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"Los que querían dormir, no por cansancio sino por nostalgia de los sueños,
recurrieron a toda clase de métodos agotadores. Se reunían a conversar sin
tregua, a repetirse durante horas y horas los mismos chistes, a complicar hasta
los límites de la exasperación el cuento del gallo capón, que era un juego
infinito en el que el narrador preguntaba si querían que les contara el cuento
del gallo capón, y cuando contestaban que sí, el narrador decía que no había
pedido que dijeran que sí, sino que si querían que les contara el cuento del
gallo capón, y cuando contestaban que no, el narrador decía que no les había
pedido que dijeran que no, sino que si querían que les contara el cuento del
gallo capón, y cuando se quedaban callados el narrador decía que no les había
pedido que se quedaran callados, sino que si querían que les contara el cuento
del gallo capón, y nadie podía irse porque el narrador no les había pedido que
se fueran, sino que si querían que les contara el cuento del gallo capón, y así
sucesivamente, en un círculo vicioso que se prolongaba por noches
enteras."(121-122)
Este juego que raya en el absurdo, se basa en una reducción del lenguaje
desposeyéndolo de su capacidad referencial y destruyendo la memoria que
requiere toda relación dialógica. Las respuestas no son desconstruidas como
reacción a un mensaje precedente sino como emisión aislada de su contexto
semiótico. Hau una ruptura en la cadena sintagmática que impide la
conducción del mensaje y desvirtúa el proceso de comunicación. En este
sentido el juego del gallo capón es lo contrario del discurso novelístico, que
intenta preservar en la memoria las vicisitudes de la estirpe.
Uno de los juegos más sutiles de toda la novela tiene que ver con la estructura
temporal. La construcción temporal de Cien años de soledad está concebida
como un finísimo juego de ilusiones, de transposiciones, de proyecciones
temporales, de prolepsis y analepsis que tienden a confundir el plano
temporal, presentando el futuro como un pretérito cierto y definido,
presentando el hecho pero postergando su resolución, de forma tal que crea el
suspenso que mantendrá al lector interesado hasta el final de la obra. En la
famosa frase inicial de la novela hay un indicio, una seña que introduce una de
las reglas del juego y que el lector avisado (léase jugador) tendrá que saber
interpretar para jugar efectivamente.
Esta frase es una invitación y una advertencia. Por un lado nos invita a
situarnos junto al narrador, en un espacio de tiempo privilegiado, una
plataforma que como una alfombra mágica nos llevará por diferentes tiempos
de la historia, como una máquina del tiempo que nos permitirá ver lo que está
por ocurrir en un momento en el futuro, trasladarnos a otro punto en el pasado
donde ocurrió algo, para luego llevarnos a un tercer punto, anterior al
segundo, donde está desarrollándose una acción imperfectiva. Pero es también
una advertencia, un guiño que nos dice que en este juego las cosas son más
complicadas de lo que parecen, que el tiempo no es aquí una sustancia asible y
lineal, sino un intrincado juego de reflejos e ilusiones, de recuerdos y
proyecciones, de fantasmas. Este modelo narrativo se repetirá a lo largo de la
novela, reiterando de esta forma la importancia de la regla que establece. El
lector que pase por alto esta advertencia, tendrá dificultades para aceptar la
estructura temporal de la novela y no podrá jugar efectivamente.
Algo similar sucede con la escena del imán. La fuerza magnética
descomununal que hace que las maderas crujan por la desesperación de los
clavos y los tornillos tratando de desenclavarse, estipula otra regla del juego,
justifica todas las hipérboles siguientes y le dice al lector que en el mundo de
Macondo todo esto es posible, que los límites de la realidad no son los que
comunmente aceptamos, y que para jugar bien el juego tenemos que aceptar
estas reglas.
José Arcadio Buendía "cuya desaforada imaginación iba siempre más lejos
que el ingenio de la naturaleza" presenta una ironía implícita en todo juego.
Cuando el padre Nicanor se apareció con un tablero de damas y una caja de
fichas para invitarlo a jugar,
"José Arcadio no aceptó, según dijo, porque nunca pudo entender el sentido de
una contienda entre dos adversarios que estaban de acuerdo en los
principios.(160)
Otra dimensión del arsenal de juegos en Cien años de soledad, lo compone las
numerosas referencias literarias que se encuentran diseminadas por toda la
novela. Al encontrarse con estas alusiones el lector de la novela tiene que
decidir la manera en que va a desconstruir la información dada y la forma en
que va a engastarla en el vasto esquema que se ha ido formando. Cien años de
soledad abunda en referencias a personajes de obra anteriores, referencias que
el lector de García Márquez reconoce inmediatamente e incorpora al vasto
sistema de la obra. También se encuentran tres alusiones explícitas a obras de
la literatura latinoamericana. Cuando José Arcadio, a la hora de la comida,
está relatando las peripecias de sus viajes, afirma que: