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DIME QUÉ

y te diré
qué campo cosechas

quieres

Reflexiones sobre lo rural


en los diálogos de La Habana
© Beltrán Ruiz, Adriana Milena / Sierra Blanco, Ana María / Osorio Pérez, Flor Edilma /
Tobón Quintero, Gabriel J. / Uribe Ramón, Graciela / Ferro Medina, Juan Guillermo
/ Herrera Arango, Johana / Cadavid Mesa, María Johana / Herrera-Jaramillo, Mauricio
/ Espinosa Rincón, Natalia / Vargas Ramírez, Nicolás / Jaramillo Gómez, Olga Elena
/ Castillo Ospina, Olga Lucía / Méndez Blanco, Yenly Angélica.
Dime qué paz quieres y te diré qué campo cosechas. Reflexiones sobre lo rural
en los diálogos de La Habana. -- 282 p.

© Pontificia Universidad Javeriana

Una publicación de Pontificia Universidad Javeriana


Carrera 7 No. 40 - 62, Bogotá D.C., Colombia
www.javeriana.edu.co

Copyright © 2016

Reservados todos los derechos.


Prohibida la reproducción total o parcial de este libro,
por cualquier medio, sin permiso escrito.

Impreso por Fundación Cultural Javeriana de Artes Gráficas - JAVEGRAF


Impreso en Bogotá D.C., Colombia
Marzo de 2016

Diseño de cubierta y portadillas: Juliana Trujillo Hernández


Diagramación: Juliana Trujillo Hernández
Corrector de estilo: Juan Andrés Valderrama
CG Makers, Manizales, Colombia

Ilustraciones: Iván Pérez Mojica


ISBN: 978-958-716-916-4
Contenido

Introducción 9

Capítulo 1: 25
Qué va del Programa agrario a la reforma rural integral
Graciela Uribe Ramón y María Johana Cadavid Mesa

Capítulo 2: 55
¿Es el posacuerdo un escenario para la construcción
de alternativas al desarrollo para Colombia?
Olga Lucía Castillo Ospina

Capítulo 3: 85
Las políticas públicas de desarrollo rural
y los acuerdos de La Habana
Gabriel J. Tobón Quintero y Mauricio Herrera-Jaramillo.

Capítulo 4: 111
Conflicto armado y disputas ecológicas en Colombia
Johana Herrera Arango, Nicolás Vargas Ramírez y Adriana Milena Beltrán Ruiz

Capítulo 5: 149
Ni pequeño productor, ni agricultor familiar,
soy campesino
Mauricio Herrera-Jaramillo, Yenly Angélica Méndez Blanco, Gabriel J. Tobón Quintero
y Ana María Sierra Blanco

Capítulo 6: 177
El movimiento social agrario
frente a los diálogos de La Habana
Natalia Espinosa Rincón y Juan Guillermo Ferro Medina

Capítulo 7: 205
Desde las víctimas y los territorios rurales:
conflicto armado y diálogos en La Habana
Flor Edilma Osorio Pérez y Olga Elena Jaramillo Gómez

Reflexiones finales y conclusiones 237


Reseña: Getulio Montaña Laguna 257
Siglas 259
Acerca de los autores 263
Bibliografía por capítulos 265
Introducción

Es ya un lugar común calificar las conversaciones de paz entre el gobierno


de Colombia y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc-EP),
iniciadas en La Habana en octubre de 2013, como el mayor avance alcanzado
hacia la solución política en la historia del conflicto armado colombiano, así
como resaltar hechos clave de este avance: de un lado, la metodología; y, de otro,
la voluntad y el compromiso de las partes frente al proceso. Pese a sus limita-
ciones, los acuerdos hasta ahora alcanzados agregan peso específico a la solidez
que se percibe en el desarrollo de estas negociaciones, diferenciándolas de los
intentos anteriores.
Sin embargo, las percepciones y los sentimientos frente a estos acuerdos pa-
recen debatirse entre la esperanza y un justificado escepticismo, pues si bien
representan una posibilidad de apertura hacia soluciones a problemas de gran
importancia para el país, encierran también incertidumbres, desafíos y riesgos
que no solo las partes en negociación, sino la sociedad en su conjunto debemos
enfrentar, en caso de llegar a la ratificación de estos acuerdos con la celebración
de uno, de carácter definitivo, de terminación del conflicto armado.
Por ahora, es indispensable apropiarse y analizar dichos acuerdos, para
contribuir en la tarea de generar condiciones sociales y de movilización para
enfrentar los retos de su implementación. Una sociedad pasiva o indiferente es
quizás el mayor riesgo que enfrenta esta posibilidad de cese de décadas de guerra
y la apertura hacia la construcción de la paz con justicia social que las mayorías
reclaman, más allá del silenciamiento de las armas. Será el conjunto articulado de
esfuerzos de cada sector o expresión de la sociedad el que, desde sus acumulados
y perspectivas, pueda abrir los surcos para cultivar esa paz largamente anhelada.
En esa dirección, comprendiendo la responsabilidad que desde la academia
nos atañe como coadyuvantes de las transformaciones sociales, mediante la cons-
trucción democrática y la socialización del conocimiento desde una perspectiva
crítica, el grupo de investigación Conflicto, Región y Sociedades Rurales presenta
en este libro, Dime qué paz quieres y te diré qué campo cosechas. Reflexiones
sobre lo rural en los diálogos de La Habana, un trabajo colectivo que se ocupa
del análisis crítico de algunos aspectos de las negociaciones de paz y de algunos
de los acuerdos a los que las partes han llegado, y que tienen relación directa con
los asuntos rurales de los que el grupo se ocupa. Hemos enfatizado, sin agotarlo

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Dime qué paz quieres y te diré qué campo cosechas.
Reflexiones sobre lo rural en los diálogos de La Habana.

y sin limitarnos al mismo, en el acuerdo «Hacia un nuevo campo colombiano:


reforma rural integral», que aborda el problema agrario y de desarrollo rural del
país, el primer punto de la agenda de negociaciones que las partes han denomi-
nado Política de desarrollo agrario integral, dado el vínculo directo que a estos
asuntos nos une.
Nos corresponde señalar de entrada las limitaciones de este trabajo. Primero,
nuestros análisis no abarcan todo el contenido de ese acuerdo; un examen
completo deberá tratar específicamente las consideraciones, los principios y cada
uno de los puntos del mismo, así como las salvedades hechas por las Farc-EP,
cada uno de los cuales es muy complejo. Segundo, no examinamos la estrecha
relación entre el acuerdo agrario, el de participación política y el relacionado con
la política antidrogas. Estos análisis, indispensables, escapan del alcance de este
primer esfuerzo, que se centra en la revisión de asuntos de especial interés para
el Grupo y sobre los que tiene experiencia investigativa, tales como la relación
entre el problema agrario y el conflicto armado, la discusión sobre el modelo de
desarrollo en las negociaciones, las implicaciones de política pública del acuerdo,
una mirada crítica de la reforma rural integral, el estado actual de los movimientos
sociales agrarios en la coyuntura de la negociación, la relación entre conflictos
ambientales, conflicto armado y posacuerdo, y el papel de las víctimas en el con-
flicto armado y ahora en el proceso de negociación.
Compartimos reflexiones que vienen represándose durante años de estudio
de los asuntos rurales y ahora encuentran salida, motivadas por la coyuntu-
ra actual y el acuerdo, analizado no solo con rigor académico, sino desde la
sensibilidad del grupo frente a los desgarradores efectos de la guerra sobre
las comunidades rurales que acompañamos. Por ello, estas reflexiones no solo
se dirigen a lectores especializados en lo rural, sino que buscamos facilitar su
lectura y ampliar los planteamientos a un grupo más amplio de interesados en
estos asuntos. Así, quienes apenas se acercan a su comprensión encontrarán en
estas páginas elementos para ese fin, lo mismo que aquellos cuyo interés es aún
más directo porque están estrechamente ligados a la vida rural, es decir sujetos,
comunidades y organizaciones campesinas, afrodescendientes e indígenas, afec-
tados directamente por el desarrollo de las negociaciones de paz.
El grupo de investigación Conflicto, Región y Sociedades Rurales es un
colectivo de investigación que ha venido trabajando en estas materias des-
de comienzos de la década del noventa, analizando diferentes problemáticas
derivadas del conflicto armado, como el desplazamiento forzado y los cultivos
de uso ilícito, y otro tipo de conflictos como los socioambientales, así como
acompañando y asesorando comunidades rurales en diferentes zonas del país.
En 2009 amplió su trabajo de investigación a comunidades afrodescendientes,
acompañando sus procesos de autonomía territorial. Un espacio que recoge par-
te de toda esta experiencia rural es el Observatorio de Territorios Étnicos y

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Introducción

Campesinos (Otec), que cuenta con una página web, www.etnoterritorios.org,


en la que divulga sus análisis y publicaciones, además de propiciar diálogos y
discusiones sobre asuntos de coyuntura. Sus líneas actuales de investigación son:
1) desplazamiento forzado y procesos migratorios; 2) autonomías territoriales;
3) alternativas al desarrollo: teorías, discursos y prácticas; 4) actores, memorias y
territorialidades rurales; 5) conflictos agrarios, socioambientales y violencia polí-
tica; 6) acciones colectivas y movimientos sociales rurales; 7) uso y ordenamiento
colectivo de paisajes en disputa.
El grupo ha centrado su atención no solo en esas problemáticas, sino en
quienes las viven, las sufren y, también, las enfrentan. Su labor investigativa se
combina y retroalimenta con la docencia y la consultoría, y sus procesos
de investigación se nutren constantemente de las comunidades, instituciones,
organizaciones no gubernamentales, centros académicos y entidades nacionales
e internacionales, todos con diversos tipos de relación con las sociedades rurales.
Así, el amplio espectro de perspectivas puestas en diálogo ha dejado como resul-
tado investigaciones, textos, tesis, informes, entre otros, y, además, con los años
han venido conformando una cantera de reflexiones individuales y colectivas
en torno a la estrecha relación entre el conflicto armado interno y el problema
agrario.
En ese marco de experiencias se escribió este libro, compuesto por trabajos
de diverso estilo y alcances. Algunos dan cuenta de ejercicios de investigación
previos, cuyos resultados se retomaron para dar sustento al análisis que convoca
la totalidad del texto; otros se basan en el examen de los discursos de los prota-
gonistas y los hechos de la coyuntura reciente; y otros se basan en perspectivas
teórico-conceptuales a partir de las cuales analizan los acuerdos. Todos coinciden
en la perspectiva histórica, en dar voz a los sujetos de las sociedades rurales y en
el propósito de contribuir al debate público sobre el curso de las negociaciones,
las perspectivas de paz que de ellas surgen, y, en particular, las que de este proceso
pueden visualizarse para las sociedades rurales. Más que propuestas teóricas o
conceptuales, presentamos análisis basados en nuestra experiencia, compartimos
reflexiones y llamados de atención que aspiran a contribuir a idear e implementar
rutas de solución al problema agrario colombiano, como condición básica para
la paz.
En esta creación colectiva han participado investigadoras e investigadores
de larga trayectoria y jóvenes que se inician en la labor, entre quienes no solo
hay docentes de la Universidad Javeriana. Los textos fueron leídos y enriqueci-
dos con sus comentarios y observaciones por Sheila Gruner, de la Universidad
de Algoma, Canadá, Darío Fajardo Montaña, de la Universidad Externado de
Colombia, y Andrés García, de la Oficina del Alto Comisionado para la Paz,
así como por representantes de comunidades y organizaciones rurales, con lo
que los análisis se enriquecieron de experiencias e intereses investigativos de

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Reflexiones sobre lo rural en los diálogos de La Habana.

gran diversidad. Agradecemos entonces a estos lectores por sus aportes, y a los
editores, diseñadores e impresores que culminaron este esfuerzo colectivo para
presentar análisis cualificados a nuestros lectores.
En estos trabajos hay discusiones en torno a preguntas clave que interpelan el
contenido y los alcances de las negociaciones y los acuerdos, tales como: ¿cuál ha
sido el recorrido histórico de las discusiones entre el gobierno y las Farc en torno
a la solución del problema agrario y qué ha quedado de ellas? ¿Es el posacuerdo
un escenario para la construcción de alternativas al desarrollo en Colombia? ¿De
los acuerdos parciales y del acuerdo final, puede esperarse la formulación de
políticas públicas que contribuyan a solucionar los problemas fundamentales de
las sociedades rurales? ¿Cuáles son las relaciones entre el conflicto armado y las
disputas ecológicas y el futuro de los acuerdos comunitarios sobre el manejo del
territorio y los recursos de uso común en el posacuerdo? ¿Existe el riesgo de
que las reivindicaciones de los movimientos agrarios sean objeto de cooptación
o instrumentalización por medio de políticas públicas posteriores? ¿Cómo se
relacionan los movimientos sociales agrarios y las negociaciones de paz? ¿Cuáles
son los elementos centrales que evidencian la relación entre el conflicto armado
y las víctimas de las poblaciones rurales?
Las discusiones en torno a estas preguntas y que dan cuerpo a este libro se
sitúan en un contexto nacional marcado, por un lado, por algunos rasgos histó-
ricos y actuales del problema agrario, sobre el que resaltamos tan solo aquellos
que juzgamos más relacionados con estas discusiones. Y, por otro, por algunas
dinámicas y tendencias internacionales que examinamos a continuación.
En primer término, la crisis financiera de 2008, de la que se presentaron
diversas explicaciones en su momento. Es necesario señalar que, a nuestro juicio,
no es más que una de las numerosas crisis del capital a lo largo del siglo pasado,
por lo que su lectura debe situarse en el contexto más amplio de lo que algunos
autores han definido como una crisis civilizatoria según la cual más allá de la
crisis inmobiliaria y sus efectos en el sistema bursátil, y de la especulación en los
precios de los alimentos, una serie de factores estructurales económicos, ambien-
tales, energéticos, culturales y sociales, permiten definirla como tal. Por tanto,
las alternativas para salir de ella deben trascender el mero escenario económico.
En el caso colombiano y, en general, en América latina, independiente del énfa-
sis mencionado, esta crisis contribuyó a la profundización del modelo extractivista
definido a lo largo del siglo veintiuno, hecho evidente en el incremento continuo
de la inversión extranjera directa para la explotación de los recursos naturales, prin-
cipalmente oro y petróleo, pero también en sectores de servicios como el turismo,
en detrimento de la calidad de vida de las comunidades rurales. Lo cual, en la clave
del primer elemento, puede evidenciarse en que la crisis humanitaria causada por el
despojo, el desplazamiento, la violencia, la deforestación y la contaminación de los
ríos, entre muchos otros factores, se ha ido profundizando en el siglo veintiuno.

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Introducción

Por otra parte, y en esta misma línea, desde hace unas décadas los tratados de
libre comercio (TLC) se han convertido en uno de los símbolos más emblemáticos
de las sociedades de libre mercado, es decir de las capitalistas, que prometen
resolver los principales problemas sociales con su operación, funcionamiento y
desempeño, sin que hasta el momento lo hayan logrado.
Las conversaciones de La Habana entre el gobierno colombiano y las Farc-EP
tienen entre el tintero y como uno de sus asuntos pendientes la renegociación
de los TLC, especialmente el suscrito con los Estados Unidos. En efecto, además
de este tratado, los gobiernos de Colombia han firmado tratados de libre comercio
con Canadá, Chile, Corea del Sur y México, y con algunos países de la Comunidad
Andina y el Mercosur, siendo el más discutido el suscrito con los Estados
Unidos.
No se trata de una discusión menor, toda vez que uno de los puntos centrales
de las negociaciones en La Habana, como se ha dicho, es el relacionado con el
desarrollo rural y la suerte de once millones de pobladores rurales que a lo largo
de los años han visto disminuir sus ingresos, aumentar su pobreza y exclusión de
los llamados beneficios del desarrollo, y cuyos lastres no han podido ser resueltos
por la venerada institución del libre mercado. Al contrario, este libre mercado, y
el tratado de libre comercio con los Estados Unidos los han agravado, profundi-
zado y generado grandes olas de movilización y protesta social, como las que se
presentaron durante el paro agrario de 2013.
Dicho tratado es excesivamente desventajoso y asimétrico para la mayoría de
los pobladores rurales colombianos, como lo han demostrado diversos estudios
sobre sus consecuencias para los campesinos, indígenas y afrodescendientes. Así,
por ejemplo, Luis Jorge Garay, Fernando Barbieri e Iván Cardona (2009) señalaron
que 70% de los campesinos se verían empobrecidos y 1,36 millones de hogares
perderían 16% de sus ingresos. Recientemente, un estudio de la organización no
gubernamental británica Oxfam, realizado por Aurelio Suárez (2015), corrobora
esa predicción y concluye que el TLC con Estados Unidos tiene en la quiebra al
agro colombiano, al punto que los hogares rurales han visto reducidos sus ingresos
en 45,4% y la balanza comercial agrícola aumentó su déficit, al pasar de US$
–323 millones en 2012 a US$ –1.022 millones en 2014.
Todos estos elementos son argumentos inobjetables de la necesidad de
renegociar las condiciones leoninas de ese tratado y establecer otros términos de
intercambio que impidan el proceso acelerado de empobrecimiento y quiebra de
miles de pobladores rurales, y pongan a la economía y el modo de vida campesino
en el lugar de dignidad humana que les corresponde.
En este contexto, es importante tener en cuenta el cambio climático global,
cuyos efectos ya se han hecho sentir en el país con eventos como la temporada
invernal 2010-2011, que dejó más de 3,5 millones de hectáreas inundadas,
innumerables deslizamientos, cerca de 7% de la población nacional damnificada

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Reflexiones sobre lo rural en los diálogos de La Habana.

o afectada y 592.000 hogares con pérdidas agropecuarias totales o parciales


(Cepal, 2012). De esta manera, es evidente un sector rural cada vez más vulne-
rable, bien sea por cuenta de la economía o por los rigores del cambio climático.
Es importante tener en cuenta al respecto que no se trata solo de un problema
relacionado con los gases de efecto invernadero y su emisión, en su mayor parte
por cuenta de los países desarrollados: es importante considerar también que los
cambios en el uso de la tierra y sus efectos sobre la cobertura vegetal tienen un
impacto directo en el clima. Por esto, un capítulo de este libro llama la atención
sobre la importancia de considerar los aspectos ambientales como un elemento
fundamental para el logro de una paz estable y duradera, pues como se sabe el
mundo está en mora de desarrollar acciones encaminadas a mitigar los efectos
del cambio climático, y es claro que dadas las condiciones políticas y económicas
actuales, el extractivismo continuará ejerciendo presión sobre territorios y recursos
que, hasta el momento, no han sido incorporados al mercado internacional.
Esperamos que a la crisis expuesta a continuación no se sumen desplazamientos
forzados por el modelo de desarrollo, como resultado de los proyectos mineros,
petroleros o hidroeléctricos, todos a la orden del día en las agendas de desarrollo
mundial y nacional.
El mundo enfrenta una crisis sin precedentes derivada de los millones de
desplazados y refugiados que atraviesan sus países transitando largos trayectos
para llegar a otros. A finales de 2014 la cantidad estimada de migrantes era de
59,5 millones de personas, una cantidad que no se registraba desde la segunda
guerra mundial y que está creciendo vertiginosamente, pues hace una década
era de 37,5 millones (Acnur, 2014), y que se verá rebasada por la crisis actual
de refugiados en Europa. Tales millones de personas no solo demandan aten-
ción humanitaria, que ha desbordado a las instituciones internacionales, sino que
muestran el sufrimiento y el daño que están viviendo comunidades enteras, con
el despojo y el destierro que esto supone para sus vidas. Un importante y acelerado
reordenamiento demográfico se da en el mundo, en condiciones precarias que
reproducen dinámicas de exclusión y estigmatización.
Turquía se ha convertido en el país que acoge al mayor número de refugia-
dos, más de dos millones de personas, en su mayoría sirios, albergados en más
de veintitrés campos. Sin embargo, muchas fronteras se siguen cerrando y se
construyen y fortalecen nuevos muros, físicos y simbólicos, mientras miles de
personas mueren ahogadas o exponen sus vidas en medios precarios de trans-
porte para cruzar el Mediterráneo. Y en las zonas transfronterizas de países en
conflicto armado se configuran dinámicas inestables y conflictivas, como las que
se vivieron en la frontera colombo-venezolana en agosto de 2015.
Según la Organización Internacional para las Migraciones (OIM, 2013),
cuatro millones setecientos mil colombianos viven fuera del país, lo que convierte
a Colombia en el segundo país latinoamericano con mayor migración. Aun cuando

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Introducción

las migraciones hacen parte de los procesos de integración sociocultural entre


países, en los del sur, y en el caso colombiano, en su mayoría están relacionadas
con la búsqueda de mejores condiciones socioeconómicas, que el régimen econó-
mico y político no proporciona. Además, cerca de cuatrocientas mil personas de
esta población migrante tienen el estatus de refugiados, es decir que abandonaron
el país por razones políticas, en su mayoría ligadas al conflicto armado.
La oportunidad que para Colombia supone el avance en las negociaciones en
La Habana podría llevar a las instituciones internacionales que tienen presencia
en el país hacia otros lugares del mundo, pese a que la guerra no ha finalizado y
las víctimas no han sido reparadas. La experiencia de procesos de negociación
similares muestra la importancia de veedurías internacionales que permitan
garantizar los derechos y acompañar los procesos en esos tiempos inciertos, que
forman parte de los cambios derivados de los acuerdos que se alcancen y de las
inercias derivadas de un conflicto armado de tan larga duración.
Pese a todas las tendencias económicas, políticas y ambientales que afectan a
las comunidades rurales, al punto de poner en riesgo su existencia y sus modos
de vida, alrededor del mundo se registra un auge de los movimientos rurales,
particularmente de los campesinos, que representan una de las fuerzas más
contundentes de confrontación al capitalismo. De hecho, para algunos, en su
forma más organizada el campesinado se ha convertido en la fuerza líder de
oposición al neoliberalismo (Moyo y Yeros, 2008), en medio de lo que ya puede
denominarse un proceso de «recampesinización».
La Vía Campesina Movimiento Internacional representa el ejemplo más
significativo de tal auge. En ella se articulan miles de organizaciones agrarias
de todo el mundo, que se coordinan nacional, continental y globalmente en
torno a las reivindicaciones y luchas por la defensa de la vida en el campo y
que confrontan resueltamente al capitalismo. Como producto de esta articu-
lación, en el ámbito global se ha logrado posicionar demandas estratégicas
asumidas por las organizaciones no solo agrarias, sino, en general, por los
movimientos sociales a lo largo y ancho del planeta.
Así, la soberanía alimentaria, la defensa de los territorios rurales, el reconoci-
miento de los derechos campesinos, el combate contra los agrotóxicos, la denuncia
del acaparamiento y extranjerización de la tierra, la defensa de las semillas y del
agua, la agroecología como modelo político-cultural alternativo para la vida del
campo y, por supuesto, la reforma agraria, son parte de las reivindicaciones que
defienden los movimientos rurales alrededor de todo el mundo y que, incluso,
han permeado la institucionalidad multilateral global, como es el caso de la
«Declaración internacional de los derechos de las campesinas, los campesinos
y otras personas que trabajan en el campo», propuesta por Vía Campesina
y acogida por el Consejo de Derechos Humanos de la Organización de las
Naciones Unidas para hacer el trámite a convertirse en instrumento oficial de

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Reflexiones sobre lo rural en los diálogos de La Habana.

este organismo, con lo que alcanzaría el carácter vinculante para los estados que
la suscriban.
El movimiento campesino colombiano hace parte de este proceso de arti-
culación global y del auge mencionado.
Por otra parte, como elemento central del contexto de las negociaciones de paz
resaltamos el carácter histórico y estructural del problema agrario, marcado por la
tendencia al aumento de la concentración de la tierra. Como lo demuestra la
información proporcionada por el tercer Censo nacional agropecuario de 2014,
los medios violentos han estado a la orden del día como mecanismo de continuidad
de dicha concentración y del poder político, económico y social asociado a ella.
Las primeras huellas de esta tendencia se encuentran en el periodo colonial y se
extienden hasta nuestros días en la modalidad de despojo paramilitar y la extran-
jerización para el desarrollo de megaproyectos agroindustriales y extractivos, y
de la acumulación criminal, por parte de empresarios de la burguesía nacional, de
baldíos de la nación constitucionalmente destinados a campesinos.
En torno a esta tendencia circundan elementos de carácter político, institu-
cional, económico, social y cultural, así como la falta de coherencia y eficacia de
las políticas públicas para comprender y tramitar los problemas de las comunidades
rurales, debido a la incapacidad de un estado tomado por intereses particulares
ligados a los sectores dominantes y clientelares tradicionales. Por esto mismo,
la inversión oficial en infraestructura, asistencia técnica, acceso a tecnología y
crédito para el desarrollo productivo, así como para el cumplimiento de derechos
sociales como salud, educación, pensión y vivienda en áreas de predominante
presencia campesina, indígena y afrodescendiente es precaria, cuando no nula.
La enorme brecha entre el campo y la ciudad debido al pretendido énfasis
industrial del modelo de desarrollo no solo ha tenido efectos socioeconómicos
negativos para las comunidades rurales, sino que ha dado lugar a un abismo
entre las sociedades rurales y las urbanas, que desvaloriza a las primeras frente a
las segundas, creando un imaginario urbano según el cual lo rural es «atrasado»
e «inculto». Este imaginario se ha reforzado con la gran victimización a la que
se han visto sometidas las comunidades rurales, las más afectadas por la guerra, y
con el tratamiento marginal que han recibido, de sujetos de políticas asistencialistas
erráticas, que aumentan su desvalorización.
Pero sin duda el rasgo más determinante del problema agrario colombiano
es su estrecha relación con el conflicto armado. Es posible decir incluso que,
más que estrecha, es una relación recíproca, en la cual el problema agrario está
en el centro de las causas del conflicto armado, que lo alimenta y agrava perma-
nentemente. Algunos de los vasos comunicantes más evidentes de esta relación
resultan ser el paramilitarismo como estrategia de acumulación de la tierra por
desposesión violenta; el desplazamiento forzado como efecto de tal desposesión
y como mecanismo de ruptura de procesos sociales y culturales de apropiación

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Introducción

territorial; la imposición de prácticas y modelos productivos que rompen con


saberes tradicionales y afectan los territorios; los cultivos declarados ilícitos a
los que fueron empujados los colonos para luego ser criminalizados, afectada su
salud y ecosistemas; la estigmatización oficial de las comunidades rurales, que se
traduce en detenciones arbitrarias, amenazas, asesinatos, bloqueos económicos y
otras violaciones a los derechos humanos, envueltas en una impunidad crónica.
Sin que estos rasgos de carácter histórico se desdibujen, una reciente reaco-
modación táctica de las élites en el poder político optó por tramitar una salida
política al conflicto armado después del fracaso de la opción guerrerista que
incumpliera la promesa de derrotar a la guerrilla, primero mediante el Plan
Colombia, tan costoso en recursos financieros como en derechos humanos.
Luego, mediante la política de seguridad democrática durante los ocho años de
gobierno del presidente Álvaro Uribe (2002-2006; 2006-2010), consolidando
el accionar paramilitar, el despojo violento y la represión a los movimientos
sociales mediante prácticas tan nefastas como las ejecuciones extrajudiciales y la
judicialización arbitraria de toda expresión de oposición, prácticas que persisten
camufladas bajo el eufemismo de «Bacrim» y otras formas de crimen organizado.
Esta reacomodación, lejos de reorientar el modelo de desarrollo del país a
favor de la superación de las causas del conflicto armado, busca, por el contrario,
reafirmarlo y avanzar en la generación de condiciones para su profundización,
llevando a cabo un proceso de paz que termine o reduzca la inseguridad en
territorios estratégicos para la inversión, posibilitando la estabilización y el
ingreso de capitales transnacionales. En esta dirección, las negociaciones de paz
suponen para el establecimiento la rendición de la guerrilla a cambio de algunas
concesiones en materia de participación electoral que capitalicen su influencia en
los territorios donde se ha arraigado, y del otorgamiento de algunos beneficios
para sus integrantes, repitiendo en términos generales modelos ya usados en
otros procesos de negociación con grupos insurgentes, en los que se pactó la
reinserción de sus integrantes pero no se tocaron ni el régimen político ni el
modelo de desarrollo.
El curso del actual proceso ha mostrado que viejos modelos no son aplicables
al actual, y ha puesto en evidencia la apuesta de la guerrilla, justamente por incidir
en el régimen político y el modelo de desarrollo del país. De lo que da cuenta la
agenda de negociación acordada y las salvedades de las Farc frente al acuerdo
«Hacia un nuevo campo colombiano: reforma rural integral», salvedades que
dejan constancia de los asuntos de su interés y sobre los que el gobierno se niega
a discutir: latifundio, modelo de explotación minera, inversión extranjera, pero
que están en el centro y son soporte del régimen actual.
El tamaño de la contradicción en juego se destaca más todavía al examinar
la visión con la que el segundo gobierno del presidente Juan Manuel Santos
promulgó el Plan nacional de desarrollo, 2015-2018, respecto a lo que ha lla-

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Reflexiones sobre lo rural en los diálogos de La Habana.

mado «transformación del campo», y, en general, en la profundización del


modelo agroexportador, todo lo cual contradice completamente lo acordado
en La Habana, al tomar partido por la acumulación de baldíos de la nación,
pese a las denuncias contra empresas nacionales y extranjeras por su acumu-
lación fraudulenta. Asimismo, cuando el gobierno insiste en el promover la ley
que crea las Zonas de Interés de Desarrollo Rural y Económico (Zidres),
mediante las cuales, en la práctica, se legaliza la apropiación de baldíos por parte de
grandes empresarios, terminando con la prioridad para los campesinos, y el Plan
nacional de desarrollo omite pronunciamiento alguno sobre las zonas de reserva
campesina, aun cuando el acuerdo señala que su implementación se vigorizará y
a que están vigentes en la ley.
Pese a ello, las negociaciones de La Habana avanzan y parecen consolidarse
las condiciones para llegar a un acuerdo para la terminación del conflicto armado,
aun cuando no se puede desconocer que permanecen en alto riesgo. Además de
las profundas diferencias entre las partes, las que de por sí amenazan la concreción
de un acuerdo final, se vienen desarrollando bajo una fuerte tensión dentro de
la sociedad, entre la confianza que puede generar la consolidación de avances,
fuertes presiones en su contra, corrientes de apoyo, pero también la significativa
pasividad de un amplio sector de la sociedad.
La superación de las no pocas crisis en las que se ha visto en riesgo la
continuidad de las negociaciones, los nada desestimables gestos de voluntad de
las partes, como los seis ceses unilaterales del fuego de la guerrilla, uno de ellos
durante cinco meses, el compromiso del gobierno nacional de desescalar el con-
flicto y el acuerdo ya en curso para el desminado y el de la jurisdicción especial de
paz, han fortalecido el proceso y las perspectivas de llegar a un acuerdo.
Pero una fuerte corriente encabezada por el expresidente Álvaro Uribe y
sectores radicales de derecha, afines a la salida guerrerista, se opone a estas
negociaciones, con el argumento que las Farc deben tratarse como terroristas
con los que solo se acuerda su rendición y sometimiento a la justicia. Algunos
sectores sociales, entre los cuales se destacan los movimientos étnicos y de víc-
timas, sin oponerse a la paz, consideran inaceptable que asuntos centrales de la
vida del país como los que se están abordando sean discutidos únicamente con
las Farc, en lo que estos sectores comprenden como una representación no de-
legada en esta guerrilla, pero asumida de facto. A lo que se suma el que no se haya
dado inicio formal a las negociaciones con la guerrilla del Ejército de Libera-
ción Nacional (ELN), como una limitación de los alcances del actual proceso
de cara a la terminación del conflicto armado y a la discusión de los problemas
que están en su base.
Por otro lado, mientras un amplio sector de la opinión nacional, conformado
por sectores políticos progresistas, sectores empresariales y movimientos sociales,
especialmente los agrarios, se declara esperanzado movilizándose a favor de la

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Introducción

paz; otro amplio sector de la sociedad se mantiene pasivo frente al proceso, siendo
difícil identificar si se trata de indiferencia, incredulidad, apatía o temor. Lo cierto
es que esta pasividad es, en la práctica, un factor en contra de la negociación, al
restarle el apoyo social y la legitimidad que requiere tanto para presionar el logro
de un acuerdo, como su refrendación e implementación.
El desenlace de esta tensión es determinante para el proceso, dado el papel
que tendrá la sociedad en la refrendación de los acuerdos y en su desarrollo.
En medio de esta tensión, como un sello particular de este proceso, ocurre
la reemergencia de los movimientos sociales, particularmente de los agrarios,
después de décadas de represiones manifiestas en judicializaciones y violaciones
a los derechos humanos como amenazas, asesinatos, torturas, desplazamiento
forzado y exilio, entre otras. Esta reemergencia tuvo en el paro agrario de 2013
un hito muy significativo, pues además de poner en evidencia unos sectores agrarios
en plena vigencia, organizativamente fortalecidos y con una agenda política clara
de cambios estructurales, demostró a la sociedad urbana el desconocimiento y la
desvalorización en que mantiene al mundo rural, pese a que de él depende su
alimentación, logrando despertar su solidaridad.
Pero quizá más estratégico que estas evidencias es el hecho de que esta
movilización generó las condiciones para el inicio de un proceso significativo
de unidad de los sectores agrarios del país, fragmentados durante décadas por
diferencias políticas y tácticas. Constituyéndose la Cumbre Agraria, Étnica y
Popular, estos sectores han tenido ocasión de empezar a dirimir sus diferencias
a la par de constatar que comparten visiones estratégicas acerca de los cambios
necesarios para solucionar el problema agrario y reorientar el modelo de desarrollo
del país.
La Cumbre y el proceso de negociación que desarrolla con el gobierno
constituyen también otro indicador de las condiciones para la implementación
los acuerdos en el tema agrario y de la voluntad del gobierno para dicha im-
plementación con la participación de las comunidades rurales. A juzgar por el
incumplimiento de los acuerdos denunciado por la Cumbre luego de más de un
año de ser suscritos, y lo plasmado en el Plan nacional de desarrollo, la voluntad
del gobierno está en cuestión. Otro tanto ocurre con los acuerdos suscritos con
otros sectores de los movimientos sociales rurales.
Otro elemento significativo que enmarca el proceso de negociación en La
Habana es el papel de la comunidad internacional, pues aquella relacionada
política y económicamente con Colombia ejerce gran influencia, manifestándose
a su favor o, como en el caso algunos gobiernos, actuando directamente para que
se concrete en un acuerdo definitivo que termine con las hostilidades.
Por sus riquezas naturales, Colombia sin conflicto armado es un destino
económico sugerente para el capital transnacional, si las condiciones jurídicas y
arancelarias se mantienen. Con la guerrilla de izquierda más antigua del mundo

21
Dime qué paz quieres y te diré qué campo cosechas.
Reflexiones sobre lo rural en los diálogos de La Habana.

actuando políticamente en la legalidad, el país resulta también un aliado potencial


para los gobiernos latinoamericanos que promueven procesos democráticos que
se separan del dominio colonial de Estados Unidos. También lo es para aquellos
que confían en que la solución política llevará al aislamiento de la guerrilla en
territorios marginados –rurales– en los que ha tenido mayor influencia, y que
será disminuida electoralmente ante las férreas maquinarias clientelistas, pues
con ello la continuidad del statu quo estará garantizada y modelo agroexportador
se fortalecerá.
En este contexto hemos hecho el análisis de los acuerdos con el optimismo
y las esperanzas de quienes han vivido de cerca las cruentas consecuencias de la
guerra sobre las comunidades rurales y, como ellas, anhelan su fin, pero también
con la mirada crítica de quienes, por esta misma razón, no pueden permitirse un
optimismo que desconozca la profundidad de las causas del problema agrario y
del conflicto armado. Por eso, hemos optado por hablar, cuando resulta necesa-
rio, de posacuerdo y no de posconflicto, como el escenario resultante de la firma
de un acuerdo entre el gobierno y la guerrilla de las Farc.
Asimismo, como muchos sectores de la sociedad, pese a ser optimistas solo
aspiramos a que de la negociación resulten mejores condiciones políticas para
el diálogo democrático que tramite el conflicto estructural que vive el país, ya
sin el uso de las armas, lo cual tiene un inmenso valor. El carácter histórico de
la profunda contradicción política que vive Colombia, en la que se discuten en
evidente desigualdad de condiciones visiones de país tan diversas, impide esperar
que de este proceso que se surte luego de medio siglo de confrontación armada
resulten las transformaciones estructurales demandadas. El largo conflicto ar-
mado ha producido hondas heridas y una gran polarización de la sociedad, que
deben ser resueltas adecuadamente, para lo cual se requiere, en primer lugar,
la generación de la confianza perdida, no solo entre las partes sino en toda la
sociedad. Es decir, a la sociedad le corresponde tomar como propio el reto de
construir las transformaciones, una vez abiertos los canales de participación.
Los avances alcanzados hasta ahora son ya de gran valor, particularmente
porque han mostrado la existencia de voluntad de las partes pese a la gran
diferencia de sus diferentes intereses, y han hecho visible el camino posible
de la solución política negociada, pero más aún porque han hecho posible la
reactivación del movimiento agrario, que con propuestas de cambio estructural y
una gran capacidad de movilización se perfila como vanguardia de la lucha social
contra un capitalismo expoliador y un régimen político deficitariamente demo-
crático, y hacia la construcción de la justicia social como soporte fundamental
de una paz duradera.
En esta perspectiva, los análisis presentados en este libro discuten las
preguntas señaladas, iniciando en el primer capítulo con un recorrido histórico
que nos muestra la estrecha relación entre problemática rural y conflicto armado

22
Introducción

y, cómo se abordó el problema en los anteriores diálogos de paz con las Farc-EP.
Así mismo, la relación entre los principios del Programa agrario y la reforma
rural integral, el potencial de la implementación de los acuerdos en territorios
rurales mediante la articulación del trabajo del campesinado, gobierno y la gue-
rrilla desmovilizada, y, también, el riesgo de que los acuerdos bien planteados
no se cumplan.
Desde una perspectiva que apuesta por las alternativas al desarrollo (o
posdesarrollo), el segundo texto muestra cómo enfoques alternativos al desarrollo
orientado al crecimiento económico han sido cooptados por las políticas públicas
y las agencias multilaterales, y analiza los acuerdos en busca de las alternativas al
desarrollo que de allí pueden surgir, encontrando que las figuras territoriales
surgidas desde las comunidades rurales tienen todo el potencial para serlo.
Muy relacionado con esta mirada al modelo de desarrollo, el capítulo tres
presenta un análisis de la relación entre estado, régimen político, políticas públicas
y modelo de desarrollo rural, señalando los rasgos actuales de esa relación en
el caso colombiano, para revisar si el acuerdo agrario la modifica o reorienta,
estableciendo su carácter meramente reformista.
Aun cuando las negociaciones de La Habana no están incluyendo los asuntos
ambientales, o justamente por tal razón, presentamos a continuación un exa-
men de la relación entre conflicto armado y disputas ecológicas, para mostrar
la necesidad de discutir estos asuntos en el marco de la negociación, a partir
de experiencias internacionales y ejercicios nacionales comunitarios de gestión
ambiental de los territorios.
Seguidamente, el capítulo quinto analiza lo que plantea la reforma rural
integral y conceptos y enfoques como la nueva ruralidad, la agricultura familiar,
el desarrollo territorial rural, tan en boga en las políticas públicas, de cara a
reivindicaciones históricas del campesinado como los derechos campesinos y la
economía campesina. Ese análisis deja ver de nuevo los riesgos de cooptación de
tales reivindicaciones por los primeros conceptos y enfoques en la implementación
de los acuerdos, como ha ocurrido ya en el pasado, y llama la atención también
sobre la condición no reconocida de sujeto político protagónico del campesinado
en la coyuntura actual.
Posteriormente, se hace una revisión de las dinámicas recientes de los
movimientos sociales rurales, cuyas agendas y relaciones dan cuenta de un
determinante resurgimiento al calor de procesos de unidad en torno a la
construcción y negociación de una agenda de cambios estructurales y de una
concepción de paz diferente a la que hasta ahora se define en La Habana, lo que
permite proponer escenarios futuros.
Finalmente, el capítulo siete presenta la relación entre el conflicto armado
y los pobladores rurales, mostrando cómo se incorpora esta relación en las
negociaciones de La Habana, y hace un recorrido por las profundas heridas de la

23
Dime qué paz quieres y te diré qué campo cosechas.
Reflexiones sobre lo rural en los diálogos de La Habana.

guerra, las dimensiones de los daños, la situación y la participación de las miles


de víctimas que se encuentran en el centro de las discusiones de paz, señalando
los enormes desafíos del establecimiento de la verdad, la justicia y la reparación
de las víctimas, pero sobre todo de su reconocimiento como sujetos construc-
tores de la paz.
De este panorama de materias quedan por fuera, como se mencionó, el
análisis de aspectos centrales del acuerdo sobre el punto agrario como los
principios del mismo, el acceso a la tierra, el debate sobre la soberanía alimentaria,
la infraestructura, los planes de desarrollo y los derechos sociales que han
sido denominados desarrollo social y superación de la pobreza, la economía
solidaria, la asistencia técnica y el financiamiento. También quedan por fuera los
acuerdos relacionados con los puntos de cultivos de uso ilícito y narcotráfico, y
participación política. Estos asuntos son de vital importancia para la vida de las
sociedades rurales, por lo que merecerían ser parte de este análisis; sin embargo,
aun cuando los alcances definidos para este trabajo se limitan a lo hasta ahora
abordado, dejamos planteadas otras discusiones como las mencionadas, y otras
como la relación entre las negociaciones de paz y la geopolítica internacional,
el enfoque de género y el papel de los medios de comunicación, entre otros.
Discusiones que esperamos sean emprendidas por nuestro grupo de investigación
y por otros interesados en los asuntos agrarios, a quienes invitamos a ello.

24
Qué va del Programa agrario
a la reforma rural integral

Graciela Uribe Ramón


María Johana Cadavid Mesa
Qué va del Programa agrario
a la reforma rural integral

Introducción

Si en la historia reciente de Colombia hay algo fundamental e ineludible frente a


la permanencia del conflicto armado es, sin duda y de manera concatenada, los
intentos de negociación y diálogo para su resolución.
¿Cuál es el contexto histórico que ha condicionado o configurado la relación
entre la problemática rural y el conflicto armado? ¿Cuáles los planteamientos
programáticos que han estado en disputa? ¿Cómo se han articulado estos
planteamientos en los escenarios de diálogo o procesos de paz? El objetivo
central de este capítulo es, precisamente, dar algunas luces respecto a posibles
respuestas a estas preguntas frente a la relación entre el conflicto armado y la proble-
mática rural en los procesos de paz que antecedieron a los diálogos de La Habana
iniciados durante el gobierno del presidente Juan Manuel Santos (2010-2014,
2014-2018) en La Habana, Cuba, el 18 de octubre de 2012, así como algunas de
sus fallas y aciertos. Siempre con la intención de dar cuenta de cómo los asuntos
agrarios han permanecido en los discursos, las políticas y los escenarios de
disputa de la sociedad colombiana.
Para cumplir este propósito optamos por desarrollar dos puntos de discusión:
1) los orígenes del conflicto armado y el papel central de la problemática rural y de
tierras en ese origen; 2) las negociaciones políticas entre el gobierno colombiano y
las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia-Ejército del Pueblo (Farc-EP),
con énfasis el acuerdo sobre el primer punto de la agenda de negociación de La
Habana (sobre política de desarrollo agrario integral), para analizar cómo los dos
procesos, problemática rural y conflicto armado, se retroalimentan.
Para ello haremos una contextualización inicial del problema histórico de
la tierra y de los asuntos agrarios, mediante un esbozo del origen del conflicto
armado y su relación con la estructura de distribución de la tierra y la represión
armada que desencadena. Complementariamente, presentamos un recuento de
los principales acuerdos normativos que se han desarrollado en torno al asunto
agrario.
Posteriormente, hacemos un balance de los procesos de paz que ha habido
en Colombia, con énfasis en los planteamientos en torno a los asuntos agrarios
27
Dime qué paz quieres y te diré qué campo cosechas.
Reflexiones sobre lo rural en los diálogos de La Habana.

y rurales en el caso concreto de las Farc-EP y de su contraparte, el gobierno


nacional, esbozando algunos de los retos que plantea el acuerdo actual en relación
con la continuidad del conflicto armado y de los vínculos de las Farc-EP con
economías ilegales.
Todo esto nos permitirá formular unas reflexiones finales, fundamentales
para avanzar en la comprensión de los principales elementos que evidencian
la estrecha relación entre el conflicto armado colombiano y su medio rural, y,
en el caso de este capítulo, en la comprensión de los asuntos e hitos históricos
que han condicionado esta relación.

Lugares del conflicto armado y problemática rural,


una constante histórica

El Informe de la Comisión Histórica del Conflicto y sus Víctimas, al referirse a


un texto de Daniel Pécaut (Citado en: CHCV, 2015) afirma que, «Incluso cuando
se trata de acontecimientos que se consideran rupturas históricas de envergadura,
como las grandes revoluciones o las grandes guerras, que obligan a considerar
sin asomo de dudas que hay un ‘antes’ y un ‘después’, el debate sobre los orígenes o
sobre la multiplicidad de causas nunca se cierra» (CHCV, 2015: 4). Y da cuenta de
cómo la determinación del tiempo histórico es, sin duda, uno de los ejes temá-
ticos objeto de mayor controversia y, por ende, un asunto ineludible a la hora de
hablar de un fenómeno socio-político como es el conflicto armado en Colombia.
Las referencias históricas acerca de su origen son múltiples y diversas, y han
pasado de remontarse a un pasado lejano en busca de factores fundantes que han
incidido en las posteriores trayectorias del conflicto y sus actores, a la consideración
de que si bien existen conexiones con ese pasado, el conflicto colombiano actual
es posible entenderlo mediante una mirada histórica más acotada.
Hay posiciones que fundamentan de manera general sus interpretaciones en
el periodo posterior al Frente Nacional –caso de Francisco Gutiérrez, Gustavo
Duncan, Jorge Giraldo y Vicente Torrijos– o la Violencia de los 50, tal como lo
hace Daniel Pécaut. Sin embargo, autores como Darío Fajardo, Alfredo Molano,
Sergio de Zubiría y Javier Giraldo establecen como génesis histórica de sus
relatos los conflictos agrarios en los años veinte. En esta última perspectiva nos
situamos a la hora de dar razón de los principales elementos que evidencian la
estrecha relación entre el conflicto armado colombiano y su medio rural en los
procesos de paz, permitiendo dilucidar mediante ellos un hilo conductor desde
los años veinte del siglo pasado hasta hoy, debido a que los conflictos agrarios
habrían sido el origen causal de las múltiples violencias históricas (CHCV, 2015).
Darío Fajardo (CHCV, 2015) destaca el peso central del problema agrario
en las violencias y los conflictos en el país, fundamentado en un postulado que

28
Qué va del Programa agrario a la reforma rural integral

entiende la existencia de dos vías del desarrollo agrario en la formación del


capitalismo, desplegadas en nuestro caso desde los años veinte: «por una parte,
la vía prusiana, fundada en la gran propiedad, y, por otra, la vía de la pequeña
propiedad, las cuales fueron ambas teorizadas por Karl Kautsky» (CHCV,
2015: 17). Complementariamente, sucesos como la masacre de las bananeras
en Ciénaga, departamento de Magdalena, entre el 5 y el 6 de diciembre de
1928, constituyen un hito fundamental en la protesta social y la movilización
obrero-campesina, que se fortalecería en los años siguientes y podría estar en
la génesis de las llamadas guerrillas liberales, como respuesta a la hegemonía
conservadora que hasta ahora se consolidaba como tal después de la guerra de
los mil días1. Por su parte, Javier Giraldo (CHCV, 2015) plantea que el «principal
detonante» de los conflictos armados en Colombia han sido las luchas por
acceder a la tierra. Finalmente, Alfredo Molano (CHCV, 2015) sostiene que las
disposiciones normativas en torno a los asuntos agrarios –como la ley 200 de
1936– han sido el eje alrededor del cual giran desde entonces dichos conflictos y
sobre los que se consolidaría la acción armada.
El Centro Nacional de Memoria Histórica (CNMH), en su informe ¡Basta
ya! Colombia: memorias de guerra y dignidad, sostiene que «la apropiación, el uso y la
tenencia de la tierra han sido motores del origen y la perduración del conflicto
armado» (CMH, 2013: 21) En este mismo sentido, el Programa de las Naciones
Unidas para el Desarrollo (PNUD) señala que la aparición de los actores armados
de hoy se ha dado:

luego de muchas guerras civiles lideradas por los partidos tradicionales, la última
de las cuales fue la Violencia, que estalló luego de intentos de reformas políticas y
sociales en los años 30, objetos de dura resistencia. La Violencia se originó en el
centro geográfico y político, pero se expresó y perpetuó en la periferia campesina,
nutriéndose y acaballándose sobre otra «violencia social» que bullía en el mundo
agrario (PNUD, 2003: 3).

Independientemente del origen histórico del conflicto armado interno de


Colombia, es claro que el nacimiento de las autodefensas campesinas y las
guerrillas liberales y comunistas de 1953 es quizás uno de los hechos históricos
más relacionados con este, debido a que se dan como reacción al proceso de
represión liberal y anticomunista. Esta primera etapa se inicia con la sublevación
del 9 de abril y concluye con la amnistía decretada por el general Gustavo Rojas
Pinilla (1953-1957) y la entrega simbólica de armas por parte de los grupos
liberales de autodefensa (Londoño, 2009). Sin embargo, es posteriormente, con

1  En trabajo de campo en el Sumapaz/Tequendama, los líderes campesinos destacaban la masacre de las


bananeras como el primer hecho de aniquilación de los movimientos sociales por parte de la hegemonía
conservadora y que generaría nuevos movimientos campesinos, igualmente reprimidos.

29
Dime qué paz quieres y te diré qué campo cosechas.
Reflexiones sobre lo rural en los diálogos de La Habana.

el establecimiento del Frente Nacional en 1958, que surgen los principales gru-
pos guerrilleros, como las Farc-EP, el Ejército de Liberación Nacional (ELN), el
Ejército Popular de Liberación (EPL) y el Movimiento 19 de Abril (M-19). Esto
debido, entre muchas razones, a la naturaleza excluyente del Frente Nacional,
a pugnas por la posesión de la tierra, a lo que suman otras reivindicaciones y
orígenes.
Es posible ver entonces un hilo conductor desde la década de 1920 hasta hoy,
en términos de los actores clave del conflicto y de la centralidad programática
del asunto agrario, por lo que este capítulo buscará comprender los orígenes del
conflicto armado en Colombia desde este lugar histórico2.
Y es posible afirmar que esos asuntos programáticos objeto de disputa en
el conflicto armado del país se han estructurado alrededor de «proyectos de
sociedad», que poseen profundas diferencias frente al acceso y uso de la tierra.
Diferencias que, en general, han desembocado en confrontaciones explícitas
por medio de,

Usurpaciones frecuentemente violentas de tierras y territorios de campesinos e


indígenas, apropiaciones indebidas de baldíos de la nación, imposiciones privadas de
arrendamientos y otros cobros por el acceso a estas tierras, en no pocas ocasiones
con el apoyo de agentes estatales, así como invasiones por parte de campesinos sin
tierras o con poca disponibilidad de ellas, de predios constituidos de manera irregular
(CHCV, 2015: 3).

Así pues, desde entonces, tal como ha establecido el PNUD (2003), el


conflicto se instaló en la «periferia» campesina y se ensañó en ella.

Origen histórico del conflicto armado

Partiendo entonces de que los orígenes del conflicto armado colombiano están
profundamente relacionados con los conflictos agrarios de principios del siglo
veinte, es posible señalar que algunos de ellos surgen de manera más evidente
en la década de 19203. Y que surgen debido, entre otras razones, a que «En los

2  Es importante señalar, en cuanto a actores clave del conflicto, que las Farc-EP son la única organización
armada insurgente existente en la actualidad que puede considerarse vinculada directa e históricamente
en sus orígenes con las autodefensas campesinas y las guerrillas móviles comunistas de los años 50, lo
cual sustenta por qué para responder a la pregunta sobre la estrecha relación entre el conflicto armado
colombiano, su medio rural y su papel central como antecedente del actual proceso de paz, partimos de
estos orígenes históricos y optamos por un análisis centrado especialmente en este grupo guerrillero.

3  Al hablar de estructura agraria es necesario remitirse a la estructura colonial basada en la hacienda y la


encomienda, así como a las posteriores adjudicaciones o concesiones a gran escala de baldíos de principios
del siglo diecinueve, que permiten la configuración de una reducida, más poderosa, clase de grandes
propietarios que buscan generar mayor valor a la tierra, sin explotarla, frente a una gente que necesitaba
ocuparla para trabajarla y vivir de ella (Sandoval, 2015).

30
Qué va del Programa agrario a la reforma rural integral

años 1920 a 1930 y desde la perspectiva del desarrollo capitalista de la socie-


dad colombiana se confrontan dos proyectos de sociedad: uno, afianzado en la
valoración de la propiedad de la tierra» (CHCV, 2015: 4), confrontado con otro
que propone un modelo económico nacional apoyado en la industrialización y
en una sólida clase media rural, los cuales se consolidan –en el caso del segundo
proyecto–, mediante las discusiones previas a la expedición de la ley 200 de 1936,
después de la cual se desplegaron un conjunto de disposiciones normativas de
carácter contra reformista.
El latifundio tradicional predominante en esa época puede entenderse como
una forma de concentración de la tierra en pocos propietarios, que conserva
características del sistema económico colonial, tales como la «mano de obra cau-
tiva y pago de obligaciones, rentas y peajes por parte de los trabajadores al dueño
de la tierra» (Varela y Romero, 2007: 30). Esta forma de propiedad permaneció
luego de la colonia y hasta ya entrado el siglo veinte, por el despojo de resguardos
a comunidades indígenas y la adjudicación –insegura jurídicamente– de terrenos
baldíos por parte del estado. Ahora bien, aunque a partir de la década del 30 esta
figura tradicional fue modernizándose debido al tipo de comercialización, a la
relación con el sistema financiero y a los métodos utilizados para la producción,
la hacienda y su correlato en el terrateniente y la explotación sobre los arrenda-
tarios se mantuvieron.
Tal como señala Fajardo en el Informe de la CHCV (2015), las grandes
concesiones de tierras establecidas entre finales del siglo diecinueve e inicios
del veinte, y la expansión de las haciendas sobre los baldíos, fueron causa de
obstáculos para el acceso o la permanencia de los campesinos en la pequeña
y mediana propiedad, y fue esto lo que incentivó u obligó a las comunidades
campesinas a dinamizar procesos de colonización que desembocarían en la
expansión de las fronteras agrarias y se relacionarían con procesos migratorios y
conflictivos permanentes.
Es fundamental precisar que el interés de los hacendados trascendía el asunto
de la propiedad de la tierra y se re-centraba complementariamente en el valor y
el acceso a la mano de obra, ya que lo que finalmente les concedía valor era la
posibilidad de explotarlas. Este asunto fue el que posibilitó que, como señala re-
currentemente Fajardo, se establecieran prácticas y mecanismos laborales que no
solo hicieron del colono un arrendatario, sino que permitieron el establecimiento
allí de formas de explotación laboral ligadas al maltrato físico, al confinamiento y
a obligaciones que trascendían la mera relación laboral o la transacción económica
y que, por ende, eran entendidas por muchos de los campesinos arrendatarios
como practicas serviles o de esclavitud y que algunos teóricos han denominado
«prácticas laborales punitivas».
Así pues, aun cuando se hubiera avanzado en la aceptación de contratos
entre algunos propietarios y campesinos asentados en las tierras de las haciendas

31
Dime qué paz quieres y te diré qué campo cosechas.
Reflexiones sobre lo rural en los diálogos de La Habana.

o en sus bordes, la percepción de ilegitimidad de su dominio era cada vez más


extendida. Al finalizar la década, los cambios en las condiciones políticas harían
desembocar estas tensiones en múltiples procesos de movilización campesina e
indígena en pro de la reivindicación del derecho a la propiedad de la tierra, lo cual
cuestionaba profundamente el sistema latifundista y las formas de explotación
que sustentaba. Todo esto exigía una reforma agraria por parte del estado como
forma de distribución más equitativa de la propiedad rural y el otorgamiento de
derechos laborales a los trabajadores agrarios (Varela y Romero, 2007: 19).
De esta manera, las condiciones externas e internas fueron generando nuevas
tensiones entre el poder tradicional de los hacendados, representado en sectores
influyentes de las dos colectividades políticas, y las fuerzas que buscaban una
reconfiguración de la economía y la política del país. Dentro de estas últimas
actuaban, además de representantes de los dos partidos políticos y núcleos
de campesinos y trabajadores del campo, también –y a consecuencia de una
de las primeras crisis del bipartidismo en el país, a finales del siglo diecinueve
y principios del veinte– nuevas organizaciones políticas, que canalizaron gran
parte de las problemáticas y demandas agrarias. Además de la fundación del
Partido Comunista de Colombia en 1930, surge la Unión Nacional Izquierdista
Revolucionaria (Unir) como un grupo de disidentes del Partido Liberal dirigido
por Jorge Eliécer Gaitán, con una fuerte base social de trabajadores rurales. Por
otra parte, se crea el Partido Agrario Nacional (PAN), que consolida el primer
partido campesino a escala nacional (Cadavid, 2014).
En estas tensiones se inscriben entonces las manifestaciones de violencia
señaladas por Germán Guzmán (Citado en CHCV, 2015: 368) quien observa
que si bien las expresiones más evidentes y sistematizadas del conflicto armado
pueden situarse a partir de 1946, tuvieron múltiples antecedentes desde comienzos
de la década del 30, específicamente «en el entorno del cambio del gobierno del
Partido Conservador a Partido Liberal (…) como expresión de manifestaciones
partidistas y conflictos agrarios» (CHCV, 2015: 368)
Durante este periodo fueron evidentes logros de los movimientos campesinos
e indígenas, logros materializados en importantes reformas, como la ley 200 de
1936, que pretendía la «estabilización de los derechos de los colonos y la
reversión a favor del estado de latifundios inexplotados» (CHCV, 2015: 17).
Reformas que fueron atacadas posteriormente, sobre todo por los renovados
gobiernos conservadores, durante los cuales las acciones violentas se tornarían la
vía común y legitimada en contra de comunistas y liberales, y que se expresarían
en el desalojo violento de arrendatarios y aparceros, por ejemplo.
Años más tarde se desplegó una represión armada anticomunista y antigai-
tanista, que inicia con el asesinato de Jorge Eliécer Gaitán y lleva a la extensión
territorial del conflicto mediante expulsiones, masacres y usurpación de tierras,
todo lo cual llevaría a la crisis política de finales de la década del 40, en la que

32
Qué va del Programa agrario a la reforma rural integral

las expulsiones y los despojos se darían al tiempo con el exterminio político. En


el amplio debate sobre las interpretaciones de la violencia, Catherine LeGrand
y Gonzalo Sánchez han puesto de presente que la Violencia de los cincuenta no
puede entenderse únicamente como una lucha bipartidista, sino que desde una
lectura más global está relacionada con asuntos de clase, económicos y agrarios
(Sánchez,1995).
En este punto el estado confronta entonces la resistencia cada vez más
organizada y masiva de sectores populares. La movilización y los procesos
políticos ligados a ella significaron un reto al establecimiento, poniendo en riesgo
la estabilidad política de las élites nacionales y, especialmente, de las regionales,
constituidas por latifundistas que se vieron particularmente afectados por las
tomas y titulaciones de tierra a colonos y arrendatarios. Esta movilización
popular y campesina consolidó sus propósitos programáticos en dos acuerdos
normativos: la «ley del Llano» y la del sur del Tolima, la primera de las cuales
fundamentaría –más radical– el posterior Programa agrario de los guerrilleros
de Marquetalia.

Acuerdos normativos agrarios

Estos propósitos programáticos tuvieron una importancia fundamental en las


leyes y decretos que el gobierno nacional debió ir expidiendo como respuesta a
las dinámicas organizativas y las presiones que ejercían para la transformación de
la estructura agraria y la tenencia de la tierra.
Las normas y la regulación en torno a los asuntos agrarios en el país es ex-
tensa. No obstante, como disposiciones normativas centrales podemos enunciar
las siguientes:

Ley 200 de 1936: Ley 100 de 1944: Ley 135 de 1961: Ley 1ª de 1968:
Importancia de explotación Contratos de Comité Nacional Agiliza trámites y
económica y de derecho de arrendamiento y de Agrario. Inspirada procedimientos y fija
los trabajadores rurales al aparcería como de en la Alianza Para el nuevos causales de
dominio de las tierras. utilidad pública. Progreso. expropiación.

Ley 4ª de 1973:
Agiliza procesos Ley 5ª de 1973: Ley 30 de 1988:
Ley 6ª de 1975: Ley 35 de 1982:
y establece Fondo Financiero Da lineamientos
Reformó la Ley Amnistía el
renta presuntiva Agropecuario. y otorga recursos
1ª de 1968. INCORA.
agrícola. al INCORA.

Ley 160 de 1994:


Ley 144 de 2011:
Sistema Nacional de Reforma Agraria y Ley 1753 de 2015:
Víctimas y restitución
Desarrollo Rural e incluye el concepto PND 2014 - 2018.
de tierras.
de mercado de tierras.

33
Dime qué paz quieres y te diré qué campo cosechas.
Reflexiones sobre lo rural en los diálogos de La Habana.

Como señalamos, durante la década del 30 se avanzó en el reconocimiento


jurídico de los procesos de movilización campesina y de sus reivindicaciones.
De este modo, disposiciones legales como la ley 200 de 1936 señalan que son
«propiedad privada todas las tierras que hubiesen salido legalmente del estado y
revertirían a éste las que no se explotaran económicamente diez años después
de expedida la ley» (Varela y Romero, 2007: 63). Con lo que se reconocía la
función social de la propiedad, lo cual pudo incidir en la falta de regulación
jurídica respecto a la propiedad rural en el país y en las posibilidades de equilibrar
la distribución inequitativa de la tierra no usufructuada. Sin embargo, en los
efectos y la intención misma de esta ley se encuentran elementos negativos,
debido a que se ha planteado que en aras de disminuir la conflictividad existente
entre movimientos campesinos y grandes propietarios, el gobierno del presidente
Alfonso López Pumarejo (1934-1938; 1942-1944) tuvo negociaciones con, e hizo
concesiones a ambas partes de la confrontación, y más allá de la declaración de
la función social de la propiedad, por medio del artículo 1° de la citada ley: «hizo
igual de fácil el acceso a tierras públicas que ya cultivaban los grandes y pequeños
aspirantes, finalmente favoreció a los primeros ayudando a validar los títulos que
ya poseían» (LeGrand, 1986: 141). Limitando con ello posibles acciones futuras
del campesinado por ellas.
Posteriormente, después de las negociaciones de paz por parte de los cam-
pesinos armados tras la caída del poder de Rojas Pinilla se mantuvo un panorama
de alta conflictividad, debido a que una parte del movimiento agrario fortaleció
sus alianzas con los partidos Comunista y Liberal, y transitó nuevamente hacia
la organización campesina civil, luchando contra la dictadura sin necesidad de
recurrir a las armas, sino, antes bien, por medio de la presión y la movilización
política, guardando distancias y reservas evidentes frente a la acción estatal
(Cadavid, 2014). Otra parte del movimiento agrario decidió continuar con la
lucha armada, y en 1956, en la región de Guayabero, se unen distintas fuerzas
campesinas, fortaleciendo las guerrillas del sur del Tolima, que se constituyeron
en importantes grupos insurgentes todavía presentes en el contexto político y de
conflicto armado del país (Londoño, 2009: 741).
En este contexto, en 1961 el gobierno del presidente liberal Alberto Lleras
Camargo (1958-1962), primero del Frente Nacional, tramita la expedición de la
ley 135, de reforma agraria, que pretendía reformar la estructura social agraria
en contra de la concentración de la tierra, dotar de ella a quienes no la poseían,
fortalecer la explotación económica de distribución ordenada y racional, aumentar
la producción de acuerdo con el desarrollo de la economía, fortalecer las
garantías de pequeños propietarios y aparceros, elevar el nivel de vida campesina
con asistencia técnica y créditos (entre otros), y conservar y mejorar el manejo de
los recursos naturales. Sin embargo, a pesar de que esta disposición legal diseñó
estrategias y herramientas financieras y jurídicas para el acceso a la propiedad

34
Qué va del Programa agrario a la reforma rural integral

de la tierra, implementar la ley tuvo grandes obstáculos, por lo que si bien se


desarrollaron múltiples procesos de titulación y adjudicación de baldíos, esto no
significó necesariamente mejores condiciones de vida para los campesinos del
territorio colombiano (Cadavid, 2014)4.
Es importante hacer mención a la ley 4a de 1973, que materializó el denomi-
nado Pacto de Chicoral, el cual estableció la ganadería extensiva como la forma
más adecuada para explotar la tierra, acabando con la iniciativa normativa
resultado de la movilización campesina en pro de transformar la tenencia de la
tierra mediante la reforma agraria.
Finalmente, después de los procesos de paz con el M-19 y el EPL durante
el gobierno del presidente Virgilio Barco (1986-1990), y de la expedición de la
Constitución de 1991, en el marco de un proceso de apertura económica,
gobierno de César Gaviria (1990-1994), se expidió la ley 160 de 1994, «Por la
cual se crea el sistema nacional de reforma agraria y desarrollo rural campesino»,
considerada por varios analistas como una disposición normativa problemática y
limitada. El Banco Mundial (2004) sostiene que entre los grandes problemas de
esta política de reforma agraria están la falta de continuidad de la política, fallas
en el diseño y en la adaptabilidad legal y la centralización en la implementación
de la misma, todo profundamente vinculado con la desarticulación con el nivel
local, en el ámbito institucional y en el ciudadano. Fajardo ha señalado, a su vez,
que se trata de un intento de «promover una nueva versión de la reforma agraria
en Colombia. En esta oportunidad se ha querido ensayar la redistribución de la
tierra, ya no mediante la intervención del estado, como ocurría con la ley 135
de 1961 sino a través de la modalidad del ‘mercado asistido’» (Fajardo, 2010).
Y el PNUD (2011) dice que el modelo económico actual, en el que se enmarca
esta ley, concentra la propiedad rural y crea condiciones para el surgimiento y la
permanencia de conflictos.
En este punto debe señalarse que aun cuando las problemáticas son
múltiples, es en el artículo 80 de esta ley, y como resultado de la negociación de
la Constitución de 1991 y de la presión que el movimiento agrario ejerció en ella,
que se estableció la figura de «zonas de reserva campesina», como una «figura
de ordenamiento social, productivo y ambiental que tiene por objetivo proteger
la economía campesina y la pequeña propiedad de la ola arrasadora del gran
latifundio y el apetito insaciable de los terratenientes, narcotraficantes y actores
armados sobre la tierra» (Ferro y Tobón, 2012: 86)5.

4  Entre los obstáculos se encuentran: 1) la falta de continuidad de la política del presidente Lleras
Camargo; 2) las fallas de diseño y adaptabilidad de la ley en lo local, a consecuencia de la falta de
articulación entre los niveles nacional y local; y, por ende, 3) la falta de infraestructura y capital humano
para cumplir la norma.

5  La ley 160 de 1994 retoma el decreto 110 de 1920, por el cual se crean colonias agrícolas en algunas regiones.

35
Dime qué paz quieres y te diré qué campo cosechas.
Reflexiones sobre lo rural en los diálogos de La Habana.

Este panorama de disputas por la tierra, luchas agrarias y de acuerdos


normativos resultado de estas, es evidencia fundamental de la relación histórica
entre dos procesos fundamentales: la problemática rural y el conflicto armado, que
se han retroalimentado de manera profunda. En Colombia hay un conflicto rural
no resuelto porque «el proceso de modernización quedó trunco, la estructura de
tenencia de la tierra no se desconcentró, el orden social jerárquico ha sobrevivido
y el acceso a los recursos de poder político no se democratizó» (PNUD, 2011:
55). Se trata de un conflicto complejo debido a que esta cuestión no resuelta de la
tenencia de la tierra está relacionada indisolublemente con la disputa de actores
armados no estatales por el control territorial, y no puede pensarse entonces en
condiciones reales de posibilidad para la paz sin pensar para ello en la solución
del conflicto agrario histórico ya esbozado. No en vano el gobierno nacional
ha sido enfático en afirmar en su actual Plan nacional de desarrollo que «Si
Colombia quiere consolidar la paz en su territorio, debe redoblar su atención al
campo colombiano» (Plan nacional de desarrollo, 2014-2015: 8).

Procesos de paz y negociaciones con el gobierno

El Programa agrario, punto de partida programático de las Farc-EP6

Huyendo de la represión oficial nos radicamos como colonos en la región de Marquetalia


(Tolima), donde el estado nos expropió fincas, ganado, cerdos y aves de corral, extendiendo
esta medida a los miles de compatriotas que no compartían la política bipartidista del
Frente Nacional (PNUD, 2003: 37)7.

En relación con el primer acuerdo en el marco de las negociaciones en La


Habana, sobre el problema agrario, es importante situar a las Farc-EP como
organización político–militar, y lo que desde su fundación constituye uno de los
ejes fundamentales: el Programa agrario.
Después de la llamada época dorada de la movilización social, sindical,
agraria y política de la década del 20 del siglo pasado, nos situamos en los años
cincuenta, cuando tras el asesinato del caudillo liberal Jorge Eliécer Gaitán se
desatan las guerras partidistas entre liberales y conservadores, con las que se
inicia el periodo conocido como la Violencia. Como resistencia a estas guerras y
en la lucha por la tierra, surgen grupos de guerrillas y autodefensa campesina en
los Llanos y Sumapaz, y guerrillas liberales en los Llanos también y en el sur del

6  En este apartado no se pretende hacer un análisis político de las Farc-EP, sino ubicarlas en su contexto
histórico para comprender mejor su relación con el Programa agrario y los acuerdos de La Habana.

7  Mensaje de Manuel Marulanda Vélez, fundador de las Farc-EP, leído por Joaquín Gómez durante la
instalación de las mesas de diálogo en San Vicente del Caguán, 7 de enero de 1999.

36
Qué va del Programa agrario a la reforma rural integral

Tolima, así como el bandolerismo, como «bandas de campesinos armados» que


prolongan la lucha bipartidista8.
En este contexto se encuentra el origen de las Farc-EP, que nacen de la
resistencia de los campesinos marquetalianos, que defendieron las empresas
agrícolas de Marquetalia, Riochiquito, El Pato y Guayabero. Una vez se separan
de los liberales limpios9, se organizan alrededor de la tierra, la cultivan y la defienden
con las armas10. Este grupo, que venía de los movimientos de resistencia campe-
sina, le da al movimiento la ideología inicial que se unifica con la bandera de la
lucha revolucionaria del Programa agrario nacional, proclamado el 20 de julio
de 1964 en la Asamblea general de guerrilleros, y se constituye en el principio
fundacional de las Farc (25 de mayo de 1966), definiendo las reivindicaciones de
sus integrantes, en su mayoría campesinos.
Los principios básicos enunciados en el Programa agrario plantean desde su
posición como organización revolucionaria, una política agraria que cambie de
raíz la estructura social del campo, basada en la entrega de la tierra del latifun-
dio a los campesinos colombianos; la confiscación de las tierras ocupadas por
compañías imperialistas norteamericanas; la entrega de títulos de propiedad; la
liquidación de las formas atrasadas de explotación de la tierra; el respeto a la
propiedad de los campesinos ricos que trabajen personalmente sus tierras y la
preservación de las formas industriales de trabajo en el campo; la protección
de las comunidades indígenas y la devolución de sus tierras, la estabilidad de la
organización autónoma y el respeto a sus cabildos, su vida, su cultura, su lengua
propia y su organización interna.
En su proceso, las Farc pasaron de la defensa de una región, a la resistencia
armada frente a la agresión militar, y de allí a la organización en grupos móviles
con cobertura territorial. En la primera Conferencia (1964), organizan el Bloque
Sur, con proyección a las tres cordilleras. Y en la segunda, en1966, constitutiva
de las Farc-EP, se dan los lineamientos político-militares, «cuando asumen que
su organización aunque continuaba llevando como bandera de su lucha el
Programa agrario, este formaba parte de un objetivo a más largo plazo, dentro
de un proyecto político que buscaba la toma del poder y la transformación de
las estructuras del estado. De ser un grupo que lucha por los intereses de los

8  Un amplio análisis de esta época y del bandolerismo en particular en Gonzalo Sánchez y Donny
Meertens. Bandoleros, gamonales y campesinos. El caso de la violencia en Colombia, de 1994. Y en Gonzalo Sánchez
y Ricardo Peñaranda (comp.). Pasado y presente de la Violencia en Colombia, de 1986 (2a edición, 1991).

9  Llamados así los que se mantuvieron fieles al partido liberal.

10  Estos núcleos agrarios fueron considerados por el político conservador Álvaro Gómez Hurtado
como repúblicas independientes, las cuales fueron bombardeadas durante el gobierno del presidente
Guillermo León Valencia (1962-1966), en la llamada operación Marquetalia (1962). Una amplia explicación
de este proceso se puede encontrar en Alape, 1998; Ferro, Uribe, 2002; y Pizarro, 1996.

37
Dime qué paz quieres y te diré qué campo cosechas.
Reflexiones sobre lo rural en los diálogos de La Habana.

campesinos, pasó a ser un movimiento que lucha por el poder político en todo el
país» (Ferro y Uribe, 2002: 36). En esta segunda conferencia se constituyen como
Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia (Farc), cuando el movimiento
armado de resistencia vive una época de crecimiento y se articula con el Partido
Comunista y las ideas marxistas-leninistas (Ferro y Uribe, 2002). En la séptima
conferencia (1982) se empiezan a llamar Fuerzas Armadas Revolucionarias de
Colombia, Ejército del Pueblo (Farc-EP). Durante la octava conferencia (1993),
ratifican este Programa e insisten en la liquidación del latifundio y la redistribu-
ción de la tierra, definiendo una frontera agrícola que racionalice la colonización
y evite el arrasamiento de las reservas. Al tiempo subrayan que se deben renegociar
los contratos con las compañías multinacionales lesivos para Colombia. Al
definir la visión política de Manuel Marulanda Vélez, Arturo Alape señala cómo
pasa «de guerrero a campesino conductor de hombres en armas» (Alape, 1998: 77).

En la búsqueda de una salida negociada

Durante el proceso de crecimiento y expansión territorial de las Farc-EP se


dan así mismo conversaciones con el gobierno, en la búsqueda de alternativas
encaminadas a la negociación política de la confrontación armada, y se negocian
acuerdos mediante la constitución de la Coordinadora Guerrillera Simón Bolívar
(CGSB) (1987)11. Como veremos a continuación, con diferentes énfasis sucesivos
gobiernos desde el del presidente Belisario Betancur (1982-1986) al de Juan
Manuel Santos, han iniciado procesos de negociación con las guerrillas y, en
particular, con las Farc-EP. Algunos de estos procesos terminaron en la incorpo-
ración de los integrantes de algunos grupos a la vida política: M-19, Movimiento
Indígena Armado Quintín Lame, Corriente de Renovación Socialista del ELN,
PRT, y, en un principio, del EPL.
Después de finalizado el Frente Nacional y las dinámicas políticas que generó
en el territorio nacional, el gobierno del presidente Betancur planteó un proceso
de negociación de amplias dimensiones, que significó un cambio importante en
la dirección del discurso político del país. Según Chernick (1996), se introdujeron
dos elementos: primero, reconoció que la oposición armada era un actor político y
que era necesario abrir un diálogo con él; segundo, planteó que Colombia, como

11  La Coordinadora pretendía rescatar el pensamiento libertario de Simón Bolívar y agrupó los grupos
insurgentes existentes entonces en Colombia: Farc-EP, M-19, Quintín Lame, ELN, Partido Revolucionario
de los Trabajadores (PRT) y EPL. Este proceso se da desde su constitución en 1987 con la participación
de los diferentes comandantes guerrilleros. Los intentos de diálogo con el gobierno se dan en Cravo
Norte, Arauca (1991); Caracas (1991); Tlaxcala, México (1992). La CGSB se desarticula en 1992, por
contradicciones entre los grupos que la integraban. Véanse al respecto, entre otros, Pizarro. La insurgencia
armada: raíces y perspectivas: 106; Sánchez y Peñaranda (comps.). 1986, obra citada; y en Ferro y Uribe,
1992: 127 y 192.

38
Qué va del Programa agrario a la reforma rural integral

otros países en América latina en esta época, requería también de un proceso


de apertura democrática. Debe señalarse que en ese entonces no había modelos
internacionales para resolver un conflicto armado interno por medio de nego-
ciaciones, por lo que el gobierno decidió crear una nueva Comisión de Paz (la
primera fue creada por el presidente Julio César Turbay, 1978-1982), encargada
de propiciar acercamientos con los líderes guerrilleros.

Es desde 1982, durante el gobierno del presidente Belisario Betancur Cuartas, que
se propuso por primera vez en Colombia, adelantar discusiones pluralistas sobre la
reforma política y la paz, así como diálogos con la guerrilla para buscar una solución
negociada al conflicto armado. Aunque estos esfuerzos no dieron los resultados
esperados, sí marcaron la nueva etapa de búsqueda de paz (Ramírez y Restrepo, 1988:
275)12.

Como parte de este proceso se promulgó la ley 35 de 1982, conocida también


como ley de amnistía, que «otorgaba el perdón y olvido, automática e incondi-
cionalmente, para todos los alzados en armas y el cese de todo procedimiento
judicial con la consecuente libertad inmediata para todos los presos políticos»
(Ramírez y Restrepo, 1988: 93) En la medida que se constituye un espacio de
apertura democrática, se firma un acuerdo bilateral de cese al fuego. Para los
diálogos con la Comisión de Paz en Uribe, Meta, las Farc-EP condicionaron
el cese al fuego a la desmilitarización de la zona y a que el gobierno hiciera un
compromiso explícito de adelantar la reforma agraria (Afanador, 1993). En este
contexto, también las Farc-EP fundan un movimiento político amplio, la Unión
Patriótica13.
Es importante destacar la actitud del presidente Betancur Cuartas, al admitir
que la guerra no se debe solo a causas subjetivas, que necesitaban de la acción
armada para la eliminación de los ‘bandoleros’. También había causas objetivas
que debían ser atendidas por medio del Plan Nacional de Rehabilitación (PNR)
en los municipios afectados por la violencia. Aunque tardío y más bien retórico,
pues las estrategias para eliminar a la guerrilla por la vía armada se mantienen aún
en las acciones del estado y en la concepción de las élites, este reconocimiento de

12  Así pues, se llegó a unos acuerdos de cese del fuego, se instalaron mesas de discusión sobre los
grandes problemas del país y se plantearon amplias reformas políticas sobre puntos tales como la situación
agraria, urbana, legislativa, así como sobre los derechos humanos. Sin embargo, en ningún campo no se
llegó a acuerdos definitivos (Chernick, 1996).

13  La Unión Patriótica participó en las elecciones para corporaciones públicas de 1985, obteniendo
entonces trescientos cincuenta concejales; veintitrés diputados; nueve representantes a la Cámara; y seis
senadores. En las elecciones presidenciales de 1986, que ganara Virgilio Barco, obtuvo 350.000 votos. Este
partido fue exterminado entre 1986 y 1998 por una mezcla, o coalición, de sectores de extrema derecha
del país, durante los gobiernos de los presidentes Barco, Gaviria y Samper (1994-1998) (Ferro y Uribe,
2002: 190).

