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G A B R IE L M A R C E L

F I L O S O F I A P A R A UN
T I E M P O DE C R I S I S

E D IC IO N E S G U A D A R R A M A
Lope de R ueda, 13
Fue publicado este libro por
L IB R A IR IE PLO N, París, 1968
CONTENIDO
con el título
POUR UNE SAGESSE TRAGIQUE E T SON A U-D ELA

H
: * *

Lo tra d u jo al ca ste lla n o


FA BIAN G A RCIA -PRIETO BUENDIA

* * *

Portada de
JE S U S ALBARRAN

©■ Copyright by
EDICIONES GUADARRAMA, S. A.

M adrid, 1971

D ep ósito legal: M . 2 6 0 7 6 .— 1971

Printed in Spain by

E o sg ra f, S. A. - D olores, 9 - M a d rid

O n í v t- rj
Prefacio ..................................................................................... 11
¿Q ué pu ed e esperarse de la filosofía? ................... 19
La responsabilidad del filósofo en el m undo actual. 37
E l humanismo auténtico y sus supuestos existen-
c i a l e s ................... ................................................................. 59
E l ser ante el pensam iento in terro g a tiv o ................... 77
V erd a d y li b e r t a d ................................................................. 123
V erd a d y situaciones c o n c reta s ......................................... 139
I
M i m uerte y yo .................................................................. 157
El encuentro con el mal .................................................. 175
E l ho?nbre ante su f u t u r o ................................................. 197
Pasión y sabiduría en el contexto de la filosofía
e x is te n c ia í............................................................................. 213
Para una sabiduría trágica y su más a l l á .................. 231

ii •
1

PREFA CIO

D e este libro que ahora presento al público creo po­


der decir, en primer lugar, que representa la imagen de
toda mi obra: es incluso rigurosamente homólogo. Esto
significa, ante todo, que consiste en un conjunto de in ­

vestigaciones, y que, sin duda, se cometería un error al
juzgar necesario o simplemente posible descubrir en él
la estructura de un sistema. Naturalmente, esto no quie­
re decir que no exista una convergencia entre todas sus
indagaciones: incluso podría afirmarse legítimamente
que la obra presenta una verdadera identidad en cuanto
a su im antación; creo que se impone este término, esta
metáfora. Pienso que el lector se dará cuenta de hallarse
en presencia de un cierto campo que no puede ser cir­
cunscrito, puesto que se abre hacia lo infinito. Esta aper­
tura resulta aquí esencial. Pero este campo está como
recorrido por corrientes. Cada una de las conferencias
que componen la obra corresponde a una de estas co­
rrientes y, en suma, a un cierto tipo de interrogación
apasionada. Esto es de tal manera verdad que la obra
podía haber llevado el título con el que fue presentada
mi comunicación a la Sociedad de Filo so fía: El ser ante
el pensamiento interrogativo. Pero este título habría pre­
sentado el defecto de que, al poner el acento en lo que
sin duda hay en él de más profundo, también se habría
puesto de relieve el Jado más abstracto de estas investi­
gaciones, que se refieren, ante todo y centralmente, a la
situación del hombre actual, víctima de una mutación
que seguramente arranca de su origen, pero que al mis­
mo tiempo le expone a una inmensa desorientación.
El término situación cobra aquí una importancia bá­
< sica, y, por tanto, vale la pena explicar en qué sentido.
I
12 P refacio P refacio 13

Desde hace cerca de veinte años no he dejado de re­ sada en algunas de las páginas que siguen. Sólo quiero
belarme contra la etiqueta de existencialista cristiano, hacer observar que se encuentra colocado, poco antes de
que me fue aplicada primero por Sartre y después por la desaparición de Royce, en la confluencia del pensa­
innumerables vulgarizadores. Desde entonces no he des­ miento americano ilustrado por James y W hitehead y de
perdiciado ninguna ocasión para subrayar la diferencia la fenomenología husserliana.
que conviene mantener entre una búsqueda filosófica Excúseseme este paréntesis no premeditado. Se tralía
asentada sobre la existencia y una doctrina que pretende por mi parte de una inclinación que la vida no ha ce­
conferir a ésta una verdadera primacía en relación con la sado de alimentar y fortalecer y que me lleva a recono­
esencia. H e dicho incluso que la esencia se me aparecía cer mis deudas. Quiza convenga añadir que en un m o­
como debiendo constituir el lugar de una meditación re­ mento como éste, con el estructuralismo y otras modas
novada, por mucho que se pueda soñar en relegarla, de pensamiento que empiezan a proliferar y que me son
hasta no se sabe qué esfera subalterna. Nos encontra­ extrañas, experimento espontáneamente la necesidad de
mos ante una filosofía de la luz a la que me he referido ligarme a aquellos que, hace ya mucho tiempo, deposita­
a menudo desde el día en que me surgió, como en un ron en mí la semilla de lo que iba a ser mi búsqueda;^
destello, la idea de una luz que siente la alegría de ser Al decir esto pienso en H ocking y en Bergson, cuya pa­
luz. En esta perspectiva, ¿cómo no habría de pregun­ labra parece que oigo todavía resonar, desde el fondo
tarme si la esencia debe ser considerada como un modo del pasado, discreta y electrizante a la vez.
de la iluminación o, si se prefiere, del iluminante, lo Cerrado este paréntesis, quizá convendría decir, o al
cual permitiría resistir a la perpetua tentación que emana menos indicar, cómo una filosofía de la luz puede poner
del pensamiento objetivante? Por lo demás, creo que el acento en situaciones consideradas en lo que tienen
hace ya mucho tiempo que fui orientado en esta direc­ en sí mismas de específico.
ción por las profundas ideas de Hocking tal y como se Podría decirse que la situación en la que el ser huma­
presentaban en su gran obra sobre la Significación de no se encuentra comprometido consiste en una particu­
D ios en la experiencia humana. lar manera de estar expuesto a la luz de la verdad. Pondré
Llegado a la avanzada edad en que me encuentro, me un ejem plo que ya he desarrollado en Verdad y libertad:
vuelvo con una gratitud indefectible hacia este pensador, durante la sublevación de 1956 los húngaros reacciona­
desconocido por así decir en Francia y al que no me fue ron violentamente porque ya no podían soportar las
dado conocer personalmente hasta 1960, mientras que mentiras extendidas por la prensa oficial (única tolerada
mi primer contacto con su obra data de 1913. Si fue a en su p a ís ). Qué puede decirse sino que se encontraron
él, al mismo tiempo que a Bergson, a quien dediqué mi frente a una situación en la que vieron con claridad el
Diario metafísico * en 1927, sigue siendo su nombre el estado de degradación al que los opresores pretendían
que quiero escribir al principio de este libro, porque reducirles, y fue a partir del momento en que tomaron t
después de las charlas que sostuvimos en dos ocasiones conciencia de ello cuando se rebelaron.
en su retiro campestre de New Hampshire, no dudaré N o obstante, quiero evitar un malentendido: la no­
en decir que a mis ojos nadie ha encarnado tan perfec­ ción de exposición a la que me refería anteriormente
tamente la idea del filósofo, tal como aparecerá preci­ no debe tomarse en la acepción que tendría si se tratase,
por ejem plo, de una planta que aparece (equivocada­
* Ediciones Guadarrama, 1969- mente por lo demás) como relativamente inerte con res-
14 P refa cio Prefacio

pecto a la acción externa que se ejerce sobre ella. Es ma­ El ser ante el pensamiento interrogativo. N os encontra­
nifiesto que la verdad, entendida como una luz, no pue­ mos aquí en los antípodas de cualquier filosofía que
de ser considerada como un agente que actúa sobre un pretenda apoyarse sobre una intuición o incluso sobre
ser relativamente pasivo. La verdad no es tal más que si una afirmación previa del ser. Por el contrario, el ser
es reconocida, lo cual supone un movimiento de la aten­ se presenta como no pudiendo ser más que aproxima­
ción dirigido hacia ella. da y siempre muy imperfectamente desvelado. Esta po­
En mi Diario metafisico hice hincapié precisamente sición prudente, discreta, implica el no dudar en con­
sobre este papel central e incluso primordial de la aten­ ceder un puesto principal a la humildad considerada
ción, y muchos de los textos que se presentan en este como virtud metafísica primordial, por oposición a la
volumen podrían sin duda ser reinterpretados a la luz hibris panlógica de H egel. Y aquí aparece la desconfian­
de una teoría de la atención que, lo reconozco, queda za hacia lo global que ha marcado muchas de mis an­
probablemente demasiado implícita. Sin embargo, es daduras en órdenes diversos. Se enraíza aquí también
evidente, como por lo demás ya lo vieron numerosos una crítica de la idea de totalidad, que se emparenta
filósofos, incluido Bergson, que entre atención y liber­ quizá bastante directamente con la desarrollada por
tad existe una relación de la mayor intimidad. Esto es W illiam James en su período pluralista. Desde luego, no
lo que parecen ignorar aquellos que, como Sartre, inter­ hay que llevar esta aproximación demasiado le jo s : el
pretan fundamentalmente la libertad como carencia o pluralismo propiamente dicho siempre me ha parecido
privación. M e atrevería a decir que mi facultad de aten­ digno de desconfianza en la medida en que permanece
ción da la medida de mi libertad, y esta fórmula presen­ en el plano de la yuxtaposición, lo cual viene a decir que
ta la ventaja de poner en evidencia el hecho central de se hace tributario de cierta representación óptica que
que la libertad no se deja disociar sino arbitrariamente siempre he intentado superar.
de una cierta referencia a lo real y, en definitiva, a la Volviendo ahora a lo dicho anteriormente sobre la
encarnación. Dudo mucho de que la palabra libertad siga atención y la libertad en mi obra, diría que están pre­
teniendo sentido si pretendemos aplicársela a un ser que sentes en la crítica de lo completamente natural, que ca­
suponemos omnisciente y, por este hecho, como exento racterizaba mis pasos en la época de mi primer Diario
de encarnación. metafisico. Hago alusión aquí a las observaciones sobre
Quizá convendría extraer de aquí alguna conclusión el propio cuerpo y sobre la sensación, que fueron el
sobre las relaciones entre finitud y libertad, presentán­ origen de mi pensamiento existencial. Lo completamente
dose aquí la finitud como el campo — forzosamente cir­ natural es aquello a lo que se está tan habituado que /
cunscrito— donde se ejerce la atención. siquiera se le presta atención.
Contrariamente a Spinoza y a los pensadores que pro­ Por otra parte, también aparece aquí la conexión, que
ceden de él no es sobre el carácter negativo de la deter­ siempre había presentido, entre la vocación del filósofo
minación sobre el que he creído mi deber insistir, sino y la del poeta. Sin embargo, se impone una reserva que
sobre su aspecto positivo. Por otra parte, esto está ligado sería peligroso om itir: si el filósofo, como el poeta,
a la manera en que, a lo largo de todo mi periplo filosó­ tiene que hacer una llamada a las-potencias de la admi­
fico, he intentado aproximarme al ser. En relación con ración, que encubren en la mayoría de los hombres há­
este punto, conviene conceder una importancia particular bitos y prejuicios, se le impone una tarea complementa­
a mi comunicación dirigida a la Sociedad de F ilo so fía : ria que le es propia y que consiste en mantener en
P refacio P refacio 17
16

vigilante ejercicio las facultades de discriminación, pues dad, sería mejor referirnos a las instrucciones platónicas.
en caso contrario se corre el riesgo de caer en la peor Ciertamente, hubo un tiempo, estoy convencido de
ello, en que fue necesario hacer valer los derechos o sim­
de las confusiones.
Todavía se estaban redactando estas páginas cuando plemente proclamar la especificidad de la existencia
estallaron los trágicos acontecimientos de mayo, y no frente a ciertas invasiones intelectualistas. Actualmente,
creo poder dispensarme de precisar mi actitud en pre­ frente a lo que designaríamos mucho menos como un
sencia de lo que fue quizá el comienzo de una revolu­ romanticismo que como una desviación nihilista de jó ­
ción. Y digo quizá porque al escribir estas líneas me venes desorientados, conviene no vacilar en tomar con­
es imposible no sólo prever cuál será el futuro del m o­ ciencia cada vez más clara y firme de las constantes que
vimiento, sino ni siquiera el dar un diagnóstico irrefu­ se transparentan cada vez con mayor nitidez en las gran­
table sobre su naturaleza. des épocas de la civilización.
Lo que es necesario decir ante todo, en mi opinión, Si hay lugar para preconizar actualmente una sabiduría
es que en la medida en que tiende a la ubicuidad, la trágica, como yo intento hacer en este libro, es ante
protesta corre el riesgo de perder todo significado y todo en razón de unas amenazas que pesan sobre una]
hundirse en un infantilism o de desorden y de reivindi­ humanidad superada por sus propias creaciones, por el
cación. Declarar que se quiere destruir la sociedad de desarrollo hiperbólico, no sólo de las técnicas, sino de
consumo es proferir un sinsentido, es hundirse, me temo, un pantecnicismo que a fin de cuentas desemboca en el
en un dadaísmo de la acción contradictorio en sus tér- vacío. Pero aquí el vacío es el nihilismo, tal como lo vio
j minos. Nietzsche con gran claridad en su época de mayor lu­
L o que sigue siendo indiscutiblemente valedero en el cidez. Soy de los que piensan que es recurriendo a
movimiento de mayo — doy de lado a propósito el ma­ Nietzsche, más que a M arx y a sus epígonos, como po­
nifiesto del 22 de marzo— es la denuncia de una escle­ demos obtener una explicación última, que en estos mo­
rosis que amenaza a todas las estructuras universitarias. mentos se impone, y que es, en definitiva, en la línea
N adie puede poner en duda que se impone una revitali- de esta explicación necesaria donde se inscribe la inda­
zación, y esto en unas condiciones muy penosas por sí gación cuyas primicias podrán hallarse aquí.
mismas y que se hacen más difíciles todavía por el es­
tado de anarquía que se extiende por todas partes. A l­ G a b r ie l M a rcel
gunos, entre los cuales puede citarse a Paul Ricoeur con Miembro del Instituto de Francia
sus artículos de «L e M onde», tenían sin duda razón al
poner en cuestión y al considerar con nuevos ojos la
relación general entre docencia y discencia. Pero no vaci­
laré en decir que puede resultar muy imprudente e in ­
cluso peligroso inspirarse a este respecto demasiado di­
rectamente, y menos aún sistemáticamente, en ciertos
puntos de vista expuestos por Jaspers, a¿í como propo­
ner una interpretación demasiado estrictamente existen-
cial de esta misma relación. M e inclino a pensar que
para salvar lo esencial, es decir, el saber en su integri­
2
V.

