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2. b. Para Mukarovsky la obra es un sistema compuesto por la función, la norma y el valor. Esta triada nos
permite discutir el problema de la institución literaria y de la historia literaria no restringida a la obra cosa, ya
que para el autor en cuestión dichos elementos no son parte de la obra en sí, sino relaciones colectivas de
producción de significación. Es aquí donde interviene el problema de la consciencia colectiva, la que se
propone como significación, como operación de lectura, y entonces, como el modo en que vemos el mundo.
“La consciencia colectiva es un hecho social; es posible definirla como un lugar de convergencia de los
distintos sistemas de fenómenos culturales, como el idioma, la religión, la ciencia, la política, etc.”
(Mukarovsky 1935 “Función, norma y valor”, pág. 57)
Por lo tanto, es a través de dicha triada que la literatura y el arte se conectan con lo social, es decir, se
relacionan con lo sociológico (a diferencia de Tinianov que encontraba esa relación en la función verbal del
lenguaje). Así, se deshace de la idea vigente de que la lengua es un sistema binario constituido por el adentro
y el afuera (anteriormente se creía que la crítica y las instituciones literarias debían delimitar qué es la
literatura y qué no).
En una obra de arte es la función estética la propiedad más importante y dominante, pero no es
característica de esta porque el hombre y la historia son los que determinan qué es estético y qué no. “En la
historia del arte no escasean ejemplos en los que el valor estético, o incluso artístico original de una creación
determinada, fue redescubierto gracias a la investigación científica.” (Mukarovsky 1935 “Función, norma y
valor”, pág.48).
El límite entre lo estético y lo extraestético se va corriendo sobre el contexto social por lo que no estará
totalmente definido. Aquí es donde cabe destacar lo que Mukarovsky introduce como antinomia dialéctica,
refiriéndose a la figura retórica que al ser la que determina lo estético no tiene resolución superadora. Lo
estético, por tanto, no se puede determinar nunca con exactitud.
Para Mukarovsky la obra tiene un carácter sígnico, dado que la función pertenece a la obra cosa en tanto
lengua, y es por eso el receptor debe elegir su significado, ya que tiene un carácter dinámico.
“La función estética no está tampoco plenamente bajo el dominio del individuo, aunque desde el punto de
vista puramente subjetivo cualquier cosa puede adquirir (o al contrario carecer de) una función estética, sin
tener en cuenta el modo de su creación.” (Mukarovsky 1935 “Función, norma y valor”, pág.56).
La consciencia colectiva es, entonces, el elemento aglutinador que posibilita la aplicación de esta función
en la obra de arte. Es a través de esta conciencia colectiva, que la función estética es definida como un
sistema de normas.
Sin embargo, estas normas presentan en si una contradicción al no ser leyes naturales, ya que aspiran a
la validez inmutable, pero al mismo tiempo presentan un carácter limitado y variable: "La historia del arte, vista
desde la perspectiva de la norma estética, aparece como una historia de revueltas contra las normas
dominantes." (Mukarovsky 1935 “Función, norma y valor”, pág. 66).
Esto quiere decir que a pesar de haber elementos artísticos que no se subordinan a las normas, producen
un efecto de placer estético, por lo que estas deben deformarse o alterarse un poco para que los elementos
logren cumplir la función estética.
De esto se obtiene la valoración positiva o negativa. Si el elemento es valorado de manera positiva por la
clase dominante, pueden ser alteradas las normas para ubicarlo dentro de lo estético, y al contrario si se lo
quiere desplazar.
La norma es un elemento a posteriori -y nunca a priori-, ya que se funda en base a la sociedad y su
evolución: “[existen] dos tipos de contextos de normas,-correspondientes a dos medios sociales diferentes;
por un lado el contexto válido únicamente para la clase social culturalmente dominante, creadora de los
valores y las normas culturales, por otro lado aquel que corresponde a! medio social portador de la cultura
folklórica. Respecto a la cuestión que nos interesa, son medios realmente contradictorios.” (Mukarovsky 1935
“Función, norma y valor”, pág. 76).
El valor se compone por las valoraciones de la sociedad en base a lo estético. Este es entonces una
operación contradictoria, dinámica y conflictiva, resultado de la lucha entre función y norma. Asimismo,
absorbe como conflicto a las relaciones prácticas como hechos sociales, ya que es un resultado de la
constante crisis crítica presente en los sectores de la sociedad.
Se puede concluir que la sociedad crea instituciones que regulan los valores estéticos y estos tienen un
carácter colectivo como consecuencia.
2. c. Me resulta pertinente aclarar desde un principio que a Ranciére no le interesa la praxis desde el punto
de su estética (es decir, crítica del juicio), sino desde el arte, y no a partir de su especifidad, sino para definir
qué problemas produce a las condiciones de dominio o de perpetuación de la desigualdad. El autor en
cuestión establece que cuando se coloca al arte en el lugar de desnaturalización de la vida cotidiana
necesariamente hay una pedagogía estética que consiste en reconocer en ese extrañamiento un
señalamiento autoral que se propone discutir el arte como función práctica. Por ello es que le da mucha
importancia al reparto de lo sensible.
