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CIUDAD ABATIDA 1

� Antropología de la(s) fatalidad(es)

Salvador Salazar Gutiérrez � Martha Mónica Curiel García


UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE CIUDAD JUÁREZ

Javier Sánchez Carlos


Rector

David Ramírez Perea


Secretario General

Laura Galicia Robles


Directora del Instituto de Arquitectura,
Diseño y Arte

Servando Pineda Jaimes


Director General de Difusión Cultural
y Divulgación Científica
CIUDAD ABATIDA 3
� Antropología de la(s) fatalidad(es)

Salvador Salazar Gutiérrez


Martha Mónica Curiel García

Salvador Salazar Gutiérrez � Martha Mónica Curiel García


Primera edición, 2012
© D.R. Salvador Salazar Gutiérrez,
Martha Mónica Curiel García
© Universidad Autónoma de Ciudad Juárez
Avenida Plutarco Elías Calles # 1210,
4 Fovissste Chamizal, CP 32310
Ciudad Juárez, Chihuahua, México

Salazar Gutiérrez, Salvador.


Ciudad abatida: antropología de la(s) fatalidad (es) / Salvador Salazar Gutiérrez, Martha Mónica Curiel
García.-- Ciudad Juárez, Chihuahua: Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, 2012.
185 páginas; 22 cm.
Incluye bibliografía
ISBN: 978-607-9224-25-7
Contenido: Colonizar la(s) fatalidad(es).--Zonas de contención. El contexto de la violencia sistémica en
la frontera norte de México.-- Pasajes de la Fatalidad. La producción mediática de la violencia sistémica.--
Etnografía de la fatalidad: paisajes de la violencia sistémica y sus miedos en la ciudad fronteriza.-- Acción
colectiva y resistencia: en busca de una socialidad de reconocimiento.-- Epílogo. Urben dolore, mortem cotidie.

Violencia sistémica –Ciudad Juárez, Chihuahua – Análisis


Violencia – Ciudad Juárez, Chihuahua – Condiciones económicas
Ciudad Juárez, Chihuahua – Condiciones sociales
Ciudad Juárez, Chihuahua – Vida social y costumbres
Ciudad Juárez, Chihuahua – Sociología urbana
Ciudad Juárez – Securitización – Análisis
Operativo Conjunto Chihuahua
Ciudad Juárez – Plan Mérida – Análisis
Ciudad Juárez – Seguridad Pública – Análisis
HN120.C48 S35 2012
LB1140.35C74 C85 2007
Apoyado con recursos PIFI

La edición, diseño y producción editorial de este documento estuvo a cargo de la


Dirección General de Difusión Cultural y Divulgación Científica, a través de la
Subdirección de Publicaciones

Corrección: José Jasso


Cuidado de la edición: Subdirección de Publicaciones
Diseño de cubierta y diagramación: Puerta Once

Impreso en México / Printed in Mexico

CIUDAD ABATIDA � Antropología de la(s) fatalidad(es)


Índice

Introducción / 9
Agradecimientos / 13

◗ Capítulo I
Colonizar la(s) fatalidad(es) / 15
1. El acontecimiento irruptivo en la ciudad fronteriza / 17
2. Cartografía analítica para ubicar la relación violencia sistémica-miedos / 23
2.1 Violencia sistémica: más allá de los límites de la agresión / 24
2.2 Paroxismo de los miedos: entre ruegos y conjuros,
hierofanía del resguardo / 29
2.3 Colonizar la fatalidad. Por una matriz teórico-conceptual / 39
2.3.1 Interpelación ideológica / 39
2.3.2 Socialidad de resguardo / 42
2.3.3 Zonas de contención / 44
3. Recorrido metodológico / 45
3.1 Observación etnográfica / 48
3.2 Entrevistas a profundidad / 50
3.3 Territorialidades antropofóbicas / 50
3.4 Revisión hemerográfica / 51

◗ Capítulo II
Zonas de contención. El contexto de la violencia
sistémica en la frontera norte de México / 55
1. El contexto global de la securitización / 58
1.1 La estrategia de contención de “Las ventanas rotas” / 61
1.2 Espacios seguros urbanos: El discurso del Banco Mundial / 64
2. Violencia sistémica y Estado penal: Estrategias de “Mano Dura”
del Plan Mérida y Operativo Conjunto Chihuahua-Juárez / 68
2.1 La Iniciativa Mérida / 69
2.2 El Operativo Conjunto Chihuahua-Juárez / 75
2.3. Estrategia en crisis: El Estado penal anulado
y prácticas de contención policial / 80
3. Del fetichismo de la securitización al cinismo punitivo:
el dominio de la zona de contención / 82

◗ Capítulo III
Pasajes de la Fatalidad. La producción
mediática de la violencia sistémica / 87
1. Frescos de Rebato: La producción mediática institucional / 92
1.1 Paisaje uno: “Retóricas mediáticas de la violencia” / 94
1.2 Paisaje dos: “Publicitación de la mano dura” / 95
1.3 Paisaje tres, el marco mediático cínica / 96
2. Escenificaciones de la paralegalidad clandestina / 99
2.1. Video “rendición de cuentas y ejecución” / 100
2.2 Publicitando la presunta criminalidad / 102
2.2.1 Correos de alarma / 103
2.2.1.1 Correo uno (copiado textualmente) / 104
2.2.1.2 Correo dos (copiado textualmente) / 106
3. La producción mediática de la fatalidad / 109

◗ Capítulo IV
Etnografía de la fatalidad: paisajes de la violencia
sistémica y sus miedos en la ciudad fronteriza / 113

1. Paisajes de fatalidad(es) / 116


2. Horizontes de reclusión / 127
3. Señalización de chivos expiatorios / 131
4. Conclusión / 134

◗ Capítulo V
Acción colectiva y resistencia: en busca
de una socialidad de reconocimiento / 137
1. Episodios de barbarie / 141
1.1 Centro de rehabilitación para las adicciones “El aliviane” / 141
1.2 Villas de Salvárcar / 143
1.3 Horizontes del Sur / 145
2. Acción colectiva y protesta social: dramatizando la dignidad / 146
2.1 “Todos somos Manuel” / 148
2.2 “Porque eran estudiantes, no pandilleros” / 153
2.3 “Si le dan a uno, nos dan a todos” / 159
2.4 Acción colectiva y protesta. La expresividad de la resistencia / 160
3. En busca de una socialidad de reconocimiento / 168

◗ Capítulo VI
Epílogo. Urben dolore, mortem cotidie / 173
1. Muerte y cotidianeidad: el deambular de las keres / 174
2. “Aquí están, mátenlos” Ritualidades de ejecución / 179
3. Imaginarios de ejecución. “Eran delincuentes, se lo merecían” / 181

Bibliografía / 183
Introducción
El concepto de ciudad se degrada (De Certau, 2000), el anclaje teórico-
conceptual, que ubicaba a la ciudad como escenario de movimientos defini-
dos desde lógicas entronizadas por la modernidad, hace varios años que exige 9
ser replanteado. La labor de los relatores de las dimensiones en el estudio de la
ciudad como escenario de revaloración, lleva a reconstruir posibles alternati-
vas de viaje que generan los mapas de aproximación conceptual. Esto tiene el
fin de instaurar nuevamente una representación de la realidad fundamentada
en la reapropiación del espacio urbano como escenario de reconocimiento y
solidez del tejido social.
Mapear la ciudad desde los límites disciplinares, es una búsqueda por las
fragmentaciones y manifestaciones de ruptura que desdibujan marcos de re-
ferencia que han anclado los principios de legitimidad programables y funda-
cionales de proyectos hegemónicos, que en gran medida han establecido el
rumbo de aproximación al estudio y entendimiento del fenómeno urbano. La
ciudad habla, se muestra, pero también se esconde, se reagrupa, se pierde.
Adentrarse en los caminos de vereda es comenzar por descubrir y visibili-
zar historias al ras del suelo: el tejido de los lugares antropológicos; las huellas
del caminante; el discurso que da lugar al vacío doctrinario convirtiéndose en
relato, en las fabricaciones potencialmente subversivas que constituyen espa-
cios de legitimidades alternas. Es hablar de los pasos perdidos, del proceso del
caminante que genera representaciones a partir de sus huellas y sus trayecto-
rias: mapas escondidos de la ciudad.
Caminar es al sistema urbano lo que la enunciación es a la lengua: un
proceso de apropiación de límites topográficos. También es la posibilidad de
desplazar, inventar o generar atajos, desviaciones e improvisaciones del andar.
El caminante transforma en otra cosa cada significante espacial. En esta po-
sibilidad se construye el relato, instrumento de poder que visibiliza el habitar
vuelto narrativa, y el susurro como rebeldía a los códigos sonoros constituidos
en marcos de dominio. Existe una urgente necesidad de despertar las historias
que duermen en las calles.

Salvador Salazar Gutiérrez � Martha Mónica Curiel García


La ciudad fronteriza del norte de México integra un baluarte que, más allá
de una visión urbano-arquitectónica, encuentra recorridos de análisis a partir
de una perspectiva sociocultural en la que el actual paisaje de la fatalidad que
domina desde los espacios institucionales hasta los escenarios más íntimos de
sus habitantes. Conforma un eje de atención fundamental en el panorama que
enfrenta el individuo “de a pie”, quien a partir de tácticas de resguardo, busca
10 descubrir trincheras de encuentro ante la amenaza latente que se le presenta
en los límites de sus territorios de dominio. Colonizar la fatalidad es el proceso
central que permea desde los discursos de una institucionalidad cínica (Žižek,
2001) favorecida por la ventana mediática, llegando hasta los lugares donde el
habitante, encauzado en una socialidad de resguardo e insertado en zonas de
contención, pretende edificar murallas de certidumbre.
En marzo de 2008, inició el Operativo Conjunto Chihuahua-Juárez que
fue implementado por parte del Estado mexicano para, según se sigue soste-
niendo, favorecer la disminución de la inseguridad en la ciudad fronteriza del
norte de México. Según datos oficiales de dependencias de seguridad estatales,
en los últimos cuatro años, han perdido la vida más de seis mil habitantes de la
ciudad: jóvenes, estudiantes, trabajadores de maquila, amas de casa, empleados,
profesionistas. Una lista extensa de personas que por diversos motivos, princi-
palmente por estar en el momento no indicado, han sido víctimas en un escena-
rio del que la violencia sistémica y sus miedos se han apoderado vorazmente.
Ciudad Abatida, más allá de la recuperación de acontecimientos que ejem-
plifican la presencia de esta violencia sistémica, busca, desde una estrategia
reflexiva, la relación entre múltiples prácticas de vivir o enfrentar, por el habi-
tante de la ciudad, los paisajes de violencia. Éstos van desde eventos de gran
impacto —como homicidios en la vía pública, secuestros, “levantones”, etc.—
Y nos traslada al análisis de diversos campos de dominio —religioso, político,
empresarial, mediático— que conforman lo que hemos denominado insti-
tucionalidad cínica y paralegalidad clandestina. Con lo último nos referimos
principalmente a la presencia abrupta, o cada vez mayor, de actores como el
narcotráfico y el crimen organizado. Ubicando en el contexto de la formación
discursiva actual, dominado por perspectivas de securitización, se demuestra el
peso de un nuevo proyecto favorecido por el surgimiento de un Estado penal
y sus cómplices —que van desde actores del mercado local y regional hasta
el trasnacional, quienes se ven favorecidos por la irrupción de una violencia

CIUDAD ABATIDA � Antropología de la(s) fatalidad(es)


sistémica en los escenarios más íntimos y cotidianos y enarbolan la bandera
cínica de la protección y el resguardo—.
El libro se encuentra dividido en seis capítulos. El primero forma el corpus
teórico-metodológico que muestra desde dónde está colocada la perspecti-
va al análisis de la fatalidad. A partir de la relación entre dos conceptos: la
interpelación ideológica —proceso por el que se produce, circula e impregna en
los discursos cotidianos el imaginario propicio de la fatalidad—, y socialidad 11
de resguardo —proceso que produce estrategias de protección en prácticas de
atrincheramiento—. En la presencia de zonas de contención —estrechamente
relacionadas a las zonas de contacto de Mary Louise Pratt—, se analiza la
presencia de dos referentes fundamentales en la colonización de la fatalidad:
la violencia sistémica y sus miedos.
El segundo capítulo, evidencia el escenario que se presenta en el contexto
actual, no solo local y regional, sino global, caracterizado por el estableci-
miento de un proyecto de securitización, el cual traslada a la figura del Estado
—que en las últimas tres décadas fomentaba o favorecía la perspectiva neoli-
beral—, un embrionario Estado penal resguardado en estrategias de “mano
dura” promovidas por sus organismos de seguridad policial-militar. El pode-
río de esta nueva figura se observa en el establecimiento y formalización de
zonas de contención, que son escenarios de atrincheramiento propios de una
socialidad de resguardo. El capítulo coloca la atención, para el caso de Méxi-
co y su ciudad fronteriza, en dos eventos que muestran cómo un Estado penal
se ha venido articulando: por un lado el Plan Mérida, acordado junto con
el gobierno de los Estados Unidos y que destaca la estrategia policial-militar
como su principal estandarte; y el Operativo Conjunto Chihuahua-Juárez,
que, junto a otros operativos que se han puesto en marcha por el gobierno
mexicano en diversas zonas del país, ejemplifica la estrategia operativa de la
“mano dura” que encuentra uno de sus principales promotores en el actual
escenario de colonización de la fatalidad.
Uno de los campos que han favorecido el surgimiento y dominio de
estas zonas de contención, es el mediático. En el capítulo tres se presenta el
análisis que la producción mediática ha sostenido en el contexto de la fatali-
dad. Más allá de observar y ubicar a los actores tradicionales de éste —nos
referimos a las empresas que dominan los medios de comunicación en el
país—, el énfasis está en aquellas manifestaciones discursivas que, fuera de

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los marcos de referencia dominados y controlados por una institucionali-
dad cínica —por ejemplo la publicitación del Estado penal para sostener
su práctica de “mano dura”—, encuentran en la paralegalidad clandestina
—dominada por el narcotráfico y el crimen organizado— y su cada vez
mayor penetración en este campo mediático, un escenario fundamental de
análisis para comprender cómo se favorece la colonización de la fatalidad.
12 El cuarto capítulo plasma el análisis del trabajo etnográfico que se de-
sarrolló por varios meses. Estar junto al habitante que enfrenta el escenario
dominante de la fatalidad, permitió trasladar sus tácticas hacia un corpus
analítico de estrategias que evidencian cómo una socialidad de resguardo se
apodera y domina las dinámicas cotidianas del habitante “de a pie”.
En relación a esta socialidad de resguardo, resultado del dominio de la
fatalidad, se presentan en el contexto actual las respuestas de resistencia y
dignidad de una población avasallada, la que comienza a construir, a par-
tir de diversas expresiones, una dramaturgia de la resistencia que restituye el
sentido de esperanza y favorece el traslado de una socialidad de resguardo
hacia una socialidad de reconocimiento. A partir de diversas manifestaciones,
que van desde marchas hasta demostraciones transgresoras, jóvenes estudian-
tes, operarios de maquila, amas de casa, empleados, etc., toman nuevamen-
te los escenarios controlados por la institucionalidad cínica y sus cómplices
—como el Estado penal— para manifestar y hacerse visibles ante el llamado:
“si nos dan a uno, nos dan a todos”.
El último capítulo coloca la atención en las implicaciones que establece la
relación entre violencia y muerte. La pregunta que surge es: ¿cómo se trans-
greden los principios de la temporalidad vivencial a partir de asumir que, en
el contexto de la fatalidad, la posibilidad de la perspectiva se reduce a una
condición de sobrevivencia diaria?
Para finalizar, una aclaración es pertinente en el sentido de la perspectiva
que compartimos los autores y que se verá reflejada a lo largo del texto: Es-
tamos convencidos que es a partir de un pesimismo crítico y no de argumentos
fatalistas o retóricas exaltadoras —propias de la institucionalidad cínica, de
la cual el discurso académico y pseudocientífico no se salva—, como la labor
del investigador, favorecerá no solo el análisis de aquello ante lo que se coloca,
sino como postura política que constituye una de las exigencias que todo dis-
curso social y cultural debe plasmar.

CIUDAD ABATIDA � Antropología de la(s) fatalidad(es)


Agradecimientos
El libro resultante de una investigación ardua a lo largo de dos años, es
fruto más del esfuerzo de quienes fueron partícipes y están presentes a lo
largo de sus líneas. A los miles de jóvenes universitarios y a los operarios de
maquila, quienes son parte de una población que desde diversas trincheras
buscan dar cauce a sus vivencias cotidianas sacudidas por la marejada de la
13
fatalidad. Jóvenes que más allá de sus aspiraciones o sueños futuros, ya en
este momento se colocan al frente de un despertar colectivo que como un
muro de contención absorbe el impacto del tsunami de la fatalidad, buscan
reencauzar desde sus prácticas trayectos de reconocimiento y certidumbre.
A nuestras tres grandes joyas, nuestros hijos: Martha Eugenia, Santiago
Salvador y Ángel Rafael, quienes son el motor de nuestra actividad diaria y
en quienes encontramos el porqué de exigirnos trabajar en la búsqueda de un
mundo esperanzador. A nuestros padres y hermanos a quienes debemos los
logros y metas cumplidas en el trayecto de nuestras vidas.
A nuestros compañeros profesores y alumnos de la Universidad Autóno-
ma de Ciudad Juárez, quienes constantemente favorecen la reflexión con sus
observaciones y puntualizaciones. A Héctor Rivero, jefe del Departamento
de Arquitectura, y a Guadalupe Gaytán, Jefa del Departamento de Diseño;
a Alex Morales, Josué Cervantes, Rita Trillo y Jorge de la O, su incansable
trabajo a lo largo de la experiencia del proyecto. Al ITESO y nuestros colegas
Rossana Reguillo, Rigoberto Gallardo y Jesús Martín-Barbero.
Y sobre todo, a una ciudad que, al enfrentar el paisaje de la fatalidad, se
levanta demostrando que fuera de los canales de una institucionalidad cínica,
existe una esperanza resultante de un despertar colectivo, favorecido por una
socialidad de reconocimiento.

Salvador Salazar Gutiérrez � Martha Mónica Curiel García


14

CIUDAD ABATIDA � Antropología de la(s) fatalidad(es)


Capítulo I

15
Colonizar la(s) fatalidad(es)

Ha sonado la hora de la ofensiva demoniaca,


y resulta evidente que el enemigo no
está en las fronteras,
sino dentro de la plaza,
y que hay que vigilar más
aún en el interior que en el exterior…

Jean Delumeau (2005)

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1. El acontecimiento irruptivo
en la ciudad fronteriza
Nuestras ciudades, no solo las del norte de México, se enfrentan en los
últimos años a la marejada de una violencia sistémica que penetra los es-
cenarios más íntimos y de resguardo. En la inseguridad, el caos, el número
de homicidios en la vía pública, los secuestros y asesinatos, se encaran a
17
una creciente angustia cultural (Rotker, 2000), que permea a lo largo de la
socialidad, de esos lugares de encuentro, al instaurarse en el paisaje domi-
nante de la fatalidad.
Para el ciudadano “de a pie”, la ciudad asume el rostro de la fatalidad
inevitable, ubicándola junto con sus miedos como la gran promotora de una
densa nube de desgracia que se asocia a la penetración de la violencia sistémi-
ca. En marzo de 2008, se dio a conocer la estrategia militar Operativo Conjun-
to Chihuahua, con su implementación se incrementó el número de homicidios
—más de seis mil muertos en tres años—, las desapariciones y las prácticas de
detenciones y torturas de probables integrantes del cártel de Juárez.1
Las huellas o cicatrices de esta violencia cotidiana que ha venido per-
meando hasta los niveles más íntimos de la vida del habitante de la ciudad
fronteriza (Schutz, 1977), exigen ser comprendidas a partir de perspectivas
que, más allá de anecdotizar los eventos, coloquen la mirada en las articula-
ciones estructurales-cotidianas que permitan dar densidad analítica al aconte-
cimiento irruptivo y la construcción de la fatalidad.
Para hablar sobre el acontecimiento irruptivo, desastre que se enmarca
en la presencia de una violencia sistémica y sus miedos, el texto de Rossana
Reguillo, Ciudad, riesgos y malestares. Hacia una antropología del acontecimiento (2005),
permite comprender cómo en los últimos años, la antropología latinoameri-
cana enfoca su atención en la dinámica cultural y sociopolítica que desata un

1 A lo largo del capítulo II, que busca contextualizar el escenario de violencia en


Ciudad Juárez, se muestran datos, que más allá de estadísticas, describen cateos,
detenciones y relatos de tortura que organismos locales, nacionales e internaciona-
les de derechos humanos han recabado del 2008 al 2010.

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acontecimiento en la vida de una comunidad urbana generando una “antro-
pología del desastre”.2
Por acontecimiento irruptivo hacemos referencia al evento que trastoca de
manera creciente e invasiva los modos de percibir y vivir la ciudad. Mientras
que por desastre a las causas y efectos (no solamente operativos y materiales,
sino culturales) relacionados al evento:
18
El desastre no sólo adquirirá la fuerza de potente revelador de las contra-
dicciones, desigualdades y conflictos en la ciudad latinoamericana, sino
que además prefigura un escenario estratégico para interrogar, antropo-
lógicamente hablando, la cultura profunda que los ciudadanos ponen a

2 En su texto, Reguillo plantea tres ejes para ubicar su propuesta de antropología del
acontecimiento: a) la construcción analítica de la categoría de actor urbano, que tradicional-
mente se ha caracterizado por otorgar una simple aproximación funcional a éste,
a partir del uso de términos como habitante, poblador, usuario, manifestando una
notable ausencia de dispositivos reflexivos que hagan explícito el concepto de actor
que se privilegia: “el vecino, poblador, damnificado, espectador, público, víctima,
usuario, son soportes empíricos de sujetos que participan del proyecto urbano, pero
estos individuos empíricos (individuales o colectivos) actualizan y dramatizan (po-
nen en escena) un conjunto complejo de competencias que modalizan y organizan
su relación con el mundo social” (Reguillo, 2005, p. 323); b) la relación entre ciudad y
acontecimiento, sin perder de vista la dimensión territorial, comprendiendo a la ciudad
como espacio socialmente construido; el acontecimiento irruptivo, el desastre, per-
mite un nuevo tipo de observador, modifica la percepción vivencial de la ciudad, y
aquí tienen un juego clave los medios que potencializan los modos de representar
el escenario urbano: “los medios, especialmente la televisión, han sido capaces de
hacer visible la ciudad, de darle coherencia al relato del fragmento” (Reguillo, 2005,
p. 329), y en relación con el acontecimiento irruptivo, permiten otorgar densidad a
la fatalidad como reducto de significación; es decir, la ciudad actual no puede ser
pensada sin la referencia a los medios; c) la gestión del riesgo, que hace referencia a
la visibilidad entre los llamados “saberes expertos” y el ciudadano común ante el
desmoronamiento de una institucionalidad sostenida en el riesgo calculado. A me-
dida que el acontecimiento irruptivo permea como fatalidad, se observan prácticas
de respuesta colectiva que desde la clandestinidad buscan establecer tácticas de
resistencia ante la crisis del orden formal, tradicional e institucional. Estos tres ejes
están estrechamente relacionados con la columna vertebral del trabajo que coloca
a la relación violencia sistémica-miedos y ciudad, como el eje analítico clave para
comprender cómo se construye la fatalidad.

CIUDAD ABATIDA � Antropología de la(s) fatalidad(es)


funcionar frente a la desestructuración del tejido material y simbólico de
su entorno inmediato (Reguillo, 2005; 314).

Si bien el acontecimiento irruptivo, los desastres, las violencias y sus res-


puestas ciudadanas no son novedad ante la historia, adquieren peso en los
últimos años al convertirse en los espejos desde los cuales se observa, se de-
nuncia, el conjunto de nuevos riesgos que han traído consigo los proyectos 19
político-económicos, dominados por la lógica neoliberal, así como el acelera-
do proceso de transformación tecnológica y la consolidación de los medios de
comunicación —que van más allá de los tradicionalmente referidos como la
televisión, prensa, radio, sino que se encuentran en los escenarios virtuales (In-
ternet, por ejemplo)— colocándose como los dispositivos centrales de repre-
sentación y reproducción de la vida contemporánea. El acontecimiento, en
tanto evento irruptivo, abre e intensifica las reflexiones sobre lo que significa
hoy el riesgo en nuestras ciudades fronterizas del norte de México.3 Es decir,
una antropología urbana del acontecimiento asume que el desastre, alimenta-
do por la violencia sistémica y sus miedos, es algo mucho más complejo que la
simple “normalidad interrumpida”.
La interrogante inicial que se presenta es ¿por qué plantear a la ciudad
fronteriza del norte de México a partir de la relación entre violencia sistémica
y sus miedos? Una respuesta remitiría al escenario de violencia que los últimos
años ha dado como resultado miles de homicidios en las calles de estas ciuda-
des, así como el incremento en prácticas de extorsión, desapariciones, secues-
tros, en el contexto de lo que simplemente se ha denominado como “guerra
contra o entre el narcotráfico” o “guerra contra el crimen organizado”. El eje
del presente trabajo va más allá de evidencias de primer nivel y coloca la pre-
misa que sostiene que la vida cotidiana, como lugar estratégico para pensar
lo social, sólo adquiere densidad reflexiva cuando se colapsan las estructuras
que la hacen posible: “el acontecimiento irruptivo desata procesos de ingober-
nabilidad y anomia o de acción concertada y solidaridad o, simplemente de
cohesión y fragmentación social” (Reguillo, 2005, p. 316).
3 Desde hace más de una década, los trabajos de Ulrich Beck y Zygmunt Bauman,
permiten ubicar la noción del riesgo que ha venido a revitalizado el impacto en
fractura del proyecto de la modernidad, como un referente para comprender la
tensión productiva entre las dimensiones estructurales y la acción de sujetos histó-
ricamente situados.

Salvador Salazar Gutiérrez � Martha Mónica Curiel García


Más allá de una mirada epidemiológica, característica de visiones simples
y limitadas que han dominado enfoques pseudocomprensivos del fenómeno
como si se tratara simplemente de una problemática de disfuncionalidad, el
dominio de una violencia sistémica y su correlato plasmado en los miedos, con
este documento se busca comprender las formas de “hacer ciudad” en el con-
texto del acontecimiento irruptivo y del desastre, desplazando el análisis hacia
20 la intersección entre la violencia sistémica y el conjunto de representaciones
y discursos que ella engendra. Perspectivas que reducen la problemática, han
caracterizado la fertilidad de discursos de exclusión y el fortalecimiento del
autoritarismo por parte no sólo del Estado, inclusive la aparición de organis-
mos privados de seguridad que han encontrado en la violencia, en tanto acon-
tecimiento irruptivo y desastre, una bonanza en los últimos años. El paisaje
dominado por la violencia sistémica y sus miedos produce el surgimiento de
una sociología de resguardo.
Si las explicaciones deterministas están en crisis, la mirada analítica para
reconocer la capacidad crítica de los sujetos-agentes de la ciudad, nos lleva a
replantear las perspectivas que han dominado los enfoques explicativos-com-
prensivos de nuestras ciudades latinoamericanas. Trasladar la vista a pers-
pectivas que se coloquen desde y a partir de los actores, de quienes viven,
se desplazan, enfrentan, resisten los entramados urbanos, en la búsqueda de
aminorar, si no es que desechar, visiones dominantes que se han preocupado
más por colocar al actor como dato: un simple usuario. Se debe atender a la
ciudad en un doble desplazamiento que implica forma (estructura) y proceso
(movimiento), como límite y como posibilidad (Reguillo, 2005).
A partir de una perspectiva sociocultural, nuestra intención parte de com-
prender cómo la violencia se ha apoderado de los escenarios cotidianos e ín-
timos del habitante de la ciudad fronteriza, donde la violencia sistémica y el
miedo son los recursos analíticos de partida. La atención se traslada hacia las
transformaciones de las formas de socialidad (Salazar, 2009) y de pacto social,
que se recomponen ante el declive de la institucionalidad cínica y el debilita-
miento de los relatos de orden y control, propios de un proyecto que se venía
legitimando a partir de la figura central del Estado moderno.

La irrupción del narcotráfico y del crimen organizado, aunado al empo-


brecimiento estructural y el crecimiento desmedido de las poblaciones

CIUDAD ABATIDA � Antropología de la(s) fatalidad(es)


urbanas, ha acelerado los brotes y expresiones de violencias difusas y caó-
ticas, cuyo proceso no puede leerse al margen del debilitamiento de los
Estados y sus instituciones, tanto de prevención y control como punitivas.
(Reguillo, 2005; 310).

Las fracturas de una institucionalidad cínica, que limita a la violencia y al


miedo como recursos operativos de su propia condición —el único facultado 21
para detentar la violencia legítima eran el Estado y sus organismos de con-
trol—, se reducen a un Estado penal. Éste encuentra en la estrategia de “mano
dura” su única condición de autolegitimación, convirtiéndose en el principal
promotor de una violencia sistémica que encuentra en la fatalidad la última
condición de encuentro por los integrantes de su comunidad política. Para ello
se cruzan a lo largo del texto tres supuestos interpretativos clave:

a La tensión impulsada por la presencia de zonas de contención, que


erosionan el sentido de habitar la ciudad a partir de la privatización
del espacio, ejemplificado en una fortificación de la ciudad, muestra
su perversidad y cinismo al fomentar una práctica de autorreclu-
sión voluntaria.
b El escenario global, que con mayor presencia muestra procesos de
desgaste en la institucionalidad moderna —política y religiosa—,
es dominado por actores que se separan de los límites formales éti-
co-políticos que definían los principios de la racionalidad moderna.
A partir de una paralegalidad clandestina, que borbotea desde reductos
de la institucionalidad moderna, en la que el narcotráfico y el cri-
men organizado se han posicionado como actores clave contra una
mayor población abatida y negada por esta institucionalidad, al
encontrar en ella el resguardo a la crisis de la incertidumbre —po-
lítica, social, económica y, sobre todo, cultural— característica de
nuestro contexto actual.
c La tensión entre lo visible y lo no visible de las violencias ha sido tradi-
cionalmente dominada por tendencias que reducen a ésta a una sobre-
valoración subjetiva, convirtiéndola en un evento anecdótico y limita-
do a modelos explicativos de patología subjetiva, perdiendo la pista a
las condiciones histórico-estructurales desde donde se reproduce.

Salvador Salazar Gutiérrez � Martha Mónica Curiel García


A lo largo del texto, estos supuestos encontrarán el cauce explicativo al
comprender cómo se construye la relación violencia-miedos en el contexto de
la fatalidad propios de nuestras ciudades fronterizas del norte de México, que
muestran el establecimiento de zonas de contención como una marca penetrante,
aquí los miedos juegan un papel central al impregnar los imaginarios cotidia-
nos de los habitantes.
22 Violencia sistémica y miedos colocan a la fatalidad como el gran eje dis-
cursivo que va desde las prácticas y representaciones cotidianas de los habitan-
tes, hasta el nivel de lo institucional y lo paralegal.4 Ante este panorama ¿qué
extrañamos y con su ausencia nos atemoriza? Bauman (2002) responde que
son tres los requisitos que nuestras sociedades actuales han erosionado: seguri-
dad —que permite estabilidad en los modos de actuar y las habilidades nece-
sarias para enfrentar los desafíos de la vida—, certeza —conocer los síntomas,
los presagios y los signos de advertencia que permitan actuar y discernir una
buena jugada—, y la protección —confianza que posibilita establecer relaciones
de estabilidad con los otros integrantes de una comunidad—, requisitos que
conformaron el eje clave que definió la instauración del proyecto moderno y
sus instituciones emblemáticas —Estado, iglesia, familia, escuela—; y ante su
carencia, nos enfrentamos a la inseguridad y la incertidumbre, al abandono y
a la reclusión como las dinámicas que cada vez dominan más nuestros esce-
narios de fatalidad: así como la asimilación de lo inevitable de un acontecimiento
irruptivo del desastre (Reguillo, 2000).

4 Veremos más adelante —capítulo V— el término paralegalidad clandestina, que tiene


como referencia central el trabajo de Rossana Reguillo, quien definió por parale-
galidad todo conjunto de estrategias que rompen o se separan de la legalidad cínica
propia del proyecto racional moderno.

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23
2. Cartografía analítica para
ubicar la relación violencia sistémica-miedos
Escúchanos: sabemos que eres nuestro enemigo,
Por eso te pondremos frente al muro,
pero en consideración a tus méritos y buenas cualidades,
te pondré frente a un buen muro,
y te dispararemos de una buena manera,
de una buena arma y te enterraremos
con una pala buena en buena tierra.

(Fragmento del poema Verhoer des Guten de Bertolt Brecht)

Definir una matriz teórico-conceptual para comprender cómo se genera


la fatalidad en la relación entre una violencia sistémica y los miedos, exi-
ge definir la mirada crítica propia del analista que busca encadenar los
niveles más íntimos y cotidianos en los que se desenvuelve el habitante de
la ciudad fronteriza, hasta las lógicas estructurales de lo institucional y lo
paralegal en las que encuentran trayectos de reproducción e instauración
donde “las violencias y, sobre todo su narración, despolitizan lo político,
instauran el temor y el miedo como lazo societal primario […] se funda la
comunidad de víctimas en contra de la comunidad de ciudadanos” (Regui-
llo, 2005;397).
La sociología (Žižek, 2009), la antropología (Reguillo, 2000) y la psicología
(Martín-Baró, 2003), han colocado recorridos analíticos centrales para com-
prender actualmente esta compleja relación. Compartimos una cartografía
interpretativa para ubicar la relación violencia sistémica y miedos, así como

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la producción de una socialidad de resguardo que se manifiesta en el dominio
de zonas de contención.
El apartado se divide en tres momentos: el primero hace referencia a
cómo ubicar el traslado de una violencia subjetiva, que reduce la perspectiva
al momento del evento, a una violencia sistémica que lo relaciona con el contexto
histórico-institucional. El segundo, lleva a entender los miedos y su importancia
24 para el análisis de la fatalidad a partir de una hierofanía de resguardo que
caracteriza el dominio de amuletos de protección como recursos últimos para
enfrentarla. El tercero constituye el mapa conceptual que permite ubicar el
concepto de colonización de la fatalidad y su relación con los dos conceptos claves:
interpelación ideológica y socialidad de resguardo. Esta matriz analítico-conceptual
permitirá desenmascarar una nube densa, que en la actualidad distorsiona
el análisis de la violencia y su impacto en nuestras ciudades fronterizas del
norte de México al buscar superar la perversa complicidad de amnistía que
desmemoriza la acción colectiva reduciéndola a una socialidad de resguardo.

2.1 Violencia sistémica: más allá de los límites de la agresión


Nuestros escenarios cotidianos se caracterizan por la presencia de lo violento;
la violencia se ha convertido en el relato dominante ante una realidad debili-
tada, penetrando al grado que se ha ubicado en una especie de “normalidad
perpetua”. Homicidios en vía pública, secuestros, amenazas, desapariciones,
se presentan a diario no sólo en la pantalla de visibilidad mediática, sino que
se viven en los trayectos al trabajo, a la escuela, o a los mínimos espacios de
distracción o encuentro que cada vez se caracterizan más por su ausencia.
Ante el espesor del fatalismo, debemos exigirnos tomar un alto en el camino
y ver más allá de la manifestación visible del acto violento.

La violencia se experimenta como dato fatal e ineludible, como tributo


necesario y cotidiano a la aventura urbana; adrenalina que suda por los
cuerpos como evidencia de una condición ciudadana que asume irreme-
diablemente su contribución al ritual que une y fragmenta el miedo…
(Reguillo, 2005, p. 393)

Hablar de las dramatizaciones de la violencia, sus actores, territorialida-


des y el contexto de la institucionalidad, nos debe llevar a separarnos de aque-

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llas aproximaciones psicologistas —reduccionismo psicologista y mecanicis-
mo naturalista ejemplificadas en la Escuela de Yale—5 caracterizadas por la
vieja hipótesis frustración-agresión en el orden subjetivo, y que reducen los
argumentos emocionales o de personalidad. Aquí buscamos colocarnos en la
mediación entre factores intersubjetivos —que constituyen el universo de sig-
nificaciones construido colectivamente a partir de la interacción— y los facto-
res sociopolíticos y culturales que constituyen el eje clave para comprender la 25
violencia sistémica.6 Nuestra perspectiva no niega el aporte en relación a los
estudios de la personalidad, pero más allá, busca establecer las mediaciones
que permitan comprender el análisis de una violencia sistémica oculta en la
visible violencia subjetiva.
Debemos aprender a distanciarnos, apartarnos, de ese señuelo fascinante
de la violencia “subjetiva” (Žižek, 2009) que suele reducir al acto violento
como si se tratase de una patología de alguna especie de “depredadores” o
“perturbadores” del estado “normal” y “pacífico” que deambulan o recorren
las calles de nuestras ciudades.7 A diferencia de la violencia subjetiva, la vio-

5 Martín-Baró (2008) identifica a ambas perspectivas como las dominantes en el


escenario de la psicología social norteamericana y europea. El reduccionismo psi-
cologista renuncia a la realidad y se caracteriza por su ahistoricidad; la tendencia a
definir los fenómenos y problemas sociales según variables de psicología individual,
intra-psíquico o interpersonal. Mientras que por mecanicismo naturalista, se refie-
re a aquellas perspectivas que continúan supeditadas al predominio explicativo de
las ciencias naturales en la búsqueda de indagación de leyes y principios universa-
les; en ellas dominan los modelos explicativos causales sobre los intencionales.
6 Martín-Baró rechaza toda explicación de los comportamientos agresivos que redu-
cen a un simple automatismo de índole psicológica, ambiental o patológica; optó
por una perspectiva de corte neomarxista como marco general de interpretación
del contexto sociopolítico y cultural en el que se ubica la violencia; sostenía que “el
objeto de estudio de la psicología social debe ser el de la acción, la puesta en ejecu-
ción de un sentido” (Martín-Baró, 2008). Para él, son cuatro los factores que debe-
mos tener presentes: la estructura formal del acto violento, la conformación personal —todo
acto de violencia lleva una “marca” del actor partícipe—, el contexto posibilitador y el
fondo ideológico.
7 Žižek (2009) traslada la perspectiva a un análisis conceptual desapasionado de la
tipología de la violencia, es decir, a un ir más allá del “impacto traumático”. Una
postura nos detiene para no caer en la apremiante tentación de implicarse en res-
puestas de receta, ante la vorágine de las exigencias masivas de certidumbres de
cara a la oleada de la violencia sistémica. Debemos aprender de ella, esperar y ver

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lencia sistémica nos exige trasladar la mirada a comprender las estructuras
de trasfondo que son la causa de esta violencia cotidiana que se dramatiza en
una socialidad de resguardo. Es necesario un alto en el camino que logre se-
pararnos de perspectivas cínicas8 —como el Plan Mérida entre los gobiernos
de Estados Unidos y México, así como el programa “Todos somos Juárez”,
promovido por los gobiernos local, estatal y federal en el país—, para quienes
26 el horror sobrecogedor de los actos violentos y la “empatía” con la condición
de víctimas, termina reduciendo e impidiendo el análisis de fondo que desen-
mascare a la estructura de la violencia sistémica.
Ahora bien, ¿cómo trasladar la mirada analítica hacia una violencia sis-
témica que trascienda al simple acto evidente de la violencia subjetiva? Pro-
ponemos los siguientes ejes:

• Las dramatizaciones (ritualidades y mitificaciones) de la violencia.- El aconte-


cimiento es una escenografía que muestra prácticas, relatos acerca
de cómo la violencia sistémica se ha pertrechado en múltiples esce-
narios de nuestra vida cotidiana. Diversas manifestaciones que van
desde prácticas de violencia en los reductos más íntimos —relacio-
nes de pareja, de padres e hijos, homofobia, diferenciación racial,
etc.—, hasta llegar a aquellas en las que el evento es resultado de la
participación directa de agentes propios de la institucionalidad cí-
para hacer un análisis paciente y crítico, no caer en la apremiante exigencia de dar
respuestas ante la presión de la fatalidad. En este sentido, y sin menospreciar los
esfuerzos reflexivos que han generado un número importante de periodistas y aca-
démicos, en los últimos años se han publicado una importante cantidad de libros
y artículos que buscan desenmascarar la densa nube de la violencia sistémica que
domina el escenario cotidiano de nuestras ciudades en México — y en específico
de Ciudad Juárez—; habría que agregar que el presente esfuerzo pretende aportar
y favorecer a la riqueza descriptiva de estos trabajos, pero a partir de un alto en el
camino con la finalidad de buscar separarse del caótico escenario de la fatalidad.
8 Žižek, en su texto “El sublime objeto de la ideología”, se separa de la perspectiva marxis-
ta tradicional de Ideología como “manipulación” o “falsa conciencia”, y sostiene que
ésta implica el acto cínico: “ellos saben muy bien lo que hacen, pero aún así lo ha-
cen” (Žižek, 1992). Como veremos en los siguientes capítulos, tanto el Plan Mérida
como el programa Todos Somos Juárez, en la máscara de la asistencia y combate
a la inseguridad, sostienen estrategias de seguridad policial como incremento en la
participación de elementos militares y de armamento.