¿Q U E P U ED E ESPERARSE D E LA
F IL O SO FIA ?

Comenzaré por una observación que me parece im ­


portante. Sería completamente ilusorio imaginar que a
esta pregunta: « ¿Qué se puede o qué se debe esperar de
la filo so fía?» pueda dársele una respuesta considerada
como válida por cualquier filósofo, como podría ser el
caso para una disciplina científica cualquiera, o a jortiori
para una técnica. La verdad es que las palabras «cual­
quier filósofo» probablemente no tienen más sentido
que si decimos «cualquier artista» o «cualquier poeta».
En otros términos, es preciso reconocer de la manera
más explícita que tanto la filosofía como el arte o la
poesía suponen en su base lo que podría llamarse un
compromiso personal, o incluso, en un sentido más pro­
fundo, una vocación. Tom o la palabra vocación en su
|acepción etimológica. La f ilosofía, tomada en su fin a­
lid a d esencial, no creo que pueda ser considerada más
íque como una cierta respuesta a una llamada.
N o hay que sorprenderse de que, como ocurre con las
demás actividades humanas, la filosofía pueda desnatu­
ralizarse, pueda degenerar en una especie de imitación
más o menos caricaturesca de sí misma. Y lo puede
tanto más cuanto que la filosofía es aún tratada como
materia de examen. En Francia, especialmente, donde
existe un curso de filosofía, un bachillerato de filosofía,
el profesor encargado de la preparación de este examen
corre el riesgo de proceder como sus colegas de historia,
de ciencias naturales, etc., afanándose por poner sim­
plemente a sus alumnos en condiciones de responder a
las preguntas, escritas u orales, que les serán form ula­
das en el curso de las pruebas a las que tendrán que en-
20 f i l o s o f í a para un tiem p o d e crisis ¿Q ué p u ed e esperarse d e la filo s o fía ? 21
frentarse. Con respecto a este proceder, la palabra es­ En estas condiciones no se trata para mí de decir
pantoso traduce de una manera muy exacta esta especie cuáles son las conclusiones a las que una encuesta sobre
de relleno del que no es suficiente decir que no tiene la cuestión inicialmente planteada y llevada sobre bases
ninguna relación con la filosofía, sino que in clu so. muy amplias debería conducir. Poco forzaría mi pensa­
hay que afirmar que es exactamente todo lo contrario.
miento al decir que la noción de encuesta, no obstante
Naturalmente, es posible que los encargados de la en­
no confundirse con la de búsqueda, es sin duda bastante
señanza de esta materia, en su origen, hayan escuchado
extraña a los filósofos en cuanto tales.
la llamada de la que hablé y cuya naturaleza sería in ­
A decir verdad, corro el peligro de despertar en el es­
teresante precisar. Es posible, pero no es seguro. Y por
píritu de mis lectores una objeción previa. «A l insistir
otra parte, no es dudoso que muy a menudo esta ta­
como usted lo hace — me dirán quizá— sobre el papel
rea, cada vez más fastidiosa, recubra en el profesor la
del compromiso personal en la actividad filosófica, ¿no
chispa inicial como si se tratase de una especie de ce­
se arriesga a quitar a ésta todo alcance objetivo para
niza. Por lo demás, esto no es algo totalmente inevitable.
convertirla en un juego abandonado a los caprichos de
H e conocido profesores que supieron mantener intac­
la individualidad?»
ta esa especie de ardor muy particular, a falta del cual
Es absolutamente necesario hacer frente a esta obje­
la filosofía se reseca, se desvitaliza, se pierde en palabras.
ción para disipar de una vez una confusión que condu­
La cuestión debería considerarse también desde otra
ciría a los peores malentendidos.
perspectiva, desde el punto de vista del alumno o discí­
Esta confusión reposa sobre la propia idea de subje­
pulo. La verdadera relación filosófica, tal como Platón
tividad. Quizá se apreciará más claramente si concentra­
no sólo la definió, sino que la vivió de una vez por
mos nuestra atención sobre el arte, que, en ciertos as­
todas, es una llama que despierta otra llama. Pero todo
pectos, se halla en una posición comparable a la de la
puede suceder en tal dominio. Puede resultar que, a tra­
filosofía.
vés de una enseñanza relativamente seca, un muchacho,
E s evidente que en el origen de una obra de arte en­
para quien la filosofía existe como potencialidad, descu­
bra pese a todo esta realidad a la cual aspira, y a la que contramos — o así lo suponemos— la existencia de una
reacción personal, una manera original de responder a
yo diría que pertenece de alguna manera sin saberlo.
las llamadas múltiples, y de alguna manera desarticula­
Hasta cierto punto puedo referirme aquí a mi expe­
das, que el objeto dirige a la conciencia del sujeto. Pero
riencia personal. Y o tuve como profesor de filosofía a
no es menos cierto que esta reacción subjetiva no pre­
un hombre de vasto saber y cuya enseñanza se distinguía
senta por sí misma ningún valor artístico. Este valor no
por su notoria claridad. Pero al considerar esta ense­
aparece más que con las estructuras que se constituyen
ñanza desde lejos y con toda objetividad, estoy obligado
a través de lo que nosotros llamamos el proceso creador
a reconocer que estaba desprovista de esa pasión, de ese
y que vienen a proponerse a la apreciación, no sólo del
calor inspirado sin el cual me atrevería a decir que una
sujeto, o sea el artista, sino de los demás contempladores
enseñanza filosófica no tiene vida. Sin embargo, mi
apetito era tal que, desde la primera lección, comuniqué u oyentes posibles. Ciertamente, sería imprudente hablar
a mi fam ilia que había encontrado mi camino, que yo aquí de universalidad en un sentido extensivo: estas
estructuras seguramente no podran ser apreciadas y me­
sería filósofo, y esta certidumbre nunca se vio des­
nos aun íeconocidas por todo el mundo. Pero también
mentida.
todo el mundo resulta ser un concepto vacío e inaplica­
22 F ilo s o fía para un tiem p o d e crisis ^ ¿Q u é p u e d e esperarse d e la filo s o fía ?
23

ble. Recuerdo muy bien todavía que, en la época en que Pues bien, consideraciones hasta cierto punto seme­
la música de Debussy aún no se había impuesto, era jantes pueden presentarse en lo concerniente a lo que
mucha la gente que declaraba que su música estaba des­ con todo derecho podríamos llamar la experiencia filo ­
provista de melodía, afirmación que hoy día nos parece sófica. En efecto, yo no dudaría en declarar que no hay
una aberración. En una obra como Pelléas et Alélisande ni puede haber una filosofía digna de este nombre sin
la melodía es, por el contrario, continua, y precisamente una experiencia específica — cuya naturaleza hay que
por esto, por estar presente en todas partes, los oyentes intentar ahora definir— , lo mismo que no puede haber
no experimentados eran incapaces de discernirla. Para música auténtica allí donde no exista un oído para reco­
ellos una melodía consistía en un aire que se silba o que nocerla. Y prestemos atención a la deplorable ambigüe­
se tararea a la salida del concierto o del teatro. Claro dad de la palabra «oído». N o se puede decir simple­
está que no es suficiente con que la forma — en este mente, lo cual resultaría ingenuo, que la música supone
caso la melodía— sea percibida en su identidad; es la existencia de un órgano auditivo determinado. La pa­
necesario también el que sea admitida como significa­ labra «oído», en su acepción estética, apunta hacia algo
tiva, siendo esta significación, por otra parte, inma­ infinitamente más sutil, hacia una cierta facultad de
nente y no dejándose expresar por medio de palabras. apreciar las relaciones, o también hacia una cierta acti­
[ D e todos modos, solamente a partir de la estructura, tud de la conciencia con cuyo concurso nos es dado en­
scualquiera que ella sea, puede establecerse la comunión tender. Para una persona desprovista de oído en este
j intersubjetiva sin la cual no es posible hablar de valor. sentido, no hay distinción entre un ruido y un sonido,
Ahora bien, es un hecho el que yo puedo conversar con y lo que para nosotros es una melodía para él es sólo
otro sobre el primer movimiento del Cuarteto X I V de una serie de ruidos.
Beethoven; y que no nos limitaremos a hacer las mismas Probablemente, la actitud filosófica no es muy dife­
observaciones sobre la tonalidad, sobre la forma en que rente del oído entendido de esta forma.
los instrumentos intervienen aquí o allá, observaciones Acabo de usar la palabra actitud cuando había habla­
que muy bien podrían ser hechas por un sordo no mú­ do anteriormente de experiencia. En realidad, no existe
sico que leyese la partitura. Si somos sensibles a esta aquí ninguna contradicción. Porque, para la conciencia,
música, reconoceremos a través de las palabras deficien­ la actitud de la que estamos tratando sólo puede revelar­
tes, de las que estamos condenados a servirnos, que una se en cierta forma de reaccionar frente a lo que podría­
cierta cualidad se nos hace presente a través de su estruc­ mos llamar su situación fundamental.
tura, una cierta tristeza, una cierta lejanía, que traduce Conviene precisar todavía más la naturaleza de esta
muy bien el término inglés remoteness, y estaremos de reacción. Quizá podría definirse como un extrañamiento
acuerdo en decir que nunca, quizá, hemos captado con que tiende a convertirse en una inquietud. Quizá sea,
esta intimidad el sentimiento de lo infinito. como sucede a menudo, apelando a las negaciones como
Si he insistido tan largamente sobre semejantes ejem ­ m ejor podamos comprender esta disposición. A nte todo
plos ha sido para mostrar que, en el arte, la subjetividad consiste en no tomar la realidad como ya ordenada. Pero
tiende a transmitirse en una int'ersubjetividad, muy dife­ ¿qué debemos entender aquí por realidad? Ciertamente
rente de la objetividad, tal como se la concibe en la cien­ no se trata de tal o cual fenómeno particular cuya expli­
cia, pero que, sin embargo, desborda por completo los cación nos preocupa. Lo que está en tela de juicio es
límites de la conciencia individual reducida a sí misma. la realidad en su conjunto; o más exactamente, es este
24 F ilo s o fía p ara un tiem p o d e cristas ¿Qué p u ed e esp erarse d e la filo s o fía ? 25

