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marxista
1 AGOSTO, 1985
Eric Hobsbawm
Eric Hobsbawm
Usted empezó a publicar desde hace más de treinta años. ¿Cómo fue que
se dedicó a “hacer” historia?
Usted ha escrito para dos tipos de público: uno especializado y otro, más
amplio, de no especialistas. ¿Usted cree que deberíamos poner empeño
en hacer eso mismo?
Sí y no. Aislado sí, porque yo era, y cada vez sentía que lo era
más, una especie de freak en el movimiento británico. Alguien con
mis antecedentes —alguien que venía de un entorno de Europa
central, que tuvo su primera politización cuando era un alumno de
primaria en Berlín antes de que Hitler llegara al poder, que se
organizó por primera vez cuando era estudiante de secundaria en
una sociedad comunista de alumnos en Berlín en 1932, y que
luego llegó a Inglaterra cuando era un adolescente—; es obvio
que alguien así era un poco distinto de la mayoría de las otras
gentes que se volvieron de izquierda en los treintas. Tal vez en el
partido comunista alemán, alemán oriental, o austríaco me habría
sentido menos aislado. Pero en otro aspecto no estaba aislado
porque, supongo que por fortuna, la gente —sobre todo
estudiantes y otros— sí leían las cosas que escribía. Nunca tuve
la sensación de estar marginado. A veces tuve la sensación de
estar en desacuerdo, pero no necesariamente la de estar
separado por completo y hablándole al vacío. Y de hecho a fines
de los sesentas a la Nueva Izquierda, o a las variedades de
nuevas izquierdas, la integraban gentes con las que yo me sentía
totalmente metido en el diálogo, a veces un diálogo crítico pero
sin embargo del mismo lado, y me sentía vagamente conectado
con ellos. Por eso no puedo decir que me sentí aislado hasta ese
punto del que habla Edward.
En la Gran Bretaña, cualquiera que tuvo la suerte de entrar a la
universidad antes del verano de 1948, antes de que cayera la
cortina, por lo general se sostuvo. Durante diez u once años no
tuvieron promociones, pero tampoco los echaron. Hubo uno o dos
casos de gentes a las que sí corrieron, pero en general la mayoría
de nosotros que tuvimos la suerte de entrar nos mantuvimos ahí.
Tuvimos que perseverar y conservar eso. Pero también es
evidente que nadie que no entró, supongo, en mayo/junio de 1948
encontró trabajo por diez u once años.
Cuando escribí Rebeldes primitivos fue muy claro que este tipo de
fenómeno era mucho más importante en el tercer mundo que en
Europa; en Europa era más bien algo marginal. Al mismo tiempo,
con este tipo de tema no se puede escribir o investigar con
efectividad sin conocer otros idiomas, sin ser capaz no sólo de
leer sino de hablar con la gente. En fin, América Latina fue la
única parte del tercer mundo donde esto me pareció viable,
porque manejo el español. Así que en algún momento pensé que
debía intentar eso y darle espacio. Logré que me pagaran un viaje
a América Latina y, una vez ahí, me entró un interés específico en
algunas de las cosas que habían ocurrido ahí —pero más que
nada en las cosas que podían ilustrar el problema de la rebelión
primitiva— y desde entonces mantengo ese interés. Yo hubiera
preferido ocuparme de otra parte del mundo. Por ejemplo, me
parece clarísimo que el sureste y el este de Asia son
absolutamente cruciales desde ese punto de vista. Pero por
razones lingüísticas no he podido hacerlo. Y ahí sólo contaría con
fuentes de segunda o tercera.
¿Cuáles cree usted que sean las áreas más fructíferas en que los
historiadores marxistas han trabajado o en las que deberían trabajar?
te quiero en mi paraíso
es decir que en mi país
la gente viva feliz
aunque no tenga permiso