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IDEOLOGÍAS DE GÉNERO

SEXO Y GÉNERO:

De manera simplista, el sexo sería un producto de la naturaleza, una


característica de la especie, constituidas por dos categorías específicas
de individuos: macho y hembra; el género sería una característica de la
cultura, una construcción cultural.

La categorización binaria macho-hembra es culturalmente específica, al


igual que ocurre con la generalización de que la “naturaleza” de la mujer
está vinculada a la reproducción, las ideas de la sociedad en cuestión
sobre el proceso reproductor, el control de la sexualidad, el acceso
desigual a recursos básicos, las formas de matrimonio y la familia.

La antropóloga H. L. Moore considera que “la noción de sexo, como


propiedad biológica o como una serie de procesos biológicos, cuya
existencia se considera independiente de una matriz social, es en sí
mismo el producto del discurso biomédico de la cultura occidental”.
Otras autoras consideran que tanto el sexo como el género son
constructos culturales.
Lourdes Méndez cree que la obsesión con el cuerpo es otra de las
manifestaciones culturales de la misma ideología: “Una de las
características de las sociedades occidentales, que se sustenta en su
específico sistema de sexo/género, es que a las mujeres se nos ha
impuesto una conciencia muy aguda de nuestros cuerpos.
Narotzky señala que: “Si el sexo, la sexuación y la sexualidad
procreativa tienen un inexcusable componente biológico, no son, en las
sociedades humanas, exclusivamente biológicos: son también sociales y
culturales.
La fluidez de las categorías culturales de sexo y género:

Se suele pensar que las distinciones entre hombre y mujer son fijas e
inamovibles, dadas por la naturaleza.
Thomas Laqueur, antes del s. XVIII , señala que la medicina occidental
tenía un modelo unisexual del cuerpo humano, según el cual los
hombres y las mujeres compartían los mismos órganos genitales y el
cuerpo de la mujer era inverso al del hombre. Según sus ideas
fisiológicas, la sangre, la leche materna y el semen eran productos
corporales, relacionados con la nutrición y con la capacidad para
transformarse unos en otros.

A finales del s. XVIII la medicina occidental reinterpretó los datos que


tenía del cuerpo femenino y estableció la diferencia genital con el varón
y el modelo de dos sexos que conocemos.

GÉNERO Y ANTROPOLOGÍA:

Antes de los años setenta los estudios se ocupan de las mujeres en dos
ámbitos:
1) Cultura y personalidad: A pesar de los términos en que se
formulan (roles sexuales, temperamento masculino, etc.) muchas
feministas consideran un acierto que considerasen tanto la
personalidad masculina como la femenina, construcciones
culturales que se manifiestan en los roles sexuales asignados en
cada sociedad a hombres y mujeres y no manifestaciones de un
carácter innato.
2) Parentesco: Todos los estudios sobre la familia, la filiación y el
matrimonio recogen datos sobre las posiciones de las mujeres en
distintas sociedades.

LOS ESTUDIOS DE GÉNERO:

Los primeros estudios de los años setenta sobre las mujeres (lo que
podría llamarse “antropología de las mujeres”) criticaron los rasgos
androcéntricos presentes en los análisis realizados.

Desde un punto de vista estructural, los estudios sobre género se han


centrado fundamentalmente en dos campos de análisis:
1) El análisis de la construcción simbólica del género, o lo que es
lo mismo, como se configuran, canalizan y transforman los valores
sociales dados a hombres y mujeres.
2) El análisis del género en las relaciones sociales existentes en
una sociedad dada, considerando relevantes problemas tales
como la construcción ideológica de los modelos de género y su
relación con el acceso a los recursos de hombres y mujeres, y las
condiciones y transformaciones de la división del trabajo.

Si en un principio los estudios de género tendían a polarizar las


diferencias hombre/mujer, los últimos desarrollos analizan diferencias
entre mujeres.
Una misma mujer ocupa posiciones y espacios simbólicos diferentes en
los distintos momentos de su vida.

Desde un punto de vista holista, como señala Moore, dado que el


género no es el único eje de diferenciación social dentro de una
sociedad, no todas las mujeres están monolíticamente subordinadas a
todos los hombres, ni todas las mujeres son iguales entre sí.

