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INVISIBLE

“Lo brutal de vivir en un barrio de invasión es la pobreza, el hambre, el frío Pero yo aquí, mejor dicho, hasta
que me muera…”- Luz Marina, líder de la comunidad de Alpes

Los asentamientos ilegales se definen como el “Conjunto de mínimo 8 familias agrupadas o contiguas, con
carencia de servicios públicos y derechos de propiedad del suelo en donde se encuentran ubicados.”- TECHO,
2015, definición brindada por la fundación.

Techo es una organización de la sociedad civil que trabaja con el fin de superar la pobreza en América latina y
el Caribe. Según un estudio realizado por la fundación durante el 2015, la capital cuenta con 163.663 hectáreas
(Dato: Veeduría Distrital), y dentro de ellas 125 barrios de invasión, distribuidos en 11 de las 20 localidades
que la conforman.

De esos 125 asentamientos ilegales, en Usaquén con 6.532 hectáreas que representan el 4% del suelo
bogotano, se encuentra que aproximadamente el 5% de su territorio está ocupado por asentamientos ilegales.
En menor proporción, la localidad de Teusaquillo, con 1.419 hectáreas, es decir el 1% del territorio de la
ciudad, muestra que únicamente el 1% está ocupado por barrios de invasión. En el caso de Suba, solo el 3%
de su espacio (10.056 hectáreas) presenta dicha problemática, y en la localidad de Santa Fe con 4.517
hectáreas, el 8% de su territorio está conformado por ocupaciones ilegales. La localidad de San Cristóbal tiene
un 8%, Rafael Uribe el 2%, La Calera 1%, Kennedy 2%, Engativá 1%, Chapinero 8%, Bosa 2%, Antonio Nariño
1%, Usme 28% y finalmente Ciudad Bolívar, que reúne la mayor concentración de asentamientos con un 31%.
De tal magnitud es el problema de invasión que ha afectado la capital desde sus inicios.

Bogotá es una ciudad que fue fundada a partir de la invasión, desde que Gonzalo Jiménez de Quesada decidió
ocupar un territorio habitado por los muiscas, hasta que el conflicto armado, la pobreza y la vulnerabilidad de
Colombia, llevaron a más de 8.8 millones de personas, según la RNI (Red de Información Nacional), a
abandonar sus tierras y dirigirse a la capital y a otras ciudades para buscar una mejor calidad de vida.

Hoy en día el panorama no es mucho mejor; actualmente las cifras de migración son desbordantes. En Bogotá,
según un informe de 2018, realizado por la Dirección para la Acción Humanitaria y el Desarrollo (entidad a
cargo de la Cruz Roja) viven en la ciudad 351.336 personas que son desplazadas por la violencia. Esto equivale
al 4% de las más de 8 millones de víctimas del conflicto colombiano. A ello se suman las 11.517 emigrantes
venezolanos que viven ahora en Bogotá por la situación política y económica de su país (información del
Registro Único de Víctimas (RUV).

Así las cosas, el número de desplazados ha generado un fenómeno de invasión de Espacios públicos no
destinados para la vivienda. Según la investigación sociodemográfica realizada por TECHO, aproximadamente
230.456 personas, o sea el 3% de los 8 millones de habitantes que habitan Bogotá, según el censo del 2018
realizado por el Dane, provienen de distintas partes del país y llegaron a ocupar asentamientos ilegales. Dichas
áreas son resultado del conflicto, la pobreza y la ausencia del estado, y se han constituido como zonas
peligrosas, que afectan el proceso de urbanización bogotana. Algunos de estos son barrios como Egipto, Alpes,
Cartagena, Recuerdo, Santa Marta, etc.

El barrio “Santa marta”, ubicado en Ciudad Bolívar es un ejemplo de lo mencionado. “Hace aproximadamente
18 años, comenzó a ser poblado por iniciativa de personajes que se apropiaron de los terrenos y los
arrendaron a quienes por causas del desplazamiento, la necesidad, y en muchos casos la pobreza, se vieron
obligados a establecer sus casas”- Cuenta Diana Leal líder de la comunidad.
Una de las líderes del barrio es Diana Leal, la historia de cómo llegó allí se remonta de nuevo al conflicto
armado y a los problemas de drogadicción. Su historia se asemeja a la de muchas familias que habitan los
barrios de invasión por cuestiones de la guerra colombiana.

En Boyacá, tras la firma del proceso de paz, se registraron aproximadamente 52.614 hechos referentes al
conflicto armado. El número de víctimas que se logró reconocer se encuentra, según la RNI entre las 42.961
personas. Una de ellas es Uriel Rodríguez, el esposo de Diana, que abandonó su hogar debido a la violencia y
llegó a Bogotá buscando oportunidades laborales.Después de conocerse y vivir en Usme ambos llegaron al
barrio Santa Marta. Su labor allí consiste en asesorías académicas para niños, y junto a la fundación Ana
valentina, una institución que busca trabajar con los pequeños en dos ámbitos: familia y Dios, generan una
iniciativa que mejora el proyecto de vida de niños y jóvenes con el objetivo de educarlos.

Según el estudio de Techo anteriormente mencionado, hay 300 casas y aproximadamente 350 familias que
conforman el barrio Santa Marta (cifra 2015). Sin embargo, no es fácil saber con exactitud esta cifra porque
según Diana Leal en una casa pueden vivir hasta 2 o 3 familias.

Para llegar a este lugar es necesario caminar por una carretera no pavimentada. Son 10 minutos de recorrido
a veces acompañado de lluvia y barro, lo cual hace la carretera más difícil. En la cumbre se asoma un paisaje
que revela Bogotá, y esclarece la diferencia entre lo urbano, y estas zonas que tienen el aspecto del sector
rural.

