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Elementos de Ciencia Política

Book · August 2012


DOI: 10.13140/RG.2.1.4430.0646

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1 author:

Marcelo Mella
University of Santiago, Chile
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y disolución en los casos de Uruguay, Argentina y Chile (1983 a 2010). View project

“La contribución de los Centros Académicos Independientes (CAI) en la transición a la democracia en Chile (1980 a
1990)”. Proyecto DICYT 03-0852MP (2008-2010), View project

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Marcelo Mella

ELEMENTOS
DE CIENCIA
POLÍTICA Volumen 1

Conceptos,
actores
y procesos
RIL editores
bibliodiversidad
Elementos de Ciencia Política
Marcelo Mella

Elementos de
Ciencia Política
Volumen 1

Conceptos, actores y procesos


320.5 Mella, Marcelo
M Elementos de Ciencia Política / Marcelo
Mella. – – Santiago : RIL editores, 2012.

278 p. ; 21 cm.
ISBN: 978-956-284-911-1

1 ciencias política. 2 filosofía política.

Elementos de Ciencia Política


Primera edición: septiembre de 2012

© Marcelo Mella, 2012


Registro de Propiedad Intelectual
Nº 220.164

© RIL® editores, 2012


Los Leones 2258
7511055 Providencia
Santiago de Chile
Tel. Fax. (56-2) 2238100
ÀˆJÀˆi`ˆÌœÀiðVœ“ÊUÊÜÜÜ°Àˆi`ˆÌœÀiðVœ“

Composición, diseño de portada e impresión: RIL® editores

“«ÀiÜÊi˜Ê
…ˆiÊUÊPrinted in Chile

ISBN 978-956-284-911-1

Derechos reservados.
Dedico este libro a Juan Mastrantonio y María Teresa Cobos
(Q.E.P.D.), por la dedicación puesta en su trabajo académico
y por haberme ayudado, en aquellos años, a
creer que era posible…
Índice

Introducción............................................................................. 11

I. Transformaciones Culturales y Políticas


Dos significados de la crisis ..................................................... 30
Heteronomía de la política ...................................................... 35
Pérdida de centralidad............................................................. 37
Reestructuración de la visión del tiempo histórico................... 39
Desplazamiento de los límites.................................................. 40
Extensión de los mercados a ámbitos no económicos .............. 41
Auge de la cultura audiovisual ................................................ 42
Valores y desempeño democrático........................................... 45

II. Conceptos fundamentales


Los significados de la política .................................................. 53
El poder: enfoques duales y triádicos....................................... 55
El poder como concepto performativo .................................... 59
Dispersión semántica del concepto de democracia................ 60
Evolución de la idea de Estado............................................. 77
Globalización como proceso (des)controlado....................... 88

III. Actores políticos


Partidos políticos..................................................................... 95
Concepto y características.................................................... 95
Evolución histórica .............................................................. 97
Sistemas de partido ............................................................ 114
Grupos de interés, presión y acción colectiva ........................ 124
Elites políticas ....................................................................... 139
La integración horizontal ................................................... 146
La integración vertical........................................................ 147
Movimientos sociales ............................................................ 154
Paradigma de la movilización de recursos
(Resource Mobilization Theory, RMT) .............................. 155
Paradigma identitario o de los nuevos
movimientos sociales.......................................................... 159
Nuevas convergencias ........................................................ 162
Medios de comunicación....................................................... 168
Teoría de los efectos profundos y duraderos ...................... 169
Teoría de los efectos selectivos ........................................... 172
Sociedad civil y ciudadanía.................................................... 177
Ciudadanía desde las instituciones ..................................... 177
Ciudadanía desde las prácticas extra institucionales........... 182

IV. Procesos políticos


Modernización ...................................................................... 192
Autoritarismo........................................................................ 200
Transición desde el autoritarismo.......................................... 211
Gobernabilidad ..................................................................... 217
Consolidación democrática y democratización...................... 226
Dilemas emergentes de la democratización:
inestabilidad, desviación e informalidad................................ 236
Inestabilidad ...................................................................... 236
Informalidad ...................................................................... 240
Desviación ......................................................................... 243

Palabras finales....................................................................... 251

Bibliografía ............................................................................ 257


Introducción

Más allá de cualquier pesimismo contingente, debemos reco-


nocer que algunas cosas han ocurrido distinto a como se habían
pensado. Si se hubiera preguntado a un ciudadano cualquiera,
en la década de 1980, sobre las razones para luchar por el res-
tablecimiento de la democracia en América Latina, es probable
que entre estas se encontrara la construcción de una ciudadanía
más justa y democrática. Acá debiéramos entender que «justa»
y «democrática» suponen interés y compromiso con los asuntos
públicos, o aquello que los autores republicanos llaman «virtu-
des cívicas» (Pocock, 2008). A decir verdad, poco de esto ha ocu-
rrido, en nuestro país y en la región, durante los últimos años.
Considerando datos de estudios de opinión pública, hoy sa-
bemos que el entusiasmo despertado por la democracia como
idea-mito en la década de 1980 ya no se mantiene, aunque tam-
poco se observa un patrón de mayor inestabilidad de los regíme-
nes democráticos. El castigo más bien parece ser la indiferencia o
desafección frente a los asuntos públicos y la política formal. Por
ejemplo, de acuerdo a los datos de Latinobarómetro para el año
2009, frente a la pregunta «qué no se puede dejar de hacer para
ser ciudadano» la gran mayoría de los encuestados sostuvo «vo-
tar» (75,2 %) y un porcentaje significativamente menor sostuvo
que era «participar en organizaciones políticas» (13,2 %). Cabe
hacer mención que el porcentaje correspondiente a «participar
en organizaciones políticas» expresa, en ciertos casos, niveles
extremos de desvalorización de las estructuras políticas formales
(Bolivia 8,9 %, Chile 6,8 %, El Salvador 5,9 %, México 9,2 %,
Nicaragua 8,1 %, Perú 9,4 % y Uruguay 9,6 %).
En consideración a lo extendido de este diagnóstico existen,
a lo menos, tres explicaciones en uso. La primera –bastante
fatalista– consistiría en la creencia que la apatía ciudadana que

11
Marcelo Mella

se observa crecientemente constituye un rasgo «esperable» y


«normal» de los regímenes democráticos. Esto sería así debi-
do a que la democracia coexiste con ciertos niveles de elitismo
y especialización de la función pública que haría improducti-
va, ineficaz e incluso disfuncional la participación amplia. Por
tanto, habría que considerar la falta de participación y com-
promiso «cívico» como un rasgo normal derivado del funcio-
namiento adecuado de las instituciones democráticas. Joseph
Schumpeter, en un pasaje bastante conocido de Capitalismo,
Socialismo y Democracia, declara: «Los votantes fuera del par-
lamento deben respetar la división del trabajo entre ellos y los
políticos elegidos. No deben retirar su confianza tan fácilmente
entre una y otra elección y deben comprender que, una vez que
han elegido a un individuo, la acción política ya no es asunto
suyo» (Schumpeter, 1952: 295). Desde una perspectiva muy
distinta, pero coincidente en el valor del desinterés ciudadano
por la política formal, Phillippe Braud en El jardín de las deli-
cias democráticas, identifica tres principios que limitan la com-
patibilidad de la voluntad popular con la democracia moderna:

La indiferencia política afecta directamente la legiti-


midad del régimen democrático solo en la medida en que
aquella produce una participación electoral excesivamen-
te escasa. (…) Cuanto más numerosos son los auténticos
indiferentes que toman el camino de las urnas, más esta-
bilizada estará la vida política, es decir, regulada en un
sentido poco innovador. (…) Cuanto más se politizan los
indiferentes de manera intensa y duradera, más tensiona-
da se hace la vida política (Braud, 1994: 29).

Una segunda explicación sostiene que no hay motivación


para la participación o la acción colectiva orientada al cambio,
cuando existe un régimen democrático legitimado por intereses
creados, no solo entre la elite, sino también entre sectores de la
clase media y de bajos ingresos. Norbert Lechner (1986) señala
que un sistema de dominación es efectivo si logra responder a
las demandas sociales de seguridad y orden. Si esto ocurre, el
proceso social sería «calculable y predecible» y los sujetos com-
prometerían su voluntad mediante «pequeñas acciones cotidia-
nas» en la consolidación del orden establecido (Lechner, 1986:
51). De este modo, la construcción de un sentido colectivo (y
también individual) aparece como un desafío que los ciudada-

12
Elementos de Ciencia Política

nos deben enfrentar, sin relatos preexistentes, en un contexto de


alta competitividad y exigencia individual. Bajo este enfoque, los
mecanismos para la generación de intereses creados y las nuevas
formas de trabajo capitalistas serían factores que explicarían el
debilitamiento de la acción colectiva. Richard Sennett llamó a
esta incapacidad de los sujetos para proyectarse colectivamente
en visiones de largo plazo, en el contexto de sociedades capitalis-
tas, «corrosión del carácter».

¿Cómo decidimos lo que es de valor duradero en no-


sotros en una sociedad impaciente y centrada en lo in-
mediato? ¿Cómo perseguir metas a largo plazo en una
economía entregada al corto plazo? ¿Cómo sostener la
lealtad y el compromiso recíproco en instituciones que
están en continua desintegración o reorganización? Estas
son las cuestiones relativas al carácter que plantea el nue-
vo capitalismo flexible (…). En la actualidad, el término
flexibilidad se usa para suavizar la opresión que ejerce el
capitalismo. Al atacar la burocracia rígida y hacer hin-
capié en el riesgo se afirma que la flexibilidad da a la
gente más libertad para moldear su vida. De hecho, más
que abolir las reglas del pasado, el nuevo orden implan-
ta nuevos controles, pero estos tampoco son fáciles de
comprender. El nuevo capitalismo es, con frecuencia, un
régimen de poder ilegible (Sennett, 2000: 9-10).

La tercera explicación en uso sobre la pasividad y falta de com-


promiso cívico de la ciudadanía en democracia subraya la contribu-
ción de los «intelectuales orgánicos» en la generación de una cultu-
ra unidimensional. En este punto se acentúa el papel de las ciencias
sociales y otros saberes institucionalizados en la legitimación de la
democracia, como un sistema provisto de mecanismos de control
o atenuación frente al riesgo de «inflación ideológica». Siguiendo
a Javier Santiso se puede sostener que, durante las dos últimas dé-
cadas del siglo XX, se producen en América Latina dos procesos
simultáneos e interrelacionados: las transiciones a la democracia y
las reformas hacia el mercado. Desde un punto de vista epistémico e
ideológico estos procesos poseen –según Santiso– un marco general,
el paso de la utopía al posibilismo; el surgimiento de la «economía
política de lo posible». Proyectando a nivel sociológico esta inter-
pretación se podría sostener que las elites económicas han conse-
guido, durante este tiempo, «moderar» a las elites políticas, con-
siguiendo que estas últimas se «aten al mástil» de las instituciones

13
Marcelo Mella

fiscales que han construido para vencer la tentación del populismo


y las «políticas de lo imposible» (Santiso, 2006: 4).

En gran medida, ese vuelco político y económico


ha estado acompañado de un cambio epistémico. Las
políticas económicas puestas en práctica son reflejo de
un enfoque más pragmático, una economía política de
lo posible. La historia de las Américas parece haberse
bifurcado en algún momento hacia finales del siglo pa-
sado. Es cierto que perdura la búsqueda de la utopía.
En algunos países, los gobernantes siguen soñando con
fórmulas mágicas y exaltaciones líricas. Estas se trans-
forman en otros tantos realismos trágicos y en doloro-
sas caídas, como lo atestiguan las recientes experiencias
de varios países de la región, arrasados por recesiones
inéditas. Y cuando se empeñan en tomar atajos para evi-
tar el largo y sinuoso camino de las reformas graduales,
estos desembocan en otros tantos callejones sin salida
(Santiso, 2006: 3).

El autor sostiene que estos desplazamientos han producido


un gigantesco cambio en la gramática del pensamiento económi-
co y político de la región en la dirección del «consenso democrá-
tico», la «consolidación institucional», la «desregulación eco-
nómica» y la «apertura comercial» (Santiso, 2006: 11-12). Sin
embargo, se podría objetar, el paso del utopismo al posibilismo
también ha significado el desplazamiento de la democracia como
un fin en sí misma, vale decir, como un objetivo último e idea
límite para la acción política. Este desplazamiento ha contribui-
do, según algunos autores, al empobrecimiento de la experiencia
democrática, al divorcio entre procesos y resultados y, finalmen-
te, a la pérdida de atención sobre su dimensión deontológica
(Whitehead, 2011: 28-31).
Las ciencias sociales no económicas, por su parte, en variados
casos han logrado penetrar lo institucional, ya sea definiendo el
horizonte de lo posible en los procesos de transición a la demo-
cracia, dando forma al nuevo Estado post-autoritario en Améri-
ca Latina o mediante la colocación de profesionales y expertos
en ámbitos relevantes de decisión. El lado oculto de este proceso
ha sido la adaptación de las ciencias sociales como saberes fun-
cionales frente a las estructuras de poder vigentes. Ives Dezalay y
Bryant Garth argumentan que el enfrentamiento Este-Oeste, con
ocasión de la Guerra Fría, contribuyó a modificar los saberes in-

14
Elementos de Ciencia Política

crustados institucionalmente y, de manera consiguiente, a los Es-


tados latinoamericanos democráticos post-autoritarios (Dezalay
y Garth, 2002: 153-174). En especial, estos autores se refieren al
rol desempeñado por la Ford Foundation durante los años setenta
y ochenta, financiando activamente el desarrollo de las ciencias so-
ciales en centros académicos tales como CEBRAP en Brasil, CEDES en
Argentina y FLACSO en Chile. Dichas actividades de financiamiento
tenían como finalidad última la construcción de saberes en el ámbi-
to de las ciencias sociales que tuvieran alta capacidad de adaptación
frente a la economía de mercado y con un compromiso esencial con
la democracia liberal, el pluralismo y el reformismo político.

Según lo afirmado por un politólogo destacado del


Brasil, las inversiones de la Fundación Ford durante las
décadas de los 70 y 80 en el campo de la ciencia políti-
ca, contribuyeron a la gestación de un cambio extraor-
dinario. Una nueva generación de politólogos formados
al modo estadounidense hizo que la ciencia política se
volviera más rigurosa, metodológicamente más avan-
zada y más orientada hacia los derroteros marcados en
los Estados Unidos. El marxismo fue puesto en segundo
plano, mientras que los nuevos politólogos dejaban a un
lado –en palabras de uno de ellos– el desgastado y obso-
leto enfoque de Bélgica y Francia. El conocimiento y las
herramientas basadas en las pautas estadounidenses fue-
ron cada vez más importantes en los debates brasileños
al igual que en las transiciones hacia la democracia y el
Estado liberal (Dezalay y Garth, 2002: 166).

En Chile, las ciencias sociales no económicas y, en especial,


la ciencia política, no han aumentado significativamente desde
1990 su aporte disciplinar y conceptual en la toma de decisio-
nes, ni tampoco han sido factores detonantes de la discusión
sobre las reformas estructurales pendientes. Sabemos que el
rol que las ciencias sociales jugaron antes de 1973 en nuestro
país estuvo marcado por una alta capacidad de influencia en
el proceso político pero, al mismo tiempo, por su alta depen-
dencia de la política partidaria. Después de 1990, las ciencias
sociales chilenas se han caracterizado por una mayor autono-
mía respecto de los partidos, por una considerable sofisticación
metodológica pero, al mismo tiempo, por un disminuido vigor
teórico y una muy discutible contribución al diseño e imple-
mentación de políticas. Paradojalmente se podría argumentar,

15
Marcelo Mella

sin temor a ser calificado de excéntrico, que durante el régimen


autoritario de Pinochet, en particular en el transcurso de la
década de 1980 y en el marco de severas restricciones a las
libertades públicas, las ciencias sociales no económicas alcan-
zaron su mayor capacidad para influir en el proceso político.
Los centros académicos de la oposición reformista a Pinochet
lograron el doble objetivo de redefinir lo posible en términos
programáticos y estratégicos y, del mismo modo, modificar las
estructuras del sistema político (Mella, 2008).
Esta producción de conocimiento social y político desde los
centros académicos vinculados a la oposición reformista chile-
na introdujo elementos ideológicos centrales del giro reformis-
ta del socialismo internacional y divulgó experiencias europeas
de convergencia y concertación política. Aunque desde el punto
de vista conceptual, los autores de esta tradición se conectaban
nítidamente (aunque no exclusivamente) con ciertas corrientes
del reformismo cosmopolita de raíz socialdemócrata y con auto-
res representantes en la actualidad del mainstream politológico
anglosajón; como Samuel Huntington, Seymour Martin Lipset,
Õ>˜Êˆ˜â]ʘ̅œ˜ÞÊ œÜ˜Ã]Ê`>“Ê*ÀâiܜÀΈ]Êœ˜Ê ÃÌiÀÊÞÊ*…ˆ-
llipe Schmitter, entre otros; desde el punto de vista de sus trayec-
torias profesionales se trataban mayoritariamente de outsiders.
Intelectuales que actualmente son reconocidos como parte del
clero disciplinar en la ciencia política fueron formados en la in-
geniería, el derecho o la sociología. Pero, al mismo tiempo, estos
intelectuales fueron, desde la década de 1980 y en algunos casos
desde antes, actores relevantes de la lucha contra la dictadura
de Pinochet, por tanto, insiders desde la perspectiva del proceso
político. El carácter ambivalente de este clero, generada bajo la
dictadura militar y los primeros años de transición, ha sido ana-
lizado largamente en un libro anterior titulado metafóricamente
Extraños en la noche (Mella, 2011b).
Restablecida la democracia en Chile, la ciencia política ha con-
quistado un aceptable nivel de desarrollo y autonomía, manifestado
principalmente en el desarrollo de investigación académica y una
explosiva expansión de la oferta de pregrado. Sin embargo, a la fe-
cha esta disciplina no ha consolidado un campo profesional distinto
a la academia (docencia e investigación) y carece aún de incidencia
en la discusión, el diseño y la implementación de políticas1.

1
Esta incapacidad disciplinar para influir sobre las instituciones y el proce-
so político en las últimas décadas se produce para Chile en paralelo a la

16
Elementos de Ciencia Política

Cabría preguntarse si esta estructura de producción de


conocimiento logrará responder a los desafíos que enfrenta
el país y la región. Sabemos que, desde la recuperación de la
democracia en gran parte de América Latina el clero de la dis-
ciplina, o se desempeña en labores gubernamentales, o ingresa
a los claustros universitarios. En este último caso, la ciencia
política ha experimentado una fuerte expansión de la oferta
en formación de pregrado en el mundo de las universidades
privadas, con una débil discusión respecto de caminos para la
profesionalización disciplinar.
Tanto aquellas disciplinas comprometidas y subordinadas
a las lógicas político-partidarias, como aquellas disciplinas que
resistieron desde las «catacumbas» la represión de la dictadura,
son actualmente parte de nuestro pasado. Todo esto nos lleva a
la discusión acerca del valor efectivo y el impacto científico, so-
cial y político de estos saberes frente a los desafíos presentes de
América Latina. Las complejidades del desarrollo de las ciencias
sociales en Chile permiten advertir la magnitud de los desafíos
futuros en estas áreas del conocimiento.
Nuestro trabajo no persigue dar solución a estos problemas.
No podría ser esta, por cierto, una ambición sensata para un
texto académico. Tampoco pretende recorrer, en toda su com-
plejidad y sofisticación, el estado del arte de la ciencia política en
ninguno de sus temas. Simplemente nos interesa compartir la in-
dagatoria parcial, realizada desde mi experiencia como profesor
universitario, acerca de caminos posibles (y, a mi entender, nece-
sarios) para el desarrollo de la disciplina; esto es, problematizar

expansión de la oferta universitaria en el área. Según datos del Servicio de


Información de Educación Superior (SIES) durante el año 2008 se titularon
en Chile 143 estudiantes de la carrera de Ciencia Política, lo que, si se suma
a los egresados de áreas profesionales colindantes como Administración Pú-
blica, eleva el número de egresados a 443. Si se proyecta esta información
en un lapso de 10 a 15 años, la situación de empleabilidad de los egresados
de Ciencia Política en Chile podría llegar a ser preocupante. Más aún si esta
expansión en la oferta de la disciplina se acompaña con la ausencia de una
meta-reflexión respecto de cuáles debieran ser los problemas o líneas de
investigación priorizadas, así como también sus alternativas de institucio-
nalización y profesionalización. En el mejor de los casos, la ciencia política
chilena ha constituido «narratividad» para alimentar el debate público, con
cierta inclinación panegírica respecto del «modelo chileno». Pareciera ser
que, en este caso, la penetración en lo institucional ha implicado más pene-
tración personal (mayormente por credenciales sociales o partidarias) y me-
nos penetración disciplinaria, más expansión de la formación universitaria
con exiguo desarrollo del campo profesional.

17
Marcelo Mella

desde la ciencia política respecto a temas socialmente relevantes


sobre la base de que la dirección en que se desarrolla nuestro
campo podría significar su alejamiento de las preocupaciones
concretas. Mediante esta contribución modesta esperamos cola-
borar a redefinir el lazo de la ciencia política con las prácticas en
Chile y América Latina; agotados los desafíos derivados del pro-
ceso de transición a la democracia. En especial, nos importa con-
tribuir a generar contenidos, estrategias y aproximaciones para
una mejor comprensión de la política y los asuntos públicos en
nuestra región, para, de esta manera, acortar la distancia entre la
experiencia social y el saber disciplinar «canónico».
Emprendemos esta tarea animados por algunas creencias
que operan como aprioris. Inicialmente, la idea de que el pensa-
miento y los conceptos contribuyen a definir la realidad social,
vale decir, las ideas pueden influir sobre las prácticas (perfor-
matividad) o, como dicen los filósofos pragmáticos, sería posi-
ble «hacer cosas con palabras». En seguida, suponemos que no
existe otro modo de aproximarnos al mundo de la acción y los
procesos políticos si no es considerando los conceptos elabora-
dos por los actores como categorías situadas histórica, social y
políticamente. Como dirían nuevamente los mismos autores se-
ñalados, existe una intención nacida de la posición enunciativa
del actor que permite interpretar los significados y comprender
la acción. Sin un estudio de esta intención o «fuerza ilocutiva»
de los actores, cualquier aproximación al lenguaje disciplinar
puede alejar aún más a las audiencias del trabajo académico.
Asimismo, buscamos aprovechar la experiencia académica como
el punto de partida para un trabajo tendiente a sentar las bases
de una ciencia política sin autorreferencia y en diálogo con los
asuntos públicos. Especialmente nos importa fortalecer el diá-
logo interdisciplinario orientado a la historización de la ciencia
política y la politización de la historiografía.
La historia de la ciencia política no es ni ha sido sencilla.
Nada siquiera parecido a un desarrollo lineal y acumulativo.
Desde la creación de su matriz teórica moderna ha sufrido pro-
gresivos desmembramientos que han redefinido su objeto y, por
ende, su función social. Una primera fisura o desmembramiento
fue desatado por la economía política desde la segunda mitad
del siglo XVIII, en adelante. Si bien para autores tan relevantes
como Adam Smith, la economía política aparece dependiente de
la política, ello no se mantendrá en el futuro inmediato, pues

18
Elementos de Ciencia Política

corrientes entonces emergentes, como los fisiócratas ingleses, de-


fienden la autonomía, espontaneidad y automatismo de la eco-
nomía respecto a otros campos de la vida social (Prelot, 1994:
30-31). Un segundo espolonazo a la ciencia política lo infiere la
fundación disciplinar de la sociología, durante la primera mi-
tad del siglo XIX. Anterior a Augusto Comte, autores como el
alemán Robert von Mohl y el historiador francés Henri Hauser
habían diferenciado el campo social del campo político, siendo
compuesto el primero «por las instituciones, las costumbres o
los comportamientos no organizados directamente por el poder
(…)» (Prelot, 1994: 34). Finalmente, la última gran invectiva
se fragua desde el estudio del derecho que concibe a la ciencia
del derecho público como el conocimiento propio del Estado,
relegando a la ciencia política a la condición de un saber inferior
«indigna de las cátedras universitarias» y semejante a «literatura
de periódico» (Prelot, 1994: 43).
A lo largo del siglo XX la ciencia política ha transitado des-
de un primer momento caracterizado por la existencia de una
«teoría residual», como resultado de los intentos de absorción o
desmembramiento de su objeto por nuevos saberes disciplinares
(Prelot, 1994: 44-50), hasta una situación de expansión carente
de unidad disciplinar (Almond, 1995). Gabriel Almond, en un
contexto de crecimiento y creciente institucionalización, sostiene
que la ciencia política se ha convertido en una disciplina frag-
mentada, dado que, existiendo un relativo acuerdo acerca del
objeto disciplinar, adolece de falta de consenso sobre métodos
y lenguaje comunes. En este sentido, dicho autor habla de una
disciplina segmentada en «múltiples escritorios».
Más recientemente, Giovanni Sartori en Where is Political
Science Going? y César Cancino en La muerte de la ciencia polí-
tica, han levantado la idea de una desorientación de la disciplina.
Esta pérdida de sentido misional, a juicio de estos autores, se
explicaría por el academicismo y la alta especialización cuan-
titativa que ha conducido a la disciplina a estudios sofisticados
en lo metodológico, pero triviales e insignificantes frente a las
problemáticas políticas y sociales de nuestro tiempo (Cancino,
2008: 7). Cancino sostiene:

La ciencia política, por su parte, debería liberarse de


su obsesión metodológica, de las presunciones de su ideo-
logía cientificista, de su imposible aspiración a la neutra-
lidad valorativa, de su débil sensibilidad por la historia y

19
Marcelo Mella

el cambio social. Con todo, la ciencia política no debería


renunciar a su lección de rigor y claridad conceptuales,
ni disminuir su vocación por la indagación empírica so-
bre la política, si esto significa, una vez abandonados los
prejuicios positivistas, actividad de información, docu-
mentación y estudio comparativo de los sistemas políti-
cos contemporáneos, sin la cual no se construye alguna
teoría política digna de tal nombre (Cancino, 2008: 267).

A diferencia de Cancino, sostengo la creencia de que la so-


lución frente al extravío de la disciplina no se encuentra en la
recomposición de la investigación con alguna forma de meta-
teoría, sino más bien en el encuentro con el planteamiento de
problemas políticamente relevantes que permitan abrir nuevas
rutas para la investigación. Estos problemas conciernen, en lo
principal, a los modos en que se construyen y deconstruyen
las relaciones de poder, ya sea en el ámbito institucional o ex-
trainstitucional, a nivel subnacional, nacional o internacional.
Para abordar esta tarea resulta ingenuo y estéril reclamar auto-
nomías disciplinares y, al mismo tiempo, pretender superar la
condición de futilidad en la que se encuentra atrapada buena
parte de la investigación politológica.
Como se podrá apreciar en los deferentes apartados de este
trabajo, nuestro enfoque se aproxima a la tradición conocida
como institucionalismo histórico, puesto que nos importa com-
prender el funcionamiento de las estructuras políticas a partir
de sus condiciones históricas de posibilidad. En este punto nos
remitimos a lo señalado por Paul Pierson y Theda Skocpol para
explicar el contenido de esta tradición:

Tres rasgos importantes caracterizan a la comunidad


institucionalista histórica en la ciencia política contem-
poránea. Los institucionalistas históricos abordan cues-
tiones amplias, sustantivas, que son inherentemente de
interés para públicos diversos, así como para otros inte-
lectuales. Para desarrollar argumentos explicativos sobre
resultados importantes o enigmas, los institucionalistas
históricos toman en serio al tiempo, especificando secuen-
cias y rastreando transformaciones y procesos de escala y
temporalidad variables. Los institucionalistas históricos,
asimismo, analizan contextos macro y formulan hipótesis
sobre los efectos combinados de instituciones y procesos,
en vez de examinar una sola institución o proceso por vez.
Si se considera a estos tres rasgos en su conjunto (agendas

20
Elementos de Ciencia Política

sustantivas, argumentos temporales y atención a contextos


y configuraciones), se podrá observar que dan cuenta de un
enfoque institucionalista histórico reconocible que realiza
contribuciones poderosas a la comprensión del gobierno, la
política y las políticas públicas por parte de nuestra discipli-
na (Pierson y Skocpol, 2008: 9).

Asumimos que la historia interviene de modo relevante en la


trayectoria de los procesos y la racionalidad de los actores (Path
Dependence); ya sea manteniendo el status quo como modifican-
do los modus operandi de las instituciones en ciertas coyunturas
críticas. Nos interesa también, a través de este trabajo, supe-
rar los límites estrictos de la institución como objeto, rasgo que
identifica los estudios en nuestro campo disciplinar, abordando
como objetos posibles «cuestiones de fondo» y comportamien-
tos extrainstitucionales en contextos de complejidad. Buscamos
contribuir al análisis macro y meso de conceptos, actores y pro-
cesos políticos, en el entendido que estos niveles de exploración
facilitan trabajar en perspectiva histórica sin abandonar los as-
pectos sustantivos, los contextos y la dimensión cultural de la
vida política menospreciada por constituir, aparentemente, parte
de la realidad «blanda». Sin embargo, sostenemos que solo es
posible reencontrarnos con una mirada comprensiva y rigurosa
en lo metodológico, orientada al estudio de cuestiones sustanti-
vas, si la investigación se sitúa en referencia a problemas con va-
lor social. Leonardo Morlino señalaba, en un reciente Congreso
de ALACIP, que una razón para justificar la expansión de la cien-
cia política en América Latina era que esta disciplina permitía
«salvar vidas contribuyendo a diseñar e implementar buenas po-
líticas». Creemos que una disciplina que se desarrolla de manera
autorreferida en la academia y evoluciona desprovista de «cables
a tierra», difícilmente estará a la altura de esa misión.
A lo largo de este trabajo queremos explotar las contradic-
ciones internas de la ciencia política; mostrando al lector las al-
ternativas de enfoque más que los acuerdos metodológicos al-
canzados; los viejos temas con respuestas pendientes, más que
los temas de moda. Particularmente, queremos centrarnos en dos
grandes oposiciones que se puede observar en los estudios polí-
ticos; por una parte la díada institucional / informal y, en segun-
do término, la díada estructura / agencia. La primera oposición
(institucional vs. informal) permite incluir de modo variable las
contribuciones de las diferentes ramas del institucionalismo y los

21
Marcelo Mella

temas o problemas –tales como la corrupción y el clientelismo–


analizados por autores generalmente localizados en la sociología
o en comunidades de la ciencia política de orientación emic que
se ocupan de fenómenos que expresan desviación frente a lo ins-
titucional. En cambio, la segunda oposición se centra en el viejo
dilema estructura vs. agencia y está representada por dos escue-
las, los holistas y los individualistas metodológicos. Siguiendo
a Peter Burke, los holistas o estructuralistas se caracterizan por
creer que «las acciones específicas se encuentran insertas en un
sistema de prácticas sociales», mientras que los individualistas
metodológicos se definen por su inclinación a reducir lo social a
lo individual (Burke, 1993: 184).

Cuadro Nº 1
Enfoques alternativos en ciencia política
/ŶƐƟƚƵĐŝŽŶĂů
Estructura Agente

/ŶĨŽƌŵĂů

Fuente: Elaboración propia.

Otro asunto que buscamos relevar en este libro (y que, en


este caso, nos pone en tensión con el institucionalismo histórico)
corresponde a las diferentes maneras de representar el cambio,
en las ciencias sociales en general pero, en especial, en la ciencia
política. Usualmente se acostumbra a distinguir entre dos «pa-
radigmas»: el modelo que analiza el cambio como un proceso
gradual, acumulativo y endógeno (modelo spenceriano) y el mo-
delo que representa el cambio como conflicto y ruptura revolu-
cionaria (modelo marxista). Esta última perspectiva introduce
correcciones fundamentales respecto del primer modelo, debi-
do a que acepta los procesos regresivos y los factores exógenos
como elementos de la explicación (Burke, 1993: 203-244). Se
entiende, en general, que el enfoque spenceriano explica el cam-
bio como proceso automático (determinado) y el enfoque mar-
xista, en tanto modelo correctivo, introduce mecanismos para la
explicación del cambio como proceso intencional. Al menos así
lo han creído los marxistas analíticos.
La conocida frase de Marx: «Los hombres hacen la histo-
ria, pero no en circunstancias de su propia elección», muestra la

22
Elementos de Ciencia Política

complejidad y ambigüedad que adquieren los debates estructura


vs. agente y cambio social como proceso automático o como
proceso intencional. Jon Elster ha analizado dos perspectivas
antagónicas en relación a estos problemas, el modelo biológico-
evolutivo (selección determinista) y el modelo intencional (elec-
ción racional). El autor sostiene que la especificidad del suje-
to social consiste en su creencia en el entorno como totalidad
cambiante y en la capacidad del sujeto para diseñar estrategias
indirectas. La elaboración de estas últimas supone que el sujeto
puede establecer sus preferencias y definir sus elecciones, consi-
derando cambios probables en el contexto futuro. A esta capaci-
dad Elster le llama de maximización global, que distingue de la
maximización local propia de la adaptación evolutiva.

Podemos decir que al crear al hombre, la selección


natural se ha trascendido a sí misma. Este salto implica
una transición de la adaptación no intencional, sea local
o accidentalmente global, a la adaptación intencional y
deliberada (Elster, 1989: 35).

En consecuencia, la capacidad del actor para transcender los


mecanismos de adaptación no intencional sería una posibilidad
de explicar la contradictoria frase de Marx que hemos citado; y la
maximización global de tipo intencional, el salto cualitativo que
explica el surgimiento de la racionalidad estratégica del tipo «un
paso atrás, para dar dos pasos adelante» o, como lo llama Elster
en su libro Ulises y las sirenas, la lógica de «atarse al mástil».

Ulises no era por completo racional, pues un ser ra-


cional no habría tenido que apelar a ese recurso; tampoco
era, sencillamente el pasivo e irracional vehículo de sus
cambiantes caprichos y deseos, pues era capaz de alcan-
zar por medios indirectos el mismo fin que una persona
racional habría podido alcanzar de manera directa. (…)
atarse a sí mismo es un modo privilegiado de resolver el
problema de la flaqueza de voluntad; la principal técnica
para lograr la racionalidad por medios indirectos (Elster,
1989: 66-67).

Nos hemos visto en la necesidad de elaborar este libro en


tres entregas, sin pretensión de incluir exhaustivamente la to-
talidad de las ramas de la ciencia política. Más bien nos inte-
resa reorientar la disciplina hacia ciertos énfasis que, creemos,

23
Marcelo Mella

vitalizarán la convergencia de la investigación con los asuntos


públicos. En el primer volumen nos ocuparemos del estudio de
conceptos, actores y procesos, con una preocupación más bien
teórica. El segundo volumen tratará del conflicto como objeto,
con el propósito de reparar el, a nuestro juicio, injustificado
alejamiento de este tema de las agendas de investigación dis-
ciplinar. Y en el tercer volumen queremos abordar el estudio
comparativo de las instituciones y las políticas públicas. Me-
diante estos tomos esperamos ayudar a revertir tendencias que,
en nuestra opinión, limitan la institucionalización de la ciencia
política, a saber: la distinción entre teoría política y ciencia
política; el énfasis con implicancias normativas a favor de la
estabilidad y el control sobre la sociedad; y la fuerte tendencia
estadocéntrica que aún persiste.
A lo largo de este primer volumen, dedicado al estudio de
conceptos, actores y procesos, analizaremos cuatro temas. En
primer lugar se estudiarán –a grandes rasgos– algunas de las
transformaciones culturales que han redefinido el carácter de la
política contemporánea. Con especial detención abordaremos
seis giros que modifican la posición y la relación de la política
con otros campos normativos. Probablemente, el proceso más
importante aquí corresponde a la pérdida de centralidad de la
política frente al conjunto de campos que configuran la expe-
riencia subjetiva en la modernidad tardía. Por otra parte, en esta
sección se discutirá la vigencia, para el análisis político, de los
esquemas materiales y postmateriales.
En segundo término se explorarán conceptos fundamenta-
les para la disciplina, pensando en un diálogo con la histo-
riografía y otros saberes próximos de las humanidades y las
ciencias sociales. Durante este apartado se discutirá acerca de
los conceptos de poder, política y lo político, centrándonos en
lo que llamamos enfoques diádicos y tríadicos para el estudio
de las relaciones de poder. Luego se reconstruirá, a grandes ras-
gos, el debate acerca de los conceptos de democracia y Estado.
Para el primer caso nos interesa mostrar cómo un concepto que
se ha instalado en el sentido común contemporáneo posee una
alta complejidad y polisemia, proveniente de su carácter histó-
rico. En cuanto a la noción de Estado, nos importa mostrar su
evolución histórica y los cambios de significado que contradi-
cen cualquier pretensión de universalidad. También en relación
al Estado, y su evolución proyectada a futuro, se presentarán

24
Elementos de Ciencia Política

claves del debate que enfrenta las estructuras de poder estatales


y las estructuras de poder «cosmopolita».
En tercer lugar se estudiarán los conceptos básicos y las ló-
gicas específicas de los actores políticos situados desde lo insti-
tucional a lo social. Para esta sección abordaremos el análisis de
los partidos políticos, las asociaciones de interés, los movimien-
tos sociales, los medios de comunicación y la ciudadanía. Un
propósito central consiste en establecer criterios para comparar
las lógicas o «racionalidades» de los diferentes actores, bajo la
creencia general que la racionalidad instrumental se puede apli-
car como categoría heurística común a cualquiera de estos. En
este espacio se presentarán cada uno de los contenidos ordena-
dos desde lo institucional a la dimensión informal, como estrate-
gia para abordar nuevas dimensiones de la actividad política que
se encuentran, habitualmente, al margen de los estudios más tra-
dicionales de ciencia política. Además, existe un cierto sesgo en
relación a aplicar conceptos en casos latinoamericanos, debido
a que nuestra posición enunciativa podría contribuir a generar
una mayor contrastación de teoría.
Finalmente, en cuarto lugar se analizarán procesos políticos
relevantes que han marcado las estructuras político-instituciona-
les en las últimas décadas en las sociedades occidentales y, muy
especialmente, en sociedades latinoamericanas. Este capítulo
pasa revista a procesos tales como la modernización, las transi-
ciones a la democracia, la consolidación democrática y la nueva
inestabilidad política observada en años recientes. En relación a
estos procesos suponemos que, aunque en las últimas décadas se
observa un predominio de la ética de la responsabilidad o, como
diría Jon Elster, de la política de «atarse al mástil», ese despla-
zamiento ha determinado una crisis que implica «tocar techo»
en los procesos de institucionalización. De acuerdo a los argu-
mentos presentados, seguir avanzando en la institucionalización
en Chile o América Latina, por ejemplo, supone profundizar el
sentido de la innovación y la reforma de las instituciones polí-
ticas. En este último apartado nuestro interés consiste en mos-
trar aquellos procesos tendientes a producir mayor institucio-
nalización y estabilidad pero que, paradojalmente, mantiene a
una importante cantidad de ciudadanos en situaciones de infor-
malidad, ya sea por desafección o persistencia de racionalidad
contra-adaptativa.

25
I

Transformaciones
culturales y políticas
Es posible que el diagnóstico más aceptado frente a la po-
lítica contemporánea sea que esta se encuentra en crisis (Berger
y Luckmann, 1996; Lechner, 2002). Tal afirmación tiene su res-
paldo en el distanciamiento y malestar de los ciudadanos frente
a las instituciones y la democracia, en la desvalorización de la
política como campo normativo, en las crecientes dificultades
para construir sentido a nivel colectivo y en el desfase de las ins-
tituciones y estructuras políticas tradicionales, entre otras mani-
festaciones. Por otra parte, la permanencia de una «zona gris»
(Auyero, 2007) conformada por múltiples modalidades de rela-
ciones informales que complejizan el funcionamiento de las es-
tructuras formales, ha erosionado la justicia como valor público
­,>܏Ã]ÊÓääÈ®ÊÞʏ>ÊVœ˜w>˜â>Ê`iʏ>ÊVˆÕ`>`>˜‰>Êi˜Ê>ÃÊV>«>Vˆ`>`iÃÊ
institucionales (Rosanvallon, 2007).
Alain Touraine sostiene que la «crisis de la política» es la
cara de un proceso más amplio, a saber, la «crisis de la moder-
nidad». Para este autor: «La fuerza liberadora de la modernidad
se agota a medida que esta triunfa» (Touraine, 1994: 93). En
el principio de esta crisis se encuentra la desconexión entre un
saber social, que se define como prisionero de la racionalidad
instrumental, y de una acción modernizadora generadora de des-
confianza (Touraine, 1994: 96-97).

¿Es todavía liberadora esa invocación en la gran ciu-


dad iluminada día y noche, en la que las luces que par-
padean atraen al comprador o le imponen la propagan-
da del Estado? La racionalización es una palabra noble
cuando introduce el espíritu científico y crítico en esferas
hasta entonces dominadas por las autoridades tradicio-
nales y la arbitrariedad de los poderosos; pero se con-
vierte en un término temible cuando designa el tayloris-
mo y los otros métodos de organización del trabajo que
quebrantan la autonomía profesional de los obreros y lo
someten a ritmos y a mandatos supuestamente científicos
pero que no son más que instrumentos puestos al servicio
de las utilidades, indiferentes a las realidades fisiológicas,

29
Marcelo Mella

psicológicas y sociales del hombre que trabaja» (Tourai-


ne, 1994: 93).

Particularmente, Touraine señala que la crisis de la moder-


nidad se caracteriza por la fragmentación de la sociedad en
cuatro ámbitos de acción: sexualidad, consumo, empresa y
nación. Son estas cuatro fuerzas las que generarían, en las so-
ciedades modernas, una experiencia social crecientemente frag-
mentada. La forma de controlar estas tendencias centrífugas
estaría dada por un equilibrio contingente entre estas fuerzas
(antimodernas) y la racionalidad instrumental (generadora de
acción modernizadora), tal como se aprecia en el siguiente cua-
dro. La hegemonía de una de las fuerzas o de la racionalidad
instrumental causaría malestar, erosión de la sociedad y pérdi-
da de un modelo cultural coherente. Touraine sostiene al res-
pecto: «El agotamiento de la modernidad se transforma pronto
en un sentimiento angustioso por la falta de sentido de una ac-
ción que ya no acepta como criterios sino los de la racionalidad
instrumental» (Touraine, 1994: 94).

Cuadro Nº 2
Cuatro dimensiones de riesgo en la modernidad

WŽůĂƌŝnjĂĐŝſŶ ŵĞŶĂnjĂƐ
;ĂƉŝƚĂůŝƐŵŽͿ ;/ŶĚƵƐƚƌŝĂůŝƐŵŽͿ
ĞĐŽŶſŵŝĐĂ ĞĐŽůſŐŝĐĂƐ

EĞŐĂĐŝſŶĚĞ ŵĞŶĂnjĂĚĞ
;DĞĚŝŽƐĚĞ
;sŝŐŝůĂŶĐŝĂͿ ůŽƐĚĞƌĞĐŚŽƐ ŐƵĞƌƌĂĂŐƌĂŶ
ǀŝŽůĞŶĐŝĂͿ
ĚĞŵŽĐƌĄƟĐŽƐ ĞƐĐĂůĂ

Fuente: Giddens (1994: 106).

Dos significados de la crisis


A modo de simplificación didáctica diremos que la noción de
crisis puede entenderse principalmente de dos formas; en un sen-
tido estricto, como decadencia o fin y; en un sentido amplio,
como proceso de pérdida de sentido.
En su primera acepción, la crisis consiste en romper el fun-
cionamiento de un sistema. Esta perspectiva destaca la idea de
decadencia o fin, por la cual la crisis sería expresión de una situa-
ción terminal o epifenómeno. Se entiende que en una situación
terminal lo típico es que una estructura o un sistema no puedan
ser mantenidos en su funcionamiento rutinario y deban cambiar

30
Elementos de Ciencia Política

o ser sustituidos. A esta mirada corresponde, obviamente, la ex-


plicación marxista sobre el quiebre y la superación del sistema
capitalista, así como las interpretaciones de la teoría crítica y la
ÃVÕi>Ê `iÊ À>˜ŽvÕÀÌ°Ê iÃ`iÊ œÌÀ>Ê «iÀëiV̈Û>]Ê -ii}iÀ]Ê -i˜œÜÊ
y Ulmer (1998) establecen también que las crisis poseen cuatro
rasgos en tanto epifenómeno: i) son inesperadas, ii) crean incerti-
dumbre, iii) son percibidas como amenazas para los objetivos de
la organización o el sistema, y iv) producen cambios.
En la segunda acepción, la crisis corresponde a la pérdida de
significados y sentidos por ausencia de metarrelatos, cuyo prin-
cipal efecto es la generación de incertidumbre. Bajo esta última
significación, Antonio Gramsci sostiene que existe crisis «cuan-
do lo que tiene que morir no muere y lo que tiene que nacer aún
no nace». Aunque en Gramsci subyace la idea de que la crisis co-
rresponde a la erosión de la capacidad de un bloque dominante
para mantener su posición hegemónica (por tanto se alude a una
situación terminal), resulta más relevante su idea de que la crisis
es una situación contingente donde todavía no se ha consolidado
un nuevo proyecto hegemónico (por tanto, lo que predomina
es una situación de indeterminación respecto del futuro). Igual-
mente, Ortega y Gasset (1940) entiende que la crisis se produce
cuando existe un declive de un sistema de creencias básicas aún
no reemplazadas. En palabras suyas:

Hay crisis histórica cuando el cambio de mundo que


se produce consiste en que al mundo o sistema de con-
vicciones de la generación anterior sucede un estado vital
en que el hombre se queda sin aquellas convicciones, por
tanto sin mundo. El hombre vuelve a no saber qué hacer,
porque vuelve a de verdad no saber qué pensar sobre el
mundo (Ortega y Gasset, 1956).

Corresponde, entonces, a la propia modernidad desplegar


o no las condiciones particulares que hacen posible la tarea de
la construcción social de sentido. La creciente expresión de la
crisis como ausencia de sentido colectivo no sería un problema
intencional, de voluntad o un efecto indeseado, muy por el con-
trario, sería el propio ethos del proyecto liberal lo que explicaría
la erosión de marcos referenciales y el surgimiento de la anomia
social (Dahrendorf, 1990). En esta perspectiva, Peter Berger y
Thomas Luckmann (1996) han sostenido que la modernidad y
la democracia liberal, en la medida que consolidan su proyecto

31
Marcelo Mella

cultural, generan una erosión del sentido colectivo que tensiona


al sujeto individual en su búsqueda de un lugar en la historia.
Berger y Luckmann señalan:

Para juzgar de qué manera pueden ser contrarresta-


das las crisis de sentido de las sociedades modernas, es
fundamental advertir que dos características estructu-
rales muy distintas de la sociedad moderna tienen con-
secuencias muy distintas. La diferenciación estructural
de la función (y su organización instrumentalmente ra-
cional en la economía, la administración y el sistema
jurídico) y el pluralismo moderno son algunas de las
precondiciones para disfrutar de la larga lista de ven-
tajas que las sociedades modernas pueden ofrecer a sus
miembros: la prosperidad económica y la seguridad, no
solo material sino también psíquica, que proporcionan
un Estado benefactor sometido al imperio del derecho y
una democracia parlamentaria. Las mismas característi-
cas estructurales son, sin embargo, responsables además
de que las sociedades modernas ya no tengan que des-
empeñar la función antropológica básica que todas las
sociedades han cumplido (a saber, la generación, trans-
misión y conservación de sentido) o, al menos, de que
las sociedades modernas ya no realicen esta tarea con el
mismo grado de éxito relativo con que lo hicieron otras
conformaciones sociales anteriores. Las sociedades mo-
dernas pueden contar con instituciones especializadas
para la producción y transmisión de sentido, o pueden
haber permitido el desarrollo de las mismas, pero ya no
son capaces de transmitir o de mantener a nivel global
sistemas de sentido y de valores destinados a toda la so-
ciedad. La estructura de las sociedades modernas, junto
con la riqueza y otros beneficios, también crea las con-
diciones para la aparición de crisis de sentido subjetivas
e intersubjetivas (Berger y Luckmann, 1996: 47).

Sostener la centralidad política de la crisis supone creer,


como Ulrich Beck, que las sociedades modernas producen, por
su propia dinámica, los problemas que tienen que solucionar.
Este autor distingue dos tipos de problemas generados por la
modernidad como proceso; el riesgo y la incertidumbre. El ries-
go sería aquel conjunto de amenazas, generalmente producidas
por la naturaleza, que el hombre no puede controlar y que afec-
tan el fiel cumplimiento de las metas de la acción intencional. La
incertidumbre, en cambio, sería aquellas amenazas o externali-

32
Elementos de Ciencia Política

dades que, aunque indeterminadas, han sido producidas por el


hombre y su acción racional. Anthony Giddens llama a esta úl-
tima externalidad (incertidumbre) producida por el avance de la
modernidad, «incertidumbre fabricada». En uno de sus trabajos
más célebres titulado, Ensayo sobre la ceguera, José Saramago
aborda el problema de la ausencia de coordenadas de sentido en
las sociedades modernas, fenómeno profundizado con la caída
de los socialismos reales a fines de la década de 1980:

El ciego alzó las manos ante los ojos, las movió,


Nada, es como si estuviera en medio de una niebla es-
pesa, es como si hubiera caído en un mar de leche, Pero
la ceguera no es así, dijo el otro, la ceguera dicen que es
negra, Pues yo lo veo todo blanco, A lo mejor tiene razón
la mujer, será cosa de nervios, los nervios son el diablo,
Yo sé muy bien lo que es esto, una desgracia, sí, una des-
gracia, Dígame donde vive, por favor, al mismo tiempo
se oyó que el motor se ponía en marcha. Balbuceando,
como si la falta de visión hubiera debilitado su memoria,
el ciego dio una dirección, luego dijo, No sé cómo voy a
agradecérselo, y el otro respondió, Nada, Hombre, no
tiene importancia, hoy por ti, mañana por mí, nadie sabe
lo que le espera, Tiene razón, quién me iba a decir a mí,
cuando salí esta mañana de casa, que iba a ocurrirme
una desgracia como esta. Le sorprendió que continuaran
parados, Por qué no avanzamos, preguntó, El semáforo
está en rojo, respondió el otro, Ah, dijo el ciego, y empe-
zó de nuevo a llorar. A partir de ahora no sabrá cuando
el semáforo se pone en rojo (Saramago, 2000: 11-12).

La expansión de las externalidades y amenazas es un proceso


inverso a la capacidad de generar control sobre el medio a partir
del uso de la razón. Así, la racionalización ha quedado en un
sitial de sospecha en su capacidad de producir efectos intencio-
nales y de controlar las condiciones que rodean la decisión. Por
ejemplo, Jon Elster, en Tuercas y tornillos (1989: 95-103) esque-
matizó la estructura de la acción racional, sus condiciones de
posibilidad y sus consecuencias típicas. Describe la acción racio-
nal como un tipo de acción originada en un conjunto de deseos
(preferencias) y en el marco de ciertas condiciones u oportunida-
des que la hacen posible. Bajo este esquema, la acción racional
produciría tres tipos de efectos. En primer lugar, los resultados
intencionales, esto es, cuando la acción genera los efectos defini-
dos a priori. En segundo lugar, los efectos no intencionales (ENI)

33
Marcelo Mella

que producen cambio de deseos, como ocurre en el mecanismo


de adaptación de preferencias conocido como «uvas amargas».
Finalmente, efectos no intencionales (ENI), que producen cam-
bio de oportunidades.

Cuadro Nº 3
Estructura de la acción racional

Fuente: Elster (1989).

Desde el punto de vista de la extensión o limitación de la acción


racional no solo se juega la capacidad de control sobre las externa-
lidades en la acción, sino también la radicalidad de los valores de la
cultura moderna. De acuerdo a la radicalidad de la racionalización
entendida como capacidad crítica, Ulrich Beck distingue dos mo-
mentos en la evolución del proyecto de la modernidad.
En primer lugar la llamada modernidad simple, que corres-
ponde a una fase caracterizada por la racionalización de la tra-
dición. Se trata de orientar la razón crítica frente a institucio-
nes, estructuras y valores considerados tradicionales o, en un
sentido más laxo, irracionales. Como efecto de esta dimensión
de la modernidad se desarrolla, en lo político, la lucha contra
el Antiguo Régimen en sus diversas formas (institucional o cul-
tural), cuya expresión más nítida son las llamadas revoluciones
liberales en Europa y Estados Unidos. También dentro de esta
dimensión se encuentran las revoluciones de emancipación en
América Latina durante el siglo XIX. No obstante, la lucha con-
tra el Antiguo Régimen o la tradición también se expresa, en
la cultura contemporánea, en el debate público sobre temas de
alta significación ética (aborto, muerte asistida, despenaliza-
ción del consumo de drogas, etc.).
En segundo lugar, la modernidad reflexiva corresponde
a la racionalización de la racionalización y, por tanto, posee
una dimensión epistémica. Para este caso, la razón crítica se
orienta a cuestionar los fundamentos conceptuales y episté-

34
Elementos de Ciencia Política

micos que hacen posible conocer y tocar las bases del propio
proyecto ilustrado. Se trata de un aspecto de la modernidad
donde predomina la crítica frente a la capacidad constructiva y,
en consecuencia, el optimismo ilustrado es reemplazado por el
escepticismo radical. Una consecuencia de este momento es la
percepción pesimista frente a los proyectos colectivos o la per-
cepción social extendida de que «las cosas no pueden cambiar»
(«corrosión del carácter» en Richard Sennett y «naturalización
de lo social» en Norbert Lechner).
Para analizar la crisis del proyecto moderno, Norbert Le-
chner (2002) identifica, por lo menos, seis grandes giros en los
significados de la actividad política, a saber: i) reaparición de
principios externos que guían la actividad política, ii) pérdida
de centralidad de la política, iii) reestructuración del tiempo
histórico, iv) desplazamiento de los límites de la política, v) ex-
tensión de los mercados a ámbitos no económicos, y vi) auge de
la cultura audiovisual. Para este propósito Lechner, retomando
los conceptos de Beck como elementos transversales en su aná-
lisis, distingue un momento de modernidad simple, en el que se
manifiestan los rasgos clásicos del proyecto ilustrado y, un se-
gundo momento que llama de modernidad reflexiva, en el que
se expresa radicalmente el sentido de la crisis contemporánea.

Heteronomía de la política
Durante los inicios de la modernidad la sociedad abandonó
todo principio externo de legitimación. Si la política pre-mo-
derna estuvo fundada en Dios o la naturaleza, durante la mo-
dernidad se transformó en un campo o sistema autorreferido.
El pensamiento político moderno, con autores como Juan Bo-
dino y Nicolás Maquiavelo, enfatizó la autonomía y el carácter
privilegiado de la normatividad política frente a otros campos
normativos. El «paradigma del Príncipe» mostraba no solo su
autonomía de la política, sino su preponderancia frente al con-
junto de la sociedad. En el famoso capítulo XV de El Príncipe,
Maquiavelo detalla los alcances de esta noción de autonomía
aplicada a la política:

Resta ver ahora cómo debe portarse el príncipe con


los súbditos y con los amigos. Como sé que muchos han
escrito sobre esto, dudo que no se achaque a presunción
si me alejo, sobre todo al tratar de esta materia, de las re-

35
Marcelo Mella

glas dadas por otros. Pero intentando escribir cosas útiles


para quienes las entienden, me ha parecido preferible ir
en derechura a la verdad efectiva del asunto que cuidar-
me de lo que puede imaginarse sobre él. Muchos conci-
bieron repúblicas y principados jamás vistos y que nunca
existieron. Hay tanto trecho de como se vive a como de-
biera vivirse; que quien renuncia a lo que se hace por lo
que se debería hacer, aprende más bien lo que le arruinará
que lo que le preservará. El hombre que quiera hacer en
todo profesión de bueno, cuando le rodean tantos ma-
los, correrá a su perdición. Por ello es necesario que el
príncipe, si desea mantenerse en su estado, aprenda a no
ser bueno, y a servirse o no de esa facultad a tenor de las
circunstancias (Maquiavelo, 1971: XV).

Con la llegada de la modernidad reflexiva o postmoderni-


dad, de algún modo la política pierde autonomía y vuelve a es-
tar referida a otros campos sociales. El paso desde teorías de la
gobernabilidad (orientadas a generar control político mediante
vínculos verticales de mando-obediencia) a teorías de la gober-
nanza (orientadas a generar control político mediante vínculos
horizontales y a la refundación del pacto social) y el énfasis en
la democratización como extensión de los mecanismos para ga-
rantizar transparencia y rendición de cuentas, podrían constituir
buenos ejemplos de esta lógica. Pierre Rosanvallon sostiene que
la pérdida de autonomía de la política se expresa también en la
masificación de la desconfianza como principal síntoma de las
democracias contemporáneas.
Los fenómenos de mayor referencialidad de la política res-
pecto de otros sectores (pérdida de autonomía) y la crecien-
te desconfianza frente a lo público, se aprecian claramente
en América Latina durante las últimas décadas. Frente a la
pregunta de si se gobierna para los grupos poderosos o para
el bien de todo el pueblo, el Informe Latinobarómetro 2009
muestra que solo en los casos de Uruguay y Panamá esta últi-
ma opción obtiene más del 50 % de las respuestas afirmativas
(Cuadro Nº 4). Aunque para el total de la región el promedio
de aquellos que responden «para el bien de todo el pueblo» ha
subido desde un 24 % a un 33 %, entre los años 2004 a 2009,
todavía una amplia mayoría (16 de 18 países) sostiene que la
democracia no ha conseguido romper con la concentración
elitista del poder.

36
Elementos de Ciencia Política

Cuadro Nº 4
Cuadro izquierda: Total América Latina 2004-2009 /
Cuadro derecha: Totales por país 2009
Pregunta: «Diría Ud. que su país está gobernado por unos cuantos grupos
económicos en su propio beneficio, o que está gobernado para el bien de
todo el pueblo». * Aquí solo «Para el bien de todo el pueblo».

Fuente: Latinobarómetro 2004-2009.

Pérdida de centralidad
La política durante la modernidad simple consistió en la acción
voluntaria cuya expresión típica fue la «Razón de Estado» ma-
quiavélica. Sin embargo, la condición de la política durante la
modernidad reflexiva supone la acción en torno a redes políti-
cas, acuerdos horizontales y construcción de mayorías, más que
en la toma de decisiones por actos de autoridad o expresión de
principios. Si durante la modernidad clásica el fin justificaba los
medios, en la modernidad reflexiva los actores negocian para de-
cidir lo posible, motivo por el cual se puede sostener que, en las
democracias actuales, la elección de los medios modela los fines
de la política. De fondo a estas transformaciones se encuentra
el paso desde una política generada en base a la voluntad, los
principios y la toma de posición, hacia una política centrada en
los medios, las consideraciones estratégicas y las «ventanas de
oportunidad» que hacen posible una decisión.
Por otra parte, si los fines aparecen subordinados a los me-
dios, en las sociedades contemporáneas la política pierde valor
como campo normativo orientado a la «construcción» del orden
social. La desvalorización o pérdida de centralidad de la política
puede estar vinculada a la pérdida de propósitos colectivos y a

37
Marcelo Mella

la percepción generalizada de que «las cosas no van a cambiar».


Ambos fenómenos se expresan cotidianamente en el descenso
del valor que se otorga a la política y lo público, en la privati-
zación de la política formal mediante la persistencia del clien-
telismo y en la incomprensión creciente de las funciones de la
institucionalidad estatal.
Esta desvalorización de la actividad política se confirma,
para el caso de América Latina, en los datos de Latinobaró-
metro 2009. Si se considera que la democracia constituye la
expresión más extendida de política institucional en la región,
sorprende que a veinte años de consolidada la «tercera ola»
los ciudadanos muestren, cada vez más, indiferencia o rechazo
frente al sistema democrático.

Cuadro Nº 5
Cuadro izquierda: Total América Latina 1995-2009 /
Cuadro derecha: Totales por país 2009.
Pregunta: Algunas personas dicen que la democracia permite que se solu-
cionen los problemas que tenemos en (país). Otras personas dicen que la
democracia no soluciona los problemas. ¿Cuál frase está más cerca de su
manera de pensar? Aquí solo «Algunas personas dicen que la democracia
permite que se solucionen los problemas que tenemos en (país)».

Fuente: Latinobarómetro 1995-2009.

Como se observa en el cuadro N° 5, casi un 50 % de los en-


cuestados cree que la democracia permite la solución de los pro-
blemas de cada país (el 50 % restante tiene la opinión contraria),
siendo este nivel de expectativas constante desde 1995 a 2009,
como aparece en la figura de la izquierda. Más de la mitad de los

38
Elementos de Ciencia Política

países de la región, en cambio, sostienen que la democracia no


permite alcanzar dichas soluciones. Paradojalmente, el país que
expresa mayor confianza en la centralidad de la democracia (Ve-
nezuela) es visto, por una gran cantidad de especialistas, como
una anomalía.

Reestructuración de la visión del


tiempo histórico
Durante la modernidad clásica la política estaba volcada hacia
el futuro, inspirada en la creencia en un progreso sostenido. Su
objetivo, durante esta fase del desarrollo ideológico occidental,
era decidir metas y conducir de modo constructivista el proceso
social. J.G. Fichte, en Los caracteres de la edad contemporánea
(1805), expresa con claridad esta subjetividad optimista respec-
to del devenir histórico:

La vida de la especie humana no depende del ciego


azar, ni es, como superficialmente se deja oír harto a me-
nudo, en todas partes igual a sí misma, de suerte que haya
sido siempre como ahora es y siempre haya de permanecer
así, sino que va marchando y corre hacia delante según un
plan fijo, que tiene que cumplirse necesariamente y, por
tanto, es seguro que será cumplido. Este plan es este: que la
especie se desarrolle en esta vida con libertad hasta llegar a
ser la pura imagen de la razón (Artola, 1979: 549).