conjunto o esta totalidad lo que está en cuestión. Quiza mente tal o cual reacción, que podrá ser registrada por
resulte conveniente el hacer hincapié de un modo par­ cualquier observador. Recordemos la experiencia con que
ticular sobre la misteriosa relación entre el yo que cues­ K ant pretendió determinar las condiciones a priori. Pero
tiona y el mundo sobre el cual ese yo se interroga. la experiencia de que aquí se trata, ya se refiera al filó ­
¿Dónde está el yo que cuestiona, en este mundo o fuera sofo o al artista, es de una esencia absolutamente dife­
de él? En este sentido hay que decir que el espíritu filo ­ rente. Podría decirse también que se sitúa en un nivel
sófico es el que, en presencia del objeto, experimenta muy distinto de realidad.
una suerte de impaciencia que puede convertirse en Pero sucede aquí algo muy digno de señalar y sobre
ansiedad. lo que es preciso concentrar la atención, y es que expe­
Recurriré a un ejem plo que me parece en extremo sig­ riencias filosóficas (o artísticas) diferentes pueden en­
nificativo. Un espíritu filosófico no se acomodará fácil­ trar en comunicación unas con otras; diría incluso que
mente al hecho de que lo que nosotros llamamos reali­ una experiencia filosófica, que no es capaz de acoger
dad se nos hace presente siguiendo un orden de suce­ otra experiencia para comprenderla y si es preciso para
sión. Esto quiere decir que este orden — que en algunos superarla, debe ser mirada como desechable.
casos puede parecer un desorden— despertará sin duda Se puede, pues, afirmar que es esencial a la expe­
en él una desconfianza, tendrá la sensación de no en ­ riencia filosófica, a medida que ella se elabora, el con­
contrarse sobre un terreno firme. Probablemente llegará frontarse con otras experiencias ya plenamente elabora­
a preguntarse si no se trata simplemente de una deter­ das y que en general se hayan constituidas en sistemas.
minada forma de aparecer algo que en otras condicio­ Y aun esto es decir poco: esta confrontación forma
nes aparecería de manera distinta. Ulteriormente se pre­ parte de la experiencia en cuestión en cuanto que ésta se
guntará si hay algo que pueda existir en sí, es decir, encuentra dilucidándose y cristalizando en conceptos.
fuera de toda forma de apariencia. Se demostrará fácil­ Esto es particularmente claro en un pensador como
mente que estas cuestiones están ligadas a otras que se H eidegger; puede decirse que su pensamiento se halla
afincan sobre el sí mismo que yo soy y al cual le es como comprometido en un diálogo perpetuo con los
presentada esta apariencia. En la medida en que yo soy filósofos que le han precedido, no con todos, por su­
el lugar de estas apariencias, ¿acaso no tiendo a con­ puesto, sino con algunos de ellos con los cuales se re­
vertirme también en otra apariencia? Y así sucesivamente. conoce algunas afinidades: los grandes presocráticos,
Dentro de la línea de tales reflexiones se llegará a Platón y Aristóteles, y entre los modernos, principal­
una filosofía como la de Bradley. Por lo demás, no pre­ mente, K ant, Hegel y Nietzsche. Citaré a este respecto
tendo decir que un espíritu filosófico como el que acabo un hecho muy significativo.
de nombrar se plantease la cuestión en estos términos. Heidegger vino por primera vez a Francia en 1955
Recordemos lo que se ha dicho anteriormente. N o se y fue recibido en el castillo de Cerisy-la-Salle, en donde
puede hablar de cualquier filósofo, de cualquier artista un cierto número de filósofos y estudiantes se habían
o de no importa qué poeta. Estas palabras no son aplica­ reunido para aprovechar su presencia. Se esperaba que
bles más que en el dominio de la pura objetividad, tal comentase, para de este modo aclararlos, algunos pasajes
como se revela en el plano experimental. Si ponemos en particularmente oscuros de sus obras. La decepción fue
contacto determinadas partículas de tales y cuales cuer­ grande cuando se vio que, después de una introducción
pos químicos (cloro, sodio, etc.) se producirá infalible­ sobre la filosofía en general, se dedicó a comentar unos
26 F ilo s o fía para un tiem p o d e crisis ¿ Q u é p u e d e esperarse d e la filo s o fía ?
27
textos que no eran de él, sino de K ant y de Hegel. para el que tiene una experiencia personal en esta ma­
A aquellos que discretamente expresaron su sorpresa y teria o, en todo caso, para quien tiene oído para este
su desencanto, les respondió que su método consistía modo de pensamiento. Ahora afirma que la experiencia j
justamente en aclarar su pensamiento a partir de los filosófica implica una comunicación viviente, un diálo- [
grandes filósofos que había estudiado de un modo es­ go con otras experiencias ya elaboradas, o sea con otros
pecial. filósofos. Pero esto ¿no viene a decir que en filosofía
Naturalmente, es importante hacer notar que tales todo sucede en el interior de una especie de círculo má­
comentarios, en un espíritu de pareja originalidad, van gico formado por los privilegiados o, más aún, en un
siempre acompañados de una reinterpretación, que pue­ santuario al que los no iniciados no pueden tener ac­
de considerarse como creadora, de los personajes así ceso? Ahora bien, lo que nos interesa a aquellos que
evocados. En este caso particular esto es verdad par­ nos preguntamos qué se puede esperar de la filosofía
ticularmente en lo que respecta a los presocráticos y es precisamente saber lo que ella puede aportar a los no
Kant. iniciados o, si se quiere, a los profanos, entre los que
Por lo demás, a partir de aquí habría que plantear nosotros nos encontramos. Si sólo se trata de una especie
algunos problemas generales que preocupan mucho a al­ de juego entre personas cualificadas, para nosotros no
gunos filósofos, particularmente en Francia, y que ver­ tiene el menor interés, del mismo modo que se desinte­
san sobre la historia misma de la filosofía. Se reconoce resa por una partida de ajedrez quien no conoce ni si­
actualmente, sin duda con mayor claridad que en nin­ quiera sus reglas.»
guna otra época, la necesidad y al mismo tiempo la d ifi­ Esta objeción tiene la gran ventaja de forzarme a
cultad de una filosofía de la historia de la filosofía. emitir algunas precisiones efectivamente necesarias.
Pero de todos modos, si bien la experiencia filosófica En primer término hay que responder que es comple­
comienza necesariamente como un solo instrumental, tamente falso imaginar que entre el filósofo y el no filó ­
tiende en su desarrollo a hacerse concertante; y ello sofo existe algo que se asemeja a un tabique. Este tabi­
incluso en la medida en que se opone a otras maneras que, que ni siquiera existía en épocas pasadas, existe
de pensar, ya que oponerse a ellas sigue siendo, en cierta mucho menos en la actualidad, ya que la propia litera­
medida, una forma de apoyarse sobre ellas. tura — que todo el mundo lee o al menos eso dicen las es­
Así ha sido, por ejemplo, la relación entre K ant y tadísticas— está penetrada hasta tal punto de pensamien­
David Hume o, más cerca de nosotros, entre Bergson tos filosóficos que en realidad se va haciendo imposible
y Spencer; y si se me permite mencionarme a mí mis­ establecer entre ambas ninguna demarcación. Y esto no
mo en este contexto, puedo decir también que es a los es sólo verdad para el ensayo y para la novela, sino
neohegelianos contemporáneos, y particularmente a Brad- también para el teatro y para el cine. U n ejemplo como
ley, a los que mi propio pensamiento se opone para de­ el de Sartre resulta a este respecto muy significativo. N o
finirse, como asimismo a un cierto neocriticismo francés. se pueden trazar verdaderas fronteras entre las novelas
«Pero — me dirán quizá algunos de mis lectores— , si o las piezas de teatro de Sartre y su obra filosófica. En
hemos comprendido bien su pensamiento, parece que us­ lo que a mí concierne, tengo que decir exactamente lo
ted aporta una respuesta muy extraña y un tanto enga­ mismo. Tam bién puede recordarse a un escritor como
ñosa a la cuestión planteada al comienzo de su investi­ Paul Valéry, quien, a decir verdad, hacía profesión de
gación. Por una parte dice usted que sólo hay filosofía despreciar la filosofía, pero que, en la realidad, era en
¿Qué p u ed e esp erarse d e la filo s o fía ? 29
28 F ilo s o fía para un tiem p o d e crisis
que la precedente, debe suscitarse en este momento en la
cierto modo un filósofo, incluso en sus obras de poesía mente de los que me leen :
pura, hasta el punto de que un filósofo profesional
«Usted admite — me dirán— que una cierta relación
como Alain ha podido brindarnos un comentario muy
puede y debe establecerse entre el filósofo y el ‘no filó ­
preciso de su gran colección de poemas, Charmes. Pero
sofo’. Pero ¿de qué filósofo se trata? El no iniciado
seguramente es necesario ir aún más lejos y decir que en
experimenta un sentimiento de inquietud y de descon­
todo ser pensante, y particularmente en nuestra época,
fianza cuando se siente en presencia de esta pluralidad
existe, aunque sólo sea por instantes, una especie de
de filosofías que parecen excluirse las unas a las otras.
rudimento de experiencia filosófica. D iría que esta ex­
El hecho de tener que elegir entre ellas — y uno no com­
periencia se presenta como una especie de estremeci­
prende cómo y según qué criterio— ¿se puede conciliar
miento en presencia de las grandes realidades misterio­
con sus pretensiones comunes de expresar una verdad o
sas que confieren a toda vida humana su marco concreto:
unas verdades? Y , por otra parte, si un filósofo abdica
el amor, la muerte, el nacimiento de un h ijo, etc. N o
alguna vez de esta pretensión, ¿no degenerará su activi­
dudo en decir que toda emoción personalmente sentida
dad en un simple juego? La pregunta podría formularse
al contacto de estas realidades es algo como un embrión
también de esta m anera: ¿cómo, teniendo en cuenta esa
de experiencia filosófica. Está muy claro que, en la in ­
irreductible pluralidad, puede todavía hablarse de la filo ­
mensa mayoría de los casos, este embrión no sólo no se
sofía en el mismo sentido en que se habla de la ciencia?»
desarrolla en una experiencia articulada, sino que in ­
Es muy cierto que tal objeción no puede ser eludida y
cluso no parece experimentar la necesidad de semejante
que la respuesta que se dé tiene una incidencia directa
desarrollo; sin embargo, también es verdad que casi
que conviene agregar a la cuestión in icia l: « ¿Qué puede
todos los seres humanos han experimentado en alguna
esperarse de la filosofía?»
ocasión la necesidad de ser esclarecidos, de recibir una
En primer lugar creo que hay que hacer justicia de
respuesta a sus propios interrogantes.
una vez por todas a la imagen que más o menos direc­
Es necesario añadir que esto resulta cada vez más cier­
tamente se presenta en la conciencia de aquellos que
to a medida que la religión propiamente dicha decae, o
formulan semejante objeción. Dicha imagen parece ser
al menos tiende a cambiar de naturaleza, y que los es­
la de una vitrina o escaparate en donde las diversas
píritus se contentan cada vez menos con las respuestas
filosofías se hallasen colocadas las unas al lado de las
estereotipadas que en otros tiempos parece que eran
otras, viéndose forzado el cliente a elegir entre ellas. Uno
acogidas sin protesta.
de los beneficios más seguros de una reflexión apoyada
Convendría también añadir algo que considero im ­
sobre la historia consiste justamente en demostrar que
portante, y es que algunos residuos del pensamiento filo ­
una comparación así es absurda, puesto que tal compara­
sófico llegan a todos los espíritus por medio de los dia­
ción sólo es posible para los objetos, para las cosas; y pre­
rios, las revistas o, simplemente, por la conversación,
cisamente una filosofía no puede nunca ser tratada de
y que la mayor parte de estos residuos podrían ser venta­
esta suerte, pues constituye en cierto modo una expe­
josamente quemados como si se tratase de basura; por
riencia, yo diría casi que una aventura en el interior
cierto, que no es una de las funciones menos importan­
de otra aventura mucho más vasta, la del pensamiento
tes del pensamiento filosófico el proceder a esta suerte
humano en su conjunto, o incluso en el seno de algo
de incineración.
Sin embargo, una nueva cuestión, más irritante todavía que quizá transciende esta aventura, si se trata de la
30 F ilo s o fía para un tiem p o d e crisis

manifestación del Espíritu y del Verbo, si es una teo- en que vivimos. Por lo demás, no pienso disimular que
fanía. hablo aquí en mi propio nom bre; pero pido que se
Pero, por otra parte, el que haya captado lo dicho en recuerde lo que dije al principio sobre el hecho de que
la primera parte de este estudio se ha puesto en dispo­ no hay ni puede haber pensamiento filosófico sin un
sición de comprender que una filosofía jamás puede ser cierto compromiso personal. Por tanto, me gustaría di­
concebida de otro modo que en función de una cierta rigir una llamada a aquellos que, de manera más o m e­
V
exigencia. La historia de las doctrinas filosóficas es, en nos articulada, se sientan abrumados por esta exigencia
gran medida, la historia todavía inacabada de las exi­ que yo pretendo definir. En cuanto a los demás, será
gencias del espíritu humano. En realidad, estas exigen­ preciso que al menos sean lo suficientemente conscien­
cias deben ser referidas a las situaciones generales y con­ tes para preguntarse si les es posible descartarla por
cretas que contribuyeron a su nacimiento. Por lo demás, completo o hacer abstracción de ella. Es decir, la res­
se da aquí un tipo de relación extremadamente compleja puesta no puede ni debe ser aquí más que personal, si
y que precisamente corresponde aclarar a la reflexión bien al mismo tiempo atañe a preguntas transcendentes
filosófica. En efecto, no tendría ningún sentido decir a la pura subjetividad, si ésta se reduce a las simples
que una situación puede por sí misma producir una exi­ maneras de sentir, de desear o de no desear.
gencia. En este caso no podemos establecer una relación Conviene, pues, ante todo, partir de una descripción
causal, como hacemos en el caso mucho más simple en general y penetrante que aborde la situación en la que
que observamos, por ejemplo, que un terreno favorece hoy se encuentra la humanidad o al menos la fracción
más que otro tal tipo de vegetación. Este verbo « fa ­ occidental de la misma, sobre la que recae especial­
vorecer» encubre un nudo de relaciones extremadamente mente nuestra observación. Reproduzco aquí una pá­
complejo. gina de uno de mis escritos que data de 1933, pero de
En estas circunstancias es preciso sustituir la imagen la que actualmente nada tengo que suprimir ni cam biar:
engañosa de una elección que recae sobre objetos idea­
les por una idea muy diferente, la de los diversos nive­ «La edad contemporánea me parece caracterizarse por
les en que el espíritu se coloca siguiendo el tipo de exi­ lo que sin duda se podría llamar la desorbitación de la
gencia que le anima. Así resulta que un filósofo cen­ idea de función, tomando aquí la palabra función en su
trado en las exigencias de la persona, de la personali­ acepción más general, la que comprende a la vez las
dad como tal, atacará al marxismo no necesariamente funciones vitales y las funciones sociales.
en cuanto método, pues lo cierto es que el método mar- E L individu o tiende a aparecer ante sí mismo y; los*
xisi'a aplicado en determinados sectores puede resultar demás como un simple manojo de funciones. Por ra­
fecundo, sino en la medida en que pretende ser una inter­ zones históricas extremadamente profundas y que sin
pretación total y última de la vida y de la historia, mos­ duda todavía no captamos más que en parte, el individuo
trando que, en cuanto a estas exigencias, es incapaz de ha sido llevado a tratarse cada vez más a sí mismo como
proporcionar nada que se parezca a una respuesta, dado una suma de funciones, cuya jerarquía, por lo demás, se
que no puede sino ignorarla. le presenta como problemática, como sujeta en todo caso
En esta última parte quisiera esforzarme por mostrar a las interpretaciones más contradictorias.
lo que parece ser el tipo de exigencia filosófica que Funciones vitales ante todo. Y apenas si es necesario
surge de manera particularmente apremiante en la época indicar el papel que en esta reducción han desempeñado
F ilo s o fía para un tiem p o d e crisis ¿Qué p u e d e esp erarse d e la filo s o fía ? 33

