Documente Academic
Documente Profesional
Documente Cultură
En el pensamiento de la Antigüedad
186
En p o s d e l M ilen io 187
misma tierra, sin ser molestada ni tocada por la azada, sin ser herida
por ninguna reja de arado, producía todas las cosas gratuitamente...»
Pero había de llegar el día en que «huyeran la vergüenza, la verdad y
la buena fe; y su lugar fuese tomado por el engaño, la maldad, las
intrigas, la violencia y el ansia malvada de la posesión... Y el cauto su
pervisor señaló con largas líneas fronterizas la tierra que hasta entonces
había sido posesión común como la luz del sol y la brisa... Empezó a
fabricarse el pernicioso hierro, y el oro, todavía más pernicioso que el
hierro, los cuales fueron causa de la guerra... Los hombres viven del
pillaje...».
Algunos —Virgilio, por ejemplo— nos muestran a Saturno refu
giándose en Italia después de su deposición del trono olímpico y es
tableciendo una Edad de Oro local en suelo italiano. Un contemporá
neo de Ovidio cuya obra también fue muy conocida por los estudiosos
medievales, el historiador Cneo Pompeyo Trogo, nos da una esclarece-
dora relación de este reino bienaventurado y del festival anual con el
que se le conmemoraba:
Los primeros habitantes de Italia fueron aborígenes. Se dice que su rey, Satur
no, era tan justo que bajo su gobierno nadie fue esclavo y tampoco nadie tuvo
propiedad privada: todas las cosas eran tenidas en común y sin división, como
si hubiera una sola heredad para todos los hombres. En memoria de este
ejemplo se decretó que durante las saturnales todos tendrían idénticos de
rechos, de modo que en los banquetes los esclavos se sentasen junto a sus
dueños, sin ninguna discriminación.
Oigo decir a los poetas que en los tiempos antiguos, cuando tú eras rey, las
cosas eran de otro modo en el mundo; la tierra daba sus frutos a los hombres
sin necesidad de siembra ni labranza: para cada hombre había un manjar pre
parado y era más de lo que necesitaba; los ríos manaban vino, leche y miel. Y
lo más importante, dicen que en aquel tiempo las mismas gentes eran de oro,
no afectándoles nunca la pobreza. Nosotros, en cambio, ni siquiera somos de
plomo, sino de un metal más vil; la mayor parte comemos nuestro mendrugo
de pan con el llanto en nuestros ojos; manchados para siempre con la pobreza,
el deseo y la debilidad, gritando en voz alta «¡Ay de mí!» y «¡Qué mala
suerte!». Así vivimos ahora los pobres hombres. Y créeme, todo esto nos sería
mucho más llevadero si no viéramos cómo los ricos gozan plenamente, con tan
to oro y plata en sus cofres, y tantos adornos, esclavos, carruajes, estancias y
granjas; poseyendo tanta abundancia de todas las cosas, y no dignándose ni
tan siquiera a mirarnos a los demás, negándose a compartir algo con nosotros.
A pesar del hecho de que la misma Iglesia llegó a poseer gran nú
mero de siervos, la opinión expresada por san Agustín siguió siendo la
única ortodoxa durante toda la Edad Media. Y fue también la que sos
tuvieron los legisladores feudales civiles. Podemos tomar como repre
sentativa de la opinión general de los pensadores medievales la que
expresó el famoso jurista francés del siglo XIII Beaumanoir: «Aunque
ahora existen varios estados de hombres, es cierto que al principio to
dos fueron libres con la misma libertad; pues todo el mundo sabe que
cada uno de nosotros desciende del mismo padre y de la misma
madre...»
La doctrina católica incorporó y conservó la idea de que todas las
cosas de la tierra debían pertenecer comunitariamente a todos los seres
humanos. En el siglo III nos encontramos con que san Cipriano repite
frases hechas de los estoicos. Hace notar que Dios brinda sus dones a
toda la humanidad. El día ilumina para todos, el sol brilla sobre to
dos, la lluvia cae y el viento sopla para todos, el resplandor de las
estrellas y de la luna son propiedad común. Tal es la imparcial magna
nimidad de Dios; y un hombre que quisiera imitar la justicia de Dios
debería compartir todas sus posesiones con sus hermanos cristianos.
