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Micaela Bastidas y las

heroínas tupamaristas
Juan José Vega
Micaela Bastidas y las heroínas tupamaristas Juan José Vega

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Micaela Bastidas y las heroínas tupamaristas Juan José Vega

“… experimenté en ella un espíritu de satisfacción en las


empresas y una resolución sobrevaronil… arrojo y
animosidad, que llega al extremo de querer poner en
ejecución del designio de invadir ella por sí sola esta ciudad
poniéndose a la frente de sus tropas”.

De la carta del Regente del Convento de la Merced del Cuzco, a 10 de


enero de 1781 (II, 292)

“El valor de Tomasa Tito Condemayta, cacica de Acos, destacó


más que nunca cuando ‘en el puente de pilpinto rechazó un
ataque realista con un puñado de mujeres y obligó al envío
de refuerzos desde el Cuzco, según afirma una Relación de
1780”.

En “Túpac Amaru, el revolucionario” de Carlos Daniel Valcárcel.

“… una mujer prisionera se tendió voluntariamente sobre un


cadáver y viendo que tardaban en matarla levantó la cabeza
y dijo que por qué no la mataban”.

Fragmento del parte militar del Mariscal del Valle tras la cruenta
batalla de Puquinacancari, Puno, mayor de 1781 (II, 456)

Separata de la revista Administración Educativa

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Prólogo
La insurrección acaudillada por José Gabriel Túpac Amaru
contó con el concurso de miles de mujeres combatientes.
Fueron a la guerra, casi siempre, acompañando a sus
hombres: muchas de ellas habrían de alcanzar la
inmortalidad gracias a su heroísmo en los campos de
batalla.

Amerita más su acción mártir el que, antes de ir sobre el


enemigo tuviesen que vencer dificultades sociales
derivadas de su condición femenina. Marcharon al
combate aun cuando ni época ni medio fueron propicios
para su coraje.

Hacia el siglo XVIII la mujer en todas partes, salvo en


Francia, se hallaba muy oprimida. Peor era su estado en un
país colonial como el Perú y mucho peor si consideramos
la clase social -generalmente baja- a que incluso
pertenecían varias de las dirigentes de la sublevación.

Muchas de ellas eran de extracción indígena: en tales casos


sus posibilidades de actuar en dirigencia estuvieron aún
más reducidas. No obstante, jamás retrocedieron en su
empeño.

No debió ser fácil romper tales limitaciones, derribar las


barreras que el prejuicio les oponía. Pero se esforzaron de
tal modo que cumplieron con honor, quedando tan en alto
como sus compañeros de armas.

Gloria a ellas.
Juan José Vega
La Cantuta, 15 de marzo de 1971

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1. MICAELA BASTIDAS
Micaela Bastidas Puyucahua, esposa de José Gabriel fue
una gran capitana y notable lideresa.
Destacó dirigiendo tropas, administrando la
retaguardia, aprovisionando a las huestes rebeldes,
expidiendo bandos y salvoconductos y -sobre todo-
alentando la guerra a muerte contra el sistema colonial.
Poseía gran don de mando y un genio decidido que sólo
cedía ante el carácter, muy recio, de su esposo, el gran
José Gabriel. Fue así como ella pudo superar la
permanente escasez de dinero, el desorden imperante
en todas las ramas de la producción y la natural
anarquía de los diversos jefes menores que estaban bajo
sus órdenes.
Durante toda la etapa inicial de la sublevación, Micaela
ejerció un virtual gobierno desde Tungasuca, de donde
no se movía sino a Pomacanchis. Entre tanto, José
Gabriel llevaba las banderas de la rebelión a otras
comarcas cuzqueñas, puneñas y arequipeñas. Gentes de
Tacna, Moquegua y Apurímac se plegaron también al
alzamiento por esos días de noviembre y diciembre de
1780. En brillantísima acción, José Gabriel prendió luego
el fuego de la revolución en territorios pertenecientes a
Bolivia, Chile y Argentina actuales. Esto fue posible
merced a hábiles lugartenientes y a que la retaguardia
estuvo hábilmente conducida por su esposa.