el materialismo histórico, por una parte, y el freudismo ses, los climas, los empleos, etc. Pero lo que importa
por otra. es el hecho de que exista ese baremo.
Funciones sociales, en segundo lu g a r: función-consu- Sin duda, pueden manifestarse algunos factores de
midor, función-productor, función-ciudadano, etc. desorden, de ruptura: el accidente bajo todas sus fo r­
Entre las unas y las otras existe teóricamente un lugar mas, la enfermedad. Desde ese momento se comprende
para las funciones psicológicas. Pero pronto se aprecia muy bien — y esto ocurre a menudo en América y pienso
que las funciones propiamente psicológicas tenderán que también en Rusia— que el individuo tenga que ser
siempre a ser interpretadas, ya sea con relación a las fu n­ sometido, como si fuese un reloj, a verificaciones pe­
ciones vitales, ya sea con relación a las funciones sociales, riódicas. La clínica se presenta entonces como si se tratase
y que su autonomía será precaria y su especificidad cues­ de un organismo de control o como un taller de repara­
tionada. En este sentido, Comte hizo gala de un poder ciones. O tro tanto sucederá con algunos problemas esen­
adivinatorio al no asignar un puesto a la psicología en ciales como el del birth-control: también serán considera­
la clasificación de las ciencias. dos desde el punto de vista de la función.
Todavía nos encontramos en plena abstracción; pero el En cuanto a la muerte, desde un punto de vista o b je­
paso a la experiencia más concreta se opera en este do­ tivo y funcional, aparece aquí como el punto final de lo
minio con extrema facilidad. utilizable, como la caída en el desuso, como un puro
Con cierta frecuencia me pregunto con ansiedad sobre desecho.»
lo que puede ser la vida o la realidad interior de tal o
cual empleado del m etro; por ejem plo, del hombre que Creo que no se puede dudar de que este sombrío diag­
abre las puertas o del que taladra los billetes. Hay que nóstico se hace cada vez más exacto, y como escribía
reconocer que todo, en él y fuera de él, contribuye a de­ un poco después, «no sólo es triste este espectáculo para
terminar la identificación entre este hombre y sus fu n ­ quien lo m ira : existe el sordo, el intolerable malestar
ciones. Y no hablo solamente de su función de emplea­ sentido por quien se ve reducido a vivir como si se con­
do, o de sindicado, o de elector. H ablo también de sus fundiese efectivamente con sus funciones... La vida en
funciones vitales. La expresión, en el fondo bastante un mundo basado sobre la idea de función se encuentra
inquietante, de empleo del tiempo encuentra aquí su expuesta a la desesperación y desemboca en la desespera­
plena utilización. Tantas horas son consagradas a tal ción, porque en realidad este mundo está vacío, porque
función. El sueño también es una función, que es preciso suena a hueco; si la vida resiste a la desesperación es úni­
cumplir para poder llevar a cabo otras funciones. Lo camente en la medida en que en el seno de esta existen­
mismo ocurre con el ocio y con el descanso. Compren­ cia actúan en su favor ciertas potencias secretas, cuyo pen­
demos perfectamente que un higienista declare que el samiento o reconocimiento no tiene vigencia en la ac­
hombre tiene necesidad de divertirse tal número de horas tualidad».
por semana. Existen funciones orgánico-psíquicas que no En la perspectiva en que me he colocado en el curso
pueden ser olvidadas, la función sexual, por ejemplo. de este estudio, esta última frase es de la mayor impor­
Pero no es necesario insistir más sobre esto, ya que es tancia. Sólo a partir de ella es posible aportar una res­
suficiente con un esquema. Lo que hay que tener en puesta definida a la cuestión planteada inicialmente.
cuenta aquí es la existencia de una especie de baremo Lo que se puede esperar de la filosofía en el momento j /
vital, cuyos pormenores varían naturalmente con los paí- histórico en que nos encontramos es, ante todo, la apor- I '
3
54 F ilo s o fía p ara un tiem p o d e crisis ¿Qué p u ed e esp erarse d e la filo s o fía ? 35

i tación de un diagnóstico, del que acabo de proporcionar ver son las zonas iluminadas por esta luz. Esta compa­
un elemento que creo importante, y que se halla diri­ ración entre el ser y la luz es completamente esencial,
gido, ante todo, hacia el riesgo de deshumanización que y apenas es necesario destacar que en esta dirección tro­
comporta el desarrollo intensivo de la técnica en núes- > pezamos con el texto del Evangelio según San Juan sobre
tro mundo. Tam bién puede esperarse de ella que nos «la luz que alumbra a todo hombre que viene a este
permita tomar una conciencia tan lúcida como sea po­ mundo». En otro de mis libros he hablado de una luz
sible de la profunda confusión, casi siempre inarticula­ que sentiría la alegría de ser luz y de la cual participa
da, que experimenta el hombre en este medio técnico y el ser humano en cuanto tal, a menos que caiga en un
burocrático donde lo más profundo de sí mismo perma­ nivel animal o incluso inferior al animal.
nece no solamente ignorado, sino continuamente repri­ Y aquí puedo prever una última objeción, a la cual
mido hasta su raíz. Se trata también de, mediante una quisiera responder rápidamente.
prospección cuidadosa y delicada, determinar estas po­ «Esta respuesta de la filosofía — se me objetará sin
tencias secretas que mencionaba hace un instante. ¿Cuá­ duda— ¿no se confunde con la de la religión? N o per­
les son estas potencias? Resulta muy difícil nombrarlas, cibimos bien la frontera trazada por usted entre filoso­
primeramente por encontrarnos aquí en un terreno don­ fía y religión.»
de las palabras están muy a menudo gastadas, vacías de La cuestión es muy importante, y he aquí cuál sería
su savia. D e una manera muy general diré que estas po- - mi respuesta. Creo sinceramente que hay y que debe
tencias son„_como irradiaciones del ser; y es sin duda haber una convergencia secreta entre filosofía y reli­
hacia el ser, como lo han visto todosTos grandes filósofos gión, pero también creo que el instrumento es completa­
del pasado y como sigue afirmando Heidegger — desde mente diferente en ambos casos. La religión no puede
muchos puntos de vista el pensador más profundo de apoyarse, en efecto, más que en la fe. Por el contrario,
Alemania y quizá de la Europa occidental— , es sin duda creo que el instrumento de la filosofía es la reflexión.
hacia el ser, digo, hacia donde debe inclinarse la refle­ Y debo añadir que considero con cierta desconfianza
xión del filósofo. . aquellas doctrinas filosóficas que pretenden reposar sobre
Pero preguntaréis no sin inquietud, cuando habla us­ la intuición. N o obstante, he intentado demostrar que la
ted del ser como tal, ¿acaso no se refugia en una abstrac­ reflexión puede presentarse bajo dos formas diferentes
ción vacía de sentido? Hay que responder que el ser es y complementarias. La una es puramente analítica y re-
exactamente lo contrario de la abstracción y que, sin ductora: se trata de reflexión primaria. La otra es, por
embargo, a nivel del lenguaje, se desnaturaliza casi ine­ -el contrario, recuperadora o, si se quiere, sintética, y es
vitablemente y tiende a confundirse con su contrario. justamente la que se apoya sobre el ser, no sobre una . *
Esta es precisamente la dificultad central, y éste es el intuición, sino sobre una seguridad que se confunde con f?
motivo de que, en el trabajo de donde he tomado las lo que nosotros llamamos alma.
anteriores citas y que ocupa un lugar central en mi obra,
haya insistido sobre lo que llamo «aproximaciones con­
cretas». En mi opinión, esto quiere decir que no pode­
mos instalarnos, por así decirlo, en el ser, ni podemos
apoderarnos de él del mismo modo que no podemos ver
el foco de donde irradia la luz. Tocio lo que podemos
nt'-

LA R E SP O N SA B IL ID A D D E L FILO SO FO
E N EL M UNDO A C TU A L

El debate mantenido, en condiciones a veces muy con­


fusas, desde finales de la segunda guerra mundial alre­
dedor de la idea del pensamiento comprometido no
puede considerarse como cerrado. Muy por el contrario,
en la actualidad se presenta con una gravedad acrecen­
tada, particularmente en Francia, en unos momentos en
que uno se siente tentado a preguntarse si no es la pro­
pia existencia de la filosofía la que es puesta en tela de
juicio. D e suerte que — espero poder demostrarlo— esta
existencia no podrá ser reconocida a menos de establecer
que ella implica una responsabilidad efectiva en el curso
de la crisis sin precedentes que se ha abierto ante el
hombre desde hace un cuarto de siglo.
El problema sobre el cual pretendo concentrar mi
reflexión se descubre desde el momento en que el es­
píritu se ve obligado a plantearse las cuestiones siguien­
tes : ¿puedo estar seguro de que mis lectores o mis
oyentes dan a la palabra filosofía el mismo sentido que
yo? Más profundamente todavía, ¿puedo afirmar que en
mi propio pensamiento, que para mí mismo, esta palabra
está desprovista de ambigüedad?
Abordemos en primer lugar la primera de estas cues­
tiones. La experiencia nos demuestra de modo irrecusa­
ble que la palabra filosofía se toma en un sentido abso­
lutamente diferente en la mayor parte del mundo anglo­
sajón y allí donde la fenomenología, posteriormente a
Husserl y a Scheler, se impuso progresivamente.
Desde luego que si uno retrocede al pasado no le será
difícil encontrar oposiciones en cierto modo compara­
bles. A finales del último siglo, un neohegeliano de In-
F ilo s o fía p a ra un tiem p o d e crisis R esp on sabzh d ad d el filó s o fo 39
38

glaterra, por ejemplo, no hablaba en el mismo lenguaje tual, una gimnasia relajante para el espíritu que es
que su colega empirista, formado en la escuela del aso- bueno haber practicado durante algún tiempo, pero sobre
ciacionismo y de Spencer. Esto es indiscutible, aunque cuyo alcance verdadero no hay que hacerse ninguna
pueda observarse que el elemento de verdad contenido ilusión.
en el asociacionismo podría, después de todo, encontrar En lo que a mí respecta, responderé que, si la filoso­
un lugar dentro de una síntesis como la de Bradley. Pero fía tuviese que reducirse a algo semejante, sería de de­
yo he podido constatar, por ejem plo, en el Congreso de sear su desaparición. Si la filosofía no es más que un
Lima en 1 9 5 1 , en ocasión en que conversaba con A lfred juego, no es suficiente con decir que se coloca fuera de
Ayer, delegado británico para este Congreso, que, cuan­ la vida real y seriamente vivida, sino que, además, corre
do hablaba con él de una filosofía de la reflexión, estas el riesgo de aparecer como una impostura, ya que siem­
palabras, que en Francia designan una tradición sin pre ha sido presentada con unas pretensiones que pue­
duda venerable, para él ya no correspondían exactamen­ den imponerse a los espíritus jóvenes, pero que, en la
te a nada. Y mucho más recientemente, al conversar hipótesis considerada, deberían ser miradas como m en­
con estudiantes de Harvard, pude comprobar que sus tirosas. Por mi parte no dudaré en decir que la filoso­
profesores de filosofía, al menos la mayor parte de ellos, fía carece de peso e interés a menos que tenga una reso­
les disuadían de buscar una relación en tre' el pensa­ nancia en esta vida nuestra que en la actualidad se en­
miento casi exclusivamente analítico, en cuyo uso pre­ cuentra amenazada en todos los planos. Pero es necesario (
tenden formarles, y la vida, los problemas que la vida ir más lejos y decir que esta resonancia depende de la )
nos plantea a cada cual y que parecen no ser a sus ojos manera en que la filosofía se sitúe con relación a la I
más que un lugar de opciones facultativas sin ninguna verdad. i
relación con cualquier referencia filosófica. Y a propósito de esto, un filósofo titulado, un p rofe­
Sin duda que en este caso también se podrán evocar sor de la Sorbona, cuya autoridad es indiscutible, de­
precedentes. Pero lo que da a la situación presente su claraba hace algunos años, durante una charla televisada
carácter propio es el hecho de que algunas disciplinas destinada a estudiantes jóvenes, que el término verdad
que estaban consideradas hasta comienzos de siglo como no cobra un sentido definido si no es en las ciencias.
parte integrante de la filosofía, la psicología y la socio­ Expresarse así equivale sencillamente a proclamar la
logía, por ejem plo, sin olvidar la lógica, reivindican dimisión de la filosofía. Desde este momento puedo a fir­
en la actualidad no ya sólo una autonomía, sino una in ­ mar que entre los grandes filósofos del pasado no exis­
dependencia radical. te probablemente ni uno solo que hubiese rehusado dar
Así las cosas, la filosofía propiamente dicha corre, carta de ciudadanía a la verdad dentro de su pensamien­
desgraciadamente, el riesgo de aparecer como si fuese to. Incluso un irracionalista como Schopenhauer juzgaba
un resto, casi podría decirse que como algo «inope­ sin ninguna duda que había descubierto la verdad en el
rante», cuya persistencia no es en realidad sino tolerada, fondo de las cosas. La única excepción, probablemente
considerada como una tradición cada vez menos res­ más aparente que real, sería Nietzsche, en la medida en
petada. Se da bastante a menudo, entre hombres sólida­ que su pensamiento parece establecerse en cierto modo
mente instalados en la vida, pero que gustan de recordar no sólo más allá del bien y del mal, sino también más
con nostalgia el tiempo ya lejano de sus estudios, la allá de lo verdadero y de lo falso. Ahora bien, este
idea de que la filosofía es una especie de juego intelec­ pensamiento no puede juzgarse como consistente más
40 F ilo s o fía p a ra un tiem p o d e crisis R esp on sab ilid ad d e l filó s o fo 41

