0 evaluări0% au considerat acest document util (0 voturi)
87 vizualizări8 pagini
El documento presenta una introducción a la historia de la filosofía del lenguaje. Comienza discutiendo las ideas sobre el lenguaje en la antigüedad, incluyendo las posiciones naturalista y convencionalista de los presocráticos y sofistas. Luego, analiza las contribuciones de Platón y Aristóteles, destacando el diálogo Cratilo de Platón. Finalmente, menciona que el documento continuará examinando las ideas sobre el lenguaje en la Edad Media y épocas posteriores, basándose en varios traba
El documento presenta una introducción a la historia de la filosofía del lenguaje. Comienza discutiendo las ideas sobre el lenguaje en la antigüedad, incluyendo las posiciones naturalista y convencionalista de los presocráticos y sofistas. Luego, analiza las contribuciones de Platón y Aristóteles, destacando el diálogo Cratilo de Platón. Finalmente, menciona que el documento continuará examinando las ideas sobre el lenguaje en la Edad Media y épocas posteriores, basándose en varios traba
El documento presenta una introducción a la historia de la filosofía del lenguaje. Comienza discutiendo las ideas sobre el lenguaje en la antigüedad, incluyendo las posiciones naturalista y convencionalista de los presocráticos y sofistas. Luego, analiza las contribuciones de Platón y Aristóteles, destacando el diálogo Cratilo de Platón. Finalmente, menciona que el documento continuará examinando las ideas sobre el lenguaje en la Edad Media y épocas posteriores, basándose en varios traba
Se ha llamado a nuestra época la del “giro lingüístico”; por eso el
estudio del lenguaje atrajo mucho la atención en el siglo XX y sigue haciéndolo en los inicios del XXI. Lingüística, semiótica, filosofía del lenguaje, hermenéutica y otras disciplinas han versado sobre el lenguaje. Pero a pesar de tantas teorías recientes, o tal vez por eso mismo, es necesario volver la vista a la historia de la filosofía del lenguaje. Por dos motivos. La filosofía del lenguaje ha tratado siempre de ver el todo de los estudios lingüísticos en su coherencia y sistematicidad, a la vez que en sus proyecciones y sus innovaciones. Y, además, porque en su historia se esclarece lo que ha sido y lo que ha de ser; en efecto, si seguimos los avatares que ha tenido, sus fracasos y sus logros, podremos ver su futuro desde su pasado y su presente. Esta historia de la filosofía del lenguaje que ahora ofrezco tiene como antecedentes varios trabajos sobre la época griega y medieval, la moderna y la contemporánea, a lo largo de treinta años. 1 En numerosos artículos y libros he abordado diversos autores, épocas y aspectos de esta historia. Ahora deseo presentar una especie de síntesis o resultado de esos afanes en los estudios sobre el lenguaje. En cuanto a la época contemporánea — la más difícil de narrar y evaluar, sin duda—, he estudiado su vertiente estructuralista, 2 pero sobre todo sus vertientes analítica 3 y hermenéutica. 4 Ello quiere decir que habrá omisiones, puesto que cualquier trabajo de esta índole será incompleto. Pero espero que haya atinado a seleccionar lo más importante y útil. No me queda sino desear que los interesados en la filosofía del lenguaje sepan encontrar en esta historia no piezas de museo, sino elementos vivos y actuantes que influyan y fructifiquen en sus investigaciones de hoy en día. Sobre filosofía del lenguaje en la Antigüedad y la Edad Media, pueden señalarse mis siguientes libros: La filosofía del lenguaje en la Edad Media, México, Instituto de Investigaciones Filosóficas de la UNAM, 1981 (2ª ed., 1991); Aspectos históricos de la semiótica y la filosofía del lenguaje, México, Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM, 1987; Signo y lenguaje en la filosofía medieval, México, Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM, 1993; Metafísica, lógica y lenguaje en la filosofía medieval, Barcelona, Publicaciones y Promociones Universitarias, 1994. Sobre la época moderna, renacentista: Significado y discurso. La filosofía del lenguaje en algunos escolásticos españoles post- medievales, México, Instituto de Investigaciones Filosóficas de la UNAM, 1988 Sobre la filosofía del lenguaje en el estructuralismo, se pueden citar mis libros: Lingüística estructural y filosofía, México, Universidad La Salle, 1986; Tópicos de filosofía y lenguaje, México, Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM, 1991; La semiótica. Teorías del signo y el lenguaje en la historia, México, FCE, Breviarios 513, 2004. 