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el hombre concreto
POLACO ROSADO

EL HOMBRE CONCRETO
Polaco Rosado nace en Riohacha el 13 de
agosto de 1945, en la Bocacalle la
Esperanza; hoy, conocida como el
Callejón de las Brisas. Efecto
melodramático de José Gabriel Rosado
Padilla, Ingeniero Agrónomo, egresado
de la Universidad de Córdova; en
Colombia es pionero del cultivo de la
Jojoba (Simmondsia chinensis (LINK),
Schneider). La herida fundamental que
transformaría la vida del escritor
autodidacta, en la tierna edad; se debió al
deceso de su progenitora.

A la edad de quince meses, tiene la tranquilidad de saber que su


madre Carlota Sofía Rosado Pérez, aliviada por el gozo de su próximo
encuentro con Dios; en los minutos previos por venir, compartió un
increíble relato con su hermana Sabina Dolores Rosado Pérez; en aquel
entonces, y ahora, la personalidad luminosa de la tía no tardaría en
encargarse de la custodia de la niña, del rey y los mellizos. Para que no
fueran víctimas de los quebrantos del duelo, se los lleva a vivir a la
ranchería indígena El PÁJARO. Como miembro de la colectividad
indígena, el 24 de octubre de 1950, es confirmado en la parroquia San
Rafael de El PÁJARO -–de donde dice ser oriundo--, por el cacique
Papúm Freile Amaya de la casta Epinayüu.

Su pasión por las letras nace en el invierno de 1951, al ver llegar al


caserío una caravana de camiones contrabandistas; encadenados en
tracción y empapado de barro. Pasado unos minutos, llega a la tienda
de su tía Sabina; una apuesta figura adornada de gentil disposición, de
sombrero fino, camisa azul marino, pantalón kaki remangado hasta las
rodillas que, dejaba ver las piernas lavadas y calzado con güaireñas,
por su aspecto, formaba parte de la caravana; y con sentimiento de
tristeza pregunta: ¿Dónde está mi prima? A la voz del indio, por arte
de magia; ella sale de la cocina y ad libitum le brinda una taza de café,
como expresión de bien recibido: ¿Cómo está primo hermano? Bien –
respondió el civilizado, luego agrega--, la guardia viene detrás de
nosotros, pero aquí no llegan, porque los vamos a recibir a plomo.
Entre palabras vienen y palabras van, el paisano saboreaba el néctar
negro de los dioses blanco, para despedirse. Cuando el gatillero iba por
el centro de la amplia calle, la tía Sabina les habla a los niños que
retozaban en la tienda; con una mirada tranquila y distante, señala con
el dedo índice: ¡Ese indio si es guapo, él combatió en la Guerra de
Pancho, al lado de mi hermano Ceferino! Las memorables palabras de
la matriarca, esas que despertaron inclinación hacia la curiosidad y
creatividad muy viva de los niños; fue factor motivante para que
Polaco Rosado practicara y predicara el existencialismo.

A la edad de diez años, su hermano Reinaldo J. Rosado le da señas de


enseñanza primaria, en la cartilla segunda de Alegría de Leer; para que
aprendiera a deletrear. La vida le dio un pronto, y por causa de aquel
detalle psicológico muy triste; comienza a ponerle rostros a la tragedia,
al darse cuenta de que la persona que había estado de visita en casa de
su tía Sabina se llamaba Camito Aguilar; individuo que, en la acción
del momento, habría sido tomado como figura de señuelo. Las raíces
de la conflagración, añadidas a las hablillas de un escándalo de traición
pasional; despertarían sensaciones encontradas en José Prudencio
Aguilar, las que aprovecharía para fingir una desgracia. Partiría de su
pena para hablarle de la muerte de su hermano a José Ceferino Rosado
Curvelo, quien siempre había tenido a bien, demostrarle ser su mejor
amigo –a José Prudencio todo le inducía a pensar que José Ceferino no
regresaría a Riohacha--, el inducido había tomado para él, la
satisfacción del agravio a Camito. Persuadido mediante hechos
falseados y bajezas enfiladas Ceferino no dudaría en ir al escenario de
los acontecimientos en pos de venganza; con la convicción de
desafiaría en duelo a muerte a los cinco agentes de la policía montada,
armados con fusil Máuser de repetición; la valentía de volver la cara al
enemigo sería el plazo de la fatalidad para que fuera abatido el 13 de
junio de 1939, en Panchomana. La leyenda fue ultimada en estado de
inocencia, porque algunos de los amigos callaron para no sentirse
culpable de un suceso de dolor y pena; que se esperaba de él por la
delicadez usina de rumores. Consigo, ni le avisaron por ventura que
viva en malicias de una alevosía, porque en el ámbito de La Guajira; se
conjeturaba que su reputación de hombre valiente generaba profunda
hostilidad a la agresión cobarde de alta traición, asumida por sus
amigos; alevosía que toma forma mayor en José Prudencio Aguilar
Márquez y Carchi Henríquez Hernández.

El artesano de la historia ejercitaría el oficio de la investigación con este


recuento parcial. Pero, en la adolescencia logra robustecer el proceso
investigativo, y hace que no pierda vigencia el mito de la tradición
oral. En realidad, los años de estudio en el Liceo Nacional Padilla, fue
su manifiesto para ser miembro fundador (1964) del grupo de
estudiantes partidarios de la doctrina de los Jacobinos; caracterizados
en el procedimiento radical y su rigor moral.

Esa buena vibra que respira de escritor autodidacta, lo motiva a ser


coautor de una obra basada en la investigación: Introducción del
Cultivo de la Jojoba en La Guajira Colombiana. Et. Al. Para la
recuperación de la memoria y la verdad histórica, escribe la antología
Cuentos Guanebucanes –colección de piezas escogidas de literatura,
que se desarrollan a partir del conflicto guajiro--, pero, para considerar
válido el concepto promovido por las Casas Editoras: “Sólo es escritor
quien escribe novelas”. Polaco Rosado en su condición de psíquico
creativo, nos presenta una colección de libros inéditos, ejecutados con
primor; que tienen características comunes: El Hombre Concreto (un
diario existencial, en el que a menudo aporta nuevos referentes al
discurso; y expresa su presencia o su existencia). La Ruta Guanebucán
(género literario narrativo, con un surtido temático y diverso de
antología). Y La Viuda de Atkinson, novela cultivada en el siglo
pasado con una temática que narra la sublimación de la realidad; y
desarrolla su acción en época moderna, con personajes reales o
ficticios.

Las obras de este novelista pajarero, de sombrero guapo cinco x, con


un toque sucio que le da carácter; hacen que se llene de gloria y orgullo
al honrar con valor definido, la memoria de nuestra identidad; ocasión
favorable para el reconocimiento de la relación paterno filial con el
negro de origen africano Don Prudencio Padilla, padre del maestro
Andrés Padilla, primogenitor del Almirante José Prudencio Padilla
López, (héroe de la epopéyica Batalla de Trafalgar, 21 de octubre de
1805); y de sus hermanos, el capitán de navío Francisco Javier Padilla
López y el Contraalmirante José Antonio Padilla López. Los tres
riohacheros, se consolidaron como héroes de la libertadora Batalla
Naval del Lago de Maracaibo, 24 de julio de 1823.
Prólogo.

“El Hombre Concreto” (El Hombre real, determinado), es la nueva obra que nos

ofrece Polaco Rosado; es una bien narrada experiencia personal que comprende

dicha y desdichas; alegría y penas; triunfos alcanzados y no alcanzados; en

síntesis, es un complejo vivencial del autor, quien, en un lenguaje ameno, muy

riohachero y caribeño, nos va contando día tras día todo cuanto acopió el trasegar

de su vida por los años de la década de los setenta. Es un diario interesante en el

que el autor de “El Hombre Concreto” va desgajando las buenas y adversas

experiencias en su inmarcesible ciudad natal, Riohacha, en Orangestad, Aruba; en

Punto Fijo, Carirubana y Guaranao, Venezuela. Con respecto a escribir un Diario,

libro en que se recogen por días sucesos y reflexiones, creemos que a

consecuencia del advenimiento de la tecnología digital en el campo de la

informática (Internet, Facebook y Twitter), hemos dejado de lado la fascinante

costumbre de escribir un diario en el que plasmemos nuestras vivencias en el

conjunto global de todas las experiencias. La historia, ese testimonio inmutable de

nuestro pasado, nos reafirma la existencia de interesantes diarios entre los que

podemos resaltar los de Daniel Defoe (1660-1731), francés, quien en su ―Diario de

la peste” anotó, día tras día, la gran tragedia que significó la peste europea de

1721; de Juan Ramón Jiménez (1881-1958), español, quien escribió “Diario de un

poeta recién casado” en el que el autor marca y narra día tras día, la superación

de la sentimentalidad y la imaginería modernista para abrir paso a una poesía

desnuda en la que el mar y las cosas existen como imagen del mundo interior; “El

Diario de un cura rural”, de George Bernanus (1888-1948), francés. Bernanus en


su Diario trata de los esfuerzos dramáticos de un joven cura de Ambricourt, para

redimir a las almas rebeldes; contamos también con ―El Diario”, de Witold

Gombrowicz (1904-1969), polaco, de Polonia, quien no sólo se confiesa en su

Diario, sino también que confronta la crítica con el mundo real, y, uno de los

Diarios más importante del siglo XX es el de Ana Frank, joven judía quien en su

Diario registra día tras día las vicisitudes de los suyos en el Campo de

Concentración de Bergen-Gelsen durante los años 1944 y 1945. También vale la

pena agregar la existencia del importante e interesantísimo “Diario del Che

Guevara en Bolivia”, en el que el guerrillero inmortal plasmó, día tras día, su

vivencial de hombre luchador por la causa popular. Ahora bien, Polaco Rosado

agrega a estos Diarios su Diario, que él ha titulado “El Hombre Concreto”, en el

que encontramos historia, pasión, crítica y análisis de la realidad de aquellos días

en los que Riohacha, ya por ese entonces capital del Departamento de La Guajira,

seguía siendo una aldea parroquial cuyo paisaje urbano nos lo narra Polaco

Rosado con describible detalle, pues nos traslada a aquella Riohacha de los años

setenta y nos pone a transitar por sus calles y callejones y nos describe sus

costumbres, su arquitectura de modelos pretéritos y la del modernismo, que

empezaba a trastocar el paisaje urbano histórico de la añosa ciudad, donde aún

palpita la lealtad al amigo, que Polaco Rosado resalta, así como también, la

dulzura de la abuela. Además, en “El Hombre Concreto”, su autor nos traslada a la

ciudad de Valledupar, donde experimenta la adversidad del robo de sus

pertenencias; también nos lleva a la ciudad de Oranjestad, capital de la isla de

Aruba, la maquillada colonia de Holanda; Polaco Rosado nos adentra en las

avenidas y calles de la ciudad insular y nos lleva hasta sus lugares históricos,
comerciales, turísticos y otros más que dinamizan la economía de la isla bajo el

sensual embrujo del ambiente caribeño y así, bajo la expectativa de

internacionalizar sus experiencias, nos hace llegar al territorio venezolano donde

alcanza a transitar y conocer la ciudad de Punto Fijo y los poblados de Carirubana

y de Guaranao y en cada uno de ellos es sujeto de alegrías y adversidades, que

él, con el cuidado del escritor, día tras día, va registrando en su interesante Diario

“El Hombre Concreto”, resaltando su constante entrega al trabajo de hombre de

mar y de tierra y de amigo leal y sincero; sus amoríos frustrados y sus quiméricas

novias.

Sin entrar en el campo de la hipérbole y guardando las proporciones de tiempo y

lugar, podemos equiparar las aventuras de Polaco Rosado con las de Robinson

Crusoe, el mítico personaje de Daniel Defoe, que, abandonado en una isla

desierta, consigue remediar todas sus necesidades y superar todas sus aventuras,

alcanzando a la postre crear una felicidad relativa. “El Hombre Concreto” no

estuvo abandonado en una isla marítima, pero sí estuvo a merced de lo incierto,

de las necesidades y de la aventura en las islas urbanas de madera, cemento y

ladrillo en las que, por fuerza de las circunstancias, tuvo que estar en cada una de

ellas por varios días, que como atrás lo señalamos, están registrados, día tras

día, en el Diario de Polaco Rosado, quien además, en su cotidiana memoria,

registra con ufanía su herencia biológica de ser una de las ramas del glorioso

árbol genealógico de nuestro prócer, el aguerrido General de División y Almirante

José Prudencio Padilla López.


Luego de un cúmulo de experiencias y aventuras en un barco pirata

contrabandista ―El Ángelus‖, que generalmente desafiaba por las noches al

borrascoso mar Caribe y acopiadas también en las ciudades y poblaciones

insulares y continentales, Polaco Rosado vuelve a su histórica e inmarcesible

Riohacha imbuido en las ideas revolucionarias que teóricamente había asumido

por la lectura del Diario del Che Guevara, se aposenta en la realidad que rodea de

nuevo a su existencia, que, luego de las varias frustraciones por no haber sido

admitido en la Universidad, de no haber alcanzado el nombramiento de profesor y

de, por fin, obtener un modesto trabajo en una empresa que tenía su sede en el

poblado de Camarones, Polaco Rosado empieza desde entonces a crear su

felicidad relativa, que es la consecuencia de todo lo que está narrado en “El

Hombre Concreto”, obra que por muchos años ha estado inmersa en el sueño de

la paciencia y de la espera. Por lo que nos narra Polaco Rosado en “El Hombre

Concreto”, esta obra historiográfica-personal, merece llegar a las manos del

público lector.

Lázaro Diago Julio.

Miembro de la Academia de Historia de La Guajira


Julia Elvira, nace de Dios; decirte

que eres mi inspiración, mi

modelo y mi todo.
Imagen de cubierta: Betsy Barros

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34181177

# de registro 1- 2018- 29047

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Tel: 095 - 7288163


MAYO 28, DE 1970.
Mayo 28, de 1970.

Corren las 23: 01 horas local. Estoy desvelado. A las 02: 30, desde la calle ―la

Marina‖ escucho el motor de la camioneta taxi que se acerca; en efecto, se

detiene en la casa No 9-63, de la abuela Rosa Pérez Zúñiga, la hija de Juan de

Dios Pérez Iguarán y Tomasa Zúñiga. Al pito, salgo a la oscura avenida y me

embarco. Las luces de la ciudad tienen tonos diversos. Se dirige hacia la estación

de buses Brasilia, en la carrera 7 No 12A - 23. De Riohacha, el bus parte a las

03:00 A. M. con rumbo hacia Barranquilla. En el trayecto por la carretera

destapada que conduce hacia la provincia, entablo amistad con María Monterrosa,

a quien invito a comer arepuéla de huevo en Cuestecitas. Luego del disfrute

emprendimos el viaje hasta Valledupar. Interesado en ella, la invito a desayunar

en un restaurante que está próximo a la terminal de transportes. Son las 09:30

A.M. y llega el amargo momento de la despedida porque ha llegado la hora de

continuar el viaje. Son las diez de la mañana y amenaza tiempo de lluvia.

El recorrido desde Valledupar hacia Barranquilla ha sido bajo la lluvia. Y el tiempo

del cerebro ha hecho que el viaje se sienta demasiado largo. A las 07:15 P.M.

llego a Barranquilla en busca de una porción de sueño universitario. Hago una

larga caminata por el monumental estadio municipal Romelio Martínez de la calle

72, entre carreras 44 y 46. Por los alrededores escucho con mucho asombro el

comentario del vecindario que afirma que en el conticinio, en las gradas se

escuchan voces sepultas que pregonan la técnica del legendario Flaco Meléndez,

la inteligencia futbolística de Julio De La Hoz, el irrepetible e histórico gol olímpico

de Marcos Coll que por pateo mágico, hizo comba y se anidó en el arco de Lev
Yashin; la leyenda viviente con el remoquete de ―Araña Negra‖ es considerado el

mejor arquero del mundo de todos los tiempos. Del infranqueable portón defensivo

de Joel Dokú y de Toño Rada, considerado el terror de los arqueros. En la carrera

45, tomo un bus urbano de la empresa Angulo y regreso al hotel Roxy de la calle

34 # 45-66 ―Paseo Bolívar―. Miles de personas circulan entre monumentos y

avenidas, viven momentos históricos, pero el sueño de la ciudad no está al

alcance de todos. Los verdines del plano urbano están basados en los principios

modernistas.

Como puerto fluvial y marítimo, el muelle de Puerto Colombia ha sido

determinante para la migración de palestinos, alemanes, chinos, turcos y judíos; lo

que lo convierte en un símbolo de orgullo para el atlanticense. La fundación de

Barranquilla es el segundo descubrimiento de América. A pesar del estropeo y el

cansancio del cuerpo escribo esta aventura. Con las manos detrás de la cabeza,

he quedado tendido de espaldas sobre la cama.

Mayo 29, de 1970.

Las trompetas y el vociferar de los calanchines de los buses me despiertan. Al

momento del desayuno soy visitado por mi hermano José Prudencio (Che) Padilla.

Son las 08:15 A.M. vamos a la universidad del Atlántico, carrera 43 # 50-53, con el

propósito de resolver el problema de la inscripción para presentar los exámenes

de admisión. Aquí notifican que todo está correcto. Una vez recibo la credencial, la

ruta a seguir es hacia las oficinas de la empresa aérea Avianca. Abordamos un

bus urbano de la empresa Angulo que va hacia el centro de la ciudad. Barranquilla


es un mosaico de parques y paisajes en todas sus calles y avenidas. Nos

apeamos y prosigo a pie en compañía de Edgard Ferrucho hasta llegar al edificio

donde está la sección del correo. Hago la solicitud de un recomendado que

contiene un cheque en dólares que ha enviado mi hermana Betty Gutiérrez desde

los Estados Unidos. Enseguida abordo un bus de Brasilia y viajo hacia la ciudad

de Cartagena con el propósito de ver a Gladis Lugo. Aunque tengo la horrible

sensación de que algo anda mal.

Todavía siento por ella una relación profunda y emocionante. Está disgustada

conmigo. Mediante acuerdo con el conductor de un bus urbano, me apeo frente a

un cine de la avenida Buenos Aires. Trepo la leve pendiente de una calle y llego a

la residencia de sus padres en el ―Barrio el Bosque‖. La presencia del guajiro fue

causal para que, la madre, Mayito Zurita formara un escándalo en vista de que no

simpatizaba conmigo. Con disimulo salgo de la casa y la espero en la avenida

Buenos Aires, en medio del calor, hay cruce de palabras con ella: ―Estos amores

no pueden seguir mientras mi madre viva, es mejor dar por terminado esto.

Además tengo un admirador que estudia medicina en la Universidad de Cartagena

y pienso casarme con él‖.

Las reacciones adjuntas no se hicieron esperar y de inmediato, a marcha forzada

la encamino hacia el terminal de transporte. El rastro de las viejas calles va en

dirección de las caras de las murallas. El histórico pueblo se encuentra establecido

sobre una isla donde choca la Edad Media contra el Siglo XX. Con tiquete en

mano, me embarco en un bus ―Thermo King‖ de la empresa Brasilia que espera


turno de salida para Barranquilla. Durante el trayecto se empieza a mover la

psicología subyacente sin dejar de pensar que es honrada, que había cogido algo

de lo que yo le enseñé. Llego a Barranquilla, como persona inestable voy al teatro

Murillo a presenciar la proyección de la película ―Che Guevara‖ para tratar de

olvidar lo sucedido. Lo que en el corazón de Cupido no se cumple. Son las 05:30

P. M. Salgo de cine con la misma obsesión, idea fija que interrumpe el sueño gran

parte de la noche.

Mayo 30, de 1970.

A las 08: 45. Abro los ojos y doy un salto. Salgo a caminar las calles para no

alargar la velada. Tal vez por casualidad tropiezo con Escalona Zárate. Quedamos

en vernos en la caja de cambio ―La Bolsa ―, cita a la cual no asistí. En la carrera 43

(20 de julio) subo a un bus que va hacia el Norte y pasa por la Universidad del

Atlántico. Allí encuentro a Lucas Gnecco, luego a Edwin Vanegas, más tarde a

Varo Romero, Chobi Pimienta y a Edgard Ferrucho, quienes van a inscribir a

Mariano Pérez. Trato de pensar cómo debo relacionarme con ellos. Subo a la

facultad de Derecho donde un conjunto toca nota musical de la nueva ola. Llamo

por teléfono a Che Padilla y acordamos cita para las 03:00 P.M. aquí en la

Universidad del Atlántico. A la hora convenida lo encuentro con Nelson Cotes y

Edgard Ferrucho. A pesar del parentesco psicológico con ellos, sólo pienso en el

problema con Gladis Lugo. Cosa que por el momento no he podido olvidar. Luego

por insinuación del primo Edgard, cambio de domicilio. Hace que abandone el

Hotel Roxy para que esté a gusto donde la hermana Zenaida Ferrucho de Ruiz,

en la calle 70 No 69 B – 98, ―Barrio Olaya‖ Aquí en casa hubo presentación para


todo el mundo, lo mismo hicieron en la residencia de las vecinas. Llega la noche y

vuelve a tornarse difícil conciliar el sueño por pensar en el amargo golpe de la

noche anterior.

Mayo 31, de 1970.

Cometo el abuso de levantarme a las 10:00 A. M. Soy invitado a la mesa para

desayunar. La sombra de la terraza es apropiada para una pequeña charla. Aquí

se habla y se discute todo tipo de temas; en el transcurso del tiempo echamos

varias partidas de dominó. Por no estar concentrado paso mucha pena al no poder

darle juego al compañero que forma la cruz conmigo. De esta manera esperamos

la una de la tarde para presenciar por TV el partido de fútbol entre Méjico y

U.R.S.S. La desconcentración obedece a que pienso mucho en Gladis Lugo. Una

vez terminado el encuentro mundialista salimos a pasear con Mariano Pérez,

quien ha llegado a las 05:30 P.M. a la ciudad. Entrada la noche regresamos a

casa. La conciliación del juego había despertado mucho entusiasmo en las

muchachas de la casa y en las vecinas de enfrente; tomaron asiento para jugar,

pero permanezco con Gladis Lugo en el pensamiento. Tarde de la noche, le

hicimos compañía a Che Padilla hasta la residencia donde habita. Solas o en

grupos pequeños, muchas mujeres y hombres permanecen sentados sobre el

piso, sillas y mecedores en las terrazas y andenes. El estilo de estos muebles está

en armonía con las características de las casas. Barranquilla es una ciudad con

aire de sociedad, pero la seguridad ya no existe en las calles. Ellas despiertan

pasión de amor, carnavalesca y deportiva en el hombre promedio. De regreso

llegamos demasiado apresurados.


JUNIO DE 1970.
Junio 1, de 1970.

A las 05:00 A.M. despierto con dinámica familiar. Trato de ser una persona abierta

ante la hermana y sobrinas de Edgard Ferrucho; que han tenido a bien darme

posada. Hago mis necesidades y desayuno en la compañía de la familia Díaz

Ferrucho. Salimos para tomar el bus que nos llevaría a la Universidad del

Atlántico. En la parada nos encontramos con un conjunto de personas

representativas de las opiniones y gustos de la mayoría de los barranquilleros. El

guayabo romántico, se siente cada vez más fuerte por lo acontecido en Cartagena

el 28, del mes próximo pasado. Presento el examen de admisión a las 08:30 A.M.

A la salida, acordamos en salir hacia el centro con el propósito de hacer compras.

Muy de prisa, regresamos a la casa. Almorzamos, hicimos la siesta y salimos a

presentar el segundo examen. Cumplo con el objetivo y vamos de nuevo al centro.

La curiosidad de los artículos y prendas de vestir que se exhiben en las vitrinas,

nos lleva a realizar nuevas compras.

Entusiasmado con el esnobismo, compro un suéter deportivo blanco, marcado en

relieve con el número ochenta y dos; y, sobre la manga como en pecho y

espaldas. Están de furor en la ciudad. Con especial contento regreso a casa, ceno

y le hago una carta a mi hermana Rosa Betty Gutiérrez con destino a Hackensack

Central Avenue 0721, N.J.- U.S.A. donde le hago recuerdo de lo prometido. El

grupo de amigos, a salido de caminata, compramos una botella de aguardiente y

una de vino para mí. En cualquier lugar, la estancia es corta cuando de alcohol se

trata. La condición de guarapero, es una evidencia convincente; que justifica el

apoyo moral para acudir pronto hacia la cama.


Junio 2, de 1970.

El momento inmediato es a las 08:00 A.M. Hechas las necesidades de baño e

higiene corporal, desayunamos. En la casa, nos despedimos del personal y por

supuesto, de la gente del barrio. Con un toque de emoción, partimos rumbo a la

estación de transportes intermunicipales. Al llegar a las oficinas de transporte

Brasilia, nos informan que minutos antes ha partido el bus que lleva la ruta de Rio

de la hacha. Lo que refleja frustraciones y desesperación de mi parte. Optamos

por la alternativa de comprar tiquete hasta Cuestecitas, en el bus que tiene por

destino la ciudad de Maicao. El recorrido de ida y vuelta del ferry que atraviesa el

río Magdalena, es de dos horas. Mientras el bus aprovecha el turno para ser

transportado hacia la otra orilla, mis ojos vuelven a tropezar con la mirada dulce e

inteligente de la chica; con quien había platicado en la terminal. En la sala de

espera, tenía puesta todas las miradas de las personas que nos encontrábamos

allí. Sobre la carretera comarcal, el carretero de aspecto cachaco, hostiga los

caballos de fuerza del motor 8, en V para aumentar la velocidad del autobús. La

circulación del autobús es moderada por la vía de comunicación asfaltada que

conduce a Ciénaga. Desde aquí en adelante, es empedrada pero debidamente

acondicionada entre las poblaciones de Fundación, Valencia, el Alto de las Minas

y destinos intermedios.

El viaje ha sido divertido hasta Valledupar. Por descuido, nos han robado el

maletín que contiene el suéter deportivo con el número ochenta y dos. Lo había

comprado para darme el lujo de ser el primero en lucir este souvenir en Río de la

Hacha. Estoy enfurecido pero, no puedo hacer nada. La actitud no es la mejor. El


voceador pregona la salida del viaje. En la Paz, abordan el bus tres hombres. Con

ellos trenzan una disputa Edgar Ferrucho y Che Padilla. Permanezco en guardia

con ganas de pelear. Aunque, llevamos la de perder porque uno de ellos es un

peso pesado de mucho cuidado. La irresponsabilidad de la juventud, nos lleva a

ponerle cara al problema. Quedamos desafiados para arreglar cuentas en San

Juan del Cesar. Durante el recorrido, el trío hace reflexión del caso y al llegar allí,

las partes mantienen la calma. En medio de la oscuridad, el bus arriba a

Cuestecitas a las doce menos cuarto de la noche. La ruta a seguir es Maicáo.

Junio 3, de 1970.

Lo que en principio había comenzado como utopía, ahora se ha podido contar con

la suerte de embarcarnos en la carrocería de un camión ocañero. Desde

Cuestecitas, emprendimos viaje sentados sobre bultos de panela. Durante el

recorrido por la carretera destapada que nos conduce hasta Riohacha, llevo en el

pensamiento a Gladis Lugo y los hechos dramáticos acontecidos en Valledupar.

Llegamos a las cuatro de la mañana a la capital de La Guajira. La ciudad sigue

ahogada en penas. El carro se parquea frente al mercado. En él, la vida prospera

por la abundancia de comida. Nos bajamos pálidos y desconocidos. Todos se

agitaron el polvorín del cabello y sacudieron la ropa. Iniciamos el desplazamiento

por la carrera séptima. Es natural cruzar la calle trece ―el Seminario‖, sobre los

andenes están alineadas colmenas de palos y cartones que custodian las ruinas

del Liceo Almirante Padilla (carrera 7 # 13-32). Este claustro, que fuera símbolo de

la cultura del pueblo, representa la diversidad de la vida cultural de la región.


Vamos de comediantes y noveleros. Con ritmo marcado, el grupo se desplaza

hacia el centro de la ciudad. Fue natural el cruce de la calle doce; de nombre que

no recuerdo. En la fría madrugada, permanece dormida. La esquina es vigilada

por la agencia de vehículos del agente Barón Romero; que se encuentra en cierre

parcial desde hace muchos años. Compartimos temas controversiales. Una

cuadra más adelante, el aire cargado de humedad arrastra la turbulencia de una

tormenta de arena que borra la calle once ―San Esteban‖; lo que siente al ventear

con fuerza la puerta de la casa de Luis (Marrano) Gutiérrez. El detalle de la

separación de los miembros del grupo es lo que preocupa. Con la mirada sobre el

pavimento arenoso de la calle diez ―el Carmen‖, desaparece Mariano Pérez en

silencio mudo. Seguimos de bajada por la carrera séptima.

De hecho, el resto del grupo avanza sin afán; se discute sobre los problemas que

se presentan en las universidades. Lo inesperado está a la vuelta de la esquina.

Desde el sardinel de la imponente fachada de la iglesia protestante, se ve una

cortina de humo que viene del barrio arriba de la calle novena. Al parecer, la

fumarola negra proviene de la quema de basura en el patio de Nicha Vanegas.

Envuelto en un velo de oscuridad, Edgard Ferrucho se despide en buenos

términos y hace gala en demostrar que goza de alguna emoción; rápido, queda

fuera del alcance de la vista al entrar en el habitáculo que se estrella en la carrera

del comercio. Por supuesto, los dos restantes compartimos un largo y curioso

caminar por el relieve escarpado de la carrera séptima. De pronto, se escucha un

ruido escalofriante en el techo de una casa de la calle octava ―el Alambique‖.

Siempre suele ser la más oscura.


Pienso en una bruma de espíritus alcohólicos. Con la curiosidad por delante,

tomamos medidas para tranquilizarnos. En el periplo por el pintoresco trecho

comercial de las siete primeras avenidas, nos esforzamos por entender la

perspectiva de que pronto estaríamos dormidos. En el pensamiento llevo a Gladis

Lugo. Las casas y edificios del corazón de la ciudad, parecen seducidos por el

encanto de la madrugada, Siento algo fantástico al

acampar en la plaza Almirante Padilla. Aquí hay muchos aspectos interesantes:

Búhos a la caza, aves anidadas, insectos, murciélagos y gatos. Somos la

curiosidad de este lindo amanecer. Ahora se llega al punto decisivo para la

separación de los dos. Che se despide con la frase: ―Bueno hermano, nos vemos

mañana‖. La protuberante barriga lo hace un hombre marcado que se esfuma

entre el esquinado del teatro Aurora y el edificio de Retra Romero; por la cuarta ―la

Concordia‖, va calle abajo. Trato de asegurarme de darle tiempo y espacio. No

reanudo la caminata, hasta estar convencido de que José Prudencio ha llegado a

la casa # 9-54 de la calle cuarta. El reto es seguir adelante marcando camino.

Solitario, cabalgo sobre la diagonal del Parque Padilla. Las copas de los árboles

parecen más una selva que un desierto. La bruma matinal se levanta sobre el

rocío, una jauría de gatos en celo sale al paso. Atravieso la calle segunda ―el

Templo‖ y subo al sardinel de la alcaldía. Miro hacia el reloj de la torre de la

catedral; el campanario forma parte de la arquitectura y toda la expresión artística.

Por la oscuridad de la carrera novena, voy en busca de la avenida primera ―la

Marina‖. Ahora enfrento un viejo y conmovedor misterio, causado por la muerte del
hombre que fue asesinado de dieciocho heridas de punzón; en la curva del muelle

por Mono Canova. Tenía el cuerpo agujereado como queso suizo. Luego de

arrojar el cadáver al mar, la corriente y la dinámica de las olas, lo arrastraron hasta

la orilla de la playa.

Apareció de cúbito ventral frente a la casa. Las tinieblas le dan un toque de

emoción al corazón. Siento que estoy vislumbrado por pequeñas cosas, por el

disgusto que mantengo con la prima Ivis Sánchez Rosado. En la presente

circunstancia, opto por no tocar la puerta; para que ella no se enoje. Prefiero

dormir en una loma de arena con el perro Trinity. Mientras salame mi cara, deja

ver angustias física y emocional; es una sensación indescriptible. En espera

vulnerable, siento que odio a la prima. Las condiciones dictan el valor de ver salir

al tío Toño Pérez a las 05:00 A.M. Es habitual en él salir hacia el mercado. Como

en todos los hogares riohacheros, cuenta con la sana costumbre de no asegurar

las hojas de la puerta con la aldaba ni con la tranca; ocasión que aprovecho para

ingresar a ella. De puntillas, ingreso en el aposento y tiento la cama de hierro.

Duermo con Gladis en la cabeza, hasta las 09:30 A.M. Hago el aseo corporal y

desayuno.

Sobre la mesa encuentro un par de cartas con fechas atrasadas y un telegrama.

La incapacidad de expresar los sentimientos, hace que vaya hasta la plaza Padilla.

Encuentro a los muchachos en la faena de pangar y comer corozos de almendras.

Debajo un frondoso árbol, charlamos un buen rato. Permanecemos sentados

sobre el piso y espaldar de las bancas donadas por Armando L. Fuente, Félix
Annichiarico, Donato Pugliese y Julio C. Romero B. y familia. Les hago el

comentario de lo acontecido en Valledupar con el maletín que le robaron a

Mariano Pérez. Mientras hago el comentario, diviso la silueta de Arinda

Marulanda, quien se encuentra en la puerta del kindergarten de Ligia y Ortencia

Amaya (Las Amayitas) -- una amiga morena de quien estoy enamorado --, voy

hacia ella, la saludo con gentileza y luego le miento. Dentro de las propuestas de

cariño que le hago, le propongo acompañarla hasta el Liceo Padilla, llevándole

conmigo la máquina de escribir Olivetti. Loco de contento, regreso a casa y leo el

Diario del Che Guevara en Bolivia. Es la única forma de evitar aburrimiento en la

cama. Concentrado en la lectura del mes de febrero, quedo dormido.

Despierto a las dieciocho horas. Para disfrutar la noche, voy por los alrededores

del parque Padilla. En la parte sur, encuentro al grupo de muchachos debajo del

árbol de Almendro que está próximo al busto de Florentino Goenaga. Con la

conducta típica de todos riohacheros, están acomodados con los pies sobre las

bancas de Herbert Muller, Casa Bayer y Víctor Dugand y Familia. Comparto unos

momentos acalorados con ellos. Después de un largo rato, regreso a la casa.

Acostado, reanudo la lectura con el Diario del Che Guevara. Vencido por el sueño,

leo hasta el día 22 de marzo.

Junio 4, de 1970.

Permanezco arropado de pies a cabeza hasta las once del día. Extraño las

reuniones en el Parque Padilla. Hago alarde de falso orgullo y con precaución

camino por la cuadra del barrio, para establecer contacto con los muchachos. Para
nosotros la vida está hecha de momentos y los momentos están cargados de

emociones. Con ellos permanezco hasta las doce y cuarto. Regreso a la casa y

continúo con la lectura del Diario del Che. Entretenido, leo las acciones registradas

en el mes de julio. Por la tarde, salgo a dar un paseo por la orilla de la playa. A un

viejo pescador, le ayudo a varar la lancha, que le trajo al remolque otro pescador;

en vista de que había quedado a la deriva. Veo en mis adentros, que comienzan

de nuevo la IRA. Enfermedad psíquica que no he podido controlar y que perjudica

mucho la salud. De regreso a casa, opto por un baño y salgo bajo un rojo

atardecer. Por la noche, encuentro al camarada Nando Pugliese frente al teatro

Aurora. Como tema obligado se sostuvo el del ingreso a la universidad. A las once

de la noche, regreso a casa y continúo con la lectura del Diario, de Che Guevara.

Leo hasta el final del mes de agosto. En estos momentos, pasan por mi mente

imágenes dramáticas, he pensado en que quiero a Gladis, a mi manera; le

profesaré sentimientos como si fuera una hermana. Ojalá le vaya bien en el

matrimonio.

Junio 5, de 1970.

Dado de que estoy privado de sueño, he decido apoyar el cuerpo sobre el

descosido colchón de lana; que cubre la cama oxidada. Voy a contemplar la mar.

Desde la playa del hotel Gimaura, acuerdo con el indio, para venir en bicicleta

hasta el muelle. La deja a cargo de un amigo, en la punta del muelle. Los barcos

pesqueros Ken II y Bingo sirven de entretenimiento. Después de un largo rato,

regreso a casa y reanudo la lectura del Diario del Che. Lo termino de leer a eso de

las 03:15 de la tarde. Ocasión que aprovecho para escuchar los partidos del
campeonato mundial de fútbol, que se realiza en México, por el radio viejo marca

Zenit. Soplan los vientos alisios y en el baño el agua está fría. Hace frío. Con el

cuerpo fresco, salgo a la calle lleno de orgullo; llevo un zapateo apresurado por el

polvo del pavimento arenoso. El trayecto de la cuadra donde está la casa, hasta el

parque Padilla, lo hago en ángulo recto. Por largo rato, los muchachos del barrio

mantenemos un diálogo ininterrumpido sobre fútbol. Mediante un plan ordenado

de manera inconsciente, regreso pensativo a la casa. Durante el recorrido del

trayecto, me viene a la mente la loca idea de secuestrar un avión de Avianca; y

obligar al piloto dirigir el vuelo hacia Cuba. Pienso en Gladis como un alivio. La

IRA va en aumento, espero hacer lo imposible para que se calme pronto.

Junio 6, de 1970.

El detalle de la falta de estudio es lo preocupante. He sido despertado para que

vaya a cobrar un cheque al banco ganadero. Hecha la diligencia, regreso a

desayunar. Salgo para hacer entrega del libro escrito por el Che. Como transeúnte

consuetudinario, hago de memoria el recorrido del trayecto. Vuelvo a casa a la

una de la tarde. Para matar el tiempo, leo las preguntas de un formulario

universitario.

Hoy, ha estado de visita la chinita que estuve a punto de forzar el otro día. Creo

que no le ha dicho nada al tío Toño Pérez. En ese momento, para que la soltara

decía: ―¡Voy decir Toño!‖. La tarde se presta para dar un paseo por la orilla del

mar. Con enorme entusiasmo, regreso al dulce hogar. Puesta la percha, salgo a

zapatear las calles con el propósito de ver por T.V. el partido de fútbol entre
Uruguay e Italia. El transcurrir ha sido malo por la falta de garra y de técnica. A

cambio de seguir concentrado en el juego, protagonizo las biografías de las novias

que he tenido y, he podido llegar a la conclusión de que la que la mujer que más

he querido, es a Bélgica Meza. Eres un santuario que respira paz. Tú irradia

encanto. Chonga es una inspiración de cariño; nombre con el que la bautizaron las

personas que parecían venir de la mano con ella, en Manaúre abajo. Eres la mujer

auténtica, por la que todavía tengo el corazón en carne viva. Niña bonita, vos sois

un sueño compartido. Pero todo es incómodo, porque en el inconsciente colectivo

aflora Gladis Lugo.

Junio 7, de 1970.

Desde muy temprano, pongo en práctica mis estrategias para ganar el camino

hacia el mar. Presiento que los muchachos están prestos para enfrentar un partido

de fútbol en la orilla de la playa. Salimos empatados a un gol por bando. Los

miembros de dos equipos presentan alegatos de clausura. Profundizo en eso,

pero no dudo en regresar a la casa. Se gesta por T.V. el partido mundial entre

Brasil e Inglaterra. Ha ganado el primero por el marcador de un gol por cero.

Sorprendido por el sensacional triunfo, regreso a casa. De nuevo la nostalgia va

en aumento. Por el pintoresco trecho de las calles de la gran ciudad, voy en busca

de Edgar Ferrucho. Es la única conexión que tengo para que le informe a Che

Padilla en Barranquilla, para que me haga el favor de retirar el recomendado que

está a mi nombre en las oficinas de Avianca; e informe algo al respecto. Por la

noche, sentados en una banca del parque, les hago el comentario a Toro y a

Lucas sobre lo que había ocurrido en Cartagena. Dada la opinión que ellos se han
formado del fiasco amoroso, regreso a la casa de la abuela con sentimientos de

remordimiento. Hogar en el que siempre he convivido bajo el matriarcado de la tía

Sabina Dolores Rosado Pérez. Termino por quedar rendido sobre la base de

resorte que tiene la cama.

Junio 8, de 1970.

Amanezco atenido a un fuerte estado de sueño. Queda un vacio en la marcha.

Con el malestar en el cuerpo, llego a posesionarme de una banca del parque. Es

hermoso todo el año. Tal vez, es la parte de la ciudad que mas conozco. Para

estirar los huesos un largo rato, aprovecho el donativo del comerciante alemán

Benjamín Wierbicki. Todo comienza a tener sentido al ver que Botato

Zimmermann permanece tranquilo en las afueras del teatro Aurora. La gente que

llega a este apasionado lugar, es tranquila; son hombres libres. Antes de llegar

hasta donde se encuentra él, aprovecho el momento para llegar a la oficina de

Avianca, que está a una cuadra sobre la calle ―el Templo‖ con la carrera séptima,

esquina. Hago la solicitud de un recomendado. Hicieron entrega de una

encomienda de procedencia cubana; que contiene un ejemplar del periódico

Granma. Regreso a la casa con el interés de seguir con la redacción de la carta

que le había comenzado a Gladis Lugo. En buenos términos, la termino de

redactar a eso de las 15:00 P.M. hora local.

En la ruta hacia el correo, encuentro rastros de hombres libres que van en busca

de fama y gloria. Una vez estampillada, la introduzco en el buzón a las 05:30 de la

tarde. Aprovecho los efectos fascinantes de la plaza y sus alrededores, en donde


espero las ocho de la noche. La televisión pasa en vivo el partido amistoso de

fútbol entre Uruguay y Perú. En el primer tiempo, Uruguay está en ventaja por el

marcador de dos goles por cero. Perú muestra un fútbol rústico y falto de técnica,

mientras que el contendor hace gala de la formidable garra charrúa; combinada

con velocidad sorprendente. Siento que algo del pasado ha estado perdido La

indeterminación en la cama, ha hecho que piense en el inmenso periódico que le

he redactado a Gladis Lugo. Quizá no sea la mejor idea, pero…

Junio 9, de 1970.

Desde muy temprano, estudio aritmética en la cama. Se justifica que la levantada

haya sido un poco tarde. Con ritmo marcado, ingreso al parque a las diez de la

mañana. En las bancas Comité Pro Parque Padilla y Empleados Municipales de

1935, encuentro sentados a los compañeros. Hablan sin cesar sobre el partido de

fútbol entre Brasil e Inglaterra. Hacen cumplidos de las buenas jugadas de Tostao

y Pelé. Este negro es una pieza de colección. El más cerrado en la discusión es mi

hermano Gabriel José (Negro) Rosado; sin dejar rastro de expresión alguna, nos

vinimos para la casa a la una del medio día. Para que se escurra la tarde, leo las

materias de historia, geografía y algo de aritmética. Atormentado por los tropiezos

del pasado universitario, salgo a las 19: 00 horas, en busca de un regocijo que

reconforte el alma. En medio de miradas enamoradas y abrazos apasionados,

regreso a comer a las 21:00 horas. A prima noche, resuelvo volver por las

inmediaciones del teatro Aurora. En el reloj de la catedral son las 22:00 horas

locales. Con equilibrio apropiado, pienso mucho en el contenido de la extensa

carta que le he enviado a Gladis, que con el favor de Dios, recibirá mañana.
Junio 10, de 1970.

La aparición del sol indica la entrada a lo desconocido. Después del desayuno,

siento algo fantástico; lo que más atrae de este paseo cotidiano es el arribo al

parque. Reposo un rato en la banca de José Lucas y Luis Dugand Gnecco y

Familia. A las once de la mañana, paso por la oficina de Avianca con el propósito

de preguntar sobre un recomendado. No ha llegado. Doy una vuelta por los cocos

que están al pie del muelle. Regreso a almorzar a las doce del día. Practico

problemas de la aritmética Baldor. Llegaron las cuatro de la tarde, suspendo

tareas y voy a pitar un partido de foot ball. Siento que como árbitro, he cumplido a

cabalidad. Tuve la intención de ver por T.V. el partido entre Brasil y Rumania, pero

no pude, en vista de que no lo pasaron. Llegan las horas de la noche, decido

tomar medidas para tranquilizar el cuerpo. Algo activa una idea en la mente. Está

en primer lugar, hablar sobre el otorgamiento del premio Nobel. No se llega a una

razonable conclusión. El grupo de fanáticos sintoniza el partido de fútbol entre

Santa Fe y Atlético Bucaramanga, el cual ganó el Expreso Rojo por el marcador

de 3x0. Lleno de emoción, encuentro el deseo de volver al encierro.

Junio 11, de 1970.

Día largo y aburridor. En el parque, el curso de los acontecimientos es otro.

Encuentro al grupo de muchachos sentados y recostados en el espaldar de la

banca Lacorazza Hermanos – Barranquilla. Desde las once del medio día hasta

las trece horas, permanecemos debajo de un árbol de Pino (Pinus patula), bajo la
sombra se aprovecha la brisa que viene del Este. Las cosas que se han

disfrutados, se convertirán en recuerdos. El grupo de compañeros se disuelve a

tiempo, para ir en busca del almuerzo. Al parecer, dormí un poco. Algo raro ocurre

en mí, porque hace largo tiempo no duermo por la tarde. Repaso aritmética para

presentar exámenes en la Universidad Nacional; en caso de no ser admitido en la

universidad del Atlántico. Cambio de actitud y agitado de pies y manos, llego a

Telecom. Le pongo un telegrama a Che Padilla, recordándole que debe reclamar

el recomendado. He pensado mucho en la carta que le envié a Gladis Lugo. Le

hice el comentario a Esther Acosta de lo que ocurrió con ella y su mamá en

Cartagena. Hablo muy poco del campeonato mundial de foot ball que se realiza en

México. Los comentarios traen buenos recuerdos del bombardero alemán,

Gerhard Muller; quien ha anotado siete goles, hasta la fecha.

Junio 12, de 1970.

Inicio estudios desde muy temprano. Aprovecho un breve descanso para

desayunar. Por emisora Atlántico escucho el programa radial ―Esta discoteca es

suya‖, volcán de canciones de las principales voces románticas. Terminado el

melódico programa, he sido sorprendido por la sensación de ir al parque. Tal vez,

éste sea el mejor sitio para conocer el mundo. Aquí encuentro a Álvaro (Botato)

Zimmermann. Con el tiempo llegaron otros compañeros de barriada. Aquí se

congrega la comunidad estudiantil y los politiqueros del pueblo. De todo se habla y

de nada se participa. A las doce en punto, he sido notificado que ha llegado una

carta de Barranquilla. Con el sol caliente de las dos de la tarde, voy en busca de

ella. Leída, se ha presentado el problema de que no cuento con una máquina de


escribir, ni con un solo centavo, para contestarla de manera inmediata. Eso me

hace sentir patético. Gracias a Dios, cuento con el apoyo de mi tía Sabina Rosado,

quien tuvo a bien regalármelo. Ella es suave y delicada.

Loco de contento, voy al muelle para ver el arribo del barco pesquero ―Apolo―. La

noche está un poco aburrida. Para alegrar el ambiente, pido en calidad de

préstamo una cicla y participo en dos competencias. La suerte está de mi lado en

una y de espaldas en la otra. En el lugar hace aparición Jaime (Charles) Redondo.

Extiende una invitación para tomarnos un par de gaseosas en el restaurante ―los

Cocos‖. Un bar con elementos típicos que decoran el entorno de las palmeras que

están al pie del muelle. El diálogo se centra en la disciplina de las pesas y en los

principios atléticos y físicos culturales de Charles Atlas. Quisimos alargar la velada

pero, se agotaron los temas. Dada la situación, vuelvo al laberinto de la cama.

Junio 13, de 1970.

Alegre, comienzo por tratar de narrar la extraña sensación que siento en el cuerpo.

Sin

embargo, he estudiado menos que todos los días. A las doce horas, obtengo

buenas noticias al ser informado de que ha llegado recomendado. En el reloj de la

torre de la catedral es la una. La hora indicada para disfrutar el almuerzo. Pienso

en la consecuencia de ese bienestar de Gladis Lugo, lo cual me pone a pensar

mucho; pero no es así. El recomendado es otro remitido de dólares, enviado


desde los Estados Unidos por la hermana Betty. Los tengo en propuesta con

Emilio Brugès. Cae la noche y se despierta otro mundo. Llego hasta donde

frecuenta reunirse el grupo de cineastas. La programación de las películas es

pésima. Tengo la opción de ver por televisión el partido de fútbol entre Alemania y

Perú. Comienza a llover y no ha sido posible que la antena del televisor capte la

imagen. En el tiempo del cerebro, la noche se siente larga. Toca calentar el

colchón para respirar calor y escuchar el molestoso zumbido de los mosquitos.

Son las 22:30 P. M.

Junio 14, de 1970.

La ruta a seguir es la de ir a disfrutar de un baño de mar; que termina en un lugar

distante al otro lado de la desembocadura del Riito. La gente que llega son

muchachos de la calle ―del Carmen‖. Sobre las playas del hotel Gimaura, jugamos

un partido de fútbol contra ellos. El marcador final es de 8 por 7, goles a favor de

nosotros. Hago presencia en el marcador con dos goles. Tengo el honor de

conocer a una muchacha de nombre Miriam, muy simpática por cierto. En la

presentación le hago saber que soy empleado de la oficina de turismo. Luego, la

razón de la conciencia hace que desmienta lo dicho. Mentir no es costumbre mía.

Con frío y el sol caliente, regreso al lar materno. Presencio el partido de foot ball

entre Brasil y Perú. El abrumador marcador es de cuatro goles por dos, a favor de

Brasil. En términos generales ha sido bueno. A las 18:20 horas, salgo a dar un

paseo; pero, muy pronto siento ocupación por la cama.

Junio 15, de 1970.


Desvelado, llego al final de la madrugada. Estoy de pie desde muy temprano.

Procuro no ver pasar las largas horas. A las once del día, no puedo evitar sentir

que estoy descompuesto. Prosigo hacia el corazón de la ciudad. Por supuesto, en

el parque encuentro a la gente que hoy está sentada en la banca que está

rotulada con los nombres de Moisés y Darío Henríquez & Co. Esta banca está

ubicada entre el atrio de la iglesia y el árbol de Almendro (Terminalia catappa),

donde mataron a José Eustacio Moreu. Según versión de los moradores del

barrio, en noches pasadas; los bustos de Luis Antonio Robles y Florentino

Goenaga estuvieron en viajes espirituales y personales ante la estatua del

Almirante Padilla. Los asiduos hablantes nos reunimos sin citarnos para hablar del

campeonato mundial de foot ball y de mil cosas más.

La despedida es a las trece horas del medio día, en vista de que nos sentíamos

cortados por el hambre. Al llegar a la casa, encuentro recibido un sobre de manila

que contiene el diario cubano Granma. Tiene como remitente a U. Mesa, desde la

Habana. A las cuatro y treinta de la tarde, salgo a buscar los pesos oro por los

dólares que había cambiado. Llega la noche, al filo de las ocho, parlo con Arinda

Marulanda; en la plática que se mantiene, el uno al otro trata de crear

expectativas. Hay brindis de peto y acordamos una invitación para mañana por la

tarde. En la mesa de madera que está en la sala de la casa, redacto un escrito

corto, con el teclado de la máquina; en vista, de que he perdido las habilidades del

arte de escribir, para mejorar los reflejos le redacto una carta a mi hermana Rosa

Betty.
Junio 16, de 1970.

Continúan los desvelos, creo que es por la preocupación de los amoríos con

Gladis Lugo. Combino el desayuno con la lectura del periódico cubano Granma. A

temprana hora, tengo motivos para llegar al parque. Es un momento privilegiado

para hablar con convicción en la banca de Armando L. Fuente. Las bancas son

obras de arte, representan abolengos de las familias distinguidas testimonios vivos

de la historia de Río de la Hacha. Esta urbe resulta ser una ciudad hermosa. A las

doce y treinta del medio día, regreso a la casa y almuerzo arroz con camarones y

plátano pintón asado. Con la caída del sol, salgo de compras y las calles dejan de

estar vacías. En medio de una multitud que se mueve por doquier, aprovecho la

ocasión para ir hasta el muelle a mirar las lanchas salvavidas del barco de la

armada Almirante Tono. Con ansiedad, sigo a la espera de tener contestación de

lo que pienso con Gladis. Por lo visto, debo desistir de la invitación que le hice a

Arinda Marulanda. Llega la hora y ella no aparece, al final de cuentas, no se sabe

quién es el incumplido. A las 22:30 P. M. presencio el partido de fútbol entre

alemanes e ingleses en la ciudad de León (México). El marcador final es de tres

goles por dos, con triunfo para los alemanes. Para el final de la noche, llego a la

casa e ingreso a la cocina en busca de comida. No encuentro ni raspaduras.

Junio 17, de 1970.

Como es costumbre, para la levantada dejo a un lado las propias sensaciones de

depresión. Recibo en calidad de préstamo el disco de Rodolfo Haicardy. Lo

escucho en la radiola de la mamà de mi hermano Che. Vuelvo a la casa a esperar

que sean las cinco de la tarde para ver por T.V. el partido de fútbol entre Brasil y
Uruguay. Ganó el primero por el marcador de tres goles por uno. Fue un gran

partido. De inmediato, aprovecho el radio de la casa para escuchar la transmisión

del partido entre Alemania e Italia. Quedo dormido, pero estoy enterado de que

ganaron los Italianos por el marcador de 4 goles por tres -- supongo que fue un

gran choque -- Para reconfortar el espíritu, llamo por teléfono a Arinda Marulanda,

pero la negaron. El exceso de calor incita a que nos cobijemos bajo la sombra de

los árboles de Acacia que rodean al parque. En la estirpe de caminante, voy en

busca del grupo de amigos ajeno a todo, forma parte de un panorama más amplio

de la vida. Está sentado en la banca donada por Basilio Lindao y F. M. Arends;

que es parte de las que se encuentran en los alrededores del busto blanco de

Florentino Goenaga. Se hacen comentarios de toda índole, se comparten

momentos acalorados sobre la política y los relacionados con los partidos del

campeonato mundial de fútbol que se realiza en México. Cuando se vino a ver, se

escucharon los doce campanazos de la hora cero en el reloj que se exhibe en la

torre de la catedral. De un solo golpe, todo el mundo se pone de pie y al unísono

gargarean: ―mece tenga, mece tenga, todo el mundo a la cama para que su padre

lo mantenga‖.

Junio 18, de 1970.

Estar de pie le da profundidad a la vida. Una manera de solucionar la

incomodidad, es separar las espaldas del colchón. Sé que eso molesta. Estoy

convencido de que hoy llegaría telegrama, pero no ha sido así. Conforme con la

situación, leo el periódico Granma; lo que ha servido para dejar de pensar locuras

de Gladis y Arinda. Esta fecha es uno de los días más desagradables que he
tenido en toda mi vida. Tengo pensado ver el partido que van a jugar Alemania e

Italia, pero no fue posible porque no prendieron la T V. No hay otra opción que la

de recogerse en el rancho y hacer uso de la flojera en la cama. Ya son las 21:10

P. M. Es cuestión de alivio caminar por la calle ―la Concordia‖ con la carrera

nueve. En ese andar, quedo sorprendido porque Chancho Vanegas, (la madre de

los búhos Curvelo) demuestra haber tenido interés en saber algo sobre la

ausencia. La descarada mujer ha dicho que acababa de conversar en torno al

hecho – son cosas que crean disgustos –, tengo la intuición de preguntar en mis

adentros: ―¿Seré muy…?‖ ¡ Qué perra vida ..!

Junio 19, de 1970.

El frío de la madrugada, no ha dejado que encuentre la manera de ponerme en

movimiento; todo ha sido por causa del desvelo. Entro al baño e higienizo el

cuerpo con quince totumazos llenos de agua fría. Las paredes del baño están

compuestas de tres láminas oxidadas de barriles (tanques) que se apoyan en una

pared de ladrillo que corresponde al patio de la casa vecina. En el interior hay un

barril (tanque) de cincuenta y cinco galones de agua helada y una totuma de

calabaza. Desayuno y como figura de acción, franqueo la puerta de la casa. La

expresión, el ritmo y el tiempo van por el pavimento arenoso de la calle primera.

Entre saltos de charcos, llego a la esquina de la carrera novena. Cruzo en el

andén de la tienda de Cirilo Rojas (donde vendían el guarapillo ―no te sebe‖). Hago

un giro abrupto y bizarro a la derecha y miro en una sola dirección. Se ve toda una

expresión artística en la arquitectura que se da en el viejo edificio de la Alcaldía.

Este patrimonio histórico y cultural de los riohacheros, fue construido en 1935, por
el arquitecto Modesto Herrera. Está ubicado en la calle segunda, ―La Libertad‖,

una de las zonas más céntrica de la ciudad.

Es una ciudad mediana, de clase trabajadora y hombres orgullosos. De la

jardinería de la plazoleta de pavimento, se desprende un olor fragante; de control

voluntario al olfato. Parcelas llenas de flores multicolores adornan la plaza que

honra la memoria del héroe José Prudencio Padilla, hijo ilustre de la ciudad. Los

gigantes árboles de Almendro (Terminalia catappa), Pino (Pinus patula) y Acacia

amarilla (Cassia siamea), que atraen grandes bandadas de aves con plumajes de

colores llamativos. Con lento desplazamiento, realizo la travesía de la calle. Llego

a la escena de los hechos y detengo el ritmo en el espaldar de la banca donada

por el alemán Juan Siegler. Las bancas son famosas por sus tradiciones. Hay un

creciente entusiasmo entre los muchachos, a pesar de que se ven rasgos fuera

del contexto; aún así, sus argumentos son persuasivos. Cada uno suele tener una

historia previa de los elementos típicos que decoran el entorno. Una Palma real

(Roystonia regia) es el símbolo del encanto de la plaza.

El lugar cumple con todo lo esperado para la diversión. Desde una perspectiva

más apropiada, comienzo por narrar la novela gótica del complejo arquitectónico

que lo rodea. Por supuesto, la curiosidad es el rancho de Cotorrón Weber. La

casucha amarilla con techumbre de paja y paredes de barro, está soportada por

columnas de alta resistencia de Puy y Guayacán; es por lejos la más primitiva. Se

encuentra reprimida entre el Palacio Municipal, mural de tipo histórico especial,

construido por el arquitecto Modesto Herrera y el Colegio La Divina Pastora. La


Alma Mater era el signo de prestigio de los Padres Capuchinos. El parque azotado

por el viento que viene colado por el ―Callejón de los Maristas‖, enmarca la casa

amarilla de ventana verde; que llega a ser el centro de atención de las familias que

residen en los balcones de arquitectura colonial y republicana; desde allí, recibo

una visión de acercamiento de José Weber. Acorde con lo esperado, conversamos

sobre las costumbres de la gente de Ibagué. En algunos momentos, vivimos

circunstancias de modo y lugar diferentes. Somos incisivos para hablar de las

vivencias que algunas veces compartimos con su hermano Guillermo Weber y el

hermano Carey Rosado en la Universidad del Tolima, donde no fui admitido con

Juan Manuel (Juancho) Iguarán en 1968.

Se apoderaba del ambiente que rodea a la plaza, el restaurado kindergarten de

Hortensia de y Ligia Amaya, que adereza en la esquina de la carrera octava con

calle segunda ―la Libertad‖. Tiene una vista plena la imponente catedral de

Nuestra Señora de los Remedios. Su interior se compone de tres naves con

columnas altas que terminan en arcos. Las piezas de mármol que la decoran,

llaman mucho la atención; para su restauración, fueron traídas de España e Italia.

En las paredes laterales están las tallas del Sagrado Corazón de Jesús, la Divina

Pastora, la Dolorosa y la virgen de las Remedios que vigilan el busto que está

sobre el mausoleo donde reposan los restos del Almirante José Prudencio Padilla

López. Aquí se congrega la comunidad cristiana. La iglesia cristiana se considera

la cabeza espiritual de la iglesia de Dios. Pero en realidad es la fortaleza moral y

espiritual del Estado. Ésta, al ponerle precio a la salvación, se ha descarriado lejos

de las enseñanzas del fundador. Su personalidad brilla sobre la calle ―el Templo‖
que la separa de un lote baldío que deja ver las residencias de tipo

contemporáneos. Siguen la dirección y velocidad de los vientos la residencia del

representante Eduardo Abuchaibe y el local donde presta servicios de odontología

el doctor Francisco Zubiría, que comparte paredes con el laboratorio clínico del

doctor Jaime Mejía Rosado y el palomar de dos plantas de la señora Ana Lucinda

González de Zubiría, que hace esquina en la calle cuarta ―la Concordia‖ con la

farmacia y el consultorio médico del doctor Ramón Gómez Bonivento.

Es blanco en movimiento, la acera iniciada por la tienda de Chichi Romero, que

abre sus puertas, al escaso público que visita el pedestal de la imponente figura

de bronce. Para nuestros ojos, la plaza Padilla es el epicentro de actividades

históricas y culturales. Debe su nombre a la monumental estatua del Héroe de la

Independencia que se encuentra desafiante en el centro, acompañada al norte con

el templete donde está el busto de bronce de Luis Antonio Robles y por el sur con

el busto de mármol de Florentino Goenaga. Esta sensacional y recreativa joya

arquitectónica, está ubicada en el corazón de la ciudad. La ciudad parece una

escenografía. Sus bancas dejan ver cierta interacción de la historia de la ciudad.

