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“Lord Banana”: Entre Ajuste de Cuentas y Reconciliación

(José Mariquina)

David Miralles presentó en estos días en Valdivia, con un sorpresivo “cambio de giro”, el libro
“Lord Banana y Otros Cuentos”, publicado este mes por Ediciones Kultrún de Valdivia.

Tuvimos una corta conversación, para nuestros lectores, en una de las inusualmente soleadas
tardes de este invierno, sentados sobre unas lajas a la orilla del río. La lluvia invernal que
extrañamos no le es ajena, valdiviano como es, aunque hace ya 10 años que vive y trabaja en
EE.UU., donde obtuvo su Doctorado en Literatura, después de obtener la Licenciatura aquí en
la Universidad Austral. Antes de emigrar, había publicado “Zona Transitiva” (1984), “Los
Malos Pasos” (1990), y “Contrapunto” (con Hans Schuster, 1997); codirigió Paginadura
Ediciones con Oscar Galindo, con quien preparó la conocida antología “Poetas Actuales del
Sur de Chile” (1994).

Estos son algunos de los temas que tocamos, en torno a su libro y su actividad literaria.

David, ¿es tan sorpresivo tu viraje a la narrativa?

No, para nada. La verdad es que lo sorprendente es que yo haya publicado antes tres libros de
poesía. Mi primera vocación, ya en la adolescencia, fue siempre la narrativa, y había incursionado
en el cuento mucho antes que en la poesía, pero los resultados nunca me dejaron totalmente
satisfecho.

De manera que cuando entré a estudiar literatura, naturalmente, me vi envuelto en una atmósfera
literalmente poética. Mis compañeros generacionales y de carrera eran casi todos poetas y me vi,
¿cómo decirte…? arrastrado por la corriente. Corriente que, casi es ocioso decirlo, no me
desagradaba en lo más mínimo ya que, como ves, contribuí a sus aguas con tres libros. De modo que
“Lord Banana…” es sólo una vuelta al primer amor.

¿Así que ves tu futuro más bien narrativo…?

Sí y no. Bien sabes que había un proyecto de poesía, “Plaza Berlín”, que casi publico antes que
éste, que tuvo lectores entusiastas, pero que finalmente, no me pudo entusiasmar a mí, y que recién
ahora he retomado. Por otra parte, “Lord Banana” avanzaba a grandes pasos, y éste sí contaba con
todo mi empeño; paralelamente, sigo trabajando en otro volumen de cuentos y un nuevo proyecto
poético.

Así que, no: poético y narrativo es como lo veo; por otra parte, creo que mis motivaciones en ambos
géneros son bastante disímiles o, dicho de otro modo, cubren campos temáticos y de realidades que
se tocan sólo tangencialmente. Te lo digo aun de otro modo: las necesito a ambas.

Ya que estamos en esto, ¿cómo se agrupan, cómo se reúnen los relatos de “Lord Banana…”?

Mira, yo diría que con una excepción absoluta y dos o tres relativas, la mayoría de esos cuentos
ocurren en una atmósfera que, quiero creer, es reconociblemente valdiviana, y aun ribereña. Y
aunque me he tomado evidentes licencias –por flojera de memoria tal vez–, creo haber logrado, en
algún caso, cierto “tono” de uno que otro barrio valdiviano en los que viví; si esto es así y alguno de
mis coterráneos lo percibe con agrado, ¡estaré contentísimo de saberlo…!

En este sentido, el libro tiene algo en común con ese casi fallido proyecto de poesía que sigue
llamándose “Plaza Berlín”, en el cual –tal vez más oblicuamente, aunque el título tan
“geográficamente posicionado” sugiera otra cosa–, esta ciudad entró muy hondamente. Su
diferencia, por otro lado, más allá de lo obvio debido a los géneros, está en lo que podríamos llamar
el tono emocional dominante en cada libro. Si “Plaza Berlín” tendía a lo brumoso, a una cierta
angustia teñida tal vez de nostalgia por un mundo distante, en “Lord Banana…” he podido dialogar
literariamente, con la ciudad que me vio nacer, desde una perspectiva anímicamente más luminosa,
humorística incluso, aun considerando las circunstancias parejamente dolorosas en que todos
vivimos aquellos años.

Se me ocurre ahora que el lenguaje oral y de argot juvenil, que tú usas en varios de los
cuentos, son algo así como marcas de personajes y, claro, tal vez un personaje en sí mismo,
más o menos “real” en la medida que el lector pueda reconocerlos como propios. Te señalé,
por ejemplo, que seguramente un colombiano fracasará estrepitosamente en el intento por
descifrar “seco p’al cornete”, expresión extrañísima hasta para uno mismo…

Bueno, sí, es harto curiosa, divertidísima, como tantas otras en nuestro español austral. Debo
confesar que, más allá de “traducírsela” a tu afligido colombiano, no podría explicársela sin incurrir
en excesos verbales… Muchas de ellas me consta que están en desuso y creo que, si las he usado, es
porque eran rasgos de los personajes, o de sus facetas memorísticas.

Se puede adivinar un destino literario curioso a estas expresiones, en cuanto, según creo, quedarán
como incrustaciones algo abstractas, cuyo sentido se vislumbrará tal vez por cierta cualidad, como te
diré, relampagueante de su sonido.

