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farmacolonialidad:
Colección Trazos
Colección Trazos
Directores: Gastón Molina y r aúl rodríguez freire
Agradecimientos 347
INTRODUCCIÓN
I NT ROD U CC I ÓN 7
Hace algunos años,
cuando comenzamos a
elaborar esta selección
de escritos sobre las drogas, nos enganchaba una pregunta inicial sobre
las dimensiones experimentales de la alteración sensorial y la historia de
sus efectos políticos y culturales. Nos interesaba entender el devenir no
evolutivo de las formas ancestrales y contemporáneas de la alteración, ya
fuera en las asincronías de los usos religiosos, bajo condiciones rituales, o
en las prácticas aparentemente secularizadas del goce o del exceso lúdico,
así como en los usos médicos y las proyecciones industriales del laboratorio
farmacológico, donde se cuecen los mayores (fetiches) anestésicos y esti-
mulantes de los siglos XIX , XX y XXI. Las complejas (des)territorializaciones
letales del narco-estado en los mapas del necro-capital complicaron aún
más nuestra genealogía de la alteración sensorial y los cambiantes sentidos
de la experimentación en el mundo contemporáneo.
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la proyección del “afuera” de la razón occidental moderna, sino también
porque ese “afuera” le resulta constitutivo como uno de sus órdenes o regí-
menes principales: estimulante de planetarias industrias farmacológicas,
de prósperas máquinas de guerra, de control de la seguridad y de la modi-
ficación neuro-política de las subjetividades.
Está claro que la heterogeneidad del archivo con que hemos trabajado por
varios años rebasa los marcos disciplinarios y problematiza cualquier modo
de entender los principios de la autonomía. El archivo incluye discursos
testimoniales, literarios, filosóficos, antropológicos, científicos, médicos,
religiosos, jurídicos y policiacos que buscan descifrar el sentido de la expe-
riencia singular potenciada por una sustancia –sea natural o artificial, con-
trolada o no por la ley– que desata la “conciencia” de sus amarres habituales
en el horizonte de un sensorio normativo, sedimentado en los “principios
de la realidad” y de la autonomía del sujeto. La textura de estos discursos
heterónomos y múltiples es propensa a los combinados y a los excesos. Se
trata con frecuencia de mezclas de escrituras de la experiencia y protocolos
de investigación: experimentaciones estéticas transitadas por el destello del
análisis social y político de la cultura de la droga. Aquí les llamaremos nar-
cografías en un sentido amplio que de ningún modo pretenderemos reducir a
la narco-literatura y a sus secuaces actuales, aunque estos también son parte
del archivo, intervenido, como ha sugerido Gabriela Polit, por las narrativas
de la industria cultural y por una exuberante dosis de pánico y euforia.
1 Ese drama de la masculinidad, como señala Valencia en Capitalismo gore, es acaso un aspecto
decisivo y muy poco explorado de la llamada narcoliteratura y del negocio contemporáneo de
la muerte, de la violencia, que desborda cualquier teoría “moderna” de una centralizada legiti-
midad estatal bajo los regímenes de la “desregularización” neoliberal.
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poderes– que la droga incita en sus trayectorias, proponemos una selección
de aproximaciones que generalmente se ubican en el cruce del análisis
estético-político, cultural y social. Estos abordajes al tema de la droga y
sus efectos tanto epistémicos como ontológicos ponen de relieve los obs-
táculos que su complejidad implica para cualquier reflexión actual sobre la
subjetividad, las políticas del cuerpo, su relación con la territorialidad, la
soberanía y el colonialismo.
En ese sentido, la droga –llamémosle así por ahora sin ignorar la vaguedad
del término– no es un objeto común y corriente: su materialidad química
transforma a los sujetos que toca en su deriva. Su potencia es capaz de tras-
tornar algunos de los aspectos constitutivos, aspectos de la identidad que
se piensan fundamentales o esenciales del sujeto que la consume. Trastoca
nada menos que los lazos entre el sensorio y los objetos de la conciencia,
la percepción “adecuada” de lo real, lo que suscita interrogantes sobre el
“juicio” del sujeto bajo el impacto de la sustancia, interrogantes sobre el
control, la voluntad, la atención, la productividad, la efectividad misma del
“gobierno de sí” y la autonomía de la persona.
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de la subjetivación y del control, lo que nos parece irreductible al análisis
exclusivo de los tropos, de los deslices figurativos de aquello que Jacques
Derrida denominaba la “Retórica de las drogas”, un tema elaborado por
Ronell en su libro fundamental, Crack Wars, donde investiga la recurrencia
de la droga como una figura del imaginario literario y filosófico moderno,
y donde asimismo postula, por el anverso, la literatura y la filosofía como
el arrojo y el descarrilamiento de las verdades e instituciones del Sujeto.
Por todo esto, no nos sorprende que las sustancias y la embriaguez siempre
hayan estado sometidas a las formas más variadas del control, prescripción
e interdicción. Los controles se dan a partir de por lo menos tres zonas de
riesgo donde opera la alteración. Lo que a su vez explica la diferencia entre
tres regímenes de alteración y de control, y las normativas correspondientes
a sus distintivas políticas del cuerpo: 1) a partir de la potencia y el poder de
la conexión divina que los dones de la sustancia acarrean o posibilitan, 2)
del trastorno de la racionalidad de la persona bajo el impacto de sus efectos
sobre el “juicio” y la “voluntad”, o 3) de las pugnas sobre el control de los
saberes, las tecnologías, el capital que se acumula en torno de la produc-
ción, consumo y gobierno de estas sustancias capaces de controlar el dolor,
de estimular los ánimos, de condicionar los estados de la normalidad y la
percepción misma de la realidad. Está claro que la potencia que consigna
la droga no es poca cosa. Bajo el escrutinio constante de la ley, los usos de
la sustancia explicitan y ponen en juego las condiciones del control y sus
excedentes, es decir, el “afuera” o la “excepción” de los distintos estados
normativos en la historia del cuerpo y los sujetos. Por eso, desde comienzos
del siglo XIX hasta nuestros días, la experiencia de la alteración de la con-
ciencia, del ánimo y de los afectos incita a todo tipo de discusiones sobre el
gobierno de sí y los límites porosos (y maleables) de la subjetividad.
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(ver Ángel Rama y Fernando Coronil), o como una nueva inscripción del
debate sobre el mestizaje (ver la crítica de Luis Duno-Gottberg, Alberto
Moreiras y Román de la Campa). El lugar del texto de Ortiz en el inicio de
esta selección de narcografías reubica su lectura en direcciones que apenas
han sido sugeridas anteriormente (ver Julio Ramos, John Beasley-Murray,
Lizardo Herrera) sobre el potencial de la estrategia crítica que despliega la
cartografía del viaje del tabaco desde el Caribe a Europa y los efectos que
esa trayectoria produce en una excéntrica teoría de una modernidad tran-
sitada por los tiempos múltiples y las heterocronías propias de los procesos
coloniales y de la esclavitud. Tanto para Ortiz como para Carpentier y
Lezama Lima, las temporalidades múltiples desbordan cualquier narrativa
informada por el evolucionismo de la historia universal. De ahí que Ortiz
y Lezama Lima comenten sobre el potencial alternativo del contrapunteo
y de la polifonía barroca. Aunque este introducción no es lugar para un
análisis detallado del texto de Ortiz, conviene comentar dos aspectos de
su ensayo histórico-antropológico que condensan algunas de las aproxi-
maciones y estrategias interpretativas que se reúnen en esta antología. Por
cierto, no pretendemos soslayar las diferencias entre el tabaco, el azúcar y
otras sustancias controladas. Aunque dicho sea de paso, una de las histo-
rias que cuenta Ortiz en su ensayo narra el largo proceso de la prohibición
del tabaco y la lenta transculturación del gusto europeo, donde el objeto
colonial no consolida su aceptación institucional hasta fines del siglo XVIII.
En uno de los capítulos más elaborados de su fragmentario libro, Ortiz
traza una cartografía transatlántica de la vida material, económica, cul-
tural, jurídica y religiosa de este objeto colonial, el tabaco, de su entrada a
Europa por el sur de España y su difusión por el Mediterráneo, gracias a
la intermediación de piratas y africanos, hasta llegar a convertirse, según
lo señala Ortiz, en una fuente de estímulo físico clave para la moderni-
dad europea. Mediante la cartografía de la migración del tabaco, Ortiz
reflexiona sobre las complejas redes de poder, mercados, leyes, consumo,
goce y estímulo sensorial que se producen en la trayectoria del tabaco;
marca en el mapa los puntos donde el viaje del tabaco recorre espacios y
tiempos, cruza límites institucionales, fronteras políticas y sociales, antes
de introducir su potencia “mágica”, anacrónica, en la configuración neu-
rálgica de la ilustración como estímulo del pensamiento moderno, de la
sociabilidad que lo produce y de las economías imperiales que lo sostienen.
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lo cultural, se ve una multiplicidad en donde conviven asincrónicamente
elementos religiosos, mercantiles, de prestigio social o de orden lúdico.
Ortiz también da cuenta de los primeros ataques prohibicionistas. Hubo
sacerdotes o moralistas católicos que definieron la planta como diabólica;
sin embargo, los procesos de acumulación mercantil, la renta territorial y
las políticas tributarias junto con su sensualidad (potencial hedonista) y la
defensa de sus propiedades medicinales derrotaron estos tempranos afanes
prohibicionistas consolidando al tabaco como una mercancía global.
Taussig deja Colombia para reflexionar sobre los usos del oro y la cocaí-
na en la actualidad; por ejemplo, nota que varias joyerías neoyorquinas
confeccionan los collares de los narcotraficantes colombianos. También
ve cómo la Guerra Contra la Droga ha montado sofisticados sistemas de
vigilancia que se dirigen a perseguir a los colombianos en los aeropuer-
tos internacionales presumiendo su culpabilidad antes que su inocencia.
Luego regresa a Colombia y ubica su museo de la cocaína en los márgenes
–en las heterotopías de la historia nacional–; esto es, en las antiguas zonas
de producción aurífera –Tumaco, lugar de origen de varias de las piezas
exhibidas en el Museo de Oro y al que llegaron los esclavos negros para
explotar las minas. Allí, la economía de la cocaína, producto de la guerra
contra los narcóticos, ha sustituido a la del oro con la consiguiente llegada
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En la segunda sección de la antología articulamos los siguientes temas: el
capitalismo, la experiencia de la alteración y la estética de la droga. Los
usos médicos y las proyecciones farmacológicas del siglo XIX generaron
nuevos usos, saberes y poderes de la droga. Por un lado, los fármacos sir-
vieron como fuente de alivio para las nuevas enfermedades nerviosas; por
otro, los nuevos alcaloides ampliaron las capacidades de alteración y se
transformaron en una forma de ruptura, dando pie a nuevas experiencias
éticas y estéticas (verbigracia los poetas malditos y el modernismo latinoa-
mericano). Cabe anotar, sin embargo, que en esta sección entendemos la
droga como un fenómeno escurridizo, difícil de aprehender, pues no solo
se transforma en una substancia que rompe la moralidad o la rigidez de lo
establecido (una forma de rebelión, según Octavio Paz), sino que paradó-
jicamente también se desplaza y subordina a la acumulación capitalista en
tanto favorece el consumo y oculta la fragmentación social o el desgaste
corporal resultantes de la industrialización.
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que no solo contamina el mundo de la droga, sino la totalidad de la vida.
La acumulación capitalista succiona la sangre de los cuerpos hasta dejarlos
agotados y obsoletos, de la misma forma en que la adicción conduce al
agotamiento corporal o a la muerte.
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mencionadas. De acuerdo con Sedgwick, la sociedad actual ha devenido
adicta a la idealización del libre albedrío o la fuerza de voluntad -ideal pa-
recido al del súper hombre nietzscheano- y el adicto representa justamente
lo contrario, un individuo débil y dependiente, quien de sujeto de sus expe-
rimentaciones perceptivas o de sus propios placeres se transformó en objeto
ya sea de intervención biopolítica o de estudio de nuevas disciplinas.
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aunque su meta no es la aniquilación de los cuerpos en los campos de
concentración, sino la permanente excitación, una vez que el cuerpo. Deja
de ser excitable, termina desechado como nuda vida.
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la capacidad para otorgar la muerte a otros –necropolítica. Aquí se cons-
truyen sujetos endriagos; es decir, sujetos altamente agresivos, híper-mascu-
linizados. La violencia y la destrucción de los cuerpos en estas zonas deja
de ser un medio para adquirir riqueza o poder; por el contrario, según la
autora, se convierten en el fin mismo y la forma como el consumo se ma-
terializa en las zonas pauperizadas. El narcotráfico y el resto de prácticas
del capitalismo gore, por tanto, no son otra cosa que la forma en que los
sectores precarizados por la globalización neoliberal se insertan al híper
consumo contemporáneo debido a que la economía de la droga les permite
obtener la visibilidad y los recursos necesarios.
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La historia del tabaco
ofrece uno de los
más extraordinarios
procesos de transculturación. Por la rapidez y extensión con que se propa-
garon los usos de aquella planta, apenas fue conocida por los descubridores
de América, por las grandes oposiciones que se presentaron y vencieron, y
por el radicalísimo cambio que el tabaco experimentó en toda su significa-
ción social al pasar de las culturas del Nuevo Mundo a las del Mundo Viejo.
[…]
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del sensualismo. A Europa ya no le bastaban para sus sentidos las especias
ni los azúcares; los cuales, aparte de ser escasos y sólo privilegio de pode-
rosos, excitaban sin dar inspiraciones o fortalecían sin dar exaltación. Ni le
eran suficientes a su espíritu los vinos y licores, que, si procuraban audacia
y fantasía, a menudo ocasionaban abyección y desvarío y nunca meditación
ni juicio. Hacían falta otras especias y néctares que fuesen animadores te-
naces y profundos de los sentidos y de las ideas. Y los demonios proveyeron
a ello, enviando para las contiendas mentales que en Europa abrieron la
vida a la Edad Moderna el tabaco de las Antillas, el chocolate de México,
el café del África y el té de la China, la nicotina, la teobromina, la cafeína
y la teína; los cuatro alcaloides que se unieron al servicio de la humanidad
para que la razón fuese más despierta.
[…]
[…]
Acaso las sustancias tentadoras que hay en todos ellos sean efluvios de una
misma retorta infernal. Ya era sabido que en el café y el té bulle un mismo
alcaloide, el “trimethyloxipurin”. Pero ha poco el profesor Nottbohm descu-
brió que aquellas plantas contienen además otro alcaloide, el “trigonellin”; y
acaba de probarse por Hantzsch (ver Jacob, 1934: cap. III) que ese alcaloide
precisamente es uno de los principales constituyentes de la nicotina, carac-
terística del tabaco. Es también notable que los citados cuatro alcaloides, o
[…]
Pero, sobre todo, en esa época intervienen ya en la suerte del tabaco es-
pañol dos nuevos factores sociales, ambos de carácter fundamentalmente
económico; uno que se traduce en la comedia y otro que no se confiesa pero
que es el más importante y decisivo. Es que entonces el tabaco adquiere
un sentido de alto rango social y se convierte en un gran valor económico.
Fumar un tabaco o absorber sus polvos fue símbolo de señorío y de opu-
lencia. Acaso el uso del tabaco ya tuvo algo de jerárquico entre los mismos
indios, al menos en ciertas maneras ceremoniales. En algunos cronistas se
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apunta la categoría social de ciertos ritos del tabaco, atribuyéndolos a los
caciques y a los sacerdotes. Entre los europeos, tomar tabaco era el goce de
una riqueza exótica que se consumía totalmente en una vez, quemándola y
reduciéndola a cenizas. Lo elevado de su costo no permitía tal dispendioso
y fugitivo placer sino a los potentados. Su exotismo, añadido al subidísimo
precio, le daba a tal lujo un carácter de distinción rara. Se fumaba con
vanagloria como se alardeaba de poseer un esclavito negro, una jaula de
loros parleros, una carroza de caoba o un bastón de carey. Estos no eran
solamente signos de riqueza; pretendían ser símbolos de pompa cortesa-
na, ganados en empresas lejanas y semifabulosas de guerra, autoridad y
poderío. Y el anhelo del rango social estimulaba la apetencia del tabaco
para la ostentación en su disfrute, tal como el parvernú quiere beber en
público el champagne más rico de sabor y de precio para satisfacción de su
petulancia. Así, lo antes “mal visto en sociedad” vino a ser signo de “alta
elegancia entre la gente distinguida”. Aún hoy día, un sujeto que “fuma
en pipa” es todo un personaje en el folklore. Por extensión metafórica,
también de un problema muy importante, se dice que “fuma en pipa”. La
simple categoría social que tenía el tabaco por aquellos tiempos se descubre
en esas alusiones que se le hacen en el teatro español de costumbres. Se le
saca a la mesa a sus postres, con la exóticas y ricas frutas de Indias y de
Castilla, “para echar la bendición”.
Pero, además, el tabaco en esa misma época alcanza una gran considera-
ción económica por los mercaderes, por los estadistas y también por los
eclesiásticos. Ya no es sólo una fuente de placeres; ya lo es también de
riquezas. Al caer el siglo XVI el uso del tabaco es ya tan aceptado que
pasa a ser una mercancía siempre negociable y su cultivo es granjería muy
provechosa. El producido en Indias es tan apetecido que se hace objeto de
un codicioso comercio trasatlántico, ya tan pingüe como lo fue el de las
especias; y, en definitiva, su crecido valor, su inagotable demanda y el ca-
rácter suntuario que tiene su consumo lo convierten en una base económica
excepcionalmente amplia y adecuada para sufrir tributos muy productivos,
zarpazos fiscales de los más crueles y a la vez de los más consentidos.
[…]
[…]
[…]
La importancia tributaria del tabaco debió de percibirla, antes que otra en-
tidad social, la Iglesia Católica en las Indias españolas, apenas los poblado-
res iniciaron privadamente el cultivo de tabacales para su aprovechamiento
en los tratos mercantiles. La base económica de la Iglesia española, como
en general de la Católica, aparte de sus grandes feudos, fundos y otros pin-
gües beneficios, estuvo en los diezmos, o sea en el impuesto que aquélla
percibía del diez por ciento de toda la producción minera y agraria del país.
El sistema legislativo de tal tributación eclesiástica ya estaba en vigor en la
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España peninsular antes que naciera la España colonial, y cuando surgió
ésta no hubo más que hacer extensivo a los nuevos países ese viejo régimen
fiscal de Castilla, lo cual hicieron los Reyes Católicos por R. C. de 5 de
octubre de 1501. Apenas el tabaco comenzó a ser objeto de la especulación
agraria de los españoles en las tierras por ellos pobladas, por sólo ser un
producto cultivado, quedó ipso facto sometido al impuesto del diezmo, o sea
de la décima parte, de su producción, a favor de las arcas eclesiásticas. Así
los clérigos españoles de las Indias, donde comenzó a cultivarse el tabaco
para su consumo por los pobladores y luego para la exportación, pronto
sacaron directos provechos, económicos y utilitarios de la propagación de la
planta diabólica, como los reyes pudieron beneficiarse con ella mediante los
almojarifazgos, alcabalas, monopolios y toda suerte de gabelas que fueron
impuestos sobre el tabaco bajo amenaza de los más draconianos castigos.
[…]
[…]
Hay que convenir en que el tabaco fue descubierto por los europeos en una
época propicia para su recepción como panacea. De la Edad Media no se
habían perdido aún las supersticiones en los prodigios y las magias, y del
Renacimiento ya se tenían las curiosidades experimentales, aun cuando
sin haberse condensado en formulaciones científicas. Y el tabaco fue a la
vez cosa de portento y cosa de ciencia; sustancia que atraía tanto por su
exótico misterio y lo semifabuloso de su procedencia, como por lo extraño
de sus métodos y lo inexplorado de sus eficaces aplicaciones, todo lo cual
hacía incontables las posibilidades para la experimentación de los médicos
noveleros y para las engañifas del charlatanismo y la curandería.
[…]
En los médicos fue corriente declamar contra los abusos del tabaco y re-
comendar que no se aplicara la yerba “sana sancta” sin una previa pres-
cripción facultativa; a lo cual replicaban los fanáticos de la yerba que eso
era por egoísmo profesional. Y también, desde mediados del siglo XVII
hubo sátiras contra los médicos que en la novelería del tabaco encontraban
medro económico.
DE LA T RA N S C U LT U RAC I Ó N D EL TA BACO 41
Dogmatistas y científicos cedieron ante el diabólico espíritu del tabaco
cuando éste, pese a los martirios impuestos a sus devotos, logró extenderse
por las altas y las bajas clases sociales y vino a ser fuente fiscal de pingües
almojarifazgos, alcabalas, estancos y diezmos, así para los usufructuarios
de la Corona como para los del Altar. Y, en esto también, todo fue con-
secuencia de la virtud del dinero, que en la corte del rey y en la de Roma
ya había notado con su perspicacia y referido con sorna el P. Juan Ruiz, el
arcipreste desenfadado. Cuando los regios arbitristas comprendieron lo fá-
cil que era poner tributos al tabaco, como a un artículo de placer, se supri-
mieron las persecuciones, los moralistas fueron callados y las conciencias
fueron dormidas, dejando que los endiablados tabacos de los idólatras de
América fueran inficionando al mundo a cambio de pagar fuertes tributos
a sus empinados gobernantes. Entonces el crudelísimo sultán de Turquía,
convencido de las ventajas económicas del tabaco, derogó el iradé que
mandaba empalar a los fumadores y la furia de los ulemas fue relajándose.
Si antes un gran muftí a nombre de Dios inspiró las persecuciones, luego
otro gran muftí cambió la doctrina, no se sabe si también por soplo de Alá.
Tal como ocurrió con el café, condenado primeramente como contrario
a la divina ley coránica y luego encomiado como “vino del Islam” para
sustituir el “vino de los cristianos”. Si antes el café fue tenido por leyenda
como una bebida sacada de la cagarrutas de los cabrunos demonios, luego
una nueva leyenda, de origen persa, explicó piadosamente cómo habiendo
caído Mahoma en abrumador cansancio y somnolencia, Dios reanimó a su
profeta enviándole con el arcángel Gabriel una bebida entonces desconoci-
da, negra como la venerada piedra meteórica de la Kaaba en la Meca. Así
el café bajó de los cielos como un don de Alá y Turquía pasó a figurar entre
los pueblos más fumadores de tabaco y más bebedores de café.
[…]
[…]
[…]
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sociedad se desintegra y el ser humano enloquece. El tabaco, que es rito so-
cial de paz y amistad, es el más constante amigo del soldado y en la guerra
es siempre y en todo momento “su paz”. Es un transitorio reducto donde
su individualidad se defiende y conforta, cuando, prisionera de Marte, al
fumar respira un hálito libre y cree recuperar por un instante, aunque sea
“en humo”, el goce de su soberanía personal.
Todo esto refleja la constante e íntima vigencia del tabaco, sus contempo-
ráneas funciones sociales, su victoria, su transculturación universal.
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M I M US E O D E LA CO CA Í NA 45
NO TA DE L AU T OR : GU Í A PA R A E L U S UA R IO
Lo puede encontrar
cuando mira el cielo,
cierra los ojos y ve dan-
zar las líneas de colores. Sígalas, siga el calor, y llegará hasta allí como
yo lo hice, hasta Mi Museo de la Cocaína. No es que no hubiese lo que
podría llamar un prototipo, un prototipo más claro y preciso y hermoso,
también escalofriante a su manera, el famoso, mundialmente famoso, el
extraordinario Museo del Oro. No es que necesite ese tipo de publicidad.
De ninguna manera. Porque esto no es una vulgar caseta de carnaval. Hay
ciencia involucrada y también mucha iluminación suave, por no mencionar
grandes sumas de dinero y algo más grande que el dinero: la imagen del
dinero que, como se sabe, estaba allí en el oro todo el tiempo. Y todavía
está –como puede ver cuando va al centro de Bogotá, Colombia, y sube al
segundo piso del Banco de la República de la Carrera Séptima y entra en
los residuos brillantes del tiempo antes del tiempo cuando sólo los indíge-
nas estaban aquí, felices, por lo que parece, felices con su oro y también
felices con su coca. Sólo después se convirtió en cocaína.