Hacen cobertura la residencia del agente de vehículos de la casa Ford Motor

Company, señor Barón Romero, la vivienda del cónsul de Colombia en Venezuela,

Rafael Iguarán Laborde, la residencia con fachada al estilo europeo, del italiano

Miguel Pugliese; cierra la manzana el tradicional teatro Aurora, que en realidad

consiste ser una sala de cine que alberga ciento cincuenta personas; donde el

señor Alfredo Ortega proyecta films; argumentados con las fantasías de los héroes

del oeste norteamericano y las mejores cintas de humor del cine mexicano.
El perímetro de la carrera novena, tiene como esquina la humilde residencia de

sardinel alto donde funciona la heladería ―Foye‖ cuya especialidad son los

deliciosos jugos de frutas. Esta joya de la colonia es un David que se viste con

techo de tejas rojas y paredes de calicanto. No parece darse cuenta de la visión

intimidante del muy bien conservado edificio Jorge Romero Arteaga, que se alza

majestuoso sobre la esquina de la carrera novena. Cúspide que domina la

panorámica de la ciudad. Una evidencia de que hubo una bonanza cafetera en el

gobierno militar (1953-1957) del teniente general Gustavo Rojas Pinilla. Siguen

una tradición ininterrumpida desde los albores de la Primera Guerra Mundial, la

residencia amarilla y franjas verdes, adornada con plateados ventanales que

señalan la presencia del consulado norteamericano; actividad ejercida por el

cónsul Mister Bianchioti. En la actualidad, reside el tabaquero Ismael Henríquez.

Guarda la esquina de la calle tercera con la vivienda de la señora Manuelita

Martínez. Y cierra el entorno de la cuadra, la residencia temporal de Mario Pinedo

Barros. Comparte dirección adjunta con la que fuera la tienda de la señora María

Aguilar (calle 2 # 9-08); punto de venta de deliciosos turrones de coco y dulces de

papayo (quebellitos). Aunque pertenece al arte tradicional, ahora este escenario

es un vago recuerdo de los viejos tiempos del inicio del Liceo Nacional Almirante;

que como claustro de bachillerato, tuviera a bien funcionar el 2 de marzo de 1943,

bajo la dirección del señor rector Heriberto Castañeda.

La plaza tiene diez mil metros cuadrados, es un gran espacio para la época. Las

casas, residencias y edificios de auge colonial definen el arte de gentes de la que


no se habla. Desde aquí, se define el tono para un paisaje y un lugar adornado de

flores de diferentes tamaños y colores y una variedad de aves. Llega la hora de

almuerzo, se gesta una tormenta de hambre y debo estar en casa. Hago la siesta

con la lectura del diario Granma. Leo sobre la zafra cubana y el discurso del

comandante Fidel Castro. A prima tarde, salgo para llegar a tiempo a la velada de

básquetbol que se realiza en la cancha del Colegio La Divina Pastora; en la que se

enfrentan los equipos Internado de Aremasain y Divina Pastora. Ganó el equipo

pastoril por un abultado marcador. En el paseo vespertino, encuentro a Arinda y la

invito a la heladería ―Foye‖ de Flor Marina Bernier. Disfrutamos de un par de jugos

con sanduches combinados de pan, jamón y queso amarillo. De vuelta al parque,

platicamos de ciertas situaciones que se han dramatizado acerca de la

presentación en la universidad. Tiene a bien, desearme buena suerte. Con

sentimiento dice que le gustaría verme graduar; cosa que le he prometido para

que ella sea la madrina en el acto. Nos despedimos apretados de manos. Con la

patota de la barriada, se llega al acuerdo de ir a los barrios periféricos para bailar

en las casetas ―el Yoyó‖ y ―el Toro Sentao‖. Las intenciones de bailar se

desvanecen porque las parejas están escasas. Consideramos desagradable tener

que pedir barato para poder amacizarnos. La otra alternativa es el regreso a casa.

Justo a tiempo, el reloj de la catedral marca las 23:30.P.M.

Junio 20, de 1970.

Como automatizado, he suspendido el cuerpo del colchón a la hora de costumbre.

Paso todo el día con el pensamiento ocupado con Arinda y algunos recuerdos

emocionantes de Gladis Lugo – traigo a la memoria cosas del pasado _, mientras


las calles desaparecen a mí alrededor. A las trece horas, abandono el parque. El

hambre se ha solidarizado conmigo. En el patio de la casa, recuerdo haberle

escrito una carta a Edgar Ferrucho. A las dos de la tarde, el calor se hace

insoportable y uso el camino destapado hacia el Club Neimarú; que está al final de

la calle ―la Marina‖. Bajo la sombra y un agradable nordeste, leo el diario cubano

Granma. Fastidiado, abandono el paisaje marino y regreso a la casa solariega.

Caigo en un sueño ligero. A las 16:30 P.M. entro en las calles con los buenos

deseos de ver el partido de fútbol entre Alemania y Uruguay. Ganó Alemania 1 gol

por 0. En general, el partido fue bueno. Para matar el tiempo, voy a vespertina en

el Teatro Aurora para presenciar la película ―Adiós al Amigo ―. La califico de mala,

es el concepto personal que tengo de ella. Razón por la cual, todavía estoy

adormitado. A la salida de cine, los muchachos que vivimos en los alrededores del

parque, nos acercamos al templete donde está el busto de Luis Antonio Robles.

Subimos las cuatro escalinatas para mecer las cadenas que cuelgan de los seis

pilotes. Otros acostados sobre el piso, hacen evocación de los clásicos a muerte

que protagonizábamos en el legendario equipo de fútbol Real Bacatá --

comentarios de imágenes del tiempo de diez y doce años atrás --, se hace énfasis

en que esas vivencias no se volverán a vivir jamás. No sabíamos perder,

jugábamos con verraquera, con cojones. Nuestra época dorada, fue la de los años

finales de la década de los cincuenta y comienzo de la de los sesenta. Se nota

que los recuerdos nos impresionan. Sin darnos cuenta, se nos vino el tiempo

encima. Son las veintitrés horas colombianas. Cansados de tanto hablar paja, nos

ponemos de pie con humor negro. Cada uno emprende rumbo en busca de cobija

por las diferentes calles y carreras. Con la sábana sucia, sacudo el laberinto.
Junio 21, de 1970.

Despierto con un sueño loco. Después del desayuno, voy de caminata por la orilla

del mar. Juego un partido de futbol playa, donde saco a flote las dotes de

goleador. Hago el primer gol del partido. A las doce en punto, abandono el campo

de juego y decido regresar a casa; con entusiasmo voy playa abajo; pienso mucho

en la carta que le había enviado a Gladis hace dos semanas. No he recibido

respuesta de ella. A veces pienso que no la ha recibido, otras veces que la han

incomodado los términos en que la redacté. Yo no le he dicho nada malo. Veo por

T.V. el partido de la final de la Copa Mundo de fútbol entre Brasil e Italia; Brasil se

corona campeón de la Copa Jules Rimet, al ganar por cuatro goles a uno. El triple

campeón rompe todos los mitos con Edson Arante Santo do Nacimiento el ―Rey

Pelé‖ a la cabeza y sus pares Félix en el arco, Brito, Piazza, Carlos Alberto y

Marco Antonio en la defensa. Gerson y Clodoaldo en el medio campo y Jairzinho,

Tostao y Rivelino en la línea de ataque. Como Director Técnico está el ―Lobo

Zágalo‖. El Rey Pelé ha sido considerado el mejor jugador del mundo, porque ha

sido el único futbolista en ganar tres Copas Mundo. Concluido el partido, el grupo

de muchachos consumidos por las extraordinarias fantasías de Pelé, nos

retiramos hacia el ―Rincón del Pirata‖ para festejar el triunfo brasilero con una

programación de dominó. En los diferentes sets, que he permanecido sentado y

acodado sobre la mesa, demuestro poseer clase de tahúr.


En las horas de la noche, quedo sorprendido al ver a Arinda en el bar restaurante

―Rincón del Pirata ―. La hacía lejos, no tengo valor para acercarme a ella; ahora,

siento enojo por lo que ha hecho conmigo. La partida de dominó se ha dado por

finalizada. No hay espacio para la contemplación y el silencio. Con los rasgos

fuera de contexto, voy cargado de emociones por la oscuridad de la calle primera.

Siento una honda preocupación por el revés que he vuelto a tener en los

resultados de los exámenes de admisión de la Universidad del Atlántico.

Junio 22, de 1970.

Desde muy temprano, estudio física y pienso en que estoy obligado a presentar

exámenes el primero de julio en la Universidad Nacional. Hoy, pienso más que

nunca en Gladis. Compro el tiquete de viaje en la oficina de la empresa aérea

Avianca a nombre de Álvaro Pugliese. El propósito es ser beneficiado con una

rebaja por ser estudiante. Aprovecho la oportunidad para preguntar sobre la carta

que le había puesto a Gladis el día ocho. Por la tarde, salgo hacia el centro de la

ciudad en busca de una forma de sobreponerme a la creciente sensación de

fracaso. Encuentro a James el marihuanero –como le dicen los muchachos del

barrio --, aunque a él no le gusta. Por la noche, el grupo de amigos llegan como

hienas al parque Almirante Padilla, se sientan en las bancas amarillas rubricadas

en el espaldar, con la leyenda de ―Café Puro Almendra Tropical‖; donde he sido

recibido con entusiasmo. De pie, discuto con ellos sobre los irrisorios estímulos

que se les brinda a los deportistas. Sin querer queriendo, veo pasar por el centro

del parque a Arinda Marulanda acompañada de la hermana y un amigo. La verdad

es que empiezo a sentir más celos por ella. A su paso, el reloj marca las 21:30
P.M. Medito por un buen rato, pasaron los minutos para tomar la decisión de

volver a la casa. Llego con ella en el pensamiento. Son las 22:30 P.M. Hoy, ha

tocado escribir a máquina bajo la luz de una lámpara de petróleo. Se ha ido la luz

eléctrica.

Junio 23, de 1970.

Atrapado en la cama, veo bastante elevado el Astro Rey. En la calle primera, la

realidad es manipulada a todo nivel; deambulo por el pavimento arenoso, hasta

llegar a la calle 5 ―los Almendros‖ # 6-34, donde vive Álvaro ―Chemello‖ Pugliese.

A su tía Berta, le pregunto por su persona para prestarle un libro de química. En

traviesa por la carrera séptima, caminamos por espacios de calles largas y

angostas; compuestas de casas acodadas que danzan para dar pasos a los

transeúntes que hablan a viva voz a la sordidez del viento. Al ritmo del compás,

llegamos a la oficina de Avianca. Hicieron la confirmación del viaje para el día

treinta; programado para las horas de la mañana. Por la tarde, llevo algo de actitud

para un nuevo baño de mar. Antes había jugado un partido fútbol playa; pero no

recuerdo el marcador. Con los buenos deseos para la ocasión, he marcado un gol

y me lesiono el dedo grande del pie derecho. A las 20:30 P.M. llego al parque

Almirante Padilla y encuentro a Arinda. Le doy un saludo de despedida y le

deseo un buen viaje. Esta noche la he visto más linda. Por casualidad, encuentro

a Héctor Brito por el paseo del parque y platicamos un poco. Él es reservado al

hablar de la novia, lo que aprovecho para manifestarle que los amores míos con
Gladis Lugo se habían acabado. La conversación trajo a colación aquellos viejos

tiempos de estudio en el Liceo Padilla y de las excursiones que hacíamos. En fin,

hablamos de los sueños locos de estudiantes. La evidencia de la nostalgia es

testigua de la despedida. Son las 23:30 P.M.

Junio 24, de 1970.

Como de costumbre, en la atmósfera del aposento ha quedado una acumulación

de pereza. Son las 09:00 A.M pero, estoy despierto desde las 04:30 A.M, debido a

un sueño loco que tuve en el cerebro. No muy bien desayuno y con carta en mano

la emprendo a toda carrera hacia la oficina del correo. Carta con sabor amargo

para Gladis, por supuesto. La desesperación es insoportable, la brisa que azota

las calles es testigo de ella. Rodean la catedral, sonrientes casas revestidas con

techos de tejas rojas, largos ventanales y paredes de calicanto, cubiertas con

cemento alemán. Con el sol a las espaldas, trato de regresar a la casa por la calle

―el Templo‖. Acompañado de un semblante de estrés congelado, detengo la

marcha donde se encuentra el grupo de muchachos que está reunido desde muy

temprano; bajo las sombras que bañan el parque. La discusión que sostienen –al

parecer desde hace tres horas--, está basada en la titularidad que cada uno tenía

en aquel entonces, que formábamos parte del legendario equipo‖ Real Bacatá‖.

Esta demostración de sentimiento deportivo, ha pasado a formar parte del falso

orgullo de los muchachos del barrio. Bajo la filtrada sombra del árbol de pino,

todos quieren apretujarse en el piso y al pie de la banca donadas por Consorcio de

Cervecería Bavaria S.A. La conversación está animada por el que fuera el arquero
titular de todos los tiempos: Gabriel José (La Araña Negra) Rosado, los defensas:

Alejandro (Cauquero) Romero Pérez, Tirone (Balita) Mejía, Jairo (Cachapana)

Henríquez, mediocampistas: Alírio (Yiyo) De Luque, Sigisberto (Tallarines)

Peñaranda Y Eduardo (Ébalo) Iguarán; toma la vocería el delantero: Víctor

(Avispita) Quintero, quien es repelido por José Alejandro (Bandío) Iguarán, ´Mario

(Marcolini) Hernández, Luis (Monacocho) Mendoza y el buscapléito Cirilo (Coto)

Hernández. Está recostado en la base de la pantalla, el ―mama gallo‖ Andrés

Rojas. Junto a él, de pronto vocifera Eliecer (Mentirita) Campo, quien aduce ―En

este equipo, nadie era suplente, siempre jugaban los once primeros jugadores que

llegaban al campo de juego‖. Refunfuña Guillermo Weber:‖Los únicos suplentes

eran tú y Edgard (Piojo) Robles. Porque si no se lesionaba ninguno, se hacían los

cambios en el segundo tiempo‖. José Andrés (Pololo) Moreu trajo a colación, ―El

puntero izquierdo era Juan Manuel (Juancho Cantúa) Iguarán, quien tenía un

potente disparo con la zurda‖.

Aparecen en la palestra con escarnio en los rostros Franklin (Trucutrú) Correa y

Leonardo (Nadin) Correa. El último atina a decir ―El fundador del equipo fue

Chente Pinto. Él fue quien le puso al equipo el nombre de ―Real Batata‖ y no ―Real

Bacatá‖ como le decían. Su hermano Chichi Pinto hacia las veces de Director

Técnico‖. Nunca dejaron de mencionar al ―Arranca Tronco‖ de Che Padilla, a quien

le tocaba comprar el balón y hacer las veces de utilero para poder jugar. Lo que

siempre vociferan con fortaleza y coraje, es que el ―Real Batatá‖ nunca perdió un

partido por fuera de la ciudad ni en la cancha del Cementerio. En el ―Templo del

Fútbol‖ ganábamos por goleadas. La porfía dura hasta las 13:00. P.M. El hambre
disuelve la reunión y se enrumba cada quien para la casa en busca del almuerzo.

Harto y satisfecho, he estudiado química durante dos horas. Algunos pasajes de la

lectura han servido para recordar a Gladis y a Arinda.

El atardecer se presta para estirar las piernas. Este tipo de habilidades de

supervivencia es muy importante para ir en busca de con quien hablar. Por

coincidencia, tropiezo a Che Padilla que acaba de llegar desde Barranquilla. Le

pregunto sobre los resultados de los exámenes de la Universidad del Atlántico. En

respuesta a mi pregunta, responde que trajo una carta. Lo mismo confirma su

esposa Carmen Redondo. Quedamos en vernos luego para entregármela. La

reunida en el parque durante las horas de la noche también, ha estado buena.

Hablamos paja alrededor del busto de mármol blanco, hasta las 23:20. P.M.

Muerto de sueño, voy pidiendo vía para la cama. A esta hora, mi mamá Sabina le

hace aseo a una infección que tiene mi primo Juan Miguel (Juachi) Sánchez

Rosado, en las nalgas. La herida parece causada por la picadura del insecto

llamado Pito y/o por un carbunco infeccioso. Mientras lo asea, se conversa acerca

de las intimidades de la familia. No recuerdo haber quedado dormido con la

cabeza apoyada sobre sus piernas.

Junio 25, de 1970.

La pereza se hace presente antes de la acostumbrada levantada. A eso de las

diez de la mañana, hacen entrega de las dos cartas que habían traído el día

anterior. Una vino rotulada por mi hermana Rosa Betty y la otra por el primo Edgar

Ferrucho. El resto del día lo he pasado aburrido ¡Qué pueblo perro… provoca
incendiarlo! No hice siesta, inquieto y preocupado, pienso en la carta que le he

relatado a Gladis. Se deja vislumbrar por las pequeñas cosas de la vida. Por la

noche visito a Florecita Rosado en la calle 3B No 1C-86. Para ella, la visita es una

gran sorpresa. Está impresionada. Platicamos acerca de las buenas relaciones

con su papá Chopi Rosado; lo bien que le va en los estudios y algo de los

pretendientes que la acosan como si fuera una Penélope. En el decurso del

tiempo, quedo en volver mañana para compartir una larga y cariñosa familiaridad.

Sin darnos cuenta se nos vino encima la noche. Permanece un instante inmóvil.

Hacia donde quiera que se mire las aceras de las calles y carreras, estas carecen

de luz. Por casualidad vemos parejas de personas rutilantes que van en todas las

direcciones. Está intranquila. La despedida tiene sabor a pasión. Me doy tiempo

suficiente para pensar que mi vida enfrenta un reto aún mayor.

La travesía comienza en las tinieblas. Resalta la curiosidad de ella al ver que mi

sombra se aleja por el purgatorio de la carrera segundad. Escurridizo hago el

desplazamiento a pie por la calle ―la Reventazón‖. Mantengo el paso firme a

medida que avanzo bajo la mirada de humildes casas sin jardínes que albergan

vidas espirituales. Aliento de vida se encarna en José Eduardo Illidge, Héctor

Brugés, Marcos Perpignan, Tatico Velásquez, Monche Zúñiga, García el español‖,

Martín Gutiérrez el hermano de Justo Gutiérrez. Como un blanco en movimiento,

puedo reducir la pauta con pequeños intervalos, al final de la cuadra. La tienda de

las Gutiérrez desde hace décadas mantiene la línea de producción del dulce de

Coco. Por ironía del destino, en la acera de enfrente queda el molino de refinar sal

José Vicente (Concha) Aguilar. Desde el umbral de la carrera tercera, la visibilidad


del parque Centenario no es la mejor. La ociosa forma del pensar de los

residentes y transeúntes, los lleva a hacer comentarios sobre la desaparición del

águila de bronce que posaba en la cúspide del obelisco del parque Centenario.

Esta joya de la arquitectura, representaba una escena de poder en la biblia.

Inmerso en una nube de dudas, hago del lugar un destino obligado. La calle queda

en poder del manicomio ―Holanda‖ de Carlos García y la gallera ―Monche Castro‖

del habilidoso José Orozco. La maldad nació en esta negra ―boca de lobo‖. La

tétrica manzana está llena de apretadas casucas de piedra sin pintar, apoyadas

sobre sardineles carcomidos, aunque, se encuentran habitadas por Churri Ibarra,

Reyita Salas, Ana la mujer de Priber, Isa la mujer de Jorge (Sashió) Maduro,

Lisandro Pinedo, Francisco Pérez, Lorencita Navas, Manuel Pérez, Tomasita

Pérez, Luis Pérez, Blas Castañeda e Isabel Navas. Con el frío de la muerte al

lado, atravieso la carrera cuarta. En la nuca siento una mirada pesada que viene

de la oscuridad del solar donde vivía la provinciana Celia Pundúm ―la mujer que

parió un gato‖. Trato de amortiguar el pánico que se refleja en los vellos del

cuerpo. Se percibe una enorme espiritualidad cuando uno se detiene a ver las

casas que sirven de sombra y refugio a Segundo (Chicharroncito) González,

Quinita de Rois y María Inés Martínez. Por el centro de la callejuela, he pasado sin

dar la espalda a la residencia de Eugenio Chassaigne y a un enmontado solar.

Estoy demasiado nervioso para la exploración de la carrera quinta. El alumbrado

público sólo cuenta con una bombilla de cien bujías que a duras penas, alumbra el

techo rojo del cuchitril del guarapero Ricardo Obando. Un haz delgado de luz

ilumina una imagen detallada de la imponente mansión amarilla con altos portales
y anchos ventanales azules que adornan la tienda del señor Julio Maya. Por aquí,

poca gente peregrina por razones de inseguridad.

En algún gélido momento, abandono el pálido rayo de luz. Meten miedo la

destartalada fábrica de hielo de José Abuchaibe y las recurrentes casitas

derruidas que por conocimiento callejero son habitadas por Ener María Gömez, la

mamá de Celina Henríquez. En la acera opuesta está el hogar del insigne maestro

Enrique Lallemand Valdeblánquez, quien se dio a la tarea de enseñar las lenguas

de latín, francés e inglés a tres generaciones de riohacheros. Le siguen en ese

orden, los que fueron almacenes de zapatos de los polacos Habraham Labouz y

Jacobo Seligman. En la acera opuesta, hay una secuencia de casitas derruidas

habitadas por Ener y la mamá de Celina Henríquez. Cansado y sudoroso detengo

el paso al final de la última carrera, la más corta de las cinco que he recorrido.

Justo ahí, está la maldita pared del cine Argelia. Por coincidencia, de allí sale una

pareja de enamorados. Empiezo a sentir un gozo extraño. Ahora estoy en medio

de la opulenta vivienda blanca de dos plantas. La pintura revela una época de la

historia musulmana. Parece un monumento medieval. Uno de los arcos de entrada

al almacén, tiene el jeroglífico de vida de Nicolás Elías Abuchaibe. Lo curioso es

que esta reliquia palestina le da vida a la fúnebre residencia de tipo antillano,

habitada por el jorobado de Notre Dame du París. Es un hombre delgado, huraño

y frío como una cubeta de hielo. Ésta construcción con paredes de calicanto,

balcón de madera y techo de cinc alemán; está pintada de color marrón. Es una

base de la historia de la arquitectura caribeña. A la altura del segundo piso se

mece el aviso de madera al vaivén de los brochazos del hombre Pintuco. La


magistral brocha confirma a los riohacheros que el representante legal es Emilio T.

Vence. El tradicional pasaje de ―la Reventazón‖ es conocido por la belleza y el

encanto de los residentes.

El callejón lo cierran el teatro Argelia y la destartalada estructura del Banco

Dugand. En la carrera sexta, mal llamada calle ―el comercio‖, evalúo la situación,

hago un giro hacia la derecha, en busca de la dirección norte. Florecita sigue

siendo parte de mis pensamientos. En la diversidad de una secuencia de

viviendas y edificios que alguna vez fueron el orgullo del auge de Riohacha,

quedan huellas que son rastros sin expresión del caminante. Por la acera derecha,

domina la heladería del Mono Torres, el hotel Almirante Padilla con un pasado

fluctuante que llenó el espíritu de la familia Cano; también, cumplió con la función

de llegar a ser la oficina del Banco Emisor Dugand, propiedad de la familia

Dugand Gnecco. En la esquina este, colinda con la antigua y lujosa mansión del

comerciante alemán Juan Siegler; hoy, es una tienda en ruina del tendero

Gratiniano Gómez, cónsul vitalicio de Holanda. Estas clásicas viviendas están

entre las que se conservan como bienes culturales.

La ciudad esconde un drama desde que fue abandonada por los alemanes. En

toda la esquina de la calle tercera ―el Templo‖, detengo el rápido andar. Una

desesperada soledad, conlleva a que recurra a una nueva evaluación de la

situación. Doy un giro de alfil hacia la esquina del bar Gambrino. Con el

ilusionismo de que las almas de los muertos salen a deambular por las noches,

empleo un plan ordenado para pasar centro a centro sin mirar hacia la acera de la
farmacia ―el Carmen‖. Cada minuto que pasa hace sentirme más cerca a la

residencia de la difunta Meme Gómez. Por la mente pasan miles de imágenes en

un segundo. En la realidad aumentada, todavía hierve el espiral de odio que

condujo al Pollo Cera a darle muerte a la viuda de Hackinson. La occisa fue

aprovechada por el homicida sin tener en cuenta el estado de indefensión e

inferioridad en que se encontraba a los sesenta y siete años de edad. En la

cabeza le propinó, con contundencia, cuatro golpes. Al parecer, se valió de la

palanca del gato, del engrane del jeep Willys modelo 1952, de Cecilio (El Brujo)

Brugés. Los hechos ocurrieron el 4 de noviembre de 1954. Trato de dejar a un

lado las sensaciones de temor, con ritmo marcado tránsito por el ambiente agreste

de las viviendas de la Nena Ríos, la hidalguía del colegio María Auxiliadora, el

bunker de Lisandro (Zancudo) Pinedo, el zaguán residencial de Miguelito Cotes, la

residencia del farmacéuta italiano Generoso Ricciulli. El final de la cuadra cierra

con la oficina de Avianca y el que era depósito de varillas de hierro de Gerardito

García (calle 3 # 6-86). Las luces tienen diversos tonos en la carrera octava.

En silencio, miro los pliegues de la arena bajo la luna. Me siento emocionado, la

atención total es la que toma la decisión de seguir adelante. Por detrás, se aprecia

el estilo renacentista en la silueta nocturna de la catedral de Nuestra Señora de los

Remedios. Atravieso la carrera séptima y penetro en la culata, que parece una

cueva de fieras. Sumergido en este mundo oculto, miro hacia las tenebrosas

puertas verdes que dan a la calle 2 # 1-53, de la cárcel. Testimonio vivo de la

celda donde permaneció encarcelado Papillón. La misteriosa fuga la llevó a cabo,

por la encarnación que sufriera al transformarse en el espíritu de una mariposa.


La calle ―la Libertad‖ es muy conocida. A los lados la catedral tiene vitrales

impresionantes, representan escenas de la biblia; cuesta mucho creer que el

rosetón es una pieza increíble. Dicen que, por las noches, las campanas de la

torre llaman a los espíritus. Lo curioso es que a dos cuadras abajo, en los barrios

el Pimpá, el Guapo y la Boca del Toro, un río de casucas de bahareque con

techos de palmas y paredes de barro, están habitadas por personas humildes que

no tienen vestidos presentables para venir a conocer la casa de Dios y/o la puerta

del Cielo. Genera nuevas emociones el cruce por la sombra que proyecta el

subliminal palacio municipal y la que fuera la tienda de la señora María Aguilar en

la Calle 2 # 9-08. En la actualidad funciona la oficina de la empresa aérea Urraca.

Perdido en la oscuridad, dejo volar la imaginación a través del tiempo. El tiempo,

como suele hacerlo, le ha puesto valor a las cosas. La osadía roza a veces con la

locura. Con el frío de la muerte en los labios no sé de qué forma ni de qué manera

he podido llegar al dulce hogar con el corazón en la mano.

Junio 26, de 1970.

Desde la cocina de la casa, se aprecia la bonanza de la mar; espejo de agua

cristalina que le da belleza natural. La mañana queda en poder de la tarde. El

tiempo se presta para llegar a la oficina de Avianca. Le pregunto a la oficinista

sobre la carta que le había puesto el día ocho a Gladis Lugo. No me ha

contestado. Por las calles corre un sinfín de la vida riohachera. Basta echar un

vistazo a las actividades honorarias de las personas que acuden al parque Padilla.

A diferencia de otros, éste tiene un indudable atractivo universal. Las bancas a


través de su lenguaje, invitan a tomar reposo en ellas, sin borrar el manuscrito del

comerciante alemán Guillermo C. Eikhof. Muy cerca están sentados otros

muchachos del barrio. Los árboles de Almendros son un símbolo de inspiración de

este lugar. Se habla paja, ripio y basura. Con el calor de las dos de la tarde,

partimos con rumbo hacia el Club ―Nicolás de Federmann‖. Se centra el set del

juego de dominó en la cruz integrada por Che Padilla con Edgar Brugès; y José

Weber como mi compañero de fórmula. La birria se extiende hasta las siete de la

noche. Perdimos un peso cada uno. A las 20:30 P.M. veo tocar al conjunto de

Lisandro Mesa en el Teatro Aurora. Más tarde, se presentará en el salón de la

―Terraza Marina‖. La presentación se debe a la inauguración de esta edificación

por el gobernador Santiago Álvarez. Intento regresar a la cama, a las 23:50 P.M.

Lo hago. Saboreo un dulce de papaya, y media totuma de agua y, a dormir se dijo.

Junio 27, de 1970.

Por causa del intenso frío de la madrugada la levantada no es a la hora

acostumbrada. Lo rutinario, es llegar a las once al parque Padilla. No encuentro a

nadie. Sentado en la banca rotulada Recuerdo de Dido de González, a la espera

de que llegara un conocido. En mi soliloquio contemplo que la forma rectangular

del parque tiene un área aproximada de diez mil metros cuadrados. Tiene una

entrada en cada esquina y dos en el centro que hacen juego con la calle ―el

Templo‖. Desde aquí, con gesto de invencible espadachín, la estatua del Almirante

José Prudencio Padilla extiende la vista hasta la desembocadura del Riíto. Al lado

izquierdo está el busto de Luis Antonio Robles y al lado derecho, el busto de

Florentino Goenaga. En los alrededores y al pie de cada parcela hay bancas


construidas en concreto con hierro y granito. Son testimonios vivos de la historia.

Las parcelas sembradas de lirios blancos y rosados y plantas ornamentales Las

flores le dan belleza escénica al espectáculo. La plaza está ubicada entre las

calles ―la Libertad‖, ―el Templo‖ y ―la Concordia‖, lo mismo que entre las carreras

octava y novena. Solo, mantengo una espera de media hora, y sólo llega Darío

Rivas. Entre bla bla blá, ofrece prestarme la boleta de entrada al baile de la

―Terraza Marina‖. ―Le confieso que no estoy interesado porque hasta el momento,

no tengo pareja‖ En movimiento por la carrera novena, llegamos a la calle ―La

Marina‖ para presenciar la llegada de la carrera de bicicletas. En el alar de la

―Pensión Cirila‖, tomo la decisión de llegar a la casa para escuchar música. Al rato,

siento en la puerta las voces de Edgar Brugés, José Weber y Che mi hermano;

con el trío de birriosos salgo a jugar dominó. La dupla de Che y Edgar siempre se

mantiene por encima de nosotros en los sets y eso los hizo acreedores a ganar los

dos chicos. No estoy centrado.

Junio 28, de 1970.

Bajo el fuerte fogaje del sol, con la manta he sabido quitar las legañas que cubren

mis ojos. Un remolino de ansiedad viene cargado de emociones de diferentes

partes del cuerpo. Hoy es domingo de mar. Con arduo ritmo acelerado, la

encamino hacia las playas del Hotel Gimaura. Para complementar el baño, juego

un partido de futbol playa en donde tengo la consagración de crack al anotar tres

goles. El marcador final es de cuatro goles por uno. El partido es suspendido

porque en el bar restaurante ―Chon Kay‖ -- que está entre la orilla del mar y la

desembocadura del río--, dos hombres borrachos se trenzaron a darse golpes. La


pelea fue de un asalto de diez minutos, y se había dado por terminada; en vista de

que uno de los hombres se veía el rostro empapado en sangre. El grupo de

muchachos del barrio abajo, se había puesto de acuerdo para venirnos en patota.

Como de costumbre, todos los domingos visito a la abuela Flor Curvelo Iguarán.

De entrada, le pido una totuma de agua helada. No se hace esperar esa nube con

evidencia visible de cariño. Ella siempre brinda de almuerzo arroz volado, salpicón

de mero y plátano asado con guarapo de panela, en un pote oxidado de Avena

Quaker OATS. Almuerzo en la sala, sentado en el sofá de madera y cuerina

arrugada con más de ochenta años de existencia. Estoy pindongo. Llevo el plato a

la cocina donde está sentada la anfitriona de la familia. La despedida va

acompañada de la frase familiar: ―Muchas gracias… Mama Flor‖ -- costumbre que

nos dejó de legado el abuelo Palo Floriao Rosado –, siente alivio al reanudar el

diálogo para que regrese por la tarde a redactarle una carta. Con los sentimientos

en aumento, bajo los escalones del alto sardinel de la choza de la calle 1 # 3-03,

diagonal al cañón que adorna el cobertizo de la capilla que fue remodelada por el

arquitecto español Juan María Díaz, en los alrededores de 1929—1930. La

constante agitación del aire ayuda a sostener el ritmo a pies descalzos. Los ojos

viejos vieron desaparecer el continuo caminar bajo el insoportable sol.

De nuevo voy por el mundo de la calle ―la Marina‖ abajo, tras la fantasía de las

familias privilegiadas. Durante el recorrido, fijo la atención en una de las bancas

que están sobre el tajamar y me entero, de que la avenida se llama ―Catorce de

Mayo‖. Por el ancho espacio de la avenida se ven de paseo figuras que rutilan en
el vestir. Estoy ansioso por llegar a casa. Son insoportables lo caliente y el ardor

en las plantas de los pies. No muy bien llego cuando el lado humano de la tía

Sabina con un pensamiento en voz alta dice: ―La comida está servida en la mesa‖.

Alzo el plato de aluminio que sirve de tapa y a simple vista hace falta una presa de

gallina criolla. No digo nada, para no alterarle los misterios gozosos que ella

posee. He supuesto que se la ha comido uno de mis hermanos. Aquí en la casa el

lema es ―El que está en la calle come calle‖.

Para ese momento, cambio de ropa y emprendo la fuga por la orilla de la playa

hacia abajo. Se agotan las opciones al pasar por el muladar que está detrás de la

cárcel municipal. Llego al bar ―Rincón del Pirata‖ con el propósito de jugar dominó.

Aquí toca hacer las veces de mirón porque cuatro pícaros libran un duelo a

muerte. El más birrioso es Miguel Púyalo. Estos cuatro tirriosos al parecer no

piensan levantarse por ahora. Hace calor, eso hace que abandone la casa. Veo

pasar muchos carros con rumbo al estadio ―Trece de Junio‖ donde van a presentar

una corrida de toros. Creo perder toda opción de participar en la partida de dominó

porque la cruz del vicioso de Miguel Púyalo ha perdido todos los sets, pero no ha

querido levantarse de la mesa. Opto por ir a la casa y escuchar por la radio el

partido de fútbol entre Santa Fe y el Deportivo Independiente Medellín. Ganó el

Expreso Rojo. Quedo dormido luego de haber escuchado todos los marcadores de

los partidos de fútbol. Con especial contento salgo por la noche, eso se debe al

triunfo de Santa Fe. Entro a bailar en la terraza marina. Los amigos y hermanos

tuvieron a bien presentarme un grupo de amigas pero no he podido grabar sus

nombres. En estos momentos no recuerdo el nombre de ninguna. Dentro de la


fiesta encuentro a Miriam, la muchacha que conocí hace varios días en la playa.

Platicamos por largo rato y he podido apreciar que se entusiasma mucho cuando

le hablo de su pueblo. En la mesa he conocido a Libia Annichiarico, bailo una

tanda con la hermana. Al principio se muestra enojada, luego se entusiasma y

termina por enseñarme a bailar bolero. A las 04:00 A.M, salimos de la caseta --

parte que le correspondería al día 29--.

Junio 29, de 1970.

Reposo bajo la sábana hasta las once y treinta de la mañana. El resto del día lo he

pasado acostado. No he hecho nada, sólo flojear envuelto en una desesperada

soledad. La noche ha servido para ir a bailar al salón de la Terraza Marina. La

composición Macondo ha sonado mucho, tiene mucha fuerza y agarre con el

público. Por la madrugada, regreso a la escena de los sueños. Para poder vencer

el insomnio, ceno un pan con espagueti. Son las 09:30 P.M. La he pasado

pensativo sin hacer nada. Estoy disgustado con mi prima Florecita Rosado. Ella es

la típica mujer joven, atractiva con la que todo el mundo quisiera salir.

Junio 30, de 1970.

No es natural que vea el sol a las 07:30 P.M. Apresurado, intento abordar un taxi

para llegar hasta el aeropuerto Almirante Padilla. Espero no llegar a tener

problemas para abordar el avión. En el tiquete de viaje figuro con el nombre de

Álvaro Pugliese. Para ingresar al avión de Avianca no tuve inconvenientes.

Llegamos a Barranquilla a las 11:30 P.M. Duermo durante tres horas. Tengo la

buena idea de caminar un buen rato por la noche. La ciudad es el epílogo de un


círculo de violencia restringida por el control policial. Emprendo el regreso al hotel

Roxy, en cercanías del Paseo Bolívar. Para matar el tiempo, escucho por la

emisora Radio Libertad la transmisión del reinado del Divi divi, que se llevan a

cabo en Río de la Hacha. Quedo rendido con la radio prendida.

Análisis del mes.

Aquí se refleja un mes de mi negra vida. Vivo amargado, las iras se han calmado,

me he propuesto mantener un control sobre ellas. Es preocupante la

incomprensión que tengo conmigo mismo por haber terminado los amores con

Gladis Lugo.
JULIO DE 1970.
Julio 1, de 1970.

Muy de mañana he sido sorprendido por el despertar de la vida. A las 05:30 A.M.

emprendo rumbo hacia la Universidad del Atlántico. A las 09:00 A.M. comienza el

desarrollo de los exámenes de admisión. La jornada es agotadora hasta las 12: 00

M. Durante tres horas ha llovido fuerte. Duermo durante una hora. Después de la

siesta una inofensiva situación nos lleva de compra al centro de la ciudad. Un

Paseo Bolívar fluctuante y lleno de almacenes de ropa. Compro una franela

deportiva y un sombrero. Acuerdo encontrarme con Carlos Orcasitas y Nando

Pugliese por el día de mañana. A lo largo de las horas comparto unas partidas de

dominó con Inés, la mujer de Gustavo Redondo. En algún momento del juego el

cansancio se hace presente. Observo el diseño clásico del reloj de Inés y

abandonamos la mesa para ir al descanso. Reposo en la cama, las agujas del

reloj marcan las 21:20 P.M.

Julio 2, de 1970.

A las 08:30 A.M. despierto. Doy largo al asunto y la encamino con pena hasta la

mesa del comedor. Desayuno. Tengo la buena idea de visitar a la vecina. Después

del almuerzo veo a Dennis con una personalidad de mucha pasión. En la carrera

44, he abordado un bus urbano que lleva la ruta del centro de la ciudad. Atraviesa

manzanas enteras con edificios de cinco y diez pisos. Espacios vacíos

abarrotados de transeúntes que entran y salen de casas con jardines pintorescos

y techos de tejas rojas. En la avenida ―Murillo‖ abandono el bus y en la calle no

encuentro rostros conocidos. En la parada, tomo otro bus que lleva al aeropuerto

Ernesto Cortizzo. El recorrido es lento, por eso he sentido la demora. En la oficina


de Avianca entro en discusión con la recepcionista para que accediera a confirmar

el tiquete. La discusión atrae la atención de los pasajeros que se encuentran en el

salón de espera del aeropuerto. Para no perder el vuelo toca correr por el puente

de un lado hacia el otro. Tengo la suerte de poder abordar el avión. El vuelo se

hace sobre nubes que parecen montañas. La nave se sacude como un abanico

por los embates del viento. Hace escala en el aeropuerto Simón Bolívar de Santa

Marta. Aquí se presenta otro problema. En el avión he tenido la suerte de conocer

a Mabel Pantoja. Intercambiamos direcciones, la mía es calle 1 # 9-63, he tenido

la delicadeza de escribírsela en un calendario postal que tiene la figura del Che

Guevara. Al llegar a Río de la hacha, le hago entrega de una carta a Sol Marina

Pérez, la mujer de Edgar Ferrucho. Paso la tarde en los salones del club Nicolás

de Federmann, con una gran concentración en el juego del dominó. Para el final

de la tarde y comienzo de la noche, he sabido de la llegada del Pollo Frías. Una

idea fluye en la cabeza y voy a visitarlo a la calle ―San Antonio‖ 9 No 7-13.

Acordamos ir al velorio del hijo de Renato. Permanecimos hasta las 22:30 P.M.

Julio 3, de 1970.

Emiro trajo los zapatos temprano. Con equilibrio apropiado salto de la cama. Un

regocijo para el alma es el estreno de la franela deportiva. Lleno de orgullo salgo a

la calle para lucir el número ochenta y dos en el pecho y la espalda como una

estrella de fútbol americano. Las calles son un conmovedor recordatorio de

historias. El suéter deportivo ha causado mucha sensación en la ciudad. Regreso

temprano a la casa porque a la tarde tengo el compromiso de jugar un partido de

fútbol. A las 15:05 P.M. enfrento el compromiso moral de cumplir con los buenos
deseos para la ocasión. Acrecentado por las emociones futbolísticas que percibo,

despierto las ganas de ponerme en marcha. Con increíbles fantasías, emigro

hacia el oeste con el sol en la frente. Mantengo la marcha por la avenida primera.

Desde la curva de la carrera quince se ven cortinas de polvo que cubre los

tugurios que están por los alrededores del Liceo Almirante Padilla. El alma mater

en 1964, tuvo como rector al licenciado Ostílio Granados Dadúl, quien despertó el

espíritu revolucionario francés en los estudiantes. Siempre hizo énfasis en el

pensamiento de ―Los Jacobinos‖ Dantón, Marat y Robespierre. Hubo profundizado

en eso. Sigo con el atropello de casas, cuadras y calles que van hacia el estadio

Calancala. Hay tensión colectiva al comienzo del partido. En pleno apogeo, una

mala pisada resiente el menisco interno de la pierna derecha.

Abandono el terreno de juego a los quince minutos. Sin embargo, ganamos el

partido por el marcador de cuatro goles por dos. Tomo medidas para mitigar el

dolor. Renco, hago el recorrido de sur a norte por el terreno escarpado de la

avenida Trece de Junio. Enfrento el lote baldío del señor Tacio Lubo y llego a la

zona compartida por el liceo Almirante Padilla en la carrera 15 # 12A-78 y el

parque Simón Bolívar. Más allá de las usuales historias de la época de estudiante,

camino por el pasado flotante del Hospital Nuestra Señora de los Remedios y el

corral del indio Ceferino, donde los estudiantes del claustro se dedicaban al robo

de sandías y a las prácticas ecofílicas con las burras. La morada de Manuelito

Pérez está aislada, se encuentra en un encierro parcial, en medio de lotes

enmontados. El plano predial de la ciudad termina a manera de embudo. Lugar

este donde la calle décima ―el Carmen‖ empieza a confundirse con la calle séptima
―Ancha‖. Alcanzo a llegar a la curva de la calle primera, en el alto montículo el club

Neimarú domina la imborrable belleza del mar Caribe. Donde el aire cargado de

humedad arrastra polvo húmedo.

El componente de la ciudad es muy diverso. En dirección Este, revivo la travesía

paralela al mar. El dolor empieza a empeorar. Mantengo el paso lento por el viejo

matadero, el bar ―Rincón del Pirata‖ y el club Nicolás de Federmann. Más adelante

y al lado izquierdo, alcanzo a pasar al costado del muro de piedras y ladrillos rojos

del carcomido hospital para tuberculosos. En 1928, ordenó construirlo el obispo

Atanasio. Y en 1955, fue reconstruido por el alcalde militar Luis Eduardo Aponte

González y convertido en cárcel municipal. Desde otra perspectiva ven que bajo a

marcha forzada por la suave pendiente de la avenida primera. Paticojo y a paso

lento sobre huellas que van hacia la casa. En la puerta se aprecia la primera

manifestación de nostalgia del majestuoso rostro del mundo viejo de la tía Sabina.

Se involucra al drama. Se descorazona un poco; pero se llena de valor y hace el

esfuerzo por tomarme de la mano. Es de buenos sentimientos. Yo callo. Se dedica

al aplique de pañitos de agua tibia sobre la rodilla, en ella resplandece la dulzura

de su sonrisa. En el lecho no soporto el estado emocional de asistir a la

manifestación de protesta por la liberación del ladrón de Nacho Vives. Sigo los

pasos de los demás. Concluida la marcha en el centro de la ciudad, entro a la

nocturna del teatro Aurora para presenciar la película ―Las Sandalias del

Pescador‖ protagonizada por Anthony Queen. Salimos de cine a las 23:00 P.M.

hora en que arribaría al dulce hogar # 9-63, de la avenida primera; y pudiera

descansar de la rodilla resentida.


Julio 4, de 1970.

El sol se mueve hacia el cenit. A las 09:30 A.M. con especial contento, recibo una

carta remitida por Gladis Lugo Zurita. Carta que en verdad no esperaba. Leía una

y otra vez, la misiva, pensaba que se podría borrar; con especial contento la volvía

a leer. Emocionado llego al parque, aquí encuentro a los birriosos de Coto

Hernández y Eliécer Campo. La tentadora gana de jugar dominó nos lleva a

permanecer sentados hasta las cuatro y treinta de la tarde. Durante las partidas he

permanecido preocupado porque estoy en espera de un marconigrama. Se vino la

noche. Tengo suerte de contar con dinero, le cancelo a Cáñamo las gafas. El

telegrama no ha llegado; para matar el tiempo, nos fuimos a ver el ambiente de los

bailes que organizan en las casas de los barrios marginados. Para calentar

motores disfrutamos de una botella panchita de Aguardiente Antioqueño en un

baile del tugurio Guamaca. El ambiente aburridor y el sobaco de las feas parejas

nos obligan a abandonar la fiesta. Las otras verbenas presentan el mismo

espectáculo. Dimos marcha atrás y nos dirigimos hacia el barrio. La ciudad

mostraba un paisaje muerto en vivo, en casa, para conciliar con el sueño; tuve que

leer varias veces la misiva.


Julio 5, de 1970.

Desde muy temprano, la gente peregrina hacia la orilla del mar. La muchachada

del barrio abajo atravesamos a nado la desembocadura del Riíto, brazo del Río

Ranchería. Aparcamos en la playa del hotel Gimaura. Para quitarnos la piquiña,

sacamos una alineación para enfrentarnos a un equipo de muchachos arriberos.

Por varias horas jugamos fútbol playa sin árbitro ni tiempo reglamentario.

Ganamos por el marcador de tres goles por uno. Finalizado el partido, la patota va

al puente de madera y uno a uno se arroja en clavado a la corriente. Cada

compañero hace gala de las habilidades de clavadista. Cansados del deleite del

agua mágica, con sed y con hambre, tomamos la iniciativa de regresar al barrio

abajo. La marcha se realiza con el sol en el cenit. En la esquina de la carrera

primera con la calle primera llama la atención el rancho con techo de yotojoro y

cinc picado que ocupa el alambique de José (Capella) Rosado. Traigo a la


memoria la historia olvidada de la avenida ―Catorce de Mayo‖ o calle ―la Marina‖

forjada por cuatrocientos cincuenta años de amor e historia.

En fila india la marcha va por la sombra y refugio de la acera izquierda. Con los

compañeros formo una línea de once miembros. Sus movimientos semejan el

rítmico caminar de los indios guajiros. La marcha se mantiene a ritmo acelerado.

Casi tan rápido como colindan los ranchos de Rosa Peñalver, Vito Modesto Mejía,

Adoris Escolar, Juan Manuel Curiel, María Micaela ―Cortiza‖ Rosado y Nena

Martínez; la residencia de Zoila Rosa Curvelo es el cierre de la cuadra.

Atrapados en el devastado callejón de ―la Corraleja‖, nuestros ojos han perdido la

ilusión azul del mar por el obstáculo que presenta la muralla. Monumento a la

desidia del que sería el primer hotel de turismo que nunca llegó a funcionar. Aquí

la vida de los estudiantes enfrenta un reto aún mayor. Una mirada sobre la carrera

segunda confronta el lote baldío del señor Alfredo Curvelo. Su rostro indio español

le daba mucho atractivo. Reforzamos la ambición latente de pasar rápido por el

arenal caliente para guarecernos bajo el sombrío del árbol de Níspero (Manilkara

zapota), que descansa en la tapia del patio de la casa de Don Alfredo. El reinicio

de la marcha cambia al pasar con mayor empeño por el solar del señor Gregorio

Curvelo, la carpintería de Cornelio Martínez, el rancho humilde de Manuel

Gregorio (Manén) Martínez, el rancho donde Cristóbal (Lombana) Martínez

sacrifica las tortugas verdes, el patio de Sacramento Pimienta y al lado, el solar

que se extiende sobre la carrera tercera o ―Callejón de Palo Floriao‖, que se

presta para ampliarle a la panadera la visión del paraíso religioso.


El Convento de los Padres Capuchinos, precedido por un andén con doce

apóstoles de Matarratón (Gliricidia sepium) y un crucifijo gigante; le dan belleza

escénica a la Capilla que en 1929, fuera restaurada por el arquitecto español Juan

María Díaz. Ellos controlan el vasto imperio de la iglesia. Al frente tiene al

descubierto el lote donde alguna vez estuvo el Castillo San Jorge. Hoy, hay un

enmontado parque en el que se alza la estatua de Nicolás de Federmann

fundador de la hidalga ciudad de Rio de la Hacha. Relegado por el apresurado

paso de los compañeros acato lo que dicta el corazón. De pronto, entro en el

umbral del palomar de dos aguas de Mama Flor Curvelo. Tiene una mirada

amable. Los amigos se extrañan al ver los sentimientos que nacen de ella. Ellos

desaparecen entre los bastidores del ―Pasaje Zubiría‖. Llena de atención, corre

hacia la cocina y brinda un agradable almuerzo de salpicón de chucho con arroz

volado y plátano asado. Con sentimiento y ternura, habla del sufrimiento que la

aqueja por la pérdida de la hija Lilia Rosado en Ahuyama, a comienzo de los años

treinta; y la traición de que fuera víctima el tío José Ceferino Rosado en

Panchomana, el día 13 de junio de 1939. La confesión sobre el mártir del paraíso

es una revelación que ha hecho de ella una mártir. El caso se mide de acuerdo a

las palabras de la abuela. Para la despedida empleo el tan sonado refrán: ―Indio

comido, indio ido‖. El correr de los minutos da paso para seguir adelante.

Presuroso estoy de nuevo en camino. Discurro por la acera de las ruinas que

fueran depósitos de Divi divi del señor Manuel Julián Gómez, seguida por las

viejas viviendas donde residían Tule Castro, Enrique Luis Palacio con su esposa
Modesta Velásquez, José Lubo y su esposa Carmen Márquez. Estas en la

actualidad son propiedades del tío Chopi Rosado. En ese orden, hacen vecindad

con la residencia de doña Carmen Clara de Moncada, millonaria dama que

acostumbraba lucir en la cabeza un ramillete de flores que la hacía revivir

increíbles fantasías. Con las mejillas coloradas y los labios rojos hacía alarde de

sus encantos cuando le decían: ―Tiene la cabeza en gloria y el culo en tentación‖.

En la actualidad reside en ella el profesor Dénzil Escolar.

En la esquina de la carrera cuarta o‖Callejón de Gustavito‖, un par de árboles de

San Joaquín (Hibiscus rosa), lucen cargados de inflorescencias en umbela. La

fragancia de las flores se respira en la residencia del señor Gustavo Quintero, el

patio entablado de Pepe Bonivento, perfuman el hogar de Pavía Ramírez, la

chocita de Capi Curiel más adelante, busco la forma de sobrepasar el patio de

Pachito Vanegas, hoy del señor José Ballesteros, y la histórica mansión de Félix

Annichíarico. A su deceso, establece una mesa de billar el italiano José (Don

Pepe) Didoménico, culto inmigrante de la isla de Guadalupe. Hizo de este club de

juegos en la carrera quinta el epicentro de la cultura europea. Más tarde, pasa a

ser la residencia del señor Francisco J. Brito, personaje vitalicio del bando de los

tradicionales carnavales de Rio de la Hacha. Ansioso por llegar a descansar

atravieso el ―Callejón de Brito‖.

Con la panorámica de un mosaico de paisaje compuesto de cocoteros, Alto

Caribe (Cocas nucifera) y arena. Como resultado de lo que veo y pienso, prosigo

por el alar de palma de Luisa Fuenmayor, la esposa de Julio Prado. En la


actualidad, en ella se elabora el apetecido pan de Manga Freyle. Contiguo al

portón cumple con todo lo esperado el palacio ―Los Portales‖, de blanco y sombrío

parecer. Su misterio le da algo de nobleza. Este palacio de tipo histórico

residencial, encarnaba la autoridad del general Juan Manuel (Juanito) Iguarán.

Las personas mayores que lo conocieron, todas las mañanas ven cabalgar el

espíritu de mediana estatura por los alrededores de la ciudad. En el barrio arriba

(Este), le pasa revista al teniente Isidoro (Pitico) Larrada, en la calle ―el Carmen‖

(Sur), a Juan (Rana) Romero y en el barrio abajo (Oeste), a Geño Pimienta. Al

final de la cuadra está el tinglado (terraza) de la residencia del señor Manuel

Julián Gómez. Al frente, hay niños que hablan en voz muda y tres autos Ford

modelo 1963, de personas importantes. En cuestión de tiempo el derruido palacio

ha pasado a formar parte del colegio La Sagrada Familia. Con bellas columnas

que parecen ornamentos geológico. Rememorante de un pasado no muy lejano.

Respiro aliento de vida para avanzar en movimiento continuo por la sexta arteria.

Mal llamada ―calle del comercio‖ también, ―calle de los turcos‖; considerada la

línea imaginaria ―Maginot‖; donde la ciudad se divide en Barrio Arriba y Barrio

Abajo. Es fuente de aire puro. Desde aquí se juzga que todo el entorno es

divertido. En tiempo atrás, eslabones de depósitos y almacenes servían para

guardar bultos de cueros, huesos y frutos de Divi divi para exportarlos hacia

Europa. Por efecto de la Segunda Guerra Mundial se convirtieron en lugares de

descanso de personas que llevaban una vida ociosa y despreocupada. La

comodidad de los habitantes es la muestra de la falsa sensación de una sociedad


estratificada. El paso cronológico es arrollador por la serie de ranchos,

residencias, palacios y monumentos históricos.

El drama es ahora por lo que fuera el pasadizo del depósito de Darío Henríquez

apropiado para la comodidad de los habitantes, coteros activistas, jubilados y

coleccionistas. Las ventanas por aquel entonces parecían una tarjeta postal. En

1954-1955, el general Jorge Villamizar Flórez construyó el edificio para las

oficinas de la Intendencia de La Guajira, con fachada hacia el malecón, que data

desde 1928. El tajamar o malecón, fue construido por el ingeniero Jessurúm.

Entre los elementos típicos que decoran el entorno están los bares de Cayuco

Zúñiga, Miguel Valderrama y Mono Rivera; distante de los cuchitriles de madera

que hacen el oficio de restaurantes, está la moderna construcción ―Terraza

Marina‖ lugar especial para personas distinguidas. Las palmeras se yerguen entre

el muelle y la curva del malecón donde reposan los cimientos del castillo de San

Jorge. A sus pies la marea impulsa las olas sobre la playa. Por suerte, el resto de

la caminata transcurre en completa sombra por el depósito del alemán Míster

Siegler, hoy, remodelado para oficinas de los Guardas de Aduana y del Servicio

de Inteligencia Colombiano (S.I.C.). Cambiado por la siglas D.A.S. Lo miro y

quedo admirado con la residencia de Don Manuel Julián Gómez. Hasta el final de

la Segunda Guerra Mundial estuvo habitado por el comerciante alemán Herbert

Muller. Aquí funcionaba de manera clandestina la oficina del servicio secreto

alemán. Estos depósitos y edificios fueron testigos de los procesos históricos de

la ciudad.
Con la reforma de Río de la hacha, los militares le dieron vida propia a La

Guajira. Eso es muy interesante. Manifiesto un gesto de cansancio. Ahora circulo

por el tinglado del viejo mercado público, de la popular carrera séptima, llamada

por los connaturales ―Callejón del Mercado‖. En su largo tiempo de

funcionamiento, los mercaderes promovieron una efectiva relación comercial por

tierra y por mar con los pueblos circunvecinos y con Europa. Los ventanales y

puertas de madera con barrotes de hierro hacen vivir el ambiente de mi niñez. De

golpe, diviso la semblanza de lo que alguna vez fueran los depósitos de sal del

usurero de Gerardito García. Más tarde, estos eslabones de humildes viviendas

fueron habitadas por Carmen y Cándida Campo, mi abuela Rosa Alfina Pérez y el

señor Clemente Iguarán. Aquí residieron desde los años cuarenta hasta mediados

de los años cincuenta. El dulce hogar del centro (calle 1 # 7-109) oculta en su

interior el secreto genético de la dinastía de los tíos José Antonio (Toño) Pérez,

Rafael Francisco (Rafa) Pérez y Luis Carlos (Pelón) Pérez. Los tíos nos dieron

buenas enseñanzas acerca del valor del dinero y el trabajo. Los momentos que

compartí con ellos fueron los más hermosos y los más tristes pasajes de mi vida.

Aquel ensueño de niño fue una opción de felicidad. Cada minuto que pasa puedo

sentirme un poco más cerca. Por mi cabeza circula un sin fin de la vida cotidiana

de los riohacheros.

Trasladado el mercado a la nueva sede, el encallado buque carguero ―Caribe‖ es

testigo del silencio y la soledad de la carrera octava o ―Callejón de los Padres

Maristas‖. La realidad y la ficción se mezclan en la fábrica de jabón del industrial

alemán Josef Streigler. En 1950, la vieja edificación pasó a ser el área de primaria
del colegio La Divina Pastora de los Padres Capuchinos. Para el sentimiento la

imagen resplandece las huellas de la transición por los cursos de primero y

segundo elemental (1955-1956) que alimentaron la curiosidad de aprendizaje de

las primeras letras. Las ventanas y puertas de la edificación son grandes y utilizan

al máximo la luz del sol. Esta se esparce hasta la pared del viejo edificio de la

antigua aduana. Más tarde, sería cuartel de la Policía Nacional. En completo

abandono forma parte del lujo que ostenta la carrera novena o ―Callejón de Cirilo‖.

Como complemento de ésta está la casa del señor José Young, quien se la

vendió al buzo margariteño Cirilo Rojas. De golpe, puedo divisar la casa. En

silencio miro los pliegues de la arena y fango bajo el sol. Visto desde lejos

producen un efecto magnífico. Responden a la situación del pavimento arcilloso

del pedazo de calle. De algún modo despierto remolinos de recuerdos frente al

solar de la señora Margarita Aroca, la humilde residencia del pescador

margariteño Luis Beltrán Suárez y el solar de Tollito Robles. Me doy cuenta de

que lo mejor de un caminante es el tiempo. Con sentimiento en aumento, llego

agotado a la casa con el sueño de grandes ideas que no fecundan la realidad‖.

Siento un vacío profundo. Hago la siesta. En las horas de la tarde, he sido enterado

de que el equipo Santa Fe es el nuevo campeón del fútbol profesional. Loco de

contento lavo la franela y los pantaloncillos. Casi toda la tarde la paso con Gladis

Lugo en el pensamiento. Salgo a dar un paseo por la punta del muelle. Encuentro

unos amigos pescadores con quienes charlo de la nueva corona. Nos vinimos para

el centro de la ciudad. Para festejar el triunfo jugamos dominó para romper el mito
de la mala racha. Es la 1:20 de la madrugada. A esa hora hago la avenita para

conciliar con el sueño.

Julio 6, de 1970.

El sol vuelve a brillar para despertarme. Desayuno y acerco los pasos a la plaza.

En la banca de la Fábrica de Tejido Obregón- Barranquilla, están reunidos los

muchachos del barrio. Se llega a un acuerdo sobre el partido que se va a jugar a

las tres de la tarde. Una vez marco el quinto gol, con tristeza abandono la cancha

por lesión del menisco. Ganamos el encuentro por el marcador de 9x4 goles. A

sabiendas de que nos ha ido bien, siento agotamiento físico. He olvidado escribir

algunas cartas. Debo hacerlas con el corazón. La tranquila noche trajo a mis

recuerdos algo que debo resolver en la cama. Son buenos regalos para el

sentimiento. Las 22:20 horas.

Julio 7, de 1970.

En estos días las levantadas las hago con mucho esfuerzo. Siento cansancio y un

sueño aterrador. Cambio de enfoque y camino decidido hacia la plaza Padilla.