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No se limitó ella a misiones de avituallamiento; más de


una vez dirigió tropas y se sabe que en cierta ocasión
condujo hasta cinco mil hombres a Livitaca (II, 259).
Asombra ver que el ímpetu de esta mujer jamás decayó.
De su tino político hablan varios hechos. Por ejemplo,
comprendió siempre la enorme influencia que recibió
José Gabriel en Lima, durante los dos años de su
permanencia en la capital del Virreynato: “a mi marido
le abrieron los ojos en Lima”, frase con la cual aludía a
los tratos del futuro caudillo con la gente de la
Ilustración y a su conocimiento de la realidad social
limeña; de una Lima ajena a los sufrimientos del pueblo
peruano.
Otra prueba de su prudencia la dio Micaela cuando al
mencionar durante la rebelión que José Gabriel “tenía
siete apoderados en Lima… no nombró ninguno” (XII-
88); recelando de posibles espías que en efecto estaban
en su torno.
Hábilmente trató de frenar (al igual que José Gabriel y
todos los demás altos jefes) los excesos racistas de
algunos caciques, que veían en la revolución una lucha
racial y no social. Criticando tan negativo radicalismo y
actitudes parecidas decía Micaela que era
inconveniente “porque dirán que vamos en contra de
todos” (I, II). Varios llamados hizo Micaela con tal objeto
(XII, 77), llamando a la unión peruana: criollos, indios,
cholos, zambos, negros y mulatos, a todos contra la
opresión de los explotadores y de los españoles. En eso

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fue también, al igual que su esposo, una precursora de


la igualdad racial.
Asimismo, ella siempre difundía en bandos y proclamas
los alcances sociales de la sublevación.
Gozaba, pues, de una inteligente comprensión de la
realidad, por lo cual jamás cayó en desaliento. Estaba en
todo; por eso la condenaron a muerte acusándola de que
“suplía la falta de su marido cuando se ausentaba,
disponiendo ella misma las expediciones, hasta montar
en un caballo con armas para reclutar gente en las
provincias a cuyos pueblos dirigía repetidas órdenes
con rara intrepidez”. Cierta vez se la vio incluso
“cargando en su misma mantilla las balas necesarias”
(II, 260). Momento hubo en que quiso marchar sola, con
sus huestes sobre el Cuzco, sin aguardar a José Gabriel.
Consta que montaba muy bien a caballo (II, 292).
Micaela era analfabeta, como la inmensa mayoría de las
mujeres de aquel tiempo; no obstante, fue bastante
entendida en toda clase de asuntos, de genio vivaz y
emprendedor y agudo sentido crítico. Puede sostenerse
que su cultura era bastante amplia para mujer peruana
del siglo XVIII; no olvidemos, además, que era de
ascendencia criolla, zamba y chola. Sus padres fueron
considerados como de cultura criolla en el acta de
matrimonio con José Gabriel (XII – 35).
Era, pues, dueña de una aceptable formación occidental
si tenemos en cuenta la época y la región en que vivió. El
que sólo supiese hablar quechua no restó mayormente

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su capacidad de acción, pues comprendía harto bien el


castellano y, además, en ese tiempo todos los mestizos y
criollos provincianos conocían la lengua aborigen.
Eficientes secretarios criollos, por otra parte, suplieron
cuanto fue menester.
Amó a los pobres. Aun cuando de posición social
elevada, -esposa de gran cacique y acomodado
empresario-, Micaela Bastidas se sintió solidaria con los
oprimidos; hablaba por eso en plural: “no hay razón de
que nos estropeen y traten como a perros, fuera de
quitarnos con tanta tiranía nuestras posesiones y
bienes” (I, 404). Luego se alegra del cambio en las cosas
“ahora que mi marido ha puesto la mano” (I, 404). Apoyó
y admiraba a su “Chepe” como llamaba en confianza a
su jefe y esposo.
Alternaba frecuentemente con los secretarios criollos
de quienes extraía importantes opiniones y no pocas
ideas de acción sobre el enemigo. Aun cuando su criterio
fue casi siempre correcto, erró al criticar a José Gabriel
por no asaltar de inmediato el Cuzco tras la batalla de
Sangarará. Hechos posteriores demostraron que el
caudillo tuvo razón.
Esta vez Micaela no apreció correctamente que las
condiciones subjetivas, muy maduras al sur,
permitieron a los rebeldes una velocísima serie de
victorias que llevaron la insurrección hasta Chile y
Argentina actuales; en cambio al norte, en las
vecindades del Cuzco, los ricos caciques realistas -

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enemigos a muerte de José Gabriel- formaban una


barrera que siempre resultó infranqueable.
El asunto de las cartas de Micaela Bastidas en torno al
problema del Cuzco merece detenida investigación,
porque ella sólo hablaba quechua y no sabía escribir,
cosa usual en mujeres de aquel tiempo. Por tanto ella
dictaría sus cartas en quechua y sus secretarios
escribían traduciendo; por ello se filtraban a veces
opiniones pertenecientes a esos criollos que más de una
vez agregaron cosas de su particular criterio;
convendría estudiar hasta qué punto estos valiosos
colaboradores -de buena fe- pusieron algo de su propia
opinión en esas misivas. El tono de esas cartas no es el
usual en Micaela; se nota allí -así lo creemos- la
inquietud de los secretarios criollos por tomar el Cuzco
cuanto antes. Ellos desconocían la realidad conspirativa
en el interior de la ciudad y por eso debieron presionar,
arrastrando en su opinión a la esposa de José Gabriel.
De cualquier modo, este caso fue absolutamente
excepcional. Jamás hubo nada parecido entre ellos y, al
contrario, Micaela aceptó siempre el dominio patriarcal
de José Gabriel, conforme el estilo de la época.
De otro lado, las críticas de Micaela respecto a la
fulgurante campaña de José Gabriel quizá puedan
deberse también en parte a factores emotivos; más allá
de lo político y militar.
En efecto, Micaela Bastidas se comportó como una Coya.
Todos la trataban con gran respeto; algunos la llamaban