Fundamentalmente, los asentamientos ilegales no son construidos bajo el proceso de urbanización necesario
que incluye un estudio del terreno a urbanizar, en el cual, según la RNI, se deben analizar las condiciones
generales y reglamentarias, para verificar su topografía, su geología, hidrología y condiciones ambientales e
históricas. Luego se realiza el diseño arquitectónico y de paisajismo, que incluye la planeación de pavimentos,
el sistema de sostenimiento de la tierra, los viaductos, e instalaciones como alcantarillado y electricidad, y
finalmente se elaboran los documentos para llamar a la licitación, tales como bases administrativas generales,
borrador del contrato de construcción, entre otros.

En el barrio Santa Marta, no se realizaron ni los estudios, ni el diseño, ni la licitación. Absolutamente toda su
construcción fue de manera ilegal, razón por la cual no hay servicios públicos brindados por el Estado. En este
lugar, como en muchos otros barrios de invasión, los servicios son prestados por independientes, que hacen
su propio negocio.

Los habitantes se ven obligados a pagar “el punto”, es decir retribuir económicamente los servicios al
presidente del barrio, Don Julio, que hace la presencia que debe hacer únicamente el Estado o las empresas
privadas oficiales. “Don Julio ofrece agua por 50 mil pesos”- dice Diana Leal. “El agua, es de arriba del tanque,
se pasa a través de la manguera, es agua ilegal, de un acueducto cercano al barrio, pero el día domingo el
servicio no funciona, y por ejemplo la luz es igual ,también la coge una persona, compra una guaya, y la trae
desde arriba desde el recuerdo, pero aquí la luz es muy mala, por ahí a las 7 de la noche se va la luz, solo sirve
un bombillo, todos se apagan y no vuelve hasta el siguiente día. Para tener gas, es con una pipeta que dura
1 o 2 meses y ahorita está costando 60 mil pesos. Algunas familias tienen televisión e internet, eso depende
ya de cada uno”

La realidad social de los barrios de invasión no es ajena a las drogas, y en Santa Marta, las pandillas, también
conformadas por jóvenes, intentan edificar un negocio rentable vendiendo drogas a los más pequeños. Según
los líderes de la comunidad, 5 de cada 10 jóvenes entre 12 y 15 años, son consumidores de drogas, y muchos
de ellos terminan en las calles, o son expulsados del barrio bajo amenazas de muerte. Así funciona la vida en
Santa Marta, se vive el día a día, bajo las rudas condiciones climáticas que en ocasiones inundan las casas, con
las difíciles circunstancias económicas e intentando huir de la drogadicción y de las ´listas negras´ una práctica
de limpieza social que acaba con todo el que se considere peligroso para la comunidad.
“No sé quién maneje eso pero el hecho es que existen unas listas negras, y entonces hay temporadas en la
que le dicen a uno que están haciendo limpieza y por ejemplo mi esposo no podía llegar muy tarde ni salir
temprano porque de pronto lo cogen ahí, y ya después empiezan las noticias, de que mataron a uno, al otro”-
Afirma Diana Leal.

En contraste a lo negativo, una característica que comparten los barrios de invasión, son las personas
interesadas en el desarrollo social de la comunidad. Luz marina es una líder social de la comunidad Alpes,
barrio de invasión fundado alrededor del colegio Canadá. Su historia comenzó en el Cartucho, pero por un
golpe de suerte llegó al barrio Santa Marta, barrio que hoy, es una de sus mayores preocupaciones y busca
junto a la fundación Techo construir más casas para las familias, y educar a las nuevas generaciones. “Acá en
este barrio toca luchar mucho contra la drogadicción, más que todo en los jóvenes, porque uno de viejo ya
comprendió como caer, como levantarse y eso, pero los niños son los que sufren”.

Si se habla de la presencia del Estado, su intervención es mínima, instituciones como la Policía Nacional, que
brindan seguridad a la ciudad no llegan hasta el sector de Santa Marta; los servicios públicos legales tampoco,
no hay vías y el transporte solo cubre hasta el barrio Alpes. “Yo he ido a la Alcaldía, a Metrosur y lo que
necesita el barrio lo anotan y se lo comen porque aquí no pasa nada. Necesitamos que pavimenten, que
traigan agua, casas, pero el alcalde por acá no viene, pero eso si viene gente a mirar. El alcalde dice que puso
el transmicable, pero con eso no vamos a comer, no vamos a alimentarnos”. Asegura Luz Marina

Sin embargo, según la Alcaldía de Bogotá, en 2017 se legalizaron nueve barrios, entre estos, Sagrada
Familia II Sector, Villa Neira en la localidad de San Cristóbal ; La Cabaña Fontibón y Guadual II; Tuna
Alta I, El Cóndor en suba, y Bosa Nova III. En estos barrios residían en promedio 2 .700 personas.

La meta de legalización de los barrios en 2018 fue de 94 asentamientos, solo fueron legalizados 42 y
se preveía que en 2019 fueran 83 los asentamientos que ingresaran a la formalidad; sin embargo, a
Santa Marta y a muchos otros barrios de invasión aun no llega el plan del Estado, y la ausencia tiene
como resultado zonas en donde la calidad de vida es perversa, y la propia comunidad, es la única que
lucha para que sea mejor.

“Me fascina vivir en este barrio, porque a veces vengo y miro todo el paisaje y digo ¡wow!, por qué no nací
desde el primer día en este lugar”- concluye Luz Marina.

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