Encuentro al grupo de muchachos sentados en las bancas que están bajo los

gigantes árboles de almendros que le obstaculizan el panorama a la hermosa

residencia de Ismael Henríquez. El tema obligado es sobre el equipo de fútbol del

barrio. No sabemos conversar, todos discutimos en voz alta con el manoteo. Hay

cambio de tema. No se llega a ningún acuerdo cuando se habla de la genealogía

del héroe de la Independencia, Almirante José Prudencio Padilla. El hermano Che

Padilla, quien por herencia también se llama José Prudencio Padilla, dice: ―El papá
de nosotros (que también tiene por nombre José Prudencio Padilla) tiene en la

casa un libro y unos documentos que afirman el legado genético ancestral de la

familia Padilla. El tronco es Don Andrés Padilla y la esposa Doña Josefa Lucía

López. Ellos tuvieron cinco hijos: tres varones de nombres José Prudencio (El

Negro) Padilla López, José Francisco (Pachito) Padilla López y José Antonio

Padilla López y dos hermanas de madre, de nombres María Ignacia López y

Magdalena López. Los tres varones lucharon en la guerra de la Independencia. El

Almirante contrajo nupcias dos veces. Pero como lo dijera Virgilio en la obra La

Eneida ―El viento lleva por siempre el prestigio de Padilla por los mares del mundo‖

La odisea por los diferentes océanos de los distintos continentes, lo llevó al fracaso.

Sólo llega a tener una hija en el tercer enlace con Juanita Rodríguez. Mujer

dominicana a quien en Cartagena le llamaban la ―Zamba Jarocha‖. Las malas

lenguas dicen que ella era amante del general Montilla. Pero un descuido del

venezolano en la campaña libertadora fue aprovechado por el negro Padilla y la

hizo su mujer. En el momento del fusilamiento, antes de lanzar toda clase de

arengas e improperios contra el Libertador Simón Bolívar expresó sus últimos

sentimientos: ―¡Ay… de mi hija ¡...‖ Al parecer – agrega Che Padilla --, la hija se fue

a vivir con su madre a la isla de Santo Domingo‖. A las 12:20 M. se da por

terminada la reunión. Todos se ponen de pie y en medio del viento y la arena arribo

al seno del hogar.

Estoy un poco consolado. De almuerzo tomo un vaso de avena en vista de que en

estos días no tengo apetito. Hago siesta desde las 14:00 P.M. hasta las 16:00 P.M.

Esto es extraño para mí; ya que desde hace mucho tiempo no duermo más de
treinta minutos. Estoy intranquilo, salgo a dar una vuelta por la punta del muelle.

Aquí, encuentro a Loro De Luque en faena de pesca. Por dos horas y media hablo

bastante paja con él. Traigo a colación la fantástica historia del legendario equipo

de fútbol ―Los Muertos‖. Loro narra con tanta certeza: ―Yo veía jugar a la luz de luna

a este cuadro; en la mítica cancha del Campin Ojeda‖. --de esto, hace ahora

diecinueve años--. Ahora estoy ante un gran misterio, porque trato de recordar la

alineación titular de aquel entonces: El arquero era Agustín ―Tin Hueva‖ Escudero,

en la defensa jugaban Chibi Socarras y Prosperito ―Chale‖ Cuadrado; el medio

campo se componía de Mizungo Quintero, Oscar Márquez y Julián Díaz; en la

delantera estaban Luis Mejía, Luis Quintero, Toño Celedón, Boy Magdaniel y

Marquito Suárez. El arquero suplente era Emilio Quintero; nunca jugó porque Tin

Hueva era birrioso y nunca le dio chance. Pensativo, Loro, sin saber leer ni escribir,

trata de hacer una remembranza del trágico final del equipo ―Los Muertos‖. Luego

agrega: ―El 31 de diciembre de 1951, se jugaba el clásico del pueblo entre los

equipos Los Muertos Fútbol Club versus Juventud Padilla. Mientras se

desarrollaban los emocionantes minutos del partido, un bus escalera se detiene

sobre la vía de la carrera séptima. Del vehículo se bajó un hombre elegante con

sombrero fino, vestía camisa y pantalón blancos. En calidad de espectador se situó

detrás del arco defendido por Mario ―Trucutrú‖ Correa. De pronto se escucharon

dos disparos y vi caer a Panita con dos tiros en la espalda a los pies del arquero. El

tumulto de los cientos de espectadores que rodeaban el campo, al escuchar la

conmoción salió en veloz carrera hacia las calles trece y catorce, lo mismo hacia

la carrera séptima y octava en busca de un lugar seguro. El cielo se oscureció y la

cancha quedó en grima. El cadáver de Panita quedó tendido en el suelo. La brisa


sacudía y arrastraba el sombrero de fieltro blanco hacia el centro. Había pánico

palpable en las calles. La gente estaba asustada. A Panita lo mató mi tío Negrito‖.

Con perturbación del ánimo, emprendimos la marcha y pudimos manejar la

situación hasta que llegamos al centro de la ciudad. El ruido de las olas y de los

pasos llega conmigo al rancho. Pienso en haber leído la última carta de Gladis.

Todavía no la alcanzo a entender. He pensado contestarle, pero no debo matar el

falso orgullo. Son las 22:35 horas. Revuelvo un poco de avena en un pote con agua

y en el espacioso cuarto… a roncar se dijo.

Julio 8, de 1970.

Desperté pensando en la discusión que tuve anoche aquí en la casa con mi tío

Toño Pérez. Me puse a escuchar por la radio el programa musical de Emisora

Atlántico. Siento guayabo de amor. Para mitigar las penas, opto por ir al parque.

Aquí encuentro toda clase de discusiones. Me vine para la casa, con el partido de

hoy en la mente. Antes de partir para el estadio, me puse a leer la carta de Gladis.

Antes de partir para el Estadio Calancala había comenzado a redactar la

contestación que le debo a Gladis. Le ganamos al equipo Atlético Guamaca, de

Michilín Gámez, por el marcador de cuatro goles por dos. Hice el cuarto gol.

Concluido el partido siento que estoy demasiado agotado. Ahora son las 22:40

horas.

Julio 9, de 1970.

Con el despertar, tengo un tropelín con el tío Toño Pérez por mis levantadas muy

tarde. Para no causar molestias, emprendo camino hacia el parque. En la banca de

Alejandro, Francisco e Ignacio Vanegas Bermúdez, que está al pie de la gigante


Palma real (Roystonia regia), me integro a la hermandad. Se vino el sol y nos

acomodamos al lado de la fuente de agua donde estaban tres babillas. Hablamos

de todo hasta que nos acosó el hambre. A las 12:00 M. acordamos coger para la

casa de cada quien. Por la tarde, voy a practicar a la cancha del ―Templo del

Fútbol‖ El Cementerio. La alineación de nosotros ganó por el marcador de 6x2

goles. Por la noche, visito de nuevo el parque. Se habla de lo que hay que hacer

para seguir entrenando. Antes de ir a practicar supe darme ánimo a mí mismo y

dedico unos minutos para escribirle a Gladis. Cada momento trae su afán. Ella es

la muchacha que me enguayaba. Durante la práctica la recuerdo mucho. Convierto

el segundo gol y pido cambio por agotamiento. Para el descanso escucho por la

radio el partido de fútbol profesional entre el Deportivo Cali y Santa Fe. Ganó el

Expreso Rojo por un gol por cero. La oscurana es para salir por las inmediaciones

del teatro Aurora, por largo rato reposo en el parque hasta las 11:20 P.M. A esa

hora regreso a casa y vuelvo a formar la trifulca con el tío Toño. Se compromete en

hacer que mañana en cuanto amanezca, tengo que desocupar la casa por mi mal

comportamiento, porque cada vez que llego lo despierto por encender el foco y por

hacer mucha bulla.

Julio 10, de 1970.

A las 8:30 A.M. me levantaron a insultos. Tomé la actitud de Toño con indiferencia.

Me acerqué al Templo del Fútbol, para ver jugar a mi sobrino Mollete Gómez, quien

se ufanaba de tener la gambeta Quarenthiña. Desde aquí emprendo el andar en

busca de Pollo Frías a la carrera 7 No 9-37. Vuelve a comentar la película ―Mujer

Impura‖; de paso, visito a Judit Ariza, quien tiene la tienda en la casa de enfrente
No 9-42. Por la tarde, le he puesto un recomendado a Gladis y continuo camino a

hacia donde vive Pollo. Tiene toda la apariencia clásica de un tipo animado.

Propone una ocasión ideal para que lo acompañe al Liceo Nacional Almirante

Padilla en la carrera 15 # 12A-78, para hablar con el profesor Juancho Palacio. Eso

llama mi atención. Emprendemos la ruta por la sombra de la calle décima ―El

Carmen‖. Dimos paso a la arquitectura y grandeza local. Su mirada se extiende

más allá de la carrera quince ―Avenida de los Estudiantes‖ compuesta de casas

subvenciónales. A la mayor brevedad llegamos a la emblemática edificación,

testimonio vivo de la historia de la cultura riohachera. Nos informaron que en el

momento no se encontraba. Manejamos las emociones e hicimos el mismo

recorrido en sentido inverso. Tropezamos con la sencillez y apertura de la gente.

Es algo bastante casual dejar a Pollo en su casa para ir en busca de novedades

por el Parque Nicolás de Federmann. Tengo la paciencia de esperar a la amiga

hasta las siete de la noche. Quedo como ―la Novia de Barrancas‖, porque la

hembra nada que llega. Inconforme, espero llegar al teatro Aurora para ver la

cartelera cinematográfica. Antes de comenzar la vespertina hablo un rato con los

muchachos acerca del viaje que el equipo tiene programado para Fonseca. Con el

correr de las horas comienza a llover. El fuerte temporal ha hecho que los curiosos

se refugien en la antesala del cine, otros se guarecen debajo de la terraza del

edificio de Retra Romero y a los que vivimos cerca, nos ha tocado correr en

distintas direcciones.

Julio 11, de 1970.


Despierto y limo asperezas con tío Toño Pérez. Temprano le hago visita a Pollo

Frías en la residencia de la carrera séptima No 9-37. Luego paso a visitar a Justo

pero no se encontraba. Recibo la infausta noticia de que no fui admitido en la

Universidad del Atlántico. Estoy deprimido. No encuentro concentración en mí

mismo. He pensado mucha locura pero hay que tener confianza. Para olvidar las

penas por la tarde voy a practicar fútbol a la cancha del Cementerio. Pero nada, no

pude concentrarme; aunque ganamos con marcador abultado de 6x5, no estuve

dentro del partido. Hice el sexto gol, eso es el pago de haber salido con las rodillas

hinchadas. En las horas de la noche, Pollo ha tenido a bien venir en mi busca para

que lo acompañe a una fiesta de cumpleaños. Aprovecho el aguardiente para

aplicar masajes en las piernas. De aquí salimos a las dos de la madrugada.

Julio 12, de 1970.

Una mañana dominical. A pies descalzos la emprendo mar arriba hacia la playa del

bar Chon Kay –hijo del sol-, del otro lado del Río Ranchería. Hasta allí llego con el

propósito de jugar un partido de futbolito o fútbol playa para ejercitar las piernas.

Pero esto último no puedo hacerlo en vista de que siento el cuerpo pesado. Vengo

para la casa con el convencimiento de haber visto a Mélida. Acostado, recobro el

sueño mientras escucho comentarios de los partidos de fútbol profesional. Con la

oscurana salgo en busca de Edgar Ferrucho, obtengo la información de que no ha

llegado. Sigo acongojado por lo de la universidad. A las 07:30 P.M. tengo un

chasco con Rebeca Sánchez, mi prima. En la huida hacia la calle, tropiezo a Wilson

Pinzón. Hace el comentario de que a Marceliano Lugo, el hermano de Gladis, casi

que lo mata en Aruba. Lo golpearon y luego lo echaron en una lancha salvavidas y


la soltaron para que se la llevara la corriente y los vientos mar adentro. Contó con

la suerte de que una lancha pesquera lo rescató en alta mar. También hablamos

sobre un posible viaje a la isla de Aruba en el barco de su papá. Alega que me

avisaría. Desconsolado, regreso a casa. Toda la atención está puesta en mi

hermana Rosa Betty. Tengo el propósito de escribirle. A las 10:30 P.M toca darle

un lugar más emotivo al cuerpo.

Julio 13, de 1970.

De pie muy de mañana. Es la hora de costumbre. Lavo la ropa. Salgo al encuentro

con Pollo Frías y Nando Pugliese, los acompaño hasta la Gobernación. Más tarde

encuentro a Edgar Ferrucho, hace el comentario de que tenía posibilidades de

ingresar a la Universidad, si aparecía la otra lista hoy o mañana. Voy al partido de

fútbol a jugar contra el equipo Centenario del barrio arriba en la cancha de ―el

Salaito‖. Perdimos, lo que nos costó ser víctimas del escarnio de la gente. Todo el

mundo en el Parque Centenario se burlaba de nosotros. Por la noche, me acerco

por los alrededores del teatro y todos los comentarios hacían referencia a la derrota

que nos propinaron. Son las 22:00 horas locales.

Julio 14, 1970.

Despierto por el resplandor del sol caliente. Para poder bañarme robo un pedazo

de jabón azul de lavar ropa ―Lava Perro‖. Después del desayuno emprendo camino

hacia la calle 15 No 8-45, donde vive el tío Chopi Rosado. A la entrada de la puerta

del traspatio, hace que ocupemos un par de taburetes nuevos con asiento y
espaldar de cuero. Gracias a su experiencia, se dispone a revelar algo. Estoy

sorprendido porque sé que pocos tíos comparten increíbles secretos con los

sobrinos. Se da cuenta de que estoy dispuesto a escucharle. De esta manera,

conversa ligero y sin sentido sobre el asesinato del hermano José Ceferino a cargo

del cabo Cucalón, en Pancho: ―En octubre de 1962, el doctor Micho Pacheco vino

a posesionarse como Intendente de La Guajira. Con él vino el sargento Rafael

Freile, quien le había confesado que él veía muy a menudo al cabo Cucalón

departiendo aguardiente con unos viejos amigos en un bar de la carrera séptima de

Bogotá. Sipuna – como lo llama Chopi --, le llegó a comentar que él veía muy a

menudo al cabo Cucalón. Para pavonearse acostumbraba hablar muy bien de la

mítica valentía de José Ceferino Rosado. Luego, con falso orgullo, se jactaba de

hacer los comentarios de su heroica hazaña en Panchomana, ahondaba con esas

palabras: ―Los chinos de La Guajira que nos hicieron frente eran muy machos; pero

no tenían conocimientos de estrategias de guerra‖.

Al parecer, la sed de venganza le traía a la memoria las continuas recriminaciones

que le hacía su padre Palo Floriao: ―Para los Rosado la vida es una escuela donde

la obediencia es una virtud‖. Al parecer se dio tiempo suficiente para visitar cada

instante de su vida. Por aquel entonces, -- se saborea y continúa con el comentario

--, viaja en avión de Avianca hacia Barranquilla e invitó a Wilson Palacio para que

lo acompañara a Bogotá. Que allí iba a comprar una camioneta marca Ford color

roja y vagón largo. Y necesitaba de su compañía para que lo ayudara a conducir en

la carretera que de Bogotá conduce hacia Bucaramanga. No le hizo ningún

comentario del lado oscuro del propósito que llevaba.


Ahora recuerda lo que sería el encuentro en la capital de los dos hombres con

Rafael Sipuna. Este se lo describió de nuevo y los acompañó hasta un café que

quedaba por la carrera séptima con la calle veintidós. El modo particular de

caminar de los tres guajiros distrajo los ojos de los que allí se encontraban. Se

sentaron alrededor de la mesa más próxima a donde se esteba sentado el cabo

Cucalón – pudo haber sido el sombrero Stepson cinco equis y/o el caminar erguido

de Chopi --, mientras desayunaban el tío intenta identificar la personalidad real del

hombre que busca. Entre trago y trago el cachaco daba estabilidad a la compleja

vida que llevaba.

En el hechizo del tiempo, Wilson da muestras de una relación de respeto hacia

Chopi. Para él, el acompañante parece desafiar todos los estereotipos de hombre

valiente. – Wilson le comentó que muchas preguntas le corrían por la cabeza --

Había algo patético, algo profundo en el lugar. – Por los gestos y la forma de decir

las palabras, le creo a fe ciega -- En realidad a mi compadre Wilson se le heló la

sangre al verme llegar a la mesa donde se encontraban sentados los tres viejos --

Con valentía encara el peligro y la incertidumbre --, saludé a Cucalón con una

sensación divertida. Cuando éste respondió el saludo le propiné una cachetada.

Una vez cayó al piso lo golpee con un par de punta pies y le dije: ―Tú mataste a mi

hermano hijo de puta‖ acto seguido lo escupí y lo oriné. Desenfundé el revólver y lo

accioné dos veces. Los proyectiles hicieron impacto en la cabeza y en el cuello.

Sipuna se cercioró de que estaba muerto‖.


―Tranquilos abandonamos el lugar. Sipuna prendió motores por el centro y las

avenidas de la ciudad. Él conocía muy bien la salida que de Bogotá conduce hacia

Bucaramanga. En un restaurante que estaba en las afueras de la ciudad se quedó

Rafael ―Sipuna‖. Mi compadre Wilson Palacio pasó al timón – sigo atento a la

charla para conocer las historias de la familia --, en son de agradecimiento me bajé

y le di un apretón de amigo a Rafael. A partir de ahí, nosotros dos continuamos

solos a alta velocidad. Vinimos a dormir a un hotel del centro de la ciudad de

Bucaramanga. A las cinco de la mañana salimos con rumbo hacia

Barrancabermeja. -- en la corta estada Chopi pudo memorar la frase que Geña

Cocho le dijera a los policías: ―Denle a ese que viene ahí porque él si es guapo‖

Saqué un papelito que tenía guardado desde hace años en la cartera y le dije a mi

compadre: ―Primo, tú puedes hacerme el favor de llevarme a esa dirección‖ -- no la

recordaba –, ¿Cómo no?.. ¡Es aquí cerca!.. – Me respondió -- Una vez estuvimos

allí le dije al compadre: ―Mantén el motor en marcha. Me acerqué a la puerta de su

casa y le pregunté a una anciana por la señora Geña Cocho‖. ―Con ella habla‖,

respondió la mujer. ―Te vine a decir que mataron a tu marido Cucalón‖ -- mientras

comenzaba a vislumbrar los sentimientos de su antigua vida --, le dijo: ―Tú fuiste

que le dijiste a los policías de Pancho que mataran a mi hermano‖. Desenfundó el

Magnum 44 de la policía inglesa que había heredado del extinto hermano y le

propinó dos tiros en el pecho. – No esperaba una desagradable sorpresa --, Wilson

escuchó el par de tiros y se puso nervioso. Trae a la memoria las grandes

explosiones de ira que hacen famoso a Chopi. ―Se calma al ver que se acerca con

pasos lentos y seguros, abre la puerta derecha de la camioneta‖ Dentro de la


cabina, Wilson Palacio me preguntó: ―Oye Merced ¿tú qué hiciste?‖ ―! Mataste a

Geña Cocho ¡‖

Con una personalidad dominante y agresiva le propuso al conductor que

emprendiera la fuga hacia Barranquilla. A eso del medio día llegaron a Fundación.

Almorzaron en un restaurante que estaba al pie de la carretera. Durante el reposo,

Wilson describía el perfil de José Ceferino como un hombre de distinción ―alegre,

temperamental, excéntrica e impredecible‖. ―En La Guajira todo el mundo decía que

José Ceferino Rosado era el alter ego osado de Jesse James‖. Chopi intenta

memorizar cada imagen y cada sensación de los hechos del 13 de junio de 1939.

Por la relación de respeto que siempre han mantenido le hizo saber a Wilson

Palacio: ―… que mi papá Palo Floriao se había enterado con sus propios ojos de

que Carchi Henríquez y José Prudencio Aguilar abusaban de la confianza de mi

hermano. Y a su espalda, la irrespetaban y se aprovechaban de tu hermana

Rosario. Con frialdad propia de hienas, complotaron una patraña infame contra

José Ceferino. Nadie había concebido tan fríamente un acto de traición, como lo

hizo José Prudencio Aguilar para que la policía de Pancho asesinara a mi

hermano‖. Wilson se mantuvo un poco esquípelo, pero la razón de la conciencia lo

llevó a romper el silencio: ―… entonces los dos ―amigos‖ de Ceferino tuvieron vida a

sangre fría para realizar los hechos a espaldas de él. Por lo que tú dices, todo

parecía indicar que al saberlo Joseferino… tanto José Prudencio Aguilar como

Carchi Henríquez tendrían un increíble duelo a muerte con José Ceferino‖. En

realidad, Chopi parece perder el sentido al afirmar: ―Dalo por seguro, de esa muerte

no se hubieran escapados ellos‖. Por algunas evidencias Wilson se vio abocado al


más desesperado de los actos: ―En Riohacha y toda La Guajira todo el mundo

sabía muy bien que José Ceferino Rosado era un hombre dominante, con una

personalidad agresiva. Esa sería la razón por la cual nadie se atrevió a decírselo‖.

Para Chopi, detrás de la historia oscura de los acontecimientos de Panchomana,

siempre hubo impresa una confabulación de este par de cobardes. A la larga

convertida en un acto de traición. ―Ellos siempre han esperado algo de mí porque

nunca he ocultado en estar interesado en matarlos‖.

Un deseo de venganza había germinado contra ellos. Para motivarlo a llevar a

cabo el hecho, la mamá le regaló un camión Ford modelo 1951, color verde; a lo

que con nostalgia fortalecida Mama Flor le hubo sugerido a ruego: ―¡Tenga el

revólver de Joseferino… Y sepa… que usted tiene dos enemigos: Carchi Henríquez

y José Prudencio Aguilar, ¡Mátelos!‖. A Chopi, se le había hecho difícil fraguar una

moralina razonable para asesinarlos. Ellos presentían sus intenciones. Su misterio

le daba algo de nobleza. A todo esto agrega: ―A las tres de la tarde arribamos a

Barranquilla. Dejo a Wilson en su residencia de la calle 68 No 29-78 y a esa hora la

emprendí solo para acá‖. Regresa a la seguridad del seno familiar en Riohacha,

avenida 15 # 8- 45. Estas manifestaciones no son más que el centro de su modo

de ser. Luego de haber escuchado el emocionante relato me despido de él.

Atravieso la avenida 15 y la emprendo a pie por la carrera octava hasta llegar a la

carrera séptima No 9- 37, casa donde vive Pollo Frías. Hice un breve descanso y

de inmediato paso a visitar a la señora Judit Ariza, que vive enfrente. Hicieron

mucha broma en referencia al interés que siento hacia Sonia Gómez Gámez.
Todos saben que hay avenencias entre ella y yo. Regreso a casa y se forma el

merequetengue por el jabón que había sustraído. Tomo la actitud de decir que no

lo he cogido. Traigo a la memoria lo que había hablado con el tío Chopi acerca de

la ida para la isla de Aruba como marinero del barco Ángelo. Acostado, leo la carta

que había recibido de Gladis. Vuelve a renacer ese loco amor. Por la tarde, salgo

en busca de Edgar Ferrucho. No lo consigo en la casa de la tía Antonia Padilla

(carrera 6 # 9-03). De nuevo regreso a donde Pollo Frías, lo invito a que me

acompañara a buscar a Edgar por la Gobernación. Por aquí no lo encontramos.

Dimos un paseo por el muelle. Vuelvo a la casa, la cena es ligera y suave; en

desespero, salgo de nuevo en busca de Edgar. Lo consigo, estuvo dándome

ánimo para que siguiera con la obstinación de seguir adelante. Con Pollo regreso a

la tienda de la señora Judit a las 21:30 P.M. Volvieron a poner broma con respecto

al interés que manifiesto hacia Sonia. Pero en mi corazón ocupa espacio Gladis. A

pesar de este idilio de amor, he tomado la actitud de partir para la casa en busca

de las caricias de mi tía Sabina. Son las 10:30 P.M.

Julio 15, de 1970.

Por ser víspera de fiesta en el pueblo, las bombas y varillas interrumpieron el

sueño. Me puse a lavar. Llamo a Sonia por teléfono. Hablamos un largo rato; su

voz, la escucho con más decisión. De nuevo visito a donde el tío Chopi. Llego a su

casa, con el pensamiento lleno de tristeza por la botada de la casa por el día de

ayer. No se la perdonaré a Rebeca. Tomo el último sorbo de avena que me queda.

Leo de nuevo la carta de Gladis y he podido notar en ella algunos insultos; además,
confirma todo lo malo que soy. En la prima noche, llego donde la prima Florecita

Rosado. Más tarde le hice una corta visita a Judit Ariza. A eso de las diez y

cuarenta y cinco hago un meticuloso y prevenido desplazamiento por nueve calles

y tres carreras oscuras de la ciudad, rumbo a la cama.

Julio 16, de 1970.

Echo una visitada por donde el tío Chopi. No lo encuentro. De regreso aprovecho la

ocasión para llegar de visita a donde Pollo Frías. Tampoco lo encuentro. Decido ir

hasta el parque Padilla. La plaza del pueblo es la aldea global del mañana. Aquí

encuentro a Lucho Gómez Pimienta. Es algo bastante casual. Nos conducimos por

el sendero peatonal que nos lleva por el camino de los cocos de la calle ―la Marina‖.

Para hablar de los detalles, surge una consecuencia de las aventuras del indiecito

―Castorcito‖ coprotagonista de las tiras cómicas de Red Ryder. El remoquete de

―Castorcito‖ se lo tildaron los vecinos de la cuadra del barrio el ―Pimpá‖. No me

hallo en mí mismo todavía. Apropiado de la palabra hace un recuento de la

familiaridad que existe entre nosotros. Extiende el diálogo con el árbol genealógico

del apellido Gómez que está radicado en Rio de la Hacha. Hace mención de honor

al santandereano José María Gómez Coronel, quien a su llegada por estas tierras

se casara con la dama Ambrosia Amaya. De esta relación nacieron Lucas Gómez

Amaya, José María Gómez Amaya, Juan De La Rosa Gómez Amaya, Lorenzo

Gómez Amaya y Mariana Gómez Amaya. Para ser breve en el diálogo puntualiza

que el señor Juan De La Rosa Gómez Amaya contrae matrimonio con la

distinguida dama Concepción Suárez de cuyo hogar nacen Leónidas Gómez

Suárez, Juan De La Rosa Gómez Suárez y Concepción Gómez Suárez. Leónidas


Gómez Suárez engendró a Federico Gómez. Éste contrae nupcias con la señorita

Antonia María Serrano y engendran a Sergio Gómez Serrano, Antonia Gómez

Serrano, Carlina Gómez Serrano, Leónidas Gómez Serrano, Luis Gómez Serrano –

su papá-, Rosarito Gómez Serrano y el consentido Teódulo Gómez Serrano. Mi

papá, Lucho Gómez –como lo llamaban los amigos--, se casa con María de los

Remedios Pimienta y engendran a Memita, a Carlos, a Ena a Otto y a mí, por

supuesto siendo yo mayor que Otto. El tío abuelo Lorenzo Gómez Amaya se casa

con Juana Bautista Vigo, de cuya unión nacen María Josefa Gómez Vigo y Manuel

Julián Gómez Vigo, quien a su vez se casa con Segunda Bonivento, de cuyo

enlace vienen a este mundo Lorenzo Gómez Bonivento, Ramón Gómez Bonivento,

Chichi Gómez Bonivento, Miguel Gómez Bonivento y Mimiya Gómez Bonivento‖.

Para ser claro en la genealogía, reitera que su tío abuelo Juan De la Rosa Gómez

Suárez vivió en unión libre con Isabel Bermúdez de donde se desprende el

nacimiento de Juan De La Rosa Gómez Bermúdez, Lilia Gómez Bermúdez y Juana

María Gómez Bermúdez –mi abuela paterna--, en medio de la mayor atención

pienso mucho en el desacierto en la universidad. Ingerimos el último sorbo de un

par de naranjadas Postobón calientes. Estos días han sido mortales para mí.

Decido ir a practicar fútbol en la cancha del cementerio perdimos por el marcador

de cinco a cero. Durante el partido llueve fuerte, aunque todavía continúa una

suave llovizna. Pienso en que no tengo un solo centavo en el bolsillo. Siento que

soy el hombre más perro de la tierra. Le hago una carta a Rosa Betty en donde le

informo del resultado de la universidad.


Julio 17, de 1970.

Desde muy temprano estoy de pie predispuesto para ir a visitar al tío Chopi.

Hablamos sobre la posibilidad de viaje hacia Aruba. La pasé con el pensamiento

lleno de tristeza. Al medio día, opto por la acostada con ese karma en la cabeza.

Para calmar mis preocupaciones, vuelvo a visitar a Pollo Frías. Hablamos sobre el

psicoanálisis de Freud. Yo mantengo el pensamiento en Gladis, Sonia y el viaje a

Aruba. Por la noche, la despedida de Sonia fue de manos apretadas y besos

alados. Estoy convencido de que soy el hombre que le gusto a ella. Busqué la

gente por la procesión. Llegamos hasta la Catedral Nuestra Señora de los

Remedios, nos despedimos en la plaza. Por el recorrido acostumbrado llego a la

casa de la calle 1 # 9-63, de doce metros de ancho por veintiocho de largo.

Mientras arreglo la maletica hago un recorrido detallado por la sala el comedor y los

dos dormitorios. Salgo al patio y llego a la cocina. Miro hacia el oscuro fondo que

causa terror. No se ve el baño ni el bacinete.

Julio 18, de 1970.

Todo lo hago apresurado. La señal de eso, se puede ver en la hoja que dejé en

blanco en el diario manuscrito. No se que me sucedió, la cabeza la tengo

desorbitada. Pasé todo el día de visita en donde Judit Ariza y donde el Pollo Frías.

No hubo viaje, quedó aplazado para el día de mañana, a las seis de la mañana. Al

filo de la noche, charlo con Maritza y Sonia, a ésta me le volví a declarar, al parecer

quedó convencida. Lo que aprovecho para invitarlas a bailar en la Terraza Marina.

Quisimos entrar pero no nos gustó el ambiente. Las acompaño de regreso hasta la

casa y regreso a sola para la mía.


Julio 19, de 1970.

Pierdo la oportunidad de ir en este viaje a la isla de Aruba, por estar pendiente de

los resultados de admisión de la Universidad Nacional. Por el periódico El Tiempo

me entero de que no fui admitido. Lo siento mucho, tenía la cabeza grande. Con el

correr de las horas he sido enterado de que uno de los camiones todavía estaba en

la ciudad. Se aprovecha la tarde para partir rumbo a Puerto López. Cuento con la

mala suerte de que el carro sufrió un desperfecto. Son las 10:35 P.M. Pienso en

que todavía no estoy derrotado. Que debo seguir en la lucha.

Julio 20, de 1970.

Despierto con el pensamiento en lo de la noche anterior. Lamento mucho el no

haber estado embarcado en el barco Ángelo con rumbo hacia Aruba. Llegué de

paso a donde el Pollo Frías, pero antes había estado por el mercado público de la

calle trece ―Avenida del Seminario‖ con la carrera séptima. Me comentaron que el

carro había arrancado para la Alta Guajira a las dos de la tarde. La conversación

estuvo muy buena, nos pusimos a recordar las historias de la vida de estudiantes

en el Liceo Padilla cuando formábamos parte del grupo revolucionario ―Los

Jacobinos‖. Se habló de los principios filosóficos de Dantòn, Marat y Robespierre;

sin que se dejara fuera de diálogo a Juan Jacobo Rousseau. Líderes de la

Revolución Francesa. Más que todo, hicimos énfasis en las anécdotas del último

año en 1967. Por la tarde, visito de nuevo a Mello Frías, carrera 7 No 9-31, que es

donde vive su sobrino Pollo Frías. Paso pena al ventosear un peo que hace

historia. Por la noche hacen el comentario del peo en donde Ester Acosta (calle 9 #

7-13) la madre de Pollo Frías. Para cambiar de tema hago el comentario de que
había hablado con Mariano Pérez y Carlos Orcasitas, para haber si era factible que

alguno de los dos pudiera concederme el cargo de profesor, ya que uno de ellos

dejaría la vacante. Les comento que estaba fregado. Ellos se comprometieron en

hacerlo. Pero no sé si se pueda porque eso es cuestión política. Son las 11:00 P.M.

Julio 21, de 1970.

Despierto temprano con coraje emocional llego a la estación de buses para

despedir a Sonia. Quedo esperándola. Aturdido, abandono el lugar a las 12:30 M.

Resentido como un niño llego derrotado al encierro. Me pongo a leer la obra El

Malestar en la Cultura, de Segismundo Freud. Quedo dormido hasta las 04:00 P.M.

Parto con el sueño de llegar al correo de Avianca para ponerle una carta a mi

hermana Betty, en donde le manifiesto que no pasé en la Universidad Nacional. En

la fría tarde visito a Pollo, creo que es placer alguno sentirme enamorado de Fanny.

En el almacén de Judit me llaman la atención y le dicen a ella que no pare bola: ―Él

no tiene buenas intenciones contigo‖ que no preste atención a mis palabras.

Durante el resto del día he pensado que no tengo trabajo. Fui a las oficinas de

Salud Pública y saqué un certificado de vacunación para poder viajar a Aruba. Hoy

he cenado en donde Esther Acosta. Insisto en llegar a la tienda de Judit Ariza, para

despedirme de Sonia, quien viaja mañana. Pasaron las horas sin el transcurrir del

tiempo. Son las 11:20 P.M. Para mitigar las penas leo a Freud.

Julio 22, de 1970.

Despierto un poco tarde, opto por leer a Freud. Luego salgo a buscar a Pollo; con

la compañía de él llegamos al Centro de Salud en la calle 12 # 8-19, para que me


entregaran el certificado internacional de vacunación. A la hora de seguir adelante

en la calle tropiezo con mi primo Juachi Sánchez, quien hace entrega de una carta

que había enviado mi hermana Rosa Betty. Pasado el medio, día regreso a casa

con el propósito de seguir con la lectura del libro Malestar de la Cultura, de Freud.

En el camino encuentro al profesor Julio Quintero Dandaré. Queda comprometido

en prestarme un libro. Más adelante, tropiezo con el profesor Manuel Sierra

Pimienta y dialogamos sobre el problema que tuve para el ingreso en la

Universidad Nacional. Dentro de todo lo que conversamos hago el compromiso de

seguir en la lucha, que no estaba vencido. Tengo el presentimiento de que debo

acercarme donde Judit Ariza pero nos encontramos con Lucho Gómez y Monche y

en el momento inmediato nos pusimos a jugar dominó. He sabido ganar nueve

chicos. La noche sirve para hablar con Mariano Pérez. Con Andrés Rojas hablo por

espacio de dos horas, había llegado de Medellín.

Julio 23, de 1970.

Antes de dejar las cobijas, leo algo del Psicoanálisis, de Freud. Para relajar el

cuerpo, realizo una travesía clásica para llegar a la casa de Pollo. La conversación

es en torno a un niño que vive con ellos. La preocupación es que se muestra

amanerado. Salgo con la misión de llegar a la casa a la una de la tarde para

continuar con la lectura del Psicoanálisis. Hice siesta hasta las cuatro de la tarde.

Desesperado, vuelvo donde Pollo Frías porque siento desesperación cuando me

encuentro a solas. La soledad, hace que sienta resentimientos. Para calmar mis

males hago pausa en la tienda de la señora Judit. Siento que soy víctima de la
crítica, algo así como si destruyera mi ego. Trataré en lo posible por hacer algo.

Aunque Gladis no sale de mi mente.

Julio 24, de 1970.

La amanecida es desagradable, debido a que no me dejaron dormir por el ruido

que hace la prima Ibis Sánchez cuando barre. Para calmar las penas dedico el

tiempo en leer la Historia del Psicoanálisis. Decido ir para la biblioteca del Liceo

Padilla con el propósito de copiar algunos sinónimos. Realizado el trabajo, recorro

a pie hasta donde vive Pollo Frías. En casa, la tarde se siente aburrida. He sabido

masturbarme en vista de que necesitaba sexo. Eso da toque de emoción para

llegar a la oficina de Avianca a preguntar si había correo para Uríbia. En el trayecto

me entero de que Mariano Pérez no va a estudiar, lo siento mucho porque contaba

con la esperanza de ocupar el cargo de profesor que él tiene. Ahora sólo cuento

con la alternativa de viajar a Aruba. Presiento que el destino mío va por mal

camino. No alcanzo a entender lo que me rodea. Existe algo extraño en mi

inconsciente colectivo, eso siento cuando estoy solo. Hablaré con Carlos Orcasitas

para ver que dice sobre el cargo de él. Son las 19:15 horas. Tocará cambiar de

hora para escribir el diario porque no dejan prender el foco y la luz de la lámpara

molesta la vista.

Julio 25, de 1970.


La Ley del despertar está en aplicación a partir de la tarde. Pero quedo recostado

hasta suspender la lectura del Psicoanálisis. Por el final del día he cambiado de

actitud y voy en busca del amigo Pollo. Acompañamos a Nando Pugliese a donde

el médico. Parto en busca de Carlos Orcasitas para ver qué noticias tiene acerca

del cargo que dejaría vacante. Informa que no ha hablado con el jefe político. A la

una de la tarde practico fútbol en la cancha del cementerio. Estoy convencido que a

falta del ―ID‖ de Freud vive en el ―ego‖. De nuevo se pierde por cuatro goles a tres.

Más reflexivo repaso lo que es ―Id‖ ―ego‖ y ―súper ego‖ en el libro de La Historia del

Psicoanálisis. Son las 09:05 P.M. estoy con el pensamiento abotagado, pienso en

Gladis, en Sonia y en Mabel. En fin, en un mundo de locuras. Tengo un encuentro

con el tío Chopi, de nuevo ofrece trabajo con un sueldo de mil pesos. Espero y no

sea un pretexto de él. Loco de contento he venido para la cama. Son las 11:00 P.M

y todavía estoy en vela.

Julio 26, de 1970.

A las 08:30 A.M salgo con destino al mar. La caminata continúa playa arriba.

Embalso a nado el Río Ranchería. Aparezco en las playas del Bar Chon Kay y con

el grupo de amigos se arma un par de alineaciones para jugar fútbol playa. A eso

de las once del día abandono el juego y encamino hacia la morada. Lavo la ropa y

redacto un par de cartas para las Universidades del Atlántico y la Nacional. Me hice

peluquear. A las cinco de la tarde busco a Pollo Frías. La noche es siente larga y

fatigante.
Julio 27, de 1970

Amanezco embolatado porque no han traído el sombrero que presté. Por dos

veces llego en busca del tipo en la casa donde reside. No lo encuentro. También

quedo a la espera de una buena respuesta de Carlos Orcasitas. En fin, dice que no

ha podido hablar con el ingeniero. Parece que toca viajar para Aruba. Termino de

leer el libro del Psicoanálisis, el contenido de la prosa es extraordinario. A

cualquiera vuelve loco. Tengo en mente la idea de volver a leer la carta de Gladis,

a quien he tenido todo el día en la cabeza. No he podido conseguir con quien

escribirle a Sonia. Hubo desgracia en el pueblo con saldo de un muerto. Aprovecho

la oportunidad de estar cerca a la oficina de Avianca para preguntar si hay carta

para mí. No hay nada, ni bola de humo. Esta aventura se experimenta a las 11:00

P.M ya, es hora de sueño.

Julio 28, de 1970.

Aprovecho las primeras horas de la mañana para estar en movimiento hacia las

oficinas del Ministerio de Obras Públicas en busca de una vacante. Emociona

trabajar aquí pero no he tenido valor para llegar y hablar con el ingeniero jefe. Esto

da paso a que aproveche la ocasión para llegar a la casa del tío Chopi. El diálogo

se torna respecto a la misión que tocará realizar en el barco. Hace énfasis en

ciertas anomalías que ocurre con la carga. Doy largo al asunto para ir al encuentro

de Pollo. A él le despierta en el espíritu viajar al caserío de Camarones por

invitación del profesor Nando Pugliese. Aquí pasamos todo el día. Nos ha tocado

hacer la siesta en el piso del colegio Luis A. Robles. A las 04:20 P.M.
aprovechamos la ocasión de una camioneta para viajar hacia Riohacha. ´Sobre el

camino cae un palo de aguacero. A medida que la camioneta recorre el impactante

paisaje, Pollo se moja del todo. La lluvia invita a sosegar los sentidos en el

entablado de la carrocería y sólo tengo húmedo el pecho. Los profesores Nando

Pugliese y Chube Iguarán venían adelante con el conductor burlándose de

nosotros. A prima noche despierto en medio de una pesadilla con Gladis. El

innovador sueño se realiza en la clase de física de quinto bachillerato del Liceo

Padilla. El salón de clase estaba lleno de alumnos celosos de compartir. De buenas

a primera le hice una señal para que esperara. De pronto, en la mejilla le doy un

beso que parece de otro tiempo y le queda el labio superior inflamado. Tengo el

corazón agitado. Ahora son las 22:45 horas.

Julio 29, de 1970.

Con el amanecer del día le echo Biosol a la ropa mojada. Le llevo la carta a Pinsi

para que se la entregue a Sonia. Le hago una visita a Chopi y lo acompaño a hacer

algunas diligencias. En la oficina de Avianca aprovecho un descuido y escapo para

donde José Antonio (Pollo) Frías. No pudo ir a Camarones por falta de dinero. Toca

refugiarme en el parque Padilla, allí la barriada habla de todo un poco. Con una

preocupación apacible llego a la casa y saco la ropa que está en agua de Fab.

Después de un corto sueño, debo decir que siento algo de aprehensión para llegar

a donde Pollo Frías, en la calle soy sorprendido por la lluvia. Las residencias son

confortables y están diseñadas para integrarse al paisaje. Al pretender atravesar la

carrera séptima que estaba inundada, le pido el favor a Nane De Castro para que

me embalse cargado, pero el desgraciado ha sabido dejarme a merced de la


corriente. A ese vil hombre a partir de este momento lo declaro mi enemigo.

Empapado, regreso a casa y le arreglo el dobladillo al otro blue jean, lo aplancho

junto con el suéter blanco Ban Long. Ahora son las 19:10 horas.

Julio 30, de 1970.

Con el temprano despertar, tiendo a estar metido en la acción de llegar al mercado.

Abordaré el primer bus escalera con salida para Camarones. No pasa carro. Hay

que esperar por espacio de media hora. Al final, la salida se da a las 10:30 A.M. La

estada ha sido acogedora en el pueblo. Los registros históricos indican que la vida

social no es una prioridad. Tratamos de hacer la siesta en el piso del salón de clase

del colegio donde labora Nando Pugliese. A las 17:20 P.M. nos embarcamos en

una camioneta en compañía de un par de mujeres chismosas. A la llegada a

Riohacha planeo proyectos para el futuro. Las agujas del reloj marcan las 07:00

P.M.

Julio 31, de 1970.

La fuerza interna del instinto me obliga a estar de pie lo más temprano posible.

Aprendo a manejar las emociones para llegar donde el tío y saber cuáles son las

buenas noticias. Deja entendido que la salida para el puerto será el día siete de

agosto. De venida paso por donde el Pollo. Propone que lo acompañe al

supermercado que está en la calle tercera, con la carrera séptima, frente a la

oficina de Avianca. Mientras él hacía la compra, tomo la determinación de llegar a

desayunar. A las 11:00 A.M. la naturaleza controladora trata de hacer de la vida


algo más sencilla y placentera por el mercado público. Estoy en busca de un nuevo

ambiente. De regreso al rancho leo el Manifiesto del Partido Comunista, de la

autoría de Carlos Mark. Para el relax, programo un paseo en las horas de la tarde.

A las 07:15 P.M. leo acostado la carta de Gladis. La he leído más de doce veces.

Análisis del mes.

En este mes la naturaleza se ha venido contra mí. Todo el mundo está de capa

caída conmigo. He tenido problemas con todos aquí en la casa. La suerte se ha

tornado negra. Todo el mundo comenta la situación mía con relación a mi ingreso a

las universidades. Presiento que todos se burlan de mí, todos hablan mal de mí.

Los conflictos internos son karmas que se deben a mis sufrimientos. Soy víctima de

mi propia circunscripción. Todos dicen que soy un fracasado. Pero seguiré la

aplicación de las normas de los psicoanalistas que son los guías en la actualidad.

Siento fuerzas desconocidas que arrastran el ego. No sé hasta dónde…


AGOSTO DE 1.970.
Agosto 1, de 1970.

Con el sol sobre la almohada ingreso en la ducha. Preocupado por la misión

mística de llegar a la residencia del tío Chopi. No lo consigo. Encuentro a Nando

Pugliese en el mercado, a donde había llegado con Raúl Romero. Frente a la

oficina de la empresa de buses Brasilia, encuentro a Burreto Pugliese. Los dejo a

ellos y me dirijo para la tienda de Judit, en donde encuentro a Pollo. De aquí

salimos a hacer diligencias. A las 12:30 M. llego a la cabaña y continúo con la

lectura del Manifiesto del Partido Comunista. La lectura sirve de relax al cuerpo y

quedo dormido hasta las 16:00 P.M. Para adornar la tarde, visito a Florecita.

Siento que sigo enamorado de ella. Tuvo la delicadeza de regalarme veinte pesos.

La sutileza de ella lleva a que vaya en busca de Pollo para invitarlo a degustar un

helado. A las 19:00 P.M. llego a la casa con el gesto de ella en la cabeza.

Agosto 2, de 1970.

La levantada de toda una vida. Pienso mucho en Gladis y en buscar trabajo. He

sentido mucho el no haber ido al M.O.P. pero cuento con la esperanza de tener una

buena oportunidad de trabajar en el barco Ángelo, de Chopi. A pie descalzo, busco

la orilla de la playa del otro lado del río. Planteamos un partido de futbolito pero no

consigo sobresalir a falta de concentración por lo que acontece. Perdimos dos

goles por uno. No sé qué pasa, pasé a ser el peor jugador de la cancha. Abandono

el campo de juego y voy derecho para la casa. Lavo toda la ropa sucia y continúo la

lectura del Manifiesto del Partido Comunista en Colombia; ya estoy que lo termino

de leer. Una sensación de inseguridad me lleva a la soledad de las calles.

Comienza a llover; de emergencia entro en el rancho de Esther Acosta. A las 07:00


P.M. regreso al dormitorio con la ropa húmeda. Le participo a mi tía Sabina que voy

a navegar hacia Aruba para ser el veedor de la carga de contrabando del tío. Con

el brazo izquierdo sobre mi hombro responde: ―¿Vas a trabajar con mi mano?‖ –

argot que utiliza para referirse a su hermano--, Él es jodido pero es bueno, trabaja

con juicio para que te ayude‖.

Agosto 3, de 1970.

Un nuevo amanecer con la acostumbrada pereza. De nuevo, hice el intento de ir

hasta el Ministerio de Obras Pública M.O.P. en la calle 15 No 7-12, frente al Parque

de la India. Esta vez conté con mala suerte. Regreso a desayunar y recibo la mala

noticia de que se había extraviado una carta que enviaba mi hermana Rosa Betty.

He pasado todo el día con una ira que no tiene precio. Siento dolor de cabeza.

Para mitigar la incomodidad accedo ir hasta la tienda de Judit Ariza y cumplo con la

función de atender para pasar el rato. Es hora de almorzar, con grandes iniciativas

abandono el negocio y regreso a la casa; dedico un rato a leer Treinta Años de

Lucha del Partido Comunista en Colombia. Al salir al patio veo que la brisa tiró al

suelo el blue Jean que estaba en la guinda. Con actitud irascible lo lancé al fondo

del patio. Es como una extraña sensación de venganza conmigo mismo. Hablo de

mi persona porque estoy todo confundido. No me detengo en ninguna parte, todo

molesta a mi conciencia. No tengo ánimo para nada; las iras comienzan de nuevo.

Ahora se manifiestan más fuertes. Son las 07:15 P.M. Pienso en empeñar el libro

de química, luego, nace un arrepentimiento y no lo hago. Al filo de las 22:30 horas

vuelvo a la cobija en estado de ánimo para un buen dormir.


Agosto 4, de 1970.

Amanezco con ganas de ir hasta Camarones pero al final desisto porque tengo el

compromiso de enviarle un marconigrama a Chube. Tomo la decisión de ir a buscar

a Nando para llegar hasta el correo de Avianca a poner unas cartas. De manera

especial le escribí a mi hermana Betty a Hackensack, New Jersey U.S.A.

Aprovechamos un vacio en nuestra marcha para llegar a la Gobernación. A las

12:00 M. tengo una conexión muy directa con las emociones y aprovecho la lectura

del libro del partido comunista. Hice una larga siesta. Se genera la oportunidad de

llegar a la choza de Esther Acosta. Después del brindis de las chichas, salgo a

practicar fútbol en la cancha del ―Templo del Fútbol‖ El Cementerio. Con la

oscurana llego aburrido a la casa y por la radio escucho la novela ―Simplemente

María‖. Caigo en la cuenta que todo lo que escucho se me olvida. No sé qué ocurre

en mí. Creo necesitar diversión o sufro de alguna enfermedad psíquica. En fin,

debo a aprender a sobrellevar las cosas.

Agosto 5, de 1970.

Hoy, el sueño se adueñó de mí. Dedico un buen tiempo para lavar la ropa y salgo a

visitar a la familia. La rutina varía con la ida a la finca de Chopi. Estos paseos

sirven para esquivar a la gente. Continúo con la incertidumbre de ser perseguido.

No sé estar un largo rato en un mismo sitio. Siento repudio al escuchar que hablan

de otras personas. Ahora pienso que es necesario proponer un diálogo con Gladis.

No sé qué cuál es la tentación de permanecer en Camarones. No quiero estar aquí.

Ahora hablaré con Roosevelt Iguarán para ver si siempre va a dejar vacante el
puesto de profesor. Eso hace que piense en la suerte negra que tengo. Son las

07:00 P.M. y no he almorzado ni voy a cenar porque estoy desganado.

Agosto 6, de 1970.

Entusiasmado voy a la cocina y desayuno al lado de mi tía Sabina. Mujer modelo

llena de virtudes y sabidurías. A las 09:00 P.M. se hace necesario cumplir con el

compromiso acordado con Chube. No ha sido posible encontrarlo. En casa dijeron

que anda por el mercado. Errante y sin rumbo fijo lo tropiezo, pero dice: ―Hasta

ahora no hay nada resuelto para que hagas la licencia de maestro en Camarones‖.

A buen ritmo vine con él hasta donde Judit Ariza, él sigue a llevarle una información

a su mamá en la calle 9 # 7- 34. En la tienda encuentro a una muchacha de senos

protuberantes. Me seducen mucho. A las 11:00 A.M. estoy en la casa concentrado

en los Treinta Años de Lucha del Partido Comunista en Colombia. Las horas de la

tarde son apropiadas para el relax en el campo de fútbol del cementerio. Hice dos

goles. En la cabeza reposa Gladis como ha ocurrido en todo el día. A las

diecinueve menos diez arropo el cuerpo para evitar el frío que siento.

Agosto 7, de 1970.

La mañana está calurosa. Lavo la ropa. Todo está en calma Espero realizar la

travesía hasta donde Esther Acosta. En casa de Mello Frías encuentro a Nando

Pugliese. Tenemos por costumbre pernoctar aquí. Nos dimos a la fuga en busca

del profesor Chube Iguarán, con su presencia da a entender que el cargo está

sujeto a la cuestión de política. Aprovecho la ocasión para hablar con Chichí Frías y

con Nimia como medio de palancas, sin contar con éxito. Por el otro lado, hay
noticias de que vamos a viajar para la Alta Guajira. Al final, todo quedó en veremos.

Con un buen entusiasmo visito a Florecita. Más luego tropiezo a Che Padilla en su

hogar. Hoy, he pasado el día agitado, con ira que no se calma con nada. Son las

18:50 horas locales.

Agosto 8, de 1970.

Después del desayuno llego donde Chopi convencido de que salían los carros para

el puerto. Dijeron que estaba por el aeropuerto, voy en busca de él pero no hicimos

contacto. Es parte de la urgencia regresar al escondite. Para disipar las penas, leo

algo de la obra Los Treinta Años de Lucha del Partido Comunista en Colombia.

Sirvió para dormir un poco. Salgo a dar un paseo por la soledad de las calles. Sufro

de aburrimiento. Ahora pienso en la foto que Justo mostró en el aeropuerto. Vi a

Gladis más bonita. Ahora son las 19:00 horas.

Agosto 9, de 1970.

Apresurado, doy un salto de la cama. Con lágrimas en los ojos abrazo a la tía

Sabina convencido de que hoy partiré para Aruba. Pero no es así. Para calmar la

ansiedad disfruto de la mar. Allí encuentro al manaurero de Jorge Aguilar con quien

dialogo un largo rato sobre asuntos relacionados con la universidad, con el fútbol

profesional y de la afinidad de la familia con el Almirante Padilla. Le detallo que Don

Andrés Padilla –bisa tatarabuelo-, y Josefa Lucía López fueron la génesis de los

inmarcesibles caudillos José Prudencio Padilla López, José Francisco Padilla

López –tatarabuelo-, y José Antonio Padilla López, María Ignacia y Magdalena. Le

aclaro que José Francisco (Pachito) Padilla – mi tatarabuelo --, tuvo más de veinte
hijos. Uno de ellos de nombre Francisco José (Pachito Jr.) –bisa buelo-, este se

casó con una palanquera de Camarones llamada Antonia Movil. Con esta señora

tuvo varios hijos. Uno de ellos se llamó Máximo Padilla Movil –abuelo-, quien

contrajo matrimonio con la señora Juana María Gómez Bermúdez, hija del General

Juan De la Rosa Gómez y la señora Isabel Bermúdez. De este matrimonio

engendraron cuatro hijos de nombre José Prudencio Padilla Gómez – padre-,

Antonia Padilla Gómez, Juan Padilla Gómez y Máxima Padilla Gómez. A quienes tú

conociste en Manaure. José Prudencio Padilla Gómez mediante unión legal

mantuvo relaciones con la señora Paula Atencio. De esta unión tuvieron un hijo de

nombre Enrique Alfonso ―Jacopucci‖ – apellido adoptivo --, Padilla Atencio. De su

segundo compromiso con la señora Carlota Sofía Rosado Pérez –mi mamá-, dieron

origen a Reinaldo José Rosado Padilla, mi hermano querido, a Gabriel José

Rosado Padilla –alma gemela-, de José Gabriel Rosado Padilla. Con la señora

Nimia Medina engendró a Daisy Padilla Medina, a José Prudencio Padilla Medina,

a Carlos Eliseo Padilla Medina, a Dilsey Padilla Medina y a Eligia Padilla Medina.

El legado de los Padilla continúa con el señor Juan José Padilla Gómez, quien vivió

en unión libre por más de cincuenta años con la señora María Mendoza. Con ella

procreó a Juan José ―Canaché‖ Padilla Mendoza y a Bolívar Santander Padilla

Mendoza.

Sigue la genealogía, la señora Antonia Padilla Gómez contrajo matrimonio con el

señor Luis Antonio Ferrucho Lima. De esta unión cachacal nacieron tres hijos de

nombre Bertha Ferrucho Padilla, Nohora Ferrucho Padilla y Edgar Ferrucho Padilla.
Cierra el legado genealógico de nuestros padres ancestrales la señora Máxima

Padilla Gómez, quien contrae nupcias con el señor Abdenago Ochoa Becerra. De

esta unión nacieron Gala Ochoa Padilla, José Del Carmen Ochoa Padilla, Nubia

Ochoa Padilla y Eduardo Ochoa Padilla.

Agosto 10, de 1970.

La levantada fue apresurada en vista de que tengo el propósito de ir a Camarones.

A última hora nos arrepentimos. El aplazamiento sirve para hacerle una diligencia a

la señora Judit Ariza en la oficina del periódico El Imparcial. Al regreso, me

presentaron a la mamá de Sonia. Eso forma parte de un panorama más amplio en

la vida de nosotros dos. Para quemar tiempo en la almohada paso el rato en la

lectura. Soy víctima de un corto sueño. Con impulso y mucho compromiso voy

donde el tío Chopi. Lo encuentro sentado en un taburete de cuero y madera. Luce

apuesto, el atlético cuerpo hace juego con el sombrero guapo, marca Stepson

cinco estrellas, que lleva puesto. Es la reencarnación de Gary Cooper en las

fantásticas historias del oeste mitológico de Marcial La Fuente Estefanía. Mientras

se cortaba un uñero del dedo gordo del pie izquierdo, con el mentón apoyado en la

rodilla manifiesta con voz entrecortada: ―Estate listo. Por radio he recibido la noticia

de que Ángelo estaba cargado. Además, tiene despacho confirmado para el zarpe

en cualquier momento. No he dado orden de salida porque estoy a la espera de

saber si los guardacostas arribaron al puerto de Cartagena‖. –creo que hace

referencia a los guardacostas Ñito Restrepo y Vásquez Cobo--; en últimas, siento

que estoy muy deprimido. En el día de hoy no he hecho nada. Por la falta de
motivación lo he sentido largo. Aunque el objetivo está al alcance me marcho

despreocupado. Tengo una fantástica fuerza de apoyo a las 07:15 P.M.

Agosto 11, de 1970.

Es un poco tarde. El plan a seguir es llegar a la casona de la calle 15, para ver qué

se dice del viaje. Para llegar hasta allá las pupilas aprecian una serigrafía de los

mismos lugares que veo a diario. No son agradables las noticias. Aprovecho la

oportunidad para llegar donde Chichí Frías, aquí tampoco hay nada agradable para

el estado de ánimo. Paso al frente y hago una visita de médico en la tienda de Judit

Ariza con la intención de saber alguna noticia de Sonia. De todo lo que habló, no se

hace mención de ella. Aburrido, supe llegar a la casa. Termino de leer el libro que

tengo de cabecera. Duermo un corto tiempo por efecto del cansancio mental. Salgo

a despertar los sentidos aunque no consigo una buena motivación. Siento que el

futuro está lejos porque no tomo decisiones determinantes. A las 06:00 P.M. todo lo

que pienso es negativo. Es un trago amargo para mí.

Agosto 12, de 1970.

El estado de ánimo obliga a ponerme de pie desde muy temprano. El plan A era

llegar hasta la casona de Chopi Rosado. Aquí, en la calle 15 # 7- 48, encuentro en

el patio trasero a los conductores que le hacen mantenimiento a los vehículos, a los

ayudantes y personal que realiza los pormenores para el viaje. El tío había

confirmado la salida para hoy. Al percatarse de mi presencia ordena que vaya a

buscar el equipaje. Salgo en carrera hacia la calle 1 # 9-63, a buscar la vieja maleta

de cartón. Luego de un corre que te coge no se pudo concretar nada. No sé por


qué carajo se planea un viaje hacia la finca. Aquí pasamos el día. Arribamos a las

20:00 P.M.

Agosto 13, de 1970.

En este trágico día de la civilización Maya, cumplo veinticinco años de edad. Muy

de mañana recibo felicitaciones de mi tía Sabina. De rodillas aprovecho la

bendición para la despedida. La partida está programada para las 09:00 A.M. Con

lágrimas en los ojos y sin mirar hacia atrás abandono la cabaña que me cobijaba.

En busca de los camiones llevo a cuesta la vieja maleta pangada y sin cerraduras.

Hay una dimensión variada de los mismos lugares, de los mismos hogares y de la

misma gente que parece un puñado de artefactos humanos. La salida ha sido a las

09:35 A.M. La carretera destapada que de Rio de la hacha conduce a Maicao está

en mal estado por las escalerillas que presenta. De aquí arrancamos hacia Puerto

López después de almuerzo. Las 02:00 P.M. Los caminos que conducen a la Alta

Guajira están cubiertos de agua y barro por las fuertes lluvias de los últimos días.

Nos atrevimos a hacerle frente al paisaje indomable del tapete verde del desierto.

Las trochas que van hacia el Cerro la Teta no dan paso. Más adelante, la

camioneta Ford F-350, modelo 1960, de color rojo donde comparto el puesto de

adelante con Corozo Sánchez y Chadán Rosado, rompe el eje y toca hacer

trasbordo a otro carro. Los arenales y fangos cursan en medio de cardones y

árboles de trupíos, que nos llevan a pasar por Ipapure y Guasuso. Estos parajes

hablan de un punto crucial debatido por dos castas. Esta vivencia tribal ha logrado

permanecer viva desde hace más de cincuenta años. Las acusaciones de Cataure

González responden a maniobras de confrontaciones frecuentes con su enemigo


acérrimo Guasilando Pana Epieyú. El vehículo sigue raudo por el escabroso

camino. El terreno es remoto y agreste, cubierto de una vegetación espinosa

tropical. Difícil de atravesar.

En el caserío la Flor de La Guajira, el vehículo se detuvo en una loma de piedras

que está frente a la tienda de un señor a quien llaman ―El Haitiano‖ para hacer

compras de artículos alimentarios. Al filo del atardecer los carros atraviesan dos

arroyos que parecen ríos. El trillo nos lleva a la ranchería Paraguachón. En el

arroyo que está cerca de aquí nos atollamos, aprovecho la ocasión para comer dos

panes de sal con agua de fango. Bajo la oscuridad, sorteamos el inconveniente; se

continuó el recorrido que sigue en medio de los cementerios que están entre

Macaraipao y Castilletes e hicimos el arribo al puerto a la 23:00 hora local

colombiana. El pueblo estaba dormido. Se veía movimiento de sombras por la

solitaria calle de casas abandonadas. En la oscuridad de la noche son vistas bajo

las complacientes miradas de los visitantes. Para amortiguar los golpes del cuerpo,

colgamos los chinchorros en un rancho en canilla con techo de cinc oxidado y

agujereado. Durante la madrugada el frío es aterrador. Penetra por los cuatro

costados de la enramada sin paredes.