39
Dime qué paz quieres y te diré qué campo cosechas.
Reflexiones sobre lo rural en los diálogos de La Habana.

estatus político, fue adoptado luego por los presidentes Gaviria Trujillo, Samper
Pizano y Andrés Pastrana Arango (PNUD, 2011: 39).
En este acuerdo con el gobierno del presidente Betancur, las Farc mantienen
del Programa agrario: 1) la aplicación de una política de reforma agraria
democrática que le entregue gratuitamente la tierra a los campesinos que no la
poseen, sobre la base de la confiscación de los grandes latifundios improductivos;
2) acciones dirigidas a ampliar los servicios al campesinado para mejorar la
calidad de su vida y la normal producción de alimentos y de materias primas para
la industria. Insisten además en robustecer y facilitar la organización sindical, de
usuarios campesinos y de indígenas, las asociaciones cooperativas y sindicales, en
favor de los trabajadores urbanos y rurales, así como sus organizaciones políticas
(Farc-EP, 1998).
Conviene destacar que con la entrada en vigencia de los acuerdos de la Uribe,
el 28 de marzo 1984, y del Plan Nacional de Rehabilitación (1985), se da un marco
legal que le permite a las Farc-EP14 avanzar en una propuesta de desarrollo
regional en la región del bajo y medio río Caguán, Caquetá, en la perspectiva
de la sustitución de los cultivos de coca15. En este contexto, las Farc se constituyen
en la autoridad que impone el orden, al tiempo que propician la conformación
de organizaciones que contribuyan, dentro del proceso colonizador y el auge
de los cultivos de coca, a ofrecer alternativas viables para el desarrollo de esta
región16. Esta experiencia es considerada por algunos autores como la primera
zona de reserva campesina y un laboratorio de paz. «Cuando se dan las primeras
discusiones entre el gobierno y las comunidades rurales con la finalidad de avanzar
en procesos de ordenamiento territorial y búsqueda de alternativas a la forma en
que se efectuaba la ocupación del territorio, la colonización y la expansión de la
frontera agrícola» (Ortiz et al., 2004, en Ilsa-Incoder-Sinpeagricum, 2012: 17).
El gobierno del presidente Barco (1986-1990) replantea parte de la estrategia
usada por el de Betancur y crea la Consejería para la Reconciliación, Normali-
zación y Rehabilitación de la Presidencia, mediante la cual busca el desarme y la
reincorporación de la guerrilla al ejercicio de la política por las vías legales.
Manteniendo y fortaleciendo el Plan Nacional de Rehabilitación, sobre todo en

14  Cuyo dominio político y militar del territorio coincide con el cambio de estrategia en su modo
de operar, a partir de la séptima Conferencia (1983), hacia la estructuración de un «potente ejército
revolucionario y la creación de un gobierno provisional».

15  Esta región se encuentra ubicada en el municipio de Cartagena del Chairá, Caquetá, y comprende el
bajo y medio río Caguán y Suncillas, hasta su desembocadura en el Caquetá.

16  No obstante, con el rompimiento los acuerdos de la Uribe durante el gobierno de Virgilio Barco, se
acaba la tregua. El presidente Virgilio Barco cambia entonces la política de paz, y así, las intervenciones
sucesivas de las Fuerzas Armadas en la región, el control a los precursores químicos para la producción de
cocaína y la reducción en el precio del alcaloide, interrumpen el proceso iniciado y contribuyen a un nuevo
escalamiento de la guerra, con desplazamientos recurrentes de la población, que se mantienen hasta hoy.

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Qué va del Programa agrario a la reforma rural integral

zonas con presencia guerrillera asociada a colonización campesina, cultivos de


coca o conflictos por la tierra. Cabe anotar que durante este mandato se desmovi-
liza en el M-19, el 9 de marzo de 1990, y el EPL, el 16 de mayo del mismo año, de
acuerdo con el programa denominado «Iniciativa para la paz», de su predecesor.
El presidente César Gaviria Trujillo (1990-1994) continúa en gran medida la
experiencia y las fórmulas que se venían desarrollando durante el gobierno de
Virgilio Barco, y mantiene las comisiones de paz y verificación de los acuerdos
alcanzados. No obstante, aun cuando la Asamblea Nacional Constituyente (1991)
posibilita nuevos diálogos con la guerrilla, en el país se vive una profunda crisis
política, relacionada en parte con la guerra contra las drogas, y se intensifica la
protesta social, especialmente después del asesinato de los candidatos presidenciales
Luis Carlos Galán, Bernardo Jaramillo Osa y Carlos Pizarro17. El bombardeo a Casa
Verde el día que se instalaba la Asamblea Nacional Constituyente18 y la declaración
de ‘guerra integral a la subversión’» son los detonantes de la intensificación del
conflicto los años siguientes.
Durante el gobierno del presidente Ernesto Samper Pizano (1994-1998), se
restaura la concepción política del conflicto armado colombiano (Chernick,
1996) y se desarrollan una serie de negociaciones y conversaciones entre el
gobierno y la guerrilla del Ejército de Liberación Nacional. En este caso se le da
más peso a la sociedad civil como parte de los procesos de paz, lo que sirve de
antesala a los diálogos llevados a cabo durante el mandato de Andrés Pastrana
Arango (2002-2006), para los que se creó una «zona de distención» en donde no
había presencia ni operativos de las fuerzas militares, de 42.000 kilómetros que
cubrían cinco municipios de los departamentos de Caquetá y Meta19. La agenda
de diálogo y negociación de la mesa de conversaciones acordada contenía diez
puntos, y fue llamada «Política de paz para el cambio». En ella se contemplaban
asuntos relacionados con la estructura económica y social, reforma políticas y
del estado, derechos humanos, desarrollo alternativo y sustitución de cultivos y
protección del medio ambiente.
Se planteaba que el análisis de la estructura económica y social debía concentrarse
en la superación de las causas objetivas de la violencia, entendidas como
la pobreza y la distribución inequitativa del ingreso, teniendo como principales
objetivos de la negociación hacer una amplia reforma económica y social que

17  Los asesinatos de estos líderes ocurren durante el gobierno de Virgilio Barco. Gaviria y su gobierno
lograron acuerdos de paz con el Partido Revolucionario de los Trabajadores, el Movimiento Indígena
Armado «Quintín Lame», una fracción del ELN y el EPL.

18  Campamento de las Farc ubicado en la región del río Duda, en el municipio de La Uribe, donde
se ubicó el secretariado después de los ataques a Riochiquito, Guayabero y Marquetalia. Su situación se
conoció durante los diálogos con el gobierno del presidente Belisario Betancur.

19  San Vicente del Caguán, La Macarena, Uribe, Mesetas y Vista Hermosa.

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Dime qué paz quieres y te diré qué campo cosechas.
Reflexiones sobre lo rural en los diálogos de La Habana.

sirviera de base para la construcción de un país más incluyente. En relación con


la reforma agraria, se planteó que Colombia poseía considerables extensiones de
tierra que no estaban siendo utilizadas de manera apropiada y otras pertenecientes
al narcotráfico. Por medio de una reforma integral y con base en la participación
de las comunidades, se buscó la distribución adecuada de la tierra, a fin de lograr,
entre otras, la sustitución de los cultivos ilícitos, proporcionando alternativas
reales a los campesinos, mediante la explotación adecuada de los recursos
naturales y programas productivos rentables para los beneficiarios20.
En el marco de las negociaciones, las Farc optaron por empezar a actuar
como un estado independiente, y expidieron la ley 001, de reforma agraria,
mediante la cual se anuncia la expropiación de los grandes terratenientes para
entregar parcelas a los campesinos más pobres. Presentaron asimismo el proyecto
piloto de sustitución de cultivos ilícitos con formas alternativas de producción en
Cartagena del Chairá, en el Caquetá (marzo de 1999). En esa época, el incremento
de los cultivos de coca, y de su procesamiento y comercialización, constituían
la base de la economía de algunas regiones del país en donde las Farc tienen
presencia histórica. El proyecto de sustitución se basaba en la posibilidad de
«prevenir la siembra y erradicar los cultivos de coca mediante el mejoramiento de
la rentabilidad agropecuaria» (Farc-EP, 2000), y proponía desarrollarse en forma
conjunta entre las Farc-EP y las comunidades. Con esta experiencia, se buscaba
demostrar que los cultivos ilícitos se pueden erradicar cuando hay voluntad de
combatirlos mediante inversiones destinadas a solucionar los problemas sociales
que los han originado y no con planes represivos21.
La ruptura de estos diálogos, el 20 de febrero de 2002, se debió, entre otras
razones, al desgaste en el que estaban por violaciones a algunos de los acuerdos
establecidos para iniciar conversaciones y, en lo inmediato, por el secuestro del
ex congresista Luis Eduardo Gechem, en un avión. Este proceso de conversaciones
se caracterizó por haberse llevado a cabo en medio de una intensa actividad de
diálogo entre las Farc y diversos sectores del país, por su des organización, las
irregularidades en la zona de despeje, la falta de voluntad de las Farc-EP y la
improvisación del estado. Mientras tanto, se incrementaban significativamente la
actividad paramilitar, el desplazamiento de millones de campesinos, los secues-
tros, las extorsiones, los asesinatos y los ataques a la población civil.
El discurso y accionar durante los dos gobiernos del presidente Álvaro Uribe
Vélez (2002-2006; 2006-2010), parte de negar el conflicto armado y afirmar que

20  Es importante destacar que en las sesiones de la mesa de conversaciones que se desarrollaron, para el
análisis de la realidad rural, en las que participaron también organizaciones sociales y gremios, entre otros,
se presentaron numerosas e interesantes propuestas para la solución de problemas estructurales del país,
propuestas que con la interrupción de los diálogos quedaron archivadas y, peor aún, olvidadas.

21  Este proyecto, replica el adelantado en el bajo y medio Caguán en 1985.

42
Qué va del Programa agrario a la reforma rural integral

se trata de una lucha contra el terrorismo y el narcotráfico (el llamado narcoterro-


rismo). En consecuencia, la guerra, en especial contra las Farc, que deberá llevar
a su derrota, se adelanta por medio de la intensificación de la ofensiva armada
contra los grupos guerrilleros, como parte de la denominada política de seguridad
democrática22. De acuerdo con Salgado, el gobierno de Uribe Vélez, al combinar
los criterios de «seguridad democrática, confianza inversionista (sic) y cohesión
social», «condujo a la concentración de la propiedad, el desplazamiento de la
población, la corrupción en el manejo de los recursos públicos, la multiplicidad de
títulos mineros y la continuidad y agudización de los conflictos» (Salgado, 2012: 15).

Diálogos en La Habana, «Hacia un nuevo campo colombiano»

Juan Manuel Santos Calderón llega a la presidencia de la República (2010-2014;


2014-). Con el discurso de continuidad de la política de seguridad democrática de
su antecesor. Dos años después, el 18 de octubre de 2012, inicia formalmente los
diálogos con las Farc-EP, que habían empezado recién posesionado, mediante la
suscripción del «Acuerdo general para la terminación del conflicto y la construcción
de una paz estable y duradera». La agenda está constituida por cinco puntos
centrales: 1) política de desarrollo agrario integral; 2) participación política; 3)
fin del conflicto; 4) solución al problema de las drogas ilícitas; y 5) víctimas
(Presidencia de la República, 2012). Como otra muestra de la distancia con sus
planteamientos iniciales, busca enfrentar problemas de fondo del conflicto agrario,
presenta y promueve la ley de víctimas y restitución de tierras (ley 1448 de 2011),
orientada a la asistencia y reparación a las víctimas del conflicto armado, y esta-
blece la institucionalidad encargada de su implementación, el Sistema Nacional
de Atención y Reparación Integral a las Víctimas (SNARIV), y crea el Centro
Nacional de Memoria Histórica (CNMH).Ese mismo año se presenta un proyecto
de ley sobre el desarrollo rural, que complementa la ley de tierras y presenta un
modelo denominado moderno que busca responder al vacío de una visión integral
del desarrollo rural.
Por su parte, las Farc-EP llegan a la mesa de negociación sin haber logrado la
toma del poder por la vía armada, y con el propósito de acercarse de nuevo a una
negociación política. A diferencia del proceso del Caguán, en el que se sentaron
a la mesa de diálogo como resultado de una discusión táctica y no por una
determinación estratégica, y donde el gobierno y la guerrilla no pudieron ponerse
de acuerdo en el objetivo final, los acuerdos de La Habana, tienen un propósito

22  En 2005 se promulga una ley, la ley de justicia y paz, y con ella se inicia la desmovilización de cerca
de 30.000 integrantes de las Autodefensas Unidas de Colombia (AUC). Con los grupos guerrilleros no se
concreta ningún proceso de negociación.

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Dime qué paz quieres y te diré qué campo cosechas.
Reflexiones sobre lo rural en los diálogos de La Habana.

definido: «la terminación del conflicto», la dejación de armas y la reincorporación


a la vida civil. Lo que no se discutió en el Caguán, pues mientras el gobierno
hablaba de la dejación de las armas para las Farc-EP la paz consistía en lograr la
justicia social (León, 2012).
En relación con el primer punto de la agenda de negociación, la política de
desarrollo agrario integral, las Farc-EP presentaron a la opinión pública y a la
mesa de diálogos su propuesta de política de desarrollo rural y agrario integral con
enfoque territorial, consignada en cien propuestas mínimas, agrupadas en diez
grandes apartados que abarcan la complejidad del mundo agrario colombiano23.
Así presentadas, constituyen una alternativa al modelo capitalista y neoliberal del
gobierno nacional, con una reforma rural agraria integral, socio-ambiental,
democrática y participativa con enfoque territorial, que requiere para su legitimidad
una Asamblea Nacional Constituyente.
El proceso adelantado en la mesa de negociaciones avanza con la aprobación
del primer informe conjunto, Hacia un nuevo campo colombiano: reforma rural
integral (RRI), y expresa como punto de partida, «El inicio de transformaciones
estructurales de la realidad rural y agraria de Colombia con equidad y democracia»
(Gobierno de Colombia y Farc-EP, 2014: 6). La reforma rural integral está dirigida
a las comunidades campesinas, indígenas, negras, afrodescendientes, palenqueras
y raizales, y busca la erradicación de la pobreza, el cierre de la brecha entre el
campo y la ciudad, el disfrute de los derechos de la ciudadanía y la reactivación de
la economía campesina, familiar y comunitaria. Para su aplicación, el documento
prioriza los territorios afectados por el conflicto, la pobreza, la presencia de cultivos
de uso ilícito y otras economías ilegales y la participación activa de las comunidades24.
En el acuerdo sobre el primer punto de la agenda de negociación se llega a
planteamientos comunes más intermedios o moderados, que sin renunciar a los
principios del Programa agrario, tienen una lectura más acorde con la realidad
rural del país y la modernización del campo con un programa de desarrollo con
enfoque territorial. Se evidencia asimismo, un cambio en el discurso, ahora más
pragmático, en cuanto a que los planteamientos se vislumbran como posibles
y están en consonancia con el informe del PNUD, La hora de la Colombia rural
(2011), la ley de restitución de tierras (2011) y el proyecto de ley de reforma rural

23  Las Farc-EP recogen en extenso documento el desarrollo de las cien propuestas mínimas,
las salvedades al primer acuerdo sobre el desarrollo rural integral y el primer informe sobre las
conversaciones con el gobierno con relación a la política de desarrollo agrario integral y la participación
política: «Desarrollo Rural y Agrario para la democratización y la paz con justicia social de Colombia.
100 Propuestas mínimas. Acuerdo parcial Farc-Gobierno y Salvedades». 2013. La Habana, República de
Cuba. http://www.pazfarc-ep.org/index.php/noticias-comunicados-documentos-farc-ep/propuestas-
minimas/desarrollo-agrario-integral

24  El Anexo (infra) presenta los principales planteamientos de las propuestas presentadas por las Farc-
EP hasta el acuerdo de La Habana.

44
Qué va del Programa agrario a la reforma rural integral

del gobierno, en estudio desde 2014. No se habla de cambio de régimen, de


reforma agraria y confiscación de la propiedad latifundista, sino de las transfor-
maciones estructurales que están en los orígenes del conflicto armado. Como
señala Salgado, «No es un discurso de clase tan fuerte, que pretenda imponer
una sola lógica sobre el desarrollo rural». Quien agrega que lo interesante de
esta nueva propuesta «es que no se mandan contra el latifundio (sic) como en
el Programa agrario de los guerrilleros (del 64), que no permitía ningún tipo de
propiedad» (Salgado, 2013).
No obstante, el equipo negociador de las Farc-EP manifiesta que:

En la mesa se enfrentan dos visiones tratando de encontrar puntos de coincidencia.


Por un lado, está el enfoque neoliberal de desarrollo del país, que en cabeza del
gobierno prioriza los intereses de las trasnacionales, y por otro lado el enfoque de
la insurgencia que enarbola las reivindicaciones de las mayorías, que por ejemplo, se
manifiestan por una reforma agraria rural integral, por la justicia social y la democracia
en función de paz con soberanía (Farc-EP, Delegación de paz, 2013: 99).

Por parte del gobierno se aprecia el reconocimiento a los principios funda-


cionales agrarios de las Farc-EP, y el documento ha sido cuidadoso en cuanto a
que las acciones previstas para el pos-acuerdo están enmarcadas dentro de los
límites establecidos por la Constitución y la ley. Al respecto, Juan Camilo Restrepo,
entonces y durante casi todo el primer periodo de gobierno del presidente
Santos ministro de Agricultura y Desarrollo Rural, sostiene que el desarrollo rural
integral al que se llegó en La Habana permite concluir que el gobierno pudo
«plasmar la transformación del sector rural que había comenzado a gestarse con
la aprobación de medidas en beneficio de las víctimas, el reconocimiento de la
existencia del conflicto y la enorme deuda impagada que existe para con los
territorios vulnerables» (Restrepo y Bernal, 2014). Sin embargo, plantea el riesgo
que tiene el Acuerdo para la credibilidad del proceso de paz, si no se implementan
las políticas agrarias clave iniciadas en los primeros tres años del gobierno Santos
para modernizar el sector agrario.
Los planeamientos de la reforma rural integral en la perspectiva del desarrollo
con enfoque territorial y las zonas de reserva campesina incluyen algunos aspectos
que pueden desarrollarse, tales como el trabajo conjunto y articulado entre
la comunidad y sus organizaciones, el estado y la guerrilla; la delimitación de
un territorio; la titulación de baldíos; la posibilidad de avanzar en proyectos
integrales que contemplen asistencia técnica, créditos, un sistema rural apropiado
a las condiciones del suelo y respeto al ecosistema; la apropiación del proyecto
por parte comunidades campesinas organizadas; infraestructura social y física.
Todos estos elementos han sido sugeridos por las organizaciones campesinas
y comunidades étnicas y están contenidos en el acuerdo sobre reforma rural
integral. Cabe anotar aquí que los resultados de la experiencia de sustitución de

45
Dime qué paz quieres y te diré qué campo cosechas.
Reflexiones sobre lo rural en los diálogos de La Habana.

cultivos y desarrollo alternativo en el bajo y medio Caguán pueden aportar luces


al momento actual.
Teniendo en cuenta la premisa de que «nada está acordado hasta que todo
esté acordado», (Gobierno de Colombia y Farc-EP, 2014: 5), es importante dar
una mirada a los pendientes que las Farc-EP han denominado en diferentes in-
tervenciones como «salvedades», por cuanto han sido parte del debate con el
gobierno y deben ser retomados en el Acuerdo final. Entre ellos están el latifundio
y la delimitación de la propiedad; el freno a la extranjerización del territorio; la
extracción minero energética y los conflictos de uso del territorio; la regulación
de la explotación del territorio para la generación de agro- combustibles; la
revisión y renegociación de los tratados de libre comercio; los ajustes al or-
denamiento territorial; la financiación de la política de desarrollo rural y agrario
integral; la cuantificación del fondo de tierras; la creación del consejo nacional de
la tierra y el territorio; y definiciones sobre el derecho real de superficie (Farc-EP,
Delegación de Paz, 2013: 95) Estas salvedades son parte de aspectos complejos,
en los que confluyen intereses externos y de las empresas internacionales así
como el monopolio de la propiedad de la tierra por parte de las élites, y el uso y
tenencia del suelo y el subsuelo, entre otros.
Entre este acuerdo firmado en La Habana y las políticas respectivas del
gobierno nacional hay grandes diferencias, tal como se aprecia en el capítulo III,
la Transformación del campo, del Plan nacional de desarrollo (2015-2018). Aun
cuando se mantiene el proceso de modernización agraria y habla de una política
de tierras, más que de una reforma agraria, entendida como de redistribución,
no es coherente en relación con los baldíos: a pesar de un avance importante
para empezar a resolver problemas ante los grandes vacíos que hay en relación
con el despojo de tierras, restituciones y apropiaciones ilegales, formalización
de derechos, carencia de información y de instrumentos para afectar el uso
ineficiente del suelo, «en todo caso resulta infortunado que el Plan tome partido
por la acumulación de baldíos después de las denuncias contra empresas
nacionales y extranjeras que acumularon baldíos adjudicados en la altillanura
después de 1994, aparentemente violando las normas de la ley 160 de 1994, y
que siguen sin ser resueltas por la justicia» (Machado, 2015)25.
Organizaciones no gubernamentales y sociales concluyeron que el Plan
nacional de desarrollo, además de contradecir el punto del acuerdo sobre reforma
rural integral de La Habana, incluye medidas lesivas para un desarrollo rural
incluyente, en cuanto al hablar del fondo para la democratización de la tierra y el

25  Vacíos que confirma el superintendente de Notariado y Registro, cuando dice que es «absolutamente
necesario un marco normativo que garantice la seguridad jurídica de la tierra, que proteja al campesino,
pero que también permita la creación de agroindustria sostenible a largo plazo». El Tiempo, 5 de abril de
2015. «El reportaje de Yamid».

46
Qué va del Programa agrario a la reforma rural integral

acceso a la propiedad por parte de los campesinos, le da al gobierno autonomía para


reglamentar los baldíos sin pasar por el Congreso26 (elespectador.com, 2015). Tal
como expresan los dirigentes de Dignidad Agropecuaria: «El gobierno quiere un
agro para la globalización. Dignidad Agropecuaria quiere un agro para la soberanía
alimentaria y el progreso nacional. Ahí está la diferencia» (Gutiérrez, 2015: 5).
Desde el Programa agrario a los planteamientos de las Farc-EP en las Cien
propuestas mínimas hay un discurso ampliado y contextualizado con la proble-
mática rural actual, consecuente con las causas que están en la base del conflicto
armado. Este eje programático, vinculante de las Farc-EP como organización
político-militar, se concreta en el acuerdo de La Habana sobre reforma rural
integral, que, como está formulado, puede leerse como una carta de principios
generales mediante los cuales se pretenden solucionar las causas históricas del
conflicto. Siguiendo a Salgado:

Si se desactiva el conflicto se pueden encontrar dos opciones: una, que el proyecto


de restitución y de reforma rural sea la base para una agenda democrática progresiva,
avalada por la sociedad, que permita desmontar todo tipo de acción violenta para
dar curso a un enfoque democrático y de justicia para el campo; dos, que la dinámica
social y política pueda desarrollarse por fuera de políticas y prácticas bélicas, con altos
niveles de autonomía y como proyecto de sociedad. En ambos casos, se rompería la
funcionalización que tradicionalmente han hecho las élites del conflicto armado, y el
discurso mismo del conflicto (Salgado, 2012: 17).

Para Machado, Colombia no se puede modernizar sin resolver el conflicto


rural y los factores que ayudan a mantenerlo, lo cual significa erradicar de raíz
factores estructurales como la concentración de la propiedad rural, la pobreza y
un orden social y político injusto y excluyente (Machado en PNUD, 2011: 12).
La pregunta es si este es el interés del gobierno y cuál va a ser la función que
desempeñarán las Farc-EP, una vez desmovilizadas, en la puesta en marcha de
estos acuerdos.
Nos preguntamos por el papel de las Farc-EP frente a economías ilegales
como los cultivos de uso ilícito, el tráfico de drogas como la cocaína y la
minería27, que constituyen una de sus fuentes de financiación28. Economías que

26  Las organizaciones son Oxfam, Planeta Paz, Codhes, Cinep, Mesa de Incidencia Política de Mujeres
Rurales Colombianas, Comisión Colombiana de Juristas, Dignidad Agropecuaria y la Cumbre Agraria.
Los principales reparos a esta iniciativa, fueron señalados por la ex subdirectora de tierra del Incoder
Jhenifer Mojica.

27  Las bandas de buscadores de oro, coltán y hasta uranio están presentes en doce regiones del país que
incluyen veinte departamentos: Amazonas, Antioquia, Bolívar, Boyacá, Caldas, Caquetá, Cesar, Córdoba,
Cundinamarca, Cauca, Chocó, Guainía, Magdalena, Putumayo, Risaralda, Santander, Norte de Santander,
Valle, Vaupés y Vichada (u.investigativa@eltiempo.com, mayo 2 de 2015).

28  «Del total de municipios donde están presentes los grupos guerrilleros (doscientos ochenta y uno),

47
Dime qué paz quieres y te diré qué campo cosechas.
Reflexiones sobre lo rural en los diálogos de La Habana.

han generado otra guerra, ante la llegada de actores armados antes ausentes allí,
como paramilitares y delincuencia organizada, que disputan el control del
territorio para la compra del alcaloide y la explotación minera. La combinación
de la minería ilegal, el narcotráfico, la extorsión y el lavado de activos es una
bomba de tiempo en términos de seguridad, economía, ambiente y estabilidad
social. Además, como plantea Claudia López, el mapa político se reconfigura, en
la medida en que se da un doble flujo entre agentes legales estatales e ilegales o
de la clase dirigente del país, que utilizaron los grupos armados ilegales para su
beneficio (López, 2010).
La articulación con el narcotráfico y el tipo de economía que de allí se deriva
desvirtúa los principios del Programa agrario y desdibujan a las Farc-EP como
actor político nacional, lo que es un desafío a su propuesta de legitimación como
organización política para avanzar en el desarrollo de la reforma rural integral.
De igual manera, ante el vacío de estado, estos actores armados han impuesto
su normativa que, aun cuando fuera de la ley, es efectiva. En la eventual dejación
de armas por parte de las Farc-EP puede configurarse un escenario donde otras
organizaciones armadas, como las llamadas bandas criminales (Bacrim), asuman
el control de estos territorios29. Y el «gobierno ha manifestado que no tiene la
fórmula para conciliar la explotación minera con el desarrollo rural. Este es un
riesgo severo en un contexto en el cual muchas licencias están en operación y el
férreo control sobre la tierra y los territorios se mantiene por parte de empresarios
y terratenientes» (Salgado, 2012: 17).

Reflexiones finales

Los estudios acerca del conflicto colombiano ofrecen, desde diferentes


enfoques, elementos valiosos de análisis que permiten comprender la relación
entre la problemática rural y el conflicto armado. Desde esta perspectiva, en el
contexto histórico se encuentran unas constantes que, no obstante los gobiernos
y los diferentes procesos de paz iniciados, han contribuido a que el conflicto se
mantenga por más de cincuenta años y que no podemos dejar de señalar:

hay cultivos de coca en ciento sesenta y dos (...). En el caso de la minería ilegal, la situación es similar.
De acuerdo con la Dirección de Carabineros y Seguridad Rural de la Policía Nacional (Dicar), cerca de
doscientos municipios tienen presencia de minería ilegal (…) siendo los departamentos más afectados
Antioquia, Chocó, Cauca y Nariño, todos ellos con presencia de guerrillas y bandas criminales» (Ávila y
Castro, 2015:11).

29  Ávila y Castro, 2015, presentan un documentado estudio al respecto.

48
Qué va del Programa agrario a la reforma rural integral

• El modelo de concentración de la propiedad rural, retroalimentado


históricamente por las élites en el poder, en confrontación con las luchas
agrarias por la tierra y la resistencia campesina.
• Los acuerdos normativos mediante los cuales diferentes gobiernos han
buscado legitimar el derecho a la propiedad e impulsar diversos programas
de desarrollo rural, en los que es evidente la falta de continuidad política,
la desarticulación entre el centro y las regiones, y entre la institucionalidad
y las organizaciones sociales.
• La brecha entre la agricultura empresarial agroexportadora y las
multinacionales y la familiar/campesina.
• La distancia entre el discurso y los planteamientos de los diferentes
acuerdos normativos y las políticas de estado para su ejecución.
• El descuido de las Farc-EP, en su larga lucha armada por el poder, de su
proyecto político, y su alejamiento del campesinado y sus reivindicaciones.
• Su falta de coherencia entre los planteamientos del Programa agrario y
sus vínculos con las economías ilegales.
• La consolidación de la violencia y la represión armada como estrategia
hegemónica de relacionamiento con ejercicio de poder de las élites
políticas sobre los movimientos o procesos organizativos.

El problema agrario en Colombia pasó de ocupar un lugar central y legítimo


en la academia, los gobiernos y la insurgencia, y de constituirse en dinamizador
de una amplia movilización social en las décadas de los 60 y 70, a languidecer e
ilegalizarse en la de los 80, y tornarse, posteriormente, en un problema anacrónico
(Comisión Nacional de Reparación y Reconciliación (CNRR), 2010). De este
modo, la comprensión de la reforma agraria como un proceso de lucha por la
democratización de la sociedad fue sustituida por la criminalización de la lucha
agraria y, por ende, la baja en la intensidad de la misma, «pasando de repente del
ámbito de lo legítimamente demandable al ámbito de lo no negociable» (CNRR,
2010: 15).
Aun cuando durante los dos gobiernos del presidente Santos se observan
algunos avances significativos, por medio de los cuales se volvió a tratar un asunto
históricamente no resuelto en el país, tanto con la ley de víctimas y restitución
de tierras, continúa el contraste entre el discurso, las leyes y su aplicación, como
ponen de manifiesto el Plan nacional de desarrollo (2014-2018) y la incapacidad
del estado para lograr la restitución y formalización de tierras.
La puesta en marcha de los acuerdos de La Habana supone grandes desafíos,
pues conflictos como la lucha por el territorio y la expansión del latifundio, los
niveles de violencia en la lucha por la tierra y la lucha contra las bandas crimi-
nales y el narcotráfico están vigentes. Además, lo puntos acordados en la mesa
de negociación no necesariamente garantizan la transformación estructural de

49
Dime qué paz quieres y te diré qué campo cosechas.
Reflexiones sobre lo rural en los diálogos de La Habana.

las condiciones de exclusión o distribución históricas en el mundo rural colom-


biano. Tras un eventual pos-acuerdo, el gobierno, las élites, las organizaciones
campesinas, los movimientos sociales y las Farc-EP, una vez desmovilizadas,
tienen la responsabilidad y necesidad política de estructurar nuevas condiciones
para la transformación de los asuntos agrarios en el país mediante mecanismos
democráticos.
Alcanzar una paz duradera desde el campo plantea retos a la argumentación
teórica, así como a la puesta en marcha de estrategias de política que faciliten su
ejecución.

50
Anexo: del programa agrario a la reforma rural integral

Programa agrario Diez propuestas mínimas Acuerdo reforma rural integral


• La entrega gratuita de la tierra a los campesinos 1. Reforma rural y agraria integral, socio-ambiental, • Formalización de la propiedad de la tierra, donde
que la trabajan, con base en la confiscación de la democrática y participativa, con enfoque territorial. los beneficiarios de los planes de adjudicación sean
propiedad latifundista. trabajadores con vocación agraria, se prioriza a la
• La confiscación de las tierras ocupadas por mujer y la población desplazada.
compañías imperialistas norteamericanas • Función social de la propiedad, que busca
• La entrega de títulos de propiedad a los colonos, democratizar el acceso a la tierra en beneficio de los
ocupantes, arrendatarios, aparceros, de los terrenos campesinos sin tierra y la desconcentración de la
que exploten. propiedad rural improductiva.
• Liquidación de las formas atrasadas de explotación • Asegurar el acceso integral a la tierra
de la tierra. • Formalización de la propiedad rural.

51
• Anulación de las deudas de campesinos. 2. Erradicación del hambre, la desigualdad y la • Bienestar y buen vivir de la gente del campo,
• Sistema de salud, vivienda, educación, erradicación pobreza de los pobladores rurales. Erradicación de la pobreza.
del analfabetismo, sistema de becas. • Planes sectoriales que logren la reducción radical
de la pobreza.
• Incremento de la agricultura campesina, familiar y
comunitaria.

• Obras de infraestructura, irrigación, electrificación. 3. Construcción de una nueva ruralidad basada en la • Cierre de la brecha urbano-rural
democratización de las relaciones urbano-rurales. • Bienes y servicios sociales que contribuyan a cerrar
la brecha campo-ciudad.

4. Ordenamiento social y ambiental, democrático y • Participación de la ciudadanía en la planificación y


participativo del territorio, del derecho al agua y de ordenamiento del territorio.
los usos de la tierra. • Desarrollo sostenible hacia la preservación del
agua y el medio ambiente y la protección de las áreas
de interés ambiental (ZRF).
Qué va del Programa agrario a la reforma rural integral
5. Garantía de acceso real y efectivo y disfrute del • Formalización de la pequeña y mediana propiedad
derecho a los bienes comunes de la tierra y el rural, que proteja los derechos de los legítimos
territorio, considerando de manera especial el poseedores.
derecho de las mujeres, y una perspectiva pluriétnica • Gratuidad de la formalización de la pequeña
y multicultural. propiedad rural
• Prioridad a la mujer cabeza de familia y población
desplazada
• Creación de un fondo de tierras, una jurisdicción
agraria y mecanismos de acceso a la tierra,
actualización del catastro rural.

• Protección de las comunidades indígenas y la 6. Reconocimiento de los territorios colectivos y las • La RRI está centrada comunidades campesinas,
devolución de sus tierras, la estabilidad de la territorialidades de los pueblos indígenas, de las indígenas, negras, afrodescendientes, palenqueras y
organización autónoma y el respeto a sus cabildos, comunidades afrodescendientes, raizales y raizales.
su vida, su cultura, su lengua propia y su palenqueras. • No se especifica el reconocimiento de los
organización interna. territorios colectivos y las territorialidades.
Dime qué paz quieres y te diré qué campo cosechas.

52
• Creación de la unidad económica en el campo de 7. Reconocimiento y definición de los territorios y • Programas de desarrollo con enfoque territorial
Reflexiones sobre lo rural en los diálogos de La Habana.

acuerdo con la fertilidad y ubicación de los terrenos. las territorialidades campesinas, incluidos los • Reconocimiento de las zonas de reserva campesina
derechos de las comunidades campesinas y la (ZRC), las diferentes formas de asociación, las
dignificación y el reconocimiento político del organizaciones agrarias
campesinado. • Protección y disfrute de los derechos ciudadanos.
• No se especifica el reconocimiento del campesina-
do como actor político.

• Garantía de precios básicos remunerativos para los 8. Compromiso con la soberanía alimentaria • Estímulos a la economía campesina, familiar y
productos agropecuarios. mediante la promoción y el estímulo a las diversas comunitaria.
• Respeto a la propiedad de los campesinos ricos formas de producción de alimentos. • Reconocimiento de diferentes formas de
que trabajen personalmente sus tierras y la producción agrícola, basada en la economía
preservación de las formas industriales de trabajo en campesina y su articulación con la agricultura
el campo. empresarial y la inversión extranjera.
• No se habla de soberanía alimentaria.
• Crédito, asistencia técnica, centros de 9. Estímulo a la investigación y al desarrollo • Impulso a la investigación, asistencia técnica, uso
experimentación aerotécnica. científico y tecnológico, a la protección y promoción de tecnologías, protección de semillas nativas,
del conocimiento ancestral y propio, a las semillas créditos, comercialización.
nativas.

10. Denuncia o revisión de los acuerdos y tratados y


de toda regulación supranacional de comercio,
inversiones o propiedad intelectual, que menoscaben
la soberanía alimentaria y las condiciones de
nutrición y alimentación de la población, propicien
la extranjerización de la tierra y el territorio.

53
Qué va del Programa agrario a la reforma rural integral
¿Es el posacuerdo un escenario para la construcción
de alternativas al desarrollo para Colombia?

Olga Lucía Castillo Ospina*


*Agradezco a Mauricio Herrera por los aportes iniciales a este capítulo.
¿Es el posacuerdo un escenario
para la construcción de alternativas
al desarrollo para Colombia?

Introducción

Este capítulo explora posibles respuestas a la pregunta planteada en el título,


por medio de cuatro secciones. La primera inicia con una breve descripción
de las tres corrientes de los modelos de desarrollo que se pueden identificar al
revisar la bibliografía académica, es decir el desarrollo económico, el alternativo
(o alternativas de desarrollo) y el posdesarrollo (o alternativas al desarrollo), en
la que se centra la pregunta. Además, se argumenta que a pesar de los intereses
genuinos de las propuestas alternativas de desarrollo por poner en su justo lugar a
la dimensión económica, terminaron siendo cooptadas1 por supuestos discursos
de avanzada y políticamente correctos de las organizaciones de desarrollo
internacional que deciden globalmente y que fueron adoptados por los entes
nacionales, sin que en la práctica haya habido cambios en las dinámicas de
expansión capitalista.
En la segunda sección se presenta un análisis crítico que demuestra que,
independientemente del tipo o nombre del modelo de desarrollo (o de desarrollo
rural) promovido e implementado en Colombia, el elemento común que persiste
desde finales del siglo diecinueve es el esfuerzo progresivo y sistemático por
integrar en las comunidades rurales la lógica del crecimiento económico como
el objetivo por alcanzar, desestimando los costos sociales, políticos, culturales y
ambientales de dicha opción para la sociedad colombiana en general.
Como parte de las negociaciones de La Habana entre el gobierno del
presidente Juan Manuel Santos (2010-2014; y 2014-) y las Fuerzas Armadas

1  El diccionario Merriam-Webster define cooptar como «traer a un grupo como parte de otro (un
grupo entendido como una facción, un movimiento o una cultura)» y utiliza como ejemplo la siguiente
frase: «cuando los estudiantes son cooptados por un sistema ellos le sirven a dicho sistema, incluso en
su lucha contra él». El ejemplo no podía ser mejor para nuestros propósitos, dado que ilustra claramente
que la esencia de un proceso de cooptación implica precisamente absorber a un sistema, a un grupo o
a un movimiento como parte de las ideas a las cuales ese mismo sistema, grupo o movimiento se está
resistiendo.

57
Dime qué paz quieres y te diré qué campo cosechas.
Reflexiones sobre lo rural en los diálogos de La Habana.

Revolucionarias de Colombia-Ejército del Pueblo (Farc-EP), en la tercera sección


se identifican los principales planteamientos que los grupos que hacen parte
activa de dichas negociaciones tienen sobre el modelo de desarrollo por el cual
el país debería optar.
El análisis conjunto de los elementos que hacen parte de la dimensión
histórico-estructural que ha tenido y sigue teniendo el modelo desarrollo impe-
rante en Colombia, expuesto en la primera sección, y los elementos identificados
en la segunda, ofrecen algunas respuestas a la pregunta planteada, que se presentan
en la última parte de este capítulo y a manera de cierre.

Varios modelos de desarrollo distintos y un solo objetivo verdadero

Debido a que el seguimiento a los avances y retrocesos que ha habido sobre los
debates, acuerdos y disensos sobre el modelo de desarrollo durante el último
siglo en Colombia lleva a concluir que los diálogos de paz en La Habana son
también, justamente, sobre el modelo de desarrollo, surge la pregunta planteada
en el título de este capítulo. Para explorar respuestas, en las páginas que siguen
se ofrece una breve descripción del devenir de los estudios sobre el desarrollo.
Los estudios del desarrollo presentan una división en tres grandes corrien-
tes conceptuales que son, en la medida en que se han ido conformando: el
desarrollo económico, el desarrollo alternativo (o alternativas de desarrollo)
y el posdesarrollo (o alternativas al desarrollo). Mientras el reduccionismo del
desarrollo económico excluyó las preocupaciones de carácter social, político,
ambiental, cultural y, en fin, todas aquellas cuyo centro no fuera el crecimiento
económico, las propuestas alternativas de desarrollo buscaron subsanar dicho
reduccionismo. Sin embargo, la proliferación de propuestas de alternativas de
desarrollo frente a las pocas mejorías en el bienestar de las poblaciones globales,
aún más de cuarenta años después de su supuesta adopción e implementación
práctica, permite evidenciar, en cambio, el éxito de los procesos de cooptación
de algunos de sus discursos de avanzada y de algunos de sus conceptos, de tal
forma que la estructura problemática sobre la que fundamenta el desarrollo
económico no ha sido cuestionada ni, mucho menos, modificada.
Entre los argumentos en los que nos apoyamos para afirmarlo está que las
propuestas iniciales de desarrollo en general (y de desarrollo rural en particular) tie-
nen un enfoque predominantemente económico, ya que desde la década de 1940
hasta la de 1970, las discusiones sobre los que para entonces eran sus preceptos
y sobre una variedad de estrategias para hacerlos realidad, se centraron casi que
exclusivamente en aspectos macroeconómicos relacionados, por ejemplo, con el
crecimiento de la renta nacional, la producción, el empleo y la inversión (Ayres,
1944; Dobbs, 1947; Kuznets, 1959; Lewis, 1955; Hagen, 1968; Agarwala y Singh,

58
¿Es el posacuerdo un escenario para la construcción
de alternativas al desarrollo para Colombia?

1969, entre otros). Sin embargo, pronto emergieron y fueron cobrando fuerza
una serie de grandes asuntos, directamente relacionados con el bienestar de las
poblaciones, que el enfoque económico pasaba por alto.
Entre los asuntos ignorados por dicho lente econocéntrico, pero que abordaron de
forma temprana otros valiosos estudios, están los flujos de energía indispensables
en las dinámicas de producción promovidas (Cottrell, 1955), la distribución de
la tierra (Firey, 1960), los supuestos de escasez y crecimiento (Barnett y Morse,
1963), los sistemas ecológicos (Culberstone, 1970) y los arreglos institucionales
y sus implicaciones (Powelson, 1972). Otras contribuciones que alcanzaron un
amplio rango de difusión y aceptación, tales como las de Georgescu-Roegen
(1971), Goldsmith, Allen, Allaby, Davoll y Lawrence (1972) y el informe sobre
los límites del crecimiento del Club de Roma (Meadows, Meadows, Rander
y Behrens, 1972), fueron fundamentales a la hora de estimular el debate y la
inclusión del asunto esencial del reconocimiento y la creciente preocupación por
los rápidos cambios en el entorno natural. Este aspecto resultaba crucial, dada
la cantidad ilimitada de recursos que se requieren para que las cantidades y la
velocidad de las dinámicas de producción y consumo asociadas al desarrollo
económico continúen.
Desde entonces, a los aspectos mencionados se han añadido los más variados
temas, volviendo aún más amplia la sombrilla de las alternativas de desarrollo.
Directamente relacionados con el mundo rural, se cuenta entre estos tipos de
desarrollo + un adjetivo, y a manera de ejemplo: desarrollo local (Pecqueur,
1989; European Commission, 2010; The Countryside Agency-UK, 2013),
desarrollo participativo (Chambers, 1994; Maral-Hanak, 2009; World Bank,
1992), desarrollo humano (Max-Neef, Elizalde y Hopenhayn, 1991; UNDP,
1990)2 , desarrollo con perspectiva de género (Golombok y Fivush, 1994;
Rives y Yousefi, 1997; World Bank, 2013), desarrollo sistémico (Boisier, 2003),
y como parte de los más actuales, desarrollo territorial (Miller, 1996; OECD,
1993; Storper, 1997), desarrollo sostenible (IISD, 1992; Van den Bergh y Van
der Straaten, 1994; World Bank, 1997) y desarrollo con responsabilidad social
(German Agency for Technical Cooperation, 2004; David y Güler, 2008; Ángel,
2009; United Nations Industrial Development Organization, 2015; World
Business Council for Sustainable Development, 2015), para nombrar solo
unos pocos y resaltando la participación y promoción constante de las grandes
organizaciones internacionales.
El surgimiento y los planteamientos alrededor de estas acepciones de desa-
rrollo no solo cuestionaron la pretensión de dar cuenta del progreso y del bienestar
humano solamente en términos económicos, sino que demostraron además la

2  Desde 1990, el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD) publica un informe
anual sobre su propuesta de desarrollo humano.

59
Dime qué paz quieres y te diré qué campo cosechas.
Reflexiones sobre lo rural en los diálogos de La Habana.

necesidad de contar con los aportes y las perspectivas de diversas disciplinas.


Pronto algunas de estas propuestas creyeron verse reconocidas, principalmente
en los discursos de las organizaciones internacionales que diseñan las políticas
globales, lo que podría haberse considerado muy satisfactorio. Sin embargo, y

desafortunadamente, los análisis muestran que como parte del proceso de cooptación,
las instituciones que apoyan y promueven el desarrollo convencional, integraron
de manera acomodaticia y parcial algunas de las teorías, discursos y prácticas de
buena parte de las propuestas de desarrollo alternativo, desechando aquellas que les
implicaran cambios estructurales contra sus propios intereses. (…) La inclusión de
alguna novedad en las políticas públicas y en la norma que pudiera ser leída como
un triunfo político de quienes la proponían, se quedó, entonces, en un discurso
políticamente correcto, progresista, pero no se tradujo en prácticas institucionales
efectivas (Castillo, 2014: 68).

Ante esta evidencia, entre otras varias razones, la corriente del postdesarrollo
tomó como uno de sus puntos de partida que el principal problema para que los
planteamientos, las políticas y los discursos sobre las condiciones de bienestar de
las sociedades humanas se pudieran llevar a la práctica no radicaba en los varia-
dos adjetivos que acompañaban las propuestas alternativas de desarrollo, sino,
justamente, en el sustantivo, es decir, en el concepto de «desarrollo», promoviendo,
además de su deconstrucción, el debate acerca de la idea misma de ‘un único
modelo’ a seguir. Entre dichos análisis cabe mencionar a Escobar (1996, 2006,
2012), Rahnema y Bawtree (1997), Rist (1997), Munck y O’Hearn (1999),
Parfitt (2002), Saunders (2005), Burbano (2009), Bueckert (2013) y Acosta, García,
Composto y Al (2014), entre otros.

Estrategias de desarrollo en Colombia

En medio de los cuestionamientos cada vez más consolidados, no solo de un


único modelo de desarrollo, sino también del concepto de desarrollo mismo, a
continuación se exponen algunos argumentos que buscan demostrar que a pesar
de que en la historia de la modernización colombiana usualmente se hace
referencia a diversos modelos de desarrollo que propusieron diversos caminos,
estos han mantenido un único objetivo a lo largo del tiempo, es decir, la inserción
del mundo rural colombiano, de sus comunidades, territorios, riquezas, culturas,
creencias y valores, en la lógica del crecimiento económico, como la meta para
alcanzar.
En el caso colombiano, el periodo entre 1851 y 1886 se conoce como el del
modelo librecambista radical, apoyado por los gobiernos liberales, quienes vieron en
la integración a los mercados internacionales a través de la provisión de materias

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¿Es el posacuerdo un escenario para la construcción
de alternativas al desarrollo para Colombia?

primas, el camino para el desarrollo de la nación. De allí que a partir de 1860


hubiera un proceso de transición de las formas de organización de la producción
en América latina, bajo lo que algunos autores llamaron modernización conservadora
(Chonchol, 1994). De una organización productiva basada en la hacienda, la
plantación, las chacras y las estancias para la explotación de metales preciosos y
la tierra en beneficio de las coronas española y portuguesa, y en los que se funda-
mentó el proceso de segregación social vivido desde la conquista, se pasó a una
organización en función de la demanda de materias primas para el proceso de
industrialización iniciado en Europa (Piñeiro, 2004).
Este proceso de expansión de la civilización industrial fortaleció económica
y políticamente a las oligarquías locales, no solo porque participaron de ella,
sino porque para su propio beneficio garantizaron a los inversores extranjeros el
acceso a nuevas tierras para la extracción de materias primas, el acceso a nuevos
mercados para comercializar sus productos y la creación de un mercado moderno
de trabajo, con suficiente disponibilidad de mano de obra.
Con relación al acceso a los territorios y, por ende, a la explotación de
materias primas, los baldíos se convirtieron en el principal instrumento de
negociación y pago en pro de la dinamización de la economía nacional. Machado
y Vivas (2009) hacen referencia a «la feria de los baldíos», que ante la decadencia
económica tuvo lugar durante el siglo diecinueve, en parte fruto del costo de la
guerra de independencia. A esta se sumó el otorgamiento por parte del estado
de una serie de prebendas a las oligarquías e inversores extranjeros, tales como la
reducción o eliminación de tributos por la tierra y por las explotaciones mineras
(Ocampo, 2008).
Simultáneamente y con respecto a la disponibilidad de mano de obra, el
estado colombiano optó inicialmente por promover políticas de inmigración de
colonias extranjeras hacia Colombia3. Sin embargo, ante su poco éxito, las prácticas
para proveer la mano de obra requerida fueron la reducción o eliminación directa
de los resguardos indígenas4, el impedimento a las comunidades afrocolombianas
para acceder a sus territorios colectivos y las restricciones a los campesinos,
principalmente mediante el abandono o la ausencia institucional, más como un

3  De acuerdo con Machado (2009), el intento por generar colonización de tierras con inmigrantes
extranjeros a través del otorgamiento de baldíos fue una política propuesta desde las primeras décadas del
siglo diecinueve que perduró hasta inicios del siglo veinte, pero no dio los resultados esperados, debido,
entre otras razones, a la inseguridad provocada por las guerras internas en el proceso de creación de
la República, la falta de vías, la decadencia económica, factores climáticos y el aislamiento de regiones
de los centros administrativos. A partir de allí, se promovieron también los procesos de colonización
de nacionales hacia aquellos baldíos, política que a la postre favorecería, por ejemplo, la colonización
antioqueña entre 1860 y 1890.

4  En el siglo diecinueve se oficializó el despojo de las tierras de los indígenas diversas medidas legislativas
que fueron destruyendo los resguardos, convirtiendo a los indígenas en mano de obra para las labores
agrícolas, fuera como asalariados o arrendatarios (Machado, 2009: 57).

61
Dime qué paz quieres y te diré qué campo cosechas.
Reflexiones sobre lo rural en los diálogos de La Habana.

obstáculo a superar que como un apoyo. Una de las consecuencias de estos


hechos fue la destrucción de las formas tradicionales de producción, de tal suerte
que la mano de obra familiar se vio forzada a venderse, todo en pro de un proceso
dinamizador de la economía nacional que implicaba sacrificar dichas prácticas,
entre otros elementos.
En Colombia la consolidación de este proceso dinamizador constó de varios
intentos: tabaco, que se exportó desde 1833; añil, principal producto de exportación
en 1860 y por menos de una década; la quina, que tuvo tres auges, 1849-1852,
1867-1873 y 1877-1882; y el oro en 1878, hasta que el café se convirtió en el
principal producto de exportación (Sastoque, 2011).
Así entonces, a finales del siglo diecinueve e inicios del veinte, entre las élites
colombianas predominó la doctrina del libre cambio, fundamentada en el liberalismo,
que a principios del siglo veinte, y a nivel internacional, pasó de ser una filosofía
individualista a un sistema político y económico que buscaba maximizar el pro-
greso para la mayoría5. Dicho progreso se materializaba en proyectos de obras
públicas, redes de seguridad social y reformas de las instituciones financieras.
Consecuentemente, «Se consolida el papel de suministrador de materia prima
agrícola y de alimentos baratos para la población europea, sin que para ello se
altere el sistema latitudinario sobre el que descansaba el sistema de dominación
política de la oligarquía local» (Piñeiro, 2004: 24).
A cambio de feriar los baldíos y de despojar a las comunidades rurales de sus
territorios, las oligarquías locales recibieron como contraprestación la inversión
de capitales para promover proyectos de construcción de infraestructura tales
como vías férreas, puertos, medios de comunicación, energía eléctrica, inversiones
bancarias, entre otros. En el caso de la quina, por ejemplo, el gobierno otorgó
entre 1860 y 1900 numerosos predios de «tierras baldías», beneficiando princi-
palmente a las empresas y los grandes comerciantes exportadores, cuando en
realidad estas tierras no eran tales, pues ya habían sido ocupadas por colonizaciones
recientes o eran territorios indígenas, siendo estos cazados, exterminados o
esclavizados para garantizar mano de obra (Sastoque, 2011).
Otros elementos del contexto de este periodo son la gran cantidad de dinero
la nación percibe bajo el gobierno de Pedro Nel Ospina (1922-1926), y como
indemnización por la pérdida de lo que hoy es Panamá, el país recibe ingentes
cantidades de dinero, a lo que se suman el boom de las exportaciones de café,
la modificación en la forma de recaudar los impuestos de la nación y el inicio
de las explotaciones y exportaciones de petróleo (Henderson, 2006)6, así como

5  Este cambio del liberalismo como sistema político tuvo también el propósito de mitigar los efectos
del individualismo desenfrenado que se asoció comúnmente con la gran depresión en 1929, como una
de sus consecuencias.

6  A este periodo se lo reconoce como la danza de los millones.

62
¿Es el posacuerdo un escenario para la construcción
de alternativas al desarrollo para Colombia?

el surgimiento de organizaciones sindicales y grupos políticos con influencia


socialista, que pusieron en evidencia el descontento por los años de violencia
que marcaron el paso del siglo diecinueve al veinte. Solo entonces el problema
agrario ya existente saltó a la escena política, al ser considerado por primera vez
como un problema nacional «que merecía la atención del estado en la medida que
constituía un obstáculo al incipiente proceso de industrialización y de ampliación
del mercado interno» (Machado, 2009: 167), lo que llevó posteriormente, en
1936, a la declaración constitucional de la función social de la tierra.
Había entonces un país «con millones de campesinos sin tierra que trabajaban
como peones mal pagados, la mayoría semi-siervos y con obligaciones
extraeconómicas hacia los propietarios, con una clase terrateniente ávida de
acumulación y valorización de las tierras como medio fundamental de riqueza y
poder en una ‘sociedad señorial’» (Machado, 2009: 59). Así que ya desde la década
de 1930, el mundo rural colombiano se caracterizaba por los graves problemas
de concentración de la tierra, la consolidación de una estructura de la propiedad
muy desigual favoreciendo la exclusión rural y, por ende, la proliferación de los
conflictos en torno a la misma, con graves problemas de legalidad y claridad
frente a los títulos de propiedad, todo tras la idea de consolidar la economía
nacional, mediante las exportaciones de materias primas, en el contexto del
modelo económico y político liberal.
Sin embargo, y de nuevo respondiendo a los acontecimientos internacionales,
este panorama derivó en el inicio de un debate sobre el modelo de desarrollo por
seguir, siendo las opciones planteadas continuar con el librecambismo, como
mecanismo principal del modelo liberal, o adoptar un modelo proteccionista
basado en la industrialización nacional con el fin de sustituir algunas de las
importaciones. La entrada a la década de los 40 estuvo marcada, entonces, tanto
por fuertes reivindicaciones sociales, principalmente desde el campo, y también
por la presión de algunos sectores de la clase dirigente y de algunos empresarios
en pro de la industrialización7, en contra de las élites tradicionales, quienes veían
en la estrategia agroexportadora del sistema liberal, el modelo de desarrollo
adecuado para el país.
Aun cuando tanto los grandes propietarios, como las comunidades campe-
sinas e indígenas se organizaron a su manera para reivindicar sus exigencias,
la violencia bipartidista de los años cuarenta se encargaría de frenar y revertir
muchos de los logros obtenidos, principalmente en el acceso a la tierra, mien-
tras que «la respuesta gubernamental a las luchas agrarias fue la colonización, la
parcelación, la represión y la expedición de normas como la ley 200 de 1936»
(Machado, 2009: 184), denominada el régimen de tierras.

7  En este contexto, en 1944 se creó la Asociación Nacional de Industriales (Andi).

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Dime qué paz quieres y te diré qué campo cosechas.
Reflexiones sobre lo rural en los diálogos de La Habana.

El énfasis de esta ley fue la distinción entre los «fundos de propiedad privada»
y las tierras baldías, debido a que las comunidades campesinas invasoras:

(…) reclamaban como baldíos las tierras que ocupaban por la fuerza, mientras que los
propietarios invocaban sus títulos de notaría que los acreditaban como dueños. Sin
embargo, la solución salomónica del maestro Echandía consistió en exigir la posesión
y explotación material para demostrar el dominio, limitando de esta manera el alcance
del título notarial [lo que en buena medida invalidó los procesos] de los propietarios
para demostrar, de transferencia en transferencia, hasta la eternidad, desde cuándo
había salido del patrimonio del estado, para dejar de ser baldía la tierra en disputa. Fue
así como se superó el primer conflicto agrario del siglo XX, no sin las protestas de los
propietarios y la oposición contra el gobierno (Nullvalue, 2001)8.

El contexto que generó la segunda guerra mundial acentuó un periodo de crisis


en la economía nacional, representado en la escasez de alimentos y de mano de
obra y en restricciones a las importaciones. En este contexto, los movimientos
sociales rurales, además de la represión violenta, sufrieron la promulgación de
la ley 100 de 1944 por parte de los terratenientes, empresarios y sus aliados, ley
que resultaba en siendo una contrarreforma agraria a la ley 200 de 1936. La ley
100 denominó a los contratos de aparcería y similares como de «conveniencia
pública» lo que retiró cualquier tipo de garantía sobre la propiedad de la tierra y
su usufructo a colonos y campesinos, lo que en vez de revertir las condiciones de
desigualdad e injusticia sobre su acceso y uso, legitimó su expulsión, profundi-
zando la desigualdad y, en general, las condiciones de pobreza de los habitantes
rurales (Fajardo, 2014).
Una vez finalizada la segunda guerra mundial, el presidente de los Estados
Unidos, Harry Truman (1945-1949; 1949-1953), expresó lo siguiente en su
discurso de posesión del 20 de enero de 1949:

Tenemos que lanzarnos a un audaz programa nuevo para poner a disposición del
mejoramiento y desarrollo de las regiones atrasadas los beneficios de nuestros adelantos
científicos y de nuestro progreso industrial. Más de la mitad de las personas del mundo
viven en condiciones que se acercan a la miseria; sus alimentos son insuficientes, son
víctimas de enfermedades, su vida económica es primitiva y está estancada, su pobreza
es una desventaja y una amenaza tanto para ellos como para las regiones más prósperas.
Por primera vez en la historia, la humanidad posee el conocimiento y la capacidad para
aliviar los sufrimientos de estos pueblos (…). Lo que tenemos en mente es un programa de
desarrollo basado en los conceptos del trato justo y democrático (…). Producir más es
la clave para la paz y la prosperidad. Y la clave para producir más es la utilización mayor y más
vigorosa del conocimiento técnico y científico moderno (Truman, 1949: 5. Cursivas nuestras).

8  Darío Echandía estaba entonces en calidad presidente de Colombia designado, entre el 16 de


noviembre de 1943 y el 16 de mayo de 1944, en remplazo de Alfonso López Pumarejo, quien viajó a los
Estados Unidos por enfermedad de su esposa María Michelsen.

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¿Es el posacuerdo un escenario para la construcción
de alternativas al desarrollo para Colombia?

Estas afirmaciones estaban decididamente apoyadas en la definición que


el Banco Mundial hiciera en 1948, cuando definió como «pobres a aquellos
países con ingreso per cápita inferior a 100 dólares, así que casi por decreto,
dos tercios de la población mundial fueron transformados en sujetos pobres.
Y si el problema era de ingreso insuficiente, la solución era, evidentemente, el
crecimiento económico» (Escobar, 1996: 55)9.
El soporte institucional necesario para implementar en la práctica este discurso
también ya había sido creado: mientras el Banco Mundial, el Fondo Monetario
Internacional (FMI) y la Organización Mundial del Comercio (OMC) se crearon
en 1944, la Organización de las Naciones Unidas (ONU) nació en 1945. Estas
fueron organizaciones que diseñaron y llevaron a cabo una serie de «misiones»
que, dirigidas a Colombia, propugnaban por asesorar a los gobiernos de turno
en su búsqueda del desarrollo, incluyendo, por supuesto, los asuntos agrícolas10.
La misión Currie, del entonces llamado Banco Internacional de Reconstrucción
y Fomento (BIRF-1949), fue la primera y manifestó:

Los esfuerzos pequeños y esporádicos solo pueden causar un pequeño efecto en el


marco general. Solo mediante un ataque generalizado a través de toda la economía sobre
la educación, la salud, la vivienda, la alimentación y la productividad puede romperse
decisivamente el círculo vicioso de la pobreza, la ignorancia, la enfermedad y la baja
productividad. Pero una vez que se haga el rompimiento, el proceso del desarrollo económico
puede volverse autosostenido (BIRF, 1950: xv, traducido por Escobar, 1996. Cursivas nuestras).

Y en efecto, por ejemplo:

También incursionaron desde los cincuenta las fundaciones Kellogg, Rockefeller y


Ford con la asistencia técnica, traducida en el diseño, montaje y puesta en operación
del sistema de investigación y de transferencia de tecnología en el sector agropecuario,
organizados alrededor del Instituto Colombiano Agropecuario (ICA) en 1962
(Machado, Salgado y Vásquez, 2004: 17).

Por su parte, también la misión del Instituto Kellogg para Estudios Interna-
cionales (1949) y la Rockefeller (1950), con la participación de otras misiones,
abordaron otros aspectos:

9  Aquellos que quedaron categorizados como «países pobres» fueron llamados, desde entonces, los
países del tercer mundo, comparados con los del primer mundo, es decir, los países desarrollados de
occidente, mientras que el segundo mundo hacía referencia a los países comunistas.

10  Conviene resaltar algunas expresiones de sus discursos institucionales, tales como «misión» y «salvación»
que como la más reciente del «eje del mal» tiene un profundo significado ideológico: «Resultan notables el
sentimiento mesiánico y el fervor cuasi religioso expresados en la noción de salvación. En esta representación
la ‘salvación’ exige la convicción de que solo existe una vía correcta, es decir el desarrollo» (Escobar, 1996: 59).

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Dime qué paz quieres y te diré qué campo cosechas.
Reflexiones sobre lo rural en los diálogos de La Habana.

La educación en su conjunto se puso en situación de dependencia, no solamente con


respecto a las orientaciones políticas sino también con respecto a su financiamiento.
Entre 1960 y 1967, por ejemplo, el país recibió 48.050 millones de dólares para el
fomento de la educación. Entre las principales fuentes de financieras figuraban, por
orden de importancia, el Banco Interamericano de Desarrollo (BID), la Agencia para
el Desarrollo Internacional (USAID), las Fundaciones Ford, Kellogg y Rockefeller, el
Fondo Especial de las Naciones Unidas y la Unesco (Helg, 1989: 138).

Es así que la misión Michigan de la Unesco (1960) tuvo como objetivo «Prestar
ayuda para la reestructuración técnico administrativa y el mejor funcionamiento
de la Escuela Normal Asociada y de las varias especialidades del Instituto Piloto
para la Educación Rural» (Utreras, 1960: 8). La Misión Lilienthal (1954), por su
parte, logró sus objetivos en la medida en que gracias a sus recomendaciones
se creó la Corporación del Valle del Cauca (CVC), favoreciendo marcadamente
a los terratenientes de la región. La Misión FAO (1960) elaboró a su vez un
informe sobre El estado mundial de la agricultura y la alimentación (1960), e influyó
de forma importante en su propósito de modernizar las formas de producción
y comercialización de ciertos sectores de la Colombia de entonces. La misión
Nebraska, apoyada por USAID (1966), trajo investigadores universitarios y
expertos en la agricultura para brindar asistencia técnica.
Es importante precisar que la iglesia católica también tomó parte en estos
procesos de reeducación y modernización del campesinado colombiano: durante
la década de los 40, por ejemplo, dio paso a una fuerte ofensiva frente al avance
de estado laico promovido ampliamente por los gobiernos liberales de la década
anterior. Basada en la doctrina social, propuso una alternativa a la sociedad
moderna fundamentada en organizaciones educativas, sociales y culturales con
principios católicos. Así, en 1944 creó la Coordinación Nacional de Acción
Católica, en 1945 la Federación Nacional Agraria (Fanal), en 1946 la Unidad de
Trabajadores de Colombia (UTC), promovida por sacerdotes jesuitas, al igual
que la iniciativa denominada Acción Cultural Popular (Acpo) y su principal
mecanismo de difusión, la emisora Radio Sutatenza (1947). Posteriormente, y
junto con la Misión del padre Lebret (1955), estas organizaciones consiguieron
grandes logros en términos de la reeducación de las comunidades campesinas y
transformaciones de sus sistemas de producción y modos de vida.
En medio de la propuesta desarrollista y modernizadora que emprendería el
país, orientada por los Estados Unidos y varios grupos nacionales, los aconteci-
mientos en el contexto nacional son aún más significativos: el asesinato de líder
liberal Jorge Eliécer Gaitán el 9 de abril de 1948 constituyó la gota que rebosó la
copa de aquellos que luchaban por cambios estructurales en la sociedad colombiana.
De acuerdo con el Programa Agrario de la guerrilla, proclamado el 20 de julio

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¿Es el posacuerdo un escenario para la construcción
de alternativas al desarrollo para Colombia?

de 196411, el asesinato de Gaitán es considerado como la primera de una serie de


cuatro guerras a las que han sido sometidos los campesinos revolucionarios del
sur del Tolima, Huila, Cauca y Valle, siendo las otras el ataque a Villarrica en 1954,
la primera acción al estado de Marquetalia en 1962 y la operación Marquetalia
en 1964, proceso mediante el cual pasaron de ser inicialmente ser una guerrilla
liberal a un movimiento agrario y, finalmente, una guerrilla comunista.
En términos macroeconómicos y siguiendo el ejemplo latinoamericano, la
dirigencia colombiana adoptó, especialmente durante los años 50 y 60, el camino
de la economía hacia adentro (es decir, el modelo de desarrollo proteccionista
de sustitución de importaciones) mediante el fortalecimiento de una industria
incipiente y la utilización de nuevos procesos de manufactura, buscando además
suplir con lo producido, la oferta de algunos productos importados. Entre las
ventajas de este modelo estaban una mayor integración del mercado nacional,
antes desarticulado, y la posibilidad creciente de empleo en las ciudades, lo que
significó un estímulo importante que el subsecuente proceso de urbanización le
imprimió a otras actividades tales como el comercio y los servicios financieros, y
a un estado con mayores instrumentos de acción, tanto para regular la economía
en materia fiscal, monetaria y cambiaria, como para atender la función de pro-
veedor de servicios básicos.
No obstante, el objetivo final del modelo proteccionista, en vez de priorizar
como objetivo inmediato el bienestar de la mayoría, continuó respondiendo a la
visión de articular la economía del país en torno a un perfil primario exportador,
con miras a elevar el crecimiento económico, y entonces sí, buscar el bien
común. En esta ocasión, la estrategia de redistribución de la riqueza fue el trickle
down o derramamiento, que suponía que al facilitar las ganancias a las clases altas
de la sociedad, estas eventualmente llegarían a capas más amplias, en la medida
en que si se invierte, compra y demanda productos nacionales, se generan
empleos, permitiendo a los trabajadores, a su vez acceder, gracias a sus salarios,
a múltiples beneficios12.
Aunque la literatura al respecto no ofrece un consenso sobre si fue el
modelo agroexportador o sí fue el proteccionista, el que primordialmente
orientó la economía colombiana durante este periodo, lo que sí resulta claro es
que ambas alternativas incidieron de manera negativa sobre los movimientos
sociales –especialmente en los rurales, si se comparan con los sindicatos

11  Para un análisis sobre el mismo véase el capítulo «Qué va de la reforma agraria a la reforma rural
integral», de esta misma publicación.

12  Durante este periodo, es de anotar el fortalecimiento de algunas industrias ya existentes, tales como
Bavaria (creada en 1889), Coltejer (1914), Industrias Noel (1916), Fabricato (1920), Comestibles La Rosa
(1922), Avianca (1939), y las instalación de nuevas plantas de Cartón de Colombia (1944), Goodyear
(1944), Eternit (1945), Celanese (1955), Productos Ramo (1950), Propal (1957) y Johnson y Johnson
(1962), entre otras.

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Dime qué paz quieres y te diré qué campo cosechas.
Reflexiones sobre lo rural en los diálogos de La Habana.

urbanos– y sus avances organizativos en torno a su defensa por el acceso y pro-


piedad de la tierra.
El siempre presente propósito de la expansión del capital a través de la
violencia y el despojo de los pobladores rurales, en su insistencia permanente
por lograr la modernización y la industrialización con miras a la consolidación
del modelo agroexportador, continuaron por medio de la represión contra el
movimiento social agrario endurecida durante los gobiernos de Mariano Ospina
Pérez (1946-1950), Laureano Gómez (1950-1953),
Gustavo Rojas Pinilla (1953-1957), y se consolida durante el de Guillermo
León Valencia (1962-1966) las acciones militares que tendrían su punto de
máxima tensión en los bombardeos a Marquetalia, uno de los hechos que a la
postre llevaron al nacimiento de las Farc.

Las elites colombianas, fuertemente opuestas a una reforma agraria efectiva, dieron
como únicas alternativas a los campesinos sin tierras los contratos de aparcería o las
colonizaciones en regiones marginales, siguiendo una política que se plasmó en el
«Pacto de Chicoral» de enero de 1972. Este pacto fue acordado entre los gremios, los
partidos políticos y el gobierno (Fajardo, 2002: 12).

Todo lo cual significó la unión de fuerzas para el establecimiento de una


institucionalidad rural guiada siempre por las lógicas de la mayor productividad,
eficiencia e integración a los mercados nacionales e internacionales, manteniendo
la estrategia agroexportadora como la vía del progreso rural.

A mediados de los setenta, ante las dificultades políticas de la época (Acuerdo de


Chicoral) para ejecutar los programas de reforma agraria y con base en el relativo éxito
observado en las experiencias piloto de proyectos [de Desarrollo Rural Integrado] DRI
realizados por el ICA en Cáqueza (Cundinamarca) y Rionegro (Antioquia), el gobierno
decidió incorporar la estrategia DRI como parte sustancial del plan de desarrollo Para
cerrar la brecha. El plan, que hacía énfasis en la existencia de dos Colombias (una,
próspera y rica, y otra, postergada y pobre), estableció como prioridades el Plan de
Alimentación y Nutrición (PAN) y el Desarrollo Rural Integrado (DRI). Mientras
el PAN debía resolver las necesidades nutricionales de las poblaciones pobres más
vulnerables, especialmente niños y madres lactantes en las ciudades y regiones con
mayores niveles de desnutrición, el DRI constituía la estrategia productiva para
modernizar y hacer más eficiente la producción de alimentos en las zonas de economía
campesina, especialmente de minifundio andino (Vargas del Valle, 1999: 3).

Esta coyuntura nacional se vio inmersa en el nacimiento de la nueva ortodoxia


económica internacional, la que –ya no bajo los principios del liberalismo, sino
del neoliberalismo– estableció un nuevo orden mundial13. En términos generales,

13  Algunos otros hechos del contexto internacional fueron la crisis del petróleo, la derrota de Estados

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¿Es el posacuerdo un escenario para la construcción
de alternativas al desarrollo para Colombia?

los preceptos neoliberales, conocidos como el consenso de Washington, estaban


conformados por un conjunto de políticas económicas contra el déficit del
balance público, es decir, más gastos que ingresos, primordialmente reduciendo
el gasto social que no obtenía un retorno económico inmediato, y mediante
la privatización de las empresas públicas, la liberalización del comercio y de los
mercados de capitales internacionales, la eliminación de los obstáculos para
la entrada de la inversión directa extranjera, la devaluación de las monedas
nacionales y la desregulación del sistema bancario y de los mercados laborales
internos, entre las más importantes. Adicionalmente, el neoliberalismo consiguió
la reducción el papel del estado en su labor de decidir sobre los recursos
disponibles, para cedérselo al sector empresarial privado, al que se le considera
más eficiente; en consecuencia, en vez de obstaculizar al mercado (es decir,
al sector empresarial privado) el estado debe facilitarle su labor, por ejemplo,
transfiriendo los recursos del área pública a la privada.
En la práctica, estos preceptos tuvieron efectos profundos tanto económicos,
como sociales y políticos. Entre ellos están la reducción del gasto público en
materia social (por ejemplo, en los sectores de salud y educación, comunicacio-
nes, entre otras) dado que su retorno económico (es decir, las ganancias prontas,
según la inversión) no se consideraba aceptable. De allí que la estrategia a seguir
fuera la privatización de estos sectores para ser manejados como empresas privadas
cuyo fin es la maximización de las ganancias.
Otro efecto, evidente para la ruralidad colombiana fue el ajuste del gasto
público, mediante la fusión o eliminación de las instituciones que apoyaban el
sector rural y la creación de nuevas, acordes con los preceptos del neoliberalismo14.
Se entiende, entonces, cómo:

Para sustentar el nuevo enfoque de desarrollo rural integrado, DRI, se enfatizaba,


entonces, la tesis de que la tierra es tan solo uno de los factores productivos de las economías
campesinas y que, para convertir a estas últimas en eficientes empresas agropecuarias, era necesario,
más que estimular el acceso a la tierra, dotarlas de una buena capacidad empresarial, lo cual se
lograría a través de asistencia técnica y capacitación acompañada de mejores servicios
básicos sociales y de la infraestructura adecuada (Vargas del Valle, 1999: 3. Cursivas
nuestras).

Consecuentemente, bajo las diferentes fases del programa DRI, la estructura


de la tenencia de la tierra en Colombia tampoco cambió, y así a mediados de los
años 1980 esta tenía altos índices de concentración, una fuerte fragmentación del

Unidos en la guerra de Vietnam y el fin de la guerra fría, así como la crisis de la deuda externa

14  Entre las instituciones creadas están el Programa de desarrollo integral campesino (PDIC, en 1988),
el Fondo Financiero Agrario (Finagro, 1990) y el Banco Agrario (1999) que remplazó a la conocida como
Caja Agraria: Caja de Crédito Agrario, Industrial y Minero.

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Dime qué paz quieres y te diré qué campo cosechas.
Reflexiones sobre lo rural en los diálogos de La Habana.

minifundio, mientras la mediana propiedad había iniciado un leve ascenso con el


desarrollo de la agricultura comercial, ofreciendo un terreno más que propicio
para la entrada en escena de los cultivos ilícitos y el narcotráfico:

Ni el narcotráfico ni los cultivos ilícitos son un evento exógeno. Son producto de un


estilo de desarrollo que construyó las condiciones sociales y económicas de las ventajas
competitivas para la agroindustria de la droga. Esta expresa el viejo rasgo colombiano de
buscar la inserción internacional vía comercialización de productos primarios (Uribe López en
PNUD, 2011: 239. Cursivas nuestras).

El modelo neoliberal profundizó entonces, aún más, los efectos negativos de


las viejas prácticas nacionales de apostarle al crecimiento económico mediante la
estrategia agroexportadora, para la consecución de mejor niveles de desarrollo y
modernización.
En medio de esta coyuntura económica, el conflicto armado, de la mano de
paramilitares y narcotraficantes, inició entre las décadas de 1980 y 1990, un nuevo
proceso de contrarreforma agraria basado en la compra de tierras, en el mejor de
los casos, o en la apropiación violenta de ellas en beneficio de grupos privados
nacionales o extranjeros, apropiación que consolidaría la gran desigualdad en la
estructura agraria, particularmente mediante la concentración de la propiedad
de la tierra, persistiendo el conflicto rural, que pasó de la lucha por la tierra para
trabajarla a la disputa por el territorio.
Otro elemento que no se puede obviar es que junto con el largo periodo
denominado la Violencia (1946-1958) el paramilitarismo y el narcotráfico sig-
nificaron el recrudecimiento del conflicto armado, especialmente en términos
del despojo de tierras, y del enorme desplazamiento forzado de personas y de
los miles de víctimas mortales, en su gran mayoría civiles desarmados15. «No hay
desplazados porque hay guerra, sino que hay guerra para que haya desplazados»
es una frase que resume bien lo que:

parece ser el mecanismo de adecuación a las necesidades de producción y acumulación


que el capitalismo día a día nos impone y la estrategia de dominación de los diversos
sectores que disputan el poder. Lejos de obedecer a un modelo de desarrollo pensado
en función de los intereses de la nación colombiana, los movimientos migratorios, la
mayoría de ellos involuntarios y violentos, obedecen a las necesidades e intereses de
quienes han supuesto que pueden hacer un manejo indiscriminado del territorio, el
poder político y los intereses de capitales nacionales (Anónimo, s. f.: 2).

En las últimas tres décadas, el modelo neoliberal solo se ha consolidado aún


más, debido a los efectos negativos que para los campesinos tiene la invasión de

15  Véase un análisis detallado de este asunto en el capítulo «Desde las víctimas y los territorios rurales:
conflicto armado y diálogos de La Habana», de esta misma publicación.

70
¿Es el posacuerdo un escenario para la construcción
de alternativas al desarrollo para Colombia?

2000 2015
MODELO NEOLIBERAL

Escalada conflicto por Perspectiva de la Nueva Ruralidad


narcotráfico y paramilitarismo
1920 1930 1940 1950 1960 1970 1980 1990

Desarrollo Rural Territorial (FAO)


Plan Nacional de Rehabilitación
(PNR – Inicia en 1984)
Irrupción Consenso de Washington

Desarrollo Rural Integrado (DRI – Inicia en 1976)

ESTRATEGIA AGROEXPORTADORA (CRECIMIENTO ECONÓMICO)


Bombardeos Marquetalia Pacto del Chicoral
Implementación
estrategia proteccionista

Misiones extranjeras (Currie,Ford,


Rockefeller, etc. 1949- 1970) Posesión Harry Truman (1949) El Bogotazo (1948)

Ley 100 (1944) La Violencia (1946-1958)


II Guerra Mundial

Ley 200 (1936)


MODELO LIBERAL

1910
1900

Se pierde a Panamá en 1903


1880 1890

Feria de baldíos
1850 1860 1870

Auge tabaco, añil, quina, oro (entre 1833 y 1880)

Modernización conservadora

Librecambio radical

71
Dime qué paz quieres y te diré qué campo cosechas.
Reflexiones sobre lo rural en los diálogos de La Habana.

los mercados nacionales y locales con productos importados a menores precios


frente a la inserción al mercado global de la producción agropecuaria nacional
de quienes cuentan con el capital y la infraestructura suficiente para hacerlo; por
ejemplo, por medio de la expansión de cultivos como la palma de aceite, con
todas las implicaciones que la consolidación de este cultivo tuvo como parte del
conflicto armado colombiano.
El neoliberalismo se ha fortalecido también mediante por medio de lo
que se conoce como una de sus etapas más avanzadas, es decir, el extractivismo,
caracterizado por el despojo violento que se ha visto obligadas a enfrentar las
comunidades rurales de campesinos, afro descendientes e indígenas, por parte
de empresas transnacionales que van tras la tierra cultivable, los minerales, la
energía, el gas, el agua, y, en fin, todo aquello que sea susceptible de convertirse
en mercancía, todo esto con el estímulo y apoyo del estado.
Se consiguió consolidar entonces la apuesta por la expulsión de los campesinos
y de los otros pobladores del campo, que se iniciara en la década de los 30. Se
establecieron así mismo las condiciones para permitir la entrada a la inversión
directa extranjera y, en general, de capitales financieros, manteniendo la acumu-
lación primitiva de capital, mediante los proyectos extractivos. Es decir, detrás de
los procesos de globalización económica se configuró un nuevo orden político
global que moldeó la política interna del país, basada en el dogmatismo económico
neoliberal, donde lo económico prima sobre todo.
Ahora bien, si todos estos hechos muestran cómo durante el siglo veinte, y
en especial desde los años 30, en Colombia el objetivo central del modelo liberal,
del neoliberal y de las estrategias mediante las cuales fueron implementados, ha
sido el crecimiento económico, con las consecuencias ya descritas, a continua-
ción identificaremos si el contexto del posacuerdo con las Farc ofrece elementos
que permitan vislumbrar un posible cambio de modelo de desarrollo.

