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Toda imagen nos relaciona de una u otra manera con el tiempo. El mismo Didi
Hubermas explica: “siempre, ante la imagen, estamos ante el tiempo” (Cfr. Didi-
Hubermas, 2005, p.11). Y agrega:
“Ante una imagen –tan antigua como sea-, el presente no cesa jamás de
reconfigurarse... Ante una imagen –tan reciente, tan contemporánea como sea-, el
pasado no cesa nunca de reconfigurarse, dado que esta imagen sólo deviene pensable
en una construcción de la memoria cuando no de la obsesión. En fin, ante una
imagen, tenemos humildemente que reconocer lo siguiente: que probablemente ella
nos sobrevivirá, que ante nosotros ella es un elemento del futuro, el elemento de la
duración. La imagen a menudo tiene más de memoria y más de porvenir que el ser
que la mira” (Cfr. Didi-Hubermas, 2005, p.12- El destacado es mío).
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Precisamente, Representar quiere decir: ser imagen, imitación o símbolo de algo // evocar, hacer
presente a algo o a alguien en la mente: representarse una situación vivida.
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ahí se encontraría el origen de la pintura y de la escultura 2. A través de la momia
(primera estatua egipcia según Bazin) se descubre la función de la escultura: “salvar al
ser por las apariencias”3.
La imagen está desde el principio unida a la muerte, como afirma Debray, sería un
verdadero medio de supervivencia. La imagen se hace presente ante la ausencia y por
esto mismo representar sería hacer presente lo ausente. Por lo tanto, no es solamente
evocar, sino reemplazar: “como si la imagen estuviera ahí para cubrir una carencia,
aliviar una pena” (Cfr. Debray, 1994, p. 34).
Hemos visto en encuentros anteriores que por las características de su génesis técnica, la
fotografía ha sido considerada a menudo como una evidencia de los hechos pasados.
Ésta génesis técnica le ha dado una credibilidad ausente en otras obras y en otras
imágenes. Efectivamente, el objeto en la fotografía esta re-presentado, es decir, hecho
presente de nuevo en el tiempo y en el espacio. Así, la imagen-foto podría considerarse
como “un modelado, una huella del objeto por medio de la luz” (Cfr. Bazin, 2004, p.27).
Precisamente, en su etimología la palabra fotografía significa “escritura con la luz”. La
palabra fotografía deriva de los vocablos de origen griego: foto (luz) y grafía (escritura),
por lo que representa la idea de escribir o dibujar con luz.
La fotografía, a diferencia de las obras de las artes plásticas, opera a través de un corte
espacio-temporal; nos devuelve así la huella del objeto mismo, pero liberado de las
<contingencias temporales>. La fotografía transforma el tiempo real en un tiempo
inmutable.
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Como hemos visto en encuentros anteriores, Philippe Dubois propone que la fotografía
a diferencia de otros medios de creación de imágenes, mantiene una contigüidad física
con lo que representa. En su libro “El acto fotográfico” (Cfr. Dubois, 1994), propone
una breve retrospectiva de las distintas maneras en que la fotografía ha sido considerada
desde su aparición y cómo fue cambiando la cuestión del realismo fotográfico. Tomando
la segunda tricotomía peirceana: la distinción ícono, índice y símbolo, Dubois presenta
distintas formas en que se ha dado la producción de significación en torno a la imagen
fotográfica.
En este análisis nuestro autor delimita tres tiempos: la fotografía como espejo de lo
real, la fotografía como transformación de lo real y la fotografía como huella de lo
real.
Como hemos visto, en sus inicios, la fotografía fue considerada como una imitación
perfecta de la realidad. Esto se debió a que alcanzaba un grado de semejanza con su
referente impensable en los modos de representación dominantes hasta el momento.
Dubois explica que este ideal mimético atribuido a la fotografía se debe a que la
semejanza existente entre la foto y su referente permitía percibir a la imagen-foto como
el resultado del “ojo natural, tal como un análogo objetivo de lo real” (Ibíd., p.20).
Precisamente, el procedimiento mismo por el cual se obtiene una foto a través del
dispositivo fotográfico permitía hacer una imagen de manera automática sin la
intervención directa de la mano del artista, de su trabajo artesanal.