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“Reina”. Siguiendo órdenes de José Gabriel impuso una


línea radical en su centro de operaciones, “mandando
de palabra que el que no obedeciese o hablase en contra
del Rebelde, experimentase el último suplicio y
perdimiento de sus bienes; de que resultaron muchas
muertes en provincias” (XII – 84). No faltó quien creía
que “sus deseos eran pasar todos los españoles a sangre
y fuego” (XII – 86); acusación falsa. Eso sí, quien
arrancase sus edictos de los muros tenía pena capital
(XII – 78). Ponía, en fin, toda la pasión que las mujeres
suelen dar a estas cosas.
Era Micaela de un valor a toda prueba; cierta vez que
llegaron noticias de que José Gabriel corría peligro
montó de inmediato a caballo y partió al galope en su
ayuda, seguida de su gente. Pronto pasó el aprieto -era
sólo un falso rumor- pero alcanzó a decir que “moriría
donde muriese su marido” (XII – 42). Y cumplió con su
palabra.
Era mujer de personalidad. Asimismo, gozaba de
indudable espíritu de iniciativa para juzgar, -de acuerdo
seguramente con el grupo que la rodeaba-, el momento
preciso para poner en cumplimiento una orden. No era
mecánica repetidora de consignas, sino por el contrario
mujer de creatividad en la acción; intuitiva de grandes
condiciones, unía a tal sentido un carácter altivo. Muy
susceptible, nerviosa, siempre se impacientó por la
estrategia de José Gabriel en torno al problema de la
oportunidad sobre el cerco del Cuzco.

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Como hemos dicho líneas arriba. Micaela veía el


principal problema en el Cuzco. No era así, pero lo sentía
de aquel modo. Ella no reparaba en que el Cuzco era
simbólicamente muy importante, pero no tan
trascendente en lo político y en la economía como el
altiplano puneño y el resto del Alto Perú, sobre todo la
gigantesca Potosí. En estas comarcas las condiciones
subjetivas eran enormemente más favorables que en los
alrededores del Cuzco, donde los caciques realistas
formaban una muralla casi impenetrable y la mayoría
de los criollos estaban bajo la influencia de sentimientos
anti-indios. De otro lado José Gabriel debía velar por la
unidad del movimiento, puesta en riesgo por los
hermanos Catari del altiplano. Esto también lo condujo
al sur. José Gabriel, por último, intuía también que las
ciudades eran baluartes hispánicos; por eso orientóse
hacia pueblos pequeños donde el ambiente era mejor
para un alzamiento.
Por otra parte, Micaela no apreció -tampoco lo
apreciaron sus secretarios y asesores- que a José Gabriel
le repugnaba entrar como un conquistador al Cuzco.
Aguardó del Cuzco una rebelión interna, que no se
produjo por la acentuada fidelidad al Rey guardada por
casi todas sus capas sociales, gracias a la prédica del
Obispo y a la indudable habilidad de varios funcionarios
virreinales. Los conjurados no actuaron, algunos
caciques sospechosos fueron arrestados desde el inicio,
otros fueron ejecutados; y los criollos pro-
tupacamaristas vacilaron, entre otras causas, por las

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reformas sociales efectuadas por los alzados desde el


estallido de la rebelión.
Pero era un deseo muy generalizado que se atacase al
Cuzco. El error de José Gabriel fue, en todo caso,
suspender su brillante ofensiva en el sur -cientos de
pueblos a su lado- para dar la vuelta y dirigirse hacia el
Cuzco. El prestigio de la ciudad terminó también por
hacerlo vacilar y marchó a atacar el más fuerte bastión
realista surandino.
Detuvo la ofensiva hacia la ciudad e Arequipa -donde ese
año se habían producido desórdenes y tomó el camino
de la antigua capital inca. Se encontró con Micaela en la
Pampa de Orcororo. Tras cambiar ideas sobre lo más
oportuno, él siguió adelante con el grueso de las fuerzas
y ella se fue a Yanacocha a fin de proseguir atendiendo
todo lo referente a los abastecimientos y al gobierno en
sus aspectos generales. Esta vez ella fue, nuevamente,
un jefe interino; él en la guerra y ella en el gobierno; cosa
además explicable por la imposibilidad de frecuentes
consultas merced a las grandes distancias que los
separaban y la dificultad en las comunicaciones,
siempre lentas en los Andes y peor en los meses de
lluvia.
Carlos Daniel Valcárcel destaca su “incansable actividad
para resolver problemas administrativos, tratar de
catequizar a los caciques remisos, impulsar la
propaganda, incrementar la tropa, reunir informes
sobre las provincias amigas y contrarias”. Todo esto