Agosto 14, de 1970.

La fría madrugada es testigo de las cinco veces que me levanté a orinar. En el

amanecer desnudo, el frío nos despierta temprano. La levantada la hago con una

extraña sensación de letargo. Estoy sorprendido y avergonzado al ver que Puerto

López es un pueblo embrujado. Sin Dios, sin Ley y sin Santa María. En el centro de
la ancha calle asume particular relieve el templo, puente de devoción de San Benito

y San Martín. Con la puerta cerrada a la espera del Padre Camilo de Nazaret para

que Patricio Iguarán y el Negro González festejen las fiestas. Este templo se

yergue desde 1952. Fundada por humanos con muestras de pecados y debilidad

de miseria. En torno a ella se aglutinan casas abandonadas con techos de Eternit y

paredes de bloques, también ranchos con techo de yotojoro y paredes de arcilla de

los pocos católicos del alba. El cuadro de abandono representa la conmemoración

de la fundación del poblado. No ha sido rescatada. Se perdió la memoria histórica

del centro católico. Busco en mi espíritu y siento que estoy listo para dejar atrás el

mundo que me vio nacer. Vivo con la tensa culpa de no haber podido ingresar en la

universidad. Mientras la verdad comienza a darle paso al mito, busco una manera

de aliviar mi pasión. Deambulo por la solitaria calle a fuerza de determinación.

El paisaje humano impresiona al visitar por vez primera la choza de Antonia, la

mujer del inválido Luis Núñez. Éste adolece de parálisis en las piernas, razón por el

que le entierran los miembros inferiores en la arena caliente de la duna que duerme

en el patio. La señora tiene a bien brindar una taza de tinto y preguntar de quién

soy hijo. Saboreado el néctar de los dioses, la serigrafía sigue por el rancho de

Baciliza, la esposa de Ezequiel (Patricio) Iguarán, padres de Elías (Tano) Iguarán

Iguarán y Canducha Iguarán, la esposa de Negro González. Al pasar por la puerta

del templo comienzo a sentir que llamaba la atención de Quintina, la mujer de

Francisco Amaya, más adelante, dejo atrás el hogar de Francisco (Chico) Mejía

que tiene la visita de Joaquín Salazar. Miro a mi alrededor y veo la vida de familia

de Marcos (Marquito) Salazar y de Benjamín Salazar. En diagonal, vive el inspector


Joaquín Iguarán Iguarán. En un lugar estratégico que le da tranquilidad a la gente

está Rafael Fernández y Edicto Barroso. La conducta social le da la oportunidad

de sobrevivir a Juan Jacobo (Coba) Iguarán. Con la compañía de Corozo Sánchez

y Chadán Rosado retorno al desagradable lugar donde la señora Antonia atiende a

los comensales. El viejo Luis está en deplorable estado higiénico rodeado de

moscas. La duna que devora los patios de la margen izquierda de la calle penetra

hasta la sala.

Los lugareños tienen un espíritu variable, razón que los ha llevado a pervivir o a

morir en el desértico lugar. Las casas en ruinas son escenarios similares al caos

que ocurriera en Pompeya hace más de dos mil años. El caos y la confusión

surgen por todas partes. Las edificaciones rompen con el pasado. Las salas de las

pocas viviendas ocupadas lucen desordenadas y abarrotadas de muebles rotos y

viejos con pisos de cemento escarchados. Viven personas en situación de pobreza.

Para los oficiales de la iglesia cristiana las cambiantes arenas de los médanos se

han convertido en una amenaza para la población. Estas dunas caminantes todos

los años se arriman treinta centímetros hacia la ruina del templo que se encuentra

en el centro de la ancha calle. El misterioso avance podría interpretarse como un

arrebato. Al final del Este, está el cementerio con cadáveres reales. Otros espíritus

parecen estar en tumbas vacías como si sus muertos hubieran salido con

voluntaria plenitud espiritual a predicar la resurrección y la vida. La población

indígena es de la familia arawak. Son pobres, viven el sueño de un falso Cielo. Por

los alrededores de Puerto López están diseminados en las pequeñas rancherías de

Castilletes, Guarpana, Guarruptamana, Guajarima, Topia, Monte Carlos y Puerto


Inglés, Parajimarù y Punta Espada; lugares donde la mitología se une con la

historia.

Los originarios tienen la creencia de que el meteorito es un prototipo de pirámide

extraterrestre. Cualquiera que fuera su origen, este extraño objeto no presenta

evidencia clara de contacto alienígena. En la comunidad indígena empieza a

difundirse el mito y la realidad del raro metal. En él tal vez hay una especie de

frenesí mediático y se dice que todo aquel que siquiera toque una pieza del

meteorito que vigila al puerto, caerá en desgracia. Sus costumbres están abocadas

a los tejidos y al pastoreo. Por la vocación pastoril los conquistadores españoles los

llamaron guajiros. Al parecer en una época no muy remota, fueron relegados por

los miembros de la cultura guanebucán.

La historia de Puerto López no existía para mí, de hecho ahora existe. Estoy

emocionado por la hospitalidad de la gente. Al medio día el calor es insoportable.

Como visitante la he pasado aburrido en este escéptico ambiente. Mientras

caminaba comenzaba a vislumbrar en mí mi antigua vida. Por un camino patético

sigo rostros, huellas secas y pisadas frescas que se dirigen hacia la Laguna

Tukakas. La bahía es un laberinto cambiante. En la orilla del caño hay hileras de

colectivos con techos de cartón y cambuches de dos aguas, paredes de lona rota

con aposentos y salas abarrotadas de chinchorros rotos que utilizan para pescar.

En ellas residen mujeres ligeras de ropa y hombres chambaculeros que exploran

otro estilo de vida a sus espaldas. Ellos son los encargados del desembarque y

embarque de los carros y barcos contrabandistas. En el manglar, vive el


venezolano Manofay, que se dedica a bromear con los visitantes mostrándoles una

culebra cascabel que lleva dormida bajo el sombrero. Para pasar el tiempo, trato

de establecer vínculos con las personas que rodean las mesas y que participan en

los juegos del dominó. Hago la siesta en un barco que está varado en el manglar

de la bahía. A las 06:40 P.M. voy a dormir en otro barco que está varado a la orilla

del mar. El frío intenso es insoportable. Casi toda la noche la pasé despierto con el

pensamiento en Gladis. Soñaba que ella estaba en un colegio. En la pesadilla la

presentía, pero no la veía.

Agosto 15, de 1970.

A la mañana siguiente regreso a la pura realidad. Hoy completo dos días de

permanecer en Puerto López. La influencia foránea es la que le da vida al poblado.

Aunque aquí la gente es muy cordial, el caserío es cansón. La paso aburrido. El

primo Chadán Rosado me ha regalado cinco pesos, además le he robado cinco

bolívares. Por la tarde, arrimo a laguna tukakas. Los árboles de Mangles son

símbolos magníficos de la diversidad de vida. Entre la maleza está el barco ―la

Doña‖ del difunto Chagua Iguarán, pero hoy en día es atendido por Rey Iguarán.

Aquí encuentro al carpintero Ranulfo Palacio en la tarea de calafateo con estopa y

brea sobre las tablas podridas de la motonave que está a la orilla de la bahía. Tuvo

la delicadeza de brindarme un pocillo de mazamorra. A pesar de que mediante

análisis conceptúa que soy un peregrino popular, audaz y muy contradictorio. Es

una cuestión de imaginación en él. Tuve una sensación de vacío en todo el día. La

noche cae rápida en el desierto. Nos acostamos a las 07:40 P.M. Una hora antes
había comprado un par de guaireñas y se las cambié a un muchacho por un par de

zapatos hediondos a pecueca.

Agosto 16, de 1970.

Las condiciones traicioneras del viento y del clima nos hacen levantar muy

temprano. Con la barriga vacía y la comida en el pensamiento nos pusimos a

trabajar para que el carpintero Ranulfo Palacio nos diera mazamorra caliente. Las

tentaciones de la vida hacen que deambule como un espíritu libre por todo el

pueblo. Por casualidad, encuentro a Amable (Tano) Iguaràn. Él, para congraciarse

conmigo, extiende una invitación para darnos un baño en el molino de Guajarima.

Luego convenimos bañarnos en el jagüey. En la orilla lavo la ropa mugre y me

pongo ligero de pantalón y camisa, en él hay un alto sentido de autoestima. Y

apegado a las tradiciones de la cultura de los indios guajiros comenta historias

cumbres de algo que ha sucedido en el hechizo del tiempo: ―… todos los días a las

02:00 P.M. se respira aire pesado porque ocurre algo patético, algo profundo. Se

escucha el taconeo de un par de botas militares que marchan con el afán de llegar

a la casa abandonada de Pachito Iguaràn. Hoy, dieciocho años después, intentaba

mostrar su espectro y hace que se escuchen sollozos de amargura y pena como si

hubiera estado allí desde siempre. Ha sido fácil descubrir su sed de venganza,

porque al parecer en la conexión espiritual que siempre sostiene con el extinto

inspector Pachito Iguaràn, hace referencia a la pequeña hija Sonia Iguaràn Iguaràn,

que él acostumbraba acunar entre sus brazos. También pregunta por Taushinara

Ibarra, Chema Ladrillo, y reniega de Rafael González, el capitán de la lancha rápida


―la Galana‖, quien se había comprometido llevarlo hasta Venezuela para asesinar

a Plinio Apuleyo Mendoza –inspira un bocado de humo de cigarrillo --, a la extraña

muestra de desafío, el cachaco solitario siempre añade que le pregunten por sus

pasos a los deudos que llevaron el féretro al cementerio y al sepulturero que lo

enterró con los ojos abiertos. Su voz es un llanto omnipresente. De regreso al

campo santo, el occiso se percibía como si hubiera surgido de nuevo a la vida‖.

Estas manifestaciones no son más que el centro de un modo de ser de las gentes –

continúa con la misma alegría--, ―todavía tienen un recuerdo vivo de las acciones y

emociones del teniente. Ellos saben de la crueldad de los veintitrés hombres que le

propinaron setenta y dos tiros, treinta garrotazos y un ladrillazo en el rostro del

uniformado. La barbarie fue un acto de venganza por los agravios, la maldad y la

traición que Santacoloma utilizó para asesinar a Mundo Pana. El cobarde acto

cometido por la representación humana del demonio no se ha podido borrar de las

mentes de los naturales y connaturales, porque el nativo formaba parte de la

conciencia colectiva del pueblo. La gente de Puerto López se alimenta de miedo.

Ellos ven y sienten cosas que otra gente no ve‖. Para Amable Iguarán la casa

donde estaba la cantina de Gito Ibarra, guarda muchas malas memorias. Días

después vino la retaliación por la alevosía que se cometiera contra el militar y el

patrimonio de Puerto López fue devastado por las tropas que desembarcaron de la

fragata A.R.C. ―Almirante Padilla‖. Comenta fantasías que resultan coincidir con la

realidad.
La tensa quietud se siente en el aire. De pronto, piensa para narrar otro

acontecimiento emocionante. Se atreve a comentar con detalles notorios: ―… entre

las treinta y dos castas asentadas en el territorio de la Alta y Media Guajira, la casta

Epinayûu se convirtió en el centro de un gigantesco orgullo. Esta soberbia cobró

notoriedad pública bajo el lema castizo ―Mientras Lucho Cotes ejerce poder de

soberano en la playa, en la sabana impera su cuñado Rafita Barros‖ – el cacique

escupía y se daba golpes en el pecho --, pensaba con el complejo de prepotencia

querer estar por encima de los derechos de los demás. Pero el imperio Epinayûu

liderada por Juancho Barros, Rafita Barros y Hencho Barros se resquebrajó por

causa del acontecimiento ocurrido en la cantina de Gito Ibarra. En aquel hecho un

miembro de la casta Epinayûu, insultó y desafío en duelo a muerte a un nativo de la

casta Epieyûu. En el enfrentamiento salió airoso el Epieyûu Máximo Iguaràn.

Desde entonces la leyenda viviente es respetada y valorada por indios, negros y

alijunas‖ -- lo que pasa en su voz se refleja en lo que se siente--, en término

absoluto, los palabreros Epieyúu fueron en diálogo amistoso a la ranchería de los

Epinayúu, para resolver de una vez por toda, el tema controversial: ―Nosotros

somos personas de bien, no queremos que siga el derramamiento de sangre.

¿Ustedes digan qué es lo que quieren…, plata o plomo?‖. Hubo un silencio total en

la Sabana. Lo dice con toda soltura.

Comienzo a sentir emociones que no creía que provenían de mí. Antes había

escuchado otros comentarios callejeros de gente que todavía le dan crédito de

valiente a Máximo Iguarán Epieyûu por haber ganado el duelo que tuvo frente a

frente contra el hijo del cacique de la casta Epinayûu –Hay una alteración temporal-
-, una mirada amable, tiene Amable. Para congraciarse conmigo se dispone a

hacer una radiografía familiar bien aplicada, que tiene que ver con la existencia de

una relación de sangre entre los Rosado e Iguarán. Siente alivio al reanudar el

diálogo para que pueda creerle: ―… allá en Dibulla, por allá… por los años mil

setecientos y pico… un señor de nombre Gaspar Iguarán Ávila, se casó con María

Josefa Rosado Suárez. El matrimonio tuvo tres hijos: Gaspar (Jr.) Iguarán Rosado,

Blas Iguarán Rosado y Vicente Iguarán Iguarán Rosado. Gaspar Iguarán padre, por

su condición de godo recalcitrante, dicen que fue fusilado por el Almirante José

Prudencio Padilla. Los tres jóvenes quedan bajo la custodia de doña María Josefa.

Y Gaspar Iguarán Rosado se casa con su prima hermana María Antonia Atencio

Rosado. De este matrimonio incestuoso nace Clemente Iguarán Atencio Rosado

Rosado. Este señor contrae matrimonio con María Rita Reither y llegan a tener

varios hijos, entre ellos a Rito Iguarán Reither y al general Juan Manuel Iguarán

Riiterher‖. Juanito Iguarán --como lo llamaban--, contrae nupcias con la señora

Dolores Cecilia Laborde Barros. De esta unión nacen Juan Manuel Iguarán

Laborde, José Eduardo Iguarán Laborde, Margarita Sofía Iguarán Laborde, Zenobia

Iguarán Laborde, Rosa Iguarán Laborde, Olga Paulina Iguarán Laborde, Clemente

Iguarán Laborde y Rafael Iguarán Laborde. Pero el general Juan Manuel Iguarán

tuvo otras mujeres, entre ellas a la señora Juanita Weber con quien tuvo una hija

llamada Carmita Iguarán Weber. La señora Carmita Iguarán, de la casta Epieyúu,

se casa por rito indígena con el señor José Tomás Iguarán. Entre sus hijos varones

están Máximo Iguarán Iguarán y Chagua Iguarán Iguarán‖.


Este legado tiene una relación ancestral con toda la estructura de la sociedad

Iguarán. Al filo de las cinco de la tarde, hago las funciones de chef, aprovecho la

ocasión para hacer más comida de la acostumbrada. Anochece y siento mucho

frío. Hartos como cerdos nos acostamos a las 08:00, hora de Colombia.

Agosto 17, de 1970

Llega el momento inmediato, las tres de la madrugada son pendejas para la

levantada. La bulla de la gente y el runruneo de los carros que inundan el tránsito

de los caminos llegan a la única calle y se dirigen hacia la orilla del mar. La

máquina del barco crea un zumbido para el despertar de los desesperados

contrabandistas. Ocurre un acontecimiento emocionante. Con sensación de sueño

me pongo de pie y estiro el cuerpo, pero el intenso frío hace que vuelva al refugio

de la sábana hecha con un par de bolsas de algodón. Volví a retomar el sueño.

Con la aurora el Ángelo, aparece fondeado frente a la bahía. Despierto a las 06:00

A.M. Con exceso de entusiasmo hago un corto recorrido por la orilla de la playa. El

mar de bahía Tukakas parece ser muy atractivo y tranquilo; pero a veces cambia y

es catastrófico. Hay ráfagas de vientos que vienen de Punta Espada. Reparo con

detenimiento la carga que está amarrada y forrada con una lona sobre la cubierta

que compacta la estructura del casco, construido con tablones de Ceiba tolùa

(Bombacopsis quinata), Abarco (Cariniana pyriformis) y curvas de Trupio (Prosopis

juliflora). Todo este andamiaje, le da forma al armazón de la nave.

El monstruo de madera es tan grande, que las mercancías de contrabando que

trajo en su armado de veintitrés metros de eslora por cinco punto cinco metros de
manga y un metro ochenta centímetros de puntal, llegan a las ciento veinte

toneladas. Señal de que hay buena actividad. Las condiciones de esta mañana son

típicas del desierto. Lleno de emoción, decido volver a la zona urbana del pueblo.

Sobre la marcha voy de camino como un espíritu libre. En el trayecto me he

cruzado con voces desconocidas de indígenas y por personas orgullosas de sus

raíces descendientes de africanos. Detengo el paso en la puerta del negocio ruin y

desaseado de la señora Antonia. Como buen samaritano, la llevo a un punto de

conversación amistosa para que sirva un buen desayuno. En el centro de la sala el

anciano Luis Nuñez acomodado en el taburete con el pantalón embarrotado de

mierda como si esperara la muerte en la silla eléctrica. Las moscas se dan un festín

en la parte trasera del pantalón. En espera de comer algo, veo un perro flaco que

deambula libre e impertérrito. Fue visto bajo la complaciente mirada de los

marineros de otros barcos que le arrojaban latas llenas de sardinas para que las

abriera con los dientes. He esperado tres días para decantar la pesadilla de este

épico sueño de viajar.

Todo parece indicar que ha comenzado el desembarque de la mercancía que trae

sobre la borda. En un cayuco de desembarco voy a bordo con Corozo Sánchez y

mi primo Chadàn. No solicitamos permiso para abordar. En el Ángelo, Corozo hace

la presentación ante el capitán Elías Durán Iguarán. Me presentó como sobrino del

patrón Chopi, a esto agrega que permanecería en el barco, para ser el hombre

encargado de revisar la carga a bordo. Aquí adentro se siente el tiempo. La madera

está gastada y empieza a pudrirse. A pesar del fuerte olor a combustible, los

tablones crujen como las puertas del castillo de Drácula. Me siento extraño en el
cuarto de mando, algunos marineros son de caras conocidas. A otros nunca los he

visto. La cara de vikingo envejecido del capitán Elías da la impresión de ser un

hombre recio, de carácter repugnante. Debo tratarlo para poder juzgarlo. – Me digo

– Con el despido del primo Chadàn y de Corozo me sentí devastado, solo y

temeroso. Es un sentimiento terrible, no sé qué hacer a partir de ese momento.

Siento una extraña sensación. Para comenzar a coger experiencia me he puesto

en la tarea de ayudar a descargar quinientas cajas de whisky Old Parr, quinientas

cajas de whisky White Horse, doscientos cartones de fósforo Globo made in

Sweden, doscientos cartones de queso Frico, doscientos latas de aceite Tra La Là

y mil latas de aceite La Primera, que estaban en la bodega de proa. Después de

almuerzo, comienza el descargue de la bodega de popa en el mismo orden en que

los cayucos hacían el embarque de doscientos bultos de setenta kilos de café en

grano. La estiba del último saco se hizo a las 10:45 P.M. Los marineros se ven

tranquilos, pero a la vez muy preocupados.

El zarpe es a las 23:00 P.M. con rumbo Norte franco. Despierta el instinto de

supervivencia. El barco va a la velocidad de cuatro millas por hora. El capitán Elías

se mantiene alerta por toda la zona costera hasta el punto de corrección en Punta

Espada. Con sentido de orientación en el punto correcto le ordena al contramaestre

Justo Quintero, poner rumbo de 45°. El viento sopla en dirección Oeste. El océano

es un lugar muy peligroso para un inexperto. Despierta el instinto de supervivencia.

La cantidad de agua que inunda la cubierta, hace que el Ángelo escore cuarenta y

cinco grados y luego estabilice las fuerzas laterales. La corriente empieza a


empeorar. Por primera vez me enfrento cara a cara con el poder impresionante del

mar Caribe. Ahora, navega en la más profunda de las oscuridades a ochocientas

revoluciones por segundo.

Sea saludable o no, es un honor pasar la noche en el cuarto de mando acostado en

el camarote que está encima del que ocupa el capitán Elías. A la 01:45 A.M.

ingresa el capitán al puente de mando y le solicita el rumbo al marinero de turno.

Chila De Luque responde: ―45° capitán‖. ―Ponga 75° noreste‖. ―75° capitán Elías‖.

En ese instante, entra el relevo Simón Vargas. El barco es sacudido por el fuerte

oleaje. A veces pienso que las caídas entre ola y ola van a partir la quilla. No he

podido conciliar el sueño. Sólo he tenido tiempo para pensar en mi tía Sabina

Rosado y en Gladis Lugo. En la cabeza no había espacio para contar las veces que

me he encomendado a Dios. Muchos escenarios diferentes de la muerte pasan por

mi mente. Creí que era la última noche de mi vida. Todo parecía indicar que

quienes viajamos en el tiempo no alteramos el pasado.

Agosto 18, de 1970.

Despierto a las 03:30 A.M. en el momento en que Chila es relevado por un viejo

delgado y canoso. El capitán pide de nuevo el rumbo y el anciano le contesta: ―75°

noreste capitán Elías‖ El sobrio lobo marino ordena: ―Marinero Vargas ponga 80°

noreste‖, a lo que responde el viejo Vargas:‖80° capitán Elías‖ Pienso que antes de

partir todo era oscuridad, ahora que comienza el día y todo es más oscuro. En

fracción de segundo los sentidos quedan en blanco y negro. A mis oídos llega el

vicio del lenguaje del mar que consiste en la repetición armónica del sha… sha…
del canto sublime de las olas que retozan con el rugir del viento, sensación

engañosa que despierta en mí una mezcla de sonidos acordes que producen las

notas musicales de las fantasías sirénicas de Homero. El mar es la única parte

donde se tiene conexión con el infinito. El Ángelo es sacudido por el fuerte de las

olas. Después de una noche en vela, al fin llega la claridad. Vivo el sueño ancestral

del pariente Almirante Padilla. El patrón del agua nos dice que el barco navega en

aguas profundas.

Las olas son sirenas que hablan sobre el espíritu por descubrir del mundo mágico

de los hombres. Muy de mañana, le doy los buenos días al capitán Elías. El barco

navega sobre el océano azul como si su movimiento fuera tirado por el jugueteo y

el desplazamiento de los delfines enamorados que retozan delante y al lado de la

proa. Los peces voladores forman un paisaje invisible similar a una película épica

congelada en gotas de agua. Una lluvia de peces voladores vuela y aterrizan sobre

la cubierta. Son misteriosamente atractivos. Ahora comienzo a ver el destino en el

horizonte. Decido abandonar el camarote y por el pasillo de babor me acerco a la

paneta de popa donde están reunidos los marineros. Desde aquí intento reconocer

la identidad real de los marineros Chila Torres, Cachaco y el segundo motorista

Jaime Rosenthill, que desayunan sentados sobre la tapa de la bodega. El cocinero

Víctor Adams con esmerada atención brinda café tinto, regresa a la cocina y trae

de desayuno dos torrijas de pan y un plato con mazamorra de avena Quaker

OATS.
Una vez termino de desayunar, con Eliécer Campo Arteche, canturreo la canción

de amor ―Te he prometido‖ interpretada por Leo Dan. A las 07:00 A.M. diviso en el

horizonte marino algo que parece ser la trompa de una culebra pitón con una masa

de mil millones de fósiles que emerge del fondo del mar. Se alarga como si se

tragara un ejemplar de búfalo. Al ver la isla en toda su dimensión toco en mi

espíritu las emociones y las sensaciones que todo niño experimenta al disfrutar de

un juguete. Tengo la imagen de mí mismo de ser marinero. Poco después tenemos

frente a nuestros ojos el Cruise ship terminal. A las 09:45 A, M. el capitán advierte

que el terminal marítimo está libre de cruceros. Minutos más tarde el Ángelo atraca

y los marineros Cachaco y Ariel Vargas dan un salto hacia el muelle para asegurar

las amarras del barco en los pilotes. A la nada aparecen en el muelle dos

uniformados que se dirigen en papiamento al capitán: ―Bon día‖, el capitán con la

lista de marineros en la mano se acerca y le responde:‖Con ta bai‖. El guarda la

ojea y lee en voz alta los nombres de los marineros. Se la entrega al capitán Elías

con amigable cortesía: ―Masha danki‖.

A las 10:10 A.M. hora holandesa, piso tierra firme cuatrocientos setenta y un años

más tarde que el conquistador Alonso de Ojeda. Por referencias, tengo

conocimiento de que Aruba forma parte de las Antillas Holandesas. La isla tiene

una dimensión de 36, 300 kilómetros de largo por 11, 112 kilómetros en su parte

más ancha. El substrato del suelo es una roca viva, sin embargo, hay algunas

evidencias de que alguna vez hubo un bosque xerofítico.


De manera inexorable los bosques desaparecieron. Los cronistas de la época

afirman que los primeros habitantes fueron aborígenes navegantes, pescadores y

agricultores de la familia lingüística Arawak. Una manera de aliviar la pasión, me

lleva a remangar el sombrero vueltiao sobre la cabeza porque tengo la curiosidad

de salir a conocer el poblado. Creo que es el mejor lugar para mirar el mundo

isleño desde adentro. A eso de las 10:25 A.M. salgo del enmallado del muelle con

una sensación divertida paso por la heladería Ritz. Tengo una visión intimidante del

Boulevard L.G. Smith, donde al parecer convergen todas las calles. Desde el

primer momento asumo la responsabilidad de atravesarlo y vago sin ningún

propósito. Dejo atrás el mercado (Fishing charters) de frutas y pescados que se

caracteriza por estar limpio e higiénico. Las casas y edificios de madera rescatan el

entramado caribeño. Por un estrecho callejón llego a la calle Havenstraat, por ser la

primera vez que visito a la isla vivo la experiencia del primer extravío en el cruce de

un estrecho callejón que va a desembocar en la calle Schelpstraat.

Manejo ilusiones en movimiento. En medio de la multitud, los seres se ven y se

mueven en diferentes direcciones de Oeste a Este con la convicción de ir de

compras al Centro Comercial Nassaustrat. De inmediato, me conecto con la prosa

desordenada del papiamento. Desconcertante dialecto derivado del anacronismo y

neologismo del latín. Sin duda, manchado de palabras en armonía de español,

portugués, holandés, inglés; de un lenguaje castizo de África y a la vez, del mestizo

guajiro. Diseminado por la calle principal Mainstreet, me asombra ver a mucha

gente que miran las vitrinas donde se ve de todo; pero de nada se participa en los

almacenes, perfumería, joyerías y relojerías Paláis Oriental, Gandelman Jewelers,


New Ámsterdam Store N° 1, Fannys, Aruba Trading Company. Camino extasiado

por el andén de Aquarius, Penha, Little Switzerland y Spritzer &Fuhrmann. En esta

joyería quedo encantado con un reloj Omega Spead master. Miro por la ventana de

vidrio una fantástica gama de relojes en la joyería Koolman Jewelers y detengo el

paso en la esquina próxima al almacén Shalimar Palace. Al frente hay dos señales

de tránsito en el andén. Continúo por la acera y reposo debajo de un árbol que

adorna la joyería Lucor Jewelers.

Las casas y edificios de madera rescatan el entramado caribeño. Pienso y decido

regresar hacia el muelle. Por ser la primera vez que visito la isla vivo las

experiencias de extraviarme de vez en cuando por las calles estrechas y angostos

callejones que van a desembocar en la cuadra del cinema (Movie theatre). Con la

apariencia de un hombre desesperado, atravieso el Boulevard en diagonal en

medio de una infinidad de vehículos de todas marcas que se mueven a alta

velocidad en dirección de Este a Oeste y de Oeste a Este. Con una temperatura de

38° hago el ingreso en el enmallado del terminal. Llego a donde está atracado el

Ángelo con la curiosidad de que en la isla no hay vida autóctona. Almuerzo y

reposo en el camarote al frescor del aire natural. En las horas de la tarde se

presenta la oportunidad de trabajar en una camioneta Ford modelo 1960, color rojo

de un ciudadano venezolano en la recolección de un poco de piedras al pie del

cerro Hooiberg. En esta labor gano cuatro florines. He pasado el día con nostalgia,

eso hizo que fuera a dormir al camarote a las 22:00 P.M. hora holandesa.

Agosto 19, de 1970.


Luego puse los pies en el piso del cuarto de mando despertó el capitán. Le di los

buenos días con pena y mucho respeto. Voy hasta la sala de popa y saludo a todos

los compañeros. Procuro que no afecte la digestión de la avena cocida. Reposado

el desayuno, siento alivio porque me doy cuenta de que teníamos todo preparado

para desembarcar los doscientos bultos de café en grano. El resto del día lo paso

en el muelle sin hacer nada. Sólo pensaba en cosas que me traían muchos

recuerdos. Con la caída del sol decido salir a dar un paseo por el Centro Comercial

Nassaustraat (Mainstreet -- Calle Principal) de la isla. El terminal marítimo es el

punto de contacto del barco con la realidad exterior. Doblo a mano derecha en la

calle Havenstraat, atravieso la calle por debajo de una palmera que está en un

separador o pequeño parque. Tomo la otra calzada y doblo a mano izquierda y

paso por Le Petit Café, en la calle Schelpstraat. Camino sin prisa por el Centro

Comercial. El paisaje humano impresiona, forma parte del tumulto de personas que

visitan y compran en New Amsterdam Store N° 2, Raghunath Jewelers,

Boolchands, Gold Corner, Solid Gold, Maggys, Photokina, Casa del Mimbre, Super

Sound Electronics, Óptica Aruba, Boutique La Gardenia y el Beach Bum Company

que está al final de la gama de almacenes. .Causa mucha impresión el sombrero

de paja – vueltiao -- que llevo puesto en la cabeza. Siento que tengo un increíble

desafío por delante. A eso de las 06:00 P.M. hora holandesa – una hora más

temprano que en Colombia –, con síntomas de cansancio quizá porque no entiendo

el papiamento decido regresar al muelle. Mi decaída quizás se deba a

resentimientos personales. Trato de conciliar el sueño en el camarote, a las 20:30

P.M. antes de que lo hiciera el capitán.


Agosto 20, de 1970.

Con el sol dormido me levanto. Desayuno y enseguida entro a recibir la carga que

llega al muelle para el barco. A eso de las 11:00 A.M. se acerca al barco un

automóvil conducido por una señorita que le habla en papiamento al capitán Elías.

Él me dice que ella le comentó que yo le atraía. Al viejo amigo Eliécer Correa Julio

le dijo en su propio dialecto que yo le gustaba mucho ―Mi gusta bo hopi‖ que me

saludara de su parte. Para las horas de la tarde Eliécer Correa se compromete a

acompañarme para ir de visita hasta la casa de ella en Oranjestad. Al salir del

muelle deambulamos por el Boulevard L.G. Smith por la acera derecha pasamos

por el costado del mercado (Wharfside market) y por el (Fishing Charters). Al otro

lado de la vía dejamos atrás el teatro (Movie theatre), donde según Eliecer: ―Aquí

se ha presentado muchas veces el anacoero Daniel Santos y al terminar su

presentación, se iba de‖pipí cogido‖ para el restaurante Bali a fumar marihuana con

Franco Vanegas, Mandy Pinzón, Chito Pimienta y Nelson Salas‖. Por supuesto que

iba nervioso al cruzar por el Tourist Bureau. En la sala principal de la residencia

sostenemos una plática por espacio de dos horas.

Con constante frecuencia afirma: ―… a comienzo de los años 1500, los naturales de

la isla enfrentaron las amenazas de los conquistadores españoles. Lo precaria que

pudo ser la vida en la isla; se debió a que los indios hambrientos se vieron

abocados al más desesperado de los actos. Y… por sus conocimientos de

navegantes tuvieron que lanzarse a la mar y huir hacia las costas del continente

americano‖. Esta historia desconocida hace suponer que el auge y desaparición de

los guanebucán es ahora legendaria. Dentro de las cosas que hablamos lo que
más me impresiona es cuando dice: ―… al Norte de la isla hay una mina de oro en

el pueblo indígena de Bushiribana y en el pueblecito de Balashi se encuentra un

anticuado molino de oro. Tuvo la amabilidad de conceder su nombre y dirección

pero dice que lamentaba no poder aceptar la visita por el día de mañana porque va

a viajar para Curazao. En medio de la angustia y agitación, acordamos regresar a

la rambla. En su eventualidad por el laberinto de casas de maderas envejecidas el

compañero Eliécer Correa, con especial admiración manifiesta: ―Daniel Santos

Betancurt es un boricua que nació en Puerto Rico en la parada 18, del barrio

Trastalleres en San Tarci, el 6 de febrero de 1916, en el hogar del carpintero

Rosendo Santos y la costurera doña María Betancurt; el Tata –como lo llaman los

isleños --, también son heredero de la prosapia del carpintero y la costurera: Sara

Santos Betancurt, Rosa Lilia Santos Betancurt y Lucy Santos Betancurt‖. En el año

de 1955, lo tildaron el ―Jefe‖ en Medellín, Colombia. Llegamos al barco en ese son.

Son las 00:30. A.M. hora antillana.

Agosto 21, de 1970

Desde muy temprano hay intenso trabajo. Comienza a llegar carga de la firma

Panamericana. Recibo los manifiestos de aduana de parte del conductor del

camión. Es acomodada en la plataforma del muelle para hacerle el conteo y una

minuciosa revisión. No sé qué hacer. El capitán Elías se acerca a mí con un

pedazo de cartón y dice: ―Apunta aquí toda la carga que llega y antes del embarque

vuelve a constatar la carga con los apuntes que tú llevas y los manifiestos‖. Los

marineros deben sentirse llenos de energía al desfogarse de un juego de


emociones. Quedé en espera de María Petit. No he sabido nada de ella. Debe

estar en el ajetreo del viaje que tiene hacia Curazao. Ese amor platónico no sólo le

da satisfacción a la mente sino que la alimenta. Logramos crear la sensación de

que habría zarpe hoy. Otros barcos también están preparados para partir. Una vez

pasaron lista los guardias de migración el capitán Elías da orden de soltar las

amarras. Y envía al timón al zorro marino Ariel Vargas y le ordena poner rumbo de

doscientos setenta grados. A babor, el Ángelo zarpa de Aruba a las 19:00 P.M.

hora holandesa.

Una hora antes habían zarpado los barcos ―San Martín‖, capitaneado por Lorenzo

(Perromete) Bermúdez, ―el Catorce de Mayo‖, que lleva de capitán a Jaime

(Rebelde) García y ―la Nora‖, que es gobernada por su propio dueño Chema

Vanegas. Antes de la largada quedo muy sorprendido con una muchacha de

nombre Astrid Cruz Lampe, que me ha presentado en el muelle su primo Papi Del

Prado. Es un lempo de mujer. Servida la cena, nos acomodamos sobre la carga

que va sobre la borda; al pie del mástil. Mientras comía llego a pensar que es una

cena aciaga, porque creí que era la última. En la oscuridad de la noche no había

señales de los barcos piratas ―San Martín‖ ni de ―la Nora‖, que habían partido

antes. Después de dos horas en alta mar, opto por ir a reposar al camarote. Se

cruza el océano bajo el cuidado de no ser sorprendido por la corbeta Rafael Reyes.

El guardacostas está enterado de la famosa ruta del contrabando. Por eso, al salir

de patrullaje se fondea entre los Monkis y la costa de la península de La Guajira, a

la espera de la llegada de los barcos piratas. El barco es un catálogo de tablas y

tablones de Ceiba tolúa y Abarco impregnadas a curvas de Trupío que se aferran


a una quilla de guayacán (Bulnesia arborea). Despierto cada vez que el capitán

pregunta por el rumbo.

Agosto 22, de 1970.

Ahora es la 01:00 A.M. Navegamos en aguas internacionales. Cachaco lleva el

timón con rumbo de 245° que le había ordenado el capitán Elías. Con cautela se

navega toda la noche. Al igual que los barcos que van adelante y ―el Sombra‖ que

viene detrás, capitaneado por Gumersindo ―Jalisco‖ Ríos. Cruzamos el océano

Atlántico entre Aruba y las costas de Venezuela. Despierto a las 03:00 A.M. el

capitán Elías le ordena al contramaestre Justo Quintero que suplante al timonel y

ponga rumbo de 235°. Con una reacción amigable le ordena al motorista Marcos

Rosenthil que ponga la máquina a media marcha. Las corrientes agitan el agua y

salpica en todas direcciones para generar espesas espumas. El rumor del agua es

una fantasía subliminal del lenguaje natural del océano. El ruido del motor y la

turbulencia de la hélice están en mínimo. A las 05:00 A.M. llegamos a bahía

Tukakas. Estoy asombrado de ver en el caño a la motonave ―Delmira‖, que traía a

un tal Folbert como capitán, lo mismo que la lancha ―Sombra‖; eso hace suponer

que venían a más de ocho millas por hora. O fueron arrastradas por la corriente.

Las dos naves zarparon de la isla detrás del Ángelo. En la cubierta los marineros

han avanzado en la labor del zafe de las amarras de las carpas que cubren los

bultos y cartones. Durante todo el día el descargue de la mercancía de

contrabando a los cayucos es manipulada en la cabeza y los hombros de los

braceros negros e indios.


Con un arduo ritmo de trabajo se llega a la ceremonia del descargue. Los indígenas

guajiros tienen una relación ancestral con las culturas macuiras, kusinas y anates.

En la orilla de la playa la carga es acomodada en las carrocerías de los camiones

contrabandistas por sus ayudantes. Con la caída del sol se despiertan mis

recuerdos. A esta hora todo es misión cumplida. A las 04:00 P.M. hora colombiana,

el Ángelo zarpa con rumbo de 45° noreste. La fuerte marea es generada por un

balance de dos corrientes de aguas. Creo que es la hora del fin del mundo. A la

media noche en medio del ruido del motor y el rumor del viento, el capitán le

ordena a Ariel Vargas que ponga rumbo de 75° noreste. He pasado las largas

horas de la noche con locuras amargas en la cabeza. A eso de las 03: 45 A.M. el

barco empieza a girar dentro del curso, el que va en el timón es Chila De luque. El

capitán le pide el rumbo y luego le ordena: ―Ponga 80° noreste‖. Al inconsciente

llega la razón al ver el resplandor de la luz verde del faro (California lighthouse) que

indica la existencia de un puerto. –el descontrol de mis sentidos fue tanto, que sin

darme cuenta en el manuscrito original del diario, dejé un par de páginas en blanco.

Agosto 23, de 1970.

El barco surca la mar. Mi sensación es de miedo. Todos los marineros estaban en

las estaciones de acción Presiento de que algo raro ocurriría durante el viaje. En el

cuarto de máquinas, siempre había una presencia negativa muy poderosa del

maquinista Marco Rosenthill. Para los marineros él es quien saquea la carga

cuando estamos en alta mar. Pero no se atreven a comentar nada para evitar

problemas. Amanece y la tripulación tiene un despertar alegre. A las 05:00 A.M.


Arribamos a la isla. Con presbicia en los ojos, el capitán Elías atraca en el muelle

en alto estribor. Amanezco con un fuerte dolor en la nuca. Sin embargo, a las

09:00A.M. intento poner la vida en orden. Pongo todas las energías en el trabajo. El

resto de las horas de la mañana las paso aburrido sin hacer nada. Salto a tierra con

el propósito de visitar a María Petit, con espíritu humano me regala un comestible.

Casi todo el día la paso en el muelle en diálogo con los marineros de los barcos

―Sombra‖ y de la chalupa ―Vivian‖. Emiro Gàmez, cocinero de éste último, siempre

hacía comentarios de hechos pasados. Por curiosidad estudio de manera detallada

la vida de los marineros.

Agosto 24, de 1970.

Las primeras horas de la mañana las siento largas y fastidiosas. Tuve el abrumador

deseo de llorar de tristeza, como cuando una persona acaba de morir. Sentí ese

tipo de sensación. Empieza a bajar el sol. Se presenta una maraña en una

camioneta roja marca Ford para arriar piedras desde cerca del cerro Hooiberg. En

esta chamba gano 7,50 florines. La noche sirve para ir de paseo a Oranjestad por

casualidad tropiezo a Úrsula Alarcón y a su hijo Pompo. De paso hacia el muelle

por el frente de la heladería Ritz, por coincidencia logro divisar a Germàn Bonivento

y a Amílcar (Chandía) Freyle. Son las 09:20 P.M. La depresión mía se hace más

profunda. A las 22:30 P.M. para no cometer la imprudencia de despertar al capitán

Elías, ingreso en completo sigilo por la puerta izquierda al cuarto de mando.

Agosto 25, de 1970.


Me levanto con la obsesión de que hoy llegaría carga para el barco. Por este hecho

sólo pude trabajar un rato en el que pude ganarme cinco florines. El resto del día lo

paso en el muelle con el disfrute del juego de dominó y con mi tía Sabina y Gladis

en el pensamiento. Se han pasado las horas como si se hubiera encogido el

tiempo. Corría la noche y vuelve el hombre del automóvil pero me resigné a no ir

con él. Tengo la sospecha de que fuera un policía secreto. Opto por acostarme a

las 22:00 P.M. hora de la isla.

Agosto 26, de 1970

Despierto demasiado temprano, debe haber sido porque la acostada la hice a

primeras horas de la noche. Durante el día he recibido carga. Hay intenso trabajo.

Una vez organizada, revisada y contada la mercancía, la relaciono en el pedazo de

cartón que hace la función de libreta de apuntes. Aunque, en el momento de recibir

la carga, con los manifiestos de aduana en mano, la cuento en compañía del

representante de la firma que hace entrega. Me he acostumbrado a la extraña

sensación de estar en la labor con los marineros. Trato de establecer vínculos con

ellos para darle confianza y crean en mí. En mí sigue la obsesión por Gladis; hasta

ahora, no he podido olvidarla. A mi adorable tía Sabina también la recuerdo mucho.

Es tanto así que se me olvida todo lo que hago. Voy a tratar de ponerle coto a esto.

Agosto 27, de 1970.

Me levanto dispuesto a trabajar. Como en efecto, lo hicimos todo el día. He

perdido la oportunidad de trabajar como cotero en los camiones que arrean cargas

en el muelle, porque tengo la noticia de que venía el sailtachi – en el manuscrito,


esta palabra no es legible --, estoy sorprendido por el saludo de dos señoritas.

Salto al terminal de los cruceros (Cruise-ship terminal) donde está atracado el

Ángelo con el propósito de acercarme a ellas, pero no lo hice. Luego se fueron. Por

la tarde las veo llegar. En la noche tengo una pesadilla con Gladis, en el sueño era

novia de un teniente.

Agosto 28, de 1970.

Desde muy temprano comienza a llegar carga. La tarea del embarque de la

mercancía se hace más retadora y urgente. Dejamos el barco casi lleno. Para

sorpresa mía, procedente de Cartagena de India (Colombia) recibo carta de Gladis,

fechada 25 del presente mes; rotulada con la dirección Koning Straat 55,

Oranjestad Aruba. Parecían que las cosas quieren cambiar. Por lo visto, no nos

hemos olvidado. Amanezco con el dolor en la nuca. Analizo mi estampa y veo que

tengo la piel negra por causa del sol caliente que se recibe en el muelle. Con los

ojos de la mente veo que crecen las relaciones con la gente de Aruba. Por la noche

sopla una agradable y fuerte brisa, que penetraba por las clara bollas; mal

recostado en el camarote del cuarto de mando del barco Ángelo, leía y releía la

misiva. ¿Será… que los celos me matan al escribirle? Nunca le he escrito con el

propósito de herirla ¡En el perfil psicológico, no me entiendo a mí mismo! Para la

protección del frío, he cubierto el pecho con la carta.


Agosto 29, de 1970.

Día de descanso. Casi todo el día lo paso aburrido. Aquí se vive la vida que se

resiste a la muerte. Leo de nuevo la carta que me envió Gladis. En la noche las

emociones nos contactan con el mundo exterior. Por la radio escucho el partido de

béisbol entre Colombia y Venezuela. Ganó el primero. Alegre voy hacia el camarote

donde profundizo en varios sueños locos.


Agosto 30, de 1970.

Día aburridor por la falta de concentración. Se recibe la mala noticia de que las

bodegas del barco van a ser selladas por los guardas de aduana. A partir de ese

instante no se podrá embarcar ni desembarcar ningún tipo de mercancías. Le

contesto la carta a Gladis. La tarde se presta para escuchar los resultados de los

partidos del fútbol profesional en Colombia. La noche está ideal para visitar a los

tripulantes del barco ―Nora‖. Consumen whisky para desfogarse y hablar de todo lo

que les viene en gana. Como no consumo bebidas alcohólicas voy a acostarme a

las 21:00 hora holandesa.

Agosto 31, de 1970.

Amanece tiempo de lluvia. De todas maneras estamos a la espera de que la

aduana venga a sellar las bodegas. Bien temprano le pongo la carta a Gladis. Con

imagen de la vida activa se aprovecha la ocasión para recibir mercancías.

Seleccionada en el muelle, se embarca de inmediato la carga pesada. En el fondo

de la bodega se acomodan los whisky y todo lo relacionado con cajas. Encima se

han puesto los cartones de cigarrillos Camel, Lucky Strike, Marlboro y Philips

Morris y la poca carga de bultos de tela que han llegado. El barco queda casi listo.

Por estar muy ocupado pierdo el chance de ganar unos cuántos florines. A pesar

de todo, siento que estoy un poco aburrido. Me acuesto a las 10:00 P.M. hora

holandesa.

Análisis del mes.


Desde que salí de la casa de mi abuela Rosa Pérez en Rio de la Hacha (Calle 1 N°

9-63), han cambiado un poco las preocupaciones que me azotaban. Se han

calmado las iras He sentido el cambio de una nueva vida, aunque todavía cuento

con las ganas de seguir los estudios. He determinado estudiar psicología para

estudiar la vida del hombre navegante. He podido observar que pierde el amor de

sus semejantes, se envejece muy lento y muere olvidado de todos sus familiares y

amigos. He pensado durar poco en la vida de marinero ya que mis ambiciones son

otras, sobre todo la de casarme para vivir al lado de mi esposa e hijos. Espero que

sea con Gladis en vista de que ella es la mujer que me inspira y a quien deseo

darle todos mis sentimientos.

SEPTIEMBRE DE 1970.

Septiembre 1, de 1970.

Por lo visto llega otro día y los funcionarios de la aduana no han venido a realizar

el sellado. Debe ser que el contador Luis Carlos Curvelo arregló el problema en la

oficina de migración. Los marineros trabajaron por algunas horas para terminar de

cargar las bodegas del barco. Por la noche, la faena fue la de ir a pescar con
Chandía Freyle y Germàn Bonivento. No halamos ni sargazo. Durante el tiempo

de pesca hablamos de los casos y de las cosas que hace todo el mundo en Río

de la Hacha. Para pasar las horas de la noche nos pusimos a jugar dominó.

Aprovecho mi habilidad de tahúr para darles una paliza a los dos. Soy el ganador

de más chicos. Gané quince en total. Como de costumbre, ingreso en el barco por

la borda de estribor. Aprovecho el sueño.

Septiembre 2, de 1970.

Amanezco dispuesto para la partida del día. Desde muy temprano comienzo la

jornada con una buena chamba. Hasta ahora no se ha confirmado viaje para el

día de hoy. Toca dejar otro rebusque a medias porque se hacen los preparativos

del zarpe para las horas de la tarde. Por casualidad, encuentro en el muelle a

Cheo Fonseca con una pacotilla de rancho. Se la ayudo a embarcar en el barco

Sombra y para congraciarse conmigo, me regala una bolsa de caramelos Kraft.

Por hambriento, los como a la carrera con la esperanza de que el contador Luis

Carlos Curvelo no se acerque hoy por aquí. A las 16:30 P.M. llega la orden de

salida. Por orden del capitán Elías Durán Iguaràn el Ángelo zarpa a estribor en

medio del muelle y el arrecife. En el timón va Cachaco con su acostumbrada

expresión de maldad en el rostro. Se navega con viento en popa y rumbo de 270°.

Con la ilusión de Ponzo, vimos desaparecer la isla.

Desde las primeras horas de la noche permanezco acostado con vahídos en la

cabeza. No he dormido casi nada. Pienso mucho en mis sobrinos Mollete Gómez,

Brenda Gómez y Rosa Leonor Gómez. También recuerdo mucho a mi primo Juan
Miguel (Juachi) Sánchez, lo mismo que a mi tía Sabina Rosado y a mi prima

Ingrid Elizabeth Pérez, Traigo a la mente a Gladis Lugo. A la 01:00 A.M. el capitán

Elías pide el rumbo al timonel. Justo Quintero le contesta: ―Dos setenta, Capitán‖.

En ese instante, pasa la voz a Simón Vargas que acaba de entrar en la sala de

control. Al situarse en perspectiva el capitán le ordena que cambie el rumbo a

245° Oeste. A las 03:00 A.M. a pesar de que estamos frente al Monki Sur, las

condiciones se ponen difíciles por los fuertes vientos que soplan de África. El

marinero trata de mantener la posición de la aguja de la brújula. El reviente de las

olas nos dice que estamos en aguas poco profundas. Dos horas más tarde la

actitud del capitán es muy seria, y cambia el rumbo a 235°Oeste. A las 05:00A.M.

vimos entrar en la cobertura del caño de bahía Tukakas los barcos piratas, ‖

Clara‖ y ―Aurora‖ de los hermanos Pinzòn. La primera, va capitaneada por el

veterano Rubén Pinzòn y la segunda, por Eduardo (Yayo) Pinzòn. A pesar de

todo, el viaje fue bueno.

Septiembre 3, de 1970.

El Ángelo capea frente a la bahía a la espera de que con la claridad del día se

saque gran parte de la carga para poder entrar en el caño. A las 05:45 A.M. Hizo

el arribo al muelle natural de arena. Tengo la sorpresa de encontrar en la playa a

mi tío Chopi Rosado armado hasta los dientes. En el cinto lleva un revólver

Magnum 44. 7 y entre la cojinerìa del Nissan Patrol tiene una ametralladora

Ingran. Había venido a cancelar los sueldos a los marineros. Por sorpresa para

mí, sólo recibo pago de $ 1200, cuando en Riohacha habíamos acordado que

ganaría $ 1000 por viaje. Este acto de ocasión se debe a comentarios oscuros
cargados de celos, odio y envidia de los gregarios Enrique Tulio Curvelo, Betico

Curvelo y su cuñado Pedrito Siosi. Esos significativos de ellos tendrán que

desaparecer algún día. El abuelo Palo Floriao Rosado solía referirse a esta familia

con el término peyorativo de ―mariquitas‖. Estos primos de él siempre han

constituido el acercamiento de los Rosado en tragedia sobre tragedia. Nunca han

visto con buenos ojos que el tío Chopi ayude a sus familiares. Los otros

contrabandistas permanecen de pie en posición de apoyo armados con

Winchester 1866, escopetas calibre 12, de seis cartuchos y revólveres Smith &

Wesson, 38 largo y Colt 45.

El día fue de ardua faena. Durante el plazo del descargue verifica las señales de

las actividades del día. En eso, se acerca hasta donde estoy y me echa el brazo

izquierdo sobre el hombro. Nos separamos del grupo en que se encontraba

rodeado por los gregarios de Enrique Tulio Curvelo Pinedo, Betico Curvelo

Bernier y su cuñado Pedrito Siosi. Al situarlos en perspectiva todo parece indicar

que estas personas siempre le hablan sartas de mentiras al tío. Las acusaciones

corresponden a maniobras para crear caos y confusión en la familia. Suena

razonable al decir: ―Sobrino trabaje para que no le pase lo mismo que me pasó a

mi. Cuando yo no tenía nada mis propios familiares me humillaban. Si llegaba de

visita a la hora del almuerzo a casa de ellos, no servían para no brindarme. Los

Curvelo nunca estuvieron de acuerdo en que mi mamá se casara con mi papá. En

1948 estuve preso en Aruba con Juan Manuel Curiel porque vendíamos gallinas

colgadas de las patas y la cabeza para abajo y ninguno de ellos fue capaz de

preguntar por qué estuve preso‖. Las palabras del tío fueron de aliento y
honestidad para mí. Mi mente triste y viajera trajo a colación palabras humillantes

de la prima Rebeca Sánchez.

Por un instante, los dos quedamos paralizados y sin palabras. Comienzo a sentir

un crecimiento en mi vida espiritual. Con un fuerte apretón de manos y con

mucho respeto me despido de él. En silencio, dirijo los pasos hacia la borda del

barco. Por fin, sacaron la última caja de whisky Chivas Regal del fondo de la

bodega del gigante de la mafia del contrabando. A las 04:30 P.M., hora

colombiana, los marineros estaban en posición de esperar de parte del capitán

Elías la señal de la finalización de las labores de a bordo. No me someto a creer

que despertáramos tantas emociones juntas. A las 16:31 P.M. con Justo Quintero

en el timón, el Ángelo se mueve bajo el mínimo del motor. La tripulación de

cubierta ha avanzado hacia la proa y unen sus fuerzas para levantar el ancla. La

marea impulsa las olas sobre la costa. Con firme convicción llega a mar adentro.

Como siempre, el capitán Elías hace el registro de costumbre. Dos horas más

tarde el marinero Cachaco con carácter amistoso pasa a ser el timonel. La comida

no es popular.

Septiembre 4, de 1970.

Se navega gran parte de la noche con rumbo de 45° noreste. Apenas pasada la

media noche la marea empieza a subir y el ajetreo de las olas lleva al barco a dar

grandes bandazos. A la una de la mañana el sentido de orientación le dice al

capitán Elías que algo ocurre y decide regañar al timonel Simón Vargas para que

corrija el rumbo. Siente que entra aire por la claraboya de estribor. Estoy
mareado, el organismo no responde. Sé que arriesgaría la vida al pasar por el

pasillo de babor. Me levanto y camino extasiado hacia la bodega de popa.

Permanezco de pie aferrado a la puerta de entrada a la casilla. En el aire hay un

fuerte olor a combustible. Entro y dejo caer el cuerpo sobre el camarote que está

cerca a la escalera que baja al cuarto de máquinas. El monóxido de carbono que

expela la máquina acorta la respiración. En algún momento quedo sin aire. El

cerebro empieza a girar fuera de curso. A gateo salgo de la casilla con el vómito

en la boca. Comienzo a vomitar sobre la tapa de la bodega de popa. Ahora estoy

aferrado a uno de los parales que sostienen el techo de lona que cubre la sala de

atrás.

Las náuseas son continúas. Las olas se engloban de manera feroz, chocan contra

el casco y alcanzan alturas de seis metros. Vomito hasta más no poder. Un fuerte

golpe de ola estuvo a punto de expulsarme del barco. El Ángelo navega a toda

marcha. Lucha contra las fuertes corrientes del océano Atlántico. Comienzo a

trasbocar babaza verde. Creo que he vomitado la hiel. Cada minuto la amenaza

del viento arrecia. Para contrarrestar el mareo me aferro a las sogas de la bodega

de proa. Por espacio de unos cinco minutos permanezco acostado con la fe de

que el agua de mar fortalece el cuerpo. El frío del corto tiempo parecía ser de tres

horas. El agua fría que salpica en todas las direcciones empaparon la ropa y todo

el cuerpo. Tengo la piel de gallina y las mandíbulas acalambradas. A las 05:00

A.M. hago un nuevo avistamiento del mágico poblado de la isla. Encantado de los

detalles geográficos del paisaje urbano, fijo la atención en el transcurrir de los


vehículos con los faroles encendidos que ruedan raudos por el Boulevard L.G.

Smith y dejan atrás y a los lados carreras y callejones que aquí yacen.

Los que circulan en dirección de este a oeste, al parecer vienen de SAN

NICOLÁS y pasan por Tele Aruba, atraviesan el puente del paso francés

(Frenchmens Pass), Governors residence, la planta destiladora de agua (Water

plant), dejan a un lado el aeropuerto (Intl airport) y el parque de la Reina

Guillermina (Wilhelmina Park). Aquí en ORANJESTAD, algunos automóviles y

camionetas desvían hacia la derecha y otros continúan derecho al pasar por el

edificio de la Gobernación (Government Offices); en la esquina de la cuadra

donde está la oficina de turismo (Tourist Bureau) algunas luces en movimiento

desaparecen hacia el norte. Otras siguen derecho frente a los andenes del

restaurante náutico Bali, el Fishing Charters, el mercado (Wharfside market) y el

Cine Teatro (Movie Theatre), por dos estrechos callejones que están a en la

margen derecha algunos vehículos desvían en busca del centro del poblado.

Otros pasan a alta velocidad frente a la entrada del terminal (Cruise- ship

terminal) y desaparecen en los hoteles Divi Divi y Casa del Mar (Lowrise / Beach

Hotels). Los taxis y buses de la empresa ―Aruba Shopping Experience

Foundatión‖ que hacen el recorrido de oeste a este, al parecer vienen de los

hoteles (Highrise / resort hotels – Concorde, Palm Beach y Holiday Inn).

Los camiones de carga se estacionan en las bodegas del terminal (Cruise - ship

terminal) Luego de ocho horas de ritmo acelerado el Ángelo hace el arribo. Con

ojos viejos que ven muy poco, el capi conduce el barco en marcha mínima entre
el arrecife y el muelle. A eso de las siete de la mañana estoy obligado a lavar con

Fab y agua salada los trozos de comida vomitados que están bajo las rejillas que

sirven de piso en la cubierta. Consigo trabajo de cotero en una camioneta.

Descargamos unos bultos de harina en una granja cerca a Jamanota Berg En dos

horas, gano cinco florines. Por la tarde, todavía me sentía mareado a causa de los

caramelos Kraff. Se rebozó la bilis, y para colmo de males, el viaje se hizo con

mal tiempo.

Septiembre 5, de 1970.

Estoy en recuperación anímica. El día se sintió largo y aburridor. No hice nada

que fuera de beneficio. Recibo carta de mi hermana Rosa Betty la cual es de

entera satisfacción para mí. Por un rato, salgo de compra, la calle principal

Mainstreet domina el centro, compro una maleta color naranja marca Starfite en

el almacén La Venezolana.

Septiembre 6, de 1970.

Este es el día más aburrido que he pasado durante mi estada en Aruba. La paso

con la lectura de las cartas de Rosa Betty y de Gladis Lugo. El proyecto de ir a

pasear en lancha a los hoteles no se cumplió. Por la noche voy al centro. Vivo un

mundo de fantasías al observar joyas, relojes, perfumes y todo estilo de ropa fina

que se muestra en las grandes vitrinas, porque Nassaustraat está cerrado.

Recuerdo mucho la maleta que compré ayer. Con nostalgia, llego a las 22:00 P.M.

al barco. Duermo sin interrupción toda la noche.


Septiembre 7, de 1970.

Creí que hoy no levantaría ni cinco centavos. El día está feo para el trabajo, pero

cuando menos lo esperaba, levanto un chance para el arreo de mercancías de un

almacén. Por la noche, acuerdo con Chandía Freyle dar una vuelta de rutina por

las calles Havenstraat y Schelpstraat del poblado. De regreso, compramos un par

de helados en la heladería Ritz. A lo lejos se escuchaba en vivo un conjunto

musical Regresamos al muelle y nos pusimos a escuchar música rock

interpretada por el conjunto del buque de guerra holandés Overijssel. Tarde de la

noche nos dirigimos hacia los barcos. Recostado sobre el camarote, siento llegar

a Eliécer Correa y al hermano en un automóvil. Me invitaron a dar un paseo por

los hoteles – Highrise / resort hotels (Concorde, Palm Beach y Holiday Inn) -- En

el salón de actos de éste último vemos debutar a la famosa cantante Erica Trevor.

De aquí salimos para la cancha de basquetbol; pero el partido se había terminado

hace horas. Tuvieron la delicadeza de regresar conmigo al barco. Entro de

puntillas en el cuarto de mando para no despertar al capi. Caí en el camarote

como un elefante.

Septiembre 8, de 1970.

Durante todo el día hubo trabajo de rebusque. En la noche la tripulación toma un

pequeño descanso. Sentados en el piso de la paneta en ellos encuentro un

mundo mágico y distinto. Cada uno tenía un repertorio de anécdotas y cuentos

por contar. Simón Vargas y Ariel Vargas comentan historias de la isla de Barù.

Ellos, al parecer, son naturales de allá. El marinero Chila hace el comentario de

una mujer llamada Coromoto, que tiene en Punto Fijo, Venezuela. Justo Quintero
no deja de ser un payaso de circo pobre con chistes sin gracia que no hacen reír

a nadie. El cocinero Víctor Adams comenta con humildad que su papá Sión Martín

era de ascendencia curazaleña. A eso agrega que él trabaja como cocinero es por

la responsabilidad que tiene con los hijos. Este breve receso llega justo a tiempo

para que el capitán Elías Durán Iguaràn haga una reflexión de la experiencia

marinera vivida desde hace más de cincuenta años. Narra que su inicio en la

marina fue de lavaplatos a la edad de doce años. Dice que para morir y nacer

más de una vez hay que amanecer borracho con un par de prostitutas. Reconoce

que el capitán del barco Wisconsin, Abel Archbold es el que más sabe de náutica

por aquí. No hice ningún comentario, detallo la piel de los brazos y caigo en la

cuenta de que tengo la piel negra y la barba abundante. Se deja de hablar y se

vino la noche. Voy al camarote a desfogar mis reprimidas pasiones.

