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CAPITULO X

Sobre El Uso Instrumental De Los Medios Masivos En América

Latina Para Fines De Dependencia*


(1970)

Antonio Pascuali

10.1. La disritmia cultural latinoamericana y sus causas

S
obre muchos y vitales aspectos de la cultura latinoamericana el tiempo parece haberse detenido, y el ciclo de

las renovaciones haber cedido el paso a la inmóvil coagulación de los estereotipos. Algunas formas del saber

y del arte siguen dócilmente el flujo cosmopolita de los cambios. En sectores como los de la arquitectura, la

literatura, las artes plásticas y auditivas, Latinoamérica exhibe modelos de dimensiones regionales o universales

indicadores de vitalidad y síntomas inequívocos de constante renovación. En otros menos elitescos, el panorama

aparece estancado o incluso degradado por obras de fuerzas endógenas y exógenas; con toda probabilidad, la carga

cultural del ciudadano medio de hace veinte o treinta años exhibía más autenticidad y espontaneidad que en la

actualidad. Casi todas las formas de la cultura popular, social y colectiva que admiten procesos de industrialización,

control o transculturación han decaído a ese núcleo estático, seguramente con más rapidez que en otras partes del

mundo. El sistema tolera con cierta liberalidad el progreso de las formas culturales minoritarias y cosmopolitas,

superiores y de escasa incidencia social, mientras practica la intolerancia y un control cada vez más avisado de las

culturas nacionales populares, de la pública opinión y de las formas exotéricas y potencialmente liberadoras de la

comunicación. Los productos de la capa superior no circulan por la base y no la subliman; los del estrato inferior no son

percibidos por el superior y no lo vitalizan. Es la versión contemporánea y culta del divide et impera. La radiodifusión,

por ejemplo, alimenta incesantemente esta irrisión a la unidad de la cultura desde sus miles de emisoras. Lo popular

máximamente vulgarizado por un lado, sin aperturas posibles a la inteligencia, y lo "culto" por el otro, posiblemente

reducido a sus aspectos menos atractivos y abandonado a las desvencijadas emisoras del sector público. La

desconfianza inducida hacia el intelectual por los personajes y situaciones imaginarias de demasiados programas

termina en verdadera y real desconfianza; la sistemática puesta entre paréntesis de la manifestación autóctona y popular

que culmina en verdadero desprecio a lo popular. Esta solución de continuidad entre formas de la cultura tiene sus

*
Tomado del libro: Entender la Comunicación de Antonio Pascuali publicado por Editorial Monte Avila. Caracas,
1970. Páginas 243-271. El presente material electrónico fue generado en Agosto del 2000 como parte de la antología de lecturas
para el seminario Estudios de la Comunicación en México y América Latina, y se ha hecho con propósitos educativos sin carácter de
lucro, conforme a los Artículos 10 y 18 “D” de la Ley Federal de Derechos de Autor.
niveles de normalidad y sus niveles críticos. En América Latina alcanza proporciones patológicas. La excesiva disritmia

entre el potencial básico y la actividad superior concluye en un profundo divorcio entre la sociedad y el individuo, entre

el público y el artista.

Estos postulados, verificables por segmentos y por sectores, requerirían de un multidisciplinario análisis

sociodinámico de la cultura regional que los comprobase definitivamente. Ellos parten de evidencias empíricas no

localizables en otras regiones del mundo. El desequilibrio latinoamericano entre cultura superior y popular, entre

universidad y analfabetismo, entre procesos macroscópicos de dinámica y estática cultural, exhibe aspectos sui géneris

que no admiten comparaciones útiles con ninguna otra realidad del tercer mundo. Se da en países cuyo ingreso per

cápita se acerca al promedio europeo, y en aquellos que sólo resultan comparables a las regiones más pobres de Africa o

del sudoeste asiático. Su denominador común, por consiguiente, no será de tipo socioeconómico, sino más bien de tipo

cultural.

Una de las causas del desequilibrio más típicas y exclusivas de la región, reside en un profundo desajuste

comunicacional, masivamente inducido y mantenido por una industria cultural, sobre todo radioeléctrica, cuyo régimen

de uso no tiene equivalentes en la tierra. Esta es la hipótesis que se intenta demostrar aquí; hipótesis que resulta

profundamente irritante a políticos y economistas (acostumbrados a enfocar la comunicación social como un aspecto

muy tangencial de la economía o de la política), pero que en resumidas cuentas se impone como la única alternativa

teórico–práctica a las fallidas hipótesis del fatalismo economicista o a las de un subdesarrollo histórico por ahora

inmodificable.

Por estas razones apenas enunciadas, quienes producen, almacenan o difunden cultura superior en América Latina,

tienen motivos y logros para declararse razonablemente satisfechos (piénsese tan sólo en el doble "boom" literario y

plástico de las últimas décadas). Pero quienes teorizan y pretenden incidir en los aspectos estructurales y sociales de la

cultura –y pudiera decirse que constituyen la mayoría– tienen motivos de sobra para aspirar a una realidad más

gratificante. Su meta es la lucha por nuevas políticas, por la reforma o la revolución cultural en sus más variados

aspectos. Se comprendería mucho más de la cultura latinoamericana si se entendiera esto: que la presencia en ella de

fuertes componentes crítico–negativas, y de un interés antropológico y político–cultural en conflicto con las

seducciones de un iluminismo positivista, acrítico, desarrollista y cosmopolita, constituyen en este momento histórico la

mejor garantía de una alcanzable identidad cultural, y el aporte más sustantivo de la región a todos los procesos de

liberación cultural del mundo. Por eso la nueva América Latina, la que está toda por descubrir desde fuera, no es ya la

de la novela y de las artes plásticas, sino la del ensayo y del estudio crítico. Puestos en la balanza el pensamiento

conservador positivo por un lado, y el renovador negativo por el otro, no seria difícil detectar un fuerte predominio de la

instancia utópica, posibilista, ética, negativa y dionisíaca por sobre las visiones ideológicas, realista–pragmáticas,
positivistas y apolíneas. Con muy escasas excepciones, y diríase que justamente concentradas en el sector literario, todo

el pensamiento y el arte latinoamericano son de izquierda, en sus más variadas acepciones y matices. La involución

política presente, las quemas de bibliotecas por parte de dictadores y las diásporas de intelectuales, sólo han fortalecido

la conciencia crítica y el grado de lucidez de los perseguidos.

