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Antonio Pascuali
S
obre muchos y vitales aspectos de la cultura latinoamericana el tiempo parece haberse detenido, y el ciclo de
las renovaciones haber cedido el paso a la inmóvil coagulación de los estereotipos. Algunas formas del saber
y del arte siguen dócilmente el flujo cosmopolita de los cambios. En sectores como los de la arquitectura, la
literatura, las artes plásticas y auditivas, Latinoamérica exhibe modelos de dimensiones regionales o universales
indicadores de vitalidad y síntomas inequívocos de constante renovación. En otros menos elitescos, el panorama
aparece estancado o incluso degradado por obras de fuerzas endógenas y exógenas; con toda probabilidad, la carga
cultural del ciudadano medio de hace veinte o treinta años exhibía más autenticidad y espontaneidad que en la
actualidad. Casi todas las formas de la cultura popular, social y colectiva que admiten procesos de industrialización,
control o transculturación han decaído a ese núcleo estático, seguramente con más rapidez que en otras partes del
mundo. El sistema tolera con cierta liberalidad el progreso de las formas culturales minoritarias y cosmopolitas,
superiores y de escasa incidencia social, mientras practica la intolerancia y un control cada vez más avisado de las
culturas nacionales populares, de la pública opinión y de las formas exotéricas y potencialmente liberadoras de la
comunicación. Los productos de la capa superior no circulan por la base y no la subliman; los del estrato inferior no son
percibidos por el superior y no lo vitalizan. Es la versión contemporánea y culta del divide et impera. La radiodifusión,
por ejemplo, alimenta incesantemente esta irrisión a la unidad de la cultura desde sus miles de emisoras. Lo popular
máximamente vulgarizado por un lado, sin aperturas posibles a la inteligencia, y lo "culto" por el otro, posiblemente
reducido a sus aspectos menos atractivos y abandonado a las desvencijadas emisoras del sector público. La
desconfianza inducida hacia el intelectual por los personajes y situaciones imaginarias de demasiados programas
termina en verdadera y real desconfianza; la sistemática puesta entre paréntesis de la manifestación autóctona y popular
que culmina en verdadero desprecio a lo popular. Esta solución de continuidad entre formas de la cultura tiene sus
*
Tomado del libro: Entender la Comunicación de Antonio Pascuali publicado por Editorial Monte Avila. Caracas,
1970. Páginas 243-271. El presente material electrónico fue generado en Agosto del 2000 como parte de la antología de lecturas
para el seminario Estudios de la Comunicación en México y América Latina, y se ha hecho con propósitos educativos sin carácter de
lucro, conforme a los Artículos 10 y 18 “D” de la Ley Federal de Derechos de Autor.
niveles de normalidad y sus niveles críticos. En América Latina alcanza proporciones patológicas. La excesiva disritmia
entre el potencial básico y la actividad superior concluye en un profundo divorcio entre la sociedad y el individuo, entre
el público y el artista.
Estos postulados, verificables por segmentos y por sectores, requerirían de un multidisciplinario análisis
sociodinámico de la cultura regional que los comprobase definitivamente. Ellos parten de evidencias empíricas no
localizables en otras regiones del mundo. El desequilibrio latinoamericano entre cultura superior y popular, entre
universidad y analfabetismo, entre procesos macroscópicos de dinámica y estática cultural, exhibe aspectos sui géneris
que no admiten comparaciones útiles con ninguna otra realidad del tercer mundo. Se da en países cuyo ingreso per
cápita se acerca al promedio europeo, y en aquellos que sólo resultan comparables a las regiones más pobres de Africa o
del sudoeste asiático. Su denominador común, por consiguiente, no será de tipo socioeconómico, sino más bien de tipo
cultural.
Una de las causas del desequilibrio más típicas y exclusivas de la región, reside en un profundo desajuste
comunicacional, masivamente inducido y mantenido por una industria cultural, sobre todo radioeléctrica, cuyo régimen
de uso no tiene equivalentes en la tierra. Esta es la hipótesis que se intenta demostrar aquí; hipótesis que resulta
profundamente irritante a políticos y economistas (acostumbrados a enfocar la comunicación social como un aspecto
muy tangencial de la economía o de la política), pero que en resumidas cuentas se impone como la única alternativa
teórico–práctica a las fallidas hipótesis del fatalismo economicista o a las de un subdesarrollo histórico por ahora
inmodificable.
Por estas razones apenas enunciadas, quienes producen, almacenan o difunden cultura superior en América Latina,
tienen motivos y logros para declararse razonablemente satisfechos (piénsese tan sólo en el doble "boom" literario y
plástico de las últimas décadas). Pero quienes teorizan y pretenden incidir en los aspectos estructurales y sociales de la
cultura –y pudiera decirse que constituyen la mayoría– tienen motivos de sobra para aspirar a una realidad más
gratificante. Su meta es la lucha por nuevas políticas, por la reforma o la revolución cultural en sus más variados
aspectos. Se comprendería mucho más de la cultura latinoamericana si se entendiera esto: que la presencia en ella de
seducciones de un iluminismo positivista, acrítico, desarrollista y cosmopolita, constituyen en este momento histórico la
mejor garantía de una alcanzable identidad cultural, y el aporte más sustantivo de la región a todos los procesos de
liberación cultural del mundo. Por eso la nueva América Latina, la que está toda por descubrir desde fuera, no es ya la
de la novela y de las artes plásticas, sino la del ensayo y del estudio crítico. Puestos en la balanza el pensamiento
conservador positivo por un lado, y el renovador negativo por el otro, no seria difícil detectar un fuerte predominio de la
instancia utópica, posibilista, ética, negativa y dionisíaca por sobre las visiones ideológicas, realista–pragmáticas,
positivistas y apolíneas. Con muy escasas excepciones, y diríase que justamente concentradas en el sector literario, todo
el pensamiento y el arte latinoamericano son de izquierda, en sus más variadas acepciones y matices. La involución
política presente, las quemas de bibliotecas por parte de dictadores y las diásporas de intelectuales, sólo han fortalecido
Por específicas y bien conocidas razones, América Latina es hoy uno de los principales escenarios mundiales de la
dialéctica dependencia–independencia, lo que la convierte de hecho en uno de los más importantes campos de
confrontación entre la razón instrumental, iluminista y de dominación, y la razón crítica, ética y libertadora. No queda
Para la semiología, los análisis lógicos del lenguaje y e estructuralismo; pero la claridad intelectual de la obra
Gran parte de la cultura latina vive hoy de y en esa tensión entre integración y ruptura, dependiendo del grado de
lucidez con que es asumida. La puesta en evidencia de una fuerte solución de continuidad entre culturas superiores,
individualizadas y cosmopolitas, y culturas nacionales populares de base (en situación respectiva de expansión y
estancamiento), ejemplifica la voluntad terapéutica de la autoconciencia crítica, en la que residen las mejores esperanzas
de la región.