Dubois con esta idea de la fotografía como espejo de lo real, como mimesis perfecta de
lo real, tomando la distinción de Peirce en cuanto al signo, plantea que se podría decir
que la fotografía se presentaba en el siglo XIX como “signo-icónico”.
Podemos decir, siguiendo a Dubois, que en el siglo XIX la fotografía era considerada un
signo-icónico porque, precisamente, lo que se destacaba era la capacidad de semejanza
de la fotografía con su referente. Su verosimilitud descansaba, por lo tanto, en la
semejanza con la realidad. Según esta perspectiva: la foto es un espejo del mundo, es un
ícono en el sentido peirceano. Lo que se ve en la fotografía es una imitación perfecta del
referente, o mejor, una reproducción mimética de lo real.
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sentido peirceano del término, es decir, una representación convencional de lo real, una
“representación cultural codificada” (Cfr. Joly, 2003, p.74). En palabras de Dubois:
“Pronto se manifestó una reacción contra ese ilusionismo del espejo fotográfico. El
principio de realidad fue designado entonces como pura impresión, un simple efecto.
La imagen fotográfica, se intentaba demostrar, no es un espejo neutro sino un útil de
transposición, de análisis, de interpretación, incluso de transformación de lo real, en el
mismo sentido que el lenguaje, por ejemplo, y, como él, culturalmente codificado”
(Cfr. Dubois, 1994, p.20).
La huella fue identificada por Peirce como un índice. Hablamos de índice o index para
referirnos a “signos del objeto en tanto que mantienen o han mantenido con este una
conexión física o de tipo casual” (Cfr. VV.AA., 2004, p.55).
Tomando esta definición podemos ver que Dubois afirma que la tercera concepción se
diferencia de las dos precedentes en cuanto implica que la imagen indicial está dotada
de un valor absolutamente singular, o particular, puesto que “está determinada
únicamente por su referente, y sólo por éste: huella de una realidad” (Cfr. Dubois, 1994,
p.43).
En síntesis, Dubois observa que las posturas referentes a la fotografía han situado
sucesivamente su interés en lo que Peirce llamaría en primer lugar el orden del ícono
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(representación por semejanza), a continuación el orden del símbolo (representación por
convención general), y la tercera sería precisamente la postura que considera la foto
como perteneciente al orden del index (representación por contigüidad física del signo
con su referente).
Retomando a Jen-Marie Schaeffer este autor nos decía que la característica principal de
la imagen fotográfica es que es un signo en constante tensión entre una línea bipolar que
va del índice al icono. Por lo cual nuestro autor afirma que siempre la fotografía es un
ícono indicial y un indicio icónico y que esta diferencia va a depender del acto receptivo
que al integrarla a su propio universo interpretativo va a dar prioridad a uno u otro
aspecto. Detengámonos en esto.
Nuestro autor especifica que hay que diferenciar a la fotografía de la información de los
mensajes intencionales. La información fotográfica sería del tipo “indicial” y como tal:
“debe ser definida como hecho receptivo que instituye una relación referencial entre la
imagen y su impregnante” (Ibíd., p.58). La intencionalidad emisora no interviene en
dicha relación, o más bien, es optativa y no transmisible a través de la imagen.
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Esta cualidad, o carácter, es lo que Peirce llama el ‘ground’ o ‘fundamento’ del representamen. (Cfr.
Mandaras, p. 42).
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En la fotografía, agrega Schaeffer, el representamen puede ser: un ‘índice icónico’ o un
‘ícono indicial’. En el primero lo que predomina es la indicialidad sobre la iconicidad
del signo y en el segundo la iconicidad sobre la indicialidad.
Por otra parte, aquello que es representado, el objeto, puede dividirse según remitamos
la imagen a “entidades” o a “estados de hecho” (en Ibíd., p.54). Esta distinción no
siempre es clara y de hecho “la continuidad de la vida perceptiva hace que las fronteras
entre entidades y acontecimientos se hagan muy móviles, mientras que la discontinuidad
de la imagen fotográfica, su carácter de imagen instantánea, fija dos polos en una
oposición más nítida” (Ibíd., p.53).