Por específicas y bien conocidas razones, América Latina es hoy uno de los principales escenarios mundiales de la

dialéctica dependencia–independencia, lo que la convierte de hecho en uno de los más importantes campos de

confrontación entre la razón instrumental, iluminista y de dominación, y la razón crítica, ética y libertadora. No queda

mucho ocio, desde luego,

Para la semiología, los análisis lógicos del lenguaje y e estructuralismo; pero la claridad intelectual de la obra

latinoamericana en los campos de la antropología y de la sociología cultural de la economía de la dependencia o de las

políticas comunicacionales, no teme confrontaciones de ninguna especie.

Gran parte de la cultura latina vive hoy de y en esa tensión entre integración y ruptura, dependiendo del grado de

lucidez con que es asumida. La puesta en evidencia de una fuerte solución de continuidad entre culturas superiores,

individualizadas y cosmopolitas, y culturas nacionales populares de base (en situación respectiva de expansión y

estancamiento), ejemplifica la voluntad terapéutica de la autoconciencia crítica, en la que residen las mejores esperanzas

de la región.

10.2. Tres hipótesis analíticas

Hemos señalado: a) que la fuerte disritmia entre cultura superior de élite y culturas nacional–populares (hace cuarenta

años hubiéranse empleado los términos schelerianos de "espíritu" y de "alma" nacionales), constituye uno de los

caracteres mis vistosos de la actual socio–dinámica cultural latinoamericana; b) que el principal elemento causal de tal

disritmia parece residir en una atrofia o real subdesarrollo comunicacional que afecta masivamente a la cultura de base

manteniéndola estancada e incomunicada de la otra –y cuyos determinantes son de tipo geográfico y tecnológico, pero

sobre todo económicos, políticos y de dependencia global.

La primera proposición es comprobable en alto grado gracias al aporte de mucha literatura sociológica y

sociocultural. Para verificar la segunda tesis, que incluye una explícita relación de causalidad, sólo enunciaremos aquí;

muy sintéticamente, tres hipótesis y una ejemplificación final.

a) El carácter sociológicamente esencial de la Comunicación


El determinismo economicista induce a considerar los procesos culturales y de comunicación/información como

epifenómenos o alejadas superestructuras de los modos y formas de la producción. Este error, típico de mentalidades de

la época industrial, minimiza inconsciente o intencionalmente la esencia político–social de la comunicación, y excluye

el que ésta tenga esencia, leyes y consecuencias propias. Pero en términos sociológicos, o de definición genética de los

procesos humanos de convivencia, la comunicación es esencialmente interdependiente de toda formación social, de sus

modos y tipos. El principal corolario de esta proposición axiomática es que los modos, controles y cambios en los

procesos de comunicación social son modos, controles y cambios en los procesos de comunidad y convivencia. Tanto

en términos esenciales como para las subsiguientes necesidades funcionales y prácticas, por comunicación debe

entenderse un ingrediente estructural y básico de la convivencia, pues connota la verdadera esencia del estar en

comunidad (el saber–uno–de–otro), por lo que debe restituirse al término su intrínseco y fuerte sentido político.

Hipostasiando tal interdependencia, pudiera decirse que la utopía platónica de una convivencia pacificada, la hedonista

de una felicidad terrenal, o la kantiana de una paz perpetua, residirán en una comunicación verdaderamente realizada y

pacificada, sin restos de competitividad; toda diálogo, complementación, apertura y colaboración. El carácter belicoso,

hobbesiano, represivo (social e individualmente) e incomunicante de la competitividad occidental, ha sido analizado

brillantemente –en nuestro siglo– por los filósofos de Frankfurt, al señalar que el autoritarismo y el uso del otro como

instrumento son producto de un desajuste comunicacional en la personalidad del autoritario. En regiones del mundo

como América Latina en que –con pocas excepciones– la cultura de masas sufre increíbles distorsiones por obra de una

autoridad comunicacional pervertida e institucionalizada, se ofrece al investigador una de las situaciones patológicas

más agudas que mejor permiten reconocer por vía negativa el estado de “salud” de la comunicación: lo que ella debe ser

y no es aún; un cuadro de referencias empíricas que exacerban las implicaciones entre Comunicación y Poder; que

mejor evidencian la necesidad de rechazar el positivismo satisfecho, que acepta sólo lo que es y lo toma por bueno.

b) La expansión de la comunicación/información produce un salto cualitativo

Si los procesos de comunicación (bilateral, antropológica) y de información (unilateral, cibernética), son esencialmente

inherentes a la estructura social, su contorno más próximo es el de la dimensión socio–política (ver Capítulo III). Ellos

entonces no son –por esencia– ni meros fenómenos propagandísticos o mercantil–publicitarios, ni instrumentos

privilegiados de la industria cultural, ni facilitadores de procesos económicos, ni formas marginales de la actividad

terciaria o de servicios, ni estimuladores acríticos del desarrollo y la modernización; aunque de facto –y sobre todo en

muchos países latinos– ellos no desempeñan casi otra función. De hecho, casi toda la tecnología de comunicación e

información ha sido y está siendo instrumentalizada con fines de dominio y según un craso desconocimiento de sus

leyes propias, de sus consecuencias sociales y de su mismo crecimiento autónomo.


Ya sabemos desde la época de los contemporáneos de Sócrates que mala no es la existencia o posesión del

instrumento, sino su uso o desuso, y que la neutralidad originaria del instrumento en si, una vez convertido en extensión

de alguna capacidad humana, no revierte necesariamente en neutralidad o positividad en su empleo o manejo.

En el que puede considerarse uno de los más importantes documentos sectoriales de los últimos tiempos: Social

implications of computer/telecommunication systems, de 1975, su Autor E.B. Parker, de Stanford, muestra el

advenimiento de una “information society” como la única posibilidad realizada de la era postindustrial, al evidenciar

que en el país de avanzada, los EE.UU., el número de personas empleadas en labores de comunicación/información ya

supera aritméticamente al de todos los demás empleados en actividades de los sectores primario, secundario y terciario

juntos. (La prueba por el PTB y por los consumos personales en bienes de información ratifican, según ese autor, el ya

alcanzado predominio de tales actividades en esta era). Presumiendo con alguna verosimilitud que el modelo se esté ya

extendiendo rápidamente –por gregarismo, imposición transculturizante o tendencia espontánea y trans-ideológica–,

ello origina muchas y muy importantes consecuencias, de las que sólo retendremos las siguientes: a) si los procesos de

comunicación/información han alcanzado o están alcanzando las dimensiones predominantes descritas por Parker, ello

significa, de acuerdo al axioma anterior, que los centros de poder, de autoridad y de capacidad decisional se están

desplazando de sus polos tradicionales (políticos, religiosos, industriales), para condensarse en las nuevas oligarquías de

la comunicación y de la información; b) este nuevo "sector cuaternario" de la comunicación/información tenderá

necesariamente a producir aún más valor agregado que el sector terciario tradicional, por prescindir siempre más de