M I M US E O D E LA CO CA Í NA 47
Una cuadra más allá, sobre la Carrera Séptima, se encuentra la hermosa
iglesia colonial de San Francisco que, como el museo, está llena de oro que
brilla en la oscuridad. Los campesinos y los habitantes de los tugurios vienen
y acarician el pie de uno de los santos que, como resultado, brilla más que el
oro detrás del altar. Es posible que los estafadores que hacen su trabajo en el
andén de afuera usen cadenas de oro que imitan las que usan quienes hacen
grandes negocios con el tráfico de drogas. Como cualquier libro que merece
ser escrito, Mi museo de la cocaína pertenece a este sentido del ornamento
como algo base, el pie de un santo o un estafador con una manilla de oro,
algo que permite al carácter de cosa de las cosas brillar en la oscuridad.
Caminar en el Museo del Oro es tomar una vaga conciencia de cómo, por
milenios, el misterio del oro ha sostenido las bases del dinero en todo el
mundo a través de mitos y relatos. Pero falta un relato. El museo calla con
respecto al hecho de que, por más de tres siglos de ocupación española, lo
que la colonia representaba y de lo que dependía era del trabajo de esclavos
de África en las minas de oro. En efecto, este oro, junto con la plata de
México y Perú, fue lo que preparó la bomba del despegue capitalista en
Europa, su acumulación originaria. ¿Seguramente esto preocupa al banco,
su patrimonio, después de todo?
Como el oro, la coca tuvo interés para los indígenas mucho antes de la
llegada de los europeos. De hecho, entre los objetos más significativos del
Museo del Oro están los poporos de oro, contenedores curvilíneos con
forma de botella de Coca Cola, usados por los indígenas para guardar la
cal hecha de conchas tostadas y molidas; añadida a las hojas tostadas de
coca, facilita la liberación de la cocaína en el intestino y el torrente san-
guíneo. Usted mete un palillo en la boca del poporo y lo saca para poner
trozos de cal en su boca mientras masca hojas de coca. Digo ‘su boca’ pero
debería decir ‘sus bocas’, plural, como los hombres sentados toda la noche
alrededor de una hoguera, como los indígenas de la Sierra Nevada de Santa
Marta, como me contó apenas ayer María del Rosario Fierro.1
1 María del Rosario Ferro es una joven antropóloga que, en la década de 1990, pasó cinco años
viviendo con los indígenas de la Sierra Nevada de Santa Marta, en la costa norte de Colombia.
Pasó dos años viviendo con los Arahuacos y otros tres con los Kogis. Ella fue quien me presen-
tó al sacerdote Kogi Mamo Luca y al líder religioso Wiwa Ramón Gil, y me dijo muchas de
las cosas que cuento aquí sobre coca y oro.
M I M US E O D E LA CO CA Í NA 49
de sonidos frotantes corresponde al movimiento del habla y el pensa-
miento; la palabra Arahuaco para pensar es la misma para respirar en
el espíritu (kun-samunu). Pero, desde luego, estos no son los poporos de
oro silenciosos que vemos resplandecer en el Museo del Oro en Bogotá,
desnudos y expuestos, privados de cualquier signo de uso humano, por
no decir de cualquier signo de esta extrañísima costra de saliva saturada
de coca alrededor de la boca del poporo. Con razón el museo está fijado
en el objeto, poniendo fin al habla, por no hablar de la relación entre la
respiración y el pensamiento. Aquí el oro congela la respiración, no menos
que el pensamiento, a medida que miramos el resplandor del aura, distraí-
damente, completamente ignorantes de las maravillas que estos poporos
pueden significar. ¡Qué pena!
M I M US E O D E LA CO CA Í NA 51
cuidadosamente, dice Gerardo Reichel-Dolmatoff en su famoso estudio
sobre los Kogi, entre quienes vivió entre 1946 y 1950. Está absolutamente
prohibido a las mujeres Kogi mascar coca y Reichel-Dolmatoff cree que el
poporo es, de hecho, un rival sexual de las mujeres. Cuando un hombre
joven es iniciado recibe su propio poporo lleno de cal. Después ‘desposa’ a
su ‘mujer’ en esta ceremonia y perfora el poporo, imitando una desfloración
ritual. “Todas las necesidades de la vida”, concluye Reichel-Dolmatoff, se
“concentran, así, en este pequeño instrumento que, para el Kogi, significa
comida, mujer y memoria. No es raro, así, que el hombre Logi sea insepa-
rable de su calabacito” (1985 [1950]: 88-90).
Es probable que la costra seca de saliva engrosada por coca y cal, acariciada
y mimada con el tiempo por el garabatero incesante con la punta del palillo,
sea tanto un disco plano como un cilindro, un objeto de belleza que excede
a cualquier pieza de oro en el museo. Es perfectamente simétrica. Débiles
líneas verdosas, como de una tela de araña, vagabundean por sus costados;
visto desde arriba el disco contiene anillos débiles como los del tronco de
un árbol cortado. La costra, o kalamutsa (en habla Kogi), creada por Mamo
Luca (un sacerdote de Boyacá, tenía unos dos centímetros de grueso y más
de seis centímetros de diámetro. Cuando le pregunté sobre sus caricias y
mimos obsesivos se refirió a ellos como “escribiendo pensamientos” y a la
costra como su “documento”. Más bien como una enciclopedia mágica,
pensé, porque la tarea del Mamo es ejercer sus pensamientos, continua-
mente, mientras masca coca para entender, por el bien de su comunidad,
en qué costos ha incurrido la Madre Tierra debido a las malas acciones de
los seres humanos. “Más o menos lo mismo que yo aspiro a hacer con Mi
Museo de la Cocaína”, me digo.
M I M US E O D E LA CO CA Í NA 53
El Museo del Oro ya es Mi Museo de la Cocaína. Pero es sólo cuando
sabemos de estas conexiones que podemos, como dijo Antonin Artaud,
“despertar a los dioses que duermen en los museos” (1964: 52),2 por no
mencionar a los fantasmas de los esclavos africanos que, con sus manos
desnudas, excavaron el oro que mantuvo a flote a la colonia y a España
por más de trescientos años. Sin embargo, a diferencia de los indígenas,
destruidos por Europa y ‘despertados’ siglos después por los estupendos
valores monetarios y estéticos otorgados a la orfebrería precolombina, estos
otros fantasmas son verdaderamente invisibles y su poder contaminante
–su miasma– aún más inquietante.
Durante esos años, a medida que el oro disminuía a poco más que recuer-
dos, la cocaína apareció en el horizonte. Se había propagado al oeste, por
encima de los Andes, desde la cuenca amazónica, donde las fumigaciones
con defoliantes apoyadas por el gobierno de Estados Unidos llevaron el cul-
tivo de coca a las selvas de la costa Pacífica. Hacia 1999 los traficantes de
cocaína llegaban a Guapi, el puerto fluvial más grande de la región y apenas
un río al sur de Timbiquí, y compraban toneladas de cocaína en varios ríos
más al sur. Estos traficantes vivían en el Hotel Río Guapi, salían por la
mañana en lanchas rápidas y regresaban al anochecer para ir de parranda
3 Las FARC, acrónimo de las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia, tienen unos quin-
ce mil combatientes y datan de mediados de la década del 1960, cuando campesinos que perte-
necían al Partido Liberal y que habían sido perseguidos por más de una década por el gobierno
nacional y por el Partido Conservador establecieron “repúblicas rojas” para protegerse, bajo la
influencia o liderazgo del Partido Comunista.
M I M US E O D E LA CO CA Í NA 55
hablando, donde comienza Mi Museo de la Cocaína, donde las sustancias
transgresoras hacen que usted quiera buscar un nuevo lenguaje de la na-
turaleza, perdido en los recuerdos del tiempo prehistórico que reclama el
actual estado de emergencia.
Pregunto a un amigo río arriba, en Santa María, qué pasa con el oro que
encuentra y vende. Dice que va al Banco de la República en Bogotá, que
lo vende a otros países. “¿Qué le pasa después?” “Realmente no sé. Lo
ponen en museos…” Su discurso se desvanece. Lilia se encoge de hombros.
Es para joyería, piensa. Y para dinero. La gente lo vende por dinero. Va
al Banco de la República y obtienen dinero por él… En un estallido de
M I M US E O D E LA CO CA Í NA 57
justicia propia me pregunto por qué el mundialmente famoso Museo del
Oro del Banco de la República en Bogotá no tiene nada sobre la esclavitud
africana o sobre la vida de estos mineros de oro cuyos ancestros fueron
comprados como esclavos para explotar el oro que fue, por siglos, la base
de la colonia –¿así como la cocaína lo es hoy en día? Así, ¿cómo luciría un Mi
Museo de la Cocaína? Es tan tentador, casi al alcance de la mano, este
proyecto cuyo tiempo ha llegado…
¿Dónde mejor comenzar, entonces, que con la llave inglesa rojo brillante
de treinta centímetros, amorosamente exhibida en nuestras pantallas de
televisión en la ciudad de Nueva York la semana pasada, como la describe
mi hijo adolescente, un inveterado televidente? ¿No es esta llave inglesa
descomunal el ícono más extraordinario para Mi Museo de la Cocaína? Es
decir, ¿dónde mejor para comenzar que con el universo mundano de las he-
rramientas, antítesis de todo lo que es exorbitante y salvaje sobre la cocaína,
pero tiene esta herramienta particular que, siendo tan falsa y tan grande,
hasta ahora supera el mundo de la utilidad que, realmente, conecta con el
bombo publicitario del mundo de las drogas? Una buena parte de nuestro
relato y, por lo tanto, también de nuestro museo es cómo cooperan estos
dos mundos de la utilidad y el lujo para formar amalgamas engañosas que
sólo pueden valorar las personas que conocen el secreto.
Porque, de acuerdo con los fiscales federales de Estados Unidos, los co-
merciantes de oro de la calle 47 de Manhattan son pagados por los contra-
bandistas de cocaína para que sus joyeros hagan de oro tornillos, hebillas,
llaves inglesas y otras herramientas que son exportadas a Colombia, de
donde vino la cocaína en primer lugar. James B. Comey, abogado de Esta-
dos Unidos en Manhattan, señala “el círculo vicioso de drogas, dinero, oro
y dinero de nuevo” (Weiser y Hernández 2003: 1A).
Dónde mejor para comenzar, entonces, que en los cañones de Ciudad Gó-
tica, con corredores de bolsa de Wall Street que compran sus drogas a un
hombre de República Dominicana vestido con un buen traje en el cuarto
para hombres oliendo cocaína. Al mismo tiempo, al otro lado del East
River, en el aeropuerto Kennedy, hay un perro Chesapeake Bay, también
oliendo, instado por su ama del servicio de aduanas de Estados Unidos
“¡Anda, muchacho! ¡Anda, encuéntrala! ¡Buen muchacho!”, mientras pa-
sajeros colombianos de baja estatura retroceden con horror en la sala de
equipajes cuando sus claras maletas de gran tamaño envueltas en plástico
aparecen a la vista y al olor, pesadamente –envueltas en plástico en Colom-
bia por una empresa que viene a su casa el día antes del vuelo para sellar su
equipaje y evitar que alguien meta algo sin que usted se dé cuenta (como
un poco de cocaína).
M I M US E O D E LA CO CA Í NA 59
Un estadounidense de verdad decide que ya es suficiente. El perro ha per-
dido el control, decide, y dice a su entrenadora que retroceda cuando el
perro sube y baja baboseando sobre su pecho. “Usted tiene derechos consti-
tucionales”, dice la entrenadora. “Aquí todo el mundo es culpable hasta que
huela a inocente” y pide al perro que salte más alto. Se necesita un perro
más grande para esta clase de trabajo. Los perros pequeños pueden ser más
inteligentes pero son pisoteados. ¡Vaya! ¡Cuidado! Los perros y sus amos
y amas felices llegan corriendo atropelladamente por el corredor como si
estuvieran retozando en el parque. Debe estar pensando en los perros que
saltan a cambio de carne roja, bajo las alas de los aviones en la pista, lejos,
en Bogotá. Perros con suerte del Tercer Mundo. Cuando el animal está
jugando es muy probable que lo prehistórico esté enganchado.
El nudo se está apretando, dice el cura. Junto con la cocaína llega la guerri-
lla y detrás de ella llegan los paramilitares en una guerra sin misericordia
por el control de los cultivos de coca y, por lo tanto, de lo poco que queda
del asombrosamente incompetente Estado colombiano. Usted avanza por
Pero los indígenas siempre fueron buenos con los venenos y las drogas
alucinógenas, de manera que las soluciones de alta tecnología no son tan
efectivas en la selva, así que no desespere: existen muchas posibilidades de
que la guerra y la gigantesca economía que sostiene todavía sigan rugiendo
por muchos años. Hablando de los indígenas, aquí hay una figura conocida
para darle la bienvenida, esa inmensa foto que se ve en el aeropuerto cuan-
do uno llega a inmigración: una indígena estoica sentada en el suelo, en el
mercado, con cal y hojas de coca para vender y frente a ella, de entre todas
las cosas, el refrigerador de William Burroughs, de Lawrence, Kansas,
con un letrero en la puerta, Sólo diga no, mientras un adolescente indígena
deambula con un letrero de Nike en su pecho que dice Just do it y la son-
riente Nancy Reagan flota en lo alto como el gato de Cheshire mirando,
pensativamente, un carro con la bodega abierta y dos cadáveres metidos
dentro con las manos atadas en la espalda y limpios agujeros de bala, uno
en el temporal derecho y otro en la coronilla. El tiro de gracia. Un trabajo
profesional, exclaman los dolientes que se amontonan alrededor del ataúd
abierto y suben a los niños bien vestidos para que puedan ver mejor. “Sé
que cuando muera”, digo a Raúl, “quiero estar aquí, en este pueblo, con esta
gente a mi alrededor”. Me mira raro. Lo he asustado.
Uno de los cuerpos es Henry Chantre, quien cuando prestó servicio militar
en el ejército colombiano recogía y llevaba drogas a Cali para sus oficiales
M I M US E O D E LA CO CA Í NA 61
–por lo menos eso decían– y cuando lo terminó se dedicó al narcotráfico,
un carro elegante, una mujer rubia, lindos niños pequeños, y un día el
negocio se echó a perder y apareció en la bodega de un carro abandonado
cerca del puente, al otro lado del río Cauca. Bastante lejos del East River
de Manhattan. En cierto sentido. Extraños estos ríos, tan elementales; lo
primero que hace un conquistador es encontrar un río que serpentea hacia
el corazón de las tinieblas y todo para comerciar, realmente, canoas, balsas,
ese tipo de cosas, riel y camino, una reflexión décadas o siglos después,
agua abarcando el globo, el puente que cruza el río y conecta a Cali con
este pequeño pueblo al sur, donde Henry Chantre yace mirándolo fijamen-
te, la ciudad dando vueltas, el puente donde la mayor parte de los cuerpos
termina siendo botada, quién sabe por qué; qué extraña ley de la naturaleza
es ésta, el río, el puente, por qué siempre el mismo lugar, compulsión ma-
cabra por arrojar cuerpos en los carros quemados y las cunetas, allí, en la
tierra de nadie cerca del puente entre categorías, como los murciélagos, ni
pájaro ni ratón, suelo santificado lleno de caos y contradicción, aquí, cerca
del río donde hombres negros bucean para sacar arena para la industria de
la construcción en Cali, impulsada por el narcotráfico. El padre Bartolomé
de las Casas, el salvador de los indígenas del Nuevo Mundo en el siglo
XVI, escribió apasionadamente sobre la crueldad de hacer zambullir a los
indígenas en busca de perlas cerca de la isla Margarita, en el Caribe. En
la actualidad, mucho después de la abolición de la esclavitud africana la
esclavitud que reemplazó la esclavitud de los indígenas es rutinario bucear
para sacar arena, no perlas; los fuertes ponis tan obedientes, asegurados
contra la corriente llevando baldes de madera.
Necesitamos cifras, cifras humanas, tan fuertes como estos rechonchos po-
nis que se aseguran contra la corriente, y en la bruma del amanecer, cerca
del río, llega la guerrilla en una sola fila; excepto por las botas baratas de
caucho y por los machetes, es igual al ejército colombiano que luce igual al
ejército de Estados Unidos y a todos los ejércitos de aquí hasta la eternidad,
sobre todo los paramilitares, quienes dan la pelea de verdad, cortando la
garganta de los campesinos y profesores que acusan de colaborar con la
guerrilla, colgando otros con ganchos de carne en el matadero, por días,
antes de ejecutarlos, por no mencionar lo que hacen a los cuerpos vivos con
las motosierras de los mismos campesinos, dejando la evidencia a un lado
Los paras son francos, incluso si les gusta ser fotografiados con pasamon-
tañas negros a pesar de que son calientes y ásperos. Hacia julio de 2000 el
70% del ingreso de los paras, dicen ellos tanto como los expertos, provenía
de la coca y la marihuana cultivada en áreas bajo su control en el norte del
país, drogas que llegarían a los Estados Unidos. Pero hasta esa época, por
lo menos, los paras salieron sin un rasguño. Rara vez su coca fue erradicada
y las fuerzas armadas del gobierno nunca, nunca los confrontaron. Más
bien, el empuje de la guerra estimulada por Estados Unidos fue atacar el
sur, donde la guerrilla es más fuerte, y dejar el norte tranquilo. Realmente
la Guerra Contra las Drogas es financiada por la cocaína y no es contra las
drogas, de ninguna manera. Es una Guerra por las Drogas.
Nuestro guía se dirige hacia las ondas que se extienden sobre el río donde
los cadáveres son arrojados todos los días y los hombres bucean para sacar
arena para los residuos de lo que fue una industria floreciente, la construc-
ción de la ciudad de Cali, que se levanta con tonos de arcoíris a través de
capas de rayos del sol ecuatorial engrosados por los gases de los escapes
de los carros. Transformada por el dinero de las drogas invertido en la
construcción de edificios y en automóviles, ahora la ciudad se revuelca en
la decadencia, con muchas de sus torres de apartamentos y sus restaurantes
vacíos. Nada como la cocaína para acelerar el ciclo de negocios.
M I M US E O D E LA CO CA Í NA 63
profundidad para hacer ladrillos y tejas cuando el boom de construcción en
la ciudad estaba en pleno apogeo. Este rico suelo negro alguna vez fue la
ceniza de los volcanes que flotaron en el lago que fue este valle en tiempos
prehistóricos. Los campesinos lo venden, su patrimonio, sacando provecho
de los altos precios que se pagan por la tierra y porque la agroindustria
causó un desastre ecológico a sus cultivos tradicionales. Entonces el boom
se detuvo y ya no hay trabajo de ninguna clase. Ya no hay finca. Sólo un
pozo de agua con lotos donde los niños gustan nadar.
REFERENCIAS
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EL COLONIALISMO DE LA
COCAÍNA: REBELIONES
INDÍGENAS EN AMÉRICA
DEL SUR Y LA HISTORIA
DEL PSICOANÁLISIS*
Curtis Marez
* De Curtis Marez, “Cocaine Colonialism: Indian Rebellion in South America and the
History of Psycoanalisys”. En Drug Wars: The Political Economy of Drug Wars (Minneapolis,
University of Minnesota Press, 2004), pp. 225-246. Traducción de Isabel Cristina Lanio
Posada.
1 Aunque existen importantes diferencias químicas y culturales entre la coca y la cocaína uso
ambas palabras de forma intercambiable, pues comparten el mismo significado ideológico en
los contextos estadounidense y europeo.
2 Freud escribió “el estudio de la coca es un alotrio que ansiaba concluir” (apud Jones 1953: 83-
84). Jones explica que “la palabra alotrio con su connotación punitoria, le resultaba familiar a
Freud pues sus maestros la usaban para referirse a cualquier cosa, como un hobby, que aparte
del serio cumplimiento de un deber” (84).
Freud reaccionó ante esto de una manera que anunciaba su posterior ela-
boración del concepto de negación. Como mencioné en el capítulo 1, la
negación es un estado psíquico en el cual se tienen dos creencias contra-
dictorias al mismo tiempo. Según Freud, en tal estado, la negación y la
aceptación “conviven lado a lado… sin influenciarse”. La teoría de Freud
constituye una acertada glosa para sus anteriores investigaciones sobre la
cocaína, en las cuales parece decir: “Sé que la coca es producida por perso-
nas que son casi esclavos, pero a pesar de eso…”. Por lo tanto, él no niega
inmediatamente su conocimiento de las verdaderas condiciones de trabajo,
pues sus huellas distorsionadas pueden encontrarse en sus escritos sobre
la cocaína, los cuales, a mi entender, constituyen un mapa cognitivo del
colonialismo de la droga en Perú y de las formas de explotación que este
acarreaba. Además, los trabajos de Freud muestran la resistencia indígena
a tales sistemas de trabajo. De esta forma, sus ensayos sobre la cocaína
ponen de manifiesto, de forma más detallada en el último capítulo, que
históricamente los conflictos a causa de la cocaína representan formas de
guerra indígena por otros medios.
La relación entre la coca y las formas de trabajo forzado fueron tal vez re-
presentadas de la mejor manera en Viajes al Perú de Tschudi. En un famoso
fragmento citado en Freud y por otros, Tschudi describe las asombrosas
hazañas de un indígena llamado Hatun Huamang, a quien el naturalista
empleó como sirviente y guía.3 Tschudi empleó a Huamang por cinco días
y durante ese tiempo al parecer el indio sólo consumió coca y durmió un
par de horas por noche. Este ejemplo llevó a Tschudi a concluir que la coca
funciona como sustituto de la comida y que si se usa con moderación “favo-
rece la salud” (452). Freud cita ese fragmento para promover los beneficios
de la coca y, sin embargo, lo saca de contexto, ignorando el papel de la coca
en la explotación laboral. Como hace ver Tschudi, en las plantaciones,
“los pobres indios viven como esclavos a cambio de algunas ropa, carne,
brandy… El trabajador cuyo nombre es anotado en el libro de deudas de
la plantación por diez o doce dólares tiene grandes probabilidades de se-
guir siendo un esclavo tributario por el resto de su vida… los productos
importados de Europa, aquellos que se pueden comprar a bajos precios
en la Sierra, son luego vendidos a un precio mayor por los dueños de las
plantaciones a los pobres indígenas, quienes tienen que pagar por ellos con
largas y duras jornadas de trabajo” (446).
3 Para encontrar la cita de Freud a Tschudi, ver “Über Coca” (Freud 1975: 50). Las citas subsi-
guientes están dadas en el texto.
Sin embargo, podemos notar que Freud aceptaba que su investigación de-
pendía de la conquista en la manera en que se identifica con España. En
su adolescencia Freud se interesó muchísimo por la lengua y la cultura de
España. A principios de la década de 1870 comenzó a estudiar español con
su amigo de la infancia Eduard Silberstein. Pudiéramos decir que la amis-
tad de los chicos se basaba en parte en sus juegos de “españoles e indios”,
pues en una carta que escribiera mientras investigaba sobre la coca, Freud
mencionaba que los dos habían tenido “sueños románticos sobre indios
rojos, las calzas de cuero de Cooper y las historias de marineros”.5 Leyeron
a Cervantes juntos y crearon un club al que llamaron Academia Española,
que tenía hasta su propio sello, las letras góticas “AE” bajo una corona
estilizada (Walter Boehlich en Freud, 1990: xv-xvi, xxix). Los dos jóvenes
adoptaron nombres españoles (el de Freud era Don Cipión) e intercam-
biaron numerosas cartas escritas en un español poco fluido de escolares.
Y aunque Freud a menudo adoptaba un tono jocoso al escribir sobre esto,
estaba bastante comprometido con el club, al punto de reprender a su ami-
go por descuidar sus estudios:
Aquí, a pesar del tono humorístico, Freud se identifica con el estado es-
pañol. Su interés juvenil por España continuaría durante toda su vida. De
hecho, en lo alto de su carrera, Freud recordaba lo suficiente como para
comunicarse en español con su traductor de español (Boehlich en Freud
1990: xvi). Por otra parte, su trabajo “Über Coca” está salpicado por pala-
bras en español y en él, cita varias fuentes en este idioma. Y en sus cartas,
parece identificarse con el gran caballero de la ficción, Don Quijote. En una
carta de 1884, en la cual responde a un pedido de su prometida, Martha
Bernays, caballerescamente promete que si es necesario vestirá la armadura
inmediatamente y después la presiona para que termine de leer Don Quijote
(Freud 1960: 55). En una carta de ese mismo año compara los requisitos
de una clase que está impartiendo “con la condición de que el héroe (Don
Quijote) impone a todos los caballeros que ha conquistado” (126). Una
vez más, aunque el tono de Freud es humorístico, aparentemente se toma
en serio al caballero español. Como escribiera años después, aunque Don
Quijote es “el prototipo inmortal de toda novela cómica”, su héroe “crece en
las manos del autor hasta convertirse en algo más serio de lo que al parecer
se pretendía al inicio”.6 Y más adelante en su vida, sin gota de ironía, Freud
hace explícita su identificación con los colonizadores españoles al escribir,
“yo realmente no soy un hombre de ciencia, ni un observador, ni un expe-
rimentador, ni un pensador. Mi temperamento es el de un conquistador y
aventurero… con toda la curiosidad, audacia y tenacidad características de
estos hombres” (citado en Sulloway 1983: 477).