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nica y la paralegalidad clandestina —narcotráfico, crimen organi-
zado, ejército, policías, etc.—. Ritualidades entendidas como todas
aquellas prácticas recurrentes que institucionalizan y naturalizan al
acto violento en relación a mitificaciones que adhieren un sentido
mágico-religioso a los miedos.
• Los actores de la violencia.- En las perspectivas simples, que suelen li-
mitar el análisis a los actores de la violencia, se reduce la atención a 27
aquellos que se encuentran relacionados directamente con un even-
to específico, a una especie de “ser patológico” llamado homicida
o sicario —asesino a sueldo del narcotráfico o el “crimen organiza-
do”—. Las víctimas, vistas más como individuos expuestos al peli-
gro o que son abatidas por un riesgo, se convierten en una especie
de resguardo moral a partir de defender toda la marca violatoria
ejercida por el victimario. La relación víctima-victimario ha domi-
nado los modelos explicativos del evento violento. Ahora bien, en
estos dos actores que están directamente ligados al acto, se deben
desglosar las intenciones y perspectivas que suman las aproxima-
ciones comprensivas de otros no relacionados estrechamente con el
momento. Junto a los “actores estelares” nos encontramos aquellos
que, si bien no se relaciona en lo específico al momento, favorecen
y resguardan la realización de éste o se convierten en una especie
de “actores de reparto” que se presentan a escena antes, durante y
después del evento.
Narcotráfico, crimen organizado, Estado, e inclusive el propio ha-
bitante irritado por la constante amenaza del delincuente que toma
en sus manos el acto justiciero por medio del “linchamiento colec-
tivo”, conforman un libreto fundamental para poder dar densidad
analítica a la posición que termina por definir el sentido del evento
violento. Una acotación clave para el análisis que vendrá en los
próximos capítulos, el “chivo expiatorio” (Girard, 1983), del que no
está demostrada su relación directa con el acto violento, pero cuya
función principal es la de tranquilizar, frenar, dar cauce al alboroto
colectivo de una población que encuentra en él, sin demostrar cul-
pabilidad, un actor que libera la efervescencia justiciera; es decir, en

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quien se justifica toda práctica o acto de autorreclusión por consi-
derarlo la manifestación de una amenaza latente; la “devaluación
de las víctimas” (Martín-Baró, 2008) como ejercicio necesario para
tranquilizar la violencia colectiva.
• La territorialización de la violencia.- Dotar de un territorio a la violen-
cia, materializarla en un escenario específico, permite a los actores
28 definir los límites espaciales de la topofilia —los escenarios de res-
guardo— y topofobia —lugares que ubican el peligro, los espacios
amenazantes.
• La institucionalidad de la violencia.- El análisis de la violencia nos más
del modelo explicativo racional moderno —en el que se hablaba
de la violencia legítima como recurso del Estado para favorecer
el principio de soberanía—;9 y a desplazar la atención a nuevas
lógicas de paralegalidad clandestina que colocan a la violencia sis-
témica como eje constitutivo. Todo acto de violencia requiere una
justificación social y, cuando carece de ella, al menos en los térmi-
nos de la moral convencional, la genera por sí misma —ejemplo de
ello lo veremos en prácticas de devaluación de la víctima, a partir
del uso de mantas o papeletas colocadas sobre cuerpos asesinados
haciendo referencia a su adscripción a una banda rival o a que
cometió algún acto (narcomenudeo, asesinato o denuncia); o en las
prácticas de linchamiento colectivo en que la multitud se asume
como “justiciera” ante la amenaza latente.—10

9 Marco Antonio Jiménez (2007), en su texto Subversión de la violencia, indica que


cierto discurso ilustrado, desde el poder y la ciencia, colocó a la violencia del
lado de la irracionalidad, y con ello, paradójicamente, justificó su uso monopó-
lico, el de la violencia conservadora en nombre de la ley y del supuesto bien
universal. El texto es una síntesis interesante de puntos de vista situados fren-
te a esta formalidad moderna; recupera a Engels, Soren Kierkegaard, Walter
Benjamin, Franz Fanón y Hannah Arendt, desde los cuales profundiza en pers-
pectivas que rompen con la idea tradicional de violencia como acto negativo, y
sostienen que más que un fin, la violencia está supeditada a las intenciones de
grupos de liberarse de la condición subordinada.
10 En relación a prácticas o expresiones de aceptación de “justicia por mano propia”,
en 2005 se aplicó la Encuesta Nacional de la Juventud por parte del Instituto Mexi-
cano de La Juventud, y una de las preguntas que se realizaron fue “Supongamos
que en una comunidad han habido muchas violaciones a mujeres y las autoridades

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Se debe ir más allá de la limitante anecdótica que caracteriza a las ex-
plicaciones simples generadas por esos nuevos “gurúes” —analistas que se
han apropiado del escenario mediático a quienes recurre principalmente
una institucionalidad colapsada— limitados a buscar respuestas en y desde el
propio evento violento. Se debe también trasladar la perspectiva a un cruce
de ejes analíticos que vayan desde lo micro cotidiano y personal a lo macro
estructural. Y hacer un alto en el camino para no ser devorados por “respues- 29
tas fast-food”, exigidas por la creciente incertidumbre dominante de nuestras
sociedades contemporáneas, sino “escuchar el permanente diálogo entre la
larga duración y el acontecimiento…” (Reguillo, 2006).
Buscamos estar frente a las múltiples manifestaciones de violencia subje-
tiva, y comprender la violencia sistémica, que abarca no sólo el evento, sino
la lógica que articula actores, prácticas, mitificaciones, posicionamientos, re-
laciones económico-político-sociales. Estas violencias subjetivas y cotidianas,
tienen en común poner en evidencia la fractura de una institucionalidad cíni-
ca que mina el pacto social moderno.11

no castigan a los culpables, ¿crees tú que la gente tiene derecho o no de hacer jus-
ticia por su propia mano?”, a nivel Nacional, de los hombres encuestado el 40.5%
respondieron sí; de las mujeres, el 40.5% y del total de los encuestados, el 40.4%
contestaron sí a la pregunta. (http://cendoc.imjuventud.gob.mx/investigacion/
encuesta.html)
11 Ya lo veremos en el siguiente capítulo, el peso de la violencia, como recurso que
dinamiza prácticas y representaciones que rompen con el dominio de lo institucio-
nalizado, hace referencia a lógicas de paralegalidad. “El problema de las violencias
contemporáneas no estriba tanto en la ilegalidad, como en su enorme poder para
construir formas paralelas de legalidad, poder que proviene de su capacidad para
instalarse como relato inevitable que interpela no a la comunidad, sino al indivi-
duo” (Reguillo, 2005). Narcotráfico y crimen organizado son actores que atraen
a una gran cantidad de individuos que, desprovistos de la certidumbre —no solo
político, social, sino también económica y sobre todo cultural— ven en éstos la
posibilidad de restituir, aunque sea por momentos breves —el promedio de vida de
los jóvenes que ingresan al narcotráfico como narcomenudistas o sicarios no pasa
de los 23 años—, gran parte de lo que la institucionalidad moderna les ha negado.
“Cuando lo público pierde su fuerza articuladora, cuando se desdibujan las razo-
nes para estar juntos, cuando el sentido de lo que significa la vida se desdibuja, las
violencias se fortalecen alimentándose a sí mismas del exceso retórico que sustituye
la institucionalidad erosionada” (Reguillo, 2005; p. 402)

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2.2 Paroxismo de los miedos: entre ruegos
y conjuros, hierofanía del resguardo
Los miedos es un punto central de análisis para comprender cómo la fa-
talidad se constituye en la gran marca de nuestras ciudades actuales. Los
eventos violentos, mencionados en el apartado anterior, no se reducen a
30 ejecuciones, “levantones”, enfrentamientos en la vía pública, aquellos ca-
racterizados por su exposición de impacto —principalmente por los me-
dios—, sino que traspasan las rutas de la intersubjetividad colocándose en
uno de los ejes que, junto con los miedos, definen nuestras ciudades con-
temporáneas.
Desde los orígenes de las comunidades tribales hasta la concentración de
las grandes ciudades, los miedos han transitado como eje clave de significa-
ción y práctica, generando en su trayecto diversos mecanismos para enfren-
tarles o vencerles. Desde el mágico pictograma que plasmaba imágenes en
las cavernas para capturar una amenaza sobrenatural o divina, pasando por
el amuleto, hasta llegar a sofisticados dispositivos de resguardo y protección
—tecnología de alto nivel utilizada para la “seguridad” en lugares de conten-
ción como la frontera entre México y Estados Unidos. Por ejemplo, el Plan
Mérida con el que se apoyaría al gobierno mexicano con vigilancia aérea por
medio de aviones no tripulados controlados desde alguna base militar norte-
americana—. La historia de la humanidad muestra una búsqueda para con-
trarrestar los efectos de estas amenazas que colocan al miedo como recurso
inherente de la propia condición humana.
La diferencia entre angustia y miedo es que la primera se refiere a aquella
amenaza potencial que no logra ser ubicada o marcada, pero que conforma
un estado latente de inestabilidad y alerta que disminuye su efecto ante la posi-
bilidad de marcar o estigmatizar dicha amenaza convirtiéndola en un recurso
del miedo. Partiendo de la aclaración que nos otorga Reguillo (2000) al soste-
ner que “los miedos son individualmente experimentados, socialmente cons-
truidos y culturalmente compartidos”, una reflexión clave en la caracterización
contextual que define el proyecto moderno y sus consecuentes procesos,12 que
12 Habría que colocar una postura en relación al debate inconcluso que se ha esta-
blecido entre perspectivas denominadas como posmodernas, y aquellas que han
colocado como eje histórico clave para comprender nuestro escenario actual: una
continuidad a lo que el proyecto letrado moderno dominó y caracterizó a Occiden-

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a inicios del siglo XXI son centrales en el entretejido para comprender la fa-
talidad, nos lleva a remontarnos a aquel momento en que se instauran tres
grandes procesos de contención que buscaban dar curso de certeza y delimita-
ción de los miedos —principalmente aquellos productos de la carga religioso-
metafísica del Medievo— a partir de la dominante ciencia moderna:

En la modernidad se responde con la ciencia y con el Aparato Jurídico 31


del Estado […] a la fragilidad del pacto social, amenazado permanente-
mente por la disidencia, por la rebeldía, por la ruptura individual y/o co-
lectiva, se responde con instituciones de socialización (en su fase preven-
tiva), de regulación de conflictos (en su fase política), y con instituciones
de control social (en su fase punitiva) […[ A la fragilidad del cuerpo social
amenazado por la pobreza, el atraso, la ignorancia, se responde con la
técnica, con la ingeniería político social; a la fragilidad del espíritu y de
la mente, la ciencia moderna responde con disciplinas especializadas…
(Reguillo, 2000; 186)

El proyecto moderno encuentra su inicio en la transformación histórica


que implicó el traslado del mundo del Medievo tardío al del Renacimiento y
los orígenes de la Ilustración. En El miedo en Occidente, Jean Deleumeau (2005)
retrata a una sociedad europea traumatizada, a partir del siglo XV, por pes-
tes, guerras, disputas religiosas, y una atmósfera de inseguridad permanente,
analizando la instrumentalización del terror en el enfrentamiento entre insti-
tuciones dominantes de la época —principalmente religiosas—. El trabajo de
Deleumeau matiza la imagen idealizada del Renacimiento Europeo (conside-
rado como un momento de transición al desarrollo del pensamiento científico
moderno, que había encontrado en el pensamiento de Descartes la salida a la
pesadumbre, producto del oscurantismo medieval), y devela la intimidad de
te a partir del siglo XVI. Nuestra postura se centra más en perspectivas como las
de Ulrich Beck, Scott Lash y Anthony Giddens en el sentido de una Modernidad
Reflexiva “una autotransformación de la sociedad industrial, o sea disolución y sus-
titución de la primera modernidad por una segunda cuyos contornos y principios
hay que descubrir y conformar. Es decir: las grandes estructuras y semánticas de las
sociedades industriales nacionales se transforman, desplazan, rehacen (por ejemplo
a través de procesos de individualización y globalización) y lo hacen en un sentido
radical…” (Beck, 2006)

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las pesadillas de nuestro tiempo, las raíces de los miedos que en gran medida
continúan estando presentes en nuestras sociedades contemporáneas. Mues-
tra cómo el propio término “miedo” se ha caracterizado por su ocultamiento
al ser considerado una manifestación de cobardía que iba en contra de la
máxima “el caballero digno debe arrostrar los peligros por amor a la gloria y a
su dama”. (Jehan de Saintré). El heroísmo era el fundamento de la diferencia
32 social a partir de considerar como noble y caballero, a aquél que era embes-
tido por la valentía, y al otro, al poblador en general, una manifestación de
cobardía que era propio de su condición de siervo; “el arquetipo de caballero
sin miedo, es realzado constantemente por el contraste con una masa reputa-
da sin valor” (Deleumeau, 2005; 14). Inclusive, desde la clásica Eneida, Virgilio
(siglo I a. C.) escribe “el miedo es la prueba de un bajo nacimiento”.
Trasladado a nuestro contexto y perspectiva, cobra importancia la pre-
gunta por aquellos objetos de defensa, las letanías, fórmulas mágico-religiosas
del armamentismo personal que produce el habitante para contrarrestar los
miedos y las incertidumbres que experimenta en las ciudades contemporá-
neas. La condición histórica de instaurar diferencias a partir del heroísmo, del
varón noble, y naturalizada del miedo, propia de la multitud, ha estado pre-
sente a lo largo de la historia de Occidente, y en gran medida se ha constituido
como el gran proyecto ilustrado, moderno, del varón europeo que, en tanto
discurso apologético —de exaltación heroica— deja a la sombra un amplio
campo de la realidad; y que ha encontrado en un sinfín de estrategias y recur-
sos esos amuletos de “contención” que le permitan salvaguardarse. Aparece
un acto de domesticación de las violencias, de su reificación (naturalización),
como si se constituyeran en eventos que van más allá del entendimiento del
individuo y que encuentran en “el amuleto” la protección para enfrentar in-
clusive a aquello que se ha legitimado, un “derecho al miedo” y su consecuen-
cia estructural: la desconfianza.
Similar a la articulación violencia-agresión que permite comprender
la complejidad entrelazada entre el evento violento y sus cruces contex-
tuales, el miedo suele ser relacionado con términos como angustia, ansie-
dad, temor, pánico, horror, los cuales se refieren a vivencias desencadena-
das por la percepción del peligro cierto o impreciso (Jaidar, 2002). Pánico
hace referencia a un evento peligroso que causa una reacción espontánea
y desorganizada en un individuo o grupo, implica un acto de explosivi-

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dad instantánea resultado de algún agente o evento que trastoca la di-
námica cotidiana de certidumbre, y que se relaciona con las reacciones
de individuos al estar frente a algún evento violento de “gran impacto”
—por ejemplo, una ejecución en un lugar público—. Angustia, dificultad
para identificar el contenido de la amenaza vital, se caracteriza por lo
indeterminable y la espera, lo impreciso y carente, viene acompañada de
la inseguridad y el temor que surgen principalmente ante un cambio en 33
el entorno vital o social.
Como veremos más adelante, esta dificultad de enmascarar, dar “cara” al
agente relacionado con la amenaza latente, es uno de los argumentos centra-
les que veremos en relación a las prácticas de nombrar “chivos expiatorios”,
ya que esto permitiría aminorar o atenuar la incertidumbre de la amenaza.
Tanto el pánico como la angustia provocan que la relación realidad-fantasía
se disperse ocasionando una fuerte sensación de vulnerabilidad y debilidad
frente a una posible amenaza vital. Más allá de la amenaza real, que implica
el ubicar y visibilizar el miedo, tanto el pánico y la angustia latente como
generadores de miedo producen un constante “estado de alerta” que tiene
por finalidad desenmascarar a dicha amenaza, dando certeza a reacciones de
resguardo y protección por parte de individuos o colectividades.
El miedo se sostiene a partir de tres procesos clave: a) la pérdida de arraigo
colectivo manifiesto en un “urbanismo salvaje” (Martín-Baró, 2003) que obe-
dece a un cálculo racional y comercial, que destruye poco a poco el paisaje de
la familiaridad fundamento de la memoria colectiva; b) la normalidad de una
diferencia amenazante, de la “visibilización” de otro que es potencialmente
peligroso, y que impone un orden sostenido en amenaza; y c) la dramatiza-
ción mediática encargada de reforzar las amenazas presentes.
En ellos se observa cómo el miedo favorece a la destrucción de una me-
moria, a la erosión de referentes de identidad y su consecuente privatización
de la vida más íntima en la búsqueda de sobrevivir ante la angustia que ace-
cha. Para el habitante de la ciudad, cada vez hay que desconfiar más de ella,
hay que esquivarla o abandonarla recluyéndose en reductos de privacidad
cada vez más limitantes, caminarla lo menos posible, y reducirse a observar en
la pantalla mediática las alertas de cómo la violencia sistémica se va apoderan-
do, controlando, devorando los últimos reductos que nos quedan.

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Los miedos son las materializaciones simbólicas, las delimitaciones que
desenmascaran a la angustia, y que permiten acallar o silenciar a la incerti-
dumbre de aquello que dramatiza las vivencias más profundas, desgarradoras
y desestabilizadoras de la experiencia. Es decir, encontrar las causas del mal
es volver a crear un marco de seguridad, reconstruir una coherencia de la que
han de salir los remedios (Deleumeau, 2005). Y esos remedios nos llevan a la
34 inherente creatividad de los individuos de fabricar rezos, conjuros, amuletos
y toda clase de ritualidades de resguardo en el contexto de la fatalidad. En
gran medida, el escenario característico de nuestras sociedades contemporá-
neas, más allá del apremiante dominio de las tecnologías de la información,
se caracterizan por el dominio de una angustia que construye y reconstruye
peligros asumidos como inéditos —y que dan cauce a la fatalidad—, ante
los cuales no tenemos respuestas o al menos conjuros mágico-religiosos que
nos protejan. Se erige una hierofanía de resguardo propia de escenarios donde la
angustia es dominante. Ante la marejada de angustia y pánico de nuestras
ciudades fronterizas, las respuestas que individuos y colectivos producen se
determinan más por dinámicas de inhibición que implican a la apatía, la pa-
sividad y la resignación como los únicos trayectos posibles ante el peso de la
angustia enmascarada que termina por entronizar a la fatalidad.
Esta hierofanía de resguardo —que va desde colocar imágenes hasta definir
acontecimientos como “llamados de divinidad” que anuncian el fin de los
tiempos—, se ha plasmado como la última esperanza de respuesta ante la
angustia individual y colectiva: “en una secuencia larga de traumatismo colec-
tivo, Occidente ha vencido la angustia nombrando, identificando, incluso fabricando
miedos particulares…” (Deleumeau, 2005, p. 33).
Ahora bien, lo que nos interesa es esta última dinámica: la fabricación de
una diversidad de actores, dispositivos y espacios, productos más de una tra-
ma de instauración de la fatalidad vista en la elaboración de referentes como
crimen organizado y narcotráfico. En los siguientes capítulos observaremos
que gran parte de la construcción discursiva de los miedos, favorecida en gran
medida desde el bastión dominante de la escenografía mediática, ha sostenido
la estrategia del mercado bélico, promovido por un Estado penal y su proyecto
de securitización —en este sentido ya veremos en el capítulo segundo cómo
la Iniciativa Mérida y el Operativo Conjunto Chihuahua-Juárez ejemplifican
un proyecto que busca ser sostenido por una institucionalidad cínica—.

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La siguiente matriz analítica sitúa los componentes que nos permitirán
plasmar y enfrentar la marejada de prácticas, figuraciones y representaciones
que han dado cara a múltiples manifestaciones asociadas con los miedos en
nuestras ciudades contemporáneas:

• Espacios del miedo. Por espacios del miedo se hace referencia a esos
escenarios donde los miedos se colocan y reproducen a partir de tres 35
propiedades: a) territorialidad, todo escenario es un lugar y se ubica
espacialmente, comprende límites reales y formales, que establecen
las prácticas y narrativas de resguardo; b) infraestructura, que no
sólo se refiere a la urbana —calles, baldíos, casas abandonadas—,
sino también al equipamiento de la “protección”, a esos recursos
de resguardo que tienen en los amuletos su referente principal, es
decir, nos hallamos ante una infraestructura material y simbólica
que constituye las provisiones que permitirán transformar a la ame-
naza manifiesta en la angustia en miedos identificables; y c) despla-
zamientos-movilidades, entendida como las estrategias de los sujetos
para colocarse frente al miedo y que se define por el dinamismo que
exige una creatividad angustiante ante la amenaza latente que se
traduce en diversas estrategias de resguardo que van desde sofisti-
cadas estructuras de vigilancia, hasta la improvisada colocación de
obstáculos como piedras y tambos rellenos de cemento.
• Agentes del miedo. Lo que coloca la desconfianza en todo aquel, y más
siendo extranjero, cuya imprevisibilidad es amenazante a la segu-
ridades individuales.13 Como vimos en el apartado anterior de la
violencia simbólica, la figura del “chivo expiatorio” es fundamental
para visualizar la angustia latente y darle certeza a la amenaza con-
virtiendo la angustia en miedo al colocar en ese otro amenazador
la carga de los males de la colectividad. Por agentes del miedo ha-
cemos referencia a toda figura o actor que se coloca en relación a la
13 La máxima Bizantina “si un extranjero viene a tu ciudad, se relaciona contigo y se
entiende contigo, no te fíes de él; al contrario, es cuando hay que tener más cuidado”
(Deleumeau, 2005). Incluso, no sólo del extraño habría que desconfiar por su simple
condición de sospecha, sino también del prójimo, del vecino. Aquellos que, denun-
ciados por no acatar las normas impuestas del resguardo y la desconfianza, eran
acusados de “herejía” y “brujería” y cuyos pasos se habían espiado cotidianamente.

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angustia amenazante, va desde un sujeto individual hasta colectivos,
y desde figuras cotidianas hasta actores institucionales.
• Dispositivos del miedo. Por dispositivos del miedo entendemos aque-
llos recursos simbólicos por medio de los cuales se favorece la pro-
ducción y reproducción de éste y dan como resultado el peso que
adquiere en el escenario de la fatalidad. Consideramos clave a tres
36 de ellos: el rumor, la sanción y la protección. El primero, clave para
comprender cómo se construye la representación de la fatalidad a
partir de la reproducción de los miedos. El rumor constituye una
especulación fundamental en la dinámica de circulación de los
miedos; es una especie de confesión de una angustia generalizada
que encuentra en la figura del agente de amenaza latente su cauce
central. Por un lado, gracias al rumor, se desenmascara al enemi-
go, se designa al culpable, y esto favorece un alivio en la comuni-
dad amenazada. Por otro lado, el rumor acentúa las características
propias de la amenaza, magnificándola y otorgándole propiedades
que al igual que la figura demoniaca, asume poderes sobrenatura-
les que lo llevan a construir una amenaza intensa: “un rumor es, en
la mayoría de los casos, la revelación de un complot, una traición”
(Deleumeau, 2005).
El rumor ha sido uno de los dispositivos clave, el cual se ha per-
meado a lo largo y ancho de la vida cotidiana del habitante de la
ciudad fronteriza como un recurso para ver la angustia, ubicar los
miedos, y principalmente convertirse en afianzador de estrategias
de resguardo a partir de la simple afirmación “por si acaso”.
La sanción hace referencia a la multa o castigo que se otorga a un in-
dividuo por algún acto considerado como infracción a la norma o
moral pública. Ésta ha constituido uno de los dispositivos que más
se han ligado a las prácticas que favorecen el traslado de la angustia
al miedo a partir de definir la pena o castigo que será otorgado a
todo aquel que se le ocurra infringir el marco moral y normativo
de un grupo.
Más allá de la transformación o cambio que el culpado genere poste-
rior al castigo a que fue sentenciado, lo que importa para una mayoría
de la comunidad sancionadora es el acto del castigo como ejemplo a

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toda aquella amenaza que actúe en contra de dicha moralidad.
La detención y sanción, por parte de las fuerzas de seguridad públi-
ca, a miles de individuos relacionados con actos ilícitos, y su presen-
tación pública en diversos medios como si se tratara de una escenifi-
cación de victoria contra el bando opuesto —en las que se destaca no
sólo la capacidad logística y de armamento con la que cuentan, sino
también el maltrato físico al que han sido sometidos ante la justifica- 37
ción de “hacer hablar”—, nos llevan a entender cómo este disposi-
tivo de sanción no se limita a una aplicación jurídico-legal, sino que
transciende ante la finalidad de mostrar las consecuencias hacia todo
aquel que sea ubicado o considerado como amenaza potencial.
Por último, la protección hace referencia al dispositivo por el cual se
generan toda una serie de estrategias de contención para mitigar
la fuerza de la amenaza latente. Coloca el nivel de las prácticas y
del marco institucional en una relación estrecha que permite com-
prender prácticas-representaciones y espacios del miedo desde los
cuales los individuos reproducen estas estrategias con la finalidad
de atrincherarse. Prácticas que van desde la implementación de
bastiones residenciales —en su mayoría improvisados con diversos
utensilios como rejas, contenedores de basura e incluso rocas—,
hasta los operativos policiaco-militares, como el Operativo Con-
junto Chihuahua-Juárez, que parten de asumir como última finali-
dad otorgar seguridad a todo aquel que logre formar parte o estar
dentro de las murallas.
Estos tres dispositivos no pueden ser entendidos sin tomar en cuen-
ta el papel mediático, al que ubicamos como la construcción dis-
cursiva generada y favorecida por los medios —principalmente la
televisión, prensa y radio—. Ésta encuentra en el Internet, un lugar
central desde donde favorecer la reproducción de esta discursividad
en la que la amenaza latente encuentra sus escenarios de dominio
visible así como los cauces de trayectorias que permean e instauran
en el imaginario cotidiano la efervescencia de ciertas figuras clave
que ubican a los miedos. Comprender cómo la producción discur-
siva mediática favorece la instauración de los miedos en nuestros
escenarios actuales, cobra relevancia ya que uno de los puntos im-

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portante para entender la producción y distribución de estos dispo-
sitivos es el peso que vienen teniendo los medios de comunicación
en las últimas décadas.
• Dramatización del miedo. Toda manifestación discursiva es central,
tiene que ser entendida a partir de la relación que se establece
entre prácticas y narrativas que la producen y/o reproducen. Es
38 decir, entre las ritualidades, entendidas como la serie recurren-
te de prácticas que establecen principios de autodeterminación
—cómo nos colocamos o enfrentamos ante la amenaza latente— y
mitificaciones, entendidas como narraciones simbólicas que expre-
san, en la capacidad creativa de los individuos, los miedos en tanto
condición ontológica de la vida. Por performatividad del miedo,
se hace referencia a la dramatización del acontecimiento irruptivo
(Goffman, 1970), que no se reduce al evento violento, sino que en-
cuentra en sus efectos escenificaciones de respuesta que se colocan
en relación al miedo producido por el evento. Estas performati-
vidades son dominadas por la fatalidad como condición última.
Resurge una dramatización de la resistencia, eje importante que se
trabajará en el capítulo seis, y que se refiere a las “herejías” frente
a la fatalidad, prácticas de acción colectiva que enfrenta el paisa-
je dominante de la fatalidad a partir de dramatizar la resistencia
como recurso fundamental para transformar una socialidad del
resguardo en una socialidad de reconocimiento.

Como podemos observar, la premisa clave es que el miedo es parte sus-


tantiva de la subjetividad colectiva. Siempre ha estado presente en nuestras
sociedades, la diferencia con nuestro escenario actual es que se ha colocado
como un referente central en la definición de los proyectos individuales y co-
lectivos en nuestras ciudades contemporáneas. En este sentido, las preguntas
que se nos presentan son ¿Cómo comprender, analizar y ubicar, a los miedos
y su proceso de enmascaramiento —que logre transitar de la angustia—, per-
mitiéndonos colocarlos como referente analítico más allá de su asimilación
metafísica —en tanto esencia—? ¿Qué hacer con los miedos que dominan
nuestros escenarios cotidianos, situando a la fatalidad como la única posibili-
dad existente para miles de individuos que a diario se enfrentan a “amenazas

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latentes”? Para dar respuesta pasemos a un tercer nivel, el de la delimitación
teórica que caracteriza la colonización de la fatalidad.
Entendemos por colonización, al proceso por el que se construye y repro-
duce la fatalidad como condición última, favorecida por un discurso institu-
cional en crisis y que enfrenta la embestida, por un lado, de una paralegalidad
clandestina que produce sus propios escenarios, agentes, estrategias y narrativas
de respuesta; y por otro, estrategias de resistencia que, como una herejía en 39
contra de la valoración de fatalidad, irrumpe nuestros escenarios cotidianos
manifestada en dramatizaciones que restituyen la socialidad como proceso de
reconocimiento.

2.3 Colonizar la fatalidad. Por una matriz teórico-conceptual


Violencia sistémica y miedos se anclan teóricamente a partir del concepto
central de colonización de la fatalidad y sus dos referentes teóricos: interpelación
ideológica y socialidad de resguardo (ver esquema). Es decir, un proceso por me-
dio del cual se producen, tanto en la institucionalidad cínica como en la pa-
ralegalidad clandestina, las estrategias de construcción de la fatalidad, así
como la posición desde la cual los sujetos, principalmente el habitante pro-
medio, se enfrentan a la vorágine de la violencia sistémica y los miedos.

Este proceso encuentra su cauce al favorecer el surgimiento de zonas de


contención —capítulo III— que se constituyen en espacios que no se reducen
a delimitaciones territoriales, sino que se ubican en la producción simbóli-

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ca que adquiere la territorialidad, en tanto construcción intersubjetiva, y nos
muestra cómo se producen las estrategias (prácticas-narrativas) que conllevan
a la asimilación de la fatalidad.

2.3.1 Interpelación ideológica


El concepto de ideología ha generado un amplio debate en diversas tradi-
40 ciones académicas e intelectuales que han llevado a su problematización,
incluso, por varios sectores, su propia negación, a partir de reubicar su
densidad analítica para comprender los fenómenos sociales, político, cul-
turales.14 En este sentido, nos colocamos a la par de Žižek, quien concibe a
la ideología no como un mero “conjunto de representaciones”, sino como
entramado de prácticas constituidas en rituales. Como aclara Susana Mu-
rillo “con ideología habría que aludir a la materialidad de las creencias
expresadas en acciones de los sujetos” (Murillo, 2008).15
No pretendemos incrementar dicho debate, sino establecer los anclajes
teóricos que nos permitan ubicar el peso del concepto de interpelación ideo-
lógica para comprender cómo es el proceso por el cual la colonización de la
fatalidad encuentra cauce para incrustarse desde niveles macroinstitucionales
hasta los escenarios más íntimos de relación intersubjetiva. Es decir, por inter-
pelación ideológica hacemos referencia al proceso por el cual diversos actores
favorecen la colocación de dispositivos a través de rituales que cualifican a los
sujetos y que constituye el desarrollo del discurso hegemónico. Es un proceso
en transformación continua que favorece la reproducción de la dominación.
Constantemente está en la búsqueda de establecer cauces de legitimación que
definan las estrategias desde ciertos campos de discursividad —no sólo po-
14 Terry Eagleton (2005), en su texto Ideología. Una introducción, construye un estado de
la cuestión que se traslada hasta los orígenes del uso del término en el siglo XVII,
su traslación inicial a la noción científica marxista, como es abordado por diversas
perspectivas como la Teoría Crítica de Frankfurt y el Funcionalismo anglosajón,
hasta llegar al debate más contemporáneo entre diversos pensadores como Althus-
ser, Foucault, Habermas, Chantall Mouffe y Ernesto Laclau, así como Žižek.
15 En su libro Colonizar el dolor. La interpelación ideológica del Banco Mundial (2008), Susa-
na Murillo comenta que superar la perspectiva de “falsa conciencia” permite vis-
lumbrar de qué modo el ser humano se socializa, como los mecanismos de poder
permean hasta las capas más íntimas de lo subjetivo, y que nos lleva a repensar a la
subjetividad superando la noción de pasividad y entendiéndola como un proceso
activo y constructivo.

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dríamos referir al político, religioso, económico, sino que uno de los aportes
centrales del presente trabajo es la incorporación del campo de la paralegali-
dad, que encuentra en el proceso de la interpelación ideológica un referente
fundamental para reproducir su condición dominante—.
Aquí convendría hacer algunas consideraciones:

a) Žižek nos aclara que no se puede reducir el imaginario, que forma 41


parte constitutiva del proceso de la interpelación ideológica, a fantasía
subjetiva. En este sentido y apoyado por la diferenciación lacaniana
de la realidad y lo real, nos aclara que lo que se experimenta como
realidad no es la cosa en sí, sino que es una ficción construida y deli-
mitada históricamente. Es una ilusión, ante la indefensión de la reali-
dad que nos sucumbe y que se sostiene siempre en la promesa de una
carencia asumida —es por ello que históricamente diversos campos
de dominación, como el religioso, ha encontrado en la ilusión uno de
los grandes mecanismos de interpelación ideológica para reproducir
discursos dominantes—. Es decir, lo imaginario de la ideología no
debe confundirse con la ficción subjetiva de un “orden simbólico”, ya
que esta última es sólo “el orden simbólico constituido y constituyen-
te de cada momento histórico de una sociedad que es vivido como
la realidad” (Žižek, 2001). Veremos en los siguientes capítulos cómo
diversos actores a partir de sus narrativas y prácticas, muestran cómo
la fatalidad se ha impregnado de sus idealizaciones, mostrando imagi-
narios de resguardo propios de zonas de contención
b) La ideología no es pura representación, sino todo un proceso estructu-
ral de prácticas, narrativas y relatos que instauran dispositivos —según
Foucault— con la finalidad de cualificar subjetividades en ritualidades
específicas. Estos dispositivos tienen por objetivo, en tanto materiali-
dad, operar como espontaneidad, como evidencias irrefutables, como
verdades que se autojustifican y desde las cuales definen sus estrategias
de colocación frente a la “realidad” asumida. Es aquí donde cobran
relevancia dispositivos de resguardo que ejemplifican la impresionan-
te imaginería de “protección” que los individuos otorgan a diversos
amuletos que, ante la fatalidad asumida, cobran una “fuerza protec-
tora” que permite al individuo enfrentar la amenaza latente.

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c) Si bien el traslado de la representación a las prácticas es central, habría
que considerar que el proceso de interpelación ideológica es parte de
la lógica del inconsciente, y éste conlleva mecanismos que ocultan su
funcionamiento. El ocultamiento consiste en fetichizar una relación
entre el fenómeno que se presente y la posición que el sujeto autodefi-
ne con respecto a éste. Más allá de la perspectiva clásica marxista, que
42 ubica en el fetichismo de la mercancía un aporte clave, aquí partimos
de la condición reificada sobre la determinación de la realidad y que
se encuentra en los dispositivos discursivos de la interpelación ideo-
lógica de ciertos actores. Un ejemplo es el significante “seguridad”
—que como veremos en el capítulo siguiente, sostenemos que se ha
convertido en un significante vacío como explica Laclau— en su tra-
yecto de legitimación y dominio.
d) La condición poiética de la ideología, en el sentido de la creatividad,
constituyente del “orden simbólico” que no se reduce a condicionan-
tes estructurantes históricas, sino que se enlaza con la capacidad de
los actores de una memoria colectiva que transgrede con las formali-
dades espacio-temporales de lo real. Más allá de las perspectivas de-
cimonónicas que continúan limitando la ideología como recurso de
organismos o actores, aquí se parte del proceso que trasciende a una
institucionalidad cínica y que restituye el principio de la potencialidad
del sujeto.

Como podemos observar, estos criterios nos llevan a redensificar al con-


cepto de ideología, superar su crisis en tanto noción que le caracterizó en
últimas décadas, y que permite sostener a partir de interpelación ideológica,
parte del rumbo teórico-conceptual para comprender cómo se ha producido-
reproducido la fatalidad como el gran discurso de resguardo en nuestras so-
ciedades contemporáneas favorecida por una institucionalidad cínica y una
paralegalidad clandestina.

2.3.2 Socialidad de resguardo


Hace algunos años trabajamos con el concepto de socialidad a partir de las
perspectivas de Maffesolli (1990) y de Martín Barbero (año).16 Más allá de
16 En el 2009 se publicó el libro Espacios de socialidad-sociabilidad en colectivos juveniles

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lo institucionalizado, de lo normativo y lo estructural de lo social, socialidad
hace referencia a la potencialidad subjetiva que define estrategias creativas
de posicionamiento frente a la realidad. A diferencia de la interpelación
ideológica, este proceso parte de la explosividad creativa del actuar de los
sujetos favorecidos por una “centralidad subterránea” (Maffesoli, 1990),
clandestina, que les permite actuar, enfrentar e inclusive zafarse de la densa
nube dominante de la interpelación ideológica. Por socialidad de resguar- 43
do habrase de entender el proceso, que incluye estrategias y narrativas,
por el cual los individuos definen, establecen, edifican sus posibilidades de
sobrevivencia frente al dominio de la fatalidad. En ese sentido, habría que
aclarar trayectos que este proceso genera en la contención, en el que se
inscribe la mayoría de los habitantes de la ciudad fronteriza y que se mues-
tra en estrategias de reducir cada vez más sus espacios de convivencia y
encuentro afianzando los mecanismos de encierro, que van desde colocar
diversos utensilios para delimitar el tránsito, hasta avanzadas maniobras de
seguridad que incluye aparatos sofisticados de vigilancia o gasto en servi-
cios de seguridad particular.
Ahora bien, un fundamento que ubica el peso del concepto de socialidad
de resguardo es el comunicativo. El proceso de socialidad enfatiza el peso que
adquiere los modos de reconocimiento que se entrecruzan a partir de la me-
diación comunicativa. Más allá de la delimitación formal mediática, lo central
es ubicar aquellos dispositivos comunicacionales que favorecen la posibilidad
del “estar juntos” así como la de separase de ese otro. Como veremos más
adelante, estigmatizar es el acto por el cual un grupo autodefine los criterios o
propiedades de diferenciación hacia ese otro que condiciona las prácticas de
encuentro y que, en el escenario de la fatalidad, se magnifican en la búsqueda
de plasmar o marcar al amenazante potenciable. Aquí la dramatización de
la fatalidad cobra relevancia ya que permite colocar, desde la expresividad
urbanos. Idealizar el triunfo, enfrentar la sobrevivencia (Salazar) en el que se desarrollaron
los conceptos de socialidad, entendida como la potencialidad creativa que reside en
la condensación de lo simbólico y lo clandestino, en el principio del “estar juntos”,
y el de sociabilidad que coloca la perspectiva más en el nivel de lo institucionalizado.
En este sentido, la siguiente aclaración en relación al concepto de socialidad de
Maffesoli es fundamental, éste lo ubica en un sentido positivo que lo lleva a enfren-
tar la carga formal que el término sociabilidad o socialización tiene; si bien en este
texto hacemos referencia a socialidad en el sentido de la potencialidad creativa, nos
separamos de la idealización positiva que caracteriza al término en Maffesoli.

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colectiva los modos, en que los individuos enfrentan en relación a la vorágine
ideológica.

2.3.3 Zonas de contención


El tercer elemento teórico de la propuesta conceptual del presente trabajo
hace referencia a los trayectos de contacto que definen las relaciones terri-
44 toriales y de acción, y que establecen las posiciones por parte de los sujetos.
Más allá del componente territorial y geográfico que toda cartografía debe
de plasmar, lo central en las zonas de contención es entenderlas como la de-
limitación espacial del contacto que favorece prácticas y narrativas de exclu-
sión. Tiene como antecedente el desarrollo del concepto de zonas de contacto de
Mary Louise Pratt (1996), con él nombra a “los lugares en los que confluyen o
entran en comunicación culturas que han seguido históricamente trayectorias
separadas y establecen una sociedad, con frecuencia en el contexto de una re-
lación de colonialismo” (Pratt, 1992). Nos aclara que no se puede poner fin a
la conciencia de un grupo, su memoria, por un simple acto de fuerza o volun-
tad. Ya que las formaciones sociales y culturales entran en un estado de crisis
prolongado, que no son resultas en corto plazo, insertándose en la memoria
colectiva como si fueran cicatrices que al transcurrir del tiempo, reinstaura en
el imaginario del grupo el enfrentamiento, el conflicto y la crisis.
Vale entonces la pregunta ¿Cómo trasladar el concepto de zonas de
contacto al concepto zonas de contención? Consideramos varias premisas
que provienen de de Mary Louise Pratt: a) al colocar la mirada en los cru-
ces, las zonas, y para nuestro caso las de contención, se busca comprender
las continuidades y fracturas que se presentan en dos escenarios y los nuevos
trayectos de conflictividad que se generan; b) las nuevas relaciones entre
los actores que reestructuran las posiciones de dominación, y c) la transfor-
mación o continuidad de estrategias que convergen en los cruces definen
nuevos procesos de inclusión-exclusión a partir de definir las nuevas posi-
ciones de los actores. En un contexto dominado por la fatalidad debido a la
violencia sistémica y los miedos, las zonas de contención vienen a ser esos
nuevos escenarios desde los que se agrupan o diferencian las condiciones
actuales de exclusión.
Estos tres conceptos, interpelación ideológica, socialidad de resguardo y
zonas de contención, conforman el corpus teórico de la colonización de la

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fatalidad. Encuentran sus conexiones lógicas complejas y nos llevan a ubi-
car la relación violencia sistémica-miedos en trayectos de un ir y venir entre
lo macroestructural, la delimitación histórico-institucional que caracteriza a
todo fenómeno, y el nivel más íntimo y cotidiano, donde adquieren sentido
estas prácticas y donde se colocan las trincheras cotidianas del habitante de la
ciudad fronteriza del norte de México.
A continuación observemos el recorrido metodológico que se vigiló du- 45
rante el proceso de la investigación, éste enfatiza la relación compleja entre lo
macroestructural y lo microcotidiano, dando un peso clave a la postura desde
la cual los investigadores se sitúan en el análisis de un escenario dominado por
la violencia sistémica y los miedos y constituye una especie de dramatización
del reparto de la fatalidad.

