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A través de la historia el hombre se ha dedicado al estudio profundo de aquello que de una

manera afecta su convivencia y su bienestar, de las acciones masivas y particulares que


demarcan y denotan las características de épocas específicas y trascendentales de la vida
humana. Las epidemias, las pandemias, los virus, los medicamentos y las acciones sociales
han dado las bases para las más grandes transformaciones, pero, ¿Que tan grandes han sido
los cambios vividos por el hombre en su historia terrenal y que tanto afectan las tendencias
sociales su cotidianidad. Abordaremos estas respuestas mediante tres ideas cruciales: la salud
física; la salud mental y la salud espiritual o interior con relación a lo estipulado socialmente.

El hombre actual vive constantemente agitado por todo lo que cree debe hacer y pasa la
mayor parte de su vida trabajando incansablemente por alcanzar aquello que cree necesitar
sin percatarse de que la única meta que logrará alcanzar será el de la autodestrucción. En el
afán por vivir a la carrera y enfrentarse a las exigencia de la sociedad de consumo el hombre
de este siglo se destruye a si mismo desde adentro hacia afuera, lastima su corazón con los
alimentos procesados que consume bajo el pretexto de no tener tiempo para preparar algo
diferente que sea más dispendioso en su elaboración, daña sus riñones cuando pasa
demasiado tiempo frente a máquinas que cambian la naturaleza de su fisionomía, altera su
proceso digestivo al estar expuesto a sobresaltos emocionales que impiden un buen proceso
de descomposición alimenticia y sustracción de sustancias vitales. El hombre de hoy necesita
sentirse productivo para creerse exitoso y triunfador, se ha dejado llevar por aquello que
desde otras culturas se le impone y olvida aquello que realmente necesita. No se necesita ser
altamente competitivo, tampoco el más y mejor trabajador, no es necesario doblegarse a si
mismo y aniquilar los sueños de tranquilidad y vida calmada en pro de una sociedad
explotadora y asesina de sueños en la que cada día se le inculca al otro que para ser feliz debe
sobresalir. Es una verdadera tragedia que el hombre educado, formado, preparado y
vanagloriado de estos tiempo requiera de eventos traumáticos y de muchos años para darse
cuenta que su vida es suya y que nadie más que él debe marcar el ritmo y la velocidad con la
que debe vivirla.

Consecuencia de los agitados días sociales y de la auto-explotación del hombre también se


vive una grave y difícil situación a nivel psicológico. El hombre se siente agotado físicamente,
cree no poder más físicamente para alcanzar las metas casi imposibles que se ha trazado y
cae en profundas depresiones que afectan su salud mental. Es común escuchar que niños y
adultos padecen de trastornos de comportamiento y de crisis existenciales que, según
expertos, no son más que un manejo equivocado de las frustraciones y del fracaso. Padres
demasiado exigentes aspiran a que sus hijos sean los mejores, les enseñan que ellos son y
deben ser siempre los primeros, que no les es permitido errar; se están creando hombres que
son incapaces de volver a intentar, de volver a levantarse, de aprender de las equivocaciones
y de ver en ellas el cimiento de un proceso educativo y transformador. Al hablar de salud
mental se debe tener claro que es imprescindible lograr un equilibrio entre las diferentes
partes del ser, si desgastamos el ser físico, lastimamos el ser psicológico; el positivismo y el
negativismo malsanos están llevando al hombre a no aceptar los puntos medios en los que
mediante conciliaciones y procesos de autoevaluación se alcanza a comprender aquello que
se requiere para vivir sin caer en el consumismo desgastante ni en el agotamiento por
rendimiento que acaban en trastornos mentales. El elemento detonante de estas
enfermedades es el confinamiento en estructuras físicas y/o mentales que no permiten la
relación con el otro y obstruyen la posibilidad de aprender en las relaciones y de valorar lo
que se puede dar y recibir; cada día el hombre está más solo, más aislado y es incapaz de ver
que las rejas que coartan su libertan han sido impuestas por él mismo y que no es nadie más
que él mismo quien las puede derribar.

Esta sociedad ha creado superhombres que todo lo saben y todo lo pueden, se han creado
hombres para quienes nada es imposible ni incorrecto, hoy tenemos al hombre super frente
a nosotros: se tiene el supercuerpo moldeado en el gimnasio, se tiene el superauto que debe
ser mejor y más costoso que el de mi par, se tiene el supercelular que debe contener mi
memoria y que ha dejado que un gran porcentaje de la capacidad cerebral se subutilice. Se
quiere tener, se trabaja por tener, se ha olvidado del ser, se ha encerrado en sí mismo y la
soledad le ha pasado cuenta de cobro dando como resultado una sociedad que vive sumida
en la tristeza y la depresión. El hombre ha perdido la capacidad de disfrutar de lo sencillo, ha
desaparecido su capacidad de maravillarse con las cosas, de valorar aquello que es gratis y
que está para todos, ha perdido su propia libertad de elegir, de vivir, de expresarse y de ser
conocedor de sí mismo, Al hombre de esta super época le da miedo mirar hacia su interior
porque se percata de que no hay allí nada que lo satisfaga ni le llene, al mirar hacia adentro
se da cuenta de que en muchas ocasiones está vacío y que duele que toda su carrera hacia el
triunfo no ha sido más que una excusa para transformar su exterior como una manera de
llenar y compensar su vacío interior.

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