Hemos señalado: a) que la fuerte disritmia entre cultura superior de élite y culturas nacional–populares (hace cuarenta
años hubiéranse empleado los términos schelerianos de "espíritu" y de "alma" nacionales), constituye uno de los
caracteres mis vistosos de la actual socio–dinámica cultural latinoamericana; b) que el principal elemento causal de tal
disritmia parece residir en una atrofia o real subdesarrollo comunicacional que afecta masivamente a la cultura de base
manteniéndola estancada e incomunicada de la otra –y cuyos determinantes son de tipo geográfico y tecnológico, pero
La primera proposición es comprobable en alto grado gracias al aporte de mucha literatura sociológica y
sociocultural. Para verificar la segunda tesis, que incluye una explícita relación de causalidad, sólo enunciaremos aquí;
epifenómenos o alejadas superestructuras de los modos y formas de la producción. Este error, típico de mentalidades de
el que ésta tenga esencia, leyes y consecuencias propias. Pero en términos sociológicos, o de definición genética de los
procesos humanos de convivencia, la comunicación es esencialmente interdependiente de toda formación social, de sus
modos y tipos. El principal corolario de esta proposición axiomática es que los modos, controles y cambios en los
procesos de comunicación social son modos, controles y cambios en los procesos de comunidad y convivencia. Tanto
en términos esenciales como para las subsiguientes necesidades funcionales y prácticas, por comunicación debe
entenderse un ingrediente estructural y básico de la convivencia, pues connota la verdadera esencia del estar en
comunidad (el saber–uno–de–otro), por lo que debe restituirse al término su intrínseco y fuerte sentido político.
Hipostasiando tal interdependencia, pudiera decirse que la utopía platónica de una convivencia pacificada, la hedonista
de una felicidad terrenal, o la kantiana de una paz perpetua, residirán en una comunicación verdaderamente realizada y
pacificada, sin restos de competitividad; toda diálogo, complementación, apertura y colaboración. El carácter belicoso,
brillantemente –en nuestro siglo– por los filósofos de Frankfurt, al señalar que el autoritarismo y el uso del otro como
instrumento son producto de un desajuste comunicacional en la personalidad del autoritario. En regiones del mundo
como América Latina en que –con pocas excepciones– la cultura de masas sufre increíbles distorsiones por obra de una
autoridad comunicacional pervertida e institucionalizada, se ofrece al investigador una de las situaciones patológicas
más agudas que mejor permiten reconocer por vía negativa el estado de “salud” de la comunicación: lo que ella debe ser
y no es aún; un cuadro de referencias empíricas que exacerban las implicaciones entre Comunicación y Poder; que
mejor evidencian la necesidad de rechazar el positivismo satisfecho, que acepta sólo lo que es y lo toma por bueno.
Si los procesos de comunicación (bilateral, antropológica) y de información (unilateral, cibernética), son esencialmente
inherentes a la estructura social, su contorno más próximo es el de la dimensión socio–política (ver Capítulo III). Ellos
terciaria o de servicios, ni estimuladores acríticos del desarrollo y la modernización; aunque de facto –y sobre todo en
muchos países latinos– ellos no desempeñan casi otra función. De hecho, casi toda la tecnología de comunicación e
información ha sido y está siendo instrumentalizada con fines de dominio y según un craso desconocimiento de sus
instrumento, sino su uso o desuso, y que la neutralidad originaria del instrumento en si, una vez convertido en extensión
En el que puede considerarse uno de los más importantes documentos sectoriales de los últimos tiempos: Social
advenimiento de una “information society” como la única posibilidad realizada de la era postindustrial, al evidenciar
que en el país de avanzada, los EE.UU., el número de personas empleadas en labores de comunicación/información ya
supera aritméticamente al de todos los demás empleados en actividades de los sectores primario, secundario y terciario
juntos. (La prueba por el PTB y por los consumos personales en bienes de información ratifican, según ese autor, el ya
alcanzado predominio de tales actividades en esta era). Presumiendo con alguna verosimilitud que el modelo se esté ya
ello origina muchas y muy importantes consecuencias, de las que sólo retendremos las siguientes: a) si los procesos de
comunicación/información han alcanzado o están alcanzando las dimensiones predominantes descritas por Parker, ello
significa, de acuerdo al axioma anterior, que los centros de poder, de autoridad y de capacidad decisional se están
desplazando de sus polos tradicionales (políticos, religiosos, industriales), para condensarse en las nuevas oligarquías de
necesariamente a producir aún más valor agregado que el sector terciario tradicional, por prescindir siempre más de
soportes significativos en materia–energia, y llegará a producir acumulación de plusvalía jamás soñada por sociedades
agrícolas, extractoras o industriales (se calcula que para 1990 el 90% del valor de las exportaciones de la R.F.A. estará
poder real en sociedades privilegiadas, sometiendo aún más a las economías nacionales vinculadas a actividades
primarias y secundarias, y reduciendo a una tal vez irreversible relación de agente–paciente la ya débil dialéctica entre
desarrollo y subdesarrollo (relativas autonomías nacionales en comunicación/información lucen por eso indispensables);
d) la expansión cuantitativa de la comunicación/información debería generar per se (es una verdad de intuitiva claridad)
un beneficioso salto cualitativo en el orden de la comunidad; pero esa espontaneidad intrínseca es desviada por las
viejas formas de autoritarismo. Un control economicista y por eso anticuado del nuevo sector cuaternario está llamado a
reprimir por tiempo indefinido su esencial vocación social y supracompetitiva, y esta perversión será más dramática en