soportes significativos en materia–energia, y llegará a producir acumulación de plusvalía jamás soñada por sociedades

agrícolas, extractoras o industriales (se calcula que para 1990 el 90% del valor de las exportaciones de la R.F.A. estará

constituido por in formaciones científico–técnicas); c) en términos geopolíticos, generará enormes concentraciones de

poder real en sociedades privilegiadas, sometiendo aún más a las economías nacionales vinculadas a actividades

primarias y secundarias, y reduciendo a una tal vez irreversible relación de agente–paciente la ya débil dialéctica entre

desarrollo y subdesarrollo (relativas autonomías nacionales en comunicación/información lucen por eso indispensables);

d) la expansión cuantitativa de la comunicación/información debería generar per se (es una verdad de intuitiva claridad)

un beneficioso salto cualitativo en el orden de la comunidad; pero esa espontaneidad intrínseca es desviada por las

viejas formas de autoritarismo. Un control economicista y por eso anticuado del nuevo sector cuaternario está llamado a

reprimir por tiempo indefinido su esencial vocación social y supracompetitiva, y esta perversión será más dramática en

la periferia de los sistemas, en los países en vía de desarrollo que más necesitan socializar y desprivatizar sus sistemas

de comunicación e información; e) los procesos de información (telecomunicaciones, computarización, almacenamiento

de datos, informática, automatización en la producción, etc.), y los procesos de comunicación (medios de comunicación

social), deben estudiarse por separado y recibir diferente tratamiento, lo que pudiera ser el afinamiento de una de las
tesis de Parker. En regiones dependientes, por ejemplo, es fácil detectar una evidente atrofia en la capacidad de

información, y una contemporánea hipertrofia infraestructural en los medios de comunicación masiva, artificialmente

inducida por sistemas exógenos hipercomercializados y competitivos, con resultados de disgregación, ahondamiento de

las diferencias de clase y desinterés por las necesidades nacionales (caso de hipertrofia tecnológica productora de su

contrario). En una palabra: el análisis de nuestra realidad sociocultural en términos de comunicación/información

permitiría detectar que, así como coexisten en Latinoamérica núcleos de concentración industrial junto con polos

preindustrializados y con grandes focos de la más dramática marginalidad (ellos cohabitan de hecho hasta en un mismo

tejido urbano), del mismo modo coexisten una evidente atrofia informativa típica de un subdesarrollo básico (por

ejemplo, contamos por milésimas en el reparto mundial de computadoras y bank-data), con una hipertrofia

comunicacional más típica de una “information society” ya desarrollada, pero impuesta artificialmente con fines de

dominio socio–económico–político y generadora, en última instancia, de la disritmia entre formas de la cultura antes

señalada. La participación regional en la generación y almacenamiento de informaciones y formas de saber es mínima;

su nivel de acceso al emisor heterodirigido es máxima y altamente redundante.

C) La ley de Aceleración Centrífuga de la contaminación cultural

La realidad latinoamericana sugiere la posibilidad de dar fundamentación teórica y empírica a una nueva ley e la

sociodinámica cultural, destinada a explicar y medir situaciones de dependencia dentro del subdesarrollo: la Ley de

aceleración centrífuga de la contaminación cultural.

Su premisa seria la siguiente: dada la inexistencia práctica de grupos nacionales culturalmente autónomos o

autosuficientes en esta era tecnológica y de simultaneidad comunicacional (dentro del mundo civilizado), la dinámica

cultural a escala mundial parece funcionar como un sistema de altas y bajas presiones en rápida compensación: las

zonas de baja presión cultural tienden a ser velozmente “ocupadas” por sistemas de alta presión. La metáfora

meteorológica llega hasta aquí, porque estas “ocupaciones” no parecen ser simples y espontáneos mecanismos

homeostáticos del organismo sociocultural, tendencias a restablecer algún equilibrio originario. Por el contrario, y por

una especie de principio pervertido de “ecología cultural”, parece darse una fuerte tendencia a acumular los desechos de

las zonas “altas” en las zonas de “baja” identidad cultural, tal como sucede con ciertos mecanismos operativos

industriales y comerciales. La expansión de la capacidad de comunicación/información haría pues que los otrora

pacíficos y lentos procesos de migración y difusión cultural pudiesen ser instrumentalizados para generar

transculturaciones compulsivas y controlables, de los que cabría detectar los principios funcionales. Nuestra Ley diría al

respecto que toda región culturalmente subdesarrollada, y con suficiente capacidad instalada de recepción y
descodificación de mensajes, queda faltamente satelizada por un polo de desarrollo de mayor densidad cultural y

generación de mensajes, y que entre ambos polos se suscita un proceso de aceleración centrífuga que tiende a acumular

en dicha periferia marginal las escorias y los elementos más contaminantes de la producción cultural metropolitana. La

aceleración del proceso guardaría una relación directa con la “distancia” cultural. La falta de resistencia activa o pasiva,

de “anticuerpos” o de alternativas propias en la periferia, facilitaría e institucionalizaría estos fenómenos de

transculturación, quedando fijados a la postre como procesos culturales–ideológico–políticos de dependencia. Su

instauración final siempre cuenta con el elemento “colaboracionista” local, que desde dentro de la periferia actúa como

agente espontáneo o consciente de la dependencia, casi siempre con mayor inflexibilidad que la del mandante (nos

referimos a la figura del “gate-keeper” local).

Esta relación causal–centrífuga de centro a periferia no es, desde luego, un producto de la era industrial o

informativa, y podríamos hallar abundantes ejemplos históricos en la política y en el derecho, en la filología histórica y

en las religiones, en las artes y en la economía, Siempre han existido un Palais de Justice y su Cayena, un astuto

vendedor de baratijas y un ingenuo comprador en la periférica “terra incognita”, Pero nuestra época de racionalización

pragmática y de crecimiento exponencial del poder de comunicación/información, ha acrecentado el fenómeno

permitiendo captarlo con mayor claridad. Si consideramos, por ejemplo, que gran parte de Latinoamérica resulta hoy

culturalmente satelizada por los EE.UU. y si tratamos de aplicar esa ley a nuestro panorama de las comunicaciones

sociales, hallaríamos de una vez muchos elementos confirmatorios, Mientras Latinoamérica luce peligrosamente

desequipada en sistemas nacionales y regionales de información (sobre todo en telecomunicaciones y almacenamiento

de datos), preparando así los elementos de una dependencia aún menos reversible que todas las anteriores, el

modernismo, el desarrollismo y el difusionismo de inspiración norteamericana han instalado en nuestra región periférica

un poderoso, inútil y redundante “hardware” de comunicaciones masivas, casi equiparable en valores brutos al de países

