento, el estudio les permitía acceder al estado
de flujo sólo el 16% de las veces; en la mayor parte de los casos, provocaba
ansiedad y las exigencias superaban sus capacidades.

• Los de bajo rendimiento encontraban placer y estado de flujo en la


socialización, no en el estudio.

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• En resumen, los alumnos que alcanzan el nivel de su potencial académico y algo
más, se ven atraídos al estudio con mayor frecuencia porque este los coloca en
estado de flujo.

• Lamentablemente, al no lograr agudizar las habilidades que podrían


llevarlos al estado de flujo, los de bajo rendimiento pierden el deleite del
estudio y al mismo tiempo corren el riesgo de limitar el nivel de las tareas
intelectuales que les resultarán agradables en el futuro.

• Howard Gardner señala en relación al aprendizaje infantil:

• “El estado de flujo es un estado interno que significa que un niño está
ocupado en una tarea adecuada.

• Uno debe encontrar algo que le guste y ceñirse a eso.

• Es el aburrimiento en la escuela lo que hace que los chicos peleen y


alboroten, y la sensación abrumadora de un desafío lo que les provoca
ansiedad con respecto a la tarea escolar.

• Pero uno aprende de forma óptima cuando tiene algo que le interesa y
obtiene placar ocupándose de ello”.

• Un niño que posee talento natural para la música o el movimiento, por ejemplo,
entrará en el estado de flujo más fácilmente en esa esfera que en aquellas para las
que es menos capaz.

• Esto hace que el aprendizaje resulte más placentero, en lugar de atemorizante


o aburrido.

• “Lo que se espera es que cuando los chicos alcancen el estado de flujo gracias
al aprendizaje se sentirán estimulados a aceptar desafíos en nuevas áreas”,
afirma Gardner.

• Controlar el impulso y postergar la gratificación, regular nuestros estados de


ánimo para que faciliten el pensamiento en lugar de impedirlo, motivarnos para
persistir y seguir intentándolo a pesar de los contratiempos, o encontrar maneras
de alcanzar el estado de flujo y así desempeñarnos más eficazmente, todo esto
demuestra el poder de la emoción para guiar el esfuerzo efectivo.

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