la periferia de los sistemas, en los países en vía de desarrollo que más necesitan socializar y desprivatizar sus sistemas
de datos, informática, automatización en la producción, etc.), y los procesos de comunicación (medios de comunicación
social), deben estudiarse por separado y recibir diferente tratamiento, lo que pudiera ser el afinamiento de una de las
tesis de Parker. En regiones dependientes, por ejemplo, es fácil detectar una evidente atrofia en la capacidad de
información, y una contemporánea hipertrofia infraestructural en los medios de comunicación masiva, artificialmente
inducida por sistemas exógenos hipercomercializados y competitivos, con resultados de disgregación, ahondamiento de
las diferencias de clase y desinterés por las necesidades nacionales (caso de hipertrofia tecnológica productora de su
permitiría detectar que, así como coexisten en Latinoamérica núcleos de concentración industrial junto con polos
preindustrializados y con grandes focos de la más dramática marginalidad (ellos cohabitan de hecho hasta en un mismo
tejido urbano), del mismo modo coexisten una evidente atrofia informativa típica de un subdesarrollo básico (por
ejemplo, contamos por milésimas en el reparto mundial de computadoras y bank-data), con una hipertrofia
comunicacional más típica de una “information society” ya desarrollada, pero impuesta artificialmente con fines de
dominio socio–económico–político y generadora, en última instancia, de la disritmia entre formas de la cultura antes
La realidad latinoamericana sugiere la posibilidad de dar fundamentación teórica y empírica a una nueva ley e la
sociodinámica cultural, destinada a explicar y medir situaciones de dependencia dentro del subdesarrollo: la Ley de
Su premisa seria la siguiente: dada la inexistencia práctica de grupos nacionales culturalmente autónomos o
autosuficientes en esta era tecnológica y de simultaneidad comunicacional (dentro del mundo civilizado), la dinámica
cultural a escala mundial parece funcionar como un sistema de altas y bajas presiones en rápida compensación: las
zonas de baja presión cultural tienden a ser velozmente “ocupadas” por sistemas de alta presión. La metáfora
meteorológica llega hasta aquí, porque estas “ocupaciones” no parecen ser simples y espontáneos mecanismos
homeostáticos del organismo sociocultural, tendencias a restablecer algún equilibrio originario. Por el contrario, y por
una especie de principio pervertido de “ecología cultural”, parece darse una fuerte tendencia a acumular los desechos de
las zonas “altas” en las zonas de “baja” identidad cultural, tal como sucede con ciertos mecanismos operativos
industriales y comerciales. La expansión de la capacidad de comunicación/información haría pues que los otrora
pacíficos y lentos procesos de migración y difusión cultural pudiesen ser instrumentalizados para generar
transculturaciones compulsivas y controlables, de los que cabría detectar los principios funcionales. Nuestra Ley diría al
respecto que toda región culturalmente subdesarrollada, y con suficiente capacidad instalada de recepción y
descodificación de mensajes, queda faltamente satelizada por un polo de desarrollo de mayor densidad cultural y
generación de mensajes, y que entre ambos polos se suscita un proceso de aceleración centrífuga que tiende a acumular
en dicha periferia marginal las escorias y los elementos más contaminantes de la producción cultural metropolitana. La
aceleración del proceso guardaría una relación directa con la “distancia” cultural. La falta de resistencia activa o pasiva,
instauración final siempre cuenta con el elemento “colaboracionista” local, que desde dentro de la periferia actúa como
agente espontáneo o consciente de la dependencia, casi siempre con mayor inflexibilidad que la del mandante (nos
Esta relación causal–centrífuga de centro a periferia no es, desde luego, un producto de la era industrial o
informativa, y podríamos hallar abundantes ejemplos históricos en la política y en el derecho, en la filología histórica y
en las religiones, en las artes y en la economía, Siempre han existido un Palais de Justice y su Cayena, un astuto
vendedor de baratijas y un ingenuo comprador en la periférica “terra incognita”, Pero nuestra época de racionalización
permitiendo captarlo con mayor claridad. Si consideramos, por ejemplo, que gran parte de Latinoamérica resulta hoy
culturalmente satelizada por los EE.UU. y si tratamos de aplicar esa ley a nuestro panorama de las comunicaciones
sociales, hallaríamos de una vez muchos elementos confirmatorios, Mientras Latinoamérica luce peligrosamente
de datos), preparando así los elementos de una dependencia aún menos reversible que todas las anteriores, el
modernismo, el desarrollismo y el difusionismo de inspiración norteamericana han instalado en nuestra región periférica
un poderoso, inútil y redundante “hardware” de comunicaciones masivas, casi equiparable en valores brutos al de países
mucho más desarrollados, pero de muy escasa utilidad para específicos fines sociales e independentistas, La imagen
más conocida de esta situación son nuestros ranchos y favelas erizados de antenas de TV; pero aquí se propone otra: la
de nuestras estaciones terrenas para rastreo de satélites, Exceptuando sus usos telefónicos, ellas son para nosotros
monumentos al modernismo y a la dependencia, verdaderos monstruos de enormes oídos y sin voz, aceleradores de la
servidumbre y ejemplos de cómo una tecnología avanzada puede actuar en contra del verdadero desarrollo y de una
convivencia paritaria entre hombres. Nuestras estaciones terrenas, en efecto, emiten por minutos anuales pero reciben
por miles de horas al año, con la agravante de que –al no estar interconectadas por sistemas terrestres de microondas–
cada uno de nuestros países paga al consorcio su respectivo “pie de bajada” por el mismo programa (cuando en Europa,
por ejemplo, una sola estación recibe y difunde a toda la red continental).