La modernidad reflexiva, en cambio, diluyó la fe en el pro-


greso conforme la ambivalente experiencia histórica acumula-
da en el siglo XX, que mostraba los «avances» pero, del mismo
modo, los «estancamientos» y las «regresiones» producidas
por la razón ilustrada, principalmente luego de las dos guerras
mundiales. En consecuencia, el futuro no se asocia hoy con
una idea optimista de progreso «necesario», más bien aparece
como oportunidad y riesgo, o simple manejo de contingencias.
F. Fukuyama manifiesta en El fin de la historia, a pesar del
tono optimista general del libro, una aproximación ambivalen-
te frente al futuro:

La experiencia del siglo XX ha hecho muy problemá-


ticas las afirmaciones de que el progreso se basa en la
ciencia y la tecnología, pues la capacidad de la tecnología
de mejorar la vida humana depende en alto grado de un

39
Marcelo Mella

progreso moral paralelo del hombre. Sin este progreso


moral, el poder de la tecnología se utilizará para fines ma-
los y la humanidad se encontrará peor que antes (Fuku-
yama, 1992: 33).

Desplazamiento de los límites


Durante la modernidad simple la política estableció sus propios
espacios o campos. Desde una perspectiva sociológica, fue enten-
dida como un campo de sujetos especializados y competentes para
desarrollar una práctica profesional específica. Sus trayectorias o
carreras personales estaban claramente definidas por la práctica
del militantismo desde la juventud, la adhesión a cuerpos doctri-
narios específicos y la capacidad para sortear los costos de entrada
impuestos por las organizaciones partidarias para limitar el acceso
a ellas. Desde una perspectiva espacial, con la Paz de Westfalia,
en 1648, la política moderna fue entendida como un conjunto de
prácticas situadas en el marco del Estado-nación. La visión gene-
ral señalaba que la principal estructura de poder eran los Estados
y la soberanía constituía un valor y una capacidad absoluta frente
a cualquier otra forma de poder institucionalizado.
En cambio, durante la modernidad reflexiva la política se en-
tiende como un campo donde los sujetos encargados de «hacer
la política» se guían, preferentemente, por criterios de factibili-
dad «técnica» o «macroeconómica». Aparecen nuevos sujetos
como los policy makers y los technopols, generalmente econo-
mistas o ingenieros con escasa experiencia en la vida partidaria
y con altas credenciales académicas que sustituyen a los políticos
profesionales, tradicionalmente de formación jurídica y con una
trayectoria convencional en el militantismo. Corresponden tam-
bién al nuevo tipo de políticos los outsiders, sujetos que entran
a la política formal con un capital construido en otros campos
sociales (empresa privada, mundo de la cultura, deportes, etc.).
Desde una perspectiva espacial, la política en la modernidad
reflexiva define sus límites en correspondencia con la expansión
de la globalización como proceso. Por esta razón la soberanía
no constituye, en la actualidad, ni un valor ni una capacidad
absoluta de los Estados frente a poderes locales o estructuras de
gobierno cosmopolita. Esta erosión en la capacidad monopólica
del Estado de ejercer el poder dentro de un territorio se observa
en una gran variedad de temas, que van desde decisiones de po-
lítica macroeconómica a los derechos humanos.

40
Elementos de Ciencia Política

Para Anthony Giddens la globalización consiste en el tras-


trocamiento de las nociones de tiempo y espacio por la intro-
ducción de nuevas tecnologías. En consecuencia, la política se
explica cada vez mejor en referencia a las interacciones, distribu-
ciones de poder, alianzas y coaliciones, asimetrías y estructuras
institucionales propias de la globalización. Como señala Josep
Colomer en Grandes imperios, pequeñas naciones, este nuevo
contexto hace posible un mayor grado de competitividad entre
estructuras de poder situadas en distintos niveles, desde lo local
a lo cosmopolita.

Extensión de los mercados a ámbitos


no económicos
Como ya se ha visto, durante la modernidad simple la política se
organizó en el contexto más general de diferenciación de campos
sociales. La religión, la economía y la política, entre otros ámbi-
tos, establecieron sus propias lógicas normativas que les dieron
especificidad e hicieron posible un cierto progreso en cada uno de
estos sectores. Respecto de este proceso de diferenciación, la mo-
dernidad reflexiva implicó cierta regresión, debido a que distintas
lógicas sectoriales extendieron su influencia sobre la política.
Dentro del fenómeno de extensión del mercado sobre la
política identificamos, conceptualmente, dos dimensiones. Por
una parte, la mercantilización de la política contemporánea su-
pone que el dinero, los poderes económicos devenidos en fácti-
cos, el liderazgo y el clientelismo son cada vez más importantes
para «hacer política». Por otra parte, desde una perspectiva
epistémica, la ciencia política y los estudios políticos parecen
condicionar, en buena medida, su status de cientificidad a la
importación de categorías heurísticas provenientes de la eco-
nomía, el neoinstitucionalismo y la teoría de la elección pú-
blica (public choice). La dependencia de la disciplina respecto
`iÊ>Õ̜ÀiÃÊVœ“œÊœÃi«…Ê-V…Õ“«iÌiÀÊ­£™xÓ®]ʘ̅œ˜ÞÊ œÜ˜ÃÊ
(1957), James Buchanan (Buchanan y Tullock, 1999), Kenneth
ÀÀœÜÊ ­ÀÀœÜÊ ÞÊ ,>ޘ>Õ`]Ê £™n™®]Ê i˜ÌÀiÊ œÌÀœÃ]Ê `>˜Ê VÕi˜Ì>Ê `iÊ
ese fenómeno.
En América Latina, dicha imbricación entre la política y la
economía se expresa también a nivel subjetivo. Los datos de
Latinobarómetro muestran la incidencia de las condiciones es-
tructurales de la economía (crecimiento PIB per cápita) para el
desarrollo de opiniones favorables a la democracia en la región

41
Marcelo Mella

(satisfacción con la democracia), lo que, por defecto, revela la


complejidad del proceso de consolidación e institucionalización
a partir de factores políticos. La economía tiende a ser factor de
la política institucional de diversos modos. Menos frecuente, en
cambio, resulta el proceso inverso.

Cuadro Nº 6
Satisfacción con la democracia y crecimiento PIB per cápita
América Latina 1995-2009
Pregunta: En general, ¿diría Ud. que está muy satisfecho, más bien sa-
tisfecho, no muy satisfecho o nada satisfecho con el funcionamiento de
la democracia? Aquí solo «Muy satisfecho» más «Más bien satisfecho»
y «No muy satisfecho» más «Nada satisfecho».

Fuente: Latinobarómetro 1995-2009

Auge de la cultura audiovisiual


Resulta suficientemente conocido el hecho de que la política
moderna (modernidad simple) consideró a los medios de comu-
nicación como parte fundamental en la destrucción del Antiguo
Régimen y la construcción de la democracia liberal. Autores
pertenecientes al liberalismo clásico como John Stuart Mill
(1951; 2008), Alexander Hamilton, James Madison y Richard
Jay en los Federalist Papers (1994), junto a diversos escritos re-
dactados durante las revoluciones de emancipación en América
Latina, permiten apreciar la importancia que tuvo la prensa
para la edificación de las nuevas repúblicas.

42
Elementos de Ciencia Política

Francois-Xavier Guerra señala, en su Modernidad e Inde-


pendencias, que:

Hablar de la revolución como mutación cultural radi-


cal, lleva consigo inmediatamente el interrogarse sobre los
lugares en que la mutación se produce, los hombres que la
experimentan en primer lugar y los medios y ritmos con que
la mutación se transmite a otros lugares y a otros grupos
sociales. Dentro de esta problemática, es también inevita-
ble que nos plateemos las condiciones previas que hacen o
no hacen posible la difusión de las mutaciones. Entre estas
condiciones figuran en un lugar predominante tanto la alfa-
betización como la imprenta. Estos dos últimos campos no
pueden ser considerados solamente como cuestiones que re-
mitirían a una pura historia de la cultura, sino que afectan,
de hecho, a la historia política (Guerra, 1993: 275).

En cambio, la política en la modernidad reflexiva ha mirado


con creciente sospecha el rol de los medios frente a la democra-
cia. El punto de quiebre, sin duda, lo constituye la experiencia
histórica de la prensa como mecanismo de propaganda al servi-
cio de sistemas de dominación totalitarios. Al respecto, Theodor
Adorno, en Ensayos sobre la propaganda fascista (2005) señala:
«La actividad proselitista, antes que por la exposición de ideas y
argumentos, pretende actuar sobre los mecanismos inconscien-
tes de las personas. No solo la técnica oratoria de los demagogos
fascistas es de naturaleza astutamente ilógica y seudo-emocio-
nal, lo peor es que los programas de políticos de acción concreta,
ni sus postulados, ni ninguna idea definida desempeñan un papel
relevante en comparación con los estímulos psicológicos dirigi-
dos al auditorio» (Adorno, 2005: 7-8).

œ˜Ìi“«œÀ?˜i>“i˜Ìi]Ê >ۈ`Ê°Ê-Ü>˜Ãܘʅ>ÊÃiš>>`œÊµÕiÊ
los medios de comunicación generan tres grandes efectos disfun-
cionales sobre la democracia: i) un marcado negativismo, dado
que los medios exacerban el escándalo y las noticias vinculadas
al mal funcionamiento de las instituciones; ii) la personalización,
puesto que la política contemporánea equivale cada vez más a
imágenes o elementos de liderazgo carismático y menos a defini-
ciones programáticas; y iii) desincronía de los tiempos, debido a
que la política democrática posee un tiempo, determinado por la
labor parlamentaria, que aparece como más lento que el tiempo
instantáneo, situado en el aquí y ahora, de los medios de comu-
nicación masiva (Muñoz-Alonso y Rospir, 1995).

43
Marcelo Mella

Considerando los giros y desplazamientos de la política con-


temporánea, se advertirá que un rasgo común derivado de ellos
es el crecimiento de la desconfianza frente a las instituciones y
las personas. Si se observan con detención los datos disponibles
para América Latina es posible sostener que existe un fenómeno
importante de frustración por el desempeño de las democracias,
expresado en incredulidad acerca de la capacidad institucional
para dar respuesta a los problemas sociales más urgentes (Latino-
barómetro, 2009). Esta frustración podría constituir un factor de
la desconfianza frente a las instituciones públicas. Por otra parte
se observa, en esta misma región, que existen bajos niveles de con-
fianza interpersonal y una correlación significativa entre bienestar
económico individual y satisfacción con la democracia. Ambas
tendencias constituyen una manifestación de las dificultades que
enfrenta la política para generar cohesión social en la región.

Cuadro Nº 7
Confianza interpersonal
Pregunta: Hablando en general, ¿diría Ud. que se puede confiar en la
mayoría de las personas o que uno nunca es lo suficientemente cui-
dadoso en el trato con los demás? Aquí solo «se puede confiar en la
mayoría de las personas».
Total América Latina 1996-2009 / Totales por país 2009

Fuente: Latinobarómetro 1996-2009

La tendencia hacia la disminución de la confianza institu-


cional ha sido denominada por Pierre Rosanvallon como «con-
trademocracia», en el sentido que busca perfeccionar la política
y restaurar la confianza de los ciudadanos mediante diversos
mecanismos definidos por el autor como «impolíticos». En este
plano Rosanvallon señala:

44
Elementos de Ciencia Política

Si bien no hay despolitización en el sentido de un me-


nor interés por los asuntos públicos y una declinación
de la actividad ciudadana, sí se ha modificado mucho
cierto tipo de relación con la cosa misma de lo político.
Pero el cambio es de otro orden del que habitualmente
se sugiere. El problema contemporáneo no es el de la
pasividad, sino el de la impolítica, es decir, de la falta de
aprehensión global de los problemas ligados a la orga-
nización de un mundo común. Lo propio de las distin-
tas figuras de la contrademocracia (…) es en efecto, que
llevan al aumento de la distancia entre la sociedad civil
y las instituciones. Delinean así, una suerte de contra-
política fundada sobre el control, la oposición, la dismi-
nución de poderes que ya no se busca prioritariamente
conquistar (Rosanvallon, 2007: 38).

Valores y desempeño democrático


En una perspectiva comparada, Ronald Inglehart ha analizado
las principales transformaciones culturales de nuestra época y su
relación con el surgimiento y la evolución de la democracia. Para
este autor existen dos grandes enfoques respecto del papel de la
cultura en el desarrollo democrático. El primero de ellos, con
autores como Francis Fukuyama, Samuel Huntington y Robert
Putnam, sostiene que son las tradiciones culturales las estructu-
ras encargadas de modelar el desarrollo económico y político. La
segunda perspectiva, con autores como Karl Marx y Daniel Bell,
sostiene que es el desarrollo económico el factor que modifica
la cultura. Para Inglehart, estas dos hipótesis –aparentemente
competitivas– pueden ser formuladas, mediante una relación de
complementariedad, en un esquema como el que sigue:

ĞƐĂƌƌŽůůŽĞĐŽŶſŵŝĐŽƵůƚƵƌĂ/ŶƐƟƚƵĐŝŽŶĞƐƉŽůşƟĐĂƐ
ĞƐƉůĂnjĂŵŝĞŶƚŽǀĂůſƌŝĐŽdĞŶĚĞŶĐŝĂĂůstatus quo

Concretamente, Inglehart sostiene que:

El desarrollo está conectado con un síndrome de


cambios predecibles que se alejan de las normas sociales
absolutas y se acercan a valores cada vez más racionales,
tolerantes, de confianza y post-modernos. Pero la cultu-
ra depende del camino. El hecho que una sociedad haya
sido históricamente protestante u ortodoxa o islámica o
confuciana da lugar a zonas culturales con sistemas de

45
Marcelo Mella

valores altamente diferenciados que persisten cuando se


deja fija la variable de los efectos del desarrollo económi-
co» (Huntington y Harrison, 2001: 131).

Desde fines de la década de 1990 Inglehart, mediante estudios


empíricos de gran cobertura, ha investigado sobre los grandes
cambios de orientación valórica en el mundo. El gráfico siguien-
te muestra los procesos de modernización y postmodernización
en una evolución de tres momentos; se inicia con la preeminen-
cia de la autoridad tradicional basada en valores religiosos y
comunitarios, continúa con la supremacía de la autoridad le-
gal racional basada en la motivación de logro y culmina con la
erosión del principio de autoridad apoyado en un conjunto de
valores definidos como post-materiales. En este esquema, dicho
autor presenta una relación entre los niveles de desarrollo eco-
nómico y desplazamientos valóricos en las sociedades. De este
modo, las sociedades organizadas en contextos de economías en
estado estacionario tienden a asociarse con valores religiosos y
comunitarios, así como con un concepto de autoridad tradicio-
nal. Por su parte, aquellas sociedades generadas en contextos
de crecimiento económico se asocian con valores de logro y un
concepto de autoridad legal-racional. Asimismo, en sociedades
que han alcanzado la maximización del bienestar se produce un
desplazamiento hacia valores «post-materiales» y una atenua-
ción del principio de autoridad por relaciones de tipo horizontal.

Cuadro Nº 8
Evolución en la estructura de valores según Inglehart

Fuente: Inglehart, World Values Survey


<…ÌÌ«\ÉÉÜÜܰܜÀ`Û>ÕiÃÃÕÀÛiÞ°œÀ}ɀ

46
Elementos de Ciencia Política

Mediante la Encuesta Mundial de Valores, Ronald Ingle-


hart analiza los procesos de cambio cultural a escala mun-
dial en base a dos dimensiones que permitirían representar la
ubicación y los desplazamientos valóricos de las sociedades.
La primera dimensión (eje vertical en el cuadro siguiente), co-
rresponde al eje valores tradicionales vs. valores seculares-
racionales. De acuerdo a lo observado en estos estudios, «las
sociedades ubicadas en el polo tradicional ponen énfasis en
la religión, en patrones absolutos y en valores familiares tra-
dicionales; favorecen las familias numerosas, rechazan el di-
vorcio, y toman una posición pro vida respecto del aborto,
la eutanasia y el suicidio. Prefieren el conformismo social al
logro individual, están a favor del consenso más que del con-
flicto político visible, apoyan la deferencia a la autoridad, y
exhiben altos niveles de orgullo nacional y una perspectiva
nacionalista. Las sociedades con valores seculares-racionales
exhiben las preferencias opuestas en todos esos puntos» (In-
glehart, 2001: 135).
La segunda dimensión (eje horizontal) corresponde al eje
valores orientados a la supervivencia vs. valores orientados a
la autoexpresión. Las investigaciones realizadas por Inglehart
permiten sostener que: «las sociedades que ponen énfasis en
los valores de supervivencia muestran niveles relativamente
bajos de bienestar subjetivo, exhiben condiciones de salud
relativamente deficientes, tienen bajos niveles de confian-
za interpersonal, son relativamente intolerantes con los que
no pertenecen al grupo, demuestran un bajo nivel de apoyo
a la igualdad de los sexos, enfatizan los valores materialis-
tas, tienen niveles relativamente altos de fe en la ciencia y la
tecnología, exhiben niveles relativamente bajos de activismo
ambiental, y son relativamente favorables a los gobiernos au-
toritarios. Las sociedades que enfatizan los valores de autoex-
presión tienden a exhibir preferencias opuestas en todos esos
tópicos» (Inglehart, 2001: 136).
Del ejercicio comparativo que permite el trabajo citado,
se puede obtener una mejor comprensión de las dificultades y
desafíos para la democracia y sus instituciones alrededor del
mundo, superando el optimismo ingenuo que se observó en
los inicios de la tercera ola democratizadora. El siguiente cua-
dro permite observar las afinidades culturales de las socieda-
des más allá de sus proximidades geográficas. Cada una de las

47
Marcelo Mella

cincuenta y tres sociedades contenidas en el cuadro se ubica


en sistemas de valores relativamente coherentes y con cierta
estabilidad histórica, como es posible apreciar.

Cuadro Nº 9
Ubicación de cincuenta y tres sociedades en el mapa
cultural global en el período 2005-2007

Fuente: Inglehart, World Values Survey


<…ÌÌ«\ÉÉÜÜܰܜÀ`Û>ÕiÃÃÕÀÛiÞ°œÀ}ɀ

Considerando las siguientes dimensiones: desarrollo econó-


mico, desplazamiento cultural y desarrollo democrático, es posi-
ble observar una correlación significativa entre estas. En primer
término, los estudios disponibles muestran una fuerte relación
entre el crecimiento del Producto Interno Bruto Per Cápita y el
crecimiento del Bienestar Subjetivo y, en segundo término, se
aprecia una fuerte correlación entre la extensión de los valores
de autoexpresión y el mejoramiento en la percepción de efectivi-
dad de la democracia.

48
Elementos de Ciencia Política

Cuadro Nº 10
Relación entre efectividad democrática y valores de auto-expresión

Fuente: Inglehart, World Values Survey


<…ÌÌ«\ÉÉÜÜܰܜÀ`Û>ÕiÃÃÕÀÛiÞ°œÀ}ɀ

En relación al significado de la crisis de la política cabe pre-


guntarse sobre las implicancias y proyecciones de este fenómeno.
Por una parte, las múltiples dimensiones de la transformación de
la política como objeto de análisis analizadas por Lechner (desva-
lorización, redefinición de sus límites, penetración de lo económico,
mediatización, entre otros procesos) hace indispensable indagar so-
bre sus niveles de autonomía, su relevancia para la vida cotidiana
en contextos democráticos y sus códigos de eficacia performativa.
Desde otro punto, aparece como un problema pendiente inda-
gar sobre los efectos recíprocos entre dos macro-procesos en curso;
la consolidación de la democracia y la consolidación de las econo-
mías de mercado. Si en base a los estudios de Inglehart se podría
argumentar que desde el punto de vista valórico existe una corre-
lación entre el desarrollo de economías de mercado, la transforma-
ción cultural y la consolidación de los sistemas democráticos, no se
puede negar que en América Latina, durante los últimos años, la
profundización de sociedades capitalistas ha sido el principal mo-
tor de la conflictividad por continuidad del modelo y reproducción
social.

49
II

Conceptos fundamentales
Los significados de la política
Durante la Antigüedad, el concepto de política contenía en sí dos
significados básicos correspondientes a lo que Aristóteles llamó
la dimensión «arquitectónica» y la dimensión «agonal». Por di-
mensión arquitectónica de la política entendió el conjunto de
interacciones cooperativas tendientes a construir instituciones,
en cambio, por dimensión agonal comprendió el conjunto de
relaciones no cooperativas destinadas a manifestar los conflictos
subyacentes a toda organización social.
Con la llegada de la modernidad y, especialmente, del con-
tractualismo, la política se asimiló a la dimensión arquitectónica
del pensamiento antiguo. Thomas Hobbes, en su Leviatan, se-
ñala que el origen de la política equivale a la constitución de un
poder común (Estado soberano) provisto de suficientes capaci-
dades como para garantizar la seguridad en la vida social:

El único camino para erigir semejante poder común,


capaz de defenderlos contra la invasión de los extranjeros
y contra las injurias ajenas, asegurándoles de tal suerte
que por su propia actividad y por los frutos de la tierra
puedan nutrirse a sí mismos y vivir satisfechos, es conferir
todo su poder a un hombre o una asamblea de hombres,
todos los cuales, por pluralidad de votos, puedan reducir
sus voluntades a una voluntad (Hobbes, 1992: II: 140).

Así, la política denotará una práctica social caracteriza-


da por la búsqueda de institucionalización, orden y coopera-
ción. En su significado liberal moderno, la política surge en
la formulación de pactos, en otras palabras, donde termina el
conflicto. Para cierta parte de la tradición liberal, este último
constituye una manifestación de emociones e irracionalidad a
través de la figura del Estado de Naturaleza, mientras que la
cooperación es entendida como una muestra de racionalidad
y progreso civilizatorio.

53
Marcelo Mella

Fernando Mires señala, en relación al pensamiento de Max


Weber, que la idea de política moderna se asocia fuertemente a
la noción de Estado como estructura institucional. Para Mires, si
bien el término política tiene un amplio uso cotidiano, su signi-
ficado actual ha perdido toda conexión con su significado origi-
nal, «el debate de la cosa pública en la polis». Por ello y sin llegar
a entregar una definición formal, Weber abordará este concepto
bajo dos premisas; i) se trata de un espacio de relaciones de po-
der y ii) se vincula directamente con lo estatal. Mires sostiene
en este punto: «(…) es sintomático que Weber establezca una
relación asociativa inmediata entre política y Estado, con lo que,
siguiendo el hilo de su retórica, le está diciendo al público que la
política que en ese momento le interesa analizar (y no definir) es
una política en referencia al Estado» (Mires, 2004: 14).
Esta manera de entender la política colisiona con la aproxima-
ción historicista, cuyo supuesto de partida es que la política ante-
cede temporal y conceptualmente al Estado moderno. Para Julien
Freund, por ejemplo, el pensamiento del mismo Weber refleja esta
segunda perspectiva: «El esfuerzo de Weber se orienta menos hacia
el análisis de la estructura histórica del Estado que hacia la com-
prensión del fenómeno político en general. El uso legítimo de la
violencia ha pertenecido también a grupos distintos a la unidad po-
lítica: la comunidad doméstica, las corporaciones y el feudalismo.
Por lo tanto, la organización política no ha tenido siempre el rigor
institucional del Estado Moderno; en otro tiempo, no fue más que
una estructura amorfa, es decir, una simple socialización ocasional
y efímera. Weber expresa esta idea bajo otra forma: en toda época
la unidad política constituyó un grupo (Verband) y solo en nuestros
días adopta el rostro de una institución (Anstalt) rígida. Por lo tan-
to, para captar el fenómeno político en sí mismo es necesario expli-
car la naturaleza específica del grupo político» (Freund, 1967: 197).
Parece difícil restringir la idea de política a la existencia his-
tórica del Estado moderno, más aún cuando, solo en base al
sentido común, se puede concluir que existen dimensiones de
la experiencia política que, aunque suponen cooperación y ca-
pacidad de los grupos para institucionalizar prácticas sociales,
escapan casi por completo al ámbito estatal.
Bajo esta mirada más amplia, Talcott Parsons (1969) sos-
tiene que la política es toda actividad humana tendiente a asig-
nar roles, recompensas, sanciones y a resolver conflictos. Por su
parte, David Easton señala que la política consiste en la asig-

54
Elementos de Ciencia Política

nación imperativa (autoritaria) de valores para una sociedad


(Easton, 1969: 221).
De acuerdo a estas creencias la política sería equivalente al con-
junto de acciones destinadas a construir formas diversas de orden
social, sea, como lo plantea el enfoque más duro, equiparando la
política al Estado, o sea, como lo plantean las teorías más amplias,
entendiendo que corresponde a un subsistema del sistema social.
Por tanto el conflicto, la competencia y lo agonal quedarían conte-
nidos conceptualmente bajo el término de «lo político».
Existe en la modernidad, sin embargo, una (o más de una)
tradición «disidente» que entiende que la política posee una
relación directa con el conflicto e, incluso, con la guerra. Carl
Schmitt en El concepto de lo político sostiene la relación directa
entre política y antagonismos, interrumpiendo la creencia con-
tractualista de que la política comienza con la cooperación y el
pacto. En palabras de Schmitt:

Todo antagonismo u oposición religiosa, moral, econó-


mica, ética o de cualquier clase se transforma en oposición
política en cuanto gana la fuerza suficiente como para agru-
par de un modo efectivo a los hombres en amigos y enemi-
gos. Lo político no estriba en la lucha misma; esta posee a
su vez sus propias leyes técnicas, psicológicas y militares. Lo
político está, como decíamos, en una conducta determinada
por esta posibilidad real, en la clara comprensión de la pro-
pia situación y de su manera de estar determinada por ello,
así como en el cometido de distinguir correctamente entre
amigos y enemigos (Schmitt, 1991: 67).

Chantal Mouffe ha señalado, por su parte, que el principal


desafío de la política moderna frente a la democratización de las
sociedades contemporáneas reside en incorporar crecientes gra-
dos de conflicto en su dimensión institucional. La tarea de la de-
mocratización implicaría politizar el conflicto en tanto fenómeno,
transformando la política institucional en un campo vinculado al
pluralismo y a los conflicto de las sociedades complejas.

El poder: enfoques duales y triádicos


La noción de poder tiene diversas acepciones, desde aquellas
vinculadas al uso de la fuerza a aquellas que reconocen, en su
práctica, la movilización de elementos simbólicos de la sociedad.
Entre las primeras nociones se encuentran los conceptos de Max

55
Marcelo Mella

Weber y Gabriel Almond. Weber entiende que poder es la pro-


babilidad de que un actor esté en posición de realizar su propia
voluntad a pesar de las resistencias. Almond, por su parte, señala
que el poder es la capacidad de un sujeto A para conseguir que
un sujeto B haga algo que de otro modo no hubiera hecho.
Entre las definiciones más complejas encontramos los con-
ceptos de Amitai Etzioni y Steven Lukes. El primero plantea
que existen tres tipos de poder; el coercitivo, el persuasivo y el
retributivo. El poder coercitivo consiste en la capacidad de un
actor para obtener obediencia mediante el uso o amenaza de
uso de la fuerza. El poder persuasivo consiste en la capacidad
de un actor para obtener obediencia mediante la unificación
de las preferencias ajenas con las propias (cooptación). Final-
mente, el poder retributivo consiste en la capacidad de un actor
para obtener obediencia mediante el establecimiento de una re-
lación de intercambio (clientelismo).
Steven Lukes, en una perspectiva semejante, agrega que el
poder tiene tres caras; el poder unidimensional, el poder bidi-
mensional y el poder tridimensional o radical. Cada uno de es-
tos significados de poder tiene dos supuestos como condiciones
estructurales; la existencia de relaciones sociales asimétricas y
la existencia de relaciones conflictivas. El poder unidimensional
corresponde, bajo una situación conflictiva, a la capacidad de
dominación de un actor mediante el uso de la coerción o coac-
ción. El poder bidimensional también se expresa en una situa-
ción de conflicto en la que un actor ejerce la dominación sobre
otro mediante su capacidad para eliminar temas de la agenda de
su contraparte. Por último, el poder tridimensional consiste en la
capacidad de un actor para incorporar temas en la agenda de su
contraparte, igualmente en situación de conflicto.
En todas estas teorías acerca del poder existe un supuesto co-
mún, como es, la noción de que las relaciones (de poder) poseen
una estructura dual o bipolar. Este es el supuesto del que parte la
mayor parte de los autores pertenecientes a la teoría social, sin
embargo, bajo esta creencia no se logra explicar satisfactoria-
mente, ni el cambio en la distribución de poder en una relación,
ni tampoco el cambio político.
Un esquema más eficiente para explicar los cambios en la
distribución de poder es, a nuestro juicio, el enfoque triádico
i>LœÀ>`œÊ «œÀÊ /…iœ`œÀiÊ
>«œÜÊ i˜Ê Dos contra uno: teoría
de las coaliciones en las tríadas. Dicha obra sostiene que «la

56
Elementos de Ciencia Política

interacción social es fundamentalmente triangular (o triádica)


en lugar de lineal (…) ya que siempre recibe la influencia de
un determinado auditorio» (1974: 11). Siguiendo a este autor,
identificamos en la estructura triádica de interacción una pro-
piedad que consiste en la tendencia a descomponerse en una
coalición de dos de sus miembros contra el tercero. Llama-
remos a los tres miembros de la tríada A, B, y C, respectiva-
mente. Una segunda propiedad de las tríadas es la relatividad
del poder o la dominación, dependiendo del tipo de coalición
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racterística de las tríadas es la «transformación de la fuerza
en debilidad y la debilidad en fuerza», tal como se verá en los
siguientes casos (1974: 15).
En el primer caso, la tríada se descompone en la coalición
A+B que posee mayor poder que C, por tanto, se habla de una
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actor A mantenga su situación predominante.

Cuadro Nº 11
Coalición conservadora en una tríada
(A+B) > C

Fuente: Caplow (1974)

En el segundo caso, la tríada se descompone en la coalición


B+C, que posee mayor poder que A, por lo que se habla de una
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y C unidos subordinar al actor A, generando un cambio en la
distribución de poder.

57
Marcelo Mella

Cuadro Nº 12
Coalición revolucionaria en una tríada
(B+C) > A

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>«œÜÊ­£™Ç{®

En el tercer caso, la tríada se descompone en la coalición


A+C que posee mayor poder que B, lo que permite que A man-
tenga su situación predominante pero se rompe la jerarquía en lo
concerniente al estatus de B y C. Como se aprecia en el esquema,
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medida que se encuentre en coalición con A. Como esta coali-
ción no es ni conservadora ni revolucionaria, recibe el nombre
de coalición impropia.

Cuadro Nº 13
Coalición impropia en una tríada
(A+C) > B

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58
Elementos de Ciencia Política

Cuadro Nº14
Tres tipos de coaliciones en tríadas

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El poder como concepto performativo


Existen tres maneras de relacionar las ideas políticas con las
prácticas: las ideas determinan las prácticas, las prácticas de-
terminan las ideas o bien se cree que ideas y prácticas evolu-
cionan por sendas independientes. El primer supuesto significa
que, bajo ciertas condiciones, los conceptos políticos debieran
influir las prácticas políticas, lo que algunos autores llaman «la
capacidad performativa de las ideas». El segundo supuesto de-
nota que las condiciones del proceso político determinan, bajo
ciertos requisitos, el pensamiento político. Entonces los auto-
res hablan de la condición o posición enunciativa, el horizonte
hermenéutico, la economía de los intercambios lingüísticos y la
fuerza ilocutiva. El tercer supuesto señala que teoría y práctica
no se condicionan en ningún caso, lo que constituye la creencia
básica del positivismo.
Trabajaremos en esta sección sobre la base de las dos pri-
meras posibilidades, en el entendido que los conceptos son un
reflejo de la realidad y, simultáneamente, contribuyen a deter-
minarla. Esta condición de las ideas hace que el pensamiento
político constituya una especie de zona gris donde coexisten,
por una parte, el mundo de las prácticas y la experiencia con-
creta y, por otra parte, la dimensión imaginaria, aspiracional
y discursiva de la vida social. Bajo estas premisas se analiza-
rán dos conceptos fundamentales para la comprensión de la
política contemporánea; democracia y Estado. Ambas nocio-
nes han representado, parcialmente, una imagen de los proce-
sos en curso, y también han tenido eficacia performativa para
generar nuevas prácticas.

59
Marcelo Mella

Dispersión semántica del concepto de democracia


David Held, en su libro Modelos de democracia, analiza el con-
cepto de democracia en perspectiva histórica y considerando su
incidencia en la elaboración de ideas y pensamiento. Bajo estas con-
diciones, los modelos de democracia serían categorías heurísticas
destinadas a comprender ciertas dimensiones del poder y la política.
«Utilizo el término («Modelo») aquí para referirme a la
construcción teórica diseñada para revelar y explicar los ele-
mentos clave de una forma democrática y la estructura o las
relaciones que le subyacen. Un aspecto de la vida o un conjun-
to de instituciones solo pueden ser adecuadamente entendidos
en términos de su relación con otros fenómenos sociales. Los
modelos son, por consiguiente, redes complejas de conceptos y
generalizaciones acerca de los aspectos políticos, económicos y
sociales» (Held, 1993: 21).
Estas categorías heurísticas, como redes complejas de concep-
tos, forman las diferentes tradiciones de pensamiento democrático
desde los modelos clásicos originales. El autor organiza cada uno
de los modelos siguiendo la secuencia de principios justificativos,
características fundamentales y condiciones generales. Se puede
observar en el diagrama, establecido por Held, la influencia del
proceso histórico sobre las ideas a través del detalle de las condi-
ciones institucionales para cada uno de los modelos.

Cuadro Nº 15
Modelos de democracia

Fuente: Held (1993)

60
Elementos de Ciencia Política

Democracia antigua
En las clasificaciones que autores antiguos realizaron para
el estudio de los tipos de gobierno, la democracia no aparece
como una forma virtuosa de organizar el poder. Autores como
Platón (427-347 a.C.), Aristóteles (384-322 a.C.) y Tucídides
(460-399 a.C.) la consideraron una forma de gobierno fun-
dada en la mayoría pero sin apego a la ley. La democracia
entonces fue explicada como un tipo político que, aunque do-
tada de legitimidad por la fuente de autoridad o el principio
justificativo (gobierno de la mayoría o de los muchos), carecía
de los mecanismos para generar comportamientos virtuosos y
comprometidos entre los ciudadanos. Fue entendida como un
principio que promovía comportamientos sociales propios del
ciudadano medio y se desarrollaba por las pasiones y deseos
de la mayoría.
En todo caso, estos autores lograron concebir un tipo de
gobierno mixto fundado en la ley (politeia) que incorporaba
parcialmente el principio de la mayoría, en combinación con el
principio aristocrático y monárquico. Sobre la base de estos res-
guardos la democracia se expresó institucionalmente.
Una característica central de la democracia antigua fue su
condición de gobierno directo, vale decir, la fusión de la titulari-
dad y el ejercicio del poder. La toma de decisiones tuvo un papel
destacado en este diseño institucional, a través de la asamblea y
la designación de cargos por sorteo. Como aspectos negativos
del modelo se menciona su alto nivel de exclusión, dado el gran
número de personas desprovistas de derechos políticos. Entre las
exclusiones no transitorias aceptadas en la democracia griega se
cuentan la de mujeres, inmigrantes y esclavos.

61
Marcelo Mella

Cuadro Nº 15

Democracia clásica (griega)


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Fuente: Held (1993)

Democracia liberal
El modelo de democracia liberal se caracteriza por tres ele-
mentos; gobierno fundado en la constitución, soberanía del Es-
tado y representación política.
La noción de gobierno fundado en la constitución supone
separación de poderes conforme a las teorías clásicas del pen-
samiento liberal, con su consiguiente sistema de frenos y con-
trapesos, un sistema de derechos y garantías efectivas para las
personas y el respeto a la propiedad privada. El concepto de
soberanía plantea que la estructura del Estado, principal actor
de la política mundial desde 1648 (Paz de Westfalia), posee el
monopolio legítimo del poder y la violencia dentro de un territo-

62
Elementos de Ciencia Política

rio determinado. Por su parte, la representación política implica


la separación de la titularidad y el ejercicio del poder en las de-
mocracias modernas, definidas, básicamente, como sistemas de
participación indirecta.
Para Hanna Fenichel Pitkin (1985), la representación políti-
ca, desde su formulación inicial en la política moderna, se mani-
festó de modo polisémico a través de cinco significados básicos:

1. Un primer significado formalista que corresponde a la idea


hobbesiana de representación como acuerdos formales que
la preceden e inician, es decir, la noción de representación
como autorización (Pitkin, 1985: 15-39).
2. Un segundo significado formalista que corresponde a ciertos
acuerdos formales que la culminan, es decir, la noción de
representación como responsabilidad y rendición de cuentas
(accountability) (Ibid: 41-63).
3. Un tercer significado que corresponde a la noción descrip-
tiva de hacer presente algo que está ausente mediante una
semejanza o imagen (Ibid: 65-99).
4. Un cuarto significado corresponde a la noción de representa-
ción simbólica, esto es, hacer presente algo que no está pre-
sente mediante la «administración» de ciertos mecanismos
psicológicos o emotivos (Ibid: 101-121).
5. Un quinto significado que corresponde a la noción substan-
cial de actuar por, esto es, representación ya no como actos
formales ni correspondencias estáticas de los representantes,
sino como la actividad de «actuar en interés de los represen-
tados de una manera sensible ante ellos» (Ibid: 233).

El debate respecto de la noción de interés representable es


precisamente lo que genera la fragmentación de la tradición libe-
ral en el modelo protector y el modelo desarrollista.

Democracia protectora
El modelo de democracia protectora consiste en una variante
de la democracia liberal que se funda en el pensamiento de autores
como Thomas Hobbes (1588-1679), Adam Smith (1723-1790),
John Locke (1632-1704) y Jeremías Bentham (1748-1832), entre
otros, todos tributarios del pensamiento utilitarista. Constituye
una matriz teórica basada en el pensamiento económico y consti-
tuirá el «ala derecha» de la teoría democrática liberal.

63
Marcelo Mella

La principal característica de este modelo es la garantía de


protección de los ciudadanos frente al Estado, a través de dere-
chos y esferas de autonomía establecidos constitucionalmente.
Estas esferas de autonomía serán las que les permitan oponer-
se y defenderse del poder arbitrario del Estado para desarrollar
su vida privada y pública. Otras características del modelo son
la representación de un tipo de interés subjetivo (individual), la
concepción individual del ciudadano y la noción de libertad ne-
gativa (libertad de…).

Cuadro Nº 16

Democracia protectora
WƌŝŶĐŝƉŝŽ;ƐͿũƵƐƟĮĐĂƟǀŽ;ƐͿ͗
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ĞŶƚƌŽƐĚĞƉŽĚĞƌLJŐƌƵƉŽƐĚĞŝŶƚĞƌĠƐĞŶĐŽŵƉĞƚĞŶĐŝĂ͘
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Fuente: Held (1993)

64
Elementos de Ciencia Política

Democracia desarrollista
Este modelo, segunda variante de la democracia liberal, se
funda en el pensamiento de autores como Alexis de Tocqueville
(1805-1859), John Stuart Mill (1806-1873), Jean Jacques Rous-
seau (1712-1778) y Hamilton, Madison y Jay en The Federalist
Papers, entre otros autores tributarios del pensamiento de corte
colectivo-comunitarista. La noción de democracia desarrollista
supone una reflexión anclada en el pensamiento comunitarista y
republicano, por tanto, posee base política y constituirá el «ala
izquierda» de la teoría democrática liberal.
Su principal característica es el desarrollo de capacidades y
virtudes cívicas en los ciudadanos, que generarán un ciudadano
con mayor disposición a la participación y al compromiso res-
pecto a los asuntos públicos. Este modelo busca terminar con el
monopolio de la representación política como mecanismo de in-
tegración y pone, en su lugar, a la participación y la acción colec-
tiva como facetas indispensables de la experiencia democrática.
Otras características de este modelo son la representación de un
interés objetivo (colectivo), la concepción colectiva del ciudada-
no y la noción de libertad positiva (libertad para…).

Cuadro Nº 17

ĞŵŽĐƌĂĐŝĂĚĞƐĂƌƌŽůůŝƐƚĂ

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WƌĞƐĞŶĐŝĂ ĚĞ ĨƌĞŶŽƐ ĐŽŶƐƟƚƵĐŝŽŶĂůĞƐ ƉĂƌĂ ĂƐĞŐƵƌĂƌ ůĂƐ ůŝŵŝƚĂĐŝŽŶĞƐ LJ ůĂ ĚŝǀŝƐŝſŶ ĚĞů
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ƌĞůĂĐŝŽŶĂĚŽƐĐŽŶůĂůŝďĞƌƚĂĚĚĞƉĞŶƐĂŵŝĞŶƚŽ͕ƐĞŶƟŵŝĞŶƚŽ͕ŐƵƐƚŽ͕ĚŝƐĐƵƐŝſŶ͕ƉƵďůŝĐĂĐŝſŶ͕
ĐŽŵďŝŶĂĐŝſŶLJůĂƉĞƌƐĞĐƵĐŝſŶĚĞůŽƐƉůĂŶĞƐĚĞǀŝĚĂĞůĞŐŝĚŽƐŝŶĚŝǀŝĚƵĂůŵĞŶƚĞ͘
ĞŵĂƌĐĂĐŝſŶĐůĂƌĂĚĞůĂĂƐĂŵďůĞĂƉĂƌůĂŵĞŶƚĂƌŝĂLJůĂďƵƌŽĐƌĂĐŝĂƉƷďůŝĐĂ͕ĞƐĚĞĐŝƌ͕ƐĞƉĂƌĂĐŝſŶ
ĚĞůĂĨƵŶĐŝſŶĚĞůŽƐĞůĞŐŝĚŽƐLJůĂƐĚĞůŽƐĂĚŵŝŶŝƐƚƌĂĚŽƌĞƐĞƐƉĞĐŝĂůŝƐƚĂƐ;ĞdžƉĞƌƚŽƐͿ͘
WĂƌƟĐŝƉĂĐŝſŶĚĞůŽƐĐŝƵĚĂĚĂŶŽƐĞŶůĂƐĚŝƐƟŶƚĂƐƌĂŵĂƐĚĞůŐŽďŝĞƌŶŽĂƚƌĂǀĠƐĚĞůǀŽƚŽ͕ũƵŶƚŽ
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65
Marcelo Mella

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>ĂƐŽĐŝĞĚĂĚĐŝǀŝůĞƐŝŶĚĞƉĞŶĚŝĞŶƚĞLJĐƵĞŶƚĂĐŽŶůĂŵşŶŝŵĂŝŶƚĞƌĨĞƌĞŶĐŝĂĚĞůƐƚĂĚŽ͘
džŝƐƚĞƵŶĂĞĐŽŶŽŵşĂĚĞŵĞƌĐĂĚŽĐŽŵƉĞƟƟǀĂ͘
,ĂLJƉŽƐĞƐŝſŶLJĐŽŶƚƌŽůƉƌŝǀĂĚŽĚĞůŽƐŵĞĚŝŽƐĚĞƉƌŽĚƵĐĐŝſŶ͕ũƵŶƚŽĐŽŶĞdžƉĞƌŝŵĞŶƚŽƐ
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^Ğ ƉƌŽƉŝĐŝĂ ůĂ ĞŵĂŶĐŝƉĂĐŝſŶ ƉŽůşƟĐĂ ĚĞ ůĂ ŵƵũĞƌ ƉĞƌŽ͕ ĞŶ ŐĞŶĞƌĂů͕ ƉƌĞƐĞƌǀĂŶĚŽ ůĂ
ƚƌĂĚŝĐŝŽŶĂůĚŝǀŝƐŝſŶĚĞůƚƌĂďĂũŽĚŽŵĠƐƟĐŽ͘
ůƐŝƐƚĞŵĂƐĞďĂƐĂĞŶŶĂĐŝŽŶĞƐͲƐƚĂĚŽĐŽŶƌĞůĂĐŝŽŶĞƐŝŶƚĞƌŶĂĐŝŽŶĂůĞƐĚĞƐĂƌƌŽůůĂĚĂƐ͘

Fuente: Held (1993)

Democracia marxista
El modelo de democracia marxista se caracteriza, según
Held, por la presencia de tres elementos: crítica a la libertad
formal como fundamento de la vida social, concepción dialéc-
tica del progreso y determinación del proceso político por los
modos de producción.
Respecto de la crítica a la libertad formal, Karl Marx (1818-
1883) sostuvo que la libertad formal y política requería de la
libertad económica. Esta crítica a la democracia formal idealista
debe entenderse, en primer término, como una crítica a la noción
liberal de «neutralidad del Estado» y, en segundo término, como
una sospecha de que el sistema jurídico de derechos no basta
para garantizar un ejercicio pleno de la ciudadanía.
En relación a la visión dialéctica del progreso, es posible sos-
tener que la idea de democracia marxista se encuentra apoyada
en una concepción lineal, teleológica, dialéctica y profundamen-
te optimista del devenir histórico. Esta visión, construida en base
a elementos «científico-religiosos», sostiene que cada momento
histórico debería ser superado mecánicamente producto de las
condiciones estructurales intrínsecas, en una progresión sosteni-
da hasta la supresión de las contradicciones y asimetrías sociales
manifestadas, en una sociedad capitalista, a través de la noción
de clase. Particularmente, el capitalismo generará las condicio-
nes de su propia superación por las contradicciones representa-
das en la lucha de clases.
Finalmente, respecto de la determinación del proceso polí-
tico por la economía, Marx intentó demostrar que las condi-
ciones estructurales del capitalismo, sus modos de producción,

66
Elementos de Ciencia Política

eran causantes de un conjunto de anomalías políticas que serían


necesariamente superadas, por ejemplo; la alienación del sujeto,
la concentración del poder económico y político, las relaciones
de dominación y explotación derivadas del proceso productivo y
la pauperización de la clase trabajadora.

Cuadro Nº 18

ĞŵŽĐƌĂĐŝĂĚŝƌĞĐƚĂ;ŵĂƌdžŝƐƚĂͿ

ĞŵŽĐƌĂĐŝĂĚŝƌĞĐƚĂLJĞůĮŶĚĞůĂƉŽůşƟĐĂ
__________________________________________________
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Fuente: Held (1993)

67
Marcelo Mella

Democracia legal institucional


Este modelo se caracteriza por tener una noción radicalmen-
te formal e institucional de la política. En general, se reúnen en
esta tradición autores reconocidos dentro de la nueva derecha,
tales como Friederich Hayek y Robert Nozick. De modo más
polémico, se ubicarían próximos a esta posición autores perte-
necientes al neoinstitucionalismo como Guy Peters (2003), J. G.
March y J. P. Olsen (1984). Por su enfoque formalista algunos
también ubican acá –de manera aún más controversial– a pensa-
`œÀiÃÊ`iÊ>“>`œÊ“>À݈ӜÊ>˜>‰ÌˆVœÊVœ“œÊ`>“Ê*ÀâiܜÀÎް
Para Hayek (1960, 1976, 1982), una sociedad justa, libre
y que responde al ideal democrático es aquella guiada por el
principio del orden espontáneo o catalaxia. El más estricto ré-
gimen de libertades permitirá que los individuos puedan usar la
información disponible para llevar a cabo sus fines y por tanto
el Estado, en la concepción legal institucional, deberá promover
la catalaxia, entendida como el orden generado por la defensa
descentralizada de los intereses individuales.
En consecuencia y siguiendo a Hayek, el Estado mínimo po-
see tres funciones básicas:

1. Garantizar la seguridad exterior.


2. Garantizar el imperio de la ley y el orden público.
3. Garantizar la justicia procedimental entendida como juego
limpio (fair play).

Para Robert Nozick (1974), la sociedad democrática cons-


tituye también una forma de orden no construido. De acuerdo
al autor, cualquier intervención social con propósitos redistri-
butivos es injusta pues, por las limitaciones estructurales en el
acceso a la información, el Estado u otra institución pública no
puede saber cuáles son los intereses y necesidades de sus ciu-
dadanos. Conforme a este criterio general, el Estado mínimo
posee tres funciones:

1. Resguardar el cumplimiento de los contratos (justicia en lo civil).


2. Garantizar la protección contra apropiaciones ilegítimas.
3. Establecer sistemas no violentos de resolución de conflictos.

`>“Ê*ÀâiܜÀÎÞÊ­£™™x®]Ê«œÀÊÃÕÊ«>ÀÌi]ÊÜÃ̈i˜iʵÕiʏ>Ê`i-
mocracia es un mecanismo institucional para abordar el con-

68
Elementos de Ciencia Política

flicto en el que los resultados no están garantizados y dependen


de lo que los actores hagan. Para que exista democracia deberá
existir un margen de incertidumbre respecto del desenlace de
œÃÊ Vœ˜yˆV̜ÃÊ µÕiÊ *ÀâiܜÀÎÞÊ >“>Ê ˆ˜ViÀ̈`ՓLÀiÊ iÃÌÀÕVÌÕ-
ral» o «incertidumbre institucionalizada». El autor entiende
que, en democracia, los conflictos no se resuelven definitiva-
mente sino que se «dan por zanjados» transitoriamente. Bajo
esta incertidumbre se sabe lo que es posible (depende de las
reglas del juego) y lo que es probable (depende de las reglas
del juego más las decisiones que toman los actores), pero no se
sabe qué ocurrirá efectivamente.

Cuadro Nº 19

Democracia legal
WƌŝŶĐŝƉŝŽ;ƐͿũƵƐƟĮĐĂƟǀŽ;ƐͿ͗
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Fuente: Held (1993)

Democracia competitiva
El modelo de democracia competitiva posee tres rasgos distin-
tivos: i) elitismo, ii) procedimentalismo, y iii) economicismo. Un
aspecto relevante del enfoque en estudio es que busca entender la
democracia «tal como es» (descriptivamente) y no como «debe-

69
Marcelo Mella

ría ser» (normativamente). Este realismo epistémico hace que el


modelo sea fuerte en identificar instituciones y procedimientos y
descuide la dimensión subjetiva y aspiracional de la política.
Con relación al elitismo, el modelo competitivo supone que
la idea de democracia no entra en contradicción abierta con las
hipótesis centrales de la teoría de las elites elaborada por auto-
res como Gaetano Mosca, Robert Michels, Wilfredo Pareto y
Wright Mills. De acuerdo al pensamiento elitista, la matriz de
distribución del poder posee cierta autonomía respecto de la
forma del régimen político.
Gaetano Mosca (2004), junto con acuñar el término «clase po-
lítica», sostiene que en cualquier sociedad la minoría tiene ventaja
sobre la mayoría por dos grandes razones. Primero, para la minoría
resultaría más fácil organizarse debido a que son menores los cos-
tos de transacción y de construcción de acuerdos. Por otra parte,
la minoría tendría ventajas sobre la mayoría porque los méritos no
se distribuyen democrática y proporcionalmente, sino que es una
minoría la que concentra las capacidades y aptitudes para hacer
política. Reconociendo, en parte, los argumentos de Mosca, Robert
Michels (2008) formula la conocida «ley de hierro de la oligarquía»
que plantea que, al margen del régimen institucional o la forma de
gobierno de que se trate, quien gobierna siempre es una minoría.
Wilfredo Pareto (1980), a diferencia de sus predecesores,
entiende que la elite no es un conglomerado totalmente cohe-
sionado y habla de «elites» en competencia. Para el autor, las
elites están integradas por aquellos sujetos que poseen las más
altas calificaciones en cada rama de la actividad social. Pareto
propone la existencia de dos tipos de elites; los zorros, que pre-
dominan por su inteligencia; y los leones, que predominan por
su capacidad de uso de la fuerza.
Finalmente, Wright Mills (1993) señala que las elites se de-
finen por tres características: i) conciencia de persistencia, esto
es, sentido de poder e historicidad; ii) cohesión, vale decir, son
mayores los elementos comunes que aquellos que los dividen y
iii) conspiratividad, que alude a que las elites limitan el acceso a
ellas para seguir ejerciendo su prominencia.
En segundo término, el modelo competitivo se distingue por
su sesgo formalista y procedimentalista. La democracia se ha
entendido, a través del tiempo, como una técnica o un méto-
do desprovista de elementos substantivos que liguen la política
a lo socialmente deseable. Joseph Schumpeter en Capitalismo,

70
Elementos de Ciencia Política

Socialismo y Democracia (1953), sostuvo que la democracia


es un mecanismo institucional para tomar decisiones en el que
los individuos adquieren el derecho a decidir mediante la lucha
competitiva por el voto del pueblo. Un concepto de esta índole
subvalora u oblitera la dimensión subjetiva de la política, pero
posibilita acuerdos mínimos respecto de cómo institucionalizar
la idea de democracia. Samuel Huntington ha reflexionado acer-
ca de sus dimensiones denotativa y connotativa, concluyendo
que solo es posible pensar la democracia como un nuevo «uni-
versal» a partir de estos elementos mínimos.
En tercer lugar, la idea de democracia en el modelo compe-
titivo se encuentra marcada por una fuerte influencia concep-
tual del pensamiento económico. Entre los precursores de esta
VœÀÀˆi˜ÌiÊÃiÊi˜VÕi˜ÌÀ>˜Ê˜Ì…œ˜ÞÊ œÜ˜ÃÊ­£™xÇ®ÊVœ˜ÊÃÕÊTeoría
económica de la democracia.
*>À>Ê œÜ˜Ã]ÊL>œÊiÊÃÕ«ÕiÃ̜Ê`iʵÕiʏ>Ê«œ‰ÌˆV>Ê«Õi`iÊÃiÀÊ>˜>-
lizada con categorías heurísticas provenientes de la economía, se
identifican un conjunto de continuidades entre ambos campos:

1. Los actores políticos en los sistemas democráticos son suje-


tos esencialmente racionales y, por tanto, se trata de actores
que maximizan su utilidad para tomar decisiones favorables a
sus intereses. En este marco de interpretación, tanto la noción
de racionalidad como la noción de interés constituyen herra-
mientas fundamentales para el análisis del comportamiento.
Particularmente en democracia, los partidos, como actores
fundamentales del juego político, poseen un rol minimalista,
a saber; formulan políticas como medio para obtener votos.
2. ,iëiV̜Ê`iÊVœ˜ÌiÝ̜Êi˜ÊµÕiÊv՘Vˆœ˜>ʏ>Ê`i“œVÀ>Vˆ>]Ê œÜ˜ÃÊ
sostiene que, al igual de lo que se puede observar en el sis-
tema económico, en el sistema político existe racionalidad
limitada o conocimiento imperfecto. Esto debido a que solo
es posible actuar racionalmente cuando existe información
suficiente en cantidad y calidad. En los sistemas políticos de-
mocráticos existe escasez o falta de información para que
los actores puedan defender sus pretensiones, y obtenerla es
un proceso que implica costos variables dependiendo de la
posición de quienes toman decisiones.
3. En relación a los vínculos o interacciones entre políticos y
ciudadanos, el autor entiende que existen implicancias espe-
cíficas para los representantes y para los electores, así como

71
Marcelo Mella

para la interacción entre ambos tipos de actores. Los repre-


sentantes, en su calidad de políticos profesionales, son per-
suasores especializados que intercambian políticas por vo-
tos. En este papel no necesariamente contribuyen a la toma
de decisiones racionales por parte de la ciudadanía, sino por
el contrario, favorecen sus propias causas. A nivel de electo-
res predomina el comportamiento de Free-Rider (polizón o
pasajero clandestino), cuyas características principales son la
apatía, el distanciamiento, la falta de compromiso y el opor-
tunismo de los ciudadanos. La noción de Free-Rider remite
a la idea de aquellos ciudadanos que desean «viajar gratis»
en la vida pública, gozando de los beneficios de vivir en so-
ciedad pero sin incurrir en los costos asociados a la partici-
pación. Respecto a la relación políticos-ciudadanos, el autor
señala que existe una condición recíproca de «ignorancia
racional» de acuerdo a la cual, ni los políticos saben cuáles
son los intereses de los electores ni estos saben cuáles son los
intereses de los políticos. Por cierto, superar esta condición
implica asumir costos. Estará mejor preparado para superar
esta condición de ignorancia aquel actor que disponga de
mayores recursos para obtener información.
4. Se entiende que la ideología es, en consecuencia, «informa-
ción de bajo costo» que tiende a satisfacer la demanda por
información de aquellos actores desprovistos de recursos en
Õ˜Ê Vœ˜ÌiÝÌœÊ `iÊ Vœ˜œVˆ“ˆi˜ÌœÊ ˆ“«iÀviV̜°Ê œÜ˜ÃÊ ÃœÃ̈i˜iÊ
que es posible pensar tres pautas de distribución de la ideo-
logía, con sus consiguientes efectos, en el comportamiento de
los actores que consumen información:

a. Distribución unimodal. En la matriz de distribución uni-


modal existe un porcentaje mayoritario de electores con-
centrados en posiciones de «elector medio», producto de lo
cual, los partidos políticos convergerán hacia el centro en
búsqueda de sus votos. Este modelo privilegia la estabilidad
y sacrifica el pluralismo, la diferenciación de proyectos po-
líticos y la representatividad de los electores.
b. Distribución bimodal. En la matriz de distribución bimodal
existen dos grandes conglomerados de electores situados
en posiciones antagónicas, lo que genera la polarización y
radicalización de los partidos en búsqueda de la votación
que le permita formar mayorías. Este modelo privilegia la

72
Elementos de Ciencia Política

representatividad y el pluralismo y subordina los niveles de


estabilidad del sistema.
c. Distribución multimodal. En la matriz de distribución mul-
timodal existen tres o más conglomerados de electores, lo
que impide formar directamente gobiernos de mayoría y
fuerza a los partidos a constituir coaliciones políticas.

Cuadro Nº 20

ĞŵŽĐƌĂĐŝĂĐŽŵƉĞƟƟǀĂ
WƌŝŶĐŝƉŝŽ;ƐͿũƵƐƟĮĐĂƟǀŽ;ƐͿ͗
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Fuente: Held (1993)

Democracia pluralista
El modelo pluralista de democracia busca superar dos aspec-
tos centrales del modelo competitivo: su individualismo extremo
y la pasividad del ciudadano. Para Peter Bachrach, por ejemplo,
el procedimentalismo schumpeteriano se encuentra errado porque
la competencia genera inmunización de algunos intereses, condi-
ciona ciertas ventajas que hacen imposible la igualdad de oportu-

73
Marcelo Mella

nidades (pérdida de la neutralidad del Estado) y promueve la pa-


sividad y la falta de compromiso público en el ciudadano-elector.
Robert Dahl, probablemente el autor más representativo
de esta tradición, señala que la democracia solo existió en el
marco de la ciudad-Estado griega, constituyendo una forma
de gobierno directo. Los sistemas indirectos o representativos,
propios de los Estados-nación, serían más bien «poliarquías».
La poliarquía es un conjunto de mecanismos institucionales
que permiten que la democracia (Latu sensu) funcione como tal
en el contexto de sociedades complejas o fragmentadas. Para el
autor citado existen un conjunto de características que permi-
ten que esta adaptación de la democracia funcione, en socie-
dades marcadas por clivajes o conflictos observables en la me-
diana y larga duración. Dichos mecanismos son los siguientes:

1. Autoridades públicas electas.


2. Elecciones libres, amplias e inclusivas.
3. Sufragio universal.
4. Derecho a competir por cargos públicos.
5. Libertad de expresión.
6. Medios de información alternativos.
7. Libertad de asociación.

Según Dahl, la poliarquía requiere que la sociedad civil ten-


ga la capacidad de constituirse en organizaciones y actores co-
lectivos, por tanto existirá mayor democracia en cuanto exista
mayor riqueza organizacional en el tejido social. Asimismo, el
modelo plantea la búsqueda de un equilibrio entre ciudadanía
pasiva y activa que genere estabilidad política y, al mismo tiem-
po, capacidad de influencia de los actores colectivos.

74
Elementos de Ciencia Política

Cuadro Nº 21

Democracia pluralista
ͺͺͺͺͺͺͺͺͺͺͺͺͺͺͺͺͺͺͺͺͺͺͺͺͺͺͺͺͺͺͺͺͺͺͺͺͺͺͺͺͺͺͺͺ
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ůŐŽďŝĞƌŶŽŵĞĚŝĂLJũƵnjŐĂĞŶƚƌĞůĂƐ ůƐƚĂĚŽ͕LJƐƵƐĚĞƉĂƌƚĂŵĞŶƚŽƐ͕
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ŝŶŵĞƌƐĂƐĞŶƵŶĂĐƵůƚƵƌĂƉŽůşƟĐĂ >ĂƐŶŽƌŵĂƐĐŽŶƐƟƚƵĐŝŽŶĂůĞƐĨƵŶĐŝŽŶĂŶ
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ĚŝǀĞƌƐĂƐLJƵŶƐŝƐƚĞŵĂĚĞƌĞĐƵƌƐŽƐ
ĞĐŽŶſŵŝĐŽƐƌĂĚŝĐĂůŵĞŶƚĞĚĞƐŝŐƵĂů͘
ŽŶĚŝĐŝŽŶĞƐŐĞŶĞƌĂůĞƐ͗
ůƉŽĚĞƌĞƐĐŽŵƉĂƌƟĚŽĞ ůƉŽĚĞƌĞƐĂƚĂĐĂĚŽƉŽƌŶƵŵĞƌŽƐŽƐ
ŝŶƚĞƌĐĂŵďŝĂĚŽĞŶƚƌĞŶƵŵĞƌŽƐŽƐ ŐƌƵƉŽƐ͘
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Fuente: Held (1993)

75
Marcelo Mella

Democracia participativa
El modelo de democracia participativa se elabora desde el
supuesto de que la representación política liberal es un meca-
nismo insuficiente para generar inclusión y hacer efectiva la de-
mocracia real. Por tanto, se busca evitar que las prácticas de
delegación política, propias de la democracia representativa, se
conviertan en enajenación y fetichismo político. Autores como
Pierre Bourdieu y Fernando Mires han señalado que, si bien la
representación política es un mecanismo de agregación de inte-
reses, por sí sola no permite la democratización de una socie-
dad. Bourdieu ha explicado cómo las prácticas de delegación del
poder, por parte de los ciudadanos, al convertirse en prácticas
rutinarias hacen irreversible su transferencia y contribuyen a la
usurpación de la condición de soberano.
Fernando Mires argumentará que la democracia requiere, en
grados variables, de mecanismos de representación, pero tam-
bién de mecanismos para institucionalizar la deliberación y la
participación. Entender equivocadamente que la democracia es
coextensiva a la representación significa sobrecargar de deman-
das a las estructuras parlamentarias. Esta sobrecarga afecta, a la
larga, los niveles de adhesión y respaldo del sistema democrático.
Jurgen Harbermas, por su parte, plantea que la democra-
cia es una forma política derivada del libre proceso comuni-
cativo, dirigido a lograr acuerdos consensuales para la toma
de decisiones colectivas. Esta creencia tiene implicancias rele-
vantes respecto del decisionismo y las oportunidades efectivas
para generar espacios dialógicos libres de coacciones exter-
nas. La principal consecuencia de la relación entre procesos
comunicativos y democratización consiste en que el elitismo
decisional es percibido como una manifestación de antidemo-
cracia y, por ende, se refuerza el factor de legitimidad por
sobre la eficacia o se hace depender esta última de la primera.
Habermas supone que es posible constituir espacios institu-
cionales donde individuos y grupos participen sin coacción y
en igualdad de condiciones en la formación discursiva de la
voluntad política.