Las propuestas de «desarrollo» desde los diversos grupos


para el posacuerdo

Los grupos que participan en las negociaciones de paz de La Habana tienen sus
propias demandas y posiciones en torno al denominado desarrollo.
Una clara expresión de ello es lo que se entiende por tal desde la perspectiva
gubernamental en el Plan nacional de desarrollo, 2014-2018, «Todos por un nuevo
país», aprobado por el Congreso de la República el 6 de mayo de 2015 durante
el segundo gobierno del presidente Santos, iniciado en agosto de 2014. Mientras
que sus tres pilares, paz, educación y equidad se quedan a manera de eslogan,

72
¿Es el posacuerdo un escenario para la construcción
de alternativas al desarrollo para Colombia?

dos de «las estrategias regionales y transversales»16 para implementar los doscientos


seis artículos que lo componen, ya se centran, sin eufemismos, en el manido y
excluyente enfoque del crecimiento económico para que mediante «la competitividad
e infraestructuras estratégicas» y «el crecimiento verde», estemos en capacidad
de integrarnos a los mercados globales. No solo el primer objetivo de la
estrategia de competitividad es el «desarrollo minero-energético para la equidad
regional», sino que del total del plan de inversiones para dicha estrategia, es decir,
$189.047.971 (pesos de 2014) el componente minero energético se lleva 41,5%,
es decir, $78.503.614. Si a este porcentaje le añadimos el de «infraestructura y
servicios de logística» y el «desarrollo productivo», a los que les corresponden
33,2% y 4,4%, respectivamente, el porcentaje que alcanzan es de un mayoritario
79,1% (Gobierno Nacional de Colombia, 2015: 2).
Cuando además de los montos de inversión se revisan los planteamientos
correspondientes, encontramos que:

Continuando con el ambicioso programa de infraestructura de transporte cuarta


generación (4g), el gobierno nacional hará un gigantesco esfuerzo en infraestructura
en los próximos años (…). Así que la estrategia de infraestructura y competitividad
estratégicas es clave para que Colombia pueda articularse a la economía mundial y
disfrutar de un crecimiento sostenido (Gobierno Nacional de Colombia, 2015: 7).

La importancia que se le otorga a la actividad minero-energética no debería


implicar un impacto negativo con relación al bienestar de las comunidades, de
no ser por la gran cantidad de análisis, informes y denuncias sobre los procesos
de desplazamiento, violación de derechos humanos, daños ambientales y
corrupción que se han hecho públicos en torno a esta actividad, decididamente
promovida por la administración Santos desde sus inicios, hace cinco años.
(Cafod, Christian Aid, Oxfam GB, 2012; Fierro, 2012; Herrera et al., 2012;
Semana, 2012b; Flórez et al., 2013; Garay, 2013; Pérez, 2014; Rudas, 2014, entre
otros).
Los tres objetivos que busca la estrategia del «Crecimiento verde» son aún
más desalentadores y contradictorios, en términos de la capacidad gubernamental
de ver más allá del cuestionado crecimiento económico: avanzar hacia un creci-
miento sostenible y bajo en carbono; lograr un crecimiento resiliente; y proteger
y asegurar el uso sostenible del capital natural y mejorar la calidad ambiental.
Si la visión de «desarrollo» por la que el gobierno ha encaminado a Colombia
ha significado un posible «crecimiento económico sostenible» (es decir, que este
se sostenga por un determinado periodo de tiempo), el costo ha sido no solo

16  Las seis estrategias regionales y transversales son: 1) competitividad e infraestructura estratégicas; 2)
movilidad social; 3) transformación del campo; 4) seguridad, justicia y democracia para la construcción de
paz; 5) buen gobierno; y 6) crecimiento verde.

73
Dime qué paz quieres y te diré qué campo cosechas.
Reflexiones sobre lo rural en los diálogos de La Habana.

la insostenibilidad de su medio natural, sino su destrucción y contaminación,


además del despojo de las condiciones mínimas de bienestar de los pobladores,
especialmente rurales, que habitan, o habitaban, los territorios explotados,
contradiciendo flagrantemente el componente de protección de nuestro medio
natural y sus condiciones ambientales17. Y los datos estadísticos, de nuevo, nos
dan la razón.

La economía colombiana ha sido sometida a la especialización en extracción de


materias primas, y su dependencia a los precios internacionales de los commodities
la vuelve altamente vulnerable. Sin ser un país petrolero (con menos del 1% de la
producción mundial), Colombia se embarcó en la lógica de las ventajas comparativas
y, al día de hoy, su economía depende en buena parte de la renta del crudo. Para el año
2013 (…) la producción petrolera representaba el 8% del PIB colombiano y el 55%
de las exportaciones del país (Cortés, 2015).

Al comparar el crecimiento de la extracción de crudo de 2009 con el de


los años posteriores se aprecia que fue de 17% en 2010, 19% en 2011, 4%
en 2012 y 10% 201318. Además, la Asociación Colombiana de Petróleo (ACP)
manifestó que pese a que en 2013 el sector petrolero no cumpliría la meta de
ciento ochenta y ocho pozos explorados (terminó con ciento quince), durante
2014 mantendría el nivel de programación de pozos durante el año 2014, con
una meta de doscientas nueve perforaciones exploratorias y de sísmica sobre
30.000 kilómetros buscando nuevas áreas (17.000 en tierra firme y 13.000 en el
mar). «¿De dónde, entonces, la promesa de ‘avanzar hacia un crecimiento’ bajo
en carbono?» (Portafolio, 2013).
De hecho, los estudios que demuestran que el llamado «crecimiento verde» es
una falsedad, no se han hecho esperar.

A diferencia de lo que ocurría una década atrás, ya nadie puede esgrimir ausencia de
evidencia o de conocimiento acerca de la crisis climática y de la crisis ambiental (…).
Mientras el calentamiento y el deterioro seguían y seguían, los gobiernos hacían poco
o nada y las empresas querían que se hiciera menos aún. Sin embargo, la conciencia
acerca del problema pareció abrirse camino de a poco (…). ¿Será que finalmente
logramos concientizar a pueblos, gobiernos y empresarios? En parte claro que sí y en
parte claro que no (…). Todo indica, sin embargo, que gobiernos y empresarios no

17  Nos referimos a ‘medio natural’ y no a ‘capital natural’ debido a que el concepto de capital natural,
en el que la noción de capital se aplica a la naturaleza, remite al debate sobre los presupuestos que conlleva
pretender valorarla monetariamente, asignándole precios a los elementos que la componen, así como
considerar que para hacerlo sostenible, es decir, para mantener el «stock natural», se puede recurrir a la
sustitución de esta con otros tipos de capital.

18  En este mismo artículo del periódico Portafolio (2013) se afirma que los ataques a la industria petrolera
son una de las razones que explican el bajo crecimiento de extracción durante 2012.

74
¿Es el posacuerdo un escenario para la construcción
de alternativas al desarrollo para Colombia?

decidieron reconocer lo obvio porque por fin vieron la luz, sino porque finalmente
lograron idear o entrever formas de hacer mucho dinero con las crisis que afectan la
sobrevivencia del planeta (Grain, 2012: 1)19.

En relación con «la transformación del campo» y en la misma línea de per-


cibir consideraciones diferentes al mero crecimiento económico por parte del
gobierno, baste revelar, por lo pronto, la distribución de los fondos asignados
en la búsqueda de sus cinco objetivos, tal como se aprecia en la tabla 120. Una
vez que las partes en negociación en La Habana reconocieron la importancia del
medio rural colombiano en la resolución del conflicto armado, es muy diciente
que el Plan de desarrollo le destine un escaso 7% ($49.271.574 sobre el total de
$703.935.263) a la resolución de uno de sus problemas más graves.

Tabla 1. Transformación del campo (cifras en miles)


Montos asignados Distribución
Objetivos
($COP) (%)
Reducción de la pobreza y la 3.129.143 6,4
ampliación de la clase media rural

Impulsar la competitividad rural 42.784.512 86,8

Fortalecimiento institucional de la 241.057 0,5


presencia territorial

Ordenamiento del territorio rural y 853.745 1,7


acceso a la tierra por pobladores rurales

Cerrar las brechas urbano-rurales y 2.263.116 4,6


sentar las bases para la movilidad social

Total 49.271.574 100

Fuente: Plan nacional de desarrollo, 2015-2018, p. 4.

19  La Cumbre de Rio+20 (es decir, veinte años después de que se promulgara «la integridad del sistema
ambiental como parte del desarrollo mundial») «debió haber sido convocada para enfrentar los profundos
desequilibrios existentes entre los seres humanos y la naturaleza, provocados por el sistema capitalista
y el productivismo, las creencias dogmáticas en la posibilidad de un crecimiento económico sin fin, y
el antropocentrismo que ha pretendido colocar al ser humano como amo y señor de todo el planeta.
En lugar de ello, plantean ‘mirar hacia adelante’ para complementar y renovar el agotado y tramposo
desarrollo sostenible con un nuevo dispositivo político-conceptual que denominan economía verde. Es
este un término engañoso, que busca aprovecharse de la identificación que suele establecerse entre lo
verde y una economía más ecológica, con el fin de ocultar la verdadera agenda que existe detrás del
concepto» (La Cumbre de los Pueblos Río+20, 2012).

20  Algunos aspectos del Plan nacional sobre «la transformación del campo» se analizan con mayor
detalle en otros capítulos de esta publicación.

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Dime qué paz quieres y te diré qué campo cosechas.
Reflexiones sobre lo rural en los diálogos de La Habana.

Entre las muchas otras dificultades que dicho plan no aborda, e incluso
agudiza, la centralización del poder de decisión en el gobierno nacional para darle
prelación al uso del suelo como áreas de reserva estratégica minera, de utilidad
pública y/o de interés social sobre otros, tales como la restitución de tierras a los
desplazados, las reservas forestales o áreas estratégicas de protección ambiental,
tal como lo muestra Darío Restrepo (en González, 2015).
Si el gobierno del presidente Santos, y en general las políticas públicas de las
últimas décadas, se mantienen estrechamente unidas al objetivo del crecimiento
económico como la meta última «del desarrollo», por su parte, las Fuerzas Ar-
madas Revolucionarias de Colombia-Ejército del Pueblo, han mostrado, en este
sentido, una visión más amplia, aunque también con sus ires y venires.
La amplitud de una perspectiva de bienestar colectivo se puede apreciar
en algunas de las reivindicaciones que han hecho desde sus inicios21, tales
como: implementar una política agraria que cambie de raíz la estructura
social del campo colombiano, entregando en forma completamente gratuita
la tierra a los campesinos que la trabajan o quieran trabajarla, confiscando los
latifundios improductivos y las tierras ocupadas por compañías norteamericanas
a cualquier título y cualesquiera que sea la actividad a la cual estén dedicadas;
respetar la propiedad de los campesinos ricos que trabajen personalmente sus
tierras; preservar las formas industriales de trabajo en el campo y las grandes
explotaciones agropecuarias que por razones de orden social y económico deban
conservarse, las que se destinarán al desarrollo planificado de todo el pueblo;
establecer un amplio sistema de crédito con facilidades de pago, el suministro de
semillas, asistencia técnica, herramientas, animales, aperos, maquinaria, etcétera,
tanto para los campesinos individuales, como para las cooperativas de producción
que surjan en el proceso; organizar servicios suficientes de sanidad, educación,
vivienda, electrificación y asistencia técnica para los pobladores campesinos,
junto con la construcción de vías de comunicación de los centros rurales
productivos a los centros de consumo; garantizar precios básicos remunerativos
y de sustentación para los productos agropecuarios; proteger a las comunidades
indígenas otorgándoles tierras suficientes para su desarrollo, devolviéndoles las
que les hayan usurpado los latifundistas, modernizando sus sistemas de cultivos
y respetando su organización autónoma, cabildos, vida, cultura, lengua propia y
su organización interna, entre otras.
Por ejemplo, al incluir la producción agroempresarial y las explotaciones
agropecuarias a mediana o gran escala, siempre y cuando redunde en beneficio
de las mayorías, junto con la defensa de formas de producción campesinas,
estas reivindicaciones dejan ver su carácter mixto. Adicionalmente, partes de las
narrativas y conceptos a través de los cuales han expresado sus propuestas du-

21  Programa agrario de los guerrilleros Farc-EP (Farc-EP, 1964) y ley 001 de las Farc (Farc-EP, 1982).

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¿Es el posacuerdo un escenario para la construcción
de alternativas al desarrollo para Colombia?

rante de las negociaciones de La Habana22, dan cuenta de su conocimiento sobre


planteamientos que reconocen la importancia de otros elementos de bienestar
colectivo, además del crecimiento económico. Algunos de dichos planteamientos
son la exigencia de reconocimiento y respeto de los territorios colectivos de
diversas comunidades (indígenas, afrodescendientes, raizales, palenqueras y campe-
sinas), la exigencia sobre el derecho al agua como parte de los bienes comunes
de la tierra y los territorios, la invitación a la coexistencia y reconocimiento de la
riqueza pluriétnica y multicultural del mundo rural, incluyendo valores, modos
de vida y de organización de la economía, y en fin, otras lógicas de vida, que
parecen incluir al buen vivir, la protección del conocimiento propio, el llamado
por las relaciones sostenibles con la naturaleza, incluyendo la protección de la
semillas nativas, el reconocimiento de las condiciones agroecológicas como parte
del uso de los suelos y del ordenamiento territorial y la exigencia por la soberanía
alimentaria, entre otros.
Sin embargo, como parte de estas mismas narrativas se encuentran también
nociones y proposiciones que remiten a elementos estructurales del modelo de
crecimiento económico, tales como la penalización de «la modernización de sus
sistemas de cultivo», sin que quede claro si se está aludiendo a la eficiencia, pro-
ductividad y competitividad. Otro ejemplo es la promoción de la nueva ruralidad,
que entre otras falencias, invisibiliza el hecho de que a la economía campesina
se la puso a competir con el poder político-militar de los latifundistas (legales
e ilegales) y simultáneamente con la agricultura capitalista, desconociendo las
obvias relaciones de poder que existen entre estas dos lógicas y modos de vivir
y argumentando, en cambio, unas supuestas relaciones de complementariedad
entre las dos economías. Es de anotar también la insistencia por castigar el uso
improductivo de la tierra, aunque es posible que más que al uso improductivo se
apunte a penalizar la propiedad improductiva, con la consecuente falta de oferta
laboral rural y la creación de un fondo de tierras, transando, entonces, el asunto
estructural de la reforma agraria en Colombia, entre otros.
Estos elementos llevan a pensar que las Farc parecen haber optado por posiciones
más moderadas, todo en aras de propiciar las negociaciones y los acuerdos, debido
entre otras razones a que «El gobierno ha sido categórico: ‘aspectos fundamentales
de la vida nacional como la propia Constitución, el modelo de desarrollo, el concepto
de propiedad privada no está(n) en discusión’» (Semana, 2012c), lo que evidencia que
estos diálogos representan un difícil equilibrio de mantener las exigencias iniciales,
que, entre otras estrategias se matizan mediante el discurso.
En el mismo contexto de los diálogos, es de resaltar que al momento de hacer
sus propuestas algunos de los movimientos campesinos, así como afrocolombianos
e indígenas, han buscado llegar a consensos. Dado que:

22  Véase, por ejemplo, el artículo «Las diez propuestas agrarias de las Farc». El Espectador, 2013.

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Dime qué paz quieres y te diré qué campo cosechas.
Reflexiones sobre lo rural en los diálogos de La Habana.

Los indígenas, los afros y los campesinos y campesinas, somos pueblos y también
sociedad civil. Sumados como pueblos, somos un movimiento popular y ciudadano
que constituye medio país, [algunas de ellas son que] se garantice nuestro derecho
a participar en los espacios de poder local, regional y nacional como resultado
de un derecho propio y fruto de un proceso de organización y representación
autónomo e independiente; se garantice el respeto a nuestra autonomía popular en
la administración colectiva de los resguardos indígenas, territorios colectivos y zonas
de reserva campesina; así como en la resolución de conflictos entre pueblos en estos
territorios, mediante un ejercicio estructurado en instituciones populares; entendemos
y respetamos las alternativas que buscan configurar un nuevo pacto social: la asamblea
nacional constituyente y el plebiscito. Pero no creemos posible tomar tal decisión sin
que exista un proceso de formación en cultura política que garantice una decisión
legítima, fundamentada y consciente en nuestros territorios (…). El estado debe
garantizar y respetar esos espacios; exigimos que se aprenda de esa historia en favor de
unas garantías reales y sostenibles, que nos permitan participar políticamente desde las
juntas de acción comunal, las zonas de reserva campesina, los consejos comunitarios
y los cabildos indígenas, y protegernos del interés de otros por dividirnos; los
derechos de campesinos, indígenas y afros deben ser vinculantes a la hora de definir el
acceso a la participación política en las distintas modalidades; incorporar una agenda
interétnica y pluricultural que afiance los movimientos sociales y políticos, donde se
empoderen a los sujetos y actores en la defensa de las comunidades, territorios y
la territorialidad; donde garantice el derecho a la organización, la movilización y el
derecho a la diversidad política e ideológica (Mesa de Unidad Agraria, 2013: 3)23.

A diferencia, particularmente de las propuestas gubernamentales, de este


conjunto de exigencias y en relación con el modelo de desarrollo, es de resaltar la
insistencia en tener espacios formales e institucionalizados para la participación
política, con énfasis en que ella sea posible para todos los actores, su posición de
respecto y apertura hacia otras ideologías y, sobre todo, la consideración de otros
caminos y otros objetivos posibles de desarrollo.
No obstante, la posición gubernamental se mantiene en los términos de unos
objetivos que siguen girando en torno al denominado crecimiento económico,
posición con la que se mantiene también en una compresión particular sobre lo
que debería (y, de hecho, ha sido) «el desarrollo» desde los años 1930 hasta hoy,
excluyendo en la práctica otras compresiones y propuestas que difieren de dicho

23  El documento consta de dieciséis propuestas, y entre las organizaciones que lo suscriben se
encuentran la ACC (Federación Acción Campesina Colombiana), Andas (Asociación Nacional de Ayuda
Solidaria), Anuc (Asociación Nacional de Usuarios Campesinos-Unidad y Reconstrucción), Apemecafé
(Asociación Nacional de Pequeños y Medianos Cultivadores y Recolectores de Café), Asogras (Asociación
Agraria de Santander), Cahucopana (Corporación Agraria Humanitaria del Nordeste Antioqueño),
CNA (Coordinador Nacional Agrario), Consejo Regional Indígena del Cauca (Cric), Fenacoa
(Federación Nacional de Cooperativas Agropecuarias), Fensuagro (Federación Sindical de Trabajadores
Agropecuarios), Festracol (Federación de Trabajadores de Colombia), Fundación San Isidro, Movimiento
Ríos Vivos, Organización Nacional Indígena de Colombia (ONIC), Proceso de Comunidades Negras
(PCN), Sintraincoder (Sindicato de Trabajadores del Incoder).

78
¿Es el posacuerdo un escenario para la construcción
de alternativas al desarrollo para Colombia?

enfoque economicista. Y esta compresión invariable y unívoca de desarrollo,


consistente con la imposición de la lógica capitalista en los diversos modos de
vida de los pobladores rurales, no solo mantiene en sus cimientos la acumulación
por desposesión, sino el que esta desposesión siga siendo cada vez más agresiva
e indiscriminada.
Estos elementos, y a manera de cierre, dan paso a posibles respuestas en
torno a la pregunta planteada.

Reflexiones finales

Además de ofrecer algunos planteamientos que muestran la dimensión


histórico-estructural que ha tenido y tiene el modelo desarrollo imperante, este
texto identifica las propuestas presentadas en el contexto de los diálogos de paz
de La Habana en torno al modelo de desarrollo por el que Colombia debería
optar, en el intento de identificar posibles respuestas a si el posacuerdo será un
escenario para la construcción de alternativas al desarrollo.
No obstante, el análisis entrañó una dificultad inicial, pues mientras el
gobierno del presidente Juan Manuel Santos comienza advirtiendo que el mo-
delo no está en discusión, no solo las Farc sino también organizaciones sociales
y analistas que han participado de las negociaciones mismas, insisten en una
agenda que remite una y otra vez sobre aspectos fundamentales del modelo de
desarrollo vigente; de hecho, y sin ir más allá, los grandes temas acordados para
la agenda de las negociaciones son desarrollo agrario integral, participación política,
fin del conflicto, solución al problema de las drogas ilícitas y víctimas, todos
estrechamente relacionadas con el modelo de desarrollo por el que se opte en el
país. Buena parte de las reivindicaciones que las Farc lleva a los diálogos de La
Habana, hacen parte de las Cien propuestas de desarrollo agrario integral con
enfoque territorial de desarrollo, recogidas luego en diez propuestas mínimas,
referidas a la multiplicidad y complejidad que compone el problema agrario en
Colombia (Farc-EP, 2013).
Uno de los participantes en el Foro de Desarrollo Integral Agrario Regional,
dijo en relación con el primer punto de la agenda, el desarrollo agrario integra:

El título plantea de una vez que lo que está en el fondo del diálogo participativo es la
discusión sobre el MODELO DE DESARROLLO. Porque el modelo que hemos tenido
hasta ahora ha producido inequidad, está en el corazón del conflicto, tiene que ver con
la migración salvaje del desplazamiento forzado, y tampoco ha logrado el crecimiento
económico que se esperaba del campo. De hecho lo que Colombia está haciendo es
discutir el modelo aunque se diga que no se puede discutir, que no es negociable. Lo que
sí ha dejado claro este foro, es que nosotros NO TENEMOS QUE MATARNOS para
discutir el modelo (De Roux, 2013. Cursivas y mayúsculas en el original).

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Dime qué paz quieres y te diré qué campo cosechas.
Reflexiones sobre lo rural en los diálogos de La Habana.

De allí que la primera parte de este escrito exprese que el objetivo económico
que ha prevalecido a lo largo de la historia colombiana del siglo veinte, con
excepciones escasas y discutibles, es la integración plena a los mercados interna-
cionales, vía estrategia agroexportadora, primero en el contexto del modelo liberal
y luego del modelo neoliberal, incluyendo su etapa más reciente y destructiva,
el extractivismo. Este propósito es común a los diversos modelos de desarrollo
–implementados no solo en Colombia, sino en prácticamente la totalidad de
los países latinoamericanos y en buena parte de lo que se llama el tercer mundo
durante este periodo– que después de un examen, revelan no ser tan diversos.
En lo que concierne a la ruralidad colombiana, la estrategia agroexportadora
del modelo neoliberal remite, sin discusión, y entre otros aspectos de la agenda,
a la estructura de acceso al uso y propiedad de la tierra, a la participación política
y al reconocimiento de las víctimas. Veamos:

• Según datos de 2012, en Colombia la estructura de acceso al uso y


propiedad de la tierra es la siguiente: 77% de ella está en manos de 13%
de propietarios, pero 3,6% de ellos tiene 30% de la tierra. En los últimos
cincuenta años se han titulado 23 millones de hectáreas, 92% de ellas baldíos
o títulos colectivos de comunidad afrocolombianas o indígenas. Además,
la informalidad de los títulos de propiedad entre los pequeños productores
supera el 40%, y aunque en catastro estos pequeños predios son el 68% del
total de los predios registrados, solo representan el 3,6% de la superficie
productiva del país. El 80% de los pequeños campesinos tiene menos de
una unidad agrícola familiar (UAF), es decir que son microfundistas. No
obstante, a pesar de esta situación, 70% de los alimentos que se producen
en el país vienen de pequeños campesinos (Semana, 2012a).
• A la desigualdad que ha caracterizado la tenencia de la tierra y las diná-
micas de producción agropecuaria en Colombia, que es el tema que está
en el centro del modelo de la estrategia agroexportadora, se le ha añadido
recientemente la carrera arrasadora por explorar, explotar y exportar los
minerales y los recursos energéticos, lo que ha significado la apropiación
por «conveniencia y utilidad pública» no solo de territorios que pueden
contener petróleo, sino también otros tipo de minerales, incluidos el gas
y, más preocupantemente, el agua.
• La opción nacional por un modelo de desarrollo que se ha reconocido
hasta la saciedad como depredador no solo de la naturaleza, sino de las
comunidades humanas que habitan en los territorios rurales, remite a
cuestionamientos sobre los mecanismos mediante los cuales se toman
estas decisiones, y por ende, al déficit de la participación política de las
comunidades campesinas, mestizas, afrocolombianas e indígenas. Así pues,
continuando en la discusión sobre el modelo de desarrollo, algunos datos

80
¿Es el posacuerdo un escenario para la construcción
de alternativas al desarrollo para Colombia?

sobre persistencia política también son reveladores24. En términos del


número de veces que un mismo grupo o sector político ganó las elecciones
para la alcaldía municipal en cuatro períodos constitucionales seguidos
(1998, 2001, 2004 y 2008), se revisaron seiscientos siete municipios y se
valoró entre 0 y 3, en donde 3 indica la mayor persistencia política en
el poder local. Los resultados mostraron que 92,4% de los municipios
incluidos en el análisis presenta algún nivel de persistencia política, y
21,7% tiene el nivel más alto, es decir, en las cuatro últimas elecciones de
alcalde no hubo rotación o renovación de las élites políticas en el poder
(PNUD, 2012: 8).
• Y finalmente, todos los puntos de la agenda remiten a las víctimas,
víctimas de un modelo de desarrollo inequitativo, además de excluyente
y abusivo.

De allí que la pregunta planteada en el título, en términos de si el posacuerdo es


un escenario para la construcción de alternativas al desarrollo para Colombia, se
encuentran dos respuestas posibles: primera, y basada en los hechos estructurales de
la historia colombiana, que no ofrecen elementos para contemplar la intención
por parte del gobierno ni de las élites de un cambio de modelo de desarrollo, una
respuesta consistiría en un no, que se fundamenta en la enorme preocupación
ante el hecho de que una vez acordada la firma de los acuerdos (reconocien-
do por supuesto las múltiples ventajas que ello traería, especialmente para la
comunidades rurales que lo enfrentan día tras día) el modelo neoliberal y su
etapa extractivista encuentren la vía libre y sin obstáculos para ejercer su talante
depredador. Una nueva pregunta sería, entonces: ¿la paz sí, pero neoliberal y a
qué costo?
Segunda, es posible también responder sí a esta pregunta, pues si aun en
medio de las múltiples situaciones de vida o muerte, de desplazamiento, de exilio
y de despojo, de pobreza, que caracterizan al conflicto armado colombiano, un
hecho que sorprendentemente se ha mantenido presente, han sido las variadas
propuestas y experiencias de modos de vida alternativos de y al desarrollo que
se han implementado; sin duda, el fin del esta parte del conflicto armado
significaría un ambiente mucho más propicio para que estas propuestas mostraran
sus potencialidades. Entre dichas propuestas y experiencias cabe destacar la clara
manifestación reivindicativa que se hace de las zonas de reserva campesina, de
los consejos comunitarios y de los cabildos indígenas, no solo como caminos
diferentes, sino como objetivos diferentes.

24  Se define la persistencia política como el grado de control de las elecciones por parte de las élites,
relacionándola con hasta qué punto las elecciones son libres, limpias y competitivas.

81
Dime qué paz quieres y te diré qué campo cosechas.
Reflexiones sobre lo rural en los diálogos de La Habana.

Dos de las características de las zonas de reserva campesina son su gestión


asociativa y su limitación para que la propiedad de la tierra no exceda 50 hectáreas.
Mientras la primera fortalece, en la práctica, los grupos de familias campesinas
permitiendo el establecimiento de lazos de solidaridad y compromiso, la segunda
pone sobre la mesa el largo debate sobre la estructura de la propiedad de la
tierra en Colombia: en este, la parte de los terratenientes y las élites económicas
sostienen que esta delimitación solo lleva a la ineficiencia en términos de la pro-
ductividad y, además, excluye a dichos predios del mercado de tierras. Mientras
que las poblaciones campesinas ven justamente en la exclusión de sus predios
del mercado una garantía para evitar el desplazamiento y el despojo y, a la
vez, la posibilidad de continuar con sus prácticas tradicionales de producción
que además de la eficiencia ampliamente reconocida, hacen énfasis en los sistemas
de apoyo familiares y comunitarios y en el respeto por el medio natural, pues final-
mente de este, derivan su sustento y el de sus familias (Valderrama y Mondragón,
1998; Forero, 2010; Forero et al., 2013).
Por su parte, en los territorios colectivos afrodescendientes, su forma de
gobierno, es decir sus consejos comunitarios, plantean sin ambigüedades, el

Derecho a una visión propia de futuro (construcción de una perspectiva propia de


desarrollo ecológico, económico y social) partiendo de nuestra visión cultural, de
nuestras formas tradicionales de producción y de nuestras formas tradicionales de
organización social. A lo largo de la historia, esta sociedad nos ha impuesto su visión de
desarrollo que corresponde a otros intereses y visiones. Por lo tanto, tenemos derecho
a aportarle a la sociedad, ese mundo nuestro tal y como lo queremos construir (…).
Esto quiere decir, que no estamos de acuerdo con excluirnos del sistema capitalista
imperante, ni integrarnos a él, porque este ha demostrado su incapacidad de garantizar
la existencia en el futuro, de las diferentes formas de vida animal, vegetal y humana;
en este sentido lo que planteamos es avanzar en la concepción e implementación
de un modelo distinto que parta de nuestras prácticas tradicionales, las cuales sí han
demostrado garantía de permanencia y desarrollo de la diversidad natural y cultural en
el planeta tierra (Grueso, Escobar, Cogollo et al., 2008: 5).

Y, a su vez, los cabildos y comunidades indígenas han logrado consolidar lo


que se conoce como los planes de vida:

Desde hace varios años, algunos pueblos indígenas (…) han decidido realizar sus
planes de desarrollo para decirles a los no-indígenas, cuál es la manera que tienen
los indígenas de ver su desarrollo (…) debe decirle a la sociedad colombiana, aquí
estamos los indígenas y nuestra manera de vivir, de pensar o de actuar es tal o cual y
ustedes deben relacionarse con nosotros de tal o cual manera (…) se debe empezar por
esclarecer los fundamentos de la reproducción étnica y cultural como son el territorio,
las cosmovisión, los usos y costumbres que regulan las relaciones con autoridades y
parientes, con la tierra, con la naturaleza y con los otros (Rojas, 2002: 341).

82
¿Es el posacuerdo un escenario para la construcción
de alternativas al desarrollo para Colombia?

La eficiencia productiva y la competitividad son los valores culturales por


excelencia en la búsqueda del crecimiento económico y, a su vez, son los elementos
fundamentales de la estrategia agroexportadora del modelo neoliberal que se
promocionan actualmente. Sin embargo, los altos y crecientes índices globales
de desigualdad y exclusión, con todas sus consecuencias negativas, y de los que
la sociedad colombiana actual es un ejemplo deshonroso, obligan a poner en
marcha otras lógicas en la búsqueda del bienestar de las sociedades humanas y
también de su entorno.
Todo apunta a que dichas lógicas deben incluir, en cambio, valores tales
como la solidaridad, el respeto de las diferentes formas de vida y el respeto por
la diversidad en todas sus manifestaciones, de tal forma que permitan recuperar,
por ejemplo, prácticas tradicionales de producción y reproducción, otras formas
de relacionarse con la naturaleza y otras cosmovisiones para un futuro en el que
las mayorías tengan cabida.

83
Las políticas públicas de desarrollo rural
y los acuerdos de La Habana

Grabriel J. Tobón Quintero


Mauricio Herrera-Jaramillo
Las políticas públicas de desarrollo rural
y los acuerdos de La Habana

Introducción

El propósito central de este capítulo es analizar las políticas públicas de desarrollo


rural y su relación con las conversaciones que se adelantan en la ciudad de La Ha-
bana entre el gobierno del presidente Juan Manuel Santos (2010-2014; 2014-2018) y
la guerrilla de la Farc-EP (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia-Ejército
del Pueblo), para llegar al acuerdo de terminación del conflicto armado interno
que padece Colombia desde hace más de cincuenta años.
El desarrollo del capítulo busca establecer hasta qué punto los acuerdos
provisionales sobre «desarrollo rural integral», cambian, redireccionan o trans-
forman los problemas «socialmente más relevantes» de la vida de los pobladores
rurales colombianos, que es de lo que se encargan las políticas públicas, o si tales
acuerdos mantienen intactas las bases de las políticas públicas de desarrollo rural
que han prevalecido hasta el presente sin resolver dichos problemas.
Las políticas se han convertido en un referente obligado en los más diversos
espacios del mundo de la academia, la política, los organismos de cooperación
internacional, los movimientos sociales y políticos y, por supuesto, de los
gobiernos centrales y locales. Dicho referente es central toda vez que el estado
y los gobiernos intervienen en la sociedad principalmente mediante las políticas
públicas, en este caso, las de desarrollo rural.
En esa dirección, se responderá a dos preguntas: ¿cuál es la relación que
tienen las políticas públicas con el carácter del estado, el régimen político y el
modelo de desarrollo de Colombia? ¿Los acuerdos de La Habana en materia
de desarrollo rural, cambian, redireccionan o transforman las actuales políticas
públicas de desarrollo rural?
Para responder a esas preguntas, el capítulo se estructura con base en cuatro
ejes:

1. La relación entre políticas públicas, estado, régimen político y modelo de


desarrollo rural.
2. El estado actual de algunas políticas públicas relevantes para el desarrollo
rural.

87
Dime qué paz quieres y te diré qué campo cosechas.
Reflexiones sobre lo rural en los diálogos de La Habana.

3. Los cambios en las políticas de desarrollo rural que implican los acuerdos
de La Habana.
4. Los retos de los acuerdos de La Habana en materia de políticas de desarrollo
rural.

Para comprender mejor la política pública de desarrollo rural, es útil


establecer la relación de determinación y subordinación en la que éstas están
con respecto a tres categorías básicas: el carácter del estado, el régimen político y
el modelo de desarrollo. Referentes desde los cuales se puede explicar mejor su
orientación, su sentido, los intereses que representan y los conflictos sociopolíticos
que desatan.
Del mismo modo, seguidamente se hará referencia al modelo de desarrollo
rural, esbozando las principales características del modelo agroexportador y sus
efectos excluyentes de la mayoría de las poblaciones rurales, sus modos de vida
y sus reivindicaciones más sentidas, algunas de ellas estructurales y otras propias
de las consecuencias del avance del capital, la nueva forma que adquiere la apro-
piación y explotación de los recursos naturales y la intervención de los actores
hegemónicos representados por las élites políticas nacionales, las corporaciones
y empresas trasnacionales.
El texto concluye con un análisis del acuerdo de La Habana y la relación que
tiene o podría tener con respecto a la generación de nuevas políticas públicas que
garanticen las orientaciones y soluciones que demandan los posibles cambios y
transformaciones que deben hacerse para consolidarlo y viabilizarlo.

Relación políticas públicas-estado-régimen político


y modelo de desarrollo

Una premisa básica para comprender, analizar y explicar el sentido de las políticas
públicas, las apuestas políticas en ellas implícitas y los intereses que defienden, es
identificar claramente la relación que tienen con el carácter del estado, el régimen
político y el modelo de desarrollo prevaleciente en una sociedad, continente o
país.

Relación entre políticas públicas y estado

En términos generales, los estados intervienen en la sociedad mediante la


identificación, formulación, implementación y evaluación de políticas públicas,
lo que implica la necesidad de analizar su relación con la tríada mencionada. En
ese sentido, tales políticas llevan la impronta del carácter de dicho estado, de la
forma como se concreta o se expresa como cuerpo material en una sociedad,

88
Las políticas públicas de desarrollo rural
y los acuerdos de La Habana

por medio del régimen político y de la concepción e implantación del modelo de


desarrollo, lo que permite inferir que no existen políticas neutras. Éstas benefician,
perjudican o van en contra de los intereses públicos de los ciudadanos, los
actores privados, políticos, de partido, grupo o gremio, o lo hacen mediante una
rara mezcla entre los intereses de unos y otros.
En este sentido, como diría Vargas (1999) parafraseando a Max Weber, y para
el efecto de este capítulo, el estado podría entenderse como:

(…) el aspecto político de las relaciones de dominación social, pero también como
el agente de unificación de la sociedad y que detenta, a ese título, el monopolio de
la violencia física legítima, lugar de integración y represión, pero igualmente de
cambio. Integrando, reprimiendo o asegurando el cambio, él se define por su modo
de intervención en relación a la sociedad y a un sistema político (Vargas, 1999: 13).

No obstante, es preciso tener en cuenta las características particulares que


fueron presentando los estados en los países de Latinoamérica y Centroamérica,
porque en muchos de ellos no pudo detentar el monopolio de la violencia física,
siendo incapaz de controlar e imponer su ley, orden y sus políticas en todo el
territorio. Al contrario, en muchos países ha debido enfrentar la disputa parcial
del territorio y el ejercicio de su poder, suplantados por otros órdenes sociales
de facto, aquellos impuestos principalmente por actores armados, como ha
sucedido en los más de cincuenta años de guerra interna que vive Colombia o
como sucedió en Cuba y Nicaragua, países que lograron cambiar las relaciones
de poder y establecieron nuevos órdenes sociales y proyectos políticos ra-
dicalmente diferentes en etapas particulares de la historia política y social de
Centroamérica y el Caribe.
En ese sentido, baste recordar que a lo largo del siglo veinte en países como
Bolivia, El Salvador, Guatemala, México, Argentina y Uruguay emergieron movi-
mientos armados, autodefinidos de liberación nacional, cuyo común distintivo
fue disputarle el poder político al estado, pero también el territorio y controlar
la población, rompiendo con la idea de que aquel ostentaba el monopolio de la
violencia física legítima. En los casos de Cuba y Nicaragua, estos movimientos se
tomaron el poder político, utilizando la vía armada como su principal estrategia
para derrotar a las clases que ostentaban el poder.
Buena parte de los estados latinoamericanos y africanos no han logrado
materializar las características básicas definidas por las teorías clásicas del estado,
más apropiadas para las realidades europeas que para las nuestras, ya que en
Europa el estado-nación se fue forjando durante más siglos y afrontó guerras
más intensas y devastadoras que las que ha vivido Latinoamérica.
Algunas características del proceso de construcción del estado en Colombia,
similares a las de algunos países del continente, son: su incapacidad para mantener
el monopolio de la fuerza y la violencia; su impotencia para garantizar a todos

89
Dime qué paz quieres y te diré qué campo cosechas.
Reflexiones sobre lo rural en los diálogos de La Habana.

los ciudadanos el ejercicio pleno de sus derechos humanos fundamentales,


principalmente el derecho a la vida y a la tierra para los campesinos; su falta
de voluntad política para proveer los bienes públicos básicos, satisfacer las
principales necesidades de los pobladores rurales (campesinos, indígenas y
afrodescendientes) y las de la mayoría de los habitantes de los barrios populares;
su incapacidad para resolver o disminuir los altos porcentajes de pobreza urbana
y rural (48% y 68%, respectivamente) y las grandes desigualdades sociales en
materia de ingreso y concentración sobre la propiedad de la tierra rural1.
A lo anterior debe sumarse otra característica de este tipo de estados: la
corrupción rampante y la apropiación indebida de los recursos públicos, cuyos
principales responsables han sido los funcionarios de rango alto y medio, que
han ocupado niveles similares en la administración pública. La responsabilidad
de estas disfunciones es también de los partidos políticos tradicionales y sus
facciones, que sin escrúpulos hacen uso y aprovechamiento privado de los recur-
sos y bienes públicos, para construir y reproducir la constelación de sus redes
clientelares que desvirtúan la equidad y la igualdad que deberían tener todos los
ciudadanos para acceder a los cargos, bienes y servicios que produce la sociedad
colectivamente.
En Colombia a todo ello se suma, además, la persistencia de un conflicto
armado interno desde los años 50, periodo en que las guerrillas liberales y los
conflictos agrarios devinieron, primero, en movimientos de autodefensa campesina
armada y, luego, en guerrillas de izquierda, de donde surgieron las Fuerzas
Armadas Revolucionarias de Colombia Ejército del Pueblo, conocidas por su
sigla Farc-EP, y el Ejército de Liberación Nacional (ELN), que desde mediados
de los años 60 se levantaron en armas contra el estado. Lo anterior ha servido
de excusa para que el estado se convierta en un fantasma en las zonas rurales del
país o tenga una presencia institucional débil y precaria, dejando así de cumplir
con sus funciones y responsabilidades constitucionales y legales para con los
pobladores rurales, que han debido soportar una guerra que los convierte en su
principal víctima y en la que el estado y sus agentes pasaron a ser, en muchos
episodios, uno de sus victimarios.
A todas estas, a principios y mediados de los años 80 la incapacidad del
estado colombiano para tener el monopolio de la fuerza era de tal magnitud
que echó mano de una estrategia siniestra consistente en crear, armar y entrenar
a los ampliamente conocidos grupos paramilitares que sembraron de terror y
bañaron en sangre el campo colombiano, convertidos en los principales aliados

1  Estudios del Instituto Geográfico Agustín Codazzi, la Universidad Nacional de Colombia y


Universidad de los Andes, de 2012, concluyeron que el índice de Gini en materia de concentración de la
propiedad tierra es de 0,86, uno de los más altos del mundo, y el segundo en Latinoamérica después de
Paraguay, donde es de 0,93.

90
Las políticas públicas de desarrollo rural
y los acuerdos de La Habana

del estado y sus fuerzas militares para llevar a cabo una nueva versión de la lucha
contrainsurgente y arrasar con el fantasma del comunismo o todo aquel que
fuese simpatizante, militante o colaborador de las guerrillas. En ese propósi-
to y con la complicidad del estado, esos grupos paramilitares han sido los
principales responsables de los mayores genocidios cometidos en el país, entre
los que sobresalen el asesinato de cerca de tres mil quinientos militantes de la
Unión Patriótica, movimiento político que resultó de los acuerdos de paz entre
el gobierno de Belisario Betancur (1982-1986) con las Farc-EP en mayo de 1984,
y el desplazamiento violento y forzado de más de 4,5 millones de campesinos,
indígenas y afrodescendientes, despojados de unas 6,5 millones de hectáreas de
tierra.
Con estas características en materia de políticas públicas, el estado colombiano
ha representado históricamente los intereses de los mejor situados en la sociedad,
es decir los de las élites políticas, de los partidos políticos, de los grandes grupos
económicos, sus empresas industriales o agroindustriales, los gremios que los
representan, los de las compañías y corporaciones multinacionales y, en menor
medida o muy precariamente, los de los sectores populares, los trabajadores
asalariados, los pequeños y medianos campesinos, indígenas, afrodescendientes
y los pobladores de los barrios populares de las grandes, medianas y pequeñas
ciudades. Estos sectores han sido tradicionalmente excluidos por los sectores
dominantes del régimen político, al igual que los de izquierda que han pretendido
convertirse en terceras vías y alternativas al bipartidismo en todas sus facciones.
Algunos elementos que permiten explicar esas características del régimen
político colombiano y la suerte que por su cuenta corren las políticas públicas en
materia de diseño, implementación y evaluación, están estrechamente relacionados
con el sistema político.

Relación entre las políticas y el régimen político

Ese estado identifica, formula, decide e implementa las políticas públicas por
medio del régimen político, principal instrumento mediante el cual adquiere
cuerpo material y ostenta el poder. Dicho régimen está compuesto por el sistema
de partidos, por la ideología que encarna su proyecto político de sociedad, por
los valores que crea y por las instituciones públicas que deberán cumplir con la
función y competencia de distribuir los bienes y servicios que produce la sociedad
a través de las políticas o para resolver los principales problemas públicos que se
presentan en ella.
De esta manera, el estado deja de ser una organización jurídica y política
etérea y ambigua y adquiere cuerpo tangible y visible en el régimen político, que
administra y distribuye las relaciones de poder existentes en la sociedad, con el
peso que tengan en un contexto, periodo y coyuntura determinada las fuerzas y

91
Dime qué paz quieres y te diré qué campo cosechas.
Reflexiones sobre lo rural en los diálogos de La Habana.

actores políticos, sociales y económicos que lo componen. Es decir, el régimen


político expresa el estado en el que está en un momento determinado la correlación
de fuerzas en una sociedad, que es cambiante y dinámica de acuerdo con el peso
de los actores estratégicos y sus proyectos políticos en cada coyuntura o periodo.
En Colombia, la constitución y conformación de ese régimen político ha
sido un espacio exclusivo y privilegiado para los representantes de los partidos
hegemónicos liberal-conservador, las facciones más fuertes en los que se han
dividido y, también, las alianzas que han establecido, como ha sido, por ejemplo,
el caso del Partido de la U, de conformación reciente, para responder a los apetitos
reeleccionistas del presidente Álvaro Uribe Vélez (2002-2006; 2010-2014), en
su segundo mandato y su fallido intento en el tercero. Adicionalmente, la gran
paradoja es que ese régimen político ha sido también un espacio de exclusión de
la oposición política y de todas las fuerzas políticas que pretendieron construir
en Colombia una «tercera vía», alternativa al bipartidismo, confirmando de esta
manera las tesis que señalan la precariedad y el carácter excluyente del régimen
político y el tipo de democracia restringida que han practicado históricamente.
Es por ello que el sistema político colombiano, basado teóricamente, entre
otros, en los tres poderes centrales del estado: ejecutivo, legislativo y judicial,
llamados a desempeñar el papel de pesos y contrapesos para evitar los excesos de
uno de ellos, estableció una relación desequilibrada a favor del ejecutivo y, dentro
de éste, las instituciones públicas mediante las cuales el estado intervendría en la
sociedad y que harían parte del régimen político. En el caso de las políticas públicas,
los ministerios son las instituciones competentes para formularlas, dejando que
instituciones adscritas o vinculadas a ellos sean los operadores.
Ahora bien, existe un consenso relativo en la definición de lo que es una política
pública. La mayoría de autores la definen como acciones sucesivas del estado
para resolver problemas socialmente relevantes (Salazar, 1999).
Roth (2002), por su parte, ofrece una definición más amplia cuando consi-
dera que:

(…) una política pública designa la existencia de un conjunto conformado por uno
o varios objetivos colectivos considerados necesarios o deseables y por medios
y acciones que son tratados, por lo menos parcialmente, por una institución u
organización gubernamental con la finalidad de orientar el comportamiento de actores
individuales o colectivos para modificar una situación percibida como insatisfactoria o
problemática (Roth, 2002: 27).

Empero, y en lo que respecta al mundo rural colombiano, las políticas públicas


explicitas o de hecho han sido incapaces de resolver durante más un siglo,
algunos de los problemas estructurales o más significativos que tienen las
sociedades o pobladores rurales y que mantienen vigente en Colombia la
cuestión agraria. Remozada en unos casos, transformada en otros y con la

92
Las políticas públicas de desarrollo rural
y los acuerdos de La Habana

persistencia de los viejos, pero siempre nuevos problemas agrarios, dentro de


los cuales se destacan los siguientes: pobreza, desigualdad, concentración y
despojo de la tierra, desplazamiento forzado y violento de la población, cultivos
de «uso ilícito», conflicto armado interno, precariedad de la asistencia técnica,
bajos ingresos, injustos y excluyentes canales de mercadeo y comercialización,
provisión insuficiente o exigua de bienes públicos rurales y falta de solución a
las «necesidades básicas» en lo que respecta a la dotación y acceso a los servicios
públicos domiciliarios, la calidad del agua y el saneamiento básico. A lo que se
suman un sistema de salud ineficiente e ineficaz, con numerosas barreras de
entrada, y educación de calidad regular, con altas tasas de deserción escolar.
Pero la incapacidad de las políticas públicas para resolver todos estos
problemas no es un asunto de ignorancia de la situación por parte del estado o
de los gobiernos que lo representan: se trata de una estrategia consciente y
deliberada de los poderes políticos y económicos hegemónicos para apropiarse
del poder del estado y de los recursos públicos, y, en consecuencia, de subordinar
la implementación de las políticas, desviando en muchas ocasiones sus propósitos,
para perseguir, entre otros, objetivos como los siguientes:

• Contener y neutralizar las acciones colectivas de movilización, lucha y


resistencia de los pobladores rurales.
• Evitar los profundos cambios y las transformaciones que requiere el campo
colombiano y la solución de sus principales problemas sociales, políticos
y económicos.
• Favorecer la implementación de los procesos de «modernización de la
agricultura» y los proyectos de orden y sociedad de las élites sociales,
políticas y económicas que se expresan de manera clara en los principales
ejes, estrategias y directrices contenidos en el modelo de desarrollo
económico y, como parte de éste, del modelo de desarrollo rural, lo que
se legaliza por medio de los planes de desarrollo de cada gobierno, de
acuerdo con su sello y orientación ideológica y política.

Relación de las políticas con el modelo de desarrollo rural

Desde finales del siglo diecinueve, durante todo el veinte y en lo que va corrido
del veintiuno, el modelo de desarrollo rural no ha tenido como centro de gravedad
la solución de los principales problemas agrarios, territoriales, ambientales,
culturales, de integración entre regiones, sociales, productivos o tecnológicos,
que serían, teóricamente, la base a partir de la cual se diseñarían las políticas
públicas que buscaran resolver aquellos «problemas socialmente relevantes».
Las preocupaciones principales del modelo de desarrollo rural y, en conse-
cuencia, la orientación de las políticas agrarias, han estado dirigidas con mayor

93
Dime qué paz quieres y te diré qué campo cosechas.
Reflexiones sobre lo rural en los diálogos de La Habana.

fuerza, desde los años noventa, a buscar a toda costa la competitividad en los
mercados internacionales, promover los encadenamientos y alianzas productivas y
atraer la inversión extranjera, como la mejor manera, supuestamente, de insertar
al país en la economía internacional y colocarse en la órbita de la globalización,
siguiendo al pie de la letra las orientaciones y los programas de ajuste estructural
de las economías recomendados por el Banco Mundial y el Fondo Monetario
Internacional a principios de esa década, consolidando así un modelo agroex-
portador, cuyos principales incentivos se dan a los grandes productores y a las
empresas agroindustriales y agroalimentarias.
Ahora bien, estudios recientes sobre los logros de estas políticas, pero
especialmente sobre el modelo de desarrollo rural que se ha seguido desde
mediados del siglo veinte hasta nuestros días, muestran que se sigue buscando
la llamada modernización, empresarización y bancarización de los pobladores
rurales, sin importar las condiciones, capacidades y medios que puedan tener
y, peor aún, desconociendo las lógicas del modo de vida campesino, indígena y
afrodescendiente, que por su naturaleza tienen otros modos, usos ambientales
y culturales y proyectos de vida que no dependen ni principal ni exclusivamente
del mercado. A continuación presentamos algunas de las características que ha
tenido el modelo de desarrollo rural dominante en Colombia.
El estudio más reciente de la Colombia rural lo presentó al país, en septiembre
de 2011, el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo (PNUD): Colombia
rural. Razones para la esperanza. Informe nacional de desarrollo humano 2011.
Su conclusión es contundente con respecto al modelo de desarrollo rural, al
señalar:

El modelo de desarrollo rural construido es altamente inequitativo y excluyente,


propicia innumerables conflictos rurales, no reconoce las diferencias entre los
actores sociales, y conduce a un uso inadecuado y a la destrucción de los recursos
naturales. Acentúa la vulnerabilidad de los municipios más rurales en relación con
los más urbanos, y no permite que se genere la convergencia entre lo rural y urbano.
Además, se ha fundamentado en una precaria y deteriorada institucionalidad pública
que le abre más espacios a la actuación de las fuerzas del mercado en una sociedad de
desequilibrios e inequidades (PNUD, 2011: 16).

Otros rasgos del modelo actual de desarrollo rural son:

• No promueve el desarrollo humano y hace más vulnerable a la población rural.


• Invisibiliza las diferencias de género y discrimina a las mujeres.
• Concentra la propiedad rural y crea condiciones para el surgimiento de
conflictos.
• Es poco democrático (PNUD, 2011: 33).
Como puede observarse, ese modelo de desarrollo rural, iniciado desde la

94
Las políticas públicas de desarrollo rural
y los acuerdos de La Habana

segunda mitad del siglo veinte, no estuvo orientado a resolver los problemas más
sentidos del mundo rural colombiano tales como la pobreza, que actualmente
afecta a 68,5% de la población del campo, la concentración de la propiedad de la
tierra, estimada con un coeficiente de Gini de 0,86 (Ibáñez, 2010; Igac, 2012) y
más concentrada aún por el despojo violento de tierras del que fueron víctimas
millones de pequeños y medianos productores. La concentración de la tierra en
manos de un puñado de terratenientes y de los testaferros de los actores armados
no estatales es la segunda más grande de Latinoamérica, después de Paraguay
que tiene un coeficiente de Gini de 0,92, lo que indica una de las formas más
oprobiosas de desigualdad social.
En el campo productivo, el modelo dio prioridad e incentivos a cultivos de
tardío rendimiento y a la agroindustria para promover el capitalismo agrario,
relegando la economía campesina, los cultivos transitorios y los de mediano
rendimiento que, como se sabe, le aportan a los colombianos más de 48% de la
producción alimentaria para el mercado interno.
Las consecuencias del modelo no se han hecho esperar: más hambre, miseria
y desprotección, y la ruina de la mayoría de los pequeños y medianos productores
campesinos, que se vieron obligados a hacer sentir sus voces y levantarse por
la única vía que entienden los gobiernos: la protesta, la lucha, la resistencia y la
movilización social, develando una vez más cómo el modelo neoliberal de libre
mercado es incapaz de resolver los problemas sociales, económicos y políticos
de las grandes mayorías del campo, a lo que contribuye, sin duda, uno de sus
instrumentos más codiciados: los tratados de libre comercio, muy particularmente
el suscrito con los Estados Unidos.
En suma, y con base en todo lo anterior, puede señalarse que el modelo de
desarrollo rural orienta, incentiva y promueve el establecimiento de cultivos de
tardío rendimiento y sólo aquellos que tengan demanda en los mercados interna-
cionales, configurando así lo que se ha denominado un modelo agroexportador,
que durante años ha profundizado la crisis del campo, más acentuada aún en todas
las esferas del mundo rural y agrario, con consecuencias letales para el modo de vida
campesino, el mundo de los pueblos indígenas y las comunidades negras.
Los pobladores rurales se enfrentan a la persistencia de la crisis social,
ambiental, política y económica del agro colombiano, que no se resuelve con los
buenos resultados que han logrado un grupo reducido de empresarios agroin-
dustriales y grandes productores, en especial los dedicados a los agronegocios
propios de los cultivos permanentes.
Tal crisis no encuentra soluciones en el ratificado modelo agroexportador
que se establece en el Plan nacional de desarrollo, 2014-2018, ni en las políticas
que promueve el gobierno del presidente Santos. A lo que se suman las severas
deficiencias, debilidades y problemas que registran casi todas las instituciones
públicas del sector, que habrían de proveer las soluciones.

95
Dime qué paz quieres y te diré qué campo cosechas.
Reflexiones sobre lo rural en los diálogos de La Habana.

En esas circunstancias, el gobierno nacional considera que lo más apremiante


y lo que constituye el centro y la orientación de las actuales políticas públicas
agrarias debe estar comprendido principalmente en los siguientes aspectos:

• Reactivar la producción agropecuaria.


• Promover la inversión extranjera directa en los megaproyectos agrícolas.
• Elevar los niveles de competitividad y productividad de la agroindustria,
• Establecer las alianzas y encadenamientos productivos entre empresarios
y campesinos.

Mientras tanto, ignora los reclamos y las propuestas de campesinos, indígenas


y afrodescendientes, quienes no tuvieron alternativa distinta a expresar su
inconformidad y descontento mediante el desarrollo de la movilización social
agraria campesina, étnica y popular con acciones colectivas regionales y
nacionales, cuyo punto más alto se alcanzó con el paro nacional agrario en 2013.
Hoy, como ayer, la realidad del campo colombiano se refleja en indicadores
tan básicos como la concentración de la propiedad sobre la tierra, la pobreza
rural, los cultivos de coca, el conflicto armado y el desplazamiento forzado de
sus habitantes. Pero las cifras y reportes del gobierno no se ocupan demasiado
de estos asuntos.
Para ilustrar otro ángulo de la cuestión de fondo, tomemos el ejemplo de los
conflictos por el uso del suelo –que también son conflictos por la tierra–, que
tampoco han sido atendidos por el actual gobierno del presidente Santos ni por
los anteriores.
Este tipo de conflictos puede verse en los resultados de la «Encuesta nacional
agropecuaria» de 2011, realizada por el Dane (Departamento Administrativo
Nacional de Estadística) en veintidós de los treinta y dos departamentos del país:
de acuerdo con esos resultados, se acentúa la tendencia consolidada de muchas
décadas atrás, que refleja los grandes conflictos por el uso del suelo y consiste en
cambiar su vocación y uso, dedicando suelos cuya vocación y uso es agrícola a la
ganadería o, más recientemente, a la minería.
Ahora bien, ese cambio de uso del suelo se ha impuesto en buena parte por
la violencia política que ha sacudido el campo colombiano y por los procesos de
contrarreforma agraria realizados durante el periodo 1980-2000, del que fueron
protagonistas y principales responsables los grupos paramilitares en alianza con
los caciques, gamonales y políticos regionales.
De acuerdo con los resultados de esa Encuesta, de una superficie cercana a
55 millones de hectáreas los suelos, según su vocación y usos recomendados, se
han dedicado a las siguientes actividades:

96
Las políticas públicas de desarrollo rural
y los acuerdos de La Habana

• Uso agrícola: 7,8%. De un potencial de uso que tiene el país, calculado en


unos 14 millones de hectáreas.
• Uso pecuario: 77,5%. De un potencial de uso máximo de 19’000.000 de
hectáreas, cuando actualmente se dedican unos 40’000.000 de hectáreas,
sobrepasando el doble del uso que debería darse.
• Bosques: 9,7%.
• Otros: 2,5%.
• Área perdida: 2,5%.

Esta tendencia fue corroborada por el estudio del Instituto Geográfico


Agustín Codazzi (Igac) de 2012. Los suelos con vocación agrícola cubren un
área de 22’077.625 hectáreas, pero apenas 5’315.705 están siendo cultivadas, lo
cual indica un desperdicio cercano al 75% del potencial productivo del país para
la producción de alimentos.
Pero el mayor contraste se da en el caso de la ganadería: apenas 19’000.000
de hectáreas tienen suelos con vocación para ella. Sin embrago, en el país se han
establecido unos 40’000.000 de hectáreas en ganadería, es decir un poco más del
doble de la tierra adecuada.
Por eso, cabe preguntarse: ¿qué papel han desempeñado las instituciones
públicas en la formulación y ejecución de políticas para aumentar en serio la
producción agrícola, en especial la de alimentos, y para la reconversión productiva
del campo colombiano?
La respuesta a la pregunta puede darse en los siguientes términos: las
instituciones públicas que tienen las competencias, funciones y responsabilidades
para evitar que se consolide ese cambio en la vocación y el uso de los suelos,
impuesto por los empresarios agroindustriales, por los actores armados y los
narcotraficantes, y por las políticas agrarias erráticas que han sido funcionales a
esos actores, han sido incapaces de promover y garantizar el uso adecuado de los
suelos y la tierra para garantizar, entre otros aspectos, la seguridad y soberanía
alimentaria de los colombianos.
Al contrario, ese ha sido un factor que históricamente ha generado otros
conflictos conexos, entre los cuales se pueden destacar los conflictos sociales
por la tierra y el territorio, que han estado en la base de las principales demandas,
movilizaciones y luchas del movimiento social campesino, étnico y popular, como
hoy se le conoce. Dichas demandas en el fondo siempre han exigido el cambio
radical de las políticas públicas agrarias que han estado en contra de sus intereses,
situación ante la cual el sistema político colombiano ha sido un interlocutor
sordo de las demandas sociales, particularmente de las que provienen del mundo
rural y sus movimientos. Una posible explicación a esa negativa rotunda puede
ser, complementariamente a lo expuesto, las características con las que se ha
configurado el sistema político colombiano. Es decir que la explicación al fracaso,

97
Dime qué paz quieres y te diré qué campo cosechas.
Reflexiones sobre lo rural en los diálogos de La Habana.

la falta de implementación y evaluación de muchas políticas públicas reside


efectivamente en el sistema, que deberá cambiar notablemente, como una de
las condiciones para que los acuerdos de La Habana puedan contar con mejores
condiciones y garantías para producir los cambios en este nuevo intento por
terminar con el conflicto armado interno. A continuación analizamos algunos
rasgos de ese sistema político.

Relación entre las políticas públicas y el sistema político colombiano

En este apartado se analizará la relación que existe entre las políticas públi-
cas agrarias y el sistema político, con el objetivo de explicar la complejidad de
las primeras, pero sobre todo para encontrar las causas que explican por qué
muchas de ellas no alcanzan sus objetivos, no transforman o resuelven de
manera positiva los problemas públicos, a pesar de su buen diseño y de sus buenas
intenciones, que casi siempre se quedan en eso, en intenciones, que pocas veces
se han cumplido o cuando lo hacen es con bajos niveles de ejecución e imple-
mentación, pero sobre todo por qué, en otros casos dichas políticas tienen el
sentido y buscan beneficiar los intereses de sectores específicos de la sociedad,
ligados a los partidos políticos, a las élites políticas y a los grandes empresarios.
La responsabilidad de este fatal destino se encuentra en el papel que desempeña
el sistema político.
Por lo anterior, a continuación se muestra en qué consiste tal complejidad, y
cuál es el papel del sistema político para desvirtuar los objetivos sociales, colectivos
y públicos de tales políticas.
La complejidad de las políticas públicas y, como parte de ellas, las agrarias,
puede explicarse, entre otras, por las siguientes características:

• Son escenarios de conflicto, en los cuales las disputas de poder entre


distintos actores institucionales, políticos, privados y sociales se convierte
en el aspecto central de la decisión de la política, en cuanto al cumplimiento
de sus objetivos para constituirse en una política que busca el beneficio y
acceso de todas y todos, sin ninguna restricción, o el de unos pocos gremios,
clases, grupos o partidos.
• Las disputas de poder reflejan el conjunto de intereses políticos, económicos
y sociales de los actores que intervienen en la sociedad y cuyo desenlace
final depende de la correlación de fuerzas en la que se encuentre cada
uno, de su capacidad para llegar a acuerdos o de imponer sus intereses o
proyectos.
• La falta de participación en el proceso de identificación, formulación, im-
plementación y evaluación de las políticas públicas, en el que los distintos
actores intervengan, participen y decidan con base en el interés público
y el bien común.
98
Las políticas públicas de desarrollo rural
y los acuerdos de La Habana

• La sectorialización desarticulada de las políticas es uno de los grandes


obstáculos que impide la solución de muchos problemas públicos que
exigen integralidad, coherencia, complementariedad y respuesta unificada
del estado.

Las características del sistema político colombiano es uno de los principales


factores que determina lo señalado, y lo convierten en el gran responsable de
la orientación de las políticas públicas hacia los objetivos del «bien público y el
interés común» o, al contrario, como casi siempre ha sucedido, hacia el interés
de las élites y partidos políticos, de los gremios económicos y de las empresas y
agroindustrias nacionales y extranjeras.
En efecto, en el sistema político concurren, se expresan, relacionan e inte-
ractúan tres de sus componentes más importantes: las estructuras del poder del
estado (los tres poderes), los partidos y movimientos políticos y los ciudadanos.
Colombia es uno de los países en donde los partidos políticos adoptaron
históricamente la forma del bipartidismo liberal-conservador, concebidos por
analistas como partidos de clientela, para señalar que lo que une a sus miembros
y dirigentes no es una adhesión, identidad y pertenencia sustentada en principios
éticos y morales, en convicciones de justicia social o en proyectos políticos que
reivindiquen el bien público y el interés común, sino una relación jerarquizada,
presa del interés particular, de grupo, partido o empresa, rasgos que caracterizan
los sistemas clientelistas.
De esta manera, el clientelismo se convirtió en uno de los principales caminos
de la acción política de los partidos para buscar y privilegiar los intereses parti-
culares por encima de los colectivos, en beneficio sólo de su clientela y no del
conjunto de la sociedad. Estos partidos, en vez de modernizarse se enquistaron
en el estado para usar el patrimonio público en sus beneficios, para reproducir
el clientelismo y hacer uso privado de los recursos públicos. Restrepo (1993)
describe esto de la siguiente forma:

Los partidos no se modernizaron. Por el contrario se acomodaron a la utilización


del erario y al clientelismo que se convirtió en el método no sólo predominante
de la acción política, sino el único medio de acercar a las urnas a unos cuantos
millones de colombianos que se beneficiaron de esta manera de las migajas que
el poder liberal–conservador repartía, materializado en puestos públicos, auxilios
parlamentarios, y en general, en la utilización exclusiva y excluyente de los recursos de
la hacienda pública para mantener el predominio de unos partidos y unas instituciones
cerradas a la participación ciudadana (Restrepo, 1993: 17-18)

Como podrá comprenderse, el bipartidismo liberal-conservador y sus actuales


divisiones y facciones mantienen su esencia clientelista, cuya joya de la corona
y principal trofeo ha sido la captura de las estructuras del poder del estado, que

99
Dime qué paz quieres y te diré qué campo cosechas.
Reflexiones sobre lo rural en los diálogos de La Habana.

colocan en su beneficio para mantener sus privilegios. Para ello se alían con
todos aquellos sectores políticos y económicos, nacionales o extranjeros, que les
permitan conservarlos.
Desde lo anterior, las alianzas o acuerdos políticos entre los partidos y sus
fracciones persisten como fue pactado entre liberales y conservadores en la
otrora época del Frente Nacional, para repartirse las instituciones, los puestos
y presupuestos públicos en el ámbito nacional, regional, departamental y local.
En estas condiciones, las políticas públicas no escapan a las influencias de
quienes representan los intereses de los partidos políticos y las nuevas facciones
que se han desprendido de ellos en las instituciones públicas. Por el contrario,
se encuentran expuestas y, la mayoría de las veces, sometidas al sistema político
clientelar y excluyente, que sólo en algunas experiencias ha podido neutralizarse,
cuando expresiones organizadas de la sociedad civil, la oposición política o los
movimientos sociales logran adelantar acciones colectivas que demuestran la
inconveniencia y logran importantes reorientaciones de la política en cuestión,
Lo anterior puede ilustrarse con acciones colectivas como la del movimiento
estudiantil (Mane) que logró detener la ley de educación que buscaba privatizarla,
o las protestas de los sectores de la salud y la expresión de descontento nacional
y rechazo a la reforma a la justicia en el primer mandato del presidente Juan
Manuel Santos.
Por todo esto, las políticas públicas y, como parte de ellas, las de desarrollo
rural, no tienen ni la complementariedad ni la coherencia ni la articulación debida
con otras políticas. Por el contrario, en numerosas ocasiones son contrarias, se
contradicen parcialmente o son incompatibles. Un buen ejemplo son las contra-
dicciones en las que caen las políticas de desarrollo rural, las ambientales y las
minero-energéticas.
Dentro de las de desarrollo rural, en su dimensión económica están las
políticas agrícolas orientadas a usar los suelos de acuerdo con su vocación para la
producción de alimentos. No obstante, las actuales políticas minero-energéticas
le otorgan concesiones a empresas mineras nacionales y multinacionales extranje-
ras para que exploten los recursos minerales y de hidrocarburos (oro, carbón,
platino, petróleo, coltán), que se encuentran en el subsuelo, a sabiendas de que
la actividad minera, principalmente aquella que se realiza a cielo abierto, destruye
completamente los suelos que deberían aprovecharse para la producción de
alimentos.
De la misma manera, la construcción de hidroeléctricas que tienen por objetivo
la comercialización y venta de energía, destruyen los suelos de uso y la vocación
agrícola, cuando sus obras civiles implican la inundación de grandes extensiones de
tierra, como en los casos de las hidroeléctricas de Guatapé, San Carlos e Ituango (en
Antioquia), Urrá I y II (Córdoba), el Quimbo (Huila) e Hidrosogamoso (Boyacá).
Las contradicciones entre la política ambiental de conservación de la

100
Las políticas públicas de desarrollo rural
y los acuerdos de La Habana

biodiversidad y los ecosistemas estratégicos, que le han merecido a Colombia los


primeros lugares como uno de los países más megadiversos del planeta, entran
en franca contradicción con la política minero-energética y la agrícola.
Con la primera por cuanto las instituciones públicas como los ministerios, la
Agencia Nacional de Licencias Ambientales (Anla), la Agencia Nacional Minera
(ANM) y la Agencia Nacional de Hidrocarburos (ANH) continúan dando conce-
siones para explotación dentro de territorios de especial importancia ambiental y
ecológica, autorizando explotaciones a las empresas nacionales y transnacionales
en áreas protegidas o ecosistemas sensibles como los páramos.
Y con la segunda, porque promueve la realización de grandes megaproyectos
agrícolas y forestales en regiones estratégicas desde el punto de vista ambiental,
ecológico y social. Más grave aún, adecúa y diseña los dispositivos políticos y
normativos para favorecer a los nuevos dueños de la tierra y sus proyectos
agrícolas para producir biogás, etanol y participar de los nuevos mercados inter-
nacionales de captura de carbono.

Los acuerdos parciales de los diálogos en La Habana


en materia de desarrollo rural

El desarrollo rural fue el primer punto de las negociaciones y de los acuerdos


parciales a los cuales han llegado las partes, dentro del criterio por ellas aceptado
de «que nada está acordado hasta que todo esté acordado».
En efecto, el 13 de junio de 2013 las partes llegaron a un acuerdo parcial
titulado: «Hacia un nuevo campo colombiano: reforma rural integral».
Un aspecto que es necesario tener en cuenta al respecto consiste en establecer
las diferencias de criterio desde las cuales cada parte concibe la reforma rural
integral, desde el supuesto común que ella sentará las bases para la transformación
estructural del campo, creará condiciones de bienestar para la población rural
y, de esta manera, contribuirá a la construcción de una paz estable y duradera.
El gobierno entiende la transformación como una contribución para revertir
los efectos del conflicto y cambiar las condiciones que han facilitado la persis-
tencia de la violencia en el territorio colombiano. A su vez, las Farc-EP, conciben
esa transformación como una contribución a solucionar las causas históricas
del conflicto, como la cuestión no resuelta de la propiedad sobre la tierra y
su concentración, la exclusión del campesinado y el atraso de las comunidades
rurales (Gobierno de la República de Colombia y Farc-EP, 2014).
Llama la atención que las partes acepten que el nuevo campo colombiano y la
reforma rural integral se adelantará en un contexto de globalización y de políticas
de inserción en ella, que demandan, según el acuerdo, una atención especial de
la producción agropecuaria nacional y, especialmente, de la campesina, familiar y

101
Dime qué paz quieres y te diré qué campo cosechas.
Reflexiones sobre lo rural en los diálogos de La Habana.

comunitaria. Pero, al mismo tiempo, en uno de sus considerandos más importantes


se señale que:

(…) una verdadera transformación estructural del campo requiere adoptar medidas
para promover el uso adecuado de la tierra de acuerdo con su vocación y estimular
la formalización, restitución y distribución equitativa de la misma, garantizando el
acceso progresivo a la propiedad rural de los habitantes del campo y en particular a las
mujeres y la población más vulnerable, regularizando y democratizando la propiedad
y promoviendo la desconcentración de la tierra, en cumplimiento de su función social
(Gobierno de la República de Colombia y Farc-EP, 2014).

Lo anterior, recuerda, por una parte, que en materia de propiedad rural el


acceso y la democratización de la misma, y la lucha por la desconcentración de la
tierra han sido objetivos consignados en las leyes de reforma agraria desde 1936,
con la expedición de la ley 200, hasta la ley 160 de 1994, aún vigente. En 2015,
trascurridos ya setenta y nueve años, dichos objetivos no han podido lograrse,
lo que plantea la pregunta sobre las posibilidades y condiciones reales de que las
medidas que se tomen después de la firma de los acuerdos, sean implementadas.
Llama la atención también el hecho de que el gobierno se siente a la mesa de
conversaciones recordando hasta el cansancio que «no se negociarán cambios al
modelo de desarrollo», cuando si se quiere y si existe una real voluntad política
de parte de éste, lo que el acuerdo llama «transformación estructural del campo»
sólo será posible si se cambia y modifica, al menos, el modelo de desarrollo rural
prevaleciente desde mediados del siglo veinte.
Veamos algunos aspectos del acuerdo parcial, considerados ejes centrales:
acceso y uso; tierras improductivas; formalización de la propiedad; y frontera
agrícola y protección de zonas de reserva, con un extenso desagregado en
subpuntos para referirse a varios aspectos.
El amplio contenido de este eje del acuerdo y los instrumentos en él
señalados, como el fondo de tierras-crédito-subsidio integral-formalización de
la propiedad y dotación de bienes públicos son, entre otros, muchos de los
aspectos consignados en la ley 160 de 1994 y en la mayoría de las leyes que la
antecedieron, sin que hasta el presente se hayan cumplido. Estos aspectos son
parte importante del contenido de los programas de reforma agraria por los
que han luchado las organizaciones y comunidades campesinas desde finales
del siglo diecinueve y como reivindicación y demanda social y política son parte
de las plataformas y del pliego de peticiones que hoy levanta la Cumbre Agraria
Nacional, Campesina, Étnica y Popular, y respecto de la cual han manifestado su
plena vigencia llamándola por su verdadero nombre: reforma agraria integral y
democrática, que por alguna razón no está en el texto del acuerdo.
El acuerdo de La Habana, en esta materia, no debería repetir la denominada vía
indirecta y poco científica para resolver el problema agrario, que el otrora senador

102
Las políticas públicas de desarrollo rural
y los acuerdos de La Habana

Gerardo Molina le enrostrara al bipartidismo liberal-conservador, en los debates


agrarios del Senado sobre el proyecto de la ley 200 de 1936, cuando señaló que:

El proyecto es liberal y menos que liberal, pues en otras partes el liberalismo ha ido
más lejos; en Europa, por ejemplo, a raíz de la guerra, la reforma agraria se hizo por
el procedimiento directo de expropiar el latifundio para repartirlo; y fue una reforma
liberal. Aquí no nos hemos atrevido nosotros a seguir ese camino, y por eso hemos
tomado un método indirecto, el de la extinción de la propiedad por el no cultivo,
procedimiento tardío, demorado, y poco científico, que como se verá con el tiempo,
no tendrá eficacia (Molina, 1990: 78).

Contrario a lo señalado por Molina, el bipartidismo decidió en esa época


comprarle la tierra a los terratenientes, expropiar los latifundios improductivos
por la irrealizable vía administrativa, ahorrándose el difícil camino de una reforma
agraria que tuviese un sello plenamente redistributivo y acompañado de una
política pública tan redistributiva que afectara y expropiara si fuese del caso los
latifundios y las grandes propiedades rurales, limitando, si fuese necesario, el
tamaño de las mismas como ocurre actualmente en varios países europeos, sin
que esto pudiera confundirse de manera amañada con una medida revolucionaria.
Lamentablemente, el bipartidismo no estuvo interesado en aquellas épocas
en hacer una reforma agraria redistributiva, porque se trataba de defender sus
propios intereses económicos y defender los grandes terratenientes que tenían
altas cuotas de representación política en el parlamento.
Y hoy debemos lamentar que el acuerdo de La Habana tampoco podrá hacerlo,
porque la correlación de fuerzas es completamente desfavorable, en primer lugar
para las Farc-EP, por la pérdida progresiva de los espacios políticos nacionales e
internacionales que alguna vez alcanzó, como durante los diálogos con el gobierno
de Andrés Pastrana (1998-2002) en el municipio de San Vicente del Caguán.
Pero también porque la lucha armada como mecanismo para la toma del poder
político y las guerras de liberación de los años 60 y 70 perdieron toda validez,
vigencia, legitimidad social y política, y reconocimiento nacional e internacional
para producir las grandes transformaciones sociales y las soluciones a muchos
de los problemas y causas estructurales que las originaron. En cambio, las expe-
riencias de años recientes en países como Bolivia, Ecuador, Perú, Uruguay y
Venezuela mostraron nuevos caminos que pueden posibilitar alcanzarlos dejando
de lado la violencia o la guerra.
Segundo, esa correlación de fuerzas en el plano social y político también es
completamente desfavorable para los distintos sectores sociales, políticos, étnicos
y populares que consideran que la reforma agraria integral y democrática aún
tiene vigencia, y más allá de ella tienen vigencia otras demandas que remuevan
las causas estructurales de la desigualdad y las amplias injusticias sociales sobre
las que se han edificado los actuales pilares de la sociedad colombiana.