3 Sobre la filosofía analítica del lenguaje, pueden verse mis libros: Elementos de semiótica, México, Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, 1979 (2ª ed., Xalapa, Universidad Veracruzana, 1993; 3ª ed., México, Ed. Surge, 2001); Filosofía analítica, filosofía tomista y metafísica, México, Universidad Iberoamericana, 1983; Temas de semiótica, México, Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, 2002. 4 Acerca de la visión del lenguaje desde la hermenéutica, pueden consultarse mis libros: Interpretación y realidad en la filosofía actual, México, Instituto de Investigaciones Filosóficas - Facultad de Filosofía y Letras de la UNAM, 1996; La hermenéutica en la Edad Media, México, Instituto de Investigaciones Filológicas de la UNAM, 2002. I. ÉPOCA ANTIGUA EXPONDREMOS, primeramente, las ideas de la filosofía clásica sobre la naturaleza del lenguaje. Pondremos lo esencial de los presocráticos, señaladamente los sofistas; después, Platón y Aristóteles, y en último término los estoicos. 1 PRESOCRÁTICOS Entre los primeros presocráticos, aparecen aquí y allá algunas reflexiones sobre el lenguaje, pero las más importantes fueron las de los sofistas. Antes de ellos, los pitagóricos, esto es, los seguidores de Pitágoras de Samos (570-497), iniciaron el debate sobre el carácter natural o artificial del lenguaje. Se decidieron por lo primero, y sostuvieron que entre palabras y cosas había una relación o vínculo natural. Las palabras se asemejan en ello a los números, que son las medidas o formas superiores de las cosas. Por eso el que conoce las proporciones de las cosas conoce sus nombres exactos. También se coloca a Heráclito de Efeso (536- 470) entre los naturalistas, pues dice que estudia las palabras (epéa) y los hechos (erga) con base en su naturaleza (kata physin). 2 Además, su discípulo Cratilo aparecerá en el diálogo platónico del mismo nombre defendiendo la tesis naturalista. Igualmente, Heráclito parece haber iniciado el estudio de la etimología, que se haría muy usual. Otros optaron por la segunda tesis, la de la artificialidad o arbitrariedad del lenguaje. Así, Parménides de Elea (530-444) insiste en que lo que da el significado a las palabras es la ley, la cual es arbitraria pero da reglamentación. 3 Esto se manifiesta también en Demócrito de Abdera (460-370), quien piensa que el hombre refleja la ley natural del ser en la ley arbitrada del logos o palabra. 4 El neoplatónico Proclo, en una época ya muy posterior (s. V d.C.), en su comentario al Cratilo dice que daba cuatro argumentos en favor del convencionalismo: 1) la homonimia — cosas diversas reciben el mismo nombre—, 2) la polionimia o sinonimia —una misma cosa recibe varios nombres—, 3) la renominación o metonimia —una misma cosa puede cambiar de nombre—, y 4) la anomalía —una cosa puede no tener nombre. 5 Los sofistas adoptaron el punto de vista arbitrarista o convencionalista del lenguaje, pero además reflexionaron profundamente sobre su naturaleza, su finalidad y sobre la gramática y la retórica. Protágoras de Abdera (480-410), cuyo principal interés era la retórica, fue muy atento a las partes o modos del discurso, considerados como aspectos pertenecientes a la sintaxis de la oración: “Fue el primero en dividir el discurso en cuatro partes: ruego, pregunta, respuesta y mandato. Según otros, fue en siete: narración, pregunta, respuesta, mandato, exposición, ruego e invocación, a las que llama ‘fundamentos’ del discurso”; 6 y también fue el primero en estudiar el género gramatical de los nombres. Pródico de Keos (fl. ca. 432; vivía en 399) estudió la propiedad de las palabras, para lo cual abordó la distinción de los sinónimos; 7 curiosamente, a pesar de ser sofista, defendió el naturalismo lingüístico, pues si no hay sinónimos perfectos, se destruye el argumento más querido de Demócrito, y no se apoya el que los nombres dependan de la convención. En este naturalismo lo sigue Antístenes (h. 444- 365/370), quien, dentro de la escuela cínica, reducía el pensamiento a palabras, pero decía que de las cosas sólo puede decirse su nombre propio, que es único para cada una; sólo se les puede predicar ese nombre, y ninguna otra cosa; por eso no cabe la discusión, ya que cada cosa tiene su palabra apropiada, y ésta siempre dará un discurso verdadero. 8 Finalmente, Gorgias de Leontini (484-375) se refirió de modo clarividente a la esencia del lenguaje en su Encomio de Helena, donde dice: “La palabra es una gran dominadora, que, con un cuerpo pequeñísimo e invisible, realiza obras por demás divinas”. 