Septiembre 9, de 1970.

Despierto con el sol arriba. Son las 07:00 A.M., después del desayuno estoy

dispuesto a ponerme el overol. Esperaba conseguir un buen chance de bracero

en los carros que arrean carga en las bodegas del muelle. Pero he contado con la

mala suerte de que no me he ganado ni un solo centavo en todo el día. Esa sería

la razón por la cual lo sentí largo y aburridor. A las 09:30 P.M. concilio el sueño,

tal vez por estar preocupado por algo que no puedo conseguir.

Septiembre 10, de 1970.


Con una reacción amigable me pongo en pié con el propósito de levantar trabajo.

En las horas de la mañana no consigo oportunidad de trabajar, pero por la tarde

levanto una chambita para limpiar el fondo del cielo raso de una casa que está

cerca a la iglesia Santa Ana (St. Anne Church); el pago es de siete florines. Con

eso pude conformarme. Con la oscurana empiezo a sentir un fuerte dolor de

cabeza. Tomo la decisión de ir hasta el camarote. Acostado, pienso que es a

causa de daño.

Septiembre 11, de 1970.

Boleo duro durante todo el día. Se hicieron varios viajes a San Nicolás. En uno de

los viajes llegamos a una matera de unos chinos. Aquí tuve que identificarme

como cubano porque en la isla no simpatizan con los colombianos. Uno de los

chinos en un acto movido por la compasión espiritual alza el brazo en señal de

júbilo y grita en rústico español ―¡Castro fuerte!‖ Por la tarde vuelvo a SAN

NICOLÁS, pero con la colaboración del viejo conductor el regreso lo hago en

autobús (Aruba Shopping Experience Foundation) porque el cacharro del viejo no

cuenta con luz. Loco de contento me acuesto a las 10:30 P.M. hora antillana.

Septiembre 12, de 1970.

La luz del Cielo me hizo levantar cansado. Siento dolores en todo el cuerpo a

causa del fuerte ajetreo que tuve ayer. Espero las horas de la tarde para ir de

compras al centro Nassaustraat. En el almacén La Venezolana compro dos

pantalones y un par de zapatos Floorsheim. Aquí me encuentro con Eliécer

Correa, quien hace la invitación a que lo acompañe a un baile por la noche, en


ORANJESTAD. A las 08:30 P.M. estuvimos en la fiesta pero la sorpresa que me

llevo es que mis amigos no han sido invitados y hubo que entrar de forma

clandestina por el patio. Dentro del baile encuentro a Nay Odubert Dewing. Él

comenta sobre lo que debo hacer para bailar rock y el ritmo rasta. Dice que esta

música es una expresión corporal mental. Los ritmos que se bailan en la isla nos

hacen sentir variedad de emociones. No estoy acostumbrado a llegar al barco a

eso de las 00:00 A.M.

Septiembre 13, de 1970.

El aire de diversiones vuelve asolar. Desayuno con el sol arriba. Germán

Bonivento y Chandía Freyle, al parecer son íntimos amigos. Me convencen para ir

en lancha de remo a los hoteles (Lowrise / Beach Hotels). En el día de ayer le

pidieron prestada la lancha salvavidas al capitán del barco Aurora. Salimos en

busca de un poco de romance. A la ida nos favorece la corriente marina y todo se

lleva a cabo con normalidad. Aquí, nos convertimos en turistas de bajo perfil

durante toda la mañana. De regreso, por espacio de dos horas, se rema contra

viento y marea frente a las playas de Eagle Beach y de Lowrise / Beach Hotels.

La lancha es barrida por la acción de las olas. Las corrientes de aire encontrados

la conducen en dirección diferente y choca contra los pilotes del olvidado y

oxidado muelle de la Eagle Company. Se rompen un par de tablas de la cubierta

de la lancha salvavidas y comienza a entrar agua.

Con gran esfuerzo, los tres náufragos la achicamos y logramos acercarnos a la

orilla. Entre los tres la varamos y vamos a buscar auxilio de reparación donde el
carpintero de apellido Pinto, que es marinero de uno de los barcos piratas que

están en el terminal (Cruise – ship terminal). Aquí se nos informa que hay que

entregar la lancha lo más pronto posible porque en cualquier momento llega la

orden de viaje para los barcos Clara y Aurora. El carpintero cobra treinta florines

por el arreglo. Los que cancelamos por anticipado. Aprovecho la sombra de la

tarde para sentarme sobre la borda y conversar con el capitán Elías, que está a la

entrada del cuarto de mando. Hay un ambiente incómodo en él y con una

sensación de sueño aprovecha su experiencia de lobo marino para recriminarme:

―La andanza con tus íntimos amigos no es conveniente para ti―. Siento que no son

palabras de aliento, pero sí de honestidad de buen padre. Desconcertado, doy un

paseo por los alrededores de siete barcos piratas que están cargados y listos para

zarpar. Como es de suponer, los comentarios son múltiples y variables. Hay

muchas versiones con relación a la zozobra de la lancha salvavidas. Ahora son

las 09:00 P.M.

Septiembre 14, de 1970.

Se ha trabajado durante todo el día, para ver la data que está a punto de llegar

para continuar con la llenada del barco. Con la caída del sol los marinos disfrutan

de un largo descanso. En las primeras horas de la noche le hago compañía a

Chandía Freyle para recordar los chascos que ocurren en Rio de la Hacha. Pero

mientras él me habla traigo a la memoria los recuerdos de la casa de mi abuela

Rosa Alfina Pérez en la calle La Marina # 9-63 de Río de la Hacha y a Gladis

Lugo. Tengo nostalgia por regresar a la casona, pero no tengo dinero suficiente
para viajar en avión mañana. Estoy forzado a rendirme de sueño. Ahora son las

09:10 P.M.

Septiembre 15, de 1970.

Llega la luz del día. Las emociones nos contactan con el mundo exterior. Se

trabaja fuerte en procura de llenar el barco; las bodegas parecen que estuvieran

sin fondo porque se le mete carga y se le mete carga y no se llenan. Hoy se ha

recibido carga del depósito de la Casa Haime y de La Linda. El color verde de la

línea de flotación todavía se alcanza a apreciar. Los diferentes tipos de carga han

sido revisados, los he contado, los he organizado bien y los he confrontados con

los manifiestos de aduana para que no se presente ningún contratiempo a última

hora. Estoy loco por ver a Gladis o por ir a casa, pero la situación económica y los

problemas no me lo permiten. Siento bloqueo emocional.

Septiembre 16, de 1970.

Con sol caliente apto para matar cerdos, se comienza la jornada. Se logra llenar

las dos bodegas con cajas de whisky Old Parr, Chivas Regal, White Horse y

brandy Pedro Domecq. Se completaron los espacios con cartones de fósforos

Globo y bultos de telas. Algunos cartones de electrodomésticos, ranchos,

cubiertos y vajillas de plata se acomodaron en la sala de popa. El agua está por

encima de la mitad de la cubierta. Tengo una breve charla con Luis Carlos ―Lucur‖

Curvelo acerca del cargue. No está interesado en pagar el cargue porque según

él, estoy obligado a hacerlo. Por la noche voy a la heladería Ritz a comprar un

helado. Hay algo de avenencia con la muchacha que atiende. Estoy un poco
enamorado, creo que le simpatizo. Con los dulces momentos me vine a acostar a

las 21:00 P.M. Es habitual el ingreso en el cuarto de mando por la borda de

estribor que da acceso a la puerta izquierda del cuarto de mando.

Septiembre 17, de 1970.

Al medio día, con un buen ritmo de trabajo se termina de llenar el barco. Por la

tarde tengo trabajo como cotero en un carro de la bodega del puerto. Hago el

viaje por la ruta que conduce a SAN NICOLÁS, muy cerca al aeropuerto. Durante

el trayecto sufro una dosis lógica de miedo al contemplar el aterrizaje de un avión

de la aerolínea K.L.M. que parecía que venía a estrellarse contra el camión.

Quedaron en deuda conmigo por el viaje. Se está a la espera de la contraorden

de salida. A la hora en que los marineros cenan en relativa paz llega la orden de

zarpe. A las 21:30 P.M. Con el agua por encima de la media cubierta el Ángelo

zarpa con rumbo de 270°, con el segundo de abordo al mando. Mantiene una

velocidad de ocho millas por hora. Ahora navega con viento de popa sobre un mar

lleno de vida que no augura nada bueno. Está a corta distancia de la plataforma

marina de la costa venezolana. A la 1:00 A.M. se hace la rotación de mando y el

capitán Elías cambia el rumbo a 245°, Noreste. Bajo la luz de la luna el Ángelo se

dirige hacia la escena del contrabando. A las 03:45 A.M. con rumbo de 235°, nos

encontramos frente a la costa de Puerto López. La nube que está sobre nosotros

es evidencia del aire que sopla. Avistamos tierra; a lo lejos se ven luces con

lámparas de petróleo que aparecen y desaparecen. En tierra, se verifican las

señales de la actividad nocturna. La constante agitación de las luces nos coloca

en posición de esperar el mejor momento para el desembarco.


Septiembre 18, de 1970.

Mientras amanece, los marineros están ocupados en el zafe de la lonas que

cubren la mercancía. El descargue se hace durante todas las horas de sol. El día

es agitado. Asombra ver el espíritu orgulloso y valiente del tío Chopi. Ha llegado

hasta la orilla de la playa para darse cuenta de la ceremonia del descargue.

Tengo una larga charla con él acerca de la carga que está desaparecida. Me deja

la tarea de revisar los procedimientos internos de la carga. Es sabido por todos

que después de las dos primeras horas de la noche baja la marea en el caño;

plazo que tienen seis marineros y cuarenta coteros para hacer el embarque de

seiscientos bultos de 70 kilos de café en grano. En ese lapso, en el puente de

mando establezco una reacción amigable con el capitán Elías Durán. Él me

confiesa que tiene una relación de respeto respecto a Chopi: ―Merced Ramón –

como él lo trata --, es una persona posesiva, es un hombre de distinción. Tiene un

indudable atractivo para las mujeres. Como hombre modelo de vida nunca se

compara con su hermano José Ceferino, que a pesar de su corta vida fue un

hombre viril y atractivo, tenía un lado humano bastante interesante y siempre

estuvo a la altura de su performance‖. Se detiene el ritmo de trabajo. En la proa,

tres hombres se aferran a la piola y alzan el ancla. A las 10:20 P.M. el Ángelo

enciende máquinas en medio de la oscuridad de la noche.

Septiembre 19, de 1970.

La navegación se hace a estima en mar adentro. Se navega a través del golfo de

Venezuela. A la 01:00A.M. El Ángelo es sacudido por la fuerza de las olas. El


patrón del agua nos dice que navegamos en aguas profundas. En tierra el barco

es un sueño para los marineros; en alta mar, es el teatro de la muerte. En este

escenario hipotético nadie es amigo de nadie. Acostado siempre permanezco en

guardia. Ahora tengo de mí mismo la imagen de verme marinero. A las 05:00 A.M.

el Ángelo capea frente a la isla de Aruba. Arriba al terminal (Cruise- ship terminal)

A las 06:30 A.M. La policía de emigración llega a las 07:30 A.M. Salto a tierra y

consigo chamba en uno de los camiones de las bodegas. Sin proponerlo, el carro

sale al Boulevard cruza la calle y llega a un depósito que está cerca al Fuerte

Zoutman y el faro Willem111. Hecho el descargue termino por ganar cinco

florines. Estoy agotado y paso todo el santo día con mi fracaso en la memoria.

Pero hay que esperar que el tiempo lo diga. La noche se ha prestado para tener

un lindo sueño con Gladis Lugo.

Septiembre 20, de 1970.

Es temprano, estoy embriagado de amor. Las horas son largas e interminables.

La angustia y la medicación son causa del aburrimiento. Se despierta la luna; he

tomado la determinación de salir al centro con Chandía Freyle. Para cambiar de

ambiente marchamos bajo el paso de las calles. Regreso solo por un pedazo de

calle oscura porque este vicioso de alcohol se deja convencer para beber ron con

unos amigos.

Septiembre 21, de 1970.

Con la capacidad de obtener un mejor panorama de lo que pueda tener un barco

moderno como ―el Pastora María‖, aguardo atónito silencio para verlo partir hacia
Venezuela. Más que todo el interés en estar ahí era por la presencia de una linda

muchacha que despide a alguien. En ese instante llega Gabi y busco apoyo en su

hombro izquierdo, lo que da motivo a Cabirol para decir que lo respetara. Le

respondo que eso no es ninguna falta de respeto, que lo hago por la confianza

que tengo con él. Tuvo la intención de agredirme, pero al ver la actitud agresiva y

el tono alto: ―¡Si me tocas te mato!‖ entra a razonar. A eso del medio día, pregunto

en el barco por un pantaloncillo y el que contesta es Cachaco ―¿Quién se va a

robar un pantaloncillo?‖. Lo que sirve para que nos fuéramos en discusión. Lo

ofendo diciéndole marica. Le pregunto al cocinero Víctor Adams por el almuerzo,

contesta que no lo había guardado porque a las 12:00M. le había dicho que no

quería. También discuto con él y hasta lo trato de marica. Paso con ira el resto del

día.

Septiembre 22, de 1970.

El cocinero me deja sin desayuno. Para no pelear llego al barco Vivian y le pido

algo de comer al cocinero Emiro Gàmez. Por la tarde, discuto con Cachaco y con

Chila, nos desafiamos a pelear dentro del barco. Luego nos enfrentamos en el

andén del muelle, pero no acontece nada. Manejo bien la ira y voy al camarote a

las 10:00 P.M.

Septiembre 23, de 1970.

Es una mañana estival. Espero que la vida retome su cauce. Hay intenso trabajo

por el trajín de la carga que ha llegado. Hoy, la suerte ha estado de mi lado por la

toalla y el par de bolígrafos de oro que le he robado al agente de la Casa Matías.


Por la noche, voy de visita al barco ―Vivian‖ para hablar con los marineros

cartageneros. Uno de ellos conoce a Gladis Lugo. A él le manifiesto en confianza

algo de los sentimientos que siento por ella.

Septiembre 24, de 1970.

A ritmo del amanecer llega carga. Se hace el respectivo conteo y selección para

el cargue. El barco comienza a sumergir el casco. A pesar del laboreo siento que

estoy aburrido. Las bodegas están casi llenas. Llega el anochecer, la distracción

consiste en jugar dominó. Perdimos con la cruz de Chandía Freyle y David Melo

por el marcador de cinco chicos a uno. A las 22:00 hora entro derrotado al

camarote.

Septiembre 25, de 1970.

Se da por terminado el llenado del Ángelo, aunque los marineros son conscientes

de que está mal estibado. La tarde espera para ir a la Marítima a cobrar cinco

florines que ellos tienen pendiente conmigo. Los pagaron. Recibo carta

apasionada de Gladis Lugo. Llego al barco y recibo la noticia de que todo está

listo para el zarpe en las primeras horas de la noche. La embarcación pirata zarpa

a las 21:00 hora holandesa. El capitán Durán le ordena a Justo Quintero que se

mantenga alerta a estribor con rumbo de 270ª. A las 11:00 P.M. Chila releva en el

mando al segundo de abordo. El Ángelo navega en una sola dirección. A la 01:00

A.M. el capitán Elías pide el rumbo, y ordena poner 245ª. Navegamos gran parte

de la noche bajo las condiciones traicioneras del viento y del clima. El instinto de

supervivencia es importante en cada intervalo de las olas. A seis horas de viaje el


Ángelo se acerca en aguas del golfo de Coquivacoa –en la carta marina no

aparece con ese nombre-. Los que permanecemos en el barco bendecimos a los

que se encuentran en tierra. A las 03:00 A.M. Hay relevo en el timón y cambio de

rumbo a 235ª Oeste. Comienzo de la mañana. –wüit> püsu ka> i kai_ En posición

horizontal desde el camarote contemplo el despertar de la aurora. El barco se

encuentra a proa estribor. Olas envolventes lo arrastran mar adentro. Por la

claraboya contemplo las corrientes revueltas.

Septiembre 26, de 1970.

Nos encontramos a diez y seis millas de la costa. Aprovecho la mañana para leer

una revista vieja de Selecciones del Reader’s Digest. Pierdo la concentración al

ver al motorista Marco Rosenthil en la puerta del dormitorio que tiene acceso al

puente de mando. Con alarmante expresión le hace saber al capitán: ―¡El Ángelo

se hunde¡‖ Elías le inquiere envuelto en un despertar inquietante ―¿ A qué se

debe? Responde el maquinista: ―Sentí algo así como un golpe accidental en la

popa‖ En el capitán hay gran preocupación expresada al ordenarle: ―Prenda las

motobombas‖ Responde el maquinista: ―El cuarto de máquinas está inundado y

las turbinas no prenden‖ Ante tal situación impredecible, el capi Elías le ordena en

tono alto: ―Préndalas… como sea, para eso usted es el motorista‖. Con el rostro

invadido por gruesas arrugas que le dibujan un oleaje de grasa sobre la frente y

sobre las mejillas caídas, el capitán sale del cuarto de mando descalzo, camina

por encima de la carga hasta el cuarto de máquinas. Se impresiona ante el

emocionante acontecimiento y grita a los marineros: ―¿Qué hacen ustedes?

¡Salven el barco!..‖
La marinería de cubierta sufre una ola de pánico y no sabe qué hacer. El capitán

regresa al cuarto de mando y saca de debajo del colchón el hacha que utiliza de

almohada. El capi me da una mirada con mezcla de estupidez y de cariño

―¡Rosado, el barco se está hundiendo!‖ ―¡Ya sé capitán!..‖ Balbuceo envuelto en

una tensión nerviosa. ―¡Tú no debiste haber nacido¡‖ responde con actitud muy

seria, quizás airada. Con el hacha en la mano vuelve a la popa. Por un instante

todos los marineros han quedado paralizados de espanto. Se acerca a ellos y les

grita ―¡Si no salvan el barco nos vamos a joder todos!‖ El capitán entra en pánico

y comienza a asestarle hachazos a la cubierta de la lancha salvavidas. La

situación se empeora. A bordo todo es caos y confusión. En la tripulación van en

aumento la inquietud, la ansiedad y desesperación. Estamos a la espera de ver la

señal de tierra por cualquier lado. El pequeño goteo se ha convertido en una

amenaza. El chorro de agua es grueso, la entrada continua se convierte en una

tormenta.

El avance del Ángelo es malo y el mar no augura nada bueno. Por mi mente

pasan miles de imágenes: pienso que al arrojarme al agua mis piernas flacas

serán trituradas por las mandíbulas de una jauría de tiburones. Con el frío de la

muerte en los huesos, olas encrespadas nos esperan para dar cuenta de la

vulnerabilidad de nuestras vidas. De pronto, en el cuarto del control de máquinas,

el segundo maquinista Jaime Rosenthil pone en funcionamiento una de las

motobombas. El tiempo real de la zozobra dura dos horas. El motor va hacia

delante al 10%. Suena forzado. Ahora el equipo de guardia del Ángelo respira

tranquilo. Aunque todavía se corren grandes riesgos en alta mar. A las 07:00 A.M.
hacemos el arribo a Puerto López. El descargue se hace apresurado durante todo

el día La entrada del agua es incontenible. Recibo carta de mi tía Sabina Rosado

y de mi prima Rebeca Sánchez Rosado. Quedo enguayabado con el deseo de

regresar a casa. No me han pagado el descargue. Las motobombas permanecen

encendidas porque la entrada de agua es incontenible. Para controlar la filtración

del agua, durante el desembarco, dos lobos marinos hicieron un calafateo para

controlar el agua que se filtra. El tiempo del mar Caribe es tormentoso. Todavía

hay rostros nerviosos a bordo.

El nivel de emoción no es bueno. Son las 17:30 hora local. El ruido del motor

pone en alerta a tres marineros. En pecho de camisa, blues jeans Lee y Wrangler

y descalzos cobran la cuerda de seguridad. Levan ancla y el Ángelo avanza en

mínimo hacia adelante. El curso de la nave es Norte franco. Dejamos atrás las

cambiantes arenas de las dunas que devoran el pueblo que fuera el escenario del

contrabando.

A lo largo de la costa están los caseríos indígenas de Puerto Inglés y Parajimarú,

frente a Punta Espada realiza el viraje que la seguridad le permite para navegar.

Se escucha la voz del capitán Elías Durán: ―Timonel… deme la lectura del rumbo‖

―Norte franco capitán Elías‖: responde Ariel Vargas. ―Ponga, 45° noreste‖: ordena

el capitán. Los ranchos se mimetizan con el paisaje. A ochocientas revoluciones

por minutos se aleja de la costa, para evitar ser sorprendido por las corbetas A. R.

C. Rafael Reyes, Vásquez Cobo y/o Ñito Restrepo. El Ángelo es sacudido por las

fuerzas de las olas. Ahora se sumerge en la sombra y dejamos de ver el


horizonte. En los ojos mantengo millones de estrellas en perfecto registro

mientras miro por la claraboya. Estamos en el cruce del mar que está entre la

península de La Guajira y la península de Paraguaná, bajo el cuidado de no ser

interceptados por los guardacostas venezolanos. El capitán Elías Durán no deja

nada a la suerte. A las 11:45 P.M. le ordena rumbo de 80° noreste, al timonel

Simón Vargas. Elías Durán Iguarán va loco de lo furioso que está, lleva en el

pensamiento que la embarcación se golpeó en la popa con un arrecife que no

está señalado en la carta marina. A las 03:10 A.M. cambia de rumbo a 85ª. Voy

mal del estómago. A las 21:00 P.M. voy mal del estómago. Lejos de las líneas de

navegación comienzo a vomitar.

Septiembre 27, de 1970.

A la 01:00 A.M. el vómito es continuo. Trasboco una y otra vez. Nos tropezamos

con mal tiempo. A las 02:00 A.M. vira a la derecha y el timonel le confirma el

rumbo al capitán. Las olas empiezan a reventarse, lo que quiere decir que

estamos al alcance de aguas pocas profundas. A pocas millas de la isla el Ángelo

capea durante dos horas para evitar pagar impuesto de atraco al Cruise- ship

terminal del día de ayer. Por supuesto, desde a bordo se ven claros los

momentos de desenfreno y resplandor de las figuras rutilantes que recorren la

avenida principal. A las 05:00A.M. El Ángelo arriba al muelle de la isla de Aruba.

Una vez amarrado y terminadas las formalidades de inmigración salto a tierra. El

comienzo de la mañana se torna aburridor. Una camioneta llega en busca de

personal para trabajar, en ella recorro el paisaje histórico del Boulevard L. G.

Smith hasta el parque de la Reina Guillermina de Holanda (Wilhelmina Park). Aquí


desvía a la izquierda por una calle que va hacia el norte y se detiene en la cuadra

que está cerca al Fort Zoutman. Tengo trabajo por espacio de una hora. En el

horario de la tarde viene a buscarme Antonio Correa Julio. Después de conversar

un rato en la borda del barco salimos a dar un paseo bajo el peso del ruido de los

vehículos.

Por el cruce de avenidas y callejones cortos y angostos hace preguntas

improvisadas sobre la marcha. Algunas veces hablamos de un drama que era

necesario describir con esa prosa desordenada de papiamento y español. De ese

algo de Aruba que había fascinado a Alonso de Ojeda. Pero lo que más nos ha

llamado la atención, es que después de la explotación de la antigua mina de oro

por los nativos no hay ninguna evidencia clara de contacto indígena. Esto refleja

lo brutal y salvaje que debió haber sido la época de la conquista española para los

aborígenes. En la actualidad no hay vida autóctona a pesar de esa mezcla de

culturas y civilizaciones que aquí existe. Otro tema que vino a colación es sobre el

diseño arquitectónico de los edificios y viviendas de madera que miden la

dirección y velocidad de los vientos. Antonio algunas veces habla con esa prosa

desordenada de papiamento y español. Sin proponérnoslo, llegamos al centro

comercial Nassaustrat respondiendo a una ruta conocida por él solo. Solo, retorno

al muelle como a las 08:00 P.M. Le entrego la carta a Héctor Henríquez. Con ella

en la mano dice que cuanto antes haría entrega de la plata. A las 21:30 P.M.

reflexiono sobre mi vida en el camarote. Los aires de sueño, vuelven a asolar.

Septiembre 28, de 1970.


Con la imagen de la vida activa procuro estar de pie. No consigo trabajo durante

las horas de la mañana. Por la tarde tengo la fortuna de hacer dos viajes en una

buseta hasta un depósito. El almacén y/o depósito queda en la calle Wilhelmina

Straat, cerca a la estación de policía (Police Station). Estoy agotado. En las

primeras horas de la noche abrazo la almohada y trato de respirar con el alma

para buscar una manera de aliviar mis pasiones.

Septiembre 29, de 1970.

Desde muy temprano comienzo a trabajar. Hubo un instante en que quedo

cesante. Comienzo a trabajar en otro camión pero tuve que suspender la labor de

cotero por un fuerte dolor de cabeza a causa del disfrute de dos chocolates. Antes

de acostarme tomo Sal de Frutas Eno para la digestión. Y cometo el error de

robar unas mandarinas, lo que hace que el purgante no haga efecto. Amanezco

con dolor en la frente.

Septiembre 30, de 1970.

Paso la noche con fuerte dolor. Por la mañana, antes de levantarme, siento el

cuerpo indispuesto; pero así voy a trabajar. Estuve a punto de desistir, pero el

orgullo y la necesidad no lo permitieron. De nuevo los amigos isleños han

propuesto ir a robar mandarinas pero el estado de ánimo no lo permite. Opto por

refugiarme en el colchón a las 19:30 hora antillana.

Análisis del mes.


Las preocupaciones se han calmado. Lo mismo las iras. Ahora sólo pienso en la

vieja Sabina y en Gladis Lugo. Estoy preocupado por las inscripciones en la

Universidad Nacional de Colombia. Tengo la indecisión de quedarme en el

próximo desembarque. Y viajar a Bogotá para presentar los exámenes de

admisión. Aunque a veces siento el ambiente de la isla. Estoy a la espera de la

contestación de mi hermana Rosa Betty Gutiérrez. Es algo que necesito a gritos.

.
OCTUBRE DE 1970.
Octubre 1, de 1970.

El dolor de cabeza me lleva a poner de pie desde muy temprano. Mareado, voy

donde el médico. Receta un montón de pastillas que no me atrevo a consumir. Al

llegar al barco encuentro carga disponible en la plataforma del muelle. Para el

embarque ordeno que la organicen por orden de peso y mientras la detallo, con

mucho cuidado la relaciono con los manifiestos de carga. Pasado el medio día

recibo más carga. Para aprovechar el tiempo le contesto la carta a Gladis Lugo.

Tiene entrada la noche y comienza a oscurecer. Doy paso a la arquitectura y

grandeza local de Oranjestad, llego a la Zapatería con el propósito de darle a

reparar los zapatos a los amigos de Eliécer Correa Julio y Noly. Desde aquí la

emprendimos hacia a la casa del amigo Noly para ayudarlo a redactar una carta

que le va a enviar a una amiga que vive en Río de la Hacha. Tuvo la delicadeza

de presentarme a una hermana y a su cuñado. A las 23:00 P.M. hora holandesa

regreso al muelle.

Octubre 2, de 1970.

Amanezco con la idea de que es día de fiesta en Riohacha. Esta fecha se hace

memorable para los Padilla por cumplirse un año más del fusilamiento del

Almirante José Prudencio Padilla por orden del Libertador Simón Bolívar. Este

pequeño drama espiritual trae a la memoria lo que pudieron haber sido los

eventos de aquel día trágico para mi tío bisa- tatarabuelo. La reputación de

revolucionario y valiente marinero habrían llevado al Padre de la Patria, a

apegarse a las tradiciones de la revolución. Ello hace suponer que aquel 2 de

octubre de 1828, minutos después de haber sido presentado el reo guajiro ante el
pelotón de fusilamiento que se encontraba en la plaza -- que hoy lleva su nombre

--, el Presidente Bolívar y su interés en la fe de triunfo lo llevaría a acercarse

hasta el cadalso. Allí, la razón de la conciencia le proclamaría que, de manera

injusta, había llevado al patíbulo al amigo y compañero de lucha.

Sus sentimientos por el vendado capitán de navío eran vagos, por eso optaría por

congraciarse con un lenguaje desconcertante: ―José Prudencio, yo no he sido

quien te mandó a fusilar, son las Leyes‖; a lo que respondió el condenado: ―¡A la

mierda… tú y las Leyes!‖. Lo memorable de este día, es porque estoy convencido

de que existe una relación de sangre entre José Prudencio Padilla Gómez y el

Almirante José Prudencio Padilla López, en vista de que el héroe de la

independencia era hermano de José Francisco Padilla López, bisabuelo de mi

padre José Prudencio Padilla Gómez. Mi bisatatarabuelo José Francisco (Pachito)

Padilla López y su hermano José Antonio Padilla López también lucharon en la

guerra de la independencia. Ahora bien, sus luchas y sus memorias los hacen

presentes entre nosotros los Padilla. Paso todo el santo día en el barco a la

espera de carga. Llega muy poca mercancía, sin embargo, la línea verde de

flotación comienza a hundirse. Por la noche llegaron en busca mía Noly y Eliécer

Salimos a vagar por la isla. Regreso a las 22:10 P.M. hora de la costa sur de la

isla.

Octubre 3, de 1970.

Bien temprano le cobro a José. Alude al decir que me pagaría más luego. En la

tarde Benito dijo lo mismo. Quedo a la espera de los dos. Entrada la noche, le
hago visita al personal del barco Vivian donde trabaja Viejo, éste brinda un dulce y

lo disfruto. Por la noche llegan al Cruise- ship terminal Noli y Eliécer. El primero

conduce un automóvil negro que le prestaron. Salimos a dar vueltas por

Oranjestad. Nos detuvimos un momento en Aruba Trading Company. Luego,

salimos a la carretera en dirección Oeste y llegamos a los hoteles de lujo Eagle y

Palm Beach. Seguimos por la carretera hacia el noroeste y llegamos muy cerca

del faro California. Comentaron: ―… que en la Segunda Guerra Mundial hundieron

el barco alemán Antillia‖. De aquí emprendimos hacia San Nicolás. Hicimos el

arribo al barco a las 24:00 A.M. Ellos se fueron a bailar al hotel Divi Divi.

Octubre 4, de 1970.

En las horas de la mañana me hicieron invitación para que fuera a jugar un

partido de fútbol en el Willhelmina estadio de Aruba. El marcador termina

empatado 2x2 goles. La actuación mía fue regular debido al bajo estado físico.

Por la tarde estoy de visita en el barco Sombra. Aquí, aprovecho el aire en vista

de que la temperatura alcanza los 42ª centígrados. Entrada la noche llega Noli

con el propósito de que lo acompañara a cine, pero el cansancio del cuerpo no lo

permite. Por el contrario, opto por acostarme más temprano que nunca.

Octubre 5, de 1970.

En su totalidad el día ha estado soso. Las horas se sintieron largas. Se alcanza a

recibir un Buchanan, Old Parr y White Horse, Brandy Pedro Domecq y Wocka

Bols, bultos de telas, cartones de electrodomésticos, latas de aceites Tra la la y

mil pacas de cigarrillos Kent, Marlboro, Lucky Strike y Camel. La actividad práctica
inmediata consiste en la estiba y acomodamiento de acuerdo al peso, en el fondo

de las bodegas El capitán Elías no deja nada a la suerte. Tuvimos visita de la

secretaria de la agencia Panamericana. Es la muchacha que me domina aquí en

Aruba. Ella lo sabe porque Buy se lo manifestó. Tengo la perspectiva de un futuro

con ella. En las horas de la noche como varias torrijas de patillas. Quedo

demasiado harto lo que lleva a pensar que no iba a amanecer vivo.

Octubre 6, de 1970.

Muy temprano, llega una buseta al Cruise- ship terminal en busca de mano de

obra para trabajar. Sin haber desayunado, varios de nosotros nos embarcamos

para ir de laboreo al supermercado del judío Niki Abibe. El vehículo sale del

muelle hacia el Este. Por la margen izquierda recorremos las integradas calles al

Boulevard L.G. Smith. Por la margen derecha pasamos por el Wharfside Market

(mercado de carnes y pescados y el mercado de frutas y verduras. Dejamos atrás

el Fishng charters y el restaurante Bali. A medio camino hicimos un cruce a la

izquierda en el Parque Wilhelmina (Wilhelmina Park). Al pie del reservorio (Water

Reservoir) el vehículo avanza hacia el Norte. Por esta vía llegamos al final de la

calle principal Mainstreet. Quedo cesante por la tarde. Oportunidad que

aprovecho para recibir carga. Se termina de llenar el barco. Queda repleto en la

cubierta de proa y de popa. Tiene más de media cubierta bajo el agua. Aelin vino

a traer los manifiestos, ocasión que aprovecha para hacerme un guiño con sus

ojos vivaces.

Octubre 7, de 1970.
Me despierto desde muy temprano. Se presenta la oportunidad de laborar. En un

microbús recorrimos calles integradas de Oranjestad para llegar a un almacén del

centro. No he desayunado. Al medio día regreso casi desmayado del hambre. En

el horario de la tarde no hubo oportunidad de trabajo. Solicito chamba en los

carros de las bodegas del puerto pero no hice el enganche. A eso de las cuatro de

la tarde llega Aelin en el automóvil. A sesenta kilómetros por hora comienza el

trasegar automovilístico hasta llegar a su casa en Oranjestad, pero no puedo

demorar mucho allí para no despertar sospechas de mis intenciones con ella. El

proyecto va en adelanto. Emocionado, permanezco despierto hasta tarde de la

noche por el interés en escuchar el partido de béisbol entre Cuba y Colombia. El

triunfo corresponde a Cuba por el marcador de cuatro carreras por cero.

Octubre 8, de 1970.

En ayunas, veo llegar el microbús del Supermercado de los Habibe. Justo, llegan

hasta la borda de estribor del Ángelo. Solicitan por el personal que laboró en el

día de ayer. Rápido, abandonamos el terminal con un giro a la derecha, rodamos

por el Boulevard G. L. Smith. Durante el recorrido por la avenida el mar pasa a

dominar el paisaje. Ahora rueda rápido por una calle en dirección Norte. Por los

vidrios de las ventanillas las viviendas son vistas bajo las complacientes miradas

de los muchachos. Llegamos alegres al sitio. Durante todo el horario de trabajo la

paso con el pensamiento ocupado por haber sido abatido en Bolivia el

comandante Che Guevara. Hoy se cumple un aniversario más de su muerte.

Todavía lo siento mucho. Aprovecho la noche para escuchar el partido de béisbol

por el campeonato mundial juvenil.


Octubre 9, de 1970.

Luego de la toma de un baño con agua fría de los tanques del barco me

reincorporo al rebusque. El vehículo circula por la misma ruta del día de ayer. Las

cuatro horas de la mañana, las paso en el descargue de dos tráileres en los

depósitos del súper mercado de los Habibes. Estoy agotado por completo. Nos

dieron el desayuno a las 12:00 M. Me encuentro con la infausta noticia de que el

capitán Elías había renunciado porque el contador Luis Carlos Curvelo ha

autorizado que metieran a los camarotes del Ángelo toda la carga que se

encuentra en el muelle. Lo que va en contra de las reglas de a bordo. El capi

sostiene: ―… que los camarotes son para dormir los marineros durante el viaje, ya

que ellos se joden mucho en el timón durante la noche‖. A eso de la 1:30 P.M. veo

saltar a tierra al capitán Elías Durán Iguarán. La figura pesada va elegante. Lleva

como símbolo de status un sombrero Barbisio gris, camisa azul claro, pantalón de

lino azul marino que hace juego con el par de calzados estrenados. El viejo

camina lerdo. Con la mano derecha empuña una vieja y sucia maleta de cartón

color plomo. En ella lleva un par de chancletas envueltas en un pantalón mocho,

dos franelillas y dos calzoncillos marca Fu-Ge. Ojos prepotentes lo ven atravesar

el Boulevard y por la esquina del cinema (Movie Theatre) desaparece. En el

supermercado de Niki Habibe tengo el capricho de consumir un pote de leche que

me puso mal del estómago. A las 07:00 P.M. nos brindan comida china porque la

jornada de trabajo se extiende hasta las 22:30 P.M. A mi entrada al centro de

mando, me llevo la sorpresa de escuchar el ronquido del lobo marino.


Octubre 10, de 1970.

El amanecer había llegado para revelar la desesperante situación del capitán.

Desde Colombia había llegado la orden de Chopi: ―de que por ningún motivo

permitía que su primo Elías saliera del barco. El barco es mío… y él no se va…

Prefiero que tiren la carga al agua o la desembarquen‖. Estoy agotado por el

trabajo de ayer. Pero toca bolear para ganar florines. Durante los últimos días nos

hemos entregado a la labor de coteros en el Supermercado de Nikí Habibe. Al

regreso del medio día aprovecho el momento de descanso para contestarle la

carta a mi hermana Rosa Betty. A la caída del sol salgo apresurado para el

correo, pero no pude ponérsela porque la oficina estaba cerrada. No puedo con el

cuerpo a causa del cansancio. Desde muy temprano entro a compartir el sueño

con el colchón.

Octubre 11, de 1970.

En parte el día se hace desagradable. En las horas de la mañana siento que

estoy lleno de emociones al ver que llega Aelin. Por la tarde, Chito Pimienta

calafatea la hendidura de la popa por donde penetra agua. Ocasión que

aprovecho para dialogar con el capitán Elías. Estoy obligado a preguntarle cuál

fue la razón que lo llevó a romper la lancha salvavidas el día que el Ángelo se

hundía. Mira profundo a mis ojos. El juego de la memoria lo pone a pensar y le

recrea los momentos difíciles de aquel día trágico; luego comenta: ―Yo estoy ciego

y tú no sabes remar‖ – agrega y señala con el dedo índice hacia la paneta de

popa donde los marineros conversan en paz sobre la vida --, con el señalamiento

expresa: ―Algunos tenían interés oculto en lanzar la lancha salvavidas al agua y


salvarse ellos solos. Esos desgraciados se habían puesto de acuerdo para dejar

hundir el barco. Estaban dispuestos a abandonar el Ángelo‖ Balbucea y agrega:

―Yo respeto mucho a las personas que trabajan conmigo. Y no lo debo decir,

pero… todos son unos hijos de putas. Sólo piensan en salvarse ellos. Y a todo

aquel que intente embarcarse en el bote lo matan a golpes porque piensan que

son estorbos y consumirían mucha agua y la poca comida que se pueda recoger.

Tú y yo somos estorbos para ellos, porque vuelvo y te repito, tú no sabes remar y

yo estoy ciego. Esa es la razón por la cual rompí la lancha. Así nos jodìamos

todos‖. Los marineros se encuentran en la popa envueltos en una conversación

con mezcla de gran alboroto. --aquello que le oigo decir parece el producto del

delirio de una locura--, el final del tema trajo la noche. Antes de ir al camarote

escucho por la radio el partido de béisbol por el campeonato mundial juvenil entre

Colombia y Venezuela. Ganaron los venezolanos por el marcador de cuatro

carreras por tres. La memoria se desvanece en el sueño después de ver en el

reloj despertador las 21:15 P.M.

Octubre 12, de 1970.

A las 07:00 A.M. llega la buseta en busca del personal que ha venido de laboreo

durante toda la semana. Abandonamos el barco por la borda de estribor. La ruta

está vacía y el recorrido hacia el Supermercado de Nikí Habibe es rápido. Durante

el trayecto el ciclo de pensamiento es confuso. El trabajo estuvo suave. Todo

transcurre en sostener una escalera mientras el viejo pinta. Desde las cuatro

hasta las seis de la tarde la paso en pesar las papas por kilos. Hoy, no recogí la

basura porque ese oficio hace sentir vergüenza, pero las circunstancias así lo
exigen para ganar los doce florines diarios. La noche ha servido para visitar a

Tomás Redondo. En el trayecto hacia el muelle detallo que el poblado brilla fresco

e higiénico. Son las 09:00 P.M.

Octubre 13, de 1970.

En las horas de la mañana, hasta aquí llega la forma integral del trabajo. El chofer

de la buseta reconoce a los habituales trabajadores. Ahora frecuenta por los

lugares que lo conducen hasta el supermercado de don Niki Habibe. A primera

hora el trabajo consiste en hacer un boquete cuadrado en una pared. Por la

inexperiencia de dominar el cincel y la mona, me causó una peladura entre los

dedos índice y pulgar. A las 15:00 P.M. voy a donde el patrón y le muestro las

llagas que tengo en la palma de la mano derecha y le participo que no puedo

seguir con el empleo de la mona. Para que continuara en el trabajo, ordena que

pese dos bultos de papas. Se trabaja hasta las 22:30 P.M. A esa hora nos

llevaron al muelle, llego agotado. Después del baño nos pusimos a recordar y a

comentar anécdotas hasta las 11:30 P.M.

Octubre 14, de 1970.

Trabajo durante las horas de la mañana. El medio día ha sido para una pequeña

siesta. Al terminar las formalidades de la extensa tarde arubana. Con entusiasmo

por la buena vida, cristalizo una salida al centro para ir de compras. En uno de los

almacenes de Mainstreet (calle principal) encuentro a Elsa, la muchacha que

trabaja en el supermercado. Conversamos un poco sobre mi estada en la isla de


Aruba. No queda convencida de las intenciones y planes que tengo para ella.

Entre el final de la tarde y comienzo del oscurecer confío en las buenas

intenciones de ir a ver un partido de basquetbol en el Coliseo de Oranjestad. Es el

punto de registro de Aruba donde la gente está bien motivada. A las diez y treinta

de la noche enfrento una decisión riesgosa en el cruce de callejuelas estrechas

que desembocan en espacios abiertos que respiran frente al mar. Por Playa el

trasegar turístico termina en el barco. Con pisadas de gato, penetro en el cuarto

de mando por la puerta de estribor.

Octubre 15, de 1970.

Hubo trabajo todo el día, pero no sé por qué motivo lo siento largo. En el

Supermercado soy reconfortado por las caricias de Elsa. Estoy convencido de que

ella comprende mis sentimientos. Trabajo hasta las 06:00 P.M. Llego agotado al

barco. Para contrarrestar el malestar decido por acostarme a las 08:30 P.M. a la

espera de que pasen las horas.

Octubre 16, de 1970.

El trabajo ha sido un poco pesado en el supermercado. Las relaciones con los

trabajadores de Niki Habibe se amplían cada vez más. Les he brindado confianza

a todos. Se aprovechan de la confianza para que sea asignado a botar la basura.

A primeras horas de la noche voy a la heladería Ritz a comprar un helado, pero

cuento con la suerte de recibir dos regalados por la dependiente Elis. Hace el

cierre a las 11:00 P.M. Ella se despide a pasos agigantados. Recreo sus dulces
palabras con los pequeños espacios de la mente. Duermo con el ánimo de soñar

con ella.

Octubre 17, de 1970.

El trabajo de hoy ha sido duro y parejo. Doy muestra de un estado de ánimo

electrizante para hacerle ver al patrón que soy un hombre fuerte. Terminadas las

labores nos pagaron. No sé por qué motivo recibo diez florines más que a los

otros compañeros. Pero Chila De Luque y Jaime Roshentil fueron a reclamarle al

hijo del propietario para que les dijera: ―Cuál era la razón… de que se me pagara

más que a ellos, si ellos habían trabajado más días que mi persona‖. En el

supermercado rectificaron la cuenta e hicieron que devolviera los diez florines. Es

de mucho cuidado pensar en las instancias a que se atrevieron llegar estos dos

marineros que trabajan conmigo en el barco. Desde el camarote observo que el

reloj despertador del cuarto de mando, marca las 20:00 P.M.

Octubre 18, de 1970.

Por ser domingo se considera de descanso para los cristianos, pero rompimos el

protocolo por presentarse la oportunidad de trabajar en el supermercado de Niki

Habibe. Hoy, he violado el pacto de no beber, pero tengo que complacer la

sutileza del Viejo. Siento una fuerte energía en la nuca; de pronto, tengo la

sorpresa de encontrar la vista de Aelin clavada en mis ojos. La saludo con mucha

delicadeza. Se termina el trabajo a las 15:00 hora. Una vez nos trasladaron hasta

el Ángelo, lavo la ropa para ir al trabajo mañana lunes. La madrugada sirve de

trance para tener un lindo sueño con Gladis Lugo. Soñaba que estábamos
sentados en un parque de la isla de Aruba. Ahí la acariciaba y platicábamos de

cosas del pasado. En esta dimensión le recuerdo al novio. Despierto y en el

mundo real, siento celos. Paso alegre todo el santo día.

Octubre 19, de 1970.

Contrario a lo que esperaba, siento que las horas son aburridoras. La pereza se

apodera de mí a causa del fuerte boleo de ayer. Permanecemos a la espera de

noticias de última hora para zarpar. Demasiado temprano concilio el sueño.

Octubre 20, de 1970.

De nuevo despierto envuelto en un sueño con Gladis Lugo. En la otra dimensión

la veía parada en la puerta de una casa. En mi respiro estaba bella y luminosa.

Mañana lluviosa y de constante trabajo. Se presenta la oportunidad de hablar con

Elsa, aunque no llegamos a ningún acuerdo. Llego del trabajo con mucha hambre.

Como hasta más no poder. Reposo acostado; el tic tac del despertador señala las

21:00 P.M.

Octubre 21, de 1970.

Hay trabajo en las horas de la mañana. Diseminados por todo el muelle los

marineros de las otras embarcaciones están preparados para la partida. Recibo

cartas de mis hermanos Reinaldo José y Enrique Jacopucci. Al Ángelo llega la

orden de zarpe. Se avisa a la tripulación de operaciones sobre la buena idea de lo

que esperábamos. Ahora estamos a la espera de lo que la aduana decida. Todo

está bajo control. El capi Elías le da la lectura del rumbo al segundo del mando. A
las 20:00 hora holandesa, con rumbo de 270° el Ángelo despega a proa babor en

busca de la ruta de navegación. Esta está tan vacía como el resto del océano

Atlántico. El barco pirata va en una sola dirección. Por la forma de amarre de la

carga semeja un morrocoyo. Las olas llegan hasta los cimientos de la cubierta. A

las 00:00 hora Justo Quintero es relevado en el timón por Chila De luque. A la una

de la madrugada el capitán Elías despierta y por experiencia en el conocimiento

de los vientos le advierte al timonel que verifique el rumbo. Á rato se duerme el

hombre que va al timón. Con viento en popa la nave se camufla por la famosa

ruta del contrabando.

El barco mantiene la velocidad de ocho millas por hora. A las tres de la mañana

Cachaco recibe el mando y el capitán le inquiere: ―Deme la lectura del rumbo‖

Cachaco responde ―Doscientos cincuenta grados, capitán‖ el capitán agrega: ―La

corriente del Océano Atlántico nos lleva en la dirección del Golfo de México ponga

rumbo de 235ª‖ Oeste. Los conocimientos empíricos del capitán llevan a Cachaco

a responder a la ligera: ―Doscientos treinta y cinco grados Oeste, capitán‖. Es la

señal para ir en busca de la costa. El equipo de guardia del Ángelo respira

tranquilo. A la mañana siguiente tienen asomo de complacencia y yo regreso a la

pura realidad. Y… ¡tierra a la vista!. A las 07:00 A.M. Simón, Ariel y el

contramaestre Justo, arrojan el ancla al fondo marino. Sin añadirle drama al arribo

a Puerto López se necesita que el personal esté operativo. El rápido desembarco

de la sobrecarga establece un modelo de protección.

Octubre 22, de 1970.


El santo día ha sido de completo boleo. No colaboro en el desembarco; he

tomado la decisión de bajar a tierra. En el pueblo encuentro a Humberto

(Cagaíta) Barros. Hablamos peste de todo el mundo por espacio de siete horas

largas. Aprovechamos el momento fresco de la tarde para ir al escondite a

comernos un pote de tutti- fruti que había robado con un desodorante. Cagaíta

Barros tuvo a bien regalarme un par de zapatos Croydon. A las 18:00, hora

colombiana, regreso a bordo para que el cocinero Víctor se vea obligado a

servirme la cena. Con disgusto, pero así lo hizo. Mientras ceno, el sol inspecciona

con cuidado el horizonte. El mar se enfurece en un instante. Después de once

terribles horas de descargue levaron anclas. Todos los marineros están bien

concentrados. El Ángelo va en tres cuarto de máquina hacia adelante. Todavía

tenemos contacto visual con la proa de estribor. Frente a la costa de Punta

Espada no supe cual sería la reacción del capitán Elías al ordenarle al marinero

Ariel Vargas que navegara siempre y cuando el faro de los Monkis esté al

noroeste y el faro de la Macolla venezolana al sureste.

El capitán Elías, como de costumbre, ejerce control sobre sus opiniones. A

medida que la noche avanza no sé con qué llenar mis pensamientos. Imagino el

rostro amable de Gladis Lugo. Son las 12:00 en punto, el capitán le pide el rumbo

al timonel Simón Vargas. El marinero responde: ―65ª Este, capitán‖ Con el ánimo

de despertar la mente del marinero le dice: ―No le creo porque entra aire por la

claraboya de babor. Corrija el rumbo‖. Una presencia oscura juega en la mente

del marinero. A lo que responde: ―Corregido a 45ª Este capitán Elías‖ El piloto

enfrenta la decisión de modificar el rumbo. Estaba listo para lo peor, cualquier


cosa podría estar esperándonos. A las 03:00 A.M. Cachaco entra en relevo y la

aguja de la brújula se mantiene 25° por encima del eje polar.

Octubre 23, de 1970.

De regreso en alta mar traigo un mundo de preocupaciones. La corta experiencia

de marinero me ha llevado a darme cuenta de que el océano no perdona las

debilidades humanas. Por eso, a las 08:10 A.M. por vez primera tengo la

curiosidad de tomar en mis manos el timón. Lo entrego a las 09:15 A.M. El arribo

a la isla se hace a las 09:40 A.M. Atracado y seguro de los amarres salto a tierra.

Se convierte en desesperación ir al centro. Dejo rastros al pasar en diagonal el

Boulevard, a la llegada a la esquina de la cuadra que está próxima a la cuadra del

cinema, cruzo a la izquierda y bordeo la cuadra de las oficinas de la gobernación

(Government Offices). Giro hacia el norte y cruzo el parque que está en la calle

Havenstraat. Me detengo a ver encantadoras chicas frente al museo arqueológico

(Archeology Museum). Cuando vine a ver se acerca a mí la legendaria figura de

Álvaro (Pachoplá) Pérez. El diálogo se extiende al hablar de las andanzas de él

con mi primo Moisés Sánchez Rosado.

Pachoplá alegra la conversación con su propia narrativa y trae a la memoria: ―…

en Riohacha yo andaba mucho con Moy –lo menciona con una forma exacta de

cariño--, en mi época de muchacho. Él era novio de Teresita García y cada vez

que yo pasaba por la tienda ferretería de Gerardito García (carrera 7 # 3-04) y la

veía a ella atendiendo detrás del mostrador, yo entraba y hacia el papel de que

iba a comprar algo y le decía: ―… te manda a decir Moy que está varado que le
haga el favor de enviarle algo‖ ella enseguida corría hacia el cajón de la plata y le

mandaba veinte pesos oro. Yo le entregaba diez pesos a Moy y cogía diez pesos

pa, mí. Con esos veinte pesos oro durábamos una semana bebiendo cerveza

Nevada con las putas en el barrio El Chorrito‖ Después de escucharle tales y

tantas carretas a Pachoplá le hago una petición: ―¿… y Moisés ponía a Teresita a

que robara en la tienda del papá?‖ Él responde: ―¡No… Moy no sabía nada… yo

se lo vine a decir con el tiempo!.. ―¿Tú crees que yo soy güevón, nojoda…?‖ Con

humor negro y en términos familiares tengo a bien despedirme del humestre saco

de huesos.

Reía a solas y termino de recorrer la distancia de cinco cuadras para poder llegar

a la fotografía. Hago que el fotógrafo tome un par de flash de medio cuerpo. Llego

al almacén ―La Popular‖, mis ojos se estrellaron contra el rostro de la

dependiente. La muchacha con una sonrisa en los labios no pudo sostener la

mirada. Se logra trabajar hasta las 08:30 P.M. en el supermercado del judío Niki

Habibe. A tempranas horas de la noche entro en la ducha contra mi voluntad por

el frío que se siente. Relajo la mente y el cuerpo en el camarote. El sueño se

convierte en una pesadilla que no recuerdo.

Octubre 24, de 1970

Muy de mañana, comienzo a caminar por la rambla del muelle. De pronto surge la

sorpresa de encontrar al condiscípulo Andrés Vergara. Tengo la curiosidad de

preguntarle que qué lo ha traído por aquí. Él contesta con voz entrecortada: ―En

Río de la hacha, cerca a la oficina de la empresa Copetrán, vengué la muerte de


mi papá‖. Hasta aquí se acerca la buseta del supermercado de la familia Habibe.

Estoy agotado pero la necesidad de ganar florines obliga a que vaya a trabajar.

Paso las primeras horas en el pesaje de papas. Cae la tarde, vamos a llevar

provisiones al buque petrolero Stole Castle. El trabajo se inicia en el cuarto frío y

termina en la cocina. Regresamos tarde al supermercado, por eso no nos

pagaron. Arribo al barco a las 11:10 P.M. hora en la Chila De luque hace entrega

de las fotografías, ese gesto de humildad es muestra de haber hecho el favor

como se lo había pedido.

Octubre 25, de 1970.

A la media noche tengo un desvelo de casi cuatro horas. Hoy es domingo, los

minutos se convierten en horas y las horas en días tortuosos.

Octubre 26, de 1970.

Desde muy temprano estoy en sobre aviso para la espera de cargas. Comienzo a

recibir a partir de la 09:00 A. M. Hago que la ordenen de acuerdo al peso. Primero

todo lo relacionado con cajas, luego bultos y por último cartones. La actividad

práctica inmediata está en embarcarlos de acuerdo a los diferentes tipos de pesos

y queden bien estibados para que le den estabilidad al barco. Es poco el ataque

que ha llegado. Recibo carta de mi hermana Rosa Betty con signo negativo. No

podré ir a presentar exámenes en la Universidad Nacional de Colombia. La

esperanza pronto se convierte en desesperación. También he recibido carta de

Nando Pugliese. He hecho relaciones con la muchacha de La Popular. Sugiere

que le regale estampillas de correo. Continúo con la lectura del libro Guerra de
Guerrilla del Che Guevara. En las horas de la tarde, pregunto por Aelin a los

muchachos que arrean la mercancía en los camiones de la Agencia. Me entero de

que se encuentra enferma. Entrada la noche, voy a visitar a Noly el zapatero,

pasamos un largo rato sentados en el sardinel de un almacén de la ―Calle

Grande‖ –como algunas personas le llaman a Nassaustrat--, luego nos pusimos a

pasear en el automóvil del chino de Hop Hing Grocery. Las luces manifiestan la

caída de la noche. Entramos a ver autocine. De aquí vamos directo para la casa

del amigo Noly a presenciar por televisión la pelea de Cassius Clay. A todas

luces, parezco estar comprometido con el sueño para no pasar pena, les presento

disculpas a la muchachada. Solitario, voy en busca del barco. Aparezco en el

terminal a las 10:30 P.M.

Octubre 27, de 1970.

Aruba es el puerto de registro de la carga que llega de contrabando a La Guajira.

La poca mercancía que ha llegado consiste en quinientas cajas de whisky

Buchana’n, quinientas cajas de whisky Black & White y doscientas cincuentas

cajas de vodka Bols. Por la tarde sostengo una discusión con un guarda de

aduana por el registro de una caja que no se sabe qué contiene. Estoy un poco

relajado porque tengo la dicha de poder enviarle los blue jeans Lee y Wrangler a

mi hermano Reinaldo Rosado y a mi primo Juan Miguel (Juachi) Sánchez.

Orgulloso de la reputación de este barco me acuesto temprano.


Octubre 28, de 1970.

La mercancía comienza a llegar al puerto desde muy temprano. Continúo en el

registro de bultos, cartones y cajas. En el casco del barco el verde de la línea de

flotación ha desaparecido. Las bodegas no se han llenado todavía. La buena

nueva es que he recibido carta de mi hermana Rosa Betty. En las horas de la

tarde tengo la dicha de ver a Aelin. Espero las horas de la noche para ir a visitar a

Noli, él ha tenido el detalle de invitarme a cine.

Octubre 29, de 1970.

No me he levantado muy bien y ya el día se torna largo y aburridor. Los minutos

se convierten en horas y las horas parecen siglos. Se recibe un poco de cartones

que han sido estivados en la popa. Para cambiar de ambiente por la noche voy de

visita a la zapatería, pero Noli no se encuentra. A las 21:00 hora regreso al barco

con el propósito de contestarle la carta a Gladis Lugo. Luego, acudo a la lectura

de sinónimos para matar el tiempo.

Octubre 30, de 1970.

Se termina el laboreo del embarque sobre cubierta de proa con cincuenta cajas

de whisky Robbie Burns, cien cajas de whisky Chivas Regal y cien cajas de

whisky Mongs. Sobre la cubierta de popa acondicionamos cien cartones de

cigarrillo Camel, cien cartones de cigarrillo Luckie Strike y doscientos cartones de

cigarrillo Viceroy. En el corto espacio que queda se acomodaron cien televisores.

El agua está por encima de la cubierta. Quedo libre de compromisos. Tiene

entrada la noche y comienza a oscurecer. Con el anochecer, llega Noly en busca


de mí. Caminamos extasiados hacia la zapatería. A medida en que avanzamos

por las calles, callejones y vericuetos de Oranjestad aparecen cosas muy claras

en nuestras memorias emocionales. En la zapatería encontramos un grupo de

amigos. Los que llegan se ponen a fumar envueltos de marihuana. Nunca habría

llegado a pensar que las bocanadas de humo hicieran efecto en las personas que

nos encontrábamos aqui. Muerto de sueño por la traba del humo decido

abandonar el recinto. A eso de la media noche circulo por las aceras de hermosas

viviendas con tapias de madera al estilo caribeño que despiertan nostálgicos

recuerdos.

Octubre 31, de 1970.

Con rostro de manifiesta familiaridad hago contacto con el personal de la Agencia

Winco. Trabajo con ellos más de ocho horas. Llevamos al crucero Santa Paula

que se encuentra amarrado en el Cruise-ship terminal toda clase de champañas,

vinos y licores para los turistas. Tuvieron la gentileza de invitarme a bailar a los

hoteles por la noche pero no me vinieron a buscar. Para calmar el desespero bajo

la difusa oscuridad sostengo el compás inicial para llegar a la heladería Ritz. Con

un desconcertante papiamento ―Bon nochi, ¿Con ta bai?‖ –Buenas noche ¿Cómo

estás?--, saludo a la enamorada. Sonriente por mi clásica expresión responde:

―Mita bon, masha danki‖ –estoy bien, muchas gracias--, como apenas tarareo

pocas palabras, tocaba platicar en español hablamos hasta la hora del cierre del

negocio. Regreso triste y desvelado al camarote. El reloj marca las 22:30 P.M.

Análisis del mes.


A pesar de las fiestas y efemérides que se han festejado en la isla de Aruba, el

mes se ha tornado pesado. Siento que estoy aburrido. Debe ser porque deseo

continuar los estudios en Colombia. La verdad es que quiero irme así como lo he

planeado. Los compromisos de mi hermana Rosa Betty no la han dejado cumplir

con lo prometido. Toca esperar con fe, tolerancia y la mayor paciencia o debo

resignarme a aprender un oficio.

.
NOVIEMBRE DE 1970.
Noviembre 1, de 1970.

El sol no pretende salir. Domingo inmutable y silencioso. La situación se torna

desesperante. Siento un desaliento sombrío. Todo el personal está a la espera de

la orden de salida pero no se concreta nada. Con impotencia, duermo desde muy

temprano.

Noviembre 2, de 1970.

Con la primera luz del día llega el trabajo. Vinieron a buscar personal para trabajar

en el supermercado de Niki Habibe. Pero el sapo de ahí sólo quiso llevar a tres

personas. Después de estar embarcado, decido desocupar la buseta para cederle

el chance a Chingolo. A las 09:00 A.M. se presenta la oportunidad de ir a trabajar

al depósito del almacén Winco.

Noviembre 3, de 1970.

En las horas de la mañana tengo la oportunidad de trabajar como tira bultos en la

camioneta de un colombiano. Todo consiste en el arreo de bolsas de alimento

para animales desde el barco frutero venezolano Pastora María hasta una granja

que queda en las afueras del pueblo. Para llegar al lugar pasamos cerca a unos

lugares pedregosos que se llaman Ayo y Casibari. Reniego por lo duro que ha

sido el trabajo. Por la tarde laboro en el almacén Winco. Percibo por mi trabajo la

módica suma de doce florines para el usufructo.

