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Universidad Nacional de Tres de Febrero UNTREF Virtual

Seminario de Historia Social y Política II

Unidad 3

Tema: Abordaje de las condiciones de producción de un texto

Abordar textos en el campo de la historia intelectual supone la consideración de una serie de elementos
que posibilitan su análisis. Básicamente se trata de ubicar el contexto de producción, la figura del autor
dentro del campo intelectual, la ubicación de la obra en cuestión dentro del marco de la producción
general del mismo y la recepción por parte del público lector.

1. Contextualización

Un texto es un producto cultural y se encuentra, en tanto, atravesado por los cuestionamientos y


visiones de su contexto de producción. Deben tenerse en cuenta los rasgos generales de la época, la
situación del campo intelectual y las formas de convergencia y sociabilidad de los intelectuales.

Caracteres de la estratificación económica-social, conflictos sociales, y peculiaridades del sistema político


dan cuenta del marco general de producción de las obras. La identificación de las corrientes de
pensamiento que atraviesan la época permite advertir el clima cultural donde el texto emerge.

El campo intelectual fue definido por Pierre Bourdieu como el sistema de relaciones predeterminado en
el cual se encuadra un autor y su obra. Es un sistema de poder estructurado según reglas, instituciones
legitimantes y actores, como productores de bienes simbólicos, que justifica dos niveles de análisis: el
de la posición de los intelectuales respecto de las clases dominantes y el de las relaciones que guardan
los grupos dentro del campo, en competencia por la legitimación. Para Bourdieu, desde el siglo XIX
artistas y escritores forman parte de la clase dominante, aunque ocupan dentro de ella el lugar de una
fracción dominada. Esto los coloca en una posición ambigua en la estructura social y frente al gran
público, compuesto por fracciones de la clase dominante y las clases subalternas. De esto se desprende
un doble sistema de relaciones: la que se establece entre la comunidad intelectual y los “otros” y la que
se establece entre los integrantes de la comunidad. La posición de un escritor se determina por la
intersección de este doble juego de relaciones.

Es condición de la existencia del campo intelectual la existencia de un mercado de bienes simbólicos que
permita a sus productores vivir de las mercancías que elaboran. Esto da cuenta de la autonomía del
campo con respecto de las autoridades instituídas fuera de él, lo que supone la existencia de sociedades
secularizadas con instituciones típicas de la democracia liberal y una economía capitalista. Aquí es donde
aparece el límite del concepto de campo: pensado para la sociedad francesa de mediados del siglo XIX
hasta la fecha, la problemática emerge cuando se lo quiere aplicar a sociedades que no cumplen estos

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requisitos. La posibilidad de atribuir este tipo de configuración al campo intelectual de las sociedades
latinoamericanas es incierta. Su sistema de referencias está radicado en las metrópolis culturales, que
funcionan como paradigmas y espacio de consagración. Analizar el campo intelectual supone, en
definitiva, analizar relaciones de poder entre instituciones, mecanismos e instancias de legitimación y de
consagración y posicionamientos internos de sus miembros: vanguardias, autoridad y disidencias.

En los últimos años la historiografía sobre intelectuales destacó tres niveles con respecto a la
sociabilidad y formas de convergencia en el campo intelectual: espacios, revistas y redes. Entre los
primeros se destacan las instituciones estatales como las Academias y las universidades, pero sobre
todo las asociaciones de la sociedad civil: clubes, tertulias, asociaciones culturales y encuentros
públicos. Las revistas se erigen en el lugar por excelencia en la constitución de identidad de los
intelectuales desde fines del siglo XIX: la pertenencia a las mismas delimita el espacio entre el
“nosotros” y los “otros”. Finalmente, las redes son generadas por los vínculos e intercambios producidos
tanto en espacios comunes como las revistas, como en la correspondencia privada.

2. Autor

La figura del autor se consolida a partir del siglo XIX y su noción contiene significaciones
complementarias: la de creación, como cualidad artística opuesta a la práctica reproductiva, la de la
originalidad como valor, opuesta a la imitación y la de subjetividad, entendida como interioridad del
artista y resorte de su actividad creadora. La forma social en que se percibe a un autor y la propia
autopercepción revelan la asignación de un lugar en el ámbito cultural. Esta conciencia de la función
autor conlleva un riesgo reduccionista: concebir al autor como mero reflejo de las estructuras,
reemplazando el fetichismo romántico del autor incondicionado por el de las estructuras determinantes.
El autor, como productor simbólico, crea una obra que carece de sentido único.

A fin de analizar la posición del escritor dentro de la estructura social Antonio Cándido define tres
variables a las que es preciso prestar atención: la conciencia grupal, que les permite autodefinirse como
sector diferenciado con un papel social específico, las condiciones de existencia de las que dependen y
su imagen social que proyecta el reconocimiento colectivo a su labor. A esto se suma el lugar que
ocupan dentro de la industria cultural y del mercado de bienes, con el cual se conectan los escritores a
través del editor.

La contextualización de un autor permite trascender los márgenes de la biografía clásica: si bien los
datos biográficos siguen siendo insoslayables, la formación individual se cruza progresivamente con su
inserción en el campo, apuntando a una biografía intelectual. Así adquieren relevancia la formación
juvenil, las tradiciones que le sirven de plataforma, su interacción con el clima de las ideas circulantes al
ser consideradas con relación al posicionamiento en el campo intelectual. La defensa del statu quo, que
los ubica en el centro del mismo o la oposición vanguardista que los hace circular por sus márgenes, se
ven reforzadas por la formación de redes y espacios de intercambio que dan cuenta del lugar que
ocupan en el marco de su cultura nacional y en los intercambios con otras culturas nacionales.
Finalmente sus relaciones con la esfera política y sus itinerarios intelectuales confluirán en la
caracterización general de su obra, evidenciando continuidades y fracturas.

3. El público lector

La existencia del público lector induce a pensar en la relación que se establece entre el autor, la obra y
sus lectores como un sistema de producción que queda inmerso en el campo cultural. La producción
intelectual produce textos y lecturas de los mismos que dejan entrever las formas de recepción de la
obra. Los destinatarios de la misma se convierten en el sector directamente implicado en las estrategias

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de producción textual. Toda obra lleva implícita la imagen de su lector, ya sea el destinatario imaginado
como ideal, como los lectores potenciales, cuyo origen y cultura los diferencia el autor. El capital cultural
y las diversas destrezas definen cada tipo de interpretación, dejando entrever al destinatario originario.

4. Crítica externa de la obra

Por último, conviene tomar en cuenta algunos elementos que hacen a la caracterización del texto que se
analiza: la ubicación del mismo en el marco de la obra general de su autor, el género al que pertenece
(tratado, ensayo, panfleto, ficción) ya que cada uno está regido por un tipo de discurso, las partes en
que se divide y las cuestiones formales inherentes a la edición: tipo de editorial, formato, precio.

Bibliografía sugerida:

Altamirano, Carlos y Beatriz Sarlo. Literatura/Sociedad. Buenos Aires,


Hachette, 1983
Altamirano, Carlos (director) Términos críticos de sociología de la cultura .
Buenos Aires, Paidós, 2002.

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