En cuanto a la acumulación en la periferia latina de los elementos más contaminantes de la industria cultural
metropolitana, trátase de un aspecto que apenas se comienza a estudiar y medir en profundidad, pero acerca del cual ya
existen elementos de juicio. En TV, donde el fenómeno es más vistoso, pudiera señalarse por ejemplo, no sólo la
satelización económica de los sistemas competitivos latinos alrededor del macrosistema competitivo norteamericano,
sino también la mayor contaminación periférica a nivel de programación. Según Nordenstren y Varis (La TV circule-t-
elle à sens unique?, Etudes UNESCO N9 70, 1974) nuestra región, que sólo cuenta con el tres por ciento (3%) de los
telereceptores instalados en el mundo, recibe un treinta y cinco por ciento (35%) aproximadamente de todas las
exportaciones norteamericanas de teleprogramas, esto es, aproximadamente ciento cincuenta mil horas (150.000) por
año, lo que hace que el 45% en promedio de toda la programación regional sea norteamericana; pero en Venezuela, por
ejemplo, se mantuvo durante años un promedio del 52% (ahora parcialmente reemplazado por las telenovelas), y se
conoce una difusión de mensajes publicitarios (1,313 diarios en promedio), que para la época de esa medición superaba
en un 61% el standard norteamericano de publicidad en TV. Naturalmente, ese cuarenta y cinco por ciento de
programación importada representa sin duda lo peor de la producción norteamericana; nada de contenidos educativos o
culturales, sino lo que divierte, y lo que más vende. ¿Qué viene en esa pacotilla, baratija o abalorio? Un colega de la
Universidad Central de Venezuela el psicólogo Eduardo San toro, al estudiar la formación en el niño de estereotipos
inducidos por la programación importada, se encontró con estos sedimentos de la “aceleración centrífuga” (sólo cito
algunos ejemplos): fijación de un 63% de modismos extranjeros; la creencia de que el héroe positivo es norteamericano
en el 86.3% de los casos, o al menos de habla inglesa en el 82%; que el chino es 17 veces más malo que bueno; que el
blanco es once veces mejor que el negro; que el rico es bueno en el 72% de los casos y el pobre malo en el 41%.
Resumiendo lo anterior:
esencial de comunidad y de la dimensión política humana, por lo que su expansión o limitación favorece e impide una
convivencia abierta y pacificada. Aquí la función hace al órgano: La morfología de la sociabilidad es interdependiente
predominante en el contexto de la economía contemporánea, del poder económico, o del poder tout court. La cultura
contemporánea está intrínsecamente vinculada a los procesos de comunicación, máxime en regiones subdesarrolladas.
De un uso comercialista, competitivo y autoritario del poder comunicación/información deriva una instrumentalización
compulsiva de la cultura en función de ideología de conservación, en que los M CM actúan como la voz del amo.
c) Entre las zonas de alta y baja densidad cultural se origina un sistema unitario en que las primeras satelizan a las
segundas, y dentro del cual actúa una ley de aceleración centrifuga que acumula en la periferia de dicho sistema los
mensajes y productos culturales más contaminantes. Este proceso debidamente inducido e instrumentalizado convierte
el subdesarrollo en dependencia.
Los tres conceptos aquí resumidos sólo pretenden ser criterios o hipótesis (desde luego no excluyentes), para un
diagnóstico analítico de la cultura latinoamericana en uno de sus aspectos más importantes y pervertidos, el de las
comunicaciones sociales.
Pudiera afirmarse con alguna razón que en este planteamiento hay un error metodológico, ya que tales criterios
analíticos deberían estar precedidos por algo parecido a un diagnóstico descriptivo, que permitiera detectar la
congruencia entre el análisis propuesto y la realidad. Pero la siguiente descripción de dos situaciones puede dar una idea
América Latina es la única región del mundo cuya radiodifusión está controlada en casi su totalidad por la industria
cultural privada, aún cuando, de jure, muchas naciones del área la reservan a la competencia del Estado. Los datos más
1. Sólo en el 10% de los países y territorios de la región se cobra licencia para radio como servicio público (contra el
83.3% en Europa, el 42.6% en Africa, etc.). En TV la situación es análoga: 10.0% en América, contra el 74.0%
europeo; Los países de América Latina figuran en el Anuario Unesco con un 15.0% de sus sistemas radiales y de
TV regidos por el sector público (contra el 85.1% para radio y el 92.8% para TV en Africa; el 78.0% para radio en
2. La región figura igualmente en los anuarios con un 80.0% de regímenes mixtos en radio y un 40.0% en TV (contra
el 13.9% para radio en Europa, el 12.9% para radio en Africa; y el 8.3% para TV en Europa, y el 1.8% para TV en
Africa, etc.).
3. El 90.0% de los sistemas radiales y televisivos de América Latina difunden publicidad (contra el 66.6% para radio
y el 63.9% para TV en Europa; el 48.8% para radio y el 41.9% para TV en Asia, etc.).