mucho más desarrollados, pero de muy escasa utilidad para específicos fines sociales e independentistas, La imagen

más conocida de esta situación son nuestros ranchos y favelas erizados de antenas de TV; pero aquí se propone otra: la

de nuestras estaciones terrenas para rastreo de satélites, Exceptuando sus usos telefónicos, ellas son para nosotros

monumentos al modernismo y a la dependencia, verdaderos monstruos de enormes oídos y sin voz, aceleradores de la

servidumbre y ejemplos de cómo una tecnología avanzada puede actuar en contra del verdadero desarrollo y de una

convivencia paritaria entre hombres. Nuestras estaciones terrenas, en efecto, emiten por minutos anuales pero reciben

por miles de horas al año, con la agravante de que –al no estar interconectadas por sistemas terrestres de microondas–

cada uno de nuestros países paga al consorcio su respectivo “pie de bajada” por el mismo programa (cuando en Europa,

por ejemplo, una sola estación recibe y difunde a toda la red continental).
En cuanto a la acumulación en la periferia latina de los elementos más contaminantes de la industria cultural

metropolitana, trátase de un aspecto que apenas se comienza a estudiar y medir en profundidad, pero acerca del cual ya

existen elementos de juicio. En TV, donde el fenómeno es más vistoso, pudiera señalarse por ejemplo, no sólo la

satelización económica de los sistemas competitivos latinos alrededor del macrosistema competitivo norteamericano,

sino también la mayor contaminación periférica a nivel de programación. Según Nordenstren y Varis (La TV circule-t-

elle à sens unique?, Etudes UNESCO N9 70, 1974) nuestra región, que sólo cuenta con el tres por ciento (3%) de los

telereceptores instalados en el mundo, recibe un treinta y cinco por ciento (35%) aproximadamente de todas las

exportaciones norteamericanas de teleprogramas, esto es, aproximadamente ciento cincuenta mil horas (150.000) por

año, lo que hace que el 45% en promedio de toda la programación regional sea norteamericana; pero en Venezuela, por

ejemplo, se mantuvo durante años un promedio del 52% (ahora parcialmente reemplazado por las telenovelas), y se

conoce una difusión de mensajes publicitarios (1,313 diarios en promedio), que para la época de esa medición superaba

en un 61% el standard norteamericano de publicidad en TV. Naturalmente, ese cuarenta y cinco por ciento de

programación importada representa sin duda lo peor de la producción norteamericana; nada de contenidos educativos o

culturales, sino lo que divierte, y lo que más vende. ¿Qué viene en esa pacotilla, baratija o abalorio? Un colega de la

Universidad Central de Venezuela el psicólogo Eduardo San toro, al estudiar la formación en el niño de estereotipos

inducidos por la programación importada, se encontró con estos sedimentos de la “aceleración centrífuga” (sólo cito

algunos ejemplos): fijación de un 63% de modismos extranjeros; la creencia de que el héroe positivo es norteamericano

en el 86.3% de los casos, o al menos de habla inglesa en el 82%; que el chino es 17 veces más malo que bueno; que el

blanco es once veces mejor que el negro; que el rico es bueno en el 72% de los casos y el pobre malo en el 41%.

10.3. Del principio analítico a la descripción de casos concretos

Resumiendo lo anterior:

a) El plexo comunicación/información no es un subproducto de las formas de producción, sino conformador

esencial de comunidad y de la dimensión política humana, por lo que su expansión o limitación favorece e impide una

convivencia abierta y pacificada. Aquí la función hace al órgano: La morfología de la sociabilidad es interdependiente

de los modos de comunicación con el otro.

b) El crecimiento cuantitativo de la comunicación/información ha dado origen a un “sector cuaternario”

predominante en el contexto de la economía contemporánea, del poder económico, o del poder tout court. La cultura

contemporánea está intrínsecamente vinculada a los procesos de comunicación, máxime en regiones subdesarrolladas.

De un uso comercialista, competitivo y autoritario del poder comunicación/información deriva una instrumentalización

compulsiva de la cultura en función de ideología de conservación, en que los M CM actúan como la voz del amo.
c) Entre las zonas de alta y baja densidad cultural se origina un sistema unitario en que las primeras satelizan a las

segundas, y dentro del cual actúa una ley de aceleración centrifuga que acumula en la periferia de dicho sistema los

mensajes y productos culturales más contaminantes. Este proceso debidamente inducido e instrumentalizado convierte

el subdesarrollo en dependencia.

Los tres conceptos aquí resumidos sólo pretenden ser criterios o hipótesis (desde luego no excluyentes), para un

diagnóstico analítico de la cultura latinoamericana en uno de sus aspectos más importantes y pervertidos, el de las

comunicaciones sociales.

Pudiera afirmarse con alguna razón que en este planteamiento hay un error metodológico, ya que tales criterios

analíticos deberían estar precedidos por algo parecido a un diagnóstico descriptivo, que permitiera detectar la

congruencia entre el análisis propuesto y la realidad. Pero la siguiente descripción de dos situaciones puede dar una idea

bastante concreta –suponemos– del panorama comunicacional latinoamericano, de su incidencia en la cultura y en la

calidad de la convivencia, y del estado de dependencia en que es mantenida la región.

a)Un caso regional: la radiodifusión latinoamericana.

América Latina es la única región del mundo cuya radiodifusión está controlada en casi su totalidad por la industria

cultural privada, aún cuando, de jure, muchas naciones del área la reservan a la competencia del Estado. Los datos más

significativos al respecto son los siguientes:

1. Sólo en el 10% de los países y territorios de la región se cobra licencia para radio como servicio público (contra el

83.3% en Europa, el 42.6% en Africa, etc.). En TV la situación es análoga: 10.0% en América, contra el 74.0%

europeo; Los países de América Latina figuran en el Anuario Unesco con un 15.0% de sus sistemas radiales y de

TV regidos por el sector público (contra el 85.1% para radio y el 92.8% para TV en Africa; el 78.0% para radio en

Asia, y el 77.4% para radio en Europa, etc.).

2. La región figura igualmente en los anuarios con un 80.0% de regímenes mixtos en radio y un 40.0% en TV (contra

el 13.9% para radio en Europa, el 12.9% para radio en Africa; y el 8.3% para TV en Europa, y el 1.8% para TV en

Africa, etc.).