76
Elementos de Ciencia Política

Cuadro Nº 22

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Fuente: Held (1993)

Evolución de la idea de Estado


El segundo concepto fundamental para el estudio de la evo-
lución política moderna es el de Estado. Marcel Prelot lo llamó
«la institución de las instituciones» (1994: 80-86), por constituir
«una forma perfeccionada de vida colectiva en la que la volun-
tad y la razón humana abordan el problema de la organización
política, asegurando su continuidad» (Prelot, 1994: 83). Max
Weber (1976) sostiene, por su parte, que el Estado es aquella en-
tidad que en un territorio determinado monopoliza la coacción
física legítima por medio de la administración pública.
En ambas definiciones aparece con claridad su carácter insti-
tucional, lo que denota su aspecto trascendente puesto que, por lo
general, es aceptado que una institución es una obra de organiza-
ción política en la que existe una voluntad que no se agota en el

77
Marcelo Mella

cumplimiento de los compromisos que la originan. Los principales


fundamentos teóricos e ideológicos del Estado moderno son tres;
razón de Estado, soberanía del Estado y soberanía popular. Me-
diante el principio de la razón de Estado, el aparato estatal actúa en
referencia a reglas propias de la política y distintas a concepciones
éticas de sentido común o a normas derivadas de alguna tradición
religiosa o individual. Por su soberanía el aparato estatal posee
la capacidad, ilimitada e indivisible, de hacer leyes e imponer sus
decisiones en un territorio específico. Por último, considerando el
principio de la soberanía popular el Estado moderno actúa sobre la
base de que el depositario último o titular del poder es el pueblo. De
acuerdo a esta idea, presente en autores contractualistas (Rousseau
y Locke), la soberanía es imposible de transferir completamente y
solo se delega parcial y transitoriamente con el fin de alcanzar cier-
tos objetivos legítimos para el colectivo social.
Guillermo O'Donnell sostiene que el Estado debe ser anali-
zado en cuatro dimensiones básicas; la dimensión institucional,
normativa o jurídica, que asemeja el concepto a la idea de Esta-
do de Derecho (sistema legal); luego, la dimensión sociológica,
que se funda en los grupos o sectores específicos que ocupan los
espacios estatales (burocracias, grupos políticos); una tercera faz
del Estado como foco identitario o fuente de contenidos simbó-
licos; y una cuarta dimensión como filtro frente a poderes sub o
supra estatales (Collier, 1985: 290-291) (PNUD, 2008: 27-30).
La evolución histórica del Estado tiene cuatro momentos:
Monarquía absoluta, Estado liberal, Estado de bienestar y Es-
tado neoliberal.

Monarquía absoluta
Ocurre con el origen del Estado moderno, durante los siglos
XVI y XVII, y se caracteriza por la centralización del poder, la crea-
ción de la burocracia y la constitución del Estado por pactos o
contratos. Es el tiempo en que los Estados europeos organizan
ejércitos nacionales, adquieren el derecho a acuñar moneda, a im-
poner tributos y a aplicar estos derechos dentro de un territorio.
Desde un punto de vista conceptual, los fundamentos clási-
cos del Estado absoluto, que se impone desde Westfalia (1648),
han sido elaborados por Thomas Hobbes en su Leviatan. Para
Hobbes, la principal razón que justifica semejante concentración
del poder es la necesidad de asegurar la conservación de la vida
y superar la situación de guerra permanente:

78
Elementos de Ciencia Política

La causa final, fin o designio de los hombres (que


naturalmente aman la libertad y el dominio sobre los de-
más), al introducir esta restricción sobre sí mismos (en
la que los vemos vivir formando Estados), es el cuidado
de su propia conservación y por añadidura el logro de
una vida más armónica; es decir, el deseo de abandonar
esa miserable condición de guerra que, tal como hemos
manifestado, es consecuencia necesaria de las pasiones
naturales de los hombres, cuando no existe poder visible
que los tenga a raya y los sujete, por temor al castigo, a
la realización de sus pactos y a la observancia de las leyes
de naturaleza establecidas en los capítulos XIV y XV (…).
El único camino para erigir semejante poder común,
capaz defenderlos contra la invasión de los extranjeros
y contra las ofensas ajenas, asegurándoles de tal suerte
que por su propia actividad y por los frutos de la tierra
puedan nutrirse a sí mismos y vivir satisfechos, es confe-
rir todo su poder y fortaleza a un hombre o asamblea de
hombres, todos los cuales, por pluralidad de votos, pue-
dan reducir sus voluntades a una voluntad (…).
Esto es más que consentimiento o concordia: es una
unidad real de todo ello en una y la misma persona, insti-
tuida por pacto de cada hombre con los demás, en forma
tal como si cada uno dijera a todos: autorizo y transfiero a
este hombre o asamblea de hombres mi derecho a gober-
narme a mí mismo con la condición de que vosotros trans-
feriréis a él vuestro derecho y autorizaréis todos los actos
de la misma manera. Hecho esto, la multitud así unida en
una persona se denomina Estado, en latín Civitas. Esta es
la generación de aquel gran Leviatán, o más bien de aquel
dios mortal al cual debemos, bajo el Dios inmortal, nues-
tra paz y nuestra defensa (Artola, 1979: 327).

Estado liberal
El Estado liberal surgió con las revoluciones liberales contra
el Antiguo Régimen, acaecidas en Europa y América y se ex-
pandió como modelo institucional entre los siglos XVII y XIX. Se
caracterizó por la vigencia del constitucionalismo, la concepción
individualista de los sujetos, la defensa de la propiedad privada
y la economía capitalista y, siguiendo a Carol Pateman, por el
impulso dado a la familia patriarcal (Held, 1997: 73). Desde una
perspectiva doctrinaria, el Estado liberal se opuso al Estado ab-
soluto, tal como se aprecia en el siguiente párrafo de John Locke:

79
Marcelo Mella

Resulta pues, evidente que la monarquía absoluta, a


las que ciertas personas consideran como el único gobier-
no del mundo, es en realidad incompatible con la sociedad
civil, y por ello, no puede siquiera considerarse como una
forma de poder civil. La finalidad de la sociedad civil es
evitar y remediar los inconvenientes del estado de natura-
leza, que se producen forzosamente cuando cada hombre
es juez de su propio caso, estableciendo para ello una au-
toridad conocida a la que todo miembro de dicha sociedad
pueda recurrir cuando sufre algún atropello, o siempre
que se produzca alguna disputa, y a la que todos tengan
obligación de obedecer. Allí donde existen personas que
no disponen de esa autoridad a quien recurrir para que
decida en el acto las diferencias que surgen entre ellas, esas
personas siguen viviendo en un estado de naturaleza. Y en
esa situación se encuentran, frente a frente, el rey absoluto
y todos aquellos que están sometidos a su régimen.
Al partirse del supuesto de que ese príncipe absoluto
reúne en sí mismo el poder legislativo y el poder ejecutivo
sin participación de nadie, no existe juez ni manera de ape-
lar a nadie capaz de decidir con justicia e imparcialidad,
y con autoridad para sentenciar, o que pueda remediar o
compensar cualquier atropello o daño que ese príncipe
haya causado, por sí mismo, o por orden suya. Ese hom-
bre, lleve el título que lleve zar, gran señor o el que sea
se encuentra tan en estado de naturaleza con sus súbditos
como el resto del género humano. (…) La única diferencia,
lamentable además, para el súbdito, o más bien, para el es-
clavo del príncipe absoluto, es que en el estado de natura-
leza dispone de libertad para jugar el mismo de su derecho,
y para defenderlo según la medida de sus posibilidades,
pero cuando se ve atropellado en su propiedad por la vo-
luntad y por orden del monarca, no solo no tiene a quien
recurrir, como deben tener todos cuando viven en socie-
dad, sino que, lo mismo que si lo hubieran rebajado de su
estado común de criatura racional, se le niega la libertad
de juzgar de su caso, o de defender su derecho (Artola,
1979: 335-336).

Como proyecto histórico, el Estado liberal representó la rup-


tura y superación del Estado absolutista, así como la reconstruc-
ción del orden político luego de la crisis del Antiguo Régimen en
Europa y América. Esta segunda fase en la evolución del Estado se
manifestó mediante formas institucionales diversas, a saber; una
Monarquía Parlamentaria, en el caso del régimen surgido de la
Revolución Inglesa del siglo XVII; una Monarquía Constitucional,

80
Elementos de Ciencia Política

en el caso de la Constitución de 1812 en España; una República,


como ocurrió en Francia luego de la Revolución Francesa; y final-
mente, las Repúblicas Presidenciales de América, surgidas luego
de los procesos de emancipación nacional durante el siglo XIX.
En todos estos casos la constante del Estado Liberal fue una con-
junción de tres componentes que dieron especificidad a este tipo
institucional; un diseño constitucional fundado en el liberalismo,
la consolidación de la burguesía como clase social dominante y
el capitalismo como modelo principal para la organización de las
relaciones económicas de producción (Artola, 1979: 485-490)
(Eccleshall, 1993: 43-52) (Held, 1997: 73).
Desde una perspectiva ideológica, el liberalismo se originó en
Inglaterra durante el siglo XVII y sus argumentos principales se
desarrollaron a ambos lados del Atlántico luego de la Gloriosa
Revolución de 1680. Los dos grandes precursores doctrinarios
del liberalismo inglés fueron John Locke (Dos tratados sobre el
Gobierno y Carta sobre la tolerancia) y Tom Paine (El sentido
común, Los derechos del hombre y La edad de la razón), quienes
impulsaron un nuevo orden social en Inglaterra, Estados Unidos
y Francia basados en determinadas ideas-fuerza con respaldo jurí-
dico, como por ejemplo: gobierno representativo y constitucional,
neutralidad y autolimitación del Estado frente a las diferentes ex-
presiones de pluralismo, el derecho a disentir en asuntos religiosos
y la ampliación de una esfera social autónoma (Eccleshall, 1993:
43-46). Esta autonomía de la sociedad debía entenderse como
una reivindicación de la interioridad del sujeto individual frente a
los poderes públicos o cualquier otra forma de coacción externa.
Parafraseando a Tom Paine en La edad de la razón; «Mi propia
mente es mi propia Iglesia» (Eccleshall, 1993: 46).

Estado de bienestar
El Estado de bienestar surge de la crisis económica de 1929
como una alternativa ubicada entre el Estado liberal y el modelo
comunista. Su principal objetivo fue proteger a las sociedades
de las crisis cíclicas de la economía internacional mediante in-
tervenciones (anticíclicas) selectivas, con medidas como la ex-
tensión del sistema de seguridad social para los trabajadores,
políticas redistributivas, emprendimientos públicos destinados a
absorber la cesantía y diversas estrategias de industrialización
nacional sustitutiva de importaciones, dirigidas a limitar la de-
pendencia de la producción de los países desarrollados.

81
Marcelo Mella

Siguiendo a Heclo, es posible identificar tres fases del Estado


de bienestar:

1. Fase de experimentación (desde 1870 a 1925): se inicia con el


llamado «Liberal break» y está determinada por la puesta en
marcha de los sistemas de seguridad social. Lo característico de
esta etapa es la sustitución de la incertidumbre de la providencia
privada, propia de las sociedades liberales decimonónicas, por
la providencia pública propia de las sociedades «aseguradoras»
(Rosanvallon). En la literatura se mencionan el modelo de se-
guridad social de Bismarck (1880) y la República de Weimar
(1919), como dos casos ejemplares de esta primera etapa.
2. Fase de consolidación (crisis de los años treinta a la Segunda
Guerra Mundial): se caracterizó por la legitimación de los
derechos sociales como componentes esenciales de una ciu-
dadanía plena y por la confianza extendida acerca de la ca-
pacidad distributiva del Estado a través de políticas de orien-
tación keynesiana. Para esta etapa se mencionan el «New
deal» y el «compromiso histórico» entre capital y trabajo en
Suecia como experiencias paradigmáticas.
3. Fase de expansión (desde 1945 a mediados de la década de
1970): está basada en un acuerdo respecto de la forma cómo
alcanzar, simultáneamente, el objetivo liberal del crecimien-
to económico y el objetivo socialista de asegurar la redis-
tribución de la renta (Caminal, 1999: 247). Jordi Sánchez
sostiene que esta fase de desarrollo se define, más que por la
existencia de un régimen activo de derechos sociales o políti-
cas distributivas específicas, por un consenso «doctrinario»
respecto de la necesidad de generar crecimiento económico
y bienestar público, así como también respecto de la forma
cómo perseguir dichos objetivos (Caminal, 1999: 247-248).

Durante la década de 1970 se produjo la erosión del acuerdo


«doctrinario» sobre la ecuación keynesiana, gatillando la crisis
del Estado de bienestar. En gran medida esta crisis fue generada
por factores concretos, tales como el fin del ciclo de crecimiento
iniciado en los años cincuenta y la crisis energética del año 1973.
Conceptualmente, tanto los autores liberales como los marxistas
han relevado a la ingobernabilidad y la sobrecarga del Estado
como factores detonantes de la crisis de la sociedad aseguradora.
Señala Pierre Rosanvallon:

82
Elementos de Ciencia Política

Para comprender con claridad este nuevo curso de las


cosas, pueden distinguirse tres dimensiones que constituyen
también tres etapas en la quiebra del Estado de providencia.
Las dos primeras son de orden financiero e ideológico. (…)
La crisis financiera se desencadenó en los años setenta. En
efecto, a partir de ese período los gastos sociales, y en espe-
cial, los de salud, siguieron creciendo a los ritmos anteriores
de 7 a 8 % por año, mientras que los ingresos solo aumenta-
ban de 1 a 3 %, ajustados como lo estaban a un crecimiento
que se hizo más lento desde 1974. (…) La crisis ideológica
marca sobre todo los años ochenta. Traduce la sospecha
bajo la que se encontraba entonces el Estado empresario en
cuanto al manejo eficaz de los problemas sociales. Corres-
ponde a la puesta en tela de juicio de una maquinaria cada
vez más opaca y burocrática, que enturbia la percepción de
las finalidades y entraña una crisis de legitimidad. (…) Aún
no tenemos conciencia claramente de la entrada en esta cri-
sis filosófica que acompaña el advenimiento de una nueva
cuestión social. Se trata de explorar sus términos para com-
prender el nuevo pasaje social cuyo relieve dibuja. Aparecen
dos problemas mayores, la desintegración de los principios
organizadores de la solidaridad y el fracaso de la concepción
tradicional de los derechos sociales para ofrecer un marco
satisfactorio en el cual pensar la situación de los excluidos
(Rosanvallon, 1995: 9-10).

Estado neoliberal
El Estado neoliberal surge a comienzos de la década de 1980 con
las «revoluciones conservadoras» de Margaret Tatcher y Ronald
Reagan en Inglaterra y Estados Unidos, respectivamente. Algunos
de sus rasgos principales son: disminución del gasto fiscal, reducción
del «tamaño del Estado», privatización de empresas públicas, recor-
te de derechos y garantías sociales, control de la inflación, debilita-
miento de organizaciones sociales con capacidad de veto (sindicatos,
estudiantes, entre otras) y apertura internacional de los mercados.
Todas estas transformaciones se correlacionaron con cambios sig-
nificativos en la composición de los cuadros de profesionales y ex-
pertos que ocupaban posiciones estratégicas en el aparato público
(Puryear, 1994; Dezalay, 2002). Por otra parte, esta redefinición del
Estado estuvo vinculada a cambios relevantes en la distribución del
poder en el sistema internacional y, especialmente, en la política ex-
terior estadounidense (Foucault, 2007; Mella, 2011c).
La implantación del Estado neoliberal en América Latina se
asocia inicialmente y en distinto grado a los Regímenes Burocrá-

83
Marcelo Mella

tico Autoritarios que aparecen entre las décadas de 1960 y 1970


(Brasil, 1964; Uruguay y Chile, 1973; Argentina, 1976). Pero sin
duda, después de las reformas introducidas por Tatcher y Rea-
gan los ejemplos más destacados en la región de reformas hacia
el neoliberalismo lo constituyen; además del régimen dictatorial
de Augusto Pinochet en Chile; Carlos Salinas de Gortari en Mé-
xico (1988), Carlos Menem en Argentina (1989), Carlos Andrés
Pérez en Venezuela (1989) y Alberto Fujimori en Perú (1990).
Cristina Zurbriggen (2007) señala que este proceso de pene-
tración del Estado neoliberal se realizó desde los años ochenta
en dos momentos; en primer término, impulsado por el catálogo
de medidas de política propuestas por el Banco Mundial en el
llamado «Consenso de Washington» para; posteriormente, con
ocasión del Informe El Estado en un mundo en transformación
(1997), impulsar una segunda generación de reformas. En todo
caso, estas propuestas de reforma han sido cuestionadas en su
eficacia porque carecerían de mirada política y contextual, limi-
tándose a medidas de tipo tecnocrático y gerencialista.
Los dos cuadros siguientes muestran, primero, una síntesis
de las reformas propuestas para la introducción del Estado neo-
liberal en América Latina separada en dos momentos, a saber:
Consenso de Washington y reformas de «segunda generación»
posteriores a la crisis económica de mediados de 1990 y del In-
forme del Banco Mundial de 1997.

Cuadro Nº 23
Reformas Estado neoliberal: Consenso de Washington
y Consenso de Washington ampliado

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ƉƌŽƉŝĞĚĂĚ

Fuente: Zurbriggen (2007: 162)

84
Elementos de Ciencia Política

El resultado de las reformas mencionadas es más bien limitado


pues, tal como se observa en el cuadro siguiente, los indicadores
sociales seleccionados por Ricardo Ffrench-Davis permiten concluir
que, salvo el caso del indicador PIB per cápita, que experimenta un
mejoramiento marginal, el resto de los indicadores muestran para el
período 1980 a 2004, un estancamiento o retroceso.

Cuadro Nº 24
América Latina: Indicadores sociales 1980-2004

Tasa
PIB per cápita Pobreza Salario Real Desempleo
(% población)
(US$ PPP) (Millones) (1995=100) ;йĨƵĞƌnjĂĚĞ
trabajo)

1980 ϳ͘ϯϬϮ ϭϯϲ ϰϬ͘ϱ ϭϬϮ͘ϳ ϳ͘ϳ


1990 ϲ͘ϲϮϰ ϮϬϬ ϰϴ͘ϯ ϵϲ͘Ϯ ϳ͘Ϯ
2004 ϳ͘ϳϱ Ϯϭϲ ϰϭ͘ϳ ϵϲ͘ϴ ϭϬ͘ϯ

Fuente: Zurbriggen (2007: 163)

La construcción del Estado neoliberal, y sus sucesivas refor-


mas experimentadas desde mediados de 1990, han acarreado no
solo un cuestionamiento académico y político sobre sus resultados
y su nivel de eficiencia / efectividad; sino que también nuevas rea-
lidades en la región, tales como dinámicas de empobrecimiento
de sectores de clase media, nuevas expresiones de marginalidad y
una creciente inseguridad social frente al recorte de funciones del
Estado y las condiciones actuales del mercado del trabajo.
Löic Wacquant, en su libro Castigar a los pobres (2010), pre-
senta variados ejemplos de la relación entre avance del Estado neo-
liberal y crecimiento de la función estatal carcelaria para Estados
Unidos y Europa. La idea que subyace en Wacquant es que la con-
solidación del Estado neoliberal coexiste con nuevas expresiones de
marginalidad social, devenidos en remanentes estructurales de tipo
disfuncional que son controlados, localizados y neutralizados me-
diante el encarcelamiento. De esta forma, la disminución del Estado
de bienestar coexistiría con el avance del Estado carcelario.
El cuadro siguiente muestra la evolución del encarcelamiento
en Estados Unidos (en número de presos por cada 100.000 habi-
tantes) para el período 1950-2000. Los datos permiten observar
dos momentos en esta evolución: desde 1950 hasta 1970, fase
marcada por una clara estabilidad en el índice de encarcelamien-

85
Marcelo Mella

to; y un segundo momento entre 1975 y 2000, donde el índice


aumenta exponencialmente (Wacquant, 2010: 184).

Cuadro Nº 25
Estado neoliberal y encarcelamiento

Fuente: Wacquant (2010)

Queda claro que en este quiebre de tendencia en los nive-


les de encarcelamiento respecto de la población total del país el
punto de inflexión lo constituye la llegada al poder de las admi-
nistraciones neoconservadoras en los años ochenta. Conceptual-
mente, el discurso penal del gobierno de Reagan enfatiza los en-
foques de elección y responsabilidad individual en los cuales las
condiciones y circunstancias «sociológicas» son dejadas comple-
tamente de lado, al constituir «excusas» que impiden identificar
las causas de la acción delictual. Ronald Reagan, en un discurso
hacia 1983, afirmaba:

Es sumamente claro que nuestro problema con el de-


lito fue provocado, en gran medida, por una filosofía so-
cial que consideraba al hombre como una creación de su
entorno material. La misma filosofía liberal que vio una
era de prosperidad y virtud posibilitada por el cambio
de ese entorno a través de programas de gastos federa-
les, también vio a los delincuentes como los productos
desafortunados de condiciones socioeconómicas pobres
o de una educación desfavorecida. La sociedad, no el in-
dividuo, decían, era la responsable de la delincuencia. Se
nos acusaba a todos. Pero hoy en día existe un nuevo

86
Elementos de Ciencia Política

consenso político que rechaza tajantemente este punto de


vista (Wacquant, 2010: 39)2.

Siguiendo el análisis de Wacquant se puede concluir que,


tanto en Estados Unidos como en Europa, existen al menos tres
funciones que explicarían la expansión del Estado carcelario.
Ellas son:

1. La neutralización y almacenamiento de fracciones excedentes


de clase trabajadora y de miembros de grupos estigmatizados.
2. El disciplinamiento de la mano de obra de segmentos deso-
cializados del proletariado y de la clase media descendente
afectada por formas de trabajo precarizante.
3. La reafirmación de la autoridad del Estado y de la volun-
tad de las elites políticas de aplicar distinciones entre sujetos
merecedores de inserción y aquellos que deben ser excluidos
(Wacquant, 2010: 19-20).

En forma paralela a la implantación del Estado neoliberal,


cuyo rasgo más destacado fue el recorte de funciones institu-
cionales y la apertura de los mercados, se observa –en la actua-
lidad– una creciente tensión entre la intensificación de la inter-
dependencia global y la subsistencia de la matriz estadocéntrica.
Pareciera ser que el avance de la globalización de algún modo
erosiona la centralidad del Estado como institución, como cla-
se política hegemónica y como foco simbólico. Josep Colomer
(2006) ha planteado estas tensiones como un conflicto entre po-
deres imperiales, comunidades y Estados, sobre la base de que
estos últimos ya no constituyen la única estructura de poder
capaz de imponer el orden y la paz social. En una perspectiva
2
Lejos de constituir una retórica exclusiva de los gobiernos neoconservadores
estadounidenses, el pensamiento que sustenta al nuevo Estado neoliberal-car-
celario aparece también con claridad en gobiernos de tipo socialdemócrata o
laborista como los de Lionel Jospin y Tony Blair. Jospin, en entrevista del año
1999, declara: «Desde que estamos en el gobierno hemos insistido en los pro-
blemas de seguridad. Prevenir y castigar son los dos polos de la acción que es-
tamos llevando adelante. Estos problemas están relacionados con cuestiones
mal manejadas de urbanismo, desintegración familiar y miseria social, pero
también con la falta de integración de los jóvenes que viven en los barrios de
viviendas sociales. Lo cual no constituye de todos modos, una excusa para
conductas individualmente delictivas. No se debe confundir la sociología con
la ley. Cada cual es responsable de sus actos. En la medida en que permitamos
excusas sociológicas y no hagamos valer la responsabilidad individual, no
resolveremos estas cuestiones» (Wacquant, 2010: 38).

87
Marcelo Mella

distinta, David Held (1997) ha sostenido que a pesar de las ten-


siones y complejidades descritas el Estado sigue siendo la mejor
alternativa institucional para generar orden, en la medida que
continúa resolviendo tres cuestiones vitales para la política: i) es-
tablece mecanismos eficaces para financiar la guerra, ii) permite
contribuir a la expansión del capital, y iii) genera mecanismos de
legitimidad y accountability para la toma de decisiones.

Globalización como proceso (des)controlado


Anthony Giddens (1993) entiende a la globalización como
el trastrocamiento del tiempo y espacio por la introducción de
las nuevas tecnologías. El resultado de este proceso es la rela-
tivización de estas dos nociones (tiempo y espacio) y la elimi-
nación de los límites entre lo propio y lo ajeno (extranjero).
Aunque esta definición tiene el mérito de rescatar la dimensión
subjetiva, no queda suficientemente claro en ella cuál es el rol
de las instituciones en el proceso y, especialmente, del Estado.
Dicho autor la explica:

(…) como la intensificación de las relaciones sociales


en todo el mundo por las que se enlazan lugares lejanos, de
tal manera que los acontecimientos locales están configu-
rados por acontecimientos que ocurren a muchos kilóme-
tros de distancia o viceversa. Este es un proceso dialéctico
puesto que esos acontecimientos locales pueden moverse
en dirección inversa a las distantes relaciones que le die-
ron forma. La transformación local es parte de la mun-
dialización y de la extensión lateral de las conexiones a
través del tiempo y espacio. Así, quien estudie las ciudades
actuales en cualquier lugar del mundo, sabe que lo que
sucede en un barrio local seguramente ha sido influenciado
por otros factores –como puede ser la economía mundial
o los mercados de productos– que operan a una distancia
indefinida lejos del barrio en cuestión. El resultado no es
necesariamente, ni siquiera corrientemente, un generaliza-
do conjunto de cambios que actúan en dirección uniforme,
al contrario, en muchas ocasiones consiste en tendencias
mutuamente opuestas. La creciente prosperidad del área
urbana de Singapur podría estar causalmente relacionada,
a través de una complicada red de conexiones económicas
mundiales, al empobrecimiento de un barrio de Pittsburgh,
cuyos productos locales no son competitivos en los merca-
dos mundiales (Giddens, 1993: 67-68).

88
Elementos de Ciencia Política

Haciéndose cargo de estos aspectos, David Held (1997) se-


ñala que la globalización es equivalente a la expansión y profun-
dización de las relaciones sociales y de las instituciones a través
del tiempo y el espacio. Este autor sostiene que, en su dimensión
institucional, la globalización no determina necesariamente un
desplazamiento de poder desde los Estados a alguna forma de
gobierno cosmopolita, por tanto, la profundización de la inter-
dependencia global no tendría por qué acarrear el fin de la ma-
triz estadocéntrica. Sin embargo, sus ideas no logran aclaran el
carácter regulado o desregulado del proceso de interdependencia
global. Podemos establecer que la literatura sobre el tema se cla-
sifica en dos grandes posiciones: la globalización como proceso
controlado y la globalización como proceso no contralado.

Globalización como proceso controlado


Este enfoque sostiene que la globalización es controlada por un
Estado, un conjunto de Estados o algún tipo de poder oculto (in-
formal). Johan Galtung ha sostenido, en su Teoría del Imperialismo
Estructural, que el planeta se encuentra dividido en dos grandes re-
giones; la región del centro, que concentra a los Estados con mayor
poder; y la región de la periferia, que concentra a los Estados con
menor poder. Dicha teoría afirma que, dependiendo de la ubicación
de los Estados (actores) en cada una de las dos regiones del planeta,
es posible saber cómo actúan en el sistema internacional (con quién
coopera y con quién entra en conflicto). Galtung define el imperialis-
mo como «…una de las formas en las que la nación del Centro tiene
poder sobre la nación de la Periferia, para que se provoque una situa-
ción de desarmonía de intereses entre ellas» (Galtung, 1995: 360).

Cuadro Nº 26
Teoría del imperialismo estructural

Fuente: Galtung (1995)

89
Marcelo Mella

Galtung establece las siguientes características generales del


modelo:

1. Existe congruencia de intereses entre el centro de la nación


centro y el centro de la nación periferia. De lo anterior surge
la hipótesis de la armonía entre los grupos dominantes de
ambos tipos de naciones. Galtung describe esta característica
del modo siguiente: «La idea básica es, como se ha dicho,
que el centro de la nación del Centro establezca una cabeza
de puente con la nación de la Periferia. Esto se realiza de
manera que la nación de la Periferia esté ligada al centro del
Centro con el mejor vínculo posible: el vínculo de la armonía
de intereses. Están ligados de tal forma que suben y bajan,
incluso descienden por debajo del nivel base, juntos» (Gal-
tung, 1995: 362).
2. Existe mayor incongruencia de intereses dentro de la nación
periferia que dentro de la nación centro. Esta característica
implica la existencia de mayor desarmonía o conflictividad
latente entre elites y sociedad civil en las naciones perife-
ria. Para explicar esta característica de su modelo Galtung
sostiene: «En el nivel estático de descripción más sencillo,
significa que hay más desigualdad en la Periferia que en el
Centro. En el nivel más complejo, podríamos expresarlo
diciendo que, la brecha se abre más rápidamente en la Pe-
riferia que en el Centro, donde incluso podría permanecer
constante» (Galtung, 1995: 362).
3. Existe incongruencia de intereses entre la periferia de la na-
ción centro y la periferia de la nación periferia. Esto significa
que existe desarmonía «estructural» entre la sociedad civil de
las naciones dominantes y dominadas. Galtung explica la ter-
cera característica de su teoría del siguiente modo: «Dentro
del Centro las dos partes pueden oponerse entre sí. Pero, en el
juego completo, la periferia se ve a sí misma más como socios
del centro del Centro, que como socios de la periferia de la
Periferia, y este es el truco esencial de ese juego. Se evita la for-
mación de alianzas entre las dos periferias, mientras la nación
del Centro se hace más cohesionada y la nación de la Periferia
lo está menos (y, por tanto, con menor capacidad para desa-
rrollar estrategias a largo plazo)» (Galtung, 1995: 363).

90
Elementos de Ciencia Política

Por su parte, el autor sostiene que existen cuatro mecanis-


mos que hacen funcionar el modelo:

1. Explotación: dadas dos entidades localizadas en distintas re-


giones (centro / periferia), existirá una relación de intercam-
bio que beneficia más a una (nación dominante) que a otra
(nación dominada).
2. Fragmentación: el modelo plantea que existirá una tendencia
estructural a la fragmentación entre las entidades dominadas.
3. Penetración: por este mecanismo se reproducen los mapas
cognitivos de los dominadores en las naciones periferia.
4. Marginación: mediante esta disposición estructural las na-
ciones dominantes forman sus propias organizaciones, que
excluyen sistemáticamente a las naciones dominadas.

Globalización como proceso no controlado


Este segundo enfoque sostiene que la globalización es un pro-
ceso no controlado producto de su alto grado de complejidad.
Más allá de las intenciones de los actores dominantes, el proceso
de interdependencia global tiene implicancias que sobrepasan el
campo estrictamente institucional. Para Manuel Castells (1999)
la globalización es un proceso objetivo y multidimensional, cuya
expresión más determinante es la interdependencia global de los
mercados financieros y la reacción que tienen las sociedades im-
plicadas frente a él. El concepto elaborado anteriormente per-
mite objetivar el fenómeno de la resistencia a la globalización
«desde arriba» como una segunda globalización «desde abajo».
Castells denomina «paraísos comunales» a las diversas moda-
lidades de resistencia local frente a la globalización financiera.
En relación a este punto el autor señala:

En 1978, Nicos Poulantzas escribió: lo específico del


Estado Capitalista es que absorbe el tiempo y el espacio
sociales, establece sus matrices y monopoliza su organi-
zación, convirtiéndolos, por su acción, en redes de domi-
nio y poder. Por eso, la nación moderna es producto del
Estado. Ya no es así. El control estatal sobre el espacio y
el tiempo se ve superado cada vez más por los flujos glo-
bales de capital, bienes, servicios, tecnología, comunica-
ción y poder. La captura por parte del Estado, del tiempo
histórico mediante su apropiación de la tradición y la (re)
construcción de la identidad nacional es desafiada por las

91
Marcelo Mella

identidades plurales definidas por los sujetos autónomos.


El intento del Estado de reafirmar su poder en el ámbito
global desarrollando instituciones supranacionales so-
cava aún más su soberanía. Y su esfuerzo por restaurar
la legitimidad descentralizando el poder administrativo
regional y local refuerza las tendencias centrífugas, al
acercar a los ciudadanos al gobierno pero aumentar su
desconfianza hacia el Estado-nación. Así pues, mientras
que el capitalismo global prospera y las ideologías nacio-
nalistas explotan por todo el mundo, el Estado-nación,
tal y como se creó en la Edad Moderna de la historia, pa-
rece estar perdiendo su poder, aunque, y esto es esencial,
no su influencia (Castells, 1999: 271-272).

El debate presentado en este apartado tuvo por propósito discu-


tir algunos aspectos fundamentales de los conceptos de democracia
y Estado, bajo el supuesto de que no existe una noción universal
para estas categorías; las que, sin embargo, continúan siendo parte
principal de los imaginarios políticos contemporáneos.
El desafío de re significar categorías centrales para el estudio
de la política acarrea la complejidad de incorporar nuevos mar-
cos que definen la temporalidad y la espacialidad de los fenó-
menos vinculados al poder. Tener a la vista estas complejidades
permite situar los conceptos políticos en las nuevas coordenadas
de espacio y tiempo de nuestras sociedades latinoamericanas cre-
cientemente integradas e interdependientes. Tal como han pre-
guntado David Held y Josep Colomer, el principal problema pa-
rece ser cómo pensar la democracia y el Estado en la perspectiva
de relaciones de poder multinivel, que van desde la «democracia
cosmopolita» a la democracia de nivel subnacional y al mismo
tiempo cómo interviene la dimensión aspiracional y normativa
en nuestra reflexión teórica sobre los modelos de democracia y
Estado, considerando la experiencia histórica latinoamericana
en cada caso particular.

92
III

Actores políticos
Durante esta sección se analizarán conceptos y roles alusivos a
actores políticos, comenzando desde una perspectiva institucional
y llegando hasta una mirada más amplia y comprensiva. Espe-
ramos poder discutir la función y la racionalidad de los actores,
incluyendo a aquellos definidos habitualmente como «informales»,
en la búsqueda de una mirada más compleja sobre el juego político.
Siguiendo una lógica que va desde lo formal a lo informal; se
analizarán, en primer lugar, los conceptos y tipologías de parti-
dos políticos; luego se revisarán los conceptos de grupos de inte-
rés y grupos de presión; en tercer lugar se estudiará el concepto
de elite política; se continuará con el análisis de los diferentes
enfoques existentes para el estudio de los movimientos sociales,
posteriormente se discutirá la importancia política de los medios
de comunicación y, para finalizar; se abordarán los principales
debates sobre sociedad civil y ciudadanía.
Para emprender el estudio de los actores políticos partiremos,
preferentemente, desde una perspectiva sincrónica o estática, ya
que nos interesa, desde los conceptos y enfoques presentados so-
bre cada tema, discutir cómo es posible construir una explicación
acerca del comportamiento de cada uno de ellos. Sin embargo, se
anotarán algunos rasgos de la trayectoria de ciertos actores que
puedan resultar importantes para entender sus lógicas de ruptura
o discontinuidad. Para desarrollar una explicación sobre el com-
portamiento de los actores suponemos que existen, al menos, dos
grandes modos de aproximarnos a ellos; el primero representa una
mirada de racionalidad instrumental en un sentido convencional
y, el segundo, supone ampliar la noción de racionalidad hasta in-
cluir elementos de tipo simbólico o cultural, en sentido amplio.

Partidos políticos
Concepto y características
Según David Easton (1974), los partidos políticos son canales
de transmisión de las demandas de la población hacia los pode-
res públicos. Constituyen, por lo tanto, estructuras institucionales

95
Marcelo Mella

de intermediación entre Estado y sociedad que permiten generar


integración social y política. Esta función de intermediación o in-
terface los convierte en mecanismos muy relevantes en el procesa-
miento de las demandas y la reducción de la complejidad social.
Siguiendo esta perspectiva, Joseph La Palombara y Myron
Weiner (1966) plantean que los partidos políticos son institucio-
nes de intermediación que poseen las siguientes características:

1. Son organizaciones duraderas. Esto es, son estructuras destina-


das a trascender históricamente y, por tanto, no se extinguen
con el complimiento de una plataforma programática específica.
2. Son organizaciones locales con relaciones estables con el ám-
bito nacional. Vale decir, «negocian» soluciones de compro-
miso entre la política local y la política nacional, consiguien-
do la coordinación entre lógicas, a priori incompatibles.
3. Poseen voluntad para tomar el poder y ejercerlo. Esto signifi-
ca que los partidos no solo se limitan a influir sobre el Esta-
do, sino, en lo principal, buscan ocupar los espacios de poder
institucionales para tomar decisiones y formar gobierno.
4. Buscan apoyo popular por medio de las elecciones. En otras
palabras, los partidos generan legitimidad procedimental me-
diante las elecciones y buscan intercambiar políticas por votos.
5. Canalizan intereses sectoriales. Se entiende que los partidos
cumplen una importante función de representación de inte-
reses horizontales (de clase) o verticales (funcionales-territo-
riales), por tanto son estructuras que facilitan el proceso de
integración social.
6. Son organizaciones dotadas de un programa de gobierno. Se
trata, según estos autores, de que los partidos defienden un
cuerpo de ideas que definen el cemento normativo mínimo de la
colectividad y sus fronteras con otras organizaciones. No obs-
tante, esta característica aparece fuertemente disminuida por el
auge de la comunicación y el marketing político en el diseño de
campañas y en la definición de plataformas programáticas.

Una muestra de la importancia de estas caracterizaciones está


dada porque a partir de ellas se definen los modos o perspectivas
mediante las cuales los partidos pueden ser estudiados. Angelo
Panebianco (1990), por ejemplo, cree que los partidos debieran
ser analizados alternativamente en base a las siguientes perspec-
tivas: i) su base social, ya sean sus estructuras de articulación

96
Elementos de Ciencia Política

de intereses sociales horizontales o verticales; ii) su orientación


ideológica, entendiendo como tal aquellos elementos identitarios
extraídos de la fracturas sociales relativas a uno o más temas
(diferenciación clásica en relación a este criterios es derecha e
izquierda); y iii) su estructura organizativa, determinada por sus
fines propios como organización al margen de los objetivos ori-
ginales (Malamud, 2003: 324).
Conforme a la descripción hecha por los autores citados, el
concepto de partido político se encuentra definido por la noción
de estructuras «interface», destinadas a construir una interac-
ción funcional entre la lógica estatal (institucional) y la lógica de
la sociedad civil (extra-institucional). Esta función de articula-
ción se grafica en el siguiente cuadro:

Cuadro Nº 27
Función de los partidos políticos

Fuente: Katz y Mair (1997)

Evolución histórica
El origen de los partidos políticos estaría vinculado al pro-
ceso de urbanización acaecido en Europa entre los siglos XVIII y
XIX; siendo su primera manifestación aquellas afinidades funda-
das en el desarrollo de lazos de solidaridad llamadas «facciones»
(Oppo, 1982; Sartori 1980).
Andrés Malamud (2003) sostiene que existen tres familias de
teorías que explican el origen de los partidos políticos; las teo-
rías institucionales (por ejemplo; Ostrogoski, 1902 y Duverger,
1987), las teorías histórico-comparativas (por ejemplo; Lipset y
Rokkan, 1967) y las teorías del desarrollo (por ejemplo; Palom-
bara y Weiner, 1966). Las teorías institucionales sostienen que
los partidos surgen como organizaciones auxiliares o supleto-
rias del parlamento. Esta perspectiva distingue entre partidos de

97
Marcelo Mella

creación interna (por ejemplo, el Partido Conservador Inglés) y


partidos de creación externa (por ejemplo, el Partido Laborista
Inglés). El método histórico y comparativo plantea que el origen
de los partidos se produce a partir de una serie de rupturas so-
ciales que generan agrupamientos sociales y posicionamiento de
actores en torno a estos ejes conflictivos. Las teorías del desarro-
llo, por su parte, creen que los partidos surgen como consecuen-
cia de procesos de modernización y adaptaciones funcionales del
sistema político.
Desde el punto de vista de su evolución histórica, y siguien-
do los argumentos centrales de Katz y Mair (1997), los parti-
dos políticos han sufrido transformaciones en su función deri-
vadas de cambios en la coyuntura y el proceso político. Estos
cambios históricos en la función de los partidos traen como re-
sultado la imposibilidad de universalizar las características de
los partidos de masas, poniendo en entredicho la creencia que,
una vez ocurridos cambios en estos, sea esperable su necesaria
decadencia o exterminio.
En general se pueden distinguir cuatro tipos de partidos, aso-
ciados a cuatro diferentes momentos históricos:

1. Partidos de notables

Existieron en las democracias occidentales entre los si-


glos XVIII y XIX. Sus integrantes o militantes fueron personas
dotadas de gran prestigio y fortuna, razón por la que la polí-
tica, durante este período, fue equivalente a la vida social de
la elite económica y social, recibiendo el nombre de «política
de salones».
Funcionaron en sistemas políticos organizados por di-
versas formas de «voto censitario». El principal mecanismo
para construir respaldos y lealtades electorales fue el clien-
telismo. Como los políticos no obtenían pago por su labor
se establecía una barrera de entrada informal que favorecía
a los sujetos dotados de gran patrimonio y fortuna, capa-
ces de dedicarse ad-honorem a las labores públicas. Por otra
parte, los partidos de este tipo poseen menor desarrollo de
su estructura organizativa pues, debido a las afinidades en
el origen social de sus militantes, a su reducido número y a
las coincidencias proyectivas, no es necesario mayor esfuerzo
organizativo en lo funcional y en lo territorial.

98
Elementos de Ciencia Política

Los partidos de notables cumplirían un rol de interface


determinado por la construcción de un proyecto hegemónico
que representa los intereses del Estado, la lógica institucional
y los intereses de la clase propietaria (empresarios y terrate-
nientes). El cuadro siguiente muestra esta función:

Cuadro Nº 28
Función de los partidos de notables

Fuente: Katz y Mair (1997)

2. Partidos de masas

Existieron, preferentemente, desde la segunda mitad del


siglo XIX hasta inicios de la década de 1980. Siguiendo a
Katz (1997), el elemento central del partido de masas con-
siste en su condición de representante de ciertos segmentos
sociales proveniente de diferentes clases, entendiendo que
dicho estilo de representación se apoya en su penetración y
pertenencia plena en la sociedad civil (Katz, 1997: cap. 5).
Entre sus principales rasgos se cuentan; sufragio universal
masculino (padrón electoral sin requisitos de ingreso o ren-
ta), mecanismos de reclutamiento masivo de militantes (los
partidos de masas miden su poder por el tamaño del padrón
de militantes), educación política de las masas y una estruc-
turación orgánica más formal y rígida que los partidos antes
mencionados. Respecto de este último punto, los partidos de
masas se organizan con un mayor grado de especialización
interna, por lo tanto, surgen aparatos burocráticos más sofis-
ticados al interior de las organizaciones, aparece la disciplina
del partido, el mandato imperativo y ciertos órganos inter-
nos como el tribunal supremo, que representan una especie
de ortodoxia partidista asociada a la «correcta militancia».

99
Marcelo Mella

Cuadro Nº 29
Función de los partidos de masas

Fuente: Katz y Mair (1997)

3. Partidos «atrapa todo» (Catch all party)

Surgidos durante la década de 1940, los Catch all party


nacen, según Otto Kircheimmer (1966), como una fórmula
adaptativa de los partidos parlamentarios que buscan man-
tener los niveles de control y anclaje, aunque con mayor au-
tonomía respecto de la sociedad civil; todo ello bajo la hipó-
tesis de que las bases sociales de los partidos tradicionales de
masas han cambiado significativamente. En una buena canti-
dad de sistemas democráticos la expansión económica modi-
ficó y ocultó los conflictos de clase tradicionalmente presen-
tes durante el siglo XX. El paso de sociedades conflictuales a
sociedades más consensuales conllevó el desdibujamiento de
los clivajes tradicionales, haciendo del debate entre derechas
e izquierdas una discusión inconducente y carente de signi-
ficado. Una vez caídos los socialismos reales, se profundi-
zó en los fenómenos de despolitización y desideologización
de las democracias occidentales. En términos de la acción
partidaria se potenciaron partidos centrados en estrategias
comunicacionales más que en elementos programáticos, y
en el carisma de sus líderes más que en las estructuras ins-
titucionales. Los partidos «atrapa todo» son aparatos que
han modificado profundamente las lógicas de reclutamiento,
pues buscan disminuir la cantidad de militantes (vínculo más
permanente y costoso) y aumentar la cantidad de electores
(vínculo más precario y clientelar).

La emergencia de lo que Kirchheimer (1966) llamó


«partido atrapa-todo» desafió severamente esta noción

100
Elementos de Ciencia Política

de partido como representante de sectores sociales pre-


definidos. En primer lugar, los comienzos de una erosión
de las fronteras sociales tradicionales a fines de los ´50
y ´60 implicó un debilitamiento de anteriores identida-
des colectivas altamente diferenciadas, haciendo menos
fácil identificar distintos sectores del electorado y asumir
intereses compartidos en el largo plazo. Segundo, el creci-
miento económico y la incrementada importancia del Es-
tado de bienestar facilitaba la elaboración de programas
que no necesariamente seguían siendo divisorios o parti-
darios, sino que podía ser presentado para servir los inte-
reses de todos, o casi todos. Tercero, con el desarrollo de
los medio masivos de comunicación, los partidos líderes
comenzaron a disfrutar de una capacidad para atraer al
electorado libre, un electorado conformado por votantes
que estaban aprendiendo a comportarse más como con-
sumidores que como participantes activos (Katz, 1997:
cap. 5).

4. Partidos cartel (Brokers)

Los partidos cartel, según Richard Katz (1997), son reco-


nocidos como instituciones más próximas al Estado que a la
sociedad civil, originados por la necesidad de representación
de los grandes intereses corporativos. Un primer momento
en la evolución de los partidos cartel lo constituye la trans-
formación de los partidos de masas en brokers (intermedia-
rios) entre la sociedad civil y el Estado. Esta nueva función
se acomoda perfectamente al desarrollo de la democracia
pluralista en Estados Unidos y Europa, posterior a la Segun-
da Guerra Mundial. En este contexto los partidos políticos
deben participar en el «regateo», «acomodamiento» y «arti-
culación» de los intereses sociales organizados. Los partidos
brokers poseen varias características relevantes: i) sus intere-
ses son distintos a los intereses de sus clientes; ii) pueden ob-
tener comisiones por servicios prestados; y iii) su capacidad
de intermediación depende de su capacidad simultánea para
manipular al electorado e influir al Estado.
En consecuencia, los partidos cartel son parte de una ma-
triz de funcionamiento del sistema democrático donde, por
una parte, se produce la «interpenetración partido-Estado»
y, por otra parte, se produce una profundización de la «con-
nivencia interpartidaria». De este modo, se puede denominar

101
Marcelo Mella

a un partido cartel si su desarrollo orgánico se apoya en el


consenso y la cooperación entre actores partidarios que son
formalmente competidores y resulta demostrable su eficacia
en la penetración del Estado y la sociedad civil (Katz, 1997).

Cuadro Nº 30
Función de los partidos cartel

Fuente: Katz y Mair (1997)

102
Cuadro Nº 31
Modelos de partido y sus características

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Elementos de Ciencia Política


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103

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Marcelo Mella
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104

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Fuente: Katz y Mair (1997)


Elementos de Ciencia Política

Más focalizado en América Latina, Torcuato S. Di Tella (1993)


ha enunciado una tipología que, en buena medida, hace posible in-
corporar la experiencia política de la región. Para este autor exis-
ten diez variantes de partidos considerando criterios tales como su
capacidad de integración de sectores sociales y su posicionamiento
ideológico en el conjunto del sistema político. Estas variantes son;
i) partidos en formato bipolar clásico, ii) partidos en formato bipo-
lar ampliado, iii) partidos en formato bipolar derecha-izquierda, iv)
partidos de integración policlasista, v) partidos populistas de clase
media, vi) partidos populistas obreros, vii) partidos socialistas obre-
ros, viii) partidos social revolucionarios, ix) partidos de derecha, y
x) partidos centristas de clase media (Di Tella, 1993: 337-357).

1. Partidos en formato bipolar clásico (conservador- liberal).


Su característica principal es que se desarrollan en sistemas
políticos donde los enfrentamientos político-sociales más re-
levantes se presentan entre sectores de clases altas y medias.
En estos contextos los sectores populares constituyen, para
las estructuras partidarias, apoyos usualmente de carácter
clientelar. Incluso puede suceder que los sectores conserva-
dores logren mayor grado de movilización de los sectores
populares por la pre-existencia de vínculos tradicionales y
orgánicos. Durante los inicios del siglo XX estos partidos
se desarrollaron espacialmente Colombia, Ecuador, Chile,
Cuba y América Central. En cierta medida, el caso de Uru-
guay, con los partidos Colorado y Blanco también podría
asimilarse a esta categoría.
2. Partidos en formato conservador-liberal ampliado (hacia ra-
dicalismo y/o socialismo). El rasgo más nítido de estos par-
tidos es su desarrollo en sistemas bipolares en proceso de
ampliación hacia la izquierda mediante un partido radical o
un partido socialista-comunista. Desde un punto de vista de
las condiciones de estratificación supone una expansión de
la clase media y un crecimiento de las organizaciones sindi-
cales, como ocurrió en Chile durante la primera mitad del
siglo XX. Se trata, por tanto, de partidos que funcionan en
sistemas en transición desde un formato bipolar a uno tri-
polar o multipolar.
3. Partidos en formato bipolar derecha-izquierda. Dichos
partidos se desarrollan en sistemas estructurados de modo
bipolar a partir de distintos clivajes que pueden ser tradu-

105
Marcelo Mella

cidos en conflictos derecha-izquierda (clerical/ anticlerical;


cuestión social; dictadura/ democracia; etc.). Esta estruc-
turación bipolar puede surgir de estrategias de contención
de intereses obreros y de terceros partidos, así como de la
formación de coaliciones de partidos «burgueses» o la des-
aparición / subordinación de uno de ellos. Por ejemplo, en
el caso de Uruguay, Colorados y Blancos tendieron a coo-
perar y unirse en la medida que creció el Frente Amplio. En
Chile, la estabilidad de las coaliciones de la centro-derecha
y la centro-izquierda minimizaron, durante la década de
1990, las posibilidades de crecimiento del Partido Comu-
nista y la izquierda extraparlamentaria.
4. Partidos de integración policlasista. Este tipo de partido inte-
gra a sectores organizados de los diferentes estratos sociales;
sean estos empresariado, clases medias o sindicatos, lo que
implica articular y superar, en cierta forma, los conflictos
nacidos de intereses enfrentados o incompatibles originados
en las posiciones de los conglomerados en la estructura so-
cial. Estos partidos surgen habitualmente después de una
revolución o severa crisis social, como una fórmula para
institucionalizar las luchas sociales. Los partidos o coalicio-
nes policlasistas generan condiciones para que, cuando no
se enmarcan en contextos hegemónicos o de partido único,
puedan aparecer pequeños partidos que aglutinen a sectores
más duros. Los ejemplos más notables en América Latina
son el Partido Revolucionario Institucional (PRI), en Mé-
xico; la Alianza Varguista, en Brasil, con sus partidos PSB y
PTB; y el Partido Colorado, en Paraguay.
5. Partidos populistas de clase media («apristas»). Estos parti-
dos surgen de la convergencia social de clases medias bajas,
intelectuales y sectores de trabajadores obreros y campesi-
nos. Entre las características principales de estas estructuras
se cuenta que la clase media constituye su columna verte-
bral, careciendo casi por completo de participación de gru-
pos pertenecientes a las clases altas. Ejemplos destacados en
la región lo constituyen la Alianza Popular Revolucionaria
Americana (APRA), en Perú; Acción Democrática (AD), en
Venezuela; y el Movimiento Nacionalista Revolucionario
(MNR), en Bolivia.
6. Partidos populistas obreros («peronistas»). Los partidos de
este tipo se organizan en base a la incorporación de sectores

106
Elementos de Ciencia Política

del movimiento obrero, aunque también existen en su estruc-


tura grupos pertenecientes a niveles más altos. Se asemejan,
en cierta medida a los «partidos policlasistas», pero cuentan
con un menor apoyo de las clases altas. En todo caso, esto no
impide que puedan existir pactos o convergencias interclasis-
tas dentro del partido que determine un nivel considerable
de moderación ideológica o estratégica. Para América Latina
son exponentes de este tipo el Partido Justicialista (PJ), en Ar-
gentina; el Partido Trabalhista Brasileiro (PTB), en Brasil antes
de 1964; y el Partido Democrático Trabalhista (PDT) desde la
transición a la democracia.
7. Partidos socialistas obreros (socialdemócratas). Dichos par-
tidos nacen de la convergencia entre intelectuales y obreros
organizados para potenciar el enfrentamiento político con el
gobierno y las clases propietarias. Son ejemplos de esta clase
de partidos el Partidos Socialista (PS) en Chile y Argentina,
el Partido de los Trabajadores (PT) en Brasil y el Frente Am-
plio (FA) en Uruguay.
8. Partidos social revolucionarios. Se originan de la convergen-
cia entre intelectuales y sectores mesocráticos afectados por
fuertes conflictos sociales o por la inseguridad proveniente
de la amenaza del descenso social. Constituyen fuerzas anta-
gónicas frente al orden establecido en sociedades carenciadas
y sometidas al riesgo del extremismo político. Se trata, por
tanto, de partidos con capacidad para la lucha armada y con
una marcada organización verticalista. Han sido exponentes
de este tipo el Movimiento 26 de Julio en Cuba, los Monto-
neros en Argentina, el M-19 en Colombia y el Movimiento al
Socialismo (MAS) en Venezuela.
9. Partidos de derecha. Entendiendo que se trata de una cate-
goría amplia y diversa, estos partidos cuentan con el apoyo
mayoritario de las clases altas y poseen una ideología que se
identifica con intereses básicos de clase y con la lógica de la
acumulación del capital. Ejemplos importantes en América
Latina son la Unión Demócrata Independiente (UDI) y Reno-
vación Nacional (RN), en Chile; Acción Popular (Partido de
centro desviado) y el Movimiento Libertad de Vargas Llosa,
en Perú; y el Partido Acción Nacional (PAN), en México.
10. Partidos centristas de clase media. Se trata de partidos con
una base social proveniente de la clase media y provista de
una ideología centrista-moderada. En general, desempeñan

107
Marcelo Mella

una importante función de articulación o pivote en los siste-


mas multipartidistas en la región. Ejemplos de esta clase de
partidos han sido el Partido Radical (PR) en Chile, la Unión
Cívica Radical (UCR) en Argentina, los Colorados y Blancos
en Uruguay, la Democracia Cristina (DC) en Chile y en cier-
tos momentos, el COPEI en Venezuela.

Si se observa el estado del arte sobre el tema, se coincidi-


rá en que entre las principales problemáticas que actualmente
afectan a los partidos políticos en América Latina se cuentan:
1) las tendencias a la oligarquización y la falta de democracia
interna, 2) el transfuguismo, 3) la ausencia de administración
transparente, 4) la informalización de la organización partida-
ria, 5) bajos niveles de profesionalización, 6) baja capacidad de
cooperación intra e interpartidaria, y 7) falta de capacidad de
renovación y adaptación ideológica.
De lo planteado, una problemática especialmente relevante
es la tendencia a la informalidad que persiste, y en algunos
casos se acrecienta, en las estructuras partidarias. Flavia Frei-
denberg y Steven Levitsky (2007) han señalado que el desarro-
llo de las organizaciones partidarias no transcurre siempre en
paralelo a su nivel de institucionalización, de modo tal que,
en la región, existen en países como Argentina, Brasil, México
o Ecuador partidos con alto nivel de arraigo social pero con
bajo grado de formalización. Entendemos por organizaciones
partidarias formales a aquellas donde existe un diseño explícito
de normas y estructuras. Freidenberg y Levitsky sostienen que
un partido político es una organización formal cuando toma
decisiones de acuerdo a sus estatutos y actúa a partir de sus
órganos (2007: 542).
Sin embargo, existen dos cuestiones que añaden complejidad
e interés al estudio de la informalidad política. Por una parte,
la brecha entre la «estructura formal» y la «organización real»
del los partidos políticos en la región es un asunto relativamente
inexplorado. Dicha situación podría entrañar una omisión inex-
cusable en aquellos casos donde los fenómenos de personalismo,
patronazgo, clientelismo y conflictos de interés son notas preva-
lecientes. En otro sentido, la distinción entre partidos formales
(con un diseño y normas explícitas) y partidos institucionaliza-
dos (con alto nivel de acatamiento o aceptación de las normas),
insinúa la distinción entre partidos formalmente institucionali-

108
Elementos de Ciencia Política

zados, vale decir, cuando existe diseño explícito de normas y


estas son acatadas; informalmente institucionalizados, vale de-
cir, cuando existe acatamiento de normas no explícitas; o débil-
mente institucionalizados, vale decir, cuando existe bajo nivel de
acatamiento de las normas (Freidenberg y Levitsky, 2007: 543).

El predominio de la organización informal sobre


otro tipo de organización también genera importantes
interrogantes teóricos. Si los partidos informales funcio-
nan de manera distinta de los partidos formales, entonces
encontraremos diferencias importantes en áreas como el
comportamiento legislativo, los procesos de selección de
candidatos, la estrategia electoral y la adaptación a los
cambios del entorno. Las organizaciones informales, ade-
más, también tienen consecuencias sobre la calidad de la
democracia. Mientras que procesos formalmente institu-
cionalizados como la selección de candidatos o las finan-
zas de campaña están abiertos al escrutinio público (y a
la regulación de gobierno), que asegura cierto grado de
responsabilidad de los miembros hacia los votantes, otros
procesos más informales tienden a carecer de un mínimo
de transparencia. Aunque los partidos organizados infor-
malmente pueden colocar a sus liderazgos en cargos del
partido a través de la convención o asamblea del partido
e incluso por medio de elecciones internas, la autoridad
real muchas veces no tiene un cargo formal, se encuentra
por encima de cualquier proceso competitivo y no está
expuesta a la evaluación pública ni rinde cuentas de sus
actos (Freidenberg y Levitsky, 2007: 541).

Los autores plantean que el estudio de la dimensión infor-


mal de los partidos políticos posee fuertes implicancias concep-
tuales, teóricas y metodológicas para el estudio de las estructu-
ras partidarias y sus modus operandi. Freidenberg y Levitsky
(2007: 552) proponen nueve indicadores para medir los niveles
de institucionalización de las estructuras partidarias, a saber:
1) burocracia central, 2) locus para toma de decisiones, 3) pa-
trones de carrera partidaria, 4) reglas internas, 5) fronteras (lí-
mites de pertenencia), 6) organización local, 7) membresía, 8)
vínculos sociales, y 9) financiamiento.

109
Marcelo Mella

Cuadro Nº 32
Indicadores para medir cuán formal o informal es una organización

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110
Elementos de Ciencia Política

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ƉƷďůŝĐŽ͕ĂƵƚŽŐŽůƉĞƐ͘

Fuente: Freidenberg y Levitsky (2007)

111
Marcelo Mella

Los autores mencionados anteriormente analizan, en espe-


cial, dos casos de estructuras partidarias donde predomina la di-
mensión informal; el Partido Roldosista Ecuatoriano (PRE), crea-
do en 1982 por Abdalá Bucaram Ortiz; y el Partido Justicialista
Argentino (PJ), creado por Juan Domingo Perón en 1947. En el
primer caso, la característica más evidente es la fuerte tendencia
al control patrimonial de sus estructuras y recursos por parte de
Bucaram y su red familiar. Así queda reafirmado en el siguiente
párrafo:

Las carreras políticas en el PRE también se apartan de


los lineamientos burocráticos. El ascenso dentro del par-
tido depende de las relaciones personales, sobre todo con
Bucaram y su familia (Freidenberg, 2003: 198-206). La
mayoría de los dirigentes más importantes son miembros
de la familia, viejos compinches o socios en las empresas
personales de Bucaram. Por ejemplo, Eduardo Azar Me-
jía, viejo socio de Bucaram, fue durante mucho tiempo el
responsable del manejo de los dineros y de la red de fi-
nanciamiento del partido. Además, la esposa de Bucaram
ha sido director supremo del PRE (la única persona aparte
de Bucaram a ocupar este puesto); su hermano Adolfo
ha sido Subdirector Nacional en diversas ocasiones; su
hermano Jacobo ha sido candidato del PRE para la presi-
dencia en 2002; su hermana Elsa es miembro del Mando
Nacional y ha sido la alcaldesa del PRE en Guayaquil en
1984 y en 2007 la vocal del partido ante el Tribunal Su-
premo Electoral, y el hijo mayor de Abdalá, Jacobo, se ha
desempeñado en diversas oportunidades como el líder de
facto del bloque parlamentario y es el dirigente nacional
de Juventudes. Varios sobrinos, primos y cuñados ocu-
pan cargos en el partido y se desempeñaron como funcio-
narios durante el corto ejercicio de gobierno del partido
en la Presidencia de la República (1996-1997). Frente a
las acusaciones de nepotismo, Bucaram ha contestado:
«¿Qué quieres que haga? Tengo casi 500 parientes y to-
dos son ¡políticos!». Aunque dichos nombramientos han
reforzado la imagen patrimonial del PRE, los parientes
han ayudado a mantener los vínculos del liderazgo del
partido con la base y a los jefes regionales en la ausencia
de Bucaram. Durante las campañas electorales, los her-
manos de Bucaram y otros líderes del partido reproducen
con exactitud su estilo y sus prácticas: se visten, bailan y
cantan como él. De hecho, en todas las mayores reunio-
nes de la campaña, Abdalá habla en directo, por teléfono

112
Elementos de Ciencia Política

celular, con la muchedumbre desde Panamá (Freidenberg


y Levitsky, 2007: 560).