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prueba “lo acertado de su elección para un cargo de


tanta responsabilidad y de tan devota lealtad”. En
verdad, era mujer que sabía cuándo cortar un puente,
como remitir un mensaje secreto, donde citar a
conspirados o el modo de reclutar la mayor cantidad de
hombres que se pudiese.
Tras el fracaso en el cerco del Cuzco. Micaela acompañó
a José Gabriel en la campaña contra el cacique realista
Pumacahua y contra el Mariscal del Valle; trató de evitar
las deserciones. Finalmente fue entregada por un
traidor, Ventura Landaeta; con ella cayeron sus dos
hijos. Indios realistas apoyaron la captura de la gran
lideresa revolucionaria.
Resulta valioso subrayar que Micaela nunca se hizo
ilusiones sobre la posibilidad de mantener en pleno el
apoyo indígena a la rebelión. Se daba cuenta de la
gravedad del hecho que miles de indios combatiesen
contra José Gabriel. Cartas hay de Micaela que reflejan
serias dudas y muestra su criterio, en consulta -
seguramente- con sus secretarios criollos: “es gente (los
indios) que no entienden razón ni conoce su bien” llegó
a sostener (XII 61); afirmación explicable por el bajo
nivel político de las mayorías aborígenes, enemigas con
frecuencia; o propensas a la deserción, temiendo
feroces represiones, la excomunión decretada por el
Obispo del Cuzco y el mandato de caciques realistas.
Su hermano Antonio Bastidas y su sobrino Miguel
fueron también grandes colaboradores de José Gabriel.

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El joven coronel Miguel Bastidas, también llamado


Miguel Túpac Amaru, fue combatiente hasta muchos
meses después de la ejecución de José Gabriel y Micaela.
Con sus triunfos, él y Diego Cristóbal Túpac Amaru
vengaron en parte la muerte de los máximo dirigentes
de la sublevación.
Fue terrible la expiación; todo un pueblo fue castigado
en la cabeza de sus conductores. Los ciento veinte mil
muertos caídos en la lucha tienen símbolo en la muerte
siniestra que se les dio.
Tras ver que ahorcaban a su hijo, el joven mártir y
combatiente Hipólito, Micaela fue ejecutada junto a sus
compañeros de lucha el 18 de mayo de 1781. Se le cortó
la lengua, se trató de estrangularla y al final la
ultimaron a puntapiés (I, 479). Murió como una reina,
sin exhalar queja alguna.
Instantes después la acompañaría a la inmortalidad su
compañero de vida y de lucha, José Gabriel. Sus
cadáveres fueron mutilados; lo que de sus cuerpos
quedó, ardería en el cerro de Picchu, escenario de sus
glorias. Las cenizas fueron arrojadas al aire y al río.
Ella nació en Pampamarca hacia 1745, hija de don
Miguel Bastidas (mestizo en quien sospechamos leve
mulataje) y de la india acriollada Josepha Puyucahua.
Casó con José Gabriel en Surimana el 25 de mayo de
1760; entonces ella tendría sólo unos quince años de
edad. Al ser ejecutada iba por los treinticinco.

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No sólo con sus vidas ambos pagaron pelear por el Perú.


Aparte de Hipólito, ahorcado el día del gran sacrificio,
sus otros dos hijos sufrieron trágica suerte. El menor
Fernando murió en Madrid presa de atroz melancolía;
allí sufría cautiverio. El otro niño, Mariano, pereció
misteriosamente en el navío que lo conducía a las
prisiones hispánicas.
Así acabó -conforme a la expresada voluntad de los
verdugos- “el maldito nombre de Túpac Amaru”. Pero
fue inútil. La sangre de los últimos incas palpita hoy en
todos los peruanos.