3. El 90.0% de los sistemas radiales y televisivos de América Latina difunden publicidad (contra el 66.6% para radio

y el 63.9% para TV en Europa; el 48.8% para radio y el 41.9% para TV en Asia, etc.).
Lo anterior significa, por ejemplo, que de los treinta países que hay en el mundo con TV comercial privada, dos

corresponden a América del Norte, dos a Europa, nueve a Asia y Oceanía, uno a Africa y dieciséis a América Latina; la

sola región de la tierra, además, que cuenta con ocho países dotados exclusivamente de servicios privados y

comerciales. En cuanto a Radio, el promedio mundial de países de régimen público es del 68.3%, y el de los países con

régimen mixto del 25%. Pero en América Latina la presencia del régimen público baja al 15%, mientras que el mixto se

eleva al 80%. Junto con Norteamérica, América Latina es además la región con un porcentaje más elevado de países que

difunden publicidad comercial: el 90% (contra el 66% en Europa, el 48.8% en Asia, etc.).

Estos son datos de primera importancia para el análisis de las implicaciones entre la propiedad y el uso, pues la

tenencia pública tiende históricamente a crear sistemas complementarios, y la privada sistemas competitivos. ¿Tenemos

por eso los latinoamericanos la mejor TV del mundo, y sobre todo la más libre, según los slogans de parte interesada?

Nuestra respuesta ponderada es que la radiodifusión latina, globalmente hablando, es una de las más inútiles y peores, o

tal vez la peor del mundo, y precisamente por su incontrolado carácter competitivo, comercial e importador. Aquí, el

sistema es inflexible, no produce anticuerpos, y nada ha creado –por ejemplo– que se parezca a la NET norteamericana.

Algunos de nuestros países figuran en los anuarios internacionales como “regímenes mixtos”. En el mejor de los casos,

tal régimen consiste en que los sectores públicos crean una ficción de mixtura instalando pocas y débiles emisoras que

implementen con mal llamados programas culturales la maciza labor consumista y de evasión de la radiodifusión

privada. Para demostrar la inautenticidad de la fórmula bastarán un ejemplo y un episodio: en Venezuela, el poder de

emisión de radiodifusión/radio del sector privado y del sector público guarda una relación de sesenta y cinco a uno (65 a

1) (cf. Com. Prep. CONSEJO NACIONAL DE LA CULTURA: "PROYECTO RATELVE", Junio 1975); en Brasil, en

junio de 1974 (cf. Rev. VEJA N9 366 del 10-9-1975), parte de la población de Recife no se enteró de la catastrófica

inundación de la ciudad, porque las dos redes comerciales de TV, de sintonía casi total, decidieron no interrumpir la

emisión de sus telenovelas para informar de la emergencia.

La radiodifusión latina, tan uniforme e internacionalmente organizada, es el modelo supremo de lo que puede

alcanzar la industria radioeléctrica privada cuando logra actuar prácticamente sin controles, sin autocrítica o –como

dirían Horkheimer y Adorno– en desenfrenada positividad, incapaces de negarse y de imponerse límites. En un

continente con analfabetismo, incomunicación física y social, baja escolaridad, problemas sanitarios, marginalidad

creciente y reparto desigual de la riqueza, crecimiento demográfico exponencial e incontrolado, subdesarrollo de los

sectores secundario y terciario y tremenda escasez de iniciativas culturales, la radiografía programática de la

radiodifusión, ofrece con alguna variable el siguiente cuadro:

Música Publicidad Programas en vivo


(principalmente (principalmente
importada) novelas y noticias)

60-75% 20-38% 5-20%


Radio

Cine y telecine Publicidad Programas en vivo


(principalmente (principalmente
importado) novelas y noticias)

Televisión 40-55% 17-35% 15-25%

Por sus criterios de explotación y cobertura (este último es un excelente indicador), ella constituye un factor de

disgregación social y de clasismo, contrario a los esfuerzos nacionales por equilibrar demográfica y económicamente el

campo y la ciudad, por cuanto se concentra en las zonas más densamente pobladas y de mayor poder adquisitivo, sin

ofrecer servicios a los marginados territoriales. En 1978 –con la excepción de Cuba– ningún país latinoamericano

ofrece cobertura territorial total en Radio y TV. En Venezuela (que puede considerarse un caso promedio) la Radio

alcanza teóricamente el 84% de la población, y la TV el 59%, según datos recientes.

Por la composición de sus programas, ella extrema la tendencia del sistema competitivo a difundir mensajes

“ómnibus” (comprensibles a todo tipo de oyente), descuidando las reales necesidades en radiodifusión de las diferentes

capas socioculturales de la población. Esto, debido al interés crematístico que tiene cada emisor de alcanzar el universo

entero de perceptores. En realidad, la llamada “programación” (casi absolutamente idéntica en todas las estaciones,

hasta en los horarios), es sólo un envoltorio musical o novelado para inducir más fácilmente en el oyente el verdadero

mensaje, que es el publicitario. La radiodifusión latinoamericana programa pues para las clases económicas D y E, y de

todos modos para oyentes con cociente intelectual y de sensibilidad supuestamente infantil. El perceptor es reducido al

nivel de comprador, y estimulado a ello por un gigantesco proceso de banalización del que ya nadie, al parecer, logra

escapar. (Según datos muy recientes, el 45% del público venezolano de telenovelas estaría compuesto por hombres

entre 18 y 45 años). La telenovela es el último próspero invento de la radiodifusión latina para no vérselas con la

realidad, y está alcanzando en todo el continente dimensiones casi histéricas. En cambio, cualquiera de los argumentos

que puedan afectar intereses de los anunciantes (aunque sean del más extremado interés social), son tabúes

innombrables. Sabemos que en otros sistemas competitivos no periféricos esto no sucede: que se puede reclamizar la

bebida alcohólica y difundir un programa sobre cirrosis hepática. En América Latina el más inflexible colaboracionista

local aún no admite tanta liberalidad. Semejante radiodifusión desocializa e incomunica a los integrantes del grupo

humano, porque evita sistemáticamente ventilar problemas de la colectividad ciudadana o nacional, y desatiende las
metas prioritarias del desarrollo, limitándose a fomentar en cada quien su personal ensoñación ante mundos ficticios e

intencionalmente estereotipados. Por ejemplo: el complejo y delicado proceso de la doble nacionalización del hierro y

del petróleo en Venezuela (que requirió y sigue requiriendo un fuerte compromiso moral de la colectividad), no recibió

el menor apoyo de los radiodifusores locales, quienes prácticamente lo ignoraron; lo que obligó al gobierno a

“reclamizarlo” mediante cortos mensajes de estructura idéntica a los comerciales.