3. Recorrido metodológico
Entodoacontecimientoirruptivoseentremezclanunaracionalidadhistórica
—articulación estructural de larga duración— y una racionalidad de la co-
municación —modos de decir, representar y metaforizar el acontecimiento—
(Reguillo, 2005).17 Olvidar que los escenarios urbanos son una construcción
histórica y política, es exponernos a quedar limitados por visiones que redu-
cen a lo particular —“efectos de barrio” (Wacquant, 2005)— descripciones
que asumen que, en lo íntimo de las particularidades, se ubica el “corpus
explicativo” del fenómeno.

17 Rossana Reguillo (2005) en su texto Ciudad Interrumpida. Memorias, performatividad y


catástrofes, plasma la reflexión de ubicar la articulación contextual con la cotidiana
del acontecimiento. A partir del análisis de los procesos de significación y las condi-
cionantes estructurales que caracterizaron dos eventos: las explosiones en la ciudad
de Guadalajara en 1994, y la muerte de cientos de jóvenes en un bar llamado
“Cromañón” de la ciudad de Buenos Aires en 2004. En ambos acontecimientos las
estrategias de significación y visibilidad se plasmaron a partir de rituales -que des-
de lo íntimo hasta lo masivo- sucedieron posterior al evento: marchas de protesta,
altares improvisados, comunicados de prensa, etc.; “más allá de la descripción del
suceso fatídico, lo fundamental se centra en los lenguajes-soportes que vehiculiza-
ron el sentido del acontecimiento […]todo acontecimiento y su efecto performati-
vo hunde sus raíces en las historias locales”.

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El análisis que se plantea en el presente trabajo busca romper con toda
fundamentación descriptivo-explicativa limitada, por un lado universalizar
una perspectiva, o por otro lado, limitarse a particularidades. Consideramos
que una aproximación adecuada será aquella que parte de comprender que
todo fenómeno (social, político, económico, cultural) debe ser analizado en
un ir y venir en el que la observación etnográfica, el análisis de las prácticas
46 y procesos de significación de lo cotidiano, debe de no limitarse a una mio-
pía etnográfica, la investigación de campo no puede prescindir del análisis
estructural-institucional (Wacquant, 2005).
En el libro Espacios de socialidad-sociabilidad en colectivos juveniles (Salazar,
2009), se desarrolló un esquema de articulación que busca la relación entre
los niveles de lo cotidiano y lo estructural. A partir de la triple relación de los
niveles de Formación discursiva,18 articulaciones contextuales en las que se ubi-
ca el acontecimiento; Campos de discursividad, los espacios discursivos desde los
cuales se ubican los sujetos y en los cuales se generan o limitan sus prácticas-
narrativas; y de Estrategias Discursivas, las múltiples estrategias-tácticas construi-
das o reproducidas por los diversos actores que se desplazan en los espacios
de discursividad;19 se definió la estrategia metodológica que permitió analizar
cómo se construye la fatalidad en el escenario de la ciudad fronteriza a partir
de la irrupción de una violencia simbólica.

18 Para Foucault (1985), los discursos son dominios prácticos, limitados por sus reglas
de formación y sus condiciones de existencia. Con el término “Formaciones discur-
sivas” hace referencia al conjunto de reglas anónimas e históricamente determina-
das que se impone a todo sujeto hablante, y que delimita el ámbito de lo enunciable
y lo no enunciable en un momento y en un espacio.
19 Bourdieu (1995) ha planteado severas críticas a la ingenuidad que supone asumir que
la eficacia simbólica del discurso está en el propio discurso, desestimando la relación
entre las propiedades del mismo, las propiedades de quienes son sus portadores o
ejecutores y las propiedades de las instituciones en las que se inscriben los discursos.

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47

Colocar el foco de atención en lo discursivo, parte de comprender tanto el


plano lingüístico como el pragmático de la significación —proceso de simbo-
lización formado por un conjunto de procedimientos mediante los cuales los
sujetos dotan intersubjetivamente de sentido la realidad—. En contra de aque-
llos que le conciben como una simple cuestión de palabras, el discurso siempre
se instituye como práctica. El peso de la representación,20 acto de pensamiento
por el cual un sujeto se relaciona con un objeto (Jodelet, 1986), es central ya
que las construcciones discursivas permiten dar forma a las múltiples maneras
de interpretar y pensar la realidad cotidiana —mundos vida de Schutz— con-
virtiéndose en saberes socialmente disponibles. No perder de vista de que toda
representación debe materializarse a partir de las condiciones estructurales-
institucionales que caracterizan al contexto en el que se ubica. Es decir, las
narrativas generadas por los diversos actores del escenario urbano deben ser
entendidas en relación al contexto de fatalidad propio del dominio de la vio-
lencia sistémica y los miedos.
20 Ibáñez (1989) sostiene que la representación social es un constructo simbólico que
realiza el sujeto, y que toda representación social es representación de algo y de
alguien. Jodelet (1986) menciona que éstas poseen seis características básicas:
1)siempre es la representación de un objeto, consta de una cara figurativa y otra
simbólica; 2) tiene un carácter de imagen; 3) tiene un carácter simbólico y signi-
ficante a la vez; 4) tiene un carácter constructivo, es decir, toda representación se
construye y reconstruye en el acto de la representación; 5) es un acto creativo; y,
6) siempre conlleva lo social, es decir, utiliza elementos descriptivos y simbólicos
proporcionados por la comunidad.

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Destacamos tres premisas básicas a considerar:

• Un enfoque hermenéutico-interpretativo que no pierde de vista


tres condiciones centrales que debe “cultivar” todo investigador:
postura crítica, reflexividad e intencionalidad —compromiso ético
que parte de tener presente que todo conocimiento “es y está ubi-
48 cado” desde alguna perspectiva—; es decir, los mundos por investi-
gar son incoherentes, parcialmente claros y contradictorios.
• La relación “pendular” de “ir y venir” entre posturas emic-ethic.
Una doble condición que todo investigador debe tener presente:
la mirada interior que permite atender a las características sociocul-
turales de los actores —el forastero de Schutz, que por su condición
de exterioridad, puede captar la incongruencia, la contradicción y
las pautas culturales que orientan la vida cotidiana de los sujetos
de la ciudad—; y la mirada exterior que permite atender los marcos,
mecanismos y dispositivos de regulación y control social.
• Como Bourdieu (2005), consideramos que todo investigador debe
asumir el compromiso de enfrentarse, vivir, experimentar el mo-
mento del trabajo de campo que se desarrolla a lo largo del proceso.
Argumento enfatizado por esta propuesta, en la que la perspectiva
etnográfica es central para comprender cómo se inserta-permea la
violencia y los miedos en el escenario de la ciudad fronteriza. No
compartimos con aquellos académicos-investigadores que, por pos-
turas de “comodidad” o “desconocimiento”, relegan el trabajo de
experiencia de campo a otros (asistentes, alumnos, técnicos), redu-
ciendo el momento a una simple “recolección de información”.

Al tener presente estas tres premisas a lo largo de la investigación, “ancla-


jes epistémicos-metodológicos” que permitieron dar certidumbre y pertinen-
cia objetiva al proyecto, describimos cada una de las estrategias realizadas du-
rante la experiencia de trabajo de campo: observación etnográfica, entrevistas
a profundidad, revisión de fuentes periodísticas (de circulación local, regional
e internacional), y una estrategia que denominamos como territorialidades antro-
pofóbicas —representaciones espacio territoriales de los miedos—.

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3.1 Observación etnográfica
El trabajo de observación etnográfica inició en el mes de abril de 2008. Su
finalidad fue captar, o más bien experimentar, el punto de vista de “el nativo”,
en una búsqueda de formar parte “desde dentro” del escenario cotidiano en
el que éste se desenvuelve. Mediante ella, se buscó conocer los significados y
sentidos que los sujetos otorgan a sus acciones y prácticas (María Luisa Tarrés,
49
2005), y generar una reflexión teórica que permitiera ubicar, colocar, enten-
der, los momentos (o si se quiere llamar “datos”) de la experiencia vivencial.
Las fases de la estrategia se desarrollaron en tres momentos clave:
1ª fase. Acceso y primera aproximación.- Consistió en una serie
de recorridos a pie, en vehículo —propio y ajeno—, y principalmente en “la
ruta” —nombre que se le da al transporte urbano público—, acompañados
por estudiantes de nivel licenciatura de la Universidad Autónoma de Ciudad
Juárez, a quienes impartimos una clase de Semiótica y que en el transcurso de
las primeras semanas se mostraron inquietos por lo que acontecía en la ciudad
—homicidios en un número considerable en la vía pública—, así como por
la propuesta de investigación que comenzaba en ese momento. Esta primera
fase nos permitió ubicar “zonas de conflictividad”, caracterizadas por altos ín-
dices de delincuencia —narcomenudeo y robo—, de marginalidad y desem-
pleo, así como de abandono urbano (un porcentaje importante de la ciudad
no cuenta con infraestructura de servicios urbanos básicos: pavimentación,
luz, drenaje, agua potable); así como localizar a sujetos clave para llevar a cabo
las entrevistas.
2ª fase. Experiencia.- Ésta se realizó entre los meses de agosto de 2008
y diciembre de 2009. Consistió en dos momentos: uno que se caracterizó por
llevar a cabo la aplicación de un cuestionario a jóvenes (en agosto de 2008
y en agosto de 2009), universitarios y trabajadores-operarios de maquila, a
partir del supuesto clave de que el escenario de violencia sistémica que se
venía presentando en la ciudad tenía en el actor joven una de las manifes-
taciones más “dramáticas” —como expone Goffman—; y un segundo mo-
mento en el que se continuó con visitas a diversos escenarios de la ciudad
—fraccionamientos con altos índices de actos violentos como homicidios en
la vía pública—, y en los que se destaca el convivir diariamente con jóvenes
universitarios o trabajadores de maquila, en la experiencia cotidiana de tras-

Salvador Salazar Gutiérrez � Martha Mónica Curiel García


lado de sus trabajos o centros de estudio a sus hogares, así como en momentos
de distracción o descanso. A la par se realizaron entrevistas a profundidad
con actores claves que permitieran ubicar un discurso, más en el nivel de lo
institucionalizado, en relación a la construcción de imaginarios que nos mos-
trara cómo se representaba el escenario de violencia sistémica y miedos en el
habitante de la ciudad.
50 3ª fase. Retirada.- el momento en el cual el investigador se retira de
la experiencia vivencial del trabajo de campo, en una búsqueda de colocar
en marcos comprensivos-explicativos aquello que formó parte del momento
experiencia. Si bien enfatizamos el momento de análisis en el contexto de la
violencia sistémica y sus efectos, constantemente se presentan diversos even-
tos que llevan a la reflexión teórico-metodológica planteada a lo largo de los
tiempos de la investigación.

3.2 Entrevistas a profundidad


Como mencionamos al inicio del apartado, la significación, en tanto pro-
ceso intersubjetivo de construcción de sentido de la realidad y fundamento
de toda representación, parte del reconocimiento mutuo de aquellos que
comparten un escenario narrativo. La entrevista a profundidad, más allá
de favorecer relaciones empáticas entre entrevistador-entrevistado, per-
mitió llevar a cabo un intercambio de relatos de la memoria en los que
la reflexividad se apodera de una textualidad vivencial: “proporciona una
lectura de lo social a través de la reconstrucción del lenguaje, en el cual los
entrevistados expresan sus pensamientos, deseos […] en ella se encuentran
presentes tiempos y espacios diferentes, un entrelazamiento del tiempo his-
tórico…” (María Luisa Tarrés, 2005). Aquellos que fueron entrevistados
—35 en total de enero de 2009 a agosto de 2010—, jóvenes universitarios,
jóvenes trabajadores-operarios de maquila, políticos, empresarios, sacerdo-
tes o pastores religiosos, amas de casa, compartieron como característica en
común ser partícipes de la experiencia de habitar la ciudad fronteriza en
un momento en el que la violencia sistémica se apoderaba de ella.

3.3. Territorialidades antropofóbicas


Por territorialidades antropofóbicas nombramos una estrategia que con-
sistió en que jóvenes universitarios, así como trabajadores-operarios de

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maquila, dibujaran en un mapa de la ciudad aquellos “lugares” que consi-
deraban inaccesibles.21 Los resultados fueron interesantes ya que el acto de
“plasmar” dibujando aquellos lugares de no acceso, fue acompañado de la
aplicación de un cuestionario en el que se les preguntaba si la inaccesibili-
dad estaba relacionada con miedo-temor a escenarios específicos, así como
la manifestación de una figura referente —sicarios, delincuentes, policía,
entre otros—. 51
3.4 Revisión hemerográfica
Partiendo de que en las fuentes periodísticas (prensa, televisión, e Internet)
se plasman huellas de las manifestaciones discursivas que visibilizan imagina-
rios de miedos-temores, durante dos años se revisó la prensa local, nacional e
internacional, así como programas televisivos (locales y nacionales), desde los
cuales se permitió ubicar relatos clave de producción-reproducción de pro-
cesos de significación social. Ahora bien, uno de estos escenarios clave fue el
Internet; ahí se logró acceder a sitios web no solo relacionados con la prensa o
análisis periodísticos en relación al paisaje de violencia actual, sino a diversos
sitios desde los cuales se colocaban perspectivas —relatos, narrativas— en re-
lación a ello. Como veremos en los siguientes capítulos, el espacio del Internet
ha permitido una explosividad en la producción de la violencia sistémica y los
miedos que trascienden las lógicas tradicionales de mediación.
Ahora bien, comprender la construcción sociocultural de los medios en
el escenario de la actual ciudad fronteriza del norte de México, no debe caer
en el equívoco de partir de enfoques localistas que terminan por reducir la
perspectiva a creer que el escenario específico es un “lugar autónomo”. Im-
portante en el desarrollo del texto será transitar en “un ir y venir” entre niveles
de lo cotidiano, favorecidos por la aproximación de una etnografía densa, y de
lo estructural-institucional, a partir de apelar a que

21 Habría que aclarar que cuando se habla de inaccesibilidad se presentan lugares en


los que el no acceder va más allá de la relación con los miedos. Por ejemplo: recurso
económico, inaccesibilidad por carencia de infraestructura de movilidad urbana, o
simplemente desconocimiento, etc.

Salvador Salazar Gutiérrez � Martha Mónica Curiel García


todo proceso de construcción social del mundo implica relaciones de
poder desiguales y desniveladas, lo que permite atender a la configu-
ración de órdenes institucionalizados cuya legitimidad estriba en su
capacidad de proponer-imponer una visión del mundo, lo que a su vez
engendrará prácticas históricas y objetivamente ajustadas a las estruc-
turas que las producen (Reguillo, 2000).
52
Es decir, comprender la construcción intersubjetiva de los miedos entre
los habitantes de Ciudad Juárez, tendrá que ser analizada a partir de pro-
cesos de institucionalización-estructuración de la subjetividad, sin caer en o
confundir con lo individual, ni reducir la perspectiva a una simple monogra-
fía de los miedos.
Una última aclaración, al hablar de la colonización de la fatalidad y hacer
referencia al concepto de interpelación ideológica como proceso que permi-
te comprender cómo se construye y reproduce esta fatalidad a partir de la
relación violencia sistémica-miedos, enfatizamos en varios momentos que la
perspectiva del trabajo se favoreció con un ir y venir entre niveles de la narra-
tiva discursiva, pasando por los espacios discursivos en relación a la formación
discursiva. En ese sentido, no reducimos la perspectiva teórico-metodológica
del concepto “colonizar” a un reducto de sobrevaloración estructural que nie-
gue o limite las capacidades creativo-expresivas y de acción de los sujetos; pero
por otro lado, también se exige constantemente no limitar la mirada a una
posición subjetiva que termine por anecdotizar al evento violento. Al hablar
de interpelación ideológica, una referencia importante es ubicar los límites de
la imaginación: La observación plantea en el fondo una acotación pertinente
en este momento de inicio de nuevo siglo, en el que las perspectivas del pos-
modernismo —altamente empalagoso y poco sostenible por su relativismo
hedonista, y que descontextualiza las características o propiedades histórico
estructurales de los diversos escenarios—, nos llevan a establecer las fronteras
del imaginario, en tanto recurso analítico de la imaginación22. Trasladamos la
22 No se podría negar el aporte que perspectivas como la de Gilbert Durand, en su
texto La imaginación simbólica permiten ubicar la importancia de la imaginación no
sólo como producto expresivo, sino como productora de la condición inherente al
individuo en tanto su condición humana: “la función antropológica de la imagina-
ción es una función de eufemización, no en el sentido negativo en tanto máscara
de la conciencia oculta, sino como dinamismo prospectivo […] la imaginación

CIUDAD ABATIDA � Antropología de la(s) fatalidad(es)


perspectiva no al abandono o negación de esta capacidad creativo-expresiva
de los sujetos, sino a los cruces que desde una racionalidad reflexiva colocan el
nivel de lo estructural-institucional, así como las lógicas de poder y dominio,
como eje clave para comprender la construcción imaginaria de la ciudad.23
Como vimos en el apartado anterior, colonizar alude al proceso relacional entre
la producción discursiva de un imaginario y las condicionantes ideológico-
estructurales que limitan, condicionan, e inclusive dominan, la posibilidad- 53
capacidad de desplazarse y apoderarse de la ciudad por sus habitantes.24
Colonizar la fatalidad, ubica la mirada en los procesos que caracterizan la
articulación de la violencia sistémica y los miedos, y establece zonas de contención
favorecidas por procesos de exclusión y/o segregación que visibilizan prác-
ticas de enfrentamiento, negociación e inclusive negación, fomentados por
imaginarios dominados por la relación violencia sistémica-miedos, y colocan
a la ciudad fronteriza como un escenario fragmentado, erosionado, domina-
do por representaciones y prácticas de fatalidad.

simbólica es un factor de equilibrio psicosocial, que no se sostiene en el único fin de


colección de imágenes, sino que debe tener la ambición de componer el complejo
cuadro de las esperanzas y temores de la especie humana, para que cada uno se
reconozca y se confirme en ella…” (Durand, 2004;132)
23 La subjetividad posee un elemento imaginario, que no se reduce a una fantasía
subjetiva, sino que se presenta y ubica a partir de un orden simbólico.
24 Susana Murillo (2008) en Colonizar el dolor. La interpelación ideológica del Banco Mundial
nos permite ubicar en un recorrido entre la producción discursiva hegemónica del
Banco Mundial en relación a la marginalidad y pobreza, y las prácticas-relatos
de resistencia que favorecieron dos acontecimientos que visibilizaron la crisis del
Estado argentino y la reactivación de la movilidad social: la muerte de cientos de
jóvenes en una discoteca llamada Cromagnon, y el caso Blumberg (secuestro y
asesinato de un empresario de la ciudad de Buenos Aires). En el capítulo II del
texto, ubica el marco conceptual a partir del concepto “ideología”, restituyéndole
su condición de recurso analítico a partir de lo que considera sus características:
a) proceso social de hominización; b) la realidad en tanto orden simbólico; c) la
materialidad del discurso y la lógica del poder.

Salvador Salazar Gutiérrez � Martha Mónica Curiel García


54

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Capítulo II

55
Zonas de contención.
El contexto de la violencia sistémica
en la frontera norte de México
De esta guerra no sólo va a resultar miles de muertos,
Y jugosas ganancias económicas. También, y
sobre todo, va a resultar una nación destruida,
despoblada, rota irremediablemente…

Subcomandante Insurgente Marcos (2011)

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El presente capítulo tiene por finalidad ubicar el contexto en el que la fata-
lidad se coloca como eje dominante de nuestras ciudades actuales. La rela-
ción entre la violencia sistémica, entendida como la irrupción continua de
una violencia que comprende desde actos de “gran impacto” —homicidios
múltiples o individuales, enfrentamientos con armas de alto poder entre
grupos, atentados con artefactos explosivos en espacios colectivos y de ac-
56 ceso público, etc.—, hasta prácticas de agresión cotidiana —la afectación
física y psicológica de un ataque, la infiltración en las esferas más íntimas
de una violencia simbólica— y el miedo, no sólo individual, sino colectivo,
termina por dominar los proyectos individuales y colectivos de los sujetos
que se enfrentan a diario a escenarios donde la violencia irrumpe con un
peso tal que instaura a la fatalidad como única posibilidad de resguardo.
Hablar de zonas de contención, las “zonas de contacto” de Pratt, permite
entender cómo se redefinen los nuevos espacios de contacto, de una sociali-
dad transgredida (Salazar, 2009) ante el dominio de la fatalidad, erosionando
el bastión de lo público en tanto búsqueda de reconocimiento. Las zonas de
contención caracterizan un contexto global actual —no sólo se limita a lo
que acontece en las ciudades fronterizas del norte de México en los últimos
años— que ha establecido la securitización, entendida como las políticas de
seguridad definidas por los Estados actuales en relación a organismos priva-
dos de servicios de seguridad. Esto se debe a la transformación de un Estado
debilitado que, perdiendo o abandonando sus propiedades de resguardo so-
cial y económico —propio del Estado benefactor—, se convierte en un Es-
tado penal (Wacquant, 2000) que ha definido y promovido a la seguridad
como su gran eje de proyecto político, social y cultural. Así se instituye como el
principal promotor de un “fascismo paraestatal” que hace que otros actores,
como las agencias de seguridad, se agrupen en la promoción de la coerción y
la regulación social.25 Nuestros gobiernos actuales se han caracterizado más

25 En los primeros días de febrero de 2010, posteriores a la masacre de Villas de


Salvárcar, en la que fueron asesinados 17 personas —la mayoría eran jóvenes que
asistían a una fiesta—, la postura de varios personajes del gobierno estatal y federal
fue hacer referencia a ello como “lucha y ajuste de cuentas entre pandillas”. En
este sentido las palabras de quien fue secretario de Gobernación, al ser cuestionado
por la prensa en relación a lo acontecido, mencionó “lo he dicho y lo reitero, sólo
sometiéndose a la ley encontrarán respeto a sus vidas y sus familias […] sométanse
a la ley, allí encontraran el respeto para lo que es más sagrado de la vida” (Referen-

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por un cinismo de sumisión ante el dominio del gran capital neoliberal que
es quien define el proyecto actual, limitándolo a una especie de fast survive, de
un “sálvese quien pueda”. Si bien este Estado penal se perfila como el nuevo
gran proyecto a nivel global, el caso del Estado mexicano adquiere relevancia
por la crisis que presenta en los últimos años, principalmente de legitimidad
política y social, evidenciado por procesos de corrupción, de descrédito inter-
no y externo, de abandono del resguardo social a favor del incremento de la 57
fiscalización y otorgamiento de concesiones a capitales privados, y reciente-
mente inmerso en el descrédito ante su insistencia en la participación directa
del Ejército en labores y actividades de seguridad pública interna.
El capítulo se divide en tres momentos: el primero apunta al contexto de
securitización que domina nuestros escenarios actuales, y apoyado en el análi-
sis de dos proyectos de resguardo propios de estas zonas de contención —la teoría
de las “ventanas rotas”, así como la de “espacios urbanos seguros”— visibiliza
el escenario de la interpelación ideológica de la fatalidad. El segundo aparta-
do alude al contexto específico de la ciudad fronteriza del norte de México,
centrando la atención en Ciudad Juárez, ante el impacto de la implementa-
ción de dos estrategias que ubican el peso que adquiere el actual Estado penal
—el Operativo Conjunto Chihuahua-Juárez y el Plan Mérida— al enfocar
su atención en tácticas de intervención militar-policial y el énfasis de una es-
trategia de criminalización en la que, evidenciado por el trabajo de activistas
y organizaciones de derechos humanos, se demuestra cómo el resguardo y la
reclusión son favorecidas por prácticas de contención y aniquilamiento. Por
último, el tercero tiene por finalidad una reflexión en la que se sostiene cómo
este panorama de dominio del Estado penal y el peso de la fatalidad en tanto
condición última posible de resguardo que le queda al individuo resulta de un
proceso de interpelación ideológica que resguarda un cinismo vengador propio
de un Estado penal que ha definido como su gran proyecto la securitización y
contención de la vida pública y privada de sus integrantes. En este escenario,
el proyecto de seguridad del Estado moderno se fractura convirtiendo al tér-
mino “seguridad” en un significante vacío.

cia Periódico La Jornada, 03 de febrero de 2010, página principal, México).

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1. El contexto global de la securitización
Hablar del contexto global de la securitización es trasladar el enfoque a
una de las características centrales que establece el dominio de la fatalidad
en nuestros escenarios actuales. Desde conflictos a gran escala —que pue-
den ejemplificarse en lo acontecido en Irak, Afganistán, y recientemente
58 en países del norte de África, así como en estrategias policiaco-militares en
el combate al narcotráfico y crimen organizado que se presentan en Amé-
rica Latina en las últimas dos décadas—, hasta eventos que impactan en
la vida cotidiana del habitante de nuestras ciudades, que van desde actos
considerados como faltas al orden establecido, hasta homicidios, secues-
tros y “levantones”; se han convertido en el paisaje de vulnerabilidad que
ha instalado a la securitización como la estrategia central que no sólo es
favorecida por un Estado penal ante el panorama dominante del proyecto
Neoliberal y la pérdida del Estado social,26 sino también por la iniciativa
26 Al desdibujarse el mundo bipolar, en el escenario académico europeo y el de los
Estados Unidos, comenzó el debate en relación a cómo entender y favorecer es-
trategias, políticas, programas de seguridad nacional e internacional. Se trasladó la
perspectiva de enfatizar la fuerza militar y su utilización, a comprenderla en rela-
ción a sistemas complejos que van más allá de la militarización y que se encuentra
relacionada con problemas políticos, sociales, económicos e inclusive ecológicos.
La escuela de Coppenhague (Buzan, Weaver, de Wilde, 1998) propone trasladar
el análisis de la seguridad a cuestiones como la economía, el medio ambiente, la
identidad, la delincuencia transnacional; lo que se ha venido denominando como
securitización (Buzan, 1998). Desde esta perspectiva, se reconceptualiza el campo de
los estudios sobre seguridad, se replantean los límites y las herramientas de análisis
más allá del enfoque tradicional de competencias policial y militar, y se extiende
la categorización de las amenazas a la seguridad internacional a ámbitos como la
cultura, la economía, el medio ambiente, etc. A partir de esta transformación de
perspectiva, la amenaza se amplía y no se limita a aquello que tradicionalmente
ubicaba al agente de ésta en el enemigo o adversario, sino que traslada la sospecha
incluso a aquel que si bien, ha vivido junto o consigo, es de quien más se debe
desconfiar al ser una amenaza potencial. Un problema político, social, económico
e inclusive ecológico, puede convertirse en un problema de seguridad cuando un
actor se presenta como una amenaza. Habría que tener presente que los discursos
comunitarios sobre seguridad son centrales en la teoría de Buzan; al centrar la
atención más allá de las estrategias o políticas institucionales de seguridad, enfatiza
el peso que adquiere la comunidad en la definición e implementación de estrate-
gias que favorezcan la seguridad de sus integrantes.

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privada trasnacional que se ve beneficiada por dos grandes industrias clave
en este escenario: la industria armamentista y la de telecomunicaciones.

“La mutación política en que se inscribe esta transición podría resumirse


en la siguiente fórmula: erosión del Estado económico, achicamiento del
Estado social, fortalecimiento del Estado penal, pues estas tres transforma-
ciones están íntimamente ligadas entre sí y son, en lo esencial, la resultante 59
de la conversión de las clases dirigentes a la ideología neoliberal. En efecto,
quienes hoy glorifican el Estado penal, tanto en los Estados Unidos como
en Europa, son los mismos que ayer exigían “menos Estado” en materia
económica y social y que, de hecho, lograron reducir las prerrogativas y
exigencias de la colectividad frente al mercado, es decir, frente a la dic-
tadura de las grandes empresas. Esto puede parecer una contradicción,
pero en realidad tenemos ahí los dos componentes del nuevo dispositivo
de gestión de la miseria que se introduce en la era de la desocupación ma-
siva y el empleo precario. Este nuevo “gobierno” de la inseguridad social
—para hablar como Michel Foucault— se apoya, por un lado, en la disci-
plina del mercado laboral descalificado y desregulado y, por el otro, en un
aparato penal invasor y omnipresente. Mano invisible del mercado y puño
de hierro del Estado se conjugan y se completan para lograr una mejor
aceptación del trabajo asalariado desocializado y la inseguridad social que
implica. La prisión vuelve al primer plano (Wacquant, 2000).

Como veremos en los siguientes apartados, las estrategias de im-


pacto directo en el contexto de la violencia sistémica como el Plan Mérida,
se caracterizan por enfatizar la búsqueda de estrategia armada y de capa-
citación policial, así como de acceso a información clasificada, por parte
de organismos de seguridad interna de los gobiernos de Estados Unidos
y de México.27 Es en este contexto en el que hablar de zonas de contención
27 Con la entrada en vigor del Tratado de Libre Comercio en 1994, la concepción
de la seguridad entre ambos gobiernos se transformó. En México, se habían en-
tendido las políticas de seguridad como una estrategia interna que, mediante el
control de los espacios políticos, procuraba proteger las instituciones del régimen
ante posibles amenazas. En el nuevo contexto de relación binacional, esta pers-
pectiva de seguridad resultó precaria, ya que se exigía trasladar las políticas de
seguridad más allá de visiones internas. En 1994, el presidente de la República,

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refiere a la delimitación simbólica y territorial del espacio a partir de estra-
tegias de resguardo y reclusión, o encierro voluntario. Esto caracteriza el
dominio de la colonización de la fatalidad, y se pueden ver desde aquellas
colocadas en el nivel más alto de una institucionalidad de securitización
—como la favorecida por los Estados policiales actuales—, hasta prácti-
cas cotidianas que, desde las únicas posibilidades de protección, genera el
60 habitante común de la ciudad. Prácticas que van desde atrincherarse en
murallas habitacionales, hasta el gasto en recursos de seguridad como pro-
tección privada y sofisticados instrumentos tecnológicos de vigilancia. Un
paisaje propio de estas zonas de contención es ejemplificado no sólo en es-
trategias institucionalizadas por los Estados y sus cómplices de la guardia
privada referida a organismos privados trasnacionales —como el FMI y el
Banco Mundial—, sino por secuaces académicos que han encontrado en
la perspectiva denominada como The Broken Windows un bastión ideológi-
co que ha favorecido la construcción y delimitación de la criminalidad en
sujetos específicos de nuestras ciudades actuales, a partir de criterios como
el racial, ingreso, género, definiendo a individuos como delincuentes a
partir de ser negro, latino, pobre, joven, mujer, homosexual, etc.
“Ventanas Rotas” es una perspectiva teórico-instrumental que, como
nos lo muestra Wacquant (2000) en Las cárceles de la Miseria,28 dominó en los
Ernesto Zedillo, envió una iniciativa de ley para crear el Sistema Nacional de
Seguridad y en noviembre de 1998 la propuesta para crear la Policía Federal
Preventiva. El 26 de agosto de 1998, se presentó la “Cruzada Nacional contra el
Crimen y la Delincuencia” como el primer programa nacional de gobierno con el
objetivo de combatir la delincuencia mediante los vínculos de coordinación que se
establecieron con el surgimiento del Sistema Nacional de Seguridad Pública. Esta
estrategia se asumió como una política de “cero tolerancia” como podemos ver en
el siguiente fragmento:
las ciudades del mundo en que se ha logrado combatir con éxito a la delin-
cuencia, han adoptado políticas de cero tolerancia hacia cualquier falta contra
las leyes. Disculpar faltas menores, es el camino a la justificación de los delitos
graves […] es responsabilidad de todos, en primer lugar, obedecer siempre las
leyes, desde las que se refieren a las cosas más importantes hasta los reglamen-
tos de tránsito (Zedillo, 1998).
28 Loïc Wacquant ha sido uno de los antropólogos que con mayor exactitud han
trabajado el tema de la exclusión socioeconómica que viven los habitantes latinos y
negros en las ciudades de los Estados Unidos. Centra la atención en la condición
racial como uno de los referentes de mayor peso que ha generado nuevos procesos

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Estados Unidos en la década de los noventa y en varios países de América
Latina en los años noventa y primer década del siglo XXI. Tiene su principal
correlación en la “cero tolerancia”, que se convirtió en la gran estrategia de
securitización a partir de los ataques a las Torres Gemelas en la ciudad de
Nueva York el 11 de septiembre de 2001. Hemos denominado como bastiones
de securitización a estos dos proyectos que han caracterizado al actual Estado
policial: la perspectiva teórica de las “Ventanas Rotas” y su estrategia de “cero 61
tolerancia”, así como la perspectiva de “espacios seguros urbanos” promovida
por el Banco Mundial.

1.1 La estrategia de contención de “Las ventanas rotas”


En las dos últimas décadas, diversos gobiernos en América Latina han adop-
tado la teoría de las “Ventanas Rotas”;29 una perspectiva de securitización
de guetización, o hiperguetización como él lo denomina. En sus libros Las cárceles de la
miseria y Parias Urbanos realiza una crítica muy interesante no sólo a las estrategias
de securitización que vienen definiendo las estrategias de un Estado penal, sino al
trayecto que éstas generan en el sentido de criminalizar al excluido —principal-
mente al negro, latino, asiático— a partir de dos procesos: un estigma que lleva a
la delimitación de ese otro como un delincuente potencial, y a la crisis del Estado
social que tenía en sus manos proyectos de incorporación y participación comu-
nitaria que permitían aminorar los niveles de marginalidad que ahora enfrentan
estos grupos.
29 En su libro Las cárceles de la miseria, Wacquant menciona la estrategia de “tolerancia
cero” aplicada por diversos gobiernos municipales o locales en países de América
Latina. En específico ubica la estrategia aplicada a partir de 2002 en ciudades
como Buenos Aires, Rio de Janeiro, Santiago. Para el caso de México, en agosto de
2002, el ex alcalde de la ciudad de Nueva York, Rudolph Giuliani (emblemático
por haber “enfrentado” el evento terrorista del 11 de septiembre) fue contratado
como asesor de seguridad por el gobierno de la Ciudad de México —encabezado
por Andrés Manuel López Obrador y que tenía como Secretario de Seguridad
Pública al actual mandatario Marcelo Ebrard—. Bajo el argumento de que el
gobierno de Nueva York logró disminuir en un 40% - según datos periodísticos -
los índices de criminalidad y robo en la ciudad, apoyado por un grupo en el que se
encontraba Bernard Kerik excomisario del ddepartamento de policía y Maureen
Cassey coordinador del proyecto “Cero Tolerancia”, su llegada se publicitó como
el proyecto central de un gobierno que asumía a la criminalidad —que va desde
delitos menores como tomar bebidas embriagantes o tirar basura en la vía pública,
hasta homicidios o contrabando de productos ilegales— como el principal reto a

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que surge en el contexto del “combate al delito callejero” en las ciudades
de los Estados Unidos.30 Se afianzó a nivel de las estrategias de contención
trasnacional a partir de los ataques del 11 de septiembre de 2001 en Nueva
York, convirtiéndose en la máxima de un Estado penal a partir de su estra-
tegia “cero tolerancia”, encontrando eco en diversos escenarios académicos
y políticos de este país, destacando al Manhattan Institute for Policy Research:
62
América Latina es hoy la tierra de evangelización de los apóstoles del
“más Estado” policial y penal, como en las décadas del setenta y del
ochenta, bajo las dictaduras de derecha, había sido el terreno predilecto
de los partidarios y constructores del “menos Estado” social dirigidos por
los economistas monetaristas de América del norte. Así, los Chicago Boys
de Milton Friedman son sucedidos por los New York Boys de Rudolph
Giuliani y el Manhattan Institute (Wacquant, 2000; 12).

En 1996, los investigadores en seguridad criminal y políticas de seguri-


dad pública George L. Kelling y Catherine M. Coles, de la Universidad de
Harvard, publicaron un texto clave en la definición de los aspectos centrales
de esta teoría, así como de su estrategia operativo-institucional titulado Fixing
Broken Windows: restoring order and reducing crime in our communities, que tiene como
antecedente el artículo Broken Windows de James Q. Wilson y George L. Ke-
lling publicado en 1982. En ambos textos podemos observar los fundamentos
que caracterizan esta perspectiva político-social en la definición de la segu-
ridad ante el crimen cotidiano que enfrentan los habitantes de las ciudades
norteamericanas. En general esta teoría sostiene que un acto delictivo menor
—desde embriagarse, tirar basura, orinar en la vía pública, realizar algún acto
de vandalismo hacia alguna propiedad, etc.—, al no ser controlado generaría
enfrentar.
30 Si bien esta perspectiva teórica-operativa de las “ventanas rotas” tiene su gran
momento en este periodo, desde la década de los setenta se venían aplicando es-
trategias específicas en algunas ciudades de los Estados Unidos con la finalidad de
involucrar más a la policía local en trabajos de prevención delincuencia, como el
que se aplicó en Nueva Jersey en 1970 denominado “Programa de vecindario segu-
ro y limpio” que sostenía que la participación de un policía “a pie”, que estuviera
presente directamente en los barrios con mayor índice delincuencial, favorecería la
disminución de los delitos.

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una cadena de delitos que cada vez incrementaría su grado de delincuencia-
lidad hasta favorecer prácticas criminales de alto impacto como homicidios o
narcomenudeo. La estrategia de “limpieza” enfatizaba que la prevención del
crimen estaría en ubicar potenciales agentes del delito que encontraban en
los borrachos, adictos, adolescentes escandalosos, holgazanes, mendigos que
limosnean en la vía pública, así como en lugares abandonados y descuidados,
los enclaves que favorecerían esta cadena delincuencial. Una de sus tácticas 63
sería la participación directa de instituciones policiales locales en el combate a
estos “agentes provocadores”, como refirió Bill Bratton, integrante del grupo
Giuliani, “la causa del delito es el mal comportamiento de los individuos y no
la consecuencia de condiciones sociales; esos limpia parabrisas que acosan a
los automovilistas, los pequeños vendedores de droga, prostitutas, mendigos,
vagabundos, el subproletariado que muestra una amenaza y una mancha”
(en Wacquant, 2000, p. 29).
El peso que adquirió esta perspectiva teórica de securitización fue que se
constituyó en el “arma” de diversos gobiernos, principalmente locales, en su
búsqueda de establecer un orden y disminución de índices delincuenciales en
las ciudades más conflictivas, no sólo en los Estados Unidos, sino en América
Latina. Su puesta en marcha evidenció algunas consideraciones que confron-
taron su eficacia a partir de tres observaciones claves:

1. En lo operativo, si bien en algunas ciudades de los Estados Unidos


en las que se aplicó la estrategia de “cero tolerancia” los índices de
delincuencia disminuyeron, también sucedió lo mismo con otras
ciudades en las que no fue aplicado el programa,31 encontrándose
que el acto delincuencial no se reduce a una consecuencia favoreci-
da por un “paisaje delictivo” (Bernard E. Harcourt y Jens Ludwing,
2006);
2. en lo teórico, se observaron las carencias que esta teoría tiene al
operativizar su perspectiva partiendo de substancializar al evento
31 Nada parecido sucedió en San Diego, que, en oposición a la “tolerancia cero”
y los métodos agresivos de su demasiado famosa Unidad de Lucha contra
los Delitos Callejeros, desarrolló la policía denominada “de cercanías”, que pone
el acento en la “resolución de los problemas” mediante la cooperación activa y
regular con los residentes. Como resultado, la criminalidad descendió más signifi-
cativamente en San Diego que en Nueva York (Wacquant, 2000).

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delincuencial reduciendo sus agentes a la relación víctima-delin-
cuente, ante el dominio de la percepción por encima de las eviden-
cias empíricas que favorecen la construcción de un estigma de victi-
mario (Robert J. Samptson y Sephen W. Raudensbusch, 2004); y
3. En lo metodológico, la principal limitante que se deja ver es su
lógica de causalidad y secuencialidad, al sostener que el origen de
64 un acto delictivo de alto impacto son múltiples actos menores que
favorecen, al no ser controlados, que se genere un paisaje amena-
zador (David Thacher, 2004).

En general, podemos observar que el principio fundamental que defi-


ne a esta estrategia, y el paso que presenta la táctica operativa policial, es
la búsqueda del establecimiento del orden a partir de un “brazo enérgico
estatal” con la intención de prevenir el delito. Enfatiza el peso que adquiere
la delincuencia en función de estos paisajes amenazadores que surgen de
la percepción del abandono, el descuido o la agresión de diversos agentes
de la comunidad que favorecen la relación causal del acto delictivo, dando
como resultado que la teoría sea más una intolerancia selectiva que criminaliza
la marginalidad y exclusión.
Ante la pregunta del habitante ordinario: ¿qué espacios o lugares de or-
den quedan a disposición ante el incremento de la amenaza latente y el incre-
mento amenazador de ésta va desde actos delictivos menores hasta aquellos
de acto impacto? La respuesta que se produce es una práctica de resguardo
propia de una zona de contención que se sostiene en la búsqueda de murallas
de orden ejemplificadas, en el caso de las ciudades actuales, en el desarrollo de
fraccionamientos cerrados y la industria de la seguridad privada.