Más adelante, Freud señala que sus propios experimentos científicos de-
penden de la mano de obra indígena al sugerir que imitan el trabajo de
las caminatas indígenas. Para apoyar su planteamiento de que la coca era
un tónico efectivo, Freud cita los experimentos de Sir Robert Christison,
quien reprodujera las proezas de resistencia de los indígenas. Christison
emprendió varias pequeñas expediciones, caminatas rurales y dos escala-
das en Ben Vorlich, para probar la veracidad de los reportes sobre el uso
de la coca por los indígenas. Durante un breve período, tales experimentos
hicieron furor entre los aficionados a la ciencia. Por ejemplo, se dice que Sir
Clifford Allbut consumió cocaína en sus andadas por los Alpes con la in-
tención de sorprender a sus compañeros con sus poderes físicos (Berridge y
Edwards 1987: 218). Una vez más Freud representa las desigualdades eco-
nómicas al mencionar que mientras la coca permite a los indígenas trabajar
en condiciones duras, podrá permitir a los europeos realizar actividades de
ocio, experimentos científicos y también pudiera proporcionarles progresos
en sus carreras y recompensas económicas.
Aun así, las ideas de Freud sobre este asunto son confusas de una manera
particularmente reveladora. Para él, los efectos de la cocaína son difíciles
de categorizar ya sea como físicos o psicológicos. Después de hablar y ha-
blar de la teoría sobre “fuente de ahorros” metabólicos, plantea con timidez
que la cocaína reporta beneficios físicos:
Sin embargo, esta unión imaginaria que crea Freud entre los consumidores
y productores amenaza constantemente con desintegrarse al confrontar el
fantasma de las rebeliones de esclavos. Tales posibilidades se ven amplia-
mente representadas en los Viajes al Perú de Tschudi. Por ejemplo, Tschudi
describe un incidente inquietante. Mientras visitaba una choza indígena
descubrió, sin querer, un gran número de mosquetes: “le pregunté al in-
dígena, de forma bastante repentina, por qué pensaba que era necesario
guardar tantas armas de defensa. Me contentó, frunciendo el ceño de
manera funesta, que llegaría el momento en que le serían útiles” (478).
Aún más sorprendente en ese contexto, Tschudi observó que los ataques
A pesar de que Freud leyó estos informes sobre las rebeliones indígenas
en los campos de coca, no se refiere directamente a tales posibles efectos
secundarios, por así decirlo, en su propósito de aumentar el uso de la droga
en Europa y Estados Unidos. En vez de eso, sus escritos y carrera están
llenos de referencias indirectas de la amenaza de las revueltas subalternas.
Con más exactitud, en muchas de sus descripciones de los efectos de la co-
caína superpone fantasías de revueltas indígenas al cuerpo del consumidor.
Aun cuando en “Über Coca”, se centra principalmente en el poder de la
droga para estimular el trabajo, también se refiere a su efecto secundario.
Como se mencionaba anteriormente, hace referencia a que los nativos de
América del Sur representaban a su diosa del amor sosteniendo hojas de
coca en sus manos. En el mismo fragmento, Freud, que no tiene “dudas
sobre el efecto estimulante de la droga sobre los genitales”, concluye que el
coquero es igualmente hiperactivo e hipersexual. Freud menciona que el
coquero puede realizar sorprendentes hazañas de resistencia física y sexual:
“Cuando tiene que enfrentar un viaje difícil, cuando toma a una mujer o en
general cuando su fuerza es puesta a prueba en forma inusual, utiliza una
dosis mayor de la que toma comúnmente” (51). De hecho, según Freud los
viajeros confirmaban “que los coqueros mantenían una gran potencia en
edades avanzadas” (73). En una carta escrita a su prometida sugiere que la
cocaína tiene un efecto similar sobre su cuerpo, convirtiéndolo simbólica-
mente en un indio salvaje con los mismos deseos violentos: “Pobre de ti mi
princesa, cuando yo llegue. Besaré tu rubor y te alimentaré hasta que estés
saciada. Y si estás dispuesta, verás quién es más fuerte, una gentil mucha-
cha que no come suficiente o un hombre grande y salvaje que lleva cocaína
en el cuerpo”. Bajo el efecto de la cocaína Freud se convierte en salvaje
sexual que promete atacar a Martha con besos que dejan marcas (citado en
Jones, 1953: 54). De manera similar, en “Über Coca” menciona que “Entre
las personas a las que he administrado coca, tres reportaron haber sentido
una excitación sexual violenta…Un joven escritor, al cual el tratamiento
con coca permitió terminar su trabajo después de una enfermedad algo
larga, dejó de usar la droga debido a los indeseados efectos secundarios
9 Para encontrar representaciones de los indígenas como demonios consulte Michael Taussig
(1987: 209-20).
10 Jones, por ejemplo, se refiere a las primeras investigaciones de Freud como “el episodio de
la cocaína” e implica que tuvo poco que ver con sus posteriores y más significativos trabajos
analíticos (1953: 78-97). Siguiendo los pasos de Jones, Sulloway cataloga su análisis de dos pá-
ginas sobre el tema “el episodio de la cocaína” y lo subsume en un encabezamiento más amplio,
“Freud´s Early Neurological Career” (1983: 25-28).
11 “Es posible, también, que el uso de la cocaína [por Freud] haya producido el cambio del interés
fisiológico a un interés principalmente psiquiátrico” (Berridge y Edwards 1987: 219).
12 Para más información sobre este tema consulte Sulloway (1977: 155-64; y 1983).
13 Para ver un resumen de la topografía psíquica en Freud consulte J. Laplanche y J. B. Pontalis
(1973: 449-53) y Derrida (1978: 196-231).
15 He tomado las cifras relacionadas con el uso de la cocaína y los castigos impuestos por su uso
y comercio del innovador artículo escrito por Ron Harris, reportero de Los Angeles Times (24
de abril de 1990: A12).
16 Para un análisis de tales zonas en Los Ángeles, consulte Mike Davis (1992: 267-322).
BERRIDGE , VIRGINIA Y GRIFFITH EDWARDS (1987). Opium and the People: Opiate Use
in the Nineteenth Century. New Haven: Yale University Press.
DAVIS, MIKE (1992). City of Quartz. New York: Vintage Books.
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Néstor Perlongher
LA RELI G I Ó N D E LA AYA H UA S CA 97
Nao creías nos Mestres que te aparecen
E nem con eles o camino queira andar
Creía somente en teu Jesús
Que ele é que tem para te dar
LA RELI G I Ó N D E LA AYA H UA S CA 99
Vibración de la luz
(por momentos parece que
las lamparitas del templo
estuviesen a punto de estallar), explosión multiforme de colores, cenestesia
de la música que todo lo impregna en flujos de partículas iridiscentes, que
hormiguean trazando arcos de acerado resplandor en el volumen vaporoso
del aire, un aire espeso, como cristal delicuescente. La acre regurgitación
del líquido sagrado en las vísceras –pesadas, graves, casi grávidas– convierte
en un instante el dolor en goce, en éxtasis de goce que se siente como una
película de brillo incandescente clavada en la tetilla de los órganos o en el
aura del alma, purpurina centelleante unciendo, a la manera de un celofán
untuoso, el cuerpo enfebrecido de emoción.
Leary menciona la religión india del peyote, también con fuertes compo-
nentes cristianos, pero no parece conocerla o comprenderla. Hay notorias
analogías con el Santo Daime (especialmente en lo que respecta a la com-
binación de usos indígenas y fragmentos de doctrinas cristianas, como con
relación a la relativa juventud de ambos cultos: la Iglesia nativa americana
recién se constituye a fines del Siglo XIX) y una severa diferencia: mientras
que la Iglesia nativa americana sería, según Lanternari (1974), básicamente
defensiva –instrumento de defensa de la cultura indígena–, el Santo Daime
no sería “defensivo” sino “ofensivo”, ya que no se trata meramente de una
reinvindicación de la cultura tradicional, sino de la creación de una nueva
cultura, en un mesianismo irredentista presente tanto en el discurso (a
1 Por el contrario, para Philippe de Felice, autor de Poisons sacrés. Ivresses Divinas (1936), hay una
religión del opio: “La opiomanía es realmente una religión, sobre todo porque ella procura a
los que se le entregan el sentimiento de una evasión, de una salida de sí” (1936: 44). El propio
autor sugiere que el culto de las intoxicaciones no podría ser, al final, sino un avatar del “instin-
to religioso”, “desviado de su destino primero y reducido a buscar en otra parte satisfacciones
de remplazo” (79). Habría para él una convergencia de base entre la droga y la religión, en el
común dépassement de soi (372).
Los orígenes de esta nueva religión, que conoce hoy en día una minoritaria
aunque barullenta expansión entre las capas medias de las grandes ciuda-
des brasileñas, se sitúan en el encuentro de masas desterritorializadas de
migrantes provenientes del miserable nordeste brasileño (Monteiro 1983),
que se lanzan a la conquista del caucho imbuidas de un ecléctico catoli-
cismo popular (en verdad, un culto de los santos) (Brun 1898, Hoornaert
1991), y chamanes (hechiceros) indígenas que usaban la ayahuasca con
fines de cura o celebración. Según el relato fundante, Raimundo Irineu
Serra, negro del Maranhão –región de fuerte incidencia espiritual afrobra-
sileña–, tomando la bebida con el peruano Crescencio Pizango, quien la
había heredado de los incas, recibe la anunciación de Nuestra Señora de la
Concepción, Reina de la Floresta –pero que es también Yemanjá y Oxum,
divinidades acuáticas africanas, y todas las formas de la Divina Madre–,
que le revela la doctrina3 y le ordena difundirla y realizarla a la manera de
un soldado de Dios (Monteiro 1985). En la cima de un complejo, rico y
2 Así, el jefe de cada núcleo religioso recibe el nombre de Comandante y los adeptos se definen
come soldados del Daime. El propio fundador del culto, Mestre Irineu, fue él mismo soldado.
3 Como curiosidad, señalemos que doctrinas era el nombre dado a los cánticos de un antecedente
del Daime registrado en Rondonia por Nunes Pereira, consistente en una heteróclita mezcla
de rituales oriundos de A Casa das Minas con ingestión de ayahuasca (1979). Hay en los textos
de las doulrinas una amalgama de voduns del panteón mina-jeje, personajes folklóricos, santos
de la hagiología cristiana, etc. Señala Nunes Pereira que “en verdad todo el texto de estas doul-
rinas nada contiene de original y específicamente ligado a la ayahuasca” (224).
4 En verdad, el Mestre Irineu era un hombre de formación esotérica cristiana, afiliado a la Iglesia
Comunião do pensamento de San Pablo (que aún existe), y simpatizante, por un periodo, de los
Rosacruces. Disuelto el Círculo Regeneración y Fe, por él fundado en Brasiléia (frontera con
Bolivia) en 1920, abre en 1931 la Comunidad de Alto Santo, que aun perdura, una de cuyas
actuales ramas es dirigida por su viuda, doña Peregrina.
Justamente este sector del Santo Daime (son varios subgrupos: seguidores
originales del mestre Irineu continúan agrupándose en la colonia de Alto
Santo, habiendo aún otras ramas del culto, más o menos umbandizadas), es
el que desencadena, a partir de la década del 80, un proceso de crecimiento
urbano, con la fundación de iglesias en las áreas urbana y rural de Río
de Janeiro, extendidas ahora a São Paulo, Belo Horizonte, Florianópolis,
Brasilia, Porto Velho y otros puntos menores, con comunidades en Nova
Friburgo (RJ) y Airiouca (MG), entre otras.
5 Un mapa de la región que debe ser ocupada por la comunidad del Santo Daime se encuentra
en el libro de Gregorim Gilbeto, Santo Daime. Estudos sobre simbolismo, doutrina e Povo de
Juramidam (1991).
6 El Santo Daime se integraría de lo más bien a la categoría de religiones subalternas, propuesta
por Fernando Brumana y Elda González (1991).
Muchos de los adeptos pasaron, antes de ingresar al Santo Daime, por ex-
periencias espiritistas, esotéricas, budistas. Esa multiplicidad es por entero
aceptada:
7 Jaqueline Briceño: “El Culto de María Lionza”, América Indígena, Vol. XXX, n.2, México, 1979.
Puede verse también Dilia Flores Díaz (1988). Por su parte, Angelina Pollak-Eltz, hablando
de su “caleidoscópica complejidad”, resume así el culto de María Lionza: “Se trata de un culto
sincrético de reciente formación, por lo menos en cuanto se refiere a su forma actual; se basa en
cultos indígenas más antiguos que solían llevarse a cabo en cuevas y montañas en los estados
centrales de Venezuela y que se amalgamaron poco a poco en una leyenda alrededor de un
personaje central –María Lionza– que para los adeptos es exponente de lo bueno. El culto,
como se presenta ahora, es producto de un sincretismo que tiene diferentes raíces: se basa en
un concepto rudimentario de cristianismo indígena con notables aspectos de espiritismo a la
Kardec” (1972: 59).
Además de los bailados, hay trabajos especialmente de cura, donde los par-
ticipantes cantan sentados, sin bailar, ciertos himnos seleccionados, con
la presencia del enfermo y un círculo selecto de fardados (o sea, iniciados
que han asumido el uniforme y la estrella del culto, que han entrado en la
doctrina). El daimista Chico Corrente, de la Colonia Cinco Mil, habla del
trabajo de cura:
8 Agradezco a Roberto Motta la indicación de la posible importancia del panteísmo. Sobre este
raro culto –que, empero , no consumía enteógenos–, puede verse el libro de Goncalves Fernan-
des (1941).
En los trabajos de cura –que suelen ser asimismo más cortos–, se ve mejor
cierta ambivalencia esencial del padrinho, que dirige el trabajo, entre sacer-
dote y chamán –el primero asimilado a las sociedades de estado, el segundo
a las sociedades tribales.9 Discutiendo el asunto, Clodomir Monteiro aso-
cia el “vuelo extático chamanístico” presente en el Santo Daime y cultos
vecinos (lo que él denomina Sistema de Juramidam, siendo Jura, Dios, y
Midam, Hijo), a las “manifestaciones de incorporación mediúmnica tí-
picamente afro-brasileña”, propiciando la convergencia entre el indio, el
blanco y el negro en un “nuevo tipo de chamanismo” (Monteiro 1985).
Fernando de la Roque Couto, por su parte, prefiere la hipótesis de un “cha-
manismo colectivo” (Roque Couto 1989).
9 Weiss reconoce esta tensión entre los indios Campa, de cuyos cultos el Santo Daime toma
muchos elementos, en su artículo: “Chamanismo y sacerdocio a la luz de la ceremonia del
ayahuasca entre los Campa” (en Harner 1976).
10 Lucien-Marie de Saint Joseph prefiere referirse a esta diada en términos de experiencia afectiva
y expresión simbólica: “Toda experiencia afectiva no desemboca automáticamente sobre una
expresión simbólica” (1960). El padre Lucien-Marie pretende estudiar el símbolo como medio
de expresión de la experiencia mística.
11 Se trataría, en el trance, de “obtener el máximo de intensidad de las fuerzas que circulan en el
cuerpo” (Gil 1985: 135). Al decir de David Le Breton, el proceso del trance plantea problemas
parecidos a los de la sexualidad (1985), o, si le hacemos caso a Deleuze y Guattari, a los del
masoquismo y la droga, en tanto instancias dirigidas a la producción de un cuerpo sin órganos,
de pura intensidad.
12 Clodomir Monteiro reconoce que “el Santo Daime establece un conjunto semiótico autóno-
mo, valiéndose esencialmente de gestos y lenguaje” (93). Por su parte, Martine Xiberras, ana-
lizando el fracaso del movimiento psicodélico, lamenta que este no haya conseguido “forjarse
una filosofía que le sea específica –a partir de un saber experimental de los psicodélicos y de
una atracción por las culturas otras” (1989: 106).
14 José Gil propone distinguir entre nociones similares como “energía” y “fuerza”: “La energía
es la fuerza no determinada, no codificada; ella designa el aspecto intensivo de la fuerza,
su especificidad en tanto motriz (de un mecanismo, de un proceso)” (1985: 19). La fuerza
sería una transformación de la energía, bajo ciertas condiciones: “Mientras que la energía
no reenvía más que a la pura positividad de un flujo, la fuerza supone alteraciones produ-
cidas en ese flujo, en particular una codificación (encodage) de la energía por medio de un
operador: la energía deviene fuerza en el interior de un campo”, escribe Gil, y continúa:
“Como no hay fuerza sino para otra fuerza, es preciso admitir que la individualización de la
energía comporta ya el juego de tensiones de fuerzas, un combate, es decir fuerzas de vec-
tores contrarios”. Resulta instigante esta idea para pensar la religión del Santo Daime como
una convergencia y encuentro de fuerzas en un campo energético, al tiempo que las fuerzas
resultarían de una diferenciación de la energía.
15 Por su parte, Mary Douglas insinúa, siguiendo al padre Tempels, una generalización de la
noción de fuerza vital, aplicándola –escribe en Pureza y peligro– “no solamente a todos los
Bantues, sino en escala mucho más amplia”, ya que podría extenderse “a toda la gama de
pensamiento que estoy intentando contrastar con el pensamiento diferenciado moderno en las
culturas europea y americana” (1976: 103).
16 Según Mircea Eliade, en los fenómenos físicos hay una “voluntad de cambiar el régimen sen-
sorial” que equivale a una “hierofanización de toda la experiencia sensible” (1989: 103).
Córrese el riespo, empero, de que esa forma doblegue y reprima (tal como
sucede en la cultura occidental racionalista, hecha para expulsar y sofo-
car a Dionisio) a la fuerza suscitada del éxtasis. Pero ello envolvería otra
discusión, que remitiría a pensar en qué medida en el Santo Daime y en
otras sectas religiosas (como la vecina Unión del Vegetal, analizada por el
antropólogo Anthony Henman [1986]) campearía una condición de for-
mación autoritaria, pasible de transformar, al menos en ciertas situaciones,
la forma en dogma. La cuestión no es fácil de zanjar, pues, por otro lado,
también podría argüirse que la observancia fiel de los preceptos sería capaz
de permitir un vuelo más alto y perfecto por los paraísos de la visión y de
la revelación. El ritual actuaría en ese caso, en las palabras de Walter Dias
Junior, como una “potencialización del éxtasis” (1988).
Más que agotar estos complejos asuntos, veamos cómo las religiones de la
ayahuasca –completamente legales en el Brasil, aún cuando dicha adquiri-
da legalidad no esté ni haya estado exenta de amenazas prohibicionistas–
muestran la posibilidad de un uso ritualmente organizado de sustancias
psicoactivas vulgarmente denominadas drogas. El caso del Santo Daime
está lejos de ser el único en el mundo. El término “enteógenos” (literal-
mente, Dios dentro de nosotros), propuesto por el investigador Gordon
Wason, que descubrió los hongos alucinógenos en México y los tomó con
la chamana María Sabina, al apartar la carga negativa arrastrada por el
término alucinógenos –puesto que no se trata en verdad de alucinación en
un sentido conceptual, aun cuando en un sentido físico se dan visualiza-
ciones similares por constelación de fosfenos– resulta más pertinente para
denominar estas sustancias capaces de propiciar un éxtasis. El éxtasis –la
palabra quiere decir textualmente “salir de sí”– no es una experiencia frívo-
la, sino algo que arrastra el sujeto hasta las más recónditas profundidades
del ser y lo hace sentir en presencia de una fuerza superior y cósmica, cuya
acción experimenta corporal y mentalmente, en un estado de trance que
conlleva el pasaje a otro nivel de conciencia, segundo, superior o alterado.
17 Sobre los cantos chamánicos de los vegetalistas de la Amazonia peruana, ver L. E. Luna
(1986).
18 Con relación al culto de María Lionza, que varios elementos en común tiene con el Santo Dai-
me, Jacqueline C. de Briceño (articulo citado) considera estrecha la caracterización de sincre-
tismo, ya que en ese culto venezolano, donde se mezclan elementos afrocubanos indios, negros,
espiritistas, católicos, ocultistas, etc., “estos elementos de distintos orígenes fueron agregándose
al culto en el curso del tiempo, en una relación muy viva ya que aún continúan penetrándose,
se mezclan, luchan entres sí, vuelven a salir, a entrar, reciben presiones de las fuerzas políticas,
económicas, de la Iglesia…”, destacando la gran movilidad interna de estos cultos de María
Lionza” (1989: 359/360). Por su parte, Renato Ortiz discute también la caracterización de
sincretismo aplicada a la umbanda: “No estamos más –dice– en presencia de un sincretismo,
sino de una síntesis” (1975: 96).
19 Ver: E. Cousins (1974). Asimismo, se percibe cierto aire familiar entre las visiones registradas
durante las sesiones transpersonales: de LSD, cuyos dibujos ilustran el libro de Stanislav Groff
(1988) y las que son producidas por la ayahuasca. Algo similar podría afirmarse respecto de
las experiencias con mezcalina descriptas por Henri Michaux (1988). En todos estos casos, se
nota cierto manierismo en la forma, que, siendo más audaces, cabría relacionar con lo propio
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Avital Ronell
No puedo decir que esté preparada para tomar partido en esta cuestión
extremadamente difícil, particularmente cuando los partidos se han
trazado con tal torpeza conceptual. Claramente, es tan ridículo estar “a
favor” de las drogas como asumir una posición “contra” las drogas. Ten-
tativamente, se las puede entender como objetos maestros de catexis libi-
dinal, cuya esencia aún tiene que ser determinada. De hecho, la literatura
consume drogas y trata sobre las drogas; y en este punto retengo la licencia
para abrir el espectro semántico de este término (que ni siquiera llega a
concepto). Volveré a las distintas fluctuaciones de significado y uso en el
curso de mi argumento. Por el momento, se puede entender que las drogas
implican materialmente 1) productos de origen natural, a menudo conoci-
dos en la antigüedad; 2) productos desarrollados por la moderna química
farmacéutica; 3) sustancias farmacológicas, o productos preparados por y
para el adicto (Deniker 1969: 93). Esto no dice nada aún sobre los valores
simbólicos de las drogas, su enraizamiento en lo ritual y lo sagrado, su
promesa de exterioridad, la extensión tecnológica de estructuras sobrena-
turales, o los espacios esculpidos en lo imaginario por la introducción de
una prótesis química.
1 En realidad, la heroína se produjo por primera vez en el Hospital de Saint Mary en Londres
en 1874. Fue reinventada o “descubierta” en Alemania en la década de 1890 y comercia-
lizada por Bayer bajo el nombre de marca “heroína”, que deriva de heroisch (cf. Berridge y
Griffith 1987: xx).
2 Implicada en el comercio de opio con China, Inglaterra libró dos “guerras del opio” contra
China, en 1839-1842 y en 1856-1858.
Acaso más que cualquier otra “sustancia”, sea real sea imaginada, las dro-
gas tematizan la disociación de la autonomía y la responsabilidad que ha
marcado nuestra época desde Kant. A pesar de la indeterminación y la
heterogeneidad que caracterizan a estos fenómenos, las drogas están cru-
cialmente emparentadas con la cuestión de la libertad. El propio Kant de-
dica páginas de la Antropología a contemplar cómo los valores de la fuerza
cívica son afectados por los narcóticos (bajo los cuales incluía a los hongos,
Acaso no nos sorprenda que cada enunciado vinculado a las drogas tenga
algo para decir sobre lo que es apropiable. En su introducción, William
Burroughs escribe: “El título significa exactamente lo que dicen las pala-
bras: Almuerzo DESNUDO, un momento congelado en el que todos ven lo
que está en la punta de cada tenedor” (1959: xxxvii). Con anterioridad a
este momento congelado, Baudelaire, el primer lector digno de Madame
Bovary de acuerdo con Flaubert, observó: “Para digerir la felicidad natural
y la artificial, primero es necesario tener el coraje de tragar; y aquellos
que más merecen la felicidad son precisamente aquellos sobre los que la
alegría, tal como la conciben los mortales, ha tenido siempre el efecto de
un vomitivo (l’effet d’un vomitif )” (Baudelaire 1961: 193).
