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LA RELIGIÓN CRISTIANA

El inventor teológico del cristianismo es el turco Pablo de Tarso (Turquía


del sur).

El invento consiste en hacer referir las Escrituras hacia la persona y la


misión de un profeta apocalíptico ejecutado por los romanos.

Pablo impulsa y completa un movimiento teológico que deja de poner


en primer plano el reino de Dios y se concentra en Jesús mismo como
objeto de predicación. Parece, pues, que el personaje que comienza a
poner los cimientos para una nueva religión y para la separación
definitiva del judeocristianismo del judaísmo normativo y oficial es Pablo
de Tarso y no Jesús de Nazaret.

Los cristianos comprendieron muy pronto que para difundirse


“universalmente”, entre los ciudadanos del Imperio, era necesaria una
comunidad muy fuerte en el centro y capital del Imperio, Roma.

Desde ahí el cristianismo se expandió por Occidente, hasta hoy.

La teología de base siguió siendo oriental.

Ambrosio de Milán y Agustín de Hipona, de algún modo la


occidentalizaron.

Fundada por el emperador Constatino, la misión de la Iglesia Católica,


Apostólica y ROMANA tiene como misión es satisfacer miedos, acallar
problemas y servir para el control ideológico de todos aquellos que
renuncien a ser autónomos.

Ochenta libros sobre Jesucristo, entre apócrifos y los cuatro canónicos,


fueron escritos en los siguientes 200 años después de Cristo.

Sus autores acomodaron las palabras de Jesús a sus circunstancias


actuales precisas, o bien crearon nuevas palabras de Jesús apropiadas
para el tiempo concreto que se estaba viviendo.
Además, los evangelistas remodelaron y reescribieron las noticias de la
tradición conforme a sus intereses teológicos o necesidades prácticas.

Así, nada en los evangelios es transmisión directa sino puesta por


escrito de una tradición oral reeditada y reescrita y reelaborada
profundamente.

Los textos del Nuevo Testamento son obras de propaganda de unas


creencias, de una fe.

El Jesús de Pablo es el Cristo de la fe, un ser celeste preexistente que


desciende a la tierra sufre pasión y que redime a la humanidad de sus
pecados por este sacrificio y luego asciende al cielo en donde en muy
poco tiempo recogerá a todos los fieles creyentes.

Este Jesús-Cristo de la fe dura más o menos hasta hoy en las iglesias,


en sus líneas generales pero nada tiene que ver con el Jesús histórico.

Los evangelios están escritos desde una perspectiva fundamentalmente


paulina, es decir, aceptando que el sacrificio de la cruz es la obra de la
redención por designio divino.

Los tres primeros evangelios tienen un punto de vista muy similar de


Jesús aunque Lucas es el que destaca más su aspecto humano, su
amor por los pobres y su figura como hombre justo que los cristianos
deben imitar.
Mateo presenta a Jesús como el nuevo legislador cuya interpretación
de la ley supera y sustituye a la de Moisés.
Marcos destaca ante todo la preparación que supuso la vida de Jesús
para sus momentos finales en Jerusalén y que la cruz no acaba en sí
misma sino en la gloria de la resurrección.
Por último, Juan construye una figura de Jesús como un revelador casi
gnóstico sólo interesado en que sus discípulos sepan que Él es uno con
el Padre y ellos deben ser uno con Jesús. Si se logra esta unidad, se
consigue la salvación.
El que hoy veamos la realidad histórica desde un punto de vista más
científico y diverso, no nos autoriza a formular juicios de intención sobre
verdad y mentira.
Quien da la vida por una idea no suele ser un falsario.

El denominado “Jesús histórico”, nada tiene que ver o casi nada con el
Cristo de la fe.
El cristianismo de hoy tendría que formar su teología sabiendo que de
las 29 proposiciones dogmáticas, más o menos, del Credo niceno-
constantinopolitano (formado en los Concilios de Nicea, 325 y de
Constantinopla, 451), el Jesús de la historia no creería nada más que
en las tres primeras; el resto es pura teología e interpretación.
Desde luego, el fundador no fue Jesús de Nazaret, porque Él fue un
piadoso judío, su religión era la judía, sólo pretendió llegar a su esencia
más profunda y ni se le pasó por la cabeza fundar una nueva religión.

El cristianismo nace con el surgimiento de la teología cristiana, y ésta


se genera después de la muerte de Jesús, reinterpretándolo a la luz de
algunos pasajes de la Escritura leídos a la luz de la creencia en que
Dios había resucitado a Jesús.

Los padres o fundadores del cristianismo actual son fundamentalmente


tres, Pablo de Tarso, el autor del evangelio de Mateo y el autor del
evangelio de Juan.
La iglesia actual es el producto de una evolución continua a lo largo de
siglos a partir de la interpretación paulina de la figura y misión de Jesús.
Pero Jesús no fundó iglesia alguna, sino un grupo de doce, con un
sentido altamente simbólico y orientado hacia el final de los tiempos que
se creía inminente: representaban los Doce al Israel renovado de los
últimos días que serían los primeros en entrar en el inmediato reino de
Dios, y luego serían sus jefes principales.
La cruz fue el primer problema teológico grave del grupo de seguidores
de Jesús: fundamentar por qué el Mesías había muerto en la cruz.
La respuesta de los apóstoles es que es un designio de Dios, que, dado
que la situación de pecado de la humanidad era terrible y cómo no había
más remedio, permitió la muerte de su hijo.
Pablo de Tarso demuestra tener una mentalidad muy griega. En la
cultura griega ningún problema se arregla si no es con sangre y
sacrificio.
La interpretación de Pablo sobre Jesús no la habría firmado Jesús.
Es muy ideológica y, aunque judía, es de una rama de la apocalíptica
que Jesús no hubiera estado completamente de acuerdo.
Pablo, como Pedro, consideraba que Jesús era un hombre que Dios
adopta y que después de la Resurrección está sentado en el cielo.
Cree en la apoteosis de un ser humano.
Un ser humano que pasa a la esfera de lo divino, como ocurre con Julio
César y César Augusto en el caso de los romanos, pero son humanos.
Jesús no habría aceptado esa apoteosis presentada por Pablo.

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