2. EL POEMA A MICAELA
Por la espantosa alienación que ha sufrido nuestra
patria, Micaela Bastidas fue siempre una paria en la
historia oficial. Fue relegada a la obscuridad como casi
todos los grandes héroes peruanos. El país oficial
gustaba de otras glorias; prefería otra Micaela, a la
Micaela Villegas cortesana, imagen de la frivolidad, a
esa Perricholi endiosada por el dudoso mérito de haber
sido la amante favorita de un virrey extranjero. Pero
hubo quien la recordó con sus versos.
Hace años en horas aciagas para el Perú, nuestro gran
poeta Alejandro Romualdo escribió los siguientes
versos:
Óyeme. Ven a mí, Micaela
Bastidas. Cuánto tiempo sin verte, parece

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mentira, que retornes miembro a miembro, rastro


a rastro, hasta nosotros.
Ahora,
quiero tenerte en mis ojos, lo más cerca
de mi alma, Micaela Bastidas,
rama enterrada.
El Perú
Es cosa seria,
Destrozada
Está el alba. Ayúdame
a levantarla, trozo
a trozo, como quien hace una casa para todos.
Yo ya no tengo paciencia
para aguantar todo eso.
Yo no podría hacer más (se me cierran
las puertas, dan
portazos en mi alma, quisieran encerrarme
la palabra, como los labrios, arrancarme
los sueños de raíz), pero contigo, azul
llave
de
sol, abriría
todas las puertas (las puertas que hoy
se me cierran: panorama
hacia el alba,
que se me niega), abriría
todas las puertas, que van
a dar
al mar abierto, al aire
libre, para ver en la aurora lo que he soñado
despierto, desterrado

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en el Perú.
Por todo esto (y aún por algo más que callo).
déjate
ver ahora, danos
aliento,
árdenos,
enciéndeme estos versos, yo
ya no tengo palabras
para tanta infamia, Micaela
Bastidas, vuelve
a nosotros, ayúdame
a levantarnos.

3. TOMASA TITO CONDEMAYTA


La cacica de Acos, Tomasa Tito Condemayta, merece
especial referencia, pues fue de las primeras en actuar,
avanzando desde Acomayo para unirse al alzamiento.
Calificando su total adhesión a José Gabriel (III, 334), los
españoles dijeron que “siempre se ha puesto de parte del
tirano” y que “fomentaba sus depravadas intenciones”.
Tomasa Tito era mujer de alta nobleza indígena. Según
el Obispo Moscoso fue ella la persona de mayor jerarquía
de cuantas apoyaban la revolución de José Gabriel. Rica,
disponía de unas cien fanegadas de tierras, otros varios
bienes y mucho ganado. Dejó todo por la guerra
insurreccional; incluso abandonó a su marido Faustino
Delgado (VIII, 181), quien por eso movió contra ella a una
parte de los indios del cacicazgo de Acos.

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Acompañó a José Gabriel en varios encuentros más. No


sólo luchó en el Cerco del Cuzco, donde a caballo portaba
una bandera al frente de sus tropas, sino en otros varios
sitios. Destacó luego en operaciones de hostilizamiento
guerrillero.
Sus cartas revelan una personalidad notable y singular
coraje que los realistas llamaron “perversas
intenciones” (XII, 119). Mucho la preocupaba la carencia
de armas de fuego entre los alzados. El caudillo guardó
siempre a Tomasa una particular deferencia, pese a
finales discrepancias tácticas. Capturada por los
realistas, murió de modo atroz, pero imperturbable y
despectiva (X, 178); su cabeza terminó en la picota del
pueblo de Acos (XII, 134)
Tras el fracaso cuando el sitio del Cuzco en enero de
1781, surgieron algunas divergencias entre el comando
rebelde y la cacica Tomasa; parece que hasta se ordenó
su detención o por lo menos su vigilancia en Tinta (XII,
130), aunque otros testigos negaron tales
acontecimientos. José Gabriel reconoció ante los jueces
que tal hecho en verdad había ocurrido, pero bien pudo
decirlo para atenuar la responsabilidad de tan brillante
colaboradora.
En todo caso, aquél fue un desenlace producido por su
genio nervioso, impaciente como el de toda mujer
metida en semejante empresa, testigo hubo que
expresaría en el juicio, que ella mantenía indios para
que siguieran en las filas de Túpac Amaru,

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lamentándose siempre, diciendo; “¿cuándo entrará él al


Cuzco?”. Remarcó “que estaba aburrida porque los
soldados de Su Majestad estaban amenazando a todos
para quitarles la vida” (XII, 128). Demandó siempre
acción y más acción, no midiendo siempre las
auténticas posibilidades bélicas.