Schaeffer aclara que afirmar que la imagen fotográfica es un índice icónico y un ícono
indicial a la vez no equivale a equiparar estos dos términos sino que por el contrario
ilustra <el estatuto ambiguo> de este signo en donde predomina a veces la función
indicial y otras veces la función icónica. Se trata de una tensión constante entre la
función indicial y su presencia icónica. En palabras de Schaeffer:
“de acuerdo con configuraciones específicas por parte del representamen y del objeto,
la recepción pasa por la tematización, ya sea de una ruptura, ya sea de una
continuidad temporal, por consiguiente de una construcción del espacio icónico como
campo casi perceptivo no reiterable, o por el contrario reiterable”
(Cfr. Schaeffer, 1993, p.52).
Cada dupla se diferencia entre sí, por tratarse el primero de los términos de cada par de
un objeto-entidad y el segundo de un estado de hecho (Ibíd., p.64).
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(Indicialidad)
Señal: índice, entidad, temporalidad
Protocolo de experiencia: índice, estado de hecho, temporalidad
Descripción: índice, entidad, espacialidad
Testimonio: índice, estado de hecho, espacialidad
(Iconicidad)
Recuerdo: ícono, entidad, temporalidad
Rememoración: ícono, estado de hecho, temporalidad
Presentación: ícono, entidad, espacialidad
Mostración: icono, estado de hecho, espacialidad
No nos detendremos en el análisis de cada una de las ocho categorías propuestas antes;
tan solo tomaremos para nuestro estudio: el testimonio, el recuerdo y la rememoración.
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Tanto en la imagen rememoración como en la de recuerdo y la de testimonio se hace
sumamente evidente la necesidad de lo que Schaeffer denomina ‘los saberes laterales’,
pues sólo así quien las recibe puede interpretar la imagen y darle un sentido, y por lo
mismo es que puede categorizarse tal o cual imagen como testimonial o rememorativa.
Pues el receptor necesita de ese potencial dado desde afuera de la imagen, de la cultura,
para poder darle significado.
(Para cerrar con Schaeffer y dar paso a Barthes): Esta clasificación de Schaeffer nos
sirve en cuanto el corpus de imágenes que vamos a ver mantienen todas, una constante
tensión entre la imagen recuerdo y la imagen testimonio.
Pero antes de pasar a las imágenes me gustaría introducir una cuestión esencial y
estrechamente relacionada con lo anterior.
Como decíamos fotografía es interpretada como una evidencia de los hechos pasados
¿Qué hay en el modo de producir una imagen fotográfica que nos permite darle ese
carácter de verosímil histórico? ¿Qué diferencia la técnica fotográfica de otros medios
de expresión?
Estas cuestiones son, precisamente, las que llevaron a Barthes en la Sesión del 17 de
febrero de 1979 en el Collège de France6 a plantear que a pesar de que en todos los
niveles de la vida social encontramos a la fotografía, no se había esbozado hasta
entonces una teoría de la misma: no era considerada arte (a diferencia del cine) aún
cuando había ‘fotos artísticas’, ni era incluida dentro de la alta cultura (como la pintura).
Por esto mismo nuestro autor afirma que la especificidad de la fotografía hay que
buscarla en otra parte: el noéma de la foto hay que buscarlo en el “esto ha sido” (en Cfr.
Barthes, 1979).
Será luego en la “La cámara lúcida” (Cfr. Barthes, 1989) donde Barthes desarrolle esta
cuestión al preguntarse: “en que se diferencia el referente de la fotografía del de los
otros sistemas de representación” (Ibíd., p.135). Llama Referente Fotográfico: “no a la
cosa facultativamente real que remite a una imagen o un signo, sino a la cosa
necesariamente real que ha sido colocada ante el objetivo y sin la cual no habría
fotografía” (Cfr. Barthes, 1989, p.135).
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Sesión previa a la escritura de “La cámara lúcida” (Cfr. Barthes, 1989).
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De la misma manera y en cuanto a que la imagen fotográfica se presenta como una
prueba, como una evidencia de que el referente fotográfico existió realmente, Susan
Sontag asevera: “algo que conocemos de oídas pero de lo cual tenemos dudas parece
irrefutable cuando nos lo muestran en una fotografía... una fotografía se considera
prueba incontrovertible de que algo determinado sucedió” (Cfr. Sontag, 1977, p.15-16).
