El 10 de febrero de hace 250 años moría en París el primer gran filósofo de la
Ilustración y precursor del Estado moderno, Charles Louis de Secondat, barón de La Brède y de Montesquieu. En su época, el siglo XVIII, las corrientes racionalistas que germinaron en el renacimiento culminaron en el movimiento ilustrado que nació en Francia y se extendió por toda Europa. Las bases de esta corriente fueron el racionalismo (Descartes, Spinosa y Leibniz) y el empirismo (Locke, Berkeley y Hume), y la idea de que la razón y la experiencia eran el punto de partida para lograr el progreso. Los ilustrados defendían la necesidad de introducir reformas en todos los ámbitos, desde el pensamiento hasta la política, y ello se plasmó en La Enciclopedia, dirigida por Diderot y D'Alembert. La cuna de la Ilustración se situó en Francia y fue allí donde más sólidamente se asentó. La conjunción en este país de una organización política autoritaria y una ascendente clase media burguesa, con su consiguiente tensión social, hizo que el movimiento ilustrado se interesase por las cuestiones de orden moral, de derecho político y de progreso histórico.
El aspecto más trascendental, por su influencia futura, de este movimiento que
constituyó un 'estado del espíritu' fue una filosofía política basada en el Derecho Natural o derecho que tienen todos los hombres a la vida, la libertad y la propiedad, en la que participaron directamente Montesquieu, Voltaire y Rousseau. La misión del Estado sería defender los derechos del hombre, garantizar su libertad, su seguridad y su propiedad. Los políticos ilustrados se oponían al absolutismo monárquico y ansiaban para Francia un régimen político basado en la igualdad y en la libertad. Estos tres filósofos influyeron notablemente en la Revolución francesa, que estalló en Francia en 1789, y que significó el comienzo de una serie de cambios políticos y sociales que transformaron Europa.
El pensamiento de Montesquieu es complejo y su obra abarca la historia, la
economía y en particular es precursora de la sociología y la ciencia política. Criado en el seno de una familia noble, se formó en leyes, lo que le permitió posteriormente dedicarse al ensayo político e histórico. Monárquico admirador del parlamentarismo inglés, sus inclinaciones políticas aparecen reflejadas en sus principales obras: desde las Cartas persas (1721), en las que satirizó las viejas ideas y los defectos sociales y políticos de Francia (sociedad, instituciones, religión, absolutismo), hasta su obra capital, Del espíritu de las leyes (1748), con la que se inició la victoria intelectual de la Ilustración y con la que preconizó una nueva estructura del Estado basada en el equilibrio de poderes que chocaba con la organización de la monarquía absoluta francesa. Las reglas que determinan el comportamiento de los hombres no son permanentes ni absolutas, sino que surgen y son modificadas según los contextos históricos y culturales, los tipos de gobierno y el carácter de la sociedad.
La monarquía constitucional es para Montesquieu la mejor forma de gobierno,
al reunir en sí misma las ventajas de la república y de las monarquías absolutas. El reparto del poder del Estado es necesario para evitar que sea mal utilizado. La división de poderes (legislativo, ejecutivo y judicial), continuando las teorías de Locke y su adscripción a instituciones diferentes es la salvaguarda contra los gobiernos tiránicos, ya que garantiza el equilibrio y el contrapeso entre unos y otros. Los regímenes democráticos actuales asientan en este esquema sus planteamientos de gobierno. El sistema de frenos y contrapesos es una necesidad de la estructura del Estado y de una idea del Derecho que descansa en la ordenación de la libertad humana.
Conservador ilustrado o liberal aristócrata, Montesquieu fue uno de los
pensadores que contribuyeron a remover los cimientos del Antiguo Régimen. Su objetivo fue la búsqueda del progreso de la Humanidad y la base para lograrlo la encontró en la confianza en la razón. Del espíritu de las leyes alcanzó una amplísima difusión en la época y el éxito editorial fue enorme, logrando un sólido reconocimiento, incluso de D'Alambert y Voltaire. Cabe recordar que a pesar de la disparidad de esta obra, ya que se confeccionó a lo largo de diecisiete años, tanto él como la misma pertenecen a un tiempo histórico, el de las revoluciones político-burguesas del siglo XVIII-XIX y el liberalismo. Previamente, su pensamiento llegó a Federico II de Prusia, Catalina II de Rusia, el marqués de Beccaria, el abad Siéyès, Benjamín Constant y a las revoluciones norteamericana (Constitución 1787) y francesa; y después de su muerte lo encontramos en la política y la ideología de las revoluciones políticas y burguesas del siglo XIX.
El principio de la separación de poderes como pieza integrante de la ideología
liberal-burguesa hizo posible la revolución de fines del siglo XVIII y principios del siglo XIX con su nuevo orden político, social, económico y cultural. El mencionado principio de la separación de poderes está en la raíz del constitucionalismo liberal, del Estado liberal de Derecho, de la monarquía constitucional y de las repúblicas presidenciales y parlamentarias. El constitucionalismo contemporáneo es resultado de una simbiosis de tradiciones e ideologías (liberalismo, democracia y socialismo), que nos permiten hablar de un constitucionalismo pleno. En éste, el dogma de la separación de poderes y Montesquieu tienen un importante lugar. Aunque el pensador francés murió sin ser testigo de la Revolución francesa, a pesar de ser uno de sus inspiradores, su aportación fue tan importante que hoy está presente en la forma de gobernar de todos los Estados democráticos.
Representante de las mejores aspiraciones científicas de la época y de sus
inevitables confusiones, el filósofo francés se inspiró siempre en la máxima de que «las leyes inútiles debilitan a las necesarias». En el mundo actual, en la política de nuestros tiempos, en las instituciones que nos 'salvaguardan', en las formas de gobierno posmodernas, la esencia de Del espíritu de las leyes está claramente presente, al igual que un conglomerado, excesivo y barroco, de legislación y supuestas nuevas formas de convivencia de escasa fiabilidad práctica. Vivimos tiempos de deriva moral, de desconcierto político y de convivencias fragmentadas.