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DE LA REGLA FRANCISCANA
por Kajetan Esser, ofm
.
En 1973 se celebró el 750 aniversario de la llamada «Regla
bulada» o «segunda Regla» de san Francisco. Para
conmemorarlo, el Pontificio Ateneo Antoniano de Roma organizó
un «Encuentro interfranciscano», que tuvo lugar el 16-IV-73 y en
el que participaron representantes de las diversas familias
franciscanas. A continuación ofrecemos la ponencia del P. Esser.
5.- Según nuestra Regla, los elementos que crean la vida común de
los hermanos son los siguientes:
- El culto divino, en íntima unión con la vida de la Iglesia; en él, la
vida común de los hermanos alcanza su vértice supremo, su
verdadera fuente, su significado más sublime; la Regla trata de él
precisamente antes que cualquier otra cosa referente a la vida
práctica de los hermanos (cap. 3).
- La obediencia según la nueva y originalísima concepción de
espacio, de ambiente; quien sale de ella se hace inhábil para el
Reino de Dios (cap. 2).
- La «familiaridad»: fundada sobre una caridad mayor que el amor
de una madre (cap. 6) e inserta en la atmósfera que, según el cap.
10, debe reinar, sobre todo, entre superiores y súbditos.
- El amor, más que materno, entre los hermanos espirituales, es
decir, entre hermanos animados sólo por el espíritu del Señor: ésta
es su casa, por lo cual «muéstrense familiares -domésticos- entre
sí» (cap. 6).
Estos cuatro elementos básicos son la prueba clara de que la
Fraternidad de los Hermanos Menores se funda más en vínculos
personales que ambientales.
6.- La Regla nos proporciona también los elementos que conservan
esta vida común. Son los siguientes:
- Los vestidos: sencillos e iguales para todos y, sobre todo, no
costosos; tales que, «dondequiera que se encontraren los
hermanos» por los caminos, puedan reconocerse entre sí (caps. 2 y
6).
- El superior general para toda la Fraternidad; por él, la vida de los
hermanos queda ordenada en la obediencia a la Iglesia, de suerte
que el vínculo que viene a parar en él, los mantenga unidos aunque
estén dispersos «dondequiera que se hallen los hermanos» (cap. 1
y 8); y deberán obedecer también a sus representantes en los
diversos territorios, es decir, en las provincias (cap. 8 y 10).
- Los capítulos que han de convocarse regularmente, sobre todo los
capítulos provinciales, si y en cuanto pueden considerarse un
encuentro de los hermanos con su ministro en el interés de la vida
común de la Fraternidad (cap. 8).
- Y por último, la Regla misma que, con sus profundas enseñanzas
verdaderamente espirituales, tiende a imprimir constantemente en
la vida de los hermanos el sello de «hermanos de veras menores».
CONCLUSIÓN
La Regla, pues, trata de una vida. Se dirige a la vida concreta de
los Hermanos Menores de todos los tiempos y quiere animarlos
integralmente del espíritu del Evangelio e insertarlos en la vida de
la Iglesia. El modo en que cumple esta tarea es del todo original.
Admitamos que tal modo es insuficiente desde el punto de vista
jurídico-legal. Es un hecho que viene confirmado por las múltiples
declaraciones de la Regla, oficiales o privadas. Lo atestiguan
igualmente las más de treinta y seis ediciones de las Constituciones
Generales, que son el complemento necesario a la Regla. Mas con
todo, es ciertamente un modo excelente por su espíritu evangélico.
La Regla quiere no sólo ser vivida jurídicamente, sino también, y
mucho más, correr el riesgo a una con la fe cristiana. Es la misma
Regla la que incita a afrontar este riesgo, como nos lo hacen ver los
frecuentes reclamos a la «divina inspiración» y a la «necesidad de
los hermanos». Nuestra vida según la Regla no puede sustraerse a
este riesgo que está en el Evangelio mismo; más bien debe ser una
lucha generosa por el «Espíritu del Señor y su santa operación».
Consolidados en este espíritu, deberemos procurar cada día hacer
lo que Francisco quiere proteger con tanto vigor en el cap. 10 de la
Regla: empeñarnos siempre y en todo lugar en guardar la Regla no
«a la letra y sin glosa», sino de una manera ciertamente más difícil:
«guardar la regla espiritualmente».
[En Selecciones de Franciscanismo, vol. IV, n. 10 (1975) pp. 5-
10]