que si, a pesar de todo, reconoce que cierto tipo de ver­ conferido. Este malestar permanece ligado al sentimien­
dad, digamos, por ejemplo, la verdad científica debe to -—quizá al comienzo bastante confuso— de una con­
transcenderse. Pero esta superación ¿no supone ine­ tradicción que es necesario hacer aflorar a nivel del pen­
vitablemente la instauración de una verdad superior, samiento distinto. ¿Acaso la filosofía no evoca la idea
irreductible por lo demás a lo que nosotros designamos de una investigación esencialmente libre en la cual está
habitualmente con este nombre? Imaginar que se puede comprometido el que la emprende? ¿No resulta con­
escapar a esta necesidad, ¿no supone inevitablemente tradictorio imaginar una firm a que sería conferida desde
arriesgarse por un camino que conduce al delirio? Hay fuera, no digamos ya a esta investigación, sino más bien
derecho a pensar que, desde este punto de vista, la lo ­ a la persona que pretende consagrarse a ella, una firm a
cura de Nietzsche no es exclusivamente patológica, sino que viene a proclamar su validez? ¿Pero acaso la no­
que presenta un sentido: el estar ligada a la violación ción de validez puede aplicarse en esta situación? ¿V a­
de lo prohibido. lidez en nombre de qué y a partir de qué? Y aun es pre­
Sin embargo, conviene aquí atender a una objeción ciso ir más lejo s: ¿de qué naturaleza debe ser la autori­
previa: «Cuando habla usted de filosofía — se me pre­ dad de aquellos que ostentan el poder para entregar
guntará— , ¿se refiere a la filosofía en general o más estos certificados? Hay que tener en cuenta que la filo ­
bien a una filosofía en particular con la que se siente sofía se distingue evidentemente de las ramas del saber
más o menos identificado? Si es esta segunda posibilidad especializado, para las cuales no se plantea la cuestión
la que hay que tener en cuenta, ¿cómo podríamos esca­ que acabo de suscitar. Cabe pensar que un candidato a
par a la arbitrariedad? Y , por otra parte, ¿tiene verda­ una cátedra de matemáticas o de historia puede, sin
deramente sentido hablar de filosofía en general?» Hay que exista contradicción en ello, haber satisfecho cier­
que reconocer que la pregunta es pertinente y que no tas pruebas instituidas por los matemáticos o por los
debe dejarse sin respuesta. En primer término hay que historiadores, de tal manera que las personas califica­
poner de manifiesto que se trata del filósofo actual, das pueden legítimamente admitir y ulteriormente pro­
o sea dentro de un determinado contexto del que no se clamar que tal candidato se encuentra efectivamente en
puede hacer abstracción. Sin embargo, esta indicación condiciones de transmitir a otros los conocimientos que
resulta todavía insuficiente. La cuestión más importante posee.
a la que se trata de responder es la que consiste en saber Pero a poco que se reflexione, la situación resulta
si, cuando yo hablo del filósofo, me refiero a lo que muy distinta con respecto a la filosofía, que es de lo que
podría llamarse el filósofo profesional. De inmediato estamos tratando.
nos vemos en una situación embarazosa, ya que es esta Sin duda que aquí se puede intentar introducir una
profesionalización la que estamos poniendo en duda: distinción entre la filosofía propiamente dicha, esto es,
¿es posible sin contradicción ? la filosofía como investigación, y la filosofía como
Cuando se habla del filósofo profesional se piensa en materia de enseñanza, y decir que las pruebas a cuyo
el filósofo diplomado, habilitado por este hecho para final se procede a la firm a de la que he hablado están
enseñar en establecimientos oficiales (o asimilados). Pero destinadas a demostrar simplemente que el candidato
a poco que se reflexione, es difícil librarse de un senti­ posee un cierto bagaje y que es capaz de transmitirlo.
miento de malestar cuando se repara en ese diploma de Puede admitirse esto, pero a condición de hacer notar
filosofía y en las condiciones necesarias para que sea seguidamente que la noción de bagaje es aquí muy equí­
42 F ilo s o fía p a ra un tiem p o d e crisis R esp o n sab ilid a d d e l filó s o fo 43

voca, y que una enseñanza filosófica que se reduce a la tinados a la extinción absoluta, me d ije: «M ás adelante
trasmisión de la que se habla no corresponde de n in ­ intentaré ver esto con claridad.» Creo que se cometería
guna manera a la exigencia a que se considera que sa­ un grave error viendo en esto solamente una ocurrencia
tisface. En filosofía se trata mucho menos de una ense­ in fa n til: es absolutamente cierto que esta preocupación,
ñanza que de constituir una especie de despertador, y la incluso podría decir esta obsesión, tanto en mi caso
experiencia muestra, sin lugar a dudas, que las pruebas como en el de Unamuno, se extiende como una filigrana
oficialmente instituidas no permiten, sino rara e im per­ a través de todo lo que he escrito, y especialmente en mi
fectamente, saber si el candidato posee esta cualidad obra dramática. Pero es evidente también que yo tenía
esencial. la pretensión — ingenua, lo reconozco— de llegar un
Hay que reconocer que existe algo de especialmente dia a verlo todo más claro, y no sólo para mí, sino para
ambiguo en la noción misma de profesor de filosofía, todos aquellos que imaginaba embargados por la m is­
y esto es tan verdad que uno se puede preguntar seria­ ma angustia.
mente si el acto significado por las palabras hacer p ro ­ M e guardaré de decir que esto pueda generalizarse de
fesión de no es, de alguna manera, incompatible con lo un modo absoluto. Es dudoso que se pueda descubrir en
que hay de más íntimo en su vocación. Cuando habla­ todos los filósofos la existencia de un determinado pro­
mos del filósofo, el término vocación es algo que hay blema que se impusiese temprano a la atención interro­
que destacar; es necesario admitir que el sentido pre­ gativa y ansiosa del futuro investigador. En desquite,
ciso de esta vocación no es fácil de definir si no vemos puede afirmarse sin duda que en el origen de una bús­
la diferencia con lo que puede ser la vocación de pro­ queda filosófica siempre hay un extrañamiento, una cierta
fesor en general. Por lo demás, dejo de lado la difícil actitud de no considerar lo que hay como resuelto, de no
cuestión de saber si la vocación de profesor propiamente encontrar natural lo dado que el futuro filósofo encuen­
dicha merece tal nombre, y si es tan característica como tra ante sí. Sin duda, esto es demasiado evidente para
puede serlo la de médico, sacerdote o incluso ingeniero. que haya la necesidad de insistir sobre ello. Pero lo que
Lo que creo que es necesario comprender es que no no está tan claro — y con ello retrocedo a lo dicho an­
se pretende filosofar exclusivamente para uno mismo, teriormente— es que este enfoque se presentase inva­
¡para salir de un estado de incertidumbre o de turbación riablemente como tendente hacia una verdad que descu­
jy con vistas a alcanzar un cierto equilibrio para la pro- brir. Las palabras «una verdad» no son exactamente las
;pia satisfacción. Sucede más bien como si pretendiése­ que convienen: las verdades fragmentarias y aislables
m o s tomar a nuestro cargo la inquietud o la angustia de las unas de las otras son de incumbencia de las ciencias
¡ otros seres que no conocemos personalmente, pero a los y no de la filo so fía ; es, pues, más bien de la verdad de
¡ cuales nos sentimos ligados por una relación fraterna. la que siempre se trata. Pero a partir del momento en
Es ciertamente molesto, pero quizá inevitable, hablar que la reflexión llega a un cierto nivel, la actitud crítica
de uno mismo en semejante contexto. N o dudaré en recae sobre la propia verdad. Quiero decir con esto que
decir que mi vocación filosófica nació el día en que, llega—a-_interrogarse sobre lo que la palabra significa en
yendo por una alameda del parque Monceau — debía de sí misma, al mismo tiempo que sobre las condiciones y
tener ocho años en aquel entonces— y habiendo llegado los límites en que la aspiración a la verdad puede sa­
a la conclusión de que no podía saber con certeza si los tisfacerse.
seres humanos sobreviven a la muerte o si están des­ Quisiera ver de responder, con la mayor precisión po­
44 F ilo s o fía p ara un tiem p o d e crisis R esp on sab ilid ad d e l filó s o fo 45

sible, a la embarazosa cuestión siguiente: cuando 70, o r g u l l o y una cierta arrogancia me están por definición
filósofo, hablo del filósofo, ¿es de mí mismo de quien prohibidos.
hablo? Una de dos: o bien es de mí, efectivamente, de A modo de anticipación de lo que mostraré más ade­
quien hablo — y en este caso la especie de careta con que lante, quizá convenga añadir algo: que soy estructural­
me disfrazo resulta ridicula— , o bien admito que, por el mente incapaz de establecer una demarcación completa­
contrario, existe una diferencia; pero en este caso no se mente rigurosa entre lo que pienso como filósofo y lo
ve bien cómo me sitúo con relación a este filósofo que que digo como no filósofo, aunque, ciertamente, tenga
yo reconozco no ser. Parece que se da un dilema al que el deber de hacer todo lo posible por llegar a una con­
no puedo escapar. A pesar de todo, creo que es la se­ ciencia más clara, a una comprensión más estricta con
gunda posición la que debo adoptar. N o es de mí de respecto a este punto.
quien hablo. Mas en este caso tengo que reconocer que
se me exige -—y si se quiere, también se me concede— Creo que este largo preámbulo era necesario para des­
ir mediante el pensamiento más allá de lo que he po­ tacar las condiciones en que se plantea el problema de la
dido o pueda todavía realizar. En definitiva, he de tener responsabilidad del filósofo. Problema, sin duda alguna,
presente en mi espíritu el pensamiento de los filósofos oscuro, y sobre el que es preciso confesar que los datos
tan diferentes entre los que tengo que situarme, sin que, han sido como embrollados a placer por un cierto exis­
por lo demás, tenga pretensión de igualarlos. tencialism o; pero de esto tendremos ocasión de hablar
Una de las dificultades a las que tengo que enfren­ posteriormente.
tarme reside en el hecho de que sería inútil esperar en­ La primera cuestión que inevitablemente se plantea
contrar un común denominador en estos filósofos, o al es la de preguntarse ante quién es responsable el filóso-
menos que ese denominador se redujese a algo formal, fo. Y suponiendo que se pueda responder a esta pre­
como sería un compromiso personal con relación a la gunta, la palabra responsabilidad ¿tiene aquí algún sen­
verdad o, más exactamente, con relación a una investiga­ tido preciso? Partiremos de un caso lím ite, como es el
ción centrada en la verdad. de un Estado totalitario, ya se trate de la Alemania nazi
Ahora bien, es necesario aplicar esto al tema que in ­ o de la Rusia soviética. Aquí la respuesta a la cuestión
tento tratar a q u í: cuando hablo de la responsabilidad es en verdad muy clara: el filósofo es responsable ante
del filósofo, ¿es a la mía a la que me refiero? M e temo la sociedad, y más exactamente, en cuanto a los dos
que haya que responder a la vez sí y no. Teniendo en ejemplos evocados, ante el partido único o ante sus
cuenta que estoy situado entre los filósofos, no puedo de representantes, los cuales se precian de hallarse en po­
ninguna manera excluirme de lo que tengo que decir. sesión de la verdad, ya se llame el nuevo Corán El ca­
Pero al mismo tiempo, en cuanto que soy consciente de pital o M ein K am pf.
mi insuficiencia y de una suerte de infidelidad, proba­ Hay_jque afirmar que tan pronto como un «filósofo»
blemente inevitable, a una vocación que excede mis pro­ se pone a las órdenes de lo que se podría llamar el sobe­
pias posibilidades, temo verme obligado a afirmar que rano, infringe de inmediato una de las condiciones de la?
desgraciadamente no puedo ser totalmente consecuente búsqueda filosófica que debe considerarse como impres-j
con ella. Existe, pues, un margen que probablemente no cindible. Esta condición es la autonomía. N o debe vaci- ¡
es posible reducir por com pleto: reconocer este margen larse en tachar de apostasía filosófica a quien se pone al
es reconocer al mismo tiempo hasta qué punto un cierto servicio de una seudoverdad declarada incondicional.
46 F ilo s o fía p ara un tiem p o d e crisis R esp on sab ilid ad d e l filó s o fo 47