En nuestra propia y circunscrita tradición literaria, austro-chilena y post-golpe, hay quienes, como
Clemente Riedemann, usan todavía con mayor amplitud estos mechados –y no me parece impropia
esta alusión culinaria–, adobándolos de arcaísmos, champurriao, mutra y otras variantes del español
tricultural de esta parte de Chile; ¡si hasta menciona marcas comerciales que quizá ya no se
recuerdan! Lo tengo perfectamente claro y no veo conflicto en ello: parte de toda literatura debe
morir y, ciertamente, será leída de modos que ni siquiera podemos imaginar.

Y no es difícil suponer que este tal vez sea el destino de buena parte de la literatura que presume de
oralidad o de transponer el habla común a la página: cambiante y efímera como las modas de
vestuario. Las sobrevivientes serán leídas y sentidas tal vez del mismo modo como nos ocurre hoy
con la literatura medieval, como una lengua que ya no nos pertenece, pero en la que todavía
podemos disfrutar de las magias y músicas del lenguaje, de sus bruscas revelaciones de sentido, de
metáforas sorpresivas.

David, así como podemos aceptar la verosimilitud de la ciudad de tus cuentos, ¿podemos
asumir entonces que los personajes no son pura invención?

No podría negarlo, por cierto. Algunos amigos me desmentirían aduciendo como prueba las
alusiones o retratos parciales (no deformes, espero) que podrán reconocer en ellos. No, no…
No digo nada nuevo con esto, pero no hay escritor que no recurra a las personas con las que
convivió o malvivió alguna vez, y aun en ciertas precisas circunstancias –y que siguen resonando en
su memoria con variadísimas intensidades– para, por lo menos con la técnica del cóllage, montar
más de algún personaje; y esto lo saben o coligen perfectamente sus lectores coetáneos y prójimos.

Hay también, desde luego, entre los personajes de la memoria y de los cuentos, tipos que conocí
fugazmente y que permanecieron olvidados, hasta que los convocó el curso de la escritura; y quiero
decir que en buena medida no se trata de excavaciones de arqueólogo en el propio suelo de sus
recuerdos, sino algo que ocurre sólo cuando uno se aplica al acto de escribir, y al seguir el hilo de la
historia ésta empieza a poblarse, con una suerte de naturalidad, de estos personajes que fueron hasta
entonces una nebulosa en el recuerdo o en la imaginación de un cuento.

Lo siguiente no tiene gran relevancia para efectos literarios, aunque a más de algún lector se le
ocurra, pero ¿no suele haber un riesgo en esos cóllages de personajes? Quiero decir, sabemos
de más de un caso de “sensible fallecimiento” de una amistad, a causa de estos
procedimientos. Pienso en un ejemplo famoso, en el quiebre de la amistad entre el pintor
Cézanne y el escritor Balzac, después de la publicación de “La Obra Maestra Desconocida”,
del segundo…

Quiero tranquilizarme pensando que, literalmente, a nadie he maltratado de palabra, excepto tal vez
esas muchachitas de algunos de mis cuentos, de alegre vocación horizontal. Pero ésta puede tener
poco de retrato y mucho de invención machista del “cabrito” lúbrico que habré sido, que hemos
sido –comprenderás que en esto tienes que estar de acuerdo conmigo, supongo.

Supones bien. ¿Reconciliación entonces? ¿Ajuste de cuentas? ¿Forma dulce de una buena
nostalgia?

Tal vez sí, tal vez todo eso. Uno, por cierto, nunca quiere reconocer cuanto le puede doler un lugar
que hemos abandonado tal vez para siempre y que, dolores más o menos, nos dio también alegrías.
Creo que en “Plaza Berlín” –que tal vez entregue a los lectores en el futuro–, estaba más presente la
sombra, bastante nítida, de los dolores, no importa cuales hayan sido; de alguna forma, esta
transposición a la escritura actúa siempre, con algo de suerte en la “batalla con el ángel”, como una
forma de exorcismo.

Tal vez eso me liberó para enfrentar la pulsión narrativa, en “Lord Banana…”, con ánimo más
lúdico, con más humor; porque estoy cierto que varios de esos textos pudieron tener una forma
bastante más oscura, de haberse tomado desde sus ángulos más violentos, o perversos si tú quieres,
aunque en más de alguno no pude evitar, evidentemente, una carga hasta trágica.

¿Volverás sobre algunos de esos materiales en otros libros?

No lo sé. Creo que ya no es relevante. He ido derivando hacia cuentos cercanos al género fantástico
y, por otro lado, mi nueva situación de vida y de intensidad laboral pedagógica, que se mantendrá
seguramente por varios años, evidentemente ha ido pidiéndome también un legítimo espacio, frente
al que no puedo “hacerme el leso”, como hubiera dicho el Chico [Jorge] Ojeda. Como sea, esos
nuevos textos me tienen de nuevo muy entusiasmado, y ojalá que me dure; tú sabes lo fácil que
puede uno “desentusiasmarse” de lo que escribe, y sujetarse a nuevos entusiasmos.

Valdivia, 9 de agosto de 2007.


Más datos:

www.davidmiralles.com

www.pag

inadura.com
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