Lo anterior significa, por ejemplo, que de los treinta países que hay en el mundo con TV comercial privada, dos
corresponden a América del Norte, dos a Europa, nueve a Asia y Oceanía, uno a Africa y dieciséis a América Latina; la
sola región de la tierra, además, que cuenta con ocho países dotados exclusivamente de servicios privados y
comerciales. En cuanto a Radio, el promedio mundial de países de régimen público es del 68.3%, y el de los países con
régimen mixto del 25%. Pero en América Latina la presencia del régimen público baja al 15%, mientras que el mixto se
eleva al 80%. Junto con Norteamérica, América Latina es además la región con un porcentaje más elevado de países que
difunden publicidad comercial: el 90% (contra el 66% en Europa, el 48.8% en Asia, etc.).
Estos son datos de primera importancia para el análisis de las implicaciones entre la propiedad y el uso, pues la
tenencia pública tiende históricamente a crear sistemas complementarios, y la privada sistemas competitivos. ¿Tenemos
por eso los latinoamericanos la mejor TV del mundo, y sobre todo la más libre, según los slogans de parte interesada?
Nuestra respuesta ponderada es que la radiodifusión latina, globalmente hablando, es una de las más inútiles y peores, o
tal vez la peor del mundo, y precisamente por su incontrolado carácter competitivo, comercial e importador. Aquí, el
sistema es inflexible, no produce anticuerpos, y nada ha creado –por ejemplo– que se parezca a la NET norteamericana.
Algunos de nuestros países figuran en los anuarios internacionales como “regímenes mixtos”. En el mejor de los casos,
tal régimen consiste en que los sectores públicos crean una ficción de mixtura instalando pocas y débiles emisoras que
implementen con mal llamados programas culturales la maciza labor consumista y de evasión de la radiodifusión
privada. Para demostrar la inautenticidad de la fórmula bastarán un ejemplo y un episodio: en Venezuela, el poder de
emisión de radiodifusión/radio del sector privado y del sector público guarda una relación de sesenta y cinco a uno (65 a
1) (cf. Com. Prep. CONSEJO NACIONAL DE LA CULTURA: "PROYECTO RATELVE", Junio 1975); en Brasil, en
junio de 1974 (cf. Rev. VEJA N9 366 del 10-9-1975), parte de la población de Recife no se enteró de la catastrófica
inundación de la ciudad, porque las dos redes comerciales de TV, de sintonía casi total, decidieron no interrumpir la
La radiodifusión latina, tan uniforme e internacionalmente organizada, es el modelo supremo de lo que puede
alcanzar la industria radioeléctrica privada cuando logra actuar prácticamente sin controles, sin autocrítica o –como
continente con analfabetismo, incomunicación física y social, baja escolaridad, problemas sanitarios, marginalidad
creciente y reparto desigual de la riqueza, crecimiento demográfico exponencial e incontrolado, subdesarrollo de los
Por sus criterios de explotación y cobertura (este último es un excelente indicador), ella constituye un factor de
disgregación social y de clasismo, contrario a los esfuerzos nacionales por equilibrar demográfica y económicamente el
campo y la ciudad, por cuanto se concentra en las zonas más densamente pobladas y de mayor poder adquisitivo, sin
ofrecer servicios a los marginados territoriales. En 1978 –con la excepción de Cuba– ningún país latinoamericano
ofrece cobertura territorial total en Radio y TV. En Venezuela (que puede considerarse un caso promedio) la Radio
Por la composición de sus programas, ella extrema la tendencia del sistema competitivo a difundir mensajes
“ómnibus” (comprensibles a todo tipo de oyente), descuidando las reales necesidades en radiodifusión de las diferentes
capas socioculturales de la población. Esto, debido al interés crematístico que tiene cada emisor de alcanzar el universo
entero de perceptores. En realidad, la llamada “programación” (casi absolutamente idéntica en todas las estaciones,
hasta en los horarios), es sólo un envoltorio musical o novelado para inducir más fácilmente en el oyente el verdadero
mensaje, que es el publicitario. La radiodifusión latinoamericana programa pues para las clases económicas D y E, y de
todos modos para oyentes con cociente intelectual y de sensibilidad supuestamente infantil. El perceptor es reducido al
nivel de comprador, y estimulado a ello por un gigantesco proceso de banalización del que ya nadie, al parecer, logra
escapar. (Según datos muy recientes, el 45% del público venezolano de telenovelas estaría compuesto por hombres
entre 18 y 45 años). La telenovela es el último próspero invento de la radiodifusión latina para no vérselas con la
realidad, y está alcanzando en todo el continente dimensiones casi histéricas. En cambio, cualquiera de los argumentos
que puedan afectar intereses de los anunciantes (aunque sean del más extremado interés social), son tabúes
innombrables. Sabemos que en otros sistemas competitivos no periféricos esto no sucede: que se puede reclamizar la
bebida alcohólica y difundir un programa sobre cirrosis hepática. En América Latina el más inflexible colaboracionista
local aún no admite tanta liberalidad. Semejante radiodifusión desocializa e incomunica a los integrantes del grupo
humano, porque evita sistemáticamente ventilar problemas de la colectividad ciudadana o nacional, y desatiende las
metas prioritarias del desarrollo, limitándose a fomentar en cada quien su personal ensoñación ante mundos ficticios e
intencionalmente estereotipados. Por ejemplo: el complejo y delicado proceso de la doble nacionalización del hierro y
del petróleo en Venezuela (que requirió y sigue requiriendo un fuerte compromiso moral de la colectividad), no recibió
el menor apoyo de los radiodifusores locales, quienes prácticamente lo ignoraron; lo que obligó al gobierno a
Por su poder económico, por su hipertrofia que tiende a absorber todas las demás actividades del tiempo libre en
una región pobre en alternativas, y por la acumulación abusiva de autoridad, la radiodifusión latina –como rama