9 Es decir, el lenguaje es tan poderoso que con una palabra más pequeña que una mosca, esto es, con un “sí” o un “no”, puede construir reinos y desatar guerras. PLATÓN Por supuesto, fue Platón (Egina o Atenas, 428-347) quien más impulsó esta reflexión sobre el lenguaje desde la filosofía. En su diálogo Cratilo se ventilan el naturalismo y el convencionalismo, predominando un cierto naturalismo. Se adopta como problema el de la rectitud de las denominaciones, pudiéndose entender ésta como el dar nombres adecuados a las cosas. Cratilo defiende una rectitud natural, y Hermógenes una convencional. Se recoge, pues, el naturalismo de Pitágoras y de Heráclito, representado por Cratilo, y el artificialismo de Demócrito y los sofistas, representado por Hermógenes. Se tiene, así, como paradigma el nombre, principalmente el sustantivo (ónoma). Se trata de una discusión semántica, esto es, acerca de la correspondencia entre los nombres y las cosas (onómata y prágmata). Al parecer, Platón fue el primero que distinguió entre ónoma y rhema. El ónoma no era propiamente el nombre, sino el sujeto, y el rhema era propiamente el predicado, aunque se tomaba también como el verbo, que es el predicado por excelencia. Acerca de los nombres, Platón buscó su relación con las cosas, entendiéndola como una relación de denominación adecuada. Naturalismo La posición de Cratilo es que “existe por naturaleza una rectitud de la denominación para cada una de las cosas, y que ésta no es una denominación impuesta por algunos —una vez que así se ha acordado, aplicando un elemento de su propio idioma—, sino que existe una rectitud natural de las denominaciones, la misma para todos, tanto para griegos como para bárbaros”. 10 No puede quedar más claro el naturalismo lingüístico. No se trata de palabras de un solo lenguaje, pues se incluyen los lenguajes bárbaros, y se estaría diciendo que el griego es el lenguaje natural. Los nombres, cuando se dan, tienen que ser adecuadamente significativos de lo que son, sea en griego o en otro idioma. En cambio, Hermógenes piensa que la denominación que alguien pone a algo es la correcta; y si alguien a su vez la cambia por otra y ya no usa aquélla, la posterior no es menos correcta que la anterior; así como nosotros les cambiamos el nombre a los sirvientes, y el nombre cambiado no es menos correcto que el anteriormente dado. Pues por naturaleza no se ha producido ninguna denominación para cosa alguna, sino por convenio y por costumbre de quienes han creado esa costumbre y utilizan esa denominación. 11 Pero en la crítica que se hace de la teoría de Hermógenes se aduce que hay denominaciones falsas, y no podría haberlas, pues según él todas las denominaciones son correctas. Eso indica que las cosas tienen una esencia inmutable, la cual existe por sí misma: es la idea o forma subsistente y ejemplar. Sócrates hace aceptar a Hermógenes, en contra de Protágoras, que el hombre no es la medida de todas las cosas, y, por lo mismo, tampoco es la medida de todas las denominaciones. El artífice de nombres De acuerdo con ello, dice Sócrates que hay un “forjador de denominaciones”, el onomatourgos, que es el legislador o nomotetes: “no es propio de cualquier hombre establecer denominaciones, sino de un forjador de palabras; éste es, como parece, el nomotetes, que es entre los hombres el experto que aparece más escasamente”. 12 El nomotetes tiene ciertamente un arte para hacer las denominaciones. Pero estas denominaciones deben hacerse de acuerdo con el conocimiento de las ideas prototípicas de las cosas, las cuales son conocidas por la dialéctica filosófica. Por ello, “la tarea del nomotetes es hacer la denominación, con un hombre dialéctico como supervisor, si va a establecer las denominaciones correctamente”. 13 En definitiva, el filósofo es quien puede asignar los nombres correctos a las cosas o supervisar su asignación. Es como la denominación puede manifestar la esencia de la cosa, correspondiendo a la cosa en sí, de modo que el nombre de la lanzadera en sí es la palabra en sí de la misma. La búsqueda etimológica Una prueba que se intenta dar para apoyar este naturalismo es que los nombres propios deben corresponder a las personas que los llevan según su etimología. Pero esa prueba es rechazada, porque en casi ningún caso se encuentra esa correspondencia. Hay, sin embargo, ejemplos curiosos y bellos, como el de la palabra cuerpo, acerca de la cual dice Sócrates: Explicar esta palabra me parece posible de muchas maneras; y de muchísimas, si se altera la palabra un poco. Hay quienes afirman que el cuerpo (soma) es la tumba (sema) del alma, como si ella estuviera enterrada en él al presente; y, puesto que a su vez es por medio