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“De las relaciones entre la ley y el procedimiento

y entre el procedimiento y las pruebas”

Jeremy Bentham

[9] El objeto de las leyes cuando son ellas lo que deben ser, es producir, en el más
alto grado posible, la felicidad de la mayor cantidad de personas; pero sean tales
leyes buenas o malas, sólo pueden obrar creando derechos y obligaciones: Los
derechos, que contienen todo lo que hay de bueno y agradable, todo lo que
representa goce y seguridad; las obligaciones, que contienen todo lo que es aflictivo
y oneroso, todo lo que es molestia y privación, pero donde el mal se halla
compensado con exceso por el bien que resulta. He aquí, por lo menos, la
característica de las leyes buenas; las malas son las que crean obligaciones superfluas
o más onerosas que útiles.
Esas leyes no tendrían ningún efecto si el legislador no crease al mismo
tiempo otras leyes, cuyo objeto es [10] hacer cumplir las primeras: son ellas las leyes
de procedimiento.
Para señalar la diferencia entre unas y otras, llamaremos a las primeras leyes
sustantivas, y a las segundas leyes adjetivas.
La obra final del juez consiste en una decisión, sea cualquiera el nombre que
se le dé, juzgamiento, sentencia, decreto, precepto, o mandato.
Cuando un particular se dirige al juez, es para reclamarle una decisión, que
no puede referirse sino a un punto de hecho o a un punto de derecho. A un punto
de hecho, cuando se trata de saber si estima que el hecho que se le somete es
verdadero o no; en ese caso la decisión no puede tener otra base que las pruebas. A
un punto de derecho, cuando se trata de saber cuál es la ley aplicable a tal o cual
materia, qué derecho concede o qué obligación impone en determinado supuesto. El
demandante requiere un pronunciamiento de naturaleza positiva consistente en que
se le ponga en el goce de un derecho; y al contestar la demanda, el demandado
solicita un pronunciamiento de naturaleza negativa, consistente en que no se le
someta a la obligación que su adversario le quiere imponer.
Todo lo dicho se refiere tanto a la ley penal cuanto a la comúnmente llamada
ley civil; porque, ¿de qué se trata en lo penal?: de decidir si cierto hecho, llamado
delito, está probado o no y, en consecuencia, si el individuo acusado debe ser
sometido a la obligación de sufrir la pena correspondiente a ese hecho.
Para todos esos problemas, el juez tiene el deber de obtener todas las pruebas
de una y de otra parte, de la mejor manera posible, de compararlas y de decidir
después su fuerza probatoria.
Así, pues, el arte del proceso no es esencialmente otra cosa que el arte de
administrar las pruebas.


Jeremy BENTHAM, Tratado de las Pruebas Judiciales, Ediciones Jurídicas Europa-América, Buenos
Aires, 1971; Volumen I, Libro Primero: Nociones generales sobre las pruebas, Capítulo I, pp. 9-10.

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