privilegiada de la industria cultural y pub1icitaria– exhibe hoy un poder y una arrogancia ante las cuales flaquean a
veces las propias fuerzas políticas, por no hablar de las fuerzas de la resistencia cultural. Puede calcularse que en
América Latina las solas transnacionales invierten diez millones de dólares diarios en publicidad; el setenta por ciento
de los cuales va dirigido a los canales radioeléctricos, habiéndose originado en anunciantes que también en un sesenta
por ciento son multinacionales norteamericanas y europeas. Como quiera que la radiodifusión es incontestablemente en
América Latina el canal privilegiado –a veces el único– de la cultura popular, se deduce que la única cultura
masivamente repartida en la región es la que controlan los comerciantes e ideólogos del consumo; por lo que cabe
concluir que los verdaderos ministerios de nuestra cultura popular son los anunciantes, en un 65% extranjeros, y las
Los colaboracionistas locales de esta labor desocializante, consumista, degradante y antinacional son los
radiodifusores privados, con o sin presencia de capital norteamericano en sus empresas (un Decreto del Gobierno de
Venezuela del 10-01-1974 que obliga a nacionalizar el capital de la radiodifusión privada, no produjo ningún cambio en
la programación). Estos radiodifusores comerciales que controlan la única parte significativa de la Radio y la TV en el
subcontinente, están afiliados a la Asociación Interamericana de Radiodifusión (A.I.R. o I.A.A.B.) en cuyo Apartado B)
del Art. 19 de sus Estatutos se proclama que “La Radiodifusión comercial debe ser privada y no constituye un servicio
público”. Su fidelidad a esta consigna –que hoy suena a catástrofe social y cultural– es inconmovible. Es una de las
Resoluciones de su XII Asamblea Ordinaria (Montevideo 5-3-1975), sus miembros votaron fórmulas de este tenor, que
6. “que la radiodifusión... sólo puede seguir siendo útil y provechosa a los pueblos mientras continúe dependiendo de
7. “que la imposición por el Estado de programaciones de tipo nacionalista, a la vez de suponer una peligrosa
limitación, atenta contra la deseable competencia entre los medios y constituye un atentado contra la cultura que es
alguna claridad acerca de la antinomia radiodifusión privada–necesidades sociales. Hace al menos quince años que la
problemática sociocultural viene siendo sometida casi en todas partes a criterios siempre más definidos de planificación.
Hoy día, no hay casi gobierno latinoamericano –sea cual fuere su signo político– en cuyo seno no actúen sectores
plenamente conscientes de que la radiodifusión del país no está llenando ninguna función social, y de que tarde o
temprano deberá someterse a criterios de planificación o de concertación. Frustrada o reducida a episodios aislados y
poco operativos la quimera de la Teleeducación, que hace una década pareció ser la panacea de las más ingentes
necesidades regionales (sólo queda en pie de alguna manera el Proyecto SERLA, aún no aprobado por los Gobiernos),
la más pertinente y adulta mirada de los planificadores se dirige ahora a la meta óptima y totalizadora de instaurar
nuevas Políticas Nacionales de Comunicación, destinadas a racionalizar el uso de todos los medios en favor de la
superior libertad social adaptándolos a los fines prioritarios del desarrollo y a la solución acelerada de las más
perentorias necesidades (alfabetización, agricultura, desarrollo comunitario, población, salud, etc.). Casi todos los
gobiernos latinos vislumbran hoy con diferente lucidez (pero es ya un gran paso de avance), la necesidad de romper esa
costosa y frustrante “tela de Penélope” entre el ingente esfuerzo educativo e independentista público y la labor
deseducativa y colonizadora de la radiodifusión privada. En Argentina, Brasil, Perú, Ecuador, Colombia, Venezuela,
Costa Rica, México y otros países, se están realizando estudios, se han tomado o se piensan tomar iniciativas de bulto
El episodio más significativo es que todos los países de la región, en noviembre de 1974, solicitaron de la XVIII
Asamblea General de la UNESCO (cf. Resolución 4121), que esta Institución promoviera una Conferencia
Intergubernamental sobre Políticas de Comunicación en América Latina, e hicieron aprobar que se realizara en 1975 (se
aprobó otra similar para Asia en 1977). Dicha Conferencia, detenidamente preparada con una masa conspicua de
documentos y de reuniones sectoriales, no se realizó ese año en 1976 en Costa Rica, tras superar innumerables escollos
de 1975 en Montevideo, decidió boicotearla e hizo elevar su protesta a la UNESCO por la publicación de ciertos
estudios previos (la monografía de Nordenstreng y Varis antes mencionada tildada como “una declaración de guerra”;
esto, por no hablar de la serte que corrió el documento preparatorio elaborado por un grupo de expertos en Bogotá en
1974), mientras que la Sociedad Interamericana de Prensa (S.I.P.) protestaba contemporáneamente por otra reunión
preliminar de la UNESCO, la de Quito en julio de 1975, en que se discutió la necesidad para Latinoamérica de crear
Agencias Nacionales y regionales de noticias. (Todas las informaciones sobre la OPEP publicadas por la prensa
venezolana –valga el ejemplo– provienen de agencias de países importadores de petróleo). Pero era sólo el comienzo.
La historia de los frenéticos intentos de la Conferencia de Costa Rica han sido narrados por Oswaldo Capriles (en: El
Estado y los medios de comunicación en Venezuela: Epílogo provisional, luego ampliado en un documento presentado
en el Seminario ILET de Amsterdam) y por Raquel Salinas (en: News Agencies and the New Information Order: The
Associated Press coverage of the Intergovernmental Conference of Communications Policies in Latinamerica and the
Caribbean; en Varis, Salinas, Jokelin: International News and the New Information Order, Universidad de Tampere,
Finlandia, 1997).