Para el caso del Partido Justicialista, superado el modelo ori-


ginal presente entre los años 1945 y 1955 y, desde el momento
en el que el peronismo pasa a la resistencia, se desarrolla hacia
1972 (fin de la proscripción del partido) una alta fragmentación
ideológica y, hacia 1980, una fuerte tendencia al patronazgo.
De esta manera, el PJ argentino se caracteriza por una histórica
acentuación de su carácter informal, situación en la que los es-
tatutos partidarios se encuentran «en un estado permanente de
infracción». Al debilitamiento de las estructuras burocráticas a
manos del poder carismático de Perón debe agregarse, en tiem-
pos más recientes, el debilitamiento de su dimensión institucio-
nal por las presiones clientelares:

Durante la década de 1980 y 1990, el PJ se convirtió


en un partido que se sostenía en el patronazgo y eran los
funcionarios nacionales los que tomaban las decisiones.
Los órganos formales, tales como el Congreso del Partido
y el Consejo Nacional, carecían de autoridad indepen-
diente frente a los funcionarios peronistas, sobre todo
los presidentes y los gobernadores, y por consiguiente los
militantes y dirigentes no los tomaban en serio. En los
años de la presidencia de Carlos Menem (1988-1999),
el Consejo Nacional fue constantemente pasado por alto
(Levitsky, 2003: 161-169) y las decisiones más importan-
tes se «tomaban en la casa del gobierno». Roberto Gar-
cía, que servía como el presidente interino del PJ en la
primera mitad de la década de 1990, se quejó de tener
que «leer sobre los comunicados del partido en los perió-
dicos». Bajo el liderazgo del presidente Néstor Kirchner
en 2004, cuando el mandato del Consejo Nacional ex-
piró y el Congreso del Partido no eligió otro, el órgano
quedó vacío, lo que quiere decir que el peronismo care-
cía totalmente de liderazgo formal. La burocracia cen-
tral del PJ está notablemente subdesarrollada. El partido
carece de personal profesional y posee pocos registros de
sus miembros, fondos o actividades. Excepto el personal
de custodia, su sede suele estar vacía. (…) la sede del PJ
se situaba «en una pequeña oficina que ni siquiera tenía
una placa en la puerta. Resulta casi increíble. Éramos el
partido más grande del continente y ni siquiera teníamos
una placa en la puerta». (…) La mayor parte de las acti-
vidades del partido peronista es dirigida a través de redes

113
Marcelo Mella

de patronazgo. Dichas redes no aparecen en los estatutos


y las oficinas locales no suelen mantener una lista de las
agrupaciones que las integran. Sin embargo, funcionan
como la organización de facto del PJ: financian y coor-
dinan las actividades locales, organizan las campañas
electorales y seleccionan a los candidatos para el servicio
público (Freidenberg y Levitsky, 2007: 553-554).

Sistemas de partido
Los partidos políticos en interacción han sido estudiados por
la ciencia política bajo el supuesto de que su número y grado de
competitividad permiten entender la evolución de los sistemas
políticos (Rae, 1977). El sistema de partidos es un subsistema del
sistema político que representa la dimensión institucional más
autorreferida de la política, y su análisis presume dimensiones
como: tipo de régimen político, cantidad de partidos existentes,
tamaño y poder de los partidos, relaciones, alianzas, coaliciones
y ubicación ideológica de los actores.
Giovanni Sartori ha explicado que el número de partidos es
un criterio insuficiente para el estudio de los sistemas de parti-
do, pues constituye un indicador que mide, en el mejor de los
casos, solo la fragmentación del sistema. Es necesario comple-
mentar este criterio cuantitativo con uno de corte cualitativo
orientado a determinar la fuerza o el poder efectivo de cada
actor partidario. Con este propósito, dicho autor ha reconoci-
do dos criterios para contar los partidos relevantes: capacidad
de coalición, esto es, la capacidad de un partido para constituir
una mayoría y la capacidad de chantaje, esto es, la capacidad
de un partido para cambiar la orientación de la competencia y
castigar a otros actores.
Sartori define estos dos criterios, destinados a determinar la
importancia de los partidos en un sistema, de la siguiente forma:

Regla 1 (Capacidad de coalición). Se puede des-


contar a un partido menor por su irrelevancia cuando es
superfluo en el transcurso del tiempo, en el sentido que
nunca se le necesita o se le incluye en alguna coalición
mayoritaria viable. Por el contrario, se debe contar a un
partido menor, sin importar lo pequeño que sea, si se en-
cuentra en posición de determinar en el transcurso del
tiempo, o en algún momento, cuando menos una de las
posibles mayorías gobernantes (…).

114
Elementos de Ciencia Política

Regla 2 (Capacidad de chantaje). Un partido es im-


portante siempre que su existencia o creación afecte las
tácticas de la contienda partidista, en particular cuando
modifica la dirección de la contienda (…) sea hacia la
izquierda, la derecha o en ambos sentidos, de los partidos
orientados hacia el gobierno (Sartori, 1980: 122-123).

Observando estos criterios Sartori ha identificado seis tipos


de sistemas de partidos, en función del nivel del número de acto-
res relevantes y de su grado de competitividad:

1. Sistema de partido único


Aquí existe un partido que monopoliza el poder y que no per-
mite la existencia de otros partidos (Sartori, 1980: 263). El autor
sostiene que tan solo en el período comprendido entre 1962 y
1968 existieron treinta y tres Estados que se correspondían con
este tipo, entre ellos Albania, Alemania Oriental, Bulgaria, Checo-
slovaquia, China, España, Hungría, Liberia, Portugal, República
Árabe Unida, Rumania, Túnez, Unión Soviética, Viet Nam del
Norte y Yugoslavia (Idem). Este sistema se caracteriza por ser de
tipo no competitivo y, de acuerdo al nivel de represión aplicada
por el partido gobernante, se cuentan los siguientes subtipos:

Unipartidismo totalitario
El ejemplo clásico es la URSS en la década de 1970. En este
modelo el partido gobernante utiliza un alto nivel de represión y
carga ideológica, además, posee gran voluntad de politización y
control de la estructura social, llegando –incluso– al control de
la vida privada (Sartori, 1980: 264). Parafraseando a Hunting-
ton y Moore, Sartori señala que los partidos totalitarios expre-
san su condición ideológica mediante el «precio de pertenecer
al partido», vale decir, «cuanto más poderoso es el partido, más
tiende a limitar la pertenencia a él» (Sartori, 1980: 264-265).

Tanto si persigue el objetivo de formar el hombre nue-


vo como si no, el régimen totalitario está consagrado a
destruir no solo el subsistema, sino también todo tipo de
autonomía de subgrupo. El totalitarismo representa pues,
la invasión última de la intimidad» (Sartori, 1980: 269).

115
Marcelo Mella

Unipartidismo autoritario
Se utiliza como ejemplo para este caso a España durante el
régimen franquista. En ella, el partido de gobierno no tiene un
alto componente ideológico ni posee un fuerte afán de penetra-
ción social, como ocurre en el tipo anterior. A diferencia del uni-
partidismo totalitario, en este subtipo solamente se controla y
limita las actividades políticas que se desvían del oficialismo, por
tanto, el partido de gobierno despliega una clase de represión
que se podría definir como «selectiva».

…el tipo no se caracteriza por el totalismo, sino por el


exclusionismo, por la limitación de las actividades políticas
de los que no están dentro de él. Cuando el partido único
autoritario recurre a la movilización, el esfuerzo moviliza-
dor no se realiza en profundidad: gira en torno al carisma
del líder y por lo general se contenta con efectos de fachada:
manifestaciones de masas, mitines de masas y conducciones
en masa a las urnas. (…) uno de los efectos de la política de
exclusión es que hay una serie de subgrupos que se mantie-
nen cuidadosamente apartados de la política. Y en la medi-
da que así ocurre, por lo general se permite a esos grupos
que sigan su propio rumbo (Sartori, 1980: 270).

Unipartidismo pragmático
Sartori menciona como ejemplo el caso de la dictadura de
Salazar en Portugal hasta 1974. El partido de gobierno es poco
ideologizado, flexible y abierto, basando su actividad en criterios
prácticos y de eficacia técnica.

…el partido único pragmático carece de cohesividad


ideológica. O sea, que también visto desde esta perspecti-
va, su relación con los grupos externos tiende más bien a
ser agregadora que destructora. Además, su baja medida
de cohesividad ideológica interna hace que la organiza-
ción del partido único pragmático sea muy flexible y un
tanto pluralista (Sartori, 1980: 270).

116
Elementos de Ciencia Política

Cuadro Nº 33
Sub-tipos sistema de partido único

hŶŝƉĂƌƟĚŝƐŵŽ hŶŝƉĂƌƟĚŝƐŵŽ hŶŝƉĂƌƟĚŝƐŵŽ


Criterio
totalitario autoritario ƉƌĂŐŵĄƟĐŽ

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ŽĂĐĐŝſŶ͕
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ĚĞŐƌƵƉŽƐĞdžƚĞƌŶŽƐ

>ŝŵŝƚĂĚĂĂ
/ŶĚĞƉĞŶĚĞŶĐŝĂĚĞ WĞƌŵŝƟĚĂŽ
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ůŽƐƐƵďŐƌƵƉŽƐ ƚŽůĞƌĂĚĂ
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>ŝŵŝƚĂĚĂĞ ĞŶƚƌŽĚĞůşŵŝƚĞƐ
ƌďŝƚƌĂƌŝĞĚĂĚ >ŝŵŝƚĂĚĂ
ŝŵƉƌĞĚĞĐŝďůĞ ƉƌĞĚĞĐŝďůĞƐ

Fuente: Sartori (1980: 271)

2. Sistema de partido hegemónico


Este sistema, cuyo ejemplo paradigmático es el régimen del PRI
en México, permite la existencia de otros partidos, además del par-
tido de gobierno, mas no permite la competencia real. Por tanto
existe un partido que controla el poder y otros que, siendo legales,
dan la imagen de pluralismo. A estos se les llama partidos «perifé-
ricos» o «satélites». Los partidos satélites, aunque aparentemente
son expresión de pluralismo y competencia, constituyen instrumen-
tos funcionales al partido hegemónico. Además existe aquí una alta
barrera de entrada que generalmente es igual o superior al 10 % de
los votos obtenidos. Conforme a esta «cláusula umbral», cualquier
partido, para poder existir legalmente, debe alcanzar –a lo menos–
este porcentaje de votos en las elecciones parlamentarias. También
constituye un rasgo común a este modelo el distritaje electoral arbi-
trario, práctica conocida como guerrymandering, destinada a pro-
ducir y perpetuar artificialmente mayorías electorales.

3. Sistema de partido predominante


En este modelo, característico de India entre 1966 y 1984
bajo Indira Gandhi, existe un partido capaz de alcanzar mayoría
electoral por tres o más períodos consecutivos. Lo propio del

117
Marcelo Mella

sistema predominante es que haya competencia pero sin alter-


nancia efectiva. Sartori agrega a la explicación:

…un sistema de partido predominante lo es en la


medida en que, y mientras, su principal partido se vea
constantemente apoyado por una mayoría ganadora (la
mayoría absoluta de los escaños) de los votantes. De ello
se sigue que un partido predominante puede, en cualquier
momento, cesar de ser predominante. Cuando ocurre
esto, o bien la pauta se restablece pronto o el sistema
cambia de carácter, esto es, cesa de ser un sistema de par-
tido predominante (Sartori, 1980: 249).

4. Sistema de partido bipartidista


Según Sartori, el sistema bipartidista tiene como fuente el
modelo inglés, donde existen dos partidos principales que gene-
ran alternancia y pueden gobernar sin una coalición de respal-
do. Aquí se presenta un tipo de competencia orientada al centro
(centrípeta) en la que predomina el elector medio, moderando
las posturas ideológicas y reforzando el compromiso entre am-
bos partidos. Se trata, por lo tanto, de un diseño que promueve
la estabilidad del sistema, aunque en sociedades con gran frag-
mentación social podría generar dificultades por déficit de repre-
sentación y legitimidad.

5. Sistema de partido multipartidista moderado


Este sistema, del que han sido ejemplos la República Federal
Alemana, Bélgica, Irlanda, Suecia, Islandia, Luxemburgo, Dina-
marca (en las décadas de 1950 y 1960), Suiza, Holanda y Norue-
ga –y donde también podríamos considerar a Chile desde 1990
al 2000–, posee de tres a cinco partidos relevantes y dotados
de capacidad de coalición o chantaje. El sistema multipartidista
moderado genera gobiernos de coalición y produce alternancias
efectivas entre estas. En él se crean formas de competencia cen-
trípeta que reducen las distancias ideológicas entre los partidos.
Existe, además, un poderoso partido de centro provisto de gran
capacidad de intermediación.

6. Sistema de partido multipartidista polarizado


Sartori pone como ejemplos de países que han presentado
este sistema de partido a la República de Weimar en la déca-

118
Elementos de Ciencia Política

da de 1920, Chile hacia 1973 (específicamente entre 1961 y


1973) y la Cuarta República Francesa. El sistema posee más
de cinco partidos relevantes y genera gobiernos de coalición
y alternancia efectiva. Existen «oposiciones bilaterales» que
atacan al gobierno por la derecha y la izquierda, limitando su
capacidad de maniobra. Esta forma de oposición se caracteriza
por ser «intransigente» e «irresponsable», esto es, una oposi-
ción esencialmente no cooperativa que mide su éxito a través
del fracaso del gobierno. Por otra parte, existen partidos anti-
sistema que juegan el doble juego de ocupar un espacio en la
política formal-parlamentaria y, al mismo tiempo, reivindican
el uso de la violencia en contra del sistema. Finalmente, existe
una dinámica de polarización y maximalismo ideológico que
genera competencia centrífuga entre los partidos. Producto de
esta competencia se produce el debilitamiento y la posterior
fragmentación del centro político, con una creciente polariza-
ción que se traduce en ingobernabilidad y deterioro institucio-
nal (Sartori, 1980: 555).
Teniendo a la vista el modelo de Sartori ya expuesto, pare-
ciera ser que el número de partidos prevalece como un aspecto
central en la explicación del carácter de la competencia intra-
sistema, de sus niveles de polarización y de su deterioro políti-
co. Sin embargo, a partir de las investigaciones de Aníbal Pérez
Liñán (2008; 2009) y Daniel Chasquetti (2001), se dispone de
una buena cantidad de ejemplos bajo regímenes presidenciales
latinoamericanos de bipartidismos o multipartidismos modera-
dos que han sido afectados por crisis e inestabilidad política. Al
mismo tiempo se ha observado en las últimas décadas, y en esta
misma región, casos de multipartidismo extremo que logra nive-
les de estabilidad y desarrollo político.
En este sentido cabe explorar otros factores que pueden contri-
buir a explicar los grados de estabilidad / inestabilidad, la calidad
de la democracia y los niveles de desarrollo del sistema político.
Desde una perspectiva institucional, Mark Payne plantea que
existen tres dimensiones de los sistemas de partidos que determi-
nan su impacto en la gobernabilidad democrática y, por tanto,
en la calidad de la política: i) el nivel de institucionalización, ii)
el grado de fragmentación, y iii) el grado de polarización (2006:
165). Por institucionalización de los sistemas de partidos se en-
tiende la existencia de reglas «razonablemente estables» para el
v՘Vˆœ˜>“ˆi˜ÌœÊ`iʏœÃÊ«>À̈`œÃÊ­>ˆ˜Ü>Àˆ˜}ÊÞÊ-VՏÞ]Ê£™™x®°Ê Ê

119
Marcelo Mella

grado de fragmentación mide el número de partidos políticos


que en el tiempo obtienen porcentajes relevantes de votos y es-
caños (Payne, 2006: 165). Finalmente, el grado de polarización
se determina mediante la identificación de la distancia ideológica
entre las diferentes estructuras partidarias y de estas con los ciu-
`>`>˜œÃÊ­*>ޘi]ÊÓääÈÆÊ>ˆ˜Ü>Àˆ˜}ÊÞÊ-VՏÞ]ÊÓääx®°Ê
La existencia de un sistema de partidos institucionalizado
permite que la vinculación entre ciudadanos y los candidatos o
representantes se establezca en base a las orientaciones ideoló-
gico-programáticas de estos, disminuyendo la incidencia de los
factores idiosincráticos, mecanismos clientelares o los atributos
personales de los políticos (Payne, 2006: 166).
Por otra parte, el mismo autor agrega que la institucionalización
contribuye a mejorar los niveles de estabilidad política así como los
niveles de eficacia gubernamental; en la medida que trasforma a
los mecanismos electorales y de representación parlamentaria en
las principales vías de articulación de las demandas sociales; y al
tiempo que facilita el acatamiento frente a las decisiones públicas.
Además, los procesos de institucionalización facilitan la go-
bernabilidad en contextos de regímenes presidencialistas, ya que
mejoran las posibilidades de cooperación del poder legislativo
con el ejecutivo. Se sostiene que los sistemas con partidos fuer-
tes, institucionalizados y con baja fragmentación logran coali-
ciones más sustentables en el tiempo y mejores relaciones entre
el Ejecutivo y el Congreso (Payne, 2006: 167).
Considerando lo anterior, Mark Payne se cuida de extremar
sus argumentos, evitando cualquier determinismo y sobreinter-
pretación en relación a la importancia de la institucionalización
para la gobernabilidad y el desarrollo político:

(…) en un contexto democrático, los sistemas con re-


lativamente pocos partidos importantes y una polarización
escasa o moderada son más proclives a una gobernabili-
dad estable y eficaz. Esto no significa que las condiciones
opuestas –cuando la legislación electoral apunta a concen-
trar artificialmente el sistema de partidos o desalienta la
movilización en torno a una ideología– favorezcan nece-
sariamente la democracia. En el largo plazo, la salud de
la democracia depende de la representatividad y la legi-
timidad de las instituciones democráticas, y no solo de la
efectividad de estas. También es importante señalar que la
existencia de un tipo particular de sistema de partidos no
determina el éxito o el fracaso de la gobernabilidad demo-

120
Elementos de Ciencia Política

crática. Sin lugar a dudas, no todas las democracias emer-


gentes están condenadas al fracaso, pese a que sus sistemas
de partidos (casi por definición) están débilmente institu-
cionalizados. En este sentido, pueden evolucionar a partir
de conductas conscientes e inconscientes de la clase polí-
tica y de la influencia del entorno social y económico. En
América Latina, las últimas décadas han sido testigos de
la disgregación de sistemas de partidos considerablemen-
te institucionalizados y del desarrollo sostenido de unos
cuantos sistemas que, por el contrario, estaban poco insti-
tucionalizados. En ciertos países, los mismos rasgos estruc-
turales que parecieron contribuir al colapso democrático
durante las décadas de 1960 y 1970, hoy son compatibles
con una gobernabilidad democrática bastante eficaz y es-
table. En consecuencia, la gobernabilidad democrática se
facilita en sistemas de partidos institucionalizados, con un
nivel moderado de polarización ideológica y un número
limitado de partidos relevantes. Pero estas características
no son garantía de éxito o requisito indispensable para la
gobernabilidad (Payne, 2006: 168).

iÃ`iʏœÃÊ«ˆœ˜iÀœÃÊÌÀ>L>œÃÊ`iÊ>ˆ˜Ü>Àˆ˜}ÊÞÊ-VՏÞÊ­£™™x®]Ê
la opinión experta coincide en que existe una relación directa en-
tre los grados de institucionalización de los sistemas de partidos
y el nivel de desarrollo general de una sociedad. En esta perspec-
tiva, se observa con frecuencia que los «sistemas partidistas de
los países menos desarrollados están marcadamente menos ins-
titucionalizados que los de las democracias industriales menos
>Û>˜â>`œÃ‚Ê­>ˆ˜Ü>Àˆ˜}ÊÞÊ/œÀV>]ÊÓääx\Ê£{Ó®°
Por lo general, los autores entienden que las principales di-
mensiones de un sistema de partidos institucionalizado son las
siguientes: i) estabilidad de los modelos de competencia inter-
partidista, ii) arraigo de los partidos en la sociedad, iii) percep-
ción de la legitimidad de partidos y elecciones, y iv) fortaleza de
las organizaciones partidistas. En el cuadro Nº 34 se presentan
las tres primeras dimensiones como criterios numerados del 1
al 3, y se omite la dimensión número 4 (fortaleza de las organi-
zaciones partidistas) por carecer de información suficiente para
el análisis comparativo. Para el criterio 1 se ha utilizado como
indicador la volatilidad electoral entendida como «el cambio
neto en la porción de escaños (y votos) de todos los partidos
entre una elección y la siguiente» (Payne, 2006: 170). Para el
criterio 2 se han utilizado dos indicadores, a saber: estabilidad
del sistema de partidos e identificación con los partidos. Para el

121
Marcelo Mella

criterio 3 se utilizan tres indicadores: confianza en los partidos,


legitimidad del proceso electoral y partidos como factor indis-
pensable para el progreso del país. El índice de institucionaliza-
ción del sistema de partidos elaborado por Payne para América
Latina contempla un indicador para el criterio (dimensión) 1,
dos indicadores para el criterio 2 y tres indicadores para el
criterio 3. Los valores originales obtenidos para cada indicador
han sido adaptados a una escala de 1 a 3, mientras que los va-
lores finales del índice resultan de un promedio de cada uno de
los indicadores de cada criterio (Payne, 2006: 185).
De acuerdo a los datos que se exponen en el siguiente cua-
dro y al período que comprende el estudio (1996-2003), se ob-
servan tres grupos de sistemas de partido en la región: i) esca-
samente institucionalizados: Ecuador, Perú, Guatemala, Brasil,
Colombia y Bolivia; ii) altamente institucionalizados: Uruguay,
Honduras, México, Chile y El Salvador; y iii) una amplia franja
de países moderadamente institucionalizados.

122
Cuadro Nº 34
Institucionalización del sistema de partidos en América Latina (valores originales adaptados a escala de 1 a 3)

Criterio 1 Criterio 2 Criterio 2 Criterio 3 Criterio 3 Criterio 3

sŽůĂƟůŝĚĂĚ ƐƚĂďŝůŝĚĂĚ /ĚĞŶƟĮĐĂĐŝſŶĐŽŶ ŽŶĮĂŶnjĂĞŶůŽƐ >ĞŐŝƟŵŝĚĂĚ WĂƌƟĚŽƐĐŽŵŽĨĂĐƚŽƌ 1ŶĚŝĐĞ


País
electoral ĚĞůƐŝƐƚĞŵĂĚĞ ůŽƐƉĂƌƟĚŽƐ ƉĂƌƟĚŽƐ ĚĞůƉƌŽĐĞƐŽ ŝŶĚŝƐƉĞŶƐĂďůĞƉĂƌĂĞů ĚĞŝŶƐƟƚƵĐŝŽŶĂůŝnjĂĐŝſŶ
ƉĂƌƟĚŽƐ (1996-1997 y (1996-2004) electoral (1996- progreso
2003) 2000) (1997 y 2003)
ƌŐĞŶƟŶĂ Ϯ͕Ϯ Ϯ͕ϯ ϭ͕Ϭ ϭ͕ϰ Ϯ͕Ϯ ϭ͕ϱ ϭ͕ϴϱ
ŽůŝǀŝĂ ϭ͕ϴ Ϯ͕Ϯ ϭ͕ϲ ϭ͕Ϯ ϭ͕ϯ ϭ͕ϰ ϭ͕ϲϲ

Elementos de Ciencia Política


ƌĂƐŝů ϭ͕ϵ ϭ͕ϴ ϭ͕Ϭ ϭ͕ϲ ϭ͕ϰ ϭ͕ϲ ϭ͕ϲϬ
ŚŝůĞ Ϯ͕ϳ ϯ͕Ϭ ϭ͕Ϭ Ϯ͕Ϭ Ϯ͕ϴ ϭ͕ϳ Ϯ͕ϯϬ
ŽůŽŵďŝĂ Ϯ͕Ϯ ϭ͕ϵ ϭ͕ϭ ϭ͕ϰ ϭ͕Ϭ ϭ͕ϱ ϭ͕ϲϲ
ŽƐƚĂZŝĐĂ Ϯ͕ϲ Ϯ͕ϰ ϭ͕ϰ Ϯ͕Ϭ Ϯ͕ϳ Ϯ͕ϭ Ϯ͕Ϯϲ
123

ĐƵĂĚŽƌ ϭ͕ϲ ϭ͕ϯ ϭ͕ϱ ϭ͕Ϭ ϭ͕Ϭ ϭ͕Ϭ ϭ͕ϯϯ


ů^ĂůǀĂĚŽƌ Ϯ͕ϯ Ϯ͕Ϯ Ϯ͕ϰ Ϯ͕ϰ Ϯ͕Ϭ Ϯ͕Ϯ Ϯ͕Ϯϳ
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,ŽŶĚƵƌĂƐ Ϯ͕ϴ Ϯ͕ϵ Ϯ͕ϳ Ϯ͕ϯ Ϯ͕Ϯ Ϯ͕ϴ Ϯ͕ϲϳ
DĠdžŝĐŽ Ϯ͕ϰ Ϯ͕ϯ Ϯ͕Ϯ Ϯ͕ϯ ϭ͕ϳ Ϯ͕ϵ Ϯ͕ϯϮ
EŝĐĂƌĂŐƵĂ Ϯ͕ϲ ϯ͕Ϭ Ϯ͕ϳ Ϯ͕ϭ Ϯ͕ϰ Ϯ͕ϯ Ϯ͕Ϭϲ
WĂŶĂŵĄ Ϯ͕Ϭ Ϯ͕ϳ Ϯ͕ϯ Ϯ͕ϯ Ϯ͕ϱ Ϯ͕Ϭ Ϯ͕Ϯϱ
WĂƌĂŐƵĂLJ Ϯ͕ϭ Ϯ͕ϰ ϯ͕Ϭ Ϯ͕Ϯ ϭ͕ϳ Ϯ͕Ϭ Ϯ͕Ϯϱ
WĞƌƷ ϭ͕Ϭ ϭ͕ϭ Ϯ͕Ϭ Ϯ͕Ϭ ϭ͕ϵ Ϯ͕ϭ ϭ͕ϱϬ
hƌƵŐƵĂLJ Ϯ͕Ϯ ϯ͕Ϭ ϯ͕Ϭ ϯ͕Ϭ ϯ͕Ϭ ϯ͕Ϭ Ϯ͕ϳϮ
sĞŶĞnjƵĞůĂ Ϯ͕Ϯ ϭ͕Ϭ Ϯ͕ϲ ϯ͕Ϭ Ϯ͕ϯ ϯ͕Ϭ Ϯ͕Ϯϰ
dŽƚĂů Ϯ͕ϭ Ϯ͕ϭ Ϯ͕Ϭ Ϯ͕Ϭ Ϯ͕Ϭ Ϯ͕ϭ Ϯ͕Ϭϯ

Fuente: Payne (2006)


Marcelo Mella

Grupos de interés, presión y acción colectiva


Los grupos o asociaciones de interés son actores colectivos que
buscan representar o promover demandas colectivas referidas a
la obtención de bienes públicos. Se entiende, en consecuencia,
que los grupos de interés son organizaciones distintas de los par-
tidos políticos. Por su parte, los grupos de presión son actores
colectivos que, siendo originalmente una asociación de interés,
poseen la capacidad real de generar efectos en los procesos de
toma de decisión en el Estado. De esto se deduce que todo grupo
de presión es, inicialmente, un grupo de interés; pero que no
todo grupo de interés llega a convertirse en un grupo de presión.
En cualquier caso, las asociaciones o grupos de interés se dife-
rencian de los partidos porque no buscan conseguir para sí el
poder político institucional, «sino que pugnan por la obtención
o creación de bienes públicos, producidos por las organizaciones
públicas» (Caminal, 1999: 302).
La capacidad de movilización y de creación de recursos po-
líticos para un grupo de interés responde a la conexión entre el
grupo de referencia, o «colectivo potencial», y el grupo efectivo.
El grupo de referencia corresponde a aquellos sujetos que for-
man un colectivo y cuyo elemento cohesionador principal es su
interés por un bien público. El grupo efectivo es un subconjunto
del primer grupo y consiste en todos aquellos sujetos que con-
tribuyen concretamente a la provisión del bien público (Cami-
nal, 1999: 296). Por cierto, los mecanismos que hacen posible
la conexión entre el grupo de referencia y el grupo efectivo co-
rresponden a elementos de racionalidad instrumental, según lo
señalado por Marcur Olson (1992) en su clásico trabajo sobre
acción colectiva (este punto se expondrá con mayor detalle en la
sección referida a Movimientos Sociales).
Existen múltiples enfoques para el estudio de grupos o
asociaciones de interés en sistemas democráticos. Dichos en-
foques sitúan a los grupos de interés en un contexto teórico
que hace posible dirimir su función política y sus modus ope-
randi en contextos democráticos. Probablemente, desde una
perspectiva macro-teórica, los dos más difundidos son el plu-
ralismo y el corporativismo.
Para el caso del enfoque pluralista, su característica distin-
tiva está dada por una mirada «optimista» de la contribución
de los intereses colectivos en el proceso político. El pluralismo
supone la conveniencia de la participación atomizada y diversa

124
Elementos de Ciencia Política

y, al mismo tiempo, que el poder de influencia de los distintos


grupos o intereses se distribuya equitativamente. Aunque el neo-
pluralismo reconoce que existen ventajas difíciles de contrarres-
tar de algunos intereses y grupos frente al Estado, mantiene la
creencia de que las instituciones públicas deben y pueden ser
neutrales frente a la pluralidad de demandas sociales. Robert
Dahl señala en su libro Poliarquía: «…el gobierno democrático
se caracteriza, fundamentalmente, por su continua aptitud para
responder a las preferencias de sus ciudadanos, sin establecer
diferencias políticas entre ellos» (1989: 13).
Por otra parte, se cree que un sistema político organizado
bajo el enfoque pluralista debería permitir sin limitaciones la
«autonomía asociativa», de modo tal que las asociaciones de
interés operen sin coacciones externas, posibilitando el compro-
miso de los ciudadanos con los asuntos públicos. Esta condición
del pluralismo, sin embargo, permite que los intereses organi-
zados en forma colectiva eventualmente proliferen de manera
ilimitada, complejizando la calidad de la respuesta institucional
frente a ellos. Autores como Maraffi (1981), Giner (1985) o Sch-
mitter (1985) ratifican esta característica:

El modelo pluralista concibe a la sociedad organiza-


da en grupos voluntarios y autónomos de representación
de intereses, de naturaleza jurídica privada, que compiten
entre sí para la consecución de sus objetivos respectivos.
Estos grupos pueden constituirse en número indefinido,
solaparse y actuar utilizando un número también indefi-
nido de recursos para influir en las decisiones que les afec-
ten. El sistema político es el resultado de la interacción de
estos grupos en la que el gobierno actúa de árbitro sobre
la competencia de esos intereses organizados. El Estado
queda relegado del análisis, sin que le atribuya una fun-
ción específica en esa trama. En todo caso, el Estado se
concibe como conjunto de instituciones que interactúan
con los grupos de intereses (Giner, 1985: 21).

En el caso del enfoque corporativista, en tanto estrategia


para estructurar las relaciones Estado–sociedad, se discute
el carácter neutral del Estado en la selección y articulación
de intereses colectivos representables. Los autores corporati-
vistas coinciden en la conveniencia de sacrificar cierto grado
de neutralidad y autonomía estatal a cambio de intervenir en
el proceso de formación de los intereses sociales (Schmitter,

125
Marcelo Mella

1985). El desplazamiento desde el pluralismo al corporativis-


mo se explica con tres argumentos básicos: en primer lugar,
muchas de las asociaciones de interés más prominentes ge-
neran formas no competitivas de representación; en segundo
lugar, en muchos casos la intervención en el proceso político
de las asociaciones de interés no solo consiste en influir, sino
en la participación directa en la toma de decisiones y; en ter-
cer lugar, la hipótesis de que algunas de estas asociaciones
prominentes establecen acuerdos institucionalizados con el
Estado para la cooperación en los grandes temas de reforma
estructural (Caminal, 1999: 307-308).
Nada de lo anterior debe hacer concluir que el corporati-
vismo está definido completamente por la capacidad del Esta-
do para participar de la formación de los intereses sociales. En
las nuevas versiones de estos enfoques, por ejemplo, se entien-
de que el Estado y su capacidad de control social top-down
sería una causa necesaria, mas nunca una causa suficiente de la
relación corporativa (Schmitter, 1985:50). Alessandro Pizzor-
no señala que el neocorporativismo se funda en un intercam-
bio político mediante el cual intereses organizados establecen
mecanismos de representación formal (Pizzorno, 1978).
Siguiendo lo señalado por Phillipe Schmitter en relación al
nuevo corporativismo de los años ochenta, dicho fenómeno con-
sistiría en: «un sistema de intermediación de intereses en el cual
las unidades constitutivas están organizadas en un número limi-
tado de categorías singulares, obligatorias, no competitivas, je-
rárquicamente ordenadas y funcionalmente diferenciadas, reco-
nocidas o autorizadas (si no creadas) por el Estado, y a las que se
ha otorgado un monopolio deliberado de representación dentro
de sus respectivas categorías, a cambio de observar ciertos con-
troles en la selección de líderes y en la articulación de demandas
y apoyos» (Schmitter, 1974: 93-94).
Como se podrá apreciar, el neocorporativismo o «corpora-
tismo» (para distinguirlo del corporativismo tradicional) se ca-
racteriza por una «corrección» del pluralismo consistente en la
limitación del número de los grupos, quienes no compiten entre
sí. El Estado, por su parte, interviene en la constitución y funcio-
namiento de estas asociaciones, garantizándoles espacios privi-
legiados o monopólicos de representación. Como contrapartida,
los grupos de interés deben garantizar cierto control o anclaje de
sus colectivos de referencia (Giner, 1985: 22).

126
Elementos de Ciencia Política

Con todo, habría que decir que el corporatismo intenta to-


mar distancia del corporativismo desarrollado por regímenes
autoritarios o totalitarios durante el siglo XX. Tal como señala
Giner, este sutil cambio de significante busca evitar las connota-
ciones negativas vinculadas al término corporativismo para un
fenómeno que posee elementos de continuidad, aunque su so-
ciogénesis resulta claramente disímil. Una de las diferencias bá-
sicas entre el antiguo y el nuevo corporativismo consiste en que
mientras el primero debe ser analizado como un modelo vigente
en contextos no democráticos (autoritarismo-totalitarismo), e
incompatible con una sociedad liberal; el segundo se desarro-
lla como una corrección de la democracia representativa y una
estrategia para la maximización del poder de veto de intereses
plurales organizados. Por tanto, uno de los desafíos del neocor-
porativismo consistiría en analizar, bajo una perspectiva de neu-
tralidad valorativa, las ventajas y limitaciones de un modelo aso-
ciativo de organización social e institucional, entendiendo que
la representación vertical de intereses funcionales constituye un
fenómeno observable tanto en regímenes democráticos como no
democráticos. En el siguiente cuadro se observan las propiedades
centrales del modelo asociativo de organización político-social,
de acuerdo a Schmitter:

Cuadro Nº 35
Propiedades de un modelo asociativo de orden social

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127
Marcelo Mella

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Fuente: Schmitter (1985: 47-78)

Sostiene Salvador Ginér que entre los diversos factores que


distinguen la sociogénesis del nuevo corporativismo, y que fun-
damentan, en la actualidad, la institucionalización de un modelo
asociativo, se distinguen las siguientes situaciones:

1. Crecimiento del número de organizaciones presentes en las


democracias contemporáneas.

128
Elementos de Ciencia Política

2. Multiplicidad de intereses que han modificado el esquema


básico de la teoría marxista para el análisis de los conflictos
sociales y los procesos políticos.
3. Representación de intereses en el contexto de fenómenos de
concentración de poder y de reducción del pluralismo a nivel
de estructuras institucionales.
4. Nuevos desafíos para la gobernabilidad en sistemas políticos
que intentan evitar la integración de intereses y, simultánea-
mente, la sobrecarga de demandas.
5. Nuevos desafíos y problemas del capitalismo en su actual
fase crítica.
6. Influencia de la socialdemocracia y el sindicalismo refor-
mista buscando nuevos espacios de cooperación y entendi-
miento con el Estado para viabilizar los procesos de cam-
bio estructural.
7. Defensa de los intereses nacionales, manifestada en la bús-
queda de posicionamiento económico internacional por par-
te de los diferentes países.
8. Cambio en la función estatal en el sentido de mantener un mo-
delo «colaborativo» con actores colectivos relevantes, ya sea
por razones económicas (por ejemplo; de fomento y diseño de
incentivos o regulatorias), o políticas (por ejemplo; nuevas for-
mas de compromiso y obligación política) (Giner, 1985: 14-19).

Otros autores han estudiado el papel de las asociaciones de


interés y, especialmente, de los grupos de presión, desde el punto
de vista de su capacidad para romper la estabilidad política en-
tendida como tendencia al status quo en los ámbitos institucio-
nal y de políticas públicas. Esta perspectiva releva la posibilidad
de introducir cambios institucionales a partir de las interaccio-
nes de los actores con capacidad de veto. La utilización de los
modelos de análisis espaciales para el estudio de los «veto pla-
yers» podría permitir también, si se utiliza en sentido amplio,
comprender mejor el llamado «poder de veto social».
Los actores con capacidad de veto, o veto player, pueden ser
de tipo individual o colectivo; institucional o no institucional,
cuyo acuerdo es decisivo para romper el status quo y producir un
cambio de política. Por ejemplo, George Tsebelis identifica actores
institucionales con veto (aquellos actores decisivos que son parte
del Estado, por ejemplo; la burocracia, la Corte Suprema o un
órgano especializado de control constitucional) y actores con veto

129
Marcelo Mella

partidarios (partidos miembros de coaliciones parlamentarias o


gubernamentales), sin embargo, resulta deseable ampliar el con-
cepto para incluir a asociaciones de interés, grupos de presión e
incluso movimientos sociales que cada vez más poseen capacidad
para fijar la agenda y romper las inercias institucionales. Procesos
constituyentes como los desarrollados en Ecuador y Bolivia du-
rante la última década, situaciones de intensa movilización social
como las desarrolladas en Argentina el 2001 y en Chile el 2010,
dan cuenta, entre otras coyunturas regionales, del sentido práctico
que reviste una ampliación de este concepto.
George Tsebelis explica del siguiente modo la extensión o
amplitud de la noción de jugadores con capacidad de veto:

Existen diversas categorías adicionales de actores de


veto en los diferentes sistemas políticos. Por ejemplo, se
puede pensar en los grupos de interés poderosos como
actores de veto, al menos en las áreas de políticas que
son de su incumbencia. El ejército también puede ser un
grupo de particular importancia. Los sistemas políticos
con pocos actores de veto pueden delegar la toma de
decisiones en diversos actores de veto adicionales. Por
ejemplo, en países corporativistas decisiones sobre cues-
tiones salariales (que tienen amplias consecuencias eco-
nómicas) son tomadas por el gobierno concertadamente
con dos actores de veto adicionales, los representantes
de los trabajadores y los de las empresas. Por otro lado,
los sistemas políticos que poseen muchos actores de veto
pueden delegar la toma de decisiones en unos pocos de
ellos. Por ejemplo, ciertos instrumentos de política mo-
netaria pueden ser delegados en un Banco Central que
será capaz de reaccionar de manera más rápida y decisi-
va que el sistema político. Inclusive, individuos que ocu-
pan cargos particularmente sensibles pueden operar de
facto como actores de veto. Por ejemplo, el presidente
de la Comisión de Asuntos Militares del Senado de los
Estados Unidos, ha demostrado su capacidad para obs-
taculizar nominaciones políticas tanto de Bush (la no-
“ˆ˜>Vˆ˜Ê`iÊ/œÜiÀ®ÊVœ“œÊ`iÊ«ÀiÈ`i˜ÌiÊ
ˆ˜Ìœ˜Ê­gays
en las fuerzas armadas). Sin embargo, la existencia de
semejantes actores de veto es bastante idiosincrática.
Varía según el área de política (como los granjeros en
temas de agricultura), algunos balances de fuerzas es-
pecíficos (el poder de las Fuerzas Armadas en algunas
sociedades), o según la personalidad del ocupante de un
cargo (Tsebelis, 1998: 309-310).

130
Elementos de Ciencia Política

Utilizando herramientas de análisis espacial y la teoría de con-


juntos, Tsebelis señala que la interacción de determinados actores
permite identificar cierta cantidad de temas comunes o interdepen-
dientes que configuran el «conjunto ganador contra el status quo»
(winset contra el status quo). Por conjunto ganador contra el status
quo se entiende a aquel que resulta de la intersección de dos o más
jugadores que pretenden introducir cambios en las instituciones y
en las políticas. Suponiendo, tal como se ve en el siguiente gráfico
(Cuadro Nº 36), dos issues definidos en los ejes vertical y horizontal
y tres actores (A, B y C), se observan las curvas de indiferencia (cir-
cunferencia centrada en el punto ideal de un actor) y las zonas de
intersección (achuradas); A ˆ B, B ˆC y C ˆ A. También se puede
observar el punto SQ que define el punto del status quo.
El conjunto ganador contra el status quo (W(SQ)) está con-
dicionado en su eficacia por tres proposiciones:

Proposición 1. A medida que aumenta el número de actores cuyo


acuerdo es decisivo para cambiar el status quo, el tamaño del winset
no aumenta. En consecuencia, existe la mayor estabilidad posible.
Proposición 2. A medida que aumenta la distancia a lo largo de
la línea que separa a los actores cuyo acuerdo es requerido para
cambiar el status quo, el tamaño del winset (W(SQ)) no aumen-
ta. En consecuencia, existe la mayor estabilidad posible.
Proposición 3. Cuando el tamaño del conjunto ganador o winset
es mayor, existe también un mayor número de posibilidades de
romper el status quo.

Cuadro Nº 36
Conjunto ganador contra el status quo

Fuente: Tsebelis (1998)

131
Marcelo Mella

Josep Colomer (2009) propone un ejemplo simplificado (Cua-


dro Nº 37) para el análisis de la toma de decisiones entre un par-
lamento bicameral y el presidente de la República (p), donde cada
cámara es integrada por tres miembros. Siguiendo el esquema
propuesto por Colomer, la primera cámara posee los miembros
H1, H2 y H3 y la segunda cámara los miembros S1, S2, y S3.
En cada cámara podrá ganar el conjunto compuesto por la inter-
sección de dos actores sobre tres. El conjunto ganador, para este
ejemplo de toma de decisiones, está determinado por la intersec-
ción de los conjuntos ganadores de ambas cámaras más la curva
de indiferencia del presidente (p).

Cuadro Nº 37
Toma de decisiones interinstitucional entre
dos cámaras y un presidente

Fuente: Colomer (2009: 396)

Aunque Tsebelis y Colomer no conceden mucha relevancia a


los jugadores con veto potencial o al veto social, la experiencia de
crisis institucionales, movilización popular y pérdida de identifi-
cación partidaria en América Latina debieran hacer reconsiderar
la amplitud de la noción de veto player. Si esto es así, también
debiera producirse una «relectura» de la categoría «coalición»
que, que habiendo sido entendida generalmente como estructura
organizativa integrada por partidos políticos, podría dar lugar
a convergencias y esfuerzos organizativos más complejos en la
perspectiva de integrar actores con «veto social».
Por ejemplo, si se observa el proceso histórico latinoameri-
cano se puede sostener que el desarrollo político-institucional

132
Elementos de Ciencia Política

de diferentes sociedades de la región surge desde un conjunto de


acuerdos más o menos formales, que sostienen el funcionamien-
to del sistema con mayor o menor estabilidad. Thomas Skid-
more y Peter Smith (1996) han sostenido que aquellos actores
fundamentales para entender el desarrollo institucional de los
Estados en la región trascienden largamente al sistema de parti-
dos, a la vez que elaboran un esquema interpretativo que permi-
te visualizar en perspectiva de historia comparada, la incidencia
de diferentes grupos y coaliciones sociales en la configuración y
mantenimiento de un sistema institucional.
Skidmore y Smith (1996) distinguen seis grupos sociales divi-
didos por sector urbano / rural y posición de clase, a saber: clase
alta urbana (industriales, banqueros y grandes comerciantes); cla-
se media urbana (comerciantes, profesionales e intelectuales, clase
diversa que integra a la pequeña burguesía); clase baja urbana
(obreros industriales, trabajadores, empleados y migrantes desem-
pleados del campo); clase alta rural (terratenientes y latifundistas);
clase media rural (pequeños agricultores y comerciantes rurales); y
clase baja rural (campesinado o proletariado rural). Además dis-
tinguen dos sectores sociales relevantes para analizar los procesos
de desarrollo institucional: el sector extranjero y las instituciones
nacionales. En el primer campo se ubican grupos de inversionistas
y comerciantes extranjeros y, en el segundo campo, la Iglesia y el
Estado en sentido amplio (burocracia, partidos políticos, milita-
res) (Skidmore y Smith, 1996: 422-423).
Utilizando este esquema de análisis, Skidmore y Smith plan-
tean que es posible representar un conjunto de fenómenos vincula-
dos a la objetivación de intereses colectivos que permiten recons-
truir los rasgos generales del sistema institucional, por ejemplo:

1. Identificar las principales clases sociales y grupos de interés


presentes en un sistema político.
2. Determinar qué grupos o clases tienen más poder.
3. Determinar las alianzas y los modos de cooperación entre
actores estratégicos.
4. Evaluar el nivel de autonomía o captura del Estado frente a
los diferentes grupos de interés.
5. Precisar los actores y relaciones del contexto internacional
que poseen mayor incidencia en el funcionamiento del siste-
ma institucional (Skidmore y Smith, 1996: 423-424).

133
Marcelo Mella

Cuadro Nº 38
Grupos sociales y actores del sistema institucional

Fuente: Skidmore y Smith (1996)

En el esquema siguiente (Cuadro Nº 39) se observan las


coaliciones políticas y sociales surgidas en Argentina en tres
momentos históricos; antes del primer gobierno de Perón (an-
tes de 1943), durante Perón (1943-1955 y 1973-1976) y, pos-
teriormente, durante la Revolución Argentina y el Proceso de
Reorganización Nacional (1966-1972 y 1976-1983). Este úl-
timo período corresponde al Estado burocrático autoritario.
Las líneas discontinuas representa alianzas frágiles o parciales;
las líneas continuas, por su parte, muestran las alianzas duras
entre conglomerados sociales; y los rectángulos con líneas dis-
continuas muestran a actores en posición débil o incipiente.
Las coaliciones políticas y sociales que sustentan el orden
institucional en la Argentina antes de Perón están compues-
tas por una alianza entre intereses extranjeros y de grandes
propietarios rurales (latifundistas) que controlan el Estado.
Esta coalición eventualmente obtiene ciertas lealtades y apo-
yos políticos de sectores de la clase media urbana. Bajo Perón,
en cambio, la coalición que confiere gobernabilidad al sistema
político está integrada por una alianza de corte populista entre
industriales, trabajadores urbanos y sectores de clase media.
Finalmente, con la llegada de los militares en los años 1966 y
1976, se impone una coalición propia de los Estados burocrá-
tico autoritarios, esto es, una alianza entre militares, tecnócra-
tas, industriales y latifundistas con altos niveles de exclusión
política y social (Skidmore y Smith, 1996: 425).

134
Elementos de Ciencia Política

Cuadro Nº 39
Coaliciones políticas y sociales: Argentina

Fuente: Skidmore y Smith (1996)

En el caso chileno, el gobierno de Salvador Allende fue im-


pulsado por un movimiento político y social que controló el
Estado en base a la alianza de trabajadores urbanos y sectores
de clase media. Esta coalición, denominada Unidad Popular, se
opuso con altos niveles de polarización ideológica a la coalición
integrada por propietarios rurales, industriales, sectores de clase
media urbana e intereses extranjeros. Con el derrocamiento del
gobierno de Allende llegó al poder una coalición de militares,
industriales, latifundistas e intereses extranjeros, principalmente
estadounidenses (Skidmore y Smith, 1996: 426).

135
Marcelo Mella

CuadroNº 40
Coaliciones políticas y sociales: Chile

Fuente: Skidmore y Smith (1996)

Bajo el gobierno de Joao Goulart (1961-1964) en Brasil


se construye una alianza entre intereses obrero-campesinos,
con apoyo variable de sectores de clase media urbana. Esta
coalición posibilitó que Goulart desactivara las restricciones
legales que limitaban el poder presidencial debido a pactos
celebrados en 1961 con sectores militares y la derecha. Así
también logró impulsar reformas progresistas como la redis-
tribución de propiedad rural mediante un proceso de reforma
agraria; la obligación, para empresas extranjeras, de reinver-
tir en el país; el aumento del impuesto a la renta y la mayor in-
tervención del Estado en el proceso económico. Tras el golpe
que lo depone, en 1964, la coalición que sustancia el régimen
burocrático autoritario se apoyó en la alianza entre intereses
militares, tecnócratas, industriales, latifundistas y extranje-
ros, que mantiene y profundiza vínculos y lealtades con inte-
reses de la clase media urbana (Skidmore y Smith, 1996: 427).

136
Elementos de Ciencia Política

Cuadro Nº 41
Coaliciones políticas y sociales: Brasil

Fuente: Skidmore y Smith (1996)

Por su parte, antes del gobierno del general Juan Velas-


co Alvarado, en Perú, el poder lo mantenía una coalición de
intereses extranjeros, industriales en proceso de activación y
latifundistas. Precisamente fue la fuerte incidencia de los in-
tereses de empresas privadas extranjeras en la economía y el
Estado peruano un factor relevante para entender la caída del
primer gobierno de Belaúnde Terry y el golpe militar de 1968.
Con la llegada del general Velasco Alvarado el Estado, aun-
que logró debilitar a la oligarquía rural y, hasta cierto punto,
consiguió movilizar a sectores populares y clases bajas, no
logró consolidar una alianza firme con trabajadores urbanos
y rurales mediante mecanismos de representación corporativa
(Skidmore y Smith, 1996: 428).

137
Marcelo Mella

Cuadro N° 42
Coaliciones políticas y sociales: Perú

Fuente: Skidmore y Smith (1996)

Finalmente, durante el período anterior a la Revolución


Mexicana conocido como Porfiriato (1876-1911), el sistema po-
lítico aparece sustentado en una alianza sólida entre intereses
extranjeros, militares y tecnócratas («los científicos»). Se aprecia
una casi inexistente activación política de los sectores industria-
les y la clase media rural, a la vez que una incipiente activación
de los grupos de trabajadores urbanos. Después de 1910 y espe-
cialmente a partir de 1930, México se sustenta políticamente en
una coalición compleja, articulada en base a las alianzas entre
intereses extranjeros, el sector industrial y financiero nacional y
sectores obreros y campesinos. Se aprecia también, en el período
posterior a la Revolución, el intento por consolidar una alianza
frágil o parcial con la clase media urbana. Por su parte, latifun-
distas y clases medias rurales constituyen actores sociales debi-
litados, carentes de capacidad de entrar en coalición con otros
sectores de la oposición social y política al proyecto revoluciona-
rio (Skidmore y Smith, 1996: 429).

138
Elementos de Ciencia Política

Cuadro N° 43
Coaliciones políticas y sociales: México

Fuente: Skidmore y Smith (1996)

Elites políticas
Una corriente importante dentro de la teoría democrática del
siglo XX ha incorporado ciertas ideas fuerza del elitismo clásico;
situación que se traduce, hoy, en la aceptación casi universal de
dos premisas básicas frente a la política institucional:

1. En primer término se asume que, al margen del tipo de siste-


ma político del que se trate, quien ejerce el poder siempre es
un grupo minoritario.
2. En segundo lugar se entiende que la consolidación y el per-
feccionamiento de la democracia no impide la persistencia de
la dominación como fenómeno político y social.

Parece ser parte del sentido común, en las ciencias sociales


contemporáneas, la creencia de que la democracia convive con
ciertos niveles de elitismo, aunque las características de estas eli-
tes y su nivel de institucionalización difieran en cada caso. Inclu-
so se podría sostener que cierto nivel de elitismo de la democra-

139
Marcelo Mella

cia actual se justifica a la luz de la alta complejidad y sofistica-


ción que adquieren los procesos decisionales y la elaboración de
políticas. El elitismo descansaría en un criterio de necesidad y se
apoyaría en consideraciones de realismo político.
En general, los autores que analizan la evolución del elitismo
consideran dos momentos claves; el elitismo clásico y el elitismo
democrático. Si el elitismo clásico se caracterizó por instalar en
la teoría democrática la tesis de la inevitabilidad de la domina-
ción y la ventaja político-organizacional de la minoría sobre la
mayoría; el elitismo contemporáneo más bien opta por dilucidar
empíricamente el carácter de dichas elites, para comprender sus
mecanismos de influencia sobre la acción del Estado.
Mark Evans, refiriéndose al legado del elitismo clásico, sos-
tiene:

Aunque el germen de esta perspectiva (elitismo clá-


sico) esté presente en las ideas de Platón, Maquiavelo y
otros autores, el elitismo como teoría del poder social se
suela asociar con el trabajo de Wilfredo Pareto, Gaeta-
no Mosca y Robert Michels. Estos autores coincidían en
una tesis común, según la cual la concentración del poder
social en un pequeño grupo de elites dominantes resulta-
ba inevitables en todas las sociedades y no consideraban
fiable la idea que propugnaba Karl Marx de un cambio
evolutivo hacia una sociedad sin clases en la que el poder
estaría distribuido equitativamente (Evans, 1997: 236).

La incorporación de las principales ideas del elitismo en la


teoría democrática se produce con autores como Max Weber y
Joseph Schumpeter. Para Weber, la inevitabilidad de las elites es-
taba fundada en la primacía de los intereses del Estado-nación
sobre cualquier otro interés social. Esta supremacía de lo político-
estatal, por cierto, también debía leerse en relación a los intereses
de los grupos económicos. Por su parte y tal como señala Evans,
el pensamiento político de Schumpeter asimila democracia a un
procedimiento competitivo destinado a producir legitimidad para
la elite gobernante, sin considerar que la sola competencia parti-
daria no lograría evitar la «distorsión de la voluntad política del
ciudadano» (Evans, 1997: 243-244).
A partir de los trabajos de C. Wright Mills, Walter Burnham,
Charles Lindblom y Phillipe Schmitter, el estudio de las elites
se orientó desde una perspectiva política hacia dos focos. Por
una parte, existe una serie de estudios que buscó comprender la

140
Elementos de Ciencia Política

estructura interna de las elites y sus vínculos formales e informales


con la estructura social. Esta línea de trabajo, llamada usualmente
«estudios de las redes de poder de la elite nacional» (RPEN), tiene
como referente principal las investigaciones de Mills sobre las elites
del poder y su importancia en el gobierno estadounidense. Él sos-
tiene que el poder se distribuye en tres ámbitos o campos institucio-
nales, siendo las elites aquellos grupos que dominan en cada una
de estos ordenamientos institucionales: el Ejecutivo del gobierno
nacional, las grandes corporaciones empresariales y las cúpulas del
poder militar. Complementariamente este autor sostiene la hipóte-
sis de una interacción convergente entre los altos funcionarios de
los gobiernos nacionales y los integrantes de las principales cor-
poraciones económicas, fenómeno que en sus versiones extremas
puede dar lugar a procesos de «captura del Estado».

El trabajo de Mills sugería la existencia de una estre-


cha relación entre el empresario rico y el dirigente políti-
co. Sostenía que la creciente centralización del poder en
el brazo ejecutivo federal del gobierno había ido acompa-
ñada de una decadencia del papel del político profesional
y una mayor importancia de agentes políticos del exterior
procedentes de las corporaciones económicas. A pesar de
esto, Mills afirmaba que sería un error creer que el apa-
rato político es un mero apéndice de las corporaciones
económicas o que ha sido tomado por los representantes
del empresariado rico. En este sentido, Mills quería dis-
tinguir su postura de la que calificaba de simple visión
marxista, que mantenía que las elites económicas eran las
que detentaban realmente el poder. Por esta razón utiliza-
ba la expresión elite del poder y no clase dominante, que
para él contenía un excesivo determinismo económico.
Lo crucial era que Mills señalara que tanto las elites polí-
ticas, como las militares y las económicas, tenían un con-
siderable grado de autonomía, se enfrentaban a menudo
y pocas veces cooperaban (Evans, 1997: 245).

La segunda línea de desarrollo del elitismo contemporáneo


corresponde al análisis de la relación entre Estado y grandes
corporaciones, o, dicho de otro modo, entre las elites empre-
sariales y el gobierno. De acuerdo a los enfoques corporativos
contemporáneos, los grupos o asociaciones de interés no nece-
sariamente compiten en situación de igualdad para representar
las demandas de sus grupos de referencia o conseguir algún bien
público. Esto se explica, en gran medida, porque el posiciona-

141
Marcelo Mella

miento como actor estratégico en el proceso productivo o en el


conjunto del sistema político le permite a un actor tomar venta-
jas e influir de mejor forma sobre la toma de decisiones públicas.
Es frecuente, por tanto, que las asimetrías en la distribución del
poder político, económico o cultural de ciertos grupos de refe-
rencia, también se exprese en la capacidad de influencia o veto
de sus respectivos grupos efectivos.
Siguiendo esta línea, habría que considerar que, en contex-
tos democráticos caracterizados por la vigencia del sistema de
mercado, la influencia de los grandes poderes económicos apa-
rece como un factor determinante para entender la lógica de los
procesos decisionales. Por ejemplo, autores como Charles Lin-
dblom sostienen que el poder de las corporaciones económicas
sobre el Estado resulta ser un hecho imposible de evitar a la luz
de las condiciones estructurales de las democracias apoyadas
en los sistemas de mercado: «…para que el Estado funcione en
condiciones de estabilidad y, por tanto, de equilibrio político;
hay que responder primero a las necesidades del empresariado»
(Evans, 1997: 249).
En el intento de precisar la relación de las elites económicas
y las elites políticas, Charles Lindblom sostiene que inicialmente
ambas elites se caracterizan por rechazar el control que buscan
ejercer las masas (2002: 84). Tal como señalaban autores perte-
necientes a la teoría clásica de las elites (por ejemplo, Mills), un
rasgo básico de estos conglomerados es su tendencia a construir
una demarcación clara y efectiva entre el interior y el exterior,
que permita mantener para sí la condición de minoría virtuosa.
Particularmente, siguiendo a Lindblom, es posible trazar un con-
junto de diferencias entre elites económicas y políticas:

1. Si las elites del mercado son más orientadas a responder a los


clientes, vale decir, a orientar sus acciones con el objetivo de
satisfacer a sus stakeholders en cuestiones relativas a la cali-
dad, el precio y el acceso a la información; las elites políticas
en democracia han tendido más bien a debilitar o resistir el
control político que ejercen los electores sobre las decisiones
políticas de sus representantes (Lindblom, 2002: 86).
2. Se puede advertir que el acto de control de los stakeholders
sobre la elite económica es respecto de un producto o resul-
tado; mientras que el control de los stakeholders sobre la

142
Elementos de Ciencia Política

elite política tiende a ser efectiva respecto de procesos (Lind-


blom, 2002: 87-88).
3. Finalmente, Lindblom sostiene que el acto «eleccionario» y
la «votación» en el mercado, esto es, el conjunto de eleccio-
nes de los consumidores frente a una oferta determinada,
entrega al sistema información de gran precisión; mientras
que la votación y el acto electoral, en política, no entrega
información semejante. La política establece niveles de am-
bigüedad u opacidad relativamente altos para la toma de de-
cisiones de los actores intervinientes (Lindblom, 2002: 89).

Las diferencias entre los dos métodos de votación


son también reveladoras. En un sistema de mercado, el
voto de un consumidor da a la elite del mercado una
dirección relativamente precisa: uno puede votar, por
ejemplo, por una bicicleta de carrera con bastidor de
23 pulgadas, de tubos de fibra de carbono y con 21
velocidades. Tal nivel de especificidad o concreción le
está vedado a los votantes en política, incluso aunque
puedan votar por un candidato individual o un partido
(Lindblom, 2002: 89).

Considerando lo señalado y siguiendo el análisis de Borchert y


Zeiss (2003), se puede sostener que el estudio específico de las eli-
tes políticas requiere un esfuerzo para distinguir tipos o variantes,
dependiendo de los niveles de dependencia o autonomía respecto
de la estructura social y respecto de las lógicas específicas del cam-
po político. En este punto, dichos autores sostienen que existen
cuatro variantes o subtipos de elites en el campo político, a saber;

1. La elite política, vale decir, grupos determinados identitaria-


mente por su posición en la estructura social y por el hecho
de que viven para la política.
2. La elite del poder, vale decir, grupos determinados por la
conciencia de su posición en la estructura y su papel históri-
co y por el hecho de que viven para la política.
3. Los políticos profesionales, vale decir, grupos determinados
por su posición en la estructura y por el hecho de que viven
de la política.
4. La clase política, vale decir, grupos determinados por su con-
ciencia de la posición en la estructura y por el hecho de que
viven de la política.

143
Marcelo Mella

Cuadro Nº 44
Enfoques para el estudio de la elite política

sŝǀŝĞŶĚŽƉĂƌĂůĂƉŽůşƟĐĂ sŝǀŝĞŶĚŽĚĞůĂƉŽůşƟĐĂ
;ƉŽĚĞƌǀƐ͘ŝŶƚĞƌĠƐ ;ĂƵƚŽͲŝŶƚĞƌĠƐǀƐ͘
ƉƷďůŝĐŽͿ ƉƌŽĨĞƐŝŽŶĂůŝƐŵŽͿ
ůĂƐĞĞŶƐş
ůŝƚĞƉŽůşƟĐĂ WŽůşƟĐŽƐƉƌŽĨĞƐŝŽŶĂůĞƐ
;ĞƐƚƌƵĐƚƵƌĂͿ
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ůŝƚĞĚĞůƉŽĚĞƌ ůĂƐĞƉŽůşƟĐĂ
;ĞƐƚƌƵĐƚƵƌĂŵĄƐĂŐĞŶĐŝĂͿ

Fuente: Borchert y Zeiss (2003: 4)

Para Chile, los estudios del PNUD realizados recientemente


muestran; en primer lugar, que la política formal no constituye
el campo donde se sitúan los actores con mayor poder y; en se-
gundo término, una correlación significativa entre el grado de
centralidad de determinados actores en el proceso económico
y político y su nivel de influencia frente al Estado. Esto permite
sostener que, en Chile, existen ventajas relevantes entre los dife-
rentes intereses en su relación con el Estado.
Como se observa en el siguiente cuadro, las entidades per-
tenecientes al ámbito económico y financiero poseen una alta
valoración respecto de su grado de poder e influencia entre
los propios miembros de la elite chilena. En varios casos estas
entidades, representantes de los grandes intereses empresaria-
les, aparecen provistas de mayor poder que las instituciones
públicas proveedoras de bienes públicos. Al mismo tiempo,
las entidades con menor poder e influencia corresponden a
intereses pertenecientes a asociaciones sindicales, ONG´s y
colegios profesionales.