4. CECILIA ESCALERA TÚPAC AMARU


Era mujer joven pues apenas contaba unos 25 años; fue
de condición humilde y de origen no muy claro. Hija era
de Marcela Castro, compañera de Marcos Túpac Amaru,
tío éste de José Gabriel. Fue de las primeras en
presentarse en Tungasuca al estallar la sublevación y en
la guerra habría de destacar por su bravura y fidelidad a
la causa rebelde.
Dijeron los jueces españoles que era de “extracción muy
ordinaria y de unas luces muy limitadas” (XII, 149); no
obstante, fue una combatiente de primer orden. Aunque
analfabeta, poseía un singular sentido de las cosas de la
revolución.
Casó con Pedro Mendigure, otra de las figuras del
alzamiento, estuvieron ambos desde la primera etapa
insurreccional. Ella participó también en el cerco del
Cuzco y cuando no llegaron o se perdieron las cargas de
pólvora del ejército rebelde, acusó al secretario criollo
Francisco Cisneros de haberla escondido y “lo maltrató
haciendo además de sacarle los ojos” (XII – 146).

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De los Corregidores decía que “¿por qué no los acababan


a todos?” (XII – 144). Tenía “gran odio a todos los
chapetones” (XII – 144) y según fuentes españolas “eran
mucho peor que la mujer de dicho rebelde Micaela
Bastidas” (XII – 144).
Que “era preciso que se acabara con todos los españoles”
(XII – 143) afirmaba con ira. Mandaba con imperio,
“gastando mucha autoridad para con los españoles,
aborreciéndolos mucho” (XII – 144). Cierta vez también
se la oyó decir que “los mestizos eran muy traicioneros”
(XII – 144). Acostumbraba dar “plata y coca a los indios
que le venían diciendo haber matado españoles” (XII –
144). Cuando su esposo flaqueó en la lucha, no vaciló en
atacarlo con rudeza y decir incluso que él también debía
morir.
Era de áspero genio y según parece no se llevó bien con
Micaela Bastidas. Capturada por los realistas, mantuvo
su altivez. Quisieron volver a interrogarla y respondió a
sus verdugos: “Lo confesado, confesado y lo negado,
negado” (XII – 147).
Francisco Molina dijo de Cecilia Escalera Túpac Amaru
que “es prima del traidor José Gabriel Túpac Amaru, y
mujer de Pedro Mendigure; que cuando oía dicha Cecilia
que los españoles eran contrarios a su primo, era la que
influía a Micaela Bastidas para que a todos les quitase la
vida, tratándolos de traidores y pícaros, con gran
despotismo e imperio, deseando con vivas ansias la
felicidad de dicho Túpac Amaru en la Rebelión que

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Micaela Bastidas y las heroínas tupamaristas Juan José Vega

ejercía. Que vino dicha Cecilia al cerro de Piccho, en el


cual porque no aparecía pólvora, echando la culpa a Don
Francisco Cisneros a que éste la había escondido lo
maltrató, queriéndole sacar los ojos con una escoba y las
manos” (XII – 144).
Su esposo Pedro Mendigure fue ahorcado en el Cuzco en
julio de 1781. Ella fue exhibida semidesnuda por las
calles de la ciudad.

5. OTRAS HEROÍNAS
Entre las principales heroínas de la sublevación se halló
Manuela Condori, de la cual poco se conoce, pese a que
fue mujer de Diego Cristóbal Túpac Amaru, principal
líder rebelde tras el apresamiento de José Gabriel.
Deducimos que estuvo a su lado en las campañas de
Vilcanota y Paucartambo, así como en las guerras
puneñas, cuando se triunfó sobre el Mariscal Del Valle.
Fue, sin duda, de las que vieron la toma de Puno y la
retirada de los realistas hasta el Cuzco.
Otra mujer de gran temple fue Bartolina Sisa, joven
mujer de Túpac Catari, quien “contribuía a las uniones
del alzamiento haciendo sus veces por los casos de
ausencia y tenía la obediencia por parte de los
sublevados” (XI – 23).
En cierta ocasión condujo dos mil soldados al cerco de La
Paz (XI, 29), acción militar dirigida por los Túpac Amaru

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Micaela Bastidas y las heroínas tupamaristas Juan José Vega

y Túpac Catari, quien era uno de los virreyes de José


Gabriel.
La gran Bartolina había nacido en Caracato. Murió
ahorcada en el Cuzco el 5 de setiembre de 1782.
Atrae de modo particular la famosa Gregoria Apasa,
india joven y hermosa que fue amante de Andrés Túpac
Amaru y hermana de Túpac Catari. Destacó por su
radicalismo anti-español; mucho recelaba de los criollos
y hasta de mestizos. Por su enorme poder la llamaban “la
reina” y también “la virreina”. Cierta vez fue descrita
“tan carnicera sangrienta” como su hermano” (XI, 39).
Acusaron a Gregoria de haber actuado como juez en
diversas oportunidades, para sentenciar a españoles y
criollos realistas, de modo particular destacó en el cerco
de La Paz y en la toma de Sorata, acciones dirigidas por
el joven caudillo Andrés Túpac Amaru, bajo el mando,
desde Puno, de Diego Cristóbal Túpac Amaru.
La ejecutaron ahorcándola el 5 de setiembre de 1782.
Antes le pusieron corona de espinas y la pasearon en
una bestia por las calles del Cuzco. Sus cenizas fueron
arrojadas al viento (I, 524).
Otras heroínas fueron la cacica Marcela Castro
Puyucahua, quien murió en espantoso martirio.
Catalina Salas Pachacuti, Margarita Condori, Antonia de
Castro, Úrsula Pereda, María Lopisa, Feliciana Sancho y
Francisca Herrera.