Noviembre 4, de 1970.
Brillante esplendor del Cielo. Con un plato de avena Quaker OATS cocida y dos

torrijas de pan voy al rebusque con un colombiano. Trabajo en la encrucijada de

dos calles angostas. Desde ahí se ve muy cerca la emblemática montaña Almiar

(suena como ―alma mía‖ el punto más sobresaliente de Aruba). Terminadas las

labores, tengo una fuerte discusión con el capataz en vista de que sólo quiere

pagar seis florines por el día de trabajo. Durante la discusión le hago saber que

aquí en Aruba todo el mundo paga doce florines diarios. El argumento expuesto lo

hace razonar. Después de tanto mirar hacia el suelo y rascarse el cuello se le da

por hacer efectivo el pago. Con imagen altamente entusiasmada llego al barco.

De esa manera voy al descanso en el camarote. Las noches en Aruba son

tétricas. A veces parece que desafío todos los estereotipos de un preso. Desde

muy temprano quedo dormido.

Noviembre 5, de 1970.

Con la agilidad de experto marinero doy un salto del colchón. Estoy motivado para

el trabajo. La mañana se pasa en blanco. En las horas posteriores al medio día a

duras penas hago un viaje hacia el noroeste de la isla. En esta parte hay

médanos, es un desierto corto y desconocido. Tiene entrada la tarde y comienza

a oscurecer. Presiento que al capitán Elías Durán le preocupa la actitud de los

tripulantes. Es una sensación interna de a bordo difícil de describir. No sé cuál es

el porqué, porque él tiene grandes conocimientos de náutica. A las 20:00 hora

holandesa, el Ángelo está listo para el zarpe. Los grandes conocimientos de

náutica que tiene el capitán lo llevan a decirle al timonero: ―Por favor, mantenga la

brújula en forma horizontal‖. Al personal del muelle que presencia la partida, le


pide el favor de que zafen las amarras de la vita y cornamusa. De proa hacia

occidente empezamos a respirar aire oceánico.

La nave se posiciona a un alcance de cincuenta y dos millas náuticas. Se siente el

agitado desplazamiento del navío sobre el oleaje. Comenzamos a desentrañar los

misterios de la ruta del contrabando. Este pasaje habla de un punto crucial

debatido por muchos años entre Colombia y Venezuela. Durante el recorrido

enfrento un nuevo reto al tener el coraje de acostarme a dormir sobre el pellote

que rodea el mástil. De manera inexplicable estoy sentado aquí, he pensado que

el inconsciente colectivo envía el mensaje de la nostalgia que le ocurre a todo

marinero en un momento dado, al querer vivir o sentir el ―Ilusionismo de Homero‖.

El frío marino hace estragos en mi cuerpo. El lento desplazamiento de la

motonave, nos lleva a tener avistamiento del puerto a las 04:10 A.M hora en que

los indios guajiros dicen que aparece el sol azul. Las condiciones traicioneras del

clima en el mar, obligan al capitán Elías a esperar la clara. Es inolvidable el

espectáculo que ofrece el arribo del Ángelo a Puerto López.

Noviembre 6, de 1970.

A las 07:00 A.M hora colombiana estábamos en el descargue de la carga que

está sobre cubierta para que el Ángelo pueda entrar en el caño de la bahía. El

amarre de la piola de popa se hace a un árbol de mangle que está en la orilla y el

amarre de la manila de seguridad de proa se hace a un viejo y podrido navío que

está varado en la orilla. Desde que navego, esta es la primera vez que meten el

barco al canal y la segunda vez desde que el barco llega a este inhóspito paisaje
que oculta un pasado turbulento. Hicimos el desembarco con el recorrido del sol.

Recibo carta de la prima Rebeca Sánchez. Toda la carga cupo en las carrocerías

de doce camiones, que empillotados partieron hacia Maicao. El astro rey

comienza a rayar el rojizo horizonte. Se monitorea el espacio libre por donde debe

salir del caño el barco. El viento y el oleaje favorecen la salida hacia mar adentro.

La Partida es a las 19:30 horas colombiana. Con rumbo de 65° noreste, el Ángelo

se sumerge en las sombras con luz de babor ―El Faro de la Macolla‖ y luz de

estribor ―Los Monkis‖. De regreso en alta mar se dirige hacia una tierra de

aventuras. La marea es de moderada a violenta. El viento y el oleaje mejoran el

leve mareo. Al navegar en mar abierto las reglas cambiaron por las rachas de

vientos dominantes.

Noviembre 7, de 1970.

La aurora nos sorprende. Despierto con un hondo sentimiento. El pocillo y el

cepillo dental son testigos del desagradable aseo personal. Al regresar al

camarote el timonero Vargas me induce a que empuñe el timón. No dudo en

hacerlo. No doy para controlar el timón y al mismo tiempo mirar por la ventilla de

la timonera. La corta experiencia que he tenido en dominar el barco enseña que

cada segundo el océano es el único escenario que juega con la percepción, el

tiempo y el espacio. Estas imágenes atractivas e interesantes cambian el estado

de la mente todo el tiempo. De parte del capitán Elías Durán recibo las primeras

instrucciones sobre náutica. Son nociones básicas para llegar a ser capitán de

navío. El Ángelo no tiene problemas para hacer el arribo a la isla de Aruba. Para

entrar en el paso angosto que está entre el Cruise – ship terminal y el arrecife le
hago entrega del timón al experto marino Simón Vargas. Una vez amarrado y

asegurado, salto a tierra con el grupo de marineros.

Como por arte de magia aparece la buseta de Niki Habibe en busca de personal

para trabajar. Sin esperar a que se detenga sobre la plataforma del muelle, subo y

entro con estilo y confianza de sobra. Mientras el microbús se transita por el

trillado trayecto, compartimos la misma vocación del humor. Cierro los ojos y

despierto al paso por el parque frente a la imagen altamente romantizada de la

reina Wilhelmina. Ahora el vehículo se desplaza en dirección noreste, por el

borde del reservorio (Water reservoir) y se detiene en la estación de gasolina

(Esso service stations). Realizado el tanqueo, continuamos raudos hacia el final

de la calle principal (Mainstreet). Tengo caspa. Sigo con la obsesión de rascarme

la cabeza. Peino el pelo crespo con los dedos de la mano derecha. Trato de

convencer a mi memoria para que recuerde que en la carrera 8 # 1- 29 de Río de

la Hacha, un día como hoy de 1946, falleció a la edad de treinta y un años, mi

madre Carlota Sofía Rosado Pérez. Envuelto en ese pensamiento, llegamos al

supermercado. El trasnocho y la remembranza han hecho que sienta pesado el

transcurso del día.

Noviembre 8, de 1970.

Toda la noche la paso despierto. El domingo es por completo aburridor. Las

bodegas del terminal de cruceros están cerradas. Los almacenes del centro ídem.

Y se ve muy poco el transcurrir de la gente. Para pasar el tiempo le contesto la

carta a mi hermano Reynaldo.


Noviembre 9, de 1970.

A primera hora siento un creciente entusiasmo por ir al centro. Procuro hacer mis

diligencias en las horas de la mañana. Salgo de la plataforma del muelle y paso

por el sardinel del restaurante bar Royal Den. Atravieso el Boulevard L. G. Smith y

una encrucijada de calles angostas me llevan al centro. En un depósito compro

veinte cajas de queso amarillo Frico –es mi primera pacotilla--, rápido regreso al

barco. Después de la siesta le hago una carta a mi prima Rebeca Evelina

Sánchez Rosado. Algo se adenoma al saber que de Colombia llega la infausta

noticia de que el tío Chopi Rosado pide que el Ángelo salga para Puerto López

para hacer el embarque de mil bultos de café en grano. El capitán contesta: El

barco no está en condiciones de arriesgarlo de nuevo, es necesario llevarlo a troja

en Punto Fijo (Venezuela). Además, en el terminal se encuentra una carga que

no se ha podido recibir por las condiciones de riesgo que presenta el barco‖. Por

este hecho se presenta el problema de la renuncia del capitán Elías. Paso la

media noche en conversa con Chandia Freyle y Germán Bonivento. Nos

acostamos a las 11:00 P.M.

Noviembre 10, de 1970.

Muy de mañana llega la camioneta del almacén Winco, que se encuentra en el

centro de la emblemática Oranjestad. El trabajo de todo el día forma parte del

mundo desordenado que nos rodea. Siento que estamos en víspera de partir

hacia la ciudad de Punto Fijo (Estado Falcón).


Noviembre 11, de 1970.

Desde que estoy despierto he recordado lo encendido que debe estar Cartagena.

De paseo por las bodegas del terminal termino por robar un gajo de uvas en la

camioneta de Niki Habibe. En busca de oportunidades, regreso a las bodegas en

las horas de la tarde. Aprovecho el descuido de los guardias y robo una

sobrecama con su respectiva funda. Tengo la tentativa de robarme una blusa pero

no he podido. Parte de la tarde y parte de la noche, laboro en la organización y

conteo de bebidas con los hombres de la Winco. Hasta las 22:30 hora local,

permanezco atento para transportar toda clase de bebidas que son necesarias

para el consumo en el crucero Santa Paula. Por primera vez entro en un crucero.

A esta hora estoy obligado de ir a la ducha. Sopla mucho viento y siento bastante

frío.

Noviembre 12, de 1970.

Amanecimos advertidos del posible viaje hacia Punto Fijo. Despierto con ansiedad

desde muy tempano. Como de costumbre, horas antes de la partida el capi Elías

le advierte al maquinista Marcos Rosenthil para que ponga el motor en

calentamiento y aproveche la oportunidad para hacer el respectivo desagüe de

sentina. Ganas de trabajar no le falta al personal de a bordo. A las 09:00 A.M.

llega el contador Luis Carlos Curvelo con asomo de complacencia. Con su

amanerada forma de hablar trata de convencer al capitán Elías para que el

Ángelo zarpe de inmediato hacia Venezuela. La partida se realiza a las 11:00

A.M. con rumbo de 185° sureste hacia Punto Fijo. A las 12 M. hora local del

Océano Atlántico, parecíamos estar en medio del Cerro Santa Ana y Aruba. Es la
hora que según el conocimiento de los expertos griegos, los seres humanos que

gravitan en la línea ecuatorial caminan con los pies hacia arriba y la cabeza para

abajo. El Ángelo navega en otras latitudes. Surge el efecto del infinito con el brillo

solar y los colores azules de la mar.

Sombras gigantes reposan sobre la superficie. La cacofonía del océano se

manifiesta en el rumor del agua, el silbido del viento, el olor a sargazo y el sudor

salino del marisco. En el tiempo del cerebro se ha sentido que el viaje ha

demorado más de lo esperado. Mis ojos han visto ―La Macolla‖, se tiene la visión

de que el faro está encima de una ciudad coralina sumergida en el mar. Este

islote bulle repleto de peces, es un caso extraordinario para mí. A las 02:30 P.M.

el capi intenta tomar la acostumbrada siesta. Despierta del confort por una

membrecía del timonel Simón Vargas. El navegante Elías Durán se ha enterado

de que ha surcado el océano de petróleo. Hicimos un nuevo avistamiento del

primer pueblo de tierra firme. Más adelante divisamos el poblado de Las Piedras,

luego, la gran refinería de Amuay. A las 16:30 hora venezolana, llegamos al

convencimiento de que el capi ha desviado la mirada de Punto Fijo. Hicimos el

arribo a la ciudad portuaria de Guaranao. Para cumplir con los requisitos de

llegada el barco hace la entrada con velocidad mínima y atraca en el muelle.

Minutos más tarde es requisado por el personal de la aduana. Observan que las

bodegas están vacías y por eso no se determinaron a bajar y quitar las tablas

falsas que cubren las curvas del casco donde están escondidas mis cincuenta

cajas de queso. Los agentes tienen el concepto de que son piratas los barcos
colombianos. Y la tripulación está compuesta de corsarios sin identidad. Todo se

debe a que en años anteriores, dos marineros colombianos pidieron un aventón

hasta Maracaibo, en una rápida venezolana; en alta mar dieron muerte al capitán

Patoco y a dos miembros de la tripulación, para robarse la carga. Uno de los

marineros de la lancha, logró tirarse al mar y más tarde fue recogido por una

rápida que venía a doce millas de distancia. El náufrago identificó a uno de los

piratas como un hombre negro, alto, grueso y orejón y al otro, de tez negra,

contextura delgada y ojos ligeros; a quien le llaman Colaco. Eso, ha empeorado

la fobia de ellos hacia nosotros. Cumplidos los trámites de emigración y de

sanidad, el capitán Elías ordena despegar para fondear frente al astillero del

italiano Momo, que está en las playas de Carirubana. No salto a tierra porque

desde aquí se escuchan en un pick up a todo volumen canciones de Nino Bravo

que se graban en el imaginario del pueblo. El sonido sale de una cantina de ―mala

muerte‖ que se encuentra a la orilla de la playa del caserío. Soplan los vientos

alisios. Hace frío. Aparece la luna.

Noviembre 13, de 1970.

Despierto todo confundido. De pronto, caigo en la cuenta de que estamos

fondeados frente a Cariruguana o Carirubana –no alcanzo a diferenciar la fonética

del nombre--, por lo visto parece ser sinónimo de ebriedad y escándalos. En este

lugar de pescadores se encuentra el astillero Bolívar. Lo mismo ocurrió ayer

cuando hicimos la estadía en Guaranao. Me incorporo muy pronto con el

convencimiento de que los lugares donde hicimos estadía ayer son barrios de

Punto Fijo. Pero no es así, Guaranao es un corregimiento –si se puede decir así--,
hostil que ofrece pocas oportunidades para la vida. Cariruguana está al pie de

playa del cerro separada por una pendiente de 7°, con el final de la ―Calle del

Comercio‖ de Punto Fijo. A primeras hora de la mañana el capitán Elías organiza

en veinte minutos la tripulación y a los trabajadores del astillero Bolívar para que

el barco pueda ingresar en el dique. Con los cuidadosos esfuerzos de los

mamposteros lo subimos a troja. Ahora está en seco. Está intacta la pintura verde

de la línea de flotación, la pintura blanca del casco y la casilla, hay coherencia en

las franjas negras que señalizan donde sobresale la borda de la cubierta y el

verde maya de las barandas. Se aprecia la obra viva del majestuoso Ángelo.

Finalizadas las tareas de hoy frecuento las callejuelas del poblado. A este refugio

lo habita un desaliento sombrío. La ciudad de Punto Fijo está encima del cerro.

Bajo el influjo del sol trepo por una escalera a la borda del barco. Trato de matar

el tiempo y tengo el abuso de coger prestado el radio del motorista. Sintonizo las

emisoras La Voz de la Fe y Radio Punto Fijo. Durante casi cinco horas escucho

música con el deleite de las canciones de Raphael de España, Nino Bravo, Nicola

Di Vari, Julio Iglesias, Roberto Carlos y Nelson Ned, lo mismo que de los

conjuntos Ángeles Negros y Pasteles Verdes y de las orquestas Billo Caracas

Boys, Los Melódicos Y Chucho Sanoja. En el atardecer todo cobra su color. En la

pobre calle del poblado las mujeres llenan sus barrigas mediante la mendicidad

de peces en las lanchas que llegan a la orilla de las idílicas playas de

Cariruguana. A eso de las 20:00 hora local, sin ninguna malicia se me ocurre

trepar con desazón loma arriba para conocer a Punto Fijo. En el final de la ―Calle

del Comercio‖ permanezco pensativo por espacio de cinco minutos, pero el


espíritu de conservación conduce mis emociones loma abajo, en vista de que allí

no me conocen ni conozco a nadie. Por lo visto, aquí en Venezuela se tiene el

concepto de que los colombianos son ladrones, marihuaneros y borrachones.

Noviembre 14, de 1970.

El Ángelo está en el punto de aparejamiento; le hacen el acuñamiento con burros

de madera y estacas para evitar que lastime a algún intruso por cualquier

circunstancia. A lo largo de todo el dique hay gente dispuesta para el trabajo.

Comienzan a trabajar el barco de abajo hacia arriba. Se estabilizan las fuerzas

laterales, le quitamos la hélice y sacamos el eje. Para descansar un rato, voy al

bar Bahía a escuchar música. A las 02:00 P.M. dejo rastros por el camino que

conduce hacia el centro de la ciudad. El trayecto de la loma que de Carirubana

conduce hacia Punto Fijo es un paso clásico que enmarca las caderas con el

movimiento de las palmas de las manos. Todo el vecindario, trabajadores y

pescadores caminan en la misma dirección, algunos se embarcan en taxis, otros

viajan en colectivos y otros van a pie. El desplazamiento hacia la zona comercial

se hace a través de la ―Calle del Comercio‖ que llega hasta la plaza que está

frente a la catedral. Comienzo por hacer la descripción de la panorámica de ésta y

de las avenidas Colombia y Jacinto Lara. La manifestación que marca la marcha

por el centro de la ciudad es con el propósito de hacerle oferta a las cajas de

queso Frico. Llego al restaurante ―La Arepera Mundial‖ y a otras tiendas del

centro. La ciudad, que tiene un progreso floreciente –lo expreso así, porque

según sus habitantes, la capital del Estado Falcón es una leyenda rica en

detalles--, aunque siento el ánimo muy resentido, regreso a la playa del tugurio
donde se encuentra la troja que sirve de cama al barco. Por la tarde bautizaron a

la hija de Chila De Luque con Coromoto, formaron una pequeña parranda. Como

soy abstemio a las bebidas alcohólicas, renegado regreso al camarote a las 22:30

P.M. estándar del Oeste.

Noviembre 15, de 1970.

Madrugo para hacer un reconocimiento diurno hasta la residencia de Rafael

Medina. Para llegar allí, tengo que pasar por una zona muy peligrosa, en el

riesgoso mundo de la mafia venezolana. Vendo tres cajas de queso amarillo Frico

en un restaurante del centro comercial. Este lugar es un hormiguero humano. Es

el sitio donde se concentra la Mano Negra de la ciudad. Quedo comprometido en

vender las cajas restantes a un comerciante. Por la tarde visito al comprador, pero

el hombre propone encontrarnos por el día de mañana. Tal vez conoce bien la

gravedad de la situación. Agotado de tanto trajinar decido descansar en una plaza

rodeada de restaurantes, bares y tiendas. Hay un ambiente estructurado y seguro.

El desarrollo de Punto Fijo es más engrandeciente y deliberado que el de la

ciudad de Coro. La gente afirma que este esfuerzo se debe al Presidente Rafael

Caldera. Este emporio costero es un crisol de cultura e historia. Desarrollo un

perfil de conducta para regresar a Carirubana, aprovecho esta situación para

hacerle declaración de amor a ―La millonaria‖. Una mujer a quien llaman así por

sus ínfulas de grandeza, ella dice que de casarse sería con un hombre millonario.

Por la noche, vuelvo a conversar con ella, pero todo queda en proyecto.

Noviembre 16, de 1970.


He pensado en que este será el día más agitado. Camino por la cubierta número

uno de proa. Tomo el reconfortante sol de la mañana sentado sobre la tapa de la

bodega de proa. Hay mucha actividad de raspe y carpintería alrededor del casco.

Preocupado decido salir hacia el distrito comercial, en la travesía por las

principales avenidas de la ciudad propongo las cajas de queso Frico que faltan

por vender. El negocio ha pintado malo en vista de que los mafiosos proponen

precio de gallina flaca. Ahora reconozco mucho de los habituales lugares por

donde he frecuentado. En un acto de valor inicio lo que podría ser la última venida

al centro. Conozco bien la gravedad de la situación. La cabalgata la hago por la

acera opuesta al Almacén Muebles Chassaigne, del riohachero Augusto

Chassaigne. Cinco cuadras más adelante llego al final de la Calle del Comercio,

alcanzo la pendiente e ingreso al apacible territorio de Carirubana. Julia, ―la

Millonaria‖, estaba al acecho, me aborda y converso con ella, parece que quiere

ceder terreno. Pero ahora el obstáculo es el papá, quien tiene el concepto de que

todos los colombianos son ladrones.

Noviembre 17, de 1970.

Durante el día colaboro en la limpieza del verde de la línea de flotación y la parte

baja del casco blanco que está abarrotado de verdín, conchas y caracoles. Tan

solo el retiro del eje ha sido un desafío. Se revisa el eje de transmisión. En el

tiempo libre se monitorea el trabajo de manera regular para evitar que se lastime

algún intruso. Terminada esta operación se revisan de manera detallada las

expansiones de los tablones para verificar el estado de la estopa y la resequedad

de la masilla. Se hace el raspado. En el dique seco se ha tenido que trabajar


hasta las horas de la noche. Para poder bajar el timón se colocaron los marineros

y trabajadores del astillero Bolívar a lo largo de todo el dique. Si eso no ocurre se

corre el riesgo de que la programación se vaya al traste. En el descanso del

atardecer converso de nuevo con Julia ―la millonaria‖.

Noviembre 18, de 1970.

Utilizo un cuchillo para raspar la pintura roja de las barandas que sirven de

manubrio en las bordas de babor y estribor. Y los tubos que sirven de columnas a

la base del esqueleto del techo de la casilla de popa. De nuevo pinto con

anticorrosivo rojo las barandas. Les doy una segunda mano. El arquitecto naviero

Momo fija su atención en el punto de aparejamiento y corrige las fallas de diseño

del barco. A las 15:30 hora venezolana salgo con creciente entusiasmo hacia el

centro. Hago un rito de travesía por las encrucijadas de las Avenidas Jacinto Lara

y Colombia para llegar a la oficina del correo a ponerle una postal a mi amiga

Carmen Siosi. Un río humano fluye por el centro de la ciudad. De regreso vengo

con muestras de dolor en la rodilla de la pierna derecha. Cojeo por calles

destapadas que conducen hasta el final de la ―Calle del Comercio‖, donde colinda

con la bajada que gravita hacia el tugurio de Carirubana. Es la primera vez que

siento dolor en el menisco izquierdo, desde el diecisiete de enero de 1967, que fui

operado por el especialista Modesto Martínez Trujillo, en la Clínica Huesos y

Fracturas (carrera 46 # 70- 71 frente al parque Suri Salcedo de Barranquilla). Con

la molestia del menisco la tarde se convierte en el ocaso.


Noviembre 19, de 1970.

Libro una batalla constante contra la gravedad al arribo de la pendiente que de

Carirubana conduce a Punto Fijo. Cojeo con el mayor esfuerzo. El cerro es una

anatema para mí. Acudo a la cita a la hora indicada, pero no llega el hombre con

quien había acordado fiarle las cuatro cajas de queso Frico. El paisaje marítimo

forma parte de la arquitectura moderna de la ciudad. En solitario cabalgar a pie

por la ―Calle del Comercio‖ desde el Hotel Caribe que presenta una visión

estupenda y forma parte de un mundo ordenado hasta la bajada de Carirubana.

Con preocupación por la actitud del comerciante arrimo al barco. Me acuesto a

dormir hasta por la tarde. En la vespertina voy a cine a ver la película ―Boinas

Rojas‖. Salgo descontrolado del teatro, calle abajo camino por una interacción de

luces y sombras que me acompañan hasta Carirubana. Para atrapar el sueño

escucho por la radio el partido de beisbol entre Puerto Rico y República

Dominicana. Fue un gran partido hasta donde recuerdo haber escuchado.

Noviembre 20, de 1970.

La levantada apunta hacia una de las actividades más arraigadas del negocio.

Voy al baño y salgo a negociar el queso. La mejor manera de divertir los sentidos

antes de llegar a la escena del negocio es cabalgar a través de caminos de

apoyo, terrazas de baldosines y casas modernas del barrio Alí Primera que está

ubicado cerca del aeropuerto. Pierdo el tiempo dando vueltas hasta que llego a la

Arepera Mundial en el centro de la ciudad. Sentado a la mesa disfruto de un par

de arepas rellenas de camarones. El hombre no se manifiesta. En el lapso decido

regresar al barco para pintar el camarote del capitán y el mío. De pronto, llega
Chiche con una alentadora noticia: ―Ehy… Colombia, te llama Juanita, dice que tú

tienes los ojos lindos y que vayas a bañarte al mar con ella‖. Emocionado, suelto

la brocha y el pote de pintura sin tener idea de lo que hice salto hacia la orilla de

la playa. De pronto, doy reversa porque en el mismo sitio se encuentra ―la

Millonaria‖. Toca mandarle a decir: ―Que si le es posible nos vemos hoy por la

noche‖. Cita a la que Juanita acude a las 20:00 hora local del Oeste venezolano.

Un día como hoy de 1967, recibí el título de bachiller.

Noviembre 21, de 1970.

Preparo una nueva salida al centro. Los cuidadosos esfuerzos que hago para

ofrecer el queso son cada vez más desesperantes. La demanda de Frico está

mala. Procedente de Río de la Hacha arriban a este lugar Betico Curvelo, quien

llega sintiéndose jefe y como compañero de viaje Lucho (Mantequilla) Cotes. En

las primeras horas de la mañana realizo un largo recorrido en el Nissan Patrol,

azul celeste del tío Chopi Rosado. Como conductor va Betico Curvelo y el

acompañante es el hazmerreír de Lucho (Mantequilla) Cotes. Voy en el centro del

asiento delantero. En la trepada a la lomada manejan sus emociones para llegar

al convencimiento de traficar por la Avenida Judibana hasta llegar a la ―Calle del

Comercio‖, nos detuvimos cerca a la Arepera Mundial y continuamos el recorrido

por la Avenida Jacinto Lara; la ruta establecida es por el Hospital Calle Sierra y el

barrio Alí Primera. Ahora sí puedo decir que conozco a la ciudad de Punto Fijo.

No muy bien se hace entrega del material de trabajo para emprenderla con

apresuramiento hacia el centro para cumplir la cita que había acordado anoche

con Juanita. Ella no vino.


Noviembre 22, de 1970.

La varilla del reloj de sol no marca la hora. Madrugo para salir a pasear en el

campero Nissan Patrol. Conduce Betico Curvelo, Lucho Mantequilla va en el

asiento del copiloto y el interlocutor va con el cambio entre las piernas. Hasta

antes de la partida ―la Millonaria‖ no aparece por ningún lado. Fuimos al mercado

a desayunar arepas rellenas de camarones, pero el objetivo era hacer algunas

diligencias relacionadas con la estadía del barco en Venezuela. Durante la

mañana hicimos un recorrido por Guaranao y Las Piedras. En esta pequeña isla

la vida es precaria, está habitada por una sociedad compleja y pasiva. En las

mujeres se aprecia la ternura y la pobreza. Al filo de la tarde tuvimos la visita de

unas amigas. Entre ellas hay una desconocida de nombre Esther, de quien estoy

enamorado, lo mismo le ha ocurrido a Betico y a Mantequilla Cotes. La noche se

presta para ir al cine a ver la película Topaz. Antes de salir a ver la proyección he

sido abordado por el reclamo de Chila De Luque: ―En el barco se rumora que mi

mujer Coromoto te viene a buscar a cada rato‖. Además agrega: ―Hace días

también me lo dijeron‖.

Noviembre 23, de 1970.

Desde muy temprano, abordamos el campero Nissan Patrol azul cielo para

trasladarnos a la zona comercial en busca de una ferretería. Aquí se compran

clavos galvanizados y estopa para calafatear los detalles de expansiones de la

madera del barco. En el recorrido de venida, el vehículo trafica por las principales

vías de la ciudad, el confort que los acompañantes brindan permiten ser parte de
la conversación y por ello decidimos darle un respiro a nuestras emociones para

llegar al convencimiento de que: ―El ÁNGELO es una verdadera página histórica

del contrabando marítimo de La Guajira‖. Al tratar de subir por la escalera que

conduce a la borda del barco encuentro al señor Cheche. Le entrego cuatro cajas

de queso amarillo Frico.

Llueve intenso. A eso de las 10:00 A.M., hora estándar del Oeste, salimos a lavar

el Patrol. Antes de partir le hago una advertencia a la suegra de Chila De Luque.

Termino diciéndole: ―… que no volveré más a su casa‖. A las 13:00 P.M hora

local, encuentro a Julia ―la Millonaria‖, hace el comentario: ―… de que está

enojada conmigo porque no le hablo delante de la gente‖. Pienso que sufre de

celos por Esther. El mismo comentario lo hizo la Flaca ayer. Le participo en tono

bajo que debo decirle algo a las 19:00 P.M. Cumple con la cita, la plática ha

servido para enojarnos. Ahora sí creo que no seamos más amigos. A las 16:50

hora tipo, salimos en el vehículo hacia Judibana. El cambio comienza a moverse

en diferentes velocidades por la ―Calle del Comercio‖, el campero rueda raudo por

la Avenida Jacinto Lara atraviesa el Hospital Calle Sierra hacia la Avenida

Judibana. En la ciudad Jardín del Estado Falcón el Nissan se detiene en el barrio

Croelandia, frente a la refinería Amuay. Refinería que la convierte en el centro de

la economía venezolana. Es el resplandor de la cultura y la civilización que se

revela. En la oscurana, con una actitud fresca y audaz, recorrimos en sentido

contrario las integradas avenidas para llegar a donde comienza la lomada de

Carirubana. Fastidiado, permanezco recostado a la puerta del jeep Nissan Patrol;


Coromoto, la mujer de Chila De Luque, se acerca a mí con la intención de

dialogar conmigo.

Noviembre 24, de 1970.

A las 07:00 A.M. hora de Caracas, despierto con el cielo soleado de las 06:00

A.M. hora de Bogotá. En el transcurso de la mañana no hice nada. En las

primeras horas de la tarde me acerco al bar que está a la orilla del mar de

Carirubana e invito al segundo motorista Jaime Rosenthil a beber un par de

cervezas Polar. En temple, aprovecho la caída del sol para platicar con Julia ―la

Millonaria‖; en el diálogo confiesa: ―Sentirse ser mi novia, pero sugiere que debo

esperar algún tiempo‖. Argumenta una ilusión de grandeza. Después de la cena

salimos hacia Judibana en el Patrol Nissan Betico Curvelo, Justo Quintero y

Mantequilla Cotes. Hicimos el recorrido del día de ayer.

En definitiva, Judibana es el centro de un gigantesco orgullo. Los cuatro hombres

tomamos la decisión de bajarnos del vehículo para conocer bien la hermosa

ciudad. Sus calles están abarrotadas de residencias que sirven de albergue al

staff administrativo, al personal de ingenieros y obreros de la refinería Ha muay.

Además de las casas para obreros, se construyen tiendas, almacenes e iglesia.

Hasta allí llega la plaza de la congregación de madres y niños que retozan y dejan

sus ánimos muy consentidos. Cansados de tanto caminar llegamos a una cancha

de fútbol iluminada. Aquí, el trío de gordos descansan y luego inducen a regresar

al campero para irnos hacia Carirubana. Sin sueño y a pasos agigantados entro a

vespertina en el teatro de Punto Fijo para presenciar la película Cortina Rasgada.


Al poco rato estaba dormido. Por considerar que no es del agrado a mis sentidos

decido ir a dormir al camarote. A la llegada al barco encuentro a varias personas

sentadas sobre la tapa de la bodega de carga hacia proa, que escuchan por

intermedio de un radio Zenith la narración del partido de la Serie Mundial de

Beisbol entre Colombia y Venezuela. El partido se definió por el marcador de 4x2

carreras a favor de los venezolanos.

Noviembre 25, de 1970.

Despierto poseído por la sensación del sueño. En las horas de la mañana

acompaño a Betico y a Mantequilla que van en el campero al distrito comercial de

la ciudad. Aprovecho el descanso de las horas de la tarde para llegar a la casa del

señor que le fié las cuatro cajas de queso Frico. Esta vez arreglamos mejor

precio. Entrada la noche, por casualidad encuentro un poco tímida a Esther. A las

20:00 hora local de Caracas, 19:00 hora de Bogotá. Betico y Mantequilla, para

matar el tiempo, extienden invitación para ir a jugar fútbol al engramado de la

deslumbrante cancha de Judibana.

Noviembre 26, de 1970.

Ahora recuerdo lo que serían los sueños de la madrugada. Después del desayuno

la emprendimos en el Nissan Patrol hacia Judibana. Entramos en la heladería del

hotel Cid Campeador. Las horas de la noche se prestan para ir de visita a la casa

de una paisana. Para disfrutar de los chinchorros, hicimos el arribo a Carirubana

en medio de la oscuridad de la noche.


Noviembre 27, de 1970.

En la mañana, para asombro de los presentes, llega el tío Chopi Rosado. Lo

acompaño en el campero a hacer diligencias por el centro de la ciudad. Durante el

recorrido puedo ver en él una gran preocupación reprimida. Se pasa a un

ambiente urbano. Llegamos a la avenida Jacinto Lara y en un almacén de

repuesto compra una batería Firestones para la máquina del barco. Hecha la

compra, el clima y la hora nos obligan a regresar al dique de Momo. Al interior del

campero se mantiene una amable y mutua cordialidad entre tío y sobrino. El

vehículo se mantiene en movimiento, apoya la mano derecha en el volante y el

codo de la mano izquierda lo lleva apoyado en la base del vidrio de la puerta

izquierda. Sostiene la mirada fija hacia adelante mientras el automóvil rueda por

las principales vías de la ciudad. Se mantiene conspicuo y silente. Por alusión

sobre el bienestar y aquiescencia de su hijo menor, aparece una expresión

característica en su rostro a lo que responde: ―Ángelo está bien, sobrino‖.

Con intervalos de minutos surge la inquietud de preguntarle: ―¿Por qué ningún hijo

de mi abuelo Palo Floriao repitió el nombre de José Ceferino?‖. Con religioso

entusiasmo deja ver risa en sus labios: ―Mi papá no aceptaba que le pusieran a

ningún nieto el nombre de José Ceferino, a menos que fuera con el

consentimiento de él‖. La ciudad en su totalidad está ocupada por vehículos y

gentes que van y vienen. El tema no nos escandaliza, por el contrario, sintetiza la

más ardiente emoción: ―¿De dónde sacó el viejo Palo el nombre de José

Ceferino?‖ –una imagen explosiva del tío lo dice todo--, finge una parodia de

buena actitud al decir: ―A finales de los años cuarenta mi abuela Lilia Mejía se
vino de Dibulla a vivir con mi papá y mi mamá en la casita de la calle 1 # 3-03 –

trae a su mente la dulzura de voz, la alegría y el amor de la anciana--, una noche

no había nada de comer en la casa y nos sentamos en lo alto del sardinel y con el

corazón hizo una tradición oral: ―Por allá… por el año de 1879, ese señor –dijo

refiriéndose a mi abuelo José Ceferino Rosado Montenegro--, se conoció conmigo

en una tienda de la calle primera de aquí… de Riguacha. Él era un arriero que

venía de los pueblos de la Provincia de Padilla con seis mulas cargadas de

víveres. Comienza a meditar sin apartar la vista del trayecto de la vía.

El procaz viajero se gana un minuto de descanso para seguir apoyándose en la

historia que le relataba la abuela: ―Yo recuerdo que ese día ese señor luego me

vio entrar a la tienda se acercó a mí, arrojó su sombrero a mis pies y dijo estas

hermosas palabras:‖ ¿Señorita, cómo se llama usted?‖ ―Yo le respondí con mucha

cortesía:‖Lilia Mejía –Siente la fantasía de la abuela en cada frase de entusiasmo

ardiente--, él siguió con el pereque:‖ ―Es muy bella, sepa que voy a casarme con

usted‖ ―Yo le respondí : ―Tendrás que ir a Dibulla para que hables con mi papá‖ –

Chopi imita el lenguaje corporal de la extinta anciana-, ella dijo que al salir de la

tienda el hombre volvió a molestarla: ‖Dígale a su papá que voy para la fiesta del

Perpetuo Socorro … a pedir su mano‖. ―Para quitármelo de encima le respondí:

Allá lo espero –tanto el nieto como la anciana habrían soñado con algo muy dulce

y deseado-- Con entusiasmo recuerda las palabras de la abuela: ―Ese hombre se

volvió loco conmigo… y hasta llegué a saber que fue al pueblo de El Molino a

decirle a todo el mundo que él se iba a casar con la mujer más linda de Dibulla.
Es una hembra morena de cabellos negros que le llegaban hasta las nalgas‖. En

su mente quedó bien grabada la imagen de su abuela.

Sentimientos incontrolables dentro de su cuerpo, lo llevan a la narración del

legado histórico la abuela Lilia: ―Llegó el día de la fiesta del Perpetuo Socorro y

bien temprano, el hombre se presentó en la casa. Habló con mis padres y puso

fecha de matrimonio. Y… echa la loca, nos casamos‖. La vieja Yiya hace juego a

los intereses de la familia: ―De mi matrimonio tuve dos hijos: tu padre José

Agustín y a Rosario.

Parece que sobre el ambiente del asiento delantero del campero, flotara un

poema de amor y de amargura. Las voces se pierden: ―Él se llenó de celos con un

amigo mío. Y una madrugada de un 31 de diciembre se levantó a las tres de la

mañana y mientras se preparaba el café, ensilló la bestia y partió sin despedirse

de mí ni de ninguna de las otras mujeres que él tuvo. Hasta el día de hoy nadie

sabe de él. Unas personas comentan que la leyenda cabalgó por las montañas

durante cuatro noches y cinco días en medio de los sonidos de los pájaros, la

brisa que mecía las hojas, los olores de las plantas y las flores y hasta del sabor

natural del aire de Cerro Pintao en El Molino‖.

Con el encantamiento trata de establecer vínculos con el secreto del pasado

yaciente de mis bisabuelos. Él lo dice como si fuera la encarnación de la abuela.

El ambiente en el campero se llenó de paranoia familiar. En la etapa final de la

travesía el Nissan Patrol se detiene a un lado de la loma que lo conduce hasta


Carirubana. Abre la puerta y baja el estribo con imponente y profundo silencio,

como si pasara del misterioso mundo de la psicología al mundo real. La ocasión

se presta para ampliar el diálogo:‖ Nunca supe nada del abuelo José Ceferino

Rosado Montenegro. Mi papá era muy jodido, sólo le confiaba sus intimidades a

mi hermano José Ceferino y a mi hermana Carlotica. Ella fue la primera persona

a la que le oí hablar de mi abuelo. –Tiene esa mirada que lo recuerda todo--, a

pesar de que él iba todos los años a visitarlo a la rosa que tenía en las montañas

de El Molino, nunca nos dijo que era un hombre bien parecido, de tez blanca, pelo

mono y engajado. Espigado, bien plantado a quien le lucía el sombrero fino. El

rostro presentaba los cachetes rojos, por eso sus amigos lo apodaban ―El

Colorao‖ –es una tradición oral dicha de pasada--, esta fantasía es una conexión

espiritual con nuestros antepasados.

Al estar bajo la sombra del barco de pronto se escucha su otra voz: ―Betico y

Mantequilla viajaron por la madrugada hacia Maracaibo, Estado Zulia. Deben

haber llegado. –la conversación afectó sus emociones--, ―¡Justo Quintero

encárgate de bajar la batería del carro‖. Intento pensar en mí y elijo la conciencia.

Con creciente entusiasmo acabo de descubrir que el tío Chopi Rosado es el

modelo de conducta para mí. Tiene estilo y confianza de sobra. Hace parte de la

imaginación de las personas cuando dicen que la suerte es para los valientes

como él. A las 15:00 hora local, el tío se despide y se marcha solo en el Nissan

Patrol para Riohacha. Vuelve a mí la aburridera. Entrada la noche hago una

nueva amiga. Acordamos volver a hablar dentro de tres días. Espero que sea
seria y cumpla la cita. A eso de las 09:00 P.M. salimos a comprar una gaseosa

Frescolita el interés en ir es por ver a Anita.

Noviembre 28, de 1970.

El día ha estado largo y aburridor. Lo paso de pintor de brocha gorda. Antes de ir

al camarote recibo un papelito de Juanita y otro de Aurita. Todos compartimos las

emociones.

Noviembre 29, de 1970.

Nada nuevo bajo el sol. Las horas son largas y sosas. La fresca noche está

propicia para visitar por primera vez a Juanita. Paso a otro plano para manifestar

que estoy cargado de ladillas. No aguanto la tentación de rascarme los pendejos

del culo. Casi todo el santo día ha pasado bajo la lluvia.

Noviembre 30, de 1970.

Día lluvioso y cansón. No he hecho nada durante el horario de trabajo. Ahora mi

problema son las ladillas, las tengo a montón.

Análisis del mes.

En este mes todo ha sido bueno. En general, las cosas pintaron de manera

regular. Hay conformidad en mí en vista de que la experiencia de navegante se ha


extendido por los puertos de Puerto López (Colombia), Aruba (Antillas

Holandesas) y Punto Fijo (Venezuela). La suerte ha mejorado un poco. Los

negocios se extienden y parecen componerse. De otro modo quiero confirmar que

estoy contento. No sé por qué pero así me siento. Debe ser por las buenas

noticias que había recibido.

DICIEMBRE DE 1970.
Diciembre 1, de 1970.

La perlesía del sol se pierde. Por no hacer nada, el día se siente largo y

estresante. El sol ha recorrido más de la mitad del puente. Por la noche, con ideas

visionarias, salgo a pie hacia el centro de la ciudad en busca del cliente que debe

entregar la plata del queso. El leguleyo salió con unas largas y otras cortas y no

hizo entrega del dinero.

Diciembre 2, de 1970.

La aurora comienza a mostrar colores azul y blanco pasajero. Debido a que no se

hace nada los días se sienten largos y monótonos. Para matar el tiempo, pernocto

en lugar cercano a la ―Calle del Comercio‖ y en el correo le pongo una carta a

Carmen Siosi. Por última vez compro una fracción de la lotería de Yaracuy.

Diciembre 3, de 1970.

Hice oficios en el barco durante las horas de la mañana. Después de la siesta,

trato de captar información del número de la lotería de Yaracuy. La ocasión se

presenta favorable porque libro ocho bolívares. De pronto, estoy de vuelta hacia el

lugar de la estada. Aquí recibo injurias y calumnias de parte de Julia. Al fin y al

cabo todo queda en calma. Como si no pasara nada. Juanita no ha cumplido con

la cita, no estoy seguro si ha sido por culpa del rocío que ha caído en toda la

tarde. Estoy invadido de ladillas.

Diciembre 4, de 1970.
En las primeras horas no he hecho nada. Espero realizar la travesía hacia el

centro comercial de la ciudad para realizar la diligencia. Estoy enterado de que he

librado cuarenta y ocho bolívares con la lotería del Táchira. La noche está

sabrosa. Por la radio me entero de que el equipo de beisbol de Cuba vuelve a

quedar de campeón mundial. El maquinista Marco Rosenthil quiere que le preste

el diario para leerlo. Se lo he negado.

Diciembre 5, de 1970.

La aurora comienza a dar colores. No estoy motivado para hacer nada. El día ha

estado feo.

Diciembre 6, de 1970.

Amanezco con resfriado. Lavo el baño con la compañía del contramaestre Justo

Quintero. Aprovecho la oportunidad para lavar la ropa de trabajo. Con el cuerpo

descompuesto regreso al camarote bajo el fuerte calentamiento. Soy despertado

a las 10:45 A.M. hora de decido pescados, no se la acepto. A las 01:00 P.M. veo

llegar a la playa a tres hermosas muchachas, hay cruces de miradas pero no se

concreta nada. La tarde se presta para escuchar por la radio los partidos del fútbol

profesional colombiano por la emisora Radio Península. Estoy sentido porque mi

equipo, Independiente Santa Fe ha perdido con Millonarios por el marcador de 1

gol por 0. Para calmar el dolor por la pérdida del partido busco la compañía de

Justo Quintero y Jaime Rosenthil para llegar al bar Independiente. Mientras ellos

consumían cervezas Polar hablábamos sobre los problemas que acontecen en el


barco. Fastidiado de tanto escuchar paja, propongo regresar al barco a las 08:00

P.M.

A las once de la noche trato de establecer vínculos con el pasado y le confieso a

Ramón y a Simón Vargas sobre la época de mis años mozos en Río de la hacha,

cuando junto con la muchachada del barrio robaba trompos en la colmena de la

señora Beba Choles, ubicada en el mercado viejo de la calle 1 # 7-11; otras

veces, robábamos dos y tres pares de guaireñas en la tienda del señor Gerardito

García (carrera 7 # 3-18). También sustraíamos libras de Café Puro Almendra

Tropical de la carrocería de un camión que parqueaba en el solar que está detrás

de la iglesia de Nuestra Señora de los Remedios entre calles 2 y 3 con la carrera

séptima. Hubo un año en que tuvimos la osadía de romper la tubería del

acueducto de Río de la Hacha para vender el hierro colado por valor de cinco

centavos la libra en la chatarrería del intrigante de Andrés Jiménez, que vivía en

la calle 3 ‖ la Concordia‖ # 10-63 en el barrio El Guapo de Riohacha.

Diciembre 7, de 1970.

En las horas de la mañana no tuve tiempo para el baño. Soy invitado por el

contramaestre Justo Quintero y el segundo motorista Jaime Rosenthil a tomar un

par de cervezas en una cantina de la ambiental callejuela de Carirubana. Bien

temprano, entro en la cocina del barco y le robo tres panes al cocinero Víctor

Adams, los cuales comparto con el motorista Marcos Roshentil, quien colabora

con dos Pepsi Colas. El festejo se lleva a cabo en la bodega número dos de popa.

Con riesgo de ser sorprendido guardo un pan para comérmelo mañana por la
tarde. En horas de la tarde, tengo la curiosidad de saber en qué número ha

jugado la lotería del Táchira. No he librado nada. Por casualidad tropiezo a una de

las muchachas que se bañaba ayer en la playa. Hoy, la he visto diferente. Al

parecer las ladillas han sido controladas. La rasquiña es poco frecuente.

Diciembre 8, de 1970.

Hubo arduo trabajo. He aprendido a echar masilla sobre las estopas del barco.

Después del mediodía, voy en busca de saber en qué ha caído la lotería, no sé si

he ganado algo. Por el centro deambulo bajo la lluvia. Por la noche es parte de

urgencia estar de vuelta al dique. Platico un largo rato con Juanita hasta llegar al

acuerdo de vernos mañana por la mañana.

Diciembre 9, de 1970.

Juanita no acude a la cita. El día ha sido aburridor. Los carpinteros, con la

colaboración de los trabajadores de Momo, han terminado de clavetear los

nuevos tablones que se habían desprendido con el golpe que el barco sufrió bajo

la popa. Ranulfo Palacio y José Meléndez calafatean con estopa y masilla las

juntas. Una vez seca, comenzaremos a pintar de color rojo la quilla y la línea de

flotación.

Diciembre 10, de 1970.

Bien temprano he sido sorprendido por el tío Chopi. Merced Ramón es una

persona probablemente irrepetible. Con elegante discreción acostumbrada lo

acompaño a transitar por la zona comercial para hacer algunas diligencias. El

inolvidable espectáculo que ofrece la llegada al centro en el Nissan Patrol es


inolvidable. Por todas partes se ven detalles de navidad altamente románticas. La

posición del sol cambia durante el periplo de un lado hacia el otro. Bajo el

recorrido del vehículo y el cruce de calles largas estamos de regreso al barco al

filo de las horas de la tarde. De manera confidencial el tío me hace entrega de $

3250 Bolívares, para que se los entregue al ingeniero de navío, una vez terminen

de hacer los arreglos al barco. ―Sobrino, entréguele este dinero a Momo. No se

los deje ver de nadie. Tenga mucho cuidado con ese dinero,‖ Recibido, aprovecho

la oportunidad para hacerle entrega de una carta para mi prima Rebeca Sánchez.

En vista de que el segundo motorista Jaime Rosenthil, se va con el tío hasta Río

de la Hacha, con él les envío a mis hermanos diez pantaloncillos Fu- Ge, ocho

pares de medias, dos camisas, once pañuelos y dos pantalones.

Diciembre 11, de 1970.

Desde bien temprano comenzamos a trabajar en la pintada del barco y a coger

los detalles de otros arreglos. Pienso en la ropa que les he enviado a mis

hermanos. Al mediodía, el motorista Marco Rosenthil pide el favor de que le

preste la maleta Starfite. En el cambio de la maleta vieja de él por la mía, se da

cuenta del dinero que tengo guardado. Confiado escondo los Bolívares en el

fondo de la maleta que está sin seguro. No sé en qué momento aprovecha la

ausencia del capitán para entrar al cuarto de mando. A eso de las 04:00 P.M.

termino de pintar y con desconfianza decido subir al cuarto para revisar el dinero

que había guardado en la maleta insegura.


Con desazón trepo escalera arriba y al entrar al cuarto me llevo la sorpresa de ver

esculcada la ropa. Quedo desolado. Es parte de urgencia notificárselo al capitán:

―Capi me han robado los $2350 bolívares que debía cancelarle al naviero Momo‖.

Nuestras mentes trabajaron muy rápido. El capitán Elías sugiere que denuncie el

robo cuanto antes. Paso fácilmente de la frustración a la ira. A toda prisa salgo a

poner la denuncia. Desaparezco en la loma. Sólo resta atravesar las últimas

cuadras para llegar a la oficina de la Policía Técnica Judicial (P.T.J.) Comienza el

interrogatorio. Hago una declaración muy completa acerca del robo, donde pongo

como primer sospechoso a Marcos Rosenthil, ya que ha sido la única persona en

darse cuenta del dinero que guardaba en el momento que hice el cambio de

maleta con él. Fui convencido por el arte mentiroso de Roshentil al decir que le

prestara la maleta porque iba para Caracas a ver la hija enferma del síndrome de

Down. La conducta social del beodo motorista le permitió aprovechar el momento

en que bajé para terminar de pintar la línea de flotación. Pongo un telegrama

urgente a Chopi. Cuento con la reacción rápida del servicio de inteligencia. Tres

miembros de la P.T.J. vinieron a requisar el barco, como no encontraron el dinero,

tomaron la determinación de llevarse retenida a toda la tripulación. El capitán

Elías Durán se hace a un lado y me llama para decir: ‖Rosado si se llevan al

personal, se complica la cosa porque se paralizan los trabajos hasta que se

presente Marcos. Aquí nadie sabe la dirección de él. Dígales a los detectives que

traten de ubicarlo y capturarlo en Caracas. El barco debe salir de Venezuela lo

más pronto posible‖. Los sentimientos de vulnerabilidad los tengo confundidos.

Acuerdo con ellos que hay que esperarlo para interrogarlo y capturarlo.
Diciembre 12, de 1970.

No he podido conciliar el sueño. Hay desconcierto total en mí. De nuevo, estoy de

vuelta a la oficina de la P.T.J. para que los agentes no se vayan a desinteresar del

caso. El comentario del robo ha sido todo el día en el barco y en el poblado de

Carirubana. Todos los marineros están de acuerdo en que Marcos no tenía dinero

para ir a Caracas a ver a la hija que nunca ha atendido. El contramaestre Justo y

el marinero Chila dicen que se bebió el sueldo en cervezas Regional. No todos los

marineros comparten la misma emoción. El trabajo en el arreglo del barco ha sido

formal. Con la alteración temporal procuro ir al centro a cobrar parte del dinero del

queso que acredité. Encuentro borracho al cliente, o al menos, así dijeron en la

casa.

Diciembre 13, de 1970.

Sin dudas, todos tienen ganas de trabajar. Tengo en el pensamiento la hora cero

ya que se acerca el martes. Marcos no ha llegado de Caracas. Anita ha enviado

saludes con el viejo Simón Vargas, pienso que ha cedido terreno. No dejo de

pensar en el chasco en que estamos metidos por la pérdida del dinero, hay que

buscar la forma de recuperarlo. Se dan los últimos pasos para llegar la hora de

saber quién se robó el dinero. Por casualidad, frente al teatro Boyacá veo a uno

de los detectives que se acerca a mí con interpelación seria y formal: ―¿Señor

Rosado, apareció el dinero?‖. Luego de una breve charla con el agente, entro a la

Arepera La Gran Vía y me tomo una gaseosa 7Up. La luna está en su cuarto

creciente. La claridad de la ―Calle del comercio‖ hace que el astillero quede cerca.

Duermo sin sueño.


Diciembre 14, de 1970.

Acabamos de pintar de rojo la línea de flotación del barco. Todo el santo día he

tenido en la cabeza a Gladis Lugo y el problema que se ha presentado con la

pérdida del dinero. He estado a la espera de Chopi. Por la noche llega Marcos

Rosenthil y de inmediato le doy la alerta a la P.T.J. Llegan a las 09:10 P.M. y se

llevan al motorista. A las 22:00 hora local, lo soltaron. Me reclama con palabras

ofensivas porque aparece reseñado como ladrón en la Policía Técnica Judicial. El

capitán Elías interviene para calmar la querella. Entre los dos hay una sugestión

de movimiento de armas. La confrontación ha llegado demasiado lejos.

Diciembre 15, de 1970.

Desayuno, me baño y en medio del grupo de marineros anuncio lo que debería

hacer en la oficina de la P. T. J. con la convicción de que a Marcos se le haga

descargo por robo. Abandono la oficina de investigación a las 12:00 M. hora

standard del Oeste de Venezuela. Por la tarde termino de pintar el hilo del barco.

Aquí todo el mundo está con la inquietud porque Marcos no ha aparecido en todo

el día.

Diciembre 16, de 1970.

Corregidos todos los detalles se da por terminado de pintar el barco. Tengo

entrevista con el arquitecto naviero Momo y le hago saber todo lo que ha ocurrido

y lo que se le ha informado al tío Chopi. Pienso en la consecuencia de este


malestar y le escribo otra carta. Para aclarar la situación, le envío todos los

papeles en un sobre de manila, dándole un informe detallado de lo acontecido.

Diciembre 17, de 1970.

No he hecho nada en todo el día. Es notable que tenga tendencia a los estallidos

de violencia. Los hombres del capitán Elías mantienen vivo el espíritu marinero.

Me siento vacío. He pensado en matar a Marcos Rosenthil y arrojarlo al fondo del

mar en La Macolla. Decido darle un respiro a las emociones y le manifiesto al

capitán Elías los sentimientos incontrolables dentro de mi cuerpo. El capi está

alarmado por la conducta mía en los últimos días. La punzante situación tiene un

enorme impacto en su actitud y trata de apaciguar los ánimos con ruegos y

buenos consejos: ―Mira… Polaco, tú eres un buen muchacho, no vayas a cometer

la locura de tu tío político. ¿Tú sabes lo que hizo Carlos García? –presenta una

visión de otra época, en la expresión del dedo índice yace el oscuro secreto de un

pasado--, la interpelación formal es: a mediados de los años cuarenta el barco

San Rafael salió de El Pájaro con un cargamento de muebles. La tripulación

estaba compuesta por el capitán Jesús Jiménez y los marinos Luis Antonio

Lozano, Felipe García, Samuel Gómez y dos chinitos más que no recuerdo sus

nombres. Por ser dueño de la carga venía como pasajero Carlos García. Traía

buenos recuerdos‖.

Trata de crear una sugestión de mandamiento en mí: ―A la mañana siguiente, se

vieron frente a Punta Cañón. Aquí hicieron estadía. El capitán Jiménez era un

experto lobo marino que estaba enterado de que el mar de Punta Gallinas es un
laberinto de recodos pocos profundos, sin embargo, no sé por qué encomienda al

contramaestre Samuel Gómez la difícil tarea de fondear el barco en el puerto de

Talúa para recoger unos animales y completar el cupo de la carga. Con impecable

precisión el timonel trata de realizar un peligroso giro contra la corriente, pero al

parecer perdió el control del timón y la proa del barco tropezó con una roca

sumergida de los bajos que hay en Bahía Hondita. –De nuevo estoy envuelto en

la luz de su mirada--, se abrió una brecha en babor y la lancha comenzó a hacer

agua. Como toda la carga era de Carlos García, éste perdió el control de la ira y

con revólver Smith & Weason treinta y ocho largo en mano, correteó a la

tripulación y le propinó tres tiros a Samuel en el pecho. Carlos, bajo la ira e

intenso dolor, obliga a los marinos a arrojar el cadáver al agua. Estos, llenos de

miedo, aprovecharon un descuido de él y despavoridos se lanzaron a la mar y

como pudieron llegaron a nado a la orilla. Él se quedó solo en el barco, arrastró el

cadáver y lo tiró al fondo del océano.

El capitán Elías hablaba lo menos traumático posible: ―A la mañana siguiente, dos

indios se presentaron a la casa del corregidor de Bahía Honda y le dijeron que

habían visto un hombre muerto con la boca llena de arena en las playas de

Taluita. Toño García pasa un informe y a los tres días hace entrega del acusado y

de la tripulación al Juez de Uribia. Tres meses después, Víctor Pinedo Barros

decide enviar al reo a la correccional ―Las catorce ventanas‖ de Santa Marta –los

recuerdos del capitán estaban guardados junto con un rebosante inventario--,

cuatro policías fueron los encargados de la custodia del prisionero. En el

momento de ser trasladado, Carlos García con amenazas veladas, se acerca a


Víctor:‖Te voy a matar luego cumpla la condena‖ –a lo que el juez respondió con

sarcasmo--, ―Carlos pongo en dudas que tú me mates, porque creo que estaré

muerto en el momento en que tú salgas‖. Vicentico Sabino, como dueño del San

Rafael, se encargó de sacar al capitán y a los marinos de la Alta Guajira. Y tu tía

Zoila Rosado… --hace señalamiento con el dedo amigo y recalca con serias

palabras --, se puso al frente de la situación de su esposo y viajó a Santa Marta a

contratar los servicios del doctor Martínez Sarmiento.

El capitán tiene muchas razones consciente e inconsciente. Tiene la voz del

doctor Martínez dentro de él: ―Este abogado leyó el expediente y le hizo una

recomendación: ―Señora, este expediente está negro; y yo no le quiero robar la

plata. Este caso no lo resuelve nadie aquí en Colombia‖. A lo que con arrogancia

y prepotencia respondió Zoila:‖ Entonces voy a quedar arruinada, pero de que lo

saco… lo saco… la próxima semana viajaré a Bogotá para poner de apoderado al

doctor Urdaneta Arbeláez o al doctor Ramírez Moreno‖. De nuevo intervino el

doctor Martínez:‖ Señora Rosado, de nada le va a servir que usted contrate a

estos señores; el único que podría sacar de la cárcel a su esposo es el doctor

Jorge Eliécer Gaitán‖. Zoila Leónidas papea con altivez:‖Entonces hablaré con el

doctor Gaitán y le pagaré lo que pida‖ --Con el correr de los años una muestra de

justicia poética lleva a la tragedia al caudillo liberal--, se gastó todo el dinero, se

desintegró el hogar y Carlos García después de purgar una condena de dieciocho

años salió loco de la cárcel. –Esas palabras tienen un sentimiento peculiar---, así

que no vayas a repetir esa locura‖. El relato que he disfrutado se convertirá en


recuerdos. Quedo impresionado con la historia que ha narrado el capitán Elías

Durán, a sabiendas de que es una estrategia osada y dramática.

Se termina todo el trabajo por hacer en el barco. En el horizonte están los últimos

destellos de una luz moribunda.

Diciembre 18, de 1970.

Son las 06:00 A.M. horas local de la costa Oeste de Venezuela. La posición del

sol cambia con respecto al día de ayer. La hora y la temperatura han hecho que la

gente no haya dormido. Los marineros aguardan sentados sobre la paneta y la

tapa de la bodega de popa. A todo el personal le sirve tinto el cocinero Víctor

Adams. En la toma del tinto, los marineros aguardan bien concentrados. Aquí hay

una gran actividad. ―Hoy comienza el primer día de los mejores días, por el resto

de mi vida‖. En el astillero hay gran actividad de parte de los trabajadores, los

carpinteros y los marineros interactúan para el lanzamiento del ´barco al agua.

Las cosas son vistas bajo la complaciente mirada del capi Elías y de Momo. Los

dos cegatos revisan el acuñe sobre el astillero se cercioran de que el barco al

rodar no haga movimientos bruscos.

Son las 10:23 A.M. Subo por la escalera después del capitán. En el puente de

mando le colaboro en el mantenimiento del sistema de navegación. Hago limpieza

a la brújula, aparato circular que se divide en cuatro ángulos y una aguja imantada

en el centro que siempre señala hacia el Norte. Sirve de guía a los navegantes.

Por primera vez tomo en mis manos el compás, aparato que sirve para el trazado
de medidas angulares. El capi me enseña que el sextante sirve para la medición

de ángulos y distancias. El radionavegante está cubierto de polvo y he tenido

mucho cuidado en sacudirlo. Los binóculos o gemelos se encuentran limpios

dentro del forro. La carta de marear o mapa marino necesita de un mejor cuidado;

presenta manchas oxidadas y algunas roturas; no se aprecian bien algunas

distancias entre puertos, islas y faros.