En enero de 1978, con ocasión de la Conferencia Intergubernamental de Políticas Culturales, celebrada en Bogotá,
la historia se repitió con pequeñas variantes. El imperio de las comunicaciones y sus colaboracionistas locales no
parecen dispuestos a ceder un solo palmo de su inmenso negocio, ni a permitir políticas nacionales soberanas atentas a
Este panorama cambiante, que afortunadamente deja atrás el viejo inmovilismo, está poniendo al descubierto
hechos que hasta hace poco pasaban desapercibidos. Ahora, más latinoamericanos pueden constatar, por ejemplo, que
en esa ciudadela de la libre empresa radioeléctrica que es la región, cuarenta años de Radio y veinte de TV han
demostrado la total incapacidad de la industria cultural privada para autorregularse y regenerarse (no obstante los
innumerables y deliciosos "Códigos de Etica"), y lo que significaría seguir permisando y subvencionando a una
radiodifusión subdesarrollada, contaminante y antinacionalista. Cada día más gente reconoce el carácter sofístico de los
slogans de autoconservación proclamados por los radiodifusores: los de la libertad de expresión, del "free flow or
information", de la supuesta y un poco obscena identificación de democracia con publicidad. Las investigaciones
regionales sobre los efectos de la radiodifusión local no dejan espacios para posiciones intermedias o moderadas. Toda
la "libertad de información" está acumulada en las élites y oligarquías de la información y contrasta el derecho social a
estar informados; sólo hay "free flow" en el vector no reversible que va del informador al perceptor; la democracia
como libre juego de públicas opiniones es reducida autoritariamente a una opinión de masa manipulada con ingeniería
importada. A la "libertad" del radiodifusor latinoamericano puede muy bien aplicarse la fórmula utilizada por
Horkheimer (Eclipse de la razón, Cap. V°) para denunciar el individualismo: "El valor del individuo ha sido exaltado
Las relaciones, afortunadamente siempre más tensas entre la industria privada y los planificadores públicos, están
dejando en evidencia una estrategia a tomar muy en cuenta para el futuro próximo: la industria cultural ha esgrimido y
esgrimirá las peores armas para mantener en estado de subdesarrollo la radiodifusión pública, porque a falta de otras
alternativas ésta es la única potencialmente capacitada, en América Latina, para ofrecer servicios complementarios y de
En julio de 1973, el partido “Acción Democrática” organizó en Caracas un Seminario de partidarios e independientes
sobre los problemas de la cultura nacional, con el propósito de obtener diagnósticos y recomendaciones para una futura
política cultural. En la clausura del mismo, el 29- 7 -1973, el candidato de ese partido a la Presidencia de la República,
Sr. Carlos Andrés Pérez, prometió que en caso de victoria electoral, su gobierno reemplazaría el poco operante Instituto
Nacional de Cultura y Bellas Artes (INCIBA), por un Consejo Nacional de la Cultura (CONAC), democratizando el
poder de decisión y dotándolo de recursos suficientes. El Sr. Pérez hizo énfasis en que una mayor independencia
económica debía acompañarse de un mayor poder de autodeterminación (que no autarquía), en lo ideológico y cultural.
Después de la victoria electoral de ese partido, la Presidencia de la República creó en marzo de 1974, con Decreto
N° 18, la "Comisión organizadora del CONAC" compuesta por 25 personas de diferentes tendencias políticas,
asignándole la tarea de preparar el Proyecto de Ley que crearla dicho Consejo. Esta comisión cumplió su mandato en
julio de 1974, y en octubre del mismo año, con Decreto 491, la Presidencia nombró una "Comisión preparatoria" de
once miembros, con la tarea de estudiar la adscripción del Instituto de Cultura y Bellas Artes y de realizar los estudios
sectoriales pertinentes, con proposiciones concretas para la nueva política cultural. Uno de los veinte informes
comunicaciones, altos funcionarios públicos del sector de información, representantes de universidades, iglesia, fuerzas
armadas y sindicales.
La Ley que crea el Consejo Nacional de la Cultura quedó finalmente sancionada por el Congreso en los primeros
días de agosto de 1975, y el 29-8-75 con su publicación en el N° 1.768 de la Gaceta Oficial recibió el "ejecútese"; el
Vale la pena citar este episodio de fidelidad a una promesa electoral, por el carácter pedagógico de lo que pasó
entre los esperanzados comienzos y su conclusión; algo que dejó muy atrás, por su virulencia, hasta los contemporáneos
En junio de 1975, al iniciarse en el Congreso la discusión definitiva sobre el proyecto de Ley, precisamente el día
27, la Cámara Venezolana de la Industria de la Radio y la Cámara Venezolana de la Televisión (los dos organismos
patronales se separaron hace años por rencillas internas), iniciaron una bien organizada y dura campaña publicitaria
contra el proyecto de Ley. Instrucciones precisas fueron giradas a todas las emisoras comerciales de Radio y TV: había
mensajes del tipo comercial cada cinco minutos contra el CONAC, un programa especial de las Cámaras, al mediodía,
en cadena con todas las emisoras del país, y la movilización de varios líderes, showmen, gente de la farándula y
locutores que lanzaban desde sus micrófonos consignas de este tipo: "Madres, el CONAC les impedirá inscribir a sus
hijos en la escuela de su preferencia", "Jóvenes, el CONAC les quitará su folklore, su radio y su TV" y muchos otros de
la misma catadura. Los mensajes y programas especiales recordaban los peores tiempos del mackartismo: el Estado, se
decía, estaba preparando una Ley que estatizaría todos los medios de difusión; agentes del totalitarismo soviético se
habían infiltrado en las Comisiones Presidenciales, y la Ley en discusión era un instrumento dictatorial que acabaría con
las libertades republicanas y democráticas, de las que ellos eran los paladines.