* De Juan Duchesne Winter, “El yonqui, el yanqui y la Cosa”, Ciudadano insano: ensayos bestiales
sobre cultural y literatura (San Juan, Ediciones Callejón, 2001), pp. 115-130.
EL YO N Q U I , EL YA N Q U I Y LA CO S A 145
Al final de su relato
épico-químico, titulado
Junky, William Burroughs
invoca unas coordenadas de la demanda y la oferta congruentes con cierto
teorema contemporáneo de la droga:
Decidí bajar hasta Colombia y capear yajé […]. Estoy listo para
moverme al sur y buscar el cantazo puro que abra, en lugar de ce-
rrar como la heroína. El embale es libertad momentánea de los
reclamos de la envejeciente, prudente, jeringona, asustadiza carne.
Quizás encuentre en el yajé lo que buscaba en la heroína, la yerba y
la coca. El yajé será el cantazo final (152).1
Ese “final fix” o cantazo terminal, por supuesto, nunca llegará, pues como
tantos otros cronistas literarios occidentales de la experiencia de la droga,
Burroughs eleva este antiobjeto del placer al rango de la Cosa lacaniana.
Aquí la Cosa es producto de un trabajo literario, de una elaboración artís-
tica de la distancia que se le impone al objeto para otorgarle la dignidad
del objeto absoluto imposible de alcanzar. El yajé de Colombia, el mítico
enteógeno del “sur” amazónico otorga a la Cosa la referencia escatológica
ideal para esta elaboración literaria de la dignidad de la drogadicción que,
en el esquema literario norteamericano, se presenta como una dignifica-
ción de la demanda, una mitificación de la compulsión de consumo. Para
el gran macho blanco que escribe, capear coca, yerba, heroína, es parte de
1 Las traducciones de citas tomadas de originales del inglés o francés son mías. Los énfasis en
todas las citas son míos.
EL YO N Q U I , EL YA N Q U I Y LA CO S A 147
una serie repetitiva y sustituible que remata en la búsqueda de la Cosa –la
imposible utopía química signada por el yajé colombiano.2 Ese gran macho
blanco consumidor de droga invita, con su escritura, a la lectura antro-
pológico-literaria de su máscara letrada. Nos atenemos en todo momento
al teorema literario de Burroughs, pues reconocemos, con Derrida, que
no hay un mundo de la droga ni existe un teorema de la droga, dado que
los actos del toxicómano se estructuran como un lenguaje (60, 74-75), y
tomando en cuenta que ese lenguaje puede variar según distintos perfor-
mances discursivos.
2 Las cartas del yajé, textos que continúan el periplo trazado en Junky, llevando al narrador hasta
el Putumayo, despojan al yajé de su rango de objeto inalcanzable tan pronto se lo consume,
pasándose el batón de la Cosa a una visión literaria de la metrópolis maldita y paroxística,
sustentada en gran medida en la simbiosis de referentes latinoamericanos y norteamericanos
de la patología social tan cara a Burroughs (Burroughs y Guinsberg 1975: 44).
EL YO N Q U I , EL YA N Q U I Y LA CO S A 149
la morfina altera el ciclo completo de expansión y contracción, li-
beración y tensión. La función sexual se desactiva, la peristalsis se
inhibe, las pupilas dejan de reaccionar en respuesta a la luz y a la
oscuridad. El organismo ni se contrae por el dolor ni se expande
hacia las fuentes normales del placer. Se ajusta a un ciclo de mor-
fina (225).
EL YO N Q U I , EL YA N Q U I Y LA CO S A 151
domina el ciclo. En las economías pre-capitalistas, predomina M-D-M.
En el segundo ciclo, la mercancía es sólo punto de transición en un mo-
vimiento cuya finalidad se cumple en la acumulación de capital dinero.
Domina el capital-dinero: D-M-D’ expresa la fórmula general del capital.
En dicha fórmula, desaparece la mercancía como objeto. La mercancía es
fugaz instancia intermedia realizable sólo en tanto capital, independien-
temente de su valor de uso socialmente determinado. Lo que nos interesa
es la siguiente homología: la droga se consuma como deseo de más droga,
independientemente de las relaciones de objeto intersubjetivamente deter-
minadas del deseo. Marx le llamaba al capital “trabajo muerto”, dado que
sólo se reproduce en la medida en que se abstrae del trabajo considerado
como medio de satisfacción de necesidades humanas concretas. El capi-
tal sólo tiene hambre de más capital, siendo el trabajo sólo un medio. A
Marx le fascinaba esta implacable voracidad autista del Capital. La droga
es necesidad muerta ante todo otro objeto de deseo que no sea el de su
propio aplacamiento, lo que no deja de fascinar tanto a Burroughs como a
nosotros, sus lectores.
EL YO N Q U I , EL YA N Q U I Y LA CO S A 153
En este imaginario, las Tierras Occidentales, de hecho, se han tornado en
el territorio de la Cosa. Slavoj Zizek describe cómo la postmodernidad oc-
cidental se caracteriza por la obsesión generalizada con la Cosa, concebida
en calidad de un cuerpo extraño alojado en el tejido social. Los gestores
de esta obsesión proliferante urden esquemas ultra-paranoicos donde la
totalidad del cuerpo social asume las proporciones insondables de
EL YO N Q U I , EL YA N Q U I Y LA CO S A 155
es un ‘efecto’ de la drogadicción (de sus prácticas simbólicas), pero es su efecto anta-
gónico –no hay droga anterior a la drogadicción, la drogadicción como tal produce
(‘segrega’, en todos los sentidos del término) a la droga como su escollo inherente
(de la misma manera que el trauma en el psicoanálisis, el cual constituye un efecto
retroactivo de su simbolización fallida). En esto consiste la máxima paradoja de
la noción lacaniana de la causa qua real: la causa es generada (‘segregada’) por
sus propios efectos (124). Esta proposición nos permite situar las políticas
simbólicas gestoras de la Droga en cuanto encarnación de la Cosa y confir-
mar su coincidencia con la construcción literaria de un William Burroughs
y versiones similares. La Droga encarna al gran antagonista extraño, al
oscuro emisario de una potencia más real que la realidad misma, más quí-
mica que la química, más física que el cuerpo, más económica que la eco-
nomía e inclusive, más espiritual que el espíritu y más bestial que la Bestia,
identificable como punto inefable donde se produce la falla inherente a las
más diversas estrategias de simbolización. Y al mismo tiempo la Droga
es la encarnación espectral que otorga consistencia a estas estrategias dis-
cursivas al proveer una pantalla imaginaria que fundamenta el íntimo e
inevitable fracaso en que ellas, sin reconocerlo, se fundan. Subjetividades
de todo tipo, aparentemente contradictorias o antagónicas, se coagulan en
torno a la Droga. El propio Burroughs, en su novela Naked Lunch, visualiza
masas ectoplásmicas compuestas de una substancia gelatinosa más viva, y
por tanto más repugnante y más fascinante que la vida misma, que posee
y simula indiferentemente tanto la fisonomía de los yonquis como la de los
agentes federales que los persiguen. Repúblicas, corporaciones, organiza-
ciones, laboratorios, sustancias, funcionarios, agentes, técnicos, víctimas,
conspiradores, tan alucinados como hiper-reales conforman el cultivo vi-
ral, ectoplasmoide que palpita en torno al agujero negro de la Droga.
EL YO N Q U I , EL YA N Q U I Y LA CO S A 157
que absorbe su macilenta figura y sus palabras delirantemente lúcidas. El
yonqui, el yanqui y la Cosa = la misma Cosa: esa es la ecuación pedagógica de
toda una formación imaginaria de la literatura occidental contemporánea
sobre la experiencia de la droga. Esta formación no deja de ser histórica-
mente circunscrita, ni siquiera incluye a todos los textos sobre la droga
escritos por la generación beat a la cual supuestamente perteneció William
Burroughs, pero sus coincidencias con ciertas hipóstasis fantasmáticas de
los discursos prevalecientes hoy día sobre el tema es bastante obvia. El
lector suplirá sus propias comparaciones según el caso.
EL YO N Q U I , EL YA N Q U I Y LA CO S A 159
ESTÉTICA Y ANESTÉSIC A:
UNA RECONSI DERACIÓN
D E L E N S AY O S O B R E L A
OBRA DE ARTE*
Susan Buck-Morss
* De Susan Buck-Morss, “Aesthetics and Anaesthetics: Walter Benjamin’s Artwork Essay Re-
considered” (October 62, Autumn, 1992), pp. 3-41. Los fragmentos que aquí incluimos pro-
vienen de la traducción de Mariano López Seoane, en Susan Buck-Morss, Walter Benjamin:
escritor revolucionario (Buenos Aires, Interzona Editora, 2005), pp. 169-221.
E S T É T ICA Y A N EST ÉT IC A: U NA R ECONSI DER ACIÓN DEL ENSAYO SOBR E L A OBR A DE A RT E 161
[…]
La comprensión
benjaminiana de la experiencia
moderna es neurológica. Tiene su
centro en el shock. Aquí, como raramente en otras ocasiones, Benjamin
confía en un hallazgo específico de Freud, la idea de que la conciencia
es un escudo que protege al organismo frente a los estímulos –“energías
demasiado grandes”1– del exterior, impidiendo su retención, su huella
como memoria. Benjamin escribe: “La amenaza de esas energías es la del
shock. Cuanto más habitualmente se registra en la conciencia, tanto menos
habrá que contar con su repercusión traumática” (1972: 130). Bajo tensión
extrema, el yo utiliza la conciencia como un amortiguador, bloqueando
la porosidad del sistema sinestésico,2 aislando así la conciencia actual del
recuerdo del pasado. Sin la profundidad de la memoria, la experiencia se
empobrece.3 El problema es que en las condiciones del shock moderno –los
1 Benjamin cita a Freud: “Para el organismo vivo, defenderse frente a los estímulos es una tarea
casi más importante que la de acogerla [la huella de la memoria]; está dotada [la conciencia]
de una provisión energética propia y debe aspirar sobre todo a proteger las formas de transfor-
mación de la energía… de la influencia… ‘destructiva de las energías demasiado grandes que
trabajan en el exterior’” (citado en Benjamin 1972: 130). El texto de Freud es Más allá del prin-
cipio del placer (1921), que marca el retorno a uno de los esquemas freudianos más tempranos
de la psiquis, el proyecto de 1895 al que describió como “Psicología para neurólogos”, y que
fue publicado póstumamente como “Entwurfeiner Psychologie”. El ensayo de 1921 es el único
texto de Freud que Benjamin considera aquí.
2 La concepción del “sistema sinestésico” es compatible con la comprensión freudiana del yo
como “derivado en última instancia de sensaciones corporales, principalmente de aquellas que
brotan de la superficie del cuerpo”, el lugar desde el cual “tanto las percepciones externas como
las internas pueden brotar”; el ego “puede entonces ser pensado como proyección mental de la
superficie del cuerpo” (Freud 1923, 1960: 15-16).
3 “El recuerdo es… una manifestación elemental que tiende a otorgarnos el tiempo, que por de
pronto nos ha faltado, para organizar la recepción de los estímulos”, Paul Valéry (citado en
Benjamin 1972: 131).
E S T É T ICA Y A N EST ÉT IC A: U NA R ECONSI DER ACIÓN DEL ENSAYO SOBR E L A OBR A DE A RT E 163
shocks cotidianos del mundo moderno– responder a los estímulos sin pensar
se ha hecho necesario para la supervivencia.
4 Añade: “Baudelaire habla del hombre que se sumerge en la multitud como en una reserva de
energía eléctrica. Trazando la experiencia del shock, le llama enseguida ‘caleidoscopio provisto
de conciencia’” (Benjamin 1972: 147).
5 Benjamin utiliza aquí el término “sinestesia” en conexión con la teoría de las correspondencias
(1972: 154). Puede haber estado consciente de que el término es usado en la fisiología para
describir una sensación en una parte del cuerpo cuando otra parte es estimulada; y, en psico-
logía, para describir el momento en que un estímulo sensorial, por ejemplo el color, evoca otra
sensación, por ejemplo el olor. Mi uso del término “sinestésico” se acerca a estos; identifica la
sincronía mimética entre estímulo exterior (percepción) y estímulo interior (sensaciones cor-
porales, incluyendo recuerdos sensoriales) como el elemento crucial de la cognición estética.
6 “Inervación” es el término de Benjamin para referirse a una recepción mimética del mundo
exterior, una que es fortalecedora, a diferencia de una adaptación mimética que protege al
precio de paralizar el organismo, privándolo de su capacidad para la imaginación y, consecuen-
temente, de responder en forma activa.
7 Benjamin continúa, citando El capital: “Es común a toda producción capitalista… que no
sea el obrero el que se sirva de las condiciones de trabajo, sino al revés, que éstas se sirvan
del obrero; pero sólo con la maquinaria cobra esta inversión una realidad técnicamente pal-
pable” (1972: 147).
8 La observación de Benjamin está en completo acuerdo con la investigación neurológica. El
neurólogo Frederick Mettler informa acerca de “una contradicción” entre la calma reflexiva
necesaria para ser creativo (e inventar máquinas) y la destrucción de este medio ambiente
calmo “por parte de las mismas máquinas y de la acrecentada productividad que la mente re-
flexiva crea”. Apunta que uno simplemente tiene que estar presente para conducir un automóvil,
mientras que la reflexión creativa es “distraída” (1956: 51).
E S T É T ICA Y A N EST ÉT IC A: U NA R ECONSI DER ACIÓN DEL ENSAYO SOBR E L A OBR A DE A RT E 165
es adormecer el organismo, retardar los sentidos, reprimir la memoria: el
sistema cognitivo de lo sinestésico ha devenido un sistema anestésico. En
esta situación de “crisis en la percepción” ya no se trata de educar al oído
no refinado para que escuche música, sino de devolverle la capacidad de oír.
Ya no se trata de entrenar al ojo para la contemplación de la belleza, sino
de restaurar la “perceptibilidad” (163).9
VII
E S T É T ICA Y A N EST ÉT IC A: U NA R ECONSI DER ACIÓN DEL ENSAYO SOBR E L A OBR A DE A RT E 167
jeringas hipodérmicas estuvieron disponibles para llevar a cabo inyecciones
subcutáneas a partir de 1860 (Oppenheim 1991: 114). El uso de anestésicos
en cirugías médicas data, no accidentalmente,12 de este mismo período de
experimentación manipulativa con los elementos del sistema sinestésico.
“Los juegos de éter”, la versión decimonónica de la inhalación de pega-
mento, tenía lugar en fiestas, en las cuales se inhalaba “gas brillante” (óxido
nitroso), que producía “sensaciones voluptuosas”, “impresiones visibles des-
lumbrantes”, “una sensación de extensión altamente placentera tangible en
cada miembro”, “visiones fascinantes”, “un mundo de nuevas sensaciones”,
un nuevo “universo compuesto de impresiones, ideas, placeres y dolor”.13 No
fue hasta mediados de siglo que se desarrollaron las implicaciones prácticas
para la cirugía. Sucedió en los Estados Unidos cuando, de manera indepen-
diente, estudiantes de medicina de Georgia y de Massachusetts participa-
ron de estos “juegos”. Un cirujano de Georgia, Crawford W. Long, notó
que aquellos que se lastimaban durante las celebraciones no sentían dolor.
En una reunión en Massachusetts, estudiantes de medicina les dieron éter
a ratas en dosis lo suficientemente altas como para inmovilizarlas y produ-
cirles una insensibilidad total. Crawford Long utilizó anestésicos exitosa-
mente en varias operaciones en 1842. En 1844, un dentista de Hartford,
Connecticut, llevó a cabo extracciones dentales con óxido nitroso. En 1846,
en una atmósfera mucho más sobria y legítima que “los juegos de éter”, tuvo
lugar la primera demostración pública del uso de la anestesia general en el
Hospital General de Massachusetts (Wangensteen y Wangensteen 1978:
277-279), desde donde este “descubrimiento maravilloso” (Prescott 1964:
28) se diseminó rápidamente hacia Europa.14
12 No he encontrado referencias a las prácticas de Charles Bell durante la cirugía, pero su contra-
parte francesa, Larry, cirujano para el ejército de Napoléon, congelaba con hielo los miembros
que debían ser amputados o golpeaba al paciente hasta dejarlo inconsciente. Larry deseaba expe-
rimentar con óxido nitroso, que era conocido en su tiempo, pero la mayor parte de la Academia
Real Francesa consideró que la sugerencia orillaba lo criminal (ver Prescott 1964: 18-28).
13 Efectos del óxido nitroso relatados en Prescott (1964: 19).
14 La aceptación de la anestesia no se dio sin resistencias. La codificación cultural del significado
del dolor incluía una fuerte tradición que sostenía que el dolor era “natural” o buscando por
Dios, especialmente durante los nacimientos, y benéfico para la curación. La resistencia a la
insensibilidad provocada por la anestesia general era también política: Elizabeth Cady Stanton
“se opuso a que una mujer entregara su conciencia y su cuerpo a un doctor hombre” (Pernick
1985: 16-61). “Mucho tiempo después de 1846, el atontamiento alcohólico seguía siendo un
calmante quirúrgico aceptable” (178).
E S T É T ICA Y A N EST ÉT IC A: U NA R ECONSI DER ACIÓN DEL ENSAYO SOBR E L A OBR A DE A RT E 169
En los interiores burgueses del siglo XIX , los amoblamientos proveían una
fantasmagoría de texturas, tonos y placer sensual que sumergía al habitan-
te del hogar en un ambiente total, un mundo de ensueño privatizado que
funcionaba como escudo protector para los sentidos y las sensibilidades
de la nueva clase dominante. En el Passagen-Werk, Benjamin registra la
diseminación de formas fantasmagóricas en el espacio público: los pasajes
de París, en donde las hileras de vidrieras creaban una fantasmagoría de
mercancías en exhibición; panoramas y dioramas que engullían al espec-
tador en un fingido ambiente total en miniatura; y las Ferias Universales,
que expandían este principio fantasmagórico hacia áreas del tamaño de
ciudades pequeñas. Estas formas decimonónicas son las precursoras de
los grandes centros de compras, parques temáticos y pasajes de videojue-
gos de la actualidad, así como de los ambientes totalmente controlados
de los aviones (en los cuales uno se sienta enchufado a imagen, sonido
y servicio de alimentación), el fenómeno de la “burbuja turística” (en la
cual las “experiencias” del viajero están monitoreadas y controladas de
antemano), el ambiente audiosensorial individualizado del “walkman”, la
fantasmagoría visual de la publicidad, el sensorio táctil de los gimnasios
llenos de equipos Nautilus.
El papel del “arte” en este desarrollo es ambivalente dado que, bajo estas
condiciones, la definición del “arte” como experiencia sensual que se dis-
tingue precisamente por su separación de la “realidad” se hace difícil de
sostener. Gran parte del “arte” ingresa en el campo de la fantasmagoría
como entretenimiento, como parte del mundo de las mercancías. Los efec-
tos de la fantasmagoría existen en múltiples niveles, como es visible en la
pintura de fin de siglo de Franz Skarbina.17 La vista es de la Feria Universal
de París en 1901, retratada en esa forma de doble ilusión que representa
el alumbrado en la noche. La pintura es una Stimmungsbild, una “pintura
de estado de ánimo”, un género, entonces a la moda, que buscaba retratar
una atmósfera o “humor” más que un tema. A pesar de la profundidad de
perspectiva, el placer visual es proporcionado por la superficie luminosa de
la pintura, que resplandece sobre la escena como un velo. John Czaplicka
escribe: la ciudad es “… reducida a un estado de ánimo del espectador
… La experiencia del lugar … es más emocional que racional … Hay
una sutil negación de la ciudad como artificio … y una sutil renuncia a
la responsabilidad de la humanidad por haber construido este ambiente”
(Czaplicka 1990: 15).
17 Ver la discusión de John Czaplicka sobre esta pintura en “Pictures of a City at Work, Berlin,
circa 1890-1930: Visual Reflections on Social Structures and Technology in the Modern Ur-
ban Construct” (1990: 12-16). Estoy agradecida al autor por señalar la relevancia de la Stim-
mungsbild para esta discusión.
E S T É T ICA Y A N EST ÉT IC A: U NA R ECONSI DER ACIÓN DEL ENSAYO SOBR E L A OBR A DE A RT E 171
sentido olfativo de una población ya asediada por los olores de la ciudad.18
La novela de Zola Le Bonheur des Dames describe la fantasmagoría de las
grandes tiendas con el tacto a través de las hileras de mostradores colma-
dos de telas y vestimentas. En lo que respecta al gusto, los refinamientos
gustativos parisinos ya habían alcanzado un nivel exquisito en la Francia
postrevolucionaria, cuando los cocineros que solían trabajar para la noble-
za comenzaron a buscar empleo en restaurantes. Es significativo para los
efectos anestésicos de estas experiencias que la singularización de cual-
quiera de estos sentidos por medio de una estimulación intensa tiene el
efecto de adormecer al resto.19
[…]
[…]
21 En este contexto podemos entender el elogio que Benjamin le prodiga a Baudelaire, un con-
temporáneo de Wagner y Marx, por enfrentarse al shock moderno con la cabeza alta y por ser
capaz de registrar en su poesía precisamente la sensualidad fragmentada y chirriante, incluso
dolorosa, de la experiencia moderna de un modo que perfora y traspasa el velo fantasmagórico.
Escribe que “La prueba que se puede ofrecer de que esta poesía [la de Baudelaire] transcribe
los sueños de un consumidor del hashish, no invalida en absoluto esta interpretación” (Das
passagen-Werk. 1972c, v.5: 58). (Para los experimentos del propio Benjamin con el hashish, ver
Gesammelte Schriften, v. 6). En verdad, en una época de adormecimiento sensorial como defensa
cognitiva, Benjamin sostenía que la percepción de la verdad de la experiencia moderna “rara
vez había de tenerse en estado sobrio”.
E S T É T ICA Y A N EST ÉT IC A: U NA R ECONSI DER ACIÓN DEL ENSAYO SOBR E L A OBR A DE A RT E 173
estadística.22 Han pasado a ser aceptados como rasgos evidentes de la exis-
tencia, provocando así que el “trabajador”, como el nuevo “tipo” moderno,
desarrolle una “segunda conciencia”: “Esta segunda y más fría conciencia
está señalada en la capacidad desarrollada cada vez más agudamente de
verse a uno mismo como un objeto” (1980: 181). Mientras que la “autorre-
flexión” de la psicología al “viejo estilo” tenía como objeto el “ser humano
sensible”, esta segunda conciencia “… se dirige a un ser que se sitúa fuera
de la zona de dolor” (181). Jünger conecta esta perspectiva cambiada con la
fotografía, ese “ojo artificial” que “ataja la bala en el momento del vuelo de
la misma manera que al ser humano en el instante de ser hecho trizas por
una explosión” (182). Los órganos sensoriales poderosamente protéticos
de la técnica son el nuevo “yo” de un sistema sinestésico transformado.
Ahora son ellos los que proporcionan la superficie porosa entre lo interior
y lo exterior, que es tanto órgano perceptivo como mecanismo de defensa.
La tecnología como herramienta y como arma extiende el poder humano
–intensificando al mismo tiempo la vulnerabilidad de lo que Benjamin
llamaba “… el minúsculo y quebradizo cuerpo humano”– 23 y de tal modo
produce contra el “orden más frío” que ella misma crea. Jünger escribe
que los uniformes militares siempre han tenido un protector “carácter de
defensa”; pero ahora, “la tecnología es nuestro uniforme”:
E S T É T ICA Y A N EST ÉT IC A: U NA R ECONSI DER ACIÓN DEL ENSAYO SOBR E L A OBR A DE A RT E 175
II: Vanidad, la imagen está unificada con precisión, creando una superficie
coherente, aunque perturbadora, que sin embargo no tiene la unidad im-
puesta de lo fantasmagórico.
E S T É T ICA Y A N EST ÉT IC A: U NA R ECONSI DER ACIÓN DEL ENSAYO SOBR E L A OBR A DE A RT E 177
guerra de 1914, y es bastante conmovedor pensar que era en ese momento
cuando Freud estaba desarrollando tal construcción” (Lacan 1988: 118).