Se da en este caso una especie de trasposición de lo que lo cual no es enteramente verdad, que los jefes del
pudo ser hace siglos el dogmatismo teológico, si bien ejército francés hayan juzgado tales prácticas indispen­
esta trasposición supone un notorio agravante, puesto sables para ganar la guerra: ¿hay que considerar a estos
que el nuevo dogmatismo no puede tener la pretensión jefes como representantes cualificados de la comunidad
de estar fundado sobre algo que se parezca a una re­ nacional? Esto sería un juicio muy arriesgado. Por otro
velación. Jado, descalificar públicamente a los jefes, ¿no suponía
Mas al destacar la autonomía considerándola como el de hecho servir al enemigo y en cierto modo hacerse
sello propio de la búsqueda filosófica, ¿no estaremos al culpable de traición? Es éste un problema grave e in ­
mismo tiempo exonerando al filósofo de todo lo que cluso angustiante. Pero creo que no debe dudarse en
podría aparecer como una responsabilidad? ¿Acaso no decir que un filósofcT'digno de este nombre tenía que
tendemos a relacionar peligrosamente el caso del filóso­ juzgar que Francia, servida por tales medios, dejaba de
fo y el del artista? Puesto que, al fin y al cabo, parece alguna manera de ser Fran cia; es decir, de mostrarse
bastante d ifícil admitir que un pintor o un compositor, fiel a una cierta vocación que los espíritus mejores no
en cuanto tal, tenga una responsabilidad, ¿de qué orden han cesado de considerar como característica de este
podría ser esta responsabilidad? pueblo. Dada esta circunstancia, ¿no podría decirse que
Aquí nos surge de inmediato una objeción: quien dice la responsabilidad debería ser ejercida en relación con
sociedad no habla necesariamente de un Estado totali­ esta idea y no en relación con un poder que puede a fir­
tario. ¿No podría considerarse la responsabilidad del marse que la traicionaba?
filósofo ante la sociedad tomando este término en un N o se pueden desconocer las dificultades que sus­
sentido más amplio y por lo mismo más compatible con cita tal modo de pensar: en lo que a mí concierne, si
la libertad que debe presidir toda reflexión digna de este bien me pronuncié públicamente contra el uso de la tor­
nombre ? tura, me opuse contra un m anifiesto firmado por nu­
Pero es preciso responder que la palabra sociedad es merosos intelectuales, que me parecía equivaler a una
en sí misma extremadamente vaga. La sociedad en ge- llamada a la deserción. Hay que convenir en que la situa­

Í
neral no existe. ¿A qué sociedad nos referimos enton­ ción es aristada y en que es muy d ifícil determinar exac­
ces ? Sólo puede tratarse de una sociedad determinada tamente el punto en que la obligación cambia de natu­
en la que el filósofo se encuentra inmerso, bien sea como raleza y de signo.
ciudadano, como miembro de una Iglesia, etc. Conside­ Sin embargo, me parece que se debe rechazar la o b je­
remos un caso concreto: ¿es responsable el filósofo fren ­ ción que consistiría en decir que el que concibiese su
te a la comunidad nacional? Esforcémonos en ver qué responsabilidad, como yo la he definido, haría prevalecer
encubren estas palabras, claras en apariencia. N o tarda­ una opinión muy subjetiva, una simple preferencia per­
remos en descubrir que a este respecto la confusión es sonal sobre un deber imprescriptible: el de respetar las
completa. M e referiré a un caso específico que se pre­ leyes de la ciudad.
sentó a las conciencias en fecha reciente y en condiciones Se advertirá que en realidad es el problema central de
muy dolorosas. ¿Debía el filósofo abstenerse de denun­ la etica platónica el que se plantea de nuevo aquí y que
ciar el uso masivo de la tortura por parte del ejército nos hallamos en la oposición que en el Gorgias, por
francés durante la guerra de A rgelia? A mi modo de ejemplo, enfrenta al filósofo y al sofista.
ver, es imposible el admitir tal abstención. Supongamos, Hace algunos años intenté demostrar que entre ver­
48 F ilo s o fía p ara un tiem p o d e crisis R esp o n sab ilid a d d e l filó s o fo 49

dad y justicia existe una solidaridad infrangibie, y que este nombre. Lo que contribuye a ocultarnos esta verdad
pecar contra la verdad es pecar contra la justicia e in ­ es el hecho de que tenemos la tendencia a ver en la
versamente. En este sentido, no hay ejemplo más esclare- generosidad una especie de efervescencia verbal, y segu­
cedor que el de aquellos hombres que, en condiciones ramente sentimental, que es en realidad propia de las
peligrosas, tomaron partido a favor de Dreyfus en 1898, ideologías. Sin embargo, la_ distinción entre el filósofo
contra una verdad oficial que había de revelarse como y el ideólogo debe salvaguardarse a cualquier precio. La
una mentira. carencia que tan a menudo se manifiesta en los ideólogos
Hay que decir que estos hombres no eran filósofos. recae sobre un pensamiento regulador y crítico, cuyos
Pero lo que nos interesa es precisamente cuál sería la preceptos debe observar indefectiblemente el filósofo en
actitud del filósofo frente a la situación dreyfusiana. D es­ cuanto tal. E sto quiere decir que la generosidad debe
de luego que sólo los sofistas pueden condenarla. ir unida a una cierta prudencia, prudencia que es tan vir­
Es importante para nuestro propósito volver a los tud como el valor, como lo enseña la teología moral.
textos famosos de Péguy en N otre jeunesse. A propósito Con la reserva hecha, y cuya importancia no hay que
de este privilegiado ejemplo presentó él la distinción exagerar, también ahora, en 1968, se le puede dar la
entre política y mística, que más tarde llegaría a ser fa ­ razón a Péguy con respecto a lo que escribía en 1 9 1 0 :
mosa. En cuanto a su significación profunda, esta distin­
ción sigue siendo valedera. Pero no estoy seguro de que «Este precio, este valor propio del caso Dreyfus se
deba mantenerse su terminología. Recuerdo la famosa mantiene todavía, se mantiene constantemente, se tenga
frase: «La mística republicana era aquello por lo que lo que se tenga, se haga lo que se haga... Tiene en el
se m oría; en la actualidad la política republicana es buen sentido, en el sentido místico, una fuerza increí­
aquello de lo que se vive.» Está fuera de duda que ble de virtud, una virtud de virtud increíble. Y en el
Péguy tenía razón al denunciar la explotación política mal sentido, en el sentido político, tiene una fuerza,
del caso Dreyfus llevada a cabo a destiempo por aque­ una virtud de vicio increíble» x.
llos que intentaron utilizarlo como plataforma para
sus ambiciones partidistas. Pero la palabra mística me Esta es la razón por la que he juzgado que debía m en­
parece aquí bastante inadecuada. M e pregunto si esta cionarla de modo tan expreso e insistente.
distinción no hubiese estado m ejor formulada con otro Pero ¿puede decirse que una situación como ésta sea,
lenguaje, quizá en el blondeliano. En efecto, me parece en el grado que sea, característica de lo que se llama el
pertinente la oposición fecunda que Blondel intentó es­ mundo actual ? Creo que la respuesta debe ser matizada.
tablecer entre pensamiento pensante y pensamiento pen­ Las condiciones en las cuales se desarrolló el caso Drey­
sado. La generosidad, como tal, está sin duda del lado fus pueden parecer en principio como superadas o pa­
del pensamiento pensante. Pero sólo a partir del m o­ sadas, al menos en las democracias occidentales. ¿No im ­
mento en que las ideas son objetivadas, son reducidas a plican aquéllas, en efecto, la existencia de una cierta casta
fórmulas utilizables como excitantes, el pensamiento se militar actualmente desacreditada? Aunque me pregunto
pervierte, se hace demagógico. si no será ésta una manera superficial de juzgar. En
Ahora bien, me parece claro — y recojo aquí la línea primer lugar, lo que vemos en muchos países demuestra
general de mi exposición— que la generosidad debe ser
como el sello de un pensamiento filosófico digno de 1 Ed. La Pléiade, p. 535.
4
50 F ilo s o fía p a ra un tiem p o d e crisis R esp o n sab ilid a d d e l filó s o fo 51

que, en caso de conflicto o de amenaza, esta casta podría N o obstante, estas observaciones no me parecen su fi­
imponerse de nuevo. Pero sería un grave error el pen­ cientes para responder a la cuestión central que he plan­
sar que semejante casta es la única que puede amenazar teado al hablar de las responsabilidades del filósofo en
seriamente los valores de justicia y de verdad, a los que el mundo actual.
el filósofo debe permanecer fundamentalmente adscrito. D e una parte, creo ver, como ya lo indiqué al co-[
Es suficiente recordar lo sucedido en los países del Este mienzo, que este mundo está cada vez menos dispuesto aj
en la época staliniana, e incluso después en menor gra­ aceptar, ni siquiera en principio, las advertencias o las
do, para comprender el peligro que constituye un par­ recomendaciones del filósofo, ny de otra parte, que esta
tido, sea el que sea, cuando alcanza la hegemonía ab­ actitud desconfiada, y en el fondo despreciativa, encubre
soluta. una ilusión fundamental que precisamente el filósofo,
He escrito recientemente, en otro contexto, que en la y sólo él, tiene el deber de descubrir. Quizá en esta
actualidad la democracia debía ser reconocida como el obligación resida su dificultad esencial.
único modo posible de existencia de las sociedades, al ¿En qué consiste dicha ilusión? En figurarse que este <
abrigo de aventuras aberrantes que sólo pueden terminar mundo lleva en sí mismo su propia justificación.
mal, y que nos hallamos en el terreno de lo irreversible, La idea y el término de situación ya han sido tocados
exactamente como en lo que concierne al control ejer­ en el, curso de esta exposición. Conviene volver de nuevo
cido por la ciencia o por las técnicas surgidas de ella a ellos, aunque en un sentido más amplio, para intentar
sobre la existencia humana. Se trata de una simple com ­ resolver el problema que nos ocupa. Dudo que haya un
probación y no de un juicio de valor, porque todo lo que sentido en interrogarse sobre la responsabilidad del f i ­
hemos vivido y lo que todavía estamos llamados a vivir lósofo urbi et orbi, o sea bajo una perspectiva intempo­
en los diferentes países muestra hasta qué punto es pre­ ral o destemporalizada. Tin análisis sobre la responsabi­
cario el equilibrio bajo un régimen democrático, y esto lidad en general permitiría demostrar que ésta no puede
por múltiples razones que no voy a enumerar. M e lim i­ ejercerse sino en la duración o, más exactamente, en un
taré a indicar, porque es a mi modo de ver uno de los contexto temporal. Por lo tanto — hay que repetirlo— , es
factores más amenazantes, el rol corruptor del dinero en presencia de una situación determinada y actual como
que Péguy — siempre Péguy— denunció con gran vehe­ debe considerarse la responsabilidad del filósofo. ¿Cuál i
mencia. Pero la plutocracia difícilm ente será capaz de es esta situación?
confesarlo, y apenas si puede recurrir a excusas que no Creo que es necesario decir que es consecutiva a una
son siempre todo lo claras que deberían ser. cierta toma de poder del hombre. Precisando m á s: se
Estas breves indicaciones tienen únicamente por objeto trata de una cierta crisis sobrevenida en la historia de
demostrar la mucha vigilancia que el filósofo debe ejer­ esta toma de poder, historia que comenzó con las p ri­
cer, sin que por ello tenga jamás derecho a ceder a las meras conquistas técnicas. Sin duda, nos encontram os!
facilidades del espíritu partidista. Como dije anterior­ ante una situación sin precedentes, puesto que, a partir
mente, sobra con decir que tiene que caminar sobre una de los medios técnicos que ha llegado a lograr, im ­
arista y que al mismo tiempo está destinado a una cier­ plica la posibilidad de que el hombre destruya su habitat
ta soledad. Y en cuanto a esta soledad, creo que no tiene terrestre; en suma, de que cometa un suicidio a nivel
por qué enorgullecerse. Representa incluso una tentación de la especie. Sí, creo que es a la luz de la idea de "l
a la que debe resistir. suicidio como conviene interpretar las espantosas posi­
52 F ilo s o fía para un tiem p o d e crisis R esp o n sab ilid a d d e l filó s o fo 53
bilidades que ante nuestros ojos han tomado cuerpo des­ Con toda honestidad, creo que debo introducir aquí
de 1945. una reserva o más bien un signo de interrogación. P ro­
Por otra parte, sería un craso error considerar esta nunciar una condenación tal, ¿no supone incurrir en una
situación desde el punto de vista exclusivo de la ciencia cierta facilidad y conferirse a sí mismo a bajo precio
ficción. Como me parece que ha visto muy claramente un certificado de pureza? ¿No constituye una ligereza el
Heidegger, este desarrollo ha sido acompañado por una hacer abstracción de las condiciones históricas reales en
evolución mucho más general que interesa a la concien­ que se encuentra colocado lo que hoy se llama el m un­
cia o a la propia subjetividad y que ha tenido su punto do libre? ¿No es olvidar de manera inexcusable que, si
culminante en el Dios ha muerto, de Nietzsche. Por mi América no hubiese estado en posesión del arma nuclear,
parte añadiría también otra referencia: la frase famosa la Europa occidental habría quedado probablemente su­
que Dostoievski colocó en boca de uno de sus persona­ mergida por la marea soviética?
je s : «Si Dios no existe, todo está permitido.» El que D e lo cual se concluye que la responsabilidad del filó-j
desencadene el proceso de una guerra atómica, cuales­ sofo en caso semejante se presenta bajo dos aspectos di-;
quiera que sean las razones para justificar una iniciativa fíciles de conciliar.
de este tipo, se hará culpable de un atentado tal que D e una parte, es necesario que recuerde incansable
uno puede preguntarse si algún crimen cometido en el mente algunos principios sobre los que es imposible
curso de la historia puede compararse con él. Sería el transigir y que los aplique con rigor sin ceder jamás a la
acto de un hombre que demostraría ipso jacto que no tentación de juzgar diferentemente según se trate de un
tuvo respeto por nada de lo que el hombre ha consi­ bando o de otro. A sí, por ejemplo, cualquiera que sea
derado valioso hasta nuestros días. su nacionalidad, deberá reconocer que el bombardeo de
Y , sin embargo, es de temer que sea preciso contar con Dresde fue un crimen de guerra, un delito colectivo
esta posibilidad. ¿Acaso no hay que pensar que todos imperdonable.
aquellos que, a su nivel respectivo, contribuyen a hacer Por otra parte, si pretende que sus afirmaciones sean
posible tal iniciativa serán por anticipado cómplices efec­ tomadas en consideración, debe comprender que tienen
tivos, cualesquiera que sean los argumentos elegidos que tener un peso histórico, es decir, que han de tener
para justificarse ? Eticamente hablando, una posibilidad en cuenta el contexto histórico, ya que sin referencia
semejante sólo admite el rechazo incondicional. a éste sus consideraciones caerán en el vacío.
M e inclino a creer que la misión propia del filósofo Como ya dije en Francfort en mi conferencia sobre
ante una situación tan trágica y que preside el destino de la paz, en 1964, g l filósofo se encuentra ante una con­
toda la humanidad bien podría ser la de articular o dar tradicción hiriente y humillante. Aunque probablemente
forma a esta condena sin apelación. Desde este punto de sea necesario que se sienta humillado, ya que es el único
vista, ¿es plenamente satisfactoria la voluminosa obra modo de inmunizarse contra el pecado de orgullo.
de Jaspers sobre tan tremendo problem a? Cómplice o Esta observación general me parece justa, pero es
no cómplice. M e pregunto, y no sin angustia, si no es preciso que no se use como escapatoria. Después de todo,
éste el dilema frente al cual está colocado el filó so fo : no olvidemos que una responsabilidad digna de este
faltar a su misión al permanecer en silencio, o ceder a nombre debe desembocar en la acción. Ahora bien, en
la tentación de lo que podría considerarse un oportu­ este caso particular y angustioso, ¿qué forma puede to­
nismo. mar dicha acción ? N o creo que el filósofo tenga el
54 F ilo s o fía p a ra un tiem p o d e crisis R esp o n sab ilid a d d e l filó s o fo 55