144
Cuadro Nº 45
Poderómetro (PNUD)

Ranking ŶƟĚĂĚĞƐ DĞĚŝĂĚĞƉŽĚĞƌ Ranking ŶƟĚĂĚĞƐ DĞĚŝĂĚĞƉŽĚĞƌ

1 DĞĚŝŽƐĚĞĐŽŵƵŶŝĐĂĐŝſŶ ϴ͘ϲ 17 ƐĞƐŽƌĞƐĞĐŽŶſŵŝĐŽƐLJůĞŐĂůĞƐĚĞĂůƚŽŶŝǀĞů ϱ͘ϱ

Ϯ DŝŶŝƐƚĞƌŝŽƐĚĞůĄƌĞĂĞĐŽŶſŵŝĐĂ ϴ͘ϯ 18 ƐĞƐŽƌĞƐĐŽŵƵŶŝĐĂĐŝŽŶĂůĞƐLJĚĞŝŵĂŐĞŶ ϱ͘ϱ

ϯ 'ƌĂŶĚĞƐŐƌƵƉŽƐĞĐŽŶſŵŝĐŽƐ ϴ͘Ϭ 19 ŽŶƚƌĂůŽƌşĂ'ĞŶĞƌĂůĚĞůĂZĞƉƷďůŝĐĂ ϱ͘ϱ

4 ĂŶĐŽĞŶƚƌĂů ϳ͘ϰ ϮϬ 'ƌĂŶĚĞƐƟĞŶĚĂƐLJƐƵƉĞƌŵĞƌĐĂĚŽƐ ϱ͘ϰ

Elementos de Ciencia Política


ϱ DŝŶŝƐƚĞƌŝŽƐĚĞůĄƌĞĂƉŽůşƟĐĂ ϳ͘Ϯ Ϯϭ ĞŶƚƌŽƐĚĞŝŶǀĞƐƟŐĂĐŝſŶLJƵŶŝǀĞƌƐŝĚĂĚĞƐ ϱ͘ϯ

ϲ /ŐůĞƐŝĂ ϲ͘ϴ ϮϮ ŵƉƌĞƐĂƐŵŝŶĞƌĂƐ ϱ͘Ϯ

7 ƐŽĐŝĂĐŝŽŶĞƐĞŵƉƌĞƐĂƌŝĂůĞƐ ϲ͘ϳ Ϯϯ ŵƉƌĞƐĂƐĚĞƐĞƌǀŝĐŝŽƐďĄƐŝĐŽƐ ϱ͘Ϯ

8 ^ĞŶĂĚŽƌĞƐ ϲ͘ϳ Ϯϰ ŵƉƌĞƐĂƐĚĞƚĞůĞĨŽŶşĂLJdsĐĂďůĞ ϱ͘ϭ


145

9 WŽĚĞƌũƵĚŝĐŝĂů ϲ͘ϱ Ϯϱ &WƐĞ/ƐĂƉƌĞƐ ϱ͘ϭ

ϭϬ ĂŶĐŽƐ ϲ͘ϰ Ϯϲ 'ƌĂŶĚĞƐĞŵƉƌĞƐĂƐĂŐƌŽƉĞĐƵĂƌŝĂƐ͕ƉĞƐƋƵĞƌĂƐLJƐŝůǀşĐŽůĂƐ ϰ͘ϵ

11 ^ƵƉĞƌŝŶƚĞŶĚĞŶĐŝĂƐ ϲ͘ϭ Ϯϳ 'ƌĂŶĚĞƐŝŶŵŽďŝůŝĂƌŝĂƐLJĐŽŶƐƚƌƵĐƚŽƌĂƐ ϰ͘ϱ

ϭϮ ůĐĂůĚĞƐ ϱ͘ϵ Ϯϴ ŵƉƌĞƐĂƐĚĞƚƌĂŶƐƉŽƌƚĞ ϰ͘ϰ

ϭϯ WĂƌƟĚŽƐƉŽůşƟĐŽƐ ϱ͘ϵ Ϯϵ ƌƟƐƚĂƐĞŝŶƚĞůĞĐƚƵĂůĞƐ ϰ͘Ϯ

14 'ƌĂŶĚĞƐŝŶĚƵƐƚƌŝĂƐ ϱ͘ϵ ϯϬ ŽůĞŐŝŽƐƉƌŽĨĞƐŝŽŶĂůĞƐ ϯ͘ϳ

ϭϱ ĄŵĂƌĂĚĞŝƉƵƚĂĚŽƐ ϱ͘ϳ ϯϭ KE'ƐLJĨƵŶĚĂĐŝŽŶĞƐ ϯ͘ϲ

ϭϲ &ƵĞƌnjĂƐƌŵĂĚĂƐ ϱ͘ϲ ϯϮ ƐŽĐŝĂĐŝŽŶĞƐƐŝŶĚŝĐĂůĞƐ ϯ͘ϰ

Fuente: Encuesta Elite PNUD (2004)


Marcelo Mella

Se verifica, en el ejemplo citado, una asociación entre el con-


cepto de grupo de interés con capacidad efectiva de presión y las
elites, para cada ámbito de la actividad social. Este hecho podría
contribuir a naturalizar una actitud de pasividad entre la sociedad
civil y una cierta dependencia del liderazgo de los grupos promi-
nentes tradicionales para la conducción del proceso político.

Cuadro Nº 46
Demanda por conducción y proyecto-país

͎ƵĄůĚĞůĂƐƐŝŐƵŝĞŶƚĞƐĨƌĂƐĞƐƌĞƉƌĞƐĞŶƚĂŵĞũŽƌƐƵŽƉŝŶŝſŶ͍
ŚŝůĞŶĞĐĞƐŝƚĂĚŝƌŝŐĞŶƚĞƐƋƵĞƚĞŶŐĂŶƵŶĂǀŝƐŝſŶĚĞŚĂĐŝĂĚſŶĚĞĚĞďĞŝƌĞůƉĂşƐ
ϲϳ
ĞŶĞůĨƵƚƵƌŽ͕LJƋƵĞƐĞĂŶĐĂƉĂĐĞƐĚĞĐŽŶĚƵĐŝƌůŽĂůůĄ
DĄƐƋƵĞĚŝƌŝŐĞŶƚĞƐ͕ůŽƋƵĞŚŝůĞŶĞĐĞƐŝƚĂĞƐƋƵĞĐĂĚĂƵŶŽĚĞŶŽƐŽƚƌŽƐƐĞŚĂŐĂ
ϯϭ
ĐĂƌŐŽĚĞƐĂĐĂƌĂĚĞůĂŶƚĞƐƵƉƌŽƉŝŽƉƌŽLJĞĐƚŽĚĞǀŝĚĂ
E^ͬEZ Ϯ

Fuente: Encuesta Nacional PNUD (2004)

Existen diversos estudios que han desarrollado explicaciones


acerca del papel de las elites sobre la base de tres problemas bási-
cos. Estos son: los procesos de integración horizontal o vertical,
la función de las elites como agentes de los procesos de desarro-
llo político y su composición social e ideológica.

La integración horizontal
Entendida como la capacidad de las elites para profundizar
su cohesión interna, historiadores como Cristián Gazmuri, Julio
Pinto y Gabriel Salazar han desarrollado diversas hipótesis sobre
la relación entre la interacción horizontal de las elites y las fun-
ciones políticas que han desempeñado en Chile.
Una primera mirada al problema llevaría a pensar que la in-
teracción social «cara a cara» condiciona la emergencia de elites
significativamente cohesionadas, a propósito de la concurrencia
común en determinados espacios sociales. Cristián Gazmuri,
en su estudio Notas sobre las elites chilenas 1930-1999 (2001),
identificó en la Universidad Católica un conjunto de focos de
interacción que posibilitaron el origen y la evolución de movi-
mientos político-intelectuales de jóvenes con alta incidencia en el
desarrollo nacional; como la ANEC, la Liga Social y, principal-
mente, la Falange Nacional. Posteriormente, al llegar la década

146
Elementos de Ciencia Política

de los sesenta, el mismo espacio institucional verá nacer otros


tres grupos fundamentales; el MAPU, los Chicago Boys y el Gre-
mialismo. Sin embargo, podría alegarse en dirección contraria
a estos argumentos que, suponer la determinación de las elites
como fenómeno subjetivo a partir de las relaciones sociales de
sus miembros, puede ser una interpretación equivocada de la
relevancia de la interacción en el surgimiento de estos grupos.
Una segunda perspectiva de la integración horizontal con-
siste en identificar el ethos cultural o ideológico como el factor
de cohesión o fragmentación de las elites. En este enfoque se ha
señalado, por ejemplo, que la cohesión básica que caracteriza a
las elites políticas sería resultado de factores constitutivos tales
como la estructura económica o cultural de una sociedad. Para
ambas explicaciones la cohesión deviene como efecto de factores
heterónomos de la política.
Refiriéndose al carácter fundamental de la oligarquía chilena
durante el siglo XIX, Alfredo Jocelyn-Holt destaca la importan-
cia del factor cultural para definir su misión, liderazgo y sentido
de historicidad, tanto frente a las instituciones como frente al
conjunto de la sociedad:

(...) A fin de que esto fuera así [el autor se refiere


a la cooptación del Estado] resultó crucial que en todo
momento predominara la cohesión de la elite. Diferencias
ideológicas podían darse, pero no en niveles que pudieran
poner en peligro a la elite misma. Cuando esto ocurrió –
estoy pensando en todas las confrontaciones que tuvieron
lugar (1829, 1851, 1859, 1891)– la elite fue capaz de ce-
rrar filas, de unir fuerzas y oponerse a cualquier peligro,
en la mayoría de los casos provenientes de un ejecutivo
que amenazaba con usar el poder del Estado a su favor,
y generar el gobierno a partir de sus propios cuadros ad-
ministrativos, constituyendo una nueva clase administra-
tiva. En momentos de normalidad, tanto la cooptación
social como la creación de coaliciones de partidos políti-
cos dentro de una estructura de alianzas parlamentarias
habrían de mantener a raya cualquier posible estallido de
poder autónomo proveniente del estado administrativo
(1997: 27-29).

La integración vertical
El fenómeno de la integración vertical, entendida como la
capacidad de las elites para generar acatamiento y cohesión, es

147
Marcelo Mella

analizado, para el caso chileno, por historiadores pertenecientes


al pensamiento conservador como Mario Góngora (1986), Al-
LiÀÌœÊ `Ü>À`ÃÊ­£™nÓ®]ÊÀ>˜VˆÃVœÊ˜Ìœ˜ˆœÊ ˜Vˆ˜>Ê­£™ÇÈ®ÊÞÊ>ˆ“iÊ
Eyzaguirre (1934). Todos plantean, con diversos matices, que
tanto el Estado como la clase política chilenos contribuyeron, a
lo largo de los siglos XIX y XX, a la configuración de la nación y
la sociedad civil.
`Ü>À`Ã]ʓ?ÃÊViÀV>˜œÊ>ʏ>Êthese royaliste (Cristi, 1992: 11),
en su Fronda aristocrática ha desarrollado una argumentación
paradojal sobre el papel de las elites. Estos grupos desempeñan,
para él, dos funciones en términos de integración vertical; por
una parte se enfatiza su predominio social como fuente para la
socialización de normas y valores al conjunto de la sociedad y,
por otra parte, se subordinan a la autoridad presidencial convir-
tiéndolas en una suerte de interface instrumental.
Para el caso de aquellos autores ubicados en la these nobiliai-
re, como J. Eyzaguirre y J. Philippi, en las décadas de los treinta
y cuarenta del siglo XX lo que se busca es «contrarrestar la ac-
ción del Estado», mediante la adhesión a una forma de corpora-
tivismo que impulse la creación y cooptación de gremios o aso-
ciaciones profesionales. En este sentido, la integración vertical
de las elites tiene una doble faz; se desarrolla como contención
del Estado y se perfecciona como contención de la sociedad civil
mediante la cooptación corporativa de los actores colectivos.

(...) Para corporativistas como Eyzaguirre, la auto-


ridad y la jerarquía deben encontrarse al interior de la
organización de la sociedad, justamente en un orden de
profesiones, funciones y corporaciones. Este tipo de or-
den social, (...) es profundamente hostil al formalismo
político característico de la democracia liberal (Cristi,
1992: 77).

Desde una perspectiva más formalista, Alfredo Jocelyn-Holt


en El peso de la noche, analiza este doble proceso de cooptación
simultánea del Estado y la sociedad civil por parte de las elites
políticas como una práctica arraigada históricamente:

(...) Por consiguiente, el perfil del país durante toda


la centuria [se refiere al siglo XIX] fue la persistencia del
orden social y con ello el predominio de la elite tradi-
cional. Es más, en la medida en que los poseedores del
poder estatal provenían enteramente de esta misma elite,

148
Elementos de Ciencia Política

es razonable hablar de un orden político oligárquico que


se mantiene constante. Lo que suele aparecer como Esta-
do, por tanto, no es más que un poder oligárquico que
tiende a confundirse con una estructura supuestamente
impersonal. El Estado como tal no era otra cosa que un
instrumento al servicio de una elite social cuya base de
poder residió en la estructura social más que en el apara-
to propiamente estatal, siendo este último solo un instru-
mento auxiliar de la oligarquía (1997: 28-29).

Función y composición de las elites


Referente al papel atribuido a las elites en el desarrollo po-
lítico chileno, autores como Arturo y Samuel Valenzuela o Ti-
mothy Scully coinciden en que existe un conjunto de aptitudes y
subjetividades que distingue a estas unidades sociales en su posi-
bilidad de conducir los procesos políticos. En este sentido, Artu-
ro y Samuel Valenzuela, en su trabajo titulado Los orígenes de la
democracia (1983: 7-9), argumentan que uno de los factores que
permite comprender el excepcionalismo del caso chileno en la
formación de su democracia consiste en la función histórica que
cumplieron las elites económicas y sociales en la construcción de
mecanismos de contienda pacífica que permitieron la creación
de partidos políticos desde 1857 y, como subproducto, la gene-
ración de mayor participación social; todo ello como contrapeso
al poder emergente del aparato estatal.
Por su parte, al comentar el significado del concepto de fron-
`>Ê>ÀˆÃ̜VÀ?̈V>ʵÕiÊiÃÌ>LiVˆÊLiÀÌœÊ `Ü>À`ÃÊi˜Ê£™nÓ]ÊiÊ…ˆÃ-
toriador Mario Góngora destaca la función desarrollada por las
elites a lo largo de nuestra historia, como contrapeso del poder
presidencial y del liderazgo autocrático (these royaliste):

Es una tendencia instintiva de la aristocracia chilena


de oponerse a los gobiernos fuertes, a las individualida-
des sobresalientes, a preferir los gobiernos de consenso,
de juntas, como instauró en 1810, o con los Congresos
poderosos frente al Ejecutivo. (...) El término viene de la
honda que se disparan piedras a un objetivo. No es una
revolución que intente cambiar todo un sistema. Se ma-
nifiesta promoviendo rumores que desprestigian a perso-
nas. Es una resistencia a la fuerza, a la arbitrariedad, pero
no en nombre de principios sino de atavismos libertarios
y de intereses heridos. Es una limitación a la tiranía. En
Chile, solo a mediados del siglo XIX empiezan a hacerse

149
Marcelo Mella

presente las grandes ideologías europeas y la fronda se va


apoderando de ellas.3

Reforzando este argumento, Jocelyn Holt plantea que la re-


levancia de las elites en el desarrollo político nacional está en que
estos grupos poseían, como composición ideológica básica, un
fuerte pragmatismo y escepticismo frente al poder y el Estado.
Dicha condición habría operado como un contrapeso efectivo
frente al presidencialismo del régimen político chileno. Al mismo
tiempo, esta condición de pragmatismo posibilitó que la clase
política, principalmente sus sectores más conservadores, imple-
mentara durante la segunda mitad del siglo XIX las reformas po-
líticas que ampliaron gradualmente la participación electoral de
los sectores populares.

[Que la elite chilena] esté fuertemente imbuida de un


sano escepticismo. Escepticismo frente al poder, particu-
larmente el poder centralizado, llámese Estado o fuerza
coercitiva. En su largo actuar hegemónico –es decir, desde
el siglo XVII hasta la primera mitad del siglo XX–, la elite,
a la larga, siempre tendió a desconfiar de los gobiernos
fuertes, populistas, caudillescos, democratizadores o mi-
litares. De ahí que haya auspiciado, las más de las veces,
una política oligárquica, parlamentarista, y de ser par-
ticipativa –preferentemente a nivel cupular-transaccional
y poco dogmática en términos ideológico– doctrinarios
(1997: 188-189).

Finalmente, en relación a la composición social e ideológica


de las elites chilenas, Renato Cristi (1992), Felipe Portales (2004)
y más recientemente, el Informe de Desarrollo Humano 2004 del
PNUD (2004:172-211), han estudiado los cambios en la composi-
ción de estos grupos y su relación con los giros en su pensamiento.
A modo de ejemplo hemos estudiado con cierto detalle la com-
posición de la elite concertacionista y, en particular, el peso de la
formación profesional en los nuevos tipos de militancia entre los
partidos de la coalición. Así también, el estudio de trayectorias
atípicas de militantes prominentes de la generación fundadora de
la Concertación de Partidos por la Democracia ha permitido ex-
plicar el eclecticismo no resuelto desde 1990 del conglomerado.
Este eclecticismo ha roto con la evolución tradicional del pensa-

3
Diario La Segunda, 16 de julio de 1982, p. 2.

150
Elementos de Ciencia Política

miento de los partidos de centro-izquierda chilena, fenómeno ob-


servable, en especial, entre sus militantes más prominentes.
Más allá de las interpretaciones sistemáticas sobre el papel
de las elites, existen otras perspectivas que analizan su composi-
ción y función en Chile como variables correlacionadas. Se trata
de autores que suponen una relación de determinación entre la
composición ideológica de las elites y la misión de estas en una
estructura conflictual objetiva (latente) que las enmarca y tras-
ciende históricamente. En general, en esto es posible distinguir
dos posiciones: aquellos que sostienen el mérito y el liderazgo
de los grupos dirigentes; y aquellos que, en cambio, abordan
críticamente el papel de los grupos dominantes desde el origen
de la República.
En una posición de complacencia frente al rol desempeñado
por los grupos dominantes, El Mercurio, en su editorial del 18
de septiembre de 1910, en el contexto de la celebración del cen-
tenario de la independencia, declaraba:

…el primer siglo termina para nosotros en condi-


ciones que hubieran satisfecho el patriotismo de los fun-
dadores de la república (...) En el orden material hemos
dado vigoroso impulso a nuestras industrias (...) En la
construcción pública hemos levantado al nivel de los paí-
ses más adelantados nuestros métodos y programas (...)
El crédito en Chile es sólido (...) La administración públi-
ca se halla organizada y sufre incesantes reformas que la
perfeccionan y completan. Nuestra justicia tiene prestigio
y goza dentro y fuera del país de fama de honrada y pru-
dente. Y, por fin, en la organización política hemos llega-
do a un régimen de libertad en el orden (...) El cuadro de
nuestra situación presente es risueño (...) ¡Excelsior! Es el
grito que se escapa de nuestra alma en este momento. La
mirada hacia atrás solo debe servir para infundirnos una
enérgica seguridad en el porvenir (Portales, 2004: 147).

Bajo el mismo contexto pero, en una posición opuesta a la


de El Mercurio, Luis Emilio Recabarren, en una conferencia
pronunciada el 3 de septiembre de 1910 titulada El balance del
siglo, señalaba:

(...) el aniversario de la Independencia nacional (...)


solo tienen razón de conmemorarla los burgueses, por-
que ellos sublevados en 1810 contra la Corona de España
conquistaron esta Patria para gozarla ellos (...) pero el

151
Marcelo Mella

pueblo, la clase trabajadora, que siempre ha vivido en la


miseria, nada, pero absolutamente nada gana ni ha ga-
nado con la Independencia (...) la fecha gloriosa de la
emancipación del pueblo no ha sonado aún. Las clases
populares viven todavía esclavas, encadenadas en el or-
den económico, con la cadena del salario, que es su mi-
seria; en el orden político, con la cadena del cohecho,
del fraude y la intervención, que anula toda acción, toda
expresión popular y en el orden social, con la cadena de
su ignorancia y de sus vicios, que le anulan para ser con-
sideradas útiles a la sociedad en que vivimos (Portales,
2004: 148).

Comparte con Luis Emilio Recabarren esta mirada crítica


sobre la estructura social del país a comienzos del siglo XX, Ale-
jandro Venegas (Dr. Valdés Cange) en su Sinceridad Chile ínti-
mo. En dicho texto, Venegas constata la creciente segregación de
la sociedad en dos clases y, del mismo modo, la ausencia de la
clase media como sujeto cultural. Para el autor, la existencia de
una oligarquía plutocrática caracterizada por el lujo excesivo, el
afán de codicia, la conspiratividad, el deseo de limitar el acceso a
los espacios de poder y la malicie, tiene como contrapartida fatal
la osificación social, la autorreferencia de la política y la pérdida
de legitimidad de las instituciones democráticas.

Antes teníamos, es cierto, una parodia de república


democrática, porque el pueblo no elejía a sus represen-
tantes; pero siquiera estos eran impuestos por una auto-
ridad ilustrada i responsable, que sabía, por lo común,
elejirlos de entre los mejores; mientras que en la actuali-
dad, subsistiendo la parodia, i más ridícula que antes, los
miembros del congreso son designados por una multitud
de elementos sin responsabilidad alguna, i triunfan casi
siempre los más audaces, los más codiciosos, los más des-
vergonzados, los más pervertidos.
I esta es la causa, señor, de que los partidos políticos,
bastardeando todos por influjo de una misma causa i en
un mismo sentido, no presenten hoy más diferencia entre sí
que el nombre: ser liberal –doctrinario, demócrata, nacio-
nal, radical, liberal– democrático o conservador es lo mis-
mo, todos tienen un mismo ideal: la propia conveniencia, i
una misma norma de conducta: el fin justifica los medios.
Vos, señor, habéis visto a miembros prominentes de estos
partidos enlazados en estrecho abrazo cada vez que les ha
convenido. Las ideas, los programas, han pasado a des-

152
Elementos de Ciencia Política

empeñar el papel de esos trabucos i arcabuces que suelen


verse en las panoplias; mui grandes, formidables, pero in-
ofensivos; no dan fuego; solo pueden infundir temor a los
niños o a los rústicos (Venegas, 1998: 76-77).

Contemporáneamente, Felipe Portales ha rescatado gran


parte del diagnóstico sobre las elites de autores críticos del
primer centenario, al analizar la «matriz autoritaria de la re-
pública oligárquica» en base a elementos tales como: el fraude
electoral, el inmovilismo político, la gran similitud de los par-
tidos, los altos niveles de corrupción y la represión dosificada
de la disidencia. Sin embargo, estudios como el de Portales
tienden a articularse en torno a hipótesis ad-hoc que deter-
minan un fuerte carácter polémico y dogmático en el modo
de analizar el rol y la composición de las elites políticas en la
democracia chilena.
En la misma senda crítica de Portales se encuentra el fa-
moso ensayo de Tomás Moulián Chile actual, anatomía de un
mito. En dicho texto, Moulián define como transformista al
ethos político de las elites que posibilitó un proceso pactado
de transición a la democracia: «Llamo transformismo al lar-
go proceso de preparación durante la dictadura, de una salida
de la dictadura, destinada a permitir la continuidad de sus es-
tructuras básicas bajo otros ropajes políticos, las vestimentas
democráticas. El objetivo es el gatopardismo, cambiar para
permanecer» (Moulian, 1997: 145).
Más allá de estas interpretaciones, el capítulo chileno del
Informe 2004 del PNUD ha mostrado, con respaldo empírico,
tres actitudes de las elites políticas chilenas. Por una parte,
la tendencia a la autorreferencia o cerrazón, considerando la
prevalencia del origen social en las probabilidades de acceso
a los círculos de poder. En segundo lugar, su heterogeneidad
interna, destacando en ella cuatro posiciones ideológicas;
progresistas perplejos, conservadores, liberales globalizados y
liberales progresistas. Y en tercer lugar, su sensación de frus-
tración o incapacidad frente a la tarea de conducir el proceso
de desarrollo nacional actual.

153
Marcelo Mella

Cuadro Nº 47
Futuro rol de conducción (porcentaje)

Fuente: Encuesta Elite PNUD (2004)

Movimientos sociales
La fase inicial de los estudios contemporáneos sobre movimien-
tos sociales en las décadas de 1950 y 1960 estuvo determinada
por análisis en los que estos actores se conciben como una ma-
nifestación de irracionalidad colectiva, esto es, como pura ex-
presión o respuesta emocional derivada de tensiones o rupturas
sistémicas que no han podido ser canalizadas institucionalmente
(Ibarra, 2000: 272). Entendidos de esta manera, los movimien-
tos sociales carecerían de toda racionalidad y por ello no serían
abordables analíticamente desde una perspectiva intencional o
estratégica. Se observa, en esta primera fase, las influencias de las
tradiciones conservadoras para el estudio del comportamiento
colectivo con autores como Gustave Le Bon, como también las
influencias del conductismo con autores como Robert Gurr.
En un segundo momento, situado en la década de 1970 y
1980, el análisis de los movimientos sociales se caracterizó por la
sucesión de dos enfoques opuestos: el enfoque de la movilización
de recursos, tributario de la teoría de la acción racional; y el en-
foque identitario, también llamado «de los nuevos movimientos
sociales». Según sea la perspectiva adoptada, los movimientos
sociales aparecerán como actores con menor o mayor especifi-
cidad respecto de otros actores del sistema político, tales como
partidos o grupos de interés.

154
Elementos de Ciencia Política

Paradigma de la movilización de recursos


(Resource Mobilization Theory, RMT)
En este enfoque encontramos autores como John McCar-
thy, Mayer Zald y, posteriormente y con análisis más comple-
jos, Charles Tilly y Doug McAdam. Todos coinciden en que
los movimientos sociales son actores dotados de racionalidad
instrumental que buscan maximizar su utilidad. Tal como seña-
la Pedro Ibarra, la RMT parte de la creencia de que los movi-
mientos sociales son actores que «expresan conductas colectivas
perfectamente racionales, con objetivos políticos y sociales muy
precisos y con estrategias de movilización, de adquisición de
recursos deliberadamente adecuados a esos objetivos» (Ibarra,
2000: 273). Por tanto, y siguiendo a Marcur Olson (1992), estos
actores no tendrían ninguna especificidad respecto de la lógica
con que actúan otros actores ya tratados en este volumen.
Marcur Olson formuló la paradoja del crecimiento de los
movimientos sociales. Esta paradoja se explica porque: i) los
individuos solo participan en las organizaciones cuando los be-
neficios son mayores que los costos, y ii) al aumentar el tamaño
de los grupos disminuye la percepción sobre la importancia de
la contribución individual de sus integrantes. El autor argu-
menta que la manera de superar esta paradoja derivada del
crecimiento organizacional es establecer incentivos selectivos
para los miembros del movimiento, vale decir, beneficios aso-
ciados a la participación y el compromiso con la organización,
generando implícitamente castigos orientados a obtener mayor
compromiso de los free-rider.
En lo principal, el enfoque se concentra en el problema de la
organización del movimiento, específicamente en las estructuras
de movilización entendidas como «organizaciones formales» o
«redes sociales informales» (Delgado, 2007: 50-51). Posterior-
mente se desarrollan vinculadas a esta primera perspectiva (es-
tructuras de movilización), las perspectivas del proceso político
centrada en las oportunidades políticas y de los procesos enmar-
cadores centrada en los marcos de acción colectiva (mediaciones
cognitivas entre las oportunidades y la acción) (McAdam, Mc-
Carthy y Zald, 1999: 22).
El problema de la acción colectiva ha logrado estimular un
nivel elevado de formalización lógica, en especial, las condicio-
nes que hacen posible la cooperación. La teoría de juegos ha
desarrollado diferentes herramientas lógicas para explicar di-

155
Marcelo Mella

chos problemas de acción colectiva ligados a los movimientos


sociales. Uno de sus rasgos más interesantes es suponer que lo
que obtiene cada actor como costo o beneficio depende de su de-
cisión y de lo que él o los otros hagan. Se trata, en consecuencia,
de una forma de pensamiento que explica la racionalidad de la
acción en base a intereses interconectados e interdependientes.
Entre los modelos más utilizados para explicar estos problemas
se cuentan dos juegos clásicos: el dilema del prisionero y el dile-
ma del gallina (chicken game).
El primero de ellos (dilema del prisionero) trata de explicar,
mediante la matriz de pagos siguiente, de qué manera la racio-
nalidad individual puede llevar a la irracionalidad colectiva. En
otras palabras, cómo aplicando una lógica individual egoísta se
construye un resultado no deseado por nadie. En este juego, los
actores (A y B) deben elegir entre dos estrategias; cooperar o
no cooperar (defraudar), donde cooperar consiste en desarro-
llar acciones conjuntas orientadas a la obtención de un beneficio
compartido y la no cooperación (defraudar) consiste en que un
actor desarrolla acciones unilaterales para obtener un beneficio
exclusivo. Al mismo tiempo, el juego explica cómo es posible ob-
tener la cooperación (del otro), cooperando (Aguiar, 1991: 10).
Si se considera el siguiente gráfico, A y B son actores que
poseen, cada uno a su vez, dos alternativas de decisión, cooperar
(C) y no cooperar (D). Lo que obtiene el actor A como costo o
beneficio por cada decisión depende de cómo se ha visto y de su
decisión en particular, pero también de lo que haga B. Por esta
razón la matriz de pagos consigna dos valores en cada alterna-
tiva de decisión, de tal suerte que si el actor A decide cooperar
(C) recibe 3, cuando B coopera; y 1, cuando B no coopera. Por
su parte, si el actor B decide no cooperar (D) recibe 4, cuando
A coopera; y 2, cuando A no coopera. Como se aprecia, cada
alternativa de acción de la matriz establece en el primer valor lo
que recibe A, y en el segundo valor lo que recibe B.
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mente, la mejor decisión para ambos es CC, sin embargo, se
trata de un resultado inestable por la posibilidad de que uno de
los actores decida no cooperar y obtener una ganancia unilateral
mayor. Por esta razón, la solución final del juego es DD, que
muestra el fracaso de la cooperación.

156
Elementos de Ciencia Política

Para verificar por qué, para ambos actores, la estrategia no


cooperativa es dominante, se debe sumar los dos valores obteni-
dos en cada alternativa de decisión (C y D). Se observa que, para
A, lo que se obtiene por la cooperación (3+1=4) es menor a lo
que se obtiene por la no cooperación (4+2=6). Lo mismo ocurre
para el caso de B, donde lo que se obtiene por cooperar (3+1=4)
resulta inferior a lo obtenido por la no cooperación (4+2=6).

Cuadro Nº 48
Dilema del prisionero

B
ŽŽƉĞƌĂƌ;Ϳ EŽĐŽŽƉĞƌĂƌ;Ϳ
A ŽŽƉĞƌĂƌ;Ϳ ϯ͕ϯ ϭ͕ϰ
EŽĐŽŽƉĞƌĂƌ;Ϳ ϰ͕ϭ Ϯ͕Ϯ

Fuente: Elaboración propia

La lógica del dilema del prisionero, según Fernando Aguiar,


fue descubierta hacia 1950 por Merril Flood y Melvin Dresher y
se explica en base a una historia creada por Tucker:

Dos prisioneros, sospechosos de haber cometido el


mismo crimen, son conducidos a prisión sin que puedan
comunicarse. Si ambos confiesan, se les condena a diez
años de prisión a cada uno, en lugar de los veinte de la
pena completa, por su colaboración con la justicia. Si no
confiesa ninguno, tan solo se les puede condenar a cinco
años de cárcel. Pero si uno confiesa y el otro no, el que lo
hace queda libre (como premio a su arrepentimiento) y
el otro va a prisión por veinte años. ¿Qué deberían hacer
los prisioneros? Como a ambos les interesa confesar en
cualquier caso para obtener la libertad, la pena final que
se les impone asciende a diez años para cada uno (Aguiar,
1991: 10).

Por su parte, el dilema «del gallina» trata de explicar, me-


diante la matriz de pagos siguiente, cómo es posible obtener la
cooperación no cooperando. Poundstone (1992) explica el ori-
gen y la lógica del juego:

El reto entre adolescentes para jugar a la gallina lla-


mó la atención del público a partir de la película Rebel
Without a Cause (1955). El largometraje muestra a unos

157
Marcelo Mella

adolescentes mimados de Los Ángeles que se entretienen


en llevar coches robados a un acantilado de la costa,
para jugar a lo que llaman la carrera del gallina. El juego
consiste en que dos muchachos conducen sendos coches
hacia el borde del acantilado, y saltan en el último mo-
mento. Aquel que haya saltado el primero es el gallina, y
pierde (Poundstone, 1992: 295).

En el siguiente esquema, que grafica la lógica del dilema del


gallina, se observa que no existe una estrategia dominante para
los actores A y B. Para el jugador de fila (A) la matriz de pagos
muestra que, tanto la estrategia cooperativa (3+2=5) como la no
cooperativa (4+1=5) generan las mismas ganancias. Lo mismo
ocurre en el caso del jugador de la columna (B). Aunque no se
pueda establecer las estrategias dominantes para cada jugador, es
posible identificar las mejores y peores situaciones. Tanto para el
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la situación más conveniente es DC, y la menos conveniente es
DD. En la historia que nos relata Poundstone, lo óptimo, para
cualquiera de los dos, sería saltar en el último momento y obtener
todos los beneficios en juego (DC). La segunda mejor alternativa
sería saltar ambos prematuramente (CC), situación que, si bien
no permite obtener los beneficios en juego, al menos evita, en gran
medida, el etiquetamiento social. La tercera opción es saltar antes
que el otro jugador (CD), perder el juego y, en consecuencia, ha-
cerse acreedor del título de «gallina». Sin duda, la peor opción es
la no cooperación de ambos (DD), donde por mantenerse consis-
tentes en su estrategia terminan autodestruyéndose.

Cuadro Nº49
Dilema del gallina

B
ŽŽƉĞƌĂƌ;Ϳ EŽĐŽŽƉĞƌĂƌ;Ϳ
A ŽŽƉĞƌĂƌ;Ϳ ϯ͕ϯ Ϯ͕ϰ
EŽĐŽŽƉĞƌĂƌ;Ϳ ϰ͕Ϯ ϭ͕ϭ

Fuente: Elaboración propia

A diferencia del dilema del prisionero, donde el peor resulta-


do es la no cooperación cuando el otro coopera (DC), en el dile-
ma del gallina esto constituye la mejor alternativa. Aquí el peor

158
Elementos de Ciencia Política

desenlace lo representa la no cooperación de ambos (DD), que


representa, en la historia inspirada en la película de James Dean,
la posibilidad de que ninguno de los dos jóvenes en competencia,
por mantener firme su posición, alcance a saltar del auto y, por
tanto, ambos acaben muertos (1,1).

Paradigma identitario o de los nuevos


movimientos sociales
De acuerdo a Ibarra (2000), el enfoque de los nuevos movi-
mientos sociales (NMS) se centra en el estudio de ciertas forma-
ciones identitarias colectivas que interpelan el conjunto de valo-
res dominantes en una sociedad. Estos procesos de construcción
de identidades colectivas se producen de acuerdo a lógicas dife-
rentes a lo propuesto por el enfoque de movilización de recur-
sos, sobre todo en lo concerniente al carácter instrumental de la
racionalidad. Por ejemplo, para autores como Melucci (1989) y
Pizzorno (1978), los movimientos sociales como procesos colec-
tivos de construcción identitaria se caracterizan por el despliegue
de una acción expresiva en remplazo de la acción instrumental,
así como por la presencia de cierto tipo de demandas «no nego-
ciables» (Javaloy, 2001: 294).
œ…˜Ê œœÜ>Þ]Ê >Ê Vœ“i˜Ì>ÀÊ >ÃÊ Vœ˜`ˆVˆœ˜iÃÊ «>À>Ê >Ê }i˜i-
ración del cambio social, sostiene que existen dos concepciones
generales; quienes plantean que la lucha por el control del Esta-
do es la precondición de dicho cambio y quienes plantean que el
desafío revolucionario actual consistiría en «cambiar el mundo
sin tomar el poder». En la segunda senda, el papel de los movi-
mientos sociales estaría dado por la generación de antagonismos
con propósitos expresivistas y emancipatorios frente al poder
ˆ˜Ã̈ÌÕVˆœ˜>ˆâ>`œÊi˜ÊiÊ ÃÌ>`œ]ʵÕiÊœœÜ>Þʏ>“>ʁ«œ`iÀÊÜ-
bre», distinguiéndolo del «poder hacer»:

Poder, entonces, es un término confuso que oculta un


antagonismo (y lo hace de manera tal que refleja el poder
del poderoso). Se lo utiliza en dos sentidos muy diferentes.
Como poder-hacer y como poder-sobre. El poder-hacer
existe como poder-sobre, pero el poder-hacer está sujeto
a y en rebelión contra el poder-sobre, y el poder-sobre no
es nada más que la metamorfosis del poder-hacer y, por
lo tanto, absolutamente dependiente de él.
La lucha del grito es la lucha para liberar el poder-
hacer del poder-sobre, la lucha para liberar el hacer del

159
Marcelo Mella

trabajo enajenado, para liberar la subjetividad de su ob-


jetivación. En esta lucha es crucial ver que no se trata de
un asunto de poder contra poder, de semejante contra
semejante. No es una lucha simétrica. La lucha para libe-
rar el poder-hacer del poder- sobre es la reafirmación del
flujo social del hacer, contra su fragmentación y negación
­œœÜ>Þ]ÊÓ䣣\Êx™®°

Encontramos en este enfoque identitario o de los NMS a au-


tores como Alain Touraine, Anthony Giddens, Claus Offe, Ro-
nald Inglehardt y Manuel Castells, entre otros, quienes entien-
den que la especificidad de los movimientos sociales, respecto de
otros actores políticos, está dada por su orientación a cuestionar
y/o subvertir la estructura de valores en una sociedad. Se tra-
taría de actores políticos que actúan y definen sus objetivos y
adversarios en clave simbólica o identitaria, lo que los distingue,
necesariamente, de otras organizaciones.
Posiblemente, una de las explicaciones más popularizadas para
entender a los NMS desde la perspectiva identitaria es aquella que
releva el ocaso del proyecto de la modernidad ilustrada y su conse-
cuencia inmediata, la desestructuración de las relaciones sociales.
Alain Touraine (2000) sostiene que la centralidad de la raciona-
lidad instrumental en las sociedades modernas ha contribuido al
vaciamiento de propósitos compartidos y a la profundización de
la fragmentación de la experiencia social. En consecuencia, con
este y otros autores se instala una visión trágica de la modernidad,
en la que el predominio de la racionalidad instrumental conlleva
la necesidad de mantener espacios de seguridad y fuentes de senti-
do colectivo para la experiencia. Touraine afirma:

Este agotamiento de la idea de modernidad es in-


evitable, puesto que la modernidad se define, no como
un nuevo orden, sino como un movimiento, como una
destrucción creadora, para decirlo con las palabras de
la definición del capitalismo que dio Schumpeter. El mo-
vimiento atrae a quienes han permanecido largo tiempo
en la inmovilidad; pero fatiga y se convierte en vértigo
cuando es incesante y solo conduce a su propia acelera-
ción (Touraine, 2000: 94).

Para Anthony Giddens, la identidad es un proceso de cons-


trucción de sentido que atiende a un atributo cultural o un con-
junto de atributos culturales a los que se da prioridad sobre otras

160
Elementos de Ciencia Política

fuentes de sentido. De acuerdo con él, las fuentes de sentido se


definen u objetivan mediante procesos de individuación en el
contexto de sociedades de masas caracterizadas por el uso (¿y
abuso?) de la racionalidad instrumental. Para Ralph Turner, la
experiencia de los sujetos sometidos por las instituciones y los
valores modernos aparece marcada por la ausencia de sentido o
alienación, arrojando a los individuos a la tarea de la construc-
ción de espacios de autonomía. La generación de espacios de
autonomía frente a la proliferación de mecanismos de control
social se fundamenta, según diversos autores, en la interacción
colectiva orientada a la producción de mapas cognitivos com-
partidos. Enrique Laraña, valiéndose de argumentos de Melucci,
explica del siguiente modo el componente identitario de los mo-
vimientos sociales:

…la extensión del sistema de control social se mani-


fiesta en la creciente regulación y manipulación de una
serie de aspectos de la vida que eran tradicionalmente con-
siderados privados (el cuerpo, la sexualidad, las relaciones
afectivas), subjetivos (procesos cognitivos y emocionales,
motivos, deseos) e incluso biológicos (la estructura del ce-
rebro, el código genético, la capacidad reproductora) (…)
Estos espacios hacen posible la construcción de la
identidad colectiva de un movimiento, de la cual de-
pende su potencial de reflexividad para difundir nuevas
ideas en la sociedad, incidir en la vida pública y produ-
cir conflictos sociales difíciles de resolver para las insti-
tuciones políticas. (…)
En ello radica la dimensión antagonista y utópica de
los movimientos sociales y su capacidad de producir cam-
bios en una sociedad (Laraña, 1999: 158-159).

Manuel Castells (1999), por su parte, observa la existencia


de tres procesos de construcción de sentido que permiten distin-
guir entre tres diferentes tipos de movimientos sociales, confor-
me a sus objetivos reivindicativos:

1. Identidad legitimadora
Es producida por las instituciones dominantes para racio-
nalizar la dominación. Busca generar sociedad civil mediante
estructuras que prolongan, conflictivamente, la dinámica insti-
tucional del Estado y la lógica de la ciudadanía.

161
Marcelo Mella

2. Identidad de resistencia
Es producida por actores que se encuentran en posiciones
devaluadas o estigmatizadas por la lógica de la dominación. Pro-
ducen comunidades defensivas frente a instituciones dominantes.

3. Identidad de proyecto
Los actores sociales construyen nuevas identidades que rede-
finen su posición en la sociedad y buscan, al mismo tiempo, la
transformación de las estructuras de poder.

Nuevas convergencias
En base a las contribuciones de la teoría de la movilización
de recursos y el enfoque identitario es posible reconocer algunas
convergencias o puntos comunes en el análisis de los nuevos mo-
vimientos sociales. Lo primero corresponde a la importancia del
proceso de cambio social como factor en la génesis de los mo-
vimientos sociales, sea como esfuerzo organizativo para lograr
ciertos intereses específicos, sea como tendencia expresiva, o sea
como respuesta a procesos colectivos de frustración o privación.

Cuadro N° 50
Formación de un movimiento social

Õi˜Ìi\ÊV`>“Ê­£™™™\Êx£®ÆÊV`>“]Ê/>ÀÀœÜÊÞÊ/ˆÞÊ­Óää£\ʣȮ

Õ>˜Ê >ۈ`Ê i}>`œ]ÊÈ}Ոi˜`œÊ>ÊV`>“]Ê/>ÀÀœÜÊÞÊ/ˆÞÊ


(2001) sostiene que, en relación a estas nuevas coincidencias en
el estudio de los movimientos sociales, existen al menos cuatro
tipos de problemas a dilucidar en las próximas investigaciones:

1. ¿Cómo y cuánto afecta el cambio social (sin im-


portar cómo se defina) a) las oportunidades de los actores

162
Elementos de Ciencia Política

potenciales; b) las estructuras de movilización que favo-


recen la comunicación, la coordinación y el compromiso
dentro de actores potenciales y entre estos; c) los procesos
enmarcadores que producen definiciones compartidas de
lo que está ocurriendo?
2. ¿En qué medida y de qué manera las estructuras de
movilización dan forma a las oportunidades, a los proce-
sos enmarcadores y a la interacción contenciosa?
3. ¿En qué medida y cómo las oportunidades, las es-
tructuras de movilización y los procesos enmarcadores
determinan los repertorios contenciosos?
4. ¿En qué medida y de qué modo los repertorios
existentes median las relaciones entre las oportunidades
y la interacción contenciosa, por un lado, y entre los pro-
cesos enmarcadores y la interacción contenciosa, por el
otro? (2007: 51).

Aunque parecieran existir nuevas convergencias respecto al


tratamiento heurístico de los movimientos sociales, lo cierto
que el examen de la realidad siempre resulta más complejo y
Ìi˜Ãˆœ˜>ʏœÃʏ‰“ˆÌiÃÊ`iʏ>ÊÌiœÀ‰>°Ê>ۈiÀÊÕÞiÀœÊÞÊ jLœÀ>Ê-܈Ã-
tun, en el libro Inflamable, estudio del sufrimiento ambiental,
analizan un caso donde, desde el punto de vista de las condicio-
nes materiales (cambio social y estructura de oportunidades),
estarían dadas las circunstancias para la generación de acción
colectiva y estructuras de movilización y, sin embargo, el resul-
tado es una actitud de «pasividad y espera».

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ĞůĂŝƌĞĐŽŶƉůŽŵŽ͕ĐƌŽŵŽ͕ďĞŶĐĞŶŽLJŽƚƌŽƐƋƵşŵŝĐŽƐ͕ůŽƋƵĞŚĂ
ƉƌŽĚƵĐŝĚŽ ŝŵƉŽƌƚĂŶƚĞƐ ĞĨĞĐƚŽƐ ĞŶ ůĂ ƐĂůƵĚ İƐŝĐĂ LJ ŵĞŶƚĂů ĚĞ
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ŵĠĚŝĐŽƐ͘ ĞĂĐƵĞƌĚŽ ĂůĂ ŝŶĨŽƌŵĂĐŝſŶ ĞŶƚƌĞŐĂĚĂĂƚƌĂǀĠƐĚĞů

163
Marcelo Mella

ĞƐƚƵĚŝŽƌĞĂůŝnjĂĚŽƉŽƌůĂŐĞŶĐŝĂĚĞŽŽƉĞƌĂĐŝſŶ/ŶƚĞƌŶĂĐŝŽŶĂů
ĚĞ:ĂƉſŶ;:/Ϳ͕ƵŶϱϬйĚĞůŽƐŶŝŹŽƐĚĞsŝůůĂ/ŶŇĂŵĂďůĞƉŽͲ
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164
Elementos de Ciencia Política

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165
Marcelo Mella

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El mismo Javier Auyero analiza, en Vidas beligerantes (2004),


la interacción virtuosa entre experiencias individuales y ciclos de
acción colectiva que produjeron un acoplamiento movilizador a
fines de los años noventa, en plena dinámica de implementación
del modelo neoliberal.

166
Elementos de Ciencia Política

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167
Marcelo Mella

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Medios de comunicación
El estudio de los medios de comunicación en democracia surgió
bajo el supuesto liberal de que los medios son sus agentes funda-
mentales. Fue solo hasta la primera mitad del siglo XX cuando
la Escuela de Frankfurt, en base a la experiencia de la Segunda
Guerra Mundial y los totalitarismos europeos, re-significó el va-
lor político de los medios de comunicación.
Theodore Adorno acuñó el término «industria cultural»
para designar a un conjunto de aparatos encargados de proveer

168
Elementos de Ciencia Política

de información a las sociedades de masas y donde el criterio


predominante para la entrega de contenidos simbólicos era el
consumo. En este esquema, la forma de producción de cultura
es equivalente, en sus métodos, a la organización capitalista
del trabajo (Horkheimer y Adorno, 1988). Herbert Marcusse
sostiene, en la misma dirección, que la expansión del capita-
lismo genera sociedades «unidimensionales» donde se tiende
a eliminar, simbólicamente, toda expresión de pluralismo y al-
ternativa de cambio estructural. Bajo esta mirada, los medios
de comunicación tienen por única función alienar la conciencia
subjetiva y reproducir la estructura de dominación del capita-
lismo. Son parte constituyente de la superestructura que refuer-
za la continuidad estructural de la dominación.
Entre los aspectos centrales que determinan el papel y la contri-
bución de los medios de comunicación a la democracia está el inda-
gar acerca del grado de autonomía o heteronomía de la opinión pú-
blica. Si, conforme a los datos disponibles, se logra sostener en pie
la creencia de que la opinión pública es efectivamente una estructu-
ra autónoma, generada mediante la agregación de opiniones indi-
viduales y sin determinaciones externas de ninguna clase, entonces
significaría que la sociedad civil y la ciudadanía pueden expresarse
con libertad respecto de los poderes formales e informales. En este
caso, la autonomía de la opinión pública confirmaría que la socie-
dad civil constituye un contrapeso efectivo frente al Estado y, por
tanto, también se ratificaría el fundamento de realidad que tendría
el ideal democrático liberal de la limitación y neutralidad del poder
público. Pero si, en cambio, de acuerdo a los datos disponibles se
confirma la hipótesis de la determinación de la opinión pública por
factores externos, una gran parte de la teoría democrática liberal
podría ser cuestionada o refutada empíricamente.
Para el estudio de la relación entre los medios de comuni-
cación y la opinión pública se distinguen dos grupos de teorías
desarrolladas durante el siglo XX: las teorías de los efectos pro-
fundos y las teorías de los efectos selectivos. El primer conjunto
argumenta a favor de la heteronomía de la opinión pública y, el
segundo, defiende la hipótesis de la autonomía de las audiencias
frente a la acción de los medios.

Teoría de los efectos profundos y duraderos


En este enfoque se encuentran, entre otras, la llamada teoría
`iʏ>Ê>}Ս>ʅˆ«œ`jÀ“ˆV>Ê`iÊ>Àœ`Ê>ÃÃÜiÊÞÊiÊ“œ`iœÊ`iÊV>Ã-

169
Marcelo Mella

cada de Karl Deustch. El elemento común a ellas es la creencia


de que los medios determinan a la opinión pública.
>ÊÌiœÀ‰>Ê`iʏ>Ê>}Ս>ʅˆ«œ`jÀ“ˆV>Ê`iÊ>ÃÃÜiÊ­£™ÓÇ®ÊÃiÊvœÀ-
muló en los años veinte y comienzos de los treinta, bajo la in-
fluencia del conductismo en las ciencias sociales. En este esque-
ma, la relación medios / audiencias era equivalente a la relación
de determinación mecánica estímulo y respuesta. Por tanto, se
entendía que los receptores de la información eran sujetos total-
mente pasivos y maleables frente a los medios.

E1=R1
E2=R2
E3=R3
Etc.

Orlando D`Àdamo sostiene, a este respecto, que el desarrollo


de la Hypodermic-needle theory ocurre en el contexto de la psi-
cología de masas de Le Bon y, particularmente, de concepciones
psicobiológicas para la explicación del comportamiento social;
enfoques donde primaba la creencia en la capacidad ilimitada de
manipulación de los medios (D`Adamo, 2000: 104). Creencia
reforzada por la experiencia de la Primera Guerra Mundial y la
utilización de técnicas de publicidad y propaganda política pre-
sentes durante su transcurso.
D`Adamo propone que, para este enfoque:

...cualquier mensaje adecuadamente presentado por los


medios puede tener un efecto de persuasión instantáneo
y masivo en receptores sumamente vulnerables a la in-
fluencia; y que la comunicación de masas produce efectos
sobre las actitudes y sobre el comportamiento (…) Una
explicación del porqué de ese poder directo, sugería que
los medios le dicen al hombre masa quién es (le prestan
una identidad), le dicen qué quiere ser (le dan aspiracio-
nes), le dicen cómo lograrlo (le dan una técnica) y le dicen
cómo puede sentir que es así, incluso cuando no lo es (le
dan un escape). Los individuos que forman parte de una
masa podrían ser desviados, influidos o inoculados por
quienes estuvieran en posesión de los medios, sobre todo
si lo hicieran sentir parte de un conjunto o colectivo, le
ofrecieran metas u objetivos, lo dirigieran hacia ellos y
contribuyeran a crear una ilusión que disminuyera los
sentimientos de privación (D'Adamo, 2000: 105).

170
Elementos de Ciencia Política

El modelo de cascada de Karl Deustch supone que la opi-


nión pública se forma en una secuencia mecánica desde las eli-
tes económicas y sociales hasta la masa social. La cadena y sus
interfaces, de acuerdo a su esquema, son las siguientes: elites
económicas y sociales, elites políticas y gubernamentales, medios
de comunicación, líderes de opinión y masa social. Cada una
de estas interfaces influye a la siguiente, por tanto, la secuencia
de formación de opinión pública es en lo principal descendente,
opuesta a los modelos bubble-up, considerando el grado de po-
der de cada actor derivado de su ubicación y prominencia en el
sistema social. Sin embargo, hay que precisar que cada escalón
del modelo de Deustch es representado como un «recipiente»
que produce una nueva síntesis y genera feedback o retroalimen-
tación que, a su vez, altera la noción de un proceso mecánica-
mente descendente. Al mismo tiempo, se observa que en cada
«recipiente» se desarrollan procesos de interacción horizontal y
relaciones con disenso y participación como intermediarios en
todos los niveles de los líderes de opinión. Estas características
hacen que la relación entre los diferentes escalones no se encuen-
tre determinada en forma descendente, incluyendo mecanismos
y procesos de mayor complejidad y en diferentes direcciones.

Cuadro Nº 51
Karl Deustch. Modelo de cascada para la
formación de la opinión pública

ůŝƚĞƐ
ĞĐŽŶſŵŝĐĂƐLJ
ƐŽĐŝĂůĞƐ

ůŝƚĞƐƉŽůşƟĐĂƐ
ŐƵďĞƌŶĂͲ
ŵĞŶƚĂůĞƐ

DĞĚŝŽƐĚĞ
ĐŽŵƵŶŝĐĂĐŝſŶ

>şĚĞƌĞƐĚĞ
ŽƉŝŶŝſŶ

DĂƐĂƐŽĐŝĂů

171
Marcelo Mella

Un elemento clave para entender el funcionamiento del mo-


delo de Deustch es el papel que desempeñan los «líderes de opi-
nión». Ellos son los receptores de la información que se origina
en los medios de comunicación y serán los encargados de hacerla
llegar hacia los sectores menos activos de la sociedad. Esta idea,
incluida en el modelo de Deustch, fue desarrollada especialmen-
te en los estudios empíricos de Lazarsfeld, Berelson y Gaudet en
The people’s choice (1948). En dicho trabajo, los autores logran
demostrar el importante rol de las relaciones personales infor-
males en el surgimiento de la opinión pública. Al proceso de in-
termediación que cumple el líder de opinión entre los medios de
comunicación y los grupos de referencia le llamaron «doble flujo
de la comunicación» o «flujo de la comunicación en dos escalo-
nes». Sin embargo, con Lazarsfeld ya estamos en el plano de las
teorías bubble-up o modelos basados en el proceso ascendente de
formación de opinión pública, todas ellas pertenecientes a una zona
de transición entre los efectos profundos y los efectos selectivos.
Flavia Freidenberg señala en relación a los opinión leaders y el
doble flujo de la comunicación: «La evidencia sugiere, entonces,
que la información pasa de los medios a los individuos más aten-
tos e informados; y que luego ellos retransmiten esa información
(junto con su propia interpretación y «traducción» del contenido
de las comunicaciones) por canales interpersonales a otras perso-
nas que tienen menor contacto directo con los medios y a quienes
no les genera inconvenientes depender de los demás para obtener
la información» (Freidenberg, García y D'Adamo, 1999: 11).

Teoría de los efectos selectivos


En este enfoque se encuentran, entre otros esquemas de aná-
lisis, la «teoría de la espiral del silencio» de Elizabeth Noelle
iܓ>˜˜ÊÞʏ>ʁÌiœÀ‰>Ê`iʏ>ÃÊ>}i˜`>ÂÊ`iÊ>ÝÜiÊVÊ
œ“LðÊ
Lo distintivo en ellas es la creencia de que los medios de comu-
nicación generan efectos variables en las audiencias y, por tanto,
solo condicionan a la opinión pública.
>ÊÌiœÀ‰>Ê`iʏ>ÊiëˆÀ>Ê`iÊȏi˜VˆœÊ`iÊ iܓ>˜˜ÊÜÃ̈i˜iʵÕiÊ
los individuos buscan aceptación social y adaptan sus opiniones
a las pautas establecidas por cada grupo de referencia al que
se desea ingresar. De este modo, los discursos y las opiniones
son seleccionados por los sujetos como una suerte de monedas
de cambio o tickets que les permiten lograr mayor aceptación
y centralidad social. Desde otro punto de vista, supone que las

172
Elementos de Ciencia Política

ideas rechazadas socialmente tienden a no ser expresadas y, por


tanto, desaparecen. Sin embargo, el modelo pone énfasis en el
uso instrumental de la opinión y en la actividad de recepción
de la información por parte de los sujetos. Siguiendo a Denis
McQuail (2000), identificamos cuatro premisas fundamentales
µÕiʏ>ÊÌiœÀ‰>Ê`iÊ œii‡ iܓ>˜˜ÊiÃÌ>LiVi\Ê

1. La sociedad amenaza con el aislamiento a los individuos que


se desvían.
2. Los sujetos se caracterizan por temer al aislamiento.
3. Ese temor al aislamiento es el responsable de que los indivi-
duos evalúan en forma periódica los climas de opinión.
4. Los resultados de esas evaluaciones inciden sobre sus compor-
tamientos en público, sobre todo en lo concerniente a la expre-
sión u ocultamiento de sus opiniones (McQuail, 2000: 543).

McQuail sostiene que esta teoría ha tenido una amplia apli-


cación en estudios con hallazgos relevantes, por ejemplo, en
lo relativo a sesgos e inclinaciones ideológicas verificadas en
el caso de la política alemana y en la propagación del «mito
conservador» en Estados Unidos. Referente al primer caso:
«Esta hipótesis se formalizó y comprobó para explicar con-
clusiones desconcertantes en el ámbito de la política alemana,
al no coincidir los resultados de los sondeos con los datos de
otras encuestas de opinión sobre los eventuales ganadores de
unas elecciones, por lo que no se lograba predecir su resultado.
La explicación fue que los medios presentaban una visión erró-
nea del consenso de opinión. Se dijo que se inclinaban hacia
la izquierda, en contra de la opinión subyacente de la mayoría
(silenciosa)» (McQuail, 2000: 544).
Y en relación al ejemplo de Estados Unidos: «Paletz y Ent-
man (1981) han descrito un proceso parecido de configuración
de la opinión por los media estadounidenses en la década de
1970, aunque con una orientación política diferente. Mencio-
nan la propagación, por los medios de comunicación de masas
de un mito conservador: la convicción periodística convencio-
nal de que Estados Unidos se ha alejado del radicalismo de los
años sesenta. Como se señaló, las encuestas de opinión rea-
lizadas en el periodo en cuestión no respaldaban esta inter-
pretación y, por tanto, tampoco la hipótesis de la espiral del
silencio» (McQuail, 2000: 544).

173
Marcelo Mella

Definimos la teoría de la espiral del silencio como un modelo


de transición entre los efectos profundos y los efectos selectivos
porque, tal como lo señala Katz y Moscovici, la validez de sus
enunciados se basa en la existencia de grupos de referencia alter-
nativos. Por tanto, de existir mayor número de grupos alterna-
tivos, serían menores las posibilidades para que ocurra el efecto
del espiral y, en consecuencia, la atención en este contexto se
debiera orientar más bien al estudio de las «minorías ruidosas».
Todo esto supone que el rol de los medios no determina com-
pletamente a la opinión pública, sino que los sujetos optan por
sumarse a la espiral o desviarse, dependiendo de la existencia
de grupos de referencia que hagan racional la manifestación del
pluralismo (McQuail, 2000: 545).
>ÊÌiœÀ‰>Ê`iÊVÊ
œ“LÃÊÞÊ-…>ÜÊ­£™ÇÓ®ÊÃiš>>ʵÕiʏœÃʓi`ˆœÃÊ
influyen sobre la opinión pública a través de tres mecanismos:
el establecimiento de la agenda (agenda setting), el efecto prim-
ming y el efecto framming.
La teoría del establecimiento de la agenda nace de estudios
empíricos que buscan clarificar la incidencia de los medios de co-
municación en las campañas electorales. Los estudios pioneros
en el tema datan de 1968 y fueron realizados por Mc Combs y
-…>ÜʵՈi˜iÃ]Ê>«œÞ>`œÃÊi˜Ê>Êiۈ`i˜Vˆ>Êi“«‰ÀˆV>]ÊVœ˜VÕÞiÀœ˜Ê
que existía concordancia entre los asuntos más relevantes para
los electores y los asuntos priorizados por los medios. De este
modo: «…Puede ser que la prensa no tenga mucho éxito en in-
dicar a la gente qué pensar, pero tiene un éxito sorprendente a
la hora de decir a sus lectores sobre qué pensar (…) diferentes
personas tendrán una diferente imagen del mundo en función
de (….) el mapa que traen para ellas los escritores, redactores y
editores de los periódicos que leen» (D`Adamo, 2000: 208).
En lo metodológico, estas investigaciones arrojaron, entre la
importancia de un issue en la agenda de los medios y la impor-
tancia percibida socialmente, correlaciones positivas y superio-
res a .9. La noción de agenda setting, por ende, se refiere a la
potencialidad de los medios de orientar la atención de la opinión
pública hacia ciertos temas específicos.

…como consecuencia de la acción de los periódicos,


de la televisión y de los demás medios de información, el
público es consciente o ignora, presta atención o descui-
da, enfatiza o pasa por alto, elementos específicos de los
escenarios públicos. La gente tiende a incluir o a excluir

174
Elementos de Ciencia Política

de sus propios conocimientos lo que los media incluyen


o excluyen de su propio contenido. El público además
tiende a asignar a lo que incluye una importancia que
refleja el énfasis atribuido por los mass media a los acon-
tecimientos, a los problemas, a las personas (D`Adamo,
2000: 209).