27 Para un relato del viaje desde Marienbad a Berlín, ver D. Macey 1988.
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Henrique Carneiro
L A FA B R I C AC I Ó N D E L V I C I O 181
La virtud es sentir dolor seguido de placer;
el vicio, sentir placer seguido de dolor.
Margaret Mead1
L A FA B R I C AC I Ó N D E L V I C I O 183
conceptos “tótems” según escribe Berridge (1994). La demonización del
“drogado” y la construcción de un significado supuesto para el concepto
“droga” alcanza en la época contemporánea un auge inédito. Un fantasma
ronda el mundo, el fantasma de la droga, alzado a la condición de peor de
los flagelos de la humanidad.
La enfermedad del vicio será una construcción del siglo XIX . La concep-
ción de la embriaguez como enfermedad data de 1804, cuando Thomas
Trotter publica su Essay Medical Philosophical and Chemical on Drunkenness,
el cual será considerado un hito en el “descubrimiento” (¿o creación?) de
una nueva entidad nosológica en la medicina. Para Trotter, el hábito de la
embriaguez constituía “una enfermedad de la mente”.
4 Tales presupuestos están presentes en el DSM-IV (Diagnostic and Statistical Manual of Mental
Disorders) de la Asociación Psiquiátrica estadounidense y en el CID-10 (Código Internacional
de Enfermedades de la OMS), ver Silvia de Oliveira Santos Cazenave (en Seibel 2001: 37).
L A FA B R I C AC I Ó N D E L V I C I O 185
En todo este período, se experimentó una escalada creciente en la inter-
vención del Estado sobre la disciplina de los cuerpos y la medicación de
las poblaciones, censadas estadísticamente según modelos epidemiológicos
con fines de eugenesia social y racial, “higiene social” y “profilaxis mo-
ral”. Es decir, se trataba de intentos por evitar el supuesto deterioro racial
causado por degeneraciones hereditarias –entre las que ocupaban lugar
destacado los viciosos y borrachos. Tal como en la época se buscaba la
erradicación de enfermedades contagiosas con el establecimiento de medi-
das que incluían cuarentenas y notificaciones compulsorias de los enfermos
(Disease Act de Inglaterra en 1899), también se planeó una campaña de
aniquilación del vicio que derivó, en Estados Unidos, en el movimiento
masivo por la temperancia. El control epidemiológico se imponía por sobre
un comportamiento socialmente infeccioso como el alcoholismo. También
las mujeres y la maternidad eran blancos especiales, pues los nacimientos
debían ser regulados a fin de evitar el riesgo de procreación de hijos de bo-
rrachos, homosexuales, viciosos, locos, etc. Se asistía al nacimiento pleno
del biopoder.
Las drogas son uno de los arquetipos culturales más fuertemente presentes
en el espíritu de nuestra época. El significado económico del consumo ma-
sivo y las formas políticas de su control –como el régimen del prohibicio-
nismo, adoptado como “Ley Seca” de 1920 a 1934 en Estados Unidos con
relación al alcohol y hoy extendido a escala mundial con la “guerra contra
las drogas”– son algunos de los aspectos más relevantes del fenómeno con-
temporáneo de las drogas. Pero, además de eso, las drogas impregnan el
imaginario del siglo XX con la marca ambivalente de un pasaje al paraíso
mediante píldoras de felicidad y, al mismo tiempo, de un paradigma del
vicio, de la esclavización extrema a una mercadería.
L A FA B R I C AC I Ó N D E L V I C I O 187
potencial despertado por las nuevas tecnologías productoras de subjetivi-
dades auto-programables: por un lado, la utopía reaccionaria del control
del pensamiento por parte del Estado; por otro, la utopía de liberación y
emancipación del espíritu a través de la farmacia: la revolución psicodélica.
En el primer caso, los estados de conciencia son legislados y castigados por
el Estado, el cual reprime y controla los hábitos íntimos y cotidianos de
poblaciones enteras estableciendo un sistema de terror y realizando gran-
des inversiones; en el segundo, la libertad de auto-determinación de la
subjetividad se amplía en la misma medida que la autonomía del espíritu
para interferir químicamente en su funcionamiento.
Freud fue uno de los primeros en teorizar sobre el papel de las drogas en la
economía de la libido, identificándolas como el más eficaz mecanismo para
obtener placer y evitar el dolor. “El servicio prestado por vehículos tóxicos
en la lucha por la felicidad y el alejamiento de la desgracia es tan altamente
apreciado como beneficio, que individuos y pueblos les concedieron un
lugar permanente en la economía de su libido” (Freud 1978: 142).
Desde los inicios de la teoría de la libido, Freud buscó integrar los fun-
damentos de las ciencias naturales de su época, considerando la libido
como una forma de energía subordinada a las leyes de la termodinámica
y con un substrato bioquímico. La llamada “hipótesis substancialista de
la libido” admitía la supuesta existencia de una “toxina sexual”. La am-
bición de Freud residía, según Jesús Santiago, en el intento de inaugurar
una termodinámica de la satisfacción, un compendio del gozo; ambición
explicada en 1908 en carta a Karl Abraham, donde afirmaba que “el filtro
de Soma contiene ciertamente la intuición más importante, es decir, que
todas nuestras bebidas embriagadoras y nuestros alcaloides excitantes son
solamente el ‘sustituto de la toxina única, de la libido todavía por estudiar’,
que la embriaguez del amor produce” (citado en Santiago 2001: 90).
L A FA B R I C AC I Ó N D E L V I C I O 189
teorías conductistas en la Universidad Johns Hopkins, Watson se hizo
publicista y comenzó a trabajar en la campaña de cigarros Lucky Strike,
siendo autor del eslogan “Toma un Lucky en lugar de un dulce” que habría
popularizado el consumo de cigarros especialmente en el público femenino
(Wertheimer 1978: 153).
5 La ley anti-trust de 1911 obligó a su división en tres empresas (American Tobacco, Reynolds
y Liggett and Myers). En Francia y España, los monopolios tabacaleros eran estatales (Stubbs
1989: 7-8).
L A FA B R I C AC I Ó N D E L V I C I O 191
tema del onanismo era “inagotable”, Freud evitó tomar partido en la disputa
de fondo sobre el perjuicio del onanismo, contestado vehementemente por
Stekel. Hasta la década de 1940, los manuales estadounidenses de pediatría
continuaban condenando las prácticas masturbatorias proponiendo como
“terapia” la circuncisión completa de las niñas, la cauterización de los clíto-
ris o ciertos medios mecánicos de coerción.6 Por otro lado, Freud señaló en
1897 en carta a Fliess, que los hábitos compulsivos, los vicios –como fumar
cigarro o aspirar cocaína–, eran todos derivativos de la masturbación: “se me
ocurrió que la masturbación es un hábito fundamental, el ‘vicio primario’, y
que los otros vicios aparecen apenas como substitución –por ejemplo, alco-
hol, tabaco, morfina, etc.” (citado por Szasz 1979: 229). El combate cerrado
a la masturbación en el siglo XIX, así como las actuales campañas contra las
drogas, esa “masturbación química”, proyectan un modelo de subjetividad
donde el autocontrol, el superego fuerte, debe primar por sobre todo.
6 El libro de Szasz, en su capítulo once, “El nuevo producto. La insania masturbatoria” (1979:
214-241), registra las citas aquí reproducidas y relata con detalle la evolución de la persecución
moderna a la masturbación.
Las campañas contra las drogas bajo el slogan “Vida sí, drogas no”, suponen
que puede existir una vida sin drogas, lo que es una completa contradicción
con respecto a la historia de la humanidad que, desde la edad de piedra y
pasando por todas las grandes civilizaciones, siempre incorporó su uso.
El mismo alcohol, para centrarnos apenas en una droga, se vuelve parte
esencial de la cultura occidental donde el vino ocupa un lugar primordial,
incluso en la eucaristía cristiana. No hay duda de que el vino tiene buenos
usos; la existencia de millones de dependientes del alcohol lo comprueba.
Pero no todos quienes consumen vino o alcohol se hacen dependientes, y
quienes lo hacen, como ocurre con muchas mercaderías que la intoxicación
publicitaria convierte en fetiches de consumo compulsivo, sólo esperan que
no se les impida gozar de su hábito. Hábito ciertamente elevado a símbolo
de felicidad e identidad nacional, bastando apenas revisar los slogans de
campañas publicitarias de cerveza. Asimismo, la fusión de las dos mayo-
res empresas cerveceras de Brasil da origen a la mayor empresa privada
brasileña, la AmBev, una multinacional global player de la alcoholización
planetaria –lo que se une al récord brasileño de ser el primer exportador
L A FA B R I C AC I Ó N D E L V I C I O 193
mundial de tabaco.
El alcohol, una de las drogas más peligrosas del mundo, reconocida oficial-
mente como causal de buena parte de las patologías individuales y sociales
–desde la cirrosis y la dependencia metabólica (se calcula que cerca del 5
por ciento de la población mundial es dependiente del alcohol), hasta la
violencia urbana y los accidentes de tránsito–, no sólo es permitido sino
que además forma parte del imaginario oficial de la felicidad y la alegría.
¿Cuáles son las razones históricas de este predominio del alcohol en las
preferencias populares en tanto medio simple y directo para el consuelo
físico y espiritual del dolor, la fatiga, el tedio y el sufrimiento? ¿Por qué
ante un menú inconmensurable de substancias químicas que actúan como
remedio para el sufrimiento, el alcohol se consume por encima de todas?
L A FA B R I C AC I Ó N D E L V I C I O 195
el lado oculto y nocturno del espíritu. Si el espíritu está contenido en la
conciencia, la memoria y la imaginación como conciencia del momento,
del pasado y de proyección al futuro, todas sus esferas son factibles al estí-
mulo y análisis psicoquímico.
El imaginario de las drogas cambió según las épocas hasta llegar al resulta-
do actual de un siglo de prohibicionismo, con estereotipos del vicioso como
paradigma de la degeneración física y mental. Pero mucho antes de la in-
vención del cuadro clínico del vicio, las drogas suministraron elementos
indispensables para la atmósfera cultural de la modernidad y el abordaje
estético y científico de los fenómenos de la mente humana. Según afirma
Max Milner, Thomas de Quincey inauguró en 1821, con la publicación de
las Confesiones de un comedor de opio, la teorización de la relación entre la
droga y la creación poética.
Aunque el sueño ya formaba parte del acervo poético del romanticismo, las
drogas ofrecen nuevos datos experimentales sobre las nociones tradiciona-
les de lo fantástico. La naturaleza precisa de las sensaciones, percepciones,
pensamientos y emociones producidas por las drogas, se traducirá no sólo
en un repertorio literario ampliado de imágenes y temas, sino además en
una vía privilegiada de estudio científico de la mente. A los conceptos de
alucinaciones, ilusiones, visiones, éxtasis, se juntará otro: el de locura.
L A FA B R I C AC I Ó N D E L V I C I O 197
alcanza un auge con la “desregulación sistemática de todos los sentidos”,
a fin de obtener la videncia. La poética alucinante de Rimbaud –“me ha-
bitué a la alucinación simple … después explicaba mis sofismas mágicos
por la alucinación de las palabras”–, revela una atmósfera cultural donde
los estatutos de la experiencia onírica, alucinatoria, extática y poética eran
comparados. Ejemplo de esto es la obra Des hallucinations; ou, Histoire
raisonnée des apparitions, des visions, des songes, de l’extase, des rêves, du mag-
nétisme et du somnambulisme (3ª ed. Germer Baillière 1862), de Alexandre
Brierre de Boismont. La definición precisa de alucinación, así como de
todas las facultades mentales, era uno de los temas centrales en el debate
de la naciente psicología. Esquirol definía ‘alucinado’ como “un hombre
que tiene la convicción íntima de una sensación actualmente percibida, sin
que ningún objeto exterior propio que excite esta sensación esté al alcance
de sus sentidos en un estado de alucinación: es un visionario” (Des maladies
mentales, Baillière 1838). Este debate fue realizado en 1856 por la Sociedad
Médico-Psicológica de París, donde los efectos de las drogas eran presen-
tados como “alucinaciones voluntarias”.
L A FA B R I C AC I Ó N D E L V I C I O 199
fines del siglo XIX , una conexión entre morfinomanía, sexualidad femenina
y lesbianismo. La jeringa de Pravaz (juego de palabras para ‘depravar’) se
convierte en el máximo fetiche con sus incrustaciones de brillantes, estu-
ches de plata y forma fálica de éxtasis que dispensa al hombre.
L A FA B R I C AC I Ó N D E L V I C I O 201
EPIDEMIAS
D E L A V O L U N TA D *
* De Eve Kosofsky Sedgwick, “Epidemics of the Will”, Tendencies (Durham N.C., Duke Uni-
versity Press, 1993), pp. 130-142. Traducción de Lucía Herrera Montero.
E P I D E M I A S D E L A VO L U N TA D 203
Cuenta la historia que,
allá en el viejo
mundo, hubo una
época en que alguna gente consumía, algunas veces, opio. Para muchos de
ellos, este consumo era funcional: una forma de control que les permitía
adecuar, a las exigencias materiales de la vida cotidiana, sus niveles de
concentración, su temporalidad o su estado de alerta ante estímulos como
el dolor. Para algunos puede incluso haber sido una fuente de placer –y, si
fue un vicio, fue tan sólo un vicio ordinario y corriente. Para todos ellos,
sin embargo, el consumo de opio era tan solo un comportamiento más
entre tantos otros comportamientos.
E P I D E M I A S D E L A VO L U N TA D 205
constituía su principio insidioso e infinitamente activo; inscrita sin
pudor en su rostro y en su cuerpo porque consistía en un secreto
que siempre se delataba… El [consumidor de opio] había sido una
aberración temporal; el [adicto] era ahora una especie (Foucault
1978: 42-43).
E P I D E M I A S D E L A VO L U N TA D 207
tal: autonomía corporal, autocontrol, fuerza de voluntad. El objeto de la
adicción ha devenido entonces precisamente el disfrute de “la capacidad de
escoger libremente, y el escoger libremente la salud”.
E P I D E M I A S D E L A VO L U N TA D 209
manera simultánea y con la misma duración, una “compulsión” igualmente
hipostasiada, que ha funcionado en calidad de contraestructura siempre
lista a ser expulsada de ella. Y es este mismo imperativo el que ha impelido
el trabajo de rastreo descriptivo que realiza la atribución de adicciones: su
exacerbada agudeza perceptiva para detectar la compulsión detrás de la
voluntariedad cotidiana es propulsada, aún más ciegamente, por su com-
pulsión a aislar un nuevo espacio, en retirada pero absolutizado, de pura
voluntariedad. El último escrito de Nietzsche sería, obviamente, el mejor
ejemplo de esta contradicción: todo aquello que se puede aprender de o
reconocer en la interpretación nietzscheana de la psicología humana en
términos de una exquisita fenomenología de la adicción –todo ello está
vinculado a la imperativa y extravagantemente moralizada invención de
una Voluntad cuyo valor y potencia parecen devenir más y más absolutas
a medida que toda posibilidad de cimentar su existencia vertiginosamente
se desvanece.
E P I D E M I A S D E L A VO L U N TA D 211
nacionales, fueron fácilmente organizadas en torno a las narrativas de in-
troyección. Es más, desde tiempos tan remotos como los tiempos de Man-
deville, es más, el producto opio –esta sustancia intensamente comerciable,
altamente condensada, portable y onerosa, esta mercadería de exportación
(en oposición a los cultivos de consumo interno) por excelencia vulnerable
a los carteles– ha sido visto como poseedor de una capacidad exclusiva: la
de poder espolear en sus usuarios, indiscutiblemente y de forma siempre
incrementada por fuera de la relativa homeostasis de la necesidad, la po-
tencialmente ilimitada trayectoria de la demanda. Con el advenimiento de
la era de la publicidad, esta sustancia adictiva estuvo espectacularmente
disponible para ser traída de vuelta a casa como la representación de emer-
gentes intuiciones sobre el fetichismo de la mercancía.
Aparte del SIDA , algunas otras conexiones en las que la atribución de adic-
ciones llama actualmente la atención sobre lo que es “natural”, se ilustran
en la página de opinión de una revista USA Today de 1987 que se enfoca en
la controversia que suscita el uso de esteroides por parte de los atletas. La
misma definición de adicción entra aquí en juego: Ron Hale señala que los
esteroides no son adictivos (y por lo tanto no deben ser prohibidos) porque
“no son ni estimulantes ni depresores, no pueden alterar la mente, y no
constituyen un hábito que no pueda ser interrumpido”; William N. Taylor
dice, en cambio, que sí lo son y que por lo tanto deben ser prohibidos,
porque “los auto-consumidores exhiben tolerancia a las drogas y síndrome
de abstinencia, de tal modo que los cambios de personalidad y la adicción
son comunes” (USA Today, 6 enero 1987: 10A). En las voces, todas esta-
dounidenses, citadas en el debate, lo Natural es invocado para espantar los
espectros que revolotean en varios diferentes ejes: el eje de los cyborgs que se
despliega entre las personas y las máquinas (“si los atletas deben recurrir a
los esteroides, es que tratan de construir una máquina, no un ser humano”);
el eje de las narrativas evolucionistas que se despliega entre las personas y
los animales, observando tan sólo el espacio intermedio de los cruces, la
“era de los atletas monstruosos”; el eje que se extiende de lo auto-erótico a
lo todo-erótico (pues “los cuerpos musculosos son usualmente el resultado
de años de un narcisismo anabólico inducido por esteroides”); el eje puri-
tano entre una “salud” moralizada y un condenado “acrecentamiento del
cuerpo personal”; el eje entre los impulsos saciables y los “insaciables”, ya
sea sexuales o por la ingestión de sustancias; el eje entre la “habilidad natu-
ral” inmanente y la adictiva extrínseca (“los individuos deben competir con
1 Las problemáticas mencionadas en los párrafos precedentes están contextualizadas más en ex-
tenso en mi libro Epistemology of the Closet, capítulo 3, y en el capítulo siguiente “Nationalisms
and Sexualities: As Oppose to What?”.
E P I D E M I A S D E L A VO L U N TA D 213
los recursos de sus propios cuerpos en lugar de confiar en algún químico
no natural”); y, por supuesto, el eje entre el mundo “libre”, donde el uso
de esteroides en competencias amateur está completamente prohibido, y
“Rusia” donde, según especula el editorial, “puede” que sea absolutamente
obligatorio. Los esteroides, por otra parte, al inducir la “rabia del esteroide”
tienen la peligrosa propiedad de desdibujar la que debería-ser-obvia dis-
tinción entre la heterosexualidad y la violencia masculina en contra de las
mujeres. Peor aún, aunque los esteroides tendrían que ser fáciles de situar
en el eje entre géneros masculino y femenino –después de todo, son “ver-
siones fabricadas de la hormona masculina testosterona”– parecen tener, en
la realidad, efectos impredeciblemente desestabilizadores en los atributos
de género. Si su tendencia generalmente virilizante lleva a formar “mujeres
construidas como hombres y hombres construidos como los Montes Cár-
patos”, si causan “crecimiento del vello facial, calvicie y senos reducidos”
en las mujeres y “un comportamiento excesivamente agresivo y violento”
en los hombres, también inducen en las mujeres a una “ninfomanía” que
no puede ser categorizada con tanta seguridad como un efecto masculino.
Y aún más perjudicialmente para el esquema de género que siempre parece
ocultarse tras los modelos hormonales, los esteroides hacen que los hom-
bres “desarrollen características femeninas como senos”. La escalofriante
caricatura editorial resume la noticia más negativa acerca de esta sustancia
foránea, los esteroides: el imponente cuerpo de la voluntariedad absoluta,
asustado tanto como asusta, es atormentado por un memento mori, el es-
queleto en rayos-X de su propia absoluta compulsión; entre las dos imáge-
nes, sin embargo, el supuestamente auto-evidente lugar de lo deseable, el
esbozo “natural” de un simple joven, ha sido ya corroído más allá de todo
posible recuerdo o restauración.
E P I D E M I A S D E L A VO L U N TA D 215
tan riguroso como cualquier versión de la contemporánea atribución de
adicciones, sin requerir en absoluto la hipostatización de un libre albedrío
fantasmal y punitivo en el horizonte en retroceso. Proust trata el hábito, en
una primera instancia, como una materia perceptual; esto significa que su
caudal de recursos para desnaturalizar las polaridades “activo” y “pasivo”
en lo que tiene que ver con la percepción es puesto en funcionamiento a lo
largo de toda su argumentación acerca del hábito, la facultad humana que
puede “cambia[r] el color de las cortinas, silencia[r] el reloj, consegui[r] una
expresión de piedad en la superficie, sesgada y cruel, del cristal” (Proust,
vol. 1, 1982: 9). La habituación es “esa operación que siempre debemos
iniciar de nuevo, más larga, más difícil que el dar la vuelta un párpado,
y que consiste en la imposición de nuestra propia alma familiar sobre la
aterradora alma de los alrededores” (vol. 2: 791). Un banal pero precioso
opiato, el hábito nos vuelve ciegos –y de ahí que les permita llegar a existir–
a nuestros alrededores, a nosotros mismos tal como aparecemos ante los
otros, y a la huella de los otros en nosotros mismos.
Los hábitos en Proust, como las mentiras y las penas absurdas, parecen
“servidores oscuros, detestados, contra los que luchamos, bajo cuyo domi-
nio caemos cada vez más, calamitosos y atroces servidores, imposibles de
sustituir y que, por vías subterráneas, nos llevan a la verdad y a la muerte”
(vol. 3: 948). Y, no obstante, son también ellos, los hábitos “–incluso los
más mezquinos, como nuestro apego a las dimensiones y a la atmósfera
de una habitación– los que se asustan y se niegan, en actos de rebeldía que
debemos reconocer como un aspecto secreto, parcial, tangible y verdadero
de nuestra resistencia a la muerte” (vol. 1: 722).
E P I D E M I A S D E L A VO L U N TA D 217
Ni siquiera voy a discutir lo grotesco de la “ironía” de que esta propagan-
da sobre la Libertad venga de una industria cuyo senador preferido, Jesse
Helm de Carolina del Norte, liquida derechos constitucionales tan profusa
e impunemente como permite que la vida de homosexuales y adictos sea
exterminada.
Asumo que esta campaña publicitaria representa más que un intento para
asociar la publicidad de los cigarrillos, en el presente ella misma en pie de
lucha, de manera más íntima con las protecciones de la Primera Enmienda,
donde ella combate cada vez que se ve amenazada con nuevas regulaciones.
Más allá de la cuestión de la Libertad de anunciar, ella alude a campañas,
pasadas y futuras, de las compañías tabacaleras en cuanto tiene que ver con
los derechos de los fumadores, campañas (incluyendo la publicación de una
nueva y radiante revista sólo para fumadores) que tratan de movilizar a los
fumadores y cristalizarlos como un potente grupo de defensa y cabildeo
según el modelo de la Asociación Nacional del Rifle. Ahora bien, en tér-
minos del paradigma adicción/libre albedrío, la brillante idea de cristalizar
una comunidad de defensa del fumador es, en efecto, una idea obviamente
volátil: por un lado, las compañías tabacaleras saborean la visión de una
población unida en la demanda del derecho de fumar como un elevado
ejercicio de libertad individual, en solidaridad con sus buenos amigos en las
compañías tabacaleras para quienes no sólo la articulación, sino el hecho
mismo de la formulación de estas agendas de afirmación de “derechos” está
destinado incuestionablemente e incluso abyectamente a ser entregado; y
no obstante, por otro lado, persiste el hecho de que este sueño húmedo de
Philip Morris se ve empañado por una pesadilla en la que los fumadores
se unen para reclamar derechos, no como encarnaciones de su derecho
último a fumar, sino más bien como adictos, es decir como gente que se
define a sí misma en tanto privada de derechos en lo que tiene que ver con
el acto de fumar. Es, por supuesto, solamente al reivindicar esta identidad
última, al asumir la disposición a estigmatizarse a sí mismos aún más al
hacer causa común con los más desempoderados de los grupos sociales en
sus demandas de lograr un acceso seguro y no penalizable a las sustancias
adictivas; de disponer de cuidados de salud accesibles o gratuitos, de alta
calidad y no discriminatorios, accesibles para todos aquellos que han sido,
aún son o están en riesgo de devenir adictos (i.e. para todo el mundo); y
E P I D E M I A S D E L A VO L U N TA D 219
REFERENCIAS
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California Press.