Esta propuesta de Barthes mantiene una afinidad con la idea de que la imagen-
fotográfica es una huella, un índice en el sentido peirceano. El “esto ha sido” sólo es
posible en cuanto la imagen fotográfica mantiene una continuidad física con el objeto
que representa, es su huella y todos de una u otra forma lo sabemos.
La fotografía opera capturando un instante en el fluir del tiempo, con lo que produce
una descomposición temporal y espacial. Sobre este corte espacio-temporal Schaeffer
afirma que paradójicamente esta ruptura “hace que su carga temporal sea más fuerte”
(Cfr. Schaeffer, 1993, p.48). De la misma manera Sontag asegura:
“las fotografías pueden ser más memorables que las imágenes móviles, pues son
fracciones de tiempo nítidas que no fluyen... cada fotografía es un momento
privilegiado transformado en un objeto delgado que uno puede guardar y volver a
mirar”
(Cfr. Sontag, 1977, p.27-28).
De la misma manera Gabriel Bauret explica: “la fotografía se asocia a menudo con la
idea de <documento>, es decir con algo que sirve en primer lugar para dar testimonio de
una realidad, y luego para acordar la existencia de dicha realidad” (Cfr. Bauret, 1999, p.
25). En este caso, el tiempo juega un papel fundamental, especialmente desde el punto
de vista de las emociones, puesto que la fotografía está asociada con la toma de
conciencia del cambio, de la desaparición y la muerte. La palabra documento “encierra
también, de manera más o menos vaga, la idea de exclusividad, la fotografía
proporciona un testimonio particular… y su valor es más fuerte en la medida en que es
única” (Ibíd.).
La fotografía se nos presenta como un soporte delgado que contiene un instante del
tiempo capturado por el dispositivo fotográfico, al cual podemos regresar una y otra
vez. La imagen foto permanece idéntica a sí misma, supone al tiempo pero en cuanto a
ruptura. Pues bien, como explica Sontag, “las fotografías son un modo de apresar una
realidad, de imponerle fijeza… Uno no puede poseer la realidad, uno puede poseer (y
ser poseído por) imágenes (de la misma manera) que uno no puede poseer el presente
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pero puede poseer el pasado” (cfr. Sontag, 1977, p.173). Precisamente, lo que las
fotografías vuelven accesible no es la realidad sino las imágenes, las apariencias de un
instante.
Esto mismo plantea Berger al afirmar que toda fotografía es del pasado, una fotografía
“detiene el flujo del tiempo en el que una vez existió el suceso fotografiado” (Cfr.
Berger, 1996, p.86). Esta ruptura en el eje temporal hace que la fotografía nos presente
siempre dos mensajes, uno relativo al suceso fotografiado y el otro al golpe de
discontinuidad. Partiendo de esta distinción Berger asegura: “así entre el momento en
que miramos una fotografía y el momento registrado (<capturado>) en ella, hay un
abismo” (Ibíd.).
Pues bien, la relación de la imagen fotográfica con el espacio y el tiempo gira, según
Dubois, en torno a la noción de corte. La imagen fotográfica es indisoluble del acto que
la constituye, no se trata sólo de una huella luminosa sino de un corte abrupto, pues la
imagen-foto “es creada por entero de un solo golpe: el gesto del corte” (Cfr. Dubois,
1994, p.141).
Este corte del acto fotográfico se da sobre el eje espacio-temporal. En su acto fundador,
la imagen foto interrumpe, detiene y fija la duración en un solo instante. En cuanto a la
espacialidad: fracciona, aísla y capta una porción de la extensión. Por esto mismo
Dubois afirma:
“La foto aparece así, en el sentido fuerte, como una tajada, una tajada única y singular
del espacio-tiempo, literalmente cortada en vivo”
(Cfr. Dubois, 1994, p.141).
Para la fotografía, por lo tanto, sólo existe una sola elección y un solo golpe, después
del cual nada puede modificarse. El tiempo capturado se transforma en un instante
perpetuo, una fracción de tiempo tomada de una vez y para siempre, destinada ahora a
durar pero separada de la duración real. Nuestro tiempo pasa ahora al tiempo inmutable
de la imagen fija.