Por su poder económico, por su hipertrofia que tiende a absorber todas las demás actividades del tiempo libre en

una región pobre en alternativas, y por la acumulación abusiva de autoridad, la radiodifusión latina –como rama

privilegiada de la industria cultural y pub1icitaria– exhibe hoy un poder y una arrogancia ante las cuales flaquean a

veces las propias fuerzas políticas, por no hablar de las fuerzas de la resistencia cultural. Puede calcularse que en

América Latina las solas transnacionales invierten diez millones de dólares diarios en publicidad; el setenta por ciento

de los cuales va dirigido a los canales radioeléctricos, habiéndose originado en anunciantes que también en un sesenta

por ciento son multinacionales norteamericanas y europeas. Como quiera que la radiodifusión es incontestablemente en

América Latina el canal privilegiado –a veces el único– de la cultura popular, se deduce que la única cultura

masivamente repartida en la región es la que controlan los comerciantes e ideólogos del consumo; por lo que cabe

concluir que los verdaderos ministerios de nuestra cultura popular son los anunciantes, en un 65% extranjeros, y las

empresas publicitarias, en un 76% extranjeras (datos de Venezuela).

Los colaboracionistas locales de esta labor desocializante, consumista, degradante y antinacional son los

radiodifusores privados, con o sin presencia de capital norteamericano en sus empresas (un Decreto del Gobierno de

Venezuela del 10-01-1974 que obliga a nacionalizar el capital de la radiodifusión privada, no produjo ningún cambio en

la programación). Estos radiodifusores comerciales que controlan la única parte significativa de la Radio y la TV en el

subcontinente, están afiliados a la Asociación Interamericana de Radiodifusión (A.I.R. o I.A.A.B.) en cuyo Apartado B)

del Art. 19 de sus Estatutos se proclama que “La Radiodifusión comercial debe ser privada y no constituye un servicio

público”. Su fidelidad a esta consigna –que hoy suena a catástrofe social y cultural– es inconmovible. Es una de las

Resoluciones de su XII Asamblea Ordinaria (Montevideo 5-3-1975), sus miembros votaron fórmulas de este tenor, que

se comentan por sí solas (cf. DOC751/C.L.E./XII A.G.O./E.I.):

6. “que la radiodifusión... sólo puede seguir siendo útil y provechosa a los pueblos mientras continúe dependiendo de

entidades privadas, espontáneamente representativas de la voluntad popular...” (¡Sic!)

7. “que la imposición por el Estado de programaciones de tipo nacionalista, a la vez de suponer una peligrosa

limitación, atenta contra la deseable competencia entre los medios y constituye un atentado contra la cultura que es

y debe de ser universal...” (¡Sic!)


Afortunadamente, declaraciones de este tenor ya no se producen impunemente, en una región en que ya existe

alguna claridad acerca de la antinomia radiodifusión privada–necesidades sociales. Hace al menos quince años que la

problemática sociocultural viene siendo sometida casi en todas partes a criterios siempre más definidos de planificación.

Hoy día, no hay casi gobierno latinoamericano –sea cual fuere su signo político– en cuyo seno no actúen sectores

plenamente conscientes de que la radiodifusión del país no está llenando ninguna función social, y de que tarde o

temprano deberá someterse a criterios de planificación o de concertación. Frustrada o reducida a episodios aislados y

poco operativos la quimera de la Teleeducación, que hace una década pareció ser la panacea de las más ingentes

necesidades regionales (sólo queda en pie de alguna manera el Proyecto SERLA, aún no aprobado por los Gobiernos),

la más pertinente y adulta mirada de los planificadores se dirige ahora a la meta óptima y totalizadora de instaurar

nuevas Políticas Nacionales de Comunicación, destinadas a racionalizar el uso de todos los medios en favor de la

superior libertad social adaptándolos a los fines prioritarios del desarrollo y a la solución acelerada de las más

perentorias necesidades (alfabetización, agricultura, desarrollo comunitario, población, salud, etc.). Casi todos los

gobiernos latinos vislumbran hoy con diferente lucidez (pero es ya un gran paso de avance), la necesidad de romper esa

costosa y frustrante “tela de Penélope” entre el ingente esfuerzo educativo e independentista público y la labor

deseducativa y colonizadora de la radiodifusión privada. En Argentina, Brasil, Perú, Ecuador, Colombia, Venezuela,

Costa Rica, México y otros países, se están realizando estudios, se han tomado o se piensan tomar iniciativas de bulto

para sanear tal situación.

El episodio más significativo es que todos los países de la región, en noviembre de 1974, solicitaron de la XVIII

Asamblea General de la UNESCO (cf. Resolución 4121), que esta Institución promoviera una Conferencia

Intergubernamental sobre Políticas de Comunicación en América Latina, e hicieron aprobar que se realizara en 1975 (se

aprobó otra similar para Asia en 1977). Dicha Conferencia, detenidamente preparada con una masa conspicua de

documentos y de reuniones sectoriales, no se realizó ese año en 1976 en Costa Rica, tras superar innumerables escollos

y saboteos. La A.I.R. discutió el punto la Conferencia Intergubernamental de Políticas Comunicacionales en su reunión

de 1975 en Montevideo, decidió boicotearla e hizo elevar su protesta a la UNESCO por la publicación de ciertos

estudios previos (la monografía de Nordenstreng y Varis antes mencionada tildada como “una declaración de guerra”;

esto, por no hablar de la serte que corrió el documento preparatorio elaborado por un grupo de expertos en Bogotá en

1974), mientras que la Sociedad Interamericana de Prensa (S.I.P.) protestaba contemporáneamente por otra reunión

preliminar de la UNESCO, la de Quito en julio de 1975, en que se discutió la necesidad para Latinoamérica de crear

Agencias Nacionales y regionales de noticias. (Todas las informaciones sobre la OPEP publicadas por la prensa

venezolana –valga el ejemplo– provienen de agencias de países importadores de petróleo). Pero era sólo el comienzo.
La historia de los frenéticos intentos de la Conferencia de Costa Rica han sido narrados por Oswaldo Capriles (en: El

Estado y los medios de comunicación en Venezuela: Epílogo provisional, luego ampliado en un documento presentado

en el Seminario ILET de Amsterdam) y por Raquel Salinas (en: News Agencies and the New Information Order: The

Associated Press coverage of the Intergovernmental Conference of Communications Policies in Latinamerica and the

Caribbean; en Varis, Salinas, Jokelin: International News and the New Information Order, Universidad de Tampere,

Finlandia, 1997).

En enero de 1978, con ocasión de la Conferencia Intergubernamental de Políticas Culturales, celebrada en Bogotá,

la historia se repitió con pequeñas variantes. El imperio de las comunicaciones y sus colaboracionistas locales no

parecen dispuestos a ceder un solo palmo de su inmenso negocio, ni a permitir políticas nacionales soberanas atentas a

los verdaderos problemas de las colectividades latinoamericanas.