103
Dime qué paz quieres y te diré qué campo cosechas.
Reflexiones sobre lo rural en los diálogos de La Habana.

En este sentido, los acuerdos de La Habana, en el mejor de los sentidos,


crearán nuevas condiciones y nuevos escenarios políticos que permitirán que
el conjunto del campo popular y los sectores sociales, políticos y académicos
progresistas, democráticos y alternativos, junto con los movimientos sociales,
étnicos y populares, asuman de plano la movilización, la lucha, la resistencia y
las acciones colectivas como el único recurso para alcanzar los cambios y la
transformaciones buscados por tantas décadas.
Finalmente, y con respecto al punto del acceso a la tierra, el acuerdo de La
Habana contempla numerosos mecanismos ordinarios de épocas y leyes anteriores,
que no pudieron modificar sustancialmente el régimen de propiedad y tenencia
de la tierra rural que hasta hoy imperan en Colombia. No obstante, es necesario
reconocer que incluyeron otros que no estaban contemplados y que al tenor y
entusiasmo del desarrollo de los acuerdos podrán mejorar ostensiblemente el
acceso a la tierra, tales como la formación del catastro rural, el fortalecimiento
del pago del impuesto predial rural, especialmente para evitar la especulación
con la tierra en manos de los grandes terratenientes, la zonificación ambiental
del país en función de la protección de las áreas de especial interés ambiental, el
apoyo a las zonas de reserva campesina y la creación de la jurisdicción agraria.
Sin embargo, es conveniente promover una discusión amplia con las
organizaciones y movimientos sociales, étnicos y populares sobre este tipo de
mecanismos, con el objetivo de redefinir y reorientar las políticas públicas que
puedan desprenderse de su diagnóstico real y no del imaginado. Por ejemplo, en
el caso del catastro rural, sin duda la terminación del conflicto podrá contribuir
al diseño y estructuración de un nuevo catastro rural unificado para todo el país,
conservando las diferencias regionales e incorporando todas las variables técni-
cas y sociales que deben tenerse en cuenta, para evitar nuevas desigualdades. Su
único objetivo no debe ser la recaudación de los impuestos o la dinamización del
mercado de tierras: ante todo, debe tener en cuenta las capacidades y condiciones
reales, particularmente de los pequeños y medianos propietarios rurales, para
contribuir al fisco nacional, sin que ello signifique una nueva amenaza para
perder lo poco que han conseguido.
Otro ejemplo es la figura de las zonas de reserva campesina (ZRC), concebida
como un mecanismo de protección y defensa de la economía campesina, de
ordenamiento ambiental del territorio, de solución de los conflictos socioambien-
tales en las zonas de colonización, pero también, y muy especialmente, como uno
de los mecanismos más pertinentes y adecuados para evitar el proceso acelerado
de concentración de la tierra. Hoy ese repertorio se ha ampliado y las zonas
de reserva campesina se conciben, además, como espacios para garantizar
la soberanía alimentaria y la construcción de territorios de paz. Con esta figura
se debe evitar la manipulación política que el gobierno del presidente Juan
Manuel Santos ha hecho para presionar los diálogos con las Farc-EP, mediante

104
Las políticas públicas de desarrollo rural
y los acuerdos de La Habana

un amplio apoyo político y económico entre 2010-2012, para quitárselo desde


que se iniciaron los diálogos de La Habana, estigmatizarlas, desconocerlas y
congelarlas, al punto de atribuirles su origen y autoría a las Farc-EP, desconociendo
que fueron un logro de los procesos de colonización de los años 60 y 70, que
hacen parte de la legislación agraria colombiana al estar consignadas en la ley de
reforma agraria 160 de 1994, que antes que desconocer deberían de cumplirla.
El segundo de los ejes de los acuerdos consigna los programas de desarrollo
con enfoque territorial, planes nacionales para la reforma rural integral, en los
que se destacan planes de infraestructura y adecuación de tierras, desarrollo social
en salud, educación, vivienda y erradicación de la pobreza. Finalmente, un punto
referido a los aspectos económico-productivos, que comprende estímulos a la
producción agropecuaria y a la economía solidaria y cooperativa, asistencia técnica,
subsidios, crédito, generación de ingresos, mercadeo y formalización laboral.
Este eje mantiene características similares al anterior, en el sentido que la
mayoría de sus componentes también están contemplados en las normas vigentes
y el resultado deja mucho que desear, porque tampoco han logrado resolver
significativamente las problemáticas más agudas que las poblaciones rurales y sus
pobladores enfrentan en cada uno de esos aspectos, particularmente en cuanto
a la disminución de la pobreza o la construcción de bienes públicos que son
inexistentes o precarios en la mayoría de los municipios más rurales, sobre todo
en aquellos que han estado históricamente en comprensión de los territorios de
influencia de los actores armados, denominados municipios rojos o de orden
público y cuyas poblaciones siguen siendo estigmatizadas y señaladas como
colaboradoras de las guerrillas.
En este sentido, es bueno recordar que los programas de desarrollo rural
con enfoque territorial son la expresión en las distintas regiones que tiene el
«desarrollo rural con enfoque territorial», oficialmente adoptado por el Incoder,
a pesar que estaba consignado en el proyecto de ley de tierras y desarrollo rural
presentado por el gobierno de Juan Manuel Santos en su primer mandato, y al
parecer hoy ya retirado.
Si bien este tipo de programas buscan territorializar los acuerdos con base
en las realidades, características y potencialidades de las regiones y en ese sentido
pueden tener validez, se debe recordar que actualmente tienen un grado impor-
tante de subordinación a otros programas y políticas como la política pública de
consolidación territorial, que continua estigmatizando las regiones en las que la
insurgencia armada de las Farc-EP han tenido influencia histórica, y controlando,
regulando o impidiendo que a esas regiones lleguen los programas de otras
instituciones públicas.
Ahora bien, la pregunta central que puede inferirse de un aspecto importante
de este eje es si los programas de desarrollo con enfoque territorial y los planes
nacionales de la reforma rural integral estarán orientados o serán instrumentos

105
Dime qué paz quieres y te diré qué campo cosechas.
Reflexiones sobre lo rural en los diálogos de La Habana.

de nuevas, reorientadas y renovadas políticas públicas de desarrollo rural que


al menos resuelvan los problemas más estratégicos de los pobladores rurales,
o éstos seguirán siendo instrumentos funcionales al modelo de desarrollo rural
agroexportador que hasta ahora ha excluido a la mayoría de campesinos, indígenas
y afro-descendientes. Esperamos que su orientación se encamine a la solución de
los problemas estratégicos de los pobladores rurales y, en ese sentido, el estado
debe dar garantías que ese sea su curso, sin desvíos o desvaríos.
Ahora bien, en cuanto al Plan nacional de desarrollo y su relación con los
acuerdos de La Habana, vale la pena consignar la preocupación que suscita el
contenido de la ley 1753 del plan de desarrollo 2014-2018, «Todos por un nue-
vo país», sancionado el 9 de junio de 2015 por el presidente Juan Manuel Santos,
debido a que no pareciera que fuese a resolver las principales problemáticas
del mundo rural colombiano, contempladas de manera general en los acuerdos
de La Habana, peor aún, plantea explícitamente que las reformas se harán con
acuerdos o sin ellos.
Se puede señalar que en materia de desarrollo rural el plan nacional de
desarrollo tiene por objetivo principal consolidar el modelo agroexportador y
dar prioridad a la reciente ofensiva del capital trasnacional para que dé rienda
suelta a su voraz apetito para explotar los recursos naturales y seguir adelantando
la renovada ola extractivista que consolida economías de enclave cuyos únicos
beneficiarios son los propietarios de las empresas trasnacionales y los grupos
económicos colombianos y su aliados extranjeros. Por ello, entre sus prioridades
está crear todos los incentivos posibles a la inversión extranjera directa y al
desarrollo de los megaproyectos agrícolas y minero-energéticos. En esos térmi-
nos, este plan se sitúa en una trayectoria contraria al acuerdo de La Habana en
materia de desarrollo rural.
De acuerdo con lo señalado, en términos generales se puede inferir que el
acuerdo parcial «Hacia un nuevo campo colombiano: reforma rural integral»,
tiene un contenido profundamente reformista, al mejor estilo de la más clásica
tradición liberal. Muchas de las medidas que propone y de las obligaciones del
estado con los pobladores rurales están previstas en la profusa normativa agraria
colombiana y en las políticas públicas vigentes, que los distintos gobiernos
liberales y conservadores han sido incapaces de aplicar, desarrollar o actualizar y,
cuando lo hacen, privilegian los intereses económicos y políticos de los potentados
del campo y las empresas multinacionales, dejando de lado o en una situación muy
marginal los intereses de las comunidades y pobladores rurales. Esta trayecto-
ria debe ser cambiada en los acuerdos finales, el conjunto de la sociedad debería
apropiarse de ellos y exigir su cumplimiento cabal, en el entendido de que esta
oportunidad histórica para terminar el conflicto armado no es sólo para las Farc-EP,
también lo es para las élites políticas, los poderes económicos, los partidos y la
sociedad. Es la oportunidad de evitar que el conflicto armado se reproduzca y

106
Las políticas públicas de desarrollo rural
y los acuerdos de La Habana

reaparezca con nuevos o viejos actores que ocupen los espacios dejados por
las Farc-EP.

Los cambios en las políticas de desarrollo rural


que implican los acuerdos de La Habana

Los acuerdos de La Habana deben implicar cambios sustanciales en las políticas


de desarrollo rural, que deberían ser auténticas políticas redistributivas que bus-
quen resolver los problemas estructurales del campo, entre los que se destacan
la reducción de la desigualdad social en materia de tenencia de la tierra y del
ingreso, y la pobreza rural. La preocupación principal debería estar en dignificar
la existencia del modo de vida de los campesinos, indígenas y afrodescendientes
y establecer condiciones y capacidades suficientes para que estos sectores de
población puedan lograr sus proyectos de vida.
De acuerdo con lo anterior, las políticas actuales de desarrollo rural deben
ser reformuladas en unos casos y cambiadas radicalmente en otros. Éstas deben
propender en todos los casos a colocar al frente y priorizar el interés público y
el bien común de los pobladores rurales, de tal suerte que sean considerados
sujetos activos de la política y participen creadoramente de la reformulación y
el cambio de las mismas, que sus demandas y decisiones sean respetadas por los
organismos y corporaciones estatales.
En este sentido, debe haber cambios en la política de desarrollo rural con
enfoque territorial. Éste sólo alude a una dimensión de lo rural y subsume otras
dimensiones tan importantes como las sociales, ambientales y culturales, que por
cuenta de la preeminencia del modelo neoliberal, de los procesos de globalización
y del libre mercado, las desconoce y las margina, rescatando y orientando
principalmente la capacidad productiva de los territorios rurales para insertarse
en los circuitos económicos nacionales e internacionales, para lo cual privilegia la
competitividad que estos alcanzar en el juego del libre mercado, desconociendo
las grandes diferencias de condiciones y los abismos infranqueables que tienen
nuestros pobladores rurales con los de los países y economías desarrolladas,
nuestros principales competidores.
Podría señalarse que este enfoque se convierte así en una versión actualizada
de las fracasadas políticas de modernización agraria de los años sesenta del siglo
veinte, que sólo valoriza lo rural y sus pobladores por la capacidad de producir
para el mercado, enfatizando la dimensión económico-productiva. Con ello se
desconocen la lógica, el modo de vida y las cosmovisiones de los campesinos,
indígenas y afrodescendientes, cuya razón de existencia está mucho más allá de
generar ingresos monetarios y trasciende a otras esferas culturales, otras formas
de producir, consumir, de relacionarse con la naturaleza y de construir sus

107
Dime qué paz quieres y te diré qué campo cosechas.
Reflexiones sobre lo rural en los diálogos de La Habana.

propios tejidos y redes sociales, incomprensibles y despreciadas por las lógicas y


modos de vida de las élites políticas, los empresarios y agroindustriales capitalistas.
Del mismo modo, la política de tierras rurales debe mantener su orientación
y sentido para resolver el problema central de la desigualdad en cuanto a la tenencia
y democratización de la propiedad sobre la tierra con el vigor, la decisión y la
voluntad política inexistentes en las décadas y programas anteriores, por el alto
nivel de concentración que prevalece y la magnitud del despojo del que fueron
víctimas amplios sectores de pequeños y medianos campesinos.
Los incentivos y las garantías de la política de tierras deberían ser para los
hombres y mujeres del campo, pequeños y medianos campesinos, para los
indígenas y los afrodescendientes, porque son los sectores más vulnerables, peor
situados y con menos condiciones económicas y a quienes el estado debería
tender, ahí sí, la mano y el pulso firme. Por tal razón, las tierras baldías de la
nación deberían tener como principales destinatarios estos sectores, como quedó
estipulado en la ley 160 de 1994, que el actual plan de desarrollo pretende derogar
y que se apuntala con el proyecto de ley 223 de 2015, presentado nuevamente
ante el Congreso de la república y aprobado en su primer debate, mediante el
cual se crean las zonas de interés de desarrollo rural y económico (Zidre), que
buscan beneficiar a los grandes empresarios e inversionistas nacionales y extranje-
ros, modificar la unidad agrícola familiar, permitirles por esta vía la acumulación de
tierras y legalizar las compras masivas que han hecho de manera fraudulenta en
la altillanura colombiana.
Se trata de una ley completamente regresiva, que configura un nuevo instrumen-
to de política que va en contravía del acuerdo de La Habana en materia de tierras
y que deja al descubierto el interés del gobierno del presidente Santos por burlar
los mencionados acuerdos y crear nuevas normas que privilegian el interés de los
grandes empresarios nacionales e internacionales, y que en vez de democratizar
la propiedad sobre la tierra tendría como resultado final propiciar mayores niveles
de concentración. Esta es otra manera de despojo de los derechos campesinos a la
tierra y al territorio, que al menos la ley 160 de 1994 consagró mediante la figura
de los baldíos reservados de la nación para resolver los problemas de acceso y
distribución de la tierra contemplados en los programas de reforma agraria.
Los casos anteriores son un pequeño ejemplo de la necesidad imperiosa de
reformular la mayoría de las políticas de desarrollo rural actualmente existentes,
porque tienen la misma orientación y sentido para colocar los intereses de los
políticos, inversionistas y empresas nacionales y extranjeras por encima de los
intereses y las necesidades y problemas públicos más apremiantes de los hom-
bres y mujeres del campo.

108
Las políticas públicas de desarrollo rural
y los acuerdos de La Habana

Los retos de los acuerdos de La Habana


en materia de políticas de desarrollo rural

Sin duda, los retos en materia de las políticas de desarrollo rural son gigantescos,
destacando para finalizar los siguientes:

• La real voluntad y decisión política del gobierno nacional y de los sectores


políticos gubernamentales para reformular y reorientar las políticas
públicas de desarrollo rural que vayan en la dirección de resolver los
principales problemas públicos que han enfrentado secularmente las
comunidades y los pobladores rurales.
• La inclusión y participación del movimiento social agrario en la refor-
mulación, reorientación y construcción social de las políticas en materia
de desarrollo rural, a efecto de que sus demandas y reivindicaciones sean
tenidas en cuenta, respetadas e incluidas como parte del aporte que a las
mismas hacen los sectores campesinos, indígenas y afrodescendientes.
• El compromiso del gobierno nacional para que desista de seguir ideando,
formulando y decidiendo políticas de desarrollo rural que van en contravía
de los acuerdos finales que se suscriban en La Habana.
• La movilización social de todos los sectores políticos, sociales, académicos,
rurales y urbanos que están a favor de que los acuerdos de La Habana se
vean reflejados en políticas públicas redistributivas que puedan transformar
las causas estructurales que han impedido resolver los problemas más
sentidos de las comunidades y pobladores rurales.
• La reestructuración o el rediseño de una institucionalidad pública agraria
que cuente con las condiciones, los recursos y los medios que les permita
garantizar con idoneidad, capacidad técnica y compromiso social la
implementación de las políticas en las múltiples dimensiones del desarrollo
rural.

109
Conflicto armado y disputas
ecológicas en Colombia

Johana Herrera Arango


Nicolás Vargas Ramírez
Adriana Milena Beltrán Ruiz
Conflicto armado y disputas
ecológicas en Colombia

Presentación

Tras revisar lo que hasta mediados de 2015 se había firmado como parte de
los acuerdos de paz fruto de las negociaciones entre el gobierno nacional y las
Farc (Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia) en La Habana, es posible
constatar la ausencia de una aproximación ambiental y ecológica al conflicto
armado en general, y al posacuerdo en particular, desde varias dimensiones:
causas estructurales, efectos, dinámicas y posibilidades de transición. Por tanto,
no podremos hacer un balance de cuál es el enfoque o cuáles los alcances en
materia medioambiental de los acuerdos de La Habana, pues hasta ahora ese
abordaje no existe. Pero sí será posible ahondar en la conceptualización entre
conflictos armados y disputas ecológicas para mostrar desde experiencias muy
concretas en el país la necesidad de incorporar ese enfoque, en la medida en que
existe una estrecha relación entre las formas de administrar, manejar y disponer
de los recursos naturales y la existencia de situaciones de conflicto y violencia
que se expresan de maneras tan disímiles en las diferentes regiones del país y su
diversidad de paisajes.
En este sentido, la primera sección de este capítulo es conceptual, y busca
ahondar en la relación entre conflicto armado y disputas ecológicas. Para ello es
central revisar las discusiones transversales que han dado expertos y organiza-
ciones ambientales y de derechos humanos que advierten sobre los riesgos de
un posacuerdo sin consideraciones ambientales, dados los riesgos que plantean
los proyectos minero-energéticos, agroindustriales, de infraestructura, turísticos
y otros de corte extractivista1 (Sistema de las Naciones Unidas en Colombia y
Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible). Llama la atención que esta
preocupación ambiental frente a la transición, tan evidente en las regiones, esté
ausente en la mesa de La Habana y en las discusiones académicas y de las
organizaciones que siguen de cerca el proceso de paz2. Es muy reciente, del 1

1  Que puedan llegar a tener lugar o cuya ejecución se agilice en las nuevas condiciones.

2  Mesa de conservaciones para la terminación del conflicto y la construcción de un paz estable y

113
Dime qué paz quieres y te diré qué campo cosechas.
Reflexiones sobre lo rural en los diálogos de La Habana.

de julio de 2015, el pronunciamiento del Consejo de Estado en el que le solicitó


al gobierno nacional incluir consideraciones ambientales como bienes, recursos
naturales, ecosistemas, biodiversidad y delitos ambientales en las negociaciones
de La Habana3.
La segunda sección presenta aportes a la problematización y al análisis de
las dinámicas asociadas a la administración de los recursos naturales en tres
zonas históricamente afectados por el conflicto armado, en donde sus pobladores
vivieron, de distintas maneras, limitaciones al uso del territorio, pero donde, al
tiempo, han tenido lugar procesos que buscan la generación de instrumentos
de administración y manejo de recursos de uso colectivo: el Alto San Juan en el
departamento del Chocó, Montes de María, en los de Bolívar y Sucre, y la zona
rural de Valledupar, en el Cesar.
En la tercera sección, de corte analítico, nos ocuparemos de discutir si a la
luz de lo revisado en los casos nacionales pueden preverse el tipo de impactos
que ocasionará el posacuerdo. Para tal fin expondremos algunas experiencias
internacionales de posacuerdo, y, con base en las transiciones, resaltaremos
algunas circunstancias problemáticas en materia de retorno, tenencia de la tierra
y transformaciones del paisaje que pueden ser de utilidad en el contexto colombiano
actual. Experiencias como las de Uganda, Guatemala, Vietnam, Sri Lanka,
Bosnia y Herzegovina, entre otras, son ejemplo de desestabilización en el acceso
y la disponibilidad de recursos naturales con ocasión de los acuerdos de paz que
han dejado de lado las experiencias locales de manejo y han tendido a abrirse a
la inversión extranjera y a los mercados internacionales de tierras bajo una pre-
caria regulación estatal. En Colombia, tal como se explicó en el capítulo «Qué
va del programa agrario a la reforma rural integral», hay una larga tradición de
acuerdos con actores armados. Sin embargo, el componente ecológico, ha sido
prácticamente invisible o se le ha ignorado. En esta última sección insistiremos
en mostrar lo complejas que son las transiciones, los peligros que traen cuando
se enfocan en producir “bordes” sobre paisajes que han sido transformados,
habitados, históricamente de otras maneras.
Es importante exponer al lector las inquietudes que de manera general
animan este ejercicio de escritura colectiva, a fin de facilitar una mejor comprensión
de este texto. De manera general, nos preguntamos sobre las relaciones existentes
entre el conflicto armado y las disputas ecológicas, relación que desarrollamos en
la sección «Algunos debates sobre la relación conflicto armado y disputas ecoló-
gicas». A partir de esta inquietud central hemos formulado una serie de pregun-
tas que nos permitirán, en las dos secciones siguientes, «Posibles escenarios de

duradera en Colombia. https://www.mesadeconversaciones.com.co/

3  Consejo de Estado. Expediente 30385, primero (1) de julio de 2015.

114
Conflicto armado y disputas ecológicas en Colombia

la transición» y «Aprendizajes, experiencias y desafíos», orientar la reflexión y el


análisis en torno a los asuntos que, a nuestro criterio, consideramos fundamental
llamar la atención a propósito del posacuerdo. Las preguntas se presentarán al
finalizar la primera sección.

Introducción: paisajes y conflicto armado

El paisaje, en tanto que resultado de una transformación colectiva de la naturaleza,


es un producto social. Los paisajes reflejan una determinada forma de organizar y
experimentar el territorio y se construyen socialmente en el marco de unas complejas
y cambiantes relaciones de género, de clase, de etnia, de poder, en definitiva. Por eso
las miradas sobre el paisaje son tan diversas y, por ello mismo, a menudo opuestas (...)
y en ningún caso gratuitas. En realidad, sólo vemos los paisajes que deseamos ver,
es decir aquellos que no cuestionan nuestra idea de paisaje construida socialmente,
producto, a su vez, de una determinada forma de aprehensión y apropiación del
espacio geográfico (Nogué, 2007).

Además de generar problemas agrarios y víctimas de todas las violencias, los


conflictos armados producen, en buena medida, disputas ecológicas multicausales.
Estas disputas, a grandes rasgos, pueden obedecer a los siguientes factores: 1) a
que los actores combatientes conocen la importancia de apropiarse de lugares
por su riqueza ambiental; 2) a efectos o daños colaterales de la guerra en el uso de
espacios de importancia ecológica para fines contrarios a su funcionalidad; 3) a la
exacerbación de los conflictos de uso preexistentes y la redefinición de las reglas
de utilización y manejo que mina la autonomía de la poblaciones y fragmenta,
degrada e incluso extingue paisajes enteros. Más estructuralmente, se debe re-
conocer la importancia de tratar las dimensiones socioecológicas de manera
coyuntural a los conflictos armados, que en casos como el colombiano están
fuertemente anclados al modelo de desarrollo neoliberal y, en el contexto global,
tienen igualmente repercusiones sobre fenómenos como el cambio climático,
por lo que el papel del capital global y de los estados-nación en el posacuerdo no
se debe pasar por alto4.
Antes de iniciar los diálogos en La Habana, las iniciativas municipales que
recurrían a sus facultades legales para determinar el ordenamiento territorial de
su jurisdicción fueron fuertemente rechazadas por el gobierno central y por las
empresas mineras y petroleras, ya que mediante dichos mecanismos se buscó
proteger las áreas rurales de la embestida de sus actividades, consideradas de

4  El primer factor, mencionado tímidamente en la mesa de diálogos de La Habana en referencia a la


tenencia de la tierra, permite ver que en Colombia los demás factores que no han tenido una revisión
cuidadosa en la mesa deberán analizados por parte de la sociedad civil en la fase de implementación de
los acuerdos de paz.

115
Dime qué paz quieres y te diré qué campo cosechas.
Reflexiones sobre lo rural en los diálogos de La Habana.

utilidad pública e interés social e impulsadas por la locomotora minero-energética


del Plan de desarrollo, 2010-2014. El argumento principal para rechazar estas
iniciativas fue la propiedad del subsuelo, que según consideraron los opositores, al
ser de la nación solo permitía a las entidades del orden nacional legislar y ordenar
dónde sí y dónde no podrían hacerse actividades de exploración y explotación.
Al respecto, entidades como el Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo
(PNUD)5 y la Corte Constitucional6, ONG ambientalistas y comunidades en
general se han pronunciado frente a la constitucionalidad de los municipios para
restringir, mediante el ordenamiento territorial del suelo, las actividades extrac-
tivas del subsuelo. El debate, aún abierto, muestra no solo una tensión frente
al modelo de desarrollo que quiere ser impuesto, sino que revela también la
preocupación existente en los ámbitos locales y de las organizaciones sociales
y ambientales frente a la falta de mecanismos de protección efectivos, producto
de un ordenamiento territorial en el que suelo y subsuelo son desmembrados
jurídicamente a fin de favorecer la implantación del extractivismo en el país.
Surgen entonces inquietudes frente a la manera en que una condición de
posacuerdo incidirá en el ordenamiento territorial y en el desarrollo de nuevas
actividades y proyectos de corte extractivista, particularmente debido a que en la
agenda de los diálogos, como tal, no existen puntos orientados específicamente
a lo ambiental, aun cuando algunos acuerdos ya se han establecido respecto al
ordenamiento territorial7 y la protección ambiental8. Asimismo, porque desde el
comienzo, y tajantemente, el gobierno nacional por medio de Humberto de la
Calle, jefe de su delegación, dijo en la instalación de los diálogos de paz: «Aquí no
venimos a negociar el modelo de desarrollo del país», en respuesta a la primera
intervención pública del vocero de las Farc, Iván Márquez, en Oslo9. Resulta
entonces paradójico que estos aspectos no se tengan en cuenta en un contexto
en el que, como señala Darío Fajardo, el desplazamiento forzado claramente
ha permitido evidenciar, además del conflicto en sí mismo, el interés por la

5  El Espectador. «Urge una política de ordenamiento territorial». 25 de septiembre de 2011. http://goo.


gl/1tqi1t

6  Sentencia C-123/14. Magistrados ponentes María Victoria Calle Correa y Luis Ernesto Vargas Silva.
http://goo.gl/VzF3Ww

7  «Se fortalecerá la participación ciudadana en la planificación del ordenamiento del territorio, y se


facilitará el diálogo entre gobierno, comunidades rurales y sector privado». http://goo.gl/J4uKoY

8  «También acordamos delimitar la frontera agrícola y proteger las áreas de especial interés ambiental:
avanzaremos en un plan de zonificación ambiental que haga compatible el interés de preservación con
las alternativas económicas de las comunidades y de desarrollo del país y promueva diferentes planes de
desarrollo que contribuyan a la preservación ambiental». http://goo.gl/zurmQ2

9  El País. «Aquí no venimos a negociar el modelo de desarrollo del país»: Humberto de la Calle. 18 de
octubre de 2012. http://goo.gl/QJSTqm

116
Conflicto armado y disputas ecológicas en Colombia

ubicación estratégica que han representado algunas zonas, sea por su estrecha
relación con procesos de acaparamiento de tierras o por el control de territorios
estratégicos por sus recursos naturales renovables y no renovables, por la
perspectiva de beneficios derivados de la próxima instalación en ellos de proyectos
de desarrollo de gran envergadura o por su significado militar y político dentro
de la confrontación armada (Fajardo, 2004).
Como se sabe, la transición hacia la paz no solo requiere de una estrategia
financiera: requiere también de condiciones institucionales y legales favorables
para el proceso, entre muchas otras10. Sin embargo, las fuentes de financiación
generan gran preocupación en el sector ambiental, pues los últimos aconteci-
mientos frente al descenso en los precios del petróleo permiten ver que la gran
minería en Colombia se perfila como una de las banderas del desarrollo del
gobierno y posible fuente para financiar el posconflicto11. Las tensiones que esta
situación genera no son pocas. Desde el sector minero-energético se ha expuestos
expectativas y preocupaciones de cara al futuro del campo colombiano, en donde
los movimientos sociales cada vez son más enfáticos en el rechazo al desarrollo
de las actividades mineras, y piden al gobierno que las políticas relacionadas con
el sector sean concertadas con todos los habitantes rurales y que la minería deje
de ser considerada una actividad de utilidad pública. Las empresas, por su parte,
argumentan que en el campo no solo puede tener cabida el agro, y que la minería
es parte fundamental de lo rural12. Las expectativas sobre la mesa y a la espe-
ra de territorios ‘en paz’ para ser materializadas, evidentemente supondrán una
transición entre el ‘fin’ del conflicto armado y la exacerbación de los conflictos
ambientales. De allí la importancia de ahondar en la comprensión de las dinámicas
regionales y su relación con el conflicto armado y las disputas ecológicas, así
como de buscar experiencias internacionales que permitan comprender mejor
la transición a la que pueden verse sometidos los paisajes, esto en perspectiva de
evitar el escalamiento o generación de nuevas fuentes de conflicto que a futuro
puedan convertirse en disputas ecológicas, con la posibilidad latente de incluso
retomar el uso de las armas.

10  El Espectador. «Posconflicto como estrategia financiera de la paz». Por Jairo Morales Nieto. 2 de mayo
de 2015. http://goo.gl/mcAG1I

11  Posibilidad sin embargo bastante dudosa, como muestra Guillermo Rudas en sus investigaciones,
que demuestran que la gran minería no aporta tanto dinero como el gremio se empeña en señalar. Véase:
«Renta minera y regalías: un debate ineludible». Razón Pública. 6 de junio de 2013. http://goo.gl/jReUYE

12  La Silla Vacía. «Los coqueteos de Santos II a los mineros». Por Andrés Bermúdez Liévano. 26 de abril
de 2015. http://goo.gl/uKSpDC

117
Dime qué paz quieres y te diré qué campo cosechas.
Reflexiones sobre lo rural en los diálogos de La Habana.

Algunos debates sobre la relación entre conflictos armados


y disputas ecológicas

La relación entre los conflictos armados y los conflictos ambientales ha sido


materia central en las discusiones desde la geografía crítica y la ecología política,
principalmente. A partir de los ochenta se despertó un interés en el estudio de
casos desde perspectivas analíticas que situaron al menos dos ejes principales:
1) la necesidad de desestabilizar la construcción discursiva de la relación
paz-desarrollo-bienestar (Harvey, 2006), que por lo incuestionable que aparece
en los discursos estatales, de agencias de cooperación y de organizaciones
sociales, parecía difícil de problematizar; y 2) la incorporación de consideraciones
referidas a los recursos naturales en los tratados de paz. El telón de las des-
igualdades ambientales relacionadas con conflicto armado podría ser la teoría
de la acumulación por desposesión como eje que permea la historia y el devenir
campesino, tal como el geógrafo David Harvey ha documentado cómo en nombre
del desarrollo, el capital usa la violencia para desplazar, desterritorializar y desarrai-
gar poblaciones humanas y relaciones ecosistémicas (para ampliar este debate,
véase Harvey, 2006).
Teniendo en cuenta que el examen sobre la naturaleza y los recursos
naturales ya no puede quedar fuera de los análisis económicos, políticos y
sociales (Sabbatella, 2010), es fundamental que dicha premisa se use también
para estudiar los acuerdos de paz. En este sentido, las disputas ecológicas deben
hacer parte de cualquier análisis sobre el posacuerdo.
De acuerdo con el sociólogo Francisco Sabatini (1997), la fase actual de acu-
mulación capitalista está significando una agudización de las presiones sobre los
recursos naturales, provocando degradación, escasez y privaciones sociales,
factores todos que se vinculan al desarrollo de conflictos. Sin embargo, los
conflictos13 ambientales actuales son mucho más que meras disputas por la
propiedad de un recurso (Walter, 2009), pues en ellos se encuentran enfrentadas
cosmovisiones ambientales y de vida, por lo que podrían ser planteados en
términos de disputas ecológicas. Por un lado, el medio ambiente es visto como
«espacio económico» en tanto sistema de recursos naturales, y, por otro, como el
«espacio vital» donde se despliega la vida (Sabatini, 1997).
En contextos de conflicto armado, la naturaleza es parte de la disputa: como
lugar de refugio, como soporte de actores armados, como escenario del despojo,
como espacios ocupados bajo las lógicas extractivas en favor de uno o varios

13  Para Galtung (2003), en todo conflicto hay una contradicción, algo que se interpone en la consecución
de algo, es decir una disputa o un dilema. Él mismo define estas situaciones como «formación elemental
de conflicto», donde disputa representa a «dos personas, o actores, que persiguen un mismo fin que
escasea», y dilema a «una persona, o actor, que persigue dos fines incompatibles entre sí».

118
Conflicto armado y disputas ecológicas en Colombia

actores del conflicto y, muchas veces, como ha ocurrido en Colombia, como


criterio para eliminar lugares de las agendas desarrollistas o para posponer la ex-
plotación de los recursos hasta contar con condiciones favorables de seguridad.
Aquellos escenarios considerados «zonas rojas» o «peligrosos» se han mantenido
bajo parámetros de ocupación y administración caracterizados por constituirse
en lugares cerrados y delimitados por las lógicas particulares del(los) actor(es)
armado(s) que lo domina(n) o que mayor control territorial o legitimidad
logra(n) desarrollar.
Las disputas ecológicas no están presentes solo en las áreas geográficas ha-
bitadas por grupos aparentemente ajenos al orden del estado y de la economía
moderna, sino que se engendran en las políticas mismas, cuando es el «centro»
en donde se concibe y planifica la «periferia». Buena parte de esa categorización
de lo que ha estado «por fuera», se prevé en el posacuerdo estará «por dentro»
o incorporada a las agendas de desarrollo, como si se tratase simplemente de
recursos naturales y sujetos que empezarán a estar disponibles para ser contro-
lados por el estado.
Las relaciones entre las comunidades y los espacios que habitan han sido
objeto de múltiples análisis desde la historia, la ecología, la geografía y el conjunto
de las ciencias sociales. Entre los especialistas existe cada vez mayor acuerdo
sobre las relaciones de mutua influencia entre las personas y los recursos
naturales, descritas como dinámicas de carácter inescindible. Las tierras, el ámbito
territorial sobre el que consejos comunitarios y sociedades campesinas hoy día
reclaman visibilidad y reconocimiento, son un espacio habitado de tiempo atrás
que ha venido transformándose en términos ecológicos, políticos y simbólicos,
mediado a menudo por las dinámicas de la violencia.
La relación más evidente de estas transformaciones es el desplazamiento
forzado y la pérdida de los espacios y recursos de uso común, pues reflejan una
ruptura entre los grupos humanos y la capacidad de producción ecológica y
social del espacio. Esto tiene hondas consecuencias, pues la transformación del
espacio por parte de las sociedades rurales con base en sus intereses supone el
establecimiento de relaciones interdependientes, donde dicho espacio transforma-
do actúa sobre la sociedad, la cual se adapta al espacio transformado dando inicio
nuevamente a dicho ciclo14. Esto plantea al conflicto armado como una de las
causas de la pérdida de las formaciones espaciales resultantes de los procesos de
poblamiento, de la construcción de los lugares y de las formas de acceso sobre
recursos naturales estratégicos con base en los cuales las comunidades han

14  Esta adaptación depende, sin embargo, de las características de los impactos actuales y acumulados
sobre el lugar habitado, ya que si dicha transformación implica la pérdida de las características que hacían
posible la adaptación, llevarán por tanto a la búsqueda de un nuevo espacio, a la generación de condiciones
de empobrecimiento o a la exacerbación de las ya existentes.

119
Dime qué paz quieres y te diré qué campo cosechas.
Reflexiones sobre lo rural en los diálogos de La Habana.

edificado sus territorialidades tradicionales, las cuales no pueden ser invisibilizadas


en la mesa de La Habana ni en el posacuerdo con las Farc.
Algunos autores sostienen que los esfuerzos en la literatura científica por
ahondar en la conceptualización que vincule la paz y la ecología están en
desarrollo. Si bien hay interés académico desde la década de los ochenta, en
los estudios sobre la paz y en los de la ecología política son evidentes vacíos y
dificultades conceptuales para esa articulación. «Ecología de la paz», por ejemplo,
es un concepto científico emergente que fue influenciado por el discurso
científico sobre la seguridad ambiental y la propuesta de paz ambiental (Oswald
Spring, Brauch y Tidball, 2014).
Más allá de esos debates puristas sobre lo que podría ser delimitado como
estudios ecológicos y estudios de paz, nos interesan los usos prácticos del enfoque,
la elaboración de una mirada particular sobre los contextos transicionales en los
que se incorporan las prácticas cotidianas, la información, el conocimiento y las
experiencias de comunidades y lugares, concretamente en los que hemos hecho
trabajo de campo y acompañamiento, tal como se verá en la segunda sección.
Desde diferentes orillas hay propuestas analíticas. El ecofeminismo y la
geografía crítica reiteran que cualquier proceso de posconflicto debe partir de
una revisión honda de procesos de desterritorialización y reterritorialización. La
ecología política y la economía ecológica proponen que los análisis sobre las
relaciones de poder, entre ellas los conflictos armados y el posconflicto, deben
partir de una aproximación al fenómeno del colonialismo, requieren una mirada
sobre la apropiación desigual de la ‘naturaleza’; sobre la distribución jerárquica
del usufructo de los bienes y servicios ecosistémicos y de los riesgos y afectaciones
ambientales (Aráoz, 2010).
Durante el último siglo, buena parte de las luchas que han generado graves
violaciones de los derechos humanos han estado ligadas a la lucha por la tierra.
En América latina, desde el conflicto armado interno en Colombia hasta las
masacres de la guerra en Guatemala, uno de los problemas de fondo y de los
objetivos de la violencia ha sido la conquista y el despojo de la tierra (Beristain,
2010).
Recurrentemente circulan discursos que sitúan la guerra como un factor que
favorece la conservación y la protección de áreas naturales en donde tradicional-
mente han estado presentes los grupos armados al margen de la ley. Se ponen
de ejemplo zonas como el Catatumbo o regiones como la Amazonia, en las que
actores armados hacían las veces de autoridad ambiental al restringir la cacería,
la extracción de madera e, incluso, imponer la veda sobre la pesca. Sin embargo,
actividades como los cultivos de uso ilícito, la minería ilegal, la extracción de
madera, el robo de combustibles o el tráfico ilegal de fauna, entre otras, son
desarrolladas por los mismos actores armados «conservacionistas».

120
Conflicto armado y disputas ecológicas en Colombia

Históricamente, las tierras sin dueño creadas por la guerra a menudo protegían
la vida silvestre y sus hábitats al limitar las incursiones de humanos y la densidad
de poblaciones humanas dentro de los territorios en disputa. Sin embargo, se han
identificado relativamente pocos ejemplos de este fenómeno en conjunción con
guerras recientes y actuales en países en vías de desarrollo (Dudley, J. P, et. al., 2002).

Institutos, universidades y entidades a cargo del monitoreo ambiental


generalmente logran identificar de manera clara procesos de deforestación. Sin
embargo, dadas las escalas en que llevan a cabo dichos monitoreos tienden a
invisibilizar los procesos de degradación forestal que tienen lugar en las regiones
afectadas de manera más directa por la guerra. Esto, paulatinamente, va dando
lugar a bosques vacíos que pueden considerarse como condenados ecológicamente
(Redford, 1992), que incluso pueden significar estómagos vacíos en zonas donde
las comunidades rurales dependen directamente de la cacería para suplir sus
necesidades proteicas (Nasi, Taber y Vliet, 2011).
En consecuencia, la perspectiva de análisis con la que más afinidad encon-
tramos es aquella que sitúa los ecosistemas como víctimas, la naturaleza como
sujeto de las afectaciones, de los daños y reducción a un objeto (J. Galtung, 2004;
Kyrou, 2006). Discursivamente, la naturaleza se ha construido en oposición a
lo humano (Escobar, 2010), algo por fuera de, posible de manejar, administrar
objetualmente. Desplazar teóricamente la noción de naturaleza a ecosistema y
reconocer que es co-constitutivo de lo humano implica reconocer los daños am-
bientales desde perspectivas integradoras.
Un ejemplo claro lo ofrecen hechos como los constantes atentados a la
infraestructura petrolera en el departamento del Putumayo, en donde en varias
ocasiones, además de la rotura de oleoductos han sido vaciados carrotanques
enteros, que más allá de afectar las finanzas de determinada empresa o contratista
acarrean impactos ecosistémicos y afectaciones a la biodiversidad irreversibles,
al contaminar las aguas superficiales y subterráneas o hacer inviable el uso de los
suelos afectados en actividades agropecuarias.
La quebrada Pianulpí, tributaria del río Guisa, que desemboca a su vez en
el Mira y que termina su curso en la bahía de Tumaco, es ahora el nombre de
otro delito ambiental en el marco del conflicto armado. Las Farc ocasionaron
el derramamiento de más de 410.000 galones de crudo al espacio de pesca de
los consejos comunitarios y de las comunidades indígenas eperara-sipaidara que
habitan una de las cuencas más emblemáticas del Pacífico sur dado el auge de los
movimiento sociales afrodescendientes que reivindicaron la propiedad colectiva
de extensas selvas y manglares, escenarios de conservación del Chocó biogeo-
gráfico15.

15  Véase comunicado del Ministerio de Ambiente y Desarrollo Sostenible en el que se afirma que
«El nuevo atentado contra el oleoducto en Tumaco es el peor en términos de afectaciones sociales y

121
Dime qué paz quieres y te diré qué campo cosechas.
Reflexiones sobre lo rural en los diálogos de La Habana.

En escenarios como los descritos, es claro que la naturaleza también es afectada


por la guerra, tanto en sus componentes bióticos como abióticos, razón por la
cual organizaciones ambientales en Colombia promueven actualmente su
reconocimiento como víctima del conflicto armado. «La naturaleza no humana
sigue siendo una de las principales víctimas, ya que es ella el escenario donde
acontece la guerra y son los bienes naturales materia de disputa por parte de
diversos actores armados» (Censat, 2015). Estas organizaciones exigen, desde
distintas orillas, que en la mesa de diálogos de La Habana se cree la Comisión
de la Verdad Ambiental, que además incorpore el concepto de reparación de la
naturaleza16. Las dimensiones de las afectaciones ambientales y su impacto
también empiezan a tener eco en medios de comunicación: «El conflicto armado
se ensaña con la población civil, pero también con humedales, ríos, montañas,
animales y plantas. Para nadie es un secreto que el medio ambiente también
debería ser considerado una víctima de la guerra en Colombia»17.
En esa perspectiva, es imperante dimensionar las relaciones ecosistémicas o
lo que también se ha nombrado como sistemas socioecológicos. Esto significa
reconocer que los espacios biofísicos, los recursos existentes, las formas de
regularlo y de acceder tienen que ser decisivos en el devenir territorial de lugares
que han sido disputados por actores diversos y asimétricos: el estado, los actores
armados, los actores privados y las comunidades rurales, entre otros.
Un problema muy frecuente en este tipo de situaciones es la inexistencia de
datos específicos de la zona que supongan una línea de base o proporcionen
criterios comparativos para valorar los impactos en la población o el medio
ambiente. En contexto de conflicto armado todo ello supone mayores dificul-
tades para mostrar el daño. La falta de datos puede ser parte de los argumentos
usados para minimizar u ocultar las implicaciones de las acciones bélicas sobre
los paisajes. Además, es necesario tener en cuenta que en materia ambiental no
siempre hay una relación de causa-efecto visible, ya que los daños pueden ser
efectos acumulados, sinérgicos o colaterales (Beristain, 2010).
La delegación de paz de las Farc-EP envió unas palabras al foro «Desarrollo,
medio ambiente y posconflicto»18, en las que se refiere las temáticas ambientales
marcando una posición al respecto:

ambientales de los últimos años»: Minambiente. 24 de junio de 2015. https://goo.gl/gLO51v

16  Véase movimiento Ríos Vivos Colombia, en https://www.facebook.com/

17  El Espectador. «Los ríos que las Farc pintaron de negro». Por: Karen Tatiana Pardo Ibarra. 27 de junio
de 2015. http://goo.gl/Js9lr0

18  Organizado por la maestría en medio ambiente y desarrollo y el Instituto de Estudios Ambientales
de la Universidad Nacional de Colombia.

122
Conflicto armado y disputas ecológicas en Colombia

(…) asumir compromisos reales con la conservación del medio ambiente, donde
el desarrollo sostenible sea un pilar de la educación […]. La delegación de paz ha
constatado que la gran mayoría de propuestas enviadas a la mesa de conversaciones,
por parte de las organizaciones populares y agrarias del país contienen medidas
para la preservación del medio ambiente. El punto de partida, de la mayoría de
propuestas y que es el reflejo de una conciencia generalizada, es que las políticas
neoliberales son funestas para el medio ambiente […]. Tanto las tierras como los
territorios, son concebidos como meros espacios geográficos, que se valorizan de
acuerdo a su tenedor y a los recursos naturales que posean. Por tanto para las Farc-EP
es importante afirmar nuestra soberanía frente al capital transnacional y establecer
límites estrictos o prohibiciones en algunos casos a la extranjerización de la tierra, y
a la extracción de la gran minería a cielo abierto, de hidrocarburos, de generación de
energía hídrica y de producción de agrocombustibles. Asimismo, el ordenamiento
territorial y la definición de uso de la tierra, deben garantizar la protección de los
ecosistemas, la sostenibilidad socioambiental, la producción de agua y la soberanía
alimentaria (Comunicado de las Farc, 2015)19.

Esta declaración de las Farc, la única desde la mesa de La Habana que se


refiere directamente a lo medioambiental, deja ver que el conflicto armado no se
considera como parte del problema. Las disputas ecológicas se plantean como
factor constitutivo de modelos extractivistas, pero no como efecto o causa la
violencia armada. Buena parte de la retórica que intenta apartar los conflictos
ambientales de los armados es incapaz de explorar los modos concretos en que
el conflicto armado produce disputas por los recursos naturales como resultado
de su forma particular de apropiar e imaginar los espacios y sujetos que se
extienden más allá de sus márgenes.
Como se mencionó, el desarrollo de los diálogos en La Habana nos ha
llevado a hacernos la siguiente serie de preguntas: ¿de qué maneras el posacuerdo
afectará los acuerdos establecidos por las comunidades rurales frente al manejo
del territorio y los recursos de uso común en contextos de conflicto? ¿Qué papel
desempeñarán los actores y acuerdos comunitarios sobre el manejo territorial
y los recursos de uso común en la resolución o reconfiguración de las disputas
ecológicas? ¿Se profundizará el desconocimiento de los acuerdos comunitarios
en las regiones por parte del gobierno central, o serán incorporados en el orde-
namiento territorial posacuerdo? ¿Qué papel tendrán el capital global y los
estados-nación en el posacuerdo de cara a la reconfiguración del conflicto armado
y las disputas ecológicas? ¿Responderán sus intereses económicos y políticos de
manera acorde a la crisis ecológica global que ya está en mora de ser asumida o
continuarán contribuyendo a la exacerbación de los conflictos y la degradación
ambiental?

19  «Saludo de las Farc-EP ‘Foro de Desarrollo, Ambiente y Postconflicto’». Video publicado el 17 de
junio de 2015 en https://goo.gl/hrAbHm

123
Dime qué paz quieres y te diré qué campo cosechas.
Reflexiones sobre lo rural en los diálogos de La Habana.

Es importante reconocer que los cuestionamientos planteados no pretenden


llegar a conclusiones o afirmaciones finales a partir de preguntas prospectivas;
con estos buscamos, más bien, animar la discusión en torno a asuntos que, como
señalamos, poco han sido tenidos en cuenta en la mesa de La Habana.

Posibles escenarios de la transición

La localización de las líneas de transición entre regiones biogeográficas siempre ha


sido motivo de controversia, debido a la falta de barreras climáticas, ambientales o
bióticas netas (actuales o pasadas) entre las regiones, y/o a que distintos grupos de
organismos utilizados para trazarlas responden (o respondieron en el pasado) en
forma diferente a los mismos factores climáticos, ambientales o bióticos (Brown y
Lomolino, 1998; Ruggiero y Ezcurra, 2003).

La cita anterior, si bien expone una situación propia de la disciplina científica


que estudia la distribución geográfica de la flora y la fauna, recoge una proble-
mática extensiva a muchas de las aproximaciones que, de una u otra manera,
buscan establecer límites, bordes o zonas de transición para estudiar un fenóme-
no determinado, sea este físico, social o ecológico, por mencionar algunos. En
ecología, por ejemplo, a pesar de que un ámbito importante de investigación son
los gradientes ecológicos y los bordes entre ecosistemas, aún no hay un marco
conceptual unificado que permita aproximarse claramente a la comprensión de
los procesos que tienen lugar allí, comprensión que depende en gran medida de
la escala de análisis que se use (Erdôs, Zalatnai, Moschhauser, Bátori y Körmöc-
zi, 2011). Estas zonas de transición son de especial interés debido a la mezcla de
elementos entre distintos sistemas, situación que desde el punto de vista teórico
y empírico ha sido motivo de estudio y asombro por la diversidad que es posible
encontrar. Precisamente, a estas zonas se les ha denominado ecotono, término
derivado de la raíz griega tonos, que refiere precisamente la tensión que se origina en
la transición (Harris, 1988).
Pero con la transición no solo hacemos referencia a los ecosistemas. También
hablamos de los paisajes y los procesos sociales que los constituyen, teniendo como
eje estructural tres casos en Colombia donde el conflicto armado ha determinado
prácticas, usos e, incluso, abusos sobre el medio ambiente y las poblaciones
locales, cuyo bienestar depende estrechamente del aprovechamiento de la biodi-
versidad que garantizan bosques, sabanas comunales, ciénagas y otros espacios
de uso comunitario. En las tres regiones existen comunidades étnicas y campesinas
que han coexistido con las dinámicas de la violencia y aun en situaciones de
confinamiento y desplazamiento forzado han desarrollado y mantenido formas
de administración de los recursos naturales y los acuerdos que promueven el
uso de espacios y recursos comunitarios. En estas regiones, las organizaciones

124
Conflicto armado y disputas ecológicas en Colombia

sociales muestran una preocupación transversal sobre el posacuerdo y sus


implicaciones sobre el uso y la autonomía que ellos han construido en épocas de
transiciones políticas y ambientales.
La información y las reflexiones de los tres casos que expondremos son
producto de la experiencia de trabajo con que contamos como ecólogos, princi-
palmente acompañando e investigando con comunidades en el Observatorio de
Territorios Étnicos y Campesinos20. A lo largo de esta sección, y de la siguiente,
profundizaremos sobre las preguntas que expusimos al finalizar la sección
anterior. La ubicación geográfica de los casos e información de contexto pueden
apreciarse en el mapa 1 y la tabla 1.

Mapa 1. Ubicación geográfica de los casos

Fuente: NVR con base en SIG-OT.

1. Alto San Juan; 2. Montes de María; 3. Valledupar. Los grandes biomas presentes en cada zona,
correspondientes a bosque húmedo tropical (Bh-T) y bosque seco tropical (Bs-T), son determinantes de los tipos
de paisaje que, dependiendo de su historia de poblamiento y transformación, pueden encontrarse en cada lugar.

20 http://www.etnoterritorios.org

125
Dime qué paz quieres y te diré qué campo cosechas.
Reflexiones sobre lo rural en los diálogos de La Habana.

Tabla 1. Características generales de los casos


Gran bioma Población
Índice Área
Caso Municipios* y cuenca (Proy. Dane
Gini (Hectáreas)
hidrográfica 2015)
Mistrató 0,824-0,866 Bh-T: 100% Urbana: 68 Urbana:
1. Pueblo Rico (Risaralda) 0,651-0,694 Río San Juan (0,04%) 19.856 (41%)
Tadó (Chocó) 0,637-0,801 Rural: 193.949 Rural: 28.510
(99,96%) (59%)
Total: 194.017 Total: 48.366

Córdoba 0,623-0,720 Bs-T: 87% Urbana: 7.001 Urbana:


2. Carmen de Bolívar 0,623-0,720 Bh-T: 13% (0,9%) 554.418
El Guamo 0,524-0,622 Rural: 734.652 (75%)
Mahates** 0,524-0,622 Río (99,1%) Rural: 187.832
María La Baja 0,721-0,818 Magdalena y Total: 741.653 (25%)
San Jacinto 0,524-0,622 río Sinú Total: 742.250
San Juan Nepomuceno 0,524-0,622
Zambrano (Bolívar) 0,721-0,818
Chalán 0,556-0,613
Colosó 0,614-0,669
Corozal 0,670-0,726
Coveñas 0,727-0,782
Los Palmitos 0,670-0,726
Morroa 0,670-0,726
Ovejas 0,614-0,669
Palmito 0,783-0,839
San Onofre 0,727-0,782
Sincelejo 0,727-0,782
Tolú 0,727-0,782
Toluviejo (Sucre) 0,727-0,782

Valledupar 0,660-0,703 Bh-T: 56% Urbana: 3.534 Urbana:


3. Bs-T: 44% (0,8%) 386.684
Rural: 416.541 (85%)
Río Cesar (99,2%) Rural: 66.521
Total: 420.075 (15%)
Total: 453.205

Fuente: los autores con base en datos del SIG-OT (Sistema de Información Geográfica
para la Planeación y el Ordenamiento Territorial: http://sigotn.igac.gov.co/sigotn/)
e Igac (Atlas de la distribución de la propiedad rural en Colombia: http://goo.gl/rhLsCK).

* Los lugares estudiados están en regiones de las que no podemos dar cuenta en su totalidad. En Montes
de María nuestro trabajo se circunscribe a la zona noroccidental (Mahates, María la Baja y San Jacinto
principalmente), en el alto San Juan principalmente al municipio de Tadó y en Valledupar a seis de sus
veinticinco corregimientos.
** Solo incluimos el corregimiento de San Basilio de Palenque.

126
Conflicto armado y disputas ecológicas en Colombia

Alto San Juan: bosque húmedo tropical, conservación y minería

Este análisis de la situación en la cuenca alta del río San Juan se basa en la
experiencia de trabajo con el Consejo Comunitario Mayor del Alto San Juan
(Asocasan), ubicado casi completamente en el municipio de Tadó (Chocó).
Actualmente, Asocasan tiene 54.000 hectáreas de tierra tituladas colectivamente
a las comunidades negras, distribuidas en veintiún consejos locales y un consejo
mayor. Este territorio, bañado por ríos como Bochoromá, Mungarrá, Manungará,
Pureto y San Juan, es habitado por población en su mayoría afrodescendiente,
aun cuando también se encuentran algunos grupos indígenas y de colonos. Las
principales actividades que desarrollan los pobladores en el territorio son la
minería artesanal y de bareque, la agricultura de pancoger y de comercialización
local, la extracción de madera y fibras, la cacería y la pesca, estas últimas como
actividades de subsistencia (Asocasan, PNUMA, IIAP y NJ, 2012).

En el alto San Juan nos dedicamos a dos actividades concretas: a la minería como
una causal del proceso de esclavismo y a la agricultura como una consecuencia para
responder a nuestras necesidades exigida por la misma situación de la vida entre la
selva. Pero la agricultura nuestra ha sido una agricultura de subsistencia dadas nuestras
limitantes que tenemos aquí en este medio demasiado húmedo. Entonces la mayor
parte del tiempo la gente del campo se dedicó a sembrar musáceas, en todas sus
variedades, plátano, banano y primitivo. Pero el verdadero eje de nuestra economía
ha estado basado en la minería de bareque, esa ha sido más o menos la dedicación del
80% de nuestro tiempo, a la minería de bareque21.

En la actualidad, Asocasan cuenta con un reglamento interno de adminis-


tración, uso y manejo del territorio colectivo, fruto del trabajo comunitario para
reconocer reglas formales de uso de su territorio, tanto en lo productivo como
en las actividades de extracción, que ser cumplidas por los nativos y los colonos
(Asocasan, 2009). Además de estos instrumentos, las diversas creencias, costumbres
y tradiciones existentes en los consejos locales, importantes al momento de
acceder a alguna zona o recurso comunitario, son consideradas reglas informales
que solo tienen en cuenta las personas nativas del territorio (Beltrán Ruiz,
2013).

El reglamento de Asocasan fue muy participativo, porque lo hicimos por intermedio


de reuniones, de asambleas llegando a las comunidades, socializando con las
comunidades, mucha transparencia, uno no necesita ni leerlo tanto porque ya se

21  Hermes Sinisterra, líder comunitario en Tadó y Alto San Juan. Entrevista, septiembre de 2013
(Beltrán Ruiz, 2013).

127
Dime qué paz quieres y te diré qué campo cosechas.
Reflexiones sobre lo rural en los diálogos de La Habana.

conocía, se había hablado, teníamos un borrador y a los dos o tres meses si había que
quitarle o ponerle más cosas, a uno le van quedando cosas claras22.

El territorio de Asocasan ha sido ocupado de manera colectiva gracias a los


acuerdos de uso y acceso a los espacios, primordiales en la relación entre sus
habitantes y el territorio. En esto, tanto el consejo mayor como los locales repre-
sentan una autoridad local formada a través de los años, incluso mucho antes
del proceso de titulación colectiva de sus tierras. Sin embargo, a pesar de contar
con las autoridades locales, los habitantes explican que todos son autoridad en
su territorio; por tanto, además de ser usuarios, son también garantes de que allí
se ejerzan buenas prácticas.
La cartografía que ha elaborado el consejo mayor se ha hecho participa-
tivamente, lo que permitió a las comunidades identificar sobre un mapa las
actividades que desarrollan, las principales fuentes de agua y las áreas de uso
comunitario, colectivo, familiar o individual. Esta información cartográfica, por
ejemplo, fue incluida en el Plan de desarrollo municipal de Tadó y en su Esquema
de ordenamiento territorial, hecho importante para el proceso organizativo de
Asocasan, ya que permite ver cómo los procesos organizativos en torno a la
construcción de información territorial se han ido incorporando en las instancias
regionales de administración.

Nosotros tenemos para la historia que uno de los mapas que se tomó para el proceso
de ordenamiento y el Plan de desarrollo del municipio de Tadó, el que se tomó fue
el de Asocasan, porque es un mapa completo. Como estamos dentro del mismo
territorio, el municipio como tal, la cabecera municipal no tiene un croquis elaborado.
Entonces fue el mapa de Asocasan que se lo utilizó para justificar y soportar ese Plan
de desarrollo municipal23.

A pesar de los avances, este proceso (al igual que otros en la zona) se
encuentra en medio del conflicto armado permanente entre grupos guerrilleros,
paramilitares y fuerzas militares, lo que ha generado restricciones de circulación,
acceso y uso de ciertos espacios. Al finalizar la década de los 90, por ejemplo, la
presencia paramilitar ocasionó desplazamientos masivos de más de mil personas.
Años atrás, la presencia de guerrillas constriñó a la población local y puso en
riesgo la titulación colectiva, en la medida en que existían controles para circular,
caracterizar y participar en escenarios deliberativos en los que participara el estado.
Pero más complejo es el panorama actual, en el que el estado se hace presente

22  Luis Hernando Murillo, presidente del Consejo local El Carmelo. Entrevista, septiembre de 2013
(Beltrán Ruiz, 2013).

23  Carlos Heiler Mosquera, presidente Asocasan. Documental: Mapeo social: caminos que hacen
territorios. Observatorio de Territorios Étnicos y Campesinos. Véase en https://goo.gl/fqQ3j9

128
Conflicto armado y disputas ecológicas en Colombia

en la zona con una fuerte militarización y el respaldo a proyectos extractivos de


oro y platino en las cuencas en las que los afrodescendientes han practicado la
minería aluvial tradicionalmente.
Como se señala, varios grupos armados están presentes en el Alto San Juan. Sin
embargo, se debe tener en cuenta que el acuerdo de paz actual se está negociando
solo con las Farc, lo que lleva a preguntarse si el posacuerdo terminará con
las restricciones de circulación y accesibilidad a ciertas zonas de uso familiar
o colectivo y detendrá el desplazamiento dentro del territorio por parte de sus
habitantes. Una preocupación latente es que los grupos armados no incluidos en
el posacuerdo empiecen a ejercer el control territorial que antes ejercían las Farc,
dando paso a la imposición de nuevas limitaciones y a la apertura de espacios
para la entrada de actores nuevos que favorezcan la generación de disputas
ecológicas o que agraven las que están presentándose.
Existen también algunas inquietudes sobre la probabilidad de que en un
momento de posacuerdo las reglas formales y los acuerdos a los que ha llegado el
consejo mayor (como el reglamento interno) se vean afectados por la llegada de
nuevos proyectos de desarrollo (como titulaciones mineras y concesiones ma-
dereras), ya que ahora mismo existen títulos mineros otorgados por la Agencia
Nacional de Minería, así como licencias y permisos de la Corporación Autónoma
Regional y de Desarrollo Sostenible del Chocó (Codechocó) para la extracción
de maderas de los bosques comunitarios. ¿En el posacuerdo cuáles serán las
tendencias? ¿Aumentará o disminuirá el reconocimiento de derechos de explotación
de recursos a terceros sin tener en cuenta a Asocasan y la reglamentación que ha
hecho sobre su territorio?
Una de las actividades principales que tienen lugar en el territorio de Asocasan,
como se mencionó, ha sido la minería de oro y platino usando diferentes técnicas,
que van desde la minería artesanal y los proyectos ambientalmente responsables
como el programa Oro Verde (el cual ya finalizó), hasta los entables mineros
de tipo mecanizado (en la mayoría de los casos con participación de personas
foráneas vinculadas a prácticas ilegales) y la solicitud y entrega de concesiones
mineras a empresas nacionales y multinacionales (Quinto Mosquera, 2010), siendo
estas últimas la principal amenaza al proyecto de autonomía territorial de
Asocasan24. La minería es la actividad que practica la mayoría de miembros, ya
sea permanente o esporádica, seguida por la extracción de madera, que se hace
en espacios comunitarios tales como bosques y respaldos. El aumento continuo
de la extracción de madera es una de las presiones que más preocupa a los

24  Para Asocasan, la minería artesanal es que adelantan los habitantes con métodos tradicionales, en
algunos casos en pequeños grupos de mineros. El Programa Oro Verde fue una iniciativa de minería de
oro y platino ambientalmente responsable que desarrollaron algunos mineros tradicionales de Asocasan.
La minería ilegal, por su parte, es la hecha por actores externos que en su mayoría usan retroexcavadoras o
dragas, independientemente de la existencia de un título minero que respalde su presencia en el territorio.

129
Dime qué paz quieres y te diré qué campo cosechas.
Reflexiones sobre lo rural en los diálogos de La Habana.

habitantes y directivas de Asocasan, debido sobre todo a que esta es efectuada por
actores externos (Beltrán Ruiz, 2013). Sin embargo, es difícil saber con seguridad
si en un escenario de posacuerdo llegarán más de estos actores al territorio, una
preocupación latente en el Consejo.
En un escenario futuro, en el que la minería y la tala se sigan fomentando
sobre los espacios de uso comunitario mencionados, es claro que se generarán
serias disputas ecológicas, ya que la presión que se ejerza sobre dichos ecosistemas
podrá afectar directamente las actividades de subsistencia desarrolladas en esos
espacios. Estos procesos, como ha estudiado la ecología del paisaje, pueden
acarrear la fragmentación de los flujos ecológicos impactando directamente en la
biodiversidad y en los servicios ecosistémicos tales como la regulación del ciclo
hidrológico, de los que dependen la población y sus actividades.
La extracción de madera en casos como el del consejo local El Carmelo,
donde los líderes han reportado aprovechamientos forestales sin los permisos
del consejo mayor ni de Codechocó, dan cuenta de las disputas ecológicas que se
generan, pues esto ya ha ocasionado enfrentamientos entre la comunidad y los
actores externos que ingresan al territorio, quienes desconocen la autoridad del
consejo comunitario sobre su propio territorio.
Igual sucede con la minería: en los últimos años se ha reportado el incremento
en el número de solicitudes por parte de grandes empresas mineras para la
extracción de oro y otros minerales. En estos casos ha resultado aún más
problemática la situación para Asocasan, pues dichos actores son reconocidos
como legales por el estado, situación que dificulta, limita y ralentiza las acciones
que pueda emprender para defender su territorio.
Situaciones como la anterior suscitan inquietudes por parte del consejo
mayor en cuanto a la actividad minera, teniendo en cuenta su importancia para
la economía de sus pobladores. Dado el asedio constante de empresas, Asocasan
considera la posibilidad de plantear sus propios proyectos mineros bajo la
premisa de la responsabilidad en el proceso y mientras sean ellos –como consejo
mayor y con los mineros tradicionales– quienes desarrollen estas actividades.
Sin embargo, el Plan nacional de desarrollo, 2010-2014, y el actual, 2014-2018,
se convirtieron en un obstáculo para llevar a cabo la propuesta de minería por
parte del consejo mayor, pues a pesar de que cuentan con un territorio titulado
e, incluso, con una zona minera de comunidades negras, tienen prelación mas no
derechos adquiridos sobre los minerales en su subsuelo, por lo que deben tramitar
también títulos mineros y competir en igualdad de condiciones con multinacionales
como AngloGold Ashanti, presente en la zona. Esto parece indicar que en un
momento de posacuerdo, los líderes y habitantes del territorio colectivo terminarán
por perder la poca autonomía que hasta el momento han logrado en el desarrollo
de este tipo de actividades extractivas, con las consecuencias que un proyecto de
extracción de oro por parte de un agente externo puede tener.

130
Conflicto armado y disputas ecológicas en Colombia

Un aspecto final al que es importante aproximarnos, aunque brevemente,


es el proceso de restitución de tierras al que Asocasan ha sido vinculado, y las
expectativas que genera. De donde surge la pregunta frente cómo se ajustará este
proceso a las problemáticas, preocupaciones y tensiones mencionadas. Si bien
la fase de caracterización de afectaciones territoriales requerida legalmente para
presentar la demanda de restitución étnica aún no se ha iniciado, el proceso de
entrada genera grandes expectativas frente al asunto minero, dado el precedente
del alto Andágueda25 frente a la suspensión de títulos y solicitudes mineras
otorgadas en el marco del conflicto armado, situación similar para el caso
de Asocasan donde incluso también se encuentran empresas multinacionales
mencionadas en el fallo del alto Andágueda, como lo es AngloGold Ashanti
Colombia S. A.

Montes de María: bosque seco tropical, cuerpos de agua y extractivismo

Si bien en Montes de María varios grupos ejercieron presencia y control territorial


antes de la llegada de las Farc en 1985, fueron las estructuras paramilitares desde
1997 las que mayor impacto causaron frente al despojo de tierras y el despla-
zamiento forzado. A pesar de su riqueza en términos ambientales y culturales,
Montes de María es más recordado por sucesos como las masacres de El Salado,
Chengue, El Paso, Mampuján y San Cayetano. Estos lugares, junto a otros
igualmente conocidos por la exacerbación y degradación de la violencia, han
permitido ver la relación existente entre el desplazamiento forzado, el despojo
de tierras y la ejecución de proyectos extractivistas. Desde 2002, en esta región ha
tenido lugar la implementación de proyectos agroindustriales de palma aceitera,
reforestación comercial y proyectos ganaderos, todos con tecnologías revestidas
del dispositivo verde: limpias, ecológicas y sostenibles. Estos proyectos, como
es de esperarse, activaron el mercado de tierras que paulatinamente fue dando
paso también a desplazamientos y confinamientos, en este caso, para dar cabida
al «desarrollo». Sin embargo, donde las tierras no pudieron ser compradas, se
presentó un tipo de acaparamiento distinto: el del uso del suelo y el despojo de
recursos naturales. Este tipo de acaparamiento, identificado principalmente en
municipios como María la Baja con la palma aceitera, ha acarreado junto con los
otros procesos descritos cambios en los aspectos socioculturales de sus pobladores,
siendo quizás uno de los más impactados la producción alimentaria basada en
sistemas de economía campesina:

Históricamente, la vocación productiva de la región de los Montes de María ha sido


la producción de alimentos por medio de sistemas de economía campesina. Además,

25  Verdad Abierta. «Benefician a los emberá-katíos con primera sentencia de restitución étnica en el
país». 25 de septiembre de 2014. http://goo.gl/DHnKjj

131
Dime qué paz quieres y te diré qué campo cosechas.
Reflexiones sobre lo rural en los diálogos de La Habana.

su ubicación resulta estratégica para la comercialización de los productos agrícolas, ya


que se encuentra cerca de diferentes centros económicos de la región Caribe y tiene
acceso a varios corredores viales26.

Los cambios que se han presentado en Montes de María a través de su larga


historia de conflicto armado, comúnmente comprendidos y problematizados desde
la dimensión social, también han traído consigo serias transformaciones desde el
punto de vista ambiental, las cuales se suman a los impactos que generó la ganadería
(relacionada fuertemente con procesos de concentración de la propiedad de la
tierra que se remontan al siglo dieciséis) y a la consolidación de economías de
enclave ligadas a la siembra de tabaco, caña de azúcar y arroz. Estas transformaciones,
junto con la actual expansión de palma aceitera y plantaciones forestales, impulsadas
principalmente por políticas neoliberales, han sido responsables de revertir los pocos
avances que tuvieron lugar entre las décadas de 1960 y 1970 en materia de refor-
ma agraria y fomento a la producción agropecuaria campesina (Hataya, Coronado,
Osorio Pérez y Vargas Ramírez, 2014). Resulta pues explicable cómo el bosque seco
neotropical, que otrora estuviese ampliamente distribuido en la región, sea ahora
uno de los ecosistemas más amenazados del mundo debido a la deforestación y a
los cambios de uso del suelo (Primack, 2006).
Las condiciones de violencia llevaron de manera generalizada a la recuperación
de coberturas naturales, principalmente en las zonas altas de la región. Tal es
el caso de la zona rural de San Basilio de Palenque, principalmente de caseríos
como La Bonga, Catival y Anisao, donde producto del temor los pobladores se
refugiaron en los caseríos y cabeceras municipales en las zonas más planas (Vargas
Ramírez, 2011).

Eso fue bastante pesado, la gente sintió mucho eso. Esa gente perdió todo, porque
esa gente estaba viviendo allá bien aclimatados con todas sus cosas, y al levantarlos
así de un día para otro (…) eso fue bastante pesado. Una parte cogieron pa’ acá, otras
cogieron pa’ San Pablo, otras partes cogieron pa’ San Cayetano y aquí la gente los paró
y fue que el padre les dio el terreno allá donde están, les dio el terreno ese pa’ que
empezaran a darle, a construirle casas y ahí están tranquilos (…) claro que ya ellos van
allá en sus tierras, a trabajar a hacer su agricultura, se van en la mañana y vienen en la
tarde. Los de San Pablo y San Cayetano también entran por allá por las veredas de por
allá y hacen sus trabajos, y en la tarde regresan como los de aquí27.

Igualmente, los robos de ganado en la región, de la guerrilla y de los paramilitares,


ocasionaron que muchas zonas de pastos fuesen abandonadas:

26 Documental ¿Y si dejáramos de cultivar? Campesinado y producción agroalimentaria en Montes de María.


Observatorio de Territorios Étnicos y Campesinos, CDS y Cinep. Véase en https://goo.gl/eNZwYQ

27  Testimonio de Rafael Cassiani, consejo comunitario Ma-kankamaná (Vargas Ramírez, 2011: 83).

132
Conflicto armado y disputas ecológicas en Colombia

Y en verdad que fueron muchos los maltratos. Inclusive después de que me tocó dejar
el trabajo tirado, yo tenía una parcela con un crédito. Un crédito en el banco. Cuando
eso era la Caja Agraria. Sí, un crédito de cinco millones ochocientos mil pesos para la
ganadería. Un día cualquiera mandé a los hijos a ordeñar, cuando veo los muchachos
aquí en casa a las diez. Qué casualidad… me mandan a buscar. En seguida me regresé
con los hijos pa’ la parcela. Cuando llego eso está lleno de puros paracos, el corral y
todo. Llamaron al comandante. Él me decía que necesitaba una res, una res porque no
tenían para la comida de ellos.

Pues sí, en el 2004 (…) aquí se llevó la guerrilla el ganado de la comunidad. Se llevó
el ganado de la comunidad. En total no le sé decir, pero un presupuesto de cincuenta,
sesenta animales máximo se llevaron. Ese día nos preocupamos mucho aquí en la
comunidad, de por qué nos estaba sucediendo esto si nosotros no estábamos metidos
en conflicto de ningún bando. A mi persona y a otro vecino allí no se les llevaron
el ganado. Pero sí me preocupó a mí. El pensamiento mío fue cuando subieran los
paramilitares. Porque de pronto ellos iban a mirar a quién se le habían llevado el
ganado y a quienes no. Iban a creer que uno estaba a favor de la guerrilla y por eso no
se le llevaron el ganado a fulano. Entonces ahí decidí de vender el ganado28.

Estos procesos de despojo, producto de las limitaciones para cultivar la tierra


de manera continua y permanente o de tener ganado, dieron paso a procesos de
sucesión vegetal que permitieron la recuperación de algunas especies como el
zaíno, el ñeque, el armadillo, el oso perezoso e incluso el venado. En este punto
cabe destacar la importancia que pudo llegar a tener el santuario de fauna y flora
Los Colorados, ubicado en San Juan Nepomuceno, el cual presumimos sirvió
como fuente de biodiversidad tras la conectividad ecosistémica que se generó
posterior al abandono de tierras. Las evidencias de esta afirmación, sin embargo, no
yacen en estudios biológicos o ecológicos, sino en los testimonios de comu-
nidades afrodescendientes como San Basilio de Palenque (consejo comunitario
Ma-Kankamaná), San Cristóbal (consejo comunitario Eladio Ariza) y El Paraíso
(consejo comunitario Santo Madero)29, quienes han reconocido que tras los
impactos del conflicto armado sobre sus actividades productivas volvieron a sus
territorios especies animales que ya algunos solo conocían por los relatos de los
mayores.
Aspectos como este, por ejemplo, han venido articulándose a trámites de
titulación colectiva en el marco de procesos identitarios emergentes en torno a
lo afrodescendiente y la etnización (Herrera, 2013). En Montes de María, los ha-
bitantes rurales no solo han reconocido la importancia de proteger jurídicamente

28  Integrante del consejo comunitario Eladio Ariza.

29  El Santuario, creado en 1977, se encuentra aproximadamente a 13 kilómetros de los territorios de


estas comunidades.

133
Dime qué paz quieres y te diré qué campo cosechas.
Reflexiones sobre lo rural en los diálogos de La Habana.

las tierras frente al avance de proyectos agroindustriales y minero-energéticos en


la región; también han empezado a dialogar internamente y a establecer acuerdos
orientados al manejo y la administración territorial, algunos establecidos
tradicionalmente, otros motivados por el acompañamiento de diversas entidades,
y otros por la participación en espacios como la Mesa de Interlocución y
Concertación de los Montes de María30. Algunos de estos acuerdos permanecen
en la informalidad, pero otros poco a poco han ido formalizándose al entrar a
formar parte de los reglamentos internos y de los planes de uso y manejo elaborados
por las comunidades.
Como se mencionó en la introducción, uno de los acuerdos a los que se ha
llegado en La Habana tiene que ver con fortalecer «la participación ciudadana en
la planificación del ordenamiento del territorio». Al respecto se prevén enormes
dificultades, teniendo en cuenta las deficiencias en la materia identificadas
para la región: 1) los procesos de ordenamiento territorial se elaboran a escala
municipal con base en la información considerada oficial, la cual genera el
estado y se encuentra muy desactualizada; 2) la elaboración de los planes de
ordenamiento generalmente es contratada mediante consultorías que reflejan
visiones meramente técnicas de los territorios; 3) la participación ciudadana en
los procesos de ordenamiento es casi nula; 4) las administraciones municipales
muchas veces desconocen los marcos normativos referidos a aspectos étnicos
(por tanto sus derechos territoriales) y en ocasiones desconocen incluso la
existencia de los mismos en sus jurisdicciones; 5) los intereses de los actores
económicos presentes en la zona tienen un peso enorme en la toma de las
decisiones de ordenamiento; 6) la gobernanza ambiental en la zona es precaria,
por no decir que casi nula, a pesar de que en los Montes de María tienen
jurisdicción cuatro corporaciones autónomas regionales; 7) los planes de
ordenamiento territorial no son objeto de consulta, dado el desconocimiento
de los mismos por parte de las autoridades municipales o por la incapacidad
técnica o de personal para hacerlo.
Este panorama hace difícil imaginar un escenario en el que los acuerdos de
manejo territorial establecidos por las comunidades en el marco del conflicto
armado sean incorporados en el ordenamiento territorial en el posacuerdo, más
teniendo en cuenta las contradicciones señaladas por ONG, expertos en materia
de tierras y políticos entre el Plan nacional de desarrollo, 2014-2018, y los acuerdos
que hasta ahora se han logrado establecer en La Habana31.

30  En este espacio las organizaciones de población desplazada, étnicas y campesinas (OPDS) de Montes
de María convocaron al estado y a los empresarios para concertar la expresión territorial de los modelos de
desarrollo en la región, principalmente a raíz de la expansión del cultivo de palma aceitera.

31  El Espectador. «Plan de desarrollo contradice acuerdos en La Habana sobre la tierra, dicen ONG». 19
de febrero de 2015. http://goo.gl/3O4lJe.

134
Conflicto armado y disputas ecológicas en Colombia

Dentro del primer acuerdo al que se ha llegado en La Habana –citado en


la introducción– también es importante señalar otro aspecto: la delimitación
de la frontera agrícola y la protección de áreas de especial interés ambiental.
Claramente, en Montes de María la creación de la mesa de interlocución busca
que se establezca un límite a la expansión de la palma, así como a las plantaciones
forestales, sin embargo, en dicho espacio han brillado por su ausencia estos
empresarios. De igual manera, los acercamientos de Argos y su propuesta de
crear un laboratorio de paz en la región mediante la donación de las tierras de su
proyecto forestal, ha generado bastantes dudas y desconfianza por las condiciones
en que se ha dado el proceso32. En esta región es evidente que son los límites de
la frontera agroindustrial los que deben definirse, más que los de la frontera
agrícola campesina, que bastantes afectaciones ha sufrido a lo largo de la historia
a causa de la guerra, el abandono estatal, la apertura económica y la agroindustria33,
y aun así continúa resistiendo34. Además, es evidente que el establecimiento de
los límites no solo beneficiará la economía campesina de la región, pues la
expansión de estos proyectos está dándose incluso sobre los embalses que surten
el distrito de riego construido en la zona, del cual los principales beneficiarios
son, precisamente, los palmeros35.
Frente al punto referido a la protección de áreas de especial interés ambiental,
es importante señalar que en la región solo existen dos figuras de conservación
del orden nacional: los santuarios de fauna y flora Los Colorados y El Corchal
Mono Hernández. En este sentido, y retomando la importancia del bosque seco
neotropical, es indispensable preguntarse sobre la aplicabilidad de este acuerdo
para los bosques que, gracias a las comunidades rurales, han permanecido con
algún grado de protección, o que por razones del desplazamiento forzado han
iniciado procesos de regeneración natural: ¿será la protección ejercida en común
acuerdo con las comunidades e incorporada de manera efectiva en el ordenamiento
territorial? ¿O se traducirá en la delimitación de áreas de no intervención, en
donde se restrinjan los usos del suelo, la cacería y se creen nuevas figuras jurídicas
de conservación dentro del Sistema Nacional de Áreas Naturales Protegidas,
administradas más por Parques Nacionales naturales que por las comunidades?

32  La Silla Caribe. «En Montes de María dudan del ‘laboratorio de paz’ de Argos». 26 de enero de 2015.
http://goo.gl/gMl9yA.

33  Para ampliar esta información, véase el documental ¿Y si dejáramos de cultivar? Campesinado y producción
agroalimentaria en Montes de María. Observatorio de Territorios Étnicos y Campesinos, CDS y Cinep. Véase
en https://goo.gl/x0v40P

34  Observatorio de Territorios Étnicos y Campesinos. «El foro regional campesino en montes de María:
expectativas frente a una propuesta campesina». http://goo.gl/IHypKR

35  Nicolás Vargas Ramírez. 2012. «Modelos de desarrollo en Montes de María: ¿posible coexistencia?».
Diciembre. Observatorio de Territorios Étnicos y Campesinos. http://goo.gl/mpKXAS

135
Dime qué paz quieres y te diré qué campo cosechas.
Reflexiones sobre lo rural en los diálogos de La Habana.

Cabe preguntarse lo mismo sobre las ciénagas, playones y represas, sin los cuales
ni la pesca ni la producción agropecuaria de la región serían posibles.
La complejidad territorial en Montes de María puede constituir una reconfi-
guración de las disputas ecológicas que actualmente tienen lugar, así como dar
paso a nuevas, tanto por la expansión de la frontera agroindustrial, como por la
forma en que la conservación ecosistémica llegue a ser asumida. Recae así una
gran responsabilidad en el estado para garantizar una paz duradera que abra paso
a la conciliación de modelos de desarrollo, a la conservación natural y, sobre
todo, al respeto de los derechos y la autonomía territorial de los pueblos
montemarianos que han sufrido bastante los rigores del conflicto armado.

Valledupar: sabanas y playones comunales

Las sabanas comunales de Badillo y de casi todo Valledupar fueron robadas, pero hoy una
generación valiente las quiere recuperar. Estamos convencidos que con organización
comunitaria, con la creación del consejo comunitario y con nuestro despertar como
pueblo negro, a Badillo le vienen cosas mejores, a todos nosotros los de la zona rural de
Valledupar la situación nos va a cambiar. A mis estudiantes les va a quedar un Badillo
digno porque van a tener tierra para cultivar, río para vivir y cerros para caminar y no
van a tener que pedir permiso para caminar por sus propias sabanas. Yo quiero luchar
por este sueño, pero para que algún día cercano ya sea un sueño cumplido y estemos ya
proyectando otros más grandes. A los amigos que son solidarios con nuestra lucha les
digo que tienen todo nuestro cariño, vamos a ver pronto unos territorios protegidos,
con los títulos colectivos a favor de las comunidades afro, podemos ser autoridad, pero
nos tenemos que creer este sueño, lo más importante es creer y no parar de trabajar
para lograrlo. Por eso me dicen Cabildo mis amigos de los otros consejos comunitarios,
porque tengo el sueño de que seamos respetados en nuestra dignidad36.

¿En Valledupar, existen comunidades negras? Fue la primera pregunta con la


que se enfrentó el Observatorio de Territorios Étnicos y Campesinos al llegar37.
No solo existen en tanto población (representan el 13% de sus habitantes), sino
que, además, han conformado consejos comunitarios que pretenden que el estado
los titule colectivamente. Habitan en lugares de gran importancia ecosistémica: las
sabanas y los playones comunales localizados en los corregimientos de Guaymaral,
El Perro, Los Venados, Badillo, Guacochito y Guacoche (en la zona nororiental y
la zona sur).
Son de importancia ecosistémica porque las sabanas y los playones comu-
nales constituyen una reserva territorial del estado de acuerdo con el Código

36  Palabras del profesor Hidalgo Manjarrez (q.e.p.d) en el taller de titulación colectiva realizado en
Guacochito en octubre de 2011.