Se escuchan voces desesperadas. Presuroso bajo a tierra. Se estabilizan las

fuerzas laterales de babor y estribor. Momo es un verdadero visionario italiano

que tiene ideas nuevas todos los días. Con el acoplamiento y el crujir de los

rodillos, empieza el rodamiento de la armadura de la barca sobre el dique seco. El

cuerpo y envergadura de la nave queda explayado a poca profundidad de la orilla

de la mar. La quilla pega al fondo. Vientos cálidos soplan del norte. El clima y las

condiciones del mar comienzan a cambiar. Las olas continúan con el golpeteo en

la parte baja de la popa. El Ángelo libra una batalla contra la marea baja. A las

10:23 A.M. el mar se enfurece en un instante, la marea viva es alta y el mar

penetra más de lo usual. El oleaje es fuerte y los marineros aguardan para el

empuje hacia mar adentro, el motor está en el cambio de reverso. En un acto de

fuerza, los hombres arrastran el barco hacia el fondo, el nivel del agua sube hasta

la mitad de la línea de flotación. Decido permanecer en tierra, en casa de Julia le

hago un pequeño humor negro. Una ilusión óptica hace que por error de paralaje,

el barco se vea fondeado frente a Punto Fijo. Ahora enciende motores hacia

Guaranao.
En las horas de la tarde, el radio de acción cobra vida hacia la ―Calle del

Comercio‖ arriba, hasta las oficinas de la Policía Técnica Judicial. Con ella, trato

de monitorear la situación del dinero hurtado. El jefe de la P.T.J. da la autorización

para que el barco pueda zarpar sin ningún problema. Con el carpintero José

Meléndez, le hago llegar una carta a mi tía Sabina Dolores Rosado y otra carta al

tío Chopi.

La luna posa sobre el mar de Guaranao.

Diciembre 19, de 1970.

Guaranao es hermosa y sin duda muy calurosa. Estoy desvelado desde las 11:20

P.M hora estándar del oeste de Venezuela. En las Antillas holandesas es la

misma hora por encontrarse en la misma latitud y en Colombia serían las 00:20

P.M. No he vuelto a dormir más, tuve que levantarme a orinar varias veces. En la

madrugada despido a los carpinteros. De regreso al camarote pienso en la

motivación de los venezolanos al decir que el progreso floreciente del Estado

Falcón se debe al presidente de Venezuela, Rafael Caldera.

A las 07:00 A.M. la tripulación desayuna en relativa paz. El Ángelo calienta

máquina, a la vez realiza el achique del agua de sentina. Zarpa del muelle de

Guaranao a las 07:30 A.M. hora de la costa oeste de Venezuela. La hoja de ruta

establecida tiene como destino el puerto libre de Aruba. El cambio de velocidad

llega a los tres cuartos de máquina, la hélice deja una estela de espumas sobre la

superficie marina. En proa de babor, tenemos contacto visual con los puertos de
Carirubana y Punto Fijo. El Ángelo se dirige hacia el océano abierto. Tengo el

horizonte al frente y doy el último avistamiento hacia tierra. Ahora estamos a una

hora y media de viaje. El puerto desaparece y el horizonte se descompone. La

elongación y el reventar de las olas escupen el barco, el agua que cae sobre

nuestros rostros se siente más pesada y más salada, la vida de lobo marino que

ha llevado Simón Vargas le permite augurar con autoridad: ―Tiempos de lluvia en

el golfo de Venezuela porque el agua se ve babosa y presenta lo que se conoce

como la marea verde‖.

Fuera de las doce millas marinas, el agua cristalina refleja una gama de siete

azules en una especie de sueño surrealista. El Ángelo sigue a toda marcha por el

mar ondulante. En la carta marina el capitán Elías Durán registra que a 33 millas

al suroeste de nuestra posición se encuentra el lago de Maracaibo. En este

umbral del infierno se llevó a cabo una batalla naval de mayúsculas proporciones.

Por algunos minutos hago reminiscencia de la historia que se remonta ciento

cuarenta y siete años atrás. Un drama como este, permite un relato épico,

recuerdo que llevaría al capitán de navío José Prudencio Padilla a ir más allá de

las limitaciones humanas. En un acto de vida o muerte, forzó la Boca de la Barra,

fortaleza donde se encontraban ancladas las naves de guerra del Almirante

Laborde. En el cañonero Independencia y al grito de ―¡Al abordaje!.. El negro

Padilla pasó desnudo bajo el fuego vivo de los esteros y castillos de San Carlos.

La furia de sus pasiones mismas, lo llevan a librar la cruenta Batalla del Lago de

Maracaibo, donde vence a la Armada española, el día 24 de julio de 1823. La

gloriosa victoria simboliza la libertad del pueblo americano y de los negros


africanos. Cartagena es la ciudad madre de los esclavos. Fue esta la razón que la

llevó a ser sede de la sesión extraordinaria de la Junta de Gobierno. Su Majestad

Simón Bolívar, para congraciarse con la victoria del amigo y el pueblo venezolano,

se puso de pie y con un gesto de solidaridad y admiración, pronunció estas

hermosas palabras : ―José Prudencio, hazme el favor de colocarte a mi lado –

extiende el brazo derecho sobre los hombros del coloso riohachero y con gesto

indómito mira hacia la audiencia--, me siento honrado y agradecido en razón de

que la Patria tuvo el grato honor de concederme el derecho de presentar ante

ustedes al Almirante José Prudencio Padilla López, LIBERTADOR DE AMÉRICA

EN LOS MARES‖. Las palabras del Libertador de cinco naciones, tuvieron un

enorme impacto en el recinto.

Como tataranieto de Pachito Padilla, segundo en la línea sucesoria de la prole de

Don Andrés Padilla y Doña Josefa Lucía López; estoy tentado a saber cuál sería

la desagradable anuencia de los ―amigos‖ y enemigos de mi tío tatarabuelo, el de

tener que dignarse a ponerse de pie para aplaudir durante varios minutos al

LIBERTADOR DE AMÉRICA. La lucha, los celos y el adulterio lo llevaron a ser

víctima de la envidia de los contrarios. Como se puede apreciar, la historia reseña

que el apellido Padilla es un legado de gloria.

Desde aquel instante permanezco acostado sobre el colchón del camarote de

oficial, boca arriba con la cabeza apoyada sobre los dedos de las manos. El

capitán Elías mueve el curso del rumbo 16 millas al Este, ahora navegamos a

través de La Macolla, en esta, hasta el reconocimiento diurno es riesgoso. Arrecia


el viento, los rizos de la península de Paraguaná y de la península de La Guajira

desvían las corrientes hacia el Norte. Los giros son remolinos oceánicos. El barco

enfrenta los duros desafíos de mar abierto y la velocidad de las ondas nos indican

que estamos en aguas profundas. Las olas golpean fuerte el casco. Las nubes

espesas dejan tragaluces que le dan brillo a la superficie marina. Son las 10: 05

A.M. hora local del océano Atlántico. El capitán surca el océano. La sinfonía del

jugueteo de las olas, los sonidos de la brisa, el sabor del agua, los olores del mar

y el influjo del sol a esta hora seducen a dormir. Por un margen de error en el

rumbo, el timonel Cachaco iba a estrellar el barco contra el arrecife.

A buen tiempo estoy con Chila De Luque en la cubierta de amarraje, el marino se

da cuenta y hace que la destreza maniobra del capitán lo ponga a salvo. A las

12:30 M. el Ángelo hace el arribo a la isla de Aruba. En el Cruise--ship terminal,

los marineros culpan al capitán por ser ciego, pero los culpables son ellos. No

muy bien, había puesto los pies en el muelle, cuando había sido informado por

Chandía Freile, de que había una carta remitida por Gladis Lugo Zurita a la

residencia de la mujer de Chema Vanegas; ubicada en Koning Straat 55,

Oranjestad. Por la tarde y bajo la lluvia, acuerdo una salida con el indio Chandía

Freile; que también, había informado de que tenía cartas en la Agencia Popular.

La amable secretaria de la agencia de zarpes, hace formal entrega de un arrume

de cartas; que fueron remitidas en los meses pasados, por mi hermana Rosa

Betty Gutiérrez y mi hermano Carey Rosado. Las que permitían medir reacciones

emocionales, durante toda la noche; para empezar, ojeo por última vez el reloj

despertador que marcaba las 08:35 P.M. hora local de las Netherland Antilles.
Arrinconado en el camarote de mando, que quedaba encima donde dormía el

capitán Elías Durán Iguarán; aprovechaba la luz de una de las pantallas del

muelle; para leer hasta la media noche, las cartas boca arriba que me llenarían de

inspiración.
Diciembre 20, de 1970.

Después del desayuno aparece al lado de estribor una camioneta Ford azul

conducida por Noly. La abordaba como copiloto, para salir en dirección hacia el

centro de Oranjestad. En las calles, las tiendas y almacenes han comenzado a

estanterizar la imagen de Santa Claus. Habíamos acordado en pintar la casa de la

señora Dolores, de nacionalidad dominicana. Toda la mañana dimos brocha por

parejo para terminar de pintarla a las 15:00 P.M. La señora Dolores tuvo la

amabilidad de brindarnos el almuerzo. De Oranjestad salimos en la camioneta por

una calle angosta hacia el Boulevard L. G. Smith, tomamos la ruta en dirección

oeste para llegar a los hoteles. Lugar que pareciera estar siempre de fiesta. En los

baños nos duchamos bien y en abundancia, cosa que no se puede hacer porque

en Aruba el agua dulce cuesta más que el oro. La movilización se hace a través

del impactante paisaje que invitan a compartir un momento de deleite hasta el

terminal. El muelle está diseñado para que el vehículo llegue hasta las

aproximaciones del barco. Lo mejor que ha podido suceder es tener que

abandonar el vehículo para escuchar los partidos del fútbol profesional


colombiano. Pero lo lamentable es que no se pudo escuchar nada. A las 08:35

P.M. buscaba la aprobación del camarote.

Diciembre 21, de 1970.

Con clima soleado y seco perfecciono una nueva salida hacia el centro. Con

rumbo desconocido entro en la oficina del correo a preguntar por los libros que

había encargado antes de viajar a Punto Fijo. Estoy sorprendido porque no han

llegado. De inmediato, le escribo a Estudios de Memoria y a Gladis Lugo. Por las

horas de la tarde hago el robo de un par de zapatos españoles, que al

medírmelos les quedaron grandes a los pies. También, hice el robo de unas

blusas muy bonitas, que tocará mandárselas a mi prima Ingrid Pérez con la

señora Digna Choles de Wild, que viaja esta noche para Río de la Hacha,

Colombia. La noche ha sido testigo de conversar por largas horas con Simón

Vargas. En sus labios siempre hay una sonrisa, habla breve y sustancioso de sus

hazañas en la isla de Barú. Parece que sobre aquel ambiente flotara un poema de

amor y de nostalgias. Eso sí, este viejo habla más que un loro. Siente la fantasía

de la navidad de los hijos en cada frase de ardiente entusiasmo. El sueño nos

visita a eso de las 02:00 A.M. del 22 de diciembre.

Diciembre 22, de 1970.

He permanecido en el terminal a la espera de carga. En la mañana no se ha

hecho nada, dedicado al raponeo, robo media docena de pantaloncillos en el


carro de la Agencia Panamericana. Estoy convertido en un ladronazo a carta

cabal. En las horas de la tarde, tengo la visita del personal de Nikí Habibe para

trabajar horas extras hasta las 10:00 P.M. Las labores de trabajo se realizaron en

la Lago, en los tanqueros Esso Maracaibo y Esso Caracas. A esta hora de la

noche se siente frío, por el mugre del cuerpo toca bañarme y echar la ropa sucia

en agua de jabón.

Diciembre 23, de 1970.

Sin desayuno, entro a trabajar a las 07:30 A.M. hora antillana y terminamos a las

12 M. En las bodegas del terminal hurto un par de jabones muy fragantes, de

esos le regalo uno al contramaestre Justo Quintero. Por la tarde voy a los talce –

no se entiende esta palabra en el escrito original--, estuve a punto de entrar en

discusión con Poli a la salida del trabajo. Son las 10:10 P.M.

Diciembre 24, de 1970.

Víspera de pascuas, desde las 07:30 A.M. comienzo a trabajar de corrido hasta

las 18:00 hora local. Por la noche acompaño a Humberto (Cagaíta) Barros para ir

en busca del mello Clavijo. No dimos con el paradero de él. Nos vimos obligados

a devolvernos para el Cruise-ship terminal y por casualidad tropezamos con dos

marineros del crucero Santa Paula. Uno era de nacionalidad cubana y el otro

portorriqueño. Nos preguntaron que si teníamos tabaquito chino. Humberto

Cagaíta queda comprometido en buscárselo, la ruta mía a seguir es hacia el

camarote del Ángelo. Son las 09:30 P.M.


Diciembre 25, de 1970.

Llega la navidad y no trae nada bueno. Mientras saco la ropa del agua de jabón

una inspiración llega al recuerdo y canturreo el viejo bolero interpretado por

Rolando La Serie o de Bienvenido Granda ―Otra navidad, otro año más de

recordación‖. He tenido un día aburridor, voy al barco Sombra a escuchar

música. En las horas de la tarde encuentro a Cagaíta Barros, quien hace el

comentario de haberse encontrado con mi hermano Enrique Alfonso Jacopucci.

Quiero aprovechar la noche y espero realizar una travesía hacia el centro. Un

ambiente sombrío forma parte de un panorama amplio de la vida de la isla. Eso

obliga a que regrese a bordo.

Diciembre 26, de 1970.

Con las primeras luces del sol encuentro a Lalo Correa, a José el Chinito, al Mello

Clavijo y a Humberto Cagaita; conformamos un combo riohachero. Para regresar

a los años de gloria nos propusimos llegar al terminal marítimo para sentarnos a

sonreír con más confianza y jugar al dominó, leer novelas y para hablar de la

desesperante situación de Riohacha. Con mucho entusiasmo iniciamos una

parranda para gargarear una botella de whisky Johnny Walker. Se incrementa el

ritmo cardíaco por encima de veinte puntos. Humberto Cagaíta quiebra la botella

casi llena porque Justo Quintero no ha regresado con el mandado que salió a

hacer. Con el correr de las horas el pasmo se convierte en trago amargo y la

hostil depresión en el terminal de cruceros nos lleva a emigrar hacia el centro. Por

Fergusonstraat encontramos a Eliecer Correa. Tarde de la noche, los birriosos


regresamos a jugar dominó hasta las 10:30 P.M. Cagaíta se queda a dormir aquí

en el Ángelo. Para distraernos, seguimos con la conversación de las mujeres y las

muchachas de Río de la Hacha y de especial manera, de Elvira Ortega, un lempo

de mujer que a ambos nos apasiona mucho.

Diciembre 27, de 1970.

Para distraernos aquí en el terminal de los cruceros, los marineros de algunos

barcos contrabandistas, hemos formado grupos de jugadores de dominó en cruz.

No estoy concentrado en los juegos, necesito señales de aliento porque he

pensado mucho en la casa. Escojo asuntos mentales para salir al centro con

Cagaíta. Vamos hacia allí por Conninstraat y nos encontramos con el combo de

los riohacheros. Los sentimientos construyen el futuro y eso nos hace regresar al

puerto. Corría la noche como un judío errante vimos llegar al Mello Clavijo al

barco, después de tanto joder nos acomodamos en la cubierta para acostarnos a

dormir. Son las 22:00 hora local del sur de la isla de Aruba.

Diciembre 28, de 1970.

La oportunidad de trabajar llega temprano al ver la busetica del supermercado de

Niki Habibe. Abandonamos el Cruise--ship terminal, en el desplazamiento por el

Boulevard se alcanza a apreciar un paisaje urbano cubierto de azul vibrante. Día

de mercado, la variedad de frutas y pescados es interminable. El recorrido es

hacia el norte. Extraño las tradiciones de los funcionarios. El horario de trabajo de

la mañana, lo paso en la bodega en el pesaje de patatas (papas). En las horas de

la tarde se hace el arreo de cajas de cartón de un lado hacia el otro. Estoy un


poco agotado. Terminada la jornada de trabajo acompaño a Humberto Cagaíta a

buscar a Noli. En el centro hay algunos edificios de madera que tienen más de

cien años. Los árboles les ofrecen una sensación de tranquilidad. Atravesamos

este paisaje confuso y vacilante para llegar a casa de la familia. No lo

encontramos; tomamos la importante decisión de volver al terminal de cruceros

para contemplar los transatlánticos que llevan turistas.

Diciembre 29, de 1970.

El trabajo de hoy ha sido fuerte. He notado que el sapo que vigila al personal del

supermercado está enojado con los colombianos. Debe ser por el gesto que le

hice. El señor Niki me hace el reclamo de los diez florines que le cobré al hijo

ayer. Con Humberto Cagaíta las tentaciones de la vida marinera nos llevan a dar

un vitrinazo por el corredor de los almacenes. Con pasos convencidos por la zona

comercial nos dirigimos hacia el almacén La Venezolana, de repente, brota de la

realidad un hombre. Apenas se acerca Humberto no tarda en reconocerlo como

marica, porque manifiesta palabras fingidas con mucho entusiasmo: ―Varones

quiero chuparles el pene por un rato, nada más para probar‖. Argumenta una

ilusión femenina. La actitud enervante del individuo nos lleva a sintetizar la más

ardiente quimera. Para evitar problemas con esta clase de gente hay que irse de

estos lares. Nos fuimos a acostar a las 10:30 P.M.

Diciembre 30, de 1970.

Trabajar es la consigna, ayer lo hice con verraquera.


Diciembre 31, de 1970.

La historia del final de año comienza con el trabajo en el supermercado de Niki

Habibe. Finalizada la jornada laboral compro un kilo de maní para Humberto y un

kilo de maní para mí, para jugar dominó. Las partidas se extendieron hasta las

24:00 A.M. El juego se suspende para despedir el año que se fue con un ¡Feliz

año nuevo! ¡Feliz año! Nos dimos abrazos y nos deseamos lo mejor para este año

que acaba de llegar. A nuestras memorias llegan viejos recuerdos de familiares y

amigos. Nunca he podido olvidar jamás las ternuras de mi querida tía Sabina

Dolores Rosado. En mis veinticinco años de vida es la primera vez que paso el

treinta y uno de diciembre fuera de la casa. A mi mente llegan muchos recuerdos

antes de ser sorprendido por el sueño.

Análisis del mes.

El año de 1970 ha sido de muchas amarguras para mí. Todos los proyectos

salieron malos, claro que no debo tomarlo como un fracaso, sino más bien como

un símbolo de lucha, de esfuerzo. Quiere decir que debo seguir en la lucha por los

tres países en que he estado de tropiezo en tropiezo, donde las estrategias han

sido desfavorables para mis planes. Aún pervive en mi corazón el espíritu de

lucha que cada vez se encarna más en mí. Mi alma ayudará a conseguir la

victoria para dejar sepultados todos los contratiempos que hasta el momento han

tratado de hacerme esclavo del pasado. Aquí en mi escrito dejo la constancia de


un beso grandote para mi madre querida Sabina Dolores Rosado y un abrazo

para mis familiares y amigos. ¡Adiós año de 1970!


ENERO DE 1971.
Enero 1, de 1971.

Aparece una nueva mañana. Apegado a las tradiciones cristianas, desde lo alto

del camarote le manifiesto el Feliz Año Nuevo al capitán Elías Durán Iguarán. A la

hora del desayuno hago extensivas las felicitaciones de año nuevo a todos los

marineros. La fecha permite hacer una representación realista de lo que se siente.

A pesar de que hay un creciente entusiasmo por el saboreo del nuevo año,

presiento que va a ser un poco aburridor o algo parecido, al año que se fue. Las

largas horas han servido para jugar al dominó. El día se arruina, lo que nos lleva a

repasar los rastros de las encrucijadas calles angostas de la isla que alguna vez

tuvo importancia colonial. En el centro comercial Nassaustraat nos dimos un baño

de vitrinas. Los almacenes y tiendas han terminado de estandarizar la imagen de

Santa Claus, blanca navidad es la tarjeta y el afiche que más se ve. Promociona

la navidad y la nostalgia que ella evoca.

Enero 2, de 1971.

Empieza a nacer la mañana. El sol lleva la mitad del recorrido del puente y

todavía permanezco a la espera de Noli y Eliécer, ocasión que aprovecho para

masturbarme por primera vez en el año de 1971. La tarde se presta para dedicar

algunas horas a jugar dominó con Humberto (Cagaíta) Barros. En el anochecer,

con religioso entusiasmo visito a Noli en la casa, a todo el combo le presento a

Humberto Cagaíta. La emprendimos para el sardinel de siempre de una de las

Joyerías Spritzer & Fuhrmann. El diálogo se centra en la vida pasada de cada uno

de nosotros. A las 10:00 P.M. mese tenga, mese tenga, que cada cual coja para

donde le convenga.
Enero 3, de 1971.

Es preocupante la situación actual. Sostengo un altercado con Fajardo, el

marinero del barco de hierro ―Monarca‖ porque alega: ―Los chivos de Puerto

López son hediondos‖. Aprovecho la tarde para escribirle a mi hermana Rosa

Betty. Los sentimientos de vulnerabilidad me llevan a pasear por el centro de

Oranjestad. Aburrido, de pronto estoy de vuelta al comienzo de la callecita que

desaparece entre el Boulevard y el Cruise- ship terminal. Termino acostándome

muy temprano, dormido en una compleja cosmovisión, tengo sueños horrorosos

con Gladis Lugo.

Enero 4, de 1971.

Sonríe la mañana. Todavía tengo el frío dibujado en la piel. Como con mucho

entusiasmo dos torrijas de pan con un plato de avena cocida, comienzo a meditar

sobre el recorrido del trayecto que hay desde el terminal marítimo hasta las

oficinas del correo. Hago la diligencia del recomendado. Mis sentimientos de

vulnerabilidad se ven afectados al recibir carta de Gladis Lugo rotulada con la

dirección de la casa de la mujer de Chema Vanegas. La carta manifiesta que está

demasiada involucrada en su propia vida. Después de almuerzo la actividad se

manifiesta al ser contratado para trabajar en el camión del negro Lorenzo. El ruido

del motor se apodera del ambiente. En el transcurso del viaje por Bushiribana

gold mill ruins, el viejo conductor vocifera en su apocado castellano sobre las

minas de oro abandonadas por los aborígenes que habitaron la isla hasta la

época de la colonia. El corto y poco entendible diálogo da forma a pensar: ―… los

indios que explotaron esas minas debieron ser miembros de la cultura


Guanebucán porque en la costa Caribe fue la única civilización que utilizó el oro

como prendas de vestir‖. Regresamos al muelle con señales de aliento.

La siesta motivaría a saber escoger asuntos mentales. 02:45 P.M. hora de

apertura de los almacenes. Con el sol caliente, doy marcha adelante para ir hasta

el distrito comercial. Invadido por el coraje entro de pasada en la zapatería de

Noli. Tan pronto como llego lo llevo a un punto de conversación muy amistosa: ―Al

bajar el barco a puerto guajiro, me quedaré en Colombia porque he sido

despedido del cargo de contador de a bordo‖. Para completar la parte fácil de la

misión, continúo la marcha por la hostil depresión de Oranjestad. Siento que doy

mis últimos pasos por la callecitas de viviendas modernas al estilo caribeño.

Afligido y solitario regreso al barco y desde muy temprano busco refugio en lo alto

del camarote, envuelto en la oscuridad de la noche.

Enero 5, de 1971.

No hubo chamba por la mañana. Reposado el almuerzo, hago un viaje como

cotero de un camión. A las 15:30 hora local, he sido sorprendido en el cuarto de

mando del barco por Corozo Sánchez, Betico Curvelo y mi primo Chadán Rosado.

Llegaron a cerciorarse de forma personal con el capitán y el contramaestre del

barco sobre el robo de los $ 2350 bolívares en Punto Fijo. Corozo le cancela el

sueldo a los marineros y habla aparte con Justo y Betico e investiga con el capi

Elías sobre mi conducta. Fuera de la cabina, aprovecho la sombra y el frescor del

viento para hablar con el primo. La conversación se centra más que todo en la

pregunta que le hice acerca de la procedencia del nombre Chadán. No supo

explicar, sólo dice que ese nombre lo encontró su papa en un libro. Le hago saber
que el nombre Chadán se debe a que mi tío Chopi en la juventud leía muchas

novelas policíacas y vaqueras de la autoría de Marcial La Fuente Estefanía y

Keith Luger sobre los héroes fantásticos del oeste norteamericano. Le hago saber

que Chadán Dillinger era hermano del hampón y atracador de bancos en los

Estados Unidos, Bernard Dillinger. Rato más tarde se acercaron los dos esbirros e

informaron que traían orden precisa del tío Chopi para que fuera a Río de la

Hacha, luego el barco baje a Puerto López. Se marcharon y no me preguntaron

nada de lo acontecido en Venezuela. La investigación, al parecer se hizo

extensiva con algunos miembros de la tripulación.

Son las 00:30 A.M. en el reloj despertador del barco y no he podido conciliar el

sueño por tener el pensamiento en la maldita Río de la Hacha.

Enero 6, de 1971.

El capitán Elías deja el barco. Estoy un poco escamoso porque me debe sesenta

florines. Aprovecho la ocasión para trabajar en la bodega del café. El sol empieza

a bajar y no he hecho nada. Como para cambiar el ambiente, cuento con la suerte

de que se ha presentado en un carro el primo hermano Chadán Rosado al

terminal de cruceros. Tiene la cortesía de invitarme a pasear por San Nicolás;

como un niño contento, no espero que termine la frase para embarcarme.

Abandonamos el terminal en dirección este, la movilidad aumenta en la vía. En el

recorrido por el boulevard vemos un sinnúmero de imprevistos. En la margen

izquierda el paisaje está cubierto de un verde brillante y en la calzada derecha el

maravilloso e inigualable mundo azul maya que nos rodea. Cada tanto tiempo
hay una señal que nos indica en inglés, dónde queda el aeropuerto (Int, l airport),

la planta destiladora de agua (Water plant), el paso francés (Frenchmen, s pass)

Tele Aruba y un pequeño puente que nos lleva aquí.

De inmediato, nos dedicamos a buscar la dirección de mi hermano Enrique

Jacopucci pero no la encontramos. Avanzamos unas cuadras en el auto y

llegamos a un estadero de cervezas y licores atendido por prostitutas. Hay algo

fascinante e incluso divertido, pero la higiene del sitio y la presentación de las

mujeres no son apropiadas para humanos. Muy rápido abandonamos el lugar, el

primo se percata de que el vehículo no cuenta con gasolina suficiente para

continuar con el épico recorrido. La gente que llena las calles presenta todos los

tonos de piel, parece imposible cruzar la vía principal. El problema ahora es que

no contamos con dinero suficiente aquí. Creemos que con los tres galones de

gasolina que se le han echado al vehículo alcancen para regresar, la arrancada

es a alta velocidad porque el flujo de vehículos es mayor a las 06:00 P.M. Al

atropello llegamos a Oranjestad. El arruinado paseo termina en el terminal con la

última gota de gasolina en el tanque de combustible. Toca acostarse a dormir

desde muy temprano.

Enero 7, de enero de1971.

Desde muy temprano comienzo a trabajar en el café. Aprovecho la tarde para ir al

aeropuerto, aquí encuentro a mi hermano Enrique Jacopucci, por supuesto,

presenta a la novia y nos detenemos a conversar en una mesa de la sala de

espera, desde aquí pude ver despegar y aterrizar varios aviones, entre ellos uno
de la empresa de aviación K.L.M. Tengo la impresión de que la gente que viaja en

avión es privilegiada. Luego de un descanso no programado abordamos un taxi y

nos marchamos hacia el poblado a eso de las 19:20 hora local.

Enero 8, de 1971.

A primera hora cuento con trabajo, lo que es motivo de distracción. Aprovecho la

oportunidad para hacer el robo más grande de toda mi vida, que consiste en dos

cajas de capsulas de K.H.3, jabones y otras cositas de poca importancia. La tarde

sirve para ver el turismo que fluye en la isla. Llega la noche y le colaboro al

personal de la Agencia Winco para llevar toda clase de whiskys, vinos y

champañas a bordo del crucero de pasajeros Santa Paula. Un fuerte cólico me

quebranta el estómago, lo que obliga a ir a reposar al camarote. Los sueños con

Gladis Lugo son horrorizantes, aún siento celos.

Enero 9, de 1971.

Estoy desesperado para que aparezca la maravillosa luz del sol. Después del

desayuno con la compañía de Chila, hemos emprendido el paso hacia el centro

comercial; distraídos, llegamos al almacén La Venezolana a comprar un par de

zapatos Florshein, color marrón, número cuarenta, para mí. No lo compro porque

uno de los dependientes le dice a Chila que él se lo vendería mañana más barato.

Quedamos en regresar por el día de mañana. Para evitar sentir las horas largas

mientras Chila vuelve al puerto, en el centro espero descubrir una conexión

directa con el mundo de la zapatería de Noli. A la hora de ir hacia el terminal

marítimo en medio del bullicio de la calle tropiezo a Víctor Brugés, en el trayecto


el diálogo se extiende durante las entradas y salidas de los almacenes por

compras de prendas de vestir que hace hasta el medio día. A lo largo del diálogo

de todo el recorrido sobrevive un espíritu riohachero clásico. La sombra de un

árbol es aprovechada para despedirnos.

En cada esquina hay una señal que indica el nombre histórico de la calle. En el

trayecto del Boulevard hacia el terminal de crucero donde se encuentra atracado

el barco saludo a una conocida mujer. El hábito alimenticio es costumbrista para

poder hacer la siesta. Las nubes comienzan a juntarse, parece que traerán lluvia

por la tarde. Bajo la sombra del tapete gris doy marcha adelante para llegar a la

zapatería de Noli. Habla de todo en papiamento con tal de crear sofisma de

distracción en mí. Las cosas empiezan a cambiar y en el momento menos

esperado los abandono y decido abrirme paso por la acera de la calle hasta llegar

al supermercado la Esperanza. Con la fuerza de la imaginación, atravieso el

Boulevard y aprovecho el sardinel del restaurante bar Royal Den para llegar al

barco a las 06:50 P.M. Me han hecho entrega de una carta con fecha 21 de

octubre del año pasado que había enviado Judith Ariza desde Río de la Hacha.

En lo alto del camarote la leo concentrado, tres veces. Con un tipo de conducta

distraída logro conciliar el sueño a eso de las 20.20 hora local.

Enero 10, de 1971.

.El sol continúa la marcha mientras sigo a la espera de Noli para ir a limpiar un

área del cementerio. Aparece en una camioneta a eso de las 12:00 M. Nos

marchamos sin ningún contratiempo, hicimos labores de limpieza y pintura de una


bóveda –si se le puede llamar así--, luego fuimos a parar a los hoteles, he

pensado en que quizá sea la última vez que venga por aquí. La tarde está sosa.

Para completar la aburridera, decido acostarme temprano. Recuerdo haber tenido

sueños locos como el de haber dormido en el cementerio.

Enero 11, de 1971.

El imponente horizonte de la ciudad está como testigo de pasar la mañana a la

espera de carga. Las agencias de productos de exportación no se hicieron ver.

Aprovecho las horas de la tarde para ir con Chila al Centro Comercial a comprar

el par de zapatos Florsheim en el almacén La Venezolana. Regresamos a la hora

de la cena al barco. En mi mente flota un cúmulo de ideas lo que hace que

regrese de nuevo a Nassaustraat para ver la exposición de camisas bellas y de

diferentes colores. Visito la joyería Spritzer & Fuhrmann y pregunto por el precio

de un reloj Omega Spead Máster, la emoción es tanta que pienso en comprar uno

mañana.

Enero 12, de 1971.

La clara aurora vislumbra el blanco sol que trae la ilusión de ir a comprar el reloj.

En mí, crece la abstinencia de salir en vista de que estoy a la espera de carga

para el embarque. Las agencias de productos de exportación no se reportan y

por lo tanto no hay señales de aliento. Según información de los marineros de

otros barcos contrabandistas, por la tarde tampoco habrá carga. En el escenario

del puerto se obtiene un descanso no programado. Producto del ambiente y la

circunstancia nace la reacción dominante de llegar al Centro Comercial


Nassaustraat que está a seis cuadras de distancia, cegado por una falsa

sensación de emoción dejo atrás las bodegas de carga del muelle, atravieso el

Boulevard y monto la acera del Supermercado La Esperanza para esquivar los

vehículos supero la cuadra que llega hasta Havenstraat y cruzo a la derecha por

Schelpstraat, donde cientos de personas que caminan en la misma dirección y por

ambas aceras. En medio de total confusión, trato de franquear la puerta de vidrio

de la joyería Spritzer & Fuhrmann con el propósito de comprar el reloj, pero

cuento con mala suerte al encontrar cerrada la joyería. Quedo desconcertado al

ver que al pisar frente a la puerta de entrada ésta no se abre. Desconsolado,

continúo la marcha hacia la Zapatería de Noli. El noble zapatero habla de la

política de gobierno de un tal Oscar Henríquez. Descubro la forma de cómo

piensa sobre las Antillas Holandesas de Curazao, Aruba, Bonaire, San Martín y

Surinam. Una combinación de orgullo escolar lo hace sentir holandés. Como

holandés siente que forma parte de un panorama más amplio de la vida.

Terminada la jornada de manera gradual nos acercamos a la casa. Tomada la

iniciativa de emigrar debemos darnos prisa para tener acceso al terminal a las

20:00 hora. A las 21:30 P.M. creo que roncaba como un león.

Enero 13, de 1971

Con el correr de las horas se ha visto llegar carga para los diferentes barcos

contrabandistas que se encuentran atracados en el puerto. El agite del cargue y

descargue es constante. El sol es la causal del dolor de cabeza que siento.

Terminadas las labores, cansado decido llegar hasta el taller de zapatería de Noli,

con pasos convencidos camino en esa dirección y llego a ella. Hizo el arreglo de
las sandalias. No he podido conseguir los cincuenta y cinco florines que necesito

para completar el valor del reloj. En el muelle, por lo visto ningún marinero tiene

geldon disponible para vender.

Enero 14, de 1971.

La carga que llega se arremolina y se organiza en la plataforma del puerto, con

documentos (manifiestos de carga) en mano verifico si está completa y si no ha

sido saqueada. La recibo y la organizo de acuerdo con el peso y el tamaño para

que los marineros la embarquen y las acomoden en las bodegas de carga hacia

proa y hacia popa. Los controles de recibo no alcanzan a llenarlo hasta la mitad.

Por conocer bien la realidad de la situación, trato de ir al centro con el propósito

de conseguir quién tiene florines para la venta. He tenido la suerte de ver llegar a

Eliécer Correa al terminal de cruceros y ofrece la oportunidad de conseguir los

florines. Loco de contento regreso al barco. En un universo un poco conflictivo he

estado a la espera de la cena. Con la barriga llena y el ánimo un poco decaído,

invito a Chila para que me acompañe a la joyería Spritzer & Fuhrmann para

comprar el reloj. Juntos caminamos seis cuadras de distancia, pero llegamos

tarde. Cerrada la joyería, la emprendimos a la ligera por calles poco frecuentadas

como la Wilhelmina straat que posee, entre otros atractivos, el Archeology

museum (museo arqueológico); el apuro es porque estoy purgado. El influjo de la

luna a esta hora es el anochecer de Aruba donde todo cobra su color.

Enero 15, de 1971.


Llega la luz del sol. Las 6:00 A.M. la hora de la apertura vino y se va. Por el influjo

del sol a esta hora, la gente y los carros tienen diferentes objetivos. Surge la

ilusión de salir a comprar el Omega. Voy hacia allí. Tengo el presentimiento de

algo. De algo que me dice que mi prima Rebeca Evelina Sánchez cumple años

hoy. Llevo la mejor manera para llegar a la escena de la joyería. Después de

observar de manera detenida un reloj Omega Sea Máster opto por escoger el

imponente Omega Spead Máster, considerado el más preciso del mundo, por lo

que es utilizado en los juegos olímpicos. Es un reloj grande, de cuerda, con

tablero negro y agujas fosforescentes, con manecilla plateada. Abandono la

joyería con la mano izquierda empuñada, incomodidad inconsciente como si el

brazo se fuera a desprender. Decido no llegar a la casa de Noli, más bien opto por

acercarme a las oficinas del correo. Con los funcionarios arreglo todo bien para

que no se pierdan los libros o la plata. Las calles parecen un hormiguero, por ellas

transitan miles de personas que entran y salen de los almacenes y de sus casas.

Llego al barco sin desviar la mirada de ellos. La noche sirve de pretexto para

llegar al taller de zapatería de Noli convirtiéndose el reloj en el asunto emotivo

para llegar hasta donde él. Durante la estada han hecho todo tipo de bromas por

el reloj. Son las 09:30 P.M. hora en que dispongo de un rítmico movimiento de

brazos y piernas para ir al descanso.

Enero 16, de 1971.

No he podido dormir con el reloj puesto, presiento que el funcionamiento me

altera el ritmo cardíaco. Con el pasar de las horas la rutina se establece. El día

esta aburridor y no he hecho nada. Por la noche, decido dar un paseo por el
centro del poblado, pero siento que tengo el cuerpo disgustado y he decidido

regresar al barco.

Enero 17, de 1971.

No se ha hecho nada durante todo el día. Una corta siesta sirvió de relax. Al

despertar observo que las agujas del reloj están detenidas en las 14:10 hora

porque todavía no estoy acostumbrado a darle cuerda. La cena ha servido para

volver al camarote. He dormido durante toda la noche, así lo creo porque no estoy

desvelado.

Enero 18, de 1971.

Hago un recorrido por todos los barcos que están atracados en el terminal

marítimo con el propósito de mantener contacto con los marineros y hacerles

propuestas de venderles pesos oro colombiano y de comprar dólares americanos.

Preocupado porque se ha vuelto a detener el reloj, doy marcha adelante para

llegar a la Joyería Popular, aquí lo metieron en una máquina y el técnico

manifiesta que no presenta ningún daño, que todo se debe a la falta de cuerda.

Confiado de nuevo, busco refugio en mi propio mundo. Con la ilusión de llegar a

tener muchas prendas de vestir, invito a salir a Humberto Cagaíta para el sitio que

llamamos ―La Cueva‖; aquí nos reunimos todas las noches con un grupo de

amigos. De repente, se presenta un limosina de la policía, tres de ellos bajan del

vehículo y se dirigen hacia nosotros y de manera cordial con una mezcla de

papiamento y castellano manifiestan: ―Señores, buenas noches, lamentamos


decirles que no pueden continuar sentados en la puerta de este almacén‖. Les

dimos las gracias y nos despedimos a las 21:30 hora local.

Enero 19, de 1971.

No he podido realizar ningún tipo de negocio. La noche es amplia para que

pueda visitar a Noli en la zapatería y aprovechar cualquier momento libre para

ponerle media luna al par de sandalias. El hermano tiene proyectado viajar a Río

de la Hacha. El conversatorio se prolonga hasta las 21:00 hora estándar.

Enero 20, de 1971.

La oportunidad de trabajo es adversa en todo el día. Como no estoy

acostumbrado a compartir con los marineros he sentido largas las horas. Llega un

crucero de turistas, antes de apaciguar las penas en el camarote doy un paseo

por las bodegas del puerto, por casualidad encuentro a Otilio, el trabajador de la

Agencia Winco; más adelante, cruzo saludos con el Gordito, éste extiende

invitación para que lo acompañe un rato ya que esperan del buque alguna

solicitud de licores. La noche llega a su final y estoy impotente ante el sueño.

Acordamos en que ellos me llamarían en caso de que se diera la solicitud del

whisky u otra clase de consumo en el crucero Santa Mercedes. Despierto a la

01:00 A.M. pero por lo visto no necesitaron de mis servicios o no vendieron nada.

Sufro de desvelo.

Enero 21, de 1971.


No se ha presentado oportunidad de chambear en las horas de la mañana. En

hora de la siesta llegan quinientos cartones de cigarrillo Marlboro para el Ángelo.

Esto impide que trabaje por aparte. La vespertina es oportuna para ver en la

televisión de la casa de Noli la película ―Ulises‖ protagonizada por Kirk Douglas.

Muerto de sueño, he sabido llegar al Ángelo a las 12:00 A. M.

Enero 22, de 1971.

Muy temprano llego a la Agencia Winco; pero no dieron las propagandas de

vasos, radio y bolígrafos que habían prometido. Vuelvo por la tarde y dicen lo

mismo. La respuesta llega de un lugar inesperado. El sol es un recurso poético

que ha servido para aumentar el suspenso. Para superar este pequeño drama

espiritual, arribo al taller de zapatería de Noli. Permanezco aquí un buen rato. Con

un buen ritmo sobre la marcha, emprendo hacia la embarcación. El día hubiera

podido terminar como comenzó, salvo por la cantidad de carga que ha llegado.

Sobre el pavimento la organizo, hago el conteo y constato los papeles; doy

autorización a los rostros alegres para que se haga el embarque. Es el inicio de

una gran actividad en las bodegas de popa y de proa. Se da por terminado el

lleno de la motonave. Por ser uno de los puertos con más movimiento se difunde

rápido la noticia de salida para la flota de lanchas contrabandistas Sombra,

Monarca y Vivian. El escándalo dura muy poco. No hay zarpe, lo que ha permitido

aprovechar el fresco de la noche para dar un paseo por el Centro Comercial

Nassaustraat, aunque la lluvia ha impedido que demore mucho.

Enero 23, de 1971.


Ando de ronda por las ocho motonaves cargadas atracadas en el muelle, en ellas

se escuchan relatos desesperados por la partida. Puedo contar detalles notorios

del conjunto de los negritos que emplean instrumentos de percusión con pedazos

de barriles de petróleo. No se ha hecho nada más. Estoy preocupado por el acoso

de los homosexuales. Por el problema del muchacho que no cuenta con los

papeles de inmigrante, la orden de zarpe llega a las 22:00 hora. La gente a bordo

empieza a moverse. El personal del puerto realiza el zafe de amarras. Lo que

despierta la curiosidad del capi Hary Tromp –que va como pasajero--, es que en

aguas calma el Ángelo se guía en la dirección de 270° Oeste. La travesía

comienza y el Ángelo se abre paso en el océano del mundo que nos rodea. Hay

ráfagas de vientos que vienen del acantilado africano.

El Ángelo se prepara para sortear el poderoso oleaje del mar Caribe. Hay mucha

turbulencia alta. Funciona la máquina por ciento de millas por venir. La movilidad

aumenta en alta mar. En las tinieblas algunas imágenes representan palabras,

figuras y sonidos. A las 00:59 A.M. hora estándar del Océano Atlántico, la rutina

se establece y el capitán Elías Durán cambia el curso del rumbo a 235° Oeste.

Parece que utilizará la legendaria piedra solar, usa la posición de la luna para

navegar como los vikingos. El capitán Elías Durán ha luchado por encontrar el

equilibrio ante la seguridad de la tripulación. A medida que la noche avanza un

cambio en el clima comienza a inclinar la balanza a favor de la ruta de las naves.

La luna llena es una gran ventaja para la navegación.


Es una visión adorable. En ella hay algo fascinante e incluso divertido. La flota de

barcos de madera podrida que piratean el contrabando aprovecha la oscuridad

que necesitan. Cada ola es una nueva preocupación en pos de vencer su destino

llegan, retozan con el barco y se van, siendo cada una de ellas más peligrosa que

la anterior. Las gotas de agua salpican, se sienten frías. El aire seco y puro

permite contemplar las estrellas a la perfección, se pueden ver a simple vista.

Esta oportunidad inesperada ayuda a sostener diálogo con el pasajero arubeño.

Para el capitán Hary Tromp la práctica lo es todo, para él el nivel de riesgo ha

aumentado mucho en este sector del golfo de Venezuela.

Un logro emocional lo lleva a gaguear de manera enredada el papiamento y el

castellano: ―Por aquí hay muchos guardacostas; conozco este lugar como la

palma de mi mano. Por estos mares navegué durante cincuenta años‖ Da, a

buena fe, testimonio de no ser letrado y de ser ranchero –así se les dice a los

pescadores en las Antillas Holandesas--, luego agrega: ―Llegué a Colombia en la

balandra ―Estrellita‖, donde ocupaba el cargo de muchacho de cámara –el que

realiza las actividades de aseo relacionadas con el lavado de vómitos y sacar

bacinillas--, todavía usaba pantalones cortos. El alojamiento lo hice en la casa de

Claudina, en el barrio El Guapo; al poco tiempo fui buscado por el capitán Monche

González para ser cocinero del guardacostas ―Gasolinera‖. Con Monche aprendí

a trazar rumbos. Más tarde regreso a la isla y navego a través de las Antillas del

Caribe en el velero Amor de Dios, luego, paso a navegar en el barco‖Arbutus‖.

Más tarde, navego como capitán de la motonave ―Alicia María‖ del señor Eloy

Ruiz. Con el correr de los años, me la vendió como madera vieja, lo que sirvió
para tener muchas mujeres en cada puerto. Empecé a contrabandear hacia

Puerto Estrella. Aquí realizo compromiso con Maximina Iguarán. Cuando se

quemó la Alicia María compré ―el Marimau‖, después tuve ―el Cacique del Caribe‖,

luego ―el Don Gilberto‖ y por último, ―la Foca‖; en los puertos que llegara tenía dos

o tres mujeres y con ellas uno, dos o tres hijos. Tengo hijos por todas partes‖.

Quedo impresionado y caigo en una situación inquietante con esos relatos llenos

de verdad.

Ahora estoy tentado en saber qué tanto sabe este viejo lobo marino, además de

habernos querido dar algo de la historia familiar, como quiera que le ha sonado

coherente hacer una reminiscencia: ―Antes de que Cristophoro Colombo cruzara

el océano azul en 1492, en el año 455 D.C. el Padre budista Ghu Cheng había

hecho una travesía de 270 días, desde China hasta las costas de Chile. Por los

alrededores de 1421, arriba el chino Chong Ghe, quien para indicar la ruta

recorrida manifestaba: ―A lo lejos vimos pueblos de pescadores en regiones

bárbaras‖ Ya en el Siglo V una marea de incertidumbre arrastra la tunara del

sajón Mado hasta las costas de Norteamérica‖. Estamos en medio de la furia

oceánica. La corriente cálida del océano pierde el ímpetu. Siempre que se

conversa con estos viejos cargados de emociones es cuando uno se da cuenta de

que hay minutos de nuestro tiempo que no pasan por nuestros pensamientos. El

capitán Tromp debajo del sombrero Borsalino y los ojos cerrados detrás de los

espejuelos de vidrios cristalinos, presenta un tipo de conducta distraída. Se siente

incómodo alineado de un nuevo modo por lo extenso de la conversación. No se


ha callado en toda la noche, creo que eso le ha afectado que siga con sus

manifestaciones. Ahora hay un silencio mortal en la sala de mando.

Concluido el relato épico siento el despertador. En el reloj son las 04:04 A.M.

navegamos fuera de las doce millas marinas frente a la costa que está entre las

penínsulas de Paraguaná y de La Guajira. Hay relevo en el timón. Olas

enfurecidas han debido alterar el rumbo de la nave. A este viejo pirata holandés el

destino lo hizo sabio por la necesidad de entender el mundo, eso ha hecho que

tenga un conocimiento valioso de la épica historia real de la cultura Maya. Sin

duda, para él tiene un significado histórico y con ella ha querido fantasear: ―En el

año 2540 A.C. el Imperio Maya, bajo la égida del rey Pakal se extendía desde el

norte de la península de Yucatán sobre el Océano Atlántico, hasta la costa

oriental del lago de Maracaibo. Y desde el territorio de la costa sur sobre el

Océano Pacífico y la cordillera de los Andes, hasta las islas occidentales de la

Patagonia en el Cono Sur. Por eso afirman que el origen histórico y cultural de la

civilización Mesoamericana es un legado de las culturas Olmeca y Maya‖.

Llega la cruda mañana, el capitán Elías Durán ronca como un león marino en

celo. Despierta con el resplandor, y sin orientación, es capaz de reajustar el

rumbo a 230°, de acuerdo con la trayectoria del sol, del cual se ha servido para

orientarse. Para el timonel Cachaco la perspectiva de llegar a puerto es donde el

Cielo se une con el horizonte.

Enero 24, de 1971.


Bajo del camarote donde estoy acomodado y veo que el anciano capitán Tromp

se pone de pie y se detiene debajo del marco de la puerta de babor que da

acceso a la sala de mando, para él, vivir es contemplar la luz del sol y la

inmensidad del tapete azul. La velocidad de las ondas le dice que estamos en

aguas poco profundas, las venturosas burbujas aparecen muy a menudo. Las

olas continúan con el golpe a popa y estribor del Ángelo. Deja una estela

espumosa en la superficie. Los dos capitanes conversan en papiamento mientras

desayunan un plato de avena Quaker OATS con pan de sal. El ignaro capitán

Tromp aprieta un pedazo de pan en la mano derecha para señalar la costa de

Punta Espada, luego divisamos a Parajimarú y enseguida a Puerto Inglés,

tenemos a la vista a Puerto López. Arribamos a las 09:30 P.M. y de inmediato

comienza el desembarco.

El día ha estado agitado. Salto a tierra y me encuentro con el espíritu indomable

de Chopi, el saludo ha servido para decir: ―Sobrino váyase para Río de la Hacha,

lo puse aquí para que cuidara la carga y en todos los viajes llega saqueada, ahora

usted botó el dinero que le recomendé para que se lo entregara a Momo. Quedé

mal con él‖. En ese momento vimos llegar un carro del ejército y todo el mundo

sale en julepe por la orilla del mar, los médanos y el manglar, quedamos mi tío y

yo en la playa. El cabo se acerca a nosotros y con gesto militar lo inquiere: ―¿De

quién es esa carga?‖ Chopi le responde: ―¡Toda es mía!‖ el cabo le mira el rostro y

vuelve a preguntarle: ―¿Y… todos esos barcos son suyos?‖ Chopi se lleva la

mano al cinto y le responde de manera peyorativa: ―¡Ya le dije que todos son

míos!‖ El militar le dice: ¡Identifíquese por favor! Chopi, sin perder la postura, le
responde: ―¡Merced Ramón Rosado Curvelo para servirles!‖ El cabo del ejército

se aleja de la presencia del hombre de zapatos marrones acordonados, marca

―Tres Coronas‖ que hacen juego con el pantalón kaki ―Cabeza de Perro‖, al cinto

lleva una correa marrón que ajusta la camisa roja manga larga a cuadros grises,

que le da lucidez al sombrero gris marca Stepson cinco x. El suboficial se acerca

a la carrocería del vehículo que rodean doce soldados y parlotea con ellos.

Desde los barcos piratas y desde el bosque del manglar, los correlones observan

que algo intenso y fundamental ocurre con los fusiles M1 y ametralladoras debajo

de la tolda del vehículo militar. Se van. En medio del polvorín, el camión del

batallón Rondón desaparece. Los cobardes regresaron muertos de miedo como

carneros asustados. Regreso a bordo con el propósito almorzar, en venganza por

el robo que hizo, le sustraigo el radio de pilas a Marcos Rosenthil y se lo doy a

guardar a Humberto Cagaíta. Afligido, desembarco con la maleta y el maletín.

Llega la noche y todavía no he almorzado ni comido, no tengo chinchorro ni cobija

para dormir. Duermo en el asiento del copiloto del campero Nissan Patrol azul del

tío Chopi. Los camiones quedaron cargados de mercancías hasta el pellote para

salir hacia Maicao al amanecer.

Enero 25, de 1971.

El runrumeo… de los doce carros comienza a las 03:00 A.M. hora estándar de

Colombia. La largada es a las 04:12 A.M. hora en que el sol es azul –wüit > püsü

ka>i kai--, para los indios guajiros. Con la ilusión óptica el viaje se lleva a cabo a

través del desierto de La Guajira. Éste es un mosaico de paisajes compuesto de


bosques que atraen grandes bandadas de aves. Las llantas, sobre el terreno

húmedo y los charcos, forman grandes lodazales. La ruta es decidida por Chopi

Rosado. Las rancherías de Castilletes y la Flor de La Guajira son lugares

sorprendentes. Los trillos están dentro del territorio venezolano, Los mojones

limítrofes siempre nos quedan al lado derecho, lo que confirma que corremos el

riesgo de encontrarnos con la guardia venezolana. Los peligros se hacen muy

reales; pero, para este asunto él es un hombre de acción. Detiene el Nissan a

cuarenta metros de la edificación de la guardia de Guarero. Se apea con una

ametralladora de fabricación israelí en la mano derecha y agita la mano izquierda

para que la caravana de camiones circule a alta velocidad.

La escena de una tormenta de arena cubre la mirada de sorpresa de un cabo y

doce agentes de la guardia venezolana. Efecto de la aparición de la camioneta

Ford 350, roja de Corozo Sánchez que va conducida por Anthony Queen, muy

cerca la escolta el camión Ford modelo 1965, de Betico Curvelo, que va

conducido por Hugues Plata. A corta distancia sigue el Dodge 750, verde de

Pedrito Siosi, que protege de las balas al Ford verde del gavilán mayor Danilo

Gómez, seguido de cerca por el carro Ford azul modelo 1964, de Jesús (Chu)

Meza, el armatoste de Miguel Gregorio Curvelo, le cede la vía al Ford verde

marino de Bayón Curiel. Retardados, se asoman los camiones de Víctor Pinzón,

Rubén Pinzón y Ñañí Meza. Cierra fila el Ford 600, azul celeste del tío, que es

conducido por Ofito Barliza. Nos dimos a la fuga en medio del polvorín,

respondiéndosele al fuego de los militares venezolanos. Chopi mantuvo el valor

ante sus hombres al poner ejemplo de valentía. Media hora más tarde volvimos a
ser cabeza de grupo en la sabana de La Guajira venezolana. El ensordecedor

ruido de los motores de los carros que vienen detrás no pierde el trillo húmedo y

los lodazales de las trochas del camino real que nos lleva al verde del paisaje

guajiro en la cercanía del Cerro de la Teta.

Esta aventura asombrosa con el tío Chopi a la cabeza de la caravana de

camiones es inolvidable. El Nissan anda cerca de una hora por los arroyos y

cruces de Ipapure, ranchería del indio guerrero Cataure Paz González. La sabana

es peligrosa y está cubierta de arenas traicioneras. Y justo allí, está el Cerro de la

Teta. Esta parte del desierto es un lugar muy remoto, muy hermoso y peligroso,

sustenta una nueva fauna. El canto de los pájaros deja oír una dulce armonía

entre los frondosos árboles de Trupillos (Prosopis juliflora), Brasil (Haematoxylon

brasiletto) y Divi divi (Lividivia coriaria). El bosque seco tropical y las cactáceas:

Cirio (Lemaireocereus sp.) y Cardón (Lemaireocereus marginatus), predominan

al lado y lado de los diferentes caminos que transitamos en la Alta y Media

Guajira. Son las 10:00 A.M. el hombre de acción continúa adelante. Las ruedas

revientan barro arcilloso y arenales por el arroyo. Los camiones vienen detrás en

medio de una polvareda. Los pellotes de la carga que viene en las carrocerías

destrozan ramas secas y verdes de árboles de Guayacán, Trupillos, Divi divi

(Libidivia coriaria), Puy (Tabebuia bilbergie) y Cirios de cactáceas.

1. Los arroyos están secos, lo que es una señal para seguir adelante. Se

divisan huellas de neumáticos en la arena. Ahora la conversación se rola

sobre la infancia de Betico en el poblado perlífero de Carrizal. Chopi tiene


una expresión seria, sin descuidar el timón se vuelve más reflexivo y

expone sin divagaciones el tema de la conversación en el punto que a él

más le interesa. Con gran claridad y concreción no duda en hablar de la

tragedia de la hermana Lilia Rosado en el vecino caserío de Ahuyama.

Para revivir la sensación de haberla conocido, el tío hace un relato de

primera mano: ―Por imprudencia de mi mamá, quien al escuchar varios

disparos sale aturdida y a toda carrera hacia la calle más transitada del

pueblo en busca de mi hermano José Ceferino. En medio de la oscuridad

de la noche iba mi hermanita, agarrada de la falda de mi mamá. Lo más

comentado hasta ahora, es que Miguelito Cotes amenazó con darle un par

de fuetazos a Pafródito Sierra; en medio de los gritos y el altercado

suscitado, el carrizalero habla calmado y lo desafía a muerte: ―Espérame

aquí indio perro, para que me los des‖. Pafródito salió hacia la casa en

busca de un arma y al regresar se abrieron hacia la calle en busca de

lugares para poner en funcionamiento las armas –a la narrativa le da el

toque de lujo que nos gusta a los guajiros--, en medio del enfrentamiento

clásico de indios, nadie se dio cuenta de que mi hermana Lilia yacía en el

suelo con los bracitos cruzados. Hasta el día de hoy no he podido saber

cuál de los dos mató a mi hermanita de doce años. En aquel entonces yo

era un niño‖. Tantas escenas cambiantes y paisajes desérticos han hecho

parecer que los vehículos pasaron por los mismos puntos en dos

ocasiones y nunca los vimos iguales. En un viaje maratónico de cuatro

horas llegamos empolvados y desconocidos a Uribia.


En recorrido fantasmal por una carretera destapada hicimos el arribo a Maicao a

las 09:30 A.M. La ciudad es el epílogo de un círculo de violencia y control.

Quedamos atrapados en las devastadas calles que levantan nubes de arenas.

Aquí desayuno con Chopi Rosado y Betico Curvelo Bernier. El tío da muestras de

una dinámica familiar. A pesar de que la realidad era manipulada a todo nivel por

un círculo de aduladores que inflaban el ego del líder. De reposo por un buen rato

decide trasladarse hasta Paraguachón. Desde aquí emprendimos el viaje por

carretera destapada hacia Río de la Hacha a donde llegamos a las 14:00 P.M. Es

una ciudad cosmopolita llena de elementos históricos, donde los europeos

establecieron un próspero puerto comercial.

Arribaban al puerto los barcos europeos el Bonicia, la Patricia, el Durazo y el

Hubbet; ésta fue la última nave alemana que llegó a Río de la Hacha, zarpó el día

que estalló la Segunda Guerra Mundial en 1939. Además del gentil criollo que

residía aquí, es menester mencionar a los alemanes Herbert Muller, Joseph

Streigler, Míster Koop, Juan Siegler, Samuel Weber y Guillermo C. Eikhof, el más

millonario. También eran residentes los italianos Generoso Ricciulli, Donato

Pugliese y José Didoménico, de alta consideración y el más intelectual. Formaron

parte de esta colonia los polacos Abraham Labouz y Groeth Toroh con su

dependiente Jacobo Seligman. Formaron parte de esta sociedad los franceses

Félix Annichiarico, Enrique Lallemand y Jean Christoffer. Lo mismo que los

holandeses Arnold Smith, Sion Sprockeel, Gabriel Pinedo y… La relación

comercial con Europa consistía en el embarque de cueros para la fabricación de

prendas de vestir, huesos para la elaboración de botones y frutos de Divi divi para
curtientes. Del viejo continente traían prendas representativas en lujos sociales

que desembarcaban con barriles de cemento –cada barril tenía el equivalente de

cuatro bolsas de veinticinco kilos--, todo tipo de porcelanas, perfumes, polvos e

instrumentos musicales. Por encargo del comerciante alemán Herbert Muller y del

farmaceuta italiano Donato Pugliese, llegaron al país los primeros acordeones

Hohner. Por la época, Alemania plantea la Guerra Submarina en el Mar Caribe y

con el hundimiento del carguero Flora por el submarino alemán U 159, al mando

del capitán Helmut Witte frente a Punta Bolombolo en las costas de La Guajira, el

día 17 de junio de 1942, se rompen las relaciones comerciales con los países

europeos. El hecho lleva al gobierno de los Estados Unidos a poner en lista negra

a los aliados del Furher Adolfo Hitler y Benito Mussolini, residentes en Riohacha,

por ello el cónsul norteamericano Míster Bianchiotti hizo efectiva la expulsión

hasta más allá de los doscientos kilómetros fuera de la costa de los alemanes e

italianos. Sin embargo, protegió a estos últimos por su condición de ser hijos de

inmigrantes de la Península Itálica.

Pensativos, entramos a las calles de la ciudad. El conducir del tío Chopi es

elegante y garantiza una segura llegada. Tuvo la amabilidad de llevarme a la casa

de la abuela Rosa Alfina Pérez Zúñiga en la calle 1 # 9-63. Aquí viviré con mi tía

Sabina Dolores Rosado, la hija Ibis Rosina Sánchez Rosado y mi tío José Antonio

(Toño) Pérez. Tengo la sorpresa de encontrarme con mi hermano Reinaldo, creí

que se había ido a continuar los estudios en la universidad del Tolima en Ibagué.

De entrada, empiezo a sentirme cómodo con la familia. Para el final del día he

cambiado la actitud.
Por la noche realizo un control rutinario a pie por las calles de Riohacha. Con los

buenos deseos para la ocasión voy en busca de lugares para conversar con los

amigos. Por las mismas aceras de la carrera séptima, que es la más transitada de

la ciudad, veo un paisaje cambiante conformado por edificaciones y casas que

parecen una estampa clásica de dibujos animados. Hago un hallazgo al encontrar

a Humberto (Cagaíta) Barros, gaguea para hacer el comentario de que tuvo que

arrojar al mar el radio que le robé a Marco Rosenthil, porque se sentía vigilado por

él y Clavijo. Continúo la caminata por los andenes a campo travieso de las calles

de mis recuerdos y paso a saludar a Judith Ariza en el almacén de la carrera 7 #

9-42. De inmediato, paso al frente y entro en la casa # 9-37 de Mello Frías; en el

itinerario aprovecho la ocasión para saludar a la señora Esther Adelaida Acosta

en calle 9 # 7-13, la mamá de Pollo Frías. Hago comentarios de la experiencia de

marinero y después de hermosos momentos, procuro regresar a casa por las

mismas calles y carreras que desde niño han hecho que sienta vivos placeres.