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* De Rodrigo Uprimny Yepes, Diana Esther Guzmán y Jorge Parra Nurato, La adicción punitiva:
la desproporción de leyes de drogas en América Latina (Bogotá, Ediciones Antropos, 2012), pp.
5-8, 51-54.
L A A DICCIÓN PU NIT IVA: L A DESPROPORCIÓN DE LEY ES DE DROGA S EN A MÉR ICA L AT INA 221
En América Latina
es más grave contraban-
dear cocaína a fin de que
pueda ser vendida a alguien que quiere consumirla, que violar a una mujer
o matar voluntariamente al vecino. Eso puede parecer increíble, pero es
la conclusión a la que llega el estudio riguroso de la evolución de la legis-
lación penal en la región, la cual muestra que nuestros sistemas jurídicos
prevén penas mayores para el tráfico de drogas, incluso en cantidades a
veces modestas, que para conductas tan atroces como la violencia sexual o
el homicidio doloso, esto es, intencional.1
¿Cómo hemos llegado a una situación que, a todas luces, aparece como
injusta e irracional? La respuesta está en que en las últimas décadas, y en
especial desde los años ochenta, los países latinoamericanos, influidos por
el marco prohibicionista internacional, cayeron en lo que metafóricamente
podríamos llamar una adicción al punitivismo en materia de legislación
sobre drogas, lo cual no deja de ser irónico.
1 Por solo citar algunos ejemplos, la pena máxima por tráfico de drogas en Bolivia es de 25 años,
mientras que por el homicidio doloso es de 20, con lo cual el castigo por el contrabando de
drogas es mayor que por matar a otra persona. Y en Colombia, la pena máxima por tráfico es
de 30 años, mientras que por violar a alguien es de 20 años, lo cual significa que para el orde-
namiento colombiano es más grave traficar sustancias psicoactivas para que alguien las compre
voluntariamente que someter por la violencia a una mujer y violarla. Y en casi todos los países
de América Latina que estudiamos llegamos a conclusiones semejantes.
L A A DICCIÓN PU NIT IVA: L A DESPROPORCIÓN DE LEY ES DE DROGA S EN A MÉR ICA L AT INA 223
para evitar el síndrome de abstinencia. La legislación frente a las drogas
en América Latina parece proseguir un camino similar: es cada vez mayor
la necesidad que experimentan nuestros Estados de aumentar los delitos
e incrementar las penas en relación con el tráfico de drogas, en principio
para controlar un mercado ilícito en expansión; son cada vez menores los
efectos de esa punibilidad acentuada en disminuir la oferta y el consumo
de drogas ilícitas.
Esta evolución ha estado marcada en los últimos sesenta años por la deno-
minada “guerra contra las drogas”.2 En virtud de ésta, la política dominante
a nivel mundial en materia de “drogas ilícitas” ha sido el prohibicionismo,
caracterizado por el uso del derecho penal como herramienta fundamental
en la lucha contra todas las fases del negocio (cultivo, producción, distri-
bución y tráfico), y en algunos casos incluso en contra del consumo. Con
algunos matices y variaciones importantes, todos los países alrededor del
mundo cuentan dentro de sus legislaciones con tipos penales que contem-
plan sanciones privativas de la libertad a la distribución y tráfico de las
sustancias controladas.3
2 “Se le llama guerra contra las drogas a la política impulsada por el expresidente de Estados
Unidos Richard Nixon a comienzos de los setenta, que se propuso luchar contra las drogas
ilícitas, cuyo consumo tendía a aumentar en la juventud norteamericana de la época". Se trata
de una política estatal de “tolerancia cero” que, mediante el recurso constante al derecho penal
y el uso generalizado de la fuerza, busca suprimir a toda costa la oferta y demanda de estas
sustancias y castigar a quienes estén involucrados en cualquiera de las fases del negocio.
3 Sobre la práctica global de castigar las conductas relacionadas con drogas con penas privativas
de la libertad que suelen ser bastante severas, Gloria Lai dice: “Aunque la mayoría de los países
del mundo ha firmado acuerdos internacionales (y en algunos casos también regionales) que
reconocen el principio de proporcionalidad, por lo general no incorporan los requisitos de
dicho principio en su marco de imposición de penas por delitos de drogas” (2012: 4).
L A A DICCIÓN PU NIT IVA: L A DESPROPORCIÓN DE LEY ES DE DROGA S EN A MÉR ICA L AT INA 225
derecho penal en sus estrategias de “lucha contra las drogas”. Este fenó-
meno puede ser a su vez caracterizado como un globalismo localizado
(Santos 1998: 57), pues la regulación global ha tenido importantes efectos
nacionales y locales, que han transformado profundamente la forma como
se responde a los problemas relacionados con drogas, generando respues-
tas cada vez más represivas.
7 Los penalistas Juan Bustos Ramírez y Hernán Hormazábal Malarée explican el principio de
derecho penal como última ratio de la siguiente manera: “El derecho penal ha de entenderse
como última ratio o mejor extrema ratio. Esto significa que el Estado sólo puede recurrir a él
cuando hayan fallado todos los demás controles, ya sean formales o informales. La gravedad de
la reacción penal aconseja que la norma penal sólo sea considerada, en última instancia, como
un recurso excepcionalísimo frente al conflicto social” (Bustos y Hormazábal 1997: 66).
[...]
8 Esta tipología ha entrado en crisis en los últimos tiempos, pues la dinámica actual del negocio
de las drogas a nivel global ha hecho colapsar buena parte de estas categorías. Por solo dar un
ejemplo, en el caso colombiano, tras haber ganado la categoría de productor en los noventa,
actualmente el alza de las cifras de consumo interno lo postulan a convertirse también en un
país consumidor. Sin embargo, para efectos prácticos, las categorías clásicas que hemos men-
cionado son útiles para identificar las diferencias de las problemáticas internas de los países en
relación con los narcóticos.
9 Para conocer los estudios del CEDD, ver, entre otros: Metaal y Youngers (2010) y Pérez Co-
rrea (2012). Los diferentes informes sobre proporcionalidad y leyes de droga en los siete países
estudiados por el CEDD pueden encontrarse en el siguiente vínculo: http://www.wola.org/es/
informes/colectivo_de_estudios_drogas_y_derecho.
L A A DICCIÓN PU NIT IVA: L A DESPROPORCIÓN DE LEY ES DE DROGA S EN A MÉR ICA L AT INA 227
Con el fin de abordar la pregunta central propuesta, a continuación mos-
tramos cuál es el concepto de proporcionalidad que manejamos en el texto,
así como la forma por la cual hemos optado para operacionalizar dicho
concepto, esto es, para medir la proporcionalidad de la legislación penal
antidrogas. Pero antes de presentar estos elementos conceptuales y me-
todológicos, incluimos una reflexión preliminar que resulta esencial para
comprender el análisis propuesto, que es una discusión sobre el daño que
se genera con las conductas tipificadas en América Latina como delitos
relacionados con sustancias controladas.
L A A DICCIÓN PU NIT IVA: L A DESPROPORCIÓN DE LEY ES DE DROGA S EN A MÉR ICA L AT INA 229
Con el fin de precisar cuál es el bien jurídico que efectivamente se protege
con la tipificación de conductas relacionadas con drogas, como el cultivo,
producción y tráfico de las mismas, consideramos importante asumir la
distinción entre “problemas primarios” y “problemas secundarios” asocia-
dos con las drogas ilícitas o sustancias controladas. De acuerdo con autores
como Louk Hulsman (1987) o Ethen Nadelmann (1992), los primeros son
aquellos ocasionados por el abuso de una sustancia psicoactiva. Los segun-
dos, es decir los “problemas secundarios”, son aquellos que se derivan de las
políticas prohibicionistas.
Clarificado cuál es el bien jurídico tutelado respecto del cual debe valorarse
la proporcionalidad de los delitos y de las penas en el caso de las conductas
relacionadas con drogas prohibidas, resulta importante hacer algunas pre-
cisiones sobre el daño. En primer lugar, cuál es el daño que efectivamente
pueden producir estas conductas o, en otras palabras, cuál es el tipo de an-
tijuridicidad que efectivamente pueden llegar a causar. En segundo lugar,
cuándo se justifica entonces penalizar conductas relacionadas con drogas,
como la producción y distribución de las mismas.
Así, al transportar alguna cantidad de droga no se causa por ese solo he-
cho un daño concreto a la salud pública, ni a la salud individual de algún
miembro de la comunidad, solo se genera el riesgo de que se pueda afectar
L A A DICCIÓN PU NIT IVA: L A DESPROPORCIÓN DE LEY ES DE DROGA S EN A MÉR ICA L AT INA 231
de alguna forma la salud de algún consumidor, si este voluntariamente
decide comprar y consumir esa sustancia psicoactiva. No debemos olvi-
dar que los consumidores son quienes voluntariamente deciden acceder
a esas sustancias. En esa medida, contribuir de alguna forma al cultivo,
producción, distribución o tráfico de drogas no afecta en sí mismo un bien
jurídico individual o colectivo de manera directa. Puede crear un riesgo o
alentar conductas riesgosas, pero no implica un daño concreto.
L A P R O P O R C I O N A L I D A D P E N A L 14
L A A DICCIÓN PU NIT IVA: L A DESPROPORCIÓN DE LEY ES DE DROGA S EN A MÉR ICA L AT INA 233
así como en la mayoría de los textos constitucionales de los países que
hacen parte del estudio.16 En efecto, resulta cruel e inhumano imponer
a una persona una pena que no guarde una razonable proporción con la
gravedad de su conducta.
E L E M E N T O S PA R A M E D I R
L A PROP ORCIONA L I DA D
L A A DICCIÓN PU NIT IVA: L A DESPROPORCIÓN DE LEY ES DE DROGA S EN A MÉR ICA L AT INA 235
Además, estos delitos suelen reportar altos índices de criminalidad en los
países latinoamericanos, por lo que parecen ser útiles para compararlos
con los delitos de drogas. Precisamente, en caso de dar un tratamiento
punitivo más severo a los delitos de drogas frente a los demás, quedaría en
evidencia su desproporcionalidad, pues la gravedad de los delitos usados
para la comparación es mucho mayor o, cuando menos, más evidente.
[...]
Ahora bien, una mirada a las leyes penales que hoy están vigentes nos
[da] un buen indicio para proponer como hipótesis la existencia de una
tendencia hacia la maximización del uso del derecho penal para afrontar el
problema de la droga en América Latina. A diferencia de los años veinte,
las leyes de hoy se caracterizan por penalizar un alto número de conductas
de drogas y por contemplar castigos severos. El caso colombiano es un
muy buen ejemplo: mientras las primeras leyes antidrogas impusieron úni-
camente sanciones pecuniarias a solo dos conductas de drogas, el Código
Penal vigente incluye 50 verbos rectores relacionados con este tipo de con-
ductas y contempla penas de hasta 30 años de prisión que pueden aumentar
en casos de modalidad agravada.
17 Ferrajoli explica el principio de derecho penal mínimo como justificación del derecho penal
de la siguiente manera: “Un sistema penal, diremos en efecto, está justificado sólo si la suma
de las violencias –delitos, venganzas y castigos arbitrarios– que está en condiciones de prevenir
es superior a la de las violencias constituidas por los delitos no prevenidos y por las penas
establecidas para éstos. Naturalmente, un cálculo de este tipo es imposible. Puede decirse sin
embargo que la pena está justificada como mal menor –lo que es tanto como decir sólo si es
menor, o sea, menos aflictivo y menos arbitrario– respecto a otras reacciones no jurídicas que
es lícito suponer que se producirían en su ausencia; y que, más en general, el monopolio estatal
de la potestad punitiva está tanto más justificado cuanto más bajos sean los costes del derecho
penal respecto a los costes de la anarquía punitiva” (336).
L A A DICCIÓN PU NIT IVA: L A DESPROPORCIÓN DE LEY ES DE DROGA S EN A MÉR ICA L AT INA 237
finalidades preventivas al uso del derecho penal: la más clara, que es la
prevención de la comisión de delitos y la protección de los posibles afecta-
dos; y una menos reconocida, que es la prevención de las penas arbitrarias
y la protección a los reos contra castigos innecesarios (Ferrajoli 2000: 335).
No puede ser entonces admisible exceder el uso mínimo del derecho penal
para cumplir con la primera de estas finalidades en perjuicio de la segun-
da. De manera que la criminalización creciente de un sinnúmero de con-
ductas, lejos de servir de garantía a las víctimas de dichos delitos, estaría
victimizando a aquellos que lleguen a ser condenados por los mismos. Y
esto es aún más problemático si se tiene en cuenta que, en la mayoría de
los casos, los delitos asociados a las drogas carecen de víctimas concretas
pues todos participan voluntariamente en este mercado ilícito. Otra cosa
son, obviamente, los atroces crímenes cometidos por los narcotraficantes
para proteger su negocio. Pero no son esos delitos de los que estamos ha-
blando. Al estudiar en concreto las leyes penales de drogas y su evolución
histórica en los países de la región focalizados, se evidencia una tendencia
maximizadora del uso del derecho penal que ha mantenido una dirección
constante hacia el incremento del número de conductas punibles de drogas
desde que surgieron las primeras leyes en la materia.
[...]
Por esta razón, toda política estatal que acuda al uso del derecho penal debe
respetar y garantizar el estricto cumplimiento del principio de proporcio-
nalidad. De otra manera, se violarían diversos derechos humanos, y esto
Además, con este estudio hemos corroborado, a lo menos, otras dos ca-
racterísticas de las leyes penales de drogas en América Latina que con-
tribuyen a mantener y ampliar la desproporción. La primera es la presen-
cia generalizada de diferentes errores de técnica legislativa que pueden
convertirse en obstáculos para la efectiva protección de los derechos de
quienes son procesados y condenados, como por ejemplo la tendencia
L A A DICCIÓN PU NIT IVA: L A DESPROPORCIÓN DE LEY ES DE DROGA S EN A MÉR ICA L AT INA 239
a incorporar un elevado número de verbos rectores en un mismo tipo
penal, y una buena cantidad de tipos penales en un mismo artículo nor-
mativo, con lo cual se impone la misma pena a delitos de gravedad muy
diversa. Y la segunda, es la presencia de un punitivismo (en materia de
drogas) dentro del punitivismo (del ordenamiento jurídico-penal en su
conjunto), que hemos logrado identificar por la cercanía entre las penas
dispuestas para las conductas de drogas y los topes máximos de pena que
admiten las legislaciones penales.
18 Así se verificó en un estudio previo del CEDD en el que se concluyó que las principales vícti-
mas de la excesiva represión de las políticas de drogas son personas de origen humilde y de baja
formación escolar, que tienen una participación menor en el ciclo de la droga y que pueden ser
fácilmente sustituibles dentro de las diferentes fases de la economía de la droga. Ver Metaal y
Youngers (2010).
19 Ver Pérez Correa, C. (2012). Tanto por los costos en materia de derechos humanos como por
el déficit que generan en términos económicos, las políticas prohibicionistas en la región han
generado un debate internacional liderado actualmente por gobernantes latinoamericanos que
pretende replantearse la respuesta estatal frente al problema de las drogas. De igual manera,
han motivado la adopción de iniciativas alternativas, como ha ocurrido con la legalización de
la marihuana en los estados de Oregon y Washington en noviembre de 2012 y el proyecto de
legalización del consumo y venta de cannabis que viene encabezando Uruguay.
L A A DICCIÓN PU NIT IVA: L A DESPROPORCIÓN DE LEY ES DE DROGA S EN A MÉR ICA L AT INA 241
REFERENCIAS
L A A DICCIÓN PU NIT IVA: L A DESPROPORCIÓN DE LEY ES DE DROGA S EN A MÉR ICA L AT INA 243
LA ERA
FA R M A C O P O R N O G R Á F I C A *
Paul Beatriz Preciado
* De Paúl Beatriz Preciado, “La era farmacopornográfica”, Testo yonqui (Madrid, Espasa Calpe,
2008), pp. 25-46.
L A E R A FA R M AC O P O R N O G R Á F I C A 245
Nací en 1970,
momento en el que la economía del
automóvil, que parecía entonces en su
punto de máximo auge, comenzaba a declinar. Mi padre tenía el primer y
más importante garaje de Burgos, una villa gótica de curas y militares en la
que Franco había instalado la nueva capital simbólica de la España fascista.
De haber ganado la guerra Hitler, la nueva Europa se habría asentado en
torno a esos dos polos (cierto desiguales), Burgos y Berlín, o al menos con
eso soñaba el pequeño general gallego. En el Garaje Central, así se llamaba
el floreciente negocio de mi padre situado en la calle General Mola (el
militar que había dirigido el levantamiento contra el régimen republicano
en 1936), se guardaban los coches más caros de la ciudad, los de los ricos
y los caciques. En mi casa no había libros, solo había coches. Chryslers
de motor Slant Six, varios Renaults Gordini, Dauphine y Ondine («los
coches de las viudas», los llamaban entonces, porque tenían fama de acabar
en las curvas con la vida de los maridos automovilistas), Renaults D-S
(que los españoles llamaban “tiburones”) y algunos Standars traídos desde
Inglaterra y adjudicados a los médicos. A estos había ido comprando: un
Mercedes “Lola Flores” negro, un Citroën gris Traction Avant de los años
treinta, un Ford 17 caballos, un Dodge Dart Swinger, un Citroën “cu-
lo-rana” de 1928 y un Cadillac 8 cilindros. Mi padre invirtió en aquellos
años en la industria de fabricación de ladrillos, que se vino abajo en 1975
(accidentalmente, como la dictadura) con la crisis del petróleo. Al final
tuvo que acabar vendiendo su colección de coches para pagar la quiebra de
la fábrica. Yo lloré por aquellos coches. Entre tanto, yo estaba creciendo
como una pequeña marimacho. Mi padre lloraría por ello.
L A E R A FA R M AC O P O R N O G R Á F I C A 247
Durante esa época, reciente y, sin embargo, ya irrecuperable, que hoy
conoceremos como “fordismo”, la industria del automóvil sintetiza y de-
fine un modo específico de producción y de consumo, una temporización
taylorizante en la vida, una estética polícroma y lisa del objeto inanimado,
una forma de pensar el espacio interior y de habitar la ciudad, un agencia-
miento conflictivo del cuerpo y de la máquina, un modo discontinuo de
desear y de resistir. En los años que siguen a la crisis energética y a la caída
de las cadenas de montaje, se buscarían nuevos sectores portadores de las
transformaciones de la economía global. Se hablará así de las industrias
bioquímicas, electrónicas, informáticas o de la comunicación como nue-
vos soportes industriales del capitalismo… Pero estos discursos seguirán
siendo insuficientes para explicar la producción de valor de la vida en la
sociedad actual.
L A E R A FA R M AC O P O R N O G R Á F I C A 249
culturalmente reconocido como “masculino” o “femenino” y afirma que es
posible «modificar el género de cualquier bebé hasta los dieciocho meses»
(Money, Hampson y Hampson 1957; Money 1980). Se multiplica expo-
nencialmente la producción de elementos transuránicos, entre ellos del
plutonio, combustible nuclear empleado militarmente durante la Segunda
Guerra Mundial y que ahora se convierte en material de uso en el sector
civil: el nivel de toxicidad de los elementos transuránicos sobrepasa al de
cualquier otro elemento terrestre, generando una nueva forma de vulnera-
bilidad de la vida. El lifting facial y diversas intervenciones de cirugía esté-
tica se convierten por primera vez en técnicas de consumo de masas en
Estados Unidos y Europa. Andy Warhol se fotografía durante una opera-
ción de lifting facial, haciendo de su propio cuerpo uno de los objetos pop
de la sociedad de consumo. Frente a la amenaza inducida por el nazismo y
por las retóricas racistas de una detección de la diferencia racial o religiosa
a través de los signos corporales, la “des-circuncisión”, reconstrucción arti-
ficial del prepucio del pene, se convierte en una de las operaciones de ciru-
gía estética más practicadas en Estados Unidos en los años posteriores a la
Segunda Guerra Mundial (Gilman 1997; Matz 1946). Al mismo tiempo,
se generaliza el uso del plástico para la fabricación de objetos de la vida
cotidiana. Este material viscoso y semirrígido, impermeable, aislante eléc-
trico y térmico, producido a partir de la multiplicación artificial de átomos
de carbono en largas cadenas moleculares de compuestos orgánicos deriva-
dos del petróleo y cuya quema es altamente contaminante, definirá las
condiciones materiales de una transformación ecológica a gran escala:
destrucción de los recursos energéticos primitivos del planeta, consumo
rápido y alta contaminación. En 1953, el soldado americano George W.
Jorgensen se transforma en Christine, convirtiéndose en el primer transe-
xual mediatizado; Hugh Hefner crea Playboy, la primera revista porno
norteamericana difundida en quiosco, con la fotografía de Marylin Mon-
roe desnuda en la portada del primer número. En la España franquista, la
Ley de Vagos y Maleantes en 1954 incluye por primera vez a homosexuales
y desviados sexuales. El comandante Antonio Vallejo-Nájera, jefe de los
servicios médicos militares, y Juan José López Ibor llevan a cabo sucesivas
investigaciones con el fin de examinar las raíces psicofísicas del marxismo
(para descubrir el famoso “gen rojo”), la homosexualidad y la intersexuali-
dad, preconizando, a pesar de la escasa tecnificación de las instituciones
L A E R A FA R M AC O P O R N O G R Á F I C A 251
generando unos beneficios de explotación de más de seiscientos millones de
dólares. Estalla a partir de entonces la producción cinematográfica porno,
pasando de treinta películas clandestinas en 1950 a dos mil quinientas en
1970. En 1973, se retira la homosexualidad de la lista de enfermedades
mentales del DSM (Manual de Diagnóstico y Estadístico de los Trastornos
Mentales). En 1974, el soviético Victor Konstantinovich Kalnberz patenta
el primer implante de pene a base de varillas de plástico de polietileno
como tratamiento de la falta de erección, creando un pene natural erecto
permanentemente. Estos implantes se abandonaron en beneficios de sus
variantes químicas por resultar “físicamente incómodos y emocionalmente
desconcertantes”. En 1977, el estado de Oklahoma introduce la primera
inyección letal a base de un compuesto barbitúrico semejante a la “píldora
roja” para aplicar la pena capital; un método similar había sido utilizado ya
en el llamado programa Acción T4 de higiene racial de la alemania nazi,
que eutanasia entre setenta y cinco mil y cien mil personas con deficiencias
físicas o psíquicas, método abandonado después a causa de su alto coste
farmacológico y sustituido por la cámara de gas o la simple muerte por in-
anición. En 1983, la transexualidad (“disforia de género”) se incluye en la
lista del DSM como enfermedad mental. En 1984 Tom F. Lue, Emil A.
Tanaghoy y Richard A. Schmidt colocan por primera vez un “marcapasos
sexual” en el pene de un paciente, un sistema de electrodos implantados
cerca de la próstata que permitía desatar una erección por control remoto.
Durante los años ochenta, se descubren y comercializaban nuevas hormo-
nas como la DHEA o la hormona del crecimiento, así como numerosas sus-
tancias anabolizantes que serán utilizadas legal e ilegalmente en el deporte.
En 1988 se aprueba la utilización farmacológica de Sildenafil (comerciali-
zado como Viagra por los laboratorios Pfizer) para tratar la “disfunción
eréctil” del pene. Se trata de un vaso dilatador sin efecto afrodisiaco que
induce la producción de óxido nítrico en el cuerpo cavernoso del pene y la
relajación muscular. A partir de 1996 los laboratorios americanos se lanzan
a la producción sintética de la saciedad, que podría afectar a los mecanis-
mos psicofisiológicos regulares de la adicción y ser comercializada para
provocar la pérdida de peso. A principios del nuevo milenio, cuatro millo-
nes de niños son tratados con Ritalina por hiperactividad y por el llamado
Síndrome de Déficit de Atención, y más de dos millones consumen psico-
trópicos destinados a controlar la depresión infantil.