Durante la década de 1980, Ball y Rokeach (1985) descri-


ben una «dependencia estructural» entre la agenda política y la
agenda de los medios, sobre la base de su demostrada importan-
cia en la opinión pública. En consecuencia, los estudios de los
procesos de establecimiento de la agenda suponen interacción e
interdependencia entre la agenda de los medios (prioridades te-
máticas de los medios), la agenda pública (prioridades temáticas
de la opinión pública) y la agenda política (prioridades temáticas
de los políticos). En este mismo punto, autores como Rogers y
Dearling (1994) señalan que la interacción entre las agendas se
puede graficar como sigue:

Cuadro Nº 52
Agenda setting

Fuente: Rogers y Dearling, (1994: 79)

El efecto primming, por su parte, consiste en la capacidad


de los medios de entregar estándares o criterios para que las au-
diencias evalúen el desempeño de las autoridades públicas y los
asuntos públicos en general (D`Adamo, 2000: 237). La categoría
de primming surge de diversas investigaciones desarrolladas en
el campo de la psicología, mediante las cuales se logra demostrar
que los sujetos, al tomar decisiones, utilizan solo aquella «evi-
dencia disponible o accesible» a partir de sus limitaciones cogni-
tivas. De acuerdo al estado del arte existirían dos manifestacio-
nes de las limitaciones cognitivas que determinan las capacida-
des de los sujetos (en este caso, las audiencias) para comprender
la realidad. La primera de estas es la comprobación de que la
atención es «altamente selectiva» y que, por ende, los sujetos
no prestan atención a todo (Taylor, 1991: 176). La segunda evi-

175
Marcelo Mella

dencia se refiere a la tendencia de las personas a utilizar «atajos


cognitivos» (D`Adamo, 2000: 239). D`Adamo lo explica así:

La importancia relativa que adquiere una determi-


nada cuestión o estándar por sobre otros, dependerá en
parte de cuán accesible se encuentra en ese momento.
Los juicios entonces, se formarán sobre la base de lo
primariamente recuperable, de aquellas porciones de
información o memoria que se encuentran más accesi-
bles. Es evidente que la información que las personas
encuentran más accesible para juzgar políticos y candi-
datos políticos proviene de diversas fuentes. Pero indu-
dablemente, este efecto de primacía podría verse pode-
rosamente reforzado por los medios de comunicación,
en tanto ellos tienen la capacidad para determinar qué
es lo que se mantiene presente y que se ignora u olvida.
Por lo tanto, los efectos del primming generados por
los medios pueden activar ciertas ideas y tendencias que
luego fomenten un determinado comportamiento políti-
co: porque también en la esfera política, los constructos
accesibles influencian significativamente la codificación
de los estímulos relevantes, afectando el modo de perci-
birlos y juzgarlos (D`Adamo, 2000: 240).

El efecto framing o «encuadre» consiste en la capacidad de


los medios para generar conclusiones en las audiencias mediante
la atribución de responsabilidades individuales o colectivas y la
descontextualización de la información. Estudios empíricos han
demostrado que existe una correlación entre los razonamientos
causales de las audiencias y los razonamientos causales desarro-
llados por los medios, siendo, estos últimos, factores de los pri-
meros. De acuerdo a lo señalado por D`Adamo:

(…) se ha encontrado que el efecto framing tiene lu-


gar mediante la correspondencia que se establece entre el
encuadre que los medios de comunicación realizan de las
historias que presentan y el encuadre que las audiencias
realizan de esas mismas noticias. El efecto framing enfa-
tiza ciertos efectos de formulación: lo que las personas
incorporan a un cuadro o narrativa depende del punto
de vista del marco que se use. Se denomina framing a la
capacidad de los medios de provocar diferentes conclu-
siones en la audiencia según la forma en que le presentan
la información. Eso influye en la percepción y atribución

176
Elementos de Ciencia Política

de causas, responsabilidades, consecuencias y soluciones


(D`Àdamo, 2000: 250).

En relación a este mecanismo, D`Adamo, García-Beaudoux


y Freidenberg sostienen que, en la Argentina contemporánea,
hechos de gran relevancia pública como los casos del homicidio
del periodista José Luis Cabezas, el atentado contra la Asocia-
ción Mutual Israelita Argentina (AMIA) y la muerte del hijo del
ex presidente de la nación, Carlos Saúl Menem, mostrarían una
fuerte incidencia en las explicaciones provenientes desde los me-
dios en las que han construido las audiencias. Específicamente;
la hipótesis de la vinculación del empresario Alfredo Yabrán en
la muerte de Cabezas, la hipótesis del terrorismo internacional y,
en especial, la hipótesis de la participación de Irán en el atentado
de la AMIA y la hipótesis del atentado (en lugar de accidente) de
Carlos Menem hijo, permitirían ejemplificar la incidencia de los
medios en la formación de razonamientos causales (D'Adamo,
2000: 254-255).

Sociedad civil y ciudadanía


Usualmente, el debate acerca de la ciudadanía permite identificar
dos posiciones teóricas generales. La primera posición supone
que la ciudadanía se construye desde las instituciones (públicas
o privadas) y, la segunda, supone que las prácticas a nivel de
sociedad civil modelan a las instituciones políticas.

Ciudadanía desde las instituciones


En la primera perspectiva, vale decir, aquella que sostiene
que las instituciones determinan las prácticas sociales, Thomas
Marshall afirma que la ciudadanía es una construcción histó-
rica producida por la concesión de cierto tipo de derechos por
parte del Estado. Siguiendo el patrón histórico inglés, Marshall
distingue tres momentos en el proceso de formación histórica
de la ciudadanía:

1. Durante el siglo XVIII el Estado concedió una serie de dere-


chos civiles, tales como el derecho a la libertad de expresión,
acceso a la justicia y el derecho de propiedad. En esta fase, la
ciudadanía estaba determinada por el acceso a la propiedad

177
Marcelo Mella

y los ciudadanos eran aquellos sujetos que cumplían con los


requisitos de ingreso establecido por la ley.
2. Durante el siglo XIX el Estado concedió derechos políticos que
permitían acceder a la participación a una mayor cantidad de
sujetos. Preferentemente, este proceso se gatilla con el fin del
voto censitario y la implantación del sufragio universal mas-
culino. Solo se aceptarán, desde este momento, las exclusiones
transitorias del sistema político tales como; cumplimiento de
pena aflictiva y cumplimiento de mayoría de edad. Cualquier
exclusión de tipo permanente será considerada ilegítima por
regla general.
3. Durante el siglo XX el Estado otorgó los llamados derechos
sociales, por los cuales, el ejercicio pleno de la ciudadanía
quedará supeditado a la disponibilidad de ciertas condicio-
nes socioeconómicas básicas. En las primeras décadas del si-
glo se estimará que las condiciones socioeconómicas y, espe-
cialmente, las condiciones laborales, afectarán decisivamen-
te el ejercicio de la ciudadanía, por tanto, solo será posible
una ciudadanía autónoma y democrática en tanto existan
condiciones estructurales que lo permitan. Para este caso, la
condición que permite el pleno ejercicio de la ciudadanía es
la vigencia del Estado de bienestar. Ralph Dahrendorf, desde
una perspectiva liberal, ha abordado esta compleja relación
entre condiciones económicas y práctica de la ciudadanía en
el llamado conflicto entre las titularidades (derechos de ac-
ceso a los bienes) y las provisiones (bienes disponibles). La
principal crítica que ha recibido el enfoque de Marshall es
que la ciudadanía generada por estos procesos se caracteriza
y adolece de pasividad, lo que dificulta el desarrollo de su
necesario compromiso con los asuntos públicos.

La existencia de una sólida estructura de derechos civiles,


políticos y sociales permitiría el perfeccionamiento de la demo-
cracia como régimen, en la medida que posibilita avanzar des-
de el «umbral mínimo de legitimidad» al «máximo realizable».
Este umbral máximo realizable constituye el rango límite de la
democracia exigible, más allá del cual se expone al régimen a
una crisis de sostenibilidad. Dicho límite máximo de derechos
es definido, según el Programa de las Naciones Unidas para el
Desarrollo (PNUD), como la «sociedad de bienestar» o «demo-
cracia de ciudadanía».

178
Elementos de Ciencia Política

Cuadro Nº 53
La democracia sostenible

Fuente: OEA-PNUD (2010)

En el siguiente cuadro se presentan los principales aspectos o


dimensiones de la ciudadanía entendida a partir de sus derechos
civiles y sociales, respectivamente. Al mismo tiempo, se agregan los
estándares que permiten verificar la existencia de estos derechos.

Cuadro Nº 54
Aspectos de la ciudadanía civil y social

ƐĨĞƌĂĚĞĐŝƵĚĂĚĂŶşĂ Aspecto ƐƚĄŶĚĂƌ

ŝƵĚĂĚĂŶşĂ >ĂƐůŝďĞƌƚĂĚĞƐďĄƐŝĐĂƐLJůĂ >ĂŐĂƌĂŶơĂĚĞůŝďĞƌƚĂĚĞƐ


Đŝǀŝů ŝŐƵĂůĚĂĚůĞŐĂů ďĄƐŝĐĂƐLJůĂƉƌŽƚĞĐĐŝſŶĐŽŶƚƌĂ
ůĂĚŝƐĐƌŝŵŝŶĂĐŝſŶ
>ŽƐĚĞƌĞĐŚŽƐƉƌŝŵŽƌĚŝĂůĞƐ
ůĚĞƌĞĐŚŽĂůĂǀŝĚĂ͕ůĂ
>ĂĂĚŵŝŶŝƐƚƌĂĐŝſŶĚĞ
ŝŶƚĞŐƌŝĚĂĚİƐŝĐĂLJůĂƐĞŐƵƌŝĚĂĚ
ũƵƐƟĐŝĂ
ůĚĞƌĞĐŚŽĂƵŶĂũƵƐƟĐŝĂ
>ŽƐŵĞĚŝŽƐĚĞ
ƉƌŽŶƚĂ
ĐŽŵƵŶŝĐĂĐŝſŶLJůĂ
ŝŶĨŽƌŵĂĐŝſŶƉƷďůŝĐĂ >ĂůŝďĞƌƚĂĚĚĞƉƌĞŶƐĂLJĞů
ĚĞƌĞĐŚŽĂůĂŝŶĨŽƌŵĂĐŝſŶ
ƉƷďůŝĐĂ
>ĂƐĂůƵĚ ^ĂƟƐĨĂĐĐŝſŶĚĞŶĞĐĞƐŝĚĂĚĞƐ
ďĄƐŝĐĂƐĞŝŶƚĞŐƌĂĐŝſŶƐŽĐŝĂů
>ĂĞĚƵĐĂĐŝſŶ
ŝƵĚĂĚĂŶşĂƐŽĐŝĂů
ůĞŵƉůĞŽ
>ĂƉŽďƌĞnjĂLJůĂĚĞƐŝŐƵĂůĚĂĚ

Fuente: OEA-PNUD (2010)

179
Marcelo Mella

Con el deseo de mostrar la situación de los derechos civi-


les en América Latina en el período comprendido entre 1981 y
2007, se han seleccionado cinco indicadores de derechos civiles
básicos y se ha dividido la región en cuatro cohortes que repre-
sentan conglomerados de países (sub-regiones Andina, Cono Sur
y Brasil, América Central y México y América Latina). Además,
a modo referencial, se muestran los valores de cada uno de los
indicadores para el caso de Europa Occidental.

Cuadro Nº 55
Indicadores de derechos civiles básicos en
América Latina (1981-2007)
Región >ŝďĞƌƚĂĚĚĞ >ŝďĞƌƚĂĚĚĞ ĞƌĞĐŚŽƐĚĞ ĞƌĞĐŚŽƐ ĞƌĞĐŚŽƐ
ĞdžƉƌĞƐŝſŶ reunión y ƚƌĂďĂũĂĚŽƌĞƐ económicos ƐŽĐŝĂůĞƐĚĞ
(escala 0 asociación ĚĞŵƵũĞƌĞƐ mujeres
a 2) (escala 0 a 2) (escala 0 a 2) (escala 0 a 3) (escala 0 a 3)
ŶĚŝŶĂ
ϭϵϴϬ ϭ͘ϱϭ ϭ͘ϳϴ ϭ͘ϲϮ ϭ͘Ϯϰ ϭ͘Ϭϳ
ϭϵϵϬ ϭ͘ϮϬ ϭ͘ϳϮ ϭ͘Ϭϴ ϭ͘ϯϬ ϭ͘Ϯϭ
ϮϬϬϬ Ϭ͘ϵϴ ϭ͘ϰϱ Ϭ͘ϰϯ ϭ͘Ϯϱ ϭ͘ϯϰ
ŽŶŽ^ƵƌLJƌĂƐŝů
ϭϵϴϬ ϭ͘Ϯϵ ϭ͘ϭϭ Ϭ͘ϴϵ ϭ͘ϯϯ ϭ͘Ϯϰ
ϭϵϵϬ ϭ͘ϱϴ ϭ͘ϵϬ ϭ͘ϭϴ ϭ͘ϬϬ ϭ͘ϬϬ
ϮϬϬϬ ϭ͘ϲϯ ϭ͘ϳϯ ϭ͘Ϭϯ ϭ͘ϯϴ ϭ͘ϯϴ
ŵĠƌŝĐĂĞŶƚƌĂůLJDĠdžŝĐŽ
ϭϵϴϬ ϭ͘ϰϰ ϭ͘ϱϯ ϭ͘ϭϱ ϭ͘ϰϯ ϭ͘ϯϵ
ϭϵϵϬ ϭ͘ϰϵ ϭ͘ϴϴ Ϭ͘ϵϲ ϭ͘ϯϯ ϭ͘ϯϭ
ϮϬϬϬ ϭ͘ϱϬ ϭ͘ϳϳ Ϭ͘ϳϮ ϭ͘ϯϲ ϭ͘ϰϯ
ŵĠƌŝĐĂ>ĂƟŶĂ
ϭϵϴϬ ϭ͘ϰϮ ϭ͘ϰϴ ϭ͘Ϯϭ ϭ͘ϯϱ ϭ͘Ϯϱ
ϭϵϵϬ ϭ͘ϰϯ ϭ͘ϴϰ ϭ͘Ϭϲ ϭ͘Ϯϯ ϭ͘ϮϬ
ϮϬϬϬ ϭ͘ϯϵ ϭ͘ϲϳ Ϭ͘ϳϮ ϭ͘ϯϯ ϭ͘ϯϵ
ƵƌŽƉĂKĐĐŝĚĞŶƚĂů
ϮϬϬϬ ϭ͘ϳϭ ϭ͘ϴϭ ϭ͘ϳϳ Ϯ͘ϭϱ Ϯ͘ϲϮ

Fuente: OEA-PNUD (2010)

Por su parte, para el caso de la ciudadanía desarrollada a


partir de la extensión de derechos políticos se han identificado
tres dimensiones básicas, así como sus respectivos estándares
para su verificación empírica. En la columna de la derecha se
indican el impacto de cada una de estas dimensiones en el mejo-
ramiento de la calidad de la democracia.

180
Elementos de Ciencia Política

Cuadro Nº 56
Aspectos de la ciudadanía política

Aspecto ƐƚĄŶĚĂƌ ĂůŝĚĂĚĚĞŵŽĐƌĄƟĐĂ


/͘ůĂĐĐĞƐŽĂĐĂƌŐŽƐ ůĞĐĐŝŽŶĞƐŝŶĐůƵLJĞŶƚĞƐ͕ ĞŵŽĐƌĂĐŝĂĞůĞĐƚŽƌĂů
ƉƷďůŝĐŽƐ ůŝŵƉŝĂƐLJůŝďƌĞƐ
>ĂƐĞůĞĐĐŝŽŶĞƐĐŽŵŽĞů
ŵĞĚŝŽĚĞĂĐĐĞƐŽĂĐĂƌŐŽƐ
ƉƷďůŝĐŽƐ
//͘>ĂƚŽŵĂĚĞĚĞĐŝƐŝŽŶĞƐ &ƌĞŶŽƐLJĐŽŶƚƌĂƉĞƐŽƐ ĐĐŽƵŶƚĂďŝůŝƚLJŚŽƌŝnjŽŶƚĂů
ĚĞŐŽďŝĞƌŶŽ ĞŶƚƌĞĂƵƚŽƌŝĚĂĚĞƐĞůĞĐƚĂƐ ĞŶƚƌĞĂƵƚŽƌŝĚĂĚĞƐĞůĞĐƚĂƐ
///͘ůĚŝƐĞŹŽĚĞůŵĂƌĐŽ WŽĚĞƌĚĞůŽƐĐŝƵĚĂĚĂŶŽƐ hŶĂĐŽŶƐƟƚƵĐŝſŶ
ĐŽŶƐƟƚƵĐŝŽŶĂů ŽƐƵƐƌĞƉƌĞƐĞŶƚĂŶƚĞƐĚĞ ĚĞŵŽĐƌĄƟĐĂŵĞŶƚĞĞůĂďŽƌĂĚĂ
ĐĂŵďŝĂƌůĂĐŽŶƐƟƚƵĐŝſŶ
ĂŵďŝŽƐĐŽŶƐƟƚƵĐŝŽŶĂůĞƐ
ŵĞĚŝĂŶƚĞƉƌŽĐĞƐŽƐ
ĚĞŵŽĐƌĄƟĐŽƐ

Fuente: OEA-PNUD (2010)

De acuerdo a la información extraída del índice de demo-


cracia electoral elaborado por el PNUD, es factible plantear que
el avance de la democracia y del poder civil en la región ha sido
constante desde fines de la década de 1970. Incluso podemos
advertir que, tanto el poder militar como la experiencias de los
golpes de Estado en sus modalidades tradicionales se encuentra
en franco repliegue. Si esto ha sido así, al menos desde el punto
de vista de la dimensión de «acceso a los cargos públicos» y
democracia electoral, han existido avances significativos en la
región. Menor nivel de progreso se ha registrado, en cambio, en
lo concerniente a la toma de decisiones de gobierno y al diseño
del marco constitucional.

181
Marcelo Mella

Cuadro N° 57
Índice de democracia electoral (IDE) en América Latina (1977-2007)

Fuente: OEA-PNUD (2010)

Siguiendo a Will Kymlicka (1997), esta concepción de ciu-


dadanía sería profusamente discutida por el pensamiento de la
nueva derecha, en especial, las implicancias político-culturales
de los derechos sociales. A juicio de la nueva derecha, los de-
rechos sociales de la ciudadanía producen tres clases de conse-
cuencias no deseadas: «(a) son incompatibles con las exigencias
de libertad negativa y con los reclamos de justicia basados en
el mérito, (b) son económicamente ineficientes, y (c) nos hacen
avanzar en el camino hacia la servidumbre». Como se podrá
entender, estas críticas coinciden con el rechazo al Estado de
bienestar, debido a que produciría ciudadanía pasiva en sentido
amplio y, especialmente, dependencia de los pobres frente a las
políticas redistributivas.

Ciudadanía desde las prácticas extra institucionales


En la segunda perspectiva, es decir, aquella que afirma que
las prácticas sociales determinan las instituciones, David Held
define a la ciudadanía como la lucha por la pertenencia «a» y
por la participación «en» la comunidad. Al mismo tiempo, su
ejercicio estaría dado por la acción grupal para conquistar cre-
cientes grados de autonomía sobre sus vidas frente a diferentes
formas de dominación política. Vale decir, por un lado la ciu-
dadanía implica integración en lógicas sociales pre-existentes y,
por otro, supone diferenciación y autonomía de toda influencia

182
Elementos de Ciencia Política

institucional. Desde este prisma, la ciudadanía no estaría deter-


minada completamente por las instituciones, aunque tampoco
significaría evitar –de manera absoluta– la integración en las es-
tructuras sociales e institucionales. Hay que agregar también que
desde esta óptica se cuestiona la crítica neoliberal ya menciona-
da, en cuanto a la «pasividad» de la ciudadanía supuestamente
originada en los derechos sociales y el Estado de bienestar.
De la observación del siguiente cuadro se desprende que, en
América Latina, un porcentaje mayoritario de ciudadanos cree
que actores «informales» de la política (por ejemplo, militares y
empresarios) han acrecentado su poder en los últimos años en
detrimento de los actores formales o institucionales (por ejem-
plo, gobierno y partidos políticos). En relación a estas creencias
podemos sostener que el crecimiento de la «zona marrón» de
la política y la conciencia (¿crítica?) de la sociedad frente a este
fenómeno, refuerzan la afirmación de que las prácticas sociales
prevalecen por sobre las determinaciones institucionales.

Cuadro Nº 58
¿Quién cree usted que tiene más poder en este país? (2003-2006)

Fuente: OEA-PNUD (2010)

Recientes estudios realizados por el PNUD en América Lati-


na parecen mostrar un desplazamiento desde una visión formal e
institucional de la democracia y la ciudadanía a una concepción
aspiracional y normativa. Este fenómeno podría guardar cierta
relación con la necesidad de generar cambios institucionales, más
allá de los intereses y la voluntad política de las elites en la región.

183
Marcelo Mella

ͨ,ĂLJĚŽƐƉĞƌƐƉĞĐƟǀĂƐĚĞĚĞŵŽĐƌĂĐŝĂ͗ƉŽƌƵŶĂƉĂƌƚĞ͕ƵŶĂĐŽŶĐĞƉĐŝſŶĚĞĚĞŵŽĐƌĂĐŝĂ
ĞŶ ƚĠƌŵŝŶŽƐ ŝŶƐƟƚƵĐŝŽŶĂůĞƐ͕ ďĂƐĂĚĂ ĞŶ ůĂ ƚĞŽƌşĂ ĚĞ ůĂ ƐĞƉĂƌĂĐŝſŶ ĚĞ ůŽƐ ƉŽĚĞƌĞƐ LJ
ĞůĞƋƵŝůŝďƌŝŽĚĞƉŽĚĞƌͶůĂĐŽŶĐĞƉĐŝſŶĚĞůĂĚĞŵŽĐƌĂĐŝĂůŝďĞƌĂůͶ͖LJůŽƋƵĞĞƐƚĂŵŽƐ
ǀŝǀŝĞŶĚŽ ĞŶ ůĂ ƉƌĄĐƟĐĂ ĞƐ ƵŶĂ ĐŽŶĐĞƉĐŝſŶ ĚĞ ĚĞŵŽĐƌĂĐŝĂ ĚĞƐĚĞ ůĂ ƐŽĐŝĞĚĂĚ͕ ƵŶĂ
ĐŽŶĐĞƉĐŝſŶ ĚĞĚĞŵŽĐƌĂĐŝĂƐŽĐŝĂůƋƵĞƚŽŵĂůĂƐĚĞĐŝƐŝŽŶĞƐƉĂƌĂƌĞƐŽůǀĞƌƐƵƐƉƌŽƉŝŽƐ
ƉƌŽďůĞŵĂƐͩ;ŶĂůŝƐƚĂƉŽůşƟĐŽĚĞŽůŝǀŝĂ͕ϭϬͬϬϯͬϭϬͿ͘
ͨ>Ă ĚĞŵŽĐƌĂĐŝĂ ĞŶ Ğů ĨŽŶĚŽ ŶŽ ĞƐ ŽƚƌĂ ĐŽƐĂ ƋƵĞ ƵŶĂ ĐŝǀŝůŝnjĂĚĂ ůƵĐŚĂ ĚĞ ĐůĂƐĞƐͩ
;&ƵŶĐŝŽŶĂƌŝŽĚĞŽƌŐĂŶŝƐŵŽŝŶƚĞƌŶĂĐŝŽŶĂůĞŶWĂƌĂŐƵĂLJ͕ϮϳͬϭϬͬϬϵͿ͘
ͨƐǀĞƌĚĂĚƋƵĞŶŽƐŽůŽĚĞĞůĞĐĐŝŽŶĞƐǀŝǀĞĞůƉŽĚĞƌĚĞůĂĚĞŵŽĐƌĂĐŝĂ͘WĞƌŽƚĂŵďŝĠŶĞƐ
ǀĞƌĚĂĚƋƵĞůĂĚĞŵŽĐƌĂĐŝĂŶŽĞdžŝƐƟƌĄƐŝŶĞůůĂƐͩ;ĂŶĐŝůůĞƌĐŽůŽŵďŝĂŶŽ͖ĐŽŵĞŶƚĂƌŝŽĞƐĐƌŝƚŽͿ͘
ͨ,ĂLJƋƵĞĞŶƚĞŶĚĞƌůĂĚĞŵŽĐƌĂĐŝĂĚĞĐŝƵĚĂĚĂŶşĂĐŽŵŽƵŶĂĚĞŵŽĐƌĂĐŝĂĚĞŝŶƐƟƚƵĐŝŽŶĞƐ͘
;͙Ϳ :ƵŶƚŽ ĐŽŶ ůĂƐ ĞůĞĐĐŝŽŶĞƐ ůŝďƌĞƐ͕ ĚĞŵŽĐƌĄƟĐĂƐ LJ ƚƌĂŶƐƉĂƌĞŶƚĞƐ ĞŶ ůŽƐ ƷůƟŵŽƐ
ǀĞŝŶƚĞ ĂŹŽƐ ŚĞŵŽƐ ƚĞŶŝĚŽ ĐĂƚŽƌĐĞ ŐŽďŝĞƌŶŽƐ ƋƵĞ ŶŽ ŚĂŶ ĐŽŶĐůƵŝĚŽ ƐƵƐ ƉĞƌŝŽĚŽƐ
ĐŽŶƐƟƚƵĐŝŽŶĂůĞƐ͘ƐƚŽŶŽƐŚĂďůĂĚĞůĂƐůƵĐĞƐLJůĂƐƐŽŵďƌĂƐĚĞůĂĚĞŵŽĐƌĂĐŝĂĞŶŶƵĞƐƚƌĂ
ƌĞŐŝſŶ͗ ĐŽŵŽ ůŽ ĚŝũŽ ƵŶ ƉĞƌŝŽĚŝƐƚĂ͕ ŵĠƌŝĐĂ >ĂƟŶĂ ĞƐ ĚĞŵŽĐƌĄƟĐĂ Ğ ŝŶŐŽďĞƌŶĂďůĞ͘
;͙Ϳ ,ĂLJ ĚĞŵŽĐƌĂĐŝĂ ĞůĞĐƚŽƌĂů͕ ƉĞƌŽ ĐƵŝĚĂĚŽ ĐŽŶ ƉĞŶƐĂƌ ƋƵĞ ĞƐ ƉŽĐŽ ŵĞŶŽƐ ƋƵĞ
ŝŶĂŵŽǀŝďůĞ͗ŚĂLJĞũĞŵƉůŽƐƌĞĐŝĞŶƚĞƐĚĞƌĞŐƌĞƐŝſŶĐŽŵŽĞůĚĞ,ŽŶĚƵƌĂƐ͕LJŚĂLJĂĚĞŵĄƐ
ŵƵĐŚĂƐƐŝƚƵĂĐŝŽŶĞƐƋƵĞŚĂďůĂŶĚĞƵŶĚĠĮĐŝƚĚĞŵŽĐƌĄƟĐŽŝŶĐůƵƐŽĞŶŵĂƚĞƌŝĂĞůĞĐƚŽƌĂů͘
ƐƚĂŵŽƐ ŵƵLJ ůĞũŽƐ ĚĞ ĐŽŶƐŽůŝĚĂƌ ƵŶĂ ĂƵƚĠŶƟĐĂ ĚĞŵŽĐƌĂĐŝĂ ƌĞƉƌĞƐĞŶƚĂƟǀĂ͕ ;͙Ϳ
ĞŶƚĞŶĚŝĚĂĐŽŵŽĚĞŵŽĐƌĂĐŝĂĞůĞĐƚŽƌĂůŵĄƐƐƚĂĚŽĚĞĚĞƌĞĐŚŽ͕;͙ͿƐĞƉĂƌĂĐŝſŶĞĨĞĐƟǀĂ
ĚĞ ƉŽĚĞƌĞƐ͕ ŝŶĚĞƉĞŶĚĞŶĐŝĂ ĚĞů ƉŽĚĞƌ ũƵĚŝĐŝĂů͕ ƌĞƐƉĞƚŽ ĚĞ ůŽƐ ĚĞƌĞĐŚŽƐ LJ ůŝďĞƌƚĂĚĞƐ
ĨƵŶĚĂŵĞŶƚĂůĞƐ͕ĂĐĐŽƵŶƚĂďŝůŝƚLJ͕ĨƌĞŶŽƐLJĐŽŶƚƌĂƉĞƐŽƐ͕ƋƵĞĞƐůĂĐŽůƵŵŶĂǀĞƌƚĞďƌĂůĚĞů
ƐŝƐƚĞŵĂŝŶƚĞƌĂŵĞƌŝĐĂŶŽ͘;͙ͿĞƐƚĂĚĞŵŽĐƌĂĐŝĂƌĞƉƌĞƐĞŶƚĂƟǀĂƉƌĞĮĞƌŽĚĞŶŽŵŝŶĂƌůĂ
ĚĞŵŽĐƌĂĐŝĂ ĚĞ ŝŶƐƟƚƵĐŝŽŶĞƐ ;͙Ϳ ƉĂƌĂ ĐŽŶƚƌĂƉŽŶĞƌůĂ Ă ĚĞŵŽĐƌĂĐŝĂ ƉĞƌƐŽŶĂůŝƐƚĂͩ
;ŵŝŶŝƐƚƌŽĚĞůWLJĂĐƚƵĂůƐĞŶĂĚŽƌĚĞŚŝůĞ͕ϮϳͬϬϰͬϭϬͿ͘

Fuente: OEA-PNUD (2010)

Desde un punto de vista normativo, existen otras teorías que


discuten el carácter de los sujetos y, concretamente, el conflicto
entre sujeto individual y sujeto colectivo. Este aspecto resulta
importante pues permite comprender las condiciones para gene-
rar representación, integración y acatamiento en sociedades que
aspiran a un cierto reconocimiento del pluralismo y la diversidad
cultural como componentes de una ciudadanía más democráti-
ca. Para los casos que figuran en el siguiente cuadro, la insatis-
facción social experimentada por las estructuras institucionales,
generadas por los procesos de transición en el continente lati-
noamericano, han contribuido al desplazamiento desde los en-
foques institucionales a los que definen la ciudadanía en base a
su condición aspiracional y a la historicidad de sus actores. Vale
decir, el paso desde la ciudadanía como resultado de marcos nor-
mativos a una ciudadanía como resultado de la «agentividad» o
capacidad de acción política de los sujetos.

184
Elementos de Ciencia Política

ͨEƵĞƐƚƌĂĚĞŵŽĐƌĂĐŝĂƐĞŝŶŝĐŝſĐŽŵŽƵŶĂĚĞŵŽĐƌĂĐŝĂƉƌŝŵĂǀĞƌĂů͖ƉĞŶƐĂŵŽƐƋƵĞŝďĂ
ĂŇŽƌĞĐĞƌ;͙ͿƐŝŶĞŵďĂƌŐŽ͕ǀĞŵŽƐƋƵĞŚĞŵŽƐƚĞŶŝĚŽƉƌĄĐƟĐĂŵĞŶƚĞƵŶĂĚĞĐĂĚĞŶĐŝĂ͕
ƉŽƌƋƵĞ;͙ͿŶƵĞƐƚƌĂƐŝŶƐƟƚƵĐŝŽŶĞƐƐĞŚĂŶĚĞďŝůŝƚĂĚŽ͕ĞůƐƚĂĚŽƐĞŚĂĚĞďŝůŝƚĂĚŽĂƉĂƌƟƌ
ĚĞůŽŶƐĞŶƐŽĚĞtĂƐŚŝŶŐƚŽŶ͕ŚƵďŽĂũƵƐƚĞƐLJƌĞĂũƵƐƚĞƐ͕LJƉŽƌŽƚƌŽůĂĚŽůĂƐĚĞƐŝŐƵĂůĚĂĚĞƐ
ŚŝƐƚſƌŝĐĂƐƐŝŐƵĞŶǀŝŐĞŶƚĞƐͩ;ĚŝƉƵƚĂĚĂŝŶĚŝŐĞŶŝƐƚĂĚĞ'ƵĂƚĞŵĂůĂ͕ϵͬϭϭͬϬϵͿ͘
ͨ,ĂĐĞŵƵĐŚŽƐĂŹŽƐƐĞĚĞĐşĂƋƵĞŶŽŚĂďşĂƋƵĞĞdžŝŐŝƌůĞƚĂŶƚŽĂůĂĚĞŵŽĐƌĂĐŝĂƉŽƌƋƵĞ
ƐĞůĂƐŽďƌĞĐĂƌŐĂďĂ͘ƐƚĂŝĚĞĂĚĞďĞƋƵĞĚĂƌĂƚƌĄƐƉŽƌƋƵĞůŽƐƉĂƌƟĚŽƐLJůŽƐŐŽďŝĞƌŶŽƐŶŽ
ƉƵĞĚĞŶĞǀŝƚĂƌƋƵĞĐƵĂůƋƵŝĞƌĐŝƵĚĂĚĂŶŽƉŝĞŶƐĞƋƵĞƐŝůĂĚĞŵŽĐƌĂĐŝĂƐŝŐŶŝĮĐĂŝŐƵĂůĚĂĚ͕
͎ƉŽƌƋƵĠƌĞƐƚƌŝŶŐŝƌůĂĂůĂƐƵƌŶĂƐ͍ͩ;ĂĐĂĚĠŵŝĐŽŵĞdžŝĐĂŶŽϮ͕ϮϮͬϬϯͬϭϬ͖ĐŝƚĂĂƉƌŽdžŝŵĂĚĂͿ͘

Fuente: OEA-PNUD (2010)

Los enfoques teóricos que definen a la ciudadanía desde la


agentividad y la capacidad de acción de los sujetos van desde el
ÀiۈȜ˜ˆÃ“œÊ ˆLiÀ>Ê `iÊ œ…˜Ê ,>܏Ã]Ê …>ÃÌ>Ê >ÃÊ ÌiœÀ‰>ÃÊ “Տ̈VՏ-
turales de Will Kymlicka. Desde una perspectiva liberal revisio-
˜ˆÃÌ>]Ê œ…˜Ê ,>܏ÃÊ ­ÓääÈ®Ê `ˆÃiš>Ê Õ˜>Ê vÀ“Տ>Ê «>À>Ê Àiv՘`>ÀÊ iÊ
contractualismo sin su componente utilitarista e individualista
que ha dificultado la construcción de la democracia a nivel so-
Vˆ>ÊÞÊVˆÕ`>`>˜œ°Ê>ÊÌ>Ài>Ê`iÊ,>܏ÃÊVœ˜ÃˆÃÌiÊi˜Ê«i˜Ã>ÀÊL>œÊµÕjÊ
condiciones los sujetos pueden actuar de manera razonable. Su
hipótesis es que los sujetos son más razonables que racionales
cuando existe opacidad e incertidumbre respecto del lugar al que
se puede llegar dentro de la estructura social. A esta condición
,>܏Ãʏ>ʏ>“>ÊiÊÛiœÊ`iʏ>ʈ}˜œÀ>˜Vˆ>‚]ÊiµÕˆÛ>i˜ÌiÊ>ʏ>Ê}i-
neración de condiciones y oportunidades para hacer efectiva la
movilidad social ascendente por factores de mérito.
1˜>Ê `i“œVÀ>Vˆ>Ê `iLiÀ?]Ê «Àœ«œ˜iÊ ,>܏Ã]Ê v՘`>ÀÃiÊ i˜Ê ՘>Ê
concepción pública de justicia como condición para conseguir
acatamiento y alcanzar un orden social legítimo. Un concepto
público de la justicia será posible si se combinan dos principios
simultáneos en el diseño de las instituciones democráticas:

1. Las libertades deberán ser distribuidas igualitariamente.


2. Las desigualdades socio-económicas serán aceptables si:
2.1. Implican mayor beneficio de los más desventajados.
2.2. Implican cargos abiertos con igualdad de oportunidades.

Por su parte, la teoría comunitarista establecida por autores


como Michael Walzer (1987, 1993 y 1989) y Michael Sandel
(2008: 203-328) critica al modelo de ciudadanía propuesto por
,>܏ÃÊ«œÀÊÌÀiÃÊÀ>✘iÃÆʈ®Ê˜œÊÀiÃÕiÛiÊiÊ«ÀœLi“>Ê`iʏ>Ê«>Èۈ-
dad en la ciudadanía, ii) da prioridad al individuo sobre la so-

185
Marcelo Mella

ciedad, y iii) deduce pautas distributivas de criterios abstractos


y universales.
Sandel sostiene que el sujeto es posterior a los fines y valo-
res definidos por su comunidad de referencia, por tanto, debiera
estar sometido, normativamente, a las disposiciones de la comu-
nidad. El aprendizaje de la ciudadanía, los valores y el compro-
miso público son el resultado de los procesos de socialización en
estos ámbitos más que efectos de un conjunto de instituciones y
de los derechos garantizados jurídicamente. En el mismo senti-
`œ]ʈV…>iÊ7>âiÀÊVÀˆÌˆV>ÊiÊVœ˜Vi«ÌœÊ`iʍÕÃ̈Vˆ>Ê`iÊ,>܏ÃÊ«œÀ-
que: i) no logra percibir los criterios para la performatividad del
concepto y ii) no percibe criterios ilocutorios de los que depende
su enunciación según cada contexto cultural.
El riesgo del comunitarismo en relación a la ciudadanía es
que, por potenciar la revalorización de lo colectivo frente a lo in-
dividual, termine empobreciendo los niveles de pluralismo interno
de los actores colectivos. Por tanto, el comunitarismo bien puede
transformarse en una deficiente alternativa para las diferentes ex-
presiones de minoría que buscan buenas razones para participar.
Las teorías del pluralismo cultural de Iris Marion Young y del
multiculturalismo de Will Kymlicka responden a las deficiencias
referidas a la participación de las minorías. Iris M. Young (1989;
1990) sostiene que la cultura compartida produce exclusiones,
por tanto, una condición para la democratización de la ciudada-
nía debe ser el reconocimiento de las diferencias. Esto requiere,
desde lo normativo, el establecimiento de derechos selectivos de
inclusión y reconocimiento individual y/o colectivo, denomina-
dos genéricamente «ciudadanía diferenciada». Dentro del mismo
marco de análisis, Will Kymlicka (1997) sostiene que la ciudada-
nía multicultural, como forma avanzada de democracia ciudada-
na, requiere de la implementación de tres mecanismos selectivos:

1. Derechos especiales de representación orientados a los gru-


pos más desfavorecidos.
2. Derechos de autogobierno orientados a las minorías nacionales.
3. Derechos multiculturales orientados a inmigrantes y comu-
nidades religiosas.

A modo de ilustración se puede señalar que, en América La-


tina, ciertos grupos sociales históricamente excluidos, como mu-
jeres e indígenas, aun cuando han experimentado una mejora en

186
Elementos de Ciencia Política

su condición y visibilidad social, todavía carecen de una adecuada


representatividad en las instituciones públicas. En relación a la re-
presentación de mujeres en los gabinetes y parlamentos la mayor
parte de los casos muestra su notoria ausencia, lo que supone la
mantención y perfeccionamiento de los mecanismos de cuotas y
«derechos especiales de representación». Incluso más, en ciertos
casos como Argentina, Chile y El Salvador, es notoria la situación
diferencial para la representación de las mujeres entre el poder
ejecutivo y el poder legislativo, lo que obliga a diseñar estrategias
diferenciales para conseguir efectos similares en diferentes espa-
cios institucionales. En el caso de la representación indígena en
los parlamentos de América Latina, solo se aprecia un progreso
significativo en el caso de la cámara baja boliviana.

Cuadro Nº 59
Representación de mujeres en los parlamentos y gabinetes
de América Latina. 2008-2009

йĚĞŵƵũĞƌĞƐĞŶ йĚĞŵƵũĞƌĞƐĞŶ йĚĞŵƵũĞƌĞƐ


País la cámara baja, la cámara alta, ŵŝŶŝƐƚƌĂƐĚĞ
2009 2009 ƐƚĂĚŽ͕ϮϬϬϴ

ƌŐĞŶƟŶĂ ϯϴ͘ϱ ϯϱ͘Ϯ Ϯϯ͘ϭ


ŽůŝǀŝĂ Ϯϱ͘ϰ ϰϳ͘Ϯ Ϯϯ͘ϱ
ƌĂƐŝů ϴ͘ϴ ϭϮ͘ϯ ϭϭ͘ϰ
ŚŝůĞ ϭϰ͘Ϯ ϭϯ͘Ϯ ϰϬ͘ϳ
ŽůŽŵďŝĂ ϴ͘ϰ ϭϭ͘ϴ Ϯϯ͘ϭ
ŽƐƚĂZŝĐĂ ϯϲ͘ϴ Ŷ͘Ă͘ Ϯϵ͘ϰ
ĐƵĂĚŽƌ ϯϮ͘ϯ Ŷ͘Ă͘ ϯϱ͘ϯ
ů^ĂůǀĂĚŽƌ ϭϵ͘Ϭ Ŷ͘Ă͘ ϯϴ͘ϵ
'ƵĂƚĞŵĂůĂ ϭϮ͘Ϭ Ŷ͘Ă͘ ϲ͘ϳ
,ŽŶĚƵƌĂƐ ϭϴ͘Ϭ Ŷ͘Ă͘ ϭϰ͘ϯ
DĠdžŝĐŽ Ϯϲ͘Ϯ ϭϵ͘ϱ ϭϱ͘ϴ
EŝĐĂƌĂŐƵĂ ϮϬ͘ϳ Ŷ͘Ă͘ ϯϯ͘ϯ
WĂŶĂŵĄ ϴ͘ϱ Ŷ͘Ă͘ Ϯϯ͘ϭ
WĂƌĂŐƵĂLJ ϭϮ͘ϱ ϭϱ͘ϲ ϭϴ͘ϵ
WĞƌƷ Ϯϳ͘ϱ Ŷ͘Ă͘ Ϯϵ͘ϰ
ZĞƉ͘ŽŵŝŶŝĐĂŶĂ ϭϵ͘ϳ ϯ͘ϭ ϭϰ͘ϱ
hƌƵŐƵĂLJ ϭϱ͘Ϯ ϭϮ͘ϵ Ϯϴ͘ϲ
sĞŶĞnjƵĞůĂ ϭϳ͘ϱ Ŷ͘Ă͘ Ϯϭ͘ϰ
ŵĠƌŝĐĂ>ĂƟŶĂ ϮϬ͘ϭ ϭϵ͘Ϭ Ϯϰ͘Ϭ

Fuente: OEA-PNUD (2010)

187
Marcelo Mella

Cuadro Nº 60
Representación indígena en los parlamentos de América Latina (2005)

ŹŽĚĞ йĚĞŝŶĚşŐĞŶĂƐĞŶ йĚĞŝŶĚşŐĞŶĂƐĞŶ


País
elección cámara alta cámara baja

ŽůŝǀŝĂ ϮϬϬϱ ϰϯ͘Ϭϴ ϭϰ͘ϴϭ


ŽůŽŵďŝĂ ϮϬϬϲ ϭ͘Ϯϭ Ϭ͘ϵϴ
ĐƵĂĚŽƌ ϮϬϬϲ ϰ͘ϬϬ Ŷ͘ƌ͘
'ƵĂƚĞŵĂůĂ ϮϬϬϯ ϵ͘ϰϵ Ŷ͘ƌ͘
DĠdžŝĐŽ ϮϬϬϯ ϭ͘ϮϬ Ϭ͘ϳϴ
WĞƌƷ ϮϬϬϲ ϱ͘ϴϯ Ŷ͘ƌ͘
sĞŶĞnjƵĞůĂ ϮϬϬϱ ϯ͘Ϭϯ Ŷ͘ƌ͘

Fuente: OEA-PNUD (2010)

Para el estudio de los actores políticos se ha seguido, en


general, un enfoque que va desde los más a los menos institu-
cionalizados; partidos, grupos de interés, movimientos sociales,
medios de comunicación y ciudadanía, entendiendo que todos
ellos cumplen funciones alternativas como estructuras de inter-
mediación entre lo estatal y lo social.
Al mismo tiempo, una intuición persistente durante esta sec-
ción ha sido que el deterioro de la función de intermediación de
los partidos, manifestada a través de bajos niveles de confianza
de la opinión pública o escaza identificación por parte de los elec-
torados, conlleva su desplazamiento por otras estructuras como
grupos de interés o movimientos sociales. Dichas nuevas formas
de intermediación debieran generar mecanismos de movilización
y anclaje más efectivos que los partidos tradicionales, en el con-
texto de sociedades latinoamericanas relativamente despolitizadas
y, por lo general, desprovistas de clivajes «estructurantes».
En estos contextos; ¿Qué mecanismos hacen posible interme-
diaciones efectivas entre la lógica institucional y la lógica social?
¿Qué diseños orgánicos debieran adoptar los pactos horizontales
y verticales a nivel de actores para garantizar un funcionamiento
adecuado del sistema político? ¿qué importancia tiene la dimensión
institucional y la dimensión informal de la política? Y, finalmente,
¿cómo se articulan y agregan demandas sociales para generar pro-
cesos decisionales más legítimos en el contexto de sociedades carac-
terizadas por altos niveles de desigualdad y desconfianza?

188
IV

Procesos políticos
Estudiar la política como proceso supone incorporar su di-
mensión histórica o diacrónica, instalando la cuestión del sentido
y de los fines como problemas ineludibles. Se trata, entonces, de
indagar cuales han sido las características centrales del proceso
político en América Latina; cuáles son sus continuidades y cam-
bios, sus actores, sus formas de pensamiento, sus estructuras insti-
tucionales y; finalmente, cuáles son sus dilemas aún abiertos entre
institucionalidad y prácticas sociales. Dicha tarea no resulta nada
sencilla si se considera que esta región ha vivido un repertorio de
estructuras y procesos con características diferenciales, tales como
caudillismos, informalidad e inestabilidad política, partidos con
bajo grado de institucionalización, intervención de los militares y
complejas formas de articulación entre las dinámicas de desarrollo
político institucional y desarrollo económico-social.
Nos asiste la convicción de que la política se encuentra ac-
tualmente en crisis, fenómeno que, a nuestro entender, también
es visible a nivel de procesos macro y meso. Esto se aprecia en
dos situaciones. En primer lugar, la crisis de la política se observa
a nivel longitudinal en la creciente dificultad para consensuar
un horizonte social común o compartido del proceso político
(perspectiva temporal). En segundo término, la crisis se manifies-
ta mediante una incapacidad para determinar límites legítimos
y eficientes entre su dimensión formal y su dimensión informal
(perspectiva espacial). Ciertamente, una parte importante de
esta experiencia de crisis en América Latina proviene de la com-
plejidad de construir una elaboración compartida del pasado y
del lugar (función) de este espacio en el sistema internacional.
Esta región ha representado desde hace siglos el proceso históri-
co político como un juego entre «ganadores» y «perdedores», lo
que, a la sazón, dificulta la coexistencia entre estos imaginarios
múltiples (Gargarella, 2005).
Respecto del primer punto (perspectiva temporal) sostene-
mos que hoy resulta más difícil fundamentar una dirección y un
sentido compartidos para los procesos políticos en curso enten-
didos como dinámicas orientadas hacia fines razonables. Si en la

191
Marcelo Mella

mayor parte del siglo XX los fines últimos de la modernización


quedaban en evidencia y eran, hasta cierto punto, consentidos,
acordar en la actualidad algo semejante resulta, o bien política-
mente imposible, o de una ingenuidad intolerable. Al parecer,
un punto de no retorno en la posibilidad de ubicar objetivos
políticos ampliamente compartidos en la región estuvo dado por
las transiciones desde regímenes autoritarios y su condición de
incertidumbre estructural.
Por su parte, en lo que concierne al segundo aspecto (pers-
pectiva espacial), sostenemos que el camino para discernir tanto
la lógica de lo adecuado en el campo institucional como las di-
mensiones de la marginalidad política, es bastante menos nítido
que en tiempos anteriores. Parece ser cada vez más tenue el lími-
te entre la política institucional y la política extra institucional:
la subsistencia del fenómeno del clientelismo político, la irrup-
ción de los outsiders y las trayectorias heterodoxas para la profe-
sionalización política nos hablan de fronteras difusas y criterios
pobres para demarcar lo formal y lo informal, lo funcional y lo
disfuncional. Parece ser que una buena parte de las formas ins-
titucionales que caracterizaron a la política desde inicios de los
Estados en América Latina carecen, en la actualidad, de validez
conceptual y performativa (Zolo, 2000).

Modernización
Uno de los conceptos más utilizados para dar cuenta de los pro-
cesos políticos acaecidos durante el siglo XX fue el de «moder-
nización». Por lo general se entendía que este era un proceso
acumulativo y teleológico orientado a generar mayores grados
de control sobre el medio natural y social (Bill y Hardgrave,
1992: 130). Definida de esta forma, la modernización consistía
en el avance sostenido en la capacidad racional para controlar
los nuevos fenómenos sociales, en un contexto de cambio y cri-
sis devenido del paso del orden tradicional al orden moderno.
Dicho proceso de transformación supondría necesariamente un
conjunto de cambios en diferentes dimensiones, a saber: cambios
a nivel tecnológico (industrialización), cambios a nivel organiza-
tivo (diferenciación y especialización) y cambios a nivel de ac-
titudes (racionalidad y secularización) (Bill y Hardgrave, 1992:
126). En todo caso, constituyó un asunto de capital interés para
la investigación dilucidar si estos cambios se producen de mane-

192
Elementos de Ciencia Política

ra inconexa o se encuentran «sistemáticamente relacionados», y


de ser así, en qué medida.
Se aprecia en la literatura sobre el tema algunos asuntos al-
tamente controversiales respecto del paso de sociedades tradicio-
nales hacia sociedades modernas, por ejemplo; la direccionalidad
iʈÀÀiÛiÀÈLˆˆ`>`Ê`iÊ«ÀœViÜʭ,œÃ̜ܮÊÞ]Êi˜ÊÃi}՘`œÊÌjÀ“ˆ˜œ]ʏ>Ê
sincronía entre la modernización «política» y la modernización
«social» (Huntington). En relación a la primera controversia, los
ÌÀ>L>œÃÊ`iÊ7°Ê7°Ê,œÃ̜ÜÊ­£™x™ÆÊ£™™ä®Ê«>ÀiVi˜Ê…>LiÀÊVœ˜viÀˆ`œÊ
cierto sesgo en los estudios sobre la modernización a favor de la
…ˆ«ÌiÈÃÊ `iÊ «ÀœViÃœÊ Õ˜ˆˆ˜i>Ê iÊ ˆÀÀiÛiÀÈLi°Ê ,œÃ̜ÜÊ ÃœÃ̈i˜i]Ê
en Stages of Economic Growth, que el proceso de crecimiento
económico se divide en cinco etapas progresivas:

1. Sociedad tradicional: existencia de ciencia y tecnología «pre-


˜iÜ̜˜ˆ>˜>ÂÊÞÊ՘Ê`iÃ>ÀÀœœÊVi˜ÌÀ>`œÊi˜Ê>Ê>}ÀˆVՏÌÕÀ>°
2. Precondiciones para el despegue: conversión de hallazgos
científicos en aplicaciones tecnológicas e influencia de socie-
dades avanzadas en el mundo no occidental.
3. Despegue: crecimiento sostenido y aumento de inversión y
expansión industrial, junto a resistencias sociales y políticas
derrotadas frente a esos procesos.
4. Impulso hacia la madurez: la producción supera el aumento
de la población.
5. Etapa del gran consumo de masas: sectores mayoritarios ac-
ceden a servicios y bienes de consumo duraderos.

Si bien este esquema fue severamente criticado por acadé-


“ˆVœÃÊ Vœ“œÊ œÕˆÃÊ œÀœÜˆÌâ]Ê «œÀÊ ÃÕÊ ÀiviÀi˜Vˆ>Ê iÝViÈÛ>Ê >Ê >Ê
iÝ«iÀˆi˜Vˆ>ʅˆÃ̝ÀˆV>ÊiÃÌ>`œÕ˜ˆ`i˜Ãi]ÊiÊ“œ`iœÊ`iÊ,œÃ̜ÜÊvÕiÊ
adoptado con rapidez en los estudios sobre modernización y de-
sarrollo político en países de América Latina (por ejemplo, en A.
F. K. Organski). En el mismo sentido, se establece que el modelo
político institucional que constituye el objetivo último del pro-
ceso de modernización es la democracia liberal, aunque el punto
de partida de dicho proceso sean sistemas sociales con notables
especificidades histórico-culturales.
Desde una perspectiva estrictamente política, el concepto de
desarrollo político buscó identificar las condiciones endógenas
de las estructuras para el estudio de la calidad de la democracia.
Según Richard Hardgrave (Bill y Hardgrave, 1992: 140-150), el

193
Marcelo Mella

desarrollo político consiste en un equilibrio dialéctico y contin-


gente entre los niveles de control y los niveles de participación en
las estructuras institucionales. Tal como se aprecia en el esque-
ma siguiente, si existe una combinación de altos niveles de con-
trol y bajos niveles de participación la situación resultante es una
política autoritaria. Si, en cambio, se combinan altos niveles de
participación y bajos niveles de control, la situación resultante es
el deterioro político y la inestabilidad institucional. Por tanto, la
hipótesis central de este modelo plantea que existiría un punto de
equilibrio, siempre dinámico y definido históricamente, entre las
capacidades de control desde las instituciones sobre la sociedad
y la presión por participación desde la sociedad sobre las institu-
ciones. Este punto de equilibro contingente es llamado por Hard-
grave «desarrollo político», y tiene como propiedad la generación
simultánea de legitimidad institucional y estabilidad política.

Cuadro N° 61
Desarrollo político

Fuente: Bill y Hardgrave (1992)

Algunas de estas ideas están presentes en la teoría que ex-


plica el itinerario de la democratización elaborada por Robert
Dahl. Para Dahl (1989), la primera democratización se desa-
rrolla en base a la progresión en dos procesos simultáneos: la
liberalización, entendida como el grado de tolerancia sobre la
oposición y la aceptación del disenso y la inclusividad, enten-
dida como la proporción de la sociedad que tiene el derecho a

194
Elementos de Ciencia Política

participar y oponerse a las decisiones gubernamentales. Estos


dos procesos configuran una secuencia de etapas por las cuales
se transita hacia el régimen democrático. La figura siguiente,
llamada «la caja de Dahl», presenta las trayectorias posibles de
la democratización.

Cuadro Nº 62
Trayectorias posibles para la democratización

Fuente: Dahl (1989: 18)

Las ideas de Dahl –que se enmarcan en una perspectiva po-


sibilista del cambio político– constituyen el testimonio de una
clase de ciencia política que logra aislar el funcionamiento de
las instituciones de condiciones sistémicas o, al menos, situarlas
en la condición de variables independientes. Si, en cambio, se
atiende al debate de los años sesenta y setenta sobre la moderni-
zación, se podrá apreciar que la explicación de los procesos polí-
ticos resulta mucho menos autorreferida, tal como se ha visto en
>ÃÊÀiviÀi˜Vˆ>ÃÊ>ʏœÃÊiÃÌÕ`ˆœÃÊ`iÊ7°Ê7°Ê,œÃ̜ܰ
Aunque el carácter etnocéntrico de los análisis sobre la
modernización termina por imponerse, la creencia respecto de
su progresión irreversible fue objeto de gran discrepancia. Un
problema consistió en definir los factores que impulsaban o in-
hibían el proceso de cambio político institucional, mientras que
otro problema buscó dilucidar si este cambio era compatible
con la democracia o no. A propósito de las implicancias en-

195
Marcelo Mella

tre la dimensión política y social de la modernización, autores


como Eisenstadt y Germani concluyeron que las consecuencias
a nivel actitudinal de este proceso pueden, bajo ciertas condi-
ciones, dificultar el avance, específicamente en lo concerniente
a la institucionalización de la democracia. Germani sostuvo
que la secularización comprende tres rasgos fundamentales: la
acción electiva basada en la decisión individual, la instituciona-
lización o la legitimación del cambio y la creciente diferencia-
ción y especialización de roles, status e instituciones. Germani
entiende que estos procesos, en su conjunto, pueden resultar
profundamente erosivos para las estructuras sociales sujetas a
modernización y, por tanto, desestructurantes para la política
institucional (1979: 658).
A grandes rasgos, la literatura politológica de los años cin-
cuenta y sesenta aceptó, como una tesis compartida en América
Latina, que el nivel de desarrollo económico constituía una va-
riable independiente del proceso modernizador. Respecto de esta
relación entre economía y política se desarrollaron tesis optimis-
tas y pesimistas. La primera posición, representada por Seymur
Martin Lipset (1959; 1960), sostuvo que altos niveles de desa-
rrollo económico determinaban un alto nivel de desarrollo polí-
tico (democrático). Por su parte, la segunda postura, encarnada
en Samuel Huntington (1972), señalaba que los niveles de cre-
cimiento y desarrollo no determinan necesariamente un mayor
desarrollo de la democracia. Por el contrario, en algunos casos,
el mejoramiento de las condiciones socioeconómicas generadas
por la modernización de las estructuras económicas y sociales
podría actuar como factor creador de inestabilidad política y
deterioro institucional.
Tal como señala Huntington, en los años siguientes al fin de
la Segunda Guerra Mundial se evidenció con toda fuerza que
el desarrollo económico y el desarrollo político seguían trayec-
torias diferentes. En las décadas de 1950 y 1960 el paquete de
ayuda económica para el Tercer Mundo, especialmente aquella
dirigida a América Latina, no condujo a una mayor estabilidad e
institucionalización de la democracia. Los datos presentados por
el profesor de Harvard en El orden político en las sociedades en
cambio, muestran que los conflictos tienden a aumentar, aunque
se mantengan estables o aumenten los niveles de cooperación en
materia económica y de desarrollo.

196
Elementos de Ciencia Política

La Alianza para el Progreso, iniciativa estadounidense de


ayuda para América Latina implementada desde 1961 con el ob-
jeto de contrarrestar los efectos políticos desestabilizadores de la
Revolución Cubana, se fundaba en la creencia de que la ayuda
financiera generaría desarrollo económico y que este, a su vez,
gatillaría desarrollo y estabilidad político-institucional. Samuel
Huntington analiza las paradojas en la relación entre desarrollo
económico y estabilidad política:

En 1961, con la Alianza para el Progreso la refor-


ma social –es decir, la distribución más equitativa de
recursos materiales y simbólicos– se unió al desarrollo
económico como un objetivo consciente y explícito de
la política norteamericana hacia los países en moder-
nización. Este hecho era, en parte, una reacción ante
la Revolución Cubana, y reflejaba la suposición impe-
rante entre los planificadores políticos de que las refor-
mas agrarias e impositivas, los proyectos de vivienda
y los programas de bienestar reducirían las tensiones
sociales y extinguirían el detonante del fidelismo. Una
vez más, la estabilidad política sería el subproducto del
logro de otro objetivo socialmente deseable. En reali-
dad, la relación entre reforma social y estabilidad po-
lítica se parece, por supuesto, a la que existe entre esta
y el desarrollo económico. En ciertas circunstancias
las reformas pueden aplacar las tensiones y estimular
un cambio pacífico en lugar de uno violento. Pero en
otras, es muy posible que las exacerben y precipiten la
violencia; que sean un catalizador y no un sucedáneo
de la revolución (1972: 18).

En paralelo se hizo evidente que, durante este mismo pe-


ríodo, la violencia y los conflictos políticos no decrecieron. En
el cuadro siguiente se aprecia, para el período 1958-1965, una
clara tendencia al aumento en el número de los conflictos del
tipo «insurrección prologada o irregular» y «rebeliones breves,
golpes y sublevaciones». El cuadro muestra un aumento global
de los conflictos en estas categorías, en especial, en cuanto a con-
flictos no convencionales y de tipo intra-estatal.

197
Marcelo Mella

Cuadro N° 63
Número de conflictos en el mundo (1958-1965)

1958 1959 1960 1961 1962 1963 1964 1965


/ŶƐƵƌƌĞĐĐŝſŶ
ƉƌŽůŽŶŐĂĚĂ͕
Ϯϴ ϯϭ ϯϬ ϯϭ ϯϰ 41 ϰϯ ϰϮ
ŝƌƌĞŐƵůĂƌŽĚĞ
ŐƵĞƌƌŝůůĂ
ZĞďĞůŝŽŶĞƐ
ďƌĞǀĞƐ͕ŐŽůƉĞƐLJ 4 4 11 ϲ 9 ϭϱ 9 ϭϬ
ƐƵďůĞǀĂĐŝŽŶĞƐ
'ƵĞƌƌĂƐ
ĚĞĐůĂƌĂĚĂƐĚĞ
Ϯ 1 1 ϲ 4 ϯ 4 ϱ
ĐƵƌƐŽŵŝůŝƚĂƌ
ƚƌĂĚŝĐŝŽŶĂů
dŽƚĂů ϯϰ ϯϲ ϰϮ ϰϯ 47 ϱϵ ϱϲ ϱϳ

Fuente: Huntington (1972)

La hipótesis central de Huntington es que la creciente violen-


cia e inestabilidad es consecuencia del rápido cambio económico-
social y del lento desarrollo de las instituciones políticas. Entre
los cambios económico-sociales generados por la modernización
se cuentan el proceso de desarrollo económico y la moviliza-
ción social, siendo esta última la circunstancia más decisiva para
comprender la inestabilidad política. Inspirada en los trabajos
de Davies y Feierabend, su hipótesis releva los efectos erosivos a
nivel de vínculos tradicionales y creencias surgidas del desarrollo
económico y la movilización social, destacando que la estabili-
dad política (o su condición opuesta, la inestabilidad) depende
de dos variables dicotómicas: la participación y la instituciona-
lización políticas (Huntington, 1972: 60 y 80). Una sociedad en
la que los niveles de institucionalización superan a los niveles de
participación recibe el nombre de «cívica», mientras donde la
participación excede a la institucionalización se denomina «pre-
toriana» (Huntington, 1972: 80-81).