Pero, no hay que interpretar este acto fundante de la imagen fotográfica sólo como
una pérdida, una transmutación a la inmovilidad sino también una creación: “debe
pensarse en un sentido positivo, como en la momificación, la congelación o la
vitrificación, donde finalmente habrá otra forma de supervivencia, por el corte y en la
fijación de las apariencias” (Cfr. Dubois, 1994, p.149). Precisamente, de eso se trata la
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fotografía: “cortar en vivo para perpetuar lo muerto” (Ibíd.). De un golpe arrancarle un
instante al fluir del tiempo y fijarlo, conservarlo para salvarlo de su pérdida.
El fotógrafo no llena el marco, sino que sustrae de un golpe una fracción de espacio
lleno. La cuestión del espacio es para el fotógrafo no un “meter adentro” sino en “sacar
una sola pieza” (Ibíd., p.158).
La cámara fotográfica, a diferencia del ojo humano, limita el espacio con el encuadre.
Por lo tanto, la utilización de la cámara implica una selección del espacio y supone dejar
parte de la realidad fuera del encuadre.
Por sus características técnicas, que permiten que en la fotografía la luz que entra por el
objetivo de la cámara se imprima directamente en una película sensible dejando la
huella de su referente, es que Barthes afirma: “la foto es literalmente una emanación del
referente” (Cfr. Barthes, 1989, p.142). Y explica:
“la foto no es una copia de lo real – sino una emanación de lo real en el pasado... Lo
importante es que la foto posee una fuerza constatativa y que lo constatativo de la
fotografía ataña al objeto y no al tiempo... el poder de autentificación prima sobre el
poder de representación”
(Cfr. Barthes, 1989, p.154).
El Arché fotográfico
Retomando la noción del Arché propuesta por Schaeffer podemos agregar que la
distancia temporal en la imagen fotográfica nace del conocimiento “del hecho que
sepamos que el ícono es la retención visual de un instante espacio-temporal <real>, el
tiempo fotográfico es […] el tiempo físico (el momento y la duración) de la formación
de la impresión” (Cfr. Schaeffer, 1993, p.49). La dimensión temporal de la imagen
fotográfica es, en definitiva, una función del indicio, como explica Schaeffer:
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Es decir, la recepción se hace cargo de esta ruptura en la medida en que se abre la
distancia temporal entre la recepción visual del ícono y la fijación indicial. Y
precisamente por ello afirma Schaeffer que en determinados contextos receptivos y en
ciertas realizaciones el ícono fotográfico puede convertirse en el puro indicio del tiempo
(en Ibíd., p.49).
Así, Schaeffer propone que lo especifico que permite distinguir el ícono fotográfico es
su función indicial, y esto es lo que lo distingue de otros íconos analógicos, es decir: “la
especificidad que permite distinguir el indicio fotográfico de otras impresiones fotónicas
reside en la función analógica de su realización icónica” (Ibíd., p.45). Se podría decir, a
partir de esto, que la fotografía es una ‘imagen del tiempo’ pues con esta definición
podemos unir en una sola expresión el ícono y el índice “construyendo la
indisolubilidad del espacio del ícono y del tiempo del indicio” (Ibíd., p.48).
Pues la fotografía no es sólo detención del tiempo en un instante, sino también fracción
de espacio. Como explica el mismo Schaeffer: “la imagen fotográfica sólo puede grabar
el tiempo bajo la forma de un despliegue espacial” (Ibíd., p.48). Y lo que produce bajo
la forma de despliegue espacial es el cambio en el tiempo, por tanto:
Para Schaeffer aquellos que quieren convertir la imagen en la realización del mensaje
del fotógrafo están obligados a postular que está estructurada según una mirada
semióticamente pertinente en el plano icónico, de tal manera que dicha estructuración
se impone al receptor como ‘mensaje’ que hay que descifrar. Esta tesis, explica el autor,
es absurda, aunque sólo sea porque si miro una fotografía nunca estoy condenado a <ver
el mundo> a través de los ojos del fotógrafo, por el contrario: la imagen no es un mero
dato que el receptor podría descifrar en una lectura puramente interna (en Ibíd., 1993,
p.51).
Esta relación de la imagen fija y el tiempo detenido, es caracterizada por Gauthier como
negación del tiempo. La fotografía, explica, fija al tiempo “transformando el instante en
eternidad” (Cfr. Gauthier, 1996, p.64). Pues, como afirma Aumont:
“Si una imagen que, por sí misma, no existe en modo temporal puede, sin embargo,
liberar un sentimiento de tiempo, es forzosamente porque el espectador participa y le
añade algo a la imagen”
(Cfr. Aumont, 1992, p.172).