L A E R A FA R M AC O P O R N O G R Á F I C A 253
producir artefactos vivos. Por eso la ciencia es la nueva religión de la mo-
dernidad. Porque tiene la capacidad de crear, y no simplemente de descri-
bir, la realidad.1 El éxito de la tecnociencia contemporánea es transformar
nuestra depresión en Prozac, nuestra masculinidad en testosterona, nuestra
erección en Viagra, nuestra fertilidad/esterilidad en píldora, nuestro sida
en triterapia. Sin que sea posible saber quién viene antes, si la depresión o
el Prozac, si el Viagra o la erección, si la testosterona o la masculinidad,
si la píldora o la maternidad, si la triterapia o el sida. Esta producción en
auto-feedback es la propia del poder farmacopornográfico.
1 Pero no solo la ciencia tiene este poder performativo. El arte y el activismo se parecen a las
ciencias de laboratorio. Tienen también el poder de crear (y no simplemente de describir, des-
cubrir o representar) artefactos. Como veremos más adelante, el arte, la filosofía o la literatura
pueden funcionar como contra-laboratorios virtuales de producción de realidad.
L A E R A FA R M AC O P O R N O G R Á F I C A 255
el mercado emergente del porno en Internet surge de los portales amateurs.
El modelo del emisor único se ve desplazado en 1996 con la iniciativa de
Jennifer Kaye Ringley, que instala varias webcams en su espacio doméstico
y transmite en tiempo real un registro de su vida cotidiana a un portal de
Internet. Las JenniCams producen en estilo documental una crónica audiovi-
sual de sus vidas sexuales y cobran suscripciones semejantes a las de un canal
televisivo (entre diez y veinte euros mensuales). Por el momento, cualquier
usuario de Internet que posee un cuerpo, un ordenador, una cámara de vídeo
o una webcam, una conexión de Internet y una cuenta bancaria puede crear
su propia página porno y acceder al mercado de la industria del sexo. Se trata
de la entrada del cuerpo autopornográfico como nueva fuerza de la econo-
mía mundial. El resultado del reciente acceso de poblaciones relativamente
pauperizadas del planeta (tras la caída del muro de Berlín, los primeros en
acceder a este mercado fueron los trabajadores sexuales del antiguo bloque
soviético, después los de China, África y la India) a los medios técnicos de
producción de ciberpornografía, provocando por primera vez una ruptura
del monopolio que hasta ahora detentaban las grandes multinacionales por-
no. Frente a esta autonomización del trabajador sexual, las multinacionales
porno se alían progresivamente con compañías publicitarias esperando atraer
a sus cibervisitantes a través del acceso gratuito a sus páginas.
Hardt y Negri, releyendo Marx, nos han enseñado que durante los siglos
XIX y XX la economía global se caracteriza por la hegemonía del traba-
jo industrial no porque este fuera dominante en términos cuantitativos,
sino porque todo otro trabajo se modeliza cualitativamente con respecto a
una posible industrialización (Hardt y Negri 2006: 133-134). Del mismo
modo, la producción farmacopornográfica caracteriza hoy un nuevo perio-
do de la economía política mundial no por su preponderancia cuantitativa,
sino porque cualquier otra forma de producción aspira a una producción
molecular intensificada del deseo corporal semejante a la narcoticosexual.
Así, el control farmacopornográfico infiltra y domina toda otra forma de
producción, desde la biotecnología agraria hasta la industria high-tech de
la comunicación.
L A E R A FA R M AC O P O R N O G R Á F I C A 257
En el periodo “farmacopornista”, la industria farmacopornográfica sinte-
tiza y define un modo específico de producción y de consumo, una tem-
poralización masturbatoria de la vida, una estética virtual y alucinógena
del objeto vivo, un modo particular de transformar el espacio interior en
afuera y la ciudad en interioridad y “espacio basura” (Koolhaas 2007) a
través de dispositivos de autovigilancia y difusión ultrarrápida de informa-
ción, un modo continuo y sin reposo de desear y de resistir, de consumir y
destruir, de evolucionar y de autoextinguirse.
2 Trabajo aquí a partir de la noción de “potencia de actuar o fuerza de existir” que, a partir de la
noción griega de dynamis y de su correlato metafísico escolástico, elaborará Spinoza. Véanse
Spinoza (2000) y Deleuze (1978-1980, curso disponible en la página de la Université Paris 8
dedicada a Deleuze).
L A E R A FA R M AC O P O R N O G R Á F I C A 259
cuerpo del siglo XXI es una plataforma tecnoviva, el resultado de una im-
plosión irreversible de sujeto y objeto, de lo natural y lo artificial. De ahí
que la noción misma de “vida” resulte arcaica para identificar los actores
de esta nueva tecnología. Por ello, Donna Haraway prefiere la noción de
“tecnobiopoder” a la foucaultiana de “biopoder”, puesto que ya no se trata
de poder sobre la vida, de poder de gestionar y maximizar la vida, como
quería Foucault, sino de poder y control sobre un todo tecnovivo conectado
(Haraway 1995).
L A E R A FA R M AC O P O R N O G R Á F I C A 261
entonces habrá que decir que cualquier cuerpo, humano o animal, real o
virtual, femenino o masculino posee esta potencia masturbatoria, poten-
cia de hacer eyacular, potentia gaudendi, por tanto, potencia productora de
capital fijo –puesto que participa en el proceso productivo sin consumirse
en el proceso mismo–. Hasta ahora hemos conocido una relación directa
entre pornificación del cuerpo y grado de opresión. Así, los cuerpos his-
tóricamente más pornificados han sido el cuerpo de la mujer, el cuerpo
infantil, el cuerpo racializado del esclavo, el cuerpo del joven trabajador,
el cuerpo homosexual. Pero no hay relación ontológica entre anatomía y
potentia gaudendi. Corresponde al escritor francés Michel Houellebecq
el mérito de haber sabido dibujar una fabulación distópica de este nuevo
poder del capitalismo global para fabricar la megafurcia y el megapollón:
en este contexto, el nuevo sujeto hegemónico es un cuerpo (a menudo codi-
ficado como masculino, blanco, heterosexual) farmacopornográficamente
suplementado (por el Viagra, la cocaína, la pornografía, etc.), consumidor
de servicios sexuales pauperizados (a menudo ejercidos por cuerpos codifi-
cados como femeninos, infantiles, racializados):
L A E R A FA R M AC O P O R N O G R Á F I C A 263
de autovigilancia, publicitación y mediatización globales. Y todo ello en
nuestras democracias postindustriales no tanto bajo el modelo distópico
del campo de concentración o de exterminio, fácilmente denunciable como
dispositivo de control, sino formando parte de un burdel-laboratorio global
integrado multimedia, en el que el control de los flujos y los afectos se lleva
a cabo a través de la forma pop de la excitación-frustación.
E XC I TA R Y CON T ROL A R
La industria farmacéutica y la industria audiovisual del sexo son los dos pi-
lares sobre los que se apoya el capitalismo contemporáneo, los dos tentácu-
los de un gigantesco y viscoso circuito integrado. Controlar la sexualidad
de los cuerpos codificados como mujeres y hacer que se corran los cuerpos
codificados como hombres; he aquí el que fue el farmacopornoprograma
de la segunda mitad del siglo XX . La píldora, el Prozac y el Viagra son a la
L A E R A FA R M AC O P O R N O G R Á F I C A 265
simplemente cuerpos excluidos del régimen tecnobiopolítico. Es posible
imaginar el surgimiento de una industria farmacéutica oriental o africana
que pudiera abastecer de triterapias o terapias retroviales similares a bajo
coste a todos los países de Asia y África. Igualmente, si no hay programas
de investigación farmacológica para conseguir una vacuna de la malaria
(cinco millones de muertos anuales en el continente africano) es porque
los países que la necesitan no podrán pagarla. Mientras tanto, las multi-
nacionales occidentales se embarcan en costosos programas de producción
de Viagra o de nuevos tratamientos contra el cáncer de próstata. Fuera de
cálculos de rentabilidad farmacopornográfica, ni las disfunciones eréctiles
ni el cáncer de próstata resultan prioritarios en países donde la esperanza
de vida del cuerpo humano, atacado por la tuberculosis, la malaria y el sida,
no pasa de los cincuenta y cinco años (Kramen y Snyder 2006).
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E L FÁ R M AC O N C O L O N I A L : L A B I O I S L A 269
D I AG RA M A CO N C EP T UA L
E L FÁ R M AC O N C O L O N I A L : L A B I O I S L A 271
concepto de “colonialidad del poder” se dirige justamente a destacar lo
que el análisis del poder político de la modernidad había encubierto: la
permanencia histórica por más de 500 años en América, y posteriormen-
te en el resto del mundo, de la exclusión/subordinación a poblaciones,
diferenciadas por raza, género y clase. Condición que en la reflexión de
Agamben recaería para los que él designa como “nuda vida” (mera vida) lo
que le sirve para destacar y a la vez diferenciar o problematizar el concepto
de biopolítica acuñado por Michel Foucault, destacando cómo el “poder
soberano” sigue actuando al interior de la biopolítica moderna, asunto
éste que Foucault había minimizado.
[…]
PLUS DE BIOS
Puerto Rico ha sido, sobre todo durante la segunda mitad del siglo XX , “the
experimental island” insertada en un primer momento en las tácticas de la
eugenesia biopolítica del control de la población.1 Se la bautizó como “La
Isla del Encanto”. La fase fordista caracterizada por el consumo masivo
fue acompañada por la frase publicitaria de “lo mejor de dos mundos”. No
era para menos: parecía haber logrado extender el “American way of life”
sin el establecimiento industrial que lo acompañaba y sin la generalización
del asalariado moderno, de manera que el Estado no solo debía ocuparse
del cuidado y salud de la población, sino también ocuparse de su control
reproductivo y disponer sobre su exceso. Esto anticipaba en la Isla las for-
mas postindustriales contemporáneas, con seis de cada diez personas fuera
del mercado laboral, además de una masiva emigración, a la vez que se
producía la expansión de un sujeto consumidor y letrado con altísimo nivel
de población diplomada (incluyendo grado universitario), endeudado pero
propietario, con lo cual no hacía más que confirmarse “el milagro puerto-
rriqueño” del siglo XX .
1 Ana María García, en su documental La Operación (San Juan, 1982) identifica como“genoci-
dio”la campaña masiva de esterilización de la mujeres en Puerto Rico. La Isla sirvió también
como terreno experimental de la pastilla anticonceptiva. Para un análisis de estos temas, veáse
también el libro de Marelen Duprey, Bioislas: Ensayos sobre biopolítica y gubernamentalidad.
[…]
E L FÁ R M AC O N C O L O N I A L : L A B I O I S L A 273
un destino preferente. Una nueva explotación y expropiación de riquezas
a partir de lo que podíamos llamar un “plusvalor de segundo grado” ya
no basado en la “fuerza de trabajo”, sino en un “cerebro colectivo”. Esta
bioacumulación necesita controlar los conocimientos locales que las pobla-
ciones del planeta han producido por cientos de años, sus técnicas para el
manejo de la existencia como parte de la riqueza común planetaria, y que
ahora es expropiada y mercantilizada por la biopropiedad de las empresas
de la Vida Inc.
Lo que propongo es que cuando las riquezas globales dejan de ser produ-
cidas por “la fuerza” ligada al asalariado y cuando el conocimiento y las
“ciencias de la vida” se han convertido en el motor de las “fuerzas producti-
vas” y su producto es la vida misma como en el posfordismo, tanto la “eco-
nomía política” como la “biopolítica” se transforman en “bioeconomía”.
Como vemos, el paradigma bioeconómico basado en la relación capital/
vida ya no necesita desarrollar las formas de regulación política asignadas
al proletariado. Con el pasaje a la genética y a lo molecular se ha producido
una ruptura cualitativa con la política, degradándose las formas regulato-
rias modernas de tipo orgánico tradicionales. Tanto la política tradicional
referida a la “comunidad” y al “sujeto de derecho” como la biopolítica re-
ferida a las estrategias de “gobernabilidad de las poblaciones” partían de
la relación entre los valores de capital y trabajo. Mientras que el nuevo
biocapital produce y se reproduce sin necesidad de la filiación de “sujetos”,
llámese “proletariado” o “clase trabajadora” y su “plusvalor” lo extrae no del
trabajo asalariado/industrial, sino del llamado “capital humano” apropián-
dose de todas las fuentes de su constitución: afectos, saberes, técnicas, etc.,
denominadas “externalidades positivas” en el vocabulario economicista. La
vida como vida sociobiológica está hoy en el corazón de los sistemas de
producción, financiamiento y mercantilización, los cuales forman parte de
la máquina de captura que el capital ejerce, especialmente, vía el crédito y
el endeudamiento.
[…]
EL FÁR M ACON
Por un lado, como ya hemos analizado, una sociedad que puede a la vez
reproducir la vida, ya fuera por la nobleza en la función “curativa” de su es-
tablecimiento biophármaco o en las formas más extendidas de su consumo,
en particular los que se refieren a los gastos de salud, en el que la Isla ocupa
el segundo lugar en el mundo. A la vez que son desechadas poblaciones,
ya fueran recluidas en las cárceles, expulsadas a la emigración o destina-
das a enfermedades crónicas y hasta la muerte no solo por la guerra del
E L FÁ R M AC O N C O L O N I A L : L A B I O I S L A 275
narcotráfico, sino en muchas otras formas de experimentación de sustan-
cias químicas y de intervenciones médicas. Otra vez particularizamos en
lo que venimos indagando: “bios” y “zoe” de manera diferenciada, ambigua
y simultánea. A la vez, las formas dinerarias en que se asume el cuidado
de la vida, destinada y capturada por las corporaciones biopharmas y la
bioeconomía walgreenizada.
E L FÁ R M AC O N C O L O N I A L : L A B I O I S L A 277
advertirnos que hay “demasiadas mentes”. Curiosa paradoja esta con los
discursos económicos de moda acerca de la “economía del conocimiento” y
del “capital humano” representados muy bien en la “bioisla”.
[…]
[…]
Siguiendo por el lado de las ventajas que ofrece la bioisla, habría que des-
tacar que el gobierno de Estados Unidos ha ubicado esa producción bio-
tecnológica a un nivel estratégico, subsidiando el 90% de su investigación.
[…] Lo que sí parece ser un terreno en expansión es lo que corresponde a
la fase de ensayo del nuevo producto y su aplicación a una población bajo
control, sirviendo también la Bioisla como isla experimental. De manera
que se continúa una larga tradición de tener a la población puertorriqueña
como “conejillo de indias”, como lo fue con el “agente naranja”, las pastillas
anticonceptivas, o las mujeres esterilizadas entre otros tantos experimen-
tos; Puerto Rico ocupa el segundo lugar en el mundo, solo precedida por
Panamá, en mujeres esterilizadas. La demógrafa Judith Rodríguez seña-
laba este dato, resaltando que 25 años después de la campaña de esterili-
zación masiva que abarcó 1/3 parte de las mujeres en edad reproductiva,
ahora la cifra alcanza el 60% de féminas casadas o en relación estable entre
[…]
El abandono de “la política” por “la economía”, tal y como lo hemos des-
crito, nos obliga a recomponer desde una perspectiva ética, lo político del
E L FÁ R M AC O N C O L O N I A L : L A B I O I S L A 279
modo de ser humano, donde la vida no quede sometida al cálculo restricti-
vo, ni del salario, ni de la deuda, ni de las equivalencias del mercado, para
satisfacer los mecanismos de obtención de superganancias y de la corrup-
ción. Por el contrario, partir recordando a Félix Guattari y su valoración
ecológica de la vida y de la inmensa riqueza producida por los nuevos
agentes colectivos que abonan justamente a la abundancia y requieren su
distribución o gasto desde otra perspectiva, aquella que obligaría al cambio
copernicano de “la economía” propuesto por Georges Bataille.
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tus furibundo en el gueto estadounidense” (Espacio Abierto. Cuaderno Venezolano de Sociología.
22. 2, abril-junio, 2013), pp. 201–220. Todas las fotografías fueron tomadas por Fernando
Montero Castrillo, excepto la foto 1 que es de George Karandinos, foto 6 que es de Jorge
Oswaldo Nunez Vega y foto 9 que es de Jeff Schonberg, quienes también mantienen los de-
rechos de sus fotos.
H A B I T U S F U R I B U N D O E N E L G U E T O E S TA D O U N I D E N S E 283
INTRODUCCIÓN
H A B I T U S F U R I B U N D O E N E L G U E T O E S TA D O U N I D E N S E 285
Recordemos que durante la segunda mitad del siglo diecinueve y la primera
mitad del siglo veinte, Filadelfia había sido el centro urbano industrial más
dinámico de la Costa Atlántica de los Estados Unidos. Esto hizo que la
ciudad fuera especialmente vulnerable a los efectos de la globalización. Ya
para el 2013 Filadelfia era la más pobre entre las 10 áreas metropolitanas
más grandes del país. Su población se redujo cada año entre 1951 y 2009
(Philadelphia Research Initiative 2011). Los demógrafos categorizan la ciu-
dad como una de las cinco metrópolis “hipersegregadas” del país (Wilkes
and Iceland 2004).
H A B I T U S F U R I B U N D O E N E L G U E T O E S TA D O U N I D E N S E 287
gubernamentalidad que rigen en el gueto estadounidense de la inner city
fomentan sistemáticamente.
Para explicar esta dinámica, hemos traído al caso los estudios del historiador
E.P. Thompson sobre los mercados rurales británicos y los del antropólogo
James Scott sobre los movimientos campesinos de resistencia en Vietnam.
Thompson y Scott han enfatizado las maneras en que los medios princi-
pales de supervivencia –el precio del pan, los acuerdos entre terratenientes
y aparceros, el acceso a tierras comunes, etc.– se hallan sujetos a expecta-
tivas en torno a las obligaciones de los sectores poderosos (terratenientes,
mercaderes, soldados de policía) respecto de los sectores vulnerables. Las
economías morales en zonas rurales forman parte de sistemas clientelistas
que benefician a los sectores poderosos, pero no son inmunes al desgaste y
pueden motivar huelgas y amotinamientos si las condiciones cambian y las
expectativas no se cumplen, sobre todo en momentos históricos en los que
las fuerzas brutales del mercado destruyen las relaciones entre patrones y
clientes y quebrantan los derechos y las solidaridades comunales.
H A B I T U S F U R I B U N D O E N E L G U E T O E S TA D O U N I D E N S E 289
En medio de esta densa trama de sociabilidad, sin embargo, con frecuencia
irrumpen incidentes aparatosos de violencia. Durante nuestra primera pri-
mavera en el vecindario, hubo 15 tiroteos, 3 de ellos mortales, en un radio
de 4 cuadras alrededor de nuestro apartamento. Además hubo 3 apuñala-
mientos y 11 ataques a mano armada. La siguiente primavera fue igual de
violenta y aparatosa. En una ocasión, un extenso tiroteo a varias cuadras de
distancia dejó a un hombre herido con 15 impactos de bala.
H A B I T U S F U R I B U N D O E N E L G U E T O E S TA D O U N I D E N S E 291
colocado en la sección de máxima seguridad, utilizada para confinar a los
reclusos acusados de cometer crímenes violentos.
Tito tiene rasgaduras y moretes en la cara pero entra con una son-
risa cuando nos ve en el salón de visitas. Nos dice: “Brother, qué
bueno que vinieran ahora porque si hubieran llegado un poco más
tarde me hubieran traído aquí en cadenas. Hoy me peleé con un
tipo. Mira, ¡hasta me mordió!” Se levanta la camisa y nos enseña el
moretón en forma de círculo que tiene en el pecho.
Lo que pasa es que yo vine aquí con la idea de no meterme con na-
die, calladito, y ellos vieron que yo soy pequeño y entonces piensan
que se pueden aprovechar de mí. Yo sé que si yo hubiera venido
aquí como un salvaje no hubieran pensado eso. Yo sé que no. Eso
me pasa por tratar de no meterme con nadie. La gente piensa que
uno es pendejo.
Esta sección está bien heavy, brother, mucha gente no sabe lo que
va a pasar con los casos que tienen y están como desesperados,
H A B I T U S F U R I B U N D O E N E L G U E T O E S TA D O U N I D E N S E 293
casi imposible el intento de ingresar al mercado laboral legal al cumplir su
condena, pues su expediente criminal y la escasez de habilidades impuesta
por años de inactividad forzosa en un ambiente carcelario decididamente
hostil, falto de programas de rehabilitación, funcionan como una condena
de desempleo perpetuo.
[…]
H A B I T U S F U R I B U N D O E N E L G U E T O E S TA D O U N I D E N S E 295
Luego sonríe, tuerce la cabeza a un lado de una manera extraña
y abre la boca con los ojos mirando hacia la derecha, transfor-
mándose inmediatamente en una caricatura convincente de un
paciente psicótico.
H A B I T U S F U R I B U N D O E N E L G U E T O E S TA D O U N I D E N S E 297
De manera más sutil, la importancia fundamental de los ingresos de la ven-
ta de drogas y el aprecio por el capital cultural de la violencia generan una
dinámica de violencia simbólica (Bourdieu 2000: 164-205) que equipara
la dignidad masculina con la avidez por absorber los riesgos que debería
asumir un bichote en defensa de su monopolio sobre su punto de drogas.
Jay, el dueño de un punto de heroína y cocaína en una cuadra cercana, se
rió cuando le preguntamos cuánto dinero tendría que pagarle a alguien
para darle una golpiza a un cliente que le robara drogas o dinero. “Yo no
tengo que pagar por esas cosas, la gente mía brega con eso”. Por ejemplo,
el primer arresto de nuestro vecino Roland fue por posesión de un arma
que había traído al punto donde trabajaba como “joseador” [hispanización
de hustler, término callejero para un vendedor de drogas al detalle] para
ahuyentar a una persona que solía invadir su territorio desde el punto de
venta de un bichote rival. A Roland no se le ocurrió exigirle al bichote
que lo empleaba que defendiera su propio territorio. En cambio, Roland
interpretó la cercanía no autorizada del joseador rival como un insulto
personal. De hecho, si Roland le hubiera pedido ayuda a su bichote para
ahuyentar al otro joseador, seguramente hubiera recibido el típico insulto
misógeno: pussy (literalmente “vagina”, aunque empleado de manera simi-
lar a “maricón” o “pendejo”). Afirmar la hípermasculinidad defendiendo
los intereses económicos del jefe con violencia letal es una demostración
clásica de la economía de la violencia simbólica que yace en la raíz misma
de las jerarquías lucrativas del narcotráfico.
[…]
H A B I T U S F U R I B U N D O E N E L G U E T O E S TA D O U N I D E N S E 299
Estos sectores incluyen, entre otros: 1) a nivel local, los bichotes, dueños de
puntos que generan capital a partir de las destrezas violentas de sus josea-
dores que asumen todos los costos del negocio, como el encarcelamiento
crónico y la mutilación física por rivales y ladrones; 2) de manera menos
evidente, la narcoélite y los sistemas financieros de lavado de dinero, que
operan a nivel internacional. La dinámica de acumulación primitiva es
particularmente evidente en este vecindario porque además se nutre de
los cuerpos adictos de los clientes y los joseadores, que se destruyen a sí
mismos y crean una demanda inelástica por su adicción física a las drogas,
la mercancía venta local, lo que amplifica artificialmente las ganancias. El
tercer sector lo representa el sistema judicial, la policía y el sistema carcela-
rio. Lo primero que un oficial de policía comenta sobre el vecindario es la
gran cantidad de dinero que se gana trabajando en él por la gran cantidad
de horas extra que deben trabajar. Como nos dijo un oficial: “la guerra
contra las drogas pagó la educación de mi hija, que ahora es abogada”.
Como nos declara un defensor público, “la guerra contra las drogas paga mi
hipoteca”. Una de las primeras reformas instituidas en 2008 por el nuevo
Comisario de la policía de Filadelfia, Charles Ramsey, fue la de tratar de
limitar el número de policías que pueden servir como testigos en un caso
de drogas, porque los oficiales reciben horas extra por atender los juicios y
por ello se encontraban inflando el número de testigos. Muchos oficiales
doblan el salario que reciben cada año por medio de las horas extra. La
reforma fracasó, y los oficiales sindicalizados continúan multiplicando sus
sueldos arrestando adictos y joseadores. En el plano estructural, la industria
carcelaria crea trabajos sindicalizados para la población blanca de clase tra-
bajadora en zonas rurales pobres del país. Estos puestos de trabajo sindica-
lizados dependen del encarcelamiento prolongado de criminales violentos,
de los cuales un número desproporcionado son afroamericanos y latinos
desempleados radicados en la inner city. Por último, y quizá de manera más
perversa, el subsidio público a las personas con discapacidades cognocitivas
expande los mercados para los productos de las compañías farmacéuticas.