deber, ni quizá el derecho, de participar en una m ani­ supervivencia física. Hay otras muchas maneras en que
festación ruidosa al modo de Russell, en Inglaterra. Para el hombre puede destruirse o más exactamente deshuma­
él no puede tener mayor interés el prodigar su firm a en nizarse. Tam bién aquí le es precisa al filósofo una vigi­
las apelaciones publicadas en los diarios. Por el contra­ lancia incansable. Pero está claro que no basta con m on­
rio, creo que el filósofo. ..tal como yo lo concibo, debe tar la guardia, como se puede hacer alrededor de un
mantenerse en contacto con el científico — es decir, con edificio público. Lo que verdaderamente le incumbe de
el físico y el biólogo— , y que, por otra parte, debe es­ modo específico es una toma de conciencia de lo que es
forzarse — lo cual es mucho más difícil— por hacerse el hombre en cuanto tal, y con ello me refiero a la
escuchar de los hombres que tienen la penosa carga de antropología filosófica, particularmente tal como se en­
dirigir los asuntos públicos. Creo que solamente a este cuentra en M artin Buber, quien, por lo demás, ha sido
nivel, desde este escalón y en esta posición intermedia precedido en este camino por numerosos pensadores. En
que es la suya, puede tomar útilmente la palabra, y, ade­ la actualidad, lo que se pone de relieve de un modo ce­
más, debe limitarse a grupos restringidos y no pronun­ gador es que hay que considerar al hombre como vo­
ciarse ante muchedumbres reunidas en inmensas salas, cación y no como se hizo hasta fecha relativamente
donde las pasiones se cargan eléctricamente. reciente en cuanto naturaleza. Podemos decir a gran­
Como dije en mi conferencia de Francfort, es nece­ des rasgos que precisamente el mérito del pensamien-
sario contar con el tiempo, con una evolución que, sin to existencial consiste en haberlo puesto de m anifiesto.
duda alguna, se está operando en los países del E s te 2. Desgraciadamente, en determinados casos, que se han
Recordemos que todo lo que es repentino resulta enor­ beneficiado de una publicidad que no corresponde a
memente sospechoso y peligroso. El filósofo preocupado una filosofía digna de tal nombre, este pensamiento
por su responsabilidad debe contar con las profundas ha caído en la confusión más funesta, no evitando un
fuerzas de la vida y, por otra parte, debe colaborar con anarquismo radical más que para caer en una dogmá­
un sentimiento perpetuamente sostenido de su insuficien­ tica que se achaca, quizá indebidamente, al marxismo.
cia y de su debilidad. Que nunca se le ocurra tomarse Estos son los dos escollos por entre los que el pen­
por un oráculo, pues en este terreno ello equivaldría a samiento existencial tuvo que abrirse camino en unas
caer en el charlatanismo. ¿Y hay algo más despreciable condiciones precarias e incluso peligrosas. A mi modo
que un charlatán que no se tiene por tal ? de ver, la tarea del filósofo es hoy más difícil que nun­
ca, y con ello recojo las observaciones presentadas al
Pero sin duda hay que ir mucho más lejos, y ello es comienzo de este estudio.
inevitable desde el momento en que se toma conciencia Estas dificultades encuentran una expresión o una ilus­
de que lo que se halla en juego es nada menos que la tración, al menos parcial, en la objeción que no pueden
vida o la supervivencia de la humanidad. Y aún es n e­ dejar de suscitar las indicaciones que acabo de dar. Se
cesario precisar m ás: no _se_ trata exclusivamente de su me preguntará sin duda: «Cuando denuncia el proceso
de deshumanización que está en curso, según usted, en
2 Por un lado, lo que ocurrió durante la primavera en Che­ el mundo de hoy, sobreentiende una idea del hombre
coslovaquia parece aportar una extraordinaria confirmación de que es la suya, y que, por otra parte, debería ser ex-
las observaciones formuladas anteriormente, peto la intervención
soviética del pasado verano demuestra que Moscú no ha cam­ plicitada. Pero ¿con qué derecho puede usted pretender
biado nada en cuanto a lo esencial. que el filósofo (en general) tenga que aceptar esa idea
56 F ilo s o fía p a ra un tiem p o d e crisis R espon sabilidad, d e l filó s o fo 57

y criticar, a partir de tal suposición, los nuevos valores posible la innovación y legítima la voluntad de innova­
que son o serán descubiertos por unas generaciones que ción, corresponde en propiedad al filósofo.
precisamente se desvían de esa concepción clásica suya?» H e intentado demostrar, hace ya mucho tiempo, que
La cuestión es de la mayor importancia y resulta inelu­ la voluntad de innovación en arte, por ejemplo, es siem­
dible. D iría, incluso, que el filósofo debe hacer suya esta pre sospechosa y, sin duda, condenable. La innovación en
objeción, al menos provisionalm ente; quiero decir que arte es algo que se encuentra y que, probablemente, no
su pensamiento no puede permanecer vivo más que si se debe buscar. En el orden de la técnica sucede de otro
se acoge, e incluso sostiene, una erística, de la cual esta modo. Aquí se trata de innovar para mejorar un rendi­
objeción sea el centro. Pero volveré, de una manera muy miento. Pero en el dominio ético la innovación no
general esta vez, a mi posición a propósito de las armas tiene ningún sentido. Pondré un ejem plo que me parece
atómicas. característico.
Ciertamente, el filósofo debe perseguir en sí mismo el En la historia de las ciencias probablemente no haya
espíritu de facilidad. Debe preguntarse si la idea del existido un renovador más grande que Einstein. Pero
hombre y de los valores humanos que él pretende m an-! cuando se le planteó con la intensidad de todos conocida
tener no estará empañada de pura subjetividad. Peroj el problema de conciencia de determinar si no había sido
deberá responder — responderse a sí mismo, que es Jo culpable al proporcionar los medios con los que se hizo
que aquí importa y lo único que puede justificar una posible la existencia de unas armas que el hombre pue­
afirmación o una decisión, y así lo testimonian los ejem de utilizar de modo criminal, se le planteó de un modo
píos consignados en la historia— con testimonios no que puede considerarse como transhistórico. Si es que es
sólo escritos, claro está, sino también, y puede que posible la solución de tal problema, dicha solución no se
ante todo, vistos. Todos estos testimonios convergen en verá afectada por la novedad indudable de unas teorías
un universalismo que puede ser considerado desde el de cuyo desarrollo se conocen las consecuencias.
ángulo racional o desde el ángulo cristiano, y, por lo Podría decirse, y con ello concluyo este desarrollo, sin |
demás, lo es frecuentemente desde uno y otro. Cierto duda demasiado sinuoso, que la tarea o la vocación pro­
que este término, universalismo, es mucho más abstracto, pia del filósofo consiste en lograr en sí mismo un equi­
pero se trata del espíritu que tiende a promover en los librio paradójico entre el espíritu de universalidad, por
hombres la comprensión y el respeto mutuos, sin que, lo mismo que toma cuerpo en valores que deben recono­
por otra parte, y quede bien entendido, se implique con cerse como inalterables, y su experiencia personal, de la
ello un igualitarismo, cuya consideración crítica, p rin ­ cual no tiene la posibilidad, ni siquiera el derecho, de
cipalmente desde Nietzsche y Scheler, ha demostrado hacer abstracción, puesto que es en función de ésta como
que está basado en la confusión y el resentimiento. puede llevar a cabo su aporte individual. Ciertamente,
¿Tiene verdaderamente algún sentido decir que este la naturaleza de este aporte es bastante difícil de preci­
espíritu no corresponde sino a una exigencia subjetiva? sar, pero antes de intentar hacerlo, debo decir que justa­
N o puede pretenderse, a menos que se juege con las pa­ mente este aporte no es separable de la responsabilidad
labras. Por otra parte, la historia de la noción de subje­ que incumbe al filósofo.
tividad muestra con qué precauciones debe manejarse La palabra aporte es poco satisfactoria, puesto que
este concepto. parece designar una cosa, cuando se trata más de una
Por lo demás, el delimitar el campo, en el cual es dilucidación: para el filósofo se trata mucho menos de
58 F ilo s o fía p a ra un tiem p o d e crisis

demostrar que de mostrar; pero también a este respecto


hay que andar con cuidado, ya que no nos encontramos
en el orden de las cosas, donde mostrar es designar ló
que está ahí. En cambio aquí, es decir, en lo que pode­
mos llamar en términos generales el dominio espiritual,
mostrar es hacer madurar, es promover y transformar. E L H U M A N ISM O A U T E N T IC O
En un contexto muy distinto, he intentado reciente­ Y SUS SUPU ESTO S E X IS T E N C IA L E S
mente precisar lo que yo llamaba una madurez existen­
cial. Creo que la f inalidad esencial del filósofo consiste Comenzaré por advertir que el título de esta exposi­
no solamente en favorecerla, sino, ante todo, en deter­ ción en su versión alemana e ra : D ie existentiellen
minar sus condiciones. Para ello necesita primeramente Urgewissheiten des W ahren Menschseins !. Y que bajo
distinguir lo que está maduro de lo que está en vías de esta form a fue presentada primeramente en Austria. La
descomposición. M e doy cuenta de que esto nos lleva palabra Urgewissheiten puede dar ya lugar a un m alen­
a situarnos en la idea tradicional de perfección, pero tendido. El prefijo «U r» está claro que no debe tomarse
abordándola desde el punto de'vista y en la línea de la en un sentido cronológico. Creo que nada sería tan arries­
vida. La perfección separada de la vida no es más que gado como la tentativa de determinar cuáles han sido
un eidolon, del que el filósofo no puede por menos de las certidumbres del hombre primitivo. Por lo demás,
desconfiar. la propia noción de hombre primitivo es ya digna de
Volviendo una vez más sobre la idea de responsabili­ desconfianza. Además, es suficiente con pensar en el
dad, diría que es precisamente a la luz de esta idea de niño para comprender que esta cuestión no puede plan­
madurez existencial como m ejor puede aprehenderse su tearse de este modo. Se trata más bien de algo análogo
naturaleza. En efecto, se ve que la responsabilidad del a lo que M ax Picard, por ejem plo, designa con la pala­
filósofo con respecto a sí mismo no puede estar disocia­ bra Das V o rgegeben e.
da más que por abstracción de su responsabilidad con Por otra parte, es necesario hacer hincapié sobre el
respecto a los demás hombres. En ningún caso le asiste adjetivo existencial, y añado que en francés preferiría
el derecho a desolidarizarse por el hecho de acogerse a el término assurance (seguridad) al de certitude (certe­
no se sabe qué estatuto de privilegio. En mi opinión, za). Podría decirse que las certezas pertenecen al domi­
una filosofía digna de este nombre no puede desarro­ nio del objeto. Pero todavía hoy pienso, como en la
llarse, ni tampoco definirse, sino bajo el signo de la época ya lejana en la que redactaba la última parte de mi
fraternidad. Diario metafisico y el artículo «Existencia y objetividad»,
que debe mantenerse una oposición entre ambos térm i­
nos, sin que, por lo demás, esta oposición coincida de
ninguna manera con la que la filosofía tradicional esta­
blece entre sujeto y objeto. Importa insistir sobre este
punto para prevenir enojosas equivocaciones.