37  En el marco de varios proyectos de investigación en alianza con Acunr y el PNUD desde el 2010.

136
Conflicto armado y disputas ecológicas en Colombia

nacional de recursos naturales y con la ley 99 de 1993. Hidrográficamente, hace


parte de la cuenca del río Cesar y pertenece al zonobioma seco tropical también
conocido como el Caribe seco. Son espacios ecológicos frágiles que han sido
fragmentados por monocultivos de ganadería, palma aceitera y extensiones de
arroz a partir de un modelo productivo que requiere grandes cantidades de
tierras y de agua.
Los monocultivos no son nuevos en la región, pero sí crecieron en tierras
comunitarias con la presencia del paramilitarismo. Desde mediados de la década
de 1950, por iniciativa privada y no por las políticas nacionales de desarrollo rural,
se vislumbraban grandes proyectos de agroindustria en sus corregimientos. En el
departamento del Cesar, y por tanto en el municipio de Valledupar, la tierra cobró
valor rápidamente a mediados de dicha década con el ingreso de grandes planta-
ciones de algodón, tabaco, banano, ganadería extensiva y la explotación maderera
en las sabanas ubicadas en las estribaciones de la Sierra Nevada de Santa Marta38.
Ahora bien, desde 2009 en estas áreas consideradas baldíos reservados, en los
que el conflicto armado contribuyó a la concentración de la propiedad en manos
de los paramilitares, se han gestado procesos organizativos desde los propios
habitantes de las sabanas, al menos en dos vías: primero, en torno a los espacios y
recursos de uso comunitario; segundo, alrededor de la propiedad colectiva. Exis-
ten en la actualidad siete consejos comunitarios de comunidades negras, cuyos
territorios tradicionales se superponen con las sabanas y los playones, y en 2013
seis de ellos presentaron la solicitud de titulación colectiva en el marco de la ley
70 de 1993 y emprendieron ejercicios de ordenamiento y manejo de las áreas que
el estado ha reservado en tanto constituyen ecosistemas de especial protección.
Frente a los vacíos institucionales y a la precaria regulación para el acceso y uso
de las sabanas, las comunidades se han organizado y han llegado a acuerdos
sobre el manejo y la propiedad colectiva, que deben ser respetados e incorporados
en cualquier decisión de uso en un escarnio de posacuerdo.
El fuerte proceso de concentración de la tierra, desarrollada primordialmente
entre las décadas de 1950 y 1980, configuró un mapa de latifundios de tal manera
que la mayor parte del territorio de estos corregimientos quedó compuesto por
grandes haciendas cuyos dueños no son de la comunidad, sino que constituyen
parte de las élites valduparences, lo cual ha hecho que sus tierras tradicionales se
superpongan con áreas hoy día dedicadas a un modelo de desarrollo ajeno que
ha afectado el derecho a la tierra de esta población.

38  Los impactos más palpables de esos modelos de acaparamiento de sabanas comunales fueron la
pérdida de actividades como la cacería, la pesca, las pequeñas huertas para el autoabastecimiento, la
explotación del árbol de bálsamo, la comercialización de pieles de tigrillo y babilla. Era muy común que
estas comunidades se desplazaran a los playones del río Cesar donde se construyeron sus casas, pues en
las épocas de sequía la vida de toda la comunidad transcurría a orillas del río. De esta forma, el río es un
referente histórico, ambiental y cultural clave para la compresión del poblamiento de la región.

137
Dime qué paz quieres y te diré qué campo cosechas.
Reflexiones sobre lo rural en los diálogos de La Habana.

Sin embargo, en los corregimientos de Guacoche, Guacochito, Guaymaral,


Los Venados y El Perro quedaron sabanas comunales que no fueron de interés
para los terratenientes por cuanto se inundaban y no servían para la plantación
de banano, algodón o ganadería. Con esta configuración del latifundio y con
estas formas de apropiación territorial se ingresa a la década del 90, que traería
consigo un cambio en la relación y apropiación territorial.
En los baldíos, sean estos de carácter reservado o no, está en mora una
discusión a fondo sobre el ordenamiento territorial y productivo, discusión que
se sitúa en un escenario de titulación colectiva o de ocupación ancestral. Por ello,
en el posacuerdo es necesario el debate sobre el imperativo de la política pública
nacional, agraria, ambiental y étnica, para definir concertadamente cuál es el uso
de los espacios y recursos que son hoy día el sustento de muchas familias
afrocolombianas.
Entre 1996 y 2006, los paramilitares ejercieron el control y autonomía en la
zona. Si bien es cierto que la desmovilización oficialmente se inició en 2004, el
bloque Norte se desmovilizó solo dos años más tarde, tiempo durante el cual
desaparecieron las formas más tradicionales o emblemáticas de su accionar sobre
el territorio39.
En el municipio de Valledupar tuvo presencia del frente Mártires del Valle de
Upar, al mando de Adolfo Enrique Guevara Cantillo, 101, y David Hernández
Rojas, 39. En estos corregimientos estuvieron otros lugartenientes de los que
solo se saben los alias, pues sus nombres no se conocieron nunca o para los
pobladores es mejor no recordar ,porque saben que muchos de ellos se han
reincorporado a las bandas emergentes que surgieron luego de la desmoviliza-
ción (Observatorio de Territorios Étnicos y Campesinos, 2011).
Según afirman personas de la comunidad, terratenientes y ganaderos de la
zona cansados del abigeato, la extorsión y el secuestro de la guerrilla organizaron
las Autodefensas Unidas del Sur del Cesar, que en algún momento funcionaron
bajo el nombre legal de cooperativas de seguridad. Después de 1996, Rodrigo Tovar
Pupo, Jorge 40, con la ayuda de Carlos Castaño y Salvatore Mancuso, unificaron
estos pequeños grupos en todo el departamento, e inicia el control paramilitar
del territorio y, con ello, una persecución a líderes políticos y a campesinos que
habían liderado o apoyado marchas, paros y tomas de tierras, y a sindicalistas que
fueran considerados aliados de la insurgencia.

39  Es necesario aclarar que se hará exclusiva alusión al paramilitarismo y no a la guerrilla, por varias
razones. La primera de ellas es que, según los pobladores la presencia de esta en sus territorios no fue
muy frecuente, debido a que su geografía no facilita el desarrollo de acciones; en el peor de los casos se
escucharon frases como: «La guerrilla de las Farc pasó dos veces por el pueblo y pintaron las paredes, pero
no se quedaban en la zona, tampoco reclutaron niños ni jóvenes; en general su presencia fue muy discreta
y poco se metían con la población civil» (habitante de Guacoche).

138
Conflicto armado y disputas ecológicas en Colombia

Las sabanas son espacios de vida, de comunalidad y de seguridad alimentaria


para los consejos comunitarios. Sin lugares para el pastoreo, para la recarga acuífera,
para el uso de aljibes, para la planificación de nuevas viviendas para las familias
que se van formando, el riesgo de no continuar siendo consejos comunitarios es
muy alto. La situación preocupa aún más si reconocemos que, de acuerdo con
información aportada por las comunidades y a estudios técnicos elaborados por
el Observatorio de Territorios Étnicos, en todos los consejos, la pérdida de la
sabana oscila entre el sesenta y el cien por ciento. Las situaciones más dramáticas
son las de los consejos comunitarios de Badillo y El Perro, de lugares que ya no
tienen sabanas comunales ni acceso a playones.
Se podría afirmar que la violencia paramilitar afectó el paisaje agroalimentario
y que se debe incorporar la dimensión ambiental, geográfica e histórica de las
comunidades afectadas para no poner nuevamente en riesgo los pocos espacios
disponibles. Las relaciones productivas, tales como la agricultura familiar, el
pastoreo, la pesca, la cacería, el uso de algunos fragmentos de bosque por parte
de los miembros de los consejos comunitarios, configuraron una red compleja
de relaciones íntimamente ligadas con los servicios y recursos del ecosistema de
las sabanas del Caribe seco.
En Valledupar, el conflicto armado afectó las relaciones territoriales y produjo
daños que van más allá de la parcela, la finca, el playón o las unidades pro-
ductivas. El paisaje de las sabanas comunales es, en buena medida, un espacio
construido por las comunidades, transformado y resignificado con la experiencia
de la violencia contra el sujeto colectivo, lo que hace clara la relación de estos
asuntos en el posacuerdo.
Escuchar a los miembros de los consejos comunitarios de Valledupar contar
la historia del despojo territorial, superpuesto con los asesinatos, desplazamientos
forzados, intimidaciones y masacres, permite ir dando cuenta de un panorama
donde el conflicto afectó las dinámicas cotidianas de los pobladores rurales y
sus formas de vida: organización comunitaria, formas de producir la tierra y
conocimiento asociado el manejo del paisaje, prácticas de cacería, pesca, apro-
vechamiento de material del río y la artesanía, son prueba de gran conocimiento
sobre los espacios naturales, sus ritmos y pautas. Todo ello hace parte de los
daños y afectaciones a los consejos comunitarios.

Aprendizajes, experiencias y desafíos

Esta parte se divide en tres asuntos, que surgen de la revisión de los casos
nacionales e internacionales en los que el conflicto armado ha afectado signi-
ficativamente los paisajes y donde las transiciones a la paz han tenido obstáculos
e impactos negativos en el uso y apropiación de recursos naturales. Por ello, el

139
Dime qué paz quieres y te diré qué campo cosechas.
Reflexiones sobre lo rural en los diálogos de La Habana.

análisis se concentra en tres aspectos: en las complejidades que tiene el retorno


de las comunidades y de los excombatientes a las regiones de salida; en cómo
la estructura de la tenencia de la tierra termina por favorecer ciertos usos del
paisaje que generan mayor conflictividad ambiental; y, por último, en discutir los
cambios ecosistémicos que se generan en los contextos de la guerra, en clave de
desafíos para pensar el posacuerdo.
Los casos internacionales se usan solo a modo de ilustración, puesto que no
se hizo una revisión exhaustiva del desarrollo de los acuerdos de paz en países
que llaman nuestra atención como Uganda, Ruanda y Guatemala, entre otros. En
la mayoría de los casos, las diferencias políticas, ideológicas y las tensiones por
la tenencia de la tierra han sido causa de los conflictos internos, dejando altas
cantidades de desplazados y asesinados, así como, aun cuando de ello se hable
menos, de disputas ecológicas que derivan en graves daños ambientales y han
sido causa y consecuencia del conflicto armado.

El retorno de las comunidades y de excombatientes

En Uganda, para el 2006, desde el inicio de los acercamientos para el acuerdo


de paz, cerca de 90% de las personas que habían sido desplazadas en la región
de Acholi retornaron a sus territorios. Sin embargo, dadas las dificultades
institucionales que tenía el estado para devolver las tierras a sus legítimos dueños
y ocupantes se presentaron problemas de acceso a y uso de ellas (Saito y Burke,
2014). A pesar de esto no se estableció una política pública que permitiera
describir cómo avanzarían las regiones en el uso de sus territorios en un escenario
de posconflicto, ni se establecieron garantías en la materia para retornados y
excombatientes reintegrados (Owona, 2008).
Algo similar ocurrió en Guatemala, donde con el fin de garantizar la entrega
de tierras a los campesinos en el posconflicto se creó el Fondo de Tierras
(Fontierras). Sin embargo, este proceso resultó difícil, y en 2002 los campesinos
desistieron del proceso, ya que no había garantías para todos los retornados.
A partir de estos inconvenientes el gobierno creó el Programa especial para la
producción y comercialización agropecuaria en apoyo de la población vulnerable
(Sistema de las Naciones Unidas en Colombia y Ministerio de Ambiente y
Desarrollo Sostenible, 2014).
Las situaciones expuestas muestran que el fin del conflicto armado y la firma
de acuerdos de paz no han garantizado a quienes retornan (excombatientes y
desplazados) el acceso, uso y disfrute de las tierras que ocupaban, generando así
serios inconvenientes entre las personas retornadas y el estado, como la dificultad de
acceso por falta de predios y las ventas irregulares de predios durante el conflicto.
En el caso de Asocasan, sus líderes y los habitantes del territorio tienen algunas
otras preocupaciones en torno al retorno de excombatientes, puesto que varias

140
Conflicto armado y disputas ecológicas en Colombia

familias desplazadas han ido retornando durante este tiempo, sobre todo en el
rol que tendrían los excombatientes dentro del territorio colectivo.
Es preciso comprender que las experiencias internacionales muestran una
serie de problemas en los procesos de retorno de la población a los territorios,
por varias razones: falta de planeación desde la institucionalidad estatal, poca
participación de las comunidades campesinas (desplazadas o que han resistido
a los desplazamientos) en el proceso y debilidad en las políticas públicas con
enfoque restitutivo para víctimas y excombatienetes
Esto es importante en el caso de Asocasan, en el cual la guerra se ha dado
entre grupos al margen de la ley que habitan el territorio colectivo –que cuenta
con espacios de uso colectivo, familiar, comunitario o individual–. Por ello, es
importante conocer de qué manera el retorno de excombatientes generaría cam-
bios o tensiones en la organización comunitaria y la configuración del territorio,
teniendo en cuenta que existen tensiones con los proyectos extractivistas que se
expanden en el departamento del Chocó. Estas preocupaciones van más allá del
territorio de Asocasan, ya que es probable que el retorno de excombatientes
también se presente en las otras zonas estudiadas en este capítulo, como las
sabanas comunales de Valledupar y las comunidades de Montes de María, regiones
donde actualmente existe una configuración del territorio comunitario, una
forma de uso y de manejo de los recursos naturales y tensiones por la llegada de
proyectos extractivos y de monocultivos.

La tenencia de la tierra

La revisión de experiencias internacionales deja también reflexiones en materia


de acceso, distribución y uso de la tierra. En los conflictos armados de Uganda,
Kenya y Ruanda el desplazamiento forzado configuró escenarios rurales y, en
algunos casos urbanos, de abandono y despojo. En Uganda, por ejemplo, se
mencionó, una de las regiones más afectadas fue Acholi, de donde toda la po-
blación se desplazó a causa de la violencia de los grupos insurgentes y de las
fuerzas armadas del estado (Owona, 2008). Una de las estrategias estatales para
el retorno es la restitución de las tierras, que ha sido lenta frente a los problemas
de tenencia de las ocupadas hoy por otros desplazados y por empresas privadas
(Saito y Burke, 2014).
En Burundi, por su parte, los refugiados que retornaron a sus territorios
después de treinta años de ausencia los encontraron ocupados por migrantes
de otras regiones (Takeuchi y Ndayirukiye, 2014), al igual que en Bosnia
y Herzegovina, donde durante la posguerra los derechos de propiedad se
convirtieron en la mayor fuente de conflictos sociales, dado que a menudo las
tierras habían sido apropiadas para cuando sus legítimos dueños regresaron
(Katayanagi, 2014).

141
Dime qué paz quieres y te diré qué campo cosechas.
Reflexiones sobre lo rural en los diálogos de La Habana.

Tal como sucede en Colombia, donde el estado enfrenta dificultades institu-


cionales para devolver las tierras a sus legítimos dueños y ocupantes.
El desplazamiento forzado es una de las estrategias de la guerra, en muchos
casos un indicativo de las correlaciones espaciales entre áreas de actuación de
actores armados y concentración de la tierra. En los ejemplos africanos citados,
sobre todo en Kenia y Uganda, las regiones golpeadas por el desplazamiento
forzado fueron presentadas como espacios libres de ocupación y disponibles
para el uso (Saito y Burke, 2014). El supuesto espacio vacío generó la ocupación
de otro tipo de actores, así como la venta y la posesión irregular por parte de
empresas mineras y agroindustriales.
El mercado de tierras en medio de la guerra es un rasgo distintivo de los
conflictos en Sudáfrica, Colombia y Guatemala, entre otros. En Guatemala, los
acuerdos de paz se firmaron en un contexto dominado por un giro estructural de
la política económica hacia un modelo neoliberal de estado. Entre 1986 y 1996 se
tomaron medidas para un ajuste parcial de la economía que incluyó la constitución
de un mercado cambiario regulado para la promoción de exportaciones e im-
portaciones, lo que dinamizó el fortalecimiento de la banca, así como la llegada
o consolidación de la inversión privada, que afectó el modelo de tenencia de la
tierra, desigual de por sí. Aun cuando en los acuerdos de paz hubo un apartado
dedicado al problema agrario, la distribución de la tierra sigue siendo inequitativa,
y según medición de 2014 del coeficiente de Gini sobre el acceso este es de 0,84
(Matul y Ramírez, 2014).
En Montes de María, desde comienzos de la primera década del siglo veintiuno
la tenencia de la tierra ha tendido a reconcentrarse, justamente durante el periodo
de mayor desplazamiento forzado. En 2011 la Superintendencia Nacional de
Notariado y Registro publicó un informe en el que caracteriza el dinamismo
mercado de tierras en medio de la violencia, mercado en el que tomaron parte
empresas privadas que adquirieron predios que estaban bajo medidas de protección
por estar afectados por el desplazamiento forzado40.
Allí, mientras avanza la restitución también avanza la palma, las plantaciones
forestales y otros proyectos de desarrollo, en tierras sobre las que existen litigios
o se avecinan procesos de restitución que no dejarán de tener opositores. Lo cual
no solo limita los usos que podrán hacer las comunidades de sus tierras, sino, aún
más, los espacios disponibles para procesos de retorno en el posacuerdo.

40  En esto se han visto involucradas empresas como Tierras de Promisión, Agropecuaria Carmen de
Bolívar, Agropecuaria Génesis, Inversiones Agropecuaria El Caney S. A., Agropecuaria El Central S. A.,
Agropecuaria Montes de María S. A., Agropecuaria Tacaloa S.A., Invesa S. A., José Alberto Uribe Munera,
Federico Santos Gaviria y José Ricardo Santos Gaviria, Agropecuaria Vélez Arango S. A., Andrés Felipe
Arango Botero, Daniel y Ricardo Arango, Paula Andrea y Claudia María Moreno Ángel e Invercampo
S. A. Véase informe: Situación registral de predios rurales en los Montes de María (Superintendencia
Nacional de Notariado y Registro, 2011).

142
Conflicto armado y disputas ecológicas en Colombia

Insistimos: casos del contexto centroamericano y africano muestran que, por


sí solos, ni los acuerdos de paz ni medidas como la restitución tienen la capacidad
de transformar los problemas estructurales que originaron los conflictos, como
la estructura desigual de tenencia de la tierra. Tenencia directamente afectada por
hechos de guerra como las minas antipersona y las fosas comunes: en regiones
donde se sabe de su existencia, la población prefiere no reclamar.
Conviene recordar que durante los conflictos los daños al medio ambiente
son inevitables. En realidad, las guerras le han causado siempre daños, algunos
muy duraderos: «Algunos de los campos de batalla de la primera o de la segunda
guerra mundial, por no citar más que esos conflictos, aún siguen sin poder
explotarse hoy, o presentan considerables riesgos para la población, debido a la
presencia de material de guerra, particularmente minas y proyectiles» (Bouvier,
1991).

Transformación del paisaje y cambios ecosistémicos

En realidad, se trata de una práctica casi tan antigua como la Historia misma: destruir
el medio ambiente, la vida si es necesario. Convertir la zona «rebelde» en un inmenso
erial (Senent-Josa, 1972).

Como se ha señalado, la guerra trae consigo una serie de impactos ambienta-


les que afectan directa o indirectamente las dinámicas ecológicas y ecosistémicas
de los paisajes donde tiene lugar. Al respecto, es clave referir a los artículos 35 y
55 del I Protocolo adicional de los Convenios de Ginebra del 8 de junio de 1977,
ya que a pesar de lo que allí se plasma, en la mayoría de las guerras contemporáneas
esto es letra muerta41. Tal es el caso de la guerra química en Vietnam, Laos y
Camboya:

De 1961 a 1969, 10.000 kilómetros cuadrados de tierras cultivadas en Vietnam del Sur,
lo que supone el 43 por 100 de las tierras cultivables, y 25.000 kilómetros cuadrados de
bosques (el 44 por 100 de la superficie forestal) han sido destruidas por los bombardeos
norteamericanos. En 1969, 1’086.000 hectáreas de tierra cultivable y bosques fueron
sometidos a la acción de los «herbicidas» y «defoliantes», con cuya utilización se persigue

41  Artículo 35. Normas fundamentales. Numeral 3. «Queda prohibido el empleo de métodos o medios
de hacer la guerra que hayan sido concebidos para causar, o de los que quepa prever que causen, daños
extensos, duraderos y graves al medio ambiente natural». Título III. Métodos y medios de guerra. Estatuto
de combatiente y de prisionero de guerra. Sección I. Métodos y medios de guerra. https://goo.gl/9dSYcT
Artículo 55. Protección del medio ambiente natural. «1. En la realización de la guerra se velará por la
protección del medio ambiente natural contra daños extensos, duraderos y graves. Esta protección incluye
la prohibición de emplear métodos o medios de hacer la guerra que hayan sido concebidos para causar o
de los que quepa prever que causen tales daños al medio ambiente natural, comprometiendo así la salud
o la supervivencia de la población. 2. Quedan prohibidos los ataques contra el medio ambiente natural
como represalias». Capítulo III. Bienes de carácter civil. https://goo.gl/T5ULmV

143
Dime qué paz quieres y te diré qué campo cosechas.
Reflexiones sobre lo rural en los diálogos de La Habana.

eliminar el manto vegetal que cubre la península Indochina, destruyendo los cultivos y
haciendo imposible la vida en dichas regiones (Senent-Josa, 1972).

Impactos ambientales de estas dimensiones, e incluso otros de menor in-


tensidad, tienen repercusiones que definen procesos de repoblamiento, de
construcción del paisaje y mantenimiento de la paz una vez los conflictos armados
llegan a su fin, bien sea de manera negociada o por la derrota del contrario.
Es importante mencionar al respecto casos como el de Uganda, en donde
tras el acuerdo de paz se esperaba que las personas retornaran a sus lugares de
origen y mantuvieran las actividades que años atrás desarrollaban. No obstante,
los cambios asociados a la pérdida de biodiversidad, a la modificación del territorio
por bombardeos y otras acciones durante el conflicto, a la pérdida de espacios
naturales y parcelas y a la deforestación, dificultaron enormemente el proceso
(Owona, 2008). En el caso de Ruanda, y de acuerdo con una revisión hecha por
el Sistema de las Naciones Unidas en Colombia y el Ministerio de Ambiente y
Desarrollo Sostenible (2014), el conflicto armado dejó como consecuencia una
amplia deforestación y un mayor uso de los recursos naturales. Finalizada la guerra
y a lo largo del posconflicto, fue evidente un gran impacto sobre áreas protegidas
así como la pérdida de las capacidades institucionales en la gestión de los recursos
naturales. A partir de ello se crearon programas de política pública para la
recuperación medioambiental, entre los que estaba una reforma en la tenencia
de la tierra que pretendía la gestión del suelo y el uso racional, y otra orientada
a la administración de las tierras para facilitar el acceso a las mismas, en especial
por parte de las mujeres. También se planteó un compromiso para detener la
deforestación, pero no se trabajó sobre el reasentamiento no planificado ni sobre
la llegada de industrias como el carbón o el aumento de la cacería ilegal.
En cuanto a Guatemala y su posconflicto, varios estudios insisten sobre la
existencia de vulnerabilidad socio-ecológica de la población rural antes y después
de los acuerdos de paz42. Y aun cuando los gobiernos que siguieron a la firma
de los acuerdos plantearon estrategias para su cumplimiento, el estado desplegó
una creciente privatización y mercantilización de los bienes naturales, en cuyo
marco está el excluyente Sistema guatemalteco de áreas protegidas (Grandia,
2009; Monterroso, I. 2010; Ybarra, 2010), que abarca 31% del territorio nacional
y otorgó el derecho de control y administración de áreas protegidas a ONG
conservacionistas, en detrimento de los derechos de los pueblos que las habitaran
históricamente.
Otra experiencia es la del distrito Kono, de Sierra Leona, donde después de
la guerra la cobertura agrícola y los asentamientos se expandieron, mientras que

42  Los doce acuerdos de paz entre el Gobierno de la República de Guatemala y la Unidad Revolucionaria
Nacional Guatemalteca (URNG) se suscribieron entre 1991 y 1996.

144
Conflicto armado y disputas ecológicas en Colombia

la cobertura forestal se redujo. Los pastos, por su parte, se redujeron durante y


después de la guerra, mientras que los suelos desnudos aumentaron continuamente,
independiente de la situación política. Además de la agricultura, otros factores
notables que contribuyeron a estos cambios fueron la minería artesanal, la de
dragado de río, la de kimberlita y la minería a cielo abierto, dada la débil capacidad
institucional del estado y la utilización de políticas ambientales y mineras (Wilson
y Wilson, 2012).
Por otra parte, un estudio de caso de la península de Jaffna, en Sri-Lanka, re-
veló que desde principios de 1980 hasta 2004 el conflicto étnico violento generó
cambios significativos en todos los tipos de coberturas identificados, principal-
mente en el descenso en la cobertura y los usos de tipo agrícola, con el aumento
respectivo de usos no agrícolas. Estos cambios, relacionados directamente con
el conflicto, fueron suscitados también por causas proximales tales como los
desplazamientos masivos de población, las operaciones militares que incluyeron
la siembra de minas antipersona y la delimitación de zonas de seguridad, el
embargo económico, la falta de medios de transporte e instalaciones de mercado
y la deforestación a gran escala (Suthakar y Bui, 2008).
Con base en la revisión de experiencias internacionales, la siguiente cita, además
tratar las afectaciones generadas por la guerra sobre la vida silvestre y sus hábitats,
expone claramente la relación directa entre la degradación ambiental y la violencia:

Municiones y agentes químicos producen efectos tanto inmediatos como residuales,


directos e indirectos, sobre la vida silvestre y sus hábitats. La sobreexplotación de la
vida silvestre y la vegetación en zonas de conflicto exacerba las limitaciones existentes
al acceso a los recursos naturales, lo que amenaza tanto a la base de recursos como
a la forma de vida de las comunidades locales que dependen de estos recursos.
Estudios socioeconómicos han identificado relaciones causales entre la degradación
ambiental y conflictos civiles violentos; la escasez de recursos naturales fomenta el
surgimiento de guerras y conflictos civiles violentos en países en vías de desarrollo.
Las guerras y conflictos civiles crean relaciones de retroalimentación positiva que
refuerzan y amplifican interacciones causales entre la vulnerabilidad de ecosistemas, la
disponibilidad de recursos y conflictos civiles violentos (Dudley, Ginsberg, Plumptre,
Hart y Campos, 2002).

En Colombia, aun cuando se cuenta con mapas de ecosistemas y de cobertura


de la tierra a diferentes escalas y periodos, aún no tenemos conocimiento de
investigaciones que hayan estudiado directamente, desde una perspectiva geo-
gráfica regional o nacional, los efectos de la guerra sobre el medio ambiente.
No obstante, nuestra experiencia en campo nos ha permitido constatar cambios
con ocasión del conflicto armado en los casos expuestos del Alto San Juan,
Valledupar o Montes de María. En estas tres regiones, como mostramos, la guerra
ha sido y sigue siendo escenario de consolidación de proyectos extractivistas,
que se han expresado territorialmente sobre los territorios de la población civil
145
Dime qué paz quieres y te diré qué campo cosechas.
Reflexiones sobre lo rural en los diálogos de La Habana.

afectada, y también sobre humedales, sabanas, playones y bosques, de los cuales


depende en buena medida el bienestar y la supervivencia de los procesos de
autonomía territorial que allí tienen lugar.

Desafíos

En materia jurídica hay avances internacionales sobre la protección del medio


ambiente en periodos de conflicto armado interno, así como en la determinación de
las normas aplicables por un estado parte en un conflicto cuyo medio ambiente
podría estar en peligro a causa de la confrontación. En sus análisis sobre la
legislación internacional, varios expertos coinciden en recomendar que las reservas
naturales deberían ser declaradas como zonas desmilitarizadas en periodos de
conflicto43 (Bouvier, 1991).
En Colombia, las áreas naturales protegidas han estado inmersas en el
conflicto, a pesar de su importancia ambiental y de lo estipulado por el derecho
internacional humanitario. Con intensidades distintas, el territorio nacional en
su conjunto se ha visto afectado por las dinámicas de la guerra. En otras escalas
como las ecosistémicas o los sistemas socioecológicos, las afectaciones que se
han dado también son daños potenciales en el escenario de posacuerdo, más
si tenemos en cuenta que la llamada «paz territorial» puede no significar mayor
autonomía comunitaria, sino apertura a la inversión privada sin concertación.
La relación entre el conflicto armado y las disputas ecológicas oscila entre lo
implícito y lo inaprehensible. A veces es muy notaria, como en los atentados contra
oleoductos que contaminan sistemas hídricos de los que dependen muchas
formas de vida, incluida la humana. Otras veces esta relación es menos visible,
porque se desconoce el impacto sobre ecosistemas de especial protección como
el bosque seco tropical o la selva muy húmeda tropical del Chocó, esto en términos
de degradación forestal y pérdida de biodiversidad.
Para el posacuerdo, siguiendo a Beristain en su reflexión sobre la reparación
de los daños ambientales, la inexistencia de factores que ayuden a equilibrar la
relación entre el estado, las comunidades víctimas, los actores armados y las
empresas privados puede ocasionar que la mayor parte de las veces las acciones
de reparación operen como nuevas formas de coacción o imposición, dura o
blanda, de una agenda externa ajena a los intereses colectivos, o en su defecto
dependiente de las políticas económicas o intereses transnacionales. Se requiere

43  Coloquio celebrado el 3 de junio de 1991 en Londres, bajo los auspicios de la London School of
Economics, del Centre for Defence Studies y Greenpeace International, con miras a estudiar la necesidad
de un V Convenio de Ginebra, así como de una conferencia de expertos convocada en Ottawa por el
gobierno canadiense (10-12 de julio 1991). La cuestión de la protección del medio ambiente en periodo
de conflicto armado fue también tratada en el III Comité preparatorio de la Conferencia de las Naciones
Unidas sobre el DesarrolIo y el Medio Ambiente (Unced), del 12 de agosto al 4 de septiembre de 1991.

146
Conflicto armado y disputas ecológicas en Colombia

entonces del fortalecimiento organizativo local, el establecimiento de alianzas


nacionales e internacionales, de procesos de consulta y la reflexión local sobre
las alternativas de desarrollo y vida (Beristain, 2010).
El aprendizaje de estos casos muestra que el posacuerdo no puede quedarse
en problemas específicos, debe abordar el conjunto de las relaciones generadas
en dichos contextos, el entorno social, económico y ecológico del que el «pro-
blema» forma parte. Es decir, promover las condiciones para que la gente pueda
vivir con autonomía, lo cual involucra una serie de cuestiones como condiciones
económicas, educación, acceso a servicios básicos y, en el caso de los pueblos
indígenas, con una perspectiva intercultural que les permita relacionarse lo más
equitativamente posible con los actores como empresas o el estado (Beristain,
2010). Por eso, establecer «asociaciones fuertes y flexibles entre comunidades
locales, organizaciones no gubernamentales e instituciones internacionales puede
constituir un factor crítico en la mitigación de los efectos de la guerra sobre la
vida silvestre al ayudar a mantener la continuidad de los esfuerzos de conser-
vación durante periodos de inestabilidad política» (Dudley et al., 2002). Como
hemos resaltado, esto es fundamental si se asume un verdadero compromiso de
alcanzar una paz estable y duradera.
En contextos de violencia y transición los mecanismos de ordenamiento
pueden constituir una pauta, un principio del cómo construir o reconstruir
espacios geográficos y administrativos en los que grupos étnicos y campesinos
puedan expresar el pleno ejercicio de su autonomía. El ordenamiento territorial y
la propiedad colectiva con enfoque transicional pretenderían entonces regular la
disposición, transformación, ocupación y utilización de los territorios de acuer-
do con los intereses de los pobladores locales, en diálogo con las instituciones
locales y regionales. Las experiencias de Valledupar, el Alto San Juan y Montes
de María dan insumos valiosos para un debate nacional: los ordenamientos
territoriales, la propiedad colectiva sobre baldíos reservados y la construcción
de la paz.
Entre el estado y los pobladores rurales han existido conflictos históricos por
el control y el gobierno de los recursos naturales. En Colombia, dichos conflictos
han sido estudiados como conflictos por la tierra o territoriales. Las demandas
de autonomía territorial, promovidas especialmente por los grupos étnicos, se
han enfrentado con obstáculos en la implementación de políticas promovidas
por el estado colombiano en materia ambiental y agraria, como la titulación y
el ordenamiento. Sin embargo, se observan también procesos de incidencia y
transformación de los marcos y políticas institucionales, agenciados por la
acción colectiva de los ciudadanos. En este periodo de transiciones que pretende
concretarse en el posacuerdo se necesita una mirada cuidadosa a las propuestas
de las comunidades que en todo el territorio nacional han logrado lograr a pulso
y con experiencia acuerdos que regulan la administración de los recursos de uso

147
Dime qué paz quieres y te diré qué campo cosechas.
Reflexiones sobre lo rural en los diálogos de La Habana.

común. Tal como se analizó, en esas tres regiones de Colombia los espacios de
uso se superponen con los baldíos reservados, proyectos de reforma agraria y
escenarios de propiedad colectiva en contextos de conflicto social, violencia o de
amenazas de desterritorialización.
En los últimos años se han intentado reformas en materia de baldíos, unas
más favorables que otras para las comunidades rurales. Sin embargo, por distintas
circunstancias no han sido tramitadas. Es por ello que siguen vigentes preguntas
en materia de ordenamiento de los territorios de las comunidades étnicas y
campesinas frente a la implementación de acuerdos de paz o de instrumentos
transicionales, donde ni siquiera los procedimientos ordinarios han avanzado
en materia de titulación colectiva, de ordenamiento productivo, de seguridad
alimentaria y de administración de recursos naturales estratégicos para las comu-
nidades y no para la inversión privada.
Es importante destacar la importancia de la oportunidad que plantea el
posacuerdo con las Farc en regiones como el San Juan chocoano, Montes de
María y la zona rural de Valledupar en cuanto al análisis de la configuración
de escenarios favorables para la gestión y resolución de las disputas ecológicas
actuales y futuras.
No pueden firmarse acuerdos sobre los desacuerdos históricos. En todas
estas regiones las amenazas están en día a día. La Agencia Nacional de Hidrocarbu-
ros sigue concesionando bloques petroleros, al igual que la Agencia Nacional de
Minería sigue entregando títulos mineros, y la Autoridad Nacional de Licencias
Ambientales entregando permisos y autorizaciones, con una tendencia cada vez
más clara hacia la limitación de la participación ciudadana, como han dejado ver
las últimas modificaciones al marco regulador de la ley 99 de 1993. A la par, los
monocultivos de palma aceitera y las plantaciones forestales van en aumento
en la ruralidad del Caribe, siendo precariamente vigiladas por las corporaciones
autónomas regionales y de desarrollo sostenible. El despojo toma nuevas formas
en Valledupar y en buena parte del territorio nacional. No se trata solo del des-
plazamiento por la violencia, sino del cambio del uso de la tierra y en las prácticas
productivas, siendo las tensiones que genera el sector mineroenergético las que
tendrán una incidencia más fuerte en los conflictos y las disputas a futuro.

148
Ni pequeño productor, ni agricultor familiar,
soy campesino

Mauricio Herrera-Jaramillo
Yenly Angélica Méndez Blanco
Gabriel J. Tobón Quintero
Ana María Sierra Blanco
Ni pequeño productor, ni agricultor familiar,
soy campesino

Introducción

Este capítulo pone en evidencia el peligro latente de que los puntos acordados
entre el gobierno nacional y las Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia
(Farc) en «Hacia un nuevo campo colombiano: reforma rural integral», en vez de
recoger las reivindicaciones de los movimientos sociales campesinos plasmadas
en espacios como la Cumbre Agraria Nacional y la Declaración universal de
derechos de las campesinas y los campesinos, sean instrumentalizadas median-
te las políticas públicas que institucionalizan y universalizan el concepto de
agricultura familiar y la apuesta por una reforma rural integral (RRI), dando paso
con ello al histórico patrón de cooptación ocurrido con otros enfoques como el
desarrollo sostenible y el desarrollo territorial, poniendo en peligro el reconocimiento
de las campesinas y campesinos como sujetos sociales y políticos con plenos
derechos y con propuestas y proyectos de vida propios1.
A pesar de que el trasfondo del debate agrario tiene una serie de problemas
históricos y estructurales que por décadas no han recibido respuesta, en los
últimos años, fruto de la lucha de los movimientos sociales campesinos frente
a las políticas neoliberales de los gobiernos colombianos, han surgido apuestas
como la declaración de 2014 por parte de las Naciones Unidas, como el Año
internacional de la agricultura familiar (AIAF)2 y la aprobación de la Declaración

1  Como se dijo en el capítulo «¿Es el posacuerdo un escenario para la construcción de alternativas al


desarrollo para Colombia?», el concepto «cooptar» será entendido conforme a la definición del diccionario
Merriam-Webster: «traer a un grupo como parte de otro (un grupo entendido como una facción, un
movimiento o una cultura)». En nuestras palabras, el ejercicio mediante el cual un sistema tiene la
capacidad de apropiarse de las características, discurso, cualidades de otro sistema e instrumentalizarlos en
beneficio propio, haciendo creer a los otros que recoge y asume esos principios.

2 Año internacional de la agricultura familiar. http://www.fao.org/family-farming-2014/es/.


Adicionalmente, existen al menos otros tres espacios donde la agricultura familiar ha tenido cabida: 1) la
Evaluación internacional del papel del conocimiento, la ciencia y la tecnología en el desarrollo agrícola
(IAASTD, sigla en inglés), en la que se reconoce el rol crítico de la agricultura familiar en la producción
agropecuaria sostenible; 2) el Mecanismo de la sociedad civil sobre seguridad alimentaria, establecido
dentro del Consejo de Seguridad Alimentaria Mundial organizado por la Organización de las Naciones
Unidas para la Alimentación y la Agricultura (FAO), el cual ha permitido que organizaciones sociales

151
Dime qué paz quieres y te diré qué campo cosechas.
Reflexiones sobre lo rural en los diálogos de La Habana.

de los derechos de los campesinos y campesinas por parte de esta misma


institución, que han colocado sobre la mesa la idea de que la reivindicación de lo
campesino va más allá de lo económico, destacando, por ejemplo, que los saberes
tradicionales, la cultura, la relación con la naturaleza y el cuidado del medio
ambiente, los mercados locales y comunitarios y la soberanía alimentaria, son
parte esencial del ser campesino, elementos que hasta hace poco eran asociados
de manera negativa (atraso, por ejemplo) y hoy, bajo la expansión capitalista
basada en el extractivismo y el despojo, son ignorados.
Sin embargo, esta reivindicación se coloca en medio de la reconocida paradoja
del crecimiento económico con equidad3, pues mientras el gobierno apuesta por
la firma de nuevos tratados de libre comercio4 y el desarrollo de políticas que
estimulan la inversión extranjera orientada al extractivismo (minería, agrocom-
bustibles, agroindustria, turismo), desde los movimientos sociales como la Cumbre
Agraria Nacional, Marcha Patriótica, Anzorc (Asociación Nacional de Zonas de
Reserva Campesina), entre otros, existe una apuesta por un desarrollo más
equitativo, justo y sostenible, en el que el campesino pueda desarrollar su modo
de vida.
En este marco, los acuerdos definidos de manera conjunta entre el gobierno
y las Farc en junio de 2013, y que fueron consignados en el documento
mencionado, plantean una alternativa dentro de la reforma rural integral, que
es la esencia de las luchas campesinas, la posibilidad de la coexistencia y la
complementariedad entre diversas formas de entender el mundo, pues es sobre
la idea de una diversidad social y cultural que es posible construir caminos hacia
la paz y la justicia5. Sin embargo, existe otra alternativa, la de la cooptación

incidan en los debates mundiales normativos y de instrumentos de política pública sobre seguridad
alimentaria; y 3) en América latina, el plan de trabajo sobre seguridad alimentaria aprobado en 2015 en
la cumbre de la Comunidad de Estados Latinoamericanos y Caribeños (Celac) por todos los estados
miembros, en el que también se traza como objetivo fundamental apoyar la agricultura familiar.

3  La posibilidad de un desarrollo con crecimiento y equidad ya fue valorada por Sachs (2008), cuando
al analizar el concepto de desarrollo sostenible concluye que es imposible que bajo la lógica capitalista
ambas condiciones se cumplan a la vez, es decir, es imposible que la economía crezca de manera sostenible
en el tiempo garantizando justicia social. Sin embargo, esto no descarta la posibilidad que puedan darse
encadenamientos productivos entre diversos modelos de producción agrícola, por ejemplo, entre la
denominada «economía campesina» con «economías rurales de carácter agroindustrial», tal como lo
plantean las Farc en el numeral 9, p. 24, del documento «Erradicación del hambre, la desigualdad y la
pobreza de los colombianos (De las Cien propuestas mínimas)» (Farc-EP, 2014).

4  Su última gran apuesta es entrar al Acuerdo de promoción comercial y de inversión del área
transpacífica (TPP, sigla en inglés)

5  Este elemento se plantea como solución a los conflictos en torno al problema económico, tal vez
uno de los más álgidos de las negociaciones: «(…) el papel fundamental de la economía campesina, familiar
y comunitaria en el desarrollo del campo, la erradicación del hambre, la generación de empleo e ingresos,
la dignificación y formalización del trabajo, la producción de alimentos y, en general, en el desarrollo

152
Ni pequeño productor, ni agricultor familiar,
soy campesino

de la reforma rural integral, práctica sistemática que el sistema capitalista y el


gobierno colombiano han seguido con propuestas como las de desarrollo
sostenible y desarrollo territorial, en las que primando los intereses del sector
privado nacional e internacional se le da continuidad a un modelo excluyente,
fragmentador y descampesinista.
Con el objetivo de llamar la atención sobre el peligro que corre la materia-
lización de las reivindicaciones de los campesinos en medio de la paradoja
del crecimiento con equidad, la primera parte discute, mediante la construcción
de un entretejido entre el debate académico y la acción política y social, en qué
marco se está hablando de una reforma rural integral en Colombia y, por tanto,
por qué la cooptación es una alternativa y representa un peligro para las
reivindicaciones de los movimientos sociales campesinos.
Posteriormente, de cara a los acuerdos, cómo es que tradicionalmente el
gobierno ha visto a los campesinos, haciendo evidente la naturaleza excluyente y
descampesinista de sus lecturas y sus políticas públicas.
En tercer lugar, analizamos la propuesta de reforma rural integral que emerge
de los acuerdos de La Habana con los lentes de la reivindicación del campesino
como sujeto social y político, intentando develar las posibles grietas por donde
pueden instrumentalizarse los acuerdos.
Finalmente, retomando la propuesta de la coexistencia y la complementariedad
para romper la paradoja, reforzamos el llamado a la necesidad de reconocer al
campesino más allá de la idea de pequeño productor o agricultor familiar, como
un sujeto pleno de derechos, como un modo de vida, como una clase social
«incómoda» que ha existido y existirá más allá los esfuerzos históricos por
eliminarlo integrándolo a las lógicas del mercado.

¿Por qué una reforma rural integral?


Entretejiendo el debate académico y la acción política y social

Sin desconocer los esfuerzos interpretativos y analíticos que autores latinoameri-


canos como José Carlos Mariátegui hicieron en la primera mitad del siglo veinte
por evidenciar la problemática agraria y campesina de estas latitudes, planteamos
que fue a partir de la década de los 60 y 70, con la emergencia de las teorías de la
dependencia en América latina, que se iniciaron más organizada y sistemáticamente
los esfuerzos desde la academia por evidenciar los problemas agrarios y el debate
sobre la existencia o no del campesinado6.

de la nación, en coexistencia y articulación complementaria con otras formas de producción agraria» (Gobierno de la
República de Colombia y Farc-EP, 2014: 1).

6  De acuerdo con Machado (2004a), las décadas del 60 y 70 son la época del pensamiento propio,

153
Dime qué paz quieres y te diré qué campo cosechas.
Reflexiones sobre lo rural en los diálogos de La Habana.

El punto de partida fue la recuperación del debate entre quienes planteaban


el fin del campesinado y la proletarización del campo, basados en las obras de
Lenin y Kautsky, por ejemplo, y aquellos que basados en la literatura producida por
autores como Chayanov o Shanin defendían su persistencia y capacidad adaptativa
para sobrevivir en el entorno agreste del capitalismo. De acuerdo con Sevilla y
González (2013), este debate tiene sus orígenes en el siglo diecinueve, cuando se
configuran dos categorías intelectuales sobre las que se articulan dos prácticas
sociopolíticas:

Por un lado, el narodnismo, como defensor de la vigencia del campesinado, con un


potencial de adaptación histórica; y por el otro, el marxismo ortodoxo, para el que el
campesinado no sería más que un residuo anacrónico que debería ser sacrificado
en los altares del progreso. El triunfo del marxismo ortodoxo (…) suponía,
paradójicamente, una convergencia con el pensamiento liberal agrario: la agricultura
se debería transformar en un ramo de la industria. Eso unido a la hegemonía política
e intelectual de los Estados Unidos, y su creencia ciega en la «poderosa mano invisible
del mercado», (…) impedirá cualquier tentativa de reflexión teórica sobre la dimensión
histórica de las estructuras agraria (Sevilla y González, 2013: 52-53).

En el caso de América latina, tal como lo propone Piñeiro (2004), este debate
se materializó entre campesinistas y descampesinistas.

Estos últimos sostenían que el proceso de proletarización ya estaba muy avanzado y


que la fuerza transformadora de la sociedad vendría de una alianza entre proletarios
urbanos y rurales. Por otro lado, los campesinistas (sic) sostenían que el campesinado
podía coexistir con unidades capitalistas agrarias, y aún más, que podía ser un sujeto
del desarrollo rural. [Pues] Si la investigación agrícola y el apoyo del estado (ahora
sesgado a las empresas capitalistas agrarias) se volcaran a los campesinos, estos
podrían abastecer el mercado interno (Piñeiro, 2004: 39).

Ahora bien, si en el entorno académico este era el foco de discusión, en


este mismo periodo, guardadas proporciones, se reproduciría un ciclo político
ya vivido décadas atrás, de reforma y contrarreforma agraria7, pues el proceso
emprendido por los gobiernos liberales del Frente Nacional bajo la batuta de
Carlos Lleras Restrepo (1966-1970), promovería, mediante la política pública y
organizaciones sociales, un nuevo esfuerzo reformista, reflejado en las leyes 135
de 1961 y 1a de 1968, teniendo como resultado la creación de la Asociación
Nacional de Usuarios Campesinos (Anuc). Sin embargo, años después, en lo que

en el que la ideología de izquierda permeó lo agrario y cuyo objetivo era «comprender el desarrollo del
campo en el contexto de la articulación de la formación social colombiana al capitalismo dependiente y al
imperialismo estadounidense» (Machado, 2004a: 18).

7  Nos referimos a las leyes 200 de 1936 (reforma) y 100 de 1944, de contrarreforma.

154
Ni pequeño productor, ni agricultor familiar,
soy campesino

se conocería como el Pacto de Chicoral (1972), se firmó el acuerdo para emprender


una contrarreforma agraria que contuviera los avances obtenidos.
Sin el desarrollo de una verdadera reforma agraria, las transformaciones
sociales, políticas, económicas y culturales vividas en el mundo a partir de la
década del 70 en torno a la creación de un nuevo orden mundial, principalmente
con la ruptura de los acuerdos de Bretton Woods unilateralmente por parte de
Estados Unidos, removerían los cimientos sobre los que se establecía el debate
del paradigma de la cuestión agraria. En el caso colombiano, Ricardo Vargas
(1999) plantea que para la implementación del enfoque de desarrollo rural
integrado (DRI) a finales de la década del 70, la tesis sobre la que se enfatizó fue que:

La tierra es tan sólo uno de los factores productivos de las economías campesinas y
que, para convertir a estas últimas en eficientes empresas agropecuarias, era necesario,
más que estimular el acceso a la tierra, dotarlas de una buena capacidad empresarial,
lo cual se lograría a través de asistencia técnica y capacitación acompañada de mejores
servicios básicos sociales y de la infraestructura adecuada (Vargas, 1999: 3).

De esta manera, la década de los 80 marcaría un viraje en los análisis que se venían
haciendo desde la academia. El retorno de la ortodoxia liberal económica haría de
la macroeconomía y la «modelización» el nuevo sustento teórico de las discusiones,
generando una ruptura en los debates, al deslocalizar el centro de discusión del
tradicional conflicto por el acceso a la tierra y la búsqueda de una reforma agraria,
a un «simple» problema de mercados, de capacidad empresarial (asistencia técnica,
mejora de servicios, infraestructura, etcétera) y de generación de rentabilidad.
En este marco de reacomodo económico y político (de política pública)
emergen una serie de discusiones y tensiones académicas que reevaluarán el
paradigma desde el que se discutían los problemas agrarios y el debate sobre la
existencia o no del campesinado, dando paso a lo que algunos autores denominan
como el paradigma del capitalismo agrario (Vega, 1992; Abramovay, 1992;
Fernandes, 2004)8. Brevemente, mencionaremos tres categorías que nos darán
insumos para nuestros análisis, en especial a la idea de una reforma rural integral:
la nueva ruralidad, el desarrollo territorial rural y la agricultura familiar.

Nueva ruralidad

Desde hace poco más de dos décadas, diversos autores han estudiado la nueva
ruralidad y se han encargado de sentar sus bases «teóricas». Sin embargo, son
básicamente dos los abordajes posibles de plantear (Kay, 2007).

8  El concepto de paradigma de capitalismo agrario fue planteado por Ricardo Abramovay en su tesis de
doctorado en 1990 en contraposición al paradigma para él predominante hasta la década de los 80, el de
la cuestión agraria (Abramovay, 1992).
155
Dime qué paz quieres y te diré qué campo cosechas.
Reflexiones sobre lo rural en los diálogos de La Habana.

Por un lado, uno asociado a la identificación de una serie de transformaciones


en el sector rural, fruto de las políticas neoliberales y la globalización. En este
sentido, Luis Llambí plantea lo siguiente:

El énfasis principal [de la nueva ruralidad] está en ampliar la visión del campo de lo
agrario a lo rural; en enfatizar la multifuncionalidad de los espacios rurales debido a
la creciente importancia de las actividades no agrícolas y de la más fluida e intensa
interrelación entre lo rural y lo urbano y lo local con lo global; y en remarcar los
cambios en los patrones culturales y de vida rurales (Llambí, 2004).

Esta interpretación hará énfasis, por un lado, en la creciente importancia de


actividades secundarias a la agricultura, y en la revalorización del espacio rural en
términos ecológicos y culturales como alternativa para generación de ingresos.
Una segunda interpretación hace énfasis en que ésta coloca sus bases en
la nueva economía institucional, de allí su énfasis en la posibilidad de generar
trasformaciones institucionales y económicas que permitan una nueva forma
de gobernanza9. En esta perspectiva, Cristóbal Kay (2007) al plantear la nueva
ruralidad se refiere:

A las propuestas de nuevas políticas públicas y acciones por parte de aquellos analistas que
desean superar las consecuencias negativas del neoliberalismo para los campesinos. (…)
[Propendiendo a la construcción de una agenda que promueva] una estrategia de desarrollo
centrada en la agricultura campesina, el empleo rural, la sostenibilidad ambiental, la
equidad, la participación social, descentralización, el desarrollo local, el empoderamiento,
la igualdad de género, la agricultura orgánica, (…) [etcétera] (Kay, 2007: 88).

Teniendo presente la complejidad y amplitud del debate que ha suscitado


este enfoque, y pensando en el objeto de este capítulo, es importante destacar un
elemento para cada una de las dos interpretaciones. En cuanto a la primera, el
mismo Kay (2007) aporta a ella cuando referencia a Sergio Gómez, quien plantea
que todas aquellas ideas puestas como novedad por la nueva ruralidad ya existían
antes de la llegada del neoliberalismo. En este sentido, no es posible olvidar que
la cola de la deuda histórica con el campesinado no es de ahora, siendo realmente
lo nuevo «la percepción relativamente tardía de [algunos] investigadores rurales
de estos procesos de cambio que ya se estaban produciendo en el campo» (Gó-
mez, 2002: 12, en Kay, 2007: 87).

9  Hace referencia a: 1) el desarrollo institucional para fortalecer la democracia, los derechos y deberes
del ciudadano y el funcionamiento local; 2) la instauración de nuevas reglas de gobernanza mediante
la descentralización, la cooperación entre actores públicos y privados y la utilización de métodos
participativos; 3) la integración de una preocupación sobre la sostenibilidad de los recursos naturales;
4) la promoción de un enfoque territorial del medio rural en detrimento de un enfoque sectorial de
la agricultura; 5) la puesta en valor de las oportunidades mediante el apoyo a las iniciativas locales o la
valoración del capital social (Echeverri, 2002; Iica, 1999, en Bonnal et al., 2003).

156
Ni pequeño productor, ni agricultor familiar,
soy campesino

Respecto a la segunda, sorprende en parte la magnitud de la propuesta en


términos del alto peso que recae sobre la política pública para su materialización,
así como la contradicción entre algunas de las propuestas, como por ejemplo
entre competitividad y sostenibilidad ambiental, equidad, agricultura orgá-
nica, contradicción ampliamente estudiada, por ejemplo, por Wolfgang Sa-
chs (1998) en su texto «Anatomía política del ‘desarrollo sostenible’». En este
sentido, si bien pareciera dársele importancia bajo este marco al campesino, la
realidad muestra cómo se ignora a las comunidades campesinas, dado que el peso
de las políticas se da sobre la variable diferencial económica, que permitirá a los
territorios articularse al mercado, y no sobre sus identidades, su modo de vida y
su cultura.

Desarrollo territorial rural

Fruto de los avances teóricos de la nueva ruralidad, este enfoque, como su


nombre lo indica, centra su análisis sobre el territorio, siendo aparentemente sus
características particulares el punto de partida para pensar el desarrollo. Conforme
a Schejtman y Berdegué (2004), este enfoque puede definirse como:

(…) un proceso de transformación productiva e institucional en un espacio rural


determinado, cuyo fin es reducir la pobreza rural. La transformación productiva tiene
el propósito de articular competitiva y sustentablemente a la economía del territorio
a mercados dinámicos. El desarrollo institucional tiene los propósitos de estimular y
facilitar la interacción y la concertación de los actores locales entre sí y entre ellos y los
agentes externos relevantes, y de incrementar las oportunidades para que la población
pobre participe del proceso y sus beneficios (Schejtman y Berdegué, 2004: 4).

Al igual que en el caso de la nueva ruralidad, es interesante resaltar algunos


elementos de la propuesta, en la medida en que no es objeto de este documento
profundizar en ellas. Por un lado, en este enfoque es manifiesta la importancia
de la competitividad. Competitividad que si bien puede estar fundamentada en las
riquezas internas, locales, ancla este proceso a las dinámicas externas que con-
forme a las experiencias históricas de nuestros territorios marcan procesos de
dependencia que llevan a la subordinación. En este sentido, es imposible omitir
que en un país como el nuestro, donde los órdenes de competitividad están
fundamentados en la explotación de los recursos naturales y las personas (mano
de obra para el capital), quedan muchas dudas frente a las potencialidades de
dinámicas en este sentido.
El otro elemento está asociado a la debilidad del estado y las tradicionales
alianzas perversas entre gobernantes y capital privado para la expansión del
capital, reflejadas en un sinnúmero de casos, que por ejemplo han llevado al
fracaso de las reformas de descentralización del estado, elementos que no son

157
Dime qué paz quieres y te diré qué campo cosechas.
Reflexiones sobre lo rural en los diálogos de La Habana.

buenos síntomas para pensar en el mejoramiento de la calidad de vida de los


habitantes rurales.
Sólo a manera de ejemplo para dimensionar cómo el principio de compe-
titividad y la debilidad del estado convergen en pro de un desarrollo territorial
rural excluyente, basta con ahondar un poco en la historia reciente de la altilla-
nura colombiana. Desde el primer gobierno del presidente Álvaro Uribe Vélez
(2002-2006) el «milagro agrícola», como definió The Economist10 al modelo de
transformación del cerrado brasileño para la intensificación de la agroindustria
de la soya, se ha convertido en el referente para el «desarrollo» de esta región11.
Amparados en el gobierno, grandes empresarios nacionales y multinacionales
han avanzado en la materialización de dicho proyecto por medio de la apropiación
ilegal de baldíos en manos de campesinos o de la nación12.
El líder político Wilson Arias (exrepresentante a la Cámara por el partido Polo
Democrático), denunció formalmente como la alianza entre diversos actores
privados (empresas, fondos de inversión, firmas de abogados y firmas de auditoría),
el estado y actores al margen de la ley (grupos paramilitares y Bacrim), ha co-
mandado una estrategia para la apropiación de la región de altillanura en Colombia13.
Según Arias (2013), este conjunto de actores idearon un plan de explotación
económica sustentado por el estado, «que incluye la acción del mercado en las
tierras, el despojo legal y consentido por la institucionalidad, la generación de
incentivos a la gran empresa (subsidios, gabelas tributarias, etcétera), financiación
de bienes públicos (distritos de riego, carreteras, navegabilidad de los ríos Meta
y Vichada, etcétera), nuevos asentamientos humanos, entre otros» (Arias, 2013: 4).
Así, desde 2004 esta estrategia se ha intensificado, convirtiendo la altillanura en
una región de colonización donde empresarios, abogados, contadores, el sector
financiero, fondos de inversión, multinacionales e incluso el estado, se han apoyado

10  En http://www.economist.com/node/16886442

11  Un escándalo referente de este proyecto fue el «proyecto Carimagua», adelantado por el ministro de
Agricultura de aquella época, Andrés Felipe Arias, hoy prófugo de la justicia nacional y residente en los
Estados Unidos, quien valiéndose de artimañas «legales» cuatro años después (11 de febrero de 2008) de
haber adjudicado a población desplazada víctima de la violencia un predio de 17.000 hectáreas, intentó
cambiar dicha adjudicación y dársela a empresarios privados (palma aceitera), alegando que éstos harían
un mejor uso de estas tierras y, como contraparte, podrían garantizar empleo a estas comunidades.

12  Al respecto también es interesante ver las denuncias y propuestas del senador Jorge Enrique Robledo:
http://www.moir.org.co/Las-compras-ilegales-de-tierras-Un.html

13  No sólo la región de la altillanura sufre este fenómeno. Recientemente, el representante a la


Cámara Alirio Uribe reveló que aparentemente la Fiduciaria Petrolera S. A. (Fidupetrol), actualmente en
liquidación, se habría apropiado de dieciocho terrenos (siete en el Cesar y once en el Meta) equivalentes a
18.886 hectáreas (un área equivalente a la de la capital del departamento de Santander), los cuales fueron
baldíos adjudicados a campesinos en los últimos treinta años. En http://www.elespectador.com/noticias/
investigacion/los-baldios-termino-administrando-fidupetrol-articulo-549423

158
Ni pequeño productor, ni agricultor familiar,
soy campesino

en la sustentabilidad de los paraísos fiscales para apropiarse de miles de hectáreas


en esta región.
Uno de los casos más representativos de este fenómeno fue el de la empresa
Riopaila Castilla S. A. y el prestigioso bufete de abogados Brigard y Urrutia,
quienes mediante la creación de empresas fachada (al menos veintiocho),
burlaron la ley 160 de 1994 respecto a la unidad agrícola familiar y se apoderaron
aproximadamente de 42.000 hectáreas en el departamento de Vichada con una
inversión de $39.582’621.720 (cuarenta y tres predios, cada uno a aproximada-
mente $920’000.000). Adicionalmente, entre 2002 y 2009 el ingenio en mención
recibió beneficios del estado por una suma de $32.406’520.385 como beneficiario
de programas como Agro Ingreso Seguro, créditos blandos de Finagro y exenciones
tributarias, así como un total de $545’724.400 como incentivo a capitalización rural.

Agricultura familiar

Dada la recurrencia con que se escucha y se cita el concepto de agricultura


familiar, parece haber acuerdo frente a su definición. Sin embargo, la evidencia lo
que muestra es un uso indistinto y, en ocasiones, sin conciencia de causa. Así, por
ejemplo, en informes de la FAO sobre agricultura familiar se encuentra la referencia
al término explotación familiar para decir que 90% de las explotaciones agrícolas
existentes en el mundo están asociadas a la agricultura familiar (FAO, 2014). La
referencia a este concepto también aparece cuando se quiere destacar el papel
que desempeña la agricultura familiar en el valor de la producción sectorial. De
esta manera, se plantea en los informes nacionales que este tipo de agricultura
provee entre 27% y 67% del total de la producción alimentaria (Leoporati et al.,
2014), observándose casos como los de Brasil, Colombia y Ecuador, donde este
valor llega a 38,2%, 41% y 45%, respectivamente (Cepal, FAO, Iica, 2013).
Más allá de estas referencias, estudios como los de De la O y Garner (2012),
dan cuenta de la heterogeneidad de ésta. Un informe de la FAO al respecto, de
2015, dice:

En un estudio que recoge 36 definiciones de explotación familiar, casi todas ellas


especifican que la granja pertenece, al menos parcialmente, a un miembro de la
familia, que es también quien la explota o gestiona; muchas especifican una cuota
mínima de contribución de mano de obra por parte del propietario y su familia; otras
tantas establecen límites máximos de superficie o venta de la explotación; y algunas
también establecen límites máximos para la cuota de ingresos de la unidad familiar
derivados de actividades no agrícolas (De la O y Garner, 2012; FAO, 2015: 9).

De esta manera, aunque no hay un acuerdo frente a este concepto, los


elementos más recurrentes para destacarlo hacen referencia a factores como la
propiedad y gestión, el empleo de mano de obra y la dimensión física o económica.

159
Dime qué paz quieres y te diré qué campo cosechas.
Reflexiones sobre lo rural en los diálogos de La Habana.

Esta heterogeneidad en las definiciones, que da cuenta de la diversidad inhe-


rente a la vida campesina, contrasta con la necesidad de los gobiernos y quienes
elaboran las políticas públicas por encuadrar esta diversidad en el menor número
de subgrupos o subcategorías, que les permitan orientar las políticas de desarrollo.
Así lo deja ver el informe de la Cepal, FAO, Iica:

(…) al interior del sector se constatan diferencias en la dotación de recursos


productivos, infraestructura y capital, las que junto a accesos de bienes y servicios
públicos diferenciados generan una importante heterogeneidad en cuanto al potencial
productivo, estructuras de producción y consumo, capacidad de innovación,
participación en los mercados laborales y estrategias de diversificación de ingresos.
Ello, sin duda, dificulta el conocimiento del sector, lo que ha conducido a la elaboración
conceptual de tipologías de productores destinadas a facilitar el diseño de políticas y
programas adecuados a las necesidades de desarrollo de los principales segmentos que
componen a este sector (Cepal, FAO, Iica, 2013: 177).

Esta tipología ha venido siendo desarrollada con papel protagónico de la


FAO, consolidándose con el pasar de los años. Un primer trabajo de FAO/Incra
(Brasil) (1994), propone para el estudio del modelo familiar, clasificarlos en tres
tipos de unidades: consolidada con áreas medias de 50 hectáreas, en transición
con área media de 8 hectáreas, y periférica con área media de 2 hectáreas (Picolotto,
2015). Un segundo, realizado en conjunto por FAO-BID (2007) ratificará el uso
de estas tres categorías, donde la agricultura familiar de subsistencia es aquella en
la que la producción se orienta al autoconsumo, con recursos productivos e in-
gresos insuficientes para la reproducción familiar, lo que lleva a vender su mano
de obra o la migración; la de transición, destinada a la venta y el autoconsumo, lo
que permite contar con ingresos para la reproducción familiar pero aún carece
de recursos que le permitan el desarrollo de su unidad productiva; y, finalmente,
la consolidada, en la cual las actividades son autónomas, explota los recursos
con mayor potencial, tiene acceso a mercados (tecnología, capital, productos)
y genera excedentes para la capitalización de su unidad productiva. Finalmente,
Eguren y Pintado (2015) dan continuidad a esta misma clasificación casi diez
años después, justificándose en que los criterios de diferenciación son: «la cantidad
y calidad de activos de los que dispone, por su mayor o menor vinculación al
mercado, por las tecnologías utilizadas y el grado de dependencia de la familia
de los ingresos provenientes de la propia chacra (diferenciación de ingresos)»
(Eguren y Pintado, 2015: 6).
Sustentados en esta clasificación, este mismo informe FAO/Incra planteará
como recomendación para priorización de política pública la categoría de
agricultores familiares en transición:

(…) fortalecer y expandir la agricultura familiar significa sobre todo, dar respuesta

160
Ni pequeño productor, ni agricultor familiar,
soy campesino

a las dificultades que enfrentan los productores familiares «más frágiles», pero que
tienen «potencial» para transformarse en «empresas familiares viables» (Idem, p. 5).
En cuanto a los «consolidados», éstos no necesitan de ningún auxilio público especial.
Y los «periféricos», no siendo viables económicamente, sólo podrán ser pensados para
ellos políticas sociales para combatir la pobreza (Picolotto, 2015: S071)14.

Desde esta perspectiva, Ricardo Abramovay (1992) y José Eli Vega (1991),
importantes referentes sobre el debate de la agricultura familiar en Brasil,
entenderán a los agricultores familiares como aquella camada de agricultores que
fruto de una metamorfosis se convierten en «agricultores profesionales» capaces
de adaptarse a las modernas exigencias del mercado como resultado en parte de
la acción del estado por diversas vías, principalmente por política pública (acceso
a tierras, insumos, crédito, etcétera) (Abramovay, 1992).
Paradójicamente, estadísticas del Cepal-FAO-Iica (2013) muestran cómo
sería la distribución de las denominadas explotaciones familiares conforme a esta
clasificación: 60% de las unidades pertenecen a la categoría de subsistencia, 28%
a la de transición y el restante 12% a la consolidada. Estas estadísticas varían por
país, llegando a representar la categoría de subsistencia en Colombia poco más
del 80%. Así, es evidente el cambio de paradigma ocurrido en la década de los
80 para entender al campesino, visualizándolo ya no más como clase social, para
convertirlo en categoría de análisis objeto de políticas públicas, dando continuidad a
la tradición de invisibilidad y exclusión de las mayorías del campo.

Reforma rural integral y su cara descampesinista

Reconociendo las particularidades que la propuesta de una reforma rural inte-


gral desde el gobierno y, en general, la planteada en el acuerdo de La Habana15,
es importante resaltar, al menos, dos elementos que Absalón Machado viene
sustentando desde inicios de 2000 al referirse a la complejidad que implica una
reforma rural integral.
En primer lugar:

Es ilusorio pensar que los altos índices de concentración de la propiedad se eliminan


definitivamente con el solo hecho de redistribuir la gran propiedad. Si no se actúa
sobre los factores que conducen a esa concentración, a la vuelta de la esquina la
propiedad estará nuevamente concentrada (Machado, 2008: 69).

14  Traducción de los autores.

15  Más adelante se discutirá la propuesta de reforma rural integral definida en el acuerdo de La Habana
(«Los acuerdos de la Habana y la reforma rural integral», infra).

161
Dime qué paz quieres y te diré qué campo cosechas.
Reflexiones sobre lo rural en los diálogos de La Habana.

En este sentido, destaca factores como: 1) las políticas del estado y el estí-
mulo macroeconómico a la acumulación de rentas y la valorización; 2) la baja
tributación de la propiedad rural; 3) el atraso en los catastros rurales y la inade-
cuación de la información sobre la estructura de la propiedad; 4) la dinámica del
conflicto armado; 5) el avance de la ganadería extensiva, entre otros.
En cuanto al segundo elemento, Machado (2004a), recuerda que volver a
pensar en los esquemas de una reforma de este tipo implica definir el modelo de
desarrollo posible o deseable acorde a la solución de los problemas estructurales que tiene el
país.
A manera de ejemplo, estos dos puntos permiten ver el peligro que radica en
una propuesta como la de la reforma rural integral, en la medida que enfoques
como los de nueva ruralidad y desarrollo territorial rural, así como el concepto
de agricultura familiar, con evidente relación con las apuestas del paradigma del
capitalismo agrario, sustentan hoy muchas de las políticas públicas del gobierno
y son base teórica y práctica fundamental, por ejemplo, para instituciones como el
Departamento Nacional de Planeación (DNP), ente que elabora el Plan nacional
de desarrollo.
Así, con el paso del tiempo la presión frente al campesino se intensifica, y la
seducción y la eliminación son utilizadas con mayor fuerza (Osorio y Herrera,
2012) para instalar en el imaginario social la necesidad del crecimiento de los
ingresos de las familias como única fuente de bienestar, forzándolo a subordinarse
al capital mediante su integración directa o indirecta a las empresas capitalistas.
Subordinación que deslegitima la autonomía histórica de las sociedades campesinas
del capital, tanto desde una perspectiva tecnológica como cultural (Carvalho y
Costa, 2012)16. En este sentido es difícil entender las categorías desarrolladas
desde los enfoques mencionados como reivindicativas de los derechos de los
campesinos, pues definitivamente bajo esta perspectiva de cuño «descampesinista»
y de naturaleza neoliberal, la lucha colectiva de los campesinos en busca de su
autonomía, y la posibilidad de convivencia con el gran capital se convertirá en
un nuevo esfuerzo cooptado por el capital, como lo fuera las ideas de desarrollo
sostenible, desarrollo humano, participación, etcétera.
En este sentido, no es ilógico pensar que estos elementos ya han sido asimi-
lados por el gobierno en beneficio de la promoción de un modelo de desarrollo
extractivista, es decir, ya está puesta la trampa y construida la estrategia, y

16  Es importante dejar claro que nuestra idea de autonomía del campesino no desconoce su relación e
interacción con el capital, es decir con los mercados, con empresarios, agroindustriales, casas comerciales,
proveedores de tecnología, etcétera. Sin embargo, tener en cuenta estas relaciones no implica desconocer
o deslegitimar su histórica resistencia y reivindicación por el acceso a la tierra, su relación con la naturaleza
y la preservación del medio ambiente, sus raíces culturales y su forma particular de ver, entender y actuar
en el mundo, pues estas reivindicaciones históricas son las que dan cuenta de la importancia y la necesidad
que representa para el campesino la posibilidad de actuar, de vivir, de dar sentido a su vida de acuerdo
con su propia voluntad y no la del gobierno de su país o los intereses de empresarios o agroindustriales.

162
Ni pequeño productor, ni agricultor familiar,
soy campesino

claramente están distanciadas de los derechos consignados en la declaratoria de


los campesinos.

¿Cómo ha visto el gobierno colombiano al campesino?

Desde su reconocimiento asociado al problema de la tierra a inicios del siglo


veinte17, el campesino colombiano ha sido ligado a variables como propiedad,
mano de obra, pobreza, atraso, y con ello identificado con diversos conceptos
como los de economía campesina, unidad agrícola familiar (UAF)18, agricultor
familiar, pequeños productores19.
Históricamente, en la política pública del país se han intentado crear vías en
torno al sector agrario. En la tabla 1 se presentan los hitos que dan cuenta de los
momentos más importantes en los que los campesinos han podido soñar con
una reforma agraria o su inclusión como sujetos de políticas.
A pesar de estas tentativas por darle cabida en la política pública nacional
al campesino, la realidad es que, históricamente, los esfuerzos nacionales han
estado en la línea de propuestas como las de Leivovich et al. (2013) y Forero et
al. (2013), que basadas en entender al campesino de acuerdo con la categoría de
pequeño productor, enfocan sus esfuerzos en dimensionar la capacidad de éstos
para generar ingresos, identificar los principales obstáculos que se les presentan
para generarlos y, con ello, intentan encontrar un recetario con la mejor solución
que les permita salir de su condición de pobreza. De esta manera, centrados
en que el problema del campesino es de generación de ingresos, permanece
el ideal de que será mediante la inserción del «chip» del progreso y, con ello, la
interiorización de las ideas de eficiencia, de emprendimiento y de competitividad,
sumadas a la garantía del acceso al crédito, a la tecnología, a insumos, etcétera,
que el campesino superará esta condición.

17  De acuerdo con Absalón Machado, en las décadas del 20 y del 30 el problema agrario fue considerado
por primera vez como un problema nacional, «que merecía la atención del estado en la medida que
constituía un obstáculo al incipiente proceso de industrialización y de ampliación del mercado interno»
(Machado, 2009: 167).

18  En un estudio realizado por De la O y Garner (2012) sobre el concepto de agricultura familiar, dicen
que Maletta (2011) plantea que la definición más cercana a la de agricultura familiar en América latina
fue dada a mediados del siglo veinte bajo el concepto de «unidad económica familiar», definida como
«una finca de tamaño suficiente para proveer al sustento de una familia y que en su funcionamiento no
requiriese de mano de obra asalariada, sino que pudiese ser atendida con la fuerza laboral de la propia
familia» (Salcedo, De la O y Guzmán, 2014: 19).

19  Véase, en el trabajo de Leibovich et al., pequeños productores: aquellos que «desarrollan su actividad
productiva en predios inferiores a dos (2) UAF y emplean principalmente mano de obra familiar»
(Leivobich et al., 2013: 189). En estas condiciones, este tipo de productores, incluyendo a sus familiares,
pueden llegar a representar 80% de la población rural total y casi 70% de la producción agrícola nacional.

163
Dime qué paz quieres y te diré qué campo cosechas.
Reflexiones sobre lo rural en los diálogos de La Habana.

Tabla 1. Hitos de los momentos más importantes para los


pequeños productores en la política nacional

Creación del Plan de fomento agrícola. Aseguraba a los propietarios un respeto por los
1945 derechos de propiedad y se hacen unos primeros avances en la modernización de la
agricultura.

Creación del Ministerio de Agricultura. Se copian modelos de desarrollo de otros países.


1947 Hay una concentración en los modelos productivos sin considerar lo social. Hay apoyo de
BM, ONU y FAO.

Reforma agraria del 60. Ley 135, que hace una distribución marginal y se permite una
1961
reparación superficial de la estructura agraria.

Ley 1a, que hace una distribución marginal y se permite una reparación superficial de la
1968
estructura agraria.

1973 Ley 4a, frenó los procesos de reforma agraria.

Ley 35. Plan Nacional de Rehabilitación. Buscó agilizar los trámites para la entrega de
1982 tierras en zonas de conflicto.

Ley 30. Se introdujeron cambios en la reforma agraria que hacían que siguiera siendo
1988
marginal.

Ley 160. Se crea el Sistema Nacional de Reforma Agraria y Desarrollo Rural Campesino.
1994 Subsidio para adquirir tierra. Se reforma el Incora. Se incluye la UAF, considerado como
una empresa básica de producción agrícola, pecuaria, acuícola o forestal.

Fuente: Sabourin et al., 2014.

Analizando los esfuerzos de política pública más recientes orientados a estos


grupos, en la línea del propósito de este capítulo, conviene reseñar aquel que
fue fruto de las dinámicas resultantes del Año internacional de la agricultura
familiar y en el que el gobierno colombiano reconoció la agricultura familiar y la
posibilidad de crear una política enfocada en ella.
De acuerdo con el Resumen global del AIAF 2014, el Comité de Impulso
Nacional de Colombia contribuyó a la creación de una política pública sobre
agricultura familiar por medio de la resolución ministerial 267 del 17 de junio
del 201420, en la que se reconoce que ésta requiere de una definición y de unos
instrumentos diferenciados en el marco de los programas de desarrollo rural,
estableciéndose en el artículo 2° como objetivos específicos:

20  Sobre el Comité de Impulso Nacional Colombia: http://www.recab.org/sites/default/files/


eventos/memorias/administrador/presentacion_cin_colombia_marzo_2014_pdf.pdf

164
Ni pequeño productor, ni agricultor familiar,
soy campesino

• Fortalecer las capacidades productivas y asociativas de los pequeños


productores rurales.
• Apoyar el diseño y el desarrollo de proyectos productivos y de innovación.
• Mejorar la capacidad de negociación y acceso a los mercados por parte de
los pequeños productores vinculados al programa de agricultura familiar.
• Desarrollar un modelo de cogestión institucional región-nación de apoyo
a la agricultura familiar.
• Desarrollar un sistema de información para la agricultura familiar.

A partir de esta resolución, el 5 de agosto de 2014 se hizo el lanzamiento


oficial del Programa de agricultura familiar, que beneficiaría a más de 10.000
familias campesinas21 de Bolívar, Tolima, Antioquia, Santander, Norte de
Santander y Valle del Cauca, esperando que en 2015 se pueda expandir a
más regiones del país. El Plan de agricultura familiar busca responder a
los requerimientos de los agricultores familiares, espera reducir la pobreza
rural, cerrar brechas económicas y sociales entre el campo y la ciudad, y
generar oportunidades mejorando la cantidad de ingresos y la calidad de
vida de las familias agricultoras. En cuanto a los instrumentos de política,
son: la creación de instrumentos financieros, la financiación de proyectos
productivos, la formalización empresarial, la comercialización y promoción
de negocios, la protección e impulso del uso de semillas nativas y, finalmente,
el fortalecimiento de la gobernanza rural (Rodríguez y Moreno, 2014)22.

Los acuerdos de La Habana y la reforma rural integral23

Puesta la alarma frente a los peligros de cooptación a que pueden verse sometidos
los esfuerzos de los movimientos sociales mediante la reforma rural integral,

21  En el artículo 3° de la resolución 267 se establece que las familias que podrán acceder al programa
son las que deriven 75% de sus ingresos de actividades agropecuarias, silvícolas, pesqueras, desarrolladas
predominantemente por la familia.

22  En este análisis, Forero et al., dejan entrever un argumento que retomaremos más adelante, en
términos del análisis de la categoría de agricultor familiar asociada a la economía campesina. Sin embargo,
será complejizada en la perspectiva de Armando Bartra, quien llama la atención respecto a que la historia
y las reivindicaciones campesinas trascienden lo económico para convertirse en un modo de vida y con él
su lucha como clase social ante los ataques descampesinizadores constantes por parte del capital.

23  Los análisis en este aparte se concentran en el acuerdo sobre desarrollo rural y agrario, consignados
en el documento «Hacia un nuevo campo colombiano: reforma rural integral». Reconocemos la existencia
del documento de 100 propuestas mínimas de las Farc-EP; sin embargo, por tiempo y magnitud del
documento no fue posible incluirlas en el análisis, aun cuando, en la medida de lo posible¸ algunos
elementos se incorporaron en el texto.

165
Dime qué paz quieres y te diré qué campo cosechas.
Reflexiones sobre lo rural en los diálogos de La Habana.

y verificando el sesgo sectorial, fragmentador, descampesinista y excluyente


presente históricamente en las políticas públicas del gobierno en Colombia,
pasamos a hacer una aproximación general al acuerdo de La Habana con los
lentes de la reivindicación del campesino como sujeto social y político, intentando
develar las posibles grietas por donde puede instrumentalizarse ese acuerdo.

La estructura y puntos generales de los acuerdos


en el punto de desarrollo rural y agrario

Partiendo de que la reforma rural integral en el acuerdo de La Habana se entiende


como una política que:

(…) debe lograr la gran transformación de la realidad rural colombiana, que integre
las regiones, erradique la pobreza, promueva la igualdad, asegure el pleno disfrute
de los derechos de la ciudadanía y como consecuencia garantice la no repetición del
conflicto y la erradicación de la violencia (Gobierno de la República de Colombia y
Farc-EP, 2014: 1).