1 DŽǀŝůŝnjĂĐŝſŶƐŽĐŝĂů сƉĂƌƟĐŝƉĂĐŝſŶƉŽůşƟĐĂ
ĞƐĂƌƌŽůůŽĞĐŽŶſŵŝĐŽ
Ϯ &ƌƵƐƚƌĂĐŝſŶƐŽĐŝĂů сĨƌƵƐƚƌĂĐŝſŶƐŽĐŝĂů
KƉŽƌƚƵŶŝĚĂĚĞƐĚĞŵŽǀŝůŝĚĂĚ
ϯ WĂƌƟĐŝƉĂĐŝſŶƉŽůşƟĐĂ сŝŶĞƐƚĂďŝůŝĚĂĚƉŽůşƟĐĂ
/ŶƐƟƚƵĐŝŽŶĂůŝnjĂĐŝſŶƉŽůşƟĐĂ

198
Elementos de Ciencia Política

El pretorianismo se define como un fenómeno de politi-


zación de las fuerzas sociales caracterizado por la debilidad y
vulnerabilidad institucional frente a la acción política, ya sea
de grupos sociales (latu sensu) o de los militares (strictu sensu)
(Huntington, 1972: 177). Para América Latina, la activación y
politización de diversos grupos sociales durante las décadas de
1960 y 1970 tiene directa relación con la polarización producida
por la Guerra Fría. En este sentido, Huntington reconoce la im-
portancia relativa del apoyo de Estados Unidos en la proclividad
de los ejércitos latinoamericanos a «entrometerse en política»
(1972: 175). No obstante, una paradoja conceptual de la teoría
presentada por Huntington consiste en que, al mismo tiempo de
estar sesgada a favor de la institucionalización, el autor reconoce
(y le concede considerable espacio en su análisis) las múltiples
funciones políticas de los militares en la experiencia histórica de
sociedades en modernización: militares reformadores, militares
como guardianes y militares como fundadores de instituciones.
En especial, la función de los militares como «constructor de ins-
tituciones» constituye una fórmula para resolver el antagonismo
entre pretorianismo (entendido como un medio) e institucionali-
zación (entendido como un fin):

Cuando las instituciones políticas tradicionales son


débiles, o se derrumban, o son derribadas, es frecuente
que la autoridad recaiga en tales dirigentes carismáticos,
que tratan de franquear la brecha entre la tradición y la
modernidad por medio de un fuerte atractivo personal.
En la medida en que esos líderes logran concentrar el po-
der en sí mismos, se puede suponer que se encontrarán
en condiciones de impulsar el desarrollo institucional
y representar el papel de «Gran Legislador» o «Padre
Fundador». La reforma de los Estados corrompidos o
la creación de otros nuevos, afirmaba Maquiavelo, debe
ser obra de un solo hombre. Pero hay un conflicto entre
los intereses del individuo y los de la institucionalización.
Esto último significa la limitación del poder que el diri-
gente carismático podría de otro modo manejar en forma
personal y arbitraria. El constructor de instituciones en
potencia necesita poder personal para crearlas, pero no
puede hacerlo sin ceder su poder personal. La autoridad
institucional es lo contrario de la carismática, y los di-
rigentes carismáticos se anulan a sí mismos si tratan de
crear instituciones estables de orden público (Hunting-
ton, 1972: 215).

199
Marcelo Mella

Autoritarismo
El estudio del autoritarismo en América Latina presenta un
conjunto de dificultades conceptuales asociadas al uso de los
métodos de análisis. Como señala Manuel Antonio Garretón,
una primera cuestión compleja para el estudio de este asunto
consiste en evitar los reduccionismos referidos a la explicación
del autoritarismo, sea exclusivamente por factores evolutivos
de tipo económico o factores de tipo político (1980: 2-4). Otro
desafío metodológico consiste en construir un enfoque dotado
de cierto equilibrio entre la tendencia al análisis de la «situa-
ción» o la estructura, vs. la tendencia a construir una explica-
ción del autoritarismo en base al comportamiento de los acto-
res. En situaciones de alta complejidad (y opacidad) social y
política, resulta atractivo inclinarse con entusiasmo ya sea por
la alternativa de la lógica de los actores, o bien por las tensio-
nes generales de las estructuras.
Para Garretón, el estudio de los nuevos regímenes autorita-
rios latinoamericanos, además de los elementos anteriores, debe
considerar su doble dimensión «reactiva» y «fundacional». Por
dimensión reactiva entiende la respuesta a la crisis política gene-
rada por la politización y movilización de nuevos actores socia-
les que interpelan, tanto al orden oligárquico, como al conjunto
de compromisos y arreglos inestables producidos a mediados del
siglo XX en gran parte de la región. La dimensión fundacional,
por su parte, se asocia al intento de «materialización del proyec-
to histórico-social» orientado a consolidar la continuidad de la
expansión del capitalismo en sociedades en procesos de moder-
nización (Garretón, 1980: 2-7).
Autores clásicos en el estudio de regímenes no democráticos,
como Juan Linz, sostienen que el autoritarismo es un sistema
«con un pluralismo político limitado, no responsable; sin una
ideología elaborada y directora; carentes de una movilización
política intensa o extensa, y en los que un líder ejerce el poder
dentro de límites formalmente mal definidos, pero en realidad
bastante predecibles» (Morlino, 2009: 130). Considerando el
concepto general de Linz, Leonardo Morlino sistematizó, con
propósito comparativo (Cuadro Nº 64), cuatro tipos de autori-
tarismos de mayor a menor uso de la coacción y, por tanto, de
menor a mayor pluralismo, a saber: régimen personal, régimen
militar, régimen cívico-militar y régimen de movilización.

200
Elementos de Ciencia Política

Cuadro Nº 64
Tipos de autoritarismo

ϭ͘ZĠŐŝŵĞŶƉĞƌƐŽŶĂů
Ϯ͘ZĠŐŝŵĞŶ dŝƌĂŶşĂŵŝůŝƚĂƌ Ϯ͘Ϯ͘ϭ͘DŝůŝƚĂƌĞƐŵŽĚĞƌĂĚŽƌĞƐ
ŵŝůŝƚĂƌ KůŝŐĂƌƋƵşĂŵŝůŝƚĂƌ Ϯ͘Ϯ͘Ϯ͘DŝůŝƚĂƌĞƐŐƵĂƌĚŝĂŶĞƐ
Ϯ͘Ϯ͘ϯ͘DŝůŝƚĂƌĞƐŐŽďĞƌŶĂŶƚĞƐ
ϯ͘ZĠŐŝŵĞŶĐşǀŝĐŽ ϯ͘ϭ͘ZĠŐŝŵĞŶďƵƌŽĐƌĄƟĐŽ ϯ͘Ϯ͘ϭ͘džĐůƵLJĞŶƚĞ
ŵŝůŝƚĂƌ ŵŝůŝƚĂƌ ϯ͘Ϯ͘Ϯ͘/ŶĐůƵLJĞŶƚĞ
ϯ͘Ϯ͘ZĠŐŝŵĞŶĐŽƌƉŽƌĂƟǀŽ ϯ͘Ϯ͘ϯ͘ZĠŐŝŵĞŶũĠƌĐŝƚŽͲƉĂƌƟĚŽ
ϰ͘ZĠŐŝŵĞŶĚĞ ϰ͘ϭ͘ZĠŐŝŵĞŶŶĂĐŝŽŶĂůŝƐƚĂĚĞ
ŵŽǀŝůŝnjĂĐŝſŶ ŵŽǀŝůŝnjĂĐŝſŶ
ϰ͘Ϯ͘ZĠŐŝŵĞŶĐŽŵƵŶŝƐƚĂĚĞ
ŵŽǀŝůŝnjĂĐŝſŶ
ϰ͘ϯ͘ZĠŐŝŵĞŶĨĂƐĐŝƐƚĂĚĞ
ŵŽǀŝůŝnjĂĐŝſŶ
ϰ͘ϰ͘ZĠŐŝŵĞŶĚĞŵŽǀŝůŝnjĂĐŝſŶ
ĚĞďĂƐĞƌĞůŝŐŝŽƐĂ
ϱ͘WƐĞƵĚŽͲ
ĚĞŵŽĐƌĂĐŝĂ

Fuente: Morlino (2009: 55)

En lo que respecta a la gestación del régimen autoritario,


Morlino señaló que la transición desde la democracia a la no
democracia tiene dos formas alternativas: i) la crisis-caída o
transición discontinua (caída abrupta, golpe, ruptura institucio-
nal con el régimen democrático anterior, alto nivel de violencia
y represión) y ii) la crisis-transformación o transición continua
(no existe caída, hay adaptación de normas preexistentes, es
gradual, existe uso limitado de recursos coercitivos). Conforme
a este esquema, la crisis y posterior transición hacia el autori-
tarismo comenzaría cuando en un territorio existe «soberanía
múltiple», vale decir, cuando se presentan dos o más coaliciones
que reivindican las mismas pretensiones de soberanía o dominio
sobre una comunidad política determinada, sin que ninguna de
ellas pueda imponerse a la otra (ni siquiera usando los recursos
de violencia disponibles) (2009: 66).
Cabe mencionar que el propósito comparativo y el carácter al-
tamente abstracto de los conceptos descritos por Linz y Morlino,
aun cuando permiten una gran extensión y cobertura del análisis
podrían no facilitar el estudio del autoritarismo en la complejidad
de sus variantes históricas o regionales. Por ejemplo, la revisión de
la experiencia autoritaria latinoamericana podría discutir parcial-

201
Marcelo Mella

mente la noción de autoritarismo de Linz, en lo concerniente a la


ausencia de una ideología elaborada para el caso de los denomina-
dos Estados burocrático autoritarios (EBA) en las experiencias de
Brasil (1964), Uruguay (1973), Argentina (1976) y Chile (1973).
Asimismo, podría resultar discutible la afirmación de que estos re-
gímenes poseen «límites formalmente mal definidos» y actuaciones
«bastante predecibles», si se atiende a la búsqueda de respaldo jurí-
dico formal en el caso del régimen autoritario brasileño, con el acta
institucional Nº 5, y en el caso del régimen autoritario chileno, con
la constitución de 1980. Tampoco parece ser ajustada a la realidad
de los EBA su predictibilidad evolutiva, considerando las reiteradas
referencias de O`Donnell y Schmitter a su alta incertidumbre en el
mantenimiento, crisis y procesos de liberalización.
Un avance en el análisis del autoritarismo en América Latina
lo constituyó el concepto de «pretorianismo» de Samuel Hunting-
ton (1972). Si bien este designa los factores de origen y la función
general del autoritarismo y los militares en América Latina (en
tanto región inmersa en procesos modernizadores), no constituyó
un instrumento heurístico adecuado para comprender el contex-
to internacional, las coaliciones que permiten el mantenimiento
del nuevo autoritarismo, su legado y sus condiciones de manteni-
miento, liberalización y caída. Con todo, el pretorianismo permi-
tiría incorporar la dimensión reactiva y la dimensión fundacional
al estudio del fenómeno autoritario (militares como «reformado-
res», «guardianes» o como «fundadores de instituciones»). Como
una fórmula genérica de baja institucionalición y alto nivel de
participación, que aparece a través de diferentes expresiones auto-
ritarias, el pretorianismo se divide en pretorianismo oligárquico,
pretorianismo radical y pretorianismo masivo.
El pretorianismo oligárquico surge como respuesta a un sis-
tema político que concede participación limitada a pequeños
grupos de elite (camarillas y clanes). Por lo general, en este tipo
de pretorianismo los militares intervienen en política por un pe-
riodo breve y como un medio para conquistar mejoras gremiales
o en su status profesional. Este sistema socio-político existió en
América Latina durante el siglo XIX y persistió entrando en el
siglo XX; en países del Caribe y de América Central, países andi-
nos y Paraguay (Huntington, 1972: 180-181).
El pretorianismo radical se origina como una reacción mi-
litar frente a un contexto caracterizado por la extensión de la
participación a las clases medias. En tal situación, los militares se

202
Elementos de Ciencia Política

politizan para asumir la función de guardián de ciertos sectores


de la clase media frente a otros grupos de la misma clase, más
comprometidos con la extensión de la participación a sectores
populares. Como se podrá deducir, en este formato de pretoria-
nismo los militares intervienen para devolver o conservar espa-
cios de poder ganados por grupos mesocráticos. Enfrentados a
esta tarea, los militares «guardianes» poseen cuatro cursos de
acción posibles:

1. Devolver y limitar: la alternativa del general Aramburu en


Argentina en 1955.
2. Devolver y ampliar: la alternativa del general Gursel en Tur-
quía en 1960.
3. Conservar y limitar: la alternativa del general Castello Bran-
co en Brasil en 1964.
4. Conservar y extender: la alternativa del general Perón en
Argentina.

En el pretorianismo masivo la intervención política de los


militares ocurre en contextos donde la participación a sectores
populares. Se caracteriza por la instauración de regímenes mili-
tares de larga duración y altamente represivos, donde se intenta
impedir el acceso al gobierno de representantes de sectores po-
pulares o excluirlos de las posiciones de poder conquistadas por
vía democrática o revolucionaria.

Cuadro N°65
Tipos de pretorianismo
Pretorianismo WĂƌƟĐŝƉĂĐŝſŶ Violencia Gobiernos Presencia militar
>ŝŵŝƚĂĚĂ͗
ŝǀŝůĞƐͬ
KůŝŐĄƌƋƵŝĐŽ ĐĂŵĂƌŝůůĂƐ͕ ŽŶƚĞŶŝĚĂ ƌĞǀĞ
ŵŝůŝƚĂƌĞƐ
ĐůĂŶĞƐ
džƚĞŶĚŝĚĂĂůĂƐ DŝůŝƚĂƌĞƐͬ ƉƌŽdžŝŵĂĚĂŵĞŶƚĞ
ZĂĚŝĐĂů DĞĚŝĚĂ
ĐůĂƐĞƐŵĞĚŝĂƐ ĐŝǀŝůĞƐ ƵŶĂŹŽ
ŵƉůŝĂĚĂĂ
ZĞŐşŵĞŶĞƐ
DĂƐŝǀŽ ůŽƐƐĞĐƚŽƌĞƐ ůĞǀĂĚĂ DƵĐŚŽƐĂŹŽƐ
ŵŝůŝƚĂƌĞƐ
ƉŽƉƵůĂƌĞƐ

Fuente: Pasquino (2011: 309)

Sociedades pretorianas, en sus distintas variantes, constitu-


yen sistemas expuestos a autoritarismos de distinta índole. Esta
proclividad no solo responde a factores internos propios de su

203
Marcelo Mella

desarrollo, sino también al papel de los actores dominantes o he-


gemónicos del sistema internacional durante el siglo XX. Samuel
Huntington señala, por ejemplo, para el caso de los militares
asociados al pretorianismo radical (guardianes):

Estados Unidos estimuló muchas veces el concepto


del guardián. A menudo se sintió muy feliz de que los
militares desalojasen a gobiernos que le desagradaban, y
luego conciliaba ese hecho con su conciencia democráti-
ca, para lo cual insistía en que los gobernantes militares
entregasen lo antes posible el poder a un nuevo gobierno
civil –presuntamente más seguro–, basado en elecciones
libres (1972: 205).

Pero, sin duda, en la explicación de la constelación de fac-


tores que propiciaron la aparición del nuevo autoritarismo en
América Latina (RBA o EBA), principalmente en los casos de
Argentina (1966 y 1976), Brasil (1964), Uruguay (1973) y Chile
(1973), los autores concuerdan en que la coyuntura previa se
encuentra marcada por una crisis política multinivel. Guillermo
O`Donnell distingue condiciones generales de funcionamiento
del capitalismo periférico y tendencias a la progresión o «escala-
da» de la crisis política. Entre los elementos que caracterizan la
disfunción del capitalismo periférico se cuentan:

1) pronunciadas fluctuaciones en el crecimiento agre-


gado del producto y de las principales ramas de la econo-
mía; 2) fuertes translaciones intersectoriales de ingreso; 3)
alta inflación, con tendencia crecientemente marcada, ade-
más, por pronunciadas fluctuaciones; 4) déficit de balanza
de pagos, con tendencia a precipitarse en crisis solo tempo-
rariamente aliviadas; 5) suspensión de inversiones directas
y préstamos externos a largo plazo, acentuada por masivos
egresos de capital; 6) tendencia declinante de la inversión
privada; y 7) importantes déficit fiscales, que realimentan
la inflación sin compensar, en la parte dedicada a inver-
siones públicas, la tendencia a la baja de las inversiones
privadas (1982: 47).

El mismo autor sostiene que la crisis política se expresa en


cinco niveles secuenciales en una escala progresiva, siendo cada
nivel un estadio más profundo o estructural de inestabilidad. La
creciente complejidad de las crisis en la escala del politólogo ar-
gentino supone que el primer estadio corresponde a la vulnerabi-

204
Elementos de Ciencia Política

lidad gubernamental y, el último nivel, a la crisis de dominación


social caracterizada por el debilitamiento de la subordinación
de los actores a normas e instituciones tradicionales. Los cinco
niveles de la crisis política, para este autor, son los siguientes:

1. Inestabilidad política y crisis de gobierno (poder institu-


cional expuesto y vulnerable frente a presiones de grupos)
(1982: 49).
2. Crisis de régimen (interpelación y presión para modificar me-
canismos de representación y desacuerdos «potencialmente
explosivos» entre las elites) (1982: 49-50).
3. Crisis de expansión de la arena política (interpelaciones a
clases dominantes por parte de actores sociales y políticos
con identidades conflictivas frente al sistema de dominación)
(1982: 50).
4. Crisis de acumulación (acciones de clases subordinadas que
son percibidas por la clase dominante como obstáculos al
funcionamiento de la economía y a la acumulación de capi-
tal) (1982: 50-51).
5. Crisis de dominación celular o social (comportamientos de
actores subordinados que ya no se ajustan a la mantención
del status quo y de las formas tradicionales de articulación
social) (1982: 51-52).

Para América Latina, especialmente en los casos anterior-


mente mencionados, tiene especial interés la instauración de los
regímenes cívico-militares o, en palabras de David Collier y Gui-
llermo O'Donnell, regímenes burocrático autoritarios (RBA).
Collier sostiene, comentando a O'Donnell, que los «aspectos
cruciales» para entender la especificidad de los RBA implican
tres dimensiones de la modernización socioeconómica (Cuadro
Nº 66); i) problemas de la industrialización en su fase avanzada,
ii) creciente activación política del sector popular y, iii) incre-
mento de la importancia de roles «tecnocráticos» (Collier, 1985:
30-36). Los problemas económicos de la fase inicial de indus-
trialización corresponden a la promoción de la industrialización
avanzada, a la capacidad de atracción de la inversión extranje-
ra y a la implementación de una política económica ortodoxa
(prosecución y profundización del capitalismo). La función del
sector popular en el proceso político se asocia a los procesos de
politización y activación previos y a la «brecha» entre deman-

205
Marcelo Mella

das y respuestas del sistema. El mayor control de los espacios


decisionales, por parte de grupos tecnócratas, se relaciona con la
capacidad de estos para configurar la «coalición golpista» y para
determinar, en la opinión pública, la amenaza de crisis.

Cuadro N° 66
Factores para el surgimiento de los Estados
burocrático autoritarios (EBA)

Fuente: Collier (1985: 34)

David Collier identifica un conjunto de factores denomina-


dos «variables de antecedentes» que permitirían explicar por
qué en ciertos países de América Latina se ha desarrollado el
EBA y, en cambio, en otros casos se ha presentado en forma
atenuada o derechamente no ha existido un tipo de régimen se-
mejante (Collier, 1985: 388-391). Este autor menciona tres va-
riables de antecedentes:

1. La disponibilidad de los recursos económicos especiales o


diversificados y el vacío entre demandas y realizaciones.
Se entiende que la disponibilidad de recursos (alta o baja) afec-
ta decisivamente la brecha entre demandas sociales y capacidad
de respuesta del sistema político. En América Latina los ingresos
superiores por concepto de petróleo, en Venezuela, como así tam-
bién los modelos de desarrollo más integradores de Colombia y
México (populistas) posibilitaron articular verticalmente intereses
y atenuaron la brecha entre expectativas y capacidad de respuesta

206
Elementos de Ciencia Política

del sistema. Sin embargo, esta brecha parece ser bastante mayor
en el caso de los restantes países del Cono Sur como Argentina,
Brasil, Chile y Uruguay, en los que existió baja disponibilidad de
recursos especiales o diversificados.

2. La fuerza política del sector popular y la crisis política y


económica.
Esta variable designa el nivel (alto, moderado o bajo) de
activación política del sector popular a partir de la magnitud
de la crisis política y económica del sistema. Para los casos de
Venezuela, Colombia y Brasil, se puede sostener que estos paí-
ses poseen sectores populares con fuerza moderada a baja. En
cambio, los casos de Argentina, Chile y Uruguay presentan una
combinación de activación del sector popular con actores posee-
dores de gran poder de movilización y recursos económicos más
limitados, situación que agrava la crisis política y económica.

3. Percepción de amenaza por cambio de régimen, reorienta-


ción de las políticas públicas y supervivencia del sistema.
Este último factor consiste en el grado (alto, moderado o
bajo) en que la alta burguesía financiera, los tecnócratas y la
clase media se sienten amenazados en su propósito de mantener
el orden político y económico. Para determinar la percepción
de amenaza de estos actores, Collier considera como un factor
importante el impacto simbólico de la Revolución Cubana en los
sistemas políticos latinoamericanos.

Para Guillermo O`Donnell, la aparición de los nuevos au-


toritarismos en América Latina, especialmente en su forma de
EBA, tienen como factor común no solo la falta de consistencia
y sincronía de la modernización económica y política, sino tam-
bién cierto nivel de oposición «estructural» entre ambas caras
del proceso en sociedades dependientes. En esta perspectiva, di-
cho autor define al RBA (o Estado burocrático autoritario, EBA)
como un fenómeno político multifactorial a partir de los siguien-
tes rasgos:

1. Base social del régimen compuesta por una burguesía oligo-


pólica y transnacional.
2. Función central de especialistas en coerción y militares.

207
Marcelo Mella

3. Exclusión de sectores populares.


4. Abolición de instituciones democráticas y derechos de ciu-
dadanía.
5. Profundización de las desigualdades en los procesos distribu-
tivos bajo contextos de economías capitalistas.
6. Transnacionalización de la estructura productiva.
7. Patrón de despolitización en base a extensión de racionali-
dad técnica.
8. Mecanismos de representación que excluyen a sectores po-
pulares e incluyen a Fuerzas Armadas y grandes intereses
corporativos oligopólicos (O'Donnell, 1979: 291-194, Pas-
quino, 2011: 311).

No obstante, se evidencian al menos dos interrogantes que


produjeron polémica entre los especialistas durante la década de
1980: por una parte, dilucidar si el concepto de Estado burocrá-
tico autoritario (EBA) es equivalente al de régimen burocrático
autoritario (RBA) y, en segundo término, explicar el proceso po-
lítico de los casos anómalos donde no se ha desarrollado el EBA.
En la discusión experta, autores como Guillermo O'Donnell
entienden que existe cierta equivalencia entre EBA y RBA, toda
vez que el primer término abarca tanto las coaliciones que ha-
cen posible una determinada fórmula de dominación como al
sistema legal e institucional. Otros autores, como David Collier
o Julio Cotler, rompen con esta equivalencia semántica, porque
es posible identificar en América Latina coaliciones que dan for-
ma a un EBA y sus correspondientes políticas pública sin que se
manifieste institucionalmente como RBA (por ejemplo, México).
Otros autores, como Cardoso y Kaufman, concuerdan en que el
autoritarismo burocrático es más bien una forma de régimen y,
por tanto, debe incluir casos donde, no necesariamente, exista
la coalición de respaldo entre alta burguesía, tecnócratas y clase
media, como es el caso de Perú post 1968.
Por otra parte, si se utiliza el concepto de autoritarismo bu-
rocrático en sentido estricto, se debe explicar los factores que
permiten entender el desarrollo de los casos anómalos donde no
se ha desarrollado el EBA. Julio Cotler (1985) se ha dedicado a
la tarea de explicar el desarrollo de las economías de enclave,
especialmente centrado en los casos de México y Perú. Para este
autor las diferencias producidas a nivel del avance en el proceso
de desarrollo, impacto del populismo, carácter de la «clase do-

208
Elementos de Ciencia Política

minante nacional» y los tipos de demandas de los actores reivin-


dicativos, explicarían por qué en estos sistemas no ha sido posi-
ble el desarrollo del autoritarismo burocrático simultáneamente
como forma de Estado y régimen en los años sesenta y setenta.
La explicación general señala que las economías de enclave se
caracterizarían por un notorio retraso en las reformas estruc-
turales que posibilitan la polarización del sistema político y el
surgimiento de actores de orientación revolucionaria. Por otra
parte, se observa una marcada diferencia entre los sistemas polí-
ticos más avanzados del Cono Sur, donde se desarrolla una clase
dominante nacional autónoma; y los sistemas de enclave donde
la clase dominante mantiene relaciones clientelares de subordi-
nación con el capital extranjero.

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209
Marcelo Mella

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Transición desde el autoritarismo


La ciencia política, durante las décadas de 1980 y 1990 ha es-
tudiado el fenómeno de las transiciones desde el autoritarismo
principalmente a partir de tres grandes ideas: i) en determinada
coyuntura del EBA se produce una condición de alta flexibilidad
institucional que permite sustituir reglas del juego y adecuarlas

210
Elementos de Ciencia Política

a los nuevos equilibrios de poder; ii) esta coyuntura se trata de


un momento caracterizado por altos niveles de incertidumbre
respecto del resultado del proceso y iii) analíticamente, este pro-
ceso es separable de la consolidación democrática. Como deno-
minador común, los estudios de corriente principal sobre el tema
privilegiaron una perspectiva «estratégica» o «interaccionista»
que en lo general, revalorizaron el papel de los actores y sus
elecciones situados en contextos específicos (enfoques de agencia /
iÃÌÀÕVÌÕÀ>®Ê­*ÀâiܜÀΈ]Ê£™™x®°Ê
Recogiendo estos elementos, Leonardo Morlino define los
procesos de transición como:

el periodo ambiguo o intermedio en el que el régi-


men ha abandonado algunas características determinan-
tes del ordenamiento institucional anterior sin haber ad-
quirido todas las características del nuevo régimen que
se va a instaurar. Se configura así un periodo de fluidez
institucional en el que todavía se enfrentan las distintas
soluciones políticas apoyadas por los actores presentes
en liza (2009: 94).

Al igual que en el caso anterior, cuando el tránsito es desde


la democracia al autoritarismo los procesos de retorno a la de-
mocracia desde los regímenes autoritarios están marcados por la
crisis y el «empate estratégico» entre dos o más fuerzas, donde
ninguna de ellas se impone fácilmente a la otra pero, claramente,
el sistema saliente ha perdido sus características más fuertes y
típicas. Morlino sostiene que existen diversas «modalidades» de
transición hacia la democracia que definen las especificidades del
proceso en cuestión. Ellas son: a) continuidad / discontinuidad,
b) participación, c) violencia, y d) duración (Morlino, 2009: 95).

Dimensiones de la transición democrática (Morlino, 2009: 95).


1. Continuidad / discontinuidad: actores, reglas e instituciones.
2. Participación: baja / alta.
3. Violencia: baja / alta.
4. Duración: breve / larga.

Un primer escollo que enfrentan las investigaciones sobre di-


námicas transicionales consiste en la explicación del origen del
«ÀœViÜ°Ê`>“Ê*ÀâiܜÀŽˆÊÜÃ̈i˜iʵÕiÊ՘>ÊVœ˜ÃÌ>˜ÌiÊ`iʏœÃÊÀi-

211
Marcelo Mella

gímenes autoritarios es que no toleran actores u organizaciones


que representen, de manera autónoma, intereses de la sociedad
­*ÀâiܜÀΈ]Ê£™™x\ʙ£‡™Ó®°Ê*œÀÊiÃÌ>ÊÀ>❘ÊÀiÃՏÌ>ÊVœ“«iœÊi˜-
tender por qué un gobierno autoritario tendría buenas razones
para aumentar su tolerancia frente a la oposición e iniciar algún
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rales en relación a este punto: i) la liberalización podría surgir
de una fragmentación del bloque de poder autoritario (por ejem-
plo, Hungría); y ii) la liberalización surge desde abajo, gatillada
por una creciente oleada de movilización social (por ejemplo,
RDA). Incluso un mismo caso puede ser objeto de interpreta-
ciones antagónicas como ocurre con la liberalización brasileña,
donde diferentes autores utilizan factores dicotómicos para ex-
plicar el inicio del proceso (por ejemplo, F. H. Cardoso sostiene
que la «distención» política es resultado de una división dentro
del estamento militar; mientras Bolivar Lamounier cree que esta
coyuntura es precipitada por la movilización social). Este au-
tor sostiene que en la práctica, tanto la fragmentación de los
grupos de apoyo al régimen autoritario, como la movilización
social, tienden a reforzarse mutuamente para gatillar el inicio de
>ÊÌÀ>˜ÃˆVˆ˜Ê­*ÀâiܜÀΈ]Ê£™™x\ʙ{‡™x®°
Frente a la pregunta de si existe una teoría de la transición
a la democracia, tanto O`Donnell como Morlino piensan que la
respuesta es negativa, debido a que la reflexión sobre estos pro-
cesos no alcanzó la sistematicidad y el nivel de hallazgos necesa-
rios para constituirse como tal. Se ha sostenido que no existe una
teoría general de la transición o la instauración democrática por-
que la producción intelectual sobre el tema adolece de generali-
dad, o porque sus conclusiones no superan la validez regional.
Se argumenta, además, que para disponer de una teoría ge-
neral de la transición y de las instauraciones democráticas esta
debiera apoyarse en una teoría del cambio institucional. Los ma-
yores desarrollos en este ámbito corresponden a los trabajos de
Paul Pierson referidos a la path dependence, sin embargo, tal
como lo menciona Morlino, dicha teoría estaría más enfocada a
explicar la continuidad institucional y no sus rupturas. A juicio
de este último autor, la path dependence se distingue por las si-
guientes ideas centrales:

…es particularmente relevante tener en cuenta los


tiempos y las secuencias de los acontecimientos; una am-
plia gama de efectos sociales suele ser posible partiendo de

212
Elementos de Ciencia Política

causas análogas; consecuencias importantes pueden ser el


resultados de eventos menores y contingentes; determina-
das direcciones de acción, una vez tomadas, son difíciles
o imposibles de modificar, aunque las consecuencias sean
evidentemente desastrosas; el desarrollo político se carac-
teriza por momentos y coyunturas críticas que definen as-
pectos fundamentales de la vida social; y, finalmente, la po-
lítica se distingue por una alta densidad institucional, por
el papel central de la acción colectiva, por la complejidad y
la opacidad, pero también por un horizonte temporalmen-
te limitado de los políticos y de la fuerza de inercia de las
instituciones (Morlino, 2009: 111).

Sin embargo, parece complejo requerir de la «transitología»


teorías de amplio espectro cuando la cantidad y complejidad
de la evidencia, así como la multiplicación de los casos, dificul-
tan el logro de este objetivo, no solo respecto de la transición,
sino también en relación a otras agendas de investigación. Una
muestra de esta creciente dificultad para validar enunciados con
forma de leyes o teorías de amplio espectro ha sido presentada
por Jon Elster en su libro Tuercas y tornillos, donde elabora una
defensa de la explicación a través de «mecanismos».
Al menos habría que estar de acuerdo con que los estudios
sobre la transición a la democracia logran construir algunas con-
vergencias y claridades sobre la genética del proceso, por ejem-
plo, en los casos de Samuel Huntington y Guillermo O`Donnell.
Huntington consigue identificar cinco metaprocesos (observa-
bles a nivel internacional) que facilitan el paso de sistemas auto-
ritarios a sistemas democráticos, los cuales, pensados de manera
agregada, generan la llamada tercera ola democratizadora. Estos
cinco metaprocesos son los siguientes:

1) la profundización de los problemas de legitimación


para los regímenes autoritarios precedentes, como conse-
cuencia de los resultados negativos de las políticas públi-
cas; 2) el crecimiento económico global sin precedentes
en los años sesenta; 3) los fuertes cambios en la doctrina
y la actividad de la Iglesia Católica después del Concilio
Vaticano II; 4) los cambios en las políticas exteriores de
algunos actores, desde los Estados Unidos a la Unión Eu-
ropea y la Unión Soviética de Gorbachov, con su posterior
desmembramiento; 5) un elevado efecto demostrativo de
los medios de comunicación (Morlino, 2009: 113).

213
Marcelo Mella

Por su parte, Guillermo O`Donnell construye su explicación


de la genética de las transiciones pensando en factores internos
vinculados a la racionalidad de los actores estratégicos que par-
ticipan del proceso, ya sea en la coalición autoritaria como en
la coalición opositora. O`Donnell define la transición como el
intervalo de tiempo entre un régimen político y otro, siendo ca-
racterístico de este proceso el que las reglas del juego no estén
completamente definidas. Entendida de esta manera, la transi-
ción es un momento en el que se extiende la incertidumbre e
indeterminación entre los antagonistas que se posicionan como
actores claves «tanto respecto de sus intenciones inmediatas
como más aún, respecto de las consecuencias de mediano y largo
plazo» (O`Donnell, 1988: 106).
De acuerdo al autor: «No se trata solo de que los actores se
sientan inseguros respecto de la identidad, recursos y propósitos
de aquellos con los que está jugando la partida en el periodo de
transición: también son (o deben ser) conscientes de que sus con-
frontaciones momentáneas, soluciones expeditivas y transaccio-
nes contingentes son, de hecho, reglas definitorias que pueden te-
ner un efecto duradero (pero en gran medida impredecible) sobre
el modo en que se jueguen en el futuro el juego político normal, y
sobre quienes habrán de jugarlo» (O`Donnell, 1988: 106).
En base a estos supuestos, la transición se iniciaría cuando se
conjugan dos condiciones:

1. Debe existir una fragmentación, tanto en los grupos de apo-


yo del régimen burocrático autoritario (RBA), como en los
grupos de apoyo a la oposición. Para producir la transición,
los grupos de apoyo al RBA se dividirán en duros (partida-
rios del status quo) y blandos (partidarios de la liberalización
y apertura del régimen). Por su parte, los grupos que confor-
man la oposición deben dividirse en moderados (reformistas
partidarios de negociar con el RBA) y radicales (revoluciona-
rios partidarios de la no cooperación con el RBA).
2. Los grupos blandos del RBA y moderados de la oposición deben
transformarse en actores hegemónicos en cada uno de los sectores.

214
Elementos de Ciencia Política

Cuadro Nº 67
Lógica del proceso de transición pactada

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Fuente: Elaboración propia a partir de O'Donnell

De presentarse ambas condiciones existirá una alta probabi-


lidad de que se genere un proceso de transición pactada (blandos
más moderados: escenario 3,3). No obstante, O'Donnell previe-
ne de representar artificialmente la transición como un proceso
ordenado y racional, en el sentido de ser una transformación
predecible en base al supuesto de la racionalidad de los actores;
utilizando su metáfora del «partido de ajedrez»:

…el riesgo de recurrir a esta analogía del ajedrez es


que el lector imagine que concebimos el proceso de tran-
sición como un proceso cerebral y ordenado, en el que
participan caballeros decorosos y cordiales. Le pedimos
más bien que evoque una imagen más tumultuosa e im-
pulsiva de la contienda, en la cual los individuos cambian
las reglas en cada una de sus movidas, avanzan a los em-
pellones tratando de acercarse al tablero, lanzan esten-
tóreos avisos y amenazas desde los costados, y tratan de
engañar a los otros toda vez que pueden –pese a lo cual,
el drama ejerce una atracción cada vez más hipnótica so-
bre quienes participan en él o lo observan, y poco a poco
se ven comprometidos a jugar en forma más decorosa y
a respetar lealmente las reglas que ellos mismos han crea-
do– (O`Donnell, 1988: 107).

La obra Transiciones desde un gobierno autoritario de


O`Donnell, Schmitter y Whitehead (1988) ha sido, quizás, el
trabajo más influyente en términos académicos, como también
en términos político-prácticos, para América Latina. De este
trabajo, centrado en el análisis de casos con pretensión com-
parativa, se puede señalar que existen un conjunto de ideas
que nacen de la observación comparada de los procesos y que
devienen en dogmas políticos durante un lapso de tiempo con-
siderable. Estas creencias se transforman, durante las décadas
de los ochenta y noventa, en los dogmas que definen lo posible
en la política transicional de la región. Las principales ideas

215
Marcelo Mella

de estos autores son las siguientes: i) la relevancia del carácter


del régimen autoritario saliente respecto de la dinámica tran-
sicional, ii) la función de los pactos entre las elites para definir
reglas del juego, iii) el papel limitado de los partidos políticos
en el proceso de cambio de régimen y, iv) la incertidumbre que
caracteriza al proceso (Morlino, 2009: 112).
Si bien es cierto que en el trabajo citado de O`Donnell, Sch-
mitter y Whitehead se hace referencia a los pactos que fun-
dan la transición como «acuerdos contingentes», otros autores
sitúan su valor como condición principal del proceso consi-
derando la experiencia «exitosa» de las llamadas transiciones
pactadas. Por ejemplo, Jon Elster y Steven Holmes en Constitu-
cionalismo y democracia (Elster y Slagstad, 1999: 31-48 y 49-
88) sostienen que los pactos son indispensables para la correcta
implementación de un cambio de régimen. De acuerdo a ellos
las transiciones pactadas tienen tres características:

1. Limitan la agenda en temas políticos que generan conflictivi-


dad, mecanismo conocido como «regla mordaza».
2. Los actores comprometidos con el proceso comparten pro-
porcionalmente los beneficios, efectos garantizados por me-
canismos como el diseño del sistema electoral y el estableci-
miento de una «cláusula umbral» temporalmente alta.
3. El proceso, por su propio diseño, restringe la participación de
extraños que no están comprometidos con la lógica reformista.

Aunque para Leonardo Morlino no existe una teoría general


de la transición, nuestra creencia es que este autor no se ha des-
prendido de la imagen de aquellas explicaciones de largo alcance
que cada vez son menos frecuentes en las ciencias sociales, o bien,
no comprende cabalmente el valor de una explicación de corto
o mediano alcance como la propuesta por O`Donnell, Schmitter
y Whitehead. En este punto, no nos parece razonable esperar
que una teoría de la transición provea claridades teleológicas
como precondición para existir, especialmente considerando la
gran cantidad de datos y evidencia histórica de la que se dispone.
Por otra parte, nos parece perfectamente posible que la teoría del
path dependence pueda ser utilizada para esclarecer los procesos
transicionales, máxime cuando los procesos en cuestión poseen
una fuerte tendencia a la continuidad institucional.

216
Elementos de Ciencia Política

Gobernabilidad
Aunque el problema de la gobernabilidad atañe a cualquier tipo
de régimen, en este apartado se discutirá exclusivamente acer-
ca de la gobernabilidad democrática. El pensamiento sobre la
gobernabilidad democrática en América Latina surge acompa-
ñado por la preocupación de instituciones internacionales por
fortalecer los procesos transicionales en la región. La experiencia
internacional ha mostrado que el camino de la transición está
«Àiš>`œÊ`iÊ>“i˜>â>ÃÊÞÊÀi}ÀiȜ˜iðÊ*ÀâiܜÀΈʭ£™™x®Ê…>ÊÜÃ-
tenido que el desmoronamiento de una dictadura no garantiza
la llegada y consolidación de la democracia. En palabras de este
autor, el deterioro y la caída de un régimen autoritario pueden
generar procesos de recomposición, como en el caso de Brasil
en 1964, Checoslovaquia en 1978 o Polonia en 1981; o puede
propiciar la llegada de una nueva dictadura, como ha ocurri-
`œÊi˜ÊÀ?˜]Ê,Փ>˜ˆ>ʜÊÀ}i˜Ìˆ˜>Ê`iëÕjÃÊ`iÊ£™ÇÈÊ­*ÀâiܜÀΈ]Ê
1995: 86-87). Durante los años ochenta y noventa proliferaron
los estudios acerca de las condiciones para generar el cambio de
régimen de manera apropiada, en especial, considerando la necesi-
dad de desactivación de las amenazas de regresión autoritaria y la
necesidad de redefinir el horizonte de lo «políticamente posible».
Desde una perspectiva aún más general, los estudios sobre la
gobernabilidad democrática surgen en el contexto de la «agudi-
zación de situaciones de crisis en los sistemas políticos» durante
las décadas de 1960 y 1970 (Alcántara, 1994: 8). La extensión
de la experiencia política de crisis en los gobiernos y sistemas po-
líticos se produce en este período, básicamente, por dos factores:
i) el desempeño de gobiernos en contextos de alta complejidad
estratégica (por ejemplo, procesos transicionales); y ii) el deterio-
ro de las funciones estatales por sobrecarga de demandas.
Por estos motivos, creemos que el primer momento en el
desarrollo de la noción de gobernabilidad democrática tuvo un
carácter marcadamente conservador. Se entendía que la gober-
nabilidad democrática estaba supeditada a la preservación de
aquellas condiciones que permitían la estabilidad política y la
efectividad de la acción gubernamental.
El Banco Mundial, entre otras organizaciones internaciona-
les, elaboró un enfoque para medir la gobernabilidad en pers-
pectiva comparada durante este periodo. Los indicadores desa-
rrollados han permitido medir la gobernabilidad democrática en
perspectiva comparada y generar diagnósticos para la toma de

217
Marcelo Mella

decisiones y la elaboración de políticas en los diferentes casos


nacionales. Para esta institución las dimensiones que permiten
analizar la gobernabilidad son seis:

1. Voz y rendición de cuentas: incluye indicadores que miden


libertades civiles y derechos políticos, así como la cantidad
de ciudadanos que pueden participar en la selección de sus
representantes.
2. Estabilidad política y ausencia de violencia: se combinan va-
rios indicadores que miden las percepciones sobre la posibi-
lidad de que el gobierno actual pueda ser desestabilizado o
derrocado por un medio inconstitucional y/o violento, inclu-
yendo violencia nacional o terrorismo.
3. Efectividad del gobierno: combina respuestas sobre la calidad
de los servicios públicos que brinda el Estado, la calificación
de la burocracia, la competencia de los funcionarios públicos,
la independencia del trabajo público a presiones políticas y la
credibilidad de los compromisos gubernamentales.
4. Calidad regulatoria: ofrece indicadores sobre la incidencia
de políticas contrarias al mercado como el control de pre-
cios, la inadecuada supervisión de la banca y la imposición
de cargas por una regulación excesiva en algunas áreas como
el comercio exterior y el desarrollo comercial, entre otras.
5. Imperio de la ley: incluye indicadores sobre la confianza de
los ciudadanos en sus representantes y qué tanto acatan las
reglas de la sociedad en que viven. Este índice también mide
la percepción sobre la incidencia del crimen, la efectividad y
predictibilidad del poder judicial y la capacidad para hacer
cumplir los contratos.
6. Control de la corrupción: mide la percepción de la corrup-
ción, que convencionalmente se ha definido como el ejercicio
del poder público para beneficio propio.

Desde un punto de vista teórico, encontramos una amplia


variedad conceptual para el estudio de la gobernabilidad, desde
aquellos enfoques que la definen como una capacidad guberna-
mental (gobernabilidad desde arriba) a aquellos que la definen
como una capacidad de la sociedad (gobernabilidad desde abajo)
(Alcántara, 1994: 7-13). Los autores situados en el primer polo

218
Elementos de Ciencia Política

(gobernabilidad como función de gobierno) relevan el control


del gobierno o el régimen político por sobre la participación y la
legitimidad institucional, centrando su mirada en el diseño ins-
titucional que mejor contribuya a generar capacidades guberna-
mentales para la preservación de la estabilidad y la mantención
del status quo. En cambio, los autores ubicados en el segundo
polo (gobernabilidad como poder social) tienden a dar mayor
importancia a la legitimidad, la participación y la construcción
de confianza, lo que, hasta cierto punto, descuida el debate sobre
el desempeño institucional, concentrándose en la capacidad de
generar poder desde la base social.
Como representante del primer enfoque, Ángel Flisfisch (1989)
define la gobernabilidad como la calidad de la acción gubernamen-
tal medida a través del tiempo. De acuerdo a este autor, la calidad
de la acción gubernamental se mide por tres criterios básicos:

1. Primer criterio: oportunidad de las medidas, esto es, que las


decisiones políticas sean tomadas a tiempo por el gobierno. No
basta con que las decisiones respondan a los problemas, tam-
bién resulta relevante, para estos efectos, el tiempo de respuesta.
2. Segundo criterio: eficacia de las medidas, vale decir, que las deci-
siones políticas generen respaldo social y legitimidad traducida
en apoyos electorales. Este criterio consiste en la capacidad del
gobierno para transformar los procesos de implementación de
políticas en adhesión social o, mejor aún, en intención de voto.
3. Tercer criterio: congruencia entre las políticas, esto es, que
las decisiones políticas no sean contradictorias entre sí y se
encaminen a objetivos comunes. Alude a la necesidad de arti-
cular adecuadamente los procesos decisionales a nivel de go-
bierno, estableciendo mecanismos efectivos de distribución
de información dentro del poder ejecutivo y sincronizando
las agendas de las diferentes reparticiones ministeriales.

En una posición más intermedia que Ángel Flisfisch, Edgardo


Boeninger (1997) señala que la gobernabilidad es la capacidad de
un sistema para garantizar, mediante ciertos pactos consociativos,
estabilidad política, progreso económico y paz social. En la lógica
de Boeninger, el sistema político se desarrolla convenientemente
cuando existe en la clase política la capacidad de construir acuer-
dos, convirtiendo a la política en un campo de racionalidad y cál-
culo estratégico por completo ajeno al mundo de las pasiones.
Obviamente, la dimensión conflictual o agonal queda fuera de lo

219
Marcelo Mella

políticamente conveniente y representa un fenómeno de descom-


posición o retraso institucional. El fundamento de esta forma de
entender la buena política se apoya en la necesidad de despolitizar
los conflictos, sobre la base de que el desarrollo institucional solo
sería posible en condiciones de estabilidad y orden.
Concordante con la idea de gobernabilidad de Boeninger, fo-
calizada en los pactos de la elite, Michael Coppedge, (1994a) de-
fine la gobernabilidad como la capacidad de los grupos política-
mente estratégicos para comprometerse en algún tipo de arreglo
institucional para dirimir sus diferencias. Conforme a este autor,
la gobernabilidad se construye mediante compromisos de los ac-
tores estratégicos para construir mecanismos y procedimientos
que permitan dar por zanjados los conflictos. El concepto de
gobernabilidad de Coppedge guarda relación con los modelos
neocorporativos de articulación de intereses, como es el caso de
Phillipe Schmitter y su hipótesis sobre las coaliciones fundantes
de los procesos transicionales. Para Schmitter estas coaliciones
se originan en la agregación de intereses de los distintos actores
políticos y sociales que poseen un papel activo durante la tran-
sición. Los «pactos» constituyen el resultado de negociaciones
formales o informales y sus principales objetivos son: reducir la
competitividad y el conflicto, controlar la agenda, modificar las
relaciones de poder y explicitar un compromiso absoluto con el
régimen democrático (Morlino, 2009: 99-100).
Finalmente, en la posición que aborda el estudio de la
gobernabilidad «desde abajo», Amparo Menéndez Carrión
(1991) entiende la gobernabilidad como la capacidad para
producir poder por parte de la sociedad civil en base a dos
mecanismos: 1) sometimiento del gobierno al control social y
2) regulación cotidiana de la convivencia. Esta autora entiende
que la gobernabilidad se construye «desde abajo» mediante la
capacidad de los actores sociales para construir relaciones de
confianza, convertirse en actor con capacidad de veto y obligar
al gobierno a la rendición de cuentas.
No cabe duda que la tipología anterior posee una ventaja di-
dáctica innegable para entender los énfasis conceptuales de cada
autor, sin embargo, dicotomizar las posiciones teóricas parece
un grueso error. Resulta evidente que el concepto de gobernabi-
lidad, más allá de la condición ideológica del enunciante o de las
macro-estrategias de las que forma parte, es un concepto com-
plejo que alude a una capacidad de gobierno, al mismo tiempo

220
Elementos de Ciencia Política

que a las condiciones sociales y políticas que la hacen posible.


Es decir, no se puede comprender suficientemente en qué consis-
te dicha «capacidad de gobierno» si no se analiza, primero, en
relación a la función de los actores estratégicos o jugadores con
capacidad de veto y, segundo, considerando el grado de acata-
miento y respaldo frente a las decisiones gubernamentales. Xa-
vier Arbós y Salvador Giner (1993), buscando un concepto más
comprensivo de gobernabilidad, señalan:

La gobernabilidad es la cualidad propia de una comu-


nidad política según la cual sus instituciones de gobierno
actúan eficazmente dentro de su espacio de un modo con-
siderado legítimo por la ciudadanía, permitiendo así el
libre ejercicio de la voluntad política del poder ejecutivo
mediante la obediencia cívica del pueblo (1993: 13).

A juicio de Arbós y Giner, la gobernabilidad debe ser ana-


lizada considerando cuatro dimensiones que integran las pers-
pectivas presentadas anteriormente por Flisfisch, Coppedge y
Menéndez-Carrión:

1. El dilema legitimidad / eficacia.


2. Las presiones y demandas del gobierno.
3. La reestructuración corporativa de las sociedades contem-
poráneas.
4. Los efectos del cambio tecnológico.

El cuadro que sigue (Cuadro Nº 68) muestra alternativas de


incorporación de actores con veto social frente a procesos de po-
lítica pública. Como se podrá apreciar, existe una escala de cua-
tro niveles de empoderamiento de actores colectivos de acuerdo
a los cuatro tipos de gobernabilidad descritos, de menor a ma-
yor: i) gobernabilidad mayoritaria, ii) gobernabilidad mayorita-
ria antagónica, iii) gobernabilidad neocorporativa mayoritaria y
iv) gobernabilidad neocorporativa consensuada (Vargas, Leinius
y Pietri, 2007: 205-207).

1. Gobernabilidad mayoritaria: los grupos de interés no tienen


capacidad de veto social ni de definición de agenda, por tan-
to, el gobierno ignora a la oposición social extraparlamenta-
ria y se producen sistemáticamente fenómenos de criminali-
zación de la protesta social. En este esquema el supuesto es

221
Marcelo Mella

que los actores sociales son pasivos y no disponen de capaci-


dad de reacción frente a la acción del gobierno. El resultado
de esto es que la oposición extraparlamentaria queda total-
mente excluida de la toma de decisiones.
2. Gobernabilidad mayoritaria antagónica: el poder de defini-
ción de agenda pertenece exclusivamente al gobierno y los
grupos de interés poseen capacidad de veto social, sin em-
bargo, quien toma las decisiones no concede espacios de par-
ticipación efectivos generando un conflicto abierto. Debido
a que este modelo no considera mecanismos efectivos para
que los actores sociales ejerzan el veto social, posibilita la ac-
tivación de estos a través de la reacción con uso de la fuerza
y diversos niveles de conflictividad social.
3. Gobernabilidad neocorporativa mayoritaria: el poder de de-
finición de agenda es exclusivo del gobierno, lo que supo-
ne que la participación de los actores sociales y grupos de
interés solo se materializa cuando la exclusión del proceso
es costosa o insostenible para quien toma las decisiones. En
esta estrategia se trata de posibilitar la participación de los
actores sociales a posteriori con el objeto de contener o ad-
ministrar la conflictividad social.
4. Gobernabilidad neocorporativa consensuada: el poder es com-
partido entre el gobierno y los grupos de interés, lo que significa
que estos actores participan desde el inicio del proceso, gene-
rando altos niveles de compromiso con la toma de decisiones.
En relación a la oportunidad de ejercicio del veto social, se bus-
ca construir deliberación y negociación efectiva entre el gobier-
no y los actores sociales. A nivel de resultado del proceso, este
modelo de gobernabilidad se orienta a construir compromisos
y pactos con la oposición extraparlamentaria.

222
Cuadro N° 68
Gobernabilidad y actores con veto social
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Elementos de Ciencia Política


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223

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Fuente: Vargas, Leinius y Pietri (2007)


Marcelo Mella

Como el presente trabajo busca relevar la dimensión social en


el análisis de la ciencia política, resulta indispensable considerar la
incidencia de nuevos actores sociales con capacidad de influencia
sobre la toma de decisiones gubernamentales. El cambio de pers-
pectiva conduce a revalorizar a los actores o jugadores con veto
social no solo como factores de inestabilidad política e ingoberna-
bilidad, sino más bien, como factores coadyuvantes del proceso de
políticas y de la consolidación democrática.
Este es el caso del análisis realizado por Ludolfo Paramio (2011)
para esclarecer el papel de las clases medias en el mantenimiento
o quiebre de la gobernabilidad en América Latina. Por cierto esta
perspectiva, además del valor concerniente a la renovación de la
práctica disciplinar, posee un interés especial en sociedades como
las latinoamericanas, que participan con mayor o menor intensidad
de los procesos de modernización. El estudio de las clases medias
y su relación con el desempeño de las instituciones políticas consti-
tuye una ampliación de la perspectiva analítica, elaborada cuando
los estudios centrados en la perspectiva institucional ya no logran
explicar satisfactoriamente la nueva inestabilidad de los gobiernos
desde la década de 1990. Al mismo tiempo, cabe señalar que la bús-
queda de una explicación que incorpore componentes «sociales» se
realiza en el contexto de importantes debates sobre la viabilidad y
pertinencia del concepto de clase; de la constatación de la nueva po-
larización social producida por el modelo económico de mercado
y por el crecimiento de los sectores medios, fenómeno que ocurre
en paralelo al surgimiento de segmentos de nueva pobreza en todo
el Cono Sur. En consecuencia, lo que para algunos practicantes del
institucionalismo más estrecho pudiera parecer una regresión disci-
plinar hacia lo social y económico, también puede ser visto como la
formulación de una mirada más compleja y comprensiva.
Si la función política de la clase media fuera realmente la que
describe la «perspectiva clásica» desde Aristóteles a Seymour
Martin Lipset, donde estos grupos son siempre un factor de mo-
deración del juego político, su impacto en la gobernabilidad se-
ría claro e indiscutible: las clases medias serían un factor de esta-
bilidad institucional. Pero la realidad supera en complejidad a la
teoría y, durante la segunda mitad del siglo XX, las clases medias
latinoamericanas desempeñaron papeles diferentes, hasta con-
tradictorios. Ludolfo Paramio (2011) sostiene que la experiencia
latinoamericana respecto de la participación de las clases medias
en los procesos políticos de las décadas recientes dista de lo es-

224
Elementos de Ciencia Política

tablecido por la teoría clásica. Por una parte, es posible advertir


claramente en estos grupos una función orientada a la defensa de
los intereses de la oligarquía apoyando los regímenes burocráti-
co autoritarios en aquellos casos donde existió una percepción
de amenaza por los proyectos populares del período. Así ocurrió
en los quiebres democráticos de Chile, Uruguay, Argentina y,
más moderadamente, Brasil. En cada uno de estos casos, aunque
con distinta intensidad, las clases medias se movilizaron a favor
de la ruptura del orden institucional y la llegada de los militares
al poder. Sin embargo en otros casos, como lo ocurrido en Méxi-
co desde inicios de la década de 1980, las clases medias desempe-
ñan el papel de agentes proclives al status quo y al inmovilismo
institucional. A pesar de las severas crisis de 1982 y 1994, las
clases medias mexicanas generan una fuerte aversión al riesgo
por el cambio de políticas de los gobiernos del PRI, razón por la
cual Soledad Loaeza afirma que la gradual inclinación de estos
grupos por la transición y la democratización debe ser entendida
como una fórmula para reducir la incertidumbre y discrecionali-
dad frente al manejo económico (Paramio, 2011: 152-154).
Una condición que favorece el apoyo de las clases medias a la
estabilidad institucional, a juicio de Paramio, es la ampliación de
este sector en base a la formación de una clase media baja produc-
to de la movilidad ascendente de grupos de antiguos pobres. Si se
examina la situación de Brasil y Venezuela en los últimos años se
podrá coincidir en que, para gran parte de las clases medias vene-
zolanas, el presidente Chávez es visto como una amenaza, tanto
en lo concerniente a un eventual deterioro económico como en lo
que concierne a los valores políticos tradicionales. En el caso de
Brasil, en cambio, la clase media pasó del 38 % al 47 % en pocos
años, generando una alta adhesión al Partido de los Trabalhado-
res y al presidente Lula (Paramio, 2011: 13-14).
En sentido contrario, la actitud de distanciamiento político
de la clase media se basa en la percepción de amenaza de este
sector referida a la preservación de su estilo de vida tradicional,
entendida como continuidad en la situación económica y en los
valores dominantes. Dicha situación se aprecia en Bolivia entre
la clase media blanca, que expresa oposición a Evo Morales por
el intento de captura de las instituciones republicanas por parte
del gobierno del MAS. Como contrapartida, la clase media chola
preferentemente respalda la administración del presidente Mo-
rales (Paramio, 2011: 15). Similar situación a la que ocurre en

225
Marcelo Mella

Bolivia con los sectores medios blancos, sucede con el rechazo


de la clase media al presidente Lucio Gutiérrez de Ecuador, cuyo
liderazgo apareció sustentado en un conjunto de pactos informa-
les con Abdalá Bucaram (Paramio, 2011: 16).

Consolidación democrática y democratizacion


En el contexto de los procesos transicionales acaecidos en la dé-
cada de 1980, el mainstream de la ciencia política desarrolló
convergencias importantes como fue su orientación formalista e
institucional. Cualquier preocupación por aspectos sustantivos o
de resultados en la acción política se entendió sujeta a restriccio-
nes derivadas de las trayectorias de los sistemas políticos latinoa-
mericanos. Los autores del período coinciden en que no existe
certeza sobre las características de los sistemas post-autoritarios
y tampoco respecto a los fines últimos del proceso político en
años en los que, a nivel internacional, entraron en profunda cri-
sis las alternativas frente al mercado y la democracia liberal (Sas-
soon, 2001: 490).
Por tanto, el debate sobre los propósitos de la acción política
en América Latina, más allá de la transición y sus complejidades
estratégicas, no constituyó un foco relevante de atención del clero
disciplinar. La reflexión sobre la democratización, por ende, se vio
empobrecida por la incapacidad para discutir sobre los propósitos
de la acción política y el proceso social, a partir del debilitamiento
de los repertorios ideológicos de la izquierda europea. Parado-
>“i˜Ìi]Ê `>“Ê *ÀâiܜÀΈ]Ê >Ê >Ê Ã>â˜Ê Õ˜œÊ `iÊ œÃÊ ÀiۈȜ˜ˆÃÌ>ÃÊ
contemporáneos más destacados de la tradición marxista, sostie-
ne que no es posible la democracia en una sociedad que carece de
alternativas. Como una especie de reminiscencia del pensamiento
de Carl Schmitt, se pudo observar en estos años «monocolores»
que la caída de los antagonismos ideológicos de la Guerra Fría
condujo también a un «vaciamiento» del proyecto democrático.
Una de las excepciones a esta tendencia formalista en la cien-
cia política de la década de 1980 es Samuel P. Huntington, quien
entiende que el debate sobre los fines de la acción y el proceso
político se desarrolla en el contexto de un proceso más amplio;
la expansión mundial de la democracia y la civilización occi-
dental. Según este autor, esta dinámica expansiva del proyecto
democrático occidental se desplegó en el siglo XX en tres oleadas
democratizadoras y dos oleadas de reflujo:

226
Elementos de Ciencia Política

1. Primera oleada (1828-1926), luego de la que existirán veinte


y nueve Estados democráticos.
2. Segunda oleada (1943-1962), que extiende la democracia a
treinta y seis Estados.
3. Tercera oleada (1974 en adelante), que elevó el número de
Estados democráticos a cincuenta y ocho. (Pasquino, 2011:
328).

Entre los factores que precipitaron, desde mediados de la dé-


cada de 1970, la democratización de la «tercera ola», se cuentan:
la pérdida de legitimación de los regímenes autoritarios, el cre-
cimiento de las economías capitalistas, la influencia de la Iglesia
Católica, la promoción de los derechos humanos a nivel interna-
cional, las reformas emprendidas por Gorbachov y el efecto de
contagio («bola de nieve») de los procesos de democratización
en Europa del Este y América Latina (Pasquino, 2011: 328).
`>“Ê*ÀâiܜÀΈÊi˜ÊDemocracia y mercado (1995), sostiene
que la consolidación democrática se produce cuando se alcanzan
dos condiciones complementarias: i) debe existir incertidumbre
estructural sobre los resultados de los conflictos institucionali-
zados y ii) los actores deben entender que las soluciones a los
conflictos constituyen resultados contingentes, por tanto, rever-
sibles. De tal manera, la consolidación democrática sería una
condición derivada del acatamiento de los resultados (contin-
gentes) que producen los mecanismos institucionales destinados
al procesamiento de los conflictos políticos. La legitimidad de es-
tos procedimientos será mayor en tanto sus resultados dependan
de las decisiones de los actores y las reglas del juego, impidiendo
soluciones a priori y definitivas (irreversibles) frente a las contro-
ÛiÀÈ>ðÊ*ÀâiܜÀΈ]Êi˜ÊÀi>Vˆ˜Ê>ÊiÃÌiʫ՘̜]ÊÜÃ̈i˜i\

La democracia está consolidada cuando, bajo unas


condiciones políticas y económicas dadas, un sistema con-
creto de instituciones se convierte en el único concebible
y nadie se plantea la posibilidad de actuar al margen de
las instituciones democráticas, cuando los perdedores solo
quieren volver a probar suerte en el marco de las mismas
instituciones en cuyo contexto acaban de perder. La de-
mocracia está consolidada cuando se impone por sí sola,
esto es, cuando todas las fuerzas políticas significativas
consideran preferible continuar supeditando sus intere-
ses y valores a los resultados inciertos de la interacción de
las instituciones. Acatar los resultados de cada momento,

227
Marcelo Mella

aunque supongan una derrota, y encauzar todas sus accio-


nes a través del marco institucional, resulta preferible para
las fuerzas democráticas a intentar subvertir la democra-
cia. Expresado en términos más técnicos, la democracia
está consolidada cuando el acatamiento –la actuación en
el marco institucional– constituye un punto de equilibrio
de las estrategias descentralizadas de todas las fuerzas po-
‰ÌˆV>Ãʈ˜ÛœÕVÀ>`>ÃÊ­*ÀâiܜÀΈ]Ê£™™x\Ê{Ӈ{ή°Ê

Con Leonardo Morlino (2009) se trasciende el énfasis


procedimental para abocarse al estudio de la consolidación
democrática en base a la noción de calidad. Para este autor,
las dimensiones procedimentales que permiten una democra-
cia de calidad son: el imperio de la ley y la rendición de cuen-
tas. Morlino, además, retoma la antigua preocupación por los
aspectos normativos y sustantivos de la democracia al incluir
en su análisis el respeto pleno de los derechos y el desarrollo
progresivo de mayor igualdad (política, social y económica).
De esta forma, la calidad de la democracia puede ser entendi-
da de modo complementario en términos de procedimientos
(monitoreo del trabajo gubernamental y de la vigencia de las
leyes), resultados (satisfacción de ciudadanos) y contenidos
(ciudadanos disponen de amplio sistema de derechos).