EL GÉNERO Y LOS SÍMBOLOS NACIONALES:

Una de las representaciones más corrientes de la nación recurre, a


menudo, a las categorías de género para simbolizar a la patria como
madre, como señala B. Anderson.

La antropóloga H. Kelley analiza cómo en varios discursos nacionalistas


gallegos, la construcción simbólica de la identidad gallega se articula
mediante la invención de una mujer “tradicional” gallega, uno de cuyos
pilares básicos sería su anclaje en una etapa matriarcal.
La ambigüedad de un símbolo de género permite a los galleguistas de la
Xeneración Nós expresar tanto la identidad interna (la mujer fuerte,
matriarca, rural como rasgo distintivo de galleguidad), como la posición
de subordinación de Galicia en las relaciones de dominio centro-
periferia.
La mujer es, por una parte, matriarca, y por otra, simboliza el carácter
oprimido de la nación gallega.

La imagen matriarcal de la mujer como parte inventada de la tradición


gallega se aplica en dos ámbitos diferentes:
1) El histórico, donde el matriarcado se asociaría a un origen celta,
demarcado como signo diferenciador de Galicia.
2) El cultural donde la comunidad campesina significaría una forma
de vida caracterizada por mujeres maternales que gozaban de
gran poder, y que ejemplarizaban una imagen “auténtica” de la
galleguidad frente a la “corrupción” característica de la vida en las
ciudades.
LAS MUJERES KIKUYU EN LA OBRE DE L. LEAKEY Y DE J.
KENYATTA:

La antropóloga C. Shaw tras realizar un trabajo de campo en el centro


de Kenia sobre los modelos y estereotipos de género de las mujeres
africanas –unas veces presentadas como depredadoras de los hombres
y otras como víctimas-, se propuso comparar sus resultados con el
tratamiento analítico –metafórico y anclado en el discurso colonial sobre
el género- que habían dado a las mujeres dos figuras claves en la Kenia
colonial y postcolonial como fueron Louis Leakey y Jomo Kenyatta.

LA MUTILACIÓN GENITAL FEMENINA:

Si hay un tema que provoca rechazo unánime en occidente es el de la


mutilación genital femenina.
Ese rechazo se plantea como una práctica de países exóticos, que ha
llegado a Estados Unidos y Europa como un producto no deseado del
asentamiento de inmigrantes.
A veces, se arropa en consideraciones etnocéntricas que entremezclan
polémicas mediáticas –por ejemplo el hiyab- con la propia mutilación. En
muchas encuestas la práctica se asocia con el Islam, cuando es
independiente de las religiones; más que relacionarse con la religión, lo
está con otras instituciones que tienen que ver con el cambio de edad y
los ritos de paso; con el matrimonio y la virginidad como control sobre
las mujeres y sus hijos o con ideas sobre la salud.

Según Shaw: “el compromiso con el relativismo cultural no prohíbe a las


antropólogas ser partidarias de que se erradique la clitoridectomía y
otras formas de mutilación genital”, pero las antropólogas feministas no
se ponen de acuerdo ni en la actitud a seguir ni en cómo evitar que su
postura se convierta en una muestra más de las imposiciones
imperialistas de los/las occidentales.

Los debates antropológicos actuales cuentan con la participación


abierta de las propias mujeres Kikuyu más que con las viejas
explicaciones funcionales sobre los beneficios sociales de la mutilación
o de la virginidad.

Para Schneider la virginidad de las hijas es una forma de establecer


fronteras e intereses comunes frente al carácter individualista de las
propiedades.
En el caso Kikuyu, lo relevante son los procesos, prácticas y
negociaciones en los que la virginidad es un valor social.
Los grupos de parientes usan su control sobre las mujeres y otras
relaciones sociales para ganar más poder, el matrimonio se convierte en
una importante estrategia política.

Independientemente de las explicaciones funcionales, la mutilación es


un tema doblemente controvertido para las antropólogas feministas,
tanto con respecto a las consecuencias para las mujeres de su rechazo,
como con respecto a las prácticas de conducta estipuladas por el
relativismo cultural.

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