1.2 Espacios seguros urbanos: El discurso


del Banco Mundial
Desde que surgió el Banco Mundial (BM), y su oficialización en el enclave
del capitalismo tardío en la ciudad norteamericana de Bretton Woods al
finalizar la Segunda Guerra Mundial, éste y el Fondo Monetario Inter-
nacional (FMI) se han convertido en dos referentes de resguardo a la pre-
sencia dominante del mercado transnacional favorecido por las políticas

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neoliberales a partir de la década de los ochenta.32 El impacto que estos
organismos han tenido en múltiples estrategias, no sólo de seguridad, sino
en general en los proyectos de los gobiernos de países de Europa, Nortea-
mérica y América Latina, ha permeado hasta los niveles más locales de
los gobiernos provincianos —en nuestro caso municipales— que han en-
contrado en los parámetros de ambos organismos, proyectos económicos
y sociales a implementar. Es en este contexto en el que permiten ubicar 65
cómo se construye la fatalidad como reducto de la existencia individual y
colectiva en los habitantes de las ciudades fronterizas del norte de México.
Sin ampliar en un análisis del peso que han implicado estos organismos, y
su complicidad en procesos de exclusión que vienen caracterizando nuestros
escenarios actuales (Salazar, 2009), el apartado toma como apoyo un texto pu-
blicado por el BM y que hace referencia directa a las estrategias que, según su
valoración, diversos gobiernos de los países en América Latina deben aplicar
con la finalidad de favorecer la seguridad de los habitantes de las ciudades de
esta región.
El texto titulado Espacios urbanos seguros. Recomendaciones de diseño y gestión co-
munitaria para la obtención de espacios urbanos seguros, publicado por el BM, el Mi-
nisterio de Vivienda y Urbanismo de Chile, y la Fundación Paz Ciudadana,
muestra criterios que estos organismos definen como centrales para favore-
cer la prevención de la delincuencia mediante el Diseño Ambiental en las
ciudades con la finalidad de favorecer un “escenario ambiental de calidad
humana”,33 y con ello originar una sensación de seguridad y confianza entre
32 Durante más de sesenta años en que se llevaron a cabo los Acuerdos de Bretton
Woods (1944) el dominio de estas organizaciones ha sido clave para comprender
la historia de la segunda mitad del siglo XX; “la influencia que el BM ejerce desde
Washington D.C., se ha afianzado, es el origen del 60% de la financiación oficial
multilateral de los países en América Latina. Sus programas de ajuste condiciona-
ron a los gobiernos a la implementación de severas medidas de disciplina fiscal,
reorientación del gasto público, liberalización financiera y comercial, privatizacio-
nes, promoción de la inversión extranjera directa, diseño de políticas sociales y re-
formas educativas que favorecieran la incorporación de sus ciudadanos al mercado
formal”. (Murillo, 2008, p. 78).
33 La estrategia conocida como CPTED (Crime Prevention Through Enviromental
Design) ha sido aplicada en diversos países europeos, así como en Canadá, Estados
Unidos y Australia, se fundamenta en el principio de que la reducción de la crimi-
nalidad está en función de favorecer un espacio urbano de prevención a partir de

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los habitantes de la comunidad. Al enfatizar la participación de la comunidad
en la búsqueda de favorecer escenarios de “calidad de vida”, se vale del uso
de términos como:

a) Seguridad ciudadana: participación del individuo que se asume como


integrante de una comunidad específica —a partir de la lógica de
66 adscripción—, y su obligación de demandar a la figura superior,
Estado, que le otorgue seguridad pública, así como su compromi-
so a cooperar con un escenario propicio para la eliminación de la
delincuencia.
b) Delitos de oportunidad: prácticas delictivas que son posibles a partir del
descuido cuidado por parte de los integrantes de la comunidad en
el resguardo del escenario, así como por el abandono institucional
que no provee de una estrategia e infraestructura de seguridad que
elimine el potencial acto delincuencial.
c) Temor a la delincuencia: la sensación de inseguridad provocada por un
escenario que favorece al acto delincuencial —el sentimiento de no
pertenencia a un lugar, la percepción de descuido de los espacios
comunitarios, o lugares carentes de una infraestructura de seguri-
dad como no contar con iluminación pública, las condiciones de
sanidad, el trazado urbano, etc.—
d) Victimización, en tanto delito efectivo que no está relacionado al do-
minio de la percepción de vulnerabilidad favorecida por una co-
munidad resguardada.
e) Comunidad: actor clave que, según esta perspectiva, tiene en sus ma-
nos favorecer o abandonar escenarios de seguridad ciudadana.

Estos conceptos clave de la perspectiva de securitización de prevención al


crimen constituyen los ejes conceptuales que enfocan la atención al tema de
la criminalidad o delincuencia como acto producido por el resguardo de una
comunidad en escenarios cada vez más íntimos y que, a partir de propiciar
lugares delictivos, pierden de vista la relación que se genera entre un lugar ur-
banísticamente abandonado y actos delincuenciales: “el espacio urbano y sus
características ambientales son planificados, diseñados y manejados apropia-
la participación directa de la comunidad.

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damente, cierto tipo de delitos y de percepción pueden ser reducidos elevando
la calidad de vida de la comunidad” (BM y MVU, 2002, p. 12). A partir de
estrategias como promover la seguridad natural, fomentar el control natural
de los accesos, estimular la confianza y protección entre los vecinos, reforzar
la identidad con el espacio público, diseñar y planificar barrios a una menor
escala. Se enfatiza la función de la comunidad de resguardarse en los espacios
más íntimos y de control y orden entre sus integrantes, con la finalidad de 67
disminuir las posibilidades de un acto delincuencial. Siguiendo a Wacquant,
diríamos que favorece una dinámica de hiperguetización urbana que, si bien no
está referida a la condición racial, encuentra en el victimario —que como
veíamos en la perspectiva de las “ventanas rotas” es todo aquel que rompe con
la armonía de un grupo y reproduce un estigma de vandalismo— su agente
central debe ser reducido a una amenaza latente controlada o contenida por
un escenario urbano “limpio”.
Como podemos observar, la estrategia planteada por el BM y asumida por
diversos gobiernos locales-municipales en países de América Latina, centra la
atención en proyectos de resguardo urbano donde la participación activa de
la comunidad. La contención a la amenaza latente del acto delictivo, traslada
la atención a prácticas de regeneración urbana que, favorecidas por la par-
ticipación de un gobierno, permitan la revitalización del espacio común. El
problema que se presenta es que esta perspectiva también enfatiza el polarizar
las relaciones entre los habitantes de un escenario urbano en aquellos que
forman parte de la comunidad, que son reconocidos, ubicados, controlados,
y aquel que constituye una amenaza latente al considerarse como extraño
o desconocido. La implementación de infraestructura de resguardo, propias
de las zonas de contención, va desde la fortificación residencial hasta paisajes
visuales de deleite que, en diversos lugares de los escenarios urbanos permiten
colocar una fachada que por un lado plasma recorridos imaginarios de pro-
tección y goce, y por el otro, alejan al espectador urbano de las masas cada
vez mayores de exclusión y marginalidad que vienen favoreciendo las lógicas
del mercado neoliberal, así como sus prácticas urbanísticas de proyectos de
protección y resguardo.
Para finalizar este apartado habría que enfatizar que ambas perspecti-
vas, las “ventanas rotas” y los “espacios seguros urbanos”, evidencian cómo
la atención del Estado actual se ubica en estrategias de contención punitiva

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propias de un contexto en el que la violencia sistémica y el miedo se han per-
meado desde los escenarios institucionales dominantes hasta los espacios más
íntimos y de resguardo que el habitante asume como baluarte ante la coloni-
zación de la fatalidad como condición última de existencia.
Ahora bien, ¿por qué analizar esta relación violencia-miedos en el con-
texto actual de la ciudad fronteriza del norte de México en correspondencia a
68 estrategias favorecidas por la generación de zonas de contención ante la ame-
naza latente de la violencia sistémica que las domina? ¿Qué caracterizaría al
contexto actual de esta ciudad fronteriza y cómo se ubica en la articulación
de este binomio en el contexto actual global y con una fuerte presencia de
restitución de los Estados como auspiciadores de un control-orden policiaco?
¿cómo se reproducen estas zonas de contención ante el dominio de un Estado
penal que, subordinado al dominio de la securitización y del mercado privado
de la seguridad, se convierte en el agente clave que favorece la implementa-
ción de estrategias policiales que criminalizan-victimizan al habitante? A con-
tinuación, veamos dos de estas tácticas —Plan Mérida y Operativo Conjunto
Chihuahua-Juárez— que han caracterizado al Estado mexicano desde me-
diados de la década de los noventa, por establecer un programa policial bajo
el argumento del combate a la criminalidad y al narcotráfico, referentes que
son significantes clave en la colonización de la fatalidad, a partir de ubicarlos
como las amenazas latentes que enfrentan cotidianamente los habitantes de
la ciudad.

2. Violencia sistémica y Estado penal: Estrategias


de “Mano Dura” del Plan Mérida y Operativo
Conjunto Chihuahua-Juárez
El escenario de violencia sistémica del que hablamos tiene que ser ubicado
en el reacomodo de un Estado penal. Éste ha centrado su capacidad político-
social en la implementación de estrategias de “mano dura” ante toda aque-
lla manifestación considerada como un motivo de desorden político, moral y
social, y bajo el argumento de la presencia de esa figura obscura, no visible,
cuyas prácticas dominan el escenario cotidiano: el crimen organizado.

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Como veremos más adelante, este tipo de estrategias son centrales para
comprender dinámicas de polarización social a partir de marcar a las figu-
ras del delincuente, criminal, víctima, victimario como figuras “identitarias”
—como si constituyeran una esencia— de nuestros escenarios cotidianos. Es-
trategias como el Plan Mérida y el Operativo Conjunto Chihuahua-Juárez
nos muestran dónde se encuentra colocado el proyecto político y social del
Estado actual, en todos sus niveles, asumiendo que su primer responsabilidad 69
y facultad es otorgar “seguridad” a sus ciudadanos a partir de implementar
este tipo de operativos.
En el caso específico de Ciudad Juárez, esto no es nuevo, en mayo de
2007 la administración municipal implementó un programa denominado
“Después de las 10, en casa es mejor”, en el que se ordenaba a la policía preventiva
detener a todo joven que estuviera en la calle después de las 10 de la noche
y sin compañía de un adulto o tutor, bajo sospecha de considerarlo como
posible delincuente o inclusive víctima de algún acto violento.34 Diversos gru-
pos empresariales, organismos no gubernamentales, instituciones religiosas y
organizaciones de padres de familia, se incorporaron al argumento “preven-
tivo” enfatizando que aquellas zonas menos favorecidas y con altos niveles de
marginalidad eran los lugares “generadores” de la violencia que sufrían los
habitantes de la ciudad y que ser joven y pobre implicaba una relación de alta
sospecha delincuencial. A las pocas semanas de su implementación, y al tras-
ladar la estrategia más allá de esos “enclaves delincuenciales”, llegando a frac-
cionamientos residenciales, la postura de estos grupos que se asumían como
los defensores de una moral pública, solicitaron la suspensión del programa.
Como veremos a continuación, ubicar esta propiedad policial autolegiti-
madora del Estado actual, permite entender cómo se han venido configuran-
do estas zonas de contención características de un imaginario dominante de
la fatalidad.

34 El programa fue implementado primero en la colonia Oasis Revolución, una de las


zonas con mayores índices de criminalidad en la ciudad —robo con arma blanca,
prostitución, consumo y venta de droga, vandalismo, etc.—. A partir de la justificación
de la medida para alejar a los jóvenes de la violencia y de la influencia de pandillas.

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2.1 La Iniciativa Mérida
No se pueden comprender, en el escenario actual de irrupción de la vio-
lencia en la zona fronteriza entre México y Estados Unidos, las estrategias
de “seguridad pública” llevadas a cabo por el gobierno mexicano,35 y la
35 Para contextualizar este panorama de implementación de una política de Estado
70 dominada por prácticas de “violencia institucionalizada” —ejército y policías en
las calles llevando a cabo detenciones, allanamientos de vivienda o negocios sin
orden judicial y ejecuciones—, favorece colocar las palabras de Felipe Calderón
Hinojosa, Presidente de México durante el periodo 2006-2012, con las que se pre-
sentó en un evento público organizado por empresarios y en el que enfatizaba y
justificaba la actual estrategia del Estado mexicano de combate al llamado crimen
organizado:
… tengan la plena convicción que, más allá de los obstáculos y más allá de voces de
desaliento y más allá de los intereses, el Gobierno, al igual que los empresarios de
México, quieren ese México seguro y, en consecuencia, seguiremos luchando con
todas nuestras fuerzas y todos nuestros riesgos, sin descanso, hasta lograr el México
seguro que todos queremos […] así que lamento decepcionar a nuestros enemigos,
pero vamos a continuar con todo la lucha por la seguridad pública y por la legalidad
[…] porque tenemos un compromiso serio y responsable para garantizar la seguri-
dad de los mexicanos y la certidumbre jurídica para las inversiones… tenemos una
estrategia, una estrategia sólida y la única posible… (FCH; octubre, 2010)
Detrás del argumento se puede observar el derrumbe de un fetichismo policial en el
que el uso de la fuerza del Estado, en tanto violencia legítima, ha sido uno de los
enclaves en crisis que ha padecido el Estado moderno. El discurso beligerante co-
locado en significantes como “enemigos”, “estrategia”, “lucha”, fuerza”, no sólo
debe ser ubicado o entendido como una simple práctica retórica que se vale de
éstos para sostener o fundamentar un discurso llamativo para un auditorio domi-
nado por un público empresarial —quienes se han destacado por la manifestación
constante en contra de prácticas de secuestro y/o extorsión, pero que a la vez han
mostrado no sólo la aceptación, sino la promoción de la estrategia de participación
directa del ejército y la depuración de las fuerzas policiales— urgido por escuchar
discursos “esperanzadores”.
…lo peligroso no es tener un problema de inseguridad y enfrentarlo, lo peligroso
es tenerlo, no reconocerlo, y no enfrentarlo. Eso es lo que termina por disolver a
las sociedades y quebrar a los Estados […] veo una realidad en el México presente,
donde la gente está acosada y dominada por la criminalidad […] abandonarse, in-
timidarse, someterse a la criminalidad, es simplemente renunciar a la libertad […]
porque yo sé que es mejor pagar los costos y asumir los riesgos, de corto plazo, de
conquistar y defender la libertad, que vivir resignado y someterse a la esclavitud de
años y décadas de criminalidad… (FCH; octubre, 2010).
El recorrido argumentativo del párrafo anterior coloca lo temporal como eje desde

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participación de los Estados Unidos —que no se reduce sólo al gobierno,
sino que participan diversos actores políticos, empresariales y sociales—,
que se han venido manifestando en los últimos meses.

En marzo de 2007, durante el encuentro binacional que sostuvieron los


presidentes Felipe Calderón y George Bush en la ciudad de Mérida, se for-
malizó el plan de apoyo logístico y financiero de seguridad llamado Iniciativa 71
Mérida,36 o su referente operativo Plan Mérida, considerado como un esquema
de cooperación bilateral entre México y Estados Unidos, que permite fortale-
cer y complementar los esfuerzos internos contra la delincuencia organizada
transnacional (SRE, México, 2007).

Los gobiernos de México y Estados Unidos, comparten una profunda pre-


ocupación por la amenaza que representa para nuestras sociedades la ope-
ración de organizaciones criminales que actúan en ambos lados de nuestra
frontera común. La creciente capacidad operacional y financiera de los gru-
pos criminales involucrados en el tráfico de drogas, armas y personas, así
como de otras actividades criminales trasnacionales, representan una con-
tundente amenaza para las vidas y el bienestar de los ciudadanos de México
y Estados Unidos. Ambos países establecerán como una prioridad combatir
el poder y la impunidad de las organizaciones criminales y del narcotráfico,
que amenazan la salud y la seguridad pública de sus ciudadanos, así como la
estabilidad y la seguridad de la región. (Iniciativa Mérida, 2007)

El documento destaca tres ejes específicos de acciones: 1) robustecer los


esfuerzos internos de procuración de justicia en México; 2) fortalecer los es-

el que se sujeta un sentido salvífico plasmado en el discurso. Destacar significantes


como riesgos, conquista, defensa, resignación, sometimiento, esclavitud, colocan al
discurso en lo característico de beligerancia radical.
36 En la página web de la Secretaría de Relaciones Exteriores de México, se menciona
que dicha Iniciativa se “funda en instrumentos jurídicos bilaterales y multilaterales:
Acuerdo México-Estados Unidos sobre cooperación para combatir el narcotráfico
y la farmacodependencia de 1989; la Convención de Naciones Unidas contra el
tráfico ilícito de estupefacientes y sustancias psicotrópicas de 1988; la convención
de Naciones Unidas contra la Delincuencia Organizada Trasnacional de 2000
(Convención de Palermo). www.iniciativamerida.gob.mx

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fuerzos internos de procuración de justicia en Estados Unidos; y 3) ampliar
la cooperación bilateral y regional dirigida a la amenaza que representa la
delincuencia transnacional organizada (SRE, México, 2008).
Se puede observar el hincapié de la estrategia en una mayor militarización
y uso de la fuerza. Si bien enfatiza lo relacionado al narcotráfico, el referente
“crimen organizado” abre la ventana a una mayor actividad delincuencial,
72 y coloca al significante combatir como el acto clave en la aplicación de dicha
estrategia: “nuestra meta común es maximizar la eficacia de nuestros esfuer-
zos en la lucha contra las organizaciones criminales…” (Iniciativa Mérida,
2007). Destaca la prioridad de favorecer la adquisición de equipo militar de
vigilancia, así como el adiestramiento y capacitación de mandos militares y
policiacos mexicanos en Estados Unidos:37

…para incrementar las capacidades operativas, nuestras estrategias inclu-


yen una renovada transferencia de equipo y recurso técnico, de acuerdo
con las normas correspondientes de transparencia y rendición de cuentas
de ambos países. Asimismo, la estrategia incluye programas de capaci-
tación e intercambio de expertos, pero no contempla el despliegue de
personal militar estadounidense en México (Iniciativa Mérida, 2007).

Ahora bien, es el “no despliegue de personal militar estadounidense


en México”, considerado uno de los puntos clave en el establecimiento del

37 En la página de la Iniciativa Mérida, del Gobierno Federal en México, se presentan


lo que considera como avances o resultados recientes relacionados con los acuerdos
y compromisos asumidos por ambos países. En ellos se observa que la totalidad de
los considerados “avances” se coloca en relación a asistencia de capacitación de
personal de seguridad pública, reuniones en las que se trabaja en relación a marcos
normativos en común que permita la operatividad del Plan, el otorgamiento de
equipo de vigilancia y detección de droga y personas, así como de vehículos te-
rrestres y aéreos (helicópteros) a las fuerzas de seguridad pública y militar: equipos
para inspección no intrusiva, modernización de sistemas informáticos y laboratorios
periciales, perfeccionamiento de capacidades de investigación, fortalecimiento de
los órganos de control interno, equipo de protección personal y seguridad para per-
sonal de procuración de justicia, fortalecimiento de unidades especializadas contra
delincuencia organizada, fortalecimiento de programas de profesionalización poli-
ciaca, entre otras. Ver página www.iniciativamerida.gob.mx

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acuerdo,38 que se sostiene en el argumento compartido de “pleno respeto de
la soberanía, la jurisdicción territorial y el marco legal de cada país; y están
orientados por los principios de confianza mutua, responsabilidad compar-
tida y reciprocidad.” (Iniciativa Mérida, 2007). En agosto de 2009, se inició
el debate en diversos espacios políticos en relación a un “segundo paquete”
de apoyo por parte de la iniciativa para el apoyo al combate del narcotráfi-
co en México. El Centro Internacional Woodrow Wilson,39 hizo público un 73
documento en el que se destaca una valoración general al trabajo en materia
de seguridad que el gobierno mexicano había desarrollado en los meses ante-
riores –destacado por el acceso a un primer fondo otorgado por el gobierno
norteamericano:

Under The Merida initiative, the governments of the United States and Mexico have
formed a partnership to meet the threats emanating from narcotics traffickiers and cri-
minal organizations, threats that directly affect both countries. The Merida Initiative
incorporates enhanced bilateral cooperation and recognition as shared responsibility. The
Initiative will broaden ongoing efforts by U.S. law enforcement agencies to help Mexico
strengthen policing, reduce corruption in the police forces, and improve the accountability
and transparency of Mexican security forces, while promoting human rights protection,
strengthening Mexico´s judicial institutions, and addressing demand reduction in Mexico.
( http://www.wilsoncenter.org)

38 A finales del 2009, comenzó un debate importante entre Demócratas y Republi-


canos en Estados Unidos, a partir del incremento de las críticas de organismos de
Derechos Humanos —tanto de México como Internacionales— a la estrategia
generada por el gobierno mexicano de involucrar directamente al ejército en la
“guerra contra el crimen organizado”. Para cuestionar la efectividad de la Iniciati-
va Mérida en el financiamiento de equipo y adiestramiento al Ejército y Policía de
México. En los últimos meses del 2010, varios sectores del gobierno de los Estados
Unidos se han manifestado por la participación directa de efectivos militares en te-
rritorio mexicano, bajo el argumento de garantizar la seguridad en la frontera y no
permitir que se traslade al territorio de ese país, asesinatos, extorsiones y diversas
prácticas de violencia que se presentan en México.
39 Fuente: Woodrow Wilson International Center of Scholars, México Institute, Mé-
rida Iniciative Portal, México. Mérida Iniciative Report on Human Rights, U.S.
Departemnt of State, August 2009, en http://www.wilsoncenter.org/news/docs/
State%20Dept.%20Report%20on%20Mexico’s%20Human%20Rights.pdf

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CIUDAD ABATIDA � Antropología de la(s) fatalidad(es)


Se enfatizan avances considerados por ambos gobiernos en la imple-
mentación de estrategias de seguridad pública policiaca por parte del Estado
mexicano, así como “un compromiso de protección y/o defensa de derechos
humanos y establecer mecanismos para una relación continua con la sociedad
civil” (Woodrom Wilson International Center, 2009).40 En gran medida, esta
estrategia binacional ha enfocado la atención a la corrupción y depuración de
los organismos de seguridad pública de México, así como en la exigencia de 75
vigilar el respeto de los Derechos Humanos por parte de éstos. Como veremos
más adelante, una de las características que está presente en el contexto de las
zonas de contención es el “resguardo” de los derechos humanos y la efectivi-
dad, por parte de los mencionados, de aplicar sus tácticas de enfrentamiento
a partir del principio de “disminución de daños colaterales”.

2.2 El Operativo Conjunto Chihuahua-Juárez


El 21 de marzo de 2008, el entonces secretario de Gobernación Juan Camilo
Mouriño, anunció el inicio de la estrategia de seguridad pública denominada
Operativo Conjunto Chihuahua-Juárez. Con éste se desplazarían a esta ciu-
dad fronteriza más de dos mil efectivos militares para contribuir al resguardo
de la ciudad junto con las policías estatal y municipal. Tan sólo cinco días
después del anuncio, los militares asumieron el control de las instalaciones y
funciones de seguridad pública del Estado y el municipio. En junio del mis-
40 En el documento se especifican cinco aspectos considerados en la evaluación y
valoración por parte del gobierno de los Estados Unidos: 1) Una política de trans-
parencia y rendición de cuentas, en la que se detallan seis estrategias llevadas a
cabo por el gobierno mexicano —reemplazo de altos mandos de la Policía Fede-
ral y la Agencia Federal de Investigaciones en una estrategia de anticorrupción
y transparencia, la creación de un Centro Nacional de Investigación encargado
de revisión continua a los agentes de seguridad pública federal, la creación del
Registro Nacional de la Policía, un subsidio especial a los gobiernos municipales
para el desarrollo de programas y capacitación en seguridad pública y el fomento
de Consejos de Participación Ciudadana—; 2) Mecanismos de consulta con Or-
ganizaciones de Derechos Humanos en México, así como de la Sociedad Civil;
3) Investigación y persecución a denuncias generadas a integrantes de la Policía y
Ejército por violaciones a los Derechos Humanos; 4)Prohibición de prácticas de
tortura; y 5) el trabajo por parte del gobierno norteamericano para favorecer y
vigilar que se cumplan y lleven a cabo estas medidas (México-Mérida Report on
Human Rights, WWIC, 2009).

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mo año, el gobierno federal anunció el despliegue de otros dos mil elementos
castrenses, y para inicios de 2009, existían en la ciudad más de siete mil efec-
tivos del Ejército que tenían a su mando el control y tareas de vigilancia de
la ciudad. Parecía una relación aritmética y se podría sostener que: a mayor
número de asesinatos y muertes violentas en la ciudad, mayor número de in-
tegrantes del ejército y corporaciones de seguridad pública, ya que conforme
76 parecían llegar más militares a la ciudad, el número de ejecuciones en la vía
pública se incrementaban.
¿Qué ha caracterizado al Operativo Conjunto Chihuahua-Juárez, en la ciu-
dad fronteriza, que ha convivido con el incremento del número de eventos
violentos en los que pierden la vida decenas de habitantes (hombres, mujeres,
niños, jóvenes)? ¿Cómo comprender a una ciudad que vive un panorama de
“acuartelamiento” y en la que cotidianamente se observan patrullajes del ejér-
cito y policía federal que no logran controlar o disminuir las ejecuciones?
El trabajo etnográfico que se llevó a cabo a lo largo de dos años, podría
ubicar parte de la escenografía de acuartelamiento que la ciudad ha vivido
a partir de la puesta en operación de la estrategia. Veamos los siguientes dos
relatos que surgen del diario de campo:

Son las siete de la mañana, se observa uno de los tantos edificios abando-
nados por empresas maquiladoras, que bajo el argumento de la violencia
en la ciudad o de la crisis económica que azotó la economía global, en el
2008 y 2009, y que el gobierno municipal con la finalidad de poder recibir
a los contingentes militares que cada semana llegan a esta ciudad, renta y
acondiciona improvisadamente como cuarteles militares. La escena llama
la atención en aquella zona que era el recibidor al cual llegaban directivos
empresariales para proyectar en la empresa la producción a generar en los
próximos meses, y en la que ahora se observan militares con armas de fuego
de alto calibre protegidos por muros de costales de arena, así como vehículos
atrincherados, apostados para responder ante cualquier amenaza o atenta-
do que se presente. En el fondo, se puede observar por una reja resguardada
por varios militares acompañados por perros adiestrados, una serie de baños
y regaderas improvisadas donde éstos realizan su aseo diario, así como una
pequeña canasta de basquetbol en la que se distraen jugando entre ellos
mientras tienen su tiempo de descanso. Cada dos o tres horas, se observa la

CIUDAD ABATIDA � Antropología de la(s) fatalidad(es)


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llegada y salida de patrullas de tres o cuatro camionetas, con cinco o siete
militares cada una, evidenciando un panorama de vigilancia constante.

Varios actores político-empresariales, al iniciar el operativo, se manifesta-


ron en pro de éste por ser una opción que permitiría en corto tiempo tranqui-
lizar el escenario de ejecuciones masivas que se presentaban a diario en la ciu-
78 dad y porque la participación del Ejército garantizaría la pronta recuperación
de la seguridad pública. Ante la solicitud de la participación directa de fuerzas
militares y la realización del operativo, varios grupos empresariales optaron
por apoyar al gobierno municipal para favorecer instalaciones improvisadas
de contingentes militares en diversas zonas de la ciudad. Una de las estrategias
que el operativo formuló en los primeros meses, fue la instalación de cuarteles
en edificios abandonados por plantas maquiladoras en aquellos sectores de la
ciudad que eran considerados de alto riesgo.
Si bien el OCCH hace visible la estrategia de inserción directa, los orga-
nismos policiales del Estado penal en prácticas de vigilancia y detención de
personas —aunque se han demostrado cientos de casos en los que el Ejército
participa en “levantones” de personas, allanamiento de viviendas o negocios,
detención arbitraria en la vía pública y ejecuciones—, no podemos perder
de vista la participación de organismos de seguridad interna de los Estados
Unidos —DEA, FBI y el Ejército— en prácticas de vigilancia que involucran
directamente a la región fronteriza y los habitantes de Ciudad Juárez y El
Paso, Texas. En agosto de 2010, se anunció la llegada de mil doscientos mili-
tares del Ejército norteamericano —en su mayoría ex combatientes en Irak—
para participar en la vigilancia de la franja fronteriza —principalmente la que
colinda con los estados de Nuevo México y Texas— ante la justificación del
combate al narcotráfico y de prevenir que la violencia no traspasara la fronte-
ra y pudiera generar inestabilidad en el territorio norteamericano.

2.3. Estrategia en crisis: El Estado penal anulado y prácticas


de contención policial
Ambas estrategias, —la de mayor dimensión político-operativa es el Plan
Mérida que comprende no sólo la estrategia militar de ambos países, sino
la político-social que provoca un reencauzamiento en los últimos meses,41
41 Ante el incremento de la crítica y las denuncias por violaciones a los Derechos Hu-

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muestran una inoperancia que nos lleva a cuestionar no solo la eficacia de
la estrategia, sino la complejidad del problema.

80

Fuente: INEGI y SSPE

El incremento de muertes violentas en la ciudad, desde 2005, ha mostra-


do una curva ascendente que evidencia la crisis no sólo de un Estado que ha
considerado enfrentar la problemática con la ley de “la fuerza y el marro”—
como lo mencionó un militar a cargo de la XVI Zona Militar que, al ser
cuestionado por prácticas de allanamiento de vivienda que integrantes del
Ejército llevaban a cabo sin orden de cateo, contestó: “mi orden de cateo es

manos por parte de militares e integrantes de Fuerzas Policiacas de Seguridad Pú-


blica, el gobierno de los Estados Unidos se ha enfrentado a la detracción de varios
actores clave de la política internacional de seguridad de aquel país, exigiendo que
la continuidad del Plan Mérida esté condicionada a un mayor control y defensa de
los Derechos Humanos por parte del gobierno mexicano. En este sentido, en los
primeros meses de 2010, se llevó a cabo una serie de reuniones con altos funciona-
rios y representantes políticos de los Estados Unidos en las que se analizó la partici-
pación de este gobierno en el problema de seguridad y “guerra al narcotráfico” que
enfrenta el gobierno mexicano, y varias voces de representantes políticos de este
país manifestaban abiertamente la necesidad de una participación más directa de
los organismos y fuerzas de seguridad norteamericana en el territorio mexicano.

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el marro...”—, sino de una población que enfrenta cotidianamente asesina-
tos, muertes, y en los últimos meses extorsiones y secuestros. Estas prácticas
muestran la crisis de un Estado que sobrevive a partir de la implementación
de estrategias de securitización que carecen de solución ante la amenaza de la
violencia sistémica.
Ahora bien, como observamos en el capítulo anterior, la colonización de
la fatalidad, a partir de la interpelación ideológica favorecida por la relación 81
violencia sistémica-miedo, no forma un dominio que nuble las conciencias
individuales y colectivas como si el actor se limitara a la pasividad, sino que se
presentan posturas de transgresión que encuentran en sus manifestaciones in-
dicios de su crisis inherente, en tanto proyecto ideológico, desenmascarándolo
y evidenciando su lógica cínica. Colocar voces de crítica que desde organis-
mos nacionales e internacionales ajenos al Estado penal, en especial aquellos
de defensa y protección a los Derechos Humanos, nos permite observar el
paisaje de criminalización y violencia sistémica que domina el escenario coti-
diano de nuestras ciudades del norte de México.
En 2009, The Human Rigths Watch publicó Impunidad Uniformada. Usos inde-
bidos de justicia militar en México para investigar abusos cometidos durante operativos contra
el narcotráfico y de seguridad pública, en donde detalla el panorama de prácticas
violatorias por parte de militares a la población en general a partir de la “des-
aparición forzada” o, coloquialmente, “levantón”.42 A partir de una serie de
revisiones a diversos eventos, en los que el ejército y los organismos de seguri-
dad justificaron sus actos bajo el argumento de la estrategia nacional de com-
bate al “crimen organizado”, este organismo internacional denunció que:

México ha utilizado a las fuerzas armadas en operativos contra el narco-


tráfico y la insurgencia durante décadas. No obstante, la visibilidad de las
42 Al inicio del Operativo Conjunto Chihuahua-Juárez, uno de los compromisos asu-
midos por los gobiernos estatales y municipales fue crear una oficina de denuncia
en caso de abusos cometidos por elementos del Ejército e integrantes de corpo-
raciones policiales. Pero ante la amenaza que recibían las víctimas de represalias,
que se observan en las cientos de denuncias anónimas que se realizaron en los di-
versos organismos de derechos humanos locales y nacionales, varios de estos casos
han quedado sólo en carpetas y no han tenido seguimiento, principalmente por
amenazas por parte de autoridades estatales y federales. La crítica que se plantea
al Operativo va directamente dirigida a la propia estrategia de seguridad que el
Estado realiza en los últimos años.

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fuerzas armadas en operaciones de seguridad pública ha incrementado
drásticamente durante el gobierno de Calderón, quien ha planteado el des-
pliegue del Ejército como una de sus estrategias clave para combatir al nar-
cotráfico y mejorar la seguridad pública. Miles de integrantes de las fuerzas
armadas han sido incorporados a la policía federal y más de 40.000 efecti-
vos entre militares y policías han sido asignados a distintas partes del país.
82 En ciudades muy violentas, como Ciudad Juárez y Tijuana, los gobiernos
locales han designado a militares de alto rango al frente de la policía. Si
bien el gobierno de Calderón ha señalado que el uso del Ejército es de ca-
rácter temporal, aún no ha presentado siquiera un plan provisional para el
repliegue de las tropas… (Human Rigths Watch, 2009; 02)

La participación de militares de alto rango en funciones de seguridad,


ha caracterizado un tipo de estrategia improvisada para incorporarlos como
funcionarios públicos en gobiernos municipales y estatales, en instituciones de
seguridad. En gran medida, el argumento que ha favorecido esta inserción
tiene que ver con dos intenciones: por un lado, eficientar las corporaciones
policiacas con adiestramiento militar que va desde el manejo de armas hasta
la instrucción de la conducta y forma de actuar de sus integrantes; y por el
otro, se ha establecido una estrategia de representación, valorada por el Esta-
do mexicano, de la milicia como una institución que no ha sido controlada o
penetrada por el “crimen organizado”.

3. Del fetichismo de la securitización al cinismo


punitivo: el dominio de la zona de contención
La pregunta que se nos presenta es ¿qué panorama surge ante el dominio
de zonas de contención, y cómo se reproduce la fatalidad como condición
única para la mayoría de los habitantes, ante el dominio de estrategias de
resguardo y reclusión?
Ante la violencia sistémica que ha encontrado en el “crimen organizado”
el gran promotor de defensa a las estrategias impuestas por un Estado penal,
entender cómo se reproducen las zonas de contención nos lleva al uso de dos
conceptos claves: el fetichismo de la securitización, la construcción ideológica de
una ilusión de resguardo y promoción; y el cinismo punitivo, la condición in-

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herente de un Estado penal y sus cómplices —Banco Mundial y organismos
privados trasnacionales— que han favorecido un contexto de fatalidad. Pare-
cen decir: “sabemos muy bien que la violencia ha penetrado a los escenarios
más íntimos y de resguardo de los individuos, pero aún así favorecemos y
asumimos que la violencia es el trayecto único necesario para enfrentar a la
criminalidad, sin saber a qué nos referimos con ella”.
La publicidad masiva que el Estado penal ha fomentado para justificar 83
la pertinencia de la participación del ejército en las ciudades, es uno de los
referentes que permiten comprender el peso de la perspectiva de securitiza-
ción. Como observamos en las estrategias de las “ventanas rotas” y en la de
“espacios urbanos seguros”, el recurso de la percepción constituye un pilar en
la búsqueda de sostener la pertinencia de las mismas. No podemos perder de
vista el número importante de recursos masivos de publicidad que, desde los
actores mediáticos, han promovido la idea de la importancia de la participa-
ción del Ejército en actividades directas y en escenarios cotidianos dominados
o controlados por el “crimen organizado”.
Imágenes como la presentación de individuos relacionados a algún
evento violento y sus arsenales, con huellas de tortura —bajo la justifica-
ción de agilizar la detención de sus cómplices—, a quienes se interrogan
frente a los medios enfatizando que respondan a qué grupo delincuencial
pertenecen y qué actividades realizaban con ellos, escoltados por oficiales
policiacos o militares bien armados, encapuchados y que no muestran un
rasgo de sensibilidad emotiva mientras resguardan la amenaza latente de
la criminalidad, se han convertido en las principales promotoras de la es-
trategia de “mano dura” característica de las zonas de contención, y que
buscan afianzar el argumento de la necesidad de la participación constante
y continua del Ejército en tareas de seguridad pública. En gran medida, esta
estrategia de publicitación cínica, “ellos saben que en su actividad siguen
una ilusión, y aun así lo hacen” (Žižek, 1992) propia de la táctica policiaco-
militar se sostendría en “sabemos que afectamos y violamos el marco legal,
pero aún así continuaremos enfrentando al crimen organizado”. Es decir,
las instancias de seguridad pública del Estado penal saben muy bien que
comete violaciones al marco internacional de los Derechos Humanos, pero
aún así realizan prácticas de desaparición y tortura bajo la justificación del
combate al “crimen organizado”.

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Žižek nos menciona que, más allá de la definición elemental de la ideolo-
gía de “Ellos no lo saben, pero lo hacen”, en la que se sostiene un falso recono-
cimiento de los propios actos —una separación entre la llamada realidad social
y nuestra representación distorsionada como si se tratase de una “conciencia
ingenua”—, habría que trasladar la perspectiva pasando esta “falsa concien-
cia” desenmascarando su condición cínica, todo sujeto sabe de la distancia
84 entre la máscara ideológica y la realidad social, pero aún así insiste en la más-
cara. Es decir: “ellos saben muy bien lo que hacen, pero aún así lo hacen”. Una
razón cínica que no es ingenua y que, ante el dominio de la fatalidad propia
de nuestros contextos cotidianos, los sujetos promotores de la securitización
asumen que conforma la respuesta, aplicando estrategias de “mano dura” que,
guiadas por una inversión fetichista, instituyen el eje de prácticas de domina-
ción y negación propias de las zonas de contención.43 Es decir, el fetichismo
de la securitización hace visible la construcción figurativa que ejercen sujetos
dominantes en el escenario de la violencia sistémica y que, a partir de la pro-
ducción simbólica que destacan la presencia de los miedos —a perder la vida,
a ser abandonado, desposeído, etc.—, definen realidades ilusorias que terminan
por encubrir su dominio. “La función de la ideología no es ofrecer un punto
de fuga de nuestra realidad, sino ofrecernos la realidad social misma como una
huída de algún núcleo traumático, real” (Žižek, 1992, p. 76).
Sujetos como el Estado penal y sus organismos encargados de la aplica-
ción de estrategias de contención a partir de la premisa de la “mano dura” (el
Banco Mundial y sus organismos privados transnacionales que encuentran
en la penumbra de lo privado —fuera del deber colocado al Estado en su
función de otorgar seguridad a sus ciudadanos— el gran escaparate de la
ilusión propia de este fetichismo de la securitización), definen estrategias de
resguardo y reclusión como las únicas alternativas posibles ante la amenaza
latente a la que se enfrenta el individuo en un entorno cada vez más reducido
43 Como veíamos en el primer capítulo, Peter Sloterdijk, en su Crítica a la razón cínica
(2004), expone la tesis de que el modo de funcionamiento dominante de la ideolo-
gía es el cinismo, al que denomina como “falsa conciencia ilustrada”. El texto está
estrechamente relacionado con la Dialéctica de la Ilustración de Adorno y Horkhei-
mer, en él se sostiene que el cinismo difuso de nuestras sociedades exhaustas, ese
‘nuevo cinismo’  que finalmente desemboca en la desesperanza, es la de quienes se
dan cuenta de que todo se ha desenmascarado y pese a ello no hacen nada.

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y que encuentra en ellas las posibilidades de sobrevivir. El discurso generado
por este Estado penal, plasmado en la retórica publicitaria, se sostiene en:
“sabemos que estamos enfrentando y dañando a la población, pero aún así
venceremos a la criminalidad”. Habría que agregar que la criminalidad es el
gran recurso de la inversión fetichista que busca sostener a este Estado penal y
sus cómplices, a partir de la oleada publicitaria que ha encontrado en un esce-
nario mediático en general coludido a esta inversión, el gran promotor de la 85
criminalidad como agente provocador de la violencia sistémica —como si se
tratase de una película western en la que el cowboy adiestrado y hábil, defensor
de las causas inocentes, se enfrenta al indio bárbaro que amenaza la vida del
pueblo y al que hay que eliminar para favorecer la civilización—. Un cinismo
punitivo que, a partir de “ellos saben lo que hacen y aún así lo hacen”, se
sostiene en “sabemos que no eres criminal pero aún así eres potencialmente
criminal” propio de estas zonas de contención que han encontrado en la más-
cara de la desconfianza amenazante, y en la ilusoria delimitación de “chivos
expiatorios” —jóvenes, pobres, sin acceso a valoración social—, el recurso
para redefinir sus lazos de encuentro cada vez más reducidos.