A la semana, las Cámaras de la radiodifusión lograron sumar a su campaña un sector del Bloque de Prensa, que
reúne a las publicaciones impresas del país, y el ataque asumió caracteres francamente histéricos contra personas
integrantes de las comisiones. Paralelamente, las mismas Cámaras –con absoluta fidelidad a las recomendaciones y
decisiones de Montevideo– iniciaban una imponente gira de conversaciones con Congresantes, Ministros y con el
propio Presidente de la República. (Pocos meses antes, la industria publicitaria había logrado el sobreseimiento de un
intento gubernamental por tasar selectivamente a la publicidad comercial de productos suntuarios). En un comienzo,
trataron de impugnar aspectos del proyecto de Ley, entre ellos el Aparte F) del Art. 2 que obligaba al Estado a
“...evitar los efectos contrarios y de dependencia que pudieran engendrar ciertos procesos de transculturación”,
pero al darse cuenta de que quedarían demasiado al descubierto con ese "relevo de pruebas por confesión de parte",
"Para que el Estado pueda garantizar los más adecuados servicios culturales públicos, se definen como áreas de
interés prioritario todas aquellas relacionadas con la producción, formación especializada, promoción,
investigación, incremento, conservación, difusión y disfrute de las artes plásticas, de la música, del teatro, de la
danza, del patrimonio arquitectónico, arqueológico, histórico y antropológico, del mensaje cultural impreso, del
Según los empresarios, este texto iba diabólicamente destinado a suprimir la libertad de expresión en Venezuela,
cuando por el contrario, sólo pretendía conferir valor jurídico a la obligación por parte del sector público de garantizar
servicios culturales adecuados a las necesidades sociales. Si hubiese habido interés por alguna estatización de parte de
las Comisiones y del Consejo de Ministros que envió ese proyecto a las Cámaras, la operación hubiera sido
infinitamente más simple, pues bastaba transcribir la Ley vigente de 1940 y e Reglamento vigente de 1941, los cuales
afirman respectivamente:
propósitos muy definidos, que se señalan aquí por el interés regional de la información:
a) chantajear a las agrupaciones políticas del país, incluso a la de gobierno, con la amenaza implícita de que no
habría micrófonos ni cámaras para ellas, en la próxima campaña electoral, si se modificaba en algo el status
quo en radiodifusión;
b) matar en su cuna el informe sectorial del CONAC (casi nunca citado por ellos) titulado "Diseño para una
Este Proyecto, por ellos igualmente conocido, tampoco sugiere ningún tipo de estatización: la estudia en un conjunto de
mixto auténtico" que pueda ofrecer al país una verdadera alternativa de selección entre servicios competitivos privados
Estas fueron las verdaderas razones de fondo que –en opinión de los mejores observadores– motivaron la
violentísima reacción de los radiodifusores, quienes a la postre lograron una modificación (en nuestra opinión
intranscendente) del Art. 4. Pero el episodio dejó ampliamente demostrado, al menos en Venezuela, el principio de que
la industria radioeléctrica privada está dispuesta a los peores atropellos con tal de mantener en estado de subdesarrollo
la radiodifusión pública, la cual, repetimos, es para América Latina la única alternativa comprobada, vista la
incapacidad de autorregulación del sector privado. Con ello, el sistema rechaza uno de sus propios principios básicos, el
de la competencia, e impide que un verdadero competidor le obligue a mejorar la calidad de su programación para
conservar audiencia. Episodios análogos han sucedido en Costa Rica, para contrarrestar un intento de ese Gobierno por
mejorar la radiodifusión, mientras que en Argentina, por acuerdos del más alto nivel en el sector publicitario, se produjo
hace años una fuerte desinversión publicitaria artificial, para simular una recesión económica e impedir la
nacionalización de las plantas privadas de TV (medida que a la postre fue tomada). Hace algunos años, siempre en
Venezuela, los distribuidores cinematográficos extranjeros impidieron, con maniobras análogas, la introducción al
Congreso de un Proyecto de Ley de Cine, que protegía moderadamente la producción local e imponía la exhibición
obligatoria del filme nacional (medida adoptada por casi todos los países de la tierra).
millones de dólares anuales (en un país de doce millones de habitantes), para lo cual necesita conservar posiciones de
aparato manipulador de la cultura de masas en América Latina, qué clase de dependencia establece, y qué dificultades
confronta el planificador en comunicaciones que se atreva a sugerir cambios por sensatos y realistas que éstos sean.
La radiodifusión comercial es el medio masivo de mayor penetración en el continente (los indicadores de todas las
demás actividades del tiempo libre decrecen en casi todos nuestros países); por tanto, ella es la mayor colaboracionista
y contraproducentes.
matar al portador de la verdad). Pero poco a poco vamos aprendiendo cosas: por ejemplo, a rechazar las seducciones del
positivismo y del funcionalismo, a tomar por falsos muchos resultados de encuestas y dinámicas de grupo, ya que la
verdad comunicacional está más allá de los indicadores precondicionados. También hemos aprendido la inutilidad de los
chivos expiatorios, ya que debe romperse esa maléfica e inconsciente complicidad entre víctima y verdugo que siempre
mantiene en vida tal relación. Sentimos que el hecho de sabernos dependientes y satelizados no nos confiere el derecho
expiatorio y exorcista de acusar de todos nuestro males a las metrópolis contaminadoras. A nosotros solamente
corresponde recuperar las dignidades culturales: nadie nos ayudará, sólo nos queda exigir respeto y no intervención por
D.F. 1977)