En otras palabras: “las imágenes mantienen así una relación infinitamente variable con
el tiempo” (Cfr. Aumont, 1992, p.171). Se trata de un encuentro entre un tiempo
subjetivo y una imagen, entre dos espacios diferentes: el espacio del espectador y el de
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la imagen, se trata de un encuentro ‘contra natura’ (como lo denomina Aumont) de dos
espacios de diferente naturaleza: nuestro espacio cotidiano y el espacio de una imagen,
al que entramos haciendo funcionar determinados conocimientos.
Antes de formar una imagen la fotografía es un proceso: la acción de la luz sobre ciertas
sustancias a las que hace reaccionar químicamente, y que se llama por esta razón:
fotosensible (se trata de una superficie que expuesta a la luz será transformada por ella).
Esta superficie conserva la huella de la acción de la luz. Por lo tanto: “La fotografía
empieza cuando esta huella se fija más o menos definitivamente y se finaliza con vista a
cierto uso social”, aclara Aumont (Ibíd., p.173).
Este proceso de grabación luminosa hace que la fotografía sea un indicador temporal, en
una imagen-foto hay tiempo incluido, detenido, la foto sigue mostrándonos lo que ya ha
sido y lo que ya no es: la irrepetible fugacidad de un instante.
La fotografía descansa sobre ese saber del espectador de que “la fotografía ha captado
tiempo para restituírmelo” (Ibíd., p.176): veo tiempo. El saber sobre el arché fotográfico
permite leer ese tiempo, experimentar sus connotaciones emocionales o incluso
revivirlo. Como explica Aumont: “la fotografía transmite a su espectador el tiempo del
acontecimiento luminoso del que es huella” (Ibíd., p.176).
Es por esto que Barthes afirma que cualquier tipo de clasificación que quiera hacerse de
la fotografía es en cualquier caso algo ajeno a ella, algo exterior a su objeto. Pues para
Barthes la fotografía es esencialmente inclasificable.
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“la fotografía repite mecánicamente lo que nunca más podrá repetirse
existencialmente, lo que la fotografía tiene como característica esencial es que siempre
es verdadera, sea cual sea el valor de verdad de sus componentes”
(Cfr. Barthes, 1989, p.31).
El efecto que despiertan las fotografías, plantea Barthes, es un “afecto mediano, casi de
adiestramiento” (Cfr. Barthes, 1989, p.64), un interés al que el autor llama “el studium”
que quiere decir: “la aplicación a una cosa, el gusto por alguien, una suerte de
dedicación general” (Ibíd., p.64). Por el studium, explica Barthes “me intereso por
muchas fotografías, ya sea porque las recibo como testimonios políticos, ya sea porque
las saboreo como cuadros históricos buenos. Pues es culturalmente como participo de
los rostros, de los aspectos, de los gestos, de los decorados, de las acciones” (Ibíd., p.65.
El destacado es mío)7.
“…las imágenes son de hecho capaces de usurpar la realidad porque ante todo una
fotografía no es sólo una imagen (en el sentido en que lo es una pintura), una
interpretación de lo real; también es un vestigio, un rastro directo de lo real, como una
huella o una máscara mortuoria. Mientras un cuadro nunca es más que la afirmación
de una interpretación, una fotografía nunca es menos que el registro de una emanación
(ondas de la luz reflejadas por objetos), un vestigio material del modelo en una manera
imposible para cualquier cuadro”
(Cfr. Berger, 1996, p.164).
Por lo anterior podemos decir que mediante la fotografía no comprendemos nada, las
fotos no explican nada en sí mismas, esto es una función del tiempo y la fotografía,
repitámoslo, han sido arrancadas de la duración, es decir: el corte que la funda rompe
con el eje temporal de la duración real. Como bien afirma Sontag: “en rigor, nunca se
comprende nada gracias a una fotografía, desde luego, las fotografías llenan lagunas en
nuestras imágenes mentales del pasado y el presente” (Cfr. Sontag, 1977, p.33). La
comprensión, explica la autora: “se basa en el funcionamiento, lo cual es algo temporal,
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Barthes también indica un segundo elemento que interviene en la fotografía. Este segundo elemento es
el “punctum” el cual no es buscado por el receptor de la imagen, no corresponde a un atributo social sino
que “es él [el punctum] quien sale de la escena como una flecha y viene a punzarme”, es un elemento que
viene a perturbar el studium y corresponde a “ese azar que en ella (en la foto) me despunta” (Cfr. Barthes,
1989, p.64-65).