Cinco pueden considerarse como los principios sobre los que se proyecta la
construcción y materialización de la reforma rural integral. Primero, la idea de
garantizar el acceso a la tierra a los campesinos; segundo, el establecimiento de
planes nacionales financiados y promovidos por el estado que permitan satisfacer
las necesidad insatisfechas y superar la pobreza24; tercero, todos estos planes
serán elaborados bajo un enfoque territorial; cuarto, la participación de las
comunidades, partiendo de la idea de que en Colombia existe una diversidad
social y cultural; y quinto, la idea de que el desarrollo promovido desde esta
reforma se adelantará en un contexto de globalización. Asimismo, los ejes
que conforman la reforma rural integral son tres: 1) acceso y uso. Tierras
improductivas. Formalización de la propiedad. Frontera agrícola y protección de
zonas de reserva; 2) programas de desarrollo con enfoque territorial; y 3) planes
nacionales para la reforma rural integral (tabla 2).

24  En total se mencionan doce planes: de vías terciarias, de riego y drenaje para la economía
campesina y familiar, de electrificación rural, de conectividad rural, de salud rural, de educación rural, de
construcción y mejoramiento de vivienda social rural, de fomento a la economía solidaria y cooperativa
rural, de asistencia integral técnica, tecnológica e impulso a la investigación, para apoyar la generación de
ingresos de la economía campesina, familiar y comunitaria y de los medianos productores con menores
ingresos, para la promoción de la comercialización de la producción campesina, familiar y comunitaria, de
protección social y de garantías de los derechos de los trabajadores rurales. Además, se hace mención de
la creación de un sistema de seguridad (soberanía) alimentaria.

166
Ni pequeño productor, ni agricultor familiar,
soy campesino

Algunos elementos de discusión

Si su reconocimiento debe ir más allá de su oficio como productor agrícola o


pecuario, y el «esfuerzo» por integrarlo socialmente más allá del mercado, ¿cómo
se ven reflejados en el acuerdo, por ejemplo, el respeto a los saberes tradicionales,

Tabla 2. Estructura general acuerdos de La Habana frente a desarrollo


rural y agrario

Planes nacionales
Programas de desarrollo para la reforma
Acceso a tierra
con enfoque territorial rural integral

1. Fondo de tierras El enfoque territorial de las 1. Infraestructura y adecuación


2. Otros mecanismos para comunidades rurales que tenga de tierras: vial, riego,
promover el acceso a tierra. en cuenta las características electrificación, conectividad.
3. Beneficiarios. sociohistóricas, culturales, 2. Desarrollo social: salud,
4. Acceso integral. ambientales y productivas de educación, vivienda y agua
5. Formalización masiva. los territorios y sus habitantes, potable.
6. Tierras inalienables e y la vocación de los suelos, para 3. Estímulos a la producción
inembargables. poder desplegar los recursos de agropecuaria y a la economía
7. Restitución. inversión pública de manera solidaria y cooperativa.
8. Algunos mecanismos de suficiente y en armonía con los Asistencia técnica. Subsidios.
resolución de conflictos. valores tangibles e intangibles Crédito. Generación de
9. Formación y actualización de de la nación. ingresos. Mercadeo.
catastro. Formalización laboral.
10. Cierre de la frontera 4. Sistema de seguridad
agrícola y protección de zonas (soberanía) alimentaria
de reserva

Fuente: Gobierno de la República de Colombia y Farc-EP, 2014.

a la cultura, al valorar y comprender la relación con la naturaleza y el cuidado


del medio ambiente, al respeto de los mercados locales y comunitarios y a poder
garantizar la soberanía alimentaria de los campesinos? Desde esta perspectiva,
rescatamos algunos de los elementos incluidos en el acuerdo.

Economía campesina.
Un elemento planteado al inicio del documento y que es necesario traer de nuevo
a colación, es el papel fundamental que se le otorga a la economía campesina,
familiar y comunitaria, principalmente en términos de soberanía alimentaria.

(…) el papel fundamental de la economía campesina, familiar y comunitaria en el


desarrollo del campo, la erradicación del hambre, la generación de empleo e ingresos,
la dignificación y formalización del trabajo, la producción de alimentos y, en general,

167
Dime qué paz quieres y te diré qué campo cosechas.
Reflexiones sobre lo rural en los diálogos de La Habana.

en el desarrollo de la nación, en coexistencia y articulación complementaria con otras


formas de producción agraria (Gobierno de la República de Colombia y Farc-EP,
2014: 1)25.

En este sentido, el desarrollo de la economía campesina y familiar, así como


las formas de producción propias de las comunidades indígenas, afrodescendien-
tes, raizales y palenqueras, se convierte en uno de los objetivos básicos de los
programas de desarrollo con enfoque territorial. Igualmente, en los cuatro ejes
principales de los planes de desarrollo para la reforma rural integral, la economía
campesina aparece como uno de los principales beneficiarios.
Reconociendo la trascendencia dada a la economía campesina, familiar y
comunitaria, y apoyados tanto en el planteamiento hecho en el capítulo sobre
modelos de desarrollo y la consideración del papel del tipo de modelo de
desarrollo sobre el resultado de la reforma rural integral hecha por Machado
(2009), queda claro que la posibilidad de que este esfuerzo colectivo por la
reivindicación de los derechos de los campesinos, depende del modelo que el
gobierno nacional decida tomar, y en este sentido el papel que finalmente se le
otorgue a la economía campesina en la economía nacional, principalmente frente
a las lógicas de alta productividad, competitividad y eficiencia que soportan la
lógica del crecimiento económico como indicador de bienestar y calidad de vida,
así como los afanes expansionistas del gran capital.

Cierre de frontera agrícola y zonas de reserva

Los campesinos, con las comunidades indígenas, negras, afrodescendientes, rai-


zales y palenqueras y demás comunidades étnicas, emergen como aquellos que
contribuirán al cierre de la frontera agrícola, dadas sus características particulares
de organización social y tipo de relacionamiento con el medio ambiente y la
naturaleza. Asimismo, se reconoce en las zonas de reserva campesina y demás
formas asociativas solidarias la base para la estabilidad y el sostenimiento de este
proceso de cerramiento.
Reconociendo el reto que implica el establecimiento de estas fronteras en
términos de garantizar los derechos a quienes habiten estos territorios y, a su
vez, establecer procesos efectivos de protección a las áreas especiales que cubren
estas regiones, el acuerdo plantea que se:

25  Si bien no es posible poner un caso real de la coexistencia propuesta, y para evitar que sean puestas
como ejemplo las alianzas productivas de la palma o, a futuro, el modelo del «cerrado» en la altillanura,
dejamos explícitos algunos elementos clave para la estructuración y puesta en práctica de esta propuesta.
Dado que esta propuesta se da desde la lógica de la economía campesina y la autonomía territorial, este
esfuerzo requerirá de comunidades campesinas organizadas, con un ordenamiento territorial claro y una
idea clara de futuro («plan de desarrollo»), a partir de los cuales puedan «dialogar» con el capital y el estado
y recibir garantías en términos del cumplimiento de los acuerdos territoriales.

168
Ni pequeño productor, ni agricultor familiar,
soy campesino

Apoyará a las comunidades rurales que actualmente colindan con, o están dentro de,
las áreas de especial interés, a las que se aluden en el punto 1.9.1, en la estructuración
de planes para su desarrollo, incluidos programas de reasentamiento o de recuperación
comunitaria de bosques y medio ambiente, que sean compatibles y contribuyan con
los objetivos de cierre de la frontera agrícola y conservación ambiental, tales como:
prestación de servicios ambientales, dando especial reconocimiento y valoración a los
intangibles culturales y espirituales y protegiendo el interés social; sistemas de producción
alimentarios sostenibles y silvopastoriles; reforestación; zonas de reserva campesina; y en
general, otras formas de organización de la población rural y de la economía campesina
sostenible (Gobierno de la República de Colombia y Farc-EP, 2014: 8).

En el acuerdo también hay coincidencia entre las partes en entender las


zonas de reserva campesina como iniciativas agrarias, como territorios de
paz y garantes de derechos, planteándose entonces la necesidad de promover la
creación de estas zonas y garantizar para ellas el acceso a los programas y planes
que constituyen el acuerdo, en la medida que promuevan la economía campesina,
al cierre mencionado, aporten a la producción de alimentos y a la protección de
las zonas de reserva forestal.
En este sentido, es necesario llamar la atención sobre la vocación que tienen
las zonas de reserva campesina como instrumento de política pública coherente con
el enfoque campesinista de la Declaración de derechos campesinos. La aplicación
cabal de ésta permitiría entonces, por un lado, espacios de reconocimiento
político del campesinado, puesto que el proceso de constitución y sostenimiento
de una zona de reserva campesina contempla la participación de las organiza-
ciones campesinas en la planeación del desarrollo, en forma concertada con la
institucionalidad; y, por otro, posibilitaría el ordenamiento productivo de los
territorios campesinos y el estímulo y fortalecimiento de la economía campesina.
Sin embargo, la figura de la zona de reserva campesina ha sido desconocida
sistemáticamente por la institucionalidad, ante las presiones políticas y eco-
nómicas de aquellos que ven en ella una amenaza para la expansión de los gran-
des proyectos agroindustriales y minero-energéticos. En este sentido, a pesar de
la firma de acuerdos con instituciones como el Ministerio de Agricultura y
Desarrollo Rural y el Incoder, estas presiones han llevado a que el gobierno
permanezca inmóvil e incumpla con los avances o acuerdos pactados.
En este sentido, las zonas de reserva campesina son territorios que están
dispuestos a coexistir con otras lógicas de reproducción e, incluso, a garantizar
la reproducción de éstas, suministrando algunos factores de producción. La
pregunta es: ¿están en disposición las otras lógicas de respetar la lógica campesina?
Por el momento continúa firme el propósito de seguir firmando tratados de libre
comercio, como por ejemplo la solicitud a los Estados Unidos para ingresar al
Acuerdo de promoción comercial y de inversión del área transpacífica (TPP), así

169
Dime qué paz quieres y te diré qué campo cosechas.
Reflexiones sobre lo rural en los diálogos de La Habana.

como los esfuerzos en materia de relaciones internacionales o comerciales para


estimular la inversión extranjera directa, tanto para la explotación de recursos
naturales como para la oferta de servicios, una muestra más de la lógica
expansionista de un modelo de desarrollo basado en el extractivismo26.

Plan de asistencia integral técnica,


tecnología e impulso a la investigación

Entre los doce planes de desarrollo propuestos, queremos destacar, por decirlo
de alguna manera, el «más novedoso» en cuanto a título y contenido. Como parte
del tercer eje de los planes nacionales, se destaca el Plan de asistencia integral
técnica, tecnología e impulso a la investigación, mediante el cual se propugna:

La promoción y protección de las semillas nativas y los bancos de semillas para que las
comunidades puedan acceder al material de siembra óptimo y, de manera participativa,
contribuyan a su mejoramiento, incorporando sus conocimientos propios. Además,
la estricta regulación socio-ambiental y sanitaria de los transgénicos, propiciando el
bien común. Lo anterior en el marco de la obligación inquebrantable del estado de
tomar las medidas y usar las herramientas necesarias para salvaguardar el patrimonio
genético y la biodiversidad como recursos soberanos de la nación (Gobierno de la
República de Colombia y Farc-EP, 2014: 14).

En la misma línea de los planteamientos anteriores, es posible que en el acuer-


do exista un gran interés por la creación de un Plan nacional de asistencia
técnica, tecnología e impulso a la investigación, y que en el literal ‘d’ se tenga
prevista la creación de un banco de semillas. No obstante, como en el Plan
nacional de desarrollo se da plena libertad para la creación de instrumentos
como el derecho real de superficie27 o las zonas de interés de desarrollo rural
y económico (Zidres)28, que buscan beneficiar a los grandes empresarios agroin-

26  De acuerdo con el último informe sobre inversión extranjera directa en América latina y el Caribe de
la Cepal, a pesar de la coyuntura macroeconómica desfavorable, las inversiones en Colombia después de
haberse duplicado entre 2010 y 2011, hasta 2014 se han mantenido en un valor aproximado de los 16.000
millones de dólares (Cepal, 2015).

27  Para Aurelio Suárez: «antes que el derecho real de superficie sea un instrumento para el desarrollo
rural nacional, es evidente que hace parte de la adecuación de las instituciones y del sector agropecuario
a una estrategia internacional que tiene como sujeto principal la agricultura a gran escala a favor de las
compañías multinacionales y de poderosos conglomerados económicos, así como del capital financiero.
Estamos frente a un fenómeno en el cual, a través de la entrega de territorio en las condiciones
especificadas se le generan nuevas rentas al capital con el fin de poder ayudar a solucionar su crisis
económica» (Suárez, 2015: 6-7).

28  «Las zonas de interés de desarrollo rural y económico (Zidres) aniquilarían la unidad agrícola familiar,
único antídoto contra la concentración de la tierra». Declaraciones de César Jerez para Agencia de
Noticias UN. http://www.agenciadenoticias.unal.edu.co/ndetalle/article/proyecto-de-zidres-amenaza-

170
Ni pequeño productor, ni agricultor familiar,
soy campesino

dustriales, legitimando la creación de grandes zonas de concentración de grandes


monopolios en los baldíos de la nación, no es viable pensar que haya garantías
para que a la «economía campesina» se le pueda garantizar, más allá de un hipotético
bienestar, la posibilidad de coexistir con el modelo extractivista que promueve el
gobierno del presidente Santos. Es decir, puede que en este articulado se plantee
la defensa de la economía campesina y se alienten los mercados locales y
comunitarios, pero con seguridad el derecho a rechazar el modelo industrial de la agricultura,
consignado en la declaratoria, no está garantizado (artículo 5°, numeral 3).
Finalmente, respecto al papel que podría tener la expansión de un modelo de
desarrollo basado en el extractivismo, es importante llamar la atención sobre las
salvedades que quedaron a la espera de discusión dentro de este primer punto de
la agenda, entre las que se destacan, por ejemplo, la discusión de factores como:
1) freno a la extranjerización del territorio; 2) extracción minero-energética y
conflictos de uso de la tierra; 3) regulación de la explotación del territorio para
la generación de agro-combustibles; 4) revisión y renegociación de los tratados
de libre comercio contra la economía; y 5) definiciones sobre el derecho real de
superficie (Farc-EP, 2014)29.

Ni pequeño productor ni agricultor familiar, soy campesino

Al final del siglo XIX, Lenin y Kautsky pronosticaron la desaparición de los


campesinos en el desarrollo desigual del capitalismo. Al final del siglo XX, los teóricos
de la agricultura familiar [del desarrollo territorial, de la nueva ruralidad, entre muchos
otros] buscan construir un método de análisis en que la desaparición de los campesinos
está en el proceso de metamorfosis en agricultor familiar (Fernandes, 2012: 4)30.

En nombre de las transformaciones, de los cambios, de las mutaciones, de las


adaptaciones del campesino al mundo cambiante, los académicos, los formuladores

unidad-agricola-familiar.html

29  Estas salvedades son presentadas por las Farc-EP en el texto de Cien principios y es importante
destacar su importancia, magnificar su trascendencia de cara a un futuro escenario de posacuerdo, pues lo
que queda entre el tintero no es de poca monta: 1) latifundio y delimitación de la propiedad; 2) freno a la
extranjerización del territorio; 3) extracción minero-energética y conflictos de uso de la tierra; 4) regulación
de la explotación del territorio para la generación de agro-combustibles; 5) revisión y renegociación de los
TLC contra la economía; 6) ajustes al ordenamiento territorial; y 7) financiación de la política de desarrollo
rural y agrario integral.

30  Esta idea es clara para Vía Campesina, en la medida que en trabajo titulado Campesinado y proyectos
para la agricultura de Valter Israel da Silva, presenta la metamorfosis campesina (agricultura familiar) como una
de las tres teorías sobre el campesinado. http://viacampesina.org/es/index.php/temas-principales-
mainmenu-27/derechos-humanos-mainmenu-40/recursos-sobre-los-derechos-de-los-campesinos/2402-
campesinado-y-proyectos-para-la-agricultura

171
Dime qué paz quieres y te diré qué campo cosechas.
Reflexiones sobre lo rural en los diálogos de La Habana.

de políticas públicas y los gobernantes creemos entender el campesino y, en


un momento de inspiración, de dación divina, encontrar una solución para que
éstos por fin alcancen el desarrollo y salgan de la miseria y la pobreza. Bajo este
oscuro velo, no nos damos cuenta de que:

(…) los campesinos no son retazos del pasado, no son pedacería descontinuada de un
cajón de sastre, son –siguen siendo– una voluntad colectiva, una clase en vilo, un actor
social en perpetua articulación desarticulación, un sujeto histórico que como pocos
tiene pasado y que aspira también a tener un futuro (Bartra, 2010: 21).

Con esto lo que queremos decir es que las alternativas de lectura del campesino
hoy son la de un ser estático que se quedó en el tiempo y precisa por fin ser
cambiado, modernizado, o la de un sujeto indefenso, inconsciente de su existencia,
que a golpes contra la vida ha ido transformándose pero con la incapacidad de
entender cuál es su papel en este mundo.
Sobre este tipo de argumentos se construyen las armadillas teóricas que
hacen del campesino un pequeño productor, en términos de una escala, o un agricultor
familiar en términos de una economía, pero nunca se logrará la de un sujeto social
y político, un modo de vida, una clase, y esto es lo que debe ser entendido para
pensar en un futuro no muy lejano que al campesino se le respeten sus derechos.
Es por ello que, más allá de pequeño productor, de agricultor familiar o de
economía campesina, hoy el grito al unísono desde las organizaciones y mo-
vimientos sociales es: «SOY CAMPESINO».

La palabra campesino designa una forma de producir, una sociabilidad, una cultura pero
ante todo designa un jugador de ligas mayores, un embarnecido sujeto social que se
ha ganado a pulso su lugar en la historia. Ser campesinos es muchas cosas pero ante
todo es pertenecer a una clase: ocupar un lugar específico en el orden económico,
confrontar predadores semejantes, compartir un pasado trágico y glorioso, participar
de un proyecto común.

En especial esto último: participar de un sueño, compartir un mito y una utopía.


Porque ser campesino en sentido clasista no es fatalidad económica sino elección política,
voluntad común, apuesta a futuro (Bartra, 2010: 16-17).

Contrario a la idea paternalista y desestructuradora del desarrollo que inhibe


a las comunidades de pensarse su propio destino, lo que el campesino reivindica
es su autonomía como colectividad, como suma de colectivos que a pesar de
la diversidad han consignado sus derechos en la declaratoria ya citada. Esta
autonomía, por razones obvias, no significa desconocer la realidad en la que
están inmersos los campesinos, sus relaciones institucionales, sus relaciones con
los mercados, su pluralidad, sus contradicciones, sus conflictos, sus deberes. Sin
embargo, implica también su reconocimiento como sujetos políticos, sujetos de

172
Ni pequeño productor, ni agricultor familiar,
soy campesino

derechos, y que en esa medida pueden decidir la forma en que se reproducen


y definen su futuro, todo esto en correlación directa con la sociedad civil y el
estado.
Así las cosas, y en contraste con la persistencia de las fuerzas descampesinistas,
podemos decir que asistimos a una recampesinización, que como señala Ploeg
(2010) transcurre paralelamente a la industrialización de la agricultura y a una
creciente tendencia a la desactivación31. La recampesinización ocurre, según Ploeg,
como efecto de las enormes presiones que la industrialización ejerce sobre la
agricultura, por ejemplo aumentando los precios de producción, lo cual deviene
en nuevos patrones de dependencia y marginación, que desencadenan una
«lucha por la autonomía y subsistencia dentro de un contexto de privación y
dependencia» (Ploeg, 2010: 27). Esta lucha, que se desarrolla tanto en Europa
como en el tercer mundo, involucra un aumento en la cantidad de campesinos
por efecto de la reconversión de empresarios agrícolas a campesinos, y un
aumento de la autonomía, así como un distanciamiento de los mercados.
Esta recampesinización está reforzándose con una valoración incipiente pero
creciente del campesino como protector del medio ambiente, productor de
alimentos sanos, entre otros atributos positivos, alentada por sectores académicos
y corrientes teóricas como la agroecología o los enfoques participativos y
territoriales del desarrollo rural, del tipo desarrollo endógeno sostenible o
sistémico (Delgado y Escobar, 2009) que se vienen desarrollando en torno a la
idea del buen vivir y que ponen en el centro la necesidad de reconocer y recuperar
los saberes tradicionales de las comunidades agrarias.
Las luchas sociales campesinas en auge en América latina, África y Asia, desde
la última parte del siglo veinte32 en reacción a los procesos de ajuste estructural,
son una expresión privilegiada de este proceso, dando cuenta de una oposición
frontal al modelo económico, político, social y cultural que despoja a los campe-
sinos de la tierra y todos los factores de producción, pero sobre todo a la falta de
reconocimiento. Un repertorio amplio y articulado de demandas relacionadas no
sólo con la lucha por la tierra, que sigue teniendo peso significativo, sino con la
producción de alimentos, la protección de los ecosistemas, el cambio climático,
las semillas, la tecnología, las discriminaciones étnicas y de género, entre otras,
dan cuenta de la capacidad del campesinado para abordar la complejidad de una
sociedad cambiante, concibiendo propuestas de cambio estructural.

31  Entendida no como descampesinización, sino como la detención voluntaria de la producción


agrícola, ligada principalmente al desplazamiento de los recursos destinados a la agricultura hacia el capital
financiero u otros negocios de mayor rentabilidad. Ploeg (2010), ilustra con detalle esta tendencia.

32  Sam Moyo y Paris Yeros (2008), dan cuenta de sus rasgos principales y de algunos casos emblemáticos,
en el texto de varios autores recogidos bajo el sugerente título Recuperando la tierra, el resurgimiento de los
movimientos rurales en África, Asia y América latina.

173
Dime qué paz quieres y te diré qué campo cosechas.
Reflexiones sobre lo rural en los diálogos de La Habana.

La autonomía al nivel del predio, de la producción, de las organizaciones y de


los territorios, así como la movilización social, son ejes fundantes de la recam-
pesinización, causas y efectos de la implementación de propuestas productivas,
organizativas, culturales, que dan forma a modelos alternativos de desarrollo
en oposición al hegemónico y a la exclusión. Adicionalmente, configuran
un autorreconocimiento que responde a la sistemática falla de reconocimiento
(Honnet, 2010; Salgado, 2010; Méndez 2014) en que incurren el estado y la
sociedad33. Es necesario destacar que si bien este reconocimiento sigue siendo
reclamado al estado y a la sociedad, será con sus pares de los movimientos
sociales, con sectores de la academia, las ONG y otros, con quienes se concreta
mediante dispositivos de colaboración, intercambios y articulación.
En este sentido, en las últimas décadas en Colombia se ha evidenciado una
creciente reactivación de los movimientos campesinos bajo variadas estrategias y
contenidos, resistiendo no sólo a las políticas agrarias en su contra, sino al persis-
tente conflicto armado que los ha despojado, invisibilizado y desvalorizado. A lo
largo y ancho de la geografía nacional, comunidades y organizaciones campesinas
se movilizan reclamando inclusión y justicia, integración al proceso productivo y
a la economía nacional con una economía campesina fortalecida. En contra de
megaproyectos extractivos que amenazan ecosistemas, sus formas de vida y que
los expulsan de sus territorios. Se integran con sus compañeros de exclusión ru-
ral: indígenas y afrodescendientes, para reclamar una solución política negociada
al conflicto armado. Estas reclamaciones dan cuenta de ese autoreconocimiento
según el cual se saben con capacidades para integrarse a la sociedad, abastecer
alimentos, proteger el medio ambiente y ordenar el territorio en forma sostenible.
La Cumbre Agraria, Campesina, Étnica y Popular, la expresión reciente más
significativa de integración del movimiento campesino, surgida del paro campesino
de 2013, da cuenta en su pliego de peticiones de un movimiento campesino
articulado con los sectores afrocolombiano e indígena, cuestionando en forma
contundente el modelo de desarrollo del país y proponiendo cambios estructurales
recogidos en el Pliego unitario de exigencias de la Cumbre Agraria (2014), en lo
relacionado con el ordenamiento territorial del país, ligado a la reforma agraria
y al reconocimiento de las diversas territorialidades de los sujetos agrarios, en
particular la del campesinado puesto en desventaja en el marco normativo y la
política pública. Asimismo, abarca asuntos tan sensibles como la política antidroga,
la economía campesina, indígena y afrocolombiana, la política minero-energética,
la garantía de derechos, la relación campo-ciudad y la paz.

33  Honnet define la falla de reconocimiento como el déficit de valoración que en la sociedad sufren ciertos
sectores y que refleja «el valor político de la experiencia del menosprecio social o cultural» sobre el cual
sustenta el reconocimiento de la dignidad de las personas como elemento central del concepto de justicia. Salgado
(2010) y Méndez (2014) aplican este concepto al caso del campesinado.

174
Ni pequeño productor, ni agricultor familiar,
soy campesino

Por la fuerza de su movilización, la Cumbre forzó al gobierno nacional a


instalar una mesa de negociación en octubre de 2014, reconocida mediante decreto
presidencial, en el marco de la cual ha adquirido el compromiso de discutir las
propuestas recogidas en el pliego. Un primer compromiso específico ha sido la
creación de un fondo de fortalecimiento de la economía campesina, indígena
y afrocolombiana, en el marco de lo que la Cumbre ha denominado la economía
propia contra el modelo de despojo, en el que plantea cambios en la política de impor-
taciones, la planificación de la economía, la protección de las semillas, el acceso
a factores productivos, educación, tecnología y mercados, la economía solidaria,
el reconocimiento de los saberes tradicionales, todo ello dirigido a la soberanía
alimentaria del país.
Pese al compromiso adquirido, las barreras para la implementación del
Fondo son numerosas y se relacionan con la escasa voluntad de cumplimiento,
la abierta contradicción de estas propuestas con la política pública vigente y
con las restricciones burocráticas y procedimentales de una institucionalidad y
un marco normativo cerrados a la comprensión de la identidad campesina. La
defensa campesina de sus propuestas, negándose a adaptarlas a estas barreras, ha
impedido la puesta en marcha del Fondo, revelando la tensión entre el riesgo de
la instrumentalización y la resistencia campesina34.

A manera de cierre

Los alcances en el cumplimento de los compromisos del gobierno, así como


el curso de la negociación del pliego están por verse. Sin embargo, la situación
en desarrollo nos permite asegurar que queda en evidencia la condición del
campesinado, su identidad plena y específica que lo separa de los reduccionismos
de agricultor familiar o pequeño productor «beneficiario» de programas
asistencialistas, y, por el contrario, lo sitúa como pleno sujeto político en ejercicio.
Lo que no niega la existencia de un renglón de campesinos menos ligados a
un ejercicio territorial y organizativo, cooptados por la institucionalidad, las
maquinarias electorales y los proyectos agroindustriales. Tampoco es posible
desconocer el riesgo de que en medio de estas negociaciones y la lidia
con las barreras burocráticas, las propuestas campesinas terminen siendo
instrumentalizadas y, con ello, desvirtuadas por las políticas públicas alineadas a
la reforma rural integral, la nueva ruralidad y el desarrollo territorial rural.

34  En el caso del acuerdo de La Habana, muchas propuestas en este sentido fueron presentadas por los
movimientos sociales recogidas en la propuesta de 100 puntos presentadas por las Farc-EP. Muchas de
ellas aparentemente están recogidas en los acuerdos, sin embargo, muchas también brillan por su ausencia.

175
Dime qué paz quieres y te diré qué campo cosechas.
Reflexiones sobre lo rural en los diálogos de La Habana.

Así las cosas, el esfuerzo por pensar al campesino en la apuesta a futuro del
país no es cuestión de encontrarle una función que lo haga útil para el desarrollo
capitalista, de sobra lo ha sido históricamente, y menos aún del desarrollo de fór-
mulas para hallar grupos diferenciales que visibilicen su viabilidad económica y
los hagan objetos de políticas como históricamente se ha hecho con las categorías
de pequeños productores, recientemente con la de agricultura familiar y en el caso
de los diálogos de La Habana con los potenciales beneficiarios del fondo de tierras.
No, el camino no es ese y la historia lo muestra. La propuesta de reforma
rural integral en su perspectiva teórica, integrando la naturaleza del conflicto al
problema y sus efectos, principalmente institucionales (corrupción económica,
política, ambiental, violencia, entre otras), es sugerente. No obstante, llamamos
la atención de nuevo sobre la contradicción inherente entre crecimiento eco-
nómico y justicia social, que hace inviable la coexistencia en la práctica y en
territorios específicos del modelo empresarial agroindustrial basado en la
concentración de la tierra para el monocultivo y el extractivismo, y la economía
campesina basada en la desconcentración de la tierra, la producción diversificada y
sostenible en lo ambiental, social y económico. Esto sería tanto como pretender
que es posible respetar la cultura campesina asociada a las semillas tradicionales,
mientras se permite que empresas como Monsanto consoliden la dependencia
del campesino de sus insumos.
Esta contradicción debe ser suplantada por un modelo que priorice la susten-
tabilidad social, ambiental y económica en medio de un régimen político demo-
crático, sobre el crecimiento económico, para lo cual las propuestas campesinas
deben ser incorporadas por su conexión con dicho modelo. Está claro que dicha
incorporación sólo es posible por la vía de la organización y movilización, y que
el actual proceso de negociaciones de paz es propicio para ello.
Aún con las enormes restricciones y debilidad de dicho proceso y las
limitaciones ya señaladas de los acuerdos alcanzados en el punto agrario, vivimos
un contexto nunca antes visto, en el que la existencia de tales negociaciones
de paz ha impuesto un ambiente político de discusión y movilización en
torno a la posibilidad de una apertura democrática y la construcción de la paz.
En este contexto, el campesinado se ha alzado nuevamente como una fuerza
social central en la confrontación política al establecimiento, abriendo con ello
la oportunidad de influir por medio de la movilización, a favor de los cambios
estructurales que está proponiendo.
Aun así, el riesgo de instrumentalización y la cooptación de las propuestas
campesina persiste con fuerza, por lo que corresponde al movimiento campesino
mantenerse alerta frente a este riesgo, y a otros sectores de la sociedad mantenerse
en solidaridad con el campesinado que contribuye en gran medida a suficiencia
alimentaria y a la protección ambiental, determinantes de la sobrevivencia de la
sociedad, por ahora mayoritariamente apática.

176
El movimiento social agrario
frente a los diálogos de La Habana

Natalia Espinosa Rincón


Juan Guillermo Ferro Medina
El movimiento social agrario
frente a los diálogos de La Habana

Introducción

El movimiento social agrario, en general, recibe en principio los diálogos de paz


de La Habana con beneplácito, porque siempre ha estado contra la guerra y por
las implicaciones positivas que estos pueden tener para su futuro. Como todos
sabemos, las principales víctimas del conflicto armado son las poblaciones rurales,
por ser el campo el territorio donde se desarrollan de manera más activa las
operaciones militares y en donde se han sentido con mayor rigor sus consecuencias
funestas. Pero más allá de superar su condición de víctimas del conflicto, la paz
aparece como una oportunidad política para entrar en un nuevo escenario que le
permita desarrollar sus agendas por tanto tiempo bloqueadas.
Hablamos de agendas bloqueadas porque, sin duda, durante los últimos
cincuenta años el conflicto armado ha posibilitado la criminalización de buena
parte de la protesta popular por parte de prácticamente todos los gobiernos de
ese periodo. Al intentar reducir la conflictividad social a los canales estrechos del
conflicto armado interno, los más perjudicados son los movimientos sociales
que luchan por una transformación de sus condiciones de vida, entendida esta en
un sentido integral. La guerra no solo no ha permitido la democratización de la
propiedad, sino, por el contrario, después de cincuenta años la tierra está mucho
más concentrada. El grueso de la migración no es espontánea, es un desplazamiento
forzado por el conflicto, generando frustración en el proyecto de vida de más de
seis millones de campesinos desplazados. Muchas han sido las pérdidas en este
proceso: asesinatos de líderes, violación a los derechos humanos de comunidades
rurales, desarraigo territorial, pérdida de poder político y de grandes recursos
económicos, así como de conocimiento popular y de patrimonio cultural.
Ahora, tampoco hay ingenuidad sobre los beneficios de la paz. Como veremos
más adelante, un escenario de paz implica el desarrollo de una altísima conflic-
tividad precisamente por los asuntos represados y las oportunidades de lucha
social frustradas. En un posible futuro con paz, el movimiento social agrario se
va a enfrentar con modelos de desarrollo viejos y renovados, de corte abiertamente
anticampesino. El modelo de desarrollo para el campo defendido por la adminis-
tración del presidente Juan Manuel Santos (2010-2014; 2014-) es una propuesta
179
Dime qué paz quieres y te diré qué campo cosechas.
Reflexiones sobre lo rural en los diálogos de La Habana.

de acumulación de capital que privilegia la gran empresa, el agronegocio y el


monocultivo de exportación1. Es decir, el presidente que actualmente defiende la
paz no la defiende para cambiar de modelo de desarrollo, lo hace para profundizarlo
e, incluso, para llevarlo a los territorios donde no había podido llegar por las
condiciones adversas propias de la guerra.
La paz como desencadenante de esa altísima conflictividad social es una
oportunidad política porque se supone que la movilización y la protesta social
se podrán hacer en mejores condiciones, es decir, donde los actores sociales
contestatarios, al no haber más guerra, no serían tratados y reprimidos como
insurgentes o como criminales, o por lo menos tal trato se haría políticamente
más difícil. Lo que se aspira, entonces, es a un escenario en el que los conflictos
sociales se den entre adversarios y no entre enemigos.
Ahora, ¿por qué hablar, en el contexto de los diálogos de paz sobre los
movimientos sociales y no de las guerrillas o del estado, cuando estos últimos
son los que se han visibilizado como los únicos protagonistas? Partimos por
decir que en las tres últimas décadas, en América latina los grandes agentes de
importantes cambios políticos han sido los movimientos sociales2. Los estados y
las guerrillas evidentemente generan cambios, pero son los movimientos sociales
los que muestran qué tanto una voluntad de cambio está presente de verdad en
la sociedad y en la cultura. Los cambios se reflejan en las prácticas cotidianas y
discursivas, y por eso es difícil imponerlos o institucionalizarlos sin que tengan
soporte y sentido social. De ahí que incluso el autoritarismo institucional-estatal
podría ser menos grave que el autoritarismo social, en la medida en que el primero
puede ser superado, obviamente no sin dificultades, con cambios administrati-
vos, legales e institucionales, mientras que el segundo requiere del surgimiento
de nuevas mentalidades y valores, de nuevas prácticas, de procesos más lentos, de
propuestas de cambio surgidas desde el seno mismo de la vida social y cultural, y
tal vez por esas mismas condiciones de autenticidad y solidez, cuando aparecen,
tienden a quedarse.
Los movimientos sociales, entonces, mueven a la sociedad, le ofrecen un
norte, una línea de cambio, protestan y proponen. Como diría Carlos Porto
Gonçalves, son movimientos precisamente porque se mueven del lugar que el
poder les asigna, porque se resisten a permanecer quietos. Sin embargo, así como
mostramos los límites del cambio institucional sin protagonismo social, también
hay límites políticos para los movimientos sociales, pues estos normalmente no
gobiernan, no tienen el poder político-institucional. Si bien el desafío político de

1  Ver el Plan nacional de desarrollo, 2014-2018 y las propuestas de ley de baldíos y de Zidres
referenciadas en este y otros capítulos.

2  Las crisis políticas gubernamentales producidas por los movimientos sociales en Ecuador en los años
noventa, y en Argentina y Bolivia a principios de este siglo son buenos ejemplos al respecto.

180
El movimiento social agrario
frente a los diálogos de La Habana

todo movimiento social es impactar la cultura, en particular «transformar la


cultura política dominante», diría Arturo Escobar, este impacto puede ser mayor
si es ayudado por el cambio institucional, por nuevas políticas públicas, por nuevas
leyes y normas constitucionales, por nuevas formas de intervención estatal. La
articulación entre el mundo social y el institucional es un escenario importante
de los movimientos sociales.
Sobre estos podríamos analizar muchas cosas, pero en el caso que nos ocupa
se trata de mirar la relación entre las propuestas y la cultura de paz del movi-
miento agrario y la política de paz del gobierno y de las Farc (Fuerzas Armadas
Revolucionarias de Colombia). En concreto, en este texto hemos decidido ver
cómo ha sido la relación entre el movimiento agrario y el actual proceso de paz,
cómo ha incidido en él y, a su vez, cómo se ha visto afectado. Para eso vamos
analizar tres dimensiones: 1) la dimensión política y de paz; 2) las propuestas de
desarrollo (o las alternativas al desarrollo); 3) las estrategias organizativas. Final-
mente, presentamos las conclusiones y cuáles podrían ser los escenarios políticos
resultantes de los acuerdos de paz, con fuerte impacto para los movimientos
sociales agrarios.

Los movimientos agrarios y sus planteamientos políticos actuales

El movimiento indígena

«La paz para nosotros y nosotras no es una palabra o un discurso, es una práctica que
cotidianamente vivimos y practicamos en los territorios, en nuestros ciclos de vida y
con todos aquellos con los que nos relacionamos» (Onic, 2014).

La Organización Nacional Indígena de Colombia (Onic), creada en 1982, es la


organización nacional más importante de los indígenas del país, pues tiene
presencia en gran parte del territorio nacional y representa actualmente a ciento
dos pueblos indígenas. Para esta organización, el fin del conflicto armado no
significa la paz, este fin es un importante paso pero la paz debe ser construida
desde los actores sociales. Se trata de una paz estable, duradera y sostenible para
los sectores y movimientos sociales. Para la Onic, la verdadera paz es una situación
política y social en la que no haya condiciones objetivas para que surja cualquier
tipo de respuesta política armada. O, en otros términos, es una concepción de
paz estructural que va más allá del cese de la guerra.
En ese orden de ideas, la Onic defiende la refrendación de los acuerdos de
La Habana por parte de los indígenas: «Los pueblos indígenas somos sujetos
políticos colectivos y desde esta dignidad colectiva planteamos las propuestas
de paz que garanticen nuestro derecho fundamental a la vida y a la pervivencia».

181
Dime qué paz quieres y te diré qué campo cosechas.
Reflexiones sobre lo rural en los diálogos de La Habana.

Un acuerdo entre la guerrilla y el gobierno carece de legitimidad, pues para ellos


ninguno representa sus demandas:

Lo que a nosotros más nos interesa es el ordenamiento territorial que es un objetivo


primordial, el ordenamiento territorial de campesinos, de afros y de indígenas, porque
no vamos a dejar que salga un acuerdo de La Habana para que las Farc y el gobierno
nos impongan un ordenamiento territorial, eso tenemos que hacerlo nosotros3.

Y tales demandas son:

• Articulación interétnica y cultural. Apoyo a las demandas de las comuni-


dades negras y campesinas: «Porque si ellos se unen, ricos y empresarios, y
los que dominan este país, pues tenemos que unirnos los de la parte rural,
los afro, los indígenas. Entonces ahí viene la cosa y nos dimos cuenta en
esas primeras reuniones que se hicieron de acercamiento aquí en Bogotá,
nos dimos cuenta que los puntos que le hacen daño al movimiento
indígena son los mismos puntos que les hacen daño a los campesinos, a
los afros y a los indígenas, entonces si lo de territorio nos jode a nosotros
pero también a los campesinos y a los otros, pues es un punto en común
para todos. Si es lo de la minería, eso nos hace daño también a afros, a
campesinos, a indígenas, lo mismo. Si es el modelo económico, también
nos azota a todos. Si es el proceso de paz, también, bien o mal eso también
nos afecta o salimos adelante, pero eso es para todos» (entrevista de Juan
Pablo Montero al líder de la Onic Luis Alberto Yace).
• Hay una crítica al modelo de desarrollo del gobierno y su enfoque territorial,
puesto que este se hace desde una mirada económica, de planeación y
de producción, y no desde un énfasis en las poblaciones que habitan el
territorio. En este sentido, se trata de un modelo apoyado en las economías
solidarias, comunitarias, mixtas. En una categoría que podríamos
sintetizar como economías propias: «Nosotros estamos por el modelo
comunitario porque esa propuesta casi nadie la entiende, pero a nosotros
nos da resultado. Nosotros luchamos por el territorio, el gobierno propio,
nuestros sistemas de salud, la guardia, la educación, el manejo de las
transferencias por nosotros mismos, tener nuestra propia economía, tener
nuestro propio mercado, entre nosotros mismos el mercadeo. Aquí es un
mercadeo de ricos, de las empresas, pero nosotros usamos el trueque, los
trueques en las regiones» (entrevista de Juan Pablo Montero al líder de la
Onic Luis Alberto Yace).
• La organización indígena propone un reordenamiento ambiental del

3  Tomado del audio de la entrevista realizada por Juan Pablo Montero al líder de la Onic Luis Alberto
Yace, Bogotá, 2014.

182
El movimiento social agrario
frente a los diálogos de La Habana

territorio desde las potencialidades de las tierras para la producción conser-


vando el medio ambiente. Se defiende un modelo agrario democrático de
acceso progresivo a la tierra, en el que la soberanía y la seguridad alimentaria
sean los elementos clave para el ordenamiento territorial. En ese ordena-
miento se proponen zonas agroalimentarias con defensa de las semillas
propias, y una asignación de los baldíos a indígenas, campesinos y afros.

Congreso de los Pueblos y Coordinador Nacional Agrario

El Congreso de los Pueblos es un espacio político y social en el que concurren


diferentes procesos de pueblos, sectores y regiones para la construcción legislativa
común para «mandatar el futuro y el presente de nuestro país».

Seguimos sosteniendo que la paz no consiste únicamente en el silenciamiento de los


fusiles. A nuestro juicio, no podrá consolidarse una sociedad en paz sin los cambios
necesarios que ataquen de manera decidida las raíces del conflicto y sin revertir las
acciones del estado que vulneran los derechos de los pueblos. Las graves problemáticas
que vive la mayoría del pueblo colombiano son factores que profundizan el
conflicto, por esa razón avanzamos en delinear una agenda social de paz planteada
en perspectiva de superar las condiciones de pobreza, desigualdad, marginalidad,
impunidad y exclusión política que han caracterizado al régimen político imperante, a
través de la lucha organizada. Esa agenda social de paz es expresión de los anhelos de
las comunidades, pueblos y organizaciones sociales que buscan una sociedad con una
paz genuina basada en la plena garantía de los derechos humanos y la construcción
de un país más equitativo4.

El siguiente testimonio de Alberto Castilla, senador por el Polo Democrático


Alternativo y dirigente campesino del Coordinador Nacional Agrario (CNA) y
del Congreso de los Pueblos, sobre los diálogos de paz, muestra lo que podríamos
llamar un «respaldo condicionado», en cuanto para estas organizaciones dichos
diálogos tienen problemas de representatividad, partiendo de la no inclusión de
otras guerrillas activas en Colombia:

Desde que se anunció la instalación de una mesa entre las Farc y el gobierno, el
CNA y el Congreso de los Pueblos nos movilizamos para respaldar esa iniciativa,
porque nosotros creemos en la solución política, pero también nos movilizamos para
decir que a esa metodología le faltan voces, le falta la participación de otros actores y
decíamos entonces que no puede haber paz completa si no está el ELN y si no está
inclusive el EPL –otra insurgencia que existe en Colombia5.

4  Declaración final del Congreso para la paz. 22 de abril de 2013. http://congresodelospueblos.org/


index.php/pueblo-en-lucha/ultimas-noticias/301-declaracion-final-del-congreso-para-la-paz

5  La paz se debe construir con la agenda del movimiento social. 16 de abril de 2015. http://www.

183
Dime qué paz quieres y te diré qué campo cosechas.
Reflexiones sobre lo rural en los diálogos de La Habana.

El Congreso de los Pueblos deja en claro que la paz de fondo es la que se hace
con los movimientos sociales, y por eso son muy importantes los recientes procesos
de articulación que se han dado dentro del movimiento agrario colombiano:

Hoy estamos en un buen momento de articulación del campesinado, estamos


aportando de manera importante al fortalecimiento del movimiento social
colombiano, pero sobre todo estamos diciendo que para avanzar en la construcción
de paz en Colombia, se requieren nuestras voces y que un diálogo/negociación entre
movimientos sociales y gobierno nacional podría llevarnos a obtener una paz estable
y duradera6.

Anzorc y Marcha Patriótica

La Asociación Nacional de Zonas de Reserva Campesina (Anzorc) es el movi-


miento que agrupa y defiende a las organizaciones campesinas que han querido
proteger sus territorios bajo la figura de zona de reserva campesina, amparada
por la ley 160 de 1994. Originalmente surge como un movimiento de campesinos
de zonas de colonización, pero en la actualidad se ha convertido en un movimiento
protagónico nacionalmente, tanto por su capacidad de movilización y contestación
como por su participación y liderazgo en la construcción y articulación social de
la paz en Colombia.
Marcha Patriótica, por su parte, es un nuevo movimiento social y político
creado en 2012, que recoge a grupos sociales y políticos independientes de
izquierda: al Partido Comunista y a la Juventud Comunista, y a varios movimientos
agrarios, entre los que se destacan Anzorc y Fensuagro (Federación Nacional
Sindical Unitaria Agropecuaria). Su propósito político es:

«Contribuir a producir el cambio político que requiere nuestro país, superando la


hegemonía impuesta por las clases dominantes, avanzar en la construcción de un
proyecto alternativo de sociedad y al logro de la segunda y definitiva independencia»7.
En la actual coyuntura de diálogos de paz tiene como tarea primordial «impulsar
procesos constituyentes regionales y locales por la solución política y la paz con
justicia social, tendientes hacia la realización de una asamblea nacional»8.

marcha.org.ar/la-paz-se-debe-construir-con-la-agenda-del-movimiento-social

6 Ibid.

7  Marcha Patriótica. Declaración política-Movimiento Político y Social Marcha Patriótica. 26 de julio de


2012. http://www.marchapatriotica.org/index.php?option=com_content&view=article&id=112:declara
cion-politica-movimiento-politico-y-social-marcha-patriotica&catid=97&Itemid=472

8 Ibid.

184
El movimiento social agrario
frente a los diálogos de La Habana

En la concepción de Marcha Patriótica y Anzorc se privilegia el concepto de


paz transformadora, es decir de una paz que distribuya equitativamente el poder
y que aquí es recogida como paz con justicia social:

El diálogo es la ruta hacia la paz con justicia. La paz que anhelamos y en la que
nos comprometemos, es la paz que se opone a esas desigualdades generadas por un
modelo devastador y a la libre competencia entre devastadores. La paz que anhelamos,
y en la que reclamamos participación, es la paz con justicia social, la de la distribución
equitativa de la riqueza, la del reconocimiento político, y la vida digna para todos.
No solo reclamamos la redistribución de la tierra, sino la redistribución de toda la
riqueza que los trabajadores colombianos construimos día a día. Reclamamos la
redistribución del poder. No reclamamos el poder al que estamos sometidos, el poder
que oprime, discrimina y excluye, el poder que despoja, arrasa la vida, y teme a la
diversidad. Tenemos derecho y podemos ejercer el poder, el poder que desde la base
enriquece a toda la sociedad.

Esos son valores que le proponemos hoy a la sociedad colombiana, como motores
para la construcción de la paz con justicia social que se cimente en: el reconocimiento
social, político y económico del campesinado; el modelo de desarrollo rural que
pone en el centro el respeto por la vida humana y la naturaleza; la explotación de
la riqueza minera gradual, delimitada, diferenciada y revertida al desarrollo local y
nacional; el ordenamiento territorial social y ambiental que garantiza el equilibrio entre
aprovechamiento y conservación de los recursos y los ecosistemas; la reforma agraria
estructural que tiene en la zona de reserva campesina, un instrumento privilegiado
y articulado a otros (Centro de Pensamiento y Seguimiento a los Diálogos de La
Habana, 2012).

Los dos párrafos anteriores muestran como en estos movimientos hay una
preocupación simultánea por lo rural y por lo nacional; por los asuntos propios
del desarrollo rural pero pensándolos en el contexto de las relaciones de poder
en el ámbito nacional. Y esta es una distinción importante en relación con el
movimiento indígena. Es decir, el movimiento indígena si bien es perfectamente
consciente de la importancia de su papel en las relaciones nacionales de poder,
le da más fuerza a su propuesta de autonomía frente al estado que a la intención
política de llegar al poder del estado. En la propuesta de Anzorc-Marcha Patriótica
sí es clara la «vocación de poder», el anhelo por ejercer poder más allá de sus
territorios de influencia.
Estos movimientos, Anzorc y Marcha Patriótica, tienen adicionalmente
propuestas frente a los siguientes asuntos:

• Territorios interculturales: «Estamos ya evaluando posibilidades de


compartir territorios, crear territorios interculturales que nos ayuden a
mitigar esas diferencias, que esas diferencias en sí no han sido propias de
los pueblos indígenas, campesinos y afros, han sido implementadas y son

185
Dime qué paz quieres y te diré qué campo cosechas.
Reflexiones sobre lo rural en los diálogos de La Habana.

estrategias que el mismo gobierno ha implementado para que nosotros


mismos nos demos machete, nos disparemos, nos jalemos del cabello,
nos veamos con odio e indiferencia y es la brecha que nosotros preten-
demos a través de la cumbre agraria empezar a cerrar» (Centro de Pensa-
miento y Seguimiento a los Diálogos de La Habana, 2012).
• Sobre el proceso de los diálogos de La Habana: «Cuando nos toque
rodear, rodear y cuando digo rodear, es rodear el proceso en La Habana
y no porque seamos insurgentes, sino porque somos sociedad, porque
hemos vivido ya durante cincuenta años, hemos tenido que ver morir a
nuestros familiares, amigos, compañeros. Hemos visto que este país no
avanza, este país es el país de las maravillas pero de las maravillas por
televisión porque si nos vamos a las regiones es otro cuento» (Centro de
Pensamiento y Seguimiento a los Diálogos de La Habana, 2012).

Dignidades Agropecuarias

El movimiento de dignidades agropecuarias, de aparición reciente, recoge en


principio (2010) a los sectores cafeteros (Dignidad Cafetera) inconformes con
la Federación Nacional de Cafeteros de Colombia, y se amplía a sectores de
arroceros y paperos. Tiene influencia del movimiento político Moir (Movimiento
Obrero Independiente Revolucionario), que forma parte del partido político de
izquierda Polo Democrático, pero se considera a sí mismo como un movimiento
social gremial que en principio no participa en contiendas electorales. En los
paros agrarios de agosto de 2013 y abril de 2014 se destacó especialmente el grupo
de campesinos pequeños, medianos y ricos de tierras frías del departamento de
Boyacá:

Poco después de los paros de febrero y marzo de 2013, un nuevo paro nacional
agrario dirigido por cafeteros y cacaoteros atrajo a paperos y otros campesinos
de las zonas frías que organizaron sus propias organizaciones, Dignidad Papera y
Cultivos de Clima Frío, así como cultivadores de arroz del Tolima y de otras partes
que iniciaron su propia organización, Dignidad Arrocera. Todas estas organizaciones
del movimiento agrícola comenzaron a trabajar conjuntamente para organizar un gran
paro nacional agrario –el paro nacional agrario– que se realizó entre el 19 de agosto
y el 12 de septiembre de 2013. Este fue el nacimiento de Dignidad Agropecuaria,
que reunió a todos en una nueva organización inspirada por el desafío que Dignidad
Cafetera le estaba planteando al modelo neoliberal del establecimiento político del
país. En la actualidad, las organizaciones de Dignidad ya incluyen los productores de
café, cacao, caña panelera, arroz, papa, cebolla, leche, alverja, banano, aguacate, frutas
y cereales9.

9  El movimiento agrario colombiano constituye un desafío al modelo neoliberal, afirma el dirigente


Óscar Gutiérrez Reyes. 6 de marzo de 2015. http://www.polodemocratico.net/index.php/noticias/

186
El movimiento social agrario
frente a los diálogos de La Habana

En el caso de la Dignidad Papera y Cultivos de Clima Frío, es importante


aclarar que se trata de un movimiento de campesinos-empresarios especialmente
de Boyacá, que surge ante la actual inviabilidad económica de su producción
agropecuaria dada la estructura de costos, los bajos precios de sus productos,
la política de importaciones, el contrabando y, en general, los efectos nocivos
del tratado de libre comercio con los Estados Unidos. Es un movimiento cuyos
miembros después de muchos años de convivencia con los políticos tradicionales y
las autoridades regionales se plantea la posibilidad de constituir un movimiento
político autónomo de dichos partidos tradicionales, para que represente sus
intereses como productores agropecuarios.

La Anuc

La Asociación Nacional de Usuarios Campesinos (Anuc), se constituyó formalmente


el 2 de mayo de 1967 mediante el decreto 755 del Ministerio de Agricultura. Al cierre
del periodo presidencial de Carlos Lleras Restrepo (1966-1970), en agosto de 1970,
la campaña gubernamental había logrado asociar a un millón de campesinos en un
país cuyo censo nacional en 1964 estaba compuesto por 18’337.973 habitantes.
La otrora organización campesina más importante del país se encuentra en la
actualidad en un proceso de reestructuración organizativa apoyada en el proceso
de reparación colectiva que adelanta la Unidad para la Atención y la Reparación
Integral de las Víctimas. En este proceso, la Anuc, solo por el peso de su nombre,
ha convocado a antiguos miembros que por distintas razones se apartaron de la
organización, pero cuya mayor razón fue la persecución que se desató contra esta
asociación por parte del estado en los años setenta y ochenta, y después, especial-
mente por el paramilitarismo en los años noventa y en la primera década del siglo
veintiuno. Incluso algunos jóvenes, que en algún momento escucharon sobre las
épocas gloriosas de esta organización de boca de sus padres, han acudido a este
llamado de reestructuración.
Actualmente, la Anuc no ha sido invitada a formar parte de la Cumbre Agra-
ria ni participó en los paros agrarios de 2013 y 2014. De acuerdo con su actual
director, Luis Alejandro Jiménez10, ellos no participan en la Cumbre Agraria
«porque los grupos que participan en esta consideran que la actual Anuc está
muy cerca del estado y si así piensan es mejor no entrar en un proceso donde
no se es bien recibido». La Anuc tampoco participó como convocante del paro
agrario de 2014, porque consideraron que detrás del mismo había motivaciones
electorales ocultas, que después pudieron ser confirmadas. La Anuc, aclara su

nacionales/7849-el-movimiento-agrario-colombiano-constituye-un-desafio-al-modelo-neoliberal-afirma-
el-dirigente-oscar-gutierrez-reyes

10  Entrevista en Montería el 8 de mayo de 2015.

187
Dime qué paz quieres y te diré qué campo cosechas.
Reflexiones sobre lo rural en los diálogos de La Habana.

presidente, sí estuvo a favor de las peticiones que se hicieron y así lo manifestó


públicamente. La propuesta alternativa de la organización a los organizadores
fue hacerlo después de las elecciones presidenciales de 2014.
En materia de paz, la Anuc considera que esta no se negocia sino que se
construye día a día, y convoca al gobierno, a las Farc y a la sociedad en general a
reconocer al campesino como sujeto de derechos. Y para esto solicitan:

Excluir definitivamente a los campesinos del conflicto armado, al cual solo


pertenecemos como sus víctimas. Y que Colombia adopte y ponga en vigencia
inmediata la declaración de derechos de los campesinos aprobada recientemente por
las Naciones Unidas que comprometen en su respeto a nuestro país como miembro
de esta organización11.

Gráfico 1. Paz y movimiento social

ONIC CNA y ANZORC Dignidades ANUC Comunidades


congreso de y Marcha agropecuarias negras
los pueblos Patriótica (CONPA)

Fin del Paz


Diálogos no
conflicto transformadora,
representan Inviabilidad
armado con justicia
todos los económica La paz se Apoyo a los
sectores: social de su construye diálogos de
Paz desde
los actores faltan otras producción día a día, no La Habana
guerrillas Apoyo a agropecuaria se negocia
sociales
diálogos de
Acuerdos no La Habana
representan Paz con los
a los movimiento Territorios Excluir a los Los
indígenas s sociales interculturales campesinos acuerdos de
Articulación del conflicto y La Habana
Oposición a reconocerlos no recogen
interétnica Articulación Cambio los TLC como sujetos las
de los político y
Autonomía movimientos políticos de perspectivas
lucha por el derechos
frente al sociales poder étnicas
Estado

Una conclusión de este acápite es que, pese a las grandes diferencias políticas
existentes entre los movimientos sociales agrarios, como puede ser en particular
que las Dignidades Campesinas y la Anuc tienen más problemas con la política
pública que con el modelo de desarrollo económico o con la estructura del estado,
todos tienen una concepción de paz mucho más integral que la del gobierno
del presidente Santos. Para los movimientos reseñados la paz tiene que ver con

11  «Economía campesina, desarrollo rural sostenible y paz». Ponencia de la Anuc al foro Política de
desarrollo agrario integral con enfoque territorial, Bogotá, 17-19 de diciembre de 2012.

188
El movimiento social agrario
frente a los diálogos de La Habana

cambios importantes en la política de desarrollo rural y con el reconocimiento


del mundo campesino e indígena. No se trata solo de cambiar las condiciones
para que la guerrilla pueda hacer política legalmente, es más que eso: se trata de
crear de manera estable y duradera condiciones socioeconómicas, culturales y
políticas de paz. Como lo muestra el gráfico 1, para la mayoría de las organizaciones
agrarias los diálogos de La Habana son un paso para la consecución de la paz
transformadora.

El movimiento social agrario y sus propuestas sobre desarrollo rural

Las demandas históricas del movimiento social agrario en Colombia han sido
por cambiar la estructura de la tenencia de la tierra y con ello mejorar las
condiciones socioeconómicas en el campo. La historia de la política agraria en
Colombia, atravesada por distintos intentos de reforma agraria, muestra la
necesidad de mejorar las formas de vida de la población rural. Pero también
muestra como las élites dirigentes han preferido impulsar políticas que favorecen
a unos pocos, terratenientes, empresarios de la gran agroindustria y de proyectos
minero-energéticos nacionales y extranjeros, que han empeorado la vida de los
pequeños y medianos campesinos, indígenas y comunidades negras, que han
permanecido en una lucha constante por exigir sus derechos económicos, sociales,
políticos, culturales y ambientales12.
Distintos sectores sociales agrarios han manifestado la necesidad de imple-
mentar formas alternativas al modelo de desarrollo rural colombiano, neoliberal,
excluyente, y volcarse a nuevas formas de vida digna entre las que se destacan
reivindicaciones como la soberanía alimentaria, el fortalecimiento de la economía
campesina, indígena y afrodescendiente, nuevas formas de ordenamiento territo-
rial que reconozcan las zonas de reserva campesina, los resguardos indígenas y
los concejos comunitarios, y la implementación de una reforma agraria integral.
Tal ha sido la situación de crisis que vive el campo que los sectores rurales
que se han manifestado en los últimos años han sido no solo sectores vinculados
a organizaciones campesinas con una larga trayectoria de lucha por la tierra,
como es el caso de los campesinos del Catatumbo y otras zonas de colonización.
Como dejó ver el paro nacional agrario de 2013, sectores como los productores

12  El gobierno del presidente Santos ha intentado, durante este periodo, expedir varias leyes en favor de
los grandes empresarios y terratenientes del campo, entre las que se destaca el proyecto de ley de régimen
de baldíos, presentado en el Congreso a finales de 2013 y que dejaba abierta la posibilidad de legislar en
favor de la acumulación de baldíos, concentración y extranjerización de la tierra con el fin de adelantar
proyectos agroindustriales en la Orinoquia colombiana y los llanos orientales. Finalmente, por la presión
de la opinión pública, además de no contar con la participación de las comunidades campesinas para su
elaboración, el presidente retiró el proyecto para su revisión.

189
Dime qué paz quieres y te diré qué campo cosechas.
Reflexiones sobre lo rural en los diálogos de La Habana.

de papa y otras hortalizas de Boyacá, productores cafeteros y lecheros, que


tenían mejores condiciones para la producción, (créditos, subsidios, etcétera)
también fueron partícipes de las manifestaciones, dejando entrever la agudización
de la crisis rural, como es el caso de la exigencia de Dignidad Agropecuaria para
frenar los tratados de libre comercio que el gobierno colombiano ha firmado en
los últimos años con países como Estados Unidos.
Desde finales de 2010, con la instalación del Congreso de los Pueblos en la
ciudad de Bogotá13, y con la realización del «Encuentro nacional de comunidades
campesinas, afrodescendientes e indígenas por la tierra y la paz de Colombia: el
diálogo es la ruta» en Barrancabermeja a mediados de 201114, el movimiento
social y popular volvió a tomar fuerza y las demandas particulares que cada
sector, comunidad y organización rural tenía fueron convirtiéndose en reivindi-
caciones comunes de todas las comunidades agrarias.
Haciendo un breve recorrido por el transitar del movimiento social agrario en
relación con los diálogos de paz de La Habana, las exigencias de las organizaciones
en asuntos relacionados con el desarrollo rural pueden ubicarse en dos momentos
concretos que se enmarcan en un ciclo de protesta, que como menciona Tarrow es
entendido como:

Una fase de intensificación de los conflictos y la confrontación en el sistema


social, que incluye una rápida difusión de la acción colectiva de los sectores más
movilizados a los menos movilizados; un ritmo de innovación acelerado en las
formas de confrontación; marcos nuevos o transformados para la acción colectiva:
una combinación de participación organizada; y unas secuencias de interacción
intensificada entre disidentes y autoridades que pueden terminar en la reforma, la
precesión, y, a veces, en una revolución (Tarrow, 1997: 264).

Es decir, son momentos de inflexión para el cambio político y social de una


sociedad, en la que son claves las oportunidades políticas, como sucede con la

13  El evento fue convocado por doscientas doce organizaciones y en él participaron, además de las
organizaciones agrarias, sectores estudiantiles y sindicales. Feliciano Valencia. Discurso de inauguración
del Congreso de los Pueblos, 9 octubre de 2010 (octubre 11 de 2010). http://congresodelospueblos.org/
index.php/congresos-tematicos/instalacion-2010/94-feliciano-valencia-discurso-de-inauguracion-del-
congreso-de-los-pueblos-9-octubre-de-2010.

14  Este encuentro contó con la participación de más de veinticinco mil personas de diferentes sectores,
entre los que se destacan, como principales organizaciones la Acin (Asociación de Cabildos Indígenas
del Norte del Cauca), ACVC (Asociación Campesina del Valle del río Cimitarra), Ascamcat (sociación
Campesina del Catatumbo), Cahucopana (Corporación Acción Humanitaria por la Convivencia y la Paz
del Nordeste Antioqueño), Conap (Coordinación Nacional de Organizaciones Agrarias y Populares de
Colombia), Cric (Consejo Regional Indígena del Cauca), Fensuagro, Marcha Patriótica, Mesa Nacional
de Unidad Agraria y PCC (Partido Comunista de Colombia). Encuentro nacional de comunidades
campesinas, afrodescendientes e indígenas por la tierra y la paz de Colombia: el diálogo es la ruta.
Documentos principales. Agosto de 2011.

190
El movimiento social agrario
frente a los diálogos de La Habana

posibilidad de paz y reducción de la criminalización de la protesta social para el


caso que nos ocupa. El gráfico 2 muestra los principales hechos que el movimiento
social agrario desarrolló durante este ciclo de protesta, junto a los tres primeros
acuerdos firmados entre la guerrilla de las Farc y el gobierno nacional en La
Habana.
El primer periodo del ciclo de protesta va de mediados de 2010 a comienzos
de 2013, y se caracteriza por una rápida difusión y organización de los sectores
más movilizados y los menos movilizados, y por la construcción de marcos de
significado para la acción colectiva. Este momento inicial es crucial para el

Gráfico 2. Línea de tiempo del movimiento social agrario


y acuerdos de La Habana, 2010-2014

2010 2011 2012 2013 2014

Julio 20 Agosto 15 - 17 Julio 23 Febrero 25 Noviembre 2013 -


Cabildo Abierto Encuentro Instalación Paro cafetero Marzo 2014
Nacional y Nacional de Paz Marcha Patriótica Pre-cumbres
Mayo 26
Marcha Patriótica Barranca
Diciembre 17-19 Acuerdo «Hacia un Marzo 15-17
Octubre 12 Foro política nuevo campo Cumbre Agraria,
Instalación agraria integral U. colombiano: Campesina, Étnica
Congreso de los Nacional Reforma rural y Popular
Pueblos integral»
Abril 28
Junio 27 Paro Nacional
Creación MIA Agrario
Catatumbo
Mayo 16
Junio - Julio Acuerdo «Solución
Paro Catatumbo al problema de las
drogas ilícitas»
Agosto 19
Paro Nacional Octubre 3
Agrario Instalación Mesa
Única Nacional de
Septiembre
Interlocución y
Creación MIA
Participación
Nacional
(Cumbre-Gobierno)
Septiembre 12-13
Lanzamiento
Cumbre Agraria
Septiembre 13
Gran Pacto
Nacional por el
Agro
Noviembre 6
Acuerdo
participación
política: apertura
democrática
construir la paz

191
Dime qué paz quieres y te diré qué campo cosechas.
Reflexiones sobre lo rural en los diálogos de La Habana.

movimiento social agrario por varias razones. Por un lado porque se instala el
Congreso de los Pueblos, se desarrolla el «Encuentro nacional de comunidades
campesinas, afrodescendientes e indígenas por la tierra y la paz de Colombia: el
diálogo es la ruta» y se instala la mesa de diálogos de La Habana entre el gobierno
nacional y las Farc-EP a mediados del 2012. Por otro lado, la importancia de
encontrar una salida negociada al conflicto social y armado empieza a tomar
fuerza en la agenda del movimiento social agrario, como se expresa en la consigna
del evento en Barrancabermeja de mediados de 2011: «El diálogo es la ruta».
Todo esto va a fortalecer los procesos sociales en los que se conjugan tanto
las exigencias de un cese de la confrontación armada y diálogo entre la insurgencia
y el estado, como las exigencias de condiciones dignas para las comunidades rurales
en aspectos sociales, políticos, económicos, culturales y ambientales que, en un
escenario de posibles negociaciones, pone en el debate nacional el problema
de la tierra como un asunto central que le permite al movimiento social agrario
visibilizar y dar mayor importancia a sus reivindicaciones.
Esto último se manifiesta en el foro «Política de desarrollo agrario integral
(enfoque territorial)», llevado a cabo en Bogotá en diciembre de 2012 organizado
por la ONU y el Centro de Pensamiento y Seguimiento al Diálogo de Paz de la
Universidad Nacional de Colombia. En este foro, como el primer escenario de
participación ciudadana convocado por la mesa de negociaciones en La Habana,
participaron distintos sectores del movimiento nacional agrario como Anzorc,
Onic, MUA, PCN, entre otros, que hicieron propuestas relacionadas con el primer
punto de las conversaciones sobre desarrollo rural, destacándose propuestas por
la lucha y defensa de la tierra y el territorio como la realización de una reforma
agraria integral, la distribución de la tierra, nuevas formas de ordenamiento terri-
torial social y ambiental, apoyo y reconocimiento de las economías campesinas,
autonomía, soberanía y seguridad alimentaria, agroecología y zonas agroalimen-
tarias, y sustitución de los cultivos declarados de uso ilícito, entre otras.
El segundo periodo de este ciclo de protesta, en que se da una «intensificación
de los conflictos y de la confrontación en el sistema social», así como «unas
secuencias de interacción intensificada entre disidentes y autoridades», se expresa en
la realización de paros por parte de algunos sectores rurales como los productores de
café y mineros en el primer semestre de 2013, así como el paro nacional agrario
en agosto del mismo año, y se extiende hasta 2014 con la realización de la
Cumbre agraria, campesina, étnica y popular.
Cabe mencionar que al iniciar este segundo periodo, en el mes de mayo de
2013, se firma el acuerdo «Hacia un nuevo campo colombiano: reforma rural
integral» entre el gobierno nacional y las Farc-EP. Para Anzorc, que hace parte
del movimiento social agrario, este primer acuerdo marca un paso importante,
puesto que reconoce las demandas planteadas por las organizaciones agrarias
en las últimas décadas y las convoca a seguir luchando por sus reivindicaciones:

192
El movimiento social agrario
frente a los diálogos de La Habana

Desde Anzorc hacemos un llamado a todos los sectores agrarios y rurales a apropiarse
del mandato establecido en el reciente acuerdo agrario, y entre todos exigir el
cumplimiento de los compromisos asumidos por el gobierno nacional para impulsar
un nuevo campo en Colombia (…). Reiteramos que para las comunidades campesinas
este logro reflejado en el acuerdo agrario no significa el cierre de la lucha por la tierra,
y por el contrario da inicio a un proceso de debate y construcción15.

Uno de los principales aspectos durante este segundo momento es el


fortalecimiento de unas propuestas comunes desde distintos sectores agrarios,
que antes eran concebidas como reivindicaciones de cada sector, pero que en el
marco de las movilizaciones se convierten en elementos transversales para
todos los participantes, dando paso a la consolidación de la Mesa Única de
Interlocución y Acuerdos (MIA), de carácter nacional, y a la elaboración del
pliego de exigencias de la Cumbre agraria de manera conjunta por diversos
sectores sociales como la Onic, Marcha Patriótica, Congreso de los Pueblos,
PCN, MIA, Comosoc, MUA, Fensuagro y Anzorc.
Las propuestas sobre desarrollo rural de la Cumbre agraria plantean la soberanía
de los pueblos como elemento central para ordenar el territorio, definir sus usos
y formas de habitarlo. Así pues, las reivindicaciones centrales se enfocan en la
realización de la reforma agraria integral como medida estructural para solucionar
los problemas de la actual estructura de tenencia de la tierra; el fortalecimiento e
impulso de las economías campesinas, indígenas y afrodescendientes; la autonomía
territorial y alianzas campo-ciudad en la construcción de los territorios; la sustitución
de los cultivos declarados de uso ilícito de coca, marihuana y amapola; un modelo
minero-energético basado en la soberanía nacional y la protección ambiental,
entre otros16.
Las reivindicaciones de los sectores sociales del movimiento agrario durante
estos años recientes dan cuenta de unas propuestas transversales a todas las
organizaciones que son centrales en la consolidación de un proyecto de desarrollo
rural distinto al modelo de acumulación de capital imperante. Mientras que al-
gunas de estas demandas, como la reforma agraria integral, han estado presentes
en las luchas del movimiento campesino desde hace décadas, lo que se expresa,

15  Declaración de Anzorc sobre el acuerdo agrario alcanzado entre el gobierno y las Farc. 31 de mayo
de 2013. Agencia Prensa Rural. http://prensarural.org/spip/spip.php?article10978
Pliego de exigencias de la Cumbre agraria campesina, étnica y popular. Mandatos para el buen vivir, por
la reforma agraria estructural, la soberanía, la democracia y la paz con justicia social.

16  Pliego de exigencias de la Cumbre agraria campesina, étnica y popular. Mandatos para el buen vivir,
por la reforma agraria estructural, la soberanía, la democracia y la paz con justicia social.

193
Dime qué paz quieres y te diré qué campo cosechas.
Reflexiones sobre lo rural en los diálogos de La Habana.

por ejemplo en la consigna de «La tierra pa’l que la trabaja», que promulgaba la
Anuc en los años setenta, otras reivindicaciones han surgido recientemente y
están relacionadas con el ordenamiento ambiental del territorio, la autonomía
territorial, la soberanía alimentaria y la agroecología.
Todas estas demandas dan cuenta de los problemas estructurales del sector
rural, así como de la necesidad de soluciones que más allá de responder solo a los
asuntos concretos de cada sector social, respondan a los intereses comunes del
conjunto de la población rural, en aras de la construcción de un modelo social y
económico para el campo erigido desde las mismas comunidades. Los gráficos 3
y 4 dan cuenta de la reivindicación histórica por la reforma agraria integral que
ha tenido el movimiento social agrario. Así como la importancia que han tomado
nuevas demandas como el ordenamiento territorial y las economías propias.

Gráfico 3. Reforma agraria y ordenamiento territorial

CNA MIA ANZORC ONIC

Reforma agraria
Reforma agraria
Reforma agraria Redistribución de
la propiedad y Nación multiétnica
riqueza
Redistribución de
la propiedad y
Territorialidad
Redistribución de riqueza
indígena, afro y
la propiedad y
campesina
riqueza
Territorialidad Territorialidad
indígena, afro y interétnica
campesina Ordenamiento
Territorialidad Autonomía ambiental
indígena, afro y territorial
campesina Autonomía
territorial Reordenamiento
ambiental

Gráfico 4. Economía rural

CNA ONIC ANZORC MIA Dignidades

Soberanía Soberanía Soberanía


alimentaria alimentaria alimentaria Seguridad
Autonomía alimentaria
Agroecología Agroecología
alimentaria Seguridad
Desarrollo Seguridad Desarrollo alimentaria
sustentable alimentaria sustentable Economía
campesina
Economías Economías Economía
propias propias campesina

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El movimiento social agrario
frente a los diálogos de La Habana

Unidad y articulación de los movimientos sociales

La articulación y unidad del movimiento social y popular en Colombia ha sido


un asunto que ha estado presente en las discusiones de las organizaciones
sociales agrarias. En estos últimos años, este asunto se ha posicionado de nuevo
en las agendas políticas y de movilización del movimiento social agrario, siendo
la Cumbre Agraria, Campesina, Étnica y Popular, como expresión política, el
mayor espacio de articulación de estos sectores.
En este recorrido reciente en el que han transitado los movimientos sociales
para lograr procesos de articulación y de unidad, existen dos elementos
trascendentales. Primero, el poder del movimiento social agrario, que se expresa
en la manifestación de sus demandas, en el desarrollo de relaciones estratégicas
y en la capacidad de generar alianzas con otros sectores en el marco de las
movilizaciones, así como en la fuerza y el mantenimiento de la acción colectiva
durante el paro nacional agrario entre agosto y septiembre de 2013. Todo ello ha
mostrado la importancia de la unidad no solo en términos de generar alianzas
en el marco de las movilizaciones, sino en retomar las experiencias de las luchas
anteriores del movimiento social para impulsar una agenda conjunta frente al
estado, que ha sido su principal adversario.
Segundo, la pluralidad y diversidad de las organizaciones sociales y populares
es un factor que genera dificultades en términos de articulación y unidad del
movimiento social y popular, que aun cuando ha tomado fuerza en los últimos
años, sigue planteando agendas dispersas y fraccionamientos entre las organiza-
ciones, que como dijera Hobsbawm (1996), en algunos casos se limitan, siempre
que puedan, a obtener apoyos para sus propios objetivos. Esto pone en el centro
del debate la importancia que tiene el trascender los intentos de articulación y de
alianzas estratégicas que se han dado en el marco de las acciones colectivas, hacia
el desarrollo de procesos de articulación enfocados en la unidad del movimiento
social agrario con una agenda política y de movilización conjunta, propuesta y
aceptada por todos los sectores y organizaciones sociales que formule un interés
común, que atraviese las fronteras sectoriales y cimiente su unidad en un conjunto
de objetivos y valores comunes (Hobsbawm, 1996: 121).
Sin embargo, frente a este escenario de dispersión de los movimientos sociales,
entre 2010 y 2015 se produjeron dos hechos trascendentales que muestran los
pasos que están dando las organizaciones agrarias por confluir en espacios
unitarios que potencien sus demandas conjuntas.
El primer hecho importante se produjo durante el periodo 2010-2012, años
en que se configuraron dos grandes plataformas sociales, mayoritariamente agrarias
pero que agrupan a diversas organizaciones y sectores sociales del país: estudiantiles,
sindicales, obreros, indígenas y afrodescendientes, con el objetivo de impulsar
una agenda política que además de visibilizar sus demandas tenga mayor peso a

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Dime qué paz quieres y te diré qué campo cosechas.
Reflexiones sobre lo rural en los diálogos de La Habana.

nivel nacional para que sus reivindicaciones sean tomadas en cuenta en la arena
política. Este es el caso del Congreso de los Pueblos y Marcha Patriótica.
Si bien estas dos plataformas sociales difieren en algunas de sus posiciones
políticas e ideológicas, a grandes rasgos tienen elementos comunes. El Congreso de
los Pueblos, que viene de un proceso de organización impulsado por organizaciones
indígenas con las Mingas Indígenas17, se consolida en octubre del año 2010
cuando realizan su instalación en la sede de Bogotá de la Universidad Nacional
de Colombia, convocada por doscientas doce organizaciones sociales y populares
«con un propósito fundamental: que el país de abajo legisle, que los pueblos
manden, que la gente ordene el territorio, la economía y la forma de gobernarse»18.
En julio de ese mismo año se empezó a configurar Marcha Patriótica,
mediante la Proclama por la nueva independencia, en la que se sientan las bases para
la consolidación de este movimiento social y político. La constitución de Marcha
Patriótica se realiza en la ciudad de Bogotá en abril de 2012, bajo «la necesidad
de producir un cambio político en el país que siente las bases para la derrota del
actual bloque hegemónico de poder y genere las condiciones para las transfor-
maciones estructurales económicas, políticas, sociales y culturales que demandan
las gentes del común y el pueblo colombiano en general»19.
La configuración de estas dos grandes plataformas sociales, además de
la presencia de otras organizaciones sociales, agrarias y populares de carácter
nacional y regional, dan paso a un proceso de organización y de maduración
de sus demandas que se enfocan en dos aspectos centrales: primero, plantean
exigencias específicas en torno a las problemáticas de los distintos sectores que
representan; y, segundo, proponen una perspectiva de sociedad orientada hacia
la consecución de la justicia social.
El segundo aspecto trascendental se refiere a la instalación de la Cumbre
Agraria, Campesina, Étnica y Popular como resultado del paro nacional agrario
en septiembre de 2013 en el que se movilizaron distintos sectores populares y

17  La Minga Indígena inicia en octubre de 2008 como protesta por el incumplimiento de los acuerdos
que en 2004 habían firmado con el gobierno nacional del presidente Álvaro Uribe Vélez (2002-2006;
2006-2010). Para Feliciano Valencia, líder indígena, las demandas plantean cinco elementos centrales:
«el rechazo total del tratado de libre comercio (TLC) con Estados Unidos; el respeto y la garantía por
las normas internacionales en el marco de la comunidad internacional; el rechazo total a la política
de ‘seguridad democrática’; el cumplimiento a los acuerdos establecidos con los pueblos indígenas,
campesinos y demás grupos sociales en el país; y la correlación en el trabajo de los pueblos para cambiar
la estructura formal del país». La minga indígena: los caminantes de Colombia, en busca de la nómada
justicia. 27 de marzo de 2009. Agencia Prensa Rural. http://prensarural.org/spip/spip.php?article2078

18  La proclama – Palabra del Congreso de los Pueblos. 13 de octubre de 2010. Congreso de los Pueblos.
http://congresodelospueblos.org/index.php/congresos-tematicos/instalacion-2010/102-proclama

19  Declaración política Movimiento Político y Social Marcha Patriótica. 26 de julio de 2012. Marcha
Patriótica. http://www.marchapatriotica.org/index.php?option=com_content&view=article&id=112:de
claracion-politica-movimiento-politico-y-social-marcha-patriotica&catid=97&Itemid=472

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El movimiento social agrario
frente a los diálogos de La Habana

agrarios de veintidós departamentos del país20. Este paro agrario fue esencial
para el movimiento social agrario por varias razones. Por un lado, logró la
participación de distintas organizaciones como el CNA, MIA y Dignidad Agro-
pecuaria, así como la solidaridad de la población urbana en ciudades como Tunja
y Bogotá, principalmente de jóvenes, que por medio de acciones colectivas como
cacerolazos, marchas y plantones mostraron que una parte de la población
urbana consideraba justas las demandas del movimiento social agrario así como
la preocupante situación del campo.
En este proceso, las organizaciones agrarias exigieron al Estado una ne-
gociación conjunta que se logró por medio de la MIA, como espacio unitario
de interlocución entre el Estado y los diversos sectores y organizaciones que
confluyeron en el paro. Esta mesa buscaba confrontar las estrategias estatales
para dividir a las organizaciones mediante: 1) las negociaciones por sectores; 2)
las políticas sectoriales que buscan alimentar las disputas territoriales entre indíge-
nas, afro y campesinos, que se expresan en el reconocimiento institucional de
resguardos indígenas y consejos comunitarios en las mismas áreas geográficas; y
3) el desconocimiento de los campesinos como sujetos políticos de derechos y la
negación estatal al reconocimiento de zonas de reserva campesina.
En este contexto de movilización del movimiento social agrario surge
la Cumbre Agraria, Campesina, Étnica y Popular como respuesta tanto a la
estrategia de negociación del estado en mesas de concertación múltiples como
al Pacto nacional por el agro y el desarrollo rural que se realiza entre el gobierno
nacional y distintos sectores empresariales del sector agrario, que desconoce las
propuestas de las organizaciones sociales y populares21.
En ese sentido, la Cumbre Agraria, Campesina, Étnica y Popular surge como
un escenario de articulación entre distintas organizaciones sociales y populares
hacia la construcción de una agenda política, con carácter unitario del movimiento

20  Declaración política de la Cumbre Nacional Agraria, Campesina y Popular. 13 de septiembre de


2013. Agencia Prensa Rural. http://prensarural.org/spip/spip.php?article12071

21  Declaración política de la Cumbre Nacional Agraria, Campesina y Popular. 13 de septiembre de


2013. Agencia Prensa Rural. http://prensarural.org/spip/spip.php?article12071
Este pacto, impulsado por el gobierno nacional, buscaba «Adelantar un ejercicio de participación mediante
espacios democráticos especialmente creados para que los pobladores rurales y sus organizaciones puedan
aportar y decidir sobre el futuro de sus regiones e identificar consensos alrededor de las prioridades más
importantes para el desarrollo rural en los territorios del país». Este pacto agrario fue concebido por
parte de las organizaciones agrarias y sectores sociales que habían impulsado el paro nacional agrario
como medidas paliativas que intentaban evitar no solo la discusión en torno a una reforma agraria en
Colombia, sino que buscaba evadir el debate sobre el modelo económico del país e impedir la organización
campesina, como en efecto sostuvo el ministro de Agricultura Rubén Darío Lizarralde, al declarar que el
problema del agro colombiano no respondía al modelo económico sino a «un desbalance en el bienestar
y las condiciones de vida entre la población rural y la urbana». El Espectador. «Pacto agrario es para sacar
del abandono al campo: Gobierno». 12 de septiembre de 2013. http://www.elespectador.com/noticias/
economia/pacto-agrario-sacar-del-abandono-al-campo-gobierno-articulo-445964

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Dime qué paz quieres y te diré qué campo cosechas.
Reflexiones sobre lo rural en los diálogos de La Habana.

social y popular22. Es menester destacar que después de la instalación de la


Cumbre Agraria, en septiembre de 2013, entre los meses de noviembre de ese
año y marzo de 2014 se realizaron alrededor de veintidós ejercicios de «precumbres»
veredales, municipales y departamentales, que contaron con la participación de
plataformas como Congreso de los Pueblos, Marcha Patriótica y la Onic, así
como de otras organizaciones agrarias, gremiales, comunitarias y juntas de
acción comunal, entre otras.
Estos ejercicios previos a la Cumbre Agraria son importantes en los procesos
de articulación y unidad del movimiento social en Colombia, puesto que se
enfocaron en articular las demandas expresadas en el paro nacional agrario.
Efectivamente, el pliego unitario que surgió como resultado de la Cumbre Agraria
de marzo de 2014, incluyó asuntos relacionados con el desarrollo rural como
la producción, infraestructura, cultivos de uso ilícito, ordenamiento territorial,
extranjerización de la tierra y proyectos minero-energéticos. Asimismo, se traba-
jaron otros aspectos importantes para la consolidación de una agenda política
unitaria, como los objetivos colectivos comunes de las organizaciones sociales, la
formación política desde las bases, las estrategias de comunicación para estable-
cer canales de diálogo directo entre las comunidades organizadas, la articulación
campo-ciudad, la solución política al conflicto armado interno y la creación de
iniciativas de paz desde las mismas organizaciones.
La importancia que han tenido estos procesos de articulación radica en que
sus reivindicaciones se han enfocado no solo en demandas específicas, sino en
el planteamiento de temáticas transversales a todas las organizaciones. Estas exi-
gencias pueden agruparse en: oposición al modelo neoliberal; políticas en favor
de los pequeños agricultores, campesinos y jornaleros, opuestas al modelo
económico agroexportador, latifundista y minero-energético; y por la solución
política al conflicto social y armado en aras de la consolidación de una paz estable
y duradera con justicia social.
Finalmente, este contexto reciente de movilizaciones por parte del movi-
miento agrario colombiano muestra la necesidad de avanzar en los procesos de
articulación de los sectores campesinos, afrodescendientes, indígenas y populares,
en aras de cambiar la correlación de fuerzas a favor del movimiento social para
que así, en espacios conjuntos como la Cumbre Agraria, pueda lograrse el
cumplimiento efectivo de sus exigencias.