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Capítulo III

87
Pasajes de la fatalidad
La producción mediática
de la violencia sistémica
“Si la televisión atrae,
es porque la ciudad expulsa”

Jesús Martín-Barbero (2000)

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Pensar en la ciudad como un asunto público o como una mera adición de in-
tereses privados, a partir de procesos de comunicación, constituye un eje para
comprender cómo se produce-reproduce culturalmente la violencia sistémica
y sus miedos, teniendo como referencia los procesos de interpelación ideo-
lógica y socialidad de resguardo.44 En este sentido, cobra relevancia analizar
cómo los medios se han convertido en parte del tejido de la ciudad, pero tam-
88 bién cómo han entrado últimamente a formar parte de los nuevos procesos de
comunicación.45 Es decir, en la medida en que los medios de comunicación se
fueron convirtiendo en parte constitutiva del tejido urbano, también comen-
zaron a ser parte de los procesos de comunicación en la ciudad.

Cuando la victimización es el atributo que define las formas de auto y he-


tero reconocimiento en la ciudad, se genera un sentido de cuerpo cuyos
lazos precarios e inestables configuran una comunidad emocional que
dirige su energía contra lo que percibe como enemigo externo o el trans-
gresor interno. Se trata de una comunidad contra, y su sentido fundado
en la percepción de la amenaza, necesita de rituales que lo activen. Es
aquí donde los medios de comunicación, con sus apocalipsis cotidianos
y su efectivo trabajo sobre las emociones, favorecen la construcción del
enemigo… (Reguillo, 2005, p. 394)

44 Habría que hacer una reflexión y precisión importante: En el campo de la antropo-


logía urbana, se ha considerado poco relevante el estudio de los medios de comu-
nicación y sus audiencias. Ahora bien, el presente capítulo centra su atención en el
análisis del discurso mediático dentro del proceso de la interpelación ideológica y
la socialidad del resguardo, lo que no significa reducir a la idea que concebía a los
medios como aparatos ideológicos encargados de moldear las conciencias según
intereses de los grupos dominantes, sino que favorece una etnografía del público
clave para comprender las mediaciones que colocan a la violencia sistémica y los
miedos como ejes de la fatalidad.
45 Eliseo Verón (antropólogo y semiólogo argentino) en su texto Construir el aconteci-
miento (1981), colocaba el papel trascendental de los medios como referentes clave
para comprender cómo “los acontecimientos sociales existen sólo en la medida en
que los medios de comunicación masiva los constituyan como tales”, mostrando
la importancia de analizar y comprender los mensajes emitidos por los medios no
como simples transmisiones de textos “neutrales” que mostraban realidades obje-
tivadas, sino como sujetos-actores de la lógica de construcción discursiva, sentido e
intención para reproducir discursos hegemónicos.

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En el capítulo anterior hicimos referencia al contexto desde el que se co-
loca el apremiante análisis de las implicaciones que esta relación violencia
sistémica-miedos presentan ante el dominio de la fatalidad favorecida por
procesos de securitización propios de un Estado penal y sus cómplices. Conti-
nuando el trayecto de análisis que se planteó de un ir y venir entre los niveles
de la formación discursiva y los campos de discursividad, uno de estos campos
fundamental es el mediático, que no se reduce a la estructura tradicional de 89
los medios de comunicación —prensa, radio, televisión—, sino que ha trans-
formado sus propias lógicas con el dominio de la comunicación virtual y la
red —favorecidas por el Internet—. Los medios de comunicación han poten-
cializado la colonización de la fatalidad a partir de convertirse en los grandes
escenarios donde interactúan actores-espectadores y que en gran medida ter-
minan por sostener y encauzar el gran libreto con el que se suscriben los mar-
cos interpretativos de la violencia sistémica y los miedos. La publicidad forma
la gran estrategia discursiva de los medios contemporáneos, que a partir de
dos procesos —por un lado ensambla lo privado con lo público a través de un
debate ideológico y de disputa de hegemonía cultural, y por el otro sirve de
propaganda comercial que reviste de interés público los intereses e intenciones
privadas—, permite la penetración de una socialidad de resguardo favoreci-
da por la interpelación ideológica mediática. Tanto para la institucionalidad
cínica como para la paralegalidad clandestina, constituye el gran bastión de
promoción de la fatalidad que termina por encontrar en el espectador el cau-
ce más íntimo de publicitación.
Comprender cómo se construye la fatalidad desde el campo discursivo
mediático, así como su capacidad de dotar de rostro a los miedos, es funda-
mental para colocarnos frente al peso que la densa nube mediática ejerce en
los imaginarios de los habitantes de la ciudad fronteriza del norte de México
y que en gran medida favorece una amnesia colectiva al anecdotizar el evento
violento. Se busca analizar, no el evento violento, sino el relato anecdotizado
por la producción mediática, que al reducir la descripción al simple suceso
se favorece por una morbosidad colectiva —en el sentido de atracción a lo
considerado como desagradable—, que se sostiene en la espectacularización
de la nota periodística.
A partir de ello, se divide en tres momentos clave:

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• El primer recorrido parte de que la producción discursiva mediá-
tica institucional central que ha encontrado en la colonización de
la fatalidad un mecanismo de publicitación y presencia sostenido
más en perspectivas y valoraciones que terminan por reducir a
la violencia sistémica a eventualidades. En ese sentido, el primer
apartado trata de recuperar cómo se ha llevado a cabo el proceso
90 de producción discursiva desde actores que dominan los espacios
televisivos, de radiodifusión y prensa, y que son bastiones de la ins-
titucionalidad cínica que se encuentra estrechamente coludida al
Estado penal actual.46
• El segundo recorrido coloca la mirada en la producción discursiva
mediática de la paralegalidad clandestina —un “orden paralelo”
(Reguillo, 2000)—. Como mencionamos en el primer capítulo, por
paralegalidad clandestina nombramos a toda aquella manifestación
que transgrede o se separa de la institucionalidad cínica y que ha
encontrado en manifestaciones como el “crimen organizado” uno
de sus principales referentes. Fuera de los canales dominados por
el campo mediático tradicional, el Internet se ha convertido en un
escenario en el que la paralegalidad clandestina encuentra un re-
curso de publicitación que permite sostenerse en su intención de
penetrar en los escenarios más íntimos y cotidianos del habitante
de la ciudad: Videos, imágenes y relatos, que van desde magni-
ficar un evento violento o ejecución, pasando por enaltecer a fi-
guras como líderes del narcotráfico, hasta el mensaje de amenaza
a grupos rivales o al propio Estado penal. Aquí valdría la pena
la siguiente aclaración que sostiene una de las hipótesis clave del
texto: hablar de paralegalidad clandestina no se limita a aquellos
actores que desde el narcotráfico o el “crimen organizado” ubican
sus estrategias de producción de la fatalidad a partir de diversas
46 Aquí quisiera aclarar que generalizar la perspectiva hacia aquellos medios que se en-
cuentran estrechamente coludidos a un Estado penal, no implica no reconocer una
prensa crítica que en sus reductos cada vez más limitados busca colocarse promo-
viendo miradas alternativas y contextualizadas a lo que acontece en nuestras ciuda-
des. Habría que tomar en cuenta que un porcentaje alto de la población en México
observa desde los bastiones de una prensa cínica dominada por compañías (Televisa
y TV Azteca) que son favorecidas por la instrumentalización de la fatalidad.

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prácticas, sino que desde el propio Estado penal, inclusive desde la
propia institucionalidad cínica, se generan estrategias clandestinas
que encuentran un recurso de publicitación central. Ejemplo de
ello es la táctica frecuente en los últimos años de mostrar en diver-
sos medios, principalmente televisión, la detención de “presuntos”
delincuentes rodeados de todo un aparato policial, o el de mensajes
televisivos en los que se destaca cómo y quién fue abatido por los 91
organismos del Estado penal.
• El tercer recorrido busca desenmascarar el cinismo envolvente
de la producción mediática de la fatalidad a partir de reencauzar
hacia nuevos proyectos de dramatización de lo político en nuevas
perspectivas que trasciendan la pasividad —propia del espectador
en el contexto de la fatalidad—, y que favorezcan la construcción
de nuevos escenarios comunicacionales que se sostengan en una
socialidad de reconocimiento.

Uno de los puntos que definió la relación entre los estudios de la comuni-
cación y el de lo cultural, fue trasladar la atención en los medios como actores
de “manipulación”, a las formas de apropiación, a las “artes de hacer” (como
diría Michel de Certau en La invención de lo cotidiano) a partir de tácticas o estra-
tegias generadas por el habitante, producidas o reproducidas en relación con
el discurso mediático. Cuando el evento dramatizado por el relato mediático
se anecdotiza, nos enfrentamos a un grave problema de fetichización de la vio-
lencia. La espectacularización de la violencia que domina cada vez más a la
socialidad de resguardo está provocando un achicamiento de la ciudad que
induce al repliegue sobre el mundo de protección y la sospecha. Ha transfor-
mado la lógica del panóptico de Foucault, en el que unos cuantos observaban
y vigilaban a otros muchos, por el sinóptico en el que muchos miran y se
deleitan con el sufrimiento de unos pocos: las emotividades han dominado el
espacio de escenificación mediática opacando o anulando una racionalidad
crítico-reflexiva que permita abordar el acontecimiento y sus implicaciones
más allá de la simple asimilación anecdótica. Ante el acoso publicitario de
medios nutridos y, a la vez, promotores de una socialidad de resguardo, el
espectador se enfrenta a una angustiante dependencia de códigos interpretati-
vos que colocan a la fatalidad como el único gran marco posible.

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92

1. Frescos de rebato: La producción


mediática institucional
Si los medios atraen, es porque la calle cada vez expulsa con mayor vora-
cidad. La radio, la televisión y la prensa se han convertido en los marcos
que colocan la perspectiva de quien observa, desde la pasividad, los relatos
de exterioridad que escenifican la violencia sistémica y los miedos. Al igual
que la postura pasiva del espectador de la pintura renacentista, que a partir

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de la perspectiva de Alberti, exige la inmovilidad para captar una mirada
que encuadre en el cuadro-ventana, el habitante de la ciudad se resguarda
en espacios cada vez más fortificados teniendo como única cabina de ob-
servación la ventana televisiva encargada de narrar los eventos violentos.
A lo que nos enfrentamos es a una ciudad cada vez más virtualizada e in-
formatizada que necesita de individuos interconectados, favorecida por la
94 reducción de sus territorios de experiencia de individuos reunidos que, en
el panorama de mercadeo de la violencia sistémica, encuentra en el televi-
dente su mejor comprador.
Si los medios se asumen defensores de un derecho establecido como prin-
cipio de información: “el derecho a la libertad de prensa”, en el fondo encon-
tramos que gran parte de ellos sólo tratan de entrampar un dominio de lógica
mercantil en la que la espectacularidad mediática de diversos fenómenos, y la
violencia, es altamente rentable. Se presenta como eje común el reproducir
la naturalización y cosificación del “crimen organizado”. A partir del uso de
términos como guerra, combate a la violencia, terror, terrorismo, seguridad y
“libertad de expresión”, favorecen la producción de un discurso institucional
fuertemente apegado al dominio del Estado penal que sostiene en su estra-
tegia de “mano dura” el proyecto de dominación de una colonización de la
fatalidad.
A continuación veamos los siguientes tres paisajes que nos plasman cómo
se ha venido colocando una institucionalidad mediática que ha favorecido la
presencia del Estado penal y sus cómplices, a partir de escenificar eventos de
violencia sistémica como actos individuales y que favorece una especie de poie-
sis de la fatalidad con toda una capacidad creativa que permea hasta los niveles
más recónditos de la relación de una socialidad de resguardo.

1.1 Paisaje uno: “Retóricas mediáticas de la violencia”


La producción discursiva que desde los medios se ha generado en los últi-
mos años ha caracterizado un discurso dominante en el que se observa al
evento violento como resultado de un hecho aislado y referido principal-
mente a agentes “desencadenadores”: jóvenes masacrados, mujeres viola-
das, cuerpos descuartizados y expuestos en la vía pública, etc. La retórica
de la imagen mediática permite analizar el foco de atención que coloca al
miedo y sus referentes a partir de frases que, como título de primera pági-

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na, evidencia la valoración y sentido de una discursividad que se sostiene
en la fatalidad como reducto de visibilidad. Frases como “Terror en Centro
comercial”, “conocimos lo que es el infierno”, “Juárez, ciudad de infierno”,
“Jóvenes asesinados eran pandilleros”, “ni la policía ni el ejército hacen
algo: vecinos”, etc., ejemplifican un discurso mediático institucional que
busca entronizar al chivo expiatorio, dar cara a esos monstruos que son los
causantes de una angustia generalizada propia del contexto de fatalidad. 95
Habría que tener cuidado en las aproximaciones que colocan el enfoque
en la “prensa sensacionalista”. Si bien no podemos perder de vista el análisis
de las intenciones por quienes tienen en su dominio la elaboración y difusión
de la nota periodística, el “sensacionalismo” sirve sólo para colocar visiones
reducidas a interpretaciones moralistas perdiendo de vista el peso que adquie-
ren las prácticas de apropiación de sentido. Relatos de alarma, narraciones
que se sostienen en la idea de que ese “otro”, joven mujer o cualquier actor
asociado con el acto delincuencial, se ubican en una estrategia históricamen-
te arraigada en la necesidad de construir a la víctima ritual a partir de la
fabricación de culpables, cualquiera que sean éstos —todo el que porta la
connotación de que pertenece a una otredad, que no goza del uso de la pa-
labra en la esfera pública y cuyas verdades difícilmente serán autorizadas por
aquellos que se asumen como portadores del poder de producir verdades—.
Este principio define prácticas que se ritualizan y cobran sentido al convertirse
en estrategias para apaciguar las violencias tempestivas e impedir que estallen
los conflictos a partir del acto sacrifical que se sostiene en el enmascaramiento
del victimario.

1.2 Paisaje dos: “Publicitación de la mano dura”


El campo mediático se ha conformado a partir de una relación estrecha
con un Estado penal que encuentra en él el espacio de expresión necesario
para sostener discursos de legitimación ante sus estrategias de promoción
y aplicación de prácticas de “mano dura” que han encontrado el principal
promotor en una espectacularidad policiaca.
Constantemente aparecen en diversos medios, anuncios promovidos por
parte de los gobiernos estatales y federal, bastiones del Estado penal: secuen-
cias de imágenes en las que se observa desde un adiestramiento por parte de
los organismos de seguridad del Estado, pasando por la participación activa

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en operativos policiaco-militares en la detención o aniquilamiento de inte-
grantes del narcotráfico o “crimen organizado”, hasta reportajes en los que
una institucionalidad mediática se ve favorecida por ser partícipe de operati-
vos en los que dramatiza el evento.
Se observan escenas en las que operativos son desarrollados por integran-
tes de los organismos de seguridad en los que se ven capturar, con tácticas
96 operativas impactantes, cientos de efectivos apoyados por vehículos terrestres
y aéreos y armamento de alto calibre, como si se tratara de una película ho-
llywoodense en la que los buenos, después de algunas complicaciones o pe-
nurias, detienen o dan muerte al delincuente que amenazaba la estabilidad o
seguridad de la población. En el caso específico de Ciudad Juárez, constante-
mente se publicitan tácticas de vigilancia realizadas por el ejército así como de
la policía federal y estatal en la que colocan puestos de control en la ciudad, y
se puede ver la revisión de vehículos y personas acompañadas de frases como
“estamos trabajando por tu seguridad”.
En los últimos meses han surgido una serie de reportajes,47 tanto de me-
dios nacionales como extranjeros, en los que se observan periodistas siendo
partícipes de operativos de los organismos de seguridad. Se pueden ver a tra-
vés de la cámara del reportero prácticas de vigilancia y detención en las que,
bajo un toque de autocensura que establece que es deseado mostrar y que
queda en la vivencia individual del periodista y su grupo, pareciera que las
fuerzas de seguridad están llevando a cabo un resguardo propio de una insti-
tucionalidad reconocida.

1.3 Paisaje tres, el marco mediático cínico


El 24 de marzo de 2011, se firmó el Acuerdo para la Cobertura Informativa de
la Violencia (http://www.mexicodeacuerdo.org/) por parte de diversos gru-
pos, empresas privadas de medios de comunicación, así como por algunas
universidades públicas y privadas, en una agrupación que denominaron

47 Uno reciente fue el titulado “Inside Mexico´s Drugs War”, realizado por la página web
www.msnbc.com, en la que una serie de reportajes realizados por un periodista
norteamericano muestra cómo se “infiltró” en operativos llevados a cabo por la
policía federal, principalmente en ciudades del norte de México. Ver (http://www.
msnbc.msn.com/id/3032600/)

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como Iniciativa México.48 El Acuerdo se sostiene en la idea de:

Proponer criterios editoriales comunes para que la cobertura informativa


de la violencia que genera la delincuencia organizada no sirva para pro-
pagar terror entre la población y establecer mecanismos para la protec-
ción de los periodistas y de la identidad de las víctimas de esta violencia…
[y como objetivos establece]: proponer criterios editoriales comunes para 97
[que] la cobertura informativa de la violencia que genera la delincuencia
organizada con el propósito de propagar el terror entre la población no
sirva para esos fines… [y] …establecer mecanismos que impidan que
los medios se conviertan en instrumentos involuntarios de la propaganda
del crimen organizado, así como mecanismos para la protección de los
periodistas en situaciones de riesgo”.

Al inicio del documento, en lo que titula “el punto de partida”, se define


la perspectiva y valoración que se establece en relación a la violencia —que se
limita a aquellos eventos violentos de impacto, principalmente ejecuciones—
y lo que consideran sus implicaciones a la labor periodística. En ocho pun-

48 En el 2010 y bajo el argumento de una propuesta colectiva en relación a los festejos


cívicos por motivos del Bicentenario de la Independencia de México y el Centena-
rio de la Revolución Mexicana, un grupo de empresarios dominantes de medios
de comunicación, destacando las empresas Televisa y TV Azteca, junto con insti-
tuciones educativas universitarias —entre las que se encuentran la UNAM y el Tec
de Monterrey—, acordaron llevar a cabo la formación de una asociación civil de-
nominada Iniciativa México, cuya función principal sería “favorecer” proyectos de
intervención independientes en situaciones o problemáticas valoradas y evaluadas
como necesarias por parte del grupo consultivo del organismo. Al principio de la
página se puede leer “Iniciativa México es un movimiento. Es una fuerza. Es una
muestra de que unidos por grandes ideas podemos romper ciclos y transformar a
nuestro país” (a http://iniciativamexico.org/). Durante los meses de septiembre y
octubre de ese año, en los canales de Televisa y Tv Azteca, así como radiodifusoras
de ambas empresas, se llevó a cabo una serie de programas en los que la dinámica
era la descalificación de una de las propuestas en relación a alguna que al final sería
la premiada con una cantidad de dinero importante para llevar a cabo el proyecto
propuesto. El análisis de este tipo de organizaciones de ciertos sectores empresaria-
les y organismos privados o autónomos queda fuera de las intenciones del presente
trabajo, pero con toda claridad sostenemos que Iniciativa México ejemplifica un
cinismo moralista propio de una sociedad de resguardo que encuentra en la fatali-
dad un gran mercado publicitario.

Salvador Salazar Gutiérrez � Martha Mónica Curiel García


tos, constantemente se hace referencia a términos como terror, terrorismo,
combate a la delincuencia, sostenido en argumentos como los que podemos
observar en los siguientes fragmentos:

México vive una situación sin precedentes por los niveles y las
formas que ha adoptado la violencia que proviene de la delin-
98 cuencia organizada. Esta situación ha puesto a prueba la capa-
cidad del Estado para combatir a los grupos que han hecho del
terror su modo de operar. El poder intimidatorio y corrupto se
ha constituido en una amenaza a las instituciones y prácticas
que sustentan nuestra vida democrática,
El reto que hoy enfrentamos los medios es seguir informando
a la sociedad en un contexto de alto riesgo… no dejar que el
terror vaya dejando plazas informativas. Hoy la libertad de
expresión está amenazada; y
Los medios tenemos la responsabilidad de actuar con profesio-
nalismo y de preguntarnos sobre las implicaciones potenciales
que tiene el manejo de la información… los periodistas y sus
casas editoriales debemos estar conscientes de que los hechos
pueden tener como fin primordial, convertirnos en instrumen-
tos involuntarios de la propaganda del crimen organizado…
cómo consignar hechos con valor periodístico y a la vez limitar
los efectos estrictamente propagandísticos de los mismos… to-
dos los países en los que hay grupos que usan tácticas terroris-
tas lo enfrentan y en muchos de ellos han definido principios y
criterios editoriales…

Si bien se establece una “responsabilidad” que los medios de co-


municación adquieren al preguntarse por el manejo de la información,
apegándose a “hechos con elementos contextuales suficientes para su ade-
cuada comprensión”, el momento en que se suscribe dicho Acuerdo viene
acompañado de un llamado constante por varios gobiernos estatales y el
federal para solicitar a las empresas mediáticas “disminuir” sus contenidos
noticiosos en referencia a eventos violentos y favorecer una imagen “pro-
gresista” del país con la finalidad de ser partícipes de estrategias de promo-

CIUDAD ABATIDA � Antropología de la(s) fatalidad(es)


ción que favorezca la inversión de capitales nacionales y, principalmente,
extranjeros.49 Como se puede observar, en sus objetivos centrales coloca su
atención en beneficiar criterios editoriales que disminuyan o eliminen el
impacto del evento violento —ello favorece una especie de propaganda de
agresividad por parte de ciertos grupos—. Al hacer uso de términos como
terror o tácticas terroristas se sostiene en la aceptación y definición de facto de la
existencia y participación de grupos que buscan penetrar en los escenarios 99
más íntimos de una socialidad de resguardo, favoreciendo una angustia
que busca desesperadamente dar cara o identificar a esa amenaza latente.
Al formar parte de la búsqueda de legitimación de un Estado penal que se
sostiene en la línea de presunta culpabilidad de la sospecha, los referentes
“poder intimidatorio” y “corrupción” se han convertido en los estandar-
tes de una institucionalidad que promueve o encauza la sospecha de toda
figura que se ubique como amenaza potencial, y que ha encontrado en la
pantalla mediática institucional una ventana desde la cual el espectador
asume la marca incriminatoria a todo aquel que entronice la angustia me-
diatizada. “Crimen organizado” se ha convertido en el gran significante
de autolegitimación de un proyecto mediático institucional que fetichiza
eventos de la violencia sistémica limitando su “marco explicativo” a un
referente que se pierde en una retórica mediática. A partir de una bús-
queda de “preguntarse por las implicaciones potenciales del manejo de la
información”, termina por anecdotizar el evento, reduciéndolo a un relato
de criminalidad.
Retomando lo que propone Žižek de que “ellos saben muy bien lo que
hacen, y aún así lo hacen”, podríamos sostener que en la institucionalidad
mediática, brazo operante del Estado penal, su retórica frente al escenario
de la violencia sistémica deja ver un cinismo mediático en una discursividad
en la que ellos saben que al anecdotizar la violencia sistémica encuentran un
camino de promoción y dominio en el atrincheramiento del individuo, quien
se resguarda en la ventana mediática y termina por establecer su perspectiva
interpretativa de la realidad en los límites pasivos de la anécdota.
49 El programa “Amor por Juárez”, promovido por el gobierno municipal de la ciu-
dad así como por el gobierno del estado de Chihuahua, fue una iniciativa que
agrupó a la principal asociación de maquiladoras de la frontera y otros grupos
empresariales que buscaban publicitar una imagen de la ciudad fuera o ajena de
las implicaciones que la violencia generaba.

Salvador Salazar Gutiérrez � Martha Mónica Curiel García


2. Escenificaciones de la paralegalidad
clandestina
En el primer capítulo hicimos referencia al concepto de paralegalidad clan-
destina como toda aquella manifestación que transgrede o se separa —prin-
100 cipalmente para evidenciar la crisis de una institucionalidad cínica— de la
institucionalidad propia del Estado penal.
En los últimos meses, la red (internet) se ha convertido en el escenario para
reproducir los mensajes que, principalmente desde el dominio del narcotráfico
y del “crimen organizado”, buscan colocarse y, sobre todo, adquirir visibilidad
como nuevos modos de definir proyectos, esperanzas y negaciones de ciertas
colectividades que encuentran la posibilidad de acceder a espacios de recono-
cimiento y aceptación negados por la institucionalidad cínica. A través de una
escenificación caracterizada por la sobreexposición de la violencia sistémica,
la paralegalidad clandestina hace visible el desgaste de los símbolos del orden
imperante y genera los propios, que se traducen en mantas, narcocorridos,
ejecuciones públicas, cuerpos ultrajados, visibilizando un empoderamiento a
la par que confronta a la institucionalidad cínica, y se traduce en una presencia
real y dominante en varios escenarios del país —destacando en gran medida
la ciudad fronteriza—. Muestran el mensaje de que ellos son quienes tienen en
sus manos la aplicación de su propia “justicia”, desafiando las normas jurídi-
cas, morales y éticas de una institucionalidad fragmentada.
Veamos los siguientes dos casos que ejemplifican la estrategia paralegal y
que destaca por la clandestinidad del acto y por insertarse en el imaginario del
habitante abatido por una violencia cotidiana y continua.

2.1. Video “rendición de cuentas y ejecución”


En los primeros días de octubre de 2010, apareció en la red una videogra-
bación titulada “Interrogatorio a extorsionadora de la Línea en Juárez”,50 en el que
50 El video apareció por algunas semanas en el sitio Youtube.com por un usuario denomi-
nado “elpumaoriginal”. Según versiones de la prensa, el usuario se identifica como
integrante del grupo delictivo “Gente Nueva” relacionado con el Cártel de Sinaloa
y “el Chapo” Guzmán. Es interesante hacer mención que unas semanas posteriores
al video, apareció otro que estremece por las características de visibilizar supuestos
actos de impunidad y delincuencia de integrantes del sistema de justicia del estado

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se observa una habitación con escasa iluminación, dos hombres encapu-
chados con armas largas y en el centro una mujer joven con blusa blanca
y pantalón negro, esposada, que responde a diversas preguntas que reali-
za un tercer individuo —no percibido a lo largo del interrogatorio—, de
voz dura, amenazadora y condenatoria. Los cuestionamientos van en va-
rios sentidos: ¿cómo se llama? ¿A qué se dedica? ¿De dónde es originaria?
¿Cuánto tiempo tiene de radicar en Ciudad Juárez? ¿Cuántos hijos tiene? 101
de Chihuahua, teniendo como tema central el secuestro e interrogatorio expuesto
del hermano de quien fuera procuradora de Justicia del estado de Chihuahua. Con
una escenografía similar a la anterior, en el video se observa a un hombre esposado,
sentado, vestido de negro, y rodeado por cinco individuos fuertemente armados,
encapuchados, y con vestimenta tipo militar. Un sexto sujeto, con voz dura y enfá-
tica —que no se percibe físicamente a lo largo del video—, es quien lleva a cabo el
interrogatorio, cuestiona al individuo de diversos homicidios en los que se relaciona
la participación de funcionarios públicos del estado de Chihuahua —destacando
a la ex Procuradora de Justicia, Patricia Gonzalez, así como al ex Gobernador del
Estado, José Reyes Baeza Terrazas, entre otros—. La primera parte del interroga-
torio se caracteriza por cuestionamientos que buscan demostrar la identidad del
individuo esposado; preguntas como “¿cuál es su nombre?”, “¿a qué grupo pertenece?”,
o “¿cuáles son sus funciones?”, son seguidas por respuestas como: “mi nombre es Mario
Ángel González Rodríguez”, “pertenezco al grupo denominado la Línea o cártel de Juárez”, “mis
funciones son de enlace con la procuradora Patricia González, quien es mi hermana, enlace para
recoger en diversas zonas o dependencias el pago por los servicios a esta organización criminal.”
En diversos momentos se puede ver cómo el interrogado constantemente hace re-
ferencia a su relación familiar con la ex procuradora. Una segunda parte en la que
se le pregunta por la responsabilidad en diversos homicidios de funcionarios públi-
cos; eventos como el asesinato de policías municipales, estatales y federales, los ho-
micidios de periodistas y/o reporteros —el caso de Armando Rodríguez Carreón
“El Choco” del periódico El Diario de Juárez—, líderes empresariales y sociales —El
caso “Le Barón”—, se colocan a la escena con el común denominador de que el
interrogado constantemente afirmaba que en éstos, y otros más, existía responsa-
bilidad por parte de funcionarios públicos (nivel estatal como federal).
Si bien ambos videos destacan por plasmar una escenificación de denuncia y culpa-
bilidad en relación a prácticas o actos delincuenciales en los que se ve relacionado o
involucrado el Estado, podemos acentuar algunas propiedades de este segundo que
sobresale en general por buscar en todo momento hacer visible la complicidad de
funcionarios de primer nivel del estado (tanto estatal como federal) con grupos del
crimen organizado y actos que van más allá de la denominación “delincuencial”, y
que fundamentan su estrategia en el desprestigio y la nulidad de la figura estatal.

Salvador Salazar Gutiérrez � Martha Mónica Curiel García


¿Cuál es el nombre de su esposo —al parecer asesinado anteriormente—?
Y de la supuesta participación de la mujer en actividades de extorsión a
diversos negocios de la ciudad. Le preguntan por qué está detenida en ese
momento y para quién trabajaba, su respuesta es “por extorsión” y “traba-
jo para La Línea”; a ¿quién conoce del grupo del Cártel de Juárez? la mu-
jer responde que sólo a un individuo denominado “El Blablazo”, que otras
102 mujeres más trabajaban para el grupo como recolectoras de las cantidades
obligadas a pagar por dichos negocios y para avisar al grupo de sicarios en
caso de que alguno de éstos no acepte pagar “la cuota”.
Ante los gritos que solicitan a la mujer decir qué sucede con quien no
paga la cuota, la respuesta es “les matan a sus familias, les queman sus nego-
cios o sus rutas —camión de transporte público—”. En un momento se puede
ver cómo un cuarto individuo, también encapuchado, coloca una flor —rosa
roja— en las manos de la mujer y posteriormente una hoja de papel arrugada
con una lista de los negocios extorsionados y las cantidades que se cobraban
semanalmente. Al final del interrogatorio, se le pregunta por “las otras”, mu-
jeres cómplices integrantes del grupo de La Línea y que afirma la mujer han
participado en los actos de extorsión, la respuesta es: “las han matado”; segui-
do la pregunta ¿y no te da miedo?, a lo que la mujer responde “sí, lo hice por
mensa, por necesidad, porque estaba sola y con mis dos chiquillos”.
Si bien el interrogatorio da muestra de una estrategia de visibilidad del
dominio paralegal en el que el paisaje de nulidad por parte del Estado es la-
tente, la segunda parte del video es devastadora. La mujer aparece en la ima-
gen dando la espalda a la cámara con cinta cubriendo el rostro y en la blusa
blanca, escrito con tinta negra, la frase “soy extorsionadora al servicio de la
línea”. Posteriormente, la imagen se pierde en colores obscuros —como si se
desplazara en un vehículo en la obscuridad de la noche—, seguido de la página
principal de un periódico local con el encabezado “le ponen una rosa a ejecu-
tada” acompañado por la fotografía del cuerpo de la mujer abandonado en
alguna calle de la ciudad, y con música de fondo de un narcocorrido dedicado
a Manuel Torres.

2.2 Publicitando la presunta criminalidad


Es el noticiero matutino a nivel nacional que transmite su información
durante las primeras horas de la mañana de cada día: En una de las notas

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se hace mención de la presentación ante los medios de cuatro presuntos
delincuentes que fueron detenidos después de un enfrentamiento contra
integrantes de los organismos de seguridad. Resguardados por policías
militares o federales, se colocan en un escenario improvisado con alguna
manta detrás con los logotipos del organismo de seguridad que se encargó
de la detención, y al frente en una mesa todo aquel equipo que según el
dato oficial fue decomisado a los delincuentes al momento de rendirse o ser 103
sometidos —según los relatos oficiales.
Esta estrategia de una dramatización autolegitimadora por parte del Es-
tado penal, constituye uno de los ejemplos clave para comprender cómo la
paralegalidad clandestina se ha apoderado y ganado terreno incluso en aque-
llos bastiones de la institucionalidad cínica. Sin orden o juicio que demuestre o
niegue la culpabilidad de los incriminados, éstos son presentados ante los me-
dios y sus audiencias como potenciales delincuentes que fueron detenidos por
una efectividad estratégica, que se ostenta al momento de escenificar el acto
publicitario. Inclusive en varias de estas detenciones, al mostrar al presunto
delincuente o criminal, éste aparece con muestras de tortura que evidencian
tácticas de “mano dura” por parte de las autoridades de seguridad que se ven
justificadas ante el énfasis en la probable peligrosidad que muestra el arsenal
con el que fue detenido.
Recientemente, un comercial del gobierno federal muestra en un cartel
decenas de caras de individuos a quienes se refiere como los principales lí-
deres de organizaciones del narcotráfico, y se van eliminado con una “X”
roja aquellos quienes han sido abatidos en algún enfrentamiento; el comercial
termina con la imagen de un parque en el que juegan niños al cuidado de al-
guna persona adulta, con la frase “contra la delincuencia estamos rescatando
a México”. Más allá de un análisis legal, que exigiría la crisis y ruptura del Es-
tado penal en su marco jurídico que le permitiera sostenerse legítimamente, lo
interesante es enfatizar la estrategia de un discurso mediático que abandona
cualquier resquicio de marco normativo vigente y que, a partir de destacar la
estrategia de “mano dura”, busca sostenerse en la valoración de individuos
cada vez más atrincherados en las zonas de contención por una socialidad de
resguardo.

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2.2.1 Correos de alarma
El Internet, así como las diversas plataformas que permiten el envío de
información por medio de correos electrónicos, se ha colocado como un
recurso importante para transitar mensajes de alarma que se basan en al-
guna amenaza latente considerada por algún evento tentativo. El rumor
104 constituye uno de sus principales dispositivos, ya que la mayoría de éstos se
sostienen en la idea de “ser precavidos por si sucede”. Casi a diario aparece
en diversas cuentas de correo algún mensaje que busca tener cuidado o
alertar en relación a posibles secuestros, homicidios, fraudes, desaparicio-
nes, etc. Veamos a continuación los siguientes casos:

2.2.1.1 Correo uno (copiado textualmente)


Título “estén atentos y protéjanse”
Por motivo de los recientes acontecimientos, y a sabiendas de que es
dominado por los que no deberían… y ya que no podemos confiar
en la policía porque los grandes mandos también están involucrados
con la mafia, tenemos que empezar a tomar algunas medidas de
seguridad para tratar de no salir lastimado, violado, mutilado, ex-
torsionado, o cualquier cosa inimaginable que están haciendo estas
personas. Te pido que después de leer esto, reenvíes el correo quitán-
dole la basura que se hace al reenviar. Si también puedes imprimirlo,
repártelo entre tus familiares, con tus compañeros de confianza, y tus
amigos. Debemos de tomar estas medidas urgentemente.

TIPS:
1. Se tolerante. Si vas manejando y ves que alguien viene pitándo-
te o te quiere rebasar, hazte a un lado, no sabes quién es, ni por-
qué es su prisa. Deja de pelear porque alguien viene alentando el
tráfico o porque se te cerró, mejor respira profundamente, cuen-
ta hasta 10, y VALORA TU VIDA. Evita la bronca, no sabes si
el que vas a golpear tiene otros compañeros en otro vehículo atrás
o adelante y andan armados.

2. Se cuidadoso. Frecuentar bares, discotecas, tables dances, ya no


es seguro. El narcotráfico se ha apoderado de estos lugares, y en

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cualquier momento pueden llegar al antro en donde estés y cerrar-
lo. Igual, podrías estar pisteando con un malandro muy pesado a
tu lado y no saberlo. Mejor habla con tus amigos que frecuentas y
empiecen a reunirse para divertirse en casa de conocidos. Si crees
que nada más ahí debes ser cauto te equivocas, los narcos, sicarios y
delincuentes también van a misa, cuida lo que dices en esos lugares
o al salir de ellos. 105
3. Se humilde. Sabemos que carecemos de humildad, nos gusta pre-
sumir lo que tenemos y demostrar que somos pudientes… bueno, al
menos la mayoría. Pues estos tiempos nos pide que dejemos de ser
así. Si tienes dinero… que bueno por ti, pero trata de no gritarlo a los
cuatro vientos con tu BMW o derrochando el dinero en un restau-
rante, etc. Los zetas son muy fijados y realmente andan buscando a
gente con dinero que puedan pagar un jugoso rescate. Ah, por cierto,
ellos tienen dinero y se visten para darse lujos en lugares en donde va
gente con dinero.

4. Se prudente. En estos tiempos ser valiente tiene sus consecuencias.


Si ves que a alguien le están haciendo daño o sabes donde tienen a
alguien secuestrado. Avisa… PERO… no hables ni de tu celular ni
de un teléfono local.

5. Se ágil. Si estás en tu automóvil en medio de una balacera, agá-


chate hasta el suelo del vehículo y cubre tu cabeza con dos manos,
si tienes niños dentro del automóvil, tómalos, agárralos bien fuerte y
échate para abajo con ellos... Si estás caminando e igual te toca algún
tiroteo, no salgas corriendo ya que te pueden confundir, mejor tírate
al piso y cubre tu cabeza con las dos manos. 

6. Se inteligente. El narcotráfico también es dueño de los negocios


sucios, como la piratería. Deja de comprar piratería, si no te alcan-
za el dinero para comprarte un CD original entonces ve a un café
Internet y bájate tu música, pero no compres cds. piratas ya que al
comprarlo apoyas la economía de estos individuos.

Salvador Salazar Gutiérrez � Martha Mónica Curiel García


 
7. Se reservado. Cierra la boca en lugares públicos y no hables
“de que la delincuencia te tiene hasta la madre!”… o de que “sa-
bes donde están los zetas”… de que “quieres hacer algo por parar
la delincuencia”… no amigos… ya no sabes a quien tienes al lado
de ti en el restaurante, en la misa, en el parque… mejor resérva-
106 te tus comentarios y deja que las “Autoridades” hagan su trabajo.

8. Se prevenido. Si tienes hijos que aun no son mayores de edad y


les encanta salir, es tiempo de prohibirles las salidas después de cierta
hora, a la mafia le encanta operar en la noche, te darán saltos, brin-
cos y gritos. Pero todo es por un bien.

9. Se desconfiado. Ya no sabemos a quién tenemos de vecinos, quie-


nes nos sacan plática o quienes son nuestros clientes, etc. Mejor trata
de no socializar por el momento con personas que no conoces, no
sabemos cuáles son sus intenciones.

10. Se sutil. Publicar tus fotos en el Facebook, Hi5, Myspaces… es


divertido, pero trata de no publicar tus fotos de tu último viaje a Eu-
ropa, o tu suerte de haber ido a apoyar a los mexicanos en las olim-
piadas en China, o del carro convertible que te compraste… Hasta
en el Internet investigan los dueños de lo ajeno y ahí se van dando
cuenta cómo te va a ti… o a tu familia. Es una vergüenza tener que
estar dando estos avisos, parece como si hubiéramos perdido nuestra
libertad, pero así es.... No dudes en reenviarlo y hacerle conciencia a
alguien más, los tiempos han cambiado, si las autoridades no hacen
nada, nosotros tendremos que empezar por esto. Que Dios nos ben-
diga y proteja.

2.2.1.2 Correo dos (copiado textualmente)


Titulado.- Para que estén enterados y por si acaso!!!!
Comenzó a circular un correo por la red en el que se alerta que este
fin de semana podría ser uno de los más sangrientos en la historia
de Ciudad Juárez. Se les pide que si no tienen alguna urgencia para

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salir, se queden en sus casas y tengan cuidado de no acercarse a
ventanas o salir fuera de éstas. Habrá balaceras en las principales
avenidas de la ciudad, en la Triunfo de la República, Tecnológico,
Las torres, Ejército Nacional, y en varios parques públicos de la ciu-
dad como el Parque Central y el Borunda. Si salen a la calle y ven
un vehículo lujoso con vidrios polarizados, no se acerquen y den la
vuelta de regreso a su casa. La orden de los sicarios es tirar a matar 107
a quien se atraviese en su camino. Tengamos Fe en que sólo es algo
que no sucederá, pero lo mejor es ser precavidos para no perder lo
más preciado que tenemos: la vida…
Que Dios nos proteja!!!!!