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Al respecto Berger agrega que: “la fotografía a diferencia del dibujo no posee un lenguaje propio, la
imagen fotográfica se produce instantáneamente mediante la refracción de la luz. Su figuración no está
impregnada de experiencia, ni de conciencia” (Cfr. Berger, 1996, p.95).
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y debe ser explicado temporalmente. Solamente lo narrativo puede permitirnos
comprender” (Ibíd.).
Esto último también vale para la fotografía y se debe a que si bien toda fotografía es del
pasado, a diferencia del conocimiento de lo vivido, la imagen fotográfica no puede
nunca conducirnos al presente, puesto que las fotografías han sido creadas a partir del
corte de la continuidad. Por lo tanto, para encontrarle un significado a la imagen
necesitamos atribuirle una duración dentro del correr del tiempo, pues como manifiesta
Berger: “un instante fotografiado sólo puede adquirir significado en la medida en que el
espectador pueda leer en él una duración que se extiende más allá de sí mismo” (Cfr.
Berger, 1996, p.89).
En cuanto a la interpretación hay que tener en cuenta la relación que puede establecerse
entre imágenes y palabras, siendo que la imagen a partir de las palabras puede adquirir
distintos sentidos. Al respecto Sontag explica: “ya sea que la fotografía se entienda
como objeto sencillo u obra de un artífice experto, su sentido – y la respuesta del
espectador- dependen de la correcta o errónea identificación de la imagen; es decir de
las palabras” puestas para su interpretación (Cfr. Sontag, 2005, p.39).
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cobra significación mediante las palabras. Y las palabras que por sí mismas quedan en
el plano de la generalización, recuperan una autenticidad gracias a la irrefutabilidad
de la fotografía”
(Cfr. Berger, 1996, p.92)
En relación a esto explica Barthes que como signo la imagen conlleva una debilidad: su
carácter polisémico, en tanto una imagen puede irradiar sentidos diferentes y a los que
no siempre sabemos como dominar (en Cfr. Barthes, 1966, p.89). Pero aclara que este
carácter polisémico existe también en el lenguaje articulado, aunque en el caso del
lenguaje “el fenómeno de la polisemia queda considerablemente reducido por el
contexto, por la presencia de otros signos que dirigen la elección y la intelección del
lector o del oyente” (Ibíd., p.90).
Fotografía y memoria
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Recordar consiste en retener ciertos fragmentos de la experiencia y olvidar el resto, y lo
que se recuerda ha sido salvado de la nada. La nada es el olvido, la no-identidad, lo
indiferenciado. La facultad de atestiguar lo que ha sido, de retener lo que se desvanece
es la memoria. La memoria es constitutiva de la vida humana: desde siempre el hombre
se ha ocupado de producir signos que permanezcan más allá del devenir, que sirvan de
marca de la propia existencia y que le den sentido.
La cámara al ser empleada para salvar ciertos acontecimientos de la nada a la que los
empuja indefectiblemente el fluir del tiempo contribuye a mantener la memoria viva. Y
lo que se ve es el acontecimiento que a través de un golpe violento es instantáneamente
salvado del olvido. Así la experiencia de la propia fugacidad del tiempo nos impulsa a
fotografiar nuestras vidas y las de nuestros seres queridos. De manera que lo que nos
queda es una antología de imágenes que perdurarán.
Pero cabe en este punto hacer una distinción: en cuanto a su uso privado las fotografías,
aunque nacidas a partir del corte espacio-temporal, permanecen ligadas al marco de
significancia en el que fueron creadas, como bien explica Berger: “la fotografía es así
un recuerdo de una vida que está siendo vivida” (Cfr. Berger, 2005, p.49). En cambio, la
fotografía en su dimensión pública nos muestra un suceso que no nos atañe de manera
directa o que están lejos (al recibirlas) del marco de significancia original, ofrecen
información, pero una información ajena a la propia experiencia.