Ranciére indica que lo que le impide a Barthes analizar un texto con claridad es su evidente visión
estructuralista, por la cual cada elemento debe tener una función adjudicada, y por tanto, se encuentra con la
necesidad de adjudicarle una al barómetro presente. Es así que le atribuye la función de “elevar el costo de la
información narrativa” (Barthes, 1987, “El efecto de realidad”, en El susurro del lenguaje). Esto significa que se
le da la utilidad de ser inútil. Aquí es donde entra en cuestión lo que Barthes introduce como “efecto de
realidad”, es decir, el hecho de que lo real sea tan autosuficiente como para destruir esta idea de las
funciones.
Ranciére se opone entonces a Barthes desde una postura del realismo: “El realismo es un tipo de ficción
sobrecargado de detalles sin función narrativa, que pone en jaque el método estructuralista donde cada
detalle tiene su función. El detalle superfluo de las descripciones realistas, donde la descripción tiene prioridad
sobre la acción, se opone a la funcionalidad de la estructura, que le asigna a cada elemento una función
dentro de la narración” (Lección desgrabada de Fermín Rodríguez, 2017). Ranciére está determinadamente
en contra de la idea estructuralista de atribuirle una función, sea cual sea, a todo elemento de la obra y es
ante esta concepción que contrapone la idea de que la incrementación de la descripción en la obra no termina
por marcar el triunfo de la representación, sino la ruptura en el orden de la representación y la jerarquía en el
orden de la acción. Lo que quiere lograr es romper con esta concepción estructuralista propuesta desde la
política de que en la vida cada persona tiene su rol, y es dentro de ese rol en el que tiene que desenvolverse y
desarrollar su vida. Ranciére busca entonces generar la oposición a esta concepción política, produciendo un
conflicto entre las partes que logra como resultado romper con esta jerarquización que se extiende en la
mayoría de los textos. “Desmarcarse de ese orden que asigna roles e identidades” (Lección desgrabada de
Fermín Rodríguez, 2017). Es por esto que define al arte como político, por esta capacidad que posee de crear
una nueva concepción política rompiendo con la anterior, vista como una estructura jerarquizada con roles
asignados.
Respecto de la ficción moderna, Ranciére dice que no alcanza la pedagogía lukacsiana, ya que la crítica
tiene que romper con el principio mismo de que lo nuevo en la ficción es revolucionario por sí mismo. Por lo
tanto, rompe con la idea del estrañamiento como principio crítico, ya que sería adaptativo. “Los ensayos aquí
agrupados intentan pensar algunas de las transformaciones y algunas de las paradojas que fundan la ficción
moderna sobre la destrucción de lo que parecía –de lo que parece aún muy a menudo– fundar toda ficción: la
columna vertebral que hace de ella un cuerpo que se sostiene por sí mismo, el ordenamiento interno que
subordina los detalles a la perfección del conjunto, los encadenamientos de causas y de efectos que aseguran
la inteligibilidad del relato a través de su desarrollo temporal.” (Ranciére, “El hilo perdido”, prólogo). Se refiere
aquí el autor a que todos los ensayos formulan que la transformación es un principio paradojal de la ficción
moderna, y que nos encontramos aquí con un retorno de la representación que ha sido reducida o a un efecto
de realidad en los textos de Barthes. La paradoja consiste en el efecto de realidad que desde el punto de vista
de Barthes implicaría el texto legible, es decir, conciliatorio o adaptativo. Por otro lado, en cuanto a la
institución literaria, y en contra de Barthes, Ranciére postula que la literatura en tanto texto es siempre exceso,
y no en tanto efecto de realidad. Esta contraposición no sale de la estructura de racionalidad por las cuales el
mundo se vuelve perceptible y las situaciones y los acontecimientos, inteligibles. Interviene aquí el reparto de
lo sensible, es decir de relaciones materiales en términos de operaciones que funcionan a la vez como formas
de acción. “Se requiere esta doble operación, además, en todas partes donde se trata de construir cierto
sentido de realidad y de formular su inteligibilidad. La acción política que nombra sujetos, identifica
situaciones, vincula acontecimientos y deduce de ellos posibles e imposibles, se sirve de ficciones como los
novelistas o los cineastas” (Ranciére, “El hilo perdido”,prólogo). La ficción por un lado produce un sentido de
realidad pero por otro nos involucra en las formas de inteligilidad.
Por último, se puede conlcuir que Ranciére opina que lo que hacen los conceptos formulados por Barthes
es perpetuar esta estructura determinada desde el estado que no permite la movilidad jerárquica dentro de las
funciones o roles correspondientes a cada persona, por lo que se opone al estructuralismo mediante el
realismo, otorgándole al texto la capacidad de que cualquier personaje pueda vivir o realizar cualquier
experiencia, sin importar su procedencia social ya que todos los personajes tienen importancia para la obra.
Rompe con la jerarquía anterior establecida que otorgaba capacidad de vivencias solo a ciertos personajes en
la obra que cumplían los roles o funciones más importantes, y se subordinaba a estos a otros personajes
insignificantes que no eran capaces de cumplir los roles principales en la obra.