22  Las principales organizaciones y sectores populares que confluyen en la Cumbre Agraria son: la
Mesa de Interlocución Agraria, Marcha Patriótica, el Coordinador Nacional Agrario, el Congreso de los
Pueblos, el Proceso de Comunidades Negras, la Mesa de Unidad Agraria, la Coalición de Movimientos y
Organizaciones Sociales de Colombia, la Organización Nacional Indígena de Colombia, el Movimiento
por la Constituyente Popular, la Federación Nacional Sindical Unitaria Agropecuaria, la Asociación
Nacional de Zonas de Reserva Campesina y la Asociación Campesina Popular. Declaración política de la
Cumbre Agraria Campesina, Étnica y Popular. «Sembrando dignidad, labrando esperanza y cosechando
país». 26 de marzo de 2014.

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El movimiento social agrario
frente a los diálogos de La Habana

No obstante, desde las mismas organizaciones agrarias ha quedado claro que


estos procesos unitarios tienen que abordar dos aspectos centrales. Por un lado
la urgencia de dialogar entre los sectores agrarios para establecer unas «reglas de
juego» conjuntas que puedan superar las dificultades, que en términos ideológicos y
políticos los han enfrentado en reiteradas ocasiones, dejando al margen al estado
como principal adversario. Por otro lado, teniendo en cuenta que la posibilidad
de la paz es una oportunidad política para el movimiento agrario, este no puede
permitir que sus demandas queden supeditadas a los diálogos que se adelantan
en La Habana, como ha sucedido con las zonas de reserva campesina. Por el
contrario, y como lo han venido haciendo importantes sectores agrarios, más
allá del reconocimiento de los avances entre el gobierno y la guerrilla de las Farc,
la tarea sigue siendo la lucha por el cumplimiento de sus demandas, lo que no
puede darse sin recurrir a uno de los mayores y mejores recursos que tiene el
movimiento agrario: la movilización social.

Conclusiones y escenarios futuros

Sobre los acuerdos parciales del proceso de paz entre el gobierno


y las Farc en materia de desarrollo agrario integral

Los acuerdos entre el gobierno nacional y las Farc en materia de desarrollo rural
son mirados por el movimiento agrario en general con satisfacción y, a la vez,
con reserva. Con satisfacción por ser un acuerdo logrado después de cincuen-
ta años de guerra; por dejar sentada la importancia de la dimensión rural en el
origen y desarrollo del conflicto armado colombiano; porque avanza en el reco-
nocimiento del campesinado como sujeto social y político de derechos; y porque,
al menos, deja expuestas las bases mínimas de una política de desarrollo rural y
de ordenamiento territorial dentro de un estado social de derecho23.
Las reservas tienen que ver con la distancia que hay entre este acuerdo y lo
que solicita el movimiento agrario, representado en buena parte por la Cumbre
Agraria, demandas analizadas anteriormente. De igual manera, quedan dentro
del tintero puntos fundamentales para el movimiento agrario (y que aún están en
la agenda de las Farc), como son la delimitación de la propiedad, la extranjerización
del territorio, los conflictos de uso a causa de la extracción minero-energética, la
regulación en materia de agrocombustibles, la revisión de los TLC y las definiciones
sobre el derecho real de superficie, entre otros.

23  Aportes a los acuerdos parciales del proceso de paz entre gobierno y Farc en materia de desarrollo
agrario integral con enfoque territorial. 21 de octubre de 2014. Agencia Prensa Rural. http://prensarural.
org/spip/spip.php?article15311

199
Dime qué paz quieres y te diré qué campo cosechas.
Reflexiones sobre lo rural en los diálogos de La Habana.

Las reservas frente a la sostenibilidad política de los acuerdos se manifiestan


también en las discrepancias que aparecen entre dichos acuerdos y el Plan
nacional de desarrollo, 2014-2018 en materia de baldíos, ordenamiento territorial
y paz. En concreto, hay gran preocupación porque se reglamenta la adjudicación
de baldíos abriendo la posibilidad para que sean entregados a empresas privadas:
«el PND privilegia la agroindustria, la minería y los grandes proyectos de infraes-
tructura por encima de la economía campesina»24.

El giro ecoterritorial

Las agendas y articulaciones de los movimientos rurales en Colombia han


cambiado significativamente desde el periodo de auge de la Anuc hasta la segunda
década del siglo veintiuno. En los años setenta y ochenta las reivindicaciones
estaban centradas en el acceso a la tierra y en mejorar las condiciones económicas
de vida. En la actualidad, nuestros movimientos no solo luchan por estas
necesidades históricas pues, como vimos en el análisis de la Cumbre Agraria,
han incorporado nuevos asuntos, como la territorialidad, la autonomía, la inter-
culturalidad, el reconocimiento político, la producción amigable con el medio
ambiente, la articulación campo-ciudad, y, por supuesto, los derechos humanos
y la paz. En ese sentido, a excepción del aspecto de la paz, estos movimientos
colombianos están sintonizados con lo que sucede actualmente con las luchas
socioterritoriales en América Latina, donde se ha producido un nuevo abanico
de demandas y de articulaciones, fenómeno que se puede explicar desde lo que
Maristella Svampa ha llamado el giro ecoterritorial de las dos últimas décadas en las
luchas territoriales en el continente. Para esta autora, dicho giro es un:

Cruce innovador entre la matriz indígena comunitaria, la defensa del territorio y el


discurso ambientalista. Es la construcción de [nuevos] marcos comunes de la acción
colectiva (…). El proceso de ambientalización (sic) de las luchas sociales incluye un
enorme y heterogéneo abanico de colectivos y modalidades de resistencia que va
configurando una red cada vez más amplia de organizaciones (…). Lo novedoso es la
articulación entre actores diferentes (movimientos indígenas campesinos, movimientos
socio ambientales, redes de intelectuales y expertos, colectivos culturales) (Svampa,
2012).

De igual forma, y como lo señala Diego Piñeiro (2004), las acciones colecti-
vas en el mundo agrario desde el siglo diecinueve vienen respondiendo de diversas
formas, desde las resistencias locales hasta las propuestas nacional-revolucionarias,

24  El Espectador. «Plan de desarrollo contradice acuerdos en La Habana sobre la tierra, dicen ONG».
19 de febrero de 2015. http://www.elespectador.com/noticias/politica/plan-de-desarrollo-contradice-
acuerdos-habana-sobre-tie-articulo-544681

200
El movimiento social agrario
frente a los diálogos de La Habana

adecuándose u oponiéndose a los proyectos hegemónicos de desarrollo. Podríamos


decir que el giro ecoterritorial es una respuesta multidimensional a una nueva
época, en la que el desarrollo, incluso bajo gobiernos progresistas, ha vuelto con
intensidad sobre el sector primario y los recursos naturales estratégicos, dentro
de lo que algunos llaman el modelo neoextractivista o posdesarrollista. El capital
avanza con mayor velocidad que antes sobre territorios rurales, en busca de la
extracción y comercialización de productos viejos y nuevos, solo que ahora, en
la mayoría de los casos, se encuentra allí con movimientos y organizaciones
socioterritoriales renovadas, que están mejor informadas, más conscientes de
su pertenencia a la problemática ambiental global, de sus derechos económicos,
sociales y culturales, y en sintonía con la dinámica de las resistencias del resto
del planeta.
En ese sentido, la Cumbre Agraria y los recientes paros nacionales agrarios
son una expresión del giro ecoterritorial, solo que «a la colombiana», es decir en
medio de grandes expectativas sobre lo que suceda con el conflicto armado, que
como sabemos ha tenido una enorme influencia sobre la reconfiguración del
movimiento agrario colombiano. Si la «paz militar» no se concreta, las agendas
del movimiento agrario seguirán incluyendo el respeto por el derecho interna-
cional humanitario y, en general, por la defensa de la vida. Sin embargo, si este
tipo de paz se logra, lo que queda en mayor peligro son los territorios rurales
que no han sido mayormente explotados, por los obstáculos que le producía la
guerra al gran capital.

Escenarios futuros

Estas paradojas del futuro nos hacen pensar en un esbozo de los posibles escenarios
a los que se enfrenta el movimiento agrario a partir de un acuerdo de dejación de
armas del gobierno con las Farc. Se trata de escenarios con diferentes posibilidades,
y que si bien se presentan aislados por razones analíticas, tendrían en algunos casos
posibilidades de combinarse:

a. «No hay Farc pero sigue habiendo guerrilla»


Es posible que las Farc se desmovilicen y otros grupos armados surjan como
parte de una tradición insurgente casi secular bajo distintas modalidades de acción,
en donde cabría incluso el surgimiento de grupos armados despolitizados y
dedicados a la extorsión y al cobro por «servicios de seguridad»; una especie de
«bacrim» pero conformada por exguerrilleros. Ahora, no hay que olvidar que los
diálogos con el ELN no han comenzado y de no concretarse un acuerdo de paz
con esta guerrilla, este grupo subversivo podría capitalizar en su seno a muchos
sectores que consideren que la lucha armada se mantiene vigente.

201
Dime qué paz quieres y te diré qué campo cosechas.
Reflexiones sobre lo rural en los diálogos de La Habana.

b. «De Guatemala a Guatepeor»


Otro escenario posible es una paz en términos de cese de lucha armada y a la
vez un retroceso en materia agraria para los movimientos sociales, como fue
el caso de Guatemala, donde en el posconflicto armado se concentró aún
más la propiedad, se desarrolló el agronegocio y la gran minería, sin cortapisa
alguna25. Esta sería la paz soñada por el grueso del empresariado, es decir la
paz que permite, sin costos de seguridad, el desarrollo de las grandes empresas
agroexportadoras y mineras nacionales e internacionales, especialmente en
territorios rurales poco penetrados por el gran capital y que utilizan al campesino
como mano de obra barata o como socio subordinado dentro del esquema de las
alianzas productivas. A este escenario, por las altas posibilidades de concretarse,
le temen los movimientos agrarios, pues si bien pueden mejorar sus condiciones
en materia de derechos humanos, pueden también desmejorar las que tienen
que ver con acceso a la tierra y al territorio, con la pérdida de importancia de la
economía campesina, circunstancias que agravarían la posibilidad del proyecto
de desarrollo rural campesino en los territorios.

c. «De las botas a los votos»


Más improbable es un escenario en el que la fuerza política-militar de los actores
armados o guerrillas se traduzca en fuerza política legal con impacto social, territorial
y electoral, consolidándose así un movimiento político nacional que mediante el
liderazgo de los antiguos jefes guerrilleros logre expandir las banderas de la izquierda
sin los obstáculos de la ilegalidad, la clandestinidad y la criminalización aplicada a la
protesta en el contexto del conflicto armado. Estaríamos pensando en un escenario
parecido a lo que ocurrió con el FMLN en El Salvador. Ahora, con este escenario,
un sector del movimiento agrario ligado a la gran «familia comunista» se sentiría
cómodo, pero esta es solo una fracción del gran movimiento agrario y no podemos
olvidar el acentuado anticomunismo de la cultura política colombiana. Es posible
también que los líderes guerrilleros legalizados no tengan las condiciones para hacer
política electoral por razones de seguridad, por lo menos a corto plazo. En general,
la alta criminalización a la que llegó el conflicto armado hace, sin duda, más difícil la
actividad política legal de los guerrilleros.

25  «Después de diecisiete años de que se firmaron los acuerdos de paz, en Guatemala persisten las
causas estructurales que dieron origen al conflicto armado. El conjunto de los doce acuerdos de paz, sigue
siendo una ruta estratégica para modernizar el país y brindar a la población guatemalteca la posibilidad de
un desarrollo humano sostenible, libre de violencias. Guatemala se ubica entre los países más violentos y
desiguales del mundo. Sus habitantes siguen enfrentando múltiples violencias, con un saldo de víctimas
mayor que durante el conflicto armado» (Romero y Toc, 2013).

202
El movimiento social agrario
frente a los diálogos de La Habana

d. «El campo unido jamás será vencido»


Con medianas posibilidades tendríamos un escenario en el que el movimiento
social agrario no se funde en un movimiento político pero sí logra una enorme
capacidad de respuesta y de poner en crisis la actividad económica y cotidiana del
país. Esto como resultado de alianzas inéditas entre movimientos sociales agrarios,
fruto de las nuevas condiciones de la paz y, en particular, de la ausencia de las
barreras que producía cualquier cercanía de algunos movimientos sociales con el
movimiento armado. Pensamos entonces en alianzas entre movimientos tipo Dig-
nidades Agropecuarias y otros como Marcha Patriótica, Congreso de los Pueblos y
movimientos étnicos. El trasfondo de estos acercamientos es algo como lo que se
esbozó en el paro agrario de 2013, en el cual se demostró que la política agraria ha
llegado a ser tan exclusiva y excluyente que hace salir al paro y al bloqueo de carre-
teras a campesinos medianos y ricos que jamás habían hecho una protesta en sus
vidas. Con el agregado que esta experiencia les sirvió para alejarse de los partidos
políticos tradicionales que ellos siempre apoyaron, e iniciar la conformación de su
propia organización social e incluso con pretensiones electorales (Torres, 2015).

e. «El gobierno es para los de ruana»


Otra posibilidad un tanto remota es una alianza política entre diversos movi-
mientos sociales, con protagonismo del movimiento agrario, que configure un
nuevo movimiento político nacional y con éxito en su participación electoral. Se
trataría de una red de movimientos sociales populares, étnicos, rurales y urbanos,
que proyecten a sus líderes sociales hacia los cargos de representación en los
distintos niveles de gobierno. La experiencia, ya entrado el siglo veintiuno, de
llegada al poder de la izquierda en Bogotá, uno de los lugares tradicionalmente
más apartados de la lógica de la guerra, muestra que estas experiencias, donde ya
no se asocia a la izquierda con la guerrilla, son susceptibles de éxito electoral. Se
trataría de un escenario parecido al de la amplia alianza de movimientos sociales
que llevo a Evo Morales al poder gubernamental en Bolivia.

f. «Más vale solos que mal acompañados»


Otro escenario posible, ante la profundización de un modelo de desarrollo
anticampesino, es la radicalización de las autonomías territoriales, en la que los
movimientos agrarios se atrincheren en sus propios territorios y deciden alejarse
del estado y, de esa manera, trabajar de acuerdo con sus propias normas, criterios
políticos y proyectos de vida. Una autonomía prácticamente de hecho, que implica
un costo alto en materia de renuncia a una serie de derechos y de recursos públicos,
pero una ganancia grande en materia de libertad política, por no tener que asumir los
costos de las negociaciones con el estado y con los partidos políticos tradicionales,
en el marco de la lógica institucional de subordinación que estos imponen. Se
trataría de un escenario semejante a la experiencia neozapatista en Chiapas, México.

203
Desde las víctimas y los territorios rurales:
conflicto armado y diálogos en La Habana

Flor Edilma Osorio Pérez


Olga Elena Jaramillo Gómez
Desde las víctimas y los territorios rurales:
conflicto armado y diálogos en La Habana

Ardían casas, saqueadas eran las arcas y paredes,


violadas, las mujeres eran puestas contra muros caídos, traspa-
sadas por lanzas, las criaturas eran sangre en las calles (…).
Mas donde estaban, cerca de la urbe y lejos de su ruido,
los jugadores de ajedrez jugaban el juego de ajedrez.

Fernando Pessoa. Los jugadores de ajedrez.

Introducción

Entre 1958 y 2012, en Colombia murieron asesinadas 220.000 personas, 81% de


las cuales eran civiles no combatientes. 150.000 fueron víctimas de asesinatos
selectivos, es decir que murieron en total estado de indefensión. Entre 1980 y
2012 se cometieron 1.982 masacres, en veinticinco de los treinta y dos depar-
tamentos; y la mitad de los municipios del país vivió de cerca el horror de una
masacre, que en conjunto causaron la muerte de por lo menos 12.000 personas.
Aun cuando pueden ser muchas más, se estima que alrededor 25.000 personas
habían sido desaparecidas. Entre 1970 y 2010 se identificaron 27.023 secuestros
asociados al conflicto armado (Centro Nacional de Memoria Histórica, CNMH,
2013). Entre 1990 y 2015 han sido 11.000 los afectados por minas antipersona y
municiones sin explotar, 38% civiles, muchos de ellos menores de edad (Daicma,
2015). En los últimos quince años, el Instituto Colombiano de Bienestar Familiar
(ICBF), recibió cerca de 5.000 menores desvinculados de la guerra (CNMH,
2013); los niños y las niñas indígenas tienen seiscientas setenta y cuatro veces
más posibilidades de ser reclutados forzosamente que cualquier otro menor del
país (Springer, 2012). Entre 2001 y 2009, cerca de medio millón de mujeres fueron
víctimas de violencia sexual en el contexto del conflicto armado, en cuatrocientos
siete municipios, es decir ciento cuarenta y nueve diariamente y seis cada hora
(Casa de la Mujer, 2011).
Colombia es, después de Siria, el país con mayor número de desplazados
internos en el mundo: la cantidad asciende a 6’044.200 personas (Internal

207
Dime qué paz quieres y te diré qué campo cosechas.
Reflexiones sobre lo rural en los diálogos de La Habana.

Displacement Monitoring Centre (IDMC) y Norwegian Refugee Council (NRC),


2015). El desplazamiento forzado se ha presentado en todos los departamentos;
y Antioquia, Bolívar, Magdalena, Chocó y Nariño concentran 45% de las
personas afectadas (Unidad para la Atención Integral y Reparación a las Víctimas
(Uariv), 2013). Entre 1985 y 2010, el 97% de los hogares desplazados perdió sus
tierras y se calcula que la tierra despojada o abandonada asciende a 6’600.000
hectáreas –12,9% de la superficie nacional–, sin contar territorios colectivos de
indígenas y afrodescendientes (Comisión de Seguimiento a la Política Pública
sobre Desplazamiento Forzado, 2010).
Las cifras anteriores son un verdadero horror; sin embargo, son estimativos
que adolecen de un gran subregistro, razón por la cual son apenas referentes
para dimensionar los impactos y daños de la guerra. Si bien Colombia tiene los
registros más altos de víctimas en el mundo, cerca de siete millones de personas
(Harvard University, 2014), hay afectaciones que son mucho más amplias, de
orden emocional y sociopolítico, por ejemplo, que tienen una cobertura social
mucho mayor.
La lectura atenta de los daños y de sus impactos, tanto de cifras como de relatos
y testimonios, remite de manera insistente sobre territorios rurales poblados por
campesinos, colonos, grupos indígenas y afrodescendientes; esto le confiere a
la guerra en Colombia, en sus características y dinámicas, un claro sesgo rural.
Los impactos diferenciales sobre pobladores rurales han generado su destierro,
acelerando e intensificando el éxodo hacia las ciudades; las grandes y medianas
urbes concentran la atención institucional sin respuestas suficientes y oportunas
(Comisión de Seguimiento a la Política Pública sobre Desplazamiento Forzado,
2009, 2009a, 2010).
Una guerra de larga duración como la colombiana teje un entramado de
interacciones donde los victimarios se asumen como víctimas para justificar sus
actos, en medio de hechos que se entrelazan caprichosamente. De allí que
también, según conveniencia, se afirme que o todos somos víctimas o todos
somos victimarios. Con estas reflexiones también se llega a terrenos pantanosos
y perversos en los que se diluyen las responsabilidades y se extiende un manto
de impunidad generalizado frente a la verdad, la justicia y la garantía de no
repetición de cara a los muchos daños y crímenes atroces.
En este escenario y a diferencia de otros intentos de solución negociada, la
agenda de negociación de La Habana incluyó, de común acuerdo, el quinto
punto denominado «Víctimas». La intención de resarcirlas se situó así en el centro
del acuerdo gobierno nacional-Farc-EP para tratar tanto los derechos humanos
de las víctimas, como el derecho a la verdad.
¿Cuáles son los elementos centrales que evidencian la relación entre el
conflicto armado y las víctimas, especialmente de pobladores y poblaciones
rurales? ¿Cómo se está reconociendo e incorporando dicha relación en los diálogos

208
Desde las víctimas y los territorios rurales:
conflicto armado y diálogos en La Habana

en La Habana? Ese par de cuestiones orienta las reflexiones de este capítulo. Es


evidente que un posible posacuerdo no tiene mayores posibilidades de amortiguar
o remediar los muchos daños que se concretan en las vidas de tantos pobladores
rurales. Lo que sí puede lograr el posacuerdo es reducir y evitar nuevos daños; que
esto suceda tiene un enorme valor dada la irreversibilidad y los efectos prolongados
y profundos de la guerra. Queremos reflexionar sobre el lugar de las víctimas en
los diálogos y sus posibles alcances y límites, sin dejar de lado que su participación
y luchas por el reconocimiento no se agotan en este escenario, así como tampoco
allí se resolverán todos los desafíos que el país tiene frente a quienes han vivido de
forma más directa la guerra en sus peores expresiones.
En ese orden de ideas este capítulo se ocupa de cuatro discusiones. La primera
trata las relaciones entre la dimensión de los daños de la guerra en lo rural, sus
pobladores y sus territorios, mostrando las tensiones alrededor de la magnitud
de las cifras y los reconocimientos sociales y solidaridades que se construyen
en torno a las víctimas en el país. La segunda busca precisar el sesgo rural de la
guerra, sus daños y sus víctimas. La tercera discute los alcances y sentido de la
participación del grupo de sesenta víctimas en los diálogos de La Habana. La
cuarta se ocupa de recoger algunas tendencias de las trayectorias de participación
de las víctimas en la lucha por sus derechos; se trata de reconocer experiencias
que muestran cómo ellas han encarado sus propios duelos y situaciones límite
con recorridos muy significativos.

Las víctimas: una cuantificación abrumadora e inexacta


en medio de un reconocimiento precario

Luego de casi una década durante la cual el gobierno negó la existencia de un


conflicto armado y, por ende, de sus víctimas, la ley de víctimas y de restitución
de tierras, 1448 de 2011, las reconoce y resitúa en la realidad nacional.

Se consideran víctimas, para los efectos de esta ley, aquellas personas que individual o
colectivamente hayan sufrido un daño por hechos ocurridos a partir del 1º de enero de
1985, como consecuencia de infracciones al derecho internacional humanitario o de
violaciones graves y manifiestas a las normas internacionales de derechos humanos,
ocurridas con ocasión del conflicto armado interno (artículo 3°)1.

Allí se incluye tanto el desplazamiento como el abandono y despojo de la


tierra y también a quienes han resultado afectados por masacres, secuestro,

1  La ley reconoce como víctimas a los familiares en primer grado de consanguinidad y en segundo en
ausencia de los anteriores, también a quienes intervienen en la asistencia a víctimas en riesgo. Ley 1448
de 2011, artículo 3°.

209
Dime qué paz quieres y te diré qué campo cosechas.
Reflexiones sobre lo rural en los diálogos de La Habana.

desaparición forzada, tortura, delitos contra la libertad y la integridad sexual,


minas antipersonales, reclutamiento forzado, entre otras. No obstante, la
categoría de víctimas entra incluso en tensión con la categoría de desplazados
debido a los derechos que ya habían adquirido las víctimas del desplazamiento
con la ley 387 de 1997 y las nuevas disposiciones que enfrentan con esta ley2.
La restitución de tierras, que claramente no constituye su redistribución,
promete ir más allá del reconocimiento simbólico de las víctimas a hechos
materiales concretos de justicia. Pero además la ley ha abierto un espacio para
ejercicios autónomos e institucionales de memoria, dimensión imprescindible en
el marco de la justicia transicional, que se hace en medio de la guerra misma, hecho
que difiere de otros procesos de paz en el mundo. Aquí, el Grupo de Memoria
Histórica, ahora Centro de Nacional de Memoria Histórica, ha comenzado
una tarea importante para reconstruir casos emblemáticos en el país y acompañar
iniciativas regionales. Tarea que será, sin duda, el desafío de largo aliento que
convocará a varias generaciones.
Un nuevo lenguaje institucional se impone en medio de recorridos y esfuer-
zos de diversas instancias. Sin embargo, en términos cotidianos y de respuestas
concretas se mantienen muchas dificultades, estereotipos y nuevos maltratos,
que recogemos en cuatro tensiones centrales que afectan el reconocimiento y
dignificación de las víctimas.

Víctima, un concepto culturalmente distorsionado

Yo no soy una víctima, dice Carmen con vehemencia. A mi marido lo mataron


y luego también una hija mía fue maltratada. Tuvimos que irnos de la finquita
donde aunque pobres, vivíamos bien. Cuando llegamos me puse a trabajar en la
cocina y ahí me gano la vida con dificultad porque aquí todo es muy caro. Todo
hay que comprarlo. Del arriendo mejor ni hablar. Y encima, lo miran los vecinos
a uno con desconfianza, porque quién sabe qué sería lo que hicimos para que
hayamos tenido que salir corriendo. Pero ¿víctima yo? ¡No! Eso, si yo no hiciera
nada, si estuviera pidiendo limosna, pa’ que me dijeran ¡pobrecita!3 (Osorio,
2012: 1)4.
Son muchas las contradicciones que supone el autoreconocimiento de las
víctimas quienes, precisamente por todos los estigmas que pesan sobre ellas,

2  Cf. «¿Vienen cambios en la ley de víctimas?». http://www.elespectador.com/noticias/politica/vienen-


cambios-ley-de-victimas-articulo-550773

3  Retomamos aquí algunos de los planteamientos y afirmaciones hechas en «Ante el dolor y el coraje de
las víctimas» (Osorio, 2012).

4  Carmen es un personaje recreado a partir de varias historias.

210
Desde las víctimas y los territorios rurales:
conflicto armado y diálogos en La Habana

consideran que esa categoría no les corresponde, ni les conviene. Como


cualquier construcción social, la categoría de víctima tiene múltiples sentidos y
alcances. «Víctima», «afectado», «damnificado» o «sobreviviente» son nociones
que más allá de una discusión semántica median en el establecimiento de
relaciones con un «otro que sufre», propiciando o evitando nuevos agravios y
daños. Es decir, la forma como se nombra es portadora de nuevos y viejos
estigmas, incluso de una violencia intrínseca que, desde la misma enunciación,
configura una representación estereotipada de la persona que sufre (Rodríguez,
2008). La palabra proviene del vocablo latino vĭctima y se refiere a un ser vivo
destinado al sacrificio. En nuestro contexto, el uso de la palabra víctima denota
pasividad y se usa en un sentido que descalifica y que, en todo caso, no dig-
nifica. Representaciones de las víctimas como incapaces, dependientes, pasivos,
son calificativos que ninguno de nosotros quisiera recibir. Esa perspectiva casi
vergonzante que ha primado frente a la categoría víctima, toma distancia y es casi
un polo opuesto de la noción de actores políticos, de aquellos que se mueven,
que protestan y que denuncian, que tienen valor y coraje para seguir luchando.
En la realidad colombiana, sin embargo, muchas mujeres y hombres que han
sufrido los embates de la guerra dan muestras de su tesón para seguir adelante,
para volver a empezar, por más difícil que sea su situación. Son, a la vez, víctimas
y sujetos políticos. Buscan superar y transformar su dolor por medio de la acción
y el discurso, categorías que según Arendt (2007), definen al sujeto político.
Desde allí, a partir del actuar con otros y otras en situaciones similares, buscan
liberarse de sus miedos, buscan rebelarse de la dominación que produce el miedo,
al tiempo que se visibilizan (Tabares, 2011); así se revelan y rebelan ante la sociedad
con toda su potencia.

La soledad de las víctimas: indiferencia, estigmatización y exclusión

«Es mejor no hablar de esas cosas tristes», «no llorar sobre la leche derramada»,
«pa’ atrás, ni para coger impulso», son algunos de los dichos populares que,
situados en el contexto de guerra, insisten en evitar la memoria, en eludir el duelo
y en callar la ignominia que ha afectado tantas vidas en el país. Quizá no quere-
mos verlos, escucharlos, ni mencionarlos, porque nos recuerdan aquello que nos
puede pasar; cerrando ojos y oídos tenemos la ilusión de que nada ha pasado y
todo está bien. Quizás es también cansancio frente a tal cantidad de hechos y de
noticias dolorosas que inundan nuestra vida cotidiana, acompañada del peso de
la impotencia, pues «nada se puede hacer» frente a la capacidad de la guerra y de
los guerreros.
Reflexionando sobre los límites de la compasión y las obligaciones que im-
pone la conciencia frente a los horrores de la guerra, Sontang señala que «las
personas son a menudo incapaces de asimilar los sufrimientos de quienes tienen

211
Dime qué paz quieres y te diré qué campo cosechas.
Reflexiones sobre lo rural en los diálogos de La Habana.

cerca» (2004: 114). Aunque el conflicto armado en el país ha cobrado millares de


vidas, muchos conciudadanos lo sienten como un asunto ajeno a su entorno y a
sus intereses. Incluso, pueden estar más presentes las solidaridades de personas
de otros países.
La categoría de víctima se superpone sobre una sociedad secularmente
dividida en términos de estratos sociales, clase, etnia, género, edad, a las cuales
hay que agregar las brechas construidas desde la polarización que genera la guerra,
factores que no solo clasifican sino que jerarquizan y excluyen. Las víctimas
duplican de varias maneras las desigualdades presentes en la sociedad nacional
mediante estigmas y respaldos, presencias y olvidos. Son evidentes las solidari-
dades diferenciadas que se traducen en que algunos daños convocan e indignan
más a la sociedad, al margen de la magnitud de su impacto. Así, por ejemplo,
desaparecidos, víctimas de masacres y del desplazamiento forzado, siendo
hechos singularmente atroces que afectan a más de seis millones de personas no
constituyen movilizadores de indignación suficiente de quienes no son víctimas.
En estos procesos de discriminación interviene la tendencia a responsabilizar
a las víctimas de su situación y del daño sufrido. Con frecuencia de forma
consciente e inconsciente los estigmas se trasladan a las víctimas para señalarlas o
mirarlas con ‘sospecha moral’ (Agier, 2002: 59). La frase más simple resume esta
afrenta: «quién sabe qué hizo por allá; si uno no debe nada, no le pasa nada»; así
se les responsabiliza por los daños sufridos, como un castigo merecido o buscado
al tiempo que se exonera a los responsables. Pero además, se les endilgan alianzas
y complicidades a partir de sus victimarios. Si los responsables del daño han sido
los paramilitares, se endosa una duda de vínculo con las guerrillas, y viceversa.
A las víctimas se les señala como responsables de su situación, por asumir
posiciones políticas contrarias al régimen, por pensar diferente, evidenciando la
arraigada intolerancia política y el peso de la impunidad.
Hay que recordar que la indiferencia es también un síntoma social, con causas
y consecuencias, con verdades no dichas. «La indiferencia parece ser indispensable
para la segregación, signo del discurso dominante de nuestra época. Corre pareja
con la promoción del individualismo y la fragilidad del lazo social exigidos por el
ascenso del mercado» (Figueroa, 2014: 14). Esta segregación se establece desde
una manipulación perversa, orientada por discursos sociales que justifican y
legitiman tales hechos y que, conducidos por actores dominantes logran situar
sus propios intereses en la sociedad, como si fueran intereses generales (Balsa,
2006). Además, la relación con las víctimas queda con frecuencia atrapada en
medio de polarizaciones y fragmentaciones que se trasladan a los sobrevivientes
(Kalyvas, 2001). El reconocimiento y dignificación de las víctimas depende
mucho de la relación que la sociedad en su conjunto establezca con ellas. Sin
embargo, poco nos preguntamos por los otros, los espectadores del sufrimiento,
las no víctimas.

212
Desde las víctimas y los territorios rurales:
conflicto armado y diálogos en La Habana

¿Están todos los que son? ¿Son todos los que están?

Estas dos preguntas recogen la complejidad de la cuantificación, de las


inclusiones y las exclusiones. Es indudable que hay un importante subregistro en
términos de número de víctimas y de daños causados en medio de una enorme
disparidad en su identificación y su valoración por parte de las instituciones y
los medios de comunicación, como también en el grado de autoreconocimiento.
Cualquier límite temporal, generacional y de parentesco, así como de los mismos
daños, muchos de ellos no cuantificables, constituye una particularidad que
se intensifica en la medida de lo que la ley 1148 de 2011 define términos de
reparación administrativa. Las tensiones producidas entre la compensación
económica asignada y los daños sufridos, así como entre quienes tienen o no
derecho a hacer exigencias según la norma, pasan por la ineficiencia institucional
en su cumplimiento y por las confusiones deliberadas que equiparan los servicios
derivados de la política social, como una expresión de la política de reparación;
estas son algunas de las dificultades más evidentes.
En ese mismo debate, la duda por las falsas víctimas que se van a lucrar con
las potenciales ayudas, introduce un constante cuestionamiento frente a quienes
se autoreconocen como tales. En un encuentro con personeros y alcaldes en
el país, para nueve de cada diez funcionarios el mayor problema frente al
desplazamiento en su jurisdicción era la existencia de «falsos desplazados». La
posibilidad de que existan personas que se hacen pasar por víctimas se aumenta
precisamente por la ausencia de una política social para quienes viviendo en
precariedad no son víctimas de la guerra; la respuesta a las víctimas no debe
hacerse a costa del debilitamiento de las políticas sociales, pues se crea el efecto
perverso de provocar identidades simuladas como una estrategia para acceder a
respuestas aparentemente más eficientes y oportunas. La desconfianza por iden-
tificar las verdaderas víctimas intensifica la sospecha moral por su propia historia,
sus duelos y sus daños, generando formas cotidianas de revictimización. Esta
se expande rápidamente de las instituciones a la sociedad en general, sobreesti-
mando el alcance del fraude potencial y dando por sentado el enriquecimiento
a partir de las pocas ayudas que se ofrecen. «Falsas víctimas No! Lo que hay es
testaferros, despojadores y opositores de mala fe» (Forjando Futuros y Universidad
de Antioquia, 2015).

Nuevas y continuas formas de revictimización

La capacidad de resistencia de las víctimas se estrella frontalmente contra múltiples


muros y nuevas afectaciones. Situados en experiencias de personas que han sufrido
el desplazamiento forzado y el despojo, se descubren numerosas formas de
revictimización que producen y reproducen diversos actores. Así, mal contados,

213
Dime qué paz quieres y te diré qué campo cosechas.
Reflexiones sobre lo rural en los diálogos de La Habana.

desde 2008 más de sesenta líderes defensores de la restitución de tierras han sido
asesinados en el país, lo cual significa más de un líder asesinado cada mes; en dos
años se han presentado mil cuatrocientas quejas ante la Defensoría del Pueblo y
la alerta por la presencia del denominado ejército anti-restitución de tierras está
en veintitrés departamentos y en ciento veintidós municipios5. Muchos líderes y
lideresas han tenido que salir del país o volver a desplazarse para protegerse. Mujeres
y hombres soportan cotidianamente la desidia institucional, la recriminación de los
funcionarios porque reclaman las ayudas a que tienen derecho, pues son mirados
como posibles impostores, dependientes y perezosos. Pero además, quienes se
han visto desplazados, que constituyen cerca de 80% del total de víctimas, son
estigmatizados por el resto de los pobladores como potenciales delincuentes,
transmisores de la violencia y la inseguridad, limosneros y aprovechados.
Parte fundamental de este proceso de revictimización es la baja capacidad y
calidad de la atención institucional. Pese a las normas existentes, las respuestas
estatales a las víctimas, especialmente a quienes viven el desplazamiento forzado,
son muy precarias6. La poca voluntad política y la demanda constante de recursos
y servicios, a todas luces insuficientes, generan fuertes desequilibrios y protestas
legítimas que son consideradas como una muestra de ingratitud frente a las ins-
tituciones y funcionarios, generando representaciones negativas recíprocas.
Los resultados de los procesos de la política de restitución de tierras todavía son
muy pobres, no solo en términos de hectáreas restituidas a sus dueños, sino de
capacidad de protección para la efectiva garantía de sus derechos frente a nuevos
hostigadores7. De acuerdo al debate en el Congreso de la República, a marzo
de 2015 se habían expedido apenas 1.041 sentencias por 94.000 hectáreas.
El funcionario responsable afirma que para esa fecha han llegado 75.000
reclamaciones; en concreto, solo hay 100.000 hectáreas con sentencia restitutiva
y 300.000 en los juzgados8.
Tanto los programas como su implementación son deficientes en su
integralidad y oportunidad, se centran principalmente en ayudas materiales a
corto plazo, mientras que el acompañamiento psicosocial, el acceso a la justicia,
el fortalecimiento de la organización y la participación son marginales o están
ausentes. A su condición de víctima inicial ya suficientemente grave, las víctimas

5  Cf., http://www.movimientodevictimas.org

6  Así lo muestran las tres encuestas nacionales de verificación elaboradas por la Comisión de Seguimiento
a la Política Pública sobre el Desplazamiento Forzado. Cf., http://www.codhes.org/

7  Cf. Valentina Obando Jaramillo. «Restitución por la buenas o por las malas». El Espectador. 8 de junio
de 2015. http://www.elespectador.com/noticias/judicial/restitucion-buenas-o-malas-articulo-565254

8  Cf. Felipe Morales Mogollón y Camilo Segura Álvarez. «Las metas se van a cumplir»: director de
Unidad de Restitución de tierras. El Espectador. 25 de abril de 2015. http://www.elespectador.com/
noticias/po”litica/metas-se-van-cumplir-director-de-unidad-de-restitucion-articulo-557059

214
Desde las víctimas y los territorios rurales:
conflicto armado y diálogos en La Habana

encuentran en el proceso de reconstrucción de sus vidas muchas más vejaciones


y maltratos producidos por los entes responsables de su atención y protección,
lo cual afecta profundamente su vida y su dignidad. Se trata de un doble camino
de la injusticia física y del olvido posterior, como estrategias de los mismos
agresores (Reyes Mate, 2006).
Si bien hay recorridos y aprendizajes inéditos en la atención que ahora recoge
el Sistema Nacional de Atención y Reparación Integral a las víctimas (SNARIV),
los retos no son pocos. Hay presente en la reparación un contenido transformador
que supone la garantía de una plena ciudadanía y muestra la brecha existente
entre los estándares jurídicos de la reparación y la capacidad del estado para
hacerlos efectivos (Harvard University, 2014). Existe una enorme cantidad de
víctimas que aumenta por la vigencia de la guerra. La capacidad institucional
también se desborda por los saldos históricos negativos en la atención en medio
de problemas estructurales de empobrecimiento que han enfrentado justamente
las poblaciones más victimizadas.
Pero hay más. Las perspectivas que ofrecen las promesas de desarrollo están
soportadas en buena medida en procesos depredadores con nuevos despojos
y subordinaciones. Los nuevos procesos de expropiación del gran capital por
medio de proyectos minero energéticos, agroindustriales y turísticos, en los que
se profundiza en el capítulo dos de este libro, constituyen nuevas formas de
victimización de aquellos que han resistido, que han retornado o que buscan
reclamar sus tierras. Viejas y nuevas prácticas de despojo y usurpación, antes en
medio de la guerra, se replican en territorios que habían estado marginados de
esta para imponer modelos depredadores de los recursos vitales.

El sesgo rural de la guerra, de sus daños y de sus víctimas

Desplazamiento forzado y despojo, masacres, minas antipersonales, reclutamiento


forzado y violencia sexual han afectado, de manera negativa, a quienes habitan
el campo en medio de abandonos y marginalidades seculares para la distribución
de recursos y servicios. Pareciera entonces que hay un vínculo entre la mirada
displicente hacia estos pobladores, quienes pueden ser más fácilmente afectados
pues sus vidas y su dignidad no son importantes para el país, y este puede
prescindir sin mucho problema de ellas, en tanto externalidades de procesos
que se tornan muy importantes para otras instancias. El desprecio hacia sus
pobladores, considerados en muchas políticas como inviables dado que no
entran a los procesos de globalización y competencia de mercados, va de la mano
con recientes reconocimientos del valor de las tierras y los territorios rurales,
en tiempos de escasez de alimentos y recursos vitales que se concentran allí.
Controlar los territorios, acaparar tierras y concentrar riquezas bajo el argumento

215
Dime qué paz quieres y te diré qué campo cosechas.
Reflexiones sobre lo rural en los diálogos de La Habana.

de la búsqueda del bien común, ha sido uno de los factores que ha agudizado la
guerra en el país (Fajardo, 2014).
A las miradas desvalorizadas del campo, el campesino, el afro o el indígena se
les suma el reconocimiento como guerrilleros o paramilitares y a sus territorios
como zonas rojas o zonas de guerra. Quienes han sido desplazados son vistos
en la ciudad como vecinos incómodos, sospechosos, invasores, como aquellos
que no deberían estar ahí. Las mujeres víctimas de violencia sexual son estig-
matizadas y se les atribuye la responsabilidad de haber provocado el hecho y las
familias que han perdido uno de sus integrantes son acusadas como auxiliadoras
de un grupo armado. Como lo hemos venido señalando, los pobladores rurales
enfrentan reconocimientos negativos que incluso los hacen responsables de lo
ocurrido.
El sesgo rural que queremos explicitar incluye datos que evidencian la magnitud
de la guerra en el país. Aunque las cifras individualizan los daños en cada víctima,
la guerra se desarrolla en contextos particulares, veredas, corregimientos,
resguardos indígenas, territorios colectivos y regiones que resultan ser corredores
estratégicos y escenarios de confrontación entre actores armados afectando
profundamente la vida de sus pobladores así como los proyectos y apuestas
colectivas construidas en los espacios rurales del país. La referencia al caso del
Carmen de Bolívar, tan solo uno entre muchos otros, muestra claramente esta
situación y da cuenta de la dimensión colectiva del daño producido por la guerra
que resulta con frecuencia muy poco valorada.
«Carmen querido, tierra de amores, hay luz y ensueños bajo tu cielo, y
primavera siempre en tu suelo bajo tus soles llenos de ardores», cantó Lucho
Bermúdez a su municipio, El Carmen de Bolívar, donde la guerra escribiría una
historia que se extiende a toda la región de los Montes de María y resulta contraria a
los versos del compositor. El Carmen fue, en el país, el segundo municipio más
expulsor de población entre 1997 y 2010 (Acción Social, 2010). El Salado, uno
de sus corregimientos, fue escenario de la muerte de sesenta personas en una de
las más cruentas masacres vividas en Colombia perpetrada por los paramili-
tares, que hizo parte de otras cuarenta y una que ocurrieron en esta región entre
1999 y 2001. Allí Neivis, Margoth, Francisca, Rosmira, Edith y Nayibe fueron
ejecutadas en la plaza después de ser sometidas a brutales agresiones sexuales, y
otras dos mujeres sobrevivieron no sin antes sufrir violencias de este tipo. Tras la
masacre la población se desplazó en un éxodo de cuatro mil personas; con ello
se menoscaban la producción de tabaco de la que fuera considerada la capital
tabacalera de la costa Caribe, la organización comunitaria, los proyectos políticos
y el bienestar construidos por sus mismos habitantes (Comisión Nacional de
Reparación y Reconciliación y GMH, 2009).
Los daños de la guerra se suceden, sobreponen y concentran en una familia,
en una vida, en una víctima y también en un caserío o comunidad específica.

216
Desde las víctimas y los territorios rurales:
conflicto armado y diálogos en La Habana

El desplazamiento forzado es el más contundente y recoge otros daños; cons-


tituye un daño acumulado en el que confluyen también las amenazas, el despojo,
la muerte de familiares y vecinos, el riesgo del reclutamiento forzado de los
jóvenes, el ultraje a las mujeres en el marco de diversos actos de guerra, como
en el Carmen de Bolívar. La guerra afecta de manera diferencial a niños, jóvenes,
mujeres y hombres del campo y tiene algunas marcas particulares en comunidades
campesinas, indígenas o afrodescendientes. Es decir que encontramos una
afectación profunda en las sociedades rurales del país con marcas de género,
generacionales y territoriales importantes de reconocer dado el alcance y
repercusión que tienen en cada caso9.

La tierra, los cultivos, los animales: pérdidas y desarraigos

El desplazamiento forzado es sin duda uno de los daños más contundentes de


la guerra en Colombia, donde 14% de la población nacional lo ha vivido directa-
mente (Internal Displacement Monitoring Centre y Norwegian Refugee Council,
2015), afectando sobre todo a pobladores rurales. Los resultados de la «Tercera
Encuesta nacional de verificación de los derechos de la población desplazada»,
realizada en 2010, así lo muestran:

• El 84% de los hogares declaró haber tenido algún bien, el 73% ganado,
52% alguna maquinaria productiva, el 50% un cultivo, 44% tierras rurales.
• Con el desplazamiento, 99% de los grupos familiares perdió algún bien,
ya fuera porque debieron abandonarlos o porque les fueron despojados
por la fuerza.
• El 97% de estas familias perdió sus tierras, 98% sus animales y 64% sus
cultivos permanentes.
• En 89% de los casos la parcela o finca tenía una casa.
• El 78,3% de los grupos familiares era propietario de la parcela que tenía
antes del desplazamiento, pero solamente 21% cuenta con escritura regis-
trada y 9% con escritura sin registrar, lo que muestra la informalidad en la
tenencia de la tierra en el país.
• Cerca de 90% de las familias debieron abandonar inmediatamente sus tie-
rras porque su permanencia comprometía la vida; solo una minoría logró
dejarla al cuidado de familiares o en acuerdos de aparcería, 2,2% fueron
forzados a entregarla sin recibir nada a cambio y 3,5% la vendió (Comisión
de Seguimiento a la Política Pública sobre Desplazamiento, 2010).

9  Es importante señalar que en cada uno de los daños identificados utilizamos datos diferentes, de
acuerdo con la disponibilidad de información existente, lo cual hizo también que la referencia a cada uno
de estos daños se elaborara de forma distinta.

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Dime qué paz quieres y te diré qué campo cosechas.
Reflexiones sobre lo rural en los diálogos de La Habana.

Las relaciones entre el desplazamiento forzado y el despojo son evidentes.


Aunque no toda la tierra abandonada es despojada por cuanto el despojo implica
la transferencia en el dominio de la posesión, el desplazamiento puede ser tanto
el comienzo como el desenlace de un proceso de despojo (Moncada, 2011).
Las estimaciones de la cantidad de tierra despojada son bastante inciertas: así,
mientras que la información disponible señala que el despojo o abandono de
tierras afectó a 434.099 familias entre 1985 y 2010 (Comisión de Seguimiento a
la Política Pública sobre Desplazamiento Forzado, 2010), se calcula que el 85%
de las familias no ha presentado sus solicitudes (Forjando Futuros y Universidad
de Antioquia, 2014).
Las comunidades étnicas han resultado afectadas de manera profunda, insis-
tente y devastadora, si se tiene en cuenta la proporción del daño en función de
la cantidad de población existente: la mitad de los pobladores afro e indígena ha
enfrentado el desplazamiento y como grupos familiares han tenido en promedio
más desplazamientos que los demás del conjunto de la población desplazada del
país (Comisión de Seguimiento a las Políticas Públicas sobre el Desplazamiento
Forzado, 2009, 2009a). El desplazamiento forzado de estas comunidades pone
de relieve claramente la dimensión colectiva del daño, la pérdida y el menoscabo
de saberes y prácticas ancestrales, territorios sagrados y formas de producción y
reproducción construidas y sostenidas en la interrelación con la comunidad y el
colectivo. Estos acervos sociales y culturales se fragmentan una vez se emprende
la salida forzosa y el núcleo familiar o sus integrantes de manera individual
enfrentan la lucha por la sobrevivencia en contextos bastantes ajenos, constituyendo
daños irreparables y poco valorados al momento de la medición que precede la
atención institucional.

Las masacres, muertes atroces con rostro campesino

El 9 de enero [de 1990], los paramilitares nos acusaban de guerrilleros […], se reían y nos
gritaban: ¡llamen a los guerrilleros para que los defiendan! Sus insultos y maltratos eran
tantos que yo recuerdo que sentía humillación […]. Solo lloraba, no podía defenderme
ni defender a mi hijo que estaba entre los que se llevaron para el río (CNMH, 2013: 48).

El testimonio de las víctimas sobrevivientes de la masacre cometida por


los paramilitares en El Tigre, una inspección de policía del municipio Valle del
Guamuéz, en el Putumayo, se suma a una dolorosa historia vivida en muchos
lugares del país. Entre 1980 y 2012 se cometieron 1.982 masacres, seis de cada
diez fueron efectuadas por grupos paramilitares, dos por las guerrillas y una por
miembros de la Fuerza Pública (CNMH, 2013). Lugares como El Tigre fueron
los escenarios más comunes de las masacres, que ocurrieron principalmente
en veredas, caseríos, corregimientos e inspecciones de policía. De ahí que el
rostro de sus víctimas sea campesino. El CNMH logró establecer que 88% de

218
Desde las víctimas y los territorios rurales:
conflicto armado y diálogos en La Habana

las víctimas eran hombres y 96% adultos, «entre las 7.147 víctimas de las que se
pudo establecer su ocupación (equivalente a un 60% del universo de víctimas),
seis de cada diez eran campesinos, uno era obrero o empleado y los tres restantes
eran comerciantes y trabajadores independientes» (2013: 54).
Las masacres se extendieron por casi todo el país, pero solo en Antioquia se
han registrado quinientas noventa y ocho, es decir casi la tercera parte del total
nacional (CNMH, 2013). La región del Urabá, compuesta por once municipios,
resulta ser la más afectada en el país, pues allí tuvieron lugar ciento veinte, de
las cuales cuarenta y dos se registraron en Turbo y treinta y una en Apartadó.
¿Qué significaron las masacres en Urabá como una práctica sistemática? Cla-
ramente han constituido una estrategia para generar terror y desencadenar el
desplazamiento y abandono de la tierra. No en vano, Urabá es una de las zonas
priorizadas para la restitución colectiva de tierras en el país, en virtud de que allí
se presentó un despojo masivo de tierras en la misma época y por los mismos
victimarios, los paramilitares (Moncada, 2011). En Apartadó se reportan setecientos
cincuenta y dos predios abandonados o despojados que representan el 44,5% del
área del municipio, y en Turbo son 1.508 predios (Ibid, 2011). Estas masacres
se cometieron en una región con importantes procesos de organización sindical
agraria y otras expresiones colectivas que no tenían como referente al estado; en
ese caso, el asesinato feroz de los líderes constituyó una afrenta contra procesos
gestados en las comunidades rurales en defensa de sus vidas y formas de
producción ante la amenaza que ha representado la gran empresa agroindustrial
en la región.

Las minas antipersona: amenazas latentes sembradas en el campo

El 98% de los accidentes e incidentes con minas antipersona (MAP) y munición


sin explotar (Muse) ocurren en zonas rurales según el Daicma (2015). Instaladas por
los grupos armados en caminos, zonas boscosas y parcelas del campo colombiano,
han sembrado miedo, generado múltiples impactos físicos y psicológicos en sus
víctimas e imposibilitado la movilización de las comunidades por sus territorios
con barreras que los han vuelto peligrosos, prohibidos y vacíos, alterando
profundamente el vínculo, el disfrute y el uso de estos lugares. Las víctimas
han muerto o cuando menos enfrentan la pérdida de una parte de su cuerpo, lo
que ha cambiado abruptamente sus vidas; entretanto, la existencia de minas se
constituye en un riesgo latente para quienes transitan en medio de la zozobra por
un lugar que hace parte de su cotidianidad.
«Yo siento miedo en La Honda, por allá está minado todo eso y quién sabe
a cuántos más mataron por ahí», decía Brayan de catorce años en relación con
un lugar que también otros de sus amigos asocian con el miedo y la tristeza en
la vereda San Miguel, municipio de La Unión, Antioquia (Jaramillo, 2014). En

219
Dime qué paz quieres y te diré qué campo cosechas.
Reflexiones sobre lo rural en los diálogos de La Habana.

medio de la guerra en que han crecido, los niños, las niñas y jóvenes del campo
han sido profundamente afectados por las minas antipersona y munición sin
explotar utilizadas como estrategia militar: 30% de las víctimas de minas son
menores de 18 años (Daicma, 2015) y Colombia es uno de los países del mundo
con más menores víctimas. Las minas han impuesto restricciones para la circula-
ción por el campo, el juego, la exploración y el disfrute de algunos lugares de la
vereda, precisamente ese territorio donde se construyen referentes de confianza
y seguridad.
Las minas han sido empleadas principalmente por las guerrillas y su uso se
profundizó como táctica militar ante el fortalecimiento de la capacidad del estado;
por eso, aun cuando los demás indicadores de violencia disminuyeran, este tuvo
un comportamiento contrario (CNMH, 2013). Los cinco municipios más críticos
son Vistahermosa (Meta), con trescientas sesenta y dos víctimas, Tame (Arauca),
con trescientas treinta y tres, San Vicente del Caguán y Montañita (Caquetá),
con doscientas cincuenta y seis y doscientas cuarenta y cuatro, respectivamente,
e Ituango (Antioquia), donde el número de personas afectadas es de doscientas
treinta y una (Daicma, 2015); todos municipios con un índice de ruralidad alto10.
El asunto de las minas antipersona es uno de los más discutidos en el
marco de los diálogos de La Habana, tanto así que se designó una comisión de
las Farc-EP que contribuirá al desminado que ya realizan la fuerza pública y
la cooperación internacional con participación de civiles. Aunque ya hay munici-
pios declarados como «libres de minas», condición indispensable para el retorno
de las familias desplazadas, se siguen instalando, peor aún, afectando menores de
edad; a agosto de 2015 había setenta y tres nuevas víctimas, veinte de ellas civiles,
40% menores de edad (Daicma, 2015).

Las filas reclutan la esperanza del campo

Es muy horrible que los nukak estén por ahí, que a los niños nukak se los estén
llevando ellos. A mí no me parece bien. Me parece muy horrible eso. Quiero que
los jóvenes nukak estén con los papás, con la cultura, que no busquen armas para
manejar. Eso no sirve11.

10  Todos los municipios tienen índices de ruralidad (IR) entre 50,1-75. Recordemos que el IR fue
propuesto por el PNUD (2011) en el Informe nacional de desarrollo humano. Colombia rural razones
para la esperanza y plantea una comprensión de la ruralidad que supera la división cabecera-resto en
donde la unidad de medida de la ruralidad no es el tamaño de la aglomeración sino el municipio. En la
medida en que el puntaje se acerca a 100 aumenta la ruralidad, y se consideran municipios más rurales los
que presentan un índice de ruralidad por encima de 40.
Cf. «Las Farc incrementan el reclutamiento de niños indígenas». Vanguardia.com. 6 de abril de 2013.
http://www.vanguardia.com/actualidad/colombia/202948-las-farc-incrementan-el-reclutamiento-de-
ninos-indigenas

11  Cf. «Las Farc incrementan el reclutamiento de niños indígenas». Vanguardia.com. 6 de abril de 2013.

220
Desde las víctimas y los territorios rurales:
conflicto armado y diálogos en La Habana

Este es el testimonio de una mujer nukak, uno de los pueblos indígenas en


mayor riesgo de desaparición en el país. «El 69% de los reclutados son menores
de quince años» (Springer, 2012: 23) y cada vez son reclutados más chicos, en
promedio a los doce años, pero el fenómeno se da desde los ocho. Un poco
más de la mitad son varones, aun cuando el reclutamiento de niñas crece rápi-
damente, llegando a 43%. Los niños y niñas indígenas son reclutados con una
proporcionalidad nueve veces más alta a su peso en la composición étnica
nacional. Todos provienen de familias muy pobres con severas restricciones en
el consumo de alimentos (57%) y han cambiado de municipio de habitación en
4,5 oportunidades en promedio, por la violencia y por presiones económicas
y sociales, lo cual supone una migración forzada cada tres años. Además, han
estado expuestos a diversas afectaciones de la guerra. Pese a las inconsistencias
y subregistro de las estadísticas, se calcula que hoy en día cuatro de cada diez
combatientes de las Farc son niños o adolescentes y que en el caso del ELN la
proporción puede ser mayor (Springer, 2012).
En el marco de la conmemoración del Día mundial contra el reclutamien-
to de menores, 12 de febrero, las Farc-EP anunció desde La Habana que para
dar nuevos pasos y tomar medidas que alejen a los jóvenes de la confrontación
militar, de allí en adelante no incorporarían menores de diecisiete años a las filas
guerrilleras, modificando los estatutos que permitían el ingreso desde los quince
años. «Es un hecho notorio que no es posible mantener en reclutamiento forzoso
a ningún guerrillero, y además existe la figura de la separación de la organización en
aquellos casos en que por razones de orden físico, psicológico o disciplinario, no
sea pertinente o conveniente la presencia de determinada persona en las filas»,
dicen las Farc12.
Las Farc niega haber reclutado forzosamente; «en medio de la confrontación,
algunos menores han encontrado refugio en nuestros campamentos, (…)
Queremos dar nuevos pasos y tomar medidas eficaces que coadyuven a que cada
vez sean menos las generaciones y jóvenes involucrados en una confrontación
militar». Este pronunciamiento se considera un avance en las discusiones del ciclo
32 de negociación, si bien generó cuestionamiento por no haber definido de una
vez la edad de dieciocho años para el reclutamiento. Sin embargo, el reclutamiento
forzado «no puede calificarse como un acto voluntario. Aún en los casos en que se
ve facilitado por la vulnerabilidad social y económica de los afectados, de ninguna
manera tendría lugar sin la existencia de un conflicto armado» (Springer, 2012: 10).

http://www.vanguardia.com/actualidad/colombia/202948-las-farc-incrementan-el-reclutamiento-de-
ninos-indigenas

12  Cf. «Farc anuncia que no incorporará a menores de 17 años a sus filas» Vanguardia.com. 12 de
febrero de 2015. http://www.vanguardia.com/colombia/298967-farc-anuncia-que-no-incorporara-a-
menores-de-17-anos-a-sus-filas

221
Dime qué paz quieres y te diré qué campo cosechas.
Reflexiones sobre lo rural en los diálogos de La Habana.

La guerra sobre el cuerpo y la dignidad de las mujeres

En el marco del conflicto armado, la violencia sexual es el daño más silenciado


y negado de todos y las mujeres son sus principales víctimas. Estas expresiones
de la guerra se han considerado como un crimen inferior, marginal y eventual
cuya visibilización tiene que sobrepasar las barreras de la vergüenza y el dolor
más íntimo de las mujeres que lo vivieron; por ello, la mayoría no denuncia los
hechos y el silencio, paradójicamente, termina reforzando la desestimación de
este daño. Lejos de ser un fenómeno aislado, el CNMH (2013) señala cómo la
violencia sexual ha sido producto del cálculo estratégico de los actores armados,
resultando una práctica ampliamente extendida y sistemática cuyos responsables
son de manera prevalente los paramilitares, seguidos de las guerrillas y el ejército.
Las víctimas de la violencia sexual tienen rostros definidos en términos del
género, la edad, la identidad étnica, el lugar de origen e incluso la afectación sufrida
en el conflicto armado. A partir de la experiencia de más de mil mujeres en el
país, el informe «La verdad de las mujeres» señala que ser una mujer joven y
afrodescendiente aumenta las posibilidades de sufrir violencia sexual en el marco de
la guerra; esta se suma en la mayoría de las veces a otros daños, como el desplaza-
miento forzado que estuvo presente en tres de cuatro casos, «el desplazamiento
se da precisamente por eso, para evitar una amenaza de violación o para huir de
los violadores que ya la consumaron» (Ruta Pacífica de las Mujeres, 2013: 47).
La violencia sexual es una marca presente en las vidas y cuerpos de las mujeres,
precisamente las mayores sobrevivientes de la guerra que, con profundos daños
a su dignidad, enfrentan la recomposición de sus vidas y la de sus hogares;
recordemos que ellas representan la mayoría dentro de la población desplazada
y cumplen un papel central en el restablecimiento de las condiciones mínimas de
vida para sus hogares tras el desplazamiento. La denuncia de estos hechos y la
lucha por un reconocimiento que en medio de la guerra desnaturalice la violen-
cia socialmente aceptada sobre los cuerpos de las mujeres, ha sido el resultado
del trabajo de organizaciones y colectivos de mujeres que a diferencia de otros
grupos de víctimas han logrado una importante incidencia. Así fue como se
conformó una subcomisión de género en la mesa de La Habana13, que ha venido
participando de forma articulada al desarrollo mismo de las negociaciones, en
especial en las discusiones sobre víctimas y que pretende, por primera vez, incluir
este enfoque en los acuerdos, atendiendo además a la importante presencia de las
mujeres en las filas de la guerrilla.

13  Cf. «La subcomisión de género de la mesa de negociaciones de La Habana: avances y expectativas».
http://www.pazconmujeres.org/pg.php?pa=3&id=241b42f0085dbcfaea1d7ae016141d97&t=La%20
Subcomisi%F3n%20de%20G%E9nero%20de%20la%20Mesa%20de%20Negociaciones%20de%20
la%20Habana:%20Avances%20y%20expectativas

222
Desde las víctimas y los territorios rurales:
conflicto armado y diálogos en La Habana

Víctimas, ¿actores protagónicos de los diálogos de La Habana?

Inicialmente se hizo un acto simbólico. Las doce víctimas que asistimos les entregamos
flores a ambas delegaciones: al gobierno y a la guerrilla. Luego intervino el gobierno
en cabeza de Humberto de la Calle, después las Farc en cabeza de Iván Márquez, y
luego intervinieron las víctimas. A cada una se nos dio entre quince y veinte minutos.
Después, al final, hubo un proceso de integración de todos, que fue la siembra del
árbol de la vida, la esperanza y la paz. Esta fue la delegación de cierre, para completar
sesenta personas en total, que quedamos conformados como un comité nacional
de víctimas, con una gran diversidad porque en esta última delegación hubo dos
militares14.

Los diálogos en La Habana se han realizado en medio de una gran confiden-


cialidad. Han sido pocos y escogidos los expertos invitados; pero, en general, se
percibe un gran hermetismo, necesario e importante, frente a las discusiones que
allí se dan. Luego de un tiempo inicial en el cual muchos sectores reclamaron
por la desinformación que se estaba produciendo y los efectos negativos de este
silencio, finalmente los detalles de los acuerdos se circularon abiertamente.
El quinto punto, el de las víctimas, constituyó una importante ruptura de ese
hermetismo y, de alguna manera, le puso pueblo, personas concretas, gente de a pie a
ese espacio. La presencia de un grupo de solo sesenta víctimas en cinco grupos en el
desarrollo de los diálogos ha generado reacciones diversas. Algunas señalan el poco
alcance de su presencia, cuestionan la representatividad de la delegación, y otras han
destacado como «histórico» el valor de un espacio de interlocución entre quienes
han sufrido más directamente los impactos de la guerra con las Farc-EP y el estado.
Incluir a las víctimas como uno de los grandes cinco ejes de la mesa de dis-
cusión es ya relevante, sin duda. Tiene en principio un profundo sentido político
que, sin embargo, puede ser usado de manera instrumental por los réditos que
ello implica. Pese a estos riesgos, y dado que históricamente es la primera vez que
se incluyen, es necesario reconocer su importancia.
Ahora bien, es apenas obvio que la presencia de un pequeño grupo de víctimas
no alcanza a representar la diversidad y amplitud del movimiento de víctimas
y tampoco pretende resolver todas sus demandas y expectativas. El cuidadoso
ajedrez que jugaron la Universidad Nacional de Colombia, la Organización de las
Naciones Unidas (ONU) y la iglesia católica para tener en cuenta daños, regiones,
género, etnia y responsables, implicó una serie de valoraciones y de criterios
relevantes pese a la insatisfacción que tuvieron algunos sectores de la sociedad.

14  Cf. Agencia de Información Laboral Escuela Nacional Sindical (ENS). «Entrevista a Domingo
Tovar, quien a nombre de la CUT integró la última delegación de víctimas en La Habana». Jueves 18
de diciembre de 2014. http://www.colectivodeabogados.org/noticias/noticias-nacionales/article/
entrevista-a-domingo-tovar-quien-a

223
Dime qué paz quieres y te diré qué campo cosechas.
Reflexiones sobre lo rural en los diálogos de La Habana.

Tomado en sentido simbólico, la presencia de las sesenta víctimas constituye un


muy buen escenario en el que se hacen evidentes varias de las consideraciones
señaladas en la primera sección de este capítulo. Aquí nos interesa hacer una
lectura de las tendencias que afloran no solo con las víctimas seleccionadas, sino
con los imaginarios que se desplegaron y explicitaron en torno a estos actores.
Nos referiremos a esas tendencias en una primera parte, para luego detenernos
en las implicaciones más estratégicas que tiene este campo de discusión para los
diálogos entre gobierno y las Farc-EP.

Las víctimas en La Habana

El primer grupo participó el 18 de agosto de 2014 y el último el 16 de diciembre


del mismo año. Las sesenta víctimas correspondieron a treinta y seis mujeres y
veinticuatro hombres, lo que muestra una sensibilidad importante, no suficiente,
sobre el lugar de las mujeres como víctimas, fruto entre otras cosas del trabajo
intenso y continuo de grupos de mujeres por diagnosticar y comunicar sus reali-
dades a la sociedad. En términos de regiones fueron personas de veinticuatro de
los treinta y dos departamentos, con mayor presencia de Bogotá, Antioquia y el
Valle. En todos los grupos hubo víctimas de desplazamiento, homicidio y secuestro;
la ejecución extrajudicial por parte de Fuerza Pública, las minas antipersonas y el
reclutamiento forzado, atribuibles a las guerrillas, estuvieron menos presentes15.
Como lo expresó De la Calle: «Esta discusión no es numérica, no se trata de saber
cuántos vienen en función de los hechos victimizantes o de los actores (…). No
se trata de dividir a las víctimas, al contrario, de unir al país alrededor de ellas»16.
La discusión sobre los victimarios fue uno de los asuntos que provocaron
menos consensos. Para algunos, si se estaba negociando con las Farc-EP las
víctimas debían ser solamente de este grupo. Para otros, sin embargo, se trataba
de un reclamo mucho más amplio frente al conjunto de actores armados y a la
sociedad que ha permitido y perpetuado la guerra, una reivindicación por aquello
que se perdió y que en la mayoría de los casos no se podrá reparar. De acuerdo
con Pablo Catatumbo, «hay que ser objetivos y [debe] tenerse en cuenta, que según
estadísticas de Naciones Unidas, más del 80 por ciento de las victimizaciones
son responsabilidad del estado y sus paramilitares»17. En síntesis, a La Habana

15  Para conocer el detalle la composición del grupo se puede ver. «Víctimas en La Habana: los que
fueron y los que faltaron». Verdad Abierta. 18 de diciembre de 2014. http://www.verdadabierta.com/
procesos-de-paz/FARC/5555-victimas-en-la-habana-los-que-fueron-y-los-que-faltaron

16  Cf. «Diálogos: los doce representantes de las víctimas». Semana. 16 de agosto de 2014. http://www.
semana.com/nacion/articulo/dialogos-los-doce-representantes-de-las-victimas/399279-3

17  Cf. Jorge Enrique Botero. «Entrevista a Pablo Catatumbo: no hemos venido a La Habana a negociar
impunidades». Adital. 30 de julio de 2014. http://site.adital.com.br/site/noticia.php?lang=ES&cod=81757

224
Desde las víctimas y los territorios rurales:
conflicto armado y diálogos en La Habana

fueron veinticuatro víctimas de las Farc-EP, veintinueve de paramilitares, nueve


de la Fuerza Pública, dos del ELN, ocho de desconocidos y uno de las bandas
criminales18.
La competencia entre víctimas reflejó una serie de estigmas y tensiones que
pusieron a prueba ya no a los victimarios, sino a las mismas víctimas. Varias
de ellas recibieron críticas sobre su calidad y su relación con los victimarios, y
algunas recibieron amenazas a su regreso. Al anunciar el tercer grupo de víctimas
que irían a La Habana, los responsables de la selección señalaron que «siete de
las veinticuatro víctimas que habían viajado hasta el momento habían sido
insultadas por su participación en el proceso de paz, mientras que otras tres,
junto a dos personas de la organización, habían sido amenazadas de muerte»19.
No solo se trata del desafío que significa para las víctimas la relación con los
victimarios, sino los conflictos entre víctimas y entre estas y quienes no lo han
sido, en el marco de un proceso cultivado cotidianamente de rechazo profundo
y total frente a quienes han confrontado el statu quo.

¿Cómo fueron representados los pobladores rurales?


La representación rural del país a la mesa de negociación en La Habana estuvo
compuesta por Cuatro indígenas, cuatro afrodescendientes y tres campesinos; es
posible que otras personas tengan vínculo rural no manifiesto. Los afrodescen-
dientes corresponden a Leyner Palacios, líder de familias víctimas de la masacre
de Bojayá; Esaú Lemus Maturana, líder afrodescendiente; Wilfredo Landa
Caicedo, líder de uno de los consejos comunitarios afrodescendientes de Tumaco;
y Francia Márquez, lideresa miembro de la Autoridad Nacional Afrocolombiana,
cuya comunidad está afectada por multinacionales mineras y megaproyectos. Los
indígenas fueron Débora Barros, indígena wayuú y líder de víctimas de la masacre
Bahía Portete; Gabriel Bisbicuis, gobernador indígena del pueblo awá; Luis
Fernando Arias Arias, indígena kankuamo y consejero mayor de la Onic; y
Lisinia Collazos Yule, lideresa de los indígenas nasa víctima en la masacre de El
Naya. Y los campesinos María Zabala, fundadora del proceso Valle Encantado
en Córdoba; Germán Graciano Posso, representante legal de la Comunidad de
Paz San José de Apartadó; y Nilson Antonio Liz Marín, líder de la reparación
colectiva a los campesinos de la Anuc.

18  Cf. «Víctimas en La Habana: los que fueron y los que faltaron». Verdad Abierta. 18 de diciembre
de 2014. http://www.verdadabierta.com/procesos-de-paz/FARC/5555-victimas-en-la-habana-los-que-
fueron-y-los-que-faltaron

19  Cf. «¿Hasta dónde han llegado los aportes de las víctimas al proceso de paz?». Verdad Abierta. 5 de
enero de 2015. http://www.verdadabierta.com/procesos-de-paz/farc/5561-lo-avances-que-las-victimas-
aportaron-al-proceso-de-paz

225
Dime qué paz quieres y te diré qué campo cosechas.
Reflexiones sobre lo rural en los diálogos de La Habana.

Desconocemos si alguno de ellos asumió una condición rural de manera


expresa, pero sin duda sus historias personales y colectivas muy seguramente
reflejaron parte de las experiencias difíciles de numerosas comunidades rurales.
Tampoco el despojo de tierras y la pérdida de bienes muebles e inmuebles en
término de delito y daño tuvieron un lugar explícito en las sesenta víctimas, si
bien podría pensarse que el desplazamiento forzado recoge dicho daño. Es
evidente que la división rural-urbana no fue un criterio necesario en este proceso,
ya bastante dividido por otros aspectos. Se echa de menos, no obstante, alguna
reflexión explícita sobre el daño frente al campo y a sus pobladores que ya es de
gran importancia de manera individual, pero que mirado en su conjunto adquiere
una profunda implicación de daño colectivo.

¿Quiénes fueron los ausentes?


Amazonas, Boyacá, Caldas, Guainía, Quindío, Risaralda, San Andrés y Vichada,
no tuvieron delegado. Esta puerta que se abrió para diferentes actores afectados
ha dinamizado las demandas de diferentes sectores del país. Así, por ejemplo, la
exigencia por la presencia de las y los jóvenes ha estado presente desde mediados
de 2014. Se ha criticado que se trata de «un debate nacional que se hace entre
sexagenarios y que está dejando por fuera a la población joven»20. Los argumentos
son sin duda muy justificados. Los jóvenes son un porcentaje importante de las
víctimas y también de los victimarios en cualquiera de las filas de los ejércitos
legales e ilegales y son muchos los jóvenes que están en riesgo de ser lo uno o lo
otro, en medio de la exclusión, la marginación y empobrecimiento en las zonas
rurales y, también, en las urbanas.
Poblaciones afrodescendientes y raizales emitieron un comunicado en el que
señalan su beneplácito por el perdón que pidieron las Farc al pueblo de Bojayá
por la masacre, pese a que el hecho no tuvo cobertura mediática, y reclaman una
audiencia especial.
Queda pendiente el asunto de las reparaciones a estas y a las otras víctimas afros, las
cuales deben ser asumidas por los diferentes actores del conflicto armado (…). En
efecto, las violaciones de todo tipo y los nefastos impactos que se han presentado en
los territorios ancestrales de las comunidades negras en el marco del conflicto interno,
deben ser visibilizados y discutidos en este proceso de conversaciones, lo que evitaría
caer en la trampa del ocultamiento del etnocidio cultural y la desterritorialización
que se ha cometido contra la gente afro, ligado al racismo estructural que, a su vez,
es uno de los fundamentos de la violencia sociopolítica. Por esta razón la Comisión
de la Verdad que se conforme debe tener un enfoque diferencial étnico-racial, pero,
además, incluir representantes del pueblo negro. Eso ayudaría a que no se repitan

20  Como lo expresó Guillermo Londoño, abogado asesor para juventud en el Valle del Cauca. «Los
jóvenes no están siendo tenidos en cuenta en proceso de paz en Colombia: Asesor de juventudes». El
Pueblo. 14 de mayo de 2015. http://elpueblo.com.co/los-jovenes-no-estan-siendo-tenidos-en-cuenta-en-
proceso-de-paz-en-colombia-asesor-de-juventudes-del-valle/#ixzz3UnQAilkP

226
Desde las víctimas y los territorios rurales:
conflicto armado y diálogos en La Habana

situaciones como la de los documentos elaborados por la Comisión Histórica del


Conflicto y sus Víctimas, que no registran un solo estudio de la problemática afro en
medio de la historia del conflicto colombiano21.

Sentido y alcance del asunto de las víctimas en La Habana

Los desafíos éticos derivados de reconocer a las víctimas en un lugar central en


las conversaciones de La Habana, tienen que ver con las demandas por la verdad
y la justicia y sus implicaciones para las Farc-EP. Y en este campo las discusiones
son muy álgidas.
¿Es o no necesario un castigo como muestra del ejercicio de la justicia? Las
Farc-EP han insistido en que no pagarán ni un solo día de cárcel y los militares
también se niegan a ser incluidos en la justicia transicional. Esta fórmula,
impulsada por Fatou Bensouda, fiscal de la Corte Penal Internacional, ha sido
también propuesta por el expresidente César Gaviria. Es necesario que el país
reconozca «que la justicia transicional se debe extender a todos los protagonistas
del conflicto, a los combatientes y a los no combatientes, a las Farc y a las Fuerzas
Armadas, cada una de esas justicias debe tener sus propias características»22. Si
bien la propuesta ha generado respaldo en varios sectores de izquierda y centro,
quedan preguntas por la responsabilidad de la fuerza pública y del empresariado,
lo que facilitaría un acuerdo de impunidad ampliada.
La identificación y el juzgamiento de los máximos responsables de los críme-
nes de lesa humanidad es relativamente fácil para las Farc-EP, pero no tanto en el
caso del estado. La discusión frente a responsabilidades máximas en el marco de
una guerra que ha tejido vínculos apretados de causas y efectos escalonados en
más de medio siglo, constituye nudos históricos nada fáciles de resolver.