de él que el alma indica (semainei) lo que indica, también por ese lado se le llama correctamente “signo” (sema). Me parece por cierto que los órficos han dado esta denominación considerando sobre todo que el alma paga castigo por lo que paga; ella tiene el cuerpo para que se preserve (sozetai) como envoltura, imagen de una prisión. Por consiguiente, el cuerpo es eso, cárcel, hasta que el alma haya pagado sus deudas; soma se le denomina, y no se debe remover ni una letra. Sócrates hace una pregunta intencionada: “Lo que dio la denominación (kalesan) a las cosas, y lo que la da (kaloun), ¿es una misma cosa, a saber, el pensamiento?” (416c). Y logra que se le acepte. Pues bien, el pensamiento tiene que ser acorde con las ideas prototípicas de las cosas. La imitación de las ideas por parte de las palabras Así la rectitud de las palabras o, más precisamente, de los nombres consiste en que indiquen cómo son las cosas. Y Sócrates dice que esto deben tenerlo las palabras primitivas más que las derivadas, por ello se da a la búsqueda de esas palabras primitivas. Una conjetura es que esas primeras palabras fueron imitación de las cosas y sus propiedades: “La denominación es, al parecer, una imitación mediante la voz de aquello que se imita, y el que imita, cuando lo hace, denomina mediante la voz”. 15 Se imitó mediante las letras y las sílabas “la mismísima esencia de cada cosa”. 16 Esto fue lo que hizo el experto en denominar. Uno de los argumentos que da Sócrates es que las palabras derivadas son significativas, pero lo son a causa de las primitivas; y es preferible decir que el nomotetes encontró con su imitación tales palabras en lugar de hacer intervenir a los dioses como ex machina en los teatros, fingiendo que dieron a los primeros el conocimiento de dichas palabras primitivas, o atribuirlo a bárbaros anteriores a los griegos que les enseñaron esas palabras. Los nomotetes ajustaron a las cosas las palabras, con sus sílabas y aun sus letras. “La rectitud de la denominación —afirmamos— consiste en que indica de qué índole debe ser la cosa.” 17 Ciertamente se aducen y se examinan varios argumentos en contra de la teoría de Cratilo, como el de la comparación de las palabras con los cuadros, que se ve como inadecuada; y la relación entre un original y una copia, que tampoco se aplica con exactitud al caso del lenguaje; pero todas las dificultades son sorteadas, y aun cuando se trata de moderar la tesis, esto es, de llegar a una tesis intermedia, predomina el naturalismo sobre el convencionalismo. Así, el dar nombres adecuados a las cosas puede ser llamado “hablar con verdad” y lo opuesto, “hablar con falsedad”, porque no se dará con la esencia de las cosas ni se la manifestará. Y esto puede hacerse con los nombres, con los verbos y con los enunciados mismos, pues “si es posible disponer verbos y substantivos de esa manera, entonces necesariamente también enunciados”. 18 La denominación exacta es bella, y hace que correspondan a la cosa incluso las letras. Y las letras correspondientes son las que se asemejan a la cosa, las que son por naturaleza semejantes a ella; volvemos a la teoría de la imitación. De esta manera, “afirmamos que las palabras nos indican la esencia de las cosas”. 19 Pero las denominaciones o las palabras siempre serán vicarias, por lo que conviene buscar la esencia de las cosas en las cosas mismas. Dice Sócrates: Ahora, si en máxima medida es posible conocer las cosas por las denominaciones, pero si también es posible conocerlas por ellas mismas, ¿cuál de las dos maneras de conocer podría ser más correcta y más exacta? ¿La de conocer la imagen a partir de ella misma, si ésta está bien representada y así también la esencia de la que es imagen? ¿O conocer a partir de la verdad si la imagen de ellas está convenientemente trabajada?, 20 a lo cual responde Cratilo: “Me parece que necesariamente a partir de la verdad”. 21 En cambio, a diferencia del naturalismo platónico, Aristóteles opta decididamente por el convencionalismo. Platón tiene agudas observaciones sobre el lenguaje en algunas otras obras suyas, como en la Apología de Sócrates, en el Teeteto (donde trata de clasificar las letras en tres grupos: sonoras — vocales—, sordas pero no mudas — también las llama medias: consonantes no oclusivas— y sordas y mudas —oclusivas—) y el Filebo (donde también aborda la forma fónica de las palabras), el Sofista y la Carta VII (en la que se queja de que no se respeta el naturalismo del lenguaje, sino que se actúa con un espíritu demasiado convencionalista); pero la obra más importante es sin duda el Cratilo.