H A B I T U S F U R I B U N D O E N E L G U E T O E S TA D O U N I D E N S E 301
Pero quizá el punto más importante sea que los límites del apartheid en los
guetos estadounidenses se ven normalizados simbólicamente por el hecho
de que la mayoría de las personas de clase media y clase trabajadora en
los EEUU temen que de poner un pie en un gueto como el vecindario que
estudiamos, los vecinos los descuartizarían –lo que no es objetivamente
cierto, aunque quizá para algunos sea una posibilidad remota.
H A B I T U S F U R I B U N D O E N E L G U E T O E S TA D O U N I D E N S E 303
E L CA P I TA L I S MO
COMO CONSTRUCCIÓN
C U LT U R A L*
Sayak Valencia
* De Sayak Valencia, “El capitalismo como construcción cultural”, Capitalismo gore (Barcelona,
Melusina, 2010), pp. 49-63.
E L C A P I TA L I S M O C O M O C O N S T R U C C I Ó N C U LT U R A L 305
Soñábamos con utopía y nos despertamos gritando.
Roberto Bolaño
Como afirma Ziegler, esta utopía se ha visto empañada, con miras lejanas
a cumplirse dada la radicalización del capitalismo en neofeudalismo y la
irrupción de un fenómeno ultraviolento, que se ha venido recrudeciendo
en los últimos años, y que aquí denominamos prácticas gore, las cuales
instauran el advenimiento del capitalismo gore.
E L C A P I TA L I S M O C O M O C O N S T R U C C I Ó N C U LT U R A L 307
Este capitalismo lo encontramos ya en todos los países considerados tercer-
mundistas así como en los países de Europa oriental. Sin embargo, no se
encuentra muy lejano de alcanzar e instaurarse en los centros neurálgicos
del poder conocidos como Primer Mundo. Es importante pensar el capita-
lismo gore porque, más tarde o más temprano, llegará y afectará a la parte
primermundista del planeta; ya que la globalización acorta las distancias en
muchos sentidos es innegable que si “estamos dentro de un pueblo global,
no puede existir la salvación de una minoría de la humanidad” (Estévez y
Taibo 2008: 290). El capitalismo gore nos dice: nada es intocable, todos
los tabúes económicos y de respeto hacia la vida han sido rotos, ya no hay
lugar para la restricción ni para la salvación, todos nos veremos afectados.
E L C A P I TA L I S M O C O M O C O N S T R U C C I Ó N C U LT U R A L 309
Este proceso se empieza a concebir a través de la confluencia de varios
fenómenos, tales como: la subversión de los procesos tradicionales para ge-
nerar capital, el acrecentamiento del desprecio hacia la condición obrera y
hacia la cultura laboral, el rechazo a la política y el crecimiento del número
de los desfavorecidos, tanto en los cinturones periféricos de las grandes
urbes económicas como en el Tercer Mundo.
Las reacciones del Tercer Mundo frente a las exigencias del orden eco-
nómico actual conducen a la creación de un orden subyacente que hace
de la violencia un arma de producción y la globaliza. De esta manera, el
capitalismo gore podría ser entendido como una lucha intercontinental de
E L C A P I TA L I S M O C O M O C O N S T R U C C I Ó N C U LT U R A L 311
postcolonialismo extremo y recolonizado a través de los deseos de consu-
mo, autoafirmación y empoderamiento.
Dos ejemplos claros de esta ruptura con los pactos ético y humanista son:
por un lado, en el marco de la economía legal, la privatización y comer-
cialización que hace la industria farmacéutica de ciertos fármacos que
podrían salvar millones de vidas; dicha industria antepone el beneficio
económico antes que respetar el derecho humano de preservar la vida.
Por el otro, en el marco de la economía ilegal, están las organizacio-
nes criminales quienes, en la misma lógica empresarial de las empre-
sas legales, buscan la mayor rentabilidad obviando los costes humanos.
Beneficiándose además de la rentabilidad simbólica y material que ge-
nera la espectacularización de la violencia. En concreto, el narcotráfico
reinterpreta el concepto de trabajo, dado que lo enlaza con transversales
como hiperconsumismo y reafirmación individual, al mismo tiempo que
preserva su obediencia a las demandas de género hechas a los varones,
cristalizadas por medio del trabajo.
4 Aunque lo que se les paga a los campesinos en Latinoamérica o en el sur de Asia por la droga
sea una cantidad muy escasa de los beneficios (1 %), para éstos supone un importante beneficio
y una mejora notable de su nivel de vida. Sin embargo, como afirma Curbet: “bastaría con un
aumento del 2% en la ayuda mundial al desarrollo para compensar el déficit de estos agricul-
tores si quisieran dedicarse al cultivo de productos agrícolas legales” (Curbet 2007: 69-70).
E L C A P I TA L I S M O C O M O C O N S T R U C C I Ó N C U LT U R A L 313
afirmarse como sujeto pertinente, en tanto que participa de un nivel adqui-
sitivo que legitima su existencia y lo transforma en un sujeto económica-
mente aceptable y lo reafirma en las narrativas del género que posicionan a
los varones como machos proveedores y refuerzan su virilidad a través del
ejercicio activo de la violencia. Es decir, en un sujeto aceptable, tanto eco-
nómica como socialmente, porque participa de las lógicas de la economía
contemporánea como hiperconsumidor pudiente. Sin embargo, esta par-
ticipación se hace desde el lado oscuro de la economía, lo cual es juzgado por
los Estados desde presupuestos financieros. De ahí que lo conciban como
enemigo dada su evasión de impuestos; hecho que desencadena cuantiosas
pérdidas económicas para el sistema capitalista.
Resulta interesante que dicha reflexión nos lleve a pensar que el fenómeno
de la violencia vinculada al narcotráfico reinterprete la lucha de clases y
conduzca a un postcolonialismo in extremis, es decir, recolonizado a tra-
vés del hiperconsumismo y la frustración –resultado de las condiciones
económicas que dominan el mundo actual– y que en dicha lucha se hayan
eliminado los intermediarios, dejando paso sólo a los sujetos endriagos que
actúan de forma radical e ilegítima para autoafirmarse.
E L C A P I TA L I S M O C O M O C O N S T R U C C I Ó N C U LT U R A L 315
Así se da paso a la integración de estas lógicas de consumo-acción como
algo que no se confronta ni intenta eliminarse, sino que se híbrida y natu-
raliza, permitiendo de esta ·manera la incardinación de éstas en nuestros
cuerpos. La asimilación de este proceso deviene un fenómeno que podría-
mos denominar como biomercado.
Dado lo anterior, resulta cuanto menos lógico que los sujetos sometidos
empiecen a cuestionarse la coherencia y la infalibilidad de ese orden. Que
empiecen también a reclamar un empoderamiento, a ejercer sus posibili-
dades destructoras como motor de creación de capital y enriquecimiento,
por medio de la instauración de una subjetividad transgresora que no coin-
cidirá con la subjetividad de los triunfadores ni con la de los resignados,
E L C A P I TA L I S M O C O M O C O N S T R U C C I Ó N C U LT U R A L 317
como atributos deseables e importantes, con peso suficiente para detentar
un discurso autónomo y válido fuera de su comunidad; no se les concede el
derecho de universalizarse.
CONSUMO GOR E
E L C A P I TA L I S M O C O M O C O N S T R U C C I Ó N C U LT U R A L 319
Lo que resulta nuevo de estas prácticas es, por un lado, la forma como se
han ido recrudeciendo y naturalizando artificialmente,7 hasta convertirse
en prácticas de consumo abiertamente demandadas por la sociedad; y, por
otro lado, el hecho de que estas prácticas escapen del juicio moral para ser
interpretadas como pertinentes bajo los criterios de la teoría económica.
Como nos muestra la cita anterior, el consumo de drogas ha escapado a su
categorización de bien de lujo, lo cual hace que, siguiendo las lógicas eco-
nómicas, se produzca “un incremento en los mercados donde la demanda
está creciendo más deprisa a medida que nos vamos haciendo cada vez más
prósperos” (Coyle 2006: 7).
E L C A P I TA L I S M O C O M O C O N S T R U C C I Ó N C U LT U R A L 321
REFERENCIAS
Rossana Reguillo
LA NARCOM ÁQU INA Y EL TR A BAJO DE LA V IOLENCI A: APU NTES PAR A SU DECODIFICACIÓN 323
Cuando Leonardo Da Vinci da instrucciones para pintar una
batalla, hace hincapié en que los artistas tengan el coraje y la
imaginación para mostrar la guerra en todo su horror.
Susan Sontag, Ante el dolor de los demás
LA NARCOM ÁQU INA Y EL TR A BAJO DE LA V IOLENCI A: APU NTES PAR A SU DECODIFICACIÓN 325
Así, lo que me interesa discutir es lo que voy a llamar el “trabajo de la
violencia”, siguiendo de algún modo las elaboraciones de Hannah Aren-
dt sobre los campos de exterminio nazi en Los orígenes del totalitarismo
(1987), en los que la autora ilumina una zona fundamental para comprender
este horror. También me baso en las estremecedoras reflexiones de Primo
Levi, sobreviviente de Aushwitz, en Los hundidos y los salvados (2002),
en torno a la producción de cuerpos para el sacrificio que suponen un fino
y sistemático trabajo de disolución de la persona, una reducción paulatina
pero brutal a una condición no humana que autoriza los más extremos
“ejercicios” de sometimiento, tortura y control sobre el cuerpo otro.
1 En la teoría lingüística de Peirce, se distingue entre índice, ícono y símbolo. Con respecto al
índice, dice: “Un índice o sema es un representamen cuyo carácter representativo consiste en que
es un segundo individual. Si la segundidad (es decir, el referente) es una relación existencial, el
índice es genuino. Si la segundidad es una referencia (como es el caso que nos ocupa, “el nar-
co” como entidad abstracta), el índice es degenerado. (Y lo que es más importante:) Algunos
índices son instrucciones más o menos detalladas de lo que el oyente ha de hacer para ponerse
en conexión experiencial directa o en otra conexión con la cosa significada”. Los paréntesis son
míos. Ver Eco (1992).
LA NARCOM ÁQU INA Y EL TR A BAJO DE LA V IOLENCI A: APU NTES PAR A SU DECODIFICACIÓN 327
FISUR AS
Entre septiembre y octubre del 2011, a los horrores de las llamadas “nar-
co-fosas” (Turati 2011), al espanto de los cuerpos arrojados a la vía pública
en Veracruz, se sumó el horror de los cuerpos de dos jóvenes torturados y
luego colgados en un puente en Nuevo Laredo Tamaulipas (ella como si
fuera ganado, él sostenido de sus dos brazos) y, dos semanas después, la
“aparición” del cuerpo desmembrado de una periodista y su cabeza colo-
cada en una maceta en performance macabra, acompañada de un teclado,
un mouse, audífonos y altavoces. Estos dos últimos “casos”, implicaron
la advertencia explícita de que eso “les pasa” por usar las redes sociales e
internet para divulgar noticias o información que compromete las activi-
dades del crimen organizado.
LA NARCOM ÁQU INA Y EL TR A BAJO DE LA V IOLENCI A: APU NTES PAR A SU DECODIFICACIÓN 329
México. No hubo, no ha habido posibilidad de ubicar el atentado en un
marco medianamente inteligible: fisura de la narcomáquina.
En el mes de octubre del 2011 se hizo público que en Boca del Río en Ve-
racruz, “aparecieron” por lo menos 35 cuerpos en la calle. Con señales de
tortura, apilados, los cuerpos de Veracruz reactivaron la discusión sobre la
eficacia de la máquina narco y de la indefensión ciudadana. Las imágenes
son brutales pero, en el intento de resistir el vértigo de lo espeluznante,
quiero apelar aquí a las capas “geológicas” a las que interpela la fisura.
V I O L E N C I A S E X P R E S I VA S
5 Ver Reguillo (2005). Esta elaboración debe mucho al trabajo excepcional de la antropóloga
Rita Segato; y en diálogo con ella y su investigación, pude arribar a esta propuesta (2004).
LA NARCOM ÁQU INA Y EL TR A BAJO DE LA V IOLENCI A: APU NTES PAR A SU DECODIFICACIÓN 331
incuestionable que apela a las más brutales y al mismo tiempo sofisticadas
formas de violencia sobre el cuerpo ya despojado de su humanidad (los de-
capitados, los colgados en los puentes, los cuerpos desmembrados y tirados
en la calle), en detrimento de la violencia utilitaria, cuyos fines son legibles
o aprehensibles para la experiencia (te mato para robarte, te aniquilo por-
que tu presencia estorba mis planes, etc., la muerte del otro es suficiente).
Cuando realicé las primeras notas para este ensayo, consideré que un tí-
tulo pertinente podía ser el “narcoñol, la lengua como dispositivo de la
narcomáquina”. La complejidad y las múltiples aristas del fenómeno me
llevaron a considerar que el narcoñol, como quisiera llamar a las hablas que
se derivan del narco, es más bien un apéndice, es decir, un complemento de
la narcomáquina y no su epicentro.
Bajo esta hipótesis, me parece que la emergencia de un cada vez más nu-
trido y sofisticado “narcoñol” se explica por sí misma. Cuando la violencia
avanza como lengua franca (Segato 2004), requiere encontrar palabras,
términos, modos, metáforas para decirse a sí misma (con la colaboración
de los medios de comunicación). El narcoñol es entonces un ejercicio que
pretende producir una cierta inteligibilidad sobre las lógicas, modos, es-
trategias, valores, figuras y especialmente, impactos de la máquina narco.
LA NARCOM ÁQU INA Y EL TR A BAJO DE LA V IOLENCI A: APU NTES PAR A SU DECODIFICACIÓN 333
Los campos semánticos que quiero discutir aquí son tres:
#CUER POSROTOS
# P R ÁC T I C A S Y C U LT U R A
#L AGU ER R A L AJ ERGA
Uno de los campos más complejos del “narcoñol” es sin duda, la guerra y
sus derivas. Puesto a flotar por el actual presidente de México, Felipe Cal-
derón, la guerra contra el narco ha generado una “lengua” tan espeluznante
como popular.
LA NARCOM ÁQU INA Y EL TR A BAJO DE LA V IOLENCI A: APU NTES PAR A SU DECODIFICACIÓN 335
o nombrar a la muerte inútil, excedente, brutal, la jerga es un instrumento
pertinente tanto para los poderes oficiales como para la narcomáquina.
Mientras los cuerpos no trascienden la categoría de “daños colaterales”, es
posible instaurar una lengua que obture su emergencia como evidenciade
los límites de la barbarie. “Daños colaterales” es el índice, en este caso ofi-
cial, que equivale al de cuerpo roto.
CON T R A M ÁQU I NA
Entiendo por contra máquina (en el contexto del trabajo de la violencia del
narcotráfico) al conjunto de dispositivos frágiles, intermitentes, expresivos
y fragmentados que la sociedad despliega para resistir, visibilizar o sus-
traer poder a la narcomáquina. Si como apunta Deleuze (1999) “es sencillo
buscar correspondencias entre tipos de sociedad y tipos de máquinas, no
porque las máquinas sean determinantes, sino porque expresan las forma-
ciones sociales que las han originado y que las utilizan”, propongo que en
tanto dispositivos de “respuesta”, la contra máquina abreva en los saberes
de las distintas formaciones sociales (la colombiana, frente al poder de los
“mágicos” como se llamaba a los grandes señores de la droga; o la formación
7 Debo esta formulación a Marcial Godoy, durante una de las muchas reuniones editoriales
para la publicación de este número. Él me hizo ver la importancia central de las expresiones
de resistencia ciudadana –por más desarticuladas que puedan parecer– para enfrentar el poder
de la narcomáquina. Intento aquí elaborar un concepto intermedio, a partir de sus sugerencias,
con el convencimiento de que es necesario seguir elaborando.
LA NARCOM ÁQU INA Y EL TR A BAJO DE LA V IOLENCI A: APU NTES PAR A SU DECODIFICACIÓN 337
El trabajo de NAR emerge como una forma de respuesta y movilización
activa frente a la máquina y las consecuencias fatales de la llamada “guerra
contra el narco”, activa sentidos críticos, coloca a sus “lectores, videntes,
visitantes, colaboradores en una posición de reflexividad, hace posible que
la naturalización común de las violencias choque con el cuestionamiento
de fondo”.
LA NARCOM ÁQU INA Y EL TR A BAJO DE LA V IOLENCI A: APU NTES PAR A SU DECODIFICACIÓN 339
En su fragilidad, intermitencia y expresividad, los dispositivos de la contra
máquina, que de manera residual o emergente están ahí como espacios,
narrativas, imágenes y prácticas, cuyo objetivo es el de evidenciar el poder
de la máquina y socavar el piso de su capacidad de operación.
FUGAS
LA NARCOM ÁQU INA Y EL TR A BAJO DE LA V IOLENCI A: APU NTES PAR A SU DECODIFICACIÓN 341
TURATI, M ARCELA (2011). Fuego Cruzado: Las víctimas atrapadas en la guerra del narco.
México: Grijalbo.
WILLIAMS, R AYMOND (1982). Cultura: Sociología de la comunicación y el arte. Barcelona:
Paidós.
Philippe Bourgois
Estados Unidos, 1956. Antropólogo, ha realizado trabajo etnográfico de
campo sobre droga y pobreza en Nueva York, Filadelfia y San Francisco, con
particular interés por las comunidades latinas. Tiene un doctorado de antro-
pología de la Universidad de Stanford y actualmente es profesor en Antropo-
logía en la Universidad de California en Los Ángeles, donde dirige el Centro
de Medicina Social y Humanidades en la Facultad de Psiquiatría. Su trabajo
etnográfico incluye los libros In Search of Respect: Selling Crack in the Barrio,
y Righteous Dopefiend, escrito en colaboración con fotógrafo Jeff Schonberg.
Susan Buck-Morss
Estados Unidos. Actualmente es profesora de Ciencias Políticas en el Gra-
duate Center de CUNY y profesora emérita de Cornell University. Entre sus
publicaciones traducidas al español se encuentran Dialéctica de la mirada, El
origen de la dialéctica negativa: T. W. Adorno, W. Benjamin y la Escuela de Frank-
furt; Hegel, Haití y la historia universal, entre otros influyentes volúmenes sobre
filosofía y teoría cultural contemporánea.
Henrique Carneiro
Brasil. Es profesor de Historia Moderna en la Universidad de São Paulo y la
Universidad Federal de Ouro Preto. Entre sus múltiples publicaciones sobre
las políticas del cuerpo y de la intoxicación se encuentra Bebida, abstinencia e
temperança na história antiga e moderna, además de su colaboración en la pre-
paración el volumen colectivo Drogas y cultura auspiciado por el Ministerio
de Cultura del Brasil.
LA NARCOM ÁQU INA Y EL TR A BAJO DE LA V IOLENCI A: APU NTES PAR A SU DECODIFICACIÓN 343
La narrativa de testimonio en América Latina y el Caribe; y Caribana: cosmogra-
fías literarias.
Lizardo Herrera
Ecuador, 1975. Es profesor asociado en Whittier College, California. Obtuvo
su doctorado en la Universidad de Pittsburgh con la disertación: Ética, utopía e
intoxicación en Rodrigo D. No futuro y La vendedora de rosas. Ha publicado
en revistas como Iberoamericana, Chasqui, Estudios de la Filmoteca, Argus-a,
Cultural Studies Review, Procesos, Quipus y Hotel Abismo.
Curtis Marez
Nació y se educó en California, Estados Unidos, donde actualmente es pro-
fesor de Estudios Étnicos en la Universidad de California, San Diego. Se
doctoró en literatura norteamericana por la Universidad de California, Ber-
keley. Sus publicaciones incluyen Farm Worker Futurism and Technologies of
Resistance y Drug Wars: The Political Economy of Narcotics.
Fernando Ortiz
Cuba, 1881-1969. Ensayista, antropólogo, musicólogo, folclorista e historia-
dor. Su libro principal, Contrapunteo cubano del tabaco y del azúcar (1940), es
Julio Ramos
Puerto Rico, 1957. Autor de Sujeto al límite: ensayos sobre cultura literaria y
visual, Desencuentros de la modernidad en América Latina: literatura y política en
el siglo XIX , Paradojas de la letra, y editor del importante volumen de escritos
de la anarquista puertoriqueña Luisa Capetillo, Amor y anarquía. Realizador
de varios documentales, entre ellos Mar Arriba: Los conjuros de Silvia Rive-
ra Cusicanqui y Retornar a La Habana con Guillén Landrián (co-dirigido con
Raydel Araoz).
Rossana Reguillo
México, 1955. Profesora en la Universidad ITESO, ha escrito ampliamente
sobre la relación entre la crisis del Estado y la violencia en su país. Entre sus
publicaciones se encuentran: En la calle otra vez. Las Bandas juveniles; Identi-
dad urbana y usos de la comunicación; y Culturas Juveniles. Formas políticas del
desencanto.
S O B R E L O S AU T O R E S 345
Avital Ronell
Estados Unidos, nacida en Praga, 1952. Filósofa, teórica literaria y cultu-
ral. Entre sus libros se encuentra Crack Wars: Literature, Adiction, Mania; The
Telephone Book; y Trauma TV: Twelve Steps Beyond the pleasure Principle. Ac-
tualmente es profesora en el Departamento de Alemán de la Universidad de
Nueva York.
Michael Taussing
Australia, 1940. Profesor de antropología en la Universidad de Columbia. En-
tre sus publicaciones se destacan My Cocaine Museum; The Devil and Commo-
dity Fetishism in South America; Shamanism, Colonialism and The Wild Man: A
Study in Terror and Healing; The Nervous System; Mimesis and Alterity.
Rodrigo Uprimny
Colombia, 1959. Profesor de la Universidad Nacional de Colombia en Dere-
cho Constitucional, Teoría del Estado y Derechos Humanos. Fue magistrado
auxiliar de la Corte Constitucional de Colombia. Ha sido también perito de
la Corte Interamericana de Derechos Humanos y juez de la Corte Constitu-
cional. Entre sus publicaciones destacan El laboratorio colombiano: narcotráfico
y administración de justicia en Colombia; Derechos humanos y conflicto armado en
Colombia con Gustavo Gallón Giraldo y La adicción punitiva. La desproporción
de leyes de drogas en América Latina con Diana Esther Guzmán y Jorge Parra
Norato.
Sayak Valencia
México, 1980. Es filósofa, poeta, ensayista y performera. Actualmente es pro-
fesora e investigadora titular del Departamento de Estudios Culturales en el
Colegio de la Frontera Norte, Tijuana. Sus publicaciones incluyen Capitalismo
Gore; El reverso exacto del texto; Alforja y Hoja de Poesia. Se doctoró en filosofía,
teoría feminista por la Universidad Complutense de Madrid.
En las notas al pie de cada texto que hemos incluido aparecen los crédi-
tos de las publicaciones o editoriales de donde provienen. Consignamos
aquí el agradecimiento a los editores, quienes en consulta con los autores,
nos cedieron los derechos de reproducción. Una mención especial corres-
ponde a Elizardo Martínez de la Editorial Callejón en Puerto Rico, que
nos facilitó los derechos de los trabajos de Duchesne y de Muñiz Varela.
Agradecemos también a Jasmín Elena Bedoya González, Directora Ge-
neral de publicaciones de la Universidad del Cauca, y a Luis Guillermo
AG R A D E C I M I E N T O S 347
Jaramillo Echeverri, Vicerrector académico de la misma Universidad, por
facilitarnos el permiso de publicación de su traducción de Taussig. A Elvia
Sáenz, asistente de la Subdirección de Dejusticia ediciones, que nos ayudó
a conseguir la autorizaron para publicar el texto de Uprimny y compañía.
A Nathalie Edén Jornales, de la Agencia Literaria Casanovas & Lynch,
por ayudarnos con el permiso de publicación del capítulo que hemos se-
leccionado de Testo Yonqui, de Paúl B. Preciado. Victoria Villalba, de La
Marca Editora, agradecemos la autorización para la publicación del texto
de Susan Buck-Morss. A Marcial Godoy, de la revista emisférica, por el
permiso para reproducir el artículo de Rossana Reguillo y facilitar el con-
tacto con su autora. Agradecemos a Gustavo Geirola por sus sugerencias.
Y a Leonor Jurado Laspina y Ana Ochoa Gautier les agradecemos su apo-
yo incondicional y paciencia a lo largo del proceso.