Hacia la segunda mitad del siglo iv esta idea había logrado una
amplia aceptación entre los escritores cristianos. San Zenón de Verona
repite la misma comparación, que se había convertido en lugar co
mún: idealmente todos los bienes deberían ser comunes «como el día,
el sol, la noche, la lluvia, el nacer y el morir; cosas que la divina justi
cia concede por igual a toda la humanidad sin discriminación». Toda
vía más sorprendentes son algunas afirmaciones del gran obispo de Mi
lán, san Ambrosio, en quien la tradición formulada por Séneca en
cuentra la más vigorosa expresión: «La naturaleza ha producido todas
las cosas para todos los hombres, para que sean tenidas en común.
Porque Dios ordenó que se hicieran todas las cosas de modo que el ali
mento fuera completamente común, y que la tierra fuera común pose
sión de todos. La naturaleza, por consiguiente, creó un derecho co
mún, pero el uso y la costumbre crearon un derecho particular...» En
defensa de su idea san Ambrosio cita, como si se tratara de autorida-
1. La historia d e l Anticristo. A la izquierda, el Anticristo predica inspirado por el
D iablo; a la derecha, los «dos testigos». Eneo y Elias, predican contra él. A rriba, el A n
ticristo, sostenido por dem onios, trata de volar para dem ostrar su carácter divino, m ientras
un arcángel se apresta a derribarlo.
2. E l papa como A nticnsto: Melchior Lorcb. En este horrífico cuadro, dedicado aL utero
se nos m uestra al p ap a con el rabo y dem ás atributos anim ales de Satanás; los sapos (y otros
reptiles) q u e brotan de su boca nos recuerdan la descripción del Anticristo que aparece en
el libro del Apocalipsis 16:13. Asimismo, en la leyenda se equipara a la figura con el
«Hom bre Salvaje» [W ildem ann], Com o ha dem ostrado en su estudio el D r. Bernheim er,
este personaje de la dem onología m edieval era un m onstruo de poder erótico y destructivo:
un espíritu terrestre originariam ente de la fam ilia de Pan, los faunos, sátiros y centauros,
pero transform ado en un aterrador dem onio. Lorch retrata al «H om bre Salvaje» con una
cruz papal que es, al propio tiem po, un tronco de árbol (sím bolo fálico) como el que po r
taban los centauros.
3. El Día de la Ira: A lb rech t Dürer. Ilustración a Apocalipsis 6:9-16: «...vi al pie del
altar las almas de los que habían sido degollados por causa de la palabra de Dios y por el
testim onio que m an ten ían ... y sobrevino un gran terrem oto y el sol se tornó negro como
saco tejido de crin y la luna entera se tornó como sange, y las estrellas del cielo cayeron en
la tierra... Y los reyes de la tierra, y los m agnates, y los tribunos m ilitares, y los ricos, y los
poderosos, y todo siervo y libre se escondieron en las cavernas y en las peñas de los m ontes;
y dicen a los m ontes y a las peñas: Caed sobre nosotros y escondednos de la faz del que está
sentado en el tronco y de la cólera del Cordero».
4. Versión medieval de asesinato ritual de un m uchacho cristiano por parte de un
judíos. N otable ejem plo de la proyección sobre los judíos de la im agen fantástica del padre
tortu rad o r y castrador.
5. E l epulón y Lázaro. Arriba: El epulón banquetea m ientras Lázaro m uere a las p u er
tas de su casa y su alm a es conducida por un ángel al seno de Abraharn.
Centro: El epulón m uere y, em pujado por el peso de su bolsa, es arrojado a los infier
nos por los dem onios.
Abajo, derecha: A varitia, sim bolizada por un diablo, y L uxuna, sim bolizada por la
Mujer con las Serpientes.
6. (b) Q uem a de judíos, 1349
7. El Tam blor de Niklashausen. El Tam bor, incitado por un erm itaño o begardo, ex
pone su doctrina, que después es recogida por los peregrinos. Apoyadas contra la iglesia
venios las velas gigantes que po rtab an los campesinos en su m archa sobre W ürzburg.
8. Los ravters vistos p o r sus contemporáneos. Este tosco pero curioso grabado parece
m ostrar que la afición a fum ar era tam bién, lo m ism o que el «amor libre», una expresión
de antinom ism o.