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Micaela Bastidas y las heroínas tupamaristas Juan José Vega

Por último, cabe agregar infinidad de mujeres


campesinas quechuas y aimaras que fueron a la guerra
siguiendo a sus maridos; los documentos coloniales
están repletos de referencias al abnegado sacrificio que
mostraron en las campañas a través de punas y nevados,
y del valor que desplegaban en los combates, asistiendo
a esposos, padres, hermanos y hasta hijos. Animadas por
el fragor de los combates, en numerosas ocasiones
entraron en acción con piedras y palos.
Sin riesgo a equívoco puede sostenerse que decenas de
miles de mujeres participaron en la insurrección
tupacamarista. Muchísimas de ellas tomaron parte en
las batallas.
Buen ejemplo de su actitud combativa durante la
revolución lo constituye este párrafo de un parte militar
español sobre uno de los tantos combates que se
libraron:
“… Los pocos indios que había en el pueblo, con bastante
mujeres y criaturas, tomaron un cerro inmediato de
bastante elevación en donde intentaron con mucha
algazara de tambores, gritos y cornetas hacerse fuertes.
Allí fueron atacados a pesar de sus hondas y galgas y
murieron casi todos”. “Murieron ese día de 500 a 600
enemigos de ambos sexos y por nuestra parte no hubo la
menor desgracia”. “No se habrá visto igual obstinación
y desesperada defensa como la que vio en esas indias…
se veían con el fusil al pecho y no solamente no pedían

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Micaela Bastidas y las heroínas tupamaristas Juan José Vega

perdón, pero no cesaban de tirar piedras y llenar de


injurias a la tropa”. (III, 243).

6. EL GRAN ESFUERZO
Como antes dijimos, en la época de la gran sublevación
de José Gabriel Túpac Amaru -siglo XVIII- las mujeres se
hallaban en un fuerte grado de opresión, en todas
partes; salvo en niveles aristocráticos de Francia. Así fue
durante la monarquía de los Luises, tiempo en que
destacaron en las letras y las artes y también en la
política. Impulsaron las nuevas ideas.
Pero al estallar la Revolución Francesa, las tropas
insurrectas jamás aceptaron mujeres en filas y las más
audaces luchadoras por la igualdad (Teheorine de
Mericourt y Olympe de Gouges) acabaron en la
guillotina por efectuar una agitación que resultó
intolerable para quienes en 1793 usufructuaron los
beneficios de la Revolución. La mayor parte de los
postulados igualitarios que los ideólogos habían
reclamado, quedaron sólo en el papel y la tribuna.
No resulta inútil recordar que las dos mujeres más
famosas de la revolución francesa fueron de activa
conducta reaccionaria: Carlota Corday, que mató al
formidable Marat; y Teresa Cabarrus, bellísima esposa
de Tallien, condesa que desde su salón manejó buena
parte de la sangrienta reacción termidoriana. No sólo
impuso las elegantes modas griegas en los palacios, sino

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Micaela Bastidas y las heroínas tupamaristas Juan José Vega

que también se preciaba de ser llamada “Nuestra Señora


de Thermidor”, inspiradora de aquella feroz represión
reaccionaria que conducían terroristas arrepentidos.
Tales algunas de las cosas de la mujer en Europa, más o
menos por los años de la gran insurrección peruana. Es
un elemento más para medir la talla de las heroínas
tupamaristas.
También resulta interesante observar que en el bando
realista ninguna mujer alcanzó celebridad. Hubo
hombres de gran talla: el cruel español Areche, símbolo
de la opresión extranjera, el fiero cacique cuzqueño
Pumacahua, enemigo mortal de Túpac Amaru; Moscoso,
el rico sensual e inteligente obispo arequipeño quien fue
uno de los pilares de la resistencia; o también
Laisequilla, ese peruano fanáticamente realista, que fue
el jefe de mayor coraje en la defensa del Cuzco. Pero no
hubo mujeres bajo las banderas del rey Carlos III.
En cambio, hubo mujeres notables entre los
insurgentes; esas mujeres rompieron su siglo para
avanzar; quebraron el tiempo; adelantaron el reloj de la
historia. Razón mayor para rendirles homenaje.