Cuadro Nº 69
Dimensiones procedimental y sustantiva para el análisis
de la calidad de la democracia

Fuente: Morlino (2009)

228
Elementos de Ciencia Política

Para Morlino, la consolidación democrática consiste en el


doble proceso por el cual se definen y fijan los caracteres esen-
ciales del régimen democrático, así como también se adaptan es-
tructuras y normas que permiten la rutinización de las prácticas
políticas:

Definición y adaptación no significan necesaria-


mente rigidez, sino únicamente fijación de institucio-
nes, procedimientos, prácticas, costumbres, routines
propias de un determinado régimen democrático. Ade-
más, si se considera la relación entre régimen y socie-
dad civil, la consolidación implica también la progre-
siva ampliación de la aceptación de las estructuras y
las normas para la resolución pacífica de los conflictos;
una conciencia cada vez mayor en la aceptación y en
el apoyo hacia el compromiso institucional (Morlino,
2009: 116-117).

Es un objetivo de la consolidación democrática estabilizar


estructuras, normas y modos de interacción entre actores e
instituciones. La generación de patrones estables de relación
entre instituciones, sociedad civil y estructuras de interme-
diación tiene por objeto evitar poner en riesgo la legitimidad
del régimen democrático. Morlino, en este punto, sostiene:
«Si la consolidación es precisamente el proceso mediante el
cual se fijan las estructuras y las normas democráticas, y las
relaciones entre las instituciones políticas y la sociedad ci-
vil, entonces dicho proceso implica el reforzamiento del régi-
men democrático, para evitar la posibilidad de crisis futuras»
(Morlino, 2009: 117).
El autor ha representado la generación de patrones estables
de relación entre instituciones y sociedad como un proceso en
dos direcciones; la primera, una dinámica descendente orientada
a maximizar los niveles de control y penetración sobre la socie-
dad («anclaje»); y la segunda, el consentimiento que la sociedad
confiere a la estructura institucional en base a la acción de las
organizaciones partidarias («legitimación»).

Estas relaciones estables se desarrollan en dos direc-


ciones: desde abajo hacia arriba, es decir, de la sociedad
a las instituciones, y desde arriba hacia abajo, de las ins-
tituciones recién creadas a las estructuras intermedias y
a la sociedad. Por ejemplo, en relación a los partidos, en

229
Marcelo Mella

tanto que posibles actores protagonistas de la consoli-


dación, la primera dirección va de la sociedad civil y los
ciudadanos a las instituciones de gobierno: los partidos
funcionan aquí como medios de legitimación o como
actores que crean consenso y la legitimidad a favor de
las instituciones de gobierno. La segunda dirección va
desde las instituciones y los partidos a los grupos o, en
sentido amplio, a la sociedad civil: los partidos pueden
entenderse como instituciones públicas que canalizan la
demanda política de la sociedad, dirigiéndola o, incluso,
controlándola. Por consiguiente, las dos dimensiones
principales del proceso son, por un lado, la legitima-
ción, por otro, el anclaje (Morlino, 2009: 117).

Leonardo Morlino entiende que ambas dinámicas, legiti-


mación y anclaje, se complementan para que se produzca la
consolidación democrática, dejando a las estructuras parti-
darias como instancias de intermediación encargadas de cris-
talizar los procesos de creación de consentimiento y control
social. Así, la legitimación es entendida como el conjunto de
actitudes positivas de los actores frente a las instituciones de-
mocráticas, que se asumen como «las más apropiadas para
gobernar el país» (Morlino, 2009: 118). En todo caso, lo que
verdaderamente importa para la consolidación, más que la
legitimidad entregada por parte de las elites y los actores es-
tratégicos, es el simple «consenso orgánico» entendido como
«aquellas actitudes de simple aquiescencia y aceptación, con
frecuencia pasiva, de las instituciones por parte de la socie-
dad, que simplemente toma nota de la ausencia de cualquier
otra alternativa posible» (Morlino, 2009: 119). El autor lo
resume del siguiente modo: «desde el punto de vista de la con-
solidación, es más importante que haya consenso y ausencia
de reacciones negativas en las masas, y legitimidad (o legiti-
mación) en las elites» (Morlino, 2009: 120).
Para que la legitimación se desarrolle es necesario que exis-
tan –a lo menos– tres condiciones: respeto a la legalidad, neu-
tralización de los militares y neutralización de los grupos em-
presariales privados que acepten las instituciones democráticas
(Morlino, 2009: 122).
El anclaje, por su parte, se refiere a un proceso de creación
de esquemas mentales por parte de las elites destinado a pro-
ducir vinculación y control social en contextos de información
limitada o alta incertidumbre. Serían cuatro los mecanismos

230
Elementos de Ciencia Política

políticos que hacen operativo el anclaje: organización partidis-


ta, clientelismo, neocorporativismo y función de gatekeeper de
los partidos (Morlino, 2009: 125).
El cuadro siguiente muestra las alternativas de consoli-
dación considerando las dimensiones «anclaje» (eje vertical)
y «legitimación» (eje horizontal). Para la dimensión anclaje,
el continuum va desde el extremo del «dominio», entendido
como penetración de las instituciones sobre la sociedad, al
extremo de la «neutralidad», entendida como autonomía de
la sociedad frente a los partidos y otras estructuras institucio-
nales. La columna de la legitimación «inclusiva» se refiere a
la generación de consenso y legitimación democrática exten-
dida, sea a través de la acción del Estado o de las elites. La
columna de la legitimación «exclusiva» da cuenta de altos
niveles de resistencia de sectores de la elite o de ciertos actores
estratégicos frente a las instituciones democráticas, lo que de-
termina que sean los partidos oficialistas quienes desarrollen
la penetración y el control sobre la sociedad civil.

Cuadro Nº 70
Alternativas para la consolidación democrática

>ĞŐŝƟŵĂĐŝſŶ
džĐůƵƐŝǀĂ /ŶĐůƵƐŝǀĂ
ŽŶƐŽůŝĚĂĐŝſŶ
Consolidación a
ŽŵŝŶŝŽ ĂƚƌĂǀĠƐĚĞůŽƐ
través del Estado
ƉĂƌƟĚŽƐ
WKZdh'>
Anclaje /d>/ 'Z/
^WH
ŽŶƐŽůŝĚĂĐŝſŶĂ
EĞƵƚƌĂůŝĚĂĚ Mantenimiento
ƚƌĂǀĠƐĚĞůĂƐĞůŝƚĞƐ

Fuente: Morlino (2009: 132)

Sin embargo, a diferencia de la mayor parte de los traba-


jos sobre la consolidación democrática, consideramos que no
basta la ausencia de oposición o rechazo organizado a la de-
mocracia como régimen para señalar un proceso incompleto.
El gran problema de las sociedades democráticas actuales tiene
más que ver con una retracción e indiferencia frente a la po-
lítica institucional, que deviene en un sistema social, que con
sistemas de organización del poder paralelos a los sistemas for-
males y sin posibilidades expeditas de inclusión. Por tanto, el

231
Marcelo Mella

estudio del contexto institucional es de la mayor relevancia si


se quiere encontrar los caminos posibles para la validación y el
perfeccionamiento de la democracia (democratización). El pro-
blema de la política y de la democracia en la actualidad no es,
exclusivamente, un problema institucional, antes bien, se trata
de un desanclaje cognitivo con las complejidades de lo social
bajo el marco del capitalismo avanzado.
Como se ha visto en la presente sección, el proceso de con-
solidación democrática se ha analizado, preferentemente, des-
de el punto de vista de la capacidad del gobierno o de actores y
estructuras institucionales. Sin ser completamente equivocada
esta perspectiva resulta, para el estudio de la democratización,
a lo menos incompleta, puesto que no pondera adecuadamen-
te la importancia de la sociedad civil como actor político. En
lo que sigue se analizarán algunas ideas para mejor entender
el problema de la democratización, destacando el papel de la
sociedad y la acción colectiva como elementos claves en la va-
lorización de las instituciones y el régimen democrático.
Charles Tilly (2010) ha sostenido que la democratización
se conecta con dos procesos; la construcción de los Estados
(que incluye el desarrollo capitalista) y el desarrollo histórico
de repertorios de movilización popular. Este autor entiende que
ambas dimensiones se encuentran interconectadas porque los
grandes cambios estructurales, generados por el capitalismo y
la construcción de los Estados, modifican los intereses, opor-
tunidades y formas orgánicas de la sociedad, lo que a su vez
redefine las modalidades de las luchas sociales (2010: 13).
En consecuencia, Tilly hace depender el avance de la de-
mocratización del juego dialéctico entre la construcción de los
Estados (formalizada en la variable «capacidad del Estado»)
y el nivel de democracia (formalizada mediante la variable
«consultas mutuamente vinculantes, amplias, iguales y protegi-
das»). En concordancia con lo anterior, se define la capacidad
del Estado como «la medida en que las intervenciones de los
agentes estatales sobre los recursos, actividades y conexiones
interpersonales no estatales alteran las distribuciones existentes
de dichos recursos, actividades y conexiones interpersonales,
así como las relaciones entre tales distribuciones» (Tilly, 2010:
48). De manera semejante, se define el régimen democrático a
partir de la existencia de relaciones políticas entre el Estado y
los ciudadanos basadas en «consultas mutuamente vinculantes,
amplias, iguales y protegidas» (Tilly, 2010: 45).

232
Elementos de Ciencia Política

Se puede apreciar, en el cuadro que sigue, que la combina-


ción de las dimensiones «capacidad estatal» y «democracia»
permite identificar cuatro formas de regímenes políticos; no
democrático de alta capacidad (por ejemplo, Kazajstán e Irán),
no democrático de baja capacidad (por ejemplo, Somalía y
Congo-Kinsasa), democrático de alta capacidad (por ejemplo,
Noruega y Japón) y democrático de baja capacidad (por ejem-
plo, Jamaica y Bélgica) (Tilly, 2010: 50).

Cuadro Nº 71
Tipos de régimen básico

EŽĚĞŵŽĐƌĄƟĐŽĚĞ ĞŵŽĐƌĄƟĐŽĚĞ
1
ĂůƚĂĐĂƉĂĐŝĚĂĚ ĂůƚĂĐĂƉĂĐŝĚĂĚ

ĂƉĂĐŝĚĂĚ EŽĚĞŵŽĐƌĄƟĐŽĚĞ ĞŵŽĐƌĄƟĐŽĚĞ


Ϭ
ĞƐƚĂƚĂƚĂů ďĂũŽĐĂƉĂĐŝĚĂĚ ďĂũĂĐĂƉĂĐŝĚĂĚ

Ϭ ĞŵŽĐƌĂĐŝĂ 1

Fuente: Tilly (2010)

Los cuatro cuadrantes identificados por Tilly se explican, en


sus rasgos principales, de la siguiente manera:

No democrático de alta capacidad: escasa voz pública


excepto aquella permitida por el Estado; amplia implicación
de las fuerzas de seguridad del Estado en toda política públi-
ca; cambio de régimen, bien por medio de una lucha entre la
elite, bien mediante una rebelión desde abajo.
No democrático de baja capacidad: movilización re-
ligiosa de los señores de la guerra y en bloques étnicos;
lucha violenta frecuente incluyendo guerras civiles; múlti-
ples actores políticos, incluyendo criminales que desplie-
gan fuerza letal.
Democrático de alta capacidad: movimientos socia-
les frecuentes; actividad de grupos de interés y movili-
zaciones de partidos políticos; consultas formales (inclu-
yendo elecciones competitivas) como momentos fuertes
de la actividad política; amplio seguimiento estatal de la
política pública combinado con niveles de violencia polí-
tica relativamente bajos.

233
Marcelo Mella

Democrático de baja capacidad: al igual que en los


regímenes democráticos de alta capacidad, movimientos
sociales frecuentes, actividades de grupos de interés y mo-
vilizaciones de partidos políticos; más consultas formales
(incluyendo elecciones competitivas) como momentos
fuertes de la actividad política; pero, un seguimiento es-
tatal menos efectivo y una implicación mayor de los acto-
res semi-legales e ilegales en la política pública, así como
niveles de violencia letal en la política pública sustancial-
mente más elevados (Tilly, 2010: 52).

A nivel de trayectorias, la teoría de Charles Tilly plantea que


existen tres caminos para alcanzar un régimen democrático de
alta capacidad; el «Estado medio», graficado con la línea recta
ascendente; el «Estado débil», caracterizado por el avance ma-
yor de la democracia por sobre las capacidades estatales; y el
«Estado fuerte», caracterizado por el avance mayor de las capa-
cidades estatales por sobre la democracia. Más allá de cualquier
idealización estimulada por la creencia en una progresión cons-
tante (Estado medio), se reconoce que la trayectoria del Estado
fuerte converge con mayor seguridad hacia una democracia de
alta capacidad que un Estado débil, incapaz de subordinar a los
centros de poder autónomos y eliminar las desigualdades de ca-
tegoría en política pública.

Cuadro Nº 72
Tres vías idealizadas hacia la democracia

Fuente: Tilly (2010)

234
Elementos de Ciencia Política

Un caso de trayectoria de democratización alternativa la


constituye Venezuela desde 1900 hasta la actualidad. Sin duda,
la historia de este país se encuentra marcada por cambios drás-
ticos en la trayectoria de su capacidad estatal y de su demo-
cratización. Como características generales se puede sostener
que Venezuela, en los comienzos del siglo XX, se ubica en el
cuadrante de baja capacidad estatal, para posteriormente, en el
transcurso de la segunda mitad del siglo, orientarse a un régi-
men no democrático de alta capacidad estatal. Desde la llegada
al poder de Juan Vicente Gómez, en 1908, pasando por Marcos
Pérez Jiménez, entre 1948 y 1958, y hasta la llegada de Hugo
Chávez, en 1999, los golpes de Estado han sido para ese país
una experiencia repetida.
Venezuela ha desarrollado dos fases tenues de democratiza-
ción entre 1935 y 1945-1948 y entre 1958 y 1990; y tres fases
de des democratización entre 1900 y 1935, 1945-1948 y 1954
y 1990 hasta la actualidad. La primera fase de democratización
(1935 a 1945) sobreviene tras el fin de la dictadura de Juan Vi-
cente Gómez y se prolonga hasta el «trienio»; por su parte, la
segunda etapa (1958 a 1990) transcurre desde el Pacto de Punto
Fijo y su manifestación normativa en la Constitución de 1961
hasta la llegada de Chávez. Como se podrá desprender de lo
anterior, las tres fases de des democratización corresponden a
los gobiernos de Gómez (1908 a 1935), Pérez Jiménez (1948 a
1958) y Chávez (1990 al presente).
En este contexto, el control estatal sobre los ingresos del pe-
tróleo podría haber constituido una trayectoria de Estado fuerte
hacia la democracia de alta capacidad, sin embargo, la alta de-
pendencia sobre el crudo de la matriz productiva venezolana,
sumada a la incapacidad de la clase política de consolidar un
modelo de desarrollo, ha desviado históricamente al país del ob-
jetivo de la democratización (Tilly, 2010: 208-216).

235
Marcelo Mella

Cuadro Nº 73
Regímenes venezolanos 1900-2006

Fuente: Tilly (2010)

Dilemas emergentes de la democratizacion:


inestabilidad, desviación e informalidad
Observamos en América Latina al menos tres dilemas que ponen
en cuestión las oportunidades de democratización y las conexio-
nes de la política institucional con lo social. Constituyen desa-
fíos prácticos para reorientar a la ciencia política y potenciar su
compromiso con problemas política y socialmente relevantes en
la región, a saber; i) las nuevas formas de inestabilidad, ii) las
manifestaciones contemporáneas de desviación y iii) la persisten-
cia de la informalidad política.

Inestabilidad
Durante los últimos veinte años se han sucedido diver-
sos eventos de inestabilidad presidencial en América Latina,
aunque con una particularidad respecto de años anteriores;
no comprometen la continuidad del régimen político. Algu-
nos autores –incluso– han comenzado a hablar de un «neo
presidencialismo», considerando que contemporáneamente
en la región no se cumplen fielmente las tesis catastróficas
pro-parlamentarias de Juan Linz. Según este autor, las crisis
de los regímenes políticos, experimentadas durante gran parte

236
Elementos de Ciencia Política

del siglo XX, obedecieron por sobre todo a factores históricos


o contextuales más que a elementos endógenos del régimen
presidencial. Sin embargo, las experiencias latinoamericanas
post-autoritarias muestran que la recurrencia de las crisis y
el conflicto político se mezclan con una continuidad general
de la democracia regional. Se trata, entonces, de una nueva
forma de inestabilidad bajo el presidencialismo latinoameri-
cano, que tiene como signos diferenciadores la continuidad
del régimen y la crisis de los gobiernos. Aníbal Pérez Liñán ha
señalado en relación a este punto:

Como en décadas anteriores, los gobiernos elegidos


democráticamente siguen cayendo, pero a diferencia de
décadas anteriores, no se derrumban los regímenes de-
mocráticos. Hay varias razones que explican la paradoja
de la estabilidad del régimen democrático en medio de la
inestabilidad del gobierno. Se cuentan entre ellas el fin de
la Guerra Fría, cambios en la política exterior de Estados
Unidos, el aprendizaje político que resultó de las dramá-
ticas experiencias de las dictaduras militares de los años
sesenta y setenta y el nuevo papel de las instituciones in-
ternacionales. En este contexto, las elites civiles no pue-
den convocar a los militares para que intervengan; se han
visto obligadas, en consecuencia a encontrar mecanismos
constitucionales para resolver sus disputas. El juicio polí-
tico al presidente ha surgido como instrumento poderoso
para desplazar presidentes indeseables sin destruir el or-
den constitucional (Pérez Liñán, 2009: 20).

A pesar del retroceso de los regímenes autoritarios y una


significativa disminución del rol político de los militares –si-
tuaciones que han permitido la continuidad democrática en la
región–, los gobiernos han seguido experimentando grandes
dificultades para gobernar con estabilidad. Si se atiende a este
rasgo, el fenómeno específico de las últimas décadas en Amé-
rica Latina sería la «inestabilidad presidencial». Según Pérez
Liñán, dentro del concepto de inestabilidad presidencial se
ubican tres procesos (mecanismos) posibles, a nivel regional
y en las últimas décadas, todos orientados al objetivo de la
caída del presidente. Estos mecanismos son: la renuncia an-
ticipada, el golpe legislativo y el juicio político. En términos
conceptuales: «La renuncia anticipada denota una presiden-
cia interrumpida en el contexto de una crisis sin derrumbe,

237
Marcelo Mella

pero no necesariamente un conflicto entre el presidente y el


Congreso. La idea de golpe legislativo denota una presidencia
interrumpida con acuerdo del Poder Legislativo, pero en cir-
cunstancias que potencialmente violentan el normal proceso
democrático (por ejemplo, la salida del presidente Mahuad
en Ecuador). En el centro de esta constelación conceptual, el
juicio político indica una situación en la que la presidencia ha
sido interrumpida siguiendo un procedimiento constitucional
como resultado de una acción del Poder Legislativo contra el
presidente» (Pérez Liñán, 2008: 109).
Como se ve en el cuadro siguiente, estos procesos diversifi-
can los desenlaces típicos (tradicionales) en situaciones de crisis
política (crisis de régimen), a saber: golpe de Estado, autogolpe
y reequilibramiento.

Cuadro Nº 74
Categorías vinculadas a la nueva inestabilidad
presidencial en América Latina

Fuente: Pérez Liñán (2008: 108)

Siguiendo a Pérez Liñán, la inestabilidad presidencial consis-


te en un conjunto de acciones que llevan al presidente a poner fin
a su mandato antes del tiempo previsto institucionalmente. Las
características centrales de esta nueva forma de inestabilidad son
las siguientes: i) los motivos que lo llevan a esta situación son
de carácter político y ajenos a su voluntad, ii) crisis presidencial
combinada con preservación del orden constitucional, y iii) ten-

238
Elementos de Ciencia Política

sión institucional entre el presidente y el Congreso. En relación a


este último aspecto, el autor referido define la crisis presidencial
como «todo proceso por el cual el Congreso intenta remover al
presidente de su cargo, el presidente intenta clausurar el Congre-
so, o uno de los dos poderes apoya un movimiento civil o militar
en contra del otro» (Pérez Liñán, 2008: 109).
Conforme a esta matriz se identifican trece presidentes re-
movidos de su cargo entre 1985 y 2005, lo que justifica la refor-
mulación conceptual realizada por el autor. Ellos son: Hernán
Siles Zuazo (Bolivia, 1985), Raúl Alfonsín (Argentina, 1989),
Fernando Collor de Mello (Brasil, 1992), Jorge Serrano (Gua-
temala, 1993), Carlos Andrés Pérez (Venezuela, 1993), Joaquín
Balaguer (República Dominicana, 1996), Abdalá Bucaram Or-
tiz (Ecuador, 1997), Raúl Cubas Grau (Paraguay, 1999), Jamil
Mahuad (Ecuador, 2000), Alberto Fujimori (Perú, 2000), Fer-
nando de la Rúa (Argentina, 2001), Gonzalo Sánchez de Lo-
zada (Bolivia, 2003) y Lucio Gutiérrez (Ecuador, 2005) (Pérez
Liñán, 2008: 106).
El cuadro siguiente muestra los desenlaces que tuvieron los
poderes electos de las crisis presidenciales latinoamericanas du-
rante el período comprendido entre 1950 y 2004. Se puede ob-
servar que el nuevo fenómeno de la inestabilidad presidencial sin
quiebre de la democracia se concentra en las últimas dos décadas,
siendo sus tres posibles consecuencias: la remoción del presidente,
la disolución del Congreso o la estabilización institucional.

239
Marcelo Mella

Cuadro Nº 75
Desenlace de las crisis presidenciales 1950-2004
Consecuencias para las ramas electas

Consecuencias WƌĞƐŝĚĞŶƚĞ Congreso Desenlace


ƉĂƌĂĞůƌĠŐŝŵĞŶ ƌĞŵŽǀŝĚŽ ĐůĂƵƐƵƌĂĚŽ ĞƋƵŝůŝďƌĂĚŽ
WƌĞƐŝĚĞŶƚĞ ŽŶŐƌĞƐŽ dŽŵĂĚĞůƉŽĚĞƌ͗
ƌĞŵŽǀŝĚŽ͗ ĐůĂƵƐƵƌĂĚŽ͗ ƌŐĞŶƟŶĂ;ϭϵϳϲͿ͕
YƵŝĞďƌĞ
ƌĂƐŝů;ϭϵϲϰͿ͕ ĐƵĂĚŽƌ;ϭϵϳϬͿ͕ ŚŝůĞ;ϭϵϳϯͿ͘
WĂƌĂŐƵĂLJ;ϭϵϱϰͿ͘ hƌƵŐƵĂLJ;ϭϵϳϯͿ͘
'ŽůƉĞůĞŐŝƐůĂƟǀŽ͗ ƵƚŽŐŽůƉĞ͗ ŝĐƚĂĚƵƌĂ͗
ŽůŝǀŝĂ;ϭϵϳϵͿ͕ ƌŐĞŶƟŶĂ;ϭϵϲϮͿ͕ ĐƵĂĚŽƌ;ϭϵϲϯͿ͘
ƌĂƐŝů;ϭϵϱϰͿ͕ ƌĂƐŝů;ϭϵϲϲͿ͕
ƌĂƐŝů;ϭϵϱϱͿ͕ ƌĂƐŝů;ϭϵϲϴͿ͕
ĐƵĂĚŽƌ;ϭϵϲϭͿ͕ ,ŽŶĚƵƌĂƐ;ϭϵϱϰͿ͕
/ŶƚĞƌƌƵƉĐŝſŶ
ĐƵĂĚŽƌ;ϮϬϬϬͿ͕ WĂƌĂŐƵĂLJ;ϭϵϱϵͿ͕
'ƵĂƚĞŵĂůĂ;ϭϵϱϳͿ͕ WĞƌƷ;ϭϵϵϮͿ͘
'ƵĂƚĞŵĂůĂ;ϭϵϵϯͿ͕
WĂŶĂŵĄ;ϭϵϱϭͿ͕
WĂŶĂŵĄ;ϭϵϴϴͿ͘
ZĞŵŽĐŝſŶ͗ ŝƐŽůƵĐŝſŶ͗ ƐƚĂďŝůŝnjĂĐŝſŶ͗
ƌŐĞŶƟŶĂ;ϭϵϴϵͿ͕ ŽůŽŵďŝĂ;ϭϵϵϭͿ͕ ŽůŝǀŝĂ;ϭϵϴϯͿ͕
ƌŐĞŶƟŶĂ;ϮϬϬϭ͕ĚŽƐ 'ƵĂƚĞŵĂůĂ;ϭϵϵϰͿ͕ ŽůŝǀŝĂ;ϭϵϵϬͿ͕
ǀĞĐĞƐͿ͕ sĞŶĞnjƵĞůĂ;ϭϵϵϵͿ͘ ƌĂƐŝů;ϭϵϵϳͿ͕
ŽůŝǀŝĂ;ϭϵϴϱͿ͕ ŚŝůĞ;ϭϵϱϰͿ͕
ŽůŝǀŝĂ;ϮϬϬϯͿ͕ ŽůŽŵďŝĂ;ϭϵϳϳͿ͕
ƌĂƐŝů;ϭϵϵϮͿ͕ ŽůŽŵďŝĂ;ϭϵϵϲͿ͕
ĐƵĂĚŽƌ;ϭϵϵϳͿ͕ ĐƵĂĚŽƌ;ϭϵϴϰͿ͕
WĂŶĂŵĄ;ϭϵϱϱͿ͕ ĐƵĂĚŽƌ;ϭϵϴϳͿ͕
WĂƌĂŐƵĂLJ;ϭϵϵϵͿ͕ ĐƵĂĚŽƌ;ϭϵϵϮͿ͕
WĞƌƷ;ϮϬϬϬͿ͕ ĐƵĂĚŽƌ;ϮϬϬϰͿ͕
^ŝŶƋƵŝĞďƌĞ
sĞŶĞnjƵĞůĂ;ϭϵϵϯͿ͘ ů^ĂůǀĂĚŽƌ;ϭϵϴϳͿ͕
,ŽŶĚƵƌĂƐ;ϭϵϴϱͿ͕
EŝĐĂƌĂŐƵĂ;ϮϬϬϰͿ͕
WĂŶĂŵĄ;ϭϵϲϴͿ͕
WĂƌĂŐƵĂLJ;ϮϬϬϮͿ͕
WĞƌƷ;ϭϵϵϭͿ͕
ZĞƉƷďůŝĐĂ
ŽŵŝŶŝĐĂŶĂ
;ϭϵϵϰͿ͕
hƌƵŐƵĂLJ;ϭϵϲϵͿ͕
hƌƵŐƵĂLJ;ϭϵϳϭͿ͘

Fuente: Pérez Liñán (2009: 109)

Informalidad
A pesar de las rupturas institucionales acaecidas en las úl-
timas décadas en América Latina, existen continuidades a ni-
vel de prácticas como el clientelismo; fenómeno que fija desa-

240
Elementos de Ciencia Política

fíos irrenunciables para la democratización en nuestra región.


Barbara Schroter (2010) define el clientelismo como un «in-
tercambio de bienes y servicios por apoyo político y votos».
Andreas Schedler (2004), por su parte, define este fenómeno
como «el intercambio de favores materiales por subordina-
ción política». Ambos autores coinciden en que, dado que el
clientelismo «intenta resolver problemas de distribución y me-
diar entre intereses diversos», es un mecanismo esencialmente
político. Además, existe acuerdo en que este mecanismo de
vinculación política «tradicional» posee cierta capacidad de
adaptación y renovación, manteniendo su esencia. Schedler
ha señalado, por ejemplo, respecto al caso mexicano, que este
país ha conocido un clientelismo autoritario y luego un clien-
telismo democrático como elementos transversales al proceso
de transición y reforma del régimen político.
Se coincide en que el clientelismo posee ciertos mecanismos
intrínsecos que otorgan el componente común a sus diversas
formas históricas y locales. Estos mecanismos intrínsecos o
atributos son: la asimetría, la reciprocidad y la dependencia
mutua que caracteriza la relación entre las partes. Al mismo
tiempo se trata de una relación personal, informal y voluntaria,
que supone altos niveles de confianza y lealtad. Los autores
destacan que la estructura base de la relación clientelar yace
en su forma bilateral, entre un sujeto dominante llamado «pa-
trón» y uno dominado llamado «cliente». De acuerdo a Schro-
ter (2010), cuando los estudios enfatizan la perspectiva del
patrón (desde arriba) el fenómeno se denomina patronazgo y,
cuando se inclina a asumir la perspectiva del cliente (desde aba-
jo), recibe el nombre de clientelismo. Esta última autora distin-
gue tres subtipos de clientelismo: clientelismo forzado (relación
cliente-patrón sostenida por múltiples mecanismos de coerción
y monitoreo para el cumplimiento de la voluntad comprome-
tida), clientelismo ilusionario (relación cliente-patrón fundada
en una creencia ilusoria sobre las lealtades recíprocas) y clien-
telismo moderno (relación cliente-patrón se encuentra en per-
manente modificación) (Schroter, 2010: 148).
Identificamos simultáneamente dos dimensiones fundamen-
tales del fenómeno clientelar, a saber: la dimensión racional y la
dimensión normativa. La dimensión racional concibe el clien-
telismo como un pacto para objetivos individuales en el que
juega un importante papel la racionalidad costo / beneficio y el

241
Marcelo Mella

propósito de superar carencias y situaciones de deprivación. La


dimensión normativa entiende el clientelismo como un meca-
nismo que genera valor simbólico a los sujetos intervinientes, a
partir de la vigencia de ciertas normas morales y/o sociales que
hacen posible la pertenencia e integración social.

Cuadro Nº 76
El concepto de clientelismo

Fuente: Schroter (2010: 152)

En cuanto a las dimensiones del fenómeno, Javier Auyero


(1997) constata que la relación clientelar se basa en intercam-
bios de recursos y servicios instrumentales (dimensión racional),
o expresivos (dimensión normativa). En tal sentido:

Las relaciones clientelares son vistas como arreglos


jerárquicos, como lazos de control y dependencia. Son
lazos verticales basados en diferencias de poder y en
desigualdad. Siendo altamente selectivas, particularistas
y difusas, las relaciones clientelares se basan en el inter-
cambio simultáneo de dos tipos diferentes de recursos y
servicios: instrumentales (políticos o económicos) y «so-
ciables» o expresivos (promesas de lealtad y solidaridad)
(Auyero, 1997: 24).

Por otra parte, la estructura de la relación clientelar supo-


ne la construcción conjunta de un frame y, por tanto, suben-
tendemos que trae consecuencias normativas de importancia
para ambos sujetos partícipes de la relación, toda vez que el

242
Elementos de Ciencia Política

clientelismo contribuye al anclaje de las estructuras de poder


utilizando, sincrónicamente, control y consentimiento. Cuánto
de control y cuánto de consentimiento, cuánto de instrumental
o normativa es la relación base del clientelismo o cuánto anta-
gonismo y cuánta cooperación supone, son todas preguntas a
responder empíricamente.

La relación social clientelar es una relación de domi-


nación, compleja y anclada. Con este último término me
refiero a que este tipo de relaciones se distinguen del resto
en que: a) implican un reconocimiento recíproco entre
los actores, y b) presuponen la construcción de un marco
(frame) de conocimiento mutuo que organiza la experien-
cia de los actores. Las relaciones entre el mediador y el
cliente implican un lazo por medio del cual los agentes se
reconocen de manera personalizada (Auyero, 1997: 26).

Desviación
Otro aspecto relacionado con los déficits en la democrati-
zación está dado por las nuevas formas de la «desviación» y la
«marginalidad» como fenómenos sociopolíticos. El supuesto res-
pecto de la democratización es que, considerando los procesos de
la legitimación institucional y anclaje propuestos por Morlino, de-
biera existir una sociedad caracterizada no solo por el acatamien-
to de las reglas del juego, sino dispuesta a jugar dentro de ellas.
La experiencia ha sido más compleja y sobrepasa el balance de la
participación electoral. A dos décadas de restituidos los regímenes
democráticos en la región se evidencian lógicas de informalidad,
apatía y desinterés, o racionalidades constituidas al margen y en
oposición a la instituciones democráticas. Se trata de continuida-
des en prácticas que reaparecen metamorfoseadas, como el clien-
telismo o el fracaso en el reclutamiento de la juventud.
˜Ê ÌjÀ“ˆ˜œÃÊ Vœ˜Vi«ÌÕ>iÃ]Ê œÜ>À`Ê iVŽiÀÊ ­Óää™®Ê “i˜Vˆœ-
na que existen –al menos– cuatro significados incompletos de
la desviación. En primer lugar, desviación en su acepción es-
tadística, vale decir, como comportamientos que se alejan del
promedio. Esta perspectiva no permitiría distinguir lo específico
de la desviación como realidad sociopolítica de características
triviales de los sujetos; como ser zurdo, pelirrojo o de una esta-
tura por sobre o bajo el promedio. Becker señala a este respecto:
«Expresado así, el punto de vista estadístico parece limitado (…)
reduce el problema descartando muchas preguntas valiosas que

243
Marcelo Mella

normalmente surgen cuando se discute la naturaleza de la des-


viación. A la hora de evaluar cualquier caso en particular, todo
lo que uno debe hacer es calcular la distancia existente entre el
comportamiento analizado y el comportamiento promedio, lo
que constituye una solución demasiado simplista» (2009: 24).
Luego, la desviación puede entenderse en términos patoló-
gicos, o bien como si fuera producto de un desorden o deterio-
ro mental. Estas perspectivas son difíciles de operacionalizar en
el análisis social y político, por la dificultad para construir un
acuerdo respecto de cuáles serían aquellas conductas saludables
o porque deriva la explicación hacia mecanismos mentales inter-
nos del individuo, a modo de una explicación etológica.
Un tercer significado de la desviación la considera como
equivalencia a la disfuncionalidad social. La problemática cen-
tral aquí consiste en discernir entre aquellas conductas que
fomentan la estabilidad y que son, por esto, «funcionales», y
aquellas conductas que buscan alterar la estabilidad, y por tan-
to son «disfuncionales». En todo caso, tal como señala Becker,
los criterios que harían posible discernir cuáles conductas son
funcionales son políticos, por lo que no resulta fácil utilizar esta
perspectiva para el análisis de la desviación social:

La cuestión de cuál es el propósito u objetivo (fun-


ción) de un grupo y, en consecuencia, qué cosas lo ayudan
a lograrlo o se lo impiden suele ser de carácter político.
No hay consenso al respecto dentro de las diferentes fac-
ciones del mismo grupo, y cada una de ellas opera para
que prevalezca su propia idea de la función que tiene ese
grupo. La función de un grupo u organización, por lo
tanto, es el resultado de una confrontación política, y no
algo intrínseco a la naturaleza de la organización. De ser
esto cierto, entonces es muy probable que también deban
ser consideradas como políticas las decisiones acerca de
qué leyes hay que aplicar, qué comportamientos se con-
sideran desviados y quiénes deben ser etiquetados como
outsiders (Becker, 2009: 26-27).

Finalmente, se ha buscado definir la desviación en base a la


conducta de no obediencia. Pero esta perspectiva pareciera no
dar cabal cuenta de las ambigüedades y complejidades de la no
obediencia, pues en el contexto de una sociedad plural no existe
razón para suponer que los espacios de consenso sean tan am-
plios. Si esto es efectivamente así, entonces la pertenencia de un

244
Elementos de Ciencia Política

sujeto a un grupo podría significar la no obediencia respecto de


las normas producidas en otro grupo.
Pareciera ser, por tanto, que la perspectiva más razonable
frente al fenómeno de la desviación es centrarse en el no cumpli-
miento de las normas, así como en el etiquetamiento que ciertos
}ÀÕ«œÃʅ>Vi˜Ê`iÊ«>ÕÌ>ÃÊiëiV‰wV>ÃÊ`iÊVœ“«œÀÌ>“ˆi˜Ìœ°ÊœÜ>À`Ê
Becker explica esta doble perspectiva del fenómeno:

Los grupos sociales crean la desviación al establecer


las normas cuya infracción constituye una desviación
y al aplicar esas normas a personas en particular y eti-
quetarlas como marginales. Desde ese punto de vista la
desviación no es una cualidad del acto que la persona
comete, sino una consecuencia de la aplicación de reglas
y sanciones sobre el infractor a manos de terceros. Es des-
viado quien ha sido exitosamente etiquetado como tal, y
el comportamiento desviado es el comportamiento que la
gente etiqueta como tal (2009: 28).

De acuerdo a esta explicación, la especificidad del fenómeno


de la desviación estaría dada: i) por ser resultado de una interac-
ción (implica intercambio) entre un grupo y un sujeto; así como
también, ii) correspondería a una modalidad de acción colecti-
va, pues supone la cooperación de otros. La primera condición
corresponde al arreglo o transacción «que se produce entre de-
terminado grupo social y alguien que es percibido por ese grupo
como un rompenormas» (Becker, 2009: 29). En el caso de la
segunda característica, específica de la desviación como acción
colectiva, se observa «que la gente actúa con la mirada puesta en
la respuesta de los otros frente a la acción en cuestión. Toman en
cuenta el modo en que quienes los rodean evaluarán su accionar,
así como el modo en que esa evaluación afectará su prestigio y
su rango» (Becker, 2009: 201).
Incorporando estos elementos podemos plantear que existen
cuatro tipos de conducta vinculadas al fenómeno de la desvia-
ción: aquella que cumple la norma y no es percibida como des-
viación (conforme); aquella que, siendo obediente, es percibida
como desviación (falsa acusación); aquella que, transgrediendo
la norma, es percibida como desviación (desviado puro); y aque-
lla que rompe la regla y no es percibido socialmente en tal con-
dición (desviado secreto).

245
Marcelo Mella

Cuadro Nº 77
Tipos de conducta desviada

ŽŵƉŽƌƚĂŵŝĞŶƚŽ ŽŵƉŽƌƚĂŵŝĞŶƚŽƋƵĞƌŽŵƉĞ
ŽďĞĚŝĞŶƚĞ ůĂƌĞŐůĂ
WĞƌĐŝďŝĚŽĐŽŵŽĚĞƐǀŝĂĐŝſŶ &ĂůƐĂĂĐƵƐĂĐŝſŶ ĞƐǀŝĂĚŽƉƵƌŽ
EŽƉĞƌĐŝďŝĚŽĐŽŵŽ
ŽŶĨŽƌŵĞ ĞƐǀŝĂĚŽƐĞĐƌĞƚŽ
ĚĞƐǀŝĂĐŝſŶ

Fuente: Becker (2009: 39)

Una última cuestión que parece relevante en el análisis de-


Ã>ÀÀœ>`œÊ«œÀÊœÜ>À`Ê iVŽiÀÊVœÀÀi뜘`iÊ>ʏ>Ê«Ài}՘Ì>ÊÜLÀiÊ
cómo se escapa a los compromisos convencionales y, en con-
secuencia, cómo se inclina un sujeto hacia el comportamiento
desviado. Acá el supuesto es que una gran mayoría de sujetos
definidos como «normales» adaptan su comportamiento a las
normas institucionales, en un proceso gradual de compromiso
a través de su vida. A través de este proceso de compromiso,
la deviación aparecería como una alternativa riesgosa o costo-
sa frente a los beneficios que ofrece una trayectoria adaptada a
las normas institucionales. Para Becker existen dos factores que
parecieran alejar al sujeto del cumplimiento de los compromisos
convencionales: i) que el sujeto «haya logrado evitar la confor-
mación de alianzas con la sociedad convencional» (2009: 47) y
ii) que exista «desarrollo de motivos o intereses desviados» por
el grupo de referencia del sujeto (2009: 49).
Si se considera lo señalado por autores como Wacquant y
Goffman, se podrá apreciar que una expresión concreta de des-
viación corresponde a la estigmatización de la nueva pobreza
generada en sociedades contemporáneas, fenómeno estructu-
ralmente vinculado a la efectividad de nuevos mecanismos de
desvalorización y control social. Para Wacquant, la aparición y
persistencia de esta nueva pobreza se asocia a nuevos procesos
socioeconómicos, entre ellos, el fin de la asociación entre creci-
miento económico, trabajo y pobreza. La nueva pobreza que se
puede apreciar a ambos lados del Atlántico y desde hace décadas
también en América Latina, se caracteriza por ser una realidad
persistente y al margen de los períodos de crecimiento económi-
co y disminución del desempleo. Se trata de una condición social
que puede coexistir con desempleo o con formas flexibles y pre-
carizadas de empleo; situación que en cualquier caso tiene, como
telón de fondo, graves problemas de desigualdad en la distribu-

246
Elementos de Ciencia Política

ción del ingreso. Al mismo tiempo, esta nueva manifestación de


marginalidad y pobreza se mantiene en el tiempo en el contexto
de una desarticulación de los Estados de bienestar y en socieda-
des fundadas en la concentración territorial y estigmatización
social de los pobres.
En síntesis, la nueva marginalidad social en las ciudades del
capitalismo avanzado se caracteriza por la existencia de las si-
guientes condiciones:

1. Resurgimiento de la desigualdad social.


2. Mutación del trabajo asalariado.
3. Desarticulación de los Estados de bienestar.
4. Concentración y estigmatización (Wacquant, 2010: 171-180).

Loïc Wacquant, en su libro Parias urbanos, representa a la


nueva marginalidad de las ciudades como un fenómeno de desvia-
ción social persistente propiciado por factores estructurales o ins-
titucionales resultantes de la contracción del Estado de bienestar:

Cualquiera sea la etiqueta utilizada para designarla


–infraclase (underclass) en Estados Unidos e Inglaterra,
nueva pobreza en Holanda, Alemania y el norte de Italia,
exclusión en Francia, Bélgica y los países nórdicos–, los
signos reveladores de la nueva marginalidad son inmedia-
tamente reconocibles incluso para el observador casual
de las metrópolis occidentales: hombres y familias sin ho-
gar que bregan vanamente en busca de refugio; mendigos
en los transportes públicos que narran extensos y descon-
soladores relatos de desgracias y desamparo personales;
comedores de beneficencia rebosantes no solo de vaga-
bundos sino de desocupados y subocupados; la oleada
de delitos y rapiñas, y el auge de las economías callejeras
informales (y las más de las veces ilegales), cuya punta de
lanza es el comercio de la droga; el abatimiento y la furia
de los jóvenes impedidos de obtener empleos rentables,
y la amargura de los antiguos trabajadores a los que la
desindustrialización y el avance tecnológico condenan a
su obsolescencia; la sensación de retroceso, desesperación
e inseguridad que gana las barriadas podres, encerradas
en una espiral descendente de ruina aparentemente irre-
parable, y el crecimiento de la violencia etnorracial, la
xenofobia y la hostilidad hacia los pobres y entre ellos
(Wacquant, 2010: 170).

247
Marcelo Mella

En la experiencia latinoamericana, la tipología de las «villas


miseria» argentinas constituye una muestra de esta nueva mar-
ginalidad. En ellas se ha concentrado y reproducido la pobreza
durante las últimas décadas del siglo XX, a la vez que se han
transformado en enclaves resistentes a políticas públicas. Sus ha-
bitantes son objeto de la violencia generada tanto por la estigma-
tización social e institucional como por condiciones de extrema
inseguridad social, producto de la penetración de economías in-
formales y el narcotráfico:

Difícilmente uno puede dar con una configuración


urbana que haya sido (y aún sea) la depositaria de tantas
esperanzas en el pasado y tantos miedos en el presente.
Las villas fueron retratadas como el ejemplo acabado del
fracaso del populismo peronista durante los años cin-
cuenta, como suerte de laboratorios para los sueños mo-
dernizadores de los años sesenta, como cunas de la revo-
lución en los setenta, como obstáculos para el progreso y
como germinadores de subversión durante la última dic-
tadura, como lugares de inmoralidad, crimen y ausencia
de ley en la Argentina contemporánea. En la actualidad,
la discusión pública sobre la inseguridad recurrentemente
menciona a la villa y los villeros (un mote que se aplica a
toda la gente que vive en zonas pobres, sean estas villas
o no) como una amenaza. En la Argentina fragmentada
y polarizada, las villas son zonas que hay que eludir, zo-
nas de crimen a ser temidas y evitadas. Los informes de
los medios de comunicación periódicamente se refieren al
miedo que esos aguantaderos de criminales generan en la
gente que no vive allí. En un clima en el cual la seguridad
urbana se ha convertido en el tema principal de la prensa
y una de las preocupaciones más importantes de la po-
blación dada la explosión en las tasas de criminalidad, la
villa aparece como el origen desconocido e impenetrable
de la actividad criminal (Wacquant, 2010: 20).

Referido a los procesos políticos latinoamericanos más re-


cientes, en las últimas páginas, se discutió entre perspectivas que
enfatizan los aspectos estructurales (casi siempre económicos)
centrados en las «restricciones» de la acción política y aquellas
perspectivas centradas en la elección del actor. Estas últimos enfo-
ques se desarrollaron y extendieron en América Latina desde las

248
Elementos de Ciencia Política

investigaciones sobre transiciones desde el autoritarismo; estudios


que tuvieron un marcado acento interaccionista y estratégico.
Sin embargo, el principal problema que enfrentó el estudio
de los procesos políticos, desde una perspectiva centrada en el
actor, consistió en descuidar el contexto histórico, los resultados
de la acción y los elementos sustantivos que permitían entender
la dinámica política específica de América Latina. En este sen-
tido, el «formalismo» predominante en la ciencia política en la
región no solo dificultó un mayor impacto disciplinar después
de la década de 1990, sino que también obstaculizó la compren-
sión de las prácticas informales. A esta tendencia formalista de la
ciencia política latinoamericana contribuyeron el surgimiento de
redes de intelectuales reformistas sobreadaptados, las condicio-
nes de gran complejidad e incertidumbre de los procesos transi-
cionales y el inmovilismo de las clases políticas post-autoritarias,
que se orientaron hacia un posibilismo acrítico.
Albert Hirschman (1991) ha señalado que la democratiza-
ción, como proceso orientado al cambio político, se opone a tres
lógicas que defienden el status quo y que él llama «retóricas de
la reacción». La primera de estas tendencias consiste en la «tesis
del peligro», vale decir, aquel imaginario que se opone al cambio
porque pondría en riesgo los avances conquistados. En segundo
término, existiría un imaginario reaccionario fundado en el su-
puesto de la futilidad e irrelevancia del cambio político frente a
las «leyes de hierro» de la vida social. La tercera retórica de la
reacción consiste en la «tesis de la perversidad», entendida como
la creencia en que todo cambio tiene, al final de cuentas, un ca-
rácter «regresivo».
Estas tres «retóricas de la reacción» se utilizan como refe-
rencias a las contra-olas democratizadoras complementarias a
los análisis de Marshall o Huntington, pero por sobre todo per-
miten entender qué recursos argumentativos utilizan actores en
situaciones concretas (en diferentes contextos y momentos his-
tóricos) para resistir los impulsos políticos hacia la reforma y
el cambio.
Sostenemos que el camino del desarrollo disciplinar de la
ciencia política en América Latina se entronca con la capacidad
de construir abordajes conceptuales comprensivos de la diver-
sidad política, así como una teorización orientada a cristalizar
alternativas viables para la reforma y el cambio. Para este último
punto cabe preguntarse entonces, siguiendo a Hirschman, ¿qué

249
Marcelo Mella

modificaciones requieren los enfoques centrados en el actor y


en la racionalidad instrumental para comprender los procesos
de cambio político?; ¿cuáles son, en la región y en cada caso
específico, los principales factores que prolongan el status quo e
impiden los procesos de reforma y cambio?; ¿es posible pensar el
cambio sin una definición nítida de los fines sociales y políticos
de la acción? Y, finalmente, ¿es posible pensar en un proceso de
cambio político sin lograr definir un «proyecto»?

250
Palabras finales

Después de la década de 1980, América Latina experimentó


un doble proceso: la expansión de la democracia y las reformas
estructurales destinadas a consolidar las economías de mercado.
/>ÊVœ“œÊ…>˜ÊÃiš>>`œÊ`>“Ê*ÀâiܜÀΈÊÞʘ‰L>Ê*jÀiâʈš?˜]Ê
las tendencias estructurales surgidas en este período informan
de muy diversos patrones de transición y democratización; no
obstante, se observa la persistencia de nuevas manifestaciones
de inestabilidad y el desdibujamiento o ausencia de alternativas
programáticas frente al estado neoliberal. Si bien es cierto que
la inestabilidad política no desaparece por completo del escena-
rio regional, esta adquiere la forma de coyunturas críticas con
posibilidad de caídas de gobiernos por la acción de coaliciones
callejeras poderosas, coaliciones opositoras mayoritarias en el
legislativo o sucesos con dimensiones de escándalo público que
acarrean graves daños a la imagen del liderazgo presidencial.
En todo caso, las crisis presidenciales poseen implicancias bien
distintas a las rupturas del régimen democrático, tal como lo
demuestra la historia política del Continente antes de la llegada
de los Estados Burocrático Autoritarios.
Al señalar que los sistemas políticos de la región desde los
años 90 se caracterizaron por falta de alternativas, se alude a
la ausencia de narrativas para la reforma y no se quiere señalar
que estos sistemas dejen de experimentar coyunturas críticas o
nuevos intentos constituyentes o fundacionales. Luego de res-
tablecida la democracia en los Países Andinos y el Cono Sur,
se observan diversos focos de conflicto y crisis institucionales
que constituyen respuestas frente a la recepción, introducción
o profundización del modelo de economía de mercado y estado
neoliberal. Entre los casos más notables en la segunda mitad de
los 90 y los primeros años de la década siguiente, se cuentan las
crisis políticas en Bolivia, Ecuador, Venezuela y Argentina.
No obstante la continuidad y profundización del estado
neoliberal, ha constituido un factor relevante la evolución teó-

251
Marcelo Mella

rica «adaptativa» del pensamiento de un importante sector de


la izquierda latinoamericana. Como formas predominantes de
pensamiento en esta tradición se posicionó, durante los años
90, la narrativa del marxismo analítico y los enfoques neo-ins-
titucionales, apoyados en el prestigio ganado por la influencia
de estas corrientes en el diseño de transición aplicado en Chile.
Estas orientaciones se caracterizaron por eliminar la disonancia
del pensamiento –de buena parte de las ciencias sociales– con los
pilares constitutivos de la economía de mercado. En esta pers-
pectiva se han logrado instalar ciertos dogmas que refuerzan la
explicación del status quo y los fenómenos de continuidad ins-
titucional y, por el contrario, oscurecen la comprensión del con-
flicto, la ruptura y el cambio:

1. La teoría de las preferencias adaptativas, principalmente con


autores como Jon Elster (1988), que entregan un conjunto
de argumentos a favor de la racionalidad que reorganiza pre-
ferencias y creencias en el actor a partir de las restricciones
contextuales,
2. La noción de cambio político como proceso contingente, por
ii“«œÊi˜Ê>ÊÛiÀȝ˜Ê`iÊ`>“Ê*ÀâiܜÀΈʭ£™nn®]Êi˜Ê>ʵÕiÊ
se destruyen las creencias acerca del peso de los factores es-
tructurales para generar ruptura y quiebre del status quo a
través de la acción colectiva,
3. La desestructuración de la teoría posicional del interés como
dogma proveniente del marxismo clásico que sostiene la de-
terminación en la generación de intereses y preferencias por
la ubicación de los sujetos en la estructura productiva (Elster,
1988: 203-238).

La ciencia política se desarrolló profesionalmente en este


contexto en los claustros académicos y, en algunos casos, con
vinculaciones orgánicas con los nuevos gobiernos democráticos.
Dicho desarrollo giró en torno a un objeto disciplinar acotado
a «lo institucional» y con obsecuencia frente al mainstream an-
glosajón. Sin embargo, la historia reciente ha demostrado que un
caso de transición exitosa no equivale a una trayectoria exitosa
de democratización. Esta discontinuidad entre los desafíos de
la transición y de la democratización refuerza en la actualidad
la creencia en la necesidad de una actualización en el lenguaje y
catálogo de problemas propios de la ciencia política.

252
Elementos de Ciencia Política

Ha sido frecuente que algunas revistas de gran prestigio en


América Latina se caractericen, bajo pretexto de contribuir a la
sofisticación metodológica de la disciplina, por reproducir las
elecciones de aquellas tradiciones cosmopolitas y mantener en el
tiempo sus silencios ideológicos. Se ha expandido la falsa con-
ciencia de que el rigor y la seriedad metodológica de la disciplina
de alguna manera limitan su impacto y relevancia frente a los
asuntos públicos. No resulta infrecuente que algunas de estas
publicaciones de prestigio producidas por países caracterizados
por elevados niveles de desigualdad, narcotráfico, clientelismo y
violencia, no encuentren lugar para ocuparse de estos asuntos.
En relación con el desplazamiento del foco de la ciencia po-
lítica, se observa la necesidad de ampliar la perspectiva desde
lo estrictamente institucional a lo social e histórico. La entrada
a lo social permite indagar desde el punto de vista de las rela-
ciones de poder, en aquellas interacciones generativas de nue-
vas ideas y modalidades organizativas, sobre la base de que no
existe evidencia para sostener la creencia de la resurrección de
los partidos políticos y las estructuras tradicionales de represen-
tación. Comprender mejor la función política de los grupos de
interés y presión, los movimientos sociales y la acción colectiva
puede contribuir a devolver el sentido común a la investigación
politológica, mayoritariamente comprometida con procedimien-
tos electorales y una democracia de partidos. La incorporación
de la perspectiva histórica debiera, en cambio, hacer posible la
explicación de la genética de las instituciones y visualizar con-
diciones de superación histórica de las actuales formas políticas.
Vale decir, una manera de evitar análisis que sobredimensionen
el patrón de dependencia histórico consiste, paradojalmente, en
comprender mejor la historia. Hasta hoy, ha sido frecuente que
la elección metodológica determine la formulación de problemas
y, a su vez, esta determine lo que es, ha sido y puede llegar a ser
la disciplina. Nuestro matiz consiste en poner primero los pro-
blemas y luego la elección de métodos, a no ser que se busque
meter un clavo con un destornillador o un perno con un martillo.
Otra tensión que la ciencia política enfrentará consiste en
construir un nuevo equilibrio entre las perspectivas universa-
listas (centradas en la extensión de los problemas) y aquellas
de orientación particularista (centrada en la complejidad de los
problemas). En este punto, el desafío consistiría en identificar los
espacios para el desarrollo de la investigación que permita, desde

253
Marcelo Mella

una perspectiva agnóstica, generar nuevos problemas y concep-


tos. ¿Cómo pensar y definir la democracia en América Latina? Y
en forma todavía más puntual: ¿qué significado tienen la demo-
cracia, los partidos políticos y la acción colectiva en sociedades
con desiguales grados y trayectorias de desarrollo económico,
social y político institucional? Finalmente (y es probable que en
esto no se equivoque Cesar Cansino) la disciplina también re-
quiere mayor autoconciencia y metarreflexión sobre los efectos
de las «luchas internacionales por el poder» en la resolución de
estos dilemas.
En el fondo, uno de los dilemas centrales para los próximos
años en las ciencias sociales y políticas latinoamericanas consiste
en re-equilibrar dos ámbitos potencialmente antagónicos para el
desarrollo del conocimiento: aquel orientado a la convergencia
con los circuitos cosmopolitas dominantes de producción de co-
nocimiento y aquel orientado a la convergencia con las deman-
das y oportunidades nacidas desde las sociedades no completa-
mente integradas a los circuitos globales. Aún más directamente,
me parece que la ciencia política será puesta a prueba no solo
por su capacidad para explicar y comprender las formas actuales
de poder, sino también por su contribución en la reforma de los
sistemas políticos postransicionales y los Estados originados con
las reformas estructurales de corte neoliberal.
La presencia de fenómenos tales como la informalidad po-
lítica, el clientelismo, la expansión de subculturas de la violen-
cia, el antipartidismo o la baja identificación social con la oferta
ideológica de los actores institucionales hace pensar que la vida
útil de los modos actuales de entender la política y la democracia
puede ser bastante corta. Los análisis institucionales centrados
en los partidos y el sistema electoral cada vez entregan infor-
mación menos relevante respecto de los modos de comprender
la política a nivel social. Si la actual generación de ciudadanos
logra enterrar las formas contemporáneas de la política, si ade-
más la ciencia política no hace más compleja su mirada sobre los
procesos, probablemente también esta generación será testigo
del rápido envejecimiento o la muerte de esta forma de conoci-
miento.
En la primera sección de este volumen se pasa revista al sen-
tido de la crisis cultural de la política y, siguiendo en parte lo
señalado por Norbert Lechner, se analizan los nuevos rasgos y
perfiles de la política en tiempos de apogeo del mercado y el Es-

254
Elementos de Ciencia Política

tado mínimo. Especialmente, la pérdida de certezas que coexiste


con el vacío de proyectos alternativos, la reestructuración del
tiempo histórico, la penetración de la economía en la política,
la retirada de las narrativas de lo público, la ruptura de los lími-
tes (sociológicos y espaciales) y la mediatización han constituido
contornos propios de la política, así como variables de contexto
para el desarrollo de la investigación académica.
Por su parte, la descripción del debate sobre la democracia
y el Estado tiene por objetivo identificar alternativas dentro de
un mismo continuo ideológico, a saber, la tradición liberal de-
mocrática. Cada variante, giro o desplazamiento conceptual de
estas ideas acarrea un conjunto de creencias destinadas a «cons-
truir realidad» (performativas). Nuestra disciplina en esta mate-
ria se ha desarrollado con cierta superficialidad, no por causa de
pobreza en la teoría política sino más bien por autorreferencia
de la corriente principal. Por ejemplo, el conflicto central para la
tradición liberal entre el modelo de democracia protector y desa-
rrollista evidencia profundas diferencias en la forma de aproxi-
marse al problema de la representación política. ¿Qué interés
puede y debe ser representado? ¿Los ciudadanos son sujetos in-
dividuales o requieren ser parte de un colectivo? ¿Los represen-
tantes son sujetos autónomos o determinados por alguna clase
de mandato? ¿La representación política en tanto delegación
debe ser entendida en el marco de los mecanismos electorales o
más bien se funda en interacciones extra-institucionales? ¿Puede
seguir conviviendo la representación política como idea central
para la democracia en el marco de sociedades con elevados nive-
les de desconfianza?
La sección referida a actores políticos va desde la descripción
de los actores más próximos a lo institucional (partidos) hasta
aquellos anclados en al campo social. Superado el nivel de la
descripción básica de conceptos fundamentales, parece necesario
incorporar el estudio de las relaciones de poder a un conjunto de
actores provenientes del campo social, que cada vez con mayor
frecuencia y efectividad influyen sobre el juego de los actores
institucionales. No me refiero tanto al papel de jugadores infor-
males y outsiders, como al creciente efecto de penetración e in-
fluencia sobre los gobiernos de los grupos de presión y jugadores
con veto social.
Finalmente, el estudio de los procesos políticos tiene por
propósito identificar trayectorias y patrones de democratización

255
Marcelo Mella

en América Latina en perspectiva histórica larga. En este plano,


el libro asume un punto de vista agnóstico en relación con las
condiciones basales que posibilitan el desarrollo político en los
diferentes sistemas. Al mismo tiempo, subyace una intuición que
se explorará con mayor detalle en los volúmenes siguientes y que
consiste en dos tendencias que generan nuevas estructuras, tanto
en la dimensión del sistema de partidos como en el ámbito de
los movimientos sociales. El análisis del siglo veinte parece con-
firmar en general que existe una especie de ley de hierro a nivel
de sistema de partidos que genera, salvo pocas excepciones, una
tendencia sistémica al «corrimiento a la izquierda».
Del estudio de la genética partidaria y de la evolución his-
tórica de los movimientos sociales, se podría sostener que las
organizaciones sociales, con el paso del tiempo y salvo casos
puntuales, parecen tender a la institucionalización. De estos dos
argumentos se podría entender que existe una oportunidad para
construir convergencias entre partidos y aquellos que quieren
cambios «sin tomarse el poder».
Suscribo la idea de que la democratización debe ser entendi-
da como proceso situado, por tanto, posee desarrollos particu-
lares que superan por su complejidad cualquier esfuerzo por la
generalización o universalización. Del mismo modo, contradi-
ciendo algunas respetables creencias, sostendremos a lo largo de
los diferentes volúmenes de este trabajo que la democratización
debe ser entendida en plural básicamente porque se trata de un
proceso no lineal ni tampoco acumulativo. Las democratizacio-
nes, tal como refiere Charles Tilly, son dinámicas con patrones y
desarrollos específicos donde se resuelve siempre de modo con-
tingente alguna forma de equilibrio entre las capacidades estata-
les y los repertorios contenciosos de protesta y acción colectiva.

256
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papel necesario para su producción, y se aplicaron altos
estándares para la gestión y reciclaje de desechos en
toda la cadena de producción.
D espués de 1990, las ciencias sociales chilenas se han carac-
terizado por una mayor autonomía respecto de los partidos,
por una considerable sofisticación metodológica pero, al mismo
tiempo, por un disminuido vigor teórico y una muy discutible con-
tribución al diseño e implementación de políticas. Paradojalmen-
te se podría argumentar, sin temor a ser calificado de excéntrico,
que durante el régimen autoritario de Pinochet, en particular en
el transcurso de la década de 1980 y en el marco de severas
restricciones a las libertades públicas, las ciencias sociales no
económicas alcanzaron su mayor capacidad para influir en el
proceso político.
Restablecida la democracia, la ciencia política ha conquistado
un aceptable nivel de desarrollo y autonomía, manifestado princi-
palmente en el desarrollo de investigación académica y una explo-
siva expansión de la oferta de pregrado. Sin embargo, a la fecha
esta disciplina no ha consolidado un campo profesional distinto a la
academia (docencia e investigación) y carece aún de incidencia en
la discusión, el diseño y la implementación de políticas.
Sostengo la creencia de que la solución frente al extravío de la
disciplina no se encuentra en la recomposición de la investigación
con alguna forma de meta-teoría, sino más bien en el encuentro
con el planteamiento de problemas políticamente relevantes que
permitan abrir nuevas rutas para la investigación. Para abordar
esta tarea resulta ingenuo y estéril reclamar autonomías disciplina-
res y, al mismo tiempo, pretender superar la condición de futilidad
en la que se encuentra atrapada buena parte de la investigación
politológica. Sin pretender dar una solución definitiva, este libro
presenta al lector una selección de conceptos relevantes para la
disciplina y se orienta a vincular problemas de investigación clási-
cos a la experiencia política Latinoamericana.

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