Este panorama cambiante, que afortunadamente deja atrás el viejo inmovilismo, está poniendo al descubierto

hechos que hasta hace poco pasaban desapercibidos. Ahora, más latinoamericanos pueden constatar, por ejemplo, que

en esa ciudadela de la libre empresa radioeléctrica que es la región, cuarenta años de Radio y veinte de TV han

demostrado la total incapacidad de la industria cultural privada para autorregularse y regenerarse (no obstante los

innumerables y deliciosos "Códigos de Etica"), y lo que significaría seguir permisando y subvencionando a una

radiodifusión subdesarrollada, contaminante y antinacionalista. Cada día más gente reconoce el carácter sofístico de los

slogans de autoconservación proclamados por los radiodifusores: los de la libertad de expresión, del "free flow or

information", de la supuesta y un poco obscena identificación de democracia con publicidad. Las investigaciones

regionales sobre los efectos de la radiodifusión local no dejan espacios para posiciones intermedias o moderadas. Toda

la "libertad de información" está acumulada en las élites y oligarquías de la información y contrasta el derecho social a

estar informados; sólo hay "free flow" en el vector no reversible que va del informador al perceptor; la democracia

como libre juego de públicas opiniones es reducida autoritariamente a una opinión de masa manipulada con ingeniería

importada. A la "libertad" del radiodifusor latinoamericano puede muy bien aplicarse la fórmula utilizada por

Horkheimer (Eclipse de la razón, Cap. V°) para denunciar el individualismo: "El valor del individuo ha sido exaltado

por quienes tienen la posibilidad de desarrollar su propia individualidad a expensas de la ajena".

Las relaciones, afortunadamente siempre más tensas entre la industria privada y los planificadores públicos, están

dejando en evidencia una estrategia a tomar muy en cuenta para el futuro próximo: la industria cultural ha esgrimido y

esgrimirá las peores armas para mantener en estado de subdesarrollo la radiodifusión pública, porque a falta de otras

alternativas ésta es la única potencialmente capacitada, en América Latina, para ofrecer servicios complementarios y de

verdadero interés social. La tendencia a la planificación en comunicaciones, y a la concertación entre radiodifusión e

interés público, parece ya irreversible en América Latina.


b) Un caso nacional: el CONAC venezolano y el "Proyecto RATELVE"

En julio de 1973, el partido “Acción Democrática” organizó en Caracas un Seminario de partidarios e independientes

sobre los problemas de la cultura nacional, con el propósito de obtener diagnósticos y recomendaciones para una futura

política cultural. En la clausura del mismo, el 29- 7 -1973, el candidato de ese partido a la Presidencia de la República,

Sr. Carlos Andrés Pérez, prometió que en caso de victoria electoral, su gobierno reemplazaría el poco operante Instituto

Nacional de Cultura y Bellas Artes (INCIBA), por un Consejo Nacional de la Cultura (CONAC), democratizando el

poder de decisión y dotándolo de recursos suficientes. El Sr. Pérez hizo énfasis en que una mayor independencia

económica debía acompañarse de un mayor poder de autodeterminación (que no autarquía), en lo ideológico y cultural.

Después de la victoria electoral de ese partido, la Presidencia de la República creó en marzo de 1974, con Decreto

N° 18, la "Comisión organizadora del CONAC" compuesta por 25 personas de diferentes tendencias políticas,

asignándole la tarea de preparar el Proyecto de Ley que crearla dicho Consejo. Esta comisión cumplió su mandato en

julio de 1974, y en octubre del mismo año, con Decreto 491, la Presidencia nombró una "Comisión preparatoria" de

once miembros, con la tarea de estudiar la adscripción del Instituto de Cultura y Bellas Artes y de realizar los estudios

sectoriales pertinentes, con proposiciones concretas para la nueva política cultural. Uno de los veinte informes

finalmente presentados cubría el sector específico de la radio–televisión, y en él trabajaron dieciséis especialistas en

comunicaciones, altos funcionarios públicos del sector de información, representantes de universidades, iglesia, fuerzas

armadas y sindicales.

La Ley que crea el Consejo Nacional de la Cultura quedó finalmente sancionada por el Congreso en los primeros

días de agosto de 1975, y el 29-8-75 con su publicación en el N° 1.768 de la Gaceta Oficial recibió el "ejecútese"; el

mismo día de la nacionalización petrolera.

Vale la pena citar este episodio de fidelidad a una promesa electoral, por el carácter pedagógico de lo que pasó

entre los esperanzados comienzos y su conclusión; algo que dejó muy atrás, por su virulencia, hasta los contemporáneos

debates sobre nacionalización petrolera.

En junio de 1975, al iniciarse en el Congreso la discusión definitiva sobre el proyecto de Ley, precisamente el día

27, la Cámara Venezolana de la Industria de la Radio y la Cámara Venezolana de la Televisión (los dos organismos

patronales se separaron hace años por rencillas internas), iniciaron una bien organizada y dura campaña publicitaria

contra el proyecto de Ley. Instrucciones precisas fueron giradas a todas las emisoras comerciales de Radio y TV: había

mensajes del tipo comercial cada cinco minutos contra el CONAC, un programa especial de las Cámaras, al mediodía,

en cadena con todas las emisoras del país, y la movilización de varios líderes, showmen, gente de la farándula y
locutores que lanzaban desde sus micrófonos consignas de este tipo: "Madres, el CONAC les impedirá inscribir a sus

hijos en la escuela de su preferencia", "Jóvenes, el CONAC les quitará su folklore, su radio y su TV" y muchos otros de

la misma catadura. Los mensajes y programas especiales recordaban los peores tiempos del mackartismo: el Estado, se

decía, estaba preparando una Ley que estatizaría todos los medios de difusión; agentes del totalitarismo soviético se

habían infiltrado en las Comisiones Presidenciales, y la Ley en discusión era un instrumento dictatorial que acabaría con

las libertades republicanas y democráticas, de las que ellos eran los paladines.