7. CRISTIANISMO Y REVOLUCIÓN
José Gabriel fue un católico ferviente y sentía que su
misión era providencial no iba a la zaga Micaela Bastidas
ni las lideresas de la sublevación. Todas actuaron
imbuidas de un acendrado cristianismo.

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Micaela Bastidas y las heroínas tupamaristas Juan José Vega

En un documento español leemos incluso que Micaela


“se jactaba con hipocresía de que era azote del cielo
contra los europeos” (VII, 87).
La sublevación jamás atacó los dogmas católicos,
aunque sí, varias veces, la propiedad de la iglesia. En
principio se respetó la alta jerarquía católica; sin excluir
al Obispo del Cuzco.
Micaela dispuso también que, siguiendo el ejemplo de
José Gabriel, las tropas insurgentes usasen una
crucecilla como distintivo en los sombreros o chullos,
“en señal de verdaderos y buenos cristianos”.
Todo esto no le impidió actuar con dureza contra
algunos sacerdotes cuando alinearon al lado de los
realistas; en cambio hubo excelentes relaciones con
muchos curas de aldea; entre ellos destaca la figura de
José Maruri, quien auxilió con hombres, armas y dinero
a los alzados.
No se excluyen estas actitudes radicales con el
cristianismo. No olvidemos que fueron los principios
iniciales del evangelio los que guiaron, en buena
medida, a los alzados. La defensa de los pobres y el
ataque a los ricos es base doctrinaria de las etapas
aurorales de la religión cristiana.
Por lo demás, para ese tiempo, el siglo XVIII, varias era
las insurrecciones sociales que habían tomado como
inspiración los iniciales principios del cristianismo; la

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Micaela Bastidas y las heroínas tupamaristas Juan José Vega

de los husitas de Bohemia quizá sea la más célebre de


todas.
De allí que no pueda extrañar que aquí como en otras
partes y épocas un catolicismo militante no chocase con
las más profundas transformaciones sociales; más bien,
se inspiraban en el amor a los pobres y en un elemental
sentido igualitario de justicia.

8. EL HEROÍSMO FINAL
Las grandes heroínas tupacamaristas supieron morir
con notable dignidad.
No es sólo el caso de Micaela Bastidas de quien sabemos
ya cómo acabó; y de Tomasa Tito, ahorcada y
descuartizada una vez muerta. Cecilia Escalera Túpac
Amaru recibió doscientos azotes, desnuda, en las calles
del Cuzco y luego murió víctima del suplicio y del frío en
la cárcel del Cuzco. Manuela Tito Condori pereció entre
los hielos de la cordillera cuando era traída a pie a Lima,
lo mismo ocurrió con Margarita Condori y Ventura
Monjarrás, la madre de Juan Bautista Túpac Amaru.
Otras murieron misteriosamente en los navíos que las
conducían al destierro a España y sus cuerpos fueron
arrojados al mar.
Miles habían ya caído en los campos de batalla, luchando
por una sociedad justa y una patria nueva.

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Micaela Bastidas y las heroínas tupamaristas Juan José Vega

BIBLIOGRAFÍA DOCUMENTAL (1)

I. Boleslao Lewin.- La Rebelión de Túpac Amaru.- Buenos Aires,


1967.
II. Melchor de Paz.- Crónica de la Sublevación de Túpac Amaru
(1786).- Publicada por Luis A. Eguiguren, Lima, 1952 (primer
tomo).
III. Melchor de Paz, idem, (segundo tomo).
IV. Carlos Daniel Valcárcel.- La Rebelión de Túpac Amaru.- Méjico,
1965.
V. Jorge Cornejo Bouroncle.- Túpac Amaru.- Cuzco, 1963.
VI. Carlos Daniel Valcárcel.- La Rebelión de Túpac Amaru.- Méjico,
1947.
VII. Vicente Palacios Atard.- Areche y Guirior.- Observaciones sobre
el fracaso del una Visita al Perú.- Sevilla, 1946.
VIII. Francisco Loayza.- Mártires y Heroínas.- Lima, 1945.
IX. Rubén Vargas Ugarte.- Por el Rey y contra el Rey.- Lima, 1966.
X. Luis E.Valcárcel.- Ruta Cultural del Perú.- Lima, 1964.
XI. Declaración y Sentencia de Túpac Catari.- Transcripción de C.D.
Valcárcel en el Boletín 2 de la Sociedad Bolivariana de Lima.
XII. Sangre Andina, Cuzco, 1949, de Jorge Cornejo Bouroncle.
XIII. Carlos Daniel Valcárcel.- La Rebelión de Túpac Amaru.- Lima,
1969.
(1) Los números romanos del texto corresponden a los libros aquí
citados, la cifra arábiga al número de la página en la cual se
encuentra el documento citado.

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