Estos dos ejemplos muestran características en común que sobresalen al


resto de los mensajes que circulan, en primer lugar se colocan en relación
a una posibilidad latente que exige estar alertas; en segundo, no se clarifica
quién es el iniciador real del mensaje, sino que se destacan sus cualidades de
“reenvío”; en tercero, en la gran mayoría se termina con alguna referencia
religiosa que por lo general se trata de afirmaciones como “Dios los proteja”
o “estén alertas y oren”. En ambos se enfatiza la figura que se relaciona con la
amenaza latente, en el caso del primer correo se hace referencia a “los zetas”,
e inclusive a cualquier desconocido del que hay que desconfiar; sobresale que
en el caso del segundo ejemplo, se ubican lugares —calles o avenidas— en
donde habría algún evento violento. En general, ambos se refieren en sus in-
tenciones de circulación del mensaje a la víctima potencial, que es todo aquel
que tenga acceso a la llamada de alerta. Su anonimato se convierte en la
principal característica de veracidad que se le atribuye por parte de quien lo
lee. En este sentido, cumple con la función de alertar ante toda la descripción
que en su cotidianeidad sospechosa —calles, parques, avenidas, cines, restau-
rantes, vecino, etc.— constituyen las amenazas latentes de las que se tiene que
prevenir acuartelándose, lo más rápido posible, en el encierro de los bastiones
fortificados de una socialidad de resguardo.
Como podemos observar en los tres ejemplos, se circunscriben ejes en
común que muestran el peso que en los últimos años presenta §una paralega-
lidad clandestina:

Salvador Salazar Gutiérrez � Martha Mónica Curiel García


• La violencia es el recurso recurrente que se coloca como dominan-
te, y los miedos —a perder la vida, a ser amenazado, a ser expuesto
en la vulnerabilidad, e inclusive a ser negado en una incompetencia
policial, etc.—, forman sus principales promotores. Éstos permiten
observar cómo la exaltación amenazante, en el caso del video “ren-
dición de cuentas” y de la estrategia de publicitar la detención, y la
108 desprotección a la que se enfrenta el habitante de la ciudad cons-
tituyen el marco visual desde el que los individuos presencian una
condición de vulnerabilidad que los lleva a resguardarse en zonas
de contención cada vez más fortificadas.
• La violencia, expresada desde la lógica de la paralegalidad clan-
destina, a diferencia de la violencia legítima de la institucionalidad
cínica, no tiene por objetivo ser instrumento, sino convertirse en un
lenguaje de impacto que busca afirmar, penetrar, los símbolos de su
dominio y presencia.
• Su aparición implica una territorialidad de violencia y miedos.
Como vemos en el caso de los correos principalmente, delimitar un
territorio específico de dominio y control es una de las principales
maniobras que busca favorecer la paralegalidad clandestina a par-
tir de posicionarse y mostrarse en escenarios reales desde los cuales
muestran su poder y control frente a la institucionalidad cínica.
• Colocan al individuo en condición de víctima, quien debe resguar-
darse en los lugares más íntimos para lograr escabullirse o dismi-
nuir su condición de vulnerabilidad frente a una amenaza latente
que le acecha.

El dominio mediático de la que esta paralegalidad clandestina se apo-


dera en los últimos años, muestra cómo las retóricas de la violencia se han
colocado como los marcos interpretativos dominantes, favorecidos por
nuevos códigos de representación que revelan una ruptura con los aso-
ciados a la institucionalidad tradicional. En gran medida, estamos fren-
te al surgimiento y dominio de una paralegalidad mediática que deja ver
las fracturas y precariedades de una socialidad de resguardo, valiéndose
principalmente de la exaltación del evento violento como muestra de un
poder de aniquilamiento. Éste deja en la total indefensión al habitante de

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la ciudad fronteriza, que termina por asumir una condición de precariedad
que sólo puede ser enfrentada en el resguardo de la pasividad y el uso de
instrumentos de protección que encuentran en los rezos.

3. La producción mediática de la fatalidad


Ante este panorama de dominio de la fatalidad, en el que el campo me-
109
diático se coloca como espacio fundamental, habría que preguntarnos
por las implicaciones político-culturales que generan y favorecen. Como
argumento central a lo largo del trabajo, la producción mediática de la
fatalidad, desde el escenario cada vez menos presente de la institucionali-
dad cínica al cada vez más dominante de la paralegalidad clandestina, no
puede reducirse a una interpretación exclusiva del discurso mediático, sino
que adquiere sentido y peso como eje de análisis, en relación a la coloni-
zación de la fatalidad y sus dos procesos clave: la interpelación ideológica
que encuentra en el discurso mediático un recurso medular, y la socialidad
del resguardo favorecida por un atrincheramiento de las subjetividades que
encuentran en la pasividad frente a la “ventana” televisiva, la posibilidad
lejana del acontecimiento violento.
En este sentido, habría que formular las preguntas: ¿qué sucede con el
habitante de la ciudad al enfrentarse a panoramas de alarmismo propios de
un campo mediático dominado por la colonización de la fatalidad? ¿Qué exi-
gen pensar nuestros panoramas actuales, fuertemente irrumpidos por mani-
festaciones y prácticas de violencia, que nos traslade a replantear la relación
comunicación-cultura como clave para restituir sentido y proyecto en nuestras
sociedades contemporáneas?
En el campo mediático ha sido un bastión fundamental de la colonización
de la fatalidad, en la que el Estado penal y sus cómplices, así como los agentes
de la paralegalidad clandestina —entre los que se encuentra el narco y el “cri-
men organizado”— han encontrado un recurso de visibilización importante.
A partir de qué estrategias se pueden replantear proyectos colectivos que en-
frenten a la socialidad de resguardo en la búsqueda de favorecer una sociali-
dad de reconocimiento y con ello aminorar el peso dominante de la fatalidad.
Jesús Martín Barbero nos recuerda que, en sus inicios, la política fue dramati-
zación de lo público; es aquí donde el espacio discursivo del campo mediático

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adquiere un peso relevante por constituirse en el escenario de dramatización
más pertinente en la búsqueda de aminorar el dominio discursivo de la fata-
lidad: “sólo hay ciudadanías al hacerse actuantes, y las nuevas figuras de esa
actuación tienen que ver con estrategias de empoderamiento ejercidas en y
desde el ámbito de la cultura y la comunicación” (Martín Barbero, 2008).
Como podemos observar, la construcción de la relación víctima-victimario
110 ha sido una constante en la lógica de ambos trayectos mediáticos, tanto el de
la institucionalidad cínica como el de la paralegalidad clandestina, plasmando
un discurso polarizante que termina por reducir su retórica a una disputa de
bandos. Para la discursividad mediática, la víctima es el gran actor del drama
de fatalidad que, en su condición de vulnerabilidad se sostiene en una cada
vez más endeble relación con ese otro, quien se ha convertido en la principal
amenaza de la que hay que separarse al ser colocado en el marco mediático
como sospechoso en quien no se puede confiar.
La práctica que dramatiza el evento violento es un acto que politiza la
realidad. Visualiza panoramas actuales en los que la violencia, miedos, incerti-
dumbres, horrores, fanatismos, parecen colocarse como los anclajes dominan-
tes de una cotidianeidad cada vez más reducida a la relación de espectador.
Ante este panorama desesperanzador, la comunicación deja de ser una función
de transmisión y se convierte en eje de constitución y restitución política del
sujeto. Desenmascarar la perversidad discursiva de un campo mediático do-
minado por la retórica de la fatalidad constituye una labor fundamental de la
postura crítica. Reconstruir nuevos códigos interpretativos y favorecer, a partir
de la relación comunicación-cultura, nuevas lógicas ciudadanas que restituyan
escenarios que permitan separarse de la pasividad cómplice de una discursi-
vidad mediática de la fatalidad, trasladando hacia otros canales —rompiendo
con la quietud propia de la perspectiva pasiva del espectador— que favorezcan
proyectos ciudadanos propios de una socialidad de reconocimiento.
En los capítulos anteriores se expusieron los conceptos de instituciona-
lidad cínica y la paralegalidad clandestina, que se ubican como los grandes
promotores de la interpelación ideológica que favorece la colonización de la
fatalidad. A partir del análisis de tres campos —el político-empresarial, el me-
diático, y el de la paralegalidad clandestina—, observamos cómo la fatalidad
permea hasta los rincones más cotidianos e íntimos del habitante de la ciudad
fronteriza. A continuación observemos desde la perspectiva del habitante y

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sus prácticas-representaciones, cómo se coloca, vive, enfrenta y desplaza, en
relación a esta densa nube de la fatalidad. Y cómo, desde sus propias estra-
tegias, se construyen intersubjetividades que favorecen procesos propios de la
socialidad de resguardo.
Como enfatizamos en el primer capítulo, hablar de ideología es trasladar
la perspectiva a las prácticas e interacciones que favorecen la colonización
de la fatalidad. Comprender cómo se construyen los rituales-mitificaciones 111
expresados en acciones que denotan marcas o señales de una indefensión,
nos lleva a articular ambos procesos, el de la interpelación ideológica y la
socialidad de resguardo, como las columnas vertebrales de la colonización de
la fatalidad.

Salvador Salazar Gutiérrez � Martha Mónica Curiel García


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Capítulo IV

113
Etnografía de la fatalidad:
paisajes de la violencia
sistémica y sus miedos
en la ciudad fronteriza

Salvador Salazar Gutiérrez � Martha Mónica Curiel García


El siguiente capítulo forma parte del trabajo etnográfico que se realizó
durante varios meses en Ciudad Juárez, a partir de la experiencia, con varios
actores, de sus prácticas-representaciones, sobre cómo viven sus dinámicas
cotidianas dentro de un contexto dominado por la irrupción de una violencia
sistémica y sus miedos favoreciendo una colonización de la fatalidad.
A partir de diversas entrevistas con jóvenes universitarios y trabajadores
114 de maquila,51 y acompañándolos constantemente a sus lugares de trabajo o
estudio, en sus desplazamientos de su hogar a la universidad o a la maquila, en
sus momentos cada vez más limitados de ocio o distracción, inclusive en aque-
llos a los que se tuvieron que enfrentar a algún evento en el que la violencia
era su característica central,52 con el trabajo de campo se descubrió cómo el
51 En el nivel de las prácticas discursivas, que no se reduce a actos concretos genera-
dos por diversos actores, sino que se relaciona con las narrativas, aquellos relatos
desde los cuales una subjetividad devela no sólo sus procesos de adscripción, sino
de resistencia e invención, quedan inscritas las marcas y las huellas de lo social, y
en específico de cómo los diversos actores del entramado de la ciudad fronteriza se
ubican, asumen, enfrentan e interiorizan la relación violencia-miedos en el escena-
rio de la irrupción de la violencia sistémica.
52 Dos episodios marcaron lo que el habitante de la ciudad fronteriza, cada vez con
mayor presencia y cotidianeidad, experimenta o vive algún evento en el que la
violencia se hace presente. En una ocasión nos desplazábamos junto con dos es-
tudiantes universitarios a sus hogares cuando al hacer alto el camión, junto a una
camioneta que le tocó pararse a un costado, se emparejó otro vehículo, y bajándose
dos individuos comenzaron a rafaguear con armas de alto calibre (conocidas como
“cuerno de chivo”) a los que viajaban en la camioneta. El momento de descarga,
por los homicidas, fue entre dos y tres minutos, y posterior a ello, quienes íbamos
en el camión nos tiramos al suelo sin saber lo que acontecía fuera sólo escuchando
las armas detonar. Poco a poco nos fuimos levantando y lo único que se observaba
era la camioneta llena de impactos de bala y un cuerpo, al parecer era de un varón,
lleno de sangre, que continuaba convulsionándose. El chofer del camión continuó
su camino, varios de los pasajeros, incluyendo una de las estudiantes, comenzaron
a llorar de nervios, y más adelante, a unas cuadras, decidimos bajar del camión y
esperar a que pasara, en los tres, el impacto del momento. El segundo evento fue
al llegar a la casa de un estudiante de la universidad, quien nos había invitado a
comer con su familia. Al momento de arribar a su casa, fue recibido por una de
sus hermanas menores, que estaba llorando, para avisarle que un hermano mayor
había sido encontrado muerto en un terreno baldío en una colonia de la periferia.
Al parecer el hermano del joven universitario era contador, salió temprano a su
trabajo cuando fue asaltado con mano armada para robar su vehículo, lo que oca-
sionó, en el intento por huir, que quien lo asaltara le disparara en varias ocasiones

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habitante de la ciudad fronteriza se enfrenta cotidianamente a acontecimien-
tos en los que la fatalidad es su marca dominante.
En los próximos apartados, siguiendo tanto la matriz que referimos en
el primer capítulo de la violencia sistémica y los miedos —actores, territo-
rialidad, dispositivos y dramatización—, analizaremos cómo se construyen,
desde las estrategias discursivas, las prácticas-representaciones de la fatalidad
en jóvenes universitarios y/o trabajadores de maquila. Aquí retomaremos 115
nuevamente el concepto de Zonas de Contención, los nuevos lugares que, a par-
tir de procesos de exclusión (cultural-comunicativa) y segregación (territorial),
favorecidos por la colonización de la fatalidad y sus referentes: violencia sisté-
mica y miedos, se vienen presentando en el escenario de la ciudad fronteriza
del norte de México.
Analizaremos cómo se produce y reproduce, desde el nivel de las estrate-
gias discursivas, la promoción de zonas de contención que se ven favorecidas
por una socialidad de resguardo a partir de tres categorías fundamentales:
estigma, restricción y encasillamiento institucional.
Por estigma nos referimos a aquellas percepciones de la otredad a partir de
características-propiedades que definen prácticas de diferenciación que con-
sideran a ese otro como alguien “no apreciable” o “no deseable” (Goffman,
1970). Que se presentan en nuestras ciudades contemporáneas con gran fuer-
za, al evidenciar relaciones en las que “el otro” se convierte en amenaza laten-
te. Por restricción nos referimos a las múltiples prácticas de encierro, resguardo,
protección, que ejemplifican imaginarios instaurados a partir de tácticas que
limitan no sólo desplazamientos en la ciudad, sino diferencia y separación
físico-territorial ante esa otredad amenazante. Por último, llamamos encasilla-
miento institucional a las estrategias institucionales que buscan controlar, ordenar,
“volver seguro”, a partir de prácticas de clasificación y operatividad de res-
guardo o dominio, favorecidas por la implementación de estrategias como el
Operativo Conjunto Chihuahua-Juárez o “Todos somos Juárez”, que se cons-
tituyen como programas de una institucionalidad sostenida en el uso de la
fuerza policial-militar como estrategia eficiente de instauración de seguridad.
Valiéndonos de la estrategia narrativa que metaforiza el evento para otor-
gar pertinencia analítica, hablamos de Paisajes de fatalidad, horizontes de reclusión,
—en las investigaciones no se aclaró porqué el cuerpo fue encontrado en un lugar
retirado del camino que recorría de su casa a su trabajo.

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señalización de “chivos expiatorios, y episodios de barbarie, como tópicos metafóricos
que permiten trasladar de una aproximación descriptiva a un momento de
reflexión interpretativa, plasmada en un argumento que busca desmenuzar
las propiedades del evento que ejemplifican los procesos de exclusión-segre-
gación favorecidos por una socialidad de resguardo propia de la colonización
de la fatalidad.
116
1. Paisajes de fatalidad(es)
Un día ordinario en la convulsionada ciudad, en una escuela primaria ubi-
cada en una colonia del centro de la ciudad, a media mañana, mientras
los niños se encuentran jugando en el momento del recreo, un repentino
y drástico sonido, que estruja a los docentes y alumnos, enmudece en se-
gundos seguido de una exaltación de pavor. Correr de niños y profesores
resguardándose de disparos que no son ubicados, el estruendo de las armas
confunde al centro educativo y en unos momentos se convierte en un lugar
de gritos, espantos y cólera. Unos minutos antes, al inicio del descanso, un
grupo de hombres armados llegaron en varias camionetas y en el muro
posterior de la escuela primaria, como si fuera parte de un paredón, ejecu-
taron a siete jóvenes con armas de alto calibre. Después de varios minutos,
y la llegada de militares y agentes federales a la zona, favorecido por la
práctica recurrente de noticieros “en línea” que cortan la transmisión de
algún programa para dar notas de “último minuto”, como si se tratase de
un despertar de pánico masivo, inicia un ir y venir de padres de familia que
solicitan entre gritos y jaloneos la entrada a la institución con el fin de poner
a salvo a sus hijos. Varios profesores y directivos de la institución, de manera
improvisada, realizaron una junta informativa que se redujo a manifestar el
desconocimiento de lo acontecido, a la solicitud de retirarse rápidamente
y a la suspensión de labores hasta nuevo aviso. Al siguiente día, a través de
diversos medios, autoridades del plantel hicieron llegar un breve escrito a
padres de familia que manifestaba lo siguiente:

A padres de familia
Debido a los acontecimientos del día de ayer, que desconocemos y
simplemente al igual que ustedes estamos sorprendidos, las autorida-
des del plantel respaldados por las Autoridades de la Secretaría de

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117

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Seguridad Pública, hemos decidido suspender toda actividad hasta
nuevo aviso. Sabemos que esta medida genera problemas por sus
compromisos personales y/o laborales, pero consideramos que ante
lo acontecido no es posible continuar con nuestras actividades porque
implica un serio peligro tanto a los alumnos como a quienes labora-
mos en nuestra institución
118 Atentamente
La Dirección
[Sic]

El escrito se convirtió en el principal instrumento de comunicación de


“alarma” ante una amenaza latente generada por un evento violento. Si bien
este fue un caso que trascendió por las características del escenario —escuela
primaria, la hora del receso, en el transcurso de la mañana, en una colonia del
centro de la ciudad—, el uso de diversos medios con la finalidad de expresar
“alarma” a habitantes de la ciudad ha estado presente en otras ocasiones.53
El llamado “de alarma” se ha convertido en una de las prácticas recurrente
en diversos escenarios de la ciudad, principalmente en aquellos que se carac-
terizan por concentrar población en horas específicas y que ubican “lugares
de impacto” altamente efectivos en estrategias de permear temores entre una
población avasallada por la violencia y los miedos cotidianos.
El panorama dominado por el peso de una violencia sistémica y sus mie-
dos que ha estado presente en la ciudad fronteriza, evidencia la puesta en
marcha de tácticas de resguardo propias de zonas de contención, desde las
cuales el habitante busca protegerse de aquello que lo amenaza. La genera-
ción de refugios esperanzadores que buscan principalmente colocar en figuras
de adoración —que van desde el uso de amuletos hasta la elaboración de
santuarios— alertas posibles para enfrentar la amenaza latente y, con ello, es-
cabullirse. Eventos en los que una situación de desastre conquista los espacios
más íntimos y cotidianos del habitante, dramatiza una precariedad asumida

53 En el capítulo 3 hicimos referencia al uso del Internet a partir de correos electró-


nicos en los que se hacían “llamados de alerta” a los habitantes de la ciudad en
relación a posibles o supuestos eventos violentos que se llevarían a cabo en diversos
lugares.

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por éste en la que la calamidad es la opción última ante la que se debe resig-
nar. Vemos los siguientes fragmentos de entrevistas:

La ciudad ya se jodió, está jodida… Ya no es como antes, ya nadie puede


salir a la calle porque te cuetean o te chingan; pasan y, uno sin deberla
o temerla, te disparan… Una vez me tocó ver cómo le disparaban a
uno del barrio y ya no pasamos por ahí. El chavo corrió y gritaba que le 119
abrieran en las casas para meterse y salvarse, pero nadie abrió, lo alcan-
zaron y, en la calle, a unos metros de mi casa, lo mataron… Ya no salgo
de mi casa en la tarde o noche… Si alguien toca a la puerta, prefiero no
abrir, no sean los soldados, federales, o los que andan matando gente
nomás por matar en la calle… (Joven operario de maquila).
Entraron a mi casa a robar… No sólo nos robaron nuestras pertenencias,
nos robaron nuestra calma, nuestra tranquilidad, nos atemorizaron…
Ahora andamos con bastante precaución, más alertas, no confiamos ni
en el vecino, porque tiene poco de haber llegado y preferimos no entablar
comunicación ni con su familia, es feo porque no nos ha hecho nada,
pero uno nunca sabe y más cuando te han quitado la tranquilidad y la
seguridad… (Estudiante universitaria).
Me quitaron la ilusión de que a mí no me podría pasar ese tipo de cosas.
Yo ahora salgo con miedo de la casa, me da mucho miedo, me da mucho
miedo salir de mi casa y no regresar… Lo único que puedo decir es que
no hay nada que nos asegure que no nos va a pasar nada. Hay que preve-
nir, hay que mantener un perfil bajo… Debemos fijarnos bien con quién
convivimos día a día, a quién saludamos. Debemos limitarnos socialmen-
te… (Estudiante universitaria).

La “ciudad jodida”, término coloquial que hace referencia a aquello


que se ha perdido y que se encuentra en situación de desgracia o catástrofe,
ejemplifica una fatalidad asumida por el habitante de la ciudad. La calle, ese
lugar que no sólo es tránsito o desplazamiento, sino que también se asocia-
ba tradicionalmente a prácticas de encuentro, es el escenario que representa
un “campo de batalla” —no perder de vista que casi la totalidad de los ho-
micidios en el periodo de los últimos años se han llevado a cabo en diversas
calles— del cual hay que resguardarse en la casa que constituye el último

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refugio posible. Veremos más adelante que el incremento de fraccionamientos
cerrados —con vigilancia, muros perimetrales, cámaras de seguridad, etc.—,
no sólo obedece a una estrategia económico-urbana de vivienda, sino que en
el fondo, la carga simbólico-social de la fatalidad precipita el asumir por el
habitante de la ciudad que el único resguardo que queda es el de una segu-
ridad atrincherada que ofrece estos lugares. Estar alerta y en sospecha constante
120 son los dos dispositivos que la fatalidad ha potencializado en una subjetividad
atrincherada, al favorecer tácticas de resguardo que se sostienen en la resigna-
ción de una calamidad como el lugar desde el cual el individuo se convierte
en víctima.
No sólo las figuras “calle” o “casa” muestran los espacios desde los cuales
se observan tácticas de resguardo por el habitante de la ciudad fronteriza. En
gran medida uno de los pilares que permiten observar a la “fatalidad” como
imaginario dominante en el escenario urbano es el de marcar la amenaza la-
tente, y que encuentra en la figura “vecino” —que denota a aquel con el que
cotidianamente se comparte un escenario—, uno de los de quien hay que
desconfiar. El enunciado “no nos ha hecho nada, pero uno nunca sabe”, o
“hay que prevenir, hay que mantener un perfil bajo… debemos fijarnos bien
con quién convivimos día a día, a quién saludamos, debemos limitarnos so-
cialmente”, refieren a una amenaza latente que encuentra en el vecino, en ese
otro que constituye un referente de intimidación o de percepción de un posible
acto que transgreda o enfrente una incipiente seguridad resguardada.
Ahora bien, si estos lugares y tácticas de resguardo permiten colocar fi-
guras en las que se plasman estrategias frente a la marejada amenazante que
constituye vivir o habitar el escenario urbano, ¿a partir de qué o quiénes se
da forma a enclaves “esperanzadores” que permitan al habitante de la ciudad
fronteriza enfrentar la amenaza latente? Veamos los siguientes fragmentos:

Yo soy católica, creo en Dios, y creo que lo único que me queda es enco-
mendarme todos los días a él… No hay quien nos pueda ayudar o salvar
de no caer muertos en la calle, sólo Dios y la Virgencita… Soy creyente, y si
los que están asesinando en la calle, o los soldados y los policías, creyeran en
Dios y en la Virgen, la ciudad sería otra (Joven operaria de maquiladora).
A mi hermano lo mataron unos días después de que salió del penal, es-
taba preso por vender droga, pero creo que lo mataron los de su propio

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grupo para que no los delatara… Después de su muerte, mi familia y yo
nos volvimos cristianos y ahora estamos en los caminos de Dios, creo que
su muerte fue una semilla para que volviéramos al encuentro con Cristo,
él es la única salvación a la violencia de esta ciudad… Si no me hubiera
acercado a Dios, a lo mejor yo andaría en las calles, de drogadicto o loco,
igual que mi carnal (Joven operario de maquiladora).
121
“Ser católica”, “ser cristiano”, “creer en Dios”, “encontrarse con Cristo”,
son ejemplos de refugios esperanzadores que trasladan a dispositivos mágico-
religiosos recursos de resguardo ante la amenaza que implica ser habitante,
joven, mujer o varón, trabajador, estudiante, etc. Si bien la creencia esperan-
zadora de certidumbre que se coloca en lo divino no es una práctica que se
limita al contexto actual, sino que ha estado presente a lo largo de la historia
de la humanidad, ya que el miedo desempeña un papel muy importante en
los ritos y en las prácticas religiosas de todos los tiempos y pueblos, basados
en una eficaz catarsis emocional y corporal que facilita la liberación de la an-
gustia a partir de crear una fuerza extra mundana que conjure estos males.
En el escenario de la fatalidad cobra importancia la presencia de estas
figuras que surgen como movimiento tumultuoso y encuentran en el dominio
de la incertidumbre y la fatalidad uno de sus grandes cauces de reafirmación.
En la infinidad de maneras imaginarias colectivas en que un determinado
grupo enfrenta y construye las representaciones y significaciones del miedo, el
peso de la protección mágico-religiosa revela un recurso generalizado que da
cauce a una angustia avasallante que busca “dar cara” a la amenaza latente
de la fatalidad. La apremiante necesidad de edificar figuras de resguardo en-
cuentra en sus características el potencial que sostiene una condición terrenal
de desamparo.
Enunciaciones como “No hay quien nos pueda ayudar o salvar de no caer
muertos en la calle, sólo Dios y la virgencita” o “Él [Cristo] es la única salva-
ción a la violencia de esta ciudad” parten de colocar las figuras Dios, Virgencita,
Cristo, salvación como referentes últimos de resguardo ante una incertidumbre
asociada con la crisis de toda aquella institucionalidad mundana —estatal,
familiar, e incluso religiosa—, catapultando imaginarios de “salvación divina”
que ante representaciones de calamidad, infortunio y desgracia, constituyen

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detonantes desde los cuales diversos sectores de población han trasladado sus
mapas comprensivos de la violencia sistémica.
Relatos como los presentados en los fragmentos anteriores se entrecruzan
con una serie de dramatizaciones favorecidas por actores de enclaves religiosos
—sacerdotes, pastores cristianos— que abonan al terreno fértil de la fatali-
dad asociando eventos relacionados a la violencia sistémica a “mensajes” de
122 una hecatombe terrenal.54 La práctica constante que se presenta en los últi-
mos años de agrupar, según el credo y la pertenencia institucional —católi-
co, cristiano, mormón, etc.—, en diversos lugares de la ciudad, a multitudes
de individuos que ante el llamado de la institucionalidad religiosa participan
en eventos en los que el eje común es llevar a cabo ritualidades en las que
se improvisan “santuarios” y a partir de rezos, oraciones y cánticos, se hace
referencia constante a solicitar “paz” a la ciudad. Llama la atención que en
algunas de éstas, los ministros de culto o integrantes de las diversas iglesias que
participaban en la organización, hacían referencia a “orar” por todos aquellos
que no eran partícipes del evento y que, por lo tanto, no formaban parte de la
escenificación “esperanzadora” propiciada por el ritual de resguardo.
Si bien en los párrafos anteriores se ejemplifican narrativas generadas
desde individuos que comparten como característica en común colocar en el
recurso “divino” un último reducto posible de resguardo, a continuación ve-
remos que no sólo el escenario mágico-religioso es un referente esperanzador
a la precariedad asumida por una subjetividad atrincherada.
En los capítulos anteriores, analizamos la importancia en el contexto de la
fatalidad, del proyecto de securitización de la “mano dura” del Estado penal.
Ubicamos estrategias como el Plan Mérida y el Operativo Conjunto Chihua-
hua-Juárez, desde las cuales se busca instituir un recurso de legitimidad por
parte del Estado penal sostenido en el uso de la fuerza como último reducto
de seguridad posible. El Ejército y la policía constituyen dos figuras centrales
54 No hay que perder de vista el incremento de lugares y agrupaciones religiosas
—templos formales, o espacios de congregación improvisados en edificios cuya
función era más de lugares de oficinas o servicios—, que se han presentado en
Ciudad Juárez. Según datos de un estudio realizado por académicos del Instituto
de Ciencias Sociales y Administración (ICSA) de la Universidad Autónoma de
Ciudad Juárez, en los últimos 15 años se han triplicado las asociaciones religiosas,
y el número de sus integrantes, colocándose principalmente en los nuevos enclaves
urbanos marginales de la periferia urbana (Rojas, 2009).

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123

que han generado fracturas en las trincheras “de opinión”, en relación a la


presencia de este aparato policial-militar en el escenario de la ciudad fronteri-
za del norte de México:

La llegada del ejército y de los federales nos hace ver que estamos en un
punto que ya no se puede más en la ciudad… Nos hace ver la realidad de
la situación en la que estamos… Son medidas extremas, pero necesarias, y
espero que sí puedan realizar algo… No creo que puedan erradicar todo,
pero generar que la gente se sienta segura, protegida (Joven universitario).

Ante la crisis institucional que se hace visible en la relación violencia sisté-


mica-miedos, uno de los debates centrales ha sido la participación de fuerzas
federales —Ejército y Policía federal— en las actividades de vigilancia, de-

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tención, e inclusive desaparición forzada. A partir de la implementación del
OCCH en marzo de 2008, la ciudad se ha convertido en un cuartel improvi-
sado en el que cotidianamente se observan retenes y circulación de convoyes
militares y policiacos, lo que ha favorecido posturas altamente polarizadas en
relación a la participación efectiva de éstos en el escenario de una convulsio-
nada ciudad. El fragmento anterior permite colocar el eje seguridad-resguar-
124 do como el principal referente que ha caracterizado al discurso institucional y
que, como vimos en el capítulo anterior, ha encontrado en los medios el gran
promotor de estas estrategias de securitización.
Para finalizar este apartado, no podría comprenderse el dominio de la fa-
talidad en una ciudad, sin la relación idealizada del “otro lado”, haciendo re-
ferencia a las ciudades fronterizas de los Estados Unidos, como lugares seguros
propios de las zonas de contención. La relación que se establece entre Ciudad
Juárez y El Paso, Texas, más allá del intercambio cotidiano que han favoreci-
do sus habitantes, encuentra una lógica de antagonismo idealizado —y ade-
más empíricamente verificable— entre una ciudad altamente segura, El Paso
—que ha sido considerada en los últimos años entre las dos más seguras de to-
dos los Estados Unidos—, y otra abatida por una violencia sistémica, Ciudad
Juárez. Algunos datos periodísticos muestran que cerca de tres mil familias
—principalmente de ingresos altos, empresarios y profesionistas— abando-
naron su residencia en Juárez para trasladarse a vivir a la ciudad de El Paso,
al considerar que el cambio les permitiría acceder a una estabilidad en su
seguridad personal y familiar que Ciudad Juárez no favorece.55 Más allá de las
diferencias estructurales no sólo en relación a seguridad, lo que nos interesa es
la representación del límite entre una ciudad considerada “altamente segura
y resguardada” —miles de efectivos del ejército norteamericano llegaron a
partir de los primeros meses de 2010 a Fort Bliss, que agrupa al contingente
del ejército más importante de su frontera con México—, y otra que agoniza
sucumbida por la vorágine de una violencia sistémica.
55 El impacto de la llegada de habitantes juarenses a El Paso amerita un estudio
posterior por el impacto, no sólo económico-comercial (con el incremento masivo
de empresas —principalmente de servicios como restaurantes— que favorecieron
a una economía paseña, estancada ante la crisis económica que se presentó en el
2009), sino demográfico y social. Los efectos no se hicieron esperar, las autoridades
del condado de esta ciudad fronteriza de los Estados Unidos endurecieron estrate-
gias de otorgamiento de permisos temporales para residencia.

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Ya no salimos a pasear al parque, ni al cine, estamos encerrados en el
domicilio con mucho temor… Mi señora ya se quiere ir a El Paso, o a
otra ciudad de los Estados Unidos, allá nos reciben en su Iglesia (Joven
universitario)
Nos fuimos a vivir a El Paso el año pasado, después del intento de secues-
tro de mi papá… A mí no me agrada vivir allá porque tengo todos mis
amigos y mi vida en Juárez, pero simplemente al cruzar el puente, me 125
siento completamente segura, y sé que por un momento puedo olvidar
lo que sucede en la ciudad con toda la violencia y las ejecuciones (Joven
universitaria).

Ambas ciudades, una considerada como pilar de la seguridad y orden


y otra como la manifestación de la precariedad y el desastre, constituyen un
argumento primordial en el cinismo de la fatalidad que es favorecido por lla-
mados de resguardo propios de un discurso institucional que encuentra en la
retórica religiosa uno de sus principales promotores.
Otro curso de esta efervescencia de resguardo es el referido al acoso,
práctica que encuentra en la relación violencia-miedos uno de sus principales
promotores, define el acto de persecución al que se han enfrentado miles de
mujeres, en una ciudad abatida por una institucionalidad legal-legítima en
crisis severa, y que encuentra en “la ruta” y en “la calle” escenarios en los que
se dramatiza una perversidad amenazante.

Yo sí vivo con mucho miedo, sobre todo porque soy mujer, porque desgra-
ciadamente es con las mujeres con las que más se abusa: las violaciones
y asesinatos a mujeres jóvenes como yo, continúan… En Ciudad Juárez,
que una sea mujer, pobre y ande en “la Ruta” es probabilidad de que te
violen o asesinen (Joven universitaria).

Más allá de los datos que evidencian un panorama de violencia y veja-


ción hacia las mujeres —principalmente aquellas que por ser jóvenes, pobres,
operarias de maquila—, el paisaje plasma un escenario en el que ser mujer
constituye un tesoro de vejación altamente cotizado en una ciudad sucumbida
al “aquí no pasa nada” .

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Las representaciones de fatalidad vienen acompañadas por estrategias
que buscan no sólo enmascarar la amenaza latente, sino tratar de localizar
aquellos escenarios que logren materializar aspiraciones de resguardo. Esta
idealización del lugar protector —que recuerda la referencia bíblica a Sión
como el bastión de la redención— y la negación del lugar corrupto —que
convertiría a Juárez en una especie de Sodoma o Gomorra—, remite al
126 arduo análisis histórico de los miedos que Deleumeau ubicó en la Europa
del Renacimiento, para comprender cómo el imaginario del “buen com-
portamiento” es resultado de un largo proceso de interpelación ideológica
—principalmente la Iglesia y el inicial Estado monárquico absolutista— que,
para el caso concreto del contexto actual de la fatalidad, encuentra en la ins-
titucionalidad cínica uno de sus principales promotores. La pregunta que a
continuación se presenta, y que desplaza las intenciones del análisis, va en
el sentido de cómo se reproducen en diversos relatos, manifestaciones del
“buen comportamiento” o el “bien actuar”, a partir de relatos que enuncian
representaciones de una crisis de moralidad sostenida desde varias trincheras
institucionalizadas como las iglesias, partidos políticos, agrupaciones empre-
sariales, y organismos civiles. Veamos los siguientes fragmentos:

Hoy nuestra ciudad y el país entero se ahogan en una ola de criminalidad


y drogadicción sin precedente en la historia… De nada sirve el brillante
universo de tecnología y de riqueza acumulada por la humanidad si se
está pudriendo el hombre, de nada sirven las universidades y sus gran-
des conocimientos si el ser humano está perdido en vicios, en la flojera,
en la irresponsabilidad, en la frivolidad, el abuso de placeres… Lo que
debemos cultivar es el espíritu humano, lo que debemos fortalecer es el
carácter del hombre (Joven integrante de la agrupación Rotario).
El problema ahorita es que los jóvenes no tienen miedo, hay una ausencia
de miedo, miedo a la autoridad, a la familia, a la Iglesia, ya ni se diga a
Dios… Todo el sistema de percepción está trastornado, no tenemos mie-
do, no hay miedo ¿cuál miedo? Hay una distorsión de la realidad tremen-
da… Todas las señoritas salen del antro, zonas de tolerancia: desorden…
No existe la ley… Juárez no duerme… Estamos frente a un trastorno de

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percepción […] generado por la impunidad, por una cultura de la ilega-
lidad (Sacerdote católico).

Ambos fragmentos parecerían formar parte de algún tratado decimonó-


nico del “buen actuar”, que en el contexto actual de principios del siglo XXI,
carecerían de fundamento o fácilmente serían desechados por una asimila-
ción colectiva que habría superado estos relatos de un moralismo en crisis. El 127
problema es que estas manifestaciones ejemplifican una irrupción de respues-
tas instituidas en aproximaciones doctrinarias, principalmente religiosas, que
cada vez permean y se apoderan de imaginarios reproducidos en el habitante
cotidiano de la ciudad fronteriza, asumiendo que efectivamente lo que se pre-
senta es una “crisis moral” de una ciudad dominada por la violencia sistémica.
Restringir la compleja articulación violencia sistémica-miedos a un problema
de una supuesta “anomia” perceptiva o patología del comportamiento, mues-
tra aproximaciones dominantes que, en las percepciones reduccionistas de
una institucionalidad cínica, han encontrado un rico escenario de reproduc-
ción de prácticas y narrativas de asimilaciones fundamentalistas sostenidas en
imaginarios de decadencia.

2. Horizontes de reclusión
Los procesos de restricción, relacionados a la exclusión y la segregación de
la socialidad de resguardo, nos muestran una ciudad amurallada, no sólo en
la representación que de ésta generan diversos actores que la viven, sino en
la escenificación de prácticas y producción de lugares de encierro que nos
colocan frente a un escenario propio de la fatalidad.56 La cada vez mayor
privatización del espacio público de la ciudad, fortalecido por instrumen-
tos de securitización que constituyen eficientes dispositivos de exclusión,
han provocado el adelgazamiento del lugar de encuentro, convirtiéndola
en una maquinaria punitiva carcelaria (Reguillo, 2006).

56 Varios estudios (Eloy Méndez, 2003, 2004) han trabajado el tema de los fraccio-
namientos cerrados a partir de la sociología urbana en el contexto de las ciudades
fronterizas del norte de México.

Salvador Salazar Gutiérrez � Martha Mónica Curiel García


128

El Diario de Juárez, 21 marzo de 2011

La ciudad amurallada medieval se retoma dado a la fatalidad, promo-


viendo espacios atrincherados desde los cuales el habitante de la ciudad busca
resguardarse ante la amenaza que está fuera de los límites. Transitar por la
calle 16 de Septiembre, principal vía de acceso al centro de la ciudad, es como
si se trasladara uno en el tiempo a un lugar fantasmal, en deterioro por el
abandono que presenta. Edificios en ruinas a causa del paso del tiempo o por
algún siniestro intencional —como incendiar cientos de negocios o viviendas
simplemente por no pagar “la cuota”—, casas en venta o renta, abandonadas
y que forman parte de un lugar frecuentemente utilizado por “chivos expiato-
rios”, que han encontrado en el vandalismo callejero, su principal promotor.
Veamos el siguiente fragmento:

Por miedo no camino… El problema de Juárez es que es una ciudad que


llama al peligro […] sus baldíos, calles sin pavimentar, sin alumbrado pú-
blico… Una gran cantidad de asesinatos han sido en terrenos despoblados
dentro de la propia ciudad… Caminas por la calle para ir de compras o
al trabajo, y se acercan vehículos con hombres que te miran amenazado-
ramente como diciendo “tú te lo estás buscando”… Me sentía acosada y
como si la culpa fuera mía por estar caminado sola por la calle y ser mujer…

CIUDAD ABATIDA � Antropología de la(s) fatalidad(es)


129

La impunidad de los primeros feminicidios permitió que cualquiera crea


que con una mujer puede hacer lo que sea”. (Joven universitaria).

El paisaje urbano expresa una ciudad abatida que sobrevive en el habitar


cotidiano de sectores que, si bien se enfrentan a este panorama desolador,
trasladan perspectivas últimas a un escenario tópico que encuentra en el lugar
amurallado un resguardo deseable.
En una de las principales avenidas de la ciudad, en la que se ubicaron re-
cientemente las nuevas instalaciones del Consulado Americano y que diaria-
mente concentra un tránsito vehicular y peatonal importante, se puede obser-
var un espectacular promocional de una empresa inmobiliaria que pronuncia
este modelo de fraccionamiento cerrado. Destaca la imagen por la elocuencia
de los elementos que la componen que tienen en común publicitar un fraccio-

Salvador Salazar Gutiérrez � Martha Mónica Curiel García


namiento de reciente creación con medidas de seguridad que sobrepasan a la
de una instalación fortificada.
La imagen presenta un guardia de seguridad, con vestimenta de color
azul marino y con utensilios de protección —“macana” policial y radio de
comunicaciones—, junto a un perro Rottweiler en posición erguida, y detrás
de ellos, una caseta de vigilancia con la leyenda “Fraccionamiento exclusivo.
130 Prohibido el paso a toda persona ajena a este lugar” y resguardada por dos
cámaras de video y una reja que no permite el ingreso al lugar en que se ubi-
can las casas. Si bien estos elementos (guardia, perro, caseta, instrumentos de
vigilancia) manifiestan una fuerte carga de resguardo policial, lo que podría
ser considerado el clímax de esta retórica de vigilancia extrema es la frase
en que la inmobiliaria acompaña y centra la estrategia publicitaria: “porque
pensamos en tu seguridad, cuidamos a tus seres queridos”.
El incremento de fraccionamientos cerrados (Enríquez, 2007) en las ciuda-
des fronterizas del norte de México, y en el resto del país, constituyen verdade-
ros escenarios de fortificación que se promueven con una velocidad tal que pa-
reciera ser parte inherente de los nuevos proyectos urbanos.57 Si bien este tipo
de modalidad es importante para nuestro planteamiento porque permite ob-
servar en gran medida los procesos de segregación y exclusión, característicos
de las zonas de contención, quisiéramos destacar las estrategias de improvisación
de resguardo generadas por diversos grupos de colonos en zonas o fracciona-
57 Uno de los problemas a los que se enfrentó la nueva administración municipal, que
tomó posesión a partir de finales de 2010, fue la excesiva autorización por parte
de la administración anterior a vecinos de fraccionamientos de otorgar permisos
eventuales para colocar rejas, casetas de vigilancia, o cualquier otro elemento que
les permitiera restringir el acceso a vehículos. Ahora bien, para un análisis más
profundo al fenómeno urbanístico-social de esta modalidad de fraccionamiento,
el estudio Entre el miedo y la distinción. El estado actual de los fraccionamientos cerrados en las
ciudades fronterizas de Tijuana, Ciudad Juárez y Nogales, permite observar cómo, en estas
ciudades del norte de México, el proceso de urbanización predominante en los
últimos años se basa en conjuntos residenciales provistos de guardia de seguridad,
barda perimetral, vigilancia las 24 horas y restricciones en el acceso, con el objeto
de dotar a los habitantes de estos lugares de seguridad y de distinción social: “bajo
los supuestos de inseguridad y miedo a la violencia en las ciudades fronterizas,
se ha fomentado la construcción de desarrollos habitacionales en la modalidad
de fraccionamientos cerrados, acentuando con ello la fragmentación urbana, y la
segregación social privatizando el espacio público” (Enríquez Acosta, 2007, p.10).