9. Ju a n de Lt'yden como Rey: H einnch Aldegrever. Se supone que este fino grabado
fue realizado del natural, por encargo del obispo, poco tiem po después de la tom a de
M ünstcr. El orbe con las dos espadas sim boliza la pretensión de Botkclson al dom inio u n i
versal, tan to espiritual como secular. «El poder de Dios es mi fuerza» ¡C otíes M achi ist
m yn C ruchtjera una de las divisas de Bockelson.
En pos d el M ilen io 193
des totalmente de acuerdo entre sí, a los estoicos y el libro del Géne
sis. Y en otra parte señala: «El Señor Dios deseó de un modo particu
lar que la tierra fuera posesión común de todos, y produjera frutos
para todos; pero la avaricia produjo los derechos de propiedad.»
En elmismo Decretum de Graciano, el tratado que se convirtió en
el texto básico para el estudio del derecho canónico en todas las uni
versidades y que constituye la primera parte del Corpus iuris canonici,
podemos encontrar un pasaje que glorifica el estado natural comunita
rio, incluso el amor libre. La historia de cómo llegó hasta allí es una
de las más extrañas en la historia de las ideas. El papa Clemente I,
uno de los primeros obispos de Roma, que vivió a finales de la prime
ra centuria, vino a ser considerado, después de su muerte, como discí
pulo del propio san Pedro. El prestigio que esto concedió a su nombre
dio por resultado que se le atribuyera la paternidad de gran cantidad
de la literatura apocalíptica. Una de estas obras pretende ser una
narración escrita por Clemente a san Jaime, describiendo sus viajes con
san Pedro y culminando en el «reconocimiento» de sus padres y herma
nos, de los que había sido separado desde la niñez. La obra se escribió
por primera vez en Siria hacia el año 265 d. C., pero recibió su forma
actual cerca de un siglo después. En los Reconocimientos de Clemente,
tal como han llegado hasta nosotros, el padre de Clemente es un paga
no con el que argumentan Pedro y Clemente hasta lograr su conver
sión. En el curso de la discusión el padre cita las opiniones siguientes,
que atribuye a los «filósofos griegos» —lo que es correcto, aunque se
equivoca al pensar que sean de Platón:
Porque el uso de todas las cosas que hay en este mundo debería ser común
para todos los hombres, pero por causa de la injusticia un hombre dice que
esto es suyo, y el otro que aquello es suyo, y se crea la división entre los morta
les. En pocas palabras, un griego muy sabio, conociendo que las cosas deberían
ser de este modo, dice que todos los bienes deberían ser poseídos en común
entre amigos. E, indudablemente, las esposas se incluyen dentro de «todas las
cosas». También dice que, así como el aire no puede ser dividido, ni el esplen
dor del sol, tampoco las demás cosas dadas en este mundo para ser tenidas en
común deberían ser divididas, sino realmente poseídas en común.
dicho por un pagano, sino como expresión de las ideas del mismo
papa Clemente. Y se hace que el papa refuerce la argumentación con
esta cita de los Hechos sobre la primera comunidad cristiana de Jeru-
salén:
estos demonios, locos de rabia y envidia al ver la felicidad de los seres huma
nos, invadieron la tierra, sembrando discordia, embustes, desacuerdos y
pleitos, peleas, disputas, guerras, calumnias, odio y rencor. Como estaban in
fatuados por el oro dejaron la tierra esquilmada, extrayendo de sus entrañas los
tesoros ocultos, metales y piedras preciosas. La avaricia y la ambición hicieron
habitar en el corazón humano la pasión de la riqueza. La ambición crea el di
nero y la avaricia lo esconde; esta última es una criatura tan desgraciada que
nunca puede gastar el dinero, antes lo deja a sus herederos y albaceas para que
lo administren y guarden, a no ser que le sobrevenga antes alguna desgracia.
En cuanto la humanidad fue presa de esta banda abandonó su primer
modo de vida. Los hombres nunca se cansaron de hacer el mal; se hicieron em
busteros y empezaron a estafar; ambicionaron propiedades, dividieron el mis
mo suelo y, al hacerlo, trazaron fronteras, y a menudo, al definir estas fronte
ras, lucharon para arrebatar todo lo que podían del otro; el más fuerte consi
guió las mayores porciones...