Permanezco una imagen de tiempo de cuarenta minutos en el parque Almirante

José Prudencio Padilla. Siempre se ha dicho que la plaza del pueblo es la aldea

global del mañana. Los árboles fotosintetizan la energía de la tierra. Aquí

encuentro a Nando Pugliese con un semblante de estrés y hablamos de mi

estadía por las Antillas Holandesas. A partir de ese momento camino a fuerza de

determinación hacia la casa. Son las 22:00 hora de Bogotá.

Enero 26, de 1971.


Necesitado de un apoyo para mantener lo emocional, abandono la jerga del

hogar. Aunque no parezco ansioso por caminar, realizo las visitas matutinas en la

calle novena con carrera séptima, en las residencias de las señoras Esther

Acosta, Judit Ariza y Mello Frías. Aquí encuentro a Nando Pugliese. Tomamos la

decisión de ir a caminar por el mercado. Más tarde llegamos a la joyería de Carlos

Rojas a preguntar el precio de un radio. Lo compro. Acompaño a Nando hasta su

casa y continúo la ruta hacia la morada que se conserva como un bien de la

familia. Creo que alcanzo a comprender los sentimientos de la tía Sabina. Su

memoria viva me emociona. Con el sol cuesta abajo visito a Carmen, ella asegura

que Gladis tiene otro novio, noticia que he sentido pesada. Toca resignarme a

tener que olvidar. Siento la curiosidad de ir a dar una vuelta por el teatro Aurora.

Está rodeado de curiosos por la buena presentación de la cinta cinematográfica.

En la taquilla se aglomeran y compiten por un tiquete. Antes de entrar a cine trato

de tomar las mejores decisiones. El primer paso lo hago para llegar a la carretilla

de Sabina Helena Sierra Suárez. Disfruto de un vaso caliente de peto. Alimento

tradicional prehispánico hecho a base de leche y maíz cocido. Para hacer la

historia más emocionante, el próximo paso lo hago hacia el primer nivel del piso

del tradicional lugar. De la bandeja de la dormilona Zenobia Toro, sustraigo un par

de queques duros y un par de panes agrios. Nada agradables para la muela

picada ni para el paladar. A las 09:30 P.M. llego a dormir sin sueño. Comienzo a

perder el apetito. Tengo preocupación por volver a enflaquecer.

Enero 27, de 1971.


Luego de la larga noche que no tendía a esperar la aurora de este amanecer, ha

sido posible pasar por horas de confusión y aburrimiento. El nivel de emoción es

bueno y me lleva al encuentro con Nando Pugliese. Centramos la atención en

caminar un buen rato por la ciudad. Nos encontramos con Humberto Barros.

Refuerza la ambición latente de querer ser millonario. Cargado de emociones nos

lleva a la residencia donde vive para hacer entrega del par de zapatos que le

había prestado en Aruba. A las 14:00 horas influye el hambre en nosotros y nos

vimos obligados a separarnos. Aprovecho la siesta hasta las 16:00 hora local.

Luego de un largo descanso aplancho la ropa y doy un increíble giro final para

volver al centro. Este ofrece un cuadro de escenario pasado. Cuando trato de

tomar las mejores decisiones para regresar a la casa tengo un encuentro casual

con el tío Chopi Rosado. Detengo el caminar ante él. Enfrentados, siento una

aureola de nostalgia y aventura por lo ocurrido en el Ángelo. No hay cordialidad.

Él ha preguntado por la familia. Es algo tan emocionante que no sepa describirlo.

Son demasiadas emociones para el día. Lo miro en profundidad. Se observa de

rostro franco con el clásico sombrero Stepson, ligero y galante cinco x; de hombre

noble y valiente. En la breve oportunidad que he tenido para hablar con él tiene el

valor de bromear con algo tan serio como su cumpleaños. Le alcanzo a entender

que le preocupan las canas a la edad de cuarenta y seis años. Con hidalguía,

confirma que nació el 27 de enero de 1925. Fruto del enlace genético llevado a

cabo entre Mama Flor Curvelo y mi abuelo Palo Floriao Rosado. Lleva puesta una

vestimenta vaquera a la usanza 1789. Es la versión original del hombre Marlboro.

Es de los pocos hombres que gozan de esta gallardía. Lo alcanzo a definir como
el protagonista de una novela del autor Marcial La Fuente Estefanía. Adonis del

amor, valorado y vilipendiado por tres indígenas y tres alijunas. Turba el reposo

de las mujeres. En cuanto a sus sentimientos por la belleza de la primavera, sufre

del especial encanto de la feminidad del nombre Rosa. Estereotipo transmitido de

padre a hijo. En modo alguno es odiado y repudiado por muchos hombres. Él

conduce el Nissan Patrol en dirección contraria a la ruta que llevo. Siento

curiosidad por todo. Las casas se ven muy bien.

Sobre la acción realizo una larga caminata hasta la sede del I.N.A. Una mirada

sobre el espejo de agua salada encuentra el malecón en el enorme y vasto

espacio de la avenida primera. Aquí se conservan como bienes culturales la Casa

Muller y el antiguo mercado municipal. Joya arquitectónica, que fuera el centro de

la vida diaria del pueblo. El ciudadano alemán Herbert Muller era una persona

adinerada y pintoresca del lugar. El tradicional lugar es conocido por la belleza del

paisaje marino y el encanto de la arquitectura medieval, defendida por cañones de

carronada del Siglo XVI. Río de la Hacha resulta ser hermosa. Ingreso en la

oficina del Instituto Nacional Agropecuario y tengo la oportunidad de hablar con

Enrique Bruzón sobre la posibilidad de ocupar una vacante. He tratado de que el

diálogo sea breve y expresivo.

A la salida, camino con buen ritmo por la acera de casonas viejas con techos de

tejas y paredes empedradas que fueron ocupadas por la burguesía de los años

treinta. Desde los años cuarenta hasta mediados de los años cincuenta fueron

ocupadas por el restaurante de Carmen y Cándida Campo; mi abuela Rosa


Pérez, que tenía el oficio de fritanguera de arepuelas y a la vuelta de la esquina

está, de forma descuidada, la puerta de entrada al jardín de la familia del señor

Clemente Iguarán y Dioselina Mendoza. Es patético ver el estado en ruinas de

estas viviendas. Este fantástico lugar es relicario de mi niñez. Vigilante, se

encuentra encallado el buque carguero ―Caribe‖. Testigo mudo de los incontables

cambios que han ocurrido en el callejón ―del Calabacito‖, de la arquitectura y toda

expresión artística de la fábrica de jabón del alemán Joseph Streigler. Para este

momento, el lugar inspira mucho respeto por haber sido convertido en el Colegio

Divina Pastora. El mejor claustro donde tuve el lujo de cursar parte de la primaria.

También protege el arte moderno de principio de siglo, aunque pertenece al arte

medieval del edificio de la aduana. Convertido en el eje de la vida pública y

comercial de la ciudad donde permanecían los agentes de la aduana. En el

transitar realizo un control rutinario.

No espero más y huyo de la escena de los recuerdos por el ―Callejón de las

Brisas‖. Siento que las casas están en observación. El lar materno está

extrañamente callado. Posee vida, hay espíritu, hay inspiración. Una desconocida

mirada genera nuevas emociones en la carrera 8 # 1-29. A mitad de la cuadra

permanezco un instante inmóvil ante la mirada triste de ella. Por su extraordinaria

belleza y verdad, suspiro y gimo sin querer. Descubro la belleza de hablar en

silencio infinito con mi señora madre Carlota Sofía Rosado Pérez. Ella hizo

referencia a los dulces pesares que había vivido con el nacimiento de los mellos

el día 13 de agosto de 1945. Para mayor gloria de Dios, el adventicio aliento de

vida se sumerge en un mundo oculto. Estoy ante un gran misterio. Nace en mí


una aureola de nostalgia y romanticismo. Con un toque de distinción espero llegar

al parque Almirante Padilla. En el Templo del Amanecer vivo la vida según el

principio espiritual que hace de mí un hombre auténtico. Llego a la casa a prima

noche. Son las 07:00 P.M. Resurge el agotamiento físico mental en mí. Los

amoríos locos con Gladis Lugo han acabado.

Enero 28, de 1971.

Abandono la casa. Voy en busca de Nando Pugliese para conversar. El pasar del

tiempo nos hace auténticos. Hemos sido tolerantes en pasar toda la mañana en la

sala de la casa (carrera 7 # 9-37) de Mello Frías. La rutina matinal concluye a las

12:00 M. Tomamos la decisión de regresar a nuestros hogares. Hago la siesta y

despierto con el ánimo de aplanchar la ropa. Con vestido de mucho cuidado, por

la noche salgo con el propósito de invitar a los muchachos del barrio para ir a

bailar en los condumios. Los bailes no cuentan con buenas parejas. Tenemos por

destino final el bar del cachaco Valderrama en los cocoteros. Luego de escuchar

por más de mil veces las coplas de la canción bolero ―Porqué no he de Llorar‖

interpretada por Fernando Baladés y su piano, nos despedimos peaos. Son las

10:00 P.M.

Enero 29, de 1971.

Acostado, he permanecido con una vida en calma durante todo el día. Está muy

presente en la memoria el pueblo de Río de la Hacha. La tarde ha servido para

hacerle una visita a Carmen Redondo en el barrio Padilla. La noche se presta


para llevar a cabo una pequeña caminata por el centro de la ciudad. En el andar

se genera una cultura propia del pueblo.

Enero 30, de 1971.

Las brisas han llegado con fuerza. Las tormentas de arena hacen sentir los días

largos y aburridores. Los ciclos se repiten una y otra vez. En Río de la Hacha todo

el mundo habla del carnaval como si se tratara de un estado del alma. Por la

noche, la patota del barrio sale a caminar para presenciar el estado anímico de

las personas que bailan en las casetas. Por lo visto es el mismo cuento de todos

los años. Cada día que pasa la ansiedad es más devoradora. Esta es una seria

situación. El tiempo va a ser testigo de mi muerte.

Enero 31, de 1971.

Con brillante resplandor voy hacia la orilla del mar que está al otro lado del Riito. -

-así llamado porque significa río chiquito-- Con un personal del barrio arriba

jugamos un partido de fútbol. Ganamos por el marcador de cuatro goles por uno.

Fue regular la actuación mía. Siento cómo se altera la estabilidad emocional de

una persona. Con la entrada del nordeste la gente comienza a marcharse en

cordialidad. A esta hora el mar es un escenario de pesadilla. Los abajeros

abandonamos la jerga del Río Ranchería. Sobre la marcha pasamos con

suficiente decisión por la corraleja. Lugar de casas bajas acompañadas por el

patrimonio histórico y cultural del colegio La Divina Pastora, la Capilla y la

imponente Casa Cural. El pasaje Zubiría y sobre la estructural muralla del

malecón que por muchos años impidiera el embate de la furia del mar.
El retiro de la mar presentó la oportunidad para la siembra de los cocoteros. Las

palmeras colindan con la ―Terraza Marina‖, la glorieta y el muelle. El maderamen

de carreto apoyado sobre columnas de guayacán se asemeja a un Ciempies que

se adentra cuatrocientos setenta metros aguas adentro. A corta distancia está el

cascarón oxidado del buque ―Caribe‖ señalativo de que Río de la Hacha era un

puerto donde arriban embarcaciones procedentes de Europa y de las Antillas

holandesas. Toda vez que paso por aquí no consigo borrar de la memoria el llanto

de las cunas del hogar que quedara solo y triste. Sigo el curso de la playa con los

compañeros. En la recta final he pasado por minutos de cansancio, confusiones y

alucinaciones. La marcha cambia en el comienzo del malecón. Muchos de los

caminantes se abren camino por ―el Callejón de Cirilo‖ (carrera novena). A pies

descalzos afronto un obstáculo en lo que fuera el ―cementerio de barcos‖. Bajo el

brusco fluctuante están en reposo los restos de la goleta Champión, del

contrabandista Rafael Gómez, el velero del buzo Luis Beltrán Suárez, la lancha

salvavidas del carguero Flora que fue hundido el 17 de junio de 1942, en plena

Segunda Guerra Mundial. También se encuentran sepultos los fósiles de la quilla

y las curvas del bergantín Independiente. Nave insignia de la Armada Nacional,

cañonera con la que participó en la lucha de la independencia el capitán de navío

José Prudencio Padilla.

Estoy próximo en llegar a la casa. Dejo volar la imaginación a través del espacio

consumido en la fantasía de que el cementerio tiene historia, historia de legado. Al

fondo se conserva, por su valor cultural, el hospital de los tuberculosos. El


subliminal monumento tiene arcos y columnas que revelan la época

contemporánea de principio de siglo. Los clásicos elementos del diseño, en cierta

forma, han cambiado mucho. El tiempo, como suele hacerlo, ha carcomido parte

del empañete y ha puesto asquerosas lágrimas rojas sobre la pared por el

desgaste de los ladrillos. Sin embargo, se alcanza a leer en letras negras ―Cárcel

Municipal Riohacha‖. La cara tradicional del muro amarillo desdice del gentil

riohachero por ser único en el mundo. No se dedica a resguardar nuestros

patrimonios culturales, por el contrario, está empeñado en destruirlos.

Atravieso la avenida y entro en la casa. Durante toda la tarde escucho música y el

lanzamiento del Apolo XIV. A bordo lleva como tripulantes a Sheppard, Mitchel y

Roose. La misión es hacer un alunizaje. Tomo la actitud de ir al parque a las

21:00 hora. Nando Pugliese, Botato Zimmermann, Chemello Pugliese, el indio

Beto Cohen y Pollo Frías nos empeñamos en ir a ver el movimiento de las

casetas.

Análisis del mes.

Tengo el convencimiento de la adversidad de la suerte. Son cosas del destino. La

ansiedad es una enfermedad que se agiganta. Es un síndrome angustioso. El

tiempo se encargará de dar equilibrio a la actitud del ―Yo‖ y de buscar un mejor

destino. Todo queda en manos de la Justicia Divina.


FEBRERO DE 1971.
Febrero 1, de 1971.

Las bombas, cohetes (varillas) y las choriceras despiertan a los fieles. El repique

de campanas anuncia que se acerca la fiesta de la Vieja Mello. Es algo fascinante

e incluso, divertido. Son las 05:00 A.M. La gente llena las calles con todos los

colores de ropas. No hay mejor estímulo que salir a pasear. En las horas del

medio día doy un paseo con Nando Pugliese por los alrededores del mercado.

Después de una dura mañana tengo la sorpresa de encontrarme con el viejo

Simón Vargas y otro marinero cartagenero. Hablamos sabroso, conversamos un

buen rato de los viajes épicos en el Ángelo. Este pirata de la isla de Barú es viejo

y sabio. Nos despedimos con nostalgia. Regreso al ruido de los castillos, fuegos

artificiales y ajetreo de la gente. Se acaba el espectáculo y se inicia el desfile de

los paganos que se alejan hacia sus hogares. El grupo de amigos del barrio ha

tomado la decisión de trasladarse hacia el lado oscuro de la ciudad. Con logro

emocional, llegamos al bar Águila en la carrera 8 # 12-31. Entramos con taco en

mano, hicimos gala de tahúres; pedimos bolas para jugar una partida de pool

(buchácara). Traigo a la memoria la película El Indomable, protagonizada por Paul

Newman. El barman Rabel Ramírez es de mucho cuidado. Es un hombre clavijero

y pícaro. Para darle confianza le hablamos de los triunfos del equipo Santa Fe en

1960. Es un fanático furibundo de este club.

Febrero 2, de 1971.

Es un día atípico de Riohacha. Numerosos repiques de campanas sacuden la

ciudad en fiestas de la Virgen de los Remedios. Una mezcla de emociones

congrega a los feligreses en la catedral para postrarse ante el obispo para que les
regale velas. En Éxodo 20. V 5 y 6, Yxwx soberbio, en pocas palabras dice: ―Todo

aquel que cree o venera imágenes será castigado hasta su cuarta generación‖.

Por eso he adjurado del catolicismo. La movilidad se inicia desde muy temprano.

Aprovecho la bicicleta de Humberto (Cagaíta) Barros para salir a rastrear a mi

gran amigo Simón Vargas. Alcanzo a divisarlo en medio de un tumulto de

personas al momento de entrar en la oficina de la empresa aérea Urraca, en la

calle 2 # 9-08. Compra tiquete para viajar a Cartagena y de ahí embarcarse en

lancha hacia la isla de Barú. Está de afán. Nos despedimos con mucho

sentimiento. Con bombo y platillos, se escucha la Jazz Band. Los paganos

pierden el control de las emociones. El parque y sus alrededores parece una

escenografía de la era románica. En bicicleta, atravieso calles residenciales para

llegar a visitar a la cuñada Carmen Redondo, en la calle 13A # 16- 22, del barrio

Padilla. El atardecer está un poco aburridor. La noche se ha prestado para salir a

dar vueltas por las casetas.

Febrero 3, de 1971.

No he salido a realizar la acostumbrada rutina. Después de la dura mañana

comienzo a darle rienda suelta a mis escritos, escribo como hablo. Llega el

anochecer y considero ir en busca de Mariano Pérez. La experiencia comienza al

hablar de las costumbres de los riohacheros. Nada parecido. El pasatiempo es

compartido hasta las 22:00 P.M.

Febrero 4, de 1971.
En el aposento queda una acumulación de emociones. Casi tan rápido como

emerge el nordeste sobre el lápislázuli de la mar, por eso he tratado de cambiar la

rutina matutina. Hay tensa calma en las calles de la ciudad. Aprovecho los buenos

deseos para la ocasión de ir a visitar al tío Chopi en la avenida 15 # 8-45. Lo

encuentro en el patio haciéndole mantenimiento al motor del campero. Tiene la

toalla amarrada a la cintura, es indicio de que está soberbio. Tengo el

presentimiento de que en casa del señor Rosado ocurre una situación delicada.

Hasta el perro tiembla. Se mantiene conspicuo y silente. A duras penas parlotea:

―¿Qué hay de nuevo sobrino?‖ ―Lo necesito en el barco‖. A eso le respondo:

―Usted perdió la confianza en mí‖. Hora y media más tarde el gallardo hombre me

trajo hasta el centro en el Nissan.

El frescor de la noche se presta para ir con la patota a jugar buchácara en el bar

Águila. Las mesas de billar y de pool se encuentran ocupadas por principiantes. A

las 10:10 P.M. nos vimos en la obligación de abandonar la cantina.

Febrero 5, de 1971.

La visita matutina es donde Judit Ariza. En la tienda encuentro a Nando Pugliese.

A pleno sol salimos en busca de Mariano Pérez para caminar un buen rato por los

alrededores del mercado. El paseo termina a las 12:00 M. Quedamos en vernos

por la noche. En la casa permanezco encerrado solo. Tengo el convencimiento de

ser visitado por una amiga. Con la caída del sol llega la Polla Omaris. Mantuvimos

una experiencia profunda y emocionante. El lenguaje corporal entre nosotros dura

muy poco. Ella reclama por haber sido prematuro. Con soberbia agrega:‖No sirves
para nada‖. Me hace recordar a la flaca con quien mantuve relaciones en

Medellín. Para alargar la velada salgo a la calle por la noche. Todo es una

comedia, el ejército recluta personal para prestar el servicio militar. El

reclutamiento se lleva a cabo en las calles. Algunos cineastas se lanzan desde las

paredillas del teatro Aurora. Las cosas no se ven muy bien. Distante de aquí, está

la ―Calle Ancha‖.

La arquitectura urbana y el paisaje juegan un papel importante. Enfrento otra

prueba en el camino para hacer una visita vespertina a Carmen (Came) Iguarán

en la avenida 7 # 9-56. En cierta forma ha cambiado mucho. En la cara tradicional

del lugar está la residencia de la señora Came. Punto clave para establecer

relaciones amigables con Eluní Ayala. Su sobrina está muy querida; pero no

logramos concretar nada, porque la tía Came ha permanecido muda sentada al

pie del cañón. Ideas dispersas desarrollan una visión adorable hacia el corpulento

árbol de Ceiba bonga (Ceiba pentandra), que estaba en lugar privilegiado al

centro de la vía. Para darle vida a la carrera décima, este laboratorio viviente en la

mayor época del año tenía tallo de cuatro metros de diámetro, cincuenta metros

en la parte apical, ramaje horizontal de cuarenta metros de largo y frutos de

algodón. Es la naturaleza transformada en obra de arte. En su clásico momento

fue un testimonio vivo de la historia del Rio de la hacha. Hasta su erradicación en

1956, fue considerado monumento histórico porque allí frecuentaba el Almirante

Padilla. Y bajo la luz de la luna danzaba cumbiambas con la pareja Rafaela (la

Ño) Rivadeneira. En la última tanda que bailaron el capitán de navío persuadió a

la cumbiambera. Le propuso que dejara embarcar, como grumete del navío San
Juan Nepomuceno, a su hijo Juan Manuel Iguarán; a cambio de darle la libreta

militar.

La Ño se sintió heroína y le cogió la caña al negro Padilla. Lo que ella no sabía

era que el bárbaro amigo tenía en mente convertir el lago azul en el Mar Rojo. A

las tres de la madrugada las naves desplegaron velas y zarparon con rumbo

desconocido. Sólo Rafaela y la Divina Providencia, sabían de la peripecia que

correría Juan Manuel en el fuerte de la barra de Maracaibo; donde atacarían por

sorpresa al comandante español Ángel Laborde. Días más tarde el navío de

guerra combatió a fuego vivo contra las naves de la armada española. El valiente,

fornido e intrépido Padilla, derrotó al español Laborde en la gran Batalla del Lago

de Maracaibo. Con el correr de los días, Río de la Hacha estalló en júbilo al saber

que las naves estaban fondeadas en el puerto de Cartagena. Sobrevivieron en el

umbral del infierno el capitán Negro Padilla, los contramaestres Pachito Padilla y

Toño Padilla, al igual que los grumetes Juan Manuel Iguarán y Juan Rosado.

También se supo que la mitad de los miembros de la tripulación del San Juan

Nepomuceno y el bergantín de guerra Independiente habían arribado a la heroica

con la gloria en el bolsillo. Desarrollo una fantasía de la historia oculta del

simbólico rodal. Es algo bastante intenso y real.

Febrero 6, de 1971.

La rutina comienza, nos da una sonrisa. Cada hora se convierte en un lapso

cambiante y desesperante. Es una visión adorable la llegada de la noche.

Entramos a un baile y bebimos aguardiente Antioqueño. Esta vez el baile está


regular de parejas y bueno en repertorio musical, ese ha sido el motivo que nos

ha mantenido de pie hasta las horas de la madrugada del día siete. Mercaderes,

carretilleros y carniceros llenan las calles con todas las herramientas de trabajo.

La travesía dignifica la identidad de los habitantes del pueblo. En la ciudad del

pasado hay un silencio sepulcral. No he podido esconder la ansiedad. Cargados

de emociones tomamos un camino fácil a través de varios solares y avanzamos

varias cuadras para llegar al apacible centro del despertar de la ciudad.

Febrero 7, de 1971.

La casa es un lugar privilegiado que cumple con los requisitos de mantener la

integridad familiar. Despierto con algo fascinante e incluso divertido en la cabeza.

Bien encaminado por la orilla de la mar, he sabido llegar a la playa del bar Chon

Kay. Hay personal disponible para sacar dos alineaciones de futbolito. Jugamos

de manera incansable hasta las 12 M. El equipo en el cuál he participado ganó

por el marcador de un gol por cero. Finalizado el partido, solo hago la travesía de

toda la calle primera. Disfruto de una pequeña siesta. Para matar el tiempo

escucho la primera carrera de autos que se realiza en el autódromo Ricardo

Mejía, de Bogotá. Con la baja del sol doy un paseo por la punta del muelle; donde

se encuentra atracado un barco pesquero. Tamaña sorpresa al ver de marinero a

Marceliano Lugo, el hermano de Gladis. Le hago ver que no lo conozco. En pos

de vencer el destino caigo en una situación desesperada. A prima noche disfruto

de un descanso programado antes de salir a compartir unos tragos; pero tal fin no

se cumple.
Febrero 8, de 1971.

La tristeza es tan hermosa como la soledad. El aposento es un lugar misterioso.

He pasado encerrado todo el santo día. Lo he sentido largo y aburridor. Presiento

que estoy a un paso de la muerte, algo extraño ocurre a mí alrededor. Existen

sentimientos encontrados, lo inesperado está a la vuelta de las horas. La noche

personifica la idea de querer salir un rato. La rutina vespertina para mirar la

cartelera de cine ha hecho que vaya por la plaza. Asumo los mismos

comportamientos de los compañeros de siempre. La integridad de Heberto

Kohen, Hernando Pugliese y Álvaro Zimmermann nos obliga a formar un cuarteto

para ir a jugar buchácara. De andanza por calles aledañas al mercado hacemos la

parada en el bar Águila. A la nada, aparece Mariano Pérez. Con taco en mano el

indio Kohen pide bolas, cinco cervezas y una canasta vacía. El cesto es para

echar las botellas de cervezas consumidas. De esa manera puede controlar las

clavijas del cantinero Rabel Ramírez. Tiene el concepto de que el astuto barman

hace triquiñuelas hasta con las tapas del culo. En la última partida he contado con

la suerte de ejecutar setenta y un puntos, lo que deja un saldo de sesenta y seis

buenas. He impuesto un record entre nosotros. Estoy tan emocionado que a

veces personifico la idea de ser el protagonista de la película El Indomable.

Febrero 9, de 1971.

El buen día comienza con una buena tarde a pesar de que no he hecho nada. He

salido a descubrir la ciudad del pasado. En el parque encuentro sentado a Manuel

Antonio (Papúm) Freyle en la banca Lacorazza Hermanos-Barranquilla. La plaza

es una mesita de centro adornada con jardines uniformes muy parecidos. Está
casi llena de pensionados, empleados y de personas cautas. Es un lugar

privilegiado para conversar con los amigos sobre la política del país. Mi padrino

de confirmación tiene la osadía de llamarme para que le regale el reloj Omega

Speed Master que llevo en la muñeca izquierda. Ocasión que aprovecho para

decirle que necesitaba de un puesto para trabajar. El guajiro tradicional esboza en

sus labios una amable sonrisa: ―Hablaré con el doctor Nicomedes Daza Daza, él

es el Secretario de Educación del Departamento‖. Sus palabras inspiran

confianza. La noche se presta para ir de rumba con todo el combo. La guachafita

termina a la 01:00 de la madrugada.

Febrero 10, de 1971.

La acostumbrada caminata por la mañana lleva a que consiga a Mariano Pérez y

a Nando Pugliese. El pasatiempo es por el mundanal del mercado. El mundo de

las voces y los gritos le pone un valor a todos los artículos en venta. Nando viaja a

Camarones. En medio del creciente tránsito de pasajeros regresamos a almorzar.

Espero que baje el sol para ir al muelle a ver una lancha de la fragata Almirante

Padilla. En la noche, por información de la hermana Daisy Padilla, existe la

oportunidad de trabajar en la firma Sigma. Por el momento todo está en proyecto.

Por casualidad tropiezo a Ñaño Wild, las emociones terminan con el recorderis de

las fantasías con Gladis Lugo. Con el grupo de muchachos voy a jugar buchácara

al bar Águila. El amplio salón tiene dos mesas de billar y cuatro de pool. Es un

lugar de ambiente húmedo donde se propaga un repugnante hedor a orín. Por

ironía de la vida, la salubridad del local; contrasta con la higiene del Centro de

Salud que funciona en la esquina del costado de la calle 12 # 8-19.


En el escrito original, es notable el agotamiento de la tinta del bolígrafo.

Febrero 11, de 1971.

El estar despierto es una evidencia convincente. Asumo el mismo comportamiento

de los habitantes de siempre. Juego un papel crucial en la vida de Pollo Frías y

Nando Pugliese. El primer desafío es llegar al Banco de Bogotá en la carrera 6 #

3B- 05. Para llegar allí debemos recorrer casi todo el centro comercial. Rápido, el

trío ingresa a la carrera sexta por la calle séptima. Tenemos una vista plena de la

mal llamada ―Calle del Comercio‖. Ésta tiene vida, se trafica con mucha

constancia en medio de un tumulto de gente. Es una ventana al mundo, tras ella

hay miembros de la civilización palestina, judía y musulmana. En la medida en

que avanzamos dejamos atrás el magnífico edificio (6-31) de Signey Taylor, la

lujosa residencia (6-24) que fuera del señor Hilario Arredondo; hoy en día reside

el señor Francisco Trespalacios. Las evidencias indican que el auge de la carrera

sexta se inicia en el almacén de Amin Chams. A puertas abiertas (6-25) y (6-27)

están los mostradores repletos de telas americanas, ropas y blue jeans

americanos Wrangler y Lee. Eslabones de oficinas y almacenes le dan vida a

viejos caserones que parecen perlares monumentos. Guarda silencio el derruido

depósito de víveres (5-26) del clan judío Kohen Jessurúm, que fuera representado

en las personas de Moisés y Darío Henríquez. Hace frente con el almacén del

palestino Elías Daes (5-33) distribuidor de telas de Lino y Caqui ―Cabeza de


Perro‖. Complementa la cuadra la ―Farmacia del Pueblo‖ (5-01) de Alberto

Ricciulli.

Este lugar, por extraña casualidad, aún existe en la memoria de los transeúntes

que se acercan y se alejan cada vez más a lo largo de espacios llenos de vida y

cultura. Convertido en foco de atención por la repostería y los exquisitos manjares

que elabora la señora Eufemia Fuentes (6-12) paralaje con la magnífica mansión

(4-29) de Mimiya Gómez. Siempre voy muy cerca de sus pasos. Hacemos un

cambio radical en la ―Farmacia Tropical‖ (4-04) de Marcos J. Rosado, cuya puerta

hace posible la vista hacia el famoso ―Salón Pielroja‖. Comienzo a extrañar el

amor en las calles y pasamos al andén de la agrietada joya arquitectónica del

Banco Dugand (3B-02), que se conserva como bien cultural. Una sombra de duda

se presenta ante el perlar monumento (5-89) que magnifica al palestino Nicolás E.

Abuchaibe. Maestro que se dedicó a enseñar los principios de la fe islámica a

diferentes culturas, normas y religiones. En la planta baja de esta mezquita

funciona el Banco de Bogotá (3B-05). Aquí el pasado antiguo vive en el presente.

Revela de inmediato, escenas retrospectivas:

“Los emigrantes del Norte de África, son unas civilizaciones desarrolladas,

descendientes de mercaderes que comercializaban telas a lomo de camello a

través del desierto del Sahara. Sus antepasados formaban parte del imperio

fundado en 1076, por el líder musulmán Mansa Musa. El primer desafío fue

restablecer el comercio de telas finas, sal y oro, que se extendió por las rutas
comerciales del amplio paisaje africano. A pesar de la decadencia y desaparición,

se enorgullecen de descender de un Imperio que jamás se recuperó”.

Luego de un reposado pensamiento preciso llegar y tener que pasar acompañado

hasta las oficinas. Entramos en el Banco de Bogotá. Detrás del mostrador un

semblante de emoción embarga a Daisy Padilla. Hermana que tiene a bien

presentarme ante los ingenieros de la firma Sigma Ingenieros Ltda. En un

vehículo de la constructora nos trasladamos al campamento que está en las

afueras del poblado de Camarones. Una vez en la oficina de entrada, hago

entrega de la hoja de vida, además solicitan la libreta militar como requisito

indispensable para ejercer el cargo. Se presenta el primer inconveniente, porque

no cuento con ésta. Quedo con el compromiso de viajar en los próximos días a

Valledupar, para diligenciarla en el batallón La Popa. El día queda a merced de la

noche. Cargado de emociones regreso a la ciudad. Busco la forma de

sobreponerme a la creciente sensación de fracasos. Para encontrar al par de

amigos debo hacer la acostumbrada caminata. Para sentir que estoy cómodo

tengo el valor de invitarlos al bar Águila. Como amante entusiasta de la buchácara

juego un par de partidas con los amigos que había dejados tirado a la larga esta

mañana.

Febrero 12, de 1971.

Abandono la casa y abro camino a través de figuras curiosas que irradian alegría.

Ahora, más tranquilo, voy en busca de Pollo Frías y Nando Pugliese. Tenemos la

idea de volver a la empresa de buses Copetrán. Aquí tengo una edificante


relación con una forastera de nombre Ana Pérez. Queda en volver el próximo

domingo para encontrarnos a las 15:30 hora. Acordamos ir a cazar pájaros en las

horas de la tarde. Antes de partir recibo carta de los cubanos, con calendarios

alusivos al Che Guevara, Marighella, País y Santa Rosa. Con la inclinación del sol

caminamos por las afueras de la ciudad. La arquitectura parce ser diseñada para

aislar. Cabalgamos a lomo de burra. Regresamos a las 06:00 P.M. con la ropa

hedionda a animal. Atrapados en las devastadas calles con las ropas hediondas

decidimos aprovechar la rutina vespertina para salir a buscar un baile al que se

diga ―Dios te guarde‖. La gente peregrina por varias razones. A eso de las 10:00

P.M. la realidad es manipulada a todo nivel para ir en busca del nicho que mitiga

mi gran dolor. Había dejado olvidada la radio en el patio. Todo se debe a las

múltiples preocupaciones. Para conciliar el sueño escucho Radio Habana Cuba.

Febrero 13, de 1971.

Permanezco en el encierro. No hice nada en todo el día. Atravieso una situación

desesperante.

Febrero 14, de 1971.

Con una determinación extraordinaria he ido a jugar un partido de futbolito. El

marcador de dos por cero ha sido adverso. Ana Pérez es la extensión de mis

esperanzas y expectativas. Para cumplir con la cita deben gustarle las aventuras.

En efecto, se encuentra alojada en la residencia Carimana en la calle 5 # 6-47.


Salimos a pasar un rato agradable en la cancha de tejo. Mientras dialogamos para

conocernos mejor, disfrutamos de un par de cervezas. Cae la noche y se ve

despierta la ciudad entre cabriolas y alegrías. Decidimos ir a bailar a la caseta ―el

Toro Sentáo‖. Entre música de acordeón y tragos cortos vemos llegar al baile a

Mariano (Pello) Pérez, Álvaro (Botato) Zimmermann, Álvaro (Chemello) Pugliese,

Hernando (Nando) Pugliese y a Cabecita. A las 12:30 A.M. acuerdo con la pareja

en regresar a la residencia para hacer de la vida algo más sencilla y placentera.

Febrero 15, de 1971.

Abandono la residencia Carimana a las 06:00 A.M. En la partida le digo a Ana

Pérez que regresaría a las 09:00 A.M. pero no lo hago. Después del medio día

estoy propuesto en salir a descubrir la ciudad de las ilusiones. Acrecentado por el

fresco de la ―Avenida 14 de Mayo‖ peregrino hacia arriba, entre casas con

caballetes partidos en tejas y llego hasta la carrera tercera y entro en la humilde

residencia de Mama Flor. Para colmo de males no se encuentra. Queda para

mañana la disposición completa para pensar mejor en la redacción de los dos

sufragios en donde expresa ―Condolencias por las almas que reposan en la

eternidad del purgatorio. A la abuela Flor sí estoy obligado a cumplirle lo

prometido.

Febrero 16, de 1971.


Se ve despierta la ciudad. Desempleado, con hambre y con la tentación de saber

si Ana ha viajado transito por los alrededores del mercado. En efecto, la

encuentro en la oficina de la empresa de buses Copetrán (calle 14 #7-05). Con

tiquete en mano confirma de que va para Maicao. Dentro del bus nos despedimos

de besos. Las cosas en casa no se ven muy bien. Necesito apoyo y salgo a dar

una vuelta por ahí. En medio de un mar de elementos típicos que adornan el

entorno le hago una visita al tío Chopi. En la lujosa residencia nadie contesta el

saludo de las buenas tardes. Quedo petrificado. Siento desprecio del tío, mejor

dicho, un desaire hacia mi persona. Demuestra estar bravo conmigo. En cualquier

momento es lo que la gente espera de él. Es un defecto de los Rosado. Luego de

reflexionar un buen rato abandono el patio por la cámara de aire. Siento que las

calles, las casas y las cuadras están en observación.

Ese trato, no es incómodo para mí, yo tengo mis prerrogativas.

Por la noche trato de reconstruir el ego de los Rosado y tomo tiempo para ir a

jugar buchácara en la pocilga del bar Águila.

Febrero 17, de 1971.

Anhelo ir en busca de un nuevo amanecer. En las calles hay un flujo continuo de

personas. Empeño los dólares por quinientos pesos. Al medio día, paseo por la

orilla de la playa hacia la ranchería Las Delicias. El asentamiento indígena está al

oeste del Rio de la hacha. En el recorrido de los cinco kilómetros los pasos se

sienten cada vez más pesados. En el rancho soy atendido por mis amigos de
infancia. Surgen algunos sentimientos hacia la aborigen María Estrella Redondo

Epinayúu, la hermana de los indios guajiros Currichi Redondo Epinayúu y Eliécer

Redondo Epinayúu de la ranchería ―las Delicias‖. Paso toda la tarde acostado en

un chinchorro. De venida, mantengo el paso en sentido noreste. Por la dinámica

de las olas se puede observar que el Océano Atlántico es un archivo

extraordinario de era geológica. A prima noche salgo a caminar por los

alrededores del puto pueblo.

Febrero 18, de 1971.

Despierto envuelto en una mañana soleada. Paso de la dimensión del sueño a la

dimensión mía. El río Ranchería domina la Mar Caribe. La plaza del pueblo es la

aldea global del mañana. De camino a casa hago un alto en la oficina de la

Aerolínea Urraca. Durante el resto del día leo las cartas que he recibido de Gladis.

En definitiva, no debo continuar con estas relaciones. Viéndolo bien estas cartas

no son apropiadas para ningún amigo. Salgo a dar una vuelta y el único amigo

que encuentro es a Nando Pugliese. Esperamos la noche para ver el ambiente de

los bailes.

Febrero 19, de 1971.

El cerebro se ilumina por intermedio de las neuronas espejos. Antes de las 03:00

A.M. la emprendo a pie para Transportes Brasilia. El bus es un poco ortodoxo

pero está adecuado para el viaje hacia Valledupar. Lo que empieza como una

aventura a lo largo del recorrido por los caminos de los pueblos de la Provincia de

Padilla; termina como en un sueño. Es una realidad sin costuras, donde los seres
se mueven y se ven en diferentes tamaños y direcciones. En una especie de

sensación fantasma despierto lejos de la salida del sol. A las 08:30 A.M. trato de

poner ideas en la mente para llegar a la oficina del Distrito Militar que está en las

instalaciones del Batallón La Popa. Luego de hacer el comentario del propósito de

obtener la libreta militar al soldado que ejerce las funciones de secretario; éste

responde: ―No se puede hacer nada porque el capitán se encuentra fuera de la

ciudad‖.

En este momento de frustración desvío la atención hacia los transportes. Estoy

solo en esta gran ciudad sin encontrar a nadie a quien pueda contarle mis penas.

De nuevo emprendo la odisea de regreso para Río de la Hacha. La carretera se

encuentra obstaculizada por un vehículo que está volcado sobre la vía del

poblado La Paz. El recorrido se hace en sentido inverso hasta Cuestecitas. Aquí

el bus desvía el curso del trayecto. Renuncio al hoy por pensar en el pasado de

mi niñez: ―En 1952, mi tío Pelón Pérez me llevó a La Paz, para que el doctor

Manuel Zapata Olivella reconociera el estado asmático que padecía y

diagnosticara algún tratamiento para el asma --herencia genética de mi madre

Carlota Sofía--, ahogos que padecía por aquel entonces‖. Tras cuatro horas de

agitado movimiento envuelto en el ruido que hace el bus por las escalerillas del

carreteable, que diversifica el arribo a Maicao.

Por aquella época, era una aldea con ranchos de bahareque, con calles

intransitables que se ahogaban en un mar de arena. El centro era un oasis que

tenía un molino, --lugar donde se encuentra hoy el edificio de la Alcaldía--, frente


a la plaza Bolívar. Se identifican personas comunes a toda forma de vida.

Frustrado, subo a un bus escalera, no veo la hora de llegar al Río de la hacha.

Sobre la marcha, los árboles fotosintetizan la energía de la tierra. La emoción

predominante es la tristeza; pero debo seguir en la lucha. Al fin, a lo lejos se ve el

reloj de la torre de la iglesia que marca las 16:40 hora. El espíritu del viaje lleva a

una perspectiva diferente. Tropiezo a Pollo Frías y nos vamos a tomar un par de

cervezas Águila en el bar-restaurante ―Los Cocos‖, que está frente al ventanal de

los salones de clases del Colegio la Sagrada Familia. Entre cerveza y cerveza,

acordamos no ir a ningún baile porque estoy estropeado. Tengo un negro sueño

al ver a Gladis que lucía un traje negro. Guardaba luto. Despierto.

Febrero 20, de 1971.

Soñoliento he bebido gran parte de todas mis angustias. Estoy triste porque sólo

en sueños puedo ver a Gladis. Me traslado al caserío de Camarones. El ingeniero

jefe de la empresa Sigma queda en confirmar el cargo sólo hasta el próximo

miércoles. Con la caída del sol tropiezo por tercera vez a Nando Pugliese en el

parque Padilla. Los dos acordamos ir de parranda al anochecer.

Febrero 21, de1971.

Domingo de carnaval. En compañía de Chu Londoño emprendemos la ruta del

baño de mar. A las 09:30 A.M. nos encontramos con Pollo Frías y conversamos

de todo, hasta casi las 01:00 P.M. A esa hora tengo la iniciativa de regresar a la

casa. Aprovecho el tiempo para planchar un par de blue jeans Wrangler azules y

un par de suéteres marca Ban long, uno amarillo y uno rojo. Hago siesta hasta las
03:30 hora. Por radio escucho los partidos de fútbol profesional. La búsqueda de

comentarios llega más allá de la forma de divertirme. En el cerebro tengo un gran

arsenal de estrategias. En la comunidad del parque todo el mundo tiene el

opinador bueno. Los miembros del combo caminamos hacia la caseta el ―Toro

Sentáo‖. Para coger coraje y poder bailar nos tomamos media docena de botellas

de Aguardiente Antioqueño. No recuerdo haber llegado a la cama a la 02:00 A.M.

Febrero 22, de 1971.

No he levantado cabeza. No he hecho nada. Por la noche dimos un vistazo por

las casetas del barrio abajo, nos detuvimos un buen rato en ―el Toro Sentáo‖, pero

el estado anímico no está apropiado para nada… nada… Todavía estoy peao.

Febrero 23, de 1971.

El aposento se encuentra en sepulcral silencio. La tormentosa vida está que se

apaga. Tengo la motivación de llegar por donde Mama Flor. Manejo ilusiones en

movimiento, la captura de cada paso hace que llegue rápido a la casa de la

abuela. Se le alcanza a ver en el rostro la combinación perfecta de cuerpo y

mente para poner en conocimiento:‖Por aquí estuvo Merced. Lo regañé por lo que

te hizo. Pero él dijo que él no es capaz de hacer eso con ustedes. Que él sabe

muy bien que ustedes son sus sobrinos‖. Concluye el diálogo con algunos

consejos para que vuelva a trabajar con el hijo. Terminado el repertorio, abandono

el rancho sin rumbo fijo. Los diferentes cambios que observan finalizan en el bar

Águila. En cada partida que efectúo es notable el progreso en las habilidades que

demuestro en el juego de buchácara. En el ambiente hay un clima deletéreo. Sólo


se ven llegar prostitutas y cabrones. A eso de la media noche nos embarcamos

en la odisea de llegar al puteadero ―Rincón del Pirata‖. Luego de una

circunstancia con mucha carga emocional una sombra de dudas se presenta,

juego un papel crucial para ir en busca de pista sin tener que mirar hacia los

pilares gigantes que están en la parte trasera de la cárcel municipal. Aquí hay

mucho silencio. La mar duerme, las olas llegan, se agachan, se acuestan y se

van. Este remanente de un pasado no muy lejano es otra ventana al pasado del

Rio de la hacha. Llegar a la casa requiere de la hazaña de caminar un corto

espacio sin vida. Son las 11:45 P.M.

Febrero 24, de 1971.

Un carnaval que pasa, otro año más de recordación. Aparece de nuevo el

aburrimiento. En medio de un paisaje urbanístico confuso y vacilante, he

proyectado ir con Nando Pugliese por los alrededores del mercado. El sol está

que calcina la tierra. Marchamos hacia la casa para guardar resentimientos bajo la

sombra. A eso del medio día manejo las emociones por haber recibido la noticia

de que tengo la oportunidad de entrar a trabajar en la empresa Sigma. Abrazado

con la almohada he sido capaz de recrear figuras fantasiosas.

Febrero 25, de 1971.

Las evidencias del aburrimiento indican que las horas se alargan cada vez; más

que acortarse. Aprovechamos la escondida del sol para salir a caminar, llegamos

al bar Cacique en la calle 12 #6-43. El ambiente de aquí es pesado, sin embargo,

se presta para que cada uno ingiera un par de cervezas Águila. Una hora y media
transcurrió en cuestión de minutos. La vinimos a parar al parque Padilla. Lugar en

que, por una extraña casualidad, existe la libertad de poder hablar todo el mundo.

Sentado sobre el borde de la cama detengo la mirada en las fosforescentes

agujas del reloj Omega que marca las 10:45 P.M.

Febrero 26, de 1971.

Siento regocijo en el despertar de un falso sueño. Después de mirar con mayor

detenimiento lo formidable que es la mar espero realizar una larga travesía a la

espera de que pasen las horas. El radio de acción cobra vida cerca de las

09.00A.M. El encuentro casual con Nando es en el almacén ―Sindo‖, de Judit

Ariza. Una circunstancia con mucha carga emocional nos lleva a hacer un

monitoreo por los alrededores del mercado público. Entramos en la oficina de

Copetrán, encontramos al dependiente Julio Romero en un tenso trabajo con la

máquina de escribir. Para descongestionar los pasajeros ocupo un papel crucial y

lo ayudo a vender tiquetes para Valledupar y Bucaramanga.

De aquí salimos en busca de pista a las 12:37 M. El sol se encuentra en su punto

canicular La rutina diaria ha servido para echar el acostumbrado paseo.

Atravesamos un paisaje confuso y vacilante. El parque Bolívar es el fantasma de

la época dorada en el Liceo. Nos mantenemos en conversación de estudiantes,

hasta las 22:00 hora.

Febrero 27, de 1971.


Estoy apestado por la gripe. Acabo de abandonar el dulce hogar. Inicio el

recorrido por el impactante trecho del paisaje de la avenida primera. El lento

acceso se hace paralelo a las interminables playas de arena color marfil bañadas

por aguas cristalinas que reflejan el color del Cielo. El descenso hacia la oficina

de Copetrán es lento. Espero realizar la travesía para vender los tiquetes de

viaje. Ahora estoy justo en la línea visual del hombre de renco caminar que se

acerca a mí. No dudo en darle un fuerte abrazo al capitán Elías Durán. Él expresa

una experiencia profunda y emocionante. Tiene toda la apariencia clásica de un

rico antillano. Con su pensamiento innovador comienza por decir que su venida se

debió a los problemas de la familia. A ese asunto, agrega: ―Antier hablaba con

Merced y le hice el comentario del dinero que te robaron en Punto Fijo. Yo le dije

que Marcos Rosenthil fue quien te robó la plata. Porque él se bebió el sueldo y no

tenía dinero para viajar a Caracas. Yo no lo obligué a que te devolviera esos

bolívares, porque no tenía las pruebas y tú tenías la mala intención de hacerle un

daño --sus palabras invitan a sosegar los sentidos--, ese problema no era

conveniente para ti, --la belleza de las palabras habladas supera todo lo demás--,

bueno mijo, voy a llegar aquí al barrio el Guapo‖. El Guapo es un barrio con alma

inquieta. En este tugurio de rudimentarios ranchos, unos con techos de palma y

otros con techos de yotojoro; las paredes escuchan calumnias injuriosas, las

puertas hablan bajezas enfiladas y las ventanas ven hechos falseados.

Por largas horas espero el pase de los minutos. El ocaso de la tarde pinta el

Cielo. Tengo el compromiso de asistir a la cita que he acordado con Ana Pérez.

No llegó. Llega la noche. Decepcionado, entro a cine a ver la película ―Z‖. A la


salida, para no acostarme temprano, proyecto ir a bailar a la caseta ―Rumbo a la

Luna‖. La propietaria Ruth ( Ruchi) Melo hace posible la entrada gratis. Hicimos

las paces, porque la vez pasada los miembros de la patota nos volamos sin

pagarle una botella de whisky. Hay una buena gestión para el movimiento de

parejas; pero el frío y la maizena le hacen daño a la gripe.

Febrero 28, de 1971.

La nutrida dieta se compone de un par de huevos freídos, un bollo cabezón y una

taza de café con leche caliente. Con la presencia de la tía Sabina el dulce hogar

goza del entorno natural y relajante. Hoy se disfruta de un clima soleado y seco.

Con el mar, conforma una postal que cautiva todas las miradas. Invita a compartir

un momento de emoción sobre el horizonte infinito de arenas blancas. La playa

del hotel Gimaura da la sensación de un paisaje repetido. Aquí realizamos tres

partidos de futbolito de los cuales perdimos dos, del tercero no estoy enterado del

marcador, porque he tenido que abandonar la cancha. Río abajo, abandono el

lugar de juego. A marcha forzada camino por las interminables playas de arena

caliente, hasta llegar a la casa. El nordeste que penetra por la ventana funde los

sentidos en un profundo sueño.

Despierto de la siesta y escucho por la radio los partidos del fútbol profesional, a

la espera de que pasen las horas. Debo decir que siento algo de aprehensión y

salgo a darme cuenta de si la amiga Ana Pérez ha llegado a la ciudad. En el hotel

Carimana informaron que allí no se ha alojado. Camino errante en medio de la

nutrida infraestructura hotelera y tropiezo por casualidad a Olay Suárez. A este


encanto de mujer que acabo de conocer la invito a compartir un momento de

deleite. Por la mañana la había visto en el mar y en ese primer instante quedé

chiflado. Acordamos que le enviaría felicitaciones el día de su cumpleaños por la

emisora Radio Península. Es noche de batida, el ejército recluta personal entre

los dieciocho y veintidós años.. Cuento con la mala suerte de ser abordado cuatro

veces y por último he terminado preso. Amanezco tras las rejas. Como enviado de

Dios aparece Amón Ra para menguar el frío de la madrugada. Ahora está

ardiente. En el patio del cuartel de la policía ordenan fila y dejarse en

pantaloncillos y, mediante previo examen médico todo el personal es reconocido

desnudo. El atrevido y arrogante capitán Molano, de los setenta y tres retenidos

selecciona treinta y ocho jóvenes, a quienes considera aptos para prestar el

servicio militar. A los treinta y cinco restantes los califica como rechazados. De

nuevo ordena ponerse la ropa y hacer filas. Y al grito de ¡Viva Colombia! se

recobra la libertad. Van a ser las 11:15 A.M.

Análisis del mes.

Los contratiempos están a la orden del día. La suerte es adversa conmigo,

aunque en algunos momentos cambia y se olvidan los problemas. Como se

puede palpar, mis ideales están en seguir adelante. A cualquier costo hay que

echá pá lante por la victoria. La cuál veo que se aproxima. Quizá sea una linda

ilusión o algo que viene en mi contra.


MARZO DE 1971.

Marzo 1, de 1971.

En el caso del cargo en la compañía Sigma, hay un momento decisivo para mí.

Todo comienza a tener sentido. El deber de ir temprano a Camarones, invita a


sosegar los sentidos. De manera gradual, por el final de la Avenida Primera me

acerco a cuatro vías. De aquí, desaparezco en la carrocería de la camioneta azul

Ford, del ganadero Manuel Rodríguez. A pesar de la rudeza de los veintidós

kilómetros del camino, la naturaleza nos envuelve con su magia. Treinta minutos

más tarde, llegamos a la base de la compañía. Hay señal de agitada actividad. No

tengo idea de qué esperar. Al medio día, abandono el campamento y regreso a

Río de la Hacha con un pensamiento innovador. A las 13:30 P.M. regreso a la

empresa y comienzo a trabajar en firme hasta las 17: 30 P.M.

Camarones no tiene fecha de fundación. Antes de la conquista española, existía

Tapí y/o Tapé, un poblado de indígenas Guanebucán; y los invasores fundaron a

un lado. En esta porción de tierra alargada y estrecha viven unos cinco mil

campesinos y pescadores. Los árboles son símbolos magníficos de la corpulencia

y altura del Almirante José Prudencio Padilla. Esta hidalga población, lo reconoce

como su benemérito e ilustre hijo.

En la casa, hay una combinación de orgullo laboral. Aunque, no todos comparten

la emoción. Siento que estoy agitado. Ese síntoma, hace que sea víctima de un

fuerte dolor de cabeza. Sobre la mesa, encuentro una carta procedente de Aruba,

remitida por los amigos Noly y Eliécer Correa.

Marzo 2, de 1971.
Entusiasmado y lleno de gozo, camino por los alrededores de la avenida primera;

hago el desplazamiento por la curva del club Neimarú. En lengua nativa, esta obra

abandonada; rescata la memoria histórica del poblado que le diera albergue a

Jorge Isaac. Desde aquí, se observa una vista hermosa; la aventura de descubrir

la magia del mar. Hay una sugestión de movimiento por la avenida 13 de junio.

Parece que aquello nunca terminaría. Por el sendero peatonal, resta atravesar el

hospital de Nuestra Señora de los Remedios; donde se ha perdido la memoria

histórica de curar a los enfermos. El parque Simón Bolívar es una historia

lamentable que se repite. De inmediato, al lado opuesto de la vía está el Liceo

Nacional Padilla; considerado el pensamiento guajiro más avanzado. La gente del

vecindario, los frecuentes peatones y los estudiantes; en general son tranquilas.

Para aprender sobre la marcha, soy consciente de que se ha perdido la memoria

histórica del Estadio Trece de Junio. Sólo resta atravesar los últimos meros. En

desesperada soledad, llego al otro lado de la ciudad. En ―Cuatro Vías‖, se repite el

abrumador drama épico. Peripatético, sólo sé que cuento con el pasaje de ida.

Tras el corto viaje de treinta minutos, llegamos a Camarones. Provoca una buena

impresión la empresa Sigma. Se ve inmediato, que estoy aburrido. Todo el santo

día, pienso en Gladis Lugo; en vez de prestar atención al trabajo. En estos últimos

días, no sé que me ocurre. Con el reluciente sol en pleno apogeo, se calma la

ansiedad; todo radica en haber encontrado al profesor Nando Pugliese. Nos

acercamos al ―Club de Billar‖, atendido por el flojo de Manuel Bermúdez. Lo

curioso del caso, es que el paño está roto, los tacos están curvos, sin casquillos y

las bolas zarandecas. Las carambolas se efectúan por arte de magia utópica.
Quedamos impresionados, pero es pertinente hacer una hora de siesta. Por uno

de los frecuentes lugares del pueblo, llegamos al colegio. Terminada la jornada

laboral, sin almorzar salimos a la carretera a esperar un medio de transportes. El

viaje se hace en la carrocería de un vehículo, expuesto a los riesgos potenciales

del camino.

Marzo 3, de 1971.

Cae la noche y se despierta otro mundo. El interior de la casa, es un lugar

familiar. Desde que tiene historia, mi tía Sabina y mis tíos han compartido sus

costumbres y felicidad. Mientras desayuno, hablamos de temas triviales y sobre

las limitadas opciones que hay en Riohacha para el traslado hacia camarones. En

este caso, el desayuno está compuesto de dos huevos, dos bollos cabezones y

una taza de café con leche; una antigua costumbre nacida de la necesidad. Con

un beso y una caricia de la adorable mama Sabi, doy marcha adelante. Realizo

sincronizadas coreografías por las avenidas, para llegar a ―Cuatro Vías‖. Un grupo

de viajeros, tenemos por costumbre pernoctar aquí. Adolezco de una tensa

espera. Para ese momento, llega una camioneta. El conductor finge una parodia

de buena actitud. Espero realizar de nuevo la travesía; de manera gradual nos

acercamos a la zona de muy ilustre y real poblado de Camarones.

Tapé –nombre originario del lenguaje Guanebucán--, tiene aspecto de pueblo

pequeño, con viviendas antiguas que se conservan como bienes culturales de

personajes importantes. En sus cortas avenidas hay grandes árboles de Trupíos,


Acacia roja (Delonis regia) y Totumo (Crecentia cujete). El paisaje es consistente

de árboles espinosos. Hay un ambiente estructurado; un ambiente seguro de

historia trepidante. Transitamos por las dos primeras cuadras. En ellas hay mucha

actividad de carpintería campesina y pesquera alrededor del casco urbano. La

etapa final de la travesía es en el campamento de la Sigma. Participo en la

escena del radio de comunicaciones de la oficina. Como se ve necesario, a eso

de las 10.10 A.M. tengo la curiosidad de saber cuál sería el monto del salario

mensual. La interpelación formal de uno de los ingenieros, es la de hacer saber

que se me había asignado un salario de ochocientos pesos ($800.00), moneda

legal. Hay emociones encontradas, la confusión es la suma de mi desesperación.

El irrisorio salario, trata de crear una sugestión de mandamiento en mí. Realizo un

test estándar de personalidad y decido no seguir en el trabajo. Me dejo invadir por

el coraje y paso renuncia irrevocable; porque considero que esa miseria es

humillante. Abandono el campamento, para aprovechar la primera ocasión que

se presente; con destino hacia Riohacha. A esta hora, el creciente tráfico de

pasajero es mayor. La movilidad aumenta en la vía el flujo de vehículos. Vamos

de prisa. Al pasar por las rancherías ―la Tolda‖ y ―el Horno‖ que están a la vera del

camino; comienzo a sentir que en la casa me llamarán la atención. A las 11:12

A.M. el cacharro va aún de camino por el puente Guerrero. Se hace posible la

llegada a la capital, que da paso a una arquitectura de grandeza local. Se hace

posible la llegada al mercado. La he pasado por los alrededores en el transcurrir

de las horas. Tengo suficiente conciencia para sentir culpa. Soporto estar todo el
día en la calle. Para el final de la tarde, la actitud mía ha cambiado; decido ir al

centro.

Las luces manifiestan la caída de la noche. Por iniciativa de Heberto (el indio)

Kohen, Mariano (Pello) Pérez y Álvaro (Botato) Zimmermann, vamos en busca de

revelar la cosmogonía de la ciudad. La expansión del territorio nos conduce hacia

el bar Águila. De repente, la atmósfera de la cueva, cambia. Ocho partidas de

pool y una canasta de cervezas Águila, fueron razones suficientes para

abandonar este infierno lleno de buenas intenciones. El rato, sirvió para mantener

oculto el secreto de la irresponsabilidad de haber abandonado el cargo. La salida

es en silencio. Siempre, voy al lado de sus pasos. Los pasos continúan y se

hacen cada vez más pesados. La ruta a seguir, está en aprovechar la leve

inclinación de la pendiente que nos conduce hasta la tienda de la esquina. Es

natural cruzar a la derecha en la calle doce. A corto trecho de allí, se encuentra

abierta la puerta # 7-65. Desde el fondo del zaguán donde está la escalera, se

escucha el vozarrón de la leguleya Yaya Ferreira: ―¡Polaco… ven acá…--agrega,

con aire de humildad y en bajo tono--, la vecina, Mayito Zurita hizo el comentario,

de que su hija Gladis se había ido de vacaciones romántica para San Antero y

regresó a Cartagena, casada!‖. Las dulces y amargas palabras petrificaron mi

espíritu. Con el punzante golpe en el cerebro, pierdo los cinco sentidos. En el

fragor del momento, abandono el pasillo; en medio de una total explosión de

ideas. Herido, comienzo a extrañar su amor; en el levitar por las tinieblas.


ÍNDICE

2 Biografía

5 Prólogo

11 Mayo de 1970

18 Junio de 1970

64 Julio de 1970

103 Agosto de 1970

142 Septiembre de 1970

170 Octubre de 1970

192 Noviembre de 1970

218 Diciembre de 1970

243 Enero de 1971

278 Febrero de 1971

302 Marzo de 1971


BIBLIOGRAFÍA

1 . --------. Diálogos Vigentes con Marineros. || Informaciones de

Aventuras Inauditas, Escritas en Tierra y Mar, jamás escritas ni leídas; para

mantener el equilibrio espiritual y material, Costa Caribe. Riohacha, 1970.

2. --------. Government of Aruba, Ministery of Tourism, Aruba Shopping

Experience Foundation, P.O. Box 156 _ Oranjestad, Aruba, 1986, 48p.

3 . ROSADO, Polaco. Cuentos Guanebucanes, Publipapel, Bogotá D.C.,

1997, 75 p.

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