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mientos que no fueron planeados para constituirse en espacios cerrados, pero
que ante la asimilación y reproducción de imaginarios de amenaza latente,
llevan a cabo diversas tácticas con la finalidad de resguardarse del peligro que
implica estar fuera de una muralla, provisional e improvisada. Prácticas como
colocar rejas con alguna persona a quien se le paga una cantidad semanal e
incluso el uso de botes de basura o simplemente grandes rocas que limitan los
accesos, constituyen un ejemplo en la generación no sólo de estas zonas de con- 131
tención, sino en el acento de fatalidad asumidas. Se enfatizan imaginarios de
amurallamiento a partir de estrategias generadas por los operativos militares y
policiales de colocar retenes improvisados en diversos lugares de la ciudad. En
gran medida, el paisaje urbano actual de la ciudad fronteriza remitiría a esos
pasajes reducidos de acceso que son producto de una fortificación que encuen-
tra en las nuevas tecnologías y en el mercado de la seguridad privada los nuevos
bastiones de la socialidad del resguardo.

3. Señalización de chivos expiatorios


Tanto los paisajes de fatalidad como los horizontes de reclusión y los episodios de la
barbarie, que veremos más adelante, ubican a agentes en quienes se entro-
niza la amenaza latente convirtiéndolos en los proveedores de la violencia
sistémica y sus miedos. La psicología social nos ha permitido establecer la
diferencia entre la angustia y los miedos, a partir de que la primera es un te-
mor que carece de referentes concretos o específicos que permitan ubicar-
le. El proceso de estigmatización, dar rostro a los miedos —actores, lugares,
estrategias, imágenes, etc.— establece una táctica central en la búsqueda
de colocarse frente a la amenaza. Hacer visibles los rasgos de la angustia
marcando una identidad de aquel o aquello que se asume como amena-
zante, se convierte en uno de los procesos de la socialidad de resguardo y la
colonización de la fatalidad. Veamos los siguientes fragmentos:

Con todo esto del Chapo y del hijo del Chapo, que se vienen todos a
matar, los sicarios y todo eso, pues se vuelve bien insegura la ciudad… Le
tengo miedo a los drogadictos que andan en la calle, sólo llegan con un
“fierro” y te lo encajan en la espalda para quitarte todas tus cosas y si te
mueres desangrado ni modo… Yo, cuando voy en la calle, en el carro, no

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abro la ventana, menos con los que están en los cruceros pidiendo ayuda,
son puro malandro que te quieren hacer daño (Joven universitario).
El problema de la ciudad es que se está disputando el territorio por dos
bandas delincuenciales, el cártel de Juárez, que históricamente ha estado
presente, y el de Sinaloa, que es dirigido por “El Chapo” Guzmán (Joven
operario de maquiladora).
132
Lo interesante de estos fragmentos es que constituyen referentes de imagi-
narios de fatalidad, en que los rostros otorgados figuran actores amenazantes
externos a las estrategias de seguridad y certidumbre, reacción adquirida o
apropiada para enfrentar a la figura amenazante; estos referentes han logra-
do el estatus de enclaves mitificados. Figuras como “Chapo Guzmán”, “ze-
tas”, “malandro”, “drogadicto”, etc, son reductos que buscan visibilizar y dar
cara a la angustia a partir de marcar a aquél considerado como promotor
de la violencia sistémica. En el capítulo anterior, mencionamos el peso que
adquieren en este proceso de estigmatización los medios de comunicación,
éstos favorecen la penetración de estas marcas al promover discursos propios
de una socialidad de resguardo. Estas siluetas —en tanto figuras difusas, sólo
permiten percibir el contorno de una sombría problemática—, como refe-
rentes comunes y constantes en las narrativas generadas por actores —que
no se reducen al habitante común (joven, universitario, operario de maquila,
ama de casa), sino que incluyen al discurso mediático, político, empresarial y
religioso—, no conforman las únicas figuras clave que colocan máscara a una
angustiante amenaza.
Como veremos a continuación, esta angustia dominante encuentra en fi-
guras como “ejército” y “policía” elementos característicos de la colonización
de la fatalidad propia de una institucionalidad en crisis:

No sé qué esté sucediendo en la ciudad […] todos los días hay muertos,
asesinados en las calles. Tenemos muchos soldados y policías y siguen los
muertos, creo que detrás de los homicidios están los soldados. Qué casua-
lidad que llegan sólo a resguardar el lugar del crimen y nunca detienen [a
nadie]. [Como] lo que pasó con los jóvenes asesinados en Villas de Salvár-
car: resulta que llegaron mucho después […] varios de los presentes mani-
festaron que los que dispararon tenían aspecto de soldados. Yo sí creo que

CIUDAD ABATIDA � Antropología de la(s) fatalidad(es)


133

son ellos los que están haciendo todo esto, como no pueden detener a tanto
malandro, quieren limpiar la ciudad matándolos […] inclusive yo les tengo
más miedo a éstos, porque los narcos te matan y se acabó, te rafaguean,
pero el ejército o los federales te siembran armas o drogas, te detienen,
desaparecen, torturan… (Joven operario de maquiladora).

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Lejos de un análisis de la crisis institucional sobre derechos humanos
que está presente en diversas llamadas de atención al Estado mexicano por
parte de organismos nacionales e internacionales ante los abusos y desapa-
riciones forzadas realizadas por integrantes del Ejército y de los organismos
de seguridad pública; el problema que se puede observar es un traslado a
enmascarar la angustia en aquellas figuras que deberían tener en sus manos
134 la aplicación y resguardo de una institucionalidad de reconocimiento. Las
manifestaciones de desesperanza que muestran los fragmentos anteriores,
como el de aquella persona que coloca directamente el referente “limpiar”,
permiten advertir imaginarios dominantes que han permeado en diversos
sectores sociales desde los cuales los agentes de la angustia y de los miedos,
relacionados con la violencia sistémica, no se reducen a aquellos encasilla-
dos en una ilegalidad o “paralegalidad”, sino mencionan y marcan como
principales promotores de la violencia sistémica a organismos propios del
Estado penal y de una institucionalidad en crisis. Desenmascaran procesos
de encasillamiento institucional que promueven dinámicas de resguardo y
atrincheramiento al habitante de la ciudad. Enmascarar la angustia, dar ros-
tro a quien se ubica como victimario, permite moverse entre aquellas figuras
que destacan por colocarse como los referentes de dominio —tanto en can-
tidad como en profundidad amenazante— en la generación y reproducción
de imaginarios de fatalidad. Figuras como narcotráfico, “Chapo” Guzmán,
Cártel de Juárez, sicario, malandro, ejército, policía, mujer joven, prostituta,
pobre, “ruta”, calle, cubren un collage identitario que en su conjunto cumple
la función de dotar de certidumbre al atrincheramiento propio de la socia-
lidad de resguardo. Funcionan como articuladores de una doble lógica ya
que, al colocarse como amenazantes, también se les otorga cierto grado de
seducción y tentación. Es decir, adquieren un poder de encanto ante la gente
“buena” que se atrinchera en el resguardo de la fatalidad, viéndolos como
monstruos de la oscuridad de quienes hay que escapar, también hay que ubi-
carlos desde detrás del marco vigilante que favorece la zona de contención.
En este sentido, dar cara a la amenaza constituye la estrategia fundamental
de una socialidad de resguardo que encuentra en la institucionalidad cínica
—político, religiosa, empresarial— su principal promotora.

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4. Conclusión
Estos tres panoramas promueven la generación de un acervo de cono-
cimiento —según Schutz— de la fatalidad que reproduce en las prácticas y
representaciones un conglomerado de recursos de sobrevivencia en una sub-
jetividad atrincherada. Ante el acoso constante de la violencia sistémica y sus
miedos, los procesos de significación propios e inherentes a la construcción de
subjetividades desde los cuales se tematiza el “estar en el mundo”, promueven
135
una especie de consenso, de sospecha y angustia hacia aquello que no en-
cuentre una marca o señal amenazante y que lleva al habitante de la ciudad a
refugiarse en elementos como amuletos, murallas, instrumentos de vigilancia
y abastecimiento de pertrechos. La domesticación de la fatalidad, su fetichiza-
ción a partir de la sobreexposición del “crimen organizado”, el dominio de su
habituación, la banalización y espectacularización de la violencia, terminan
por instaurar y legitimar el derecho al miedo y su consecuencia estructural,
que es la desconfianza. El abandono, el cerco, la penumbra, son imágenes de una
ciudad que asume a “la noche y su obscuridad”, promoviendo una urbani-
zación cerrada en la que el boom de la vigilancia privada con espectaculares
dispositivos de seguridad, operan no sólo como resguardo, sino que alienta
marcas de distinción entre aquellos que buscan, en la muralla residencial, di-
ferenciarse de este otro amenazante.

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136

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Capítulo V

137
Acción colectiva y resistencia:
en busca de una socialidad
de reconocimiento
Es necesario un mito movilizador, una imagen de futuro.
Benjamín Arditi

“Porque al final, quienes van a permanecer serán quienes


resistieron; quienes no se vendieron; quienes no se rindieron;
quienes no claudicaron; quienes entendieron que las
soluciones no vienen de arriba, sino que se construyen de abajo;
quienes no apostaron ni apuestan a las ilusiones que vende
una clase política que tiene tiempo que apesta como un cadáver;
quienes frente a la guerra no se quedaron inmóviles, esperando
el nuevo espectáculo malabarista de la clase política en la
carpa circense electoral, sino que construyeron
una alternativa social, no individual, de libertad,
justicia, trabajo y paz.”

SCI Marcos

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Se han presentado manifestaciones, por parte de diversos actores en la ciu-
dad, del paisaje dominante de la violencia sistémica y sus miedos. Reunio-
nes de protesta, marchas, escritos en diversos medios, expresiones callejeras
—colectivos de artistas han promovido expresiones que van desde la pinta
de murales en lugares visibles, colocación de “santuarios” improvisados
con las imágenes de gente que ha perdido la vida y acompañados de frases
138 de protesta, escenificaciones callejeras de eventos donde la violencia ha es-
tado presente, etc.—, se han convertido en un magma de expresividad de
crítica ante la institucionalidad en crisis, en la que las exigencias principales
van desde justicia y castigo a quienes realizaron algún acto violento, hasta
el reclamo por la salida de la policía federal y el Ejército, quienes han sido
los representantes visibles del Estado penal.58
A continuación analizaremos cómo germinaron manifestaciones de re-
sistencia y expresividad colectiva, que por un momento —una de las críti-
cas a éstas es su fácil dispersión y anecdotización al no ir acompañadas de
una transformación institucional que encuentre en ellas puntos que permitan
restituir su legitimidad— alimentaron una incipiente conciencia crítica que
visibilizó la crisis de una institucionalidad cínica y que por momentos permi-
tieron y alentaron un despertar colectivo indispensable para una socialidad de
reconocimiento.
El presente capítulo parte de un pesimismo crítico que, al transitar por el
dominio y densidad avasallante de la fatalidad y la socialidad de resguardo,
busca en manifestaciones de resistencia y respuesta colectiva posiciones de
apoderamiento que permitan reencauzar el peso fatídico de la institucionali-
dad cínica. Habría que tener presente que nos enfrentamos a tres lógicas de
conflicto propias del dominio de la fatalidad que se refieren a:

58 Vimos en el segundo capítulo que, desde la puesta en marcha del Operativo Con-
junto Chihuahua-Juárez en marzo de 2008, miles de integrantes de la policía federal
y del Ejército se han encargado de realizar diversas actividades, algunas propias de
sus facultades legalmente, pero también han participado en una estrategia de “lim-
pieza” que ha llevado a cientos de desapariciones forzadas y asesinatos. Ahora bien,
ambos organismos de seguridad han estado presentes constantemente en la ciudad,
lo que no significa que en algunos breves momentos hayan favorecido la puesta en
marcha de proyectos que buscan apoyar a la desprotección e inseguridad que vive la
ciudad (ejemplo de ello fue el plan “Todos somos Juárez”).

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• Una participación de ciudadanos, cada vez más reducida y dis-
persa, en la búsqueda de estrategias de resistencia que favorezcan
procedimientos y formas de asumir el dominio de la violencia sisté-
mica y sus miedos.
• La capacidad cada vez menor de la población de la ciudad fronte-
riza para generar marcos comprensivos al acontecer cotidiano, que
se ve limitada para saber cómo atenerse o enfrentar el escenario 139
dominado por la violencia sistémica y sus miedos.
• Y un reforzamiento de posiciones ideológicas que evidencia una
mayor fragilidad entre los diversos actores que se relacionan en
el escenario de la ciudad fronteriza, y que ante la amenaza de la
socialidad de resguardo, reducen sus espacios de encuentro a los
escenarios más íntimos que favorezcan una protección que sólo sea
transgredida en la escenografía mediática.

Ante estas tres lógicas que enfrentan la ruta analítica, se presentan inte-
rrogantes de cómo razonar el acontecimiento irruptivo más allá de sus impli-
caciones inmediatas y su rango de acción en un espacio colectivo restringido;
cómo considerar el dolor de las víctimas, sin violentarlas, trayendo el acon-
tecimiento hacia una esfera pública que logre trascender la interpretación
“numinosa” y que configure un campo discursivo que reactive la dimensión
política. Dar tiempo, una pausa, a la irrupción de la fatalidad, es una condi-
ción prioritaria en esta necesidad apremiante de restituir sentido a una socia-
lidad de reconocimiento.59 Trasladar el análisis a la capacidad de dramatizar
el espacio político como alternativa de respuesta de una colectividad que se
resiste a resignarse a la fatalidad dominante, constituye uno de los centros de
análisis que nos exige voltear la mirada al lenguaje estético-simbólico que ope-
ra como un enlace entre la vida cotidiana y una potencialidad de protesta. El
problema radica en que la expresividad colectiva manifestada en el performance
y en sus dispositivos de visibilidad —como las marchas y manifestaciones—,
si no viene acompañada de un cambio radical de lo institucional, se puede
perder en una simple escenografía de protesta que termina reduciéndose. Si la
59 Una de las características constantes en los últimos meses. es el surgimiento de un
tipo de analista que ante la vorágine del acontecimiento irruptivo y una celeridad
propia de nuestra simplicidad busca respuestas rápidas y dan alternativas “fast food”.

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dramatización que denuncia la fatalidad no viene sostenida de sujetos sociales
históricamente situados, de una recuperación y reconocimiento de la memo-
ria colectiva, si se limita sólo a consignas, santuarios y expresiones, es difícil
imaginar que sean capaces de restituir el pacto social y el proyecto colectivo
indispensables para pasar de una socialidad del resguardo a una socialidad de
reconocimiento.
140 Hemos dividido el capítulo en tres apartados:

• El primero describe tres acontecimientos que constituyeron la he-


catombe de la fatalidad, y que vinieron a producir respuestas de
resistencia y denuncia de una colectividad que comenzaba a des-
pertar. Lo que sucedió en el Centro de Rehabilitación “El aliviane”
(septiembre de 2009), en Villas de Salvárcar (enero de 2010) y en
Horizontes del Sur (octubre de 2010), evidenció el sacrificio de una
fatalidad que plasmaba en el evento violento una de sus principa-
les características: la exaltación amenazante y la eliminación del
“chivo expiatorio” —en su mayoría jóvenes, varones, estudiantes
de nivel medio superior, lava coches, operarios de maquila— pro-
piciador de la amenaza latente.
• El segundo describe la escenografía del reconocimiento propia de
una respuesta colectiva de resistencia a la fatalidad dominante. A
partir de diversas manifestaciones, marchas, plantones, expresivi-
dad callejera, que componen verdaderas herejías a la institucio-
nalidad. Diversos actores —mujeres, estudiantes, trabajadores de
maquiladora, etc.— han retomado las calles, plazas, parques, todo
aquel lugar que ha sido reducido a sospecha por la socialidad de
resguardo, con la finalidad de otorgar densidad política a un perfor-
mce de reconocimiento a partir de restituir la dignidad.
• Por último, el tercer apartado busca encauzar rumbos posibles de
nuevos trayectos que se sostengan en una socialidad de reconoci-
miento. Constantemente hemos dicho que el proceso que domina
el contexto de la fatalidad es la socialidad de resguardo y la pro-
moción de zonas de contención —evidenciados en el discurso de
la institucionalidad cínica, así como en múltiples prácticas y narra-
tivas ehabitante de la ciudad que ubica en la amenaza latente la

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única condición de “estar en el mundo”—. Colocarnos críticamen-
te frente al contexto dominante y al despertar de una conciencia
colectiva, que si no encuentra canales de conexión con una insti-
tucionalidad de reconocimiento queda reducida a su anécdota y
favorecer una socialidad de reconocimiento, forman parte de una
exigencia fundamental e indispensable para potencializar nuevos
trayectos de ciudadanía. 141
Ante el paisaje de una densa dominación de la fatalidad, manifestacio-
nes colectivas en el reconocimiento de la intersubjetividad inician un armado
clandestino que favorece una socialidad de reconocimiento y originan la es-
peranza posible de enfrentar y transgredir a la socialidad de resguardo y su
perversidad, sostenida y promovida por la institucionalidad cínica

1. Episodios de barbarie
Los apartados anteriores ubicaron, a partir de relatos-narraciones, así como
prácticas (estrategias-tácticas), paisajes que permiten plasmar la relación
compleja que presentan una violencia sistémica y sus miedos. Con el fin de
favorecer la elaboración de una matriz interpretativa que logre articular los
diversos niveles de análisis (representaciones y prácticas), a continuación
presentamos tres eventos que permiten armar trayectos comprensivos del
acontecimiento irruptivo de la fatalidad:

1.1 Centro de rehabilitación para las adicciones “El aliviane”


Uno de los escenarios que se ha caracterizado por ser sede de even-
tos de violencia a gran escala —homicidios a decenas de jóvenes—,
han sido los centros de rehabilitación para las adicciones. Varios de es-
tos lugares, sostenidos o auspiciados por grupos religiosos —predomi-
nantemente cristianos— o por organizaciones no gubernamentales, se
presentan, por más de cien, en diversas colonias o fraccionamientos de
la ciudad —principalmente en zonas caracterizadas por niveles de mar-
ginación o pobreza marcados—, y se identifican por favorecer programas
de apoyo a jóvenes adictos a las drogas —destacando el consumo de ma-
rihuana y cocaína—. Diversos reportes periodísticos afirmaban, desde

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2007, que varios de estos centros de rehabilitación eran lugares de reclu-
tamiento por parte del cártel de Juárez, y recientemente del de Sinaloa
—quienes, de acuerdo al Gobierno federal, son los grupos que se disputan
la ciudad por su importancia estratégica en el traslado de drogas a los Esta-
dos Unidos—, los cuales encontraban en estos centros una población masi-
va potencial a incorporar a las cédulas de sicarios, con el fin de resguardar,
142 controlar o eliminar a integrantes de otros grupos de delincuencia.
El 2 de septiembre de 2009, en uno de estos lugares conocido como Centro
de Rehabilitación para Adictos “El Aliviane”, ubicado en la colonia Bellavista en
el poniente de la ciudad, alrededor de las 7 de la tarde, un grupo de hom-
bres encapuchados y con armas de fuego denominadas “cuerno de chivo”,
ingresaron al centro al momento que varios de sus asistentes realizaban una
reunión. Reportes periodísticos describen que el grupo armado formó en una
de las paredes de un patio anexo a diecisiete jóvenes internos, y a semejanza
de un paredón de fusilamiento, abrieron fuego en contra de éstos. Los repor-
tes mencionaron que diecisiseis de éstos fallecieron en el lugar y uno más en
el traslado al hospital.
Al finalizar los disparos, el grupo armado se retiró del lugar y a los pocos
minutos una decena de vecinos y familiares de los jóvenes internos ingresaron
al lugar percatándose de la masacre. Las voces de súplica y exigencia de justi-
cia y castigo a los homicidas de los familiares, vecinos y otros grupos —como
centros de rehabilitación y organismos no gubernamentales—, no se hicieron
esperar. La respuesta de las autoridades evidenció una retórica recurrente de
“búsqueda y castigo a los responsables conforme a derecho” —palabras de
quien era en ese momento presidente municipal—. Después de los hechos, y
ante las críticas por varios sectores de la población, las autoridades estatales y
municipales llevaron a cabo una serie de reuniones con la prensa con la finali-
dad de mencionar que el Operativo Conjunto Chihuahua seguía en pie y que
permitiría dar con los responsables de la masacre, y afirmaron que el evento
era resultado de una “masacre por exterminio entre grupos rivales” —pala-
bras de la procuradora de justicia del estado de Chihuahua, en ese tiempo—.
Otra de las estrategias que se presentó por las autoridades del municipio, fue
la ampliación de un programa denominado “botones de pánico”, que con-
sistió en colocar, en diversos “puntos estratégicos” de la ciudad, postes con

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botones que presionaba quien se consideraba en alguna situación de peligro o
inseguridad, y supondría una respuesta rápida de la autoridad municipal.

1.2 Villas de Salvárcar


Uno de los eventos que trascendió, no sólo por el homicidio masivo de
jóvenes reunidos en una celebración por obtener un campeonato de futbol
en Villas de Salvárcar, sino por las reacciones de protesta y exigencia de
143
justicia que generó en amplios sectores de la ciudad y su relevancia a nivel
nacional e internacional; permitiendo ver lo que acontecía desde hace va-
rios meses con una violencia sistémica, pero que se ensombrecía por una
mera publicitación mediática de un “conteo de homicidios”.
El sábado 30 de enero de 2010, en una vivienda de interés social, se reali-
zaba un festejo por el cumpleaños de un joven estudiante de bachillerato, que
pertenecía a un equipo de futbol americano, conformado en su mayoría por
compañeros del mismo nivel y algunos estudiantes de licenciatura. Fuentes
periodísticas mencionan que en la reunión había cerca de treinta y cinco per-
sonas, pero que por lo hora en que sucedió el evento —alrededor de las once
de la noche—, varios vecinos se encontraban fuera de sus viviendas.
Alrededor de las once de la noche, un grupo de vehículos llegó al lugar
y cerró los accesos a la calle, de éstos bajaron cerca de quince hombres en-
capuchados y con armas de fuego de alto poder, y acercándose a la vivienda
en la que se desarrollaba la fiesta, comenzaron a disparar a todo aquel que
se pusiera en su camino —incluso fueron asesinadas varias personas que no
asistían a la fiesta; pero que se encontraban fuera de sus casas—. El tiroteo
duró cerca de quince minutos y, según mencionó uno de los sobrevivientes
que logró brincar una barda y no ser visto por los homicidas, éstos se retiraron
en los vehículos “se fueron despacio, en línea, sin que nadie dijera nada…” (El
Diario de Juárez, 1 febrero de 2010).
Al pasar los minutos, la escena de la masacre evidenciaba el acto de cruel-
dad y sadismo con el que se llevó a cabo el asesinato de jóvenes y adultos —ci-
fras oficiales mencionan que en el lugar fallecieron ocho jóvenes estudiantes y
seis adultos y que en el transcurso de las horas, otras cuatro personas perdie-
ron la vida en hospitales de la ciudad—.
Se observaban los cuerpos acribillados de jóvenes, el correr de la sangre
por las cocheras de varias viviendas. Mencionan algunos sobrevivientes que

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varios de los asesinados, antes de perder la vida, se desplazaban en el suelo
solicitando ayuda. Pasaron cerca de veinte minutos, después de que se retiró
el grupo de homicidas cuando comenzaron a llegar los primeros vehículos
policiales efectivos del Ejército, algunas ambulancias que lograron trasladar a
sobrevivientes a hospitales cercanos, y reporteros de televisión y prensa local
que fueron avisados por medio del reporte que varios vecinos realizaron al 066
144 —número de emergencia de la Dirección de Seguridad Pública Municipal.60
Al pasar las horas, el escenario de la masacre dejaba ver un evento de
magnitud que sobrepasaba cualquier búsqueda de explicación por parte
de los vecinos, la prensa, e inclusivo las autoridades de los tres niveles de go-
bierno. No se puede dejar pasar lo acontecido en un viaje que en esos días
realizaba una comitiva de servidores públicos del Estado mexicano, junto
con empresarios y políticos, presidida por el presidente de la República, y
sus palabras en una conferencia de prensa improvisada al ser cuestionado
sobre lo acontecido horas antes en Villas de Salvárcar:

Mi deber es iniciar esta rueda de prensa, primero deplorando y conde-


nando de manera muy enérgica el cobarde asesinato de un grupo de jóve-
nes, dieciocho personas, la mayoría estudiantes y varios menores de edad
en Ciudad Juárez, Chihuahua. Que fueron cobardemente asesinados

60 Las reacciones de quienes presenciaron la masacre permite ubicar la dimensión de


ésta destacando principalmente la inoperancia de las autoridades en la reacción
pronta para asistir, apoyar e incluso detener a quienes llevaron a cabo la agresión.
A continuación destaco algunas de las manifestaciones que fueron publicadas en el
periódico El Diario de Juárez, el 31 de enero de 2010: “estábamos adentro de la casa
cuando comenzamos a escuchar los disparos, era como si se estuvieran cocinando
palomitas, y luego la gritadera, salimos a la calle y vimos a la gente llorar, gritar,
todos desesperados corriendo a todos lados, unos sacando sus vehículos de sus casas
para llevar a los heridos a hospitales…” (vecina); “hubo muchos reclamos, cuando
llegó la policía nos pedían que nos metiéramos a nuestras casas, pero la gente estaba
muy molesta, todos reclamaban, estábamos alterados […] el papá de uno de los
muchachos que ya había muerto se dejó ir a golpear a los policías gritándoles que no
era posible que no llegaran, y éstos sólo lo insultaban y le pedían que se tranquilizara
porque no sabían si regresarían los sicarios…” (vecina y madre de uno de los jóvenes
sobrevivientes).

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probablemente por un grupo con quien sostenían, en una de las hipótesis
que se investiga, cierta rivalidad… (Felipe Calderón, 2 febrero de 2010)

Las reacciones a lo expresado por el jefe del Poder Ejecutivo no se


hicieron esperar, en las horas posteriores a la rueda de prensa las críticas
se generalizaron por parte de varios grupos y organismos de defensa de
Derechos Humanos y de la sociedad civil en Ciudad Juárez —y el resto del 145
país—, para manifestar abiertamente la exigencia de solicitar una disculpa
al presidente por hacer referencia al final que podría ser el motivo de la
masacre “una rivalidad entre grupos antagónicos”. Semanas posteriores
a lo acontecido, el presidente de la República se reunió en Ciudad Juárez
con varios integrantes del gabinete de Seguridad, autoridades del Estado
y Municipio, así como empresarios y políticos de la entidad, y como si se
tratase de una estrategia de reconciliación propiciada por el Estado, fueron
invitados familiares de jóvenes asesinados en Villas de Salvárcar. Sin perder
de vista lo acontecido, una de las madres de dos jóvenes que perdieron la
vida, interrumpió el discurso oficial manifestando al público asistente que
ella “no reconocía y que repudiaba” la presencia de las autoridades que no
respondieron al llamado de auxilio generado por los habitantes de Villas
de Salvárcar.

1.3 Horizontes del Sur


El 22 de octubre de 2010, en otra colonia, también del oriente de la ciu-
dad, llamada Horizontes del Sur, mientras se realizaba un festejo de jóvenes,
un grupo armado en varios vehículos llegó a una de las casas disparando a
todos los asistentes. Trece jóvenes perdieron la vida en el lugar, mientras que
otros veinte, heridos de gravedad, fueron trasladados a diversos hospitales. En
los reportes de prensa se hizo mención a que la masacre fue resultado de la
búsqueda, por el grupo de homicidas, de un joven apodado “el Ratón”, quien
al parecer había asistido a la fiesta momentos previos a la masacre. Posterior
a lo acontecido, y sin una respuesta rápida por parte de las autoridades —ya
que fueron los propios familiares y vecinos quienes trasladaron a sobrevivien-
tes en búsqueda de atención médica—, se comenzó a difundir en la prensa
local que existía una relación estrecha entre la masacre y la búsqueda del jo-

Salvador Salazar Gutiérrez � Martha Mónica Curiel García


ven apodado “el Ratón”, y que las investigaciones preliminares relacionaban
a éste con el robo de automóviles.

2. Acción colectiva y protesta social:


dramatizando la dignidad
146
Los tres eventos muestran el punto de mayor penetración que la violencia
sistémica y sus miedos producen en el contexto de la fatalidad. La masacre
de decenas de jóvenes, que bajo una especie de sospecha que la institucio-
nalidad cínica se encarga de promover al reducirlos a delincuentes, dro-
gadictos, maleantes o cualquier otro término que estigmatice la amenaza
latente; generó, por un lado, un énfasis en la socialidad de resguardo al
provocar el endurecimiento de la sospecha y el desánimo del habitante que
relacionó el evento como un llamado fatídico de alguna fuerza externa;61
pero, por otro, provocó la movilización de cientos de jóvenes y organismos
de derechos humanos que a partir de diversas estrategias salieron a las ca-
lles a manifestarse, haciendo visible un descontento colectivo que confron-
tó a la pasividad y el dominio de la institucionalidad cínica.
Las manifestaciones masivas que comenzaron a presenciarse a partir de
lo acontecido en estos y otros eventos, donde el común denominador fue el
asesinato de jóvenes, mostraron un despertar en varios actores, propio de ac-
ción colectiva que evidenciaba una expresividad grupal que se fragmentaba y
se separaba de la manifestación tradicional de la institucionalidad cínica. Más
allá del reducto conceptual de movimientos sociales, que limita el análisis de
toda aquella manifestación colectiva que se sale de los parámetros tradiciona-
les de la institucionalidad formal, hablar de acción colectiva en relación a las
reacciones de protesta y exigencia que diversos actores comenzaron a generar
en el escenario de la ciudad fronteriza, constituye un recurso analítico fun-

61 A los pocos días de ocurrir la masacre em “El aliviane”, varios grupos, principal-
mente religiosos —de iglesias cristianas— promovieron un ayuno masivo para pedir
por la salvación y la paz de la ciudad. En una de las participaciones, uno de los
pastores convocantes, sostuvo que lo que ocurrió con los jóvenes acribillados era una
“llamada de atención” por parte de Jehová para “redimir el camino y pedir perdón
por nuestras malas obras” (Nota Diario de Campo, 18 de octubre de 2009).

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damental para comprender el peso e impacto que estas manifestaciones han
favorecido en la búsqueda de una socialidad de reconocimiento.

2.1 “Todos somos Manuel”


El miércoles 3 de junio de 2009, integrantes de la comunidad universita-
ria de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, realizaron una mar-
148 cha en protesta por el asesinato del doctor Manuel Arroyo acontecido el
viernes 29 de mayo.62 Días antes, diversas manifestaciones en instalaciones
de organismos públicos de seguridad —como fue en la Delegación de la
Procuraduría General de la República y en la Subprocuraduría de Justicia
del Estado de la zona Norte—, se hicieron presentes decenas de alumnos y
profesores universitarios, quienes con reclamo fuerte exigían justicia y ha-
cían visible una protesta hacia la presencia del Ejército y la policía federal
por parte del Operativo Conjunto Chihuahua-Juárez.
En los días siguientes al homicidio, en reuniones improvisadas pero con
una participación cada vez más importante de actores universitarios —que
pasó de alumnos y profesores a funcionarios e intendentes y secretarias— y de
otros actores —integrantes de derechos humanos y agrupaciones colectivas
civiles como “Nuestras Hijas de Regreso a Casa”—63 se acordaron diversas ac-
62 El doctor Manuel Arroyo era profesor-investigador de la Universidad Autónoma
de Ciudad Juárez, pertenecía al Departamento de Ciencias Sociales, y se había
destacado por diversos trabajos como las condiciones de exclusión y marginalidad
que manifiesta la condición laboral que se desarrolla en la industria maquiladora.
La tarde del viernes 29 de mayo de 2009, mientras transitaba con su vehículo en
una de las avenidas con mayor circulación —y en la que se encuentran varios de
los fraccionamientos lujosos de la ciudad, así como restaurantes y bares—, fue al-
canzado por un vehículo del que un sujeto disparó en cinco ocasiones, privando de
la vida al profesor universitario. Este evento se relaciona también con el homicidio
meses atrás de otro profesor universitario, de un estudiante de la licenciatura en
Derecho —que fue “levantado” por un grupo armado y horas después encontrado
muerto—, así como la desaparición de varias estudiantes.
63 “Nuestras Hijas de Regreso a Casa” (http://www.mujeresdejuarez.org/) es una
organización que surge en febrero de 2001, integrada por madres de jóvenes des-
aparecidas y asesinadas —feminicidios que se registran desde 1993—, y que a lo
largo de esta década ha sido una de las agrupaciones con mayor presencia en la
exigencia pública ante el Estado mexicano de resolver el caso de decenas de jó-
venes que fueron asesinadas en diversos lugares de la ciudad —en noviembre de

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tividades de protesta enfatizando un llamado a la comunidad universitaria en
general —valiéndose de diversos recursos como el correo electrónico de la pro-
pia institución universitaria, así como por medios como prensa y radio—,64 a la
movilización masiva en una marcha que partiría de la explanada de la mega
bandera —a unos metros de la línea fronteriza, que se caracteriza por tener
una gran asta que sostiene una inmensa bandera de México—, recorriendo
algunos metros del cruce de dos avenidas cercanas al Puente Internacional 149
Américas, considerado de mayor afluencia.
Al evento asistieron cientos de personas que valiéndose de recursos como
el uso principalmente de playeras blancas —con la frase “Todos somos Ma-
nuel”—, y utilizando figuras como velas encendidas y cruces negras de cartón,
realizaron diversas exigencias usando frases como “Si nos dan a uno, nos dan a
todos”, “Juárez no es cuartel, fuera ejército de él”, “Hoy fue Manuel, mañana ¿quién será?”,
“¿Cuántos muertos más? Juárez está de luto” así como una manta en la que se hacía
referencia al artículo 16 constitucional “Soldados: nadie puede hacer molestado en su
persona, familia, domicilio, papeles, posesiones, sino en virtud del mandamiento escrito por
autoridades competentes. Aun cuando busques armas o drogas”.
A lo largo del recorrido, un grupo de jóvenes colocaron en el pavimento
la silueta de un cuerpo abatido y con pintura roja simulaban sangre esparcida,
mientras que la mayoría del contingente expresaba en gritos las diversas con-
signas. Algunas personas llevaban mantas con la pintura de una bicicleta con
número 2838 en la parte inferior que se refiere al conteo, hasta ese día, de los
homicidios en la ciudad desde la puesta en marcha del OCCH-J, en marzo de

2001 fueron encontrados varios cuerpos de jóvenes asesinadas en el lugar conoci-


do como “campo algodonero”; el caso trascendió más allá del Estado mexicano
hasta la Corte Interamericana de Derechos Humanos que en la sentencia del 16
de noviembre de 2009, dictó que el gobierno mexicano (en sus tres niveles) había
omitido dar cumplimiento a la exigencia de resolver los casos, así como reconocer
a las víctimas.
(http://www.corteidh.or.cr/docs/casos/articulos/seriec_205_esp.pdf)
64 Destaca la elaboración por alumnos y académicos, una página en Internet titulada
“Universidad contra el miedo”. En ella se favorece la expresión abierta en relación
a diversos acontecimientos de violencia relacionados con integrantes de la univer-
sidad, y la estrategia de colocarse como un recurso de mensaje y aviso, no sólo a
la comunidad universitaria sino en general a quien la utilice para actividades de
protesta (http://www.universidadcontraelmiedo.blogspot.com/).

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2008.65 Al llegar al acceso del puente internacional, se agruparon en uno de
los carriles de la avenida, leyendo en colectivo un escrito que hacía referencia
al artículo 16 constitucional, en el que se establecen las Garantías Individua-
les. Al finalizar la marcha, se acordó por un grupo de estudiantes fomentar
otras actividades en la búsqueda de “despertar en la ciudad una conciencia
de exigir justicia y respeto a los derechos humanos ante la entrada en vigor
150 del Operativo Conjunto Chihuahua-Juárez”, así como de continuar con los
llamados de “exigencia a las autoridades” para la resolución del homicidio de
Manuel Arroyo.
Días después de la marcha, las autoridades universitarias expusieron que
ésta se había efectuado fuera de las instalaciones y disposiciones oficiales y
que quedaba a consideración de cada estudiante y docente su participación
en los eventos o actividades promovidos por los organizadores del evento. Esta
postura de las autoridades de la institución educativa favoreció la polarización
de diversos grupos al interior de la universidad; ante la exigencia de algunos
a continuar con prácticas más visibles —como marchas y plantones—, otros
grupos consideraban que favorecer la continuidad de la “vida académica”
sería lo más viable ante lo acontecido con los profesores y estudiantes asesina-
dos, así como las estudiantes desaparecidas.

65 Pintar un bicicleta de color negro, es una representación histórica de la expresivi-


dad de resistencia ante las dictaduras en diversos países de Sudamérica. El artista
Fernando Traverso pintó bicicletas negras en diversas calles de la ciudad de Rosa-
rio en Argentina, para hacer referencia a cientos de estudiantes de la Universidad
de Rosario que fueron desaparecidos y asesinados por organismos policiacos y del
ejército en la época de la dictadura argentina entre 1976 y 1983. En palabras de
este artista expresó que “una bicicleta vacía refleja la imagen de un cuerpo ausen-
te” (http://es.wikipedia.org/wiki/Las_bicicletas_de_Rosario).

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2.2 “Porque eran estudiantes, no pandilleros”
En el caso de Villas de Salvárcar, al pasar las horas, el momento de mie-
do y angustia se convirtió en denuncia y reclamo. Se reunieron vecinos,
acompañados por integrantes de iglesias –sacerdote de la colonia y algunos
miembros de iglesias cristianas–, así como amigos y conocidos de las vícti-
mas y sus familiares. Varios organismos de derechos humanos y organiza- 153
ciones civiles comenzaron a exigir, por medio de la prensa y sus páginas de
Internet, que el Estado respondiera con rapidez a resolver y otorgar justicia
a las familias de los jóvenes masacrados. Uno de los momentos que favore-
ció la explosividad del reclamo masivo fueron las palabras de varias figuras
del Estado mexicano al relacionar el evento con “un ajuste de cuentas entre
pandilleros”, ya que algunos de los asistentes habían estado presentes en
una ejecución semanas antes.
La efervescencia colectiva que surgió días después, promovió diversas ac-
tividades en las que no sólo en el escenario de la ciudad, sino que en diversos
lugares en México y en otros países, se manifestaron organizaciones en la exi-
gencia de aclarar lo sucedido y principalmente en terminar con los homici-
dios. Uno de los acontecimientos centrales fue la manifestación “Marcha del
coraje, dolor y desagravio” que se llevó a cabo el 13 de febrero. En ella, miles
de participantes —estudiantes, mujeres integrantes de organizaciones de de-
rechos humanos, activistas, miembros de iglesias— se reunieron en la Plaza
Benito Juárez, en la que se encuentra un emblemático monumento a la figura
histórica del liberalismo del siglo XIX, para iniciar el recorrido por varias
calles del centro para llegar al puente internacional Santa Fe.
Podemos dividir la manifestación, por sus características y estrategias de
reclamo, en tres momentos:

• El primer momento fue el de la llegada y organización. En minutos


arribaron contingentes variados, desde grupos pequeños de tres a
cinco personas, hasta otros masivos que a su llegada comenzaron
con llamados de justicia y a colocar mantas alrededor de la reja que
cubre la columna. En un templete improvisado, los organizadores
de la marcha tomaron la palabra con la intención de expresar el
porqué de la manifestación. Un silencio siguió a un clamor gene-
ralizado utilizando frases como “exigimos justicia” y “ni uno más”, y al

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terminar su intervención, diversos asistentes se acercaban para dar


un abrazo o tomar la mano de los oradores manifestando palabras
de apoyo.
Mientras los organizadores mencionaban cómo se realizaría la
manifestación, los asistentes iniciaron un ritual de fabricación ex-
presiva de protesta, que en una expresión de gran creatividad los
llevaba desde escribir frases en cartulinas de colores, mantas con
consignas, hasta utilizar vestimentas negras, y otras prendas que
cubren en su totalidad el rostro, principalmente la boca. Destacaba
en la parte superior de la escalinata —en la que se improvisó el
templete para el sonido de la organización—, una figura que hacía
referencia a “La Dolorosa” —imagen religiosa que representa a
María, acogiendo en sus brazos el cuerpo sin vida de Jesús—, una
estructura representaba la silueta de una mujer sin rostro, cubierta
con un manto negro, tenía a sus pies dos jóvenes que simulaban
cuerpos inertes y una manta que decía: “cómo esperan el futuro si nos
dejan sin presente”. Alrededor pusieron una serie de mantas referentes

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a figuras del gobierno (municipal, estatal y federal), en un sentido
de rechazo y reclamo exigiendo resolver lo acontecido días antes y
la salida del Ejército y la policía federal de la ciudad.
• Al iniciar la marcha, el contingente se agrupó en filas en las que
—por órdenes de los organizadores— se colocaron los hombres en
el centro y las mujeres y niños resguardando las filas externas bajo
el argumento de no favorecer algún momento de confrontación 155
con policías o militares que se acercaban a la manifestación. Mien-
tras se daba el recorrido, los participantes se valieron del uso de sus
recursos de expresividad, mantas, vestimenta, cartulinas y cantos,
utilizando frases como “Porque eran estudiantes, no pandilleros”, “Si le dan
a uno, nos dan a todos”, “Ni una más, basta de violencia”, “Queremos justicia,
no represión”, “El que no brinque es chota”, “Juárez no es cuartel, fuera ejército
de él”, entre otras.
El contingente destacaba por el vehículo con la imagen de “la
dolorosa sin rostro”, y una camioneta con el sonido que se encar-
gaba de expresar diversas frases y en su parte superior una persona
disfrazada del presidente Calderón, utilizando una máscara y con
vestimenta militar. Mientras se desarrollaba la manifestación, se
concentraron grupos importantes de personas que se incorporaban
o manifestaban con gritos su apoyo. Al llegar al fin de una de las
calles emblemáticas del centro de la ciudad —la calle Juárez era un
lugar en el que la vida nocturna era exaltada y favorecida por gente
de El Paso que encontraba aquí el escenario para su diversión—, el
contingente se detuvo a la espera del llamado de los organizadores.
• Tercer momento: el cierre de la manifestación de exigencia. Al lle-
gar la mayoría de los participantes, un integrante del comité or-
ganizador —que eran reconocibles por traer un listón negro en
uno de los brazos—, solicitó a los asistentes que se acostaran a lo
largo del pavimento y, en uno de los momentos más potentes por su
expresividad, aparentaran cuerpos abatidos por otros jóvenes que,
disfrazados de Policía federal o militares y con armas elaboradas
con cartoncillo, simularon disparos, como ejecutando a la mayoría
de los asistentes que quedaron inertes. Pasó un breve momento,
en el que el silencio surgió dejando atrás los gritos y las manifesta-

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ciones, seguido de varios minutos de aplausos. Terminó la marcha
con el llamado de los organizadores a nuevos eventos que serían
promovidos por diversos organismos en los medios.