Incluso afectados por los paramilitares o las guerrillas, responsabilizaron al estado de


la violencia que vivieron. Una muestra de ello es Alberto Tarache, reclutado a sus trece
años por los paramilitares en Casanare y quien fue a Cuba en el cuarto grupo. Él les
dijo a los delegados que el primero que le vulneró sus derechos fue el estado porque
a sus doce años ya tenía que trabajar como mecánico23.

21  Cf. «Conversaciones para la terminación del conflicto en La Habana y la construcción de paz con la
inclusión del pueblo afrocolombiano, negro, palenquero y raizal». 4 de mayo de 2015. http://lasillallena.
lasillavacia.com/la-silla-l-der/cu-nto-dar-amos-los-afrocolombianos

22  Cf. «César Gaviria explica en detalle su propuesta de justicia transicional». La Tarde. 16 de febrero
de 2015. http://www.latarde.com/actualidad/colombia/146479-cesar-gaviria-explica-en-detalle-su-
propuesta-de-justicia-transicional

23  Cf. «¿Hasta dónde llegan los acuerdos de las víctimas en el proceso de paz?». Verdad Abierta. 5 de
enero de 2015. http://www.verdadabierta.com/procesos-de-paz/farc/5561-lo-avances-que-las-victimas-
aportaron-al-proceso-de-paz

227
Dime qué paz quieres y te diré qué campo cosechas.
Reflexiones sobre lo rural en los diálogos de La Habana.

En medio de estas complejidades, sin embargo, para las víctimas es claro que
todo aquello que se perdió en la guerra supera los alcances de las negociaciones
de La Habana. Existen muchas incertidumbres frente al asunto de las responsa-
bilidades, y la lucha por la justicia y la verdad se entrecruzan con las demandas
por la tierra, los bienes, la vivienda y la vida digna. La justicia, estrechamente
ligada a las reivindicaciones de las víctimas, ha sido de los aspectos más álgidos;
lo que allí se discute se relaciona más con las salidas legales para los actores ar-
mados y las fórmulas para funcionamiento del aparato de justicia del estado en
un escenario transicional, que con sus demandas más profundas en términos de
justicia y reparación, aquí vuelven a ocupar el último renglón. Existen grandes
brechas que las lógicas mismas de la guerra dejarán abiertas y que tendremos el
compromiso reconocer colectivamente el lugar de las víctimas y los sobrevivientes
y la responsabilidad de la sociedad que permitió tal horror.
La presencia de las víctimas en las conversaciones de La Habana sirvió de
muchas maneras para tener una voz directa en estos diálogos, para entender
entre ellos mismos las diferentes expresiones de daño y dolor. «Antes de los
viajes las víctimas no teníamos voz, ahora somos el centro pues solía ser una
discusión de ellos de por qué era necesario llegar al fin»24, expresó José Antequera,
señalando los alcances de la participación en los diálogos. «Pero ahora, que se
conoce tan detalladamente el sufrimiento de las víctimas, llegar a un acuerdo es
una cuestión de humanidad que ya no tiene vuelta de hoja»25.

Las víctimas como actores políticos y constructores


de nuevos presentes y futuros

Las organizaciones de víctimas constituyen colectivos con un potencial de orden


social y político muy importantes en los tiempos de la negociación y el posacuerdo.
En Colombia, estos espacios colectivos preceden a las diferentes experiencias
de diálogo entre el gobierno y la insurgencia. Sus formas de organización, pro-
pósitos y relación con el estado son muy diversas; mientras algunas surgen para
reclamarle directamente y sostienen su autonomía como una de sus principales
banderas, otras se enmarcan en escenarios creados por la institucionalidad y desde
allí luchan por el cumplimiento y la defensa de sus derechos.
Desplazamiento y desaparición forzada han sido dos grandes daños que han
indignado a las víctimas en la historia reciente de Colombia y alrededor de los
cuales se han gestado importantes procesos de organización para la defensa y

24 Ibíd.

25 Ibíd.

228
Desde las víctimas y los territorios rurales:
conflicto armado y diálogos en La Habana

reivindicación de los derechos humanos. Han estado liderados de manera


importante por sectores de izquierda, ya que estos grupos han sido históricamente
los más afectados por el estado, directamente o por medio de alianzas con grupos
armados, que han pasado de «los pájaros» hacia la mitad del siglo veinte, hasta los
diferentes grupos paramilitares a finales de ese siglo y comienzos del veintiuno26.
Durante los años 80 se realizan importantes acciones para visibilizar la
situación de guerra por parte de las víctimas, utilizando inicialmente la denomi-
nación de «damnificados de la guerra sucia». El acompañamiento de organismos
internacionales, la elaboración de informes y la denuncia en escenarios que
trascendieron las fronteras nacionales permitieron en ese momento, por ejemplo,
señalar la prolongada imposición del estado de sitio durante la presidencia de
Julio César Turbay (1978-1982). De esta manera se construyeron las primeras
iniciativas de orden nacional con miras al reconocimiento estatal de la existencia
del desplazamiento forzado como un impacto del conflicto armado en el país
y de la responsabilidad del estado frente a quienes sufrían el destierro, lo cual
sucedió formalmente con la ley 387 de 1997 (Osorio, 2009a).
Si bien entonces existían ya algunas organizaciones de orden regional y nacional,
a partir de dicha ley se generó la multiplicación de organizaciones de desplazados,
en particular, que en tanto sobrevivientes acuden a estrategias colectivas para
resolver sus problemas y facilitar la gestión de recursos ante el estado, institu-
ciones internacionales y ONG. Estos colectivos también desarrollan acciones
contestatarias diversas para presionar por la oportuna respuesta institucional en
la reclamación de sus justos derechos. Sobrevivir en medio de la miseria urbana
y participar en proceso organizativos es difícil. Pese a los estigmas y enormes
miserias con que deben recomenzar sus vidas, las personas que sufren el des-
plazamiento forzado se han ido constituyendo en actores políticos que buscan
afrontar colectivamente las incertidumbres, la ausencia de respuestas institucionales
y la poca solidaridad de sus conciudadanos.
Al igual que las cifras del desplazamiento, las de sus organizaciones son muy
diversas. Mientras que en 2010 la Consultoría para los Derechos Humanos y el
Desplazamiento (Codhes) identificaba quinientas cuarenta y ocho organizaciones
en todos los departamentos, Acción Social señalaba para el mismo momento
ciento cincuenta y cinco en veinticinco departamentos. Ambas fuentes registraban
un crecimiento significativo de estas organizaciones, dinámicas colectivas con
ritmos muy diversos, que difícilmente se dejan atrapar en las estadísticas. Su
mayor visibilidad se ha dado en las ciudades y municipios más centrales de cada
departamento, tendencia explicable no solo porque estos escenarios urbanos son

26  Son diversos los estudios al respecto. Ver, por ejemplo, Darío Betancourt. 1998. Mediadores,
rebuscadores, traquetos y narcos. Ediciones Antropos. Bogotá; Carlos Medina Gallego y Mireya Téllez. 1994.
La violencia parainstitucional, paramilitar y parapolicial en Colombia. Rodríguez Quito Editores. Bogotá.

229
Dime qué paz quieres y te diré qué campo cosechas.
Reflexiones sobre lo rural en los diálogos de La Habana.

adonde llega la mayor parte de la población desplazada, sino también porque


allí se concentran en gran parte las instancias de atención gubernamentales y
privadas.
La Asociación de Familiares de Detenidos Desaparecidos (Asfaddes)27, que
surge en 1983, es otra expresión colectiva que lucha ante la desaparición forzada,
como una modalidad adoptada por el estado desde finales de la década de los
setenta en contra de opositores y militantes de izquierda, y que en los años
noventa se convertiría en una práctica extendida y utilizada por todos los grupos
armados. Esta organización, con presencia en diferentes regiones del país lucha
por encontrar a los detenidos-desaparecidos, exige al estado justicia, reparación
integral y reconstrucción de la memoria histórica. De manera más reciente, el
Movimiento Nacional de Víctimas de Crímenes de Estado, (Movice)28, que da
cuenta de una búsqueda colectiva que se remonta a los años setenta y confronta
una realidad negada y justificada de manera sistemática como parte de los costos
y riesgos básicos de la guerra. Situar al estado como adversario se convierte en
una lucha muy desigual, dado que los procedimientos judiciales y administrativos
se tramitan dentro de las mismas instancias de poder institucional que se denuncia.
Otra iniciativa que surge desde las nuevas generaciones que han experimentado
la orfandad forzada es Hijos e Hijas por la identidad y la justicia y contra el
Silencio y el Olvido29, que como en otros países de América latina da cuenta de
las continuidades generacionales de la guerra y la potencialidad para reivindicar
no solo la memoria y la dignidad de sus familiares, sino el impacto de esos hechos
en la sociedad en general.
El abanico de experiencias no se cierra aquí. Desde espacios rurales y en
medio de la guerra han surgido en diferentes lugares del país comunidades de
paz que buscan posicionar de manera colectiva la neutralidad y autonomía de
frente a todos los actores armados para garantizar la seguridad, permanencia
y continuidad del retorno a sus lugares de origen. Existen en el país alrededor
de cincuenta comunidades de paz, entre las que se encuentran San José de
Apartadó, Cacarica I y II, San Francisco, la Nueva Chocó, Natividad de María,
Cuenca del Río Jiguamiandó y Nuestra Señora del Carmen, localizadas en el Urabá
antioqueño y chocoano (Anrup y Español, 2011). Estas constituyen una clara
muestra de resistencia y autonomía territorial, cuyas apuestas se oponen a las
que pretenden instaurar tanto los actores armados ilegales como el estado. Pese a

27  Cf. http://www.asfaddes.org/

28  Cf. http://www.movimientodevictimas.org/versionantigua/#

29  Cf. http://www.hijosbogota.org/


«Nace en Colombia hijos e hijas por la memoria y contra la impunidad». 1 de marzo de 2006. http://www.
colectivodeabogados.org/noticias/noticias-nacionales/NACE-EN-COLOMBIA-HIJAS-E-HIJOS-POR

230
Desde las víctimas y los territorios rurales:
conflicto armado y diálogos en La Habana

que estas experiencias han cobrado muchas vidas, la resistencia que se construye
colectivamente desde las comunidades de paz subvierte la imagen del campesino
lapidado por el poder destructor de las armas debiendo para ello construir un
orden político y social interno que los potencia como actores políticos que
defienden su territorio y su digno lugar en la sociedad (Uribe, 2004).
Los procesos colectivos no son estáticos. Así, experiencias grupales creadas
desde arriba o «por mandato» tienen giros particulares y pueden aprovechar los
intersticios que se abren desde el mismo estado, pese a que desde allí mismo se les
otorga un carácter muy funcional. En esta modalidad son precursoras las mesas
de fortalecimiento de la población en situación de desplazamiento, establecidas
por el decreto 250 de 2004 en municipios, departamentos y nacionalmente como
una forma organizativa para articular el trabajo y participación en los planes de
desarrollo y el ejercicio de veedurías a la política pública. En algunos de esos
espacios se tejen relaciones proactivas, como es el caso de la Mesa en Medellín,
que luego de varias acciones de hecho como invasiones y tomas de lugares pú-
blicos de la ciudad, respondidas con agresiones de la fuerza pública y amenazas
de grupos armados ilegales, tuvo un proceso de fortalecimiento que permitió el
surgimiento del Movimiento Social de Desplazados (Mosda), que ensayó a la vez
acciones pacíficas junto con acciones directas (Granada, 2008).
Otro caso es el oriente antioqueño, en donde el acompañamiento de diversas
instituciones fue el puntapié para que organizaciones de víctimas integradas por
personas que sufrieron hechos diversos y que incluyen en algunos municipios
organizaciones de desplazados completen cerca de diez años luchando por un
«no más, ni una (víctima) más, nunca más: otro Oriente es posible». En sus vein-
titrés municipios, los procesos de acompañamiento psicosocial y la construcción
de memorias han permitido la puesta en común del dolor, la legitimación de las
experiencias de las víctimas en la reconstrucción de la historia descomponiendo
los discursos que justifican la violencia y culpan a la víctima de su situación
(Jaramillo, 2014). Las memorias en esta región buscan espacios en la agenda
social y política en medio de encuentros y disputas con el poder de los victima-
rios, la indiferencia de los gobiernos locales y el desconocimiento del conjunto
de la sociedad. Sus trayectorias dan cuenta de la potencialidad que ha tenido y
tiene la memoria colectiva en la construcción de espacios de reconocimiento de
las víctimas y en la de presentes y futuros que garanticen la justicia, la reparación
y la garantía de no repetición.
De manera más reciente, la ley 1448 recoge las modalidades de participación
que ya existían y establece la creación de comités territoriales de justicia
transicional como escenarios donde confluyen tanto las víctimas como los
representantes del estado en pro de la atención, asistencia y reparación integral.
Aunque estos espacios pueden quedar reducidos a la formalidad, la experiencia
ya existente en términos de participación e incidencia política de las víctimas y

231
Dime qué paz quieres y te diré qué campo cosechas.
Reflexiones sobre lo rural en los diálogos de La Habana.

sus organizaciones es, en muchos casos, fuente de activación y exigencia para que
estos escenarios operen real y oportunamente.
Gracias a la persistencia, voz y acción corajuda de las víctimas ha sido posible
avanzar en la exigencia de mecanismos legales y jurídicos que reconozcan su
condición. Sin embargo, una ley de víctimas es casi nada e incluso puede operar
de manera perversa creando la apariencia de respuestas que nunca se concretan.
Desde varias orillas, las víctimas y los discursos en relación con ellas se van
configurando como un capital político potencialmente manipulable para ganar
legitimidad y confianza. No es fácil generar movimientos nacionales y procesos
colectivos fuertes en medio de la guerra, porque esta expande sus fronteras y
su dinámica polarizada amigo-enemigo a los sobrevivientes. Pese a ello, siguen
surgiendo nuevos procesos en forma de redes regionales y nacionales y se
fortalecen iniciativas que han contribuido a la construcción de un tránsito que
rompe la idea de la víctima pasiva y silenciada, al actor social y político que, a
partir de su condición, denuncia, reclama sus derechos, pone su voz a circular y
construye un lugar en la sociedad.

Las víctimas, un desafío central frente a un eventual posacuerdo

En el marco de los diálogos en La Habana han sido dos los acuerdos concretos
que responden directamente a evitar o reducir las víctimas por parte de las Farc-EP:
uno, el desminado; dos, el cese del reclutamiento de menores de diecisiete años.
Y un acuerdo de las dos partes que es la conformación de la Comisión para el
Esclarecimiento de la Verdad, la Convivencia y la no Repetición, acordada a
principios de junio de 2015. Fuera de estos tres aspectos particulares conocidos
por la opinión pública, los diálogos han estado marcados por perspectivas de
orden estratégico y general, necesarias por supuesto. En ese universo que se
abstrae de situaciones, rostros e historias concretas y particulares, irrumpen las
víctimas con sus duelos y dolores específicos que le confieren no solo otro tono
a los diálogos y a los acuerdos, sino que los interpela profundamente, frente a la
dureza y la estupidez de la guerra, para mostrar que todos los daños producidos
son irrecuperables. Sin embargo, muy posiblemente, la potencialidad de ese
encuentro con las víctimas va a reflejarse muy poco en las decisiones acordadas
y en sus alcances.
Junto con las necesarias reparaciones materiales y más allá de estas, las vícti-
mas reclaman una sociedad incluyente. Las palabras de Leiner Palacios, líder afro
de Bojayá que viajó a La Habana, son muy dicientes en términos de lo que las
víctimas esperan de las Farc.

Que se comprometan a no seguir generando más víctimas. Que se comprometan con


el país a que no seguirán sus actividades delincuenciales. Si veo una actitud positiva en
ellos, de mi parte no habrá rencor ni odio. Las víctimas queremos reconciliarnos. Y que

232
Desde las víctimas y los territorios rurales:
conflicto armado y diálogos en La Habana

el estado recuerde su obligación de garantizar y proteger los derechos de la población


de zonas como Bojayá y el Chocó, donde seguimos marginados en educación, salud,
vivienda30.

Un posacuerdo exitoso nos plantea un gran desafío como sociedad. Por


lo menos tres generaciones hemos sido socializadas en medio de un ambiente
generalizado de guerra y de ejercicio de la violencia para eliminar a quien disiente,
en medio de la construcción bipolar de enemistad a la que casi que hemos sido
obligados a optar desde la independencia de la corona española. Nuestra cultura
política ha estado plagada de enseñanzas explícitas y tácitas sobre la legitimidad
que se tiene para eliminar o agredir a ese otro, en busca de configurar una sociedad
de los buenos, de los que sí merecen vivir. Recordamos con espanto cómo
espacios de profundo poder como el púlpito católico, en tiempos de la violencia
bipartidista, por ejemplo, ordenaron la eliminación de los «demonios» y bendijeron
unos ejércitos. Más recientemente, han sido evidentes acuerdos entre empresarios,
políticos y ciudadanos con grupos armados ilegales, para resolver sus intereses
frente a la tierra, eliminar a un contendor político con posibilidades de ganar o,
simplemente, para resolver un conflicto de linderos o «sacarse el clavo» por algún
desacuerdo. Nos sobrecoge recordar la sangre fría con que algunos batallones
del ejército decidieron matar a miles de ciudadanos, muchos de ellos rurales,
presentados luego como guerrilleros muertos en combate, para ganar méritos
diversos en el desarrollo de su carrera militar, premiados por su eficiencia31.
En síntesis, los variados dispositivos de control que se han construido desde
el conflicto armado con todas las violencias que ha potenciado, durante más de
medio siglo, las lógicas y estructuras de poder que se han configurado en los
diversos escenarios y escalas de la vida social, han modificado sustancial pero
imperceptiblemente nuestro actuar, nuestras prácticas políticas. En el marco de
un orden contrainsurgente, hemos internalizado el miedo y tenemos aprendizajes
del castigo (Garavito, citado por Franco, 2009) en una confluencia extensa,
compleja y contradictoria.

Con una consecuencia paradójica: las diversas formas de opresión que de allí se
desprenden y acentúan aportan nuevos motivos de justicia para justificar la decisión
trágica de la rebelión; pero, al mismo tiempo, hacen impracticable un proyecto rebelde
en el corto y mediano plazo, y dificultan los esfuerzos colectivos de coordinación,
resistencia y oposición con fines de integración (Franco, 2009: 546).

30  Laura Marcela Hincapié. «Las víctimas estamos dispuestas a perdonar»: Leiner Palacios, líder de
Bojayá que viajó a La Habana. El país.com.co. 17 de agosto de 2014 http://www.elpais.com.co/elpais/
judicial/noticias/victimas-estamos-dispuestas-perdonar-leiner-palacios

31  Son muchos los relatos. Cf., por ejemplo, «El batallón de la muerte». Semana. 1727: 42-43. 7 a 14 de
junio de 2015.

233
Dime qué paz quieres y te diré qué campo cosechas.
Reflexiones sobre lo rural en los diálogos de La Habana.

Con ese acumulado histórico, la pedagogía del reencuentro será una tarea
lenta, irregular e incierta. Deberá tener la estrategia de emplear todos los medios
de influencia posible, de manera cotidiana, tal como lo ha sido el montaje de la
guerra misma y de la construcción de los enemigos, del manejo de las diferencias,
de la mirada a quien disiente y a quien desobedece. Requiere ensanchar y profun-
dizar la democracia para mostrar que la insubordinación y el cuestionamiento al
sistema son absolutamente necesarios, que la sociedad requiere de los muchos
conflictos para poder mejorar y que su manejo es parte importante de los
reaprendizajes políticos, que deben empezar ahora, desde la primera infancia,
con o sin éxito en los acuerdos de La Habana.
Las víctimas, en sus múltiples voces y reclamos nos confrontan como
sociedad por la indiferencia, que ha sido su principal compañía ¿No sabíamos
o no queríamos ni queremos saber, como lo señalara Levi para el caso alemán?
(2011)32. Esa indiferencia ha permitido y sigue dejando que las cosas pasen frente
a nosotros sin que hagamos nada concreto por evitarlo. Siempre la indiferencia
«beneficia al agresor, nunca a su víctima, cuyo dolor se magnifica cuando él o ella
se siente olvidado (…). No solo es un pecado, es un castigo» (Wiesel, 2014: 301).
La respuesta y el trato que el país en su conjunto dé a las víctimas de esta
guerra será el rasero que permitirá dar cuenta de la sociedad que somos y que
podemos ser. Será la evidencia de la forma en que estamos acordando el cierre
entre actores armados. Del lugar real que tengan las víctimas en vida nacional de-
penderán los nuevos ciclos de guerras y violencias; es bueno mirar a Centroamé-
rica como un espejo que nos señala que cerrar conflictos armados sin ampliar
espacios de democracia económica perpetúa ciclos de violencia y profundiza las
desigualdades que ya existían, escenario donde las víctimas resultar ser de nuevo
las principales afectadas33.
Sin que se haya hecho un poco de justicia con las muchas víctimas de la guerra
y mientras esta le sigue siendo útil a diversos intereses, las promesas del progreso
«tan volcadas hacia la promesa de felicidad de futuras generaciones o de buena
parte de la humanidad presente, (…) no pueden ver los cadáveres o escombros
que cimentan la marcha triunfal de la historia» (Reyes Mate, 2006: 51).
Urge resignificar socialmente la noción de víctima y actuar para darle el lugar
que le corresponde en la historia del país, especialmente a los pobladores rurales

32  Refiriéndose a lo sucedido con los campos de concentración de judíos. «Pese a las varias posibilidades
de informarse, la mayor parte de los alemanes no sabía porque no quería saber».

33  Cf. «El Salvador y Guatemala: espejos para Colombia (I)». Verdad Abierta. 10 de enero de 2015.
http://www.verdadabierta.com/procesos-de-paz/farc/5565-procesos-de-paz-en-centroamerica-el-
salvador
«El Salvador y Guatemala: espejos para Colombia (II). Verdad Abierta. 11 de enero de 2015. http://
www.verdadabierta.com/procesos-de-paz/farc/5566-las-lecciones-del-proceso-de-paz-de-guatemala-
para-colombia

234
Desde las víctimas y los territorios rurales:
conflicto armado y diálogos en La Habana

que han vivido las peores expresiones de la guerra. Las víctimas, en tanto actores
sociales y políticos, se constituyen en la memoria viviente de un tiempo de horror
que persiste. «Reclaman re-conocimiento, es decir, ser significativas a la hora de
comprender nuestra realidad» (Reyes Mate, 2006: 56); exigen que reconozcamos
la actualidad de las injusticias causadas a ellas. Están ahí, con silencios y con
gritos, siempre con lágrimas y memorias, exigiendo a victimarios, al estado y a
la sociedad, por si hubiera suficientes y claras líneas fronterizas para señalarlos
de manera diferenciada, que sus demandas de verdad, de justicia y reparación
se hagan realidad con urgencia. Exigen, además, que por lo menos se les trate
con respeto y dignidad. Aunque ya es bastante, no todo se agota en el nivel
individual. Es esencial el reconocimiento de la dimensión colectiva del daño, sin
duda bastante compleja y mucho menos conocida. Se requiere de creatividad
y compromiso para poner en marcha procesos de reparación colectiva que
respondan de la mejor manera a la pérdida de saberes y patrimonios sociales,
políticos y colectivos, garantizar la no repetición de estos hechos y, sobre todo,
reconocer sus aportes de frente a los retos que el posacuerdo supone.
Al margen de la reparación necesaria de las víctimas, individual y colectiva,
es necesario pensar y construir un lugar digno para el campo y sus pobladores,
que compense los daños masivos ocasionados históricamente y por acción de
la guerra, resituando su papel en la vida nacional en términos económicos,
políticos, socioculturales y ambientales. Se trata no solo de superar las margina-
lidades y desvaloraciones seculares, sino de proyectar y reconocer su potencial,
sin pretender transformarlo a la imagen de modelos urbanos e industriales, que
han mostrado sus muchos límites. Eso supone que no sean otros, los citadinos,
funcionarios, empresarios, quienes decidan por los pobladores rurales, sino que
se reconozca su capacidad sociopolítica y alcance de sus propuestas. El día que
tales propósitos se hagan realidad, la consigna «Todos somos agrodescendientes»
no debería ser un reclamo de dignidad hecho desde el campo y algunos sectores,
sino la afirmación del reconocimiento y valoración que el país en su conjunto
tiene por el campo, sus pobladores campesinos, afro e indígenas, lo cual es cada
vez más imperioso.

235
Reflexiones finales y conclusiones

Como de cualquier camino que se anda con el corazón puesto en la razón,


de este que hemos recorrido por diversos tópicos de la relación entre las
conversaciones de paz entre el gobierno nacional y las Farc-EP (Fuerzas
Armadas Revolucionarias de Colombia-Ejército del Pueblo) y el desarrollo rural,
surgen reflexiones esperanzadas pero no por ello desprovistas de sentido crítico
y mesura. Es por ello que este libro, resultado de una reflexión colectiva escrita a
varias manos, reconoce el valor del proceso de negociación en curso para acor-
dar la terminación del conflicto armado interno, porque tiene un gran potencial
para disminuir ostensiblemente las muertes violentas, así como los crímenes por
motivos políticos, las desapariciones forzadas y las ejecuciones extrajudiciales.
Además, porque permitirá contar con mejores condiciones para la reparación a
las víctimas de los enormes daños que les han causado los actores enfrentados
a millones de personas y miles de ecosistemas, organizaciones y tejidos sociales,
hará posible el reconocimiento de los sujetos secularmente excluidos y permitirá
la deconstrucción de valores y estructuras sociales, políticas y económicas
violentas y, en general, nos colocará en la ruta de la construcción de la justicia
social como base de la paz.
Sin embargo, además de poner en antecedentes y contexto aspectos de especial
importancia para el campo colombiano vistos a través del lente del proceso de
negociación y de los acuerdos, principalmente nos ocupamos de llamar la
atención acerca de los vacíos, riesgos y desafíos que surgen ante la posibilidad de
que estos acuerdos sean plenos una vez todo esté acordado y nos enfrentemos
a su implementación.
A la heterogeneidad de las miradas y perspectivas de los análisis se suman los
llamados de atención, que son «advertencias» transversales a dichos análisis, y
que versan sobre los alcances de la participación política para la implementación
de los acuerdos, el modelo de desarrollo y su relación con la paz, las políticas
públicas en el posacuerdo, el ordenamiento ambiental y las territorialidades agrarias,
y, por último, sobre los movimientos sociales agrarios y las víctimas como sujetos
clave en la construcción de la paz.
El propósito de tales advertencias es llamar la atención de los interesados y
comprometidos con los asuntos rurales, ojalá para incidir en una interpretación,

239
Dime qué paz quieres y te diré qué campo cosechas.
Reflexiones sobre lo rural en los diálogos de La Habana.

orientación y aplicación eficaz y efectiva de los acuerdos en aras de propugnar


por su ajuste y ampliación, mediante la acción política y la movilización social.
Así, el texto final del libro recoge las advertencias enunciadas, propone la que
consideramos debe ser la perspectiva de la paz con justicia social que reclaman am-
plios sectores de la sociedad, particularmente los movimientos sociales rurales, y
cierra con una reflexión acerca de algunos de los retos culturales que enfrentará
la sociedad colombiana durante el proceso de construcción de la paz.

La participación política pactada,


¿alcanza para la implementación de los acuerdos?

Uno de los resultados más esperados de los acuerdos entre el estado colombiano
y las Farc-EP por sectores críticos del actual régimen político es una apertura
democrática que modifique este régimen hacia las verdaderas posibilidades reales de
que diversas fuerzas políticas participen en la política en general y en la contienda
electoral en particular, sin las constricciones de la violencia contra la oposición y
los vicios actuales del sistema electoral.
El genocidio contra la Unión Patriótica (UP) y muchas otras expresiones de
violencia política en contra de sectores de la oposición política y social como los
sindicalistas, campesinos, indígenas, afrodescendientes, defensores de derechos
humanos y autoridades comunitarias, así como las nefastas prácticas clientelistas
como transacción de votos por almuerzos, tejas o dinero en las comunidades
más empobrecidas, son íconos reales que deben erradicarse del escenario político
nacional y regional, porque son otro factor más de amenaza a las perspectivas de
una apertura democrática hacia la participación, no solo de las Farc, sino de otras
fuerzas políticas alternativas.
El acuerdo alcanzado sobre participación política supone una contribución
a esta apertura democrática. Sin embargo, surge la preocupación por las verdaderas
capacidades de las Farc y de las fuerzas políticas alternativas existentes y las que
surjan como producto de su ingreso y el del ELN a la vida civil, de hacerlos
cumplir y de construir un proceso de unidad que les permita abrirse espacio
y avanzar en la transformación de una cultura política y electoral basada en el
clientelismo.
En particular, surge el interrogante sobre si los representantes al Congreso
elegidos por la circunscripción especial acordada en el punto 2 de la agenda
sobre participación política, podrán incidir efectivamente en la generación de los
cambios políticos y jurídicos que demanda tal apertura democrática, en medio
de un Congreso tomado por maquinarias electorales clientelistas, la corrupción
y el persistente poder paramilitar. Cabe preguntarse entonces si esta circunscrip-
ción electoral es suficiente para incidir efectivamente en la transformación de la

240
Reflexiones finales y conclusiones

estructura agraria del país y, en general, en el modelo de desarrollo rural, o por


lo menos lograr que se cumpla el acuerdo «Hacia un nuevo campo colombiano:
reforma rural integral».
Es evidente que la apertura democrática a la que nos referimos pasa no solo
por las modificaciones al marco jurídico actual, sino principalmente por un
cambio drástico en la cultura política del país así como en las prácticas electorales.
Un cambio en el que deberán incidir protagónica y contundentemente las fuerzas
sociales y políticas interesadas en el mismo, ya que las dominantes no lo están y,
por el contrario, lucharán por mantener las condiciones establecidas, para lo cual
disponen de un enorme acumulado social, económico, político y cultural.
El reto de la política es uno de los mayores retos para las Farc-EP y el ELN, si
las negociaciones entre el gobierno y la insurgencia culminan exitosamente, pues
supone hacer política en la legalidad, luchando por las transformaciones histó-
ricas que no pudieron conseguir por medio de la vía armada. Por ello, cabe pre-
guntarse si las guerrillas, una vez integradas a la vida civil, tendrán la capacidad de
generar procesos de unidad entre sí y con las fuerzas políticas de izquierda, pese a
la larga historia de divisiones. Además, si tendrán la de capitalizar y transformar
hacia la participación política los apoyos sociales con que cuentan en los territo-
rios de su influencia, de comprender y articularse adecuadamente a las agendas y
formas de actuación de la movilización social actual, y de lograr aceptación por
parte del amplio margen de la sociedad que aún no ve atendidas sus expectativas
en ningún partido o movimiento político.
Un desafío adicional para las Farc-EP tiene que ver con la superación de
una imagen pública deteriorada por la evidencia de sus relaciones con circuitos
y economías ilegales de la coca, magnificadas por el estado, como su principal
oponente político- militar, y por los medios de comunicación, hasta el punto de
equipararlas a un «cartel». Estas relaciones, que no solo implicaron una fuente
de financiamiento para la guerra, sino que en las regiones donde su control
territorial se ha consolidado cumplieron funciones de regulación de un sistema
criminal en el que el campesinado es el eslabón más vulnerable de la cadena, le
han pasado cuenta de cobro, al desvirtuar ante la opinión pública sus preten-
siones y apuestas políticas que ahora apenas se reconocen a propósito de las
negociaciones actuales.
Este desafío lo es en mayor medida para los movimientos sociales, pues es allí
donde está la fuerza vital de los cambios requeridos, en su capacidad de defender
la agenda política de la que ya disponen, de fortalecerla, de ampliar su apoyo a
sectores indiferentes, de avanzar en la construcción de la unidad dentro de
dichos movimientos y entre ellos, y de combatir las prácticas electorales actuales
y sentar las bases de nuevas formas de hacer política que incluyen no solo la par-
ticipación electoral, sino además adelantar y ejercer el control social y político de
los bienes públicos y comunes.

241
Dime qué paz quieres y te diré qué campo cosechas.
Reflexiones sobre lo rural en los diálogos de La Habana.

Experiencias recientes de estos ejercicios en regiones como el Catatumbo y el


Magdalena medio, en los que las comunidades vienen desarrollando procesos
autónomos de construcción de agendas políticas, definición de candidatos
y programas de gobierno, alejados de maquinarias electorales tradicionales
pero abiertos a la celebración de acuerdos con fuerzas políticas alternativas que
se comprometan con nuevas prácticas, representan una ruta posible para gestar
esos cambios culturales.

Paz, ¿en qué modelo de desarrollo?

Pese a las enormes presiones a las que está sujeto el proceso de negociaciones
de paz, y pese a las serias diferencias entre las partes, es innegable que existe
voluntad política para ponerle fin al conflicto armado, aun cuando la de cada
cual esté motivada por razones muy distintas, y las ideas de paz y de los alcances
de los eventuales acuerdos sean bastante diferentes. Esta voluntad y estas dife-
rencias ponen sobre la mesa las concepciones que sobre la paz tienen las partes
y la sociedad.
En los sectores progresistas de la sociedad existe amplio consenso en torno a
que la paz que requiere el país no es solo el cese definitivo del conflicto armado,
sino lo que genéricamente se ha denominado paz con justicia social, aludiendo con
ello al establecimiento de las condiciones sociales, políticas y económicas que
provean a toda la sociedad la satisfacción plena de sus derechos, que terminen
con la tremenda exclusión e inequidad que caracterizan el régimen político y
económico colombiano, y que cambien las relaciones internacionales neocolo-
niales que mantienen en vilo la soberanía y el aprovechamiento de las riquezas
naturales en dirección del bienestar de la sociedad en clave de sustentabilidad.
Particularmente, los movimientos agrarios tienen una concepción de paz que
abarca la integralidad y la complejidad de la realidad del campo, insistiendo en las
clásicas demandas pero enriqueciéndolas con las que responden a las nuevas es-
trategias del capital. Persisten en reclamar tierra y reforma agraria, pero adscrita
a los territorios como construcciones sociales históricas en clave de protección
ambiental; reclaman autonomía territorial, reconocimiento y protección de las
relaciones interculturales; defienden la soberanía alimentaria no solo para sí, sino
para el país; exigen un reconocimiento político largamente aplazado. Es decir,
reclaman un modelo de sociedad en el que sus modos de vida sean respetados
y reconocidos.
Una paz de este tipo demanda cambios en el modelo de desarrollo vigente
desde finales del siglo diecinueve y la década del treinta del veinte, que ha venido
enfocándose, por orientaciones foráneas, hacia el crecimiento económico
intensivo y acelerado, emulando la tendencia de los países llamados del primer

242
Reflexiones finales y conclusiones

mundo. No obstante, el gobierno ha sido enfático en señalar que en las


negociaciones de La Habana el modelo actual de desarrollo del país no se discute.
Sin embargo, asuntos de la agenda de negociación como el problema agrario,
la participación política, la solución al problema de las drogas, la situación de
las víctimas, así como el curso mismo de las discusiones, llevan una y otra vez a
discutir sobre el modelo de desarrollo. Por otra parte, las salvedades al acuerdo
agrario planteadas por las Farc-EP, relacionadas con el latifundio, el modelo de
explotación minera y la inversión extranjera, son estructurales, lo que nos lleva a
concluir que las negociaciones sí versan sobre el modelo de desarrollo, y desde
su posición las partes defienden uno u otro modelo. Por un lado, el gobierno
persiste en avanzar en la implantación del modelo agroexportador basado en el
monocultivo que no se ha podido consolidar; por el otro, las Farc-EP insisten en
minar las bases de dicho modelo e instalar las de uno que se base en la justicia
social y la apertura democrática.
Esta pretensión encuentra eco en las demandas de las comunidades rurales
o, más bien, las Farc-EP les han hecho eco, interpretándolas y acogiéndolas,
actualizando con ello su Programa agrario en las «Cien propuestas mínimas
sobre desarrollo agrario integral», que se alimentó además de las propuestas
presentadas por 1.314 asistentes de quinientas veintidós organizaciones y dieciocho
sectores de diversas comunidades y organizaciones del mundo rural, que pre-
sentaron más de cuatrocientas propuestas sobre desarrollo agrario integral en el
Foro nacional sobre política de desarrollo agrario integral (enfoque territorial),
acordado entre las partes como escenario de participación de la sociedad civil en
los diálogos y que tuvo lugar en diciembre de 2012. En este escenario, comunida-
des afrodescendientes, indígenas y campesinas plantearon con vigor sus apuestas
por el reconocimiento de sus problemáticas pero también de sus propuestas, que
vienen promoviendo históricamente y representan, además de una confronta-
ción al modelo de desarrollo hegemónico que se discute, alternativas al desarrollo.
Así, propuestas territoriales como las zonas de reserva campesina, los
resguardos indígenas y los territorios colectivos de las comunidades negras re-
presentan alternativas al desarrollo basadas en la autonomía territorial, prácticas
tradicionales de producción sostenible, relaciones basadas en la colaboración,
territorios en los que la concentración de la tierra y la explotación acelerada e
ilimitada de los recursos encuentra resistencia e, incluso, una barrera efectiva
para su avance.
Por su parte, el gobierno, aprovechando la ventaja estratégica de que dispone,
pretende aumentarlas con un acuerdo de cese definitivo del conflicto armado
que le permita el avance deseado hacia la profundización del modelo bajo el
enfoque de crecimiento económico mencionado, al quedar despejada la amenaza
armada a la inversión nacional y extranjera que ahora frena su avance en regiones
ricas en recursos naturales y estratégicas para megaproyectos. Así, sin esta

243
Dime qué paz quieres y te diré qué campo cosechas.
Reflexiones sobre lo rural en los diálogos de La Habana.

amenaza, espera el crecimiento y la aceleración de las inversiones en megaproyectos


extractivos y agroindustriales, con los efectos de concentración extranjerizada
de la tierra, acumulación de capital en pocas manos, empobrecimiento de las
comunidades, inequidad, deterioro de los ecosistemas y mayor desorden territorial.
La historia del siglo veinte en Colombia muestra un patrón de luchas
campesinas y populares marcadas por la represión violenta. Es así que el uso
de las vías legales por parte de los movimientos rurales no los ha liberado de la
represión oficial, que se usa casi al mismo nivel que contra quienes usan la vía
armada. Mediante estas luchas se han expuesto las demandas de transformación
de una estructura agraria en la que prevalecen la concentración de la tierra y el
poder, la exclusión de las comunidades rurales y su utilización como mano de
obra barata por medio de la cual aumentar el mayor aprovechamiento económico
de la tierra y sus recursos asociados, todo en dirección a consolidar una economía
nacional agroexportadora basada en la gran empresa.
La mirada histórica muestra también algunos logros, modestos, de estas
luchas, expresados principalmente en la expedición de normas jurídicas media-
namente progresistas, como la ley 200 de 1936 o la 135 de 1961, y en la ejecución
de programas oficiales insuficientemente consistentes, que pese a sus limitaciones,
si se hubieran cumplido cabalmente podrían haber contribuido a modificar tal
estructura agraria.
Sin embargo, la mayoría de las demandas y reivindicaciones agrarias de los
pobladores rurales no solo no fueron atendidas, sino que se vieron burladas,
tergiversadas o, posteriormente, revertidas con medidas regresivas por la presión
directa de los sectores terratenientes y agroindustriales, dando paso a tensiones
nuevas y más profundas, al no resolverse el conflicto desde sus causas. La
historia muestra también cómo la clase dirigente ha asumido las luchas agrarias
y su contenido reivindicativo no como el llamado a la apertura democrática y la
justicia social, sino como el asalto a pretendidos derechos adquiridos. Y concibe,
a su vez, la celebración de acuerdos con esos sectores de la sociedad como el
otorgamiento de concesiones y no como el acceso legitimo a derechos. Por tal
razón, los ejemplos de acuerdos incumplidos son numerosos, acuerdos derivados
tanto de la movilización social como de la lucha armada.
Ante este riesgo se enfrenta este nuevo intento. Pese a que los acuerdos,
como hemos señalado, no tienen la capacidad de cambiar estructuralmente el
modelo de desarrollo ni el régimen político, de ser cumplidos pueden propiciar
mejoras sustanciales en las condiciones de vida de las comunidades rurales y de
los colombianos en general. Sin embargo, existen altos riesgos de que no sean
desarrollados y de que sean tergiversados o instrumentalizados para profundizar
el modelo de desarrollo económico y político que por lo menos una de las partes
pretende combatir.

244
Reflexiones finales y conclusiones

El riesgo inminente de la instrumentalización

Los términos del acuerdo «Hacia un nuevo campo colombiano: reforma rural
integral», pese a que representan, si se cumplen, un catálogo de medidas con
la capacidad nada despreciable de abonar algunos recursos a la deuda histórica
con el campo colombiano y sus comunidades, pueden representar también
el aprestamiento de los territorios rurales para la profundización del modelo
agroexportador. Medidas como las acordadas en relación con el acceso y uso de
tierras improductivas, formalización de la propiedad y cierre de la frontera
agraria, sin duda influyen positivamente sobre la estabilización de las comunidades
rurales, pero favorecen igualmente, y de hecho son necesarias, para el desarrollo
de proyectos agroindustriales, tal como lo son la infraestructura productiva y la
adecuación de tierras.
Medidas como estas, sin tocar la concentración de la tierra intensificada por
la extranjerización, los proyectos mineros a gran escala, los tratados de libre
comercio e importación de alimentos y el ordenamiento territorial del país, entre
otras columnas del modelo actual, están condenadas a la repetición cíclica de la
historia: al incumplimiento o la instrumentalización por medio de políticas
públicas que cooptan las apuestas y discursos de los movimientos rurales y
críticos, como ha ocurrido con el desarrollo sostenible, el desarrollo humano, la
participación, o con los propios derechos humanos.
De hecho, la reforma rural integral en la que se enfocan los acuerdos, aun
cuando llama la atención sobre la necesidad de comprender el problema agrario
más allá de la reforma agraria abarcando la integralidad del mundo rural, persiste
en el crecimiento económico como vía óptima para alcanzar el desarrollo,
desconociendo que las comunidades étnicas y campesinas tienen modos de vida
no mayoritariamente acordes con esa vía, sino con la integración con el medio
natural, la vida en comunidad y la reproducción sostenible de tales modos de vida.
Al llamar a la competitividad y la eficiencia, la reforma rural integral
presiona en la práctica a estas comunidades hacia la presunta necesidad del
crecimiento de ingresos familiares como medio para alcanzar el bienestar,
llevándolas a relaciones de subordinación al capital, bien sea como asalariados
o mediante alianzas inequitativas de acuerdo con el sofisma de convertirse
en «empresarios». Adicionalmente, se basa en enfoques como los de nueva
ruralidad y desarrollo territorial rural, agricultura familiar, que intentan recoger
demandas clásicas de las comunidades rurales pero que las matizan o
desdibujan para establecer una relación instrumental con los intereses del
capitalismo agrario, que hoy día fundamentan las políticas públicas para el
campo. Esta perspectiva, de cuño «descampesinista» y de naturaleza neoliberal,
saca de la escena una propuesta histórica y reciente de los movimientos
agrarios como la economía campesina, para reemplazarla por la agricultura familiar,

245
Dime qué paz quieres y te diré qué campo cosechas.
Reflexiones sobre lo rural en los diálogos de La Habana.

reconociendo y aprovechando los beneficios de la producción a pequeña escala


pero despojándola de su contenido político.
La eventual implementación de los acuerdos encarna entonces el riesgo de
que reivindicaciones nuevas y recientes de los movimientos agrarios que alimentan
con fuerza su renovada agenda política, como el reconocimiento del campesinado,
la territorialidad campesina, la economía propia, la autonomía territorial e, incluso, los
derechos campesinos sean incluidas, amañadamente, en la política para ser instru-
mentalizadas a favor del capital.

Políticas públicas e institucionalidad renovadas y comprometidas:


indispensables en el pos acuerdo

Como se ha podido constatar a lo largo del libro, las medidas de solución


propuestas en los acuerdos no son nuevas y, por el contrario, están previstas
en los profusos marcos normativos agrarios, sistemáticamente incumplidos.
Por tanto, para su implementación debe haber cambios sustanciales en
las políticas de desarrollo rural, que deberán estar orientadas a resolver los
problemas estructurales del campo. Para ello es indispensable una voluntad
y decisión política reales de parte del gobierno nacional y la reestructuración
o creación de una institucionalidad pública agraria acorde con tales cambios,
que disponga de las condiciones y los recursos que le permitan garantizar con
idoneidad, capacidad técnica y compromiso social el desarrollo de políticas en las
múltiples dimensiones del ámbito rural.
El cambio de mentalidad de los funcionarios públicos será determinante, pues
actualmente prevalecen en ellos imaginarios nefastos acerca de las comunidades
rurales, que suelen ver como carentes de conocimiento y meros receptores de
políticas asistencialistas, y no como los sujetos con conocimientos y empoderados
que son. De suerte que los procesos de formación serán necesarios, no solo
para los sujetos rurales, sino para los funcionarios y tecnócratas que tienden a
desconocer y despreciar los saberes tradicionales.
Las actuales políticas de desarrollo rural deben ser reformuladas en unos
casos y cambiadas radicalmente en otros, dando prioridad al interés público y al
bien común de los pobladores rurales. En este sentido, la política de desarrollo
rural con enfoque territorial debe tener cambios, ya que ahora solo incluye la
dimensión económica de lo rural, desconociendo otras tan importantes como la
social, la ambiental y la cultural, enfocándose en la búsqueda de la competitividad
para insertar los territorios en circuitos económicos nacionales e internacionales
desde una lógica neoliberal.
Las principales preocupaciones de dichas políticas y de la institucionalidad
serán la amplia desigualdad social, la concentración de la tierra y del ingreso, la

246
Reflexiones finales y conclusiones

pobreza rural y la garantía de la integralidad de derechos de los pobladores rurales.


Adicionalmente, deben orientarse a reconocer y dignificar los modos de vida de
campesinos, indígenas y afrodescendientes, y a establecer condiciones para que
puedan consolidar y sostener sus proyectos de vida. Para ello, la participación
deliberante del movimiento social agrario en la reformulación, implementación,
seguimiento y evaluación de la política pública es factor determinante del éxito
de las medidas acordadas.
Nadie mejor que los movimientos rurales conoce los contextos territoriales,
las necesidades, iniciativas en curso y las propuestas de cambio de quienes secu-
larmente han estado sometidos al abandono o a la imposición de políticas lesivas.
La participación de los sujetos rurales, así como el diálogo con diversos actores
clave de los territorios, imprime legitimidad y efectividad a las políticas públicas.

Ordenamiento, disputas ecológicas y territorialidades étnicas


y campesinas, claves territoriales de la paz

El ordenamiento territorial del país es un asunto determinante en las aspiraciones


de paz con justicia social y cambios en el modelo de desarrollo hacia uno de en-
foque sustentable, dado que las afectaciones a los ecosistemas, el ordenamiento
productivo, la desarmonización entre vocación y usos del suelo, son asuntos
que se relacionan directamente con el conflicto armado y, por tanto, con las
negociaciones de paz. Sin embargo, este asunto no aparece en la agenda de ne-
gociaciones, siendo un vacío muy grave, puesto que las acciones de guerra de
ambas partes, así como las unilaterales, han influido determinantemente sobre
los ecosistemas y el ordenamiento territorial.
Los grupos subversivos han establecido en el campo regulaciones y medidas
para la conservación de ecosistemas y especies. Sin embargo, también han
contribuido al daño ambiental, por cuenta de sus acciones en contra de la
infraestructura económica y las relaciones con la minería criminal y cultivos de
uso ilícito. Por su parte, los sucesivos gobiernos persisten en las prácticas extrac-
tivistas que deterioran gravemente los ecosistemas, como igualmente lo hacen
intervenciones de las fuerzas militares y de policía como los bombardeos, las
bases militares en páramos y las aspersiones aéreas con glifosato.
Lo mismo que investigaciones que han analizado directamente desde una
perspectiva geográfica regional o nacional los efectos directos que en Colombia
ha tenido la guerra sobre el medio ambiente, podemos señalar que ha ocasionado
impactos ambientales que afectan directa e indirectamente las dinámicas ecoló-
gicas y ecosistémicas de los paisajes donde tiene lugar, y que definen procesos
de desplazamiento, repoblamiento, transformación del paisaje y de desarrollo
de los modos de vida de las comunidades. Casos como los analizados en este

247
Dime qué paz quieres y te diré qué campo cosechas.
Reflexiones sobre lo rural en los diálogos de La Habana.

libro ponen en evidencia que desde hace unos lustros la guerra ha sido y sigue
siendo escenario de consolidación de proyectos extractivistas que afectan territo-
rios campesinos, indígenas y afrodescendientes, además de humedales, sabanas,
playones y bosques de los que dependen el bienestar y la supervivencia de las
comunidades, afectando sus procesos de autonomía territorial.
Aún con las barreras que la guerra ha impuesto a la explotación de recursos
naturales, las concesiones de exploración y explotación petrolera y los títulos
mineros siguen siendo otorgados a espaldas de la participación y consulta
ciudadana. Los monocultivos de palma aceitera y las plantaciones forestales
avanzan con precaria o nula vigilancia de las autoridades ambientales regionales y
nacionales, ocasionando desplazamiento forzado, no necesariamente basado en
la violencia, sino en el cambio del uso de la tierra y en prácticas productivas que
hacen imposible la permanencia de comunidades tradicionales en sus territorios.
A la par, las demandas de autonomía territorial promovidas por grupos étnicos
y movimientos campesinos ganan terreno en la agenda pública, desplegando
un contundente repertorio de discursos y acciones colectivas de protección
ambiental, en las que si bien la transformación de marcos jurídicos y políticas
institucionales no se alcanza, sí se amplia la conciencia ciudadana y, en algunos
casos, se obstaculiza el avance de proyectos perjudiciales para los modos de vida
de las comunidades rurales y los ecosistemas.
Así, se han venido consolidando disputas ecológicas que tienden a profun-
dizarse si producto de la implementación de los acuerdos se da vía libre a la
aceleración de prácticas extractivistas y de monocultivo. El vacío de la agenda
de diálogos en los asuntos ambientales y de ordenamiento territorial aumenta
este riesgo.
En estos contextos de violencia y transición, los mecanismos de ordenamien-
to pueden constituir una pauta, un principio del cómo construir o reconstruir
espacios geográficos y administrativos en los que grupos étnicos y campesinos
puedan expresar el pleno ejercicio de su autonomía. El ordenamiento territorial y
la propiedad colectiva con enfoque transicional pretenderían entonces regular la
disposición, transformación, ocupación y utilización de los territorios de acuer-
do con los intereses de los pobladores locales, en diálogo con las instituciones
locales y regionales.
En este periodo de transiciones que pretende concretarse en el posacuerdo
es indispensable la atención a las propuestas de las comunidades que en todo el
territorio nacional han logrado lograr a pulso y con la experiencia acuerdos que
regulan la administración de los recursos de uso común cumpliendo una función
de aprovechamiento y protección que en mucho escapa a la capacidad del propio
estado.
En este sentido, cobran importancia las recientes demandas campesinas por
el reconocimiento de su derecho al territorio, que sustentadas en los procesos

248
Reflexiones finales y conclusiones

de organización comunitaria, autorregulación y cooperación, logran constituir


verdaderos territorios campesinos en los cuales las prácticas productivas, ambientales,
sociales, culturales y políticas logran consolidar propuestas alternativas de
ordenamiento y de desarrollo que disputan el territorio a los procesos a la
agroindustria y el extractivismo.
En particular, las zonas de reserva campesina han venido consolidándose
como una propuesta campesina para el ejercicio del derecho al territorio que se
reivindica, así como para el fortalecimiento de la economía campesina, la sustitu-
ción de cultivos declarados ilícitos, la gestión de conflictos socioambientales, las
zonas de amortiguación alrededor de los parques nacionales naturales, el acceso
y formalización de la tenencia de la tierra, la contención de la frontera agraria,
y, en general, la estabilización de la población campesina y los territorios rurales
con predominancia campesina, es decir en un instrumento de reforma agraria y
de ordenamiento de los territorios rurales.
En su defensa numerosas organizaciones campesinas han sostenido una
lucha de veinte años, durante los cuales se ha pasado de su inclusión en el marco
legislativo (ley 160 de 1994, de reforma agraria) y la inclusión como parte de la
política pública, a ser estigmatizadas tachándolas de «republiquetas independientes»
y a la suspensión de su aprobación, pese a la existencia de un marco jurídico de
respaldo y de compromisos gubernamentales con comunidades organizadas de
campesinos. La movilización social y la autonomía territorial han sido la constante
histórica y la clave de la sostenibilidad de esta propuesta tanto en los territorios
campesinos como en la agenda pública agraria, promoviendo con ello un ejercicio
de reconocimiento del campesinado como sujeto político pleno.
Por estos atributos, esta figura territorial, que ha ganado especial importancia
en el marco de los acuerdos de La Habana, pese a los debates y a la oposición
cerril que suscita, es un instrumento con enorme potencial para el desarrollo de
dichos acuerdos, debido a su capacidad para comprender y tramitar los conflictos
en los territorios rurales, escenarios protagónicos de la construcción de la paz,
como han sido escenarios protagónicos de la guerra. El mayor soporte de esta
capacidad de las zonas de reserva campesina está en el arraigo de las comuni-
dades y organizaciones que conformaron estos territorios, y en su capacidad de
interlocución con otros actores del territorio y del conjunto de la sociedad.

Movimientos sociales agrarios y víctimas, protagonistas centrales

El surgimiento de Marcha Patriótica y del Congreso de los Pueblos, movimientos


sociales que aun cuando surgidos de procesos diversos coinciden ampliamente
en su agenda política de oposición, así como la conformación de la Cumbre
Agraria, Campesina, Étnica y Popular, el más importante espacio de articulación

249
Dime qué paz quieres y te diré qué campo cosechas.
Reflexiones sobre lo rural en los diálogos de La Habana.

de los sectores agrarios, son hitos del resurgimiento de la movilización social


en el país, que viene desempeñando un papel destacado en la confrontación al
capitalismo neoliberal basado en un modelo económico extractivista, agroexpor-
tador, latifundista y minero-energético.
Este resurgimiento tiene como un momento significativo y simbólico los
paros agrarios de 2013, que no solo tuvieron un papel determinante en el
fortalecimiento de la capacidad organizativa, de movilización y negociación,
luego de casi una década de ahogamiento violento en los dos gobiernos del
presidente Álvaro Uribe (2002-2006; 2006-2010), sino que removieron a una
sociedad urbana que de repente vio la calles y carreteras inundadas de ruanas,
sombreros, machetes y bastones de mando, portados por mujeres y hombres
del campo que les recordaron de dónde provienen sus alimentos y muchos
otros productos que garantizan la continuidad de su modo de vida, llevando
a la solidaridad principalmente de miles de jóvenes, quienes en las ciudades se
sumaron a las protestas en contra de la exclusión de las comunidades rurales.
Es así que el problema agrario irrumpe y se mantiene presente en la agenda
pública nacional, ya no solo a propósito de las negociaciones de La Habana,
iniciadas un año antes, sino mediante la voz y acción de sus principales afectados.
Producto de estas movilizaciones es la Cumbre Agraria, Campesina, Étnica y
Popular, como espacio de unidad de los movimientos agrarios y de negociación
con el gobierno nacional en torno a un pliego único de exigencias, que se enfocan
en la realización de la reforma agraria integral como medida estructural para
solucionar los problemas de la actual estructura de tenencia de la tierra; el reco-
nocimiento de las territorialidades; el fortalecimiento e impulso de las economías
campesinas, indígenas y afrodescendientes; la autonomía territorial y las alianzas
campo-ciudad en la construcción de los territorios; los derechos humanos; la
sustitución de los cultivos de coca, marihuana y amapola declarados ilícitos; un
modelo minero-energético basado en la soberanía nacional y la protección
ambiental; y la paz por la vía de la solución política negociada.
El movimiento agrario en general ve con satisfacción y con reserva el acuerdo
entre el gobierno y las Farc-EP en materia de desarrollo rural: con satisfacción
por ser un acuerdo logrado después de cincuenta años de guerra; por reafirmar
la importancia de la dimensión rural en el origen y desarrollo del conflicto ar-
mado colombiano; porque avanza en el reconocimiento del campesinado como
sujeto social y político de derechos; y porque, al menos, deja expuestas las bases
mínimas de una política de desarrollo rural y de ordenamiento territorial dentro
de un estado social de derecho.
Las reservas tienen que ver con la distancia que hay entre el acuerdo y lo que
exige el movimiento agrario, representado en buena parte por la Cumbre Agraria,
y también con su viabilidad y sostenibilidad política, dadas las discrepancias entre
eso acuerdo y el Plan nacional de desarrollo, 2014-2018 en materia de baldíos,

250
Reflexiones finales y conclusiones

ordenamiento territorial y paz. En concreto, hay gran preocupación porque se


reglamenta la adjudicación de baldíos abriendo la posibilidad para que sean
entregados a empresas privadas, y se privilegian la agroindustria, la minería y los
grandes proyectos de infraestructura por encima de la economía campesina.
Pese a estas reservas, o justamente por ellas, la relación entre el vigorizado
movimiento agrario y el proceso de paz es estrecha, de un lado, porque las comu-
nidades rurales son las principales protagonistas de la aplicación de los acuerdos
alcanzados una vez queden en firme, y por otro y aún más importante, porque
dada la larga tradición de incumplimiento sistemático e instrumentalización de
las clases dirigentes a la que ya nos referimos, en la capacidad de presión que
pueda sostener el movimiento agrario está parte de la garantía de implementa-
ción de tales acuerdos. También de esa capacidad depende que los resultados
de sus largas luchas no sean convertidos en políticas públicas erráticas y, por el
contrario, se conviertan en los cimientos de las transformaciones anheladas y la
consolidación de los modelos alternativos en curso.
Sin embargo, es necesario llamar la atención sobre la necesidad de avanzar en
los procesos de unidad de los sectores campesinos, afrodescendientes, indígenas
y populares en aras de cambiar la correlación de fuerzas a favor del movimiento
social, así como de reforzar la relación con otros sectores de la sociedad,
especialmente con el mundo urbano hacia el que ya se han tendido puentes.
Es indispensable que el protagonismo ganado por los movimientos agrarios en
la confrontación al modelo hegemónico se sostenga y amplíe, para convertirse
también en los protagonistas de la construcción de la paz con justicia social, de
la vigilancia porque los alcances de los acuerdos de la mesa de negociación se
amplíen al calor de la movilización social.
Los otros protagonistas de un escenario de posacuerdos y construcción de
la paz son las víctimas, que en su mayoría provienen o tienen vínculos con las
zonas rurales: de hecho, 80% de ellas sufrieron el desplazamiento forzado. El
tratamiento y la atención de las demandas de verdad, justicia y reparación de las
víctimas de la guerra es uno de los asuntos más complejos de la agenda de
negociación. Es innegable que a esta complejidad la mesa ha respondido con
pasos importantes que pasan por haber abierto el espacio a la participación de
ellas en los diálogos. Aun cuando la selección de las víctimas que participaron
en las delegaciones y el alcance de su participación en sentido más amplio sean
susceptibles de cuestionamientos, debe reconocerse la importancia de dicho
espacio para que las víctimas pudieran y puedan plantear directamente sus
demandas y, sobre todo, por el valor simbólico que tiene ver a la cara y dialogar
con los victimarios.
Sin embargo, el tratamiento a las víctimas va mucho más allá. La respuesta y
el trato que el país en su conjunto dé a las víctimas de esta guerra será el rasero
que permitirá dar cuenta de la sociedad que somos y que podemos ser. Del lugar

251
Dime qué paz quieres y te diré qué campo cosechas.
Reflexiones sobre lo rural en los diálogos de La Habana.

real que tengan en la vida nacional dependerán en buena parte el que haya o no
nuevos ciclos de guerra y violencia. Urge resignificar socialmente la noción de
víctima y actuar para darles el lugar que le corresponde en la historia del país,
especialmente a los pobladores rurales que han vivido las peores expresiones
de la guerra. En tanto actores sociales y políticos, ellos son la memoria viviente
de un tiempo de horror que persiste. Reclaman re-conocimiento, es decir ser
significativos a la hora de comprender nuestra realidad.
Al margen de la reparación individual y colectiva de las víctimas, es necesario
pensar y construir un lugar digno para el campo y sus pobladores, que com-
pense los daños masivos ocasionados históricamente y por acción de la guerra,
resituando su papel, transformando los patrones estructurales que propiciaron
su victimización. Saldar la deuda social histórica con el campo es la manera más
contundente de reparación y justicia por los daños ocasionados a las víctimas.
La no repetición o revictimización, así como la recuperación de la memoria,
la justicia y la reparación individual, colectiva y social debe ser acordada con ellas,
para lo cual sus organizaciones deben ser reconocidas y fortalecidas. No repe-
tición, verdad, memoria, reparación y justicia deben convertirse en una política
pública y un rasgo cultural de la sociedad en el pos acuerdo.

Justicia social, esencia y garantía de una paz duradera

Como se dijo, conscientes de las limitaciones de resolver tan solo la dimensión


bélica del conflicto, la paz que reclaman los movimientos sociales rurales y
amplios sectores de la sociedad ha venido denominándose genéricamente como
la paz con justicia social. Pero, ¿qué implicaciones tiene hablar de justicia social como
atributo central de la paz?
Para responder a esta cuestión es necesario situar el concepto de justicia social
como aquel que atañe a los principios y las medidas de orden político e institu-
cional que ordenan la estructura de la sociedad distribuyendo bienes y derechos
entre sus integrantes con resultados diversos según la orientación de tales prin-
cipios y medidas. Respecto al deber ser de dichas orientaciones y acciones, las
discusiones de la modernidad acerca de la justicia reproducen las discusiones
políticas de las perspectivas liberal, neoliberal, marxista, comunitarista y feminista,
entre otras, transitado desde el paradigma de la justica redistributiva o justicia
como equidad1, hasta la justicia como reconocimiento2 (Honnet, 2010) y más

1  Para una revisión de este recorrido, véase R. Gargarella.1999. Las teorías de justicia después de Rawls: un
breve manual de filosofía política. Paidós Ibérica. Barcelona.

2  Puede verse en A. Honnet. 2010. Reconocimiento y menosprecio. Sobre la fundamentación normativa de una teoría
social (entrevista de Daniel Gamper Sachse). Katz Editores. Buenos Aires, Barcelona, Madrid.

252
Reflexiones finales y conclusiones

recientemente como redistribución, reconocimiento y representación, o justicia


tridimensional propuesta por Nancy Fraser3 (2006) desde una crítica estructural al
capitalismo como fuente de injusticia.
Fraser plantea su teoría de justicia integrando la redistribución, el reconoci-
miento y la representación como las dimensiones que deben ser abordadas por
la política pública para resolver situaciones de injusticia social que comprometen
tres niveles a su juicio determinantes y abarcadores, no solo de las cuestiones rela-
cionadas con el régimen económico, sino la cultura y el régimen político: la mala
distribución económica, las fallas de reconocimiento y la representación fallida
tanto en el nivel nacional como en el internacional, nivel muy importante de las
relaciones políticas que Fraser incorpora como dimensión del análisis de la justicia.
Estas dimensiones dan cuenta de relaciones de subordinación dentro de la
sociedad, basadas respectivamente en la explotación económica de unas clases
sociales; la desvalorización de ciertos sujetos por un orden de estatus social
establecido (en el sentido weberiano); y la exclusión de ciertos grupos de los
espacios de participación en la toma de decisiones, espacios tanto políticos como
territoriales: locales, nacionales y transnacionales. Para Fraser, a estas situaciones
de subordinación debe darse respuesta mediante la redistribución de los bienes, el
reconocimiento de los sujetos y una representación equitativa en la adopción de
decisiones públicas.
Así, la integración de redistribución, reconocimiento y representación son,
en ella, categorías «cofundamentales» para la comprensión crítica del capitalismo
y la formulación de un modelo de justicia tridimensional. No hay redistribución
ni reconocimiento sin representación, pues estas tres dimensiones están
entrelazadas, siendo que la capacidad de incidir en lo público depende de las
relaciones de poder en la estructura económica y en el estatus, tanto como una
fallida representación impide la acción reivindicatoria de la redistribución y el
reconocimiento.
Con esta perspectiva de justicia nos identificamos, y la proponemos como
la apropiada para dar contenido a la consigna de la paz con justicia social que se
demanda frente a las posibilidades de solución al conflicto social y político que
se abren con las negociaciones de La Habana.
Las situaciones problemáticas de las que hemos podido dar cuenta en este
libro dan cuenta de cómo los sujetos rurales han permanecido subordinados
y explotados simultáneamente en relaciones de orden económico, político y
cultural, es decir se trata de clases sociales explotadas, sectores de la sociedad
excluidos de toda participación real en las decisiones de política que afectan sus
modos de vida, sujetos cuya identidad ha sido desvalorizada.

3  N. Fraser y A. Honneth. 2006. «Redistribución como reconocimiento. Respuesta a Nancy Fraser».


¿Redistribución o reconocimiento? Ediciones Morata, Fundación Paideia Galiza. Madrid, Coruña.

253
Dime qué paz quieres y te diré qué campo cosechas.
Reflexiones sobre lo rural en los diálogos de La Habana.

Así, consideramos que la paz con justicia social se materializa una vez las estruc-
turas sociales, políticas y culturales sean afectadas drásticamente de suerte que
adquieran la capacidad para proveer a toda la población el acceso equitativo a los
bienes necesarios para su subsistencia, el reconocimiento y la valoración plena
como sujetos libres de subordinación en los ámbitos público y privado, y los es-
pacios y procedimientos que garanticen su representación equitativa en la toma
de decisiones públicas y la resolución de conflictos, en los niveles local, nacional
e internacional, para el que es indispensable la solución de continuidad de las
relaciones coloniales permitidas secularmente por las clases dirigentes.
La redistribución, el reconocimiento y la representación en las sociedades
rurales comprenden entonces una reforma agraria estructural territorial, como
garantía de redistribución económica equitativa; el reconocimiento de los sujetos
agrarios, especialmente del campesinado que sufre un déficit notorio de este
reconocimiento en contraste con las comunidades étnicas, reconocimiento que
impone el cumplimiento del derecho a la consulta previa y el diseño de políticas
culturales que deconstruyan los existentes imaginarios desvalorizantes del cam-
pesinado; la apertura de mecanismos idóneos de representación de los intereses
de los sujetos rurales en los espacios de diseño y ejecución de las políticas públicas
para el campo; y, también, la detención del modelo extractivista y agroexportador
promovido por el capital transnacional.

Desaprender la guerra y aprender la paz, el mayor reto

El carácter único del conflicto armado colombiano, así como el de las negocia-
ciones de La Habana plantea grandes desafíos a toda la sociedad, no solo a las
partes, en dirección a tramitar el camino hacia su resolución. Somos una socie-
dad que ha vivido la mayor parte de su vida, cuando no toda, en medio de la
guerra. Esta realidad ha afectado con mayor contundencia a los habitantes de las
zonas rurales, que han soportado la violencia explícita y directa en todas las mo-
dalidades ya conocidas, de las que el capítulo sobre víctimas habla ampliamente,
pero no ha dejado intactas a las sociedades urbanas.
La población urbana ha vivido el conflicto armado principalmente desde
la interpretación de los medios de comunicación masiva, que han transmitido
versiones parciales y parcializadas e interesadas de los hechos y del conflicto en
general, movidos por las posiciones políticas y económicas de sus propietarios. El
papel de estos medios de comunicación del capital en el desarrollo del conflicto
armado amerita un análisis profundo, que escapa a los alcances de este texto. Sin
embargo, podemos decir, sin temor a equívocos, que han contribuido a reforzar
los imaginarios y valores antidemocráticos y excluyentes que han alimentado
las causas del conflicto armado. Justamente por el carácter avasallador de este

254
Reflexiones finales y conclusiones

tipo de medios, la resistencia hecha por los medios de comunicación alternativos


populares tiene un enorme mérito, pues gracias a ellos se logró, en no pocas
ocasiones, dar voz a las víctimas, a las resistencias, a las propuestas alternativas,
a los excluidos.
En cualquier caso, bien sea por las secuelas dejadas por las afectaciones
directas perpetradas por las partes en confrontación o por la desinformación
mediática, la polarización y la intolerancia se han ido consolidando como un rasgo
característico de nuestra cultura política, que se manifiesta particularmente en un
«anticomunismo» o anti izquierdismo” cultivado desde los tiempos de la doctrina
de seguridad nacional y vigorizado con la política de seguridad democrática,
que se concentró en la persecución a toda expresión de oposición política
mediante judicializaciones, amenazas e interceptación de las comunicaciones de
funcionarios judiciales, periodistas, defensores de derechos humanos, opositores
y, especialmente, de las organizaciones sociales del campo.
Estas persecuciones llevan consigo un odio socialmente construido, que
afecta significativamente la percepción sobre nuevos actores en la política, más
aún cuando cuestionan el orden establecido y, en alguna, forma legitiman o
justifican las acciones violentas en su contra. Es por esto que en los medios de
comunicación pudieron apreciarse las confesiones de paramilitares acerca de los
miles y cruentos asesinatos y masacres perpetradas contra líderes sociales sin una
mayor manifestación social de repudio y más bien, sí, un hálito de justificación,
porque estas víctimas y sus acciones son asociadas a las guerrillas. Además del
justo rechazo a las propias acciones violentas de las guerrillas, lo que se evidencia
es ese anti-izquierdismo que entra en juego en las percepciones hacia el proceso de
diálogos de paz, que incluyen el temor mediáticamente construido acerca de la
posibilidad de que ex guerrilleros puedan participar de la política y el gobierno.
Ese es quizás el mayor desafío que enfrentamos como sociedad: el de ser
capaces de renunciar a vivir bajo los códigos de la guerra y aprender a crear y re-
crear los códigos de la paz. Se trata de un desafío mayúsculo: luego de décadas de
buscar la eliminación –real o simbólica– del contrario, es la hora en que debemos
pensar en su inclusión. Por esto es indispensable el desarrollo de una pedagogía
social comprometida con desinstalar los imaginarios de la polarización intoleran-
te, la cual debe iniciar su desarrollo con el abordaje social de las negociaciones
de paz para sentar las bases de un eventual acuerdo de terminación del conflicto
armado. Esta pedagogía debe superar los mensajes contradictorios del gobierno
hacia la guerrilla, a la que, a la vez que califica de terrorista reconoce estatus po-
lítico al mantenerse en diálogo con ella.
Pero este desafío no es solo para las partes, lo es para los partidos
políticos, los sectores empresariales, las élites tradicionales, la institucionalidad,
la academia, la comunidad internacional, los sectores urbanos y, particularmente,
para los movimientos sociales, que están llamados a ejercer suficiente incidencia

255
Dime qué paz quieres y te diré qué campo cosechas.
Reflexiones sobre lo rural en los diálogos de La Habana.

política, fortalecer la organización y la movilización y promover la unidad para


provocar los cambios estructurales que demandan los anhelos de paz. Un desafío
particular es, precisamente, lograr la unidad en la diversidad de los movimientos
sociales, y la unidad con una población urbana llena de demandas pero con
agendas débiles y dispersas, y con poca organización y movilización. Este libro
es, precisamente, una invitación y un aporte para enfrentar estos desafíos.

256
Reseña: Getulio Montaña Laguna

Getulio Montaña Laguna nace en el municipio de Iza (Boyacá) a finales de 2011


como una apuesta de un personaje propio que se atreviera a evidenciar los con-
flictos que afectan el patrimonio de su pueblo. Sin embargo, su aparición tomó
fuerza en el marco de un conflicto fuertemente relacionado con el extractivismo
multinacional en la Provincia de Sugamuxi, por lo cual fue convirtiéndose en la
representación del campesino boyacense que trabaja la tierra, que defiende los
bienes comunes y la vida, y manifestando su preocupación por los impactos am-
bientales y sociales de las petroleras y mineras en la región.

257
Getulio se presenta entonces como la representación del pueblo. Sus apellidos,
Montaña Laguna, remiten a un territorio muy particular: los paisajes de su
región. En estos expresa su relación con el territorio, y asimismo la relación de
pertenencia con el lugar. Su ruana es la montaña y la vereda, territorios donde
transcurre la vida, donde los campesinos a lo largo del tiempo han crecido con
siembras y cosechas, donde los caminos se andan sin afanes y unen a pueblos
hermanos, donde el agua es sagrada y no falta, donde los pajaritos vuelan y se
oyen las ranitas, donde el paisaje canta cuando se visita. Su ruana tiene tejida
toda la historia de los abuelos y refleja la herencia a sus habitantes. En esta ruana,
Getulio manifiesta la relación con el territorio. Otro elemento importante es su
sombrero, que representa el Alto de Vita, cerro tutelar de su municipio de
origen, y el cual es habitado por la memoria de los abuelos que dan luz a todos
los pertenecientes a este lindo territorio tejido por todos los que somos: pues en
el nacimos, en el vivimos, en el morimos y allí mismo volvemos a nacer.
Getulio expresa su propia visión sobre el bienestar, el cual concibe a través de
las formas tradicionales de vida campesina propias de las comunidades rurales.
Hay que resaltar que usando un lenguaje propio de la región cundiboyacense,
Getulio ha venido haciendo referencia a los distintos elementos culturales,
sociales, productivos y ambientales que conforman el territorio, reconociendo
y llamando la atención sobre las transformaciones que se viven en él, los cuales
ponen en riesgo las formas de vida campesinas que defiende a través de su
palabra y su lucha. Por ello, formula la necesidad de repensar al campesinado
como sujeto de prácticas de vida propias, partiendo de reconocer su vulneración
y discriminación.
Así las cosas, demos paso a Don Getulio, para que sea él mismo quien
nos cuente sus pensares y sentires acerca de los diálogos en La Habana y de
las expectativas y dudas que estos generan en el campo. Dejemos que sea, su
voz, cerca al fogón de la abuela, la que acompañe la lectura mientras se sigue
tejiendo la historia de nuestro campo, ojalá esta vez sin romper el hilo de su
memoria.

258
Siglas

ACVC: Asociación Campesina del Valle del río Cimitarra

AIAF: Año internacional de la agricultura familiar

ANH: Agencia Nacional de Hidrocarburos

Anla: Agencia Nacional de Licencias Ambientales

ANM: Agencia Nacional Minera

Anuc: Asociación Nacional de Usuarios Campesinos

Anzorc: Asociación Nacional de Zonas de Reserva Campesina

Ascamcat: Asociación Campesina del Catatumbo

Asocasan: Consejo Comunitario Mayor del Alto San Juan

Cahucopana: Corporación Acción Humanitaria por la Convivencia y la Paz


del Nordeste Antioqueño

CGSB: Coordinadora Guerrillera Simón Bolívar

CNA: Coordinador Nacional Agrario

CNMH: Centro Nacional de Memoria Histórica

Comosoc: Coalición de Movimientos y Organizaciones Sociales de Colombia

Conap: Coordinación Nacional de Organizaciones Agrarias y Populares de


Colombia

Cric: Consejo Regional Indígena del Cauca

Daicma: Dirección de Acción Integral contra las Minas Antipersona

Dane: Departamento Administrativo Nacional de Estadística

259
DNP: Departamento Nacional de Planeación

DRI: desarrollo rural integrado

ELN: Ejército de Liberación Nacional

EPL: Ejército Popular de Liberación

FAO: Organización de las Naciones Unidas para la Alimentación y la


Agricultura

Farc-EP: Fuerzas Armadas Revolucionarias de Colombia-Ejército del Pueblo

Fensuagro: Federación Nacional Sindical Unitaria Agropecuaria

M-19: Movimiento 19 de Abril

MAP: minas antipersona

MCP: Movimiento por la Constituyente Popular

MIA: Mesa de Interlocución Agraria

MUA: Mesa de Unidad Agraria

Muse: munición sin explotar

OEA: Organización de los Estados Americanos

Onic: Organización Nacional Indígena de Colombia

ONU: Organización de las Naciones Unidas

PCC: Partido Comunista de Colombia

PCN: Proceso de Comunidades Negras

PNR: Plan Nacional de Rehabilitación

PNUD Programa de las Naciones Unidas para el Desarrollo

260
RRI: reforma rural integral

SNARIV: Sistema Nacional de Atención y Reparación Integral a las Víctimas

UAF: unidad agrícola familiar

Zidres: zonas de interés de desarrollo rural y económico

ZRC: zonas de reserva campesina

261
Acerca de los autores

Adriana M. Beltrán Ruiz. Ecóloga, Investigadora y consultora en temas


socioambientales.

Ana María Sierra Blanco. Ecóloga, Investigadora y consultora en temas


socioambientales.

Flor Edilma Osorio Pérez. Trabajadora Social, profesora de la Facultad de


Estudios Ambientales y Rurales de la Universidad Javeriana.

Gabriel J. Tobón Quintero. Ingeniero Agrícola, profesor de la Facultad de


Estudios Ambientales y Rurales de la Universidad Javeriana.

Graciela Uribe Ramón. Teóloga. Magister en Desarrollo Rural.


Investigadora y consultora independiente en temas del desarrollo rural.

Juan Guillermo Ferro Medina. Politólogo, profesor de la Facultad de


Estudios Ambientales y Rurales de la Universidad Javeriana.

Johana Herrera Arango. Ecóloga, profesora de la Facultad de Estudios


Ambientales y Rurales de la Universidad Javeriana.

María Johana Cadavid Mesa. Antropóloga de la Universidad de Antioquia.


Magistra en estudios políticos de la Universidad Javeriana.

Mauricio Herrera-Jaramillo. Doctorando en historia económica de la


Universidade de São Paulo.

Natalia Espinosa Rincón. Historiadora y estudiante de la maestría en


desarrollo rural de la Universidad Javeriana.

Nicolás Vargas Ramírez. Ecólogo, estudiante de la maestría en geografía


de la Universidad Nacional Autónoma de México.

Olga Elena Jaramillo Gómez. Socióloga, estudiante del doctorado en


estudios ambientales y rurales de la Universidad Javeriana.

Olga Lucía Castillo Ospina. Socióloga, profesora de la Facultad de


Estudios Ambientales y Rurales de la Universidad Javeriana.

Yenly Angélica Méndez Blanco. Magister en desarrollo rural. Investigadora


y consultora independiente en temas del desarrollo rural.

263
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280
El grupo de investigación Conflicto, Región y Sociedades Rurales es un
colectivo de investigación que ha venido trabajando diferentes
problemáticas derivadas del desarrollo rural y su relación con el
conflicto armado, como el desplazamiento forzado, los cultivos de uso
ilícito y conflictos socioambientales. Del mismo modo, viene
acompañando comunidades rurales en diferentes zonas del país,
promoviendo procesos de autonomía territorial con comunidades
afrodescendientes y campesinas.

En ese marco de experiencias se escribió este libro, compuesto por


trabajos de diverso estilo y alcance. Más que propuestas teóricas
conceptuales, presentamos análisis basados en nuestra experiencia,
compartimos reflexiones y llamados de atención que aspiran a
contribuir a la comprensión del problema agrario y ambiental
colombiano, como condición básica para la paz.

Conflicto, Región
y Sociedades Rurales
Grupo de investigación

Facultad de Estudios
Ambientales y Rurales

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