Por otro lado cabe destacar que si bien, y como decíamos anteriormente toda fotografía
es del pasado, lo que ella proporciona no es solo un registro exacto del pasado, sino una
nueva manera de tratar con el presente según el contexto vivo de significancia en el que
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ahora es incluida. Las fotografías pueden para Sontag erigir el conocimiento del pasado
y del presente inmediato. Así mientras las fotografías del pasado pueden completar
nuestra imagen mental de ese pasado, afirma Sontag:
“las fotografías que se toman ahora transforman el presente en imagen mental, como el
pasado. Las cámaras establecen una relación inferencial con el presente (la realidad es
conocida por sus huellas), ofrecen una visión de la experiencia instantáneamente
retroactiva. Las fotografías brindan formas paródicas de posesión: del pasado, del
presente y aún del futuro” (Cfr. Sontag, 1977, p. 176).
Con su sola existencia la imagen foto deja el registro, una huella de lo que ha sido y así
lo eterniza, pues la muerte total sucede sólo cuando desaparecen los recuerdos, por eso
la imagen fotográfica necesita remitir a los recuerdos de la memoria de alguien. La
fotografía es la huella, la marca luminosa de la propia existencia que da respuesta a un
miedo fundamental: el de ser olvidados.
En relación con lo anterior Schaeffer explica que es el receptor de la imagen, en última
instancia, quien la introduce en una duración, es decir quien le da sentido:
“la imagen fotográfica no tiene memoria y para tratarla el espectador debe integrarla
a su propio universo interpretativo ya que sólo en ese universo puede ser transformada
en testimonio de una situación compleja”
(Cfr. Schaeffer, 1993, p.64).
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2005, p.51) de manera tal que la imagen fotográfica en su dimensión pública adquiere
un contexto vivo: la memoria colectiva, el conocimiento del pasado a partir de la cual
los hombres van construyendo un futuro.
Gran parte de las imágenes que tenemos sobre los sucesos históricos y los hechos que
acontecen en el mundo, lo tenemos mediante las fotografías y no por la experiencia
directa. Pues, como afirma Sontag, las fotografías tienen la capacidad de otorgarnos
“una idea de lo que es el mundo en torno nuestro” (Cfr. Sontag, 2004).
“el discurso histórico no sigue lo real, no hace sino significarlo, no cesa de repetir ha
sucedido, sin que esta aserción pueda ser otra cosa que una característica de
significado de toda narración histórica”
(Cfr. Barthes, 1967, p. 176).
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La historia no sólo puede hacerse sobre la base de textos escritos, por el contrario como
afirma Rojas Mix: “el documento visual es también un texto, sólo que se lee de manera
diferente y nos entrega otro tipo de información. El documento escrito puede transcribir
de modo más explícito los acontecimientos pero no nos pone en contacto directo con la
realidad vivida” (Cfr. Rojas Mix, 2006, p.55). El documento visual, explica Rojas Mix
ha sido revalorizado en la actualidad como documento para la investigación histórica,
esto se ha dado a partir de que ella misma ha ampliado el alcance de su estudio abriendo
en horizonte a la moda, el gusto, el sentido de belleza… lo cual sería prácticamente
imposible sin el testimonio visual.
Ahora bien, retomando la cuestión de la imagen fotográfica, podemos decir que es sólo
a partir de la interpretación como las fotografías pueden rememorar el pasado en un
presente para alimentar las reflexiones sobre el tiempo por venir. Pues como afirma
Barthes, la foto por sí misma no rememora el pasado, a lo que cabría agregar: para
hacerlo necesita ser interpretada. Por esto mismo Debray afirma: “No hay percepción
sin interpretación. No hay grado cero de la mirada” (Cfr. Debray, 1994, p.52).
“debemos hacer con la imagen, de forma absolutamente teórica, lo que con más
facilidad hacemos con el lenguaje. Porque en cada producción testimonial, en
cada acto de memoria, los dos –el lenguaje y la imagen- son absolutamente
solidarios y no dejan de intercambiar sus características recíprocas: una imagen
acude allí donde parece fallar la imaginación”
(Cfr. Didi-Hubermas, 2004, p.49).
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medio compacto de memorizarlo. La fotografía es como una cita, una máxima o un
proverbio” (Cfr. Sontag, 2005, p.31). En otras palabras:
Bibliografía
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