A la “marcha del coraje, dolor y desagravio” le siguieron una serie de


eventos en los que diversos grupos se manifestaron centrando la atención en
156 figuras como el Ejército y la policía federal. A los pocos días de lo acontecido
en Villas de Salvárcar, asistió a la ciudad gran parte del gabinete presidencial,
encabezado por el presidente de la República, reuniéndose en uno de los luga-
res emblemáticos de la institucionalidad cínica —el Centro de Convenciones
Cibeles—, acompañado de diversos políticos, empresarios, líderes religiosos, y
atendió a los familiares de los jóvenes asesinados. Ante la llegada de estos acto-
res del Estado mexicano, la estrategia de resguardo policial y militar evidenció
todo un paisaje de acuartelamiento, propio de una zona de contención; en el
que decenas de retenes a lo largo de diversas avenidas, helicópteros sobrevo-
lando, patrullajes constantes de decenas de vehículos militares blindados.
Un grupo de varios integrantes de las agrupaciones que promovieron la
marcha y otras manifestaciones se reunieron hasta el cerco que no permitió
que se aproximaran al centro de convenciones en el que se realizaría la re-
unión. Valiéndose de cartulinas con frases como “Calderón, te disculpas y te vas”,
“Pedimos justicia por estudiantes caídos” o “Calderón asesino de estudiantes”, los mani-
festantes se agruparon cerca del cordón policial hasta donde expresaron las
consignas. Al transcurrir unos minutos, y ante la amenaza del cordón policia-
co de separar a los manifestantes por estar “invadiendo” y “no permitiendo”
el tránsito vehicular, éstos tomaron la decisión de acostarse en el pavimento y
ante agresiones constantes de policías que con escudos y “macanas” los gol-
peaban lograron llevarlos a un terreno adjunto en el que rodeando a los par-
ticipantes, esperaron a que se retiraran los invitados. Este evento, y otros en
los que el acto recurrente ha sido la “contención” armada de los organismos
policiales de las múltiples manifestaciones, ha sido una constante que remite
a lo que en el capítulo segundo mencionábamos sobre un Estado penal que
ha establecido a la securitización como el proyecto medular de su esencia
político-social.

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2.3 “Si le dan a uno, nos dan a todos”
Para finalizar, el tercer evento está relacionado con la agresión directa que
organismos de seguridad —en este caso, la Policía Federal— han eviden-
ciado a lo largo de la implementación del OCCH-J. Darío, estudiante de
Sociología de la Universidad Autónoma de Ciudad Juárez, en la marcha
Onceava Kaminata contra la Muerte recibió un disparo por la espalda por parte
de un miembro de la Policía Federal que, bajo el argumento de sufrir agre-
siones de varios asistentes a la manifestación, disparó su arma contra los
jóvenes que se encontraban dentro de las instalaciones universitarias. A las
pocas horas, se dio a conocer lo acontecido a Darío por diversos medios,
principalmente el Internet y las redes sociales, y se convocó, por estudiantes
y algunos docentes, a una marcha para exigir que se esclareciera el aconte-
cimiento y, principalmente, la salida de la Policía Federal y de los militares.
La marcha se llevó a cabo el 03 de noviembre de 2010 en varias avenidas de
la ciudad, saliendo y terminando en instalaciones de la propia universidad,
y valiéndose igual que en los casos anteriores del uso de mantas y cartulinas
con diversas frases como “Si le dan a uno, nos dan a todos”, “Por qué nos asesinan

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si somos la esperanza de América Latina”, “Somos estudiantes y nuestra arma es el cono-
cimiento” o “Darío aguanta, el pueblo se levanta”. Al finalizar, se dio lectura a un
pliego petitorio en el que se destacaba la exigencia de que la Policía Federal
y el Ejército salieran de la ciudad, que se detuvieran a los agresores de Da-
río, y que se planteara un proyecto ciudadano, desde los propios habitantes,
para dar frente a la violencia y “reconstruir el tejido social”.
160 Estos tres acontecimientos, en que destaca un despertar en los reductos
más íntimos penetrados por la violencia sistémica y sus miedos, evidencian
prácticas de resistencia y visibilidad que, ante el denso dominio de la fatalidad
y su promoción del resguardo, buscan fragmentar las zonas de contención a
partir de una expresividad que restituye una dramatización de la dignidad.
Habría que enfatizar que la política tiene sus orígenes como dramatización
en los espacios de escenificación de lo público en el lugar del debate propio
del ágora.66 El potencial expresivo que se sostiene en estas manifestaciones nos
lleva a ubicar dos momentos inherentes en la acción colectiva y su capacidad
de restituir una socialidad de reconocimiento: la memoria y la visibilidad de
la palabra.

2.4 Acción colectiva y protesta. La expresividad


de la resistencia
En el primer capítulo hicimos referencia que los miedos producidos por la vio-
lencia sistémica y su penetración en los escenarios más íntimos del habitante de
la ciudad fronteriza, como lo menciona Reguillo, “son producidos socialmente,
compartidos culturalmente y vividos individualmente”. Si bien los miedos se
viven colectivamente, y es en el dominio de una mayoría donde penetran y ad-
quieren una posición dominante en el escenario de la socialidad de resguardo,
66 Colocarnos en una perspectiva que relacione lo político con la dimensión subjetiva
constituye una tarea fundamental que debe llevar constantemente a la reflexión en
relación a toda acción colectiva y su contexto. En este sentido, cobra relevancia el
texto de Norbert Lechner: “Las sombras del mañana. La dimensión subjetiva de
la política”, en él nos dice: “la dimensión subjetiva de la política ha recibido poca
atención de parte de la teoría política contemporánea […] ello refleja el proceso de
des-subjetivización que fomentan las ciencias sociales hace tiempo […] hoy en día
echamos de menos los mapas mentales que permitan dar cuenta del mundo en que
vivimos […] mi interés en restituir la dimensión subjetiva es reconstruir los códigos
de interpretación…” (Lechner, 2002, p. 477).

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al hablar de acción colectiva y protesta,67 estas manifestaciones de resistencia


como construcciones de acción colectiva que se caracterizan principalmente
por: a) trasladar su estrategia de visibilidad a una capacidad y producción ex-
presiva que encuentra en la dramatización el proceso que nos recuerda que
lo social es inseparable de la representación, b) se separa de las visiones tra-
dicionales que entronizan a las manifestaciones colectivas bajo el paradigma
de los movimientos sociales, y c) en el escenario de la socialidad de resguardo,
estas construcciones de acción colectiva constituyen estrategias al margen de la
institucionalidad cínica que, por surgir y florecer en los escenarios más íntimos
de penetración de la violencia sistémica, se entretejen como manifestaciones

67 Salazar (2009) hace referencia a este concepto retomando dos textos centrales: por
un lado el de Acción colectiva, vida cotidiana y democracia del italiano Alberto Melucci
(1999), y por el otro de La construcción simbólica de la ciudad de Rossana Reguillo
(1996).

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transgresoras que restituyen la memoria y la palabra, son bastiones de la socia-


lidad de reconocimiento.

La acción colectiva es un sistema de acción, redes complejas entre distin-


tos niveles y significados de la acción social. Su identidad no es un dato o
una esencia, sino el resultado de intercambios, negociaciones, decisiones
y conflictos entre diversos actores. Los procesos de movilización, los tipos
de organización, los modelos de liderazgo, las ideologías y las formas de
comunicación, son niveles significativos de análisis para reconstruir desde
el interior del sistema de acción que constituye el actor colectivo […] Las
formas contemporáneas de acción colectiva son múltiples y diversas, y
descansan en varios niveles del sistema social (Meluci, 1999, p. 37).

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Más allá del dominio tradicional en la definición de los movimientos so-
ciales (Touraine, 1994), la acción colectiva nos lleva a ubicar la construcción
de la expresividad entre diversos actores como una proceso fundamental en
la restitución de lo político. A través de intercambios, como los favorecidos
a partir de los grupos de jóvenes universitarios y profesores y de organismos
de derechos humanos, producidos a través de diversos medios como las re-
166 des sociales, se permean los discursos de exigencia que encuentran cauces
o conexiones en común, articulando una discursividad propia de la acción
colectiva que alimenta prácticas de negociación y diálogo propicios para la
movilización de recursos —desde los objetos de visibilidad como carteles, cartuli-
nas, mantas, hasta los medios que permiten la dispersión del mensaje de lla-
mada—; la formalización de la organización —que permite encontrar rutas de exi-
gencia en común, desde “justicia” y “castigo a los ejecutantes de la violencia”
hasta el llamado al recuerdo y hacer visibles los rostros de aquellos abatidos—;
el establecimiento de figuras de liderazgo —no sólo a nivel de lo organizacional
de las agrupaciones y sus personajes carismáticos, sino que en el joven abati-
do colocan una figura propicia de evocación de la dignidad—; y las formas de
comunicación —que más allá de la publicitación del llamado, edifica códigos de
reconocimiento que encuentran en las frases y consignas sus principales com-
ponentes de exigencia—. Estos cuatro componentes ubican atributos de una
acción colectiva que desde la socialidad de resguardo aviva la esperanza de
una socialidad de reconocimiento que encuentra en la dramatización de la re-
sistencia la estrategia prioritaria para contrarrestar el dominio de la fatalidad.
Ahora bien, habría que ser precavido en no idealizar estas expresiones.
Separarnos de la idea tradicional de movimiento social, comprender desde
la lógica de la acción colectiva cómo se conforman estas diversas manifesta-
ciones, cómo movilizan recursos, sus estructuras organizativas, sus funciones
de liderazgo, forma la ruta para ubicar si estas diversas expresividades han
favorecido a enfrentar el dominio avasallante de la socialidad de resguar-
do. Si bien en ellos se cumplen los tres requisitos fundamentales que deben
estar presentes en toda acción colectiva: a) solidaridad, a partir de la puesta
en escena del suceso violento y sobre todo la inoperancia del Estado penal
para propiciar un cauce de claridad al proceso de investigación y castigo a
los criminales, diversos grupos encontraron en el evento la respuesta que les
permitió encauzar y sumar recursos en común; b) un conflicto, que no sólo

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se reduce a la masacre, sino a la inoperante institucionalidad cínica que no
es capaz de dar respuesta y certidumbre ante la amenaza latente, y que en
varios de sus paisajes ve un beneficio fomentado por ciertos actores de esta
institucionalidad cínica; y c) fractura de los límites, la acción colectiva encuen-
tra un trayecto de reconocimiento cuando se hacen visibles las rupturas e
inoperancias del sistema tradicional al presentarse variaciones que no pue-
168 de tolerar. Los tres eventos mencionados sobrepasan cualquier justificación
operante de la institucionalidad cínica simplemente por mostrar un grado
de barbarie que va más allá de cualquier explicación circunscrita al marco
valorativo y normativo de ésta. En general, estas expresiones de una incipien-
te, pero primordial dramatización de la dignidad, constituyen un escenario
inicial que debe buscar en una socialidad de reconocimiento el proceso para
dar cauce a la dispersión de la socialidad de resguardo y encontrar trayectos
de esperanza, indispensable en un contexto actual dominado y favorecido
por una institucionalidad cínica.

3. En busca de una socialidad de reconocimiento


El dominio que la socialidad de resguardo fomenta es favorecido por un
contexto en el que la violencia sistémica y sus miedos son los grandes pro-
veedores de experiencias cotidianas. Lo que nos debe llevar a alternativas
posibles de lógicas de organización y prácticas de encuentro, propias de
la socialidad —recordar que por socialidad entendemos al proceso de en-
cuentro favorecido tanto en los nuevos escenarios de contacto propios de
la marejada mediática, como en los lugares más íntimos de reunión cara a
cara—, que en nuestro contexto de la fatalidad son reducidas a la penetra-
ción de zonas de contención y sus procesos inherentes como la fabricación
de chivos expiatorios o sus horizontes de reclusión.
La violencia sistémica y sus miedos se presentan como datos de fatalidad
que parecieran ser un escenario naturalizado por la anécdota de sus mani-
festaciones. Observábamos cómo la discursividad mediática y las dinámicas
cotidianas de interacción e intercambio favorecen una ciudad que asume
el rostro de la violencia como un paisaje del que no hay escapatoria. El exi-
lio en la propia ciudad, evidencia una socialidad de resguardo en la que la
construcción de esos “demonios”, rostros que permiten al individuo transitar

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de una angustia pavorosa a miedos enmascarados, son la cara más entroni-
zada de una desconfianza penetrante que alimenta procesos de exclusión y
segregación característicos de nuestras ciudades actuales. Aquí, la presencia
de una institucionalidad cínica —encabezada por el Estado penal y sus cóm-
plices que encuentran en ella un capital de dominio altamente redituable—,
propicia apocalipsis cotidianos que buscan en el llamado del combate la
construcción de enemigos y la entronización de la violencia como respuesta 169
al cauce que atrae la socialidad de resguardo. El murmullo ensordecedor
propiciado por una institucionalidad cínica que, en los sonidos de la fatalidad
auspiciados por la escenificación de la hecatombe, encuentra en la violencia
sistémica un gran proveedor de legitimidad que le permite colocarse como
figura protectora a la que hay que asistir en busca de resguardo.
En gran medida, quienes son favorecidos por esta perversa relación entre
violencia sistémica y sus miedos, son los agentes de la institucionalidad cínica
que encuentran en las manifestaciones de resistencia, ejemplificadas en los
tres acontecimientos arriba referidos, expresiones marcadas con la señal del
“vandalismo” al no colocarse en el dominio reduce toda búsqueda explicativa
a una disputa entre bandos de “buenos vs malos”. Qué mejor posibilidad de
continuar con la presencia avasallante de una institucionalidad cínica y su Es-
tado penal, que la promoción del resguardo ante la presencia de la violencia
sistémica y sus miedos. Habría que tener cuidado de no caer en el argumento
simple de una búsqueda de eliminar los miedos; la idea de una sociedad sin
miedos es imposible, con esto habría que recordar que los miedos constituyen
un referente dinámico de la formación cultural de un contexto. Lo que habría
que prever son los grados de penetración de los miedos, darles rostro y colo-
carlos en su real dimensión e implicaciones y, sobre todo, disminuir los niveles
de susceptibilidad en relación a lo amenazante.
Ante este paisaje de la fatalidad que domina desde los proyectos ma-
croinstitucionales hasta los reductos más íntimos de encuentro ¿Qué presen-
cia adquieren estas manifestaciones de resistencia y sus estrategias de dra-
matización colectiva? ¿Cómo potencializar una acción colectiva que busque
restituir la dignidad, como el gran baluarte de respuesta ante la fatalidad,
reencauzando su presencia tanto en el escenario de lo institucional como
en el de la cotidianeidad? ¿Qué nuevos actores surgen para favorecer una
efervescencia transgresora que vaya más allá de los cauces tradicionales de la

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institucionalidad cínica? Consideramos que la vía para disolver el dominio
avasallante de la socialidad de resguardo y su producción de zonas de con-
tención, es lo que denominamos como socialidad de reconocimiento. El pro-
ceso lleva implícito dos dinámicas fundamentales: por un lado, la memoria,
encargada de restituir reconocimiento colectivo a toda construcción inter-
subjetiva encargada de la escenificación de la dignidad, que encuentra en la
170 víctima la figura promotora de esta recuperación; y la palabra, que implica el
empoderamiento de la presencia en el espacio público (que no sólo se refiere
a lugares visibles en la retícula urbana, sino a todo lugar construido como
escenario de encuentro), y que es un recurso indispensable de expresividad y
dramatización de la resistencia. En gran medida, la socialidad de resguardo
se ha encargado de cubrir y enclaustrar ambos procesos; una socialidad de
reconocimiento no puede ser construida o edificada sin ambas columnas que
constituyen el armado estructural de su presencia.
En relación a los actores, entendidos más allá de su potencialidad expre-
siva dentro de una dramatización de la dignidad, valdría la pena trasladarlos
a sujetos del reconocimiento. Es decir, a partir de visualizar la palabra y la
recuperación de una memoria colectiva, la construcción de una historia pro-
ducida en una doble lógica relacional entre el contexto y los mundos-vida
propios de cada proceso intersubjetivo, nos debe llevar en la lógica de la ac-
ción colectiva que favorezca una socialidad de reconocimiento a ubicar tres
momentos del sujeto en su relación con lo político: un primer momento, que
podríamos denominar como pre política, en el que los actores descubren,
comparten y producen comunidades de sentido en relación a un aconte-
cimiento; segundo: se estaría dando una movilización embrionaria que fa-
vorecería a un sujeto político quien es el que asume, como partícipe de una
comunidad en reconocimiento en relación a la acción colectiva, proyectos en
disputa a partir de diversas prácticas; y un tercer momento: la formalización
y empoderamiento que la acción colectiva pueda sostener a partir de las
consecuencias y los retos que la común calma, posterior a toda manifestación
del momento culmen de la expresividad colectiva, se presenta encauzando
dos probables rutas: la primera, y la más frecuente, es la desarticulación de
la manifestación colectiva al no lograr sostener sus recursos de permanencia
—formación de la organización, movilización de recursos, figuras de lideraz-
go y formas de comunicación—, propiciando la dispersión de los actores fa-

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vorecida por la dinámica del contexto que transforma las condiciones y pro-
piedades de la solidaridad, el conflicto y los límites del sistema. La segunda,
que constituye el proyecto deseable en la intención de trascender el momento
de la catarsis expresiva propia de la manifestación, y que exige la continuidad
de los recursos de permanencia así como la capacidad de dialogar, sostener
o transformar los cruces que establecieron los principios del acuerdo que dio
origen a la manifestación colectiva. 171
En este sentido, podríamos estar en este momento, más allá de la enorme
capacidad expresiva observada en las tres manifestaciones, en la trayectoria
de dispersión que va más en la lógica de la primera ruta, es decir, en la di-
námica de la desarticulación. Como mencionamos párrafos atrás, si bien la
expresividad de una manifestación constituye un eje fundamental de la acción
colectiva y la dramatización de lo político al superar la orfandad de códigos
interpretativos; si ésta no viene acompañada de una transformación en la ló-
gica perversa de la institucionalidad cínica favoreciendo una nueva institucio-
nalidad, nos encontramos frente a una creatividad substancial que termina
por convertirse en anécdota ante el dominio abarcante que la socialidad de
resguardo produce en el contexto de la fatalidad.

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172

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Capítulo VI

173
Epílogo. Urben dolore,
mortem cotidie
Imagínense un grupo de hombres en cadenas,
todos condenados a muerte,
de los cuales diariamente unos son degollados
a la vista de los demás.
Los que quedan ven su propia condición
en la de sus semejantes, y se miran unos a otros,
anticipando que les va a tocar su turno:
ésta es la condición humana

Pascal

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1. Muerte y cotidianeidad: el deambular
de las keres68
La muerte constituye la única realidad que se nos presenta a todo ser humano
en este mundo. Independiente a formas de pensar, actuar, asumirse, estará
174 presente en algún momento recordándonos que todas las criaturas son reos
condenados a muerte que viven gracias a prórrogas indefinidas (González
Crussi, 2004). La vida es una muerte aplazada, es suspenso, la angustia cons-
tituye uno de los elementos cotidianos a los que nos enfrentamos tras saber
que el fin inesperado está presente. Si bien todo ser humano en este mundo
sabe, o en algún momento ha pasado por su mente, que la muerte acecha
—por accidente, enfermedad, vejez, etc.—, a diferencia de todo aquel que
proyecta su posible final terrenal en un intento de posponerlo lo más posi-
ble, la muerte violenta es un evento que se presenta en el momento menos
esperado y que impregna rituales de luto y asimilación de muertes impre-
vistas que a diario se presentan en la cotidiana ciudad abatida.
Con el transcurrir de los últimos tres años, se presenta constantemente
en diversos espacios noticiosos, o de los llamados programas de análisis que
contabilizan el número de eventos violentos, aquello que se asemeja a un
ranking de muertes. Imágenes en las que se muestran cuerpos sin vida, princi-
palmente de aquel que la socialidad de resguardo se ha encargado de colocar
en el bando de la amenaza latente: hombres, mujeres, niños, jóvenes, adultos,
ancianos, drogadictos, narcomenudistas, se convierten a diario en “incidente
colateral”, término que la institucionalidad cínica se ha encargado de pro-
mover. Cifras surgen en un juego de disputa por asumir quién tiene el dato
real para apropiarse de una confianza desde los resguardos de las zonas de
contención, en las exigencias de mostrar el número de asesinatos que a dia-
rio se presentan en nuestras ciudades. Como mencionamos en un capítulo
anterior, sin formalizar alguna cifra exacta que permite ubicar la dimensión
del número de asesinatos desde principios de 2008 en que se puso en marcha
el OCCH-J, podríamos ubicar una cifra cercana a los siete mil homicidios
violentos presentados sólo en Ciudad Juárez.
68 En la mitología girega las keres eran figuras femeninas de la muerte violenta. Des-
critas como seres obscuros, que volaban entre los moribundos en el campo de ba-
talla. (March Cassels, 1999)

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Más allá del análisis de la guerra contra el narcotráfico y que presenta-
mos en capítulos previos, la finalidad en este momento es colocar reflexiones
respecto a la pregunta ¿Qué sentido adquiere la relación vida-muerte en el
escenario de la ciudad fronteriza sucumbida ante la fatalidad y su relación
inherente violencia-miedos? Analizar la muerte desde una perspectiva socio-
cultural ubica al fenómeno en condiciones de abordaje a partir de diversas
prácticas y relatos que se gestan en un escenario dominado por el incremento 175
de eventos violentos en los que la muerte aparece como marca común.
Ya el sociólogo francés Robert Hertz, en La muerte, nos aporta una pers-
pectiva que parte de colocar y comprender al fenómeno como una represen-
tación colectiva: “cuando se trata de la muerte de un ser humano, los fenóme-
nos fisiológicos no lo son todo, pues al acontecimiento humano se sobreañade
un conjunto complejo de creencias, emociones y actos que le dan un carácter
propio” (Hertz, 1990, p. 13). La muerte tiene y adquiere una carga simbólico-
social que se instaura en el imaginario colectivo a partir de rituales de prepa-
ración, resguardo y despedida. No se limita sólo a la existencia física de un
individuo, va más allá de una simple desaparición corporal, de golpe destruye
al ser social inserto en la individualidad, un ser social inserto en una colectivi-
dad específica. La ritualidad conforma un elemento central del tránsito de la
pérdida al recuerdo, el duelo es la participación necesaria de quien sobrevive,
forma parte de una triple relación que se establece alrededor de la ritualidad
de la muerte: la exaltación de la pérdida, la asimilación otorgando sepultura
definitiva, y la recuperación colectiva del integrante a partir de su representa-
ción en diversos elementos como puede ser un altar improvisado.
La muerte acecha y se ubica como un momento inherente a la propia
condición de incertidumbre del habitante de la ciudad. Frescos de violencia
en los que la muerte aparece como una vivencia cotidiana que caracteriza
al habitante de una ciudad que es avasallada con cifras y relatos diarios de
eventos violentos. Prácticas como descuartizar cuerpos en la vía pública, ti-
rar cadáveres en calles o avenidas transitadas, cuerpos abandonados fuera de
instituciones educativas, constituyen eventos en los que la característica en co-
mún muestra una crueldad del acto violento con la intención de hacer visible
el sufrimiento de la víctima previo a dar el último respiro.

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Deja te platico el caso de unos muchachos de bachillerato. Uno de ellos,
llamado Jesús, acuerda con cuatro compañeros de un plantel de Bachille-
res ir a su casa para que le ayuden en una tarea que consideraba urgente.
Al llegar, se cerciora que su familia esté completa y dentro de la vivienda,
y acuerda con los otros cuatro compañeros ingresar, tomar varios cuchi-
llos que él previamente había escondido en su habitación, y matar sin
176 piedad a su familia bajo el argumento de que días previos había discutido
con ambos padres por no permitirle salir a una fiesta del colegio. Al ter-
minar el acto homicida, e imaginando la escena de los cuerpos sin vida
llenos de sangre, los homicidas deciden subir los cuerpos a la cajuela de
una camioneta descubierta con el fin de llevarlos a tirar a las afueras de
la ciudad. Al ser detenido por las autoridades ministeriales, y al tomar su
declaración, Jesús manifestó que no le generaba problema llevar los cuer-
pos sin vida y llenos de sangre en la cajuela de la camioneta. Al preguntar
los ministeriales por lo acontecido y el nivel de sadismo de sus actos, su
respuesta se limito a decir “para que aprendan a no meterse conmigo.69

Destaca más allá de ser considerado como un problema de patología, de


enfermedad sicópata, limitada a un trastorno psicoafectivo o emocional de
los jóvenes homicidas, la aceptación de cada uno de ellos establece que quitar
la vida a su familia resolvería el problema de su autoafirmación como sujeto
de poder o dominio en el escenario de su hogar. Actos de asesinatos en los
que la muerte aparece como la condición destacada del evento, nos lleva a la
pregunta en relación al sentido de la vida y el reconocimiento anulado a par-
tir de un acto de revanchismo. Al preguntar al joven el porqué de su decisión
de quitar la vida a su familia, y ante la respuesta de “para que no se metan
conmigo”, la afirmación de dominio constituye uno de los rasgos centrales
compartidos por los compañeros de ejecución, quienes asumen que el haber
asesinado a la familia efectivamente otorgó autoridad y dominio a Jesús.
Ahora bien ¿Qué significa el regocijo hacia el acto homicida, o la asi-
milación de la crueldad del acto, plasmado en los cuerpos y la sangre ex-
puestos? el joven ejecutor fue capaz de asesinar a su familia con la calma
y tranquilidad que le permitió planear, ejecutar y hacer visible los cuerpos
ensangrentados, también muestra la aceptación de que el orden o autoridad
69 Relato que formó parte de una entrevista realizada a una periodista local.

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que le impediría realizar el acto no se encuentra presente —al sostener que
no le preocupaba a él y sus compañeros que alguna autoridad de seguridad
pública los detuviera al trasladar los cuerpos sin vida para ser abandonados
en algún lugar despoblado.
Si bien, en el ejemplo anterior, la atención se centra en quienes se encar-
garon de llevar a cabo el acto homicida ¿cómo comprender lo acontecido con
el habitante de la ciudad, hombre, mujer, joven, niño, operario, chofer, ama 177
de casa, estudiante, que se enfrenta al momento de la pérdida de la vida ante
un acto violento? Veamos el segundo relato:

Juana María, joven de catorce años de edad que apenas estaba estudian-
do el sexto año de la primaria por motivos económicos (integrante de una
familia de 9, en la que el padre abandonó a la madre y desde pequeños
han tenido que laborar en diversas actividades para apoyar el gasto de la
familia), salía aproximadamente a las 10 de la noche de una tienda de su-
permercado en la que trabajaba como ayudante de limpieza al terminar
su escuela por las mañanas. Al salir, y por las condiciones de la ciudad
caracterizada por una infraestructura carente ejemplificada en zonas sin
alumbrado público, grandes terrenos baldíos, y nula vigilancia de seguri-
dad pública, en un trayecto aproximado de tres cuadras por el que tenía
que transitar para llegar a la casa de su abuela con la que dormía entre
semana, en varias ocasiones se había percatado de un grupo de jóvenes
drogados que se juntaban para tomar cerveza. Al tratar de caminar rá-
pidamente, uno de éstos corrió a alcanzarla mientras ella golpeaba con
desesperación varias rejas de algunas casas que se encuentran esparcidas
en la calle (la versión de lo ocurrido a Juana María es resultado de la
declaración que una señora anciana, habitante de una de estas casas,
dio al agente del ministerio público, y al preguntarle porque no abrió la
puerta, su respuesta fue por temor). Juana María fue alcanzada, golpeada
y violada.70

Juana María se suma a cientos de jóvenes mujeres violadas, asesinadas,


cuyos cuerpos son abandonados en lotes baldíos o en las afueras de la ciudad,
como desecho que se abandona al cumplir la satisfacción vil de quien se delei-
70 Relato periodístico recabado en el Diario de Campo (19 de octubre de 2008).

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ta con el sufrimiento. Uno de los elementos clave para ubicar el acto violento y
la consecuencia de la muerte es el escenario en el que se desarrolla el aconteci-
miento. La ciudad caracterizada por una infraestructura urbana que se mues-
tra en inmensos lotes baldíos abandonados, calles sin pavimentar y carentes
de alumbrado público, nula vigilancia policial y sistema de transporte urbano
que no cubre las rutas establecidas bajo el argumento de la delincuencia y la
178 peligrosidad de zonas despobladas, es el escenario en el que miles de mujeres
jóvenes a diario se desplazan para asistir a sus diversas actividades. Con el
miedo de quienes cotidianamente conviven con este paisaje de desolación,
ante la amenaza que se coloca en una obscuridad que va más allá de la tem-
poralidad nocturna, la mujer mayor que escucha los gritos, llantos, súplicas de
la joven, se resguarda implorando a una figura celestial piedad ante la ame-
naza que se presenta en el escenario urbano desierto. Convertirse en víctimas
potenciales en el escenario de abandono que les deja a la incertidumbre de
la peligrosidad cotidiana, constituye uno de los paisajes comunes de la ciudad
fronteriza del norte de México.

Son las nueve de la noche, al estar doña Ángeles descansando en su vi-


vienda de la colonia Bella Vista, un grupo de hombres encapuchados gol-
pean fuertemente la puerta principal exigiendo que abrieran para llevar
a cabo una revisión por motivos de una denuncia anónima. La señora, de
setenta años de edad, se encuentra con dos de sus hijos y sus respectivas
familias. Al abrir la puerta, se percatan de un grupo de veinte hombres
encapuchados y fuertemente armados, y al grito de “todos a la sala” men-
cionan que forman parte del Ejército Mexicano y que realizarán una
inspección en la vivienda. Al no encontrar armas o droga (motivo de
la denuncia anónima), el grupo de militares decidió llevarse a uno de
los dos hijos de la señora, un hombre de 35 años de edad de ocupación
mecánico, bajo el argumento de que él tenía contacto o conocimiento de
integrantes del grupo de “la línea” quienes tenían el control en la zona
de distribución de droga. Al llevárselo, doña Ángeles y la esposa del joven
secuestrado, junto con otros vecinos, se trasladaron a la guarnición para
preguntar por su hijo. Al no tener respuesta, levantaron una queja ante
la Procuraduría de Justicia del Estado y la Comisión Estatal de Derechos
Humanos, quienes mencionaron que era mejor esperar algunas horas

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para investigar dónde se encontraba su hijo. Al pasar algunos días, recibió
la llamada de un agente del ministerio público estatal para que fuera al
Servicio Médico Forense a verificar si un cuerpo encontrado en un terre-
no de terracería, era su hijo. Al confirmar que sí era, efectivamente, se le
dio la noticia de había fallecido a causas de golpes y un disparo con arma
de fuego en la cabeza.71
179
Ante relatos como estos, que ejemplifican los miles de eventos violentos
donde han perdido la vida habitantes de esta ciudad fronteriza, caracterizados
por la visibilidad de un acto en el que la muerte es expuesta como práctica de
intimidación o incluso de exaltación —como puede ser el caso del joven que
asesinó a sus familiares—, nos lleva a la pregunta ¿Cómo se ubica la muerte
en el entramado de la ciudad fronteriza caracterizada por una violencia ex-
trema cotidiana y ejemplificada en eventos en los que la pérdida de la vida se
constituye como el componente central de la vida cotidiana del habitante?
Los tres relatos tienen como eje común la muerte como acto transgresor que
en su repetición constante —vista en los homicidios con un grado de sadismo
evidente—, y se apoderan de la socialidad de resguardo entronizándose como
condición natural de ser habitante de una ciudad abatida.

2. “Aquí están, mátenlos”


Ritualidades de ejecución
Ahora bien, qué sucede con el acto que surge como resultado de una efer-
vescencia colectiva ante la amenaza latente y que evidencian ciertos acto-
res que, al colocarse como los potenciales perpetradores, son llevados a un
escenario público de control masivo con la finalidad de hacer visible un
grado profundo de sufrimiento y ejecución sostenido por una reacción de
revancha por una comunidad. El acto colectivo que busca restituir el daño
ocasionado por individuos que realizaron una actividad perjudicial, asume
un derecho de “justicia por la propia mano”. Se denomina como lincha-
miento y es caracterizado por “una acción colectiva de carácter privado e
ilegal, de gran despliegue de violencia física, que culmina con la muerte de

71 Relato periodística recabado en el Diario de Campo (18 de mayo de 2009)

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la víctima” (Vilas, 2005, p. 21).72 La crisis de una institucionalidad carente
de otorgar justicia o restituir por medio del cumplimiento legal de una
pena judicial a aquellos que realizaron el acto delictivo —por lo general, y
como característica recurrente del linchamiento, observamos la ausencia o
la llegada tarde de las autoridades públicas encargadas de sancionar el acto
delictivo—, evidencia la escenificación de venganza.
180 Son las nueve de la mañana en un municipio fronterizo del norte de Chi-
huahua, mientras trataban de realizar “un levantón” (secuestro), dos jóvenes
son detenidos por habitantes de una población no mayor a dos mil habitantes
y fueron asesinados a golpes y expuestos en la plaza. La intervención de la
Policía Federal y elementos del Ejército limitó el acto de linchar a otros tres
integrantes de la banda que fueron resguardados en una unidad de la policía
estatal y bajo un perímetro conformado por militares. Reacciones de diversos
personajes —políticos, empresariales, integrantes de organismos no guberna-
mentales— advirtieron que este acto de linchamiento a los presuntos secues-
tradores era un llamado a la intranquilidad que se vive en diversos poblados
del norte del estado. Eventos similares ya se habían presentado en Ciudad
Juárez y reportados por medios locales, en los que se observan prácticas vio-
lentas de reacción no sólo hacia integrantes de grupos delictivos, sino también
hacia representantes de la seguridad pública estatal y federal.
En este evento, la ejecución constituye una especie de triunfo y exaltación
de justicia por los habitantes de una población que, bajo el argumento de la
indefensión cotidiana a la que se enfrentan, y principalmente a la inoperancia
de un Estado de garantizar seguridad y resguardo a sus ciudadanos, asumen
como legítima la práctica de linchamiento. No solo por la práctica de golpear
los cuerpos ya sin vida y destrozados, sino también por exponerlos al resto de
la comunidad y ante algunos medios locales que cubrían el evento, bajo el gri-
to en común de “ya no más” y “quien se meta con uno de nosotros se mete con todos”. La
exposición pública de los cuerpos aniquilados, de la muerte otorgada por una
multitud, nos muestra la búsqueda de una capacidad asumida de ajusticia-
miento que la comunidad se atribuye. El acto muestra una reacción colectiva

72 Carlos Vilas nos plantea una aclaración pertinente, el carácter de privado indica
que la acción violenta realizada por individuos carece de una propiedad pública que
les permita asumirse como ejecutores de un acto de justicia legal; implica un acto de
violación a la legalidad asumida y otorgada al Estado.

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en la que una emotividad efervescente domina el escenario. Al final, la muerte
se constituye en el único catalizador de restitución de orden y una búsqueda
de tranquilidad por la población a partir de consumar el acto de “justicia por
propia mano”.

3. Imaginarios de ejecución.
“Eran delincuentes, se lo merecían” 181

Los argumentos de diversos actores a lo largo de estos años en los que,


ligados a una violencia que se ha apropiado de la vida cotidiana en la ciu-
dad, se han caracterizado por una serie de manifestaciones simples y des-
contextualizadas que terminan generando un juicio sumario o colectivo
de aquellos a quienes se les privó de la vida por un acto violento, princi-
palmente una ejecución. Si bien en capítulos anteriores ubicábamos a la
figura del chivo expiatorio como el actor del que hay que resguardarse por
representar la amenaza latente, aquí haremos referencia a la justificación
que encuentra cauce en la eliminación de todo aquel “delincuente poten-
cial” que encuentra oídos receptivos en una ciudad en la que la fatalidad
y su socialidad de resguardo buscan marcar y confinar la amenaza latente
sosteniendo el argumento de su aniquilación como último reducto posible
de tranquilidad en el resguardo
La cosificación de la ejecución como acto violento descontextualizado
ha caracterizado las aproximaciones interpretativas del fenómeno. Uno de
los puntos clave para comprender este panorama, son la gran cantidad de
manifestaciones en las que el juicio del evento violento se suele asociar a un
problema individualizado de delincuencia o “daño colateral”.73 Ya hicimos
referencia a lo sostenido por un funcionario del Estado penal en el sentido de
marcar como “pandilleros” y “ajuste de cuentas” lo que aconteció en enero
de 2010 en Villas de Salvárcar. Importantes críticas de diversos organismos
de derechos humanos y de la sociedad en general, se manifestaron en contra
73 Término que se utiliza principalmente por los actores encargados de la ejecución
de la política de seguridad pública del Estado para hacer referencia a las muertes
de personas inocentes que, por algún motivo pierden la vida al estar ubicados en
enfrentamientos, y que no estaban relacionadas con algún grupo del “crimen
organizado” o de las autoridades estatales.

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de las palabras del presidente de la república en las que ubicaba al evento
como una reacción de revancha entre grupos pandilleros. La muerte de va-
rios jóvenes universitarios y estudiantes de preparatoria, se justificaba a partir
de relacionarlos con actividades delictivas. Aunado a ello, a los pocos días, el
presidente municipal de Juárez, fue abordado por los medios para interro-
garlo por los avances de la investigación, y se limitó a reafirmar lo sostenido
182 por el presidente, se había tratado de un “ajuste de cuentas” entre bandas
rivales, el elemento comprobatorio que se tenía era una imagen de un arma
conocida como “cuerno de chivo” en el celular de una de las víctimas.
En otro acontecimiento, en los primeros meses de marcha del Operativo
Conjunto Chihuahua a mediados de 2008, fue interrogado el encargado de la
XIV Zona Militar ubicada en Ciudad Juárez. Al general a cargo, en la presen-
tación de unos detenidos, supuestos integrantes del grupo conocido como “la
Línea”, expuestos como ejecutores de cientos de asesinatos en la vía pública
en semanas previas, se le cuestionó por qué no se presentaban detenciones de
mayor impacto y que continuaban las ejecuciones por decenas a diario en la
ciudad, la respuesta del general a cargo del operativo fue “¿Qué prefiere la
sociedad, un joven asesinado en la calle o un maleante caminando libremente
por ella”.74
Estas y otras manifestaciones más, que inundan a diario la violencia co-
tidiana en la ciudad, llaman la atención en la aceptabilidad que se presenta
en una sociedad, en la que la justificación de “limpieza” de posibles sujetos
amenazantes, constituye el principal armado discursivo de las manifestacio-
nes que buscan justificar el número de muertes que se presentan por miles en
los últimos años en nuestro contexto de la fatalidad.

74 Publicado en el periódico El Diario de Juárez el 30 de agosto de 2008.

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CIUDAD ABATIDA � Antropología de la(s) fatalidad(es)


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Salvador Salazar Gutiérrez � Martha Mónica Curiel García

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