A la semana, las Cámaras de la radiodifusión lograron sumar a su campaña un sector del Bloque de Prensa, que

reúne a las publicaciones impresas del país, y el ataque asumió caracteres francamente histéricos contra personas

integrantes de las comisiones. Paralelamente, las mismas Cámaras –con absoluta fidelidad a las recomendaciones y

decisiones de Montevideo– iniciaban una imponente gira de conversaciones con Congresantes, Ministros y con el

propio Presidente de la República. (Pocos meses antes, la industria publicitaria había logrado el sobreseimiento de un

intento gubernamental por tasar selectivamente a la publicidad comercial de productos suntuarios). En un comienzo,

trataron de impugnar aspectos del proyecto de Ley, entre ellos el Aparte F) del Art. 2 que obligaba al Estado a

“...evitar los efectos contrarios y de dependencia que pudieran engendrar ciertos procesos de transculturación”,

pero al darse cuenta de que quedarían demasiado al descubierto con ese "relevo de pruebas por confesión de parte",

concentraron todos sus ataques en el Art. 4, que estaba proyectado así:

"Para que el Estado pueda garantizar los más adecuados servicios culturales públicos, se definen como áreas de

interés prioritario todas aquellas relacionadas con la producción, formación especializada, promoción,

investigación, incremento, conservación, difusión y disfrute de las artes plásticas, de la música, del teatro, de la

danza, del patrimonio arquitectónico, arqueológico, histórico y antropológico, del mensaje cultural impreso, del

mensaje radioeléctrico y del mensaje cinematográfico".

Según los empresarios, este texto iba diabólicamente destinado a suprimir la libertad de expresión en Venezuela,

cuando por el contrario, sólo pretendía conferir valor jurídico a la obligación por parte del sector público de garantizar

servicios culturales adecuados a las necesidades sociales. Si hubiese habido interés por alguna estatización de parte de

las Comisiones y del Consejo de Ministros que envió ese proyecto a las Cámaras, la operación hubiera sido

infinitamente más simple, pues bastaba transcribir la Ley vigente de 1940 y e Reglamento vigente de 1941, los cuales

afirman respectivamente:

"El establecimiento de todo sistema de comunicación... corresponde exclusivamente al Estado",

"Los servicios radioeléctricos son de la exclusiva competencia del Estado".


En realidad, el sector privado sabía de la inexistencia de propósitos intervencionistas, pero perseguía dos

propósitos muy definidos, que se señalan aquí por el interés regional de la información:

a) chantajear a las agrupaciones políticas del país, incluso a la de gobierno, con la amenaza implícita de que no

habría micrófonos ni cámaras para ellas, en la próxima campaña electoral, si se modificaba en algo el status

quo en radiodifusión;

b) matar en su cuna el informe sectorial del CONAC (casi nunca citado por ellos) titulado "Diseño para una

nueva política de Radiodifusión del Estado Venezolano: Proyecto RATELVE".

Este Proyecto, por ellos igualmente conocido, tampoco sugiere ningún tipo de estatización: la estudia en un conjunto de

cuatro alternativas factibles y la descarta razonadamente, proponiendo la implantación en Venezuela de un "régimen

mixto auténtico" que pueda ofrecer al país una verdadera alternativa de selección entre servicios competitivos privados

y servicios complementarios públicos.

Estas fueron las verdaderas razones de fondo que –en opinión de los mejores observadores– motivaron la

violentísima reacción de los radiodifusores, quienes a la postre lograron una modificación (en nuestra opinión

intranscendente) del Art. 4. Pero el episodio dejó ampliamente demostrado, al menos en Venezuela, el principio de que

la industria radioeléctrica privada está dispuesta a los peores atropellos con tal de mantener en estado de subdesarrollo

la radiodifusión pública, la cual, repetimos, es para América Latina la única alternativa comprobada, vista la

incapacidad de autorregulación del sector privado. Con ello, el sistema rechaza uno de sus propios principios básicos, el

de la competencia, e impide que un verdadero competidor le obligue a mejorar la calidad de su programación para

conservar audiencia. Episodios análogos han sucedido en Costa Rica, para contrarrestar un intento de ese Gobierno por

mejorar la radiodifusión, mientras que en Argentina, por acuerdos del más alto nivel en el sector publicitario, se produjo

hace años una fuerte desinversión publicitaria artificial, para simular una recesión económica e impedir la

nacionalización de las plantas privadas de TV (medida que a la postre fue tomada). Hace algunos años, siempre en

Venezuela, los distribuidores cinematográficos extranjeros impidieron, con maniobras análogas, la introducción al

Congreso de un Proyecto de Ley de Cine, que protegía moderadamente la producción local e imponía la exhibición

obligatoria del filme nacional (medida adoptada por casi todos los países de la tierra).

Lo que la industria cultural privada de la radiodifusión defiende, en definitiva, es un negocio de cientos de

millones de dólares anuales (en un país de doce millones de habitantes), para lo cual necesita conservar posiciones de

monopolio y obtener más bien su consagración legislativa.


Estos dos episodios (o tal vez un solo episodio de dos dimensiones), pueden dar una idea de cómo funciona el

aparato manipulador de la cultura de masas en América Latina, qué clase de dependencia establece, y qué dificultades

confronta el planificador en comunicaciones que se atreva a sugerir cambios por sensatos y realistas que éstos sean.

La radiodifusión comercial es el medio masivo de mayor penetración en el continente (los indicadores de todas las

demás actividades del tiempo libre decrecen en casi todos nuestros países); por tanto, ella es la mayor colaboracionista

en el doble proceso de conservación del subdesarrollo y de su

conversión en dependencia cultural. La calidad de la convivencia

entre perceptores profundamente condicionados por "hardsell"

comercial y por una incesante labor de transculturación sin

alternativas; la indeseable acumulación de autoridad en las

oligarquías locales de la comunicación como perversión del

principio de poder; la colaboración que semejante sistema presta

a la dependencia mental de las regiones periféricas ya su

acelerada contaminación cultural; –todo ello deberá ser analizado

más a fondo para saber proponer verdaderas políticas nuevas,

adaptadas a reales necesidades sociales, y no paliativos inconexos

y contraproducentes.

Nada más difícil que desmotivar a una sociedad

previamente condicionada y satisfecha (los compañeros de Ulises

convertidos en cerdos por Circe desean seguir recibiendo

alimento porcino, y los esclavos de la caverna platónica intentan

matar al portador de la verdad). Pero poco a poco vamos aprendiendo cosas: por ejemplo, a rechazar las seducciones del

positivismo y del funcionalismo, a tomar por falsos muchos resultados de encuestas y dinámicas de grupo, ya que la

verdad comunicacional está más allá de los indicadores precondicionados. También hemos aprendido la inutilidad de los

chivos expiatorios, ya que debe romperse esa maléfica e inconsciente complicidad entre víctima y verdugo que siempre

mantiene en vida tal relación. Sentimos que el hecho de sabernos dependientes y satelizados no nos confiere el derecho

expiatorio y exorcista de acusar de todos nuestro males a las metrópolis contaminadoras. A nosotros solamente

corresponde recuperar las dignidades culturales: nadie nos ayudará, sólo nos queda exigir respeto y no intervención por

lo que podamos hacer.


(Caricatura tomada de: QUINO, “Mundo Quino, El universo del autor de Mafalda”, Nueva Imagen + La Flor, México,

D.F. 1977)

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