1 Literalmente, las seguridades existenciales fundamentales im­


plicadas en el hecho de ser verdaderamente un hombre.
(So Filosofía para un tiempo de crisis El humanismo y sus supuestos existenciales 61

jQ uizá podría decirse en primer lugar que la certeza no ción con ciertas exigencias que van más allá de todo
sólo no está expuesta a la duda, sino que de alguna ma­ comportamiento, la más imprescriptible de las cuales
nera debe ser pensada como inquebrantable. Esto se ex­ toma cuerpo en la idea misma de verdad.
presa de un modo general mediante un verbo impersonal, En esta perspectiva podría decirse que en cierto modo \
tal como constat, en latín, o Es steht fest, en alemán. Se lo propio del hombre es dar testimonio, sin prejuzgar la j
dirá, por ejem plo: es cierto que el agua hierve a la tem­ naturaleza de este testimonio o la de la realidad, ante la !
peratura de cien grados centígrados, o, en otro orden de cual este testimonio se articula.
cosas, que la suma de los ángulos de un triángulo es A partir de estas indicaciones, con todo lo indeterm i­
igual a dos rectos. nadas e insuficientes que puedan resultar, estamos en
Por otra parte, es imposible pensar una estructura condiciones de aclarar un poco m ejor la distinción m en­
objetiva sin pensar al mismo tiempo, de manera más o cionada entre lo objetivo y lo existenciaí.
menos explícita, en unas certezas referidas a ella. Se ..puede decir, de un modo muy general, que lo o b je­
Si consideramos ahora al ser humano de un modo ob­ tivo en cuanto tal es lo que no nos concierne. Sin
jetivo, es decir, como perteneciente a una determinada embargo, esto resulta un tanto equívoco. ¿Puede decirse
especie, en cuanto que presenta una estructura ana­ que las leyes objetivas que presiden el funcionamiento
tómica específica, etc., está claro que podríamos enunciar de mi organismo no me conciernen? Hay un sentido en
a su respecto juicios que presentasen un carácter de cer­ que esta afirmación sería evidente y absolutamente falsa.
teza, pero que no podrían ser considerados como exis- En efecto, en cierto modo mi ser depende de estas leyes.
tenciaíes. ¿Desde qué punto de vista puede decirse, pues, que
Ahora bien, en el enunciado figuran las palabras Das éstas no me conciernen ? Lo que quiero decir es que
W ahre Mensch-sein. Pronto se ve que aquí se introducen estas leyes no me tienen en cuenta a mí. Pero esta pala­
referencias de un orden que no es el de las ciencias de bra resulta aquí demasiado indeterminada; sin duda
la naturaleza. En efecto, aquí la palabra verdad debe sería necesario sustituirla por una noción más precisa,
tomarse en una acepción más o menos normativa. Por por ejem plo, la de mi designio o la de mi propósito
otra parte, podríamos reemplazar la palabra verdadero fundamental. Se trata de lo que han expresado todos los
por la palabra auténtico. Y al mismo tiempo debe pre­ pensadores, y principalmente los poetas, cuando pusie­
cisarse también la significación del verbo ser (en M ensch- ron de m anifiesto la indiferencia fundamental de la na­
sein ). A primera vista nos sentiríamos tentados a susti­ turaleza. M encionare como ejem plo unos versos célebres
tuirlo por un verbo como comportarse. E|_problema que­ de V íctor Hugo en La Tristes se d ’Olympio:
daría referido entonces a las seguridades existenciales
que fundamentan un comportamiento auténticamente Naturaleza de frente serena, ¿cómo olvidarte?
humano. Considero, sin embargo, bastante peligroso ate­ Cuán poco tiempo necesitas para cambiar todas las cosas
nerse a un enunciado que parece implicar referencias Y cómo quiebras en tus ?netamorfosis
a un pensamiento estrechamente conductista. Creo jjn e Los hilos misteriosos con que están enlazados nuestros
debemos resistir con todas nuestras fuerzas a la tenta­ [corazones.
ción, hoy tan común, de definir al hombre por un cierto
comportamiento específico, lo que nos lleva a olvidar .A -decir verdad, no se trata aquí de nuestra propia es­
que lo propio del hombre es definir su acción en reía- tructura objetiva, sino más bien de los cambios físicos
62 F ilo s o fía p ara Un tiem p o d e crisis ? £/ h u m an ism o y sus supuestos existen ciales 63

que se operan ineluctablemente en el mundo de las co­ diciones que implica el ser humano auténtico. Pero tam­
sas, de tal suerte que al regresar el poeta, después de bién es importante hacer un esfuerzo para comprender
haber transcurrido muchos años, al jardín en donde cuál puede ser la situación de espíritu de aquellos que
había vivido en su infancia no encuentra nada de lo que en el Este se sublevaron contra esta apreciación. Sabe­
él recordaba. mos, por ejemplo, que se esforzaron por sostener que
Ahora bien, las categorías existenciales propiamente no había campos de concentración, sino campos de
dichas no pueden intervenir más que a partir del mo- reeducación. N o basta con protestar sobre la increíble
' mentó en que, de alguna manera, sino suprimido, al me- hipocresía que supone el expresarse de este modo. M e
i nos se ha franqueado el intervalo que separaba el sujeto parece de mayor interés intentar comprender el postula­
del objeto en el ejemplo que acabo de dar. La oposición do que supone semejante tentativa de justificación. Creo
se establece, por lo tanto, entre el ámbito de la sepa­ que ese postulado se halla unido a la idea de que el ver­
ración y el que podríamos llamar el de la unidad o tra­ dadero ser humano está todavía por venir y que nos en­
bazón, que quizá sería m ejor llamar el de la partici­ contramos en ese momento crítico y decisivo de la his­
pación, implicado evidentemente en la propia noción de toria en que se produce a gran escala la toma de con­
testimonio. Está claro, en efecto, que un ser radicalmen­ ciencia de esta humanidad aún por instaurar sobre las
te aislado de los demás, encerrado en sí mismo y al cual ruinas de un mundo desmoronado. Desde esta perspec­
le fuese simplemente dado el considerar un cierto es­ tiva se comprenderá que todos los medios sean consi­
pectáculo exterior a él, no podría ser considerado como derados como permisibles con tal de que favorezcan la
testigo, a menos que vaciemos esta palabra de su sig­ venida de esta nueva humanidad.
nificación concreta y positiva. Pero precisamente — y ésta será la primera ilustración
Tam bién podría decirse que desde el momento en que concreta del tema general alrededor del cual se organiza
penetramos en lo existencial se nos aparece ya el com­ esta investigación— a tal manera de pensar deberíamos
promiso ; palabra cuyo sentido deberíamos, sin duda, pre­ oponer un categórico rechazo, en nombre de lo que po­
cisar después del enojoso abuso que de ella ha hecho la dríamos llamar una seguridad existencial original.
literatura existencialista. Haré notar de pasada que la dirección de nuestro pen­
Conviene poner de m anifiesto las razones a que se samiento es en este caso bastante comparable a las que
debe el que el problema del humanismo auténtico se permitieron definir el dogma con relación a las herejías
plantee en nuestros días con tal vehemencia. reconocidas como tales; porque a no dudar es una he­
Nadie puede dudar que en el curso del último medio rejía, y de las más funestas que puede haber, esta creen­
siglo hemos visto cómo se multiplicaban a nuestro alre­ cia en un hombre futuro que una pretendida élite se en­
dedor los peores ejemplos de inhumanidad. Pienso, so­ cargaría de hacer venir al mundo, sin importarle el su­
bre todo, en los campos de concentración y en los ho­ frimiento de los hombres existentes a los que sacrifica
rrores sin cuento que allí se llevaron a cabo, pero sin sin escrúpulo a este ídolo. Resulta demasiado claro que
olvidar tampoco los traslados masivos de población que esta idea del hombre por venir no es la expresión esque­
tuvieron lugar en Europa oriental, en Asia, etc. En g e­ mática de una promesa que nace en la experiencia
neral estaremos de acuerdo, al menos de este lado del humana tal como se ha elaborado a través de la historia,
telón de acero, en declarar que tales prácticas sólo han | sino que nace en el entendimiento abstracto; se com­
sido posibles por un desconocimiento radical de las con­ prende entonces que las palabras «nacer o enraizar»
64 F ilo s o fía p a ra un tiem p o d e crisis El hu m an ism o y sus supuestos ex isten ciales 65

están aquí fuera de lugar. Un ser vivo, una planta, he hablado debe ser rechazada en nombre de un postu­
por ejemplo, no puede echar raíces en el cemento o lado que se afinca en la esencial dignidad del hombre,
en el asfalto. Los modos de ver del entendimiento y que muy bien podría emparentarse con aquellos que
abstracto pueden compararse a estas materias artificia­ Kant expuso en La crítica de la razón práctica. Pero
les. En último análisis, este hombre por venir apenas ¿puede pensarse en considerar los postulados kantianos
es comparable más que al esquema de una máquina como seguridades existenciales? Parece algo absoluta­
que se hubiese concebido sin que todavía se hubiese mente imposible. Los postulados kantianos se muestran
llegado a imaginarla concretamente. Pero—advertimos como implicaciones no de la ley moral misma, sino de
que corresponde a la esencia de una máquina el estar la relación que se establece entre ésta y los seres sensi­
al servicio del hombre, aunque una trágica experiencia bles que somos nosotros. Sin embargo, es evidente que
nos enseña que esta relación puede pervertirse o inver­ una implicación no podría ser existenciaí. Por otra parte,
tirse de tal manera que el hombre pase a estar al ser­ se puede pensar que tocamos aquí los límites del pen­
vicio de sus propias máquinas. Más aún, que se compare samiento kantiano.
con ellas, llegando a despreciarse a sí mismo, como ad­ Hay que decir que no estamos de acuerdo en esta asi­
mirablemente ha expuesto Gunther Anders en su recien­ milación de la seguridad, tal como aquí la considera­
te y bello libro D ie Antiquiertheit des M enschen. mos, con los postulados kantianos. Para darse cuenta
Es verdad que quizá se dude del fundamento de esta de ello conviene volver a los ejemplos de donde he par­
asimilación. E l hombre por venir, se dirá, se distinguirá tido, y, en particular, al problema planteado por los
del hombre tal como existe actualmente por el hecho de traslados forzosos de población. Cuando afirmo que
que será libre de todas las servidumbres que todavía hoy éstos se llevaban a cabo despreciando algo que está estre­
pesan sobre él. Pero será preciso responder que es ju s­ chamente unido al ser humano verdadero, ¿acaso me
tamente la idea de esta liberación absoluta lo que resul­ limito a decir que contravienen una determinada exi­
ta abstracto y quimérico. Probablemente, es tan absurdo gencia del espíritu? D e ningún modo. Porque se trata
creer en la posibilidad de esta liberación absoluta como de una exigencia encamada, y es esta encarnación lo que
imaginar al hombre sobre la tierra sustraído a leyes resulta importante. Quiero decir que, cuando condena­
tales como la de la gravitación. La comparación entre mos estos traslados forzosos, tenemos en cuenta — y ésta
el hombre así concebido y la máquina está fundada ex ­ es la base misma de nuestra apreciación— la existencia
clusivamente en el hecho de que la máquina es un pro­ de innumerables seres humanos que sólo pudieron reali­
ducto de la abstracción por oposición al organismo ver­ zarse dentro de su vocación, porque les fue dado el
dadero que de ninguna manera puede permanecer aisla­ vivir de padres a hijos dentro de un determinado terri­
do del cosmos en el que nace, y, en particular, de una torio al que estaban unidos por un cierto lazo no sólo
línea que se sumerge en lo insondable. de pertenencia, sino de amor. La_.ide.a de una coperte-
Partiendo de estas reflexiones podemos hacer patente nencia entre el hombre y el espacio concreto en que
a la conciencia reflexiva la seguridad existenciaí de la vive se muestra como fundamental. Ciertamente, no debe
que he hablado y sin la cual no cabe ningún humanismo entenderse de una manera absolutamente rígida, como
auténtico. lo desearía un tradicionalismo demasiado estrechamente
N o obstante, todavía podría surgimos una dificultad. dogmático. Con cierta frecuencia esta idea tomó en el
La objeción consistiría en decir que la herejía de la que pasado formas serviles que hoy no podemos aceptar. Re-
5
66 Filosofía para un tiempo de crisis El humanismo y sus supuestos existenciales 67

conocemos plenamente al individuo el derecho a eman­ zarlo. Pero aquí apenas puede operarse la conceptualiza-
ciparse de esta relación en todos los casos en que la ción sin que se traicione sustancialmente aquello mismo
experimente como esclavizadora. Pero es preciso que esa que se intenta conceptualizar. Esto vale también para lo
emancipación sea realizada por libre voluntad. N o tiene que he llamado la copertenencia del hombre y de su
nada en común con las medidas de planificación abstrac­ {Jmivelt. Uno puede preguntarse si no debe evocársela
ta, en cuyo nombre un Estado totalitario — o sus m ani­ simplemente por medios que en el fondo tienen más
festaciones— se arrogan el derecho de transplantar una que ver con la poesía, o incluso eventualmente con la
población. música, que con el pensamiento abstracto. O más exac­
A l escribir estas líneas pienso en un gran escritor tamente, habría que decir que el pensamiento abstracto
de lengua alemana que, después de algunos años de tiene como función ante todo reconocer su propia insu­
olvido relativo, se encuentra de nuevo en el rango a ficiencia y por lo mismo preparar el camino a modalida­
que tiene derecho: me refiero a Jeremías G otthelf. Creo des de pensamiento que lo sobrepasen sin negarlo.
que nadie ha tenido un sentido más directo y más pro­ Al término de este largo análisis podemos, pues, decir
fundo de esta copertenencia, y quizá se deba en parte que la seguridad existencial fundamental, sin la cual es l'
a que ésta es tan trágicamente desconocida y violada el imposible ún humanismo auténtico, consiste en la a fir­
que la obra de G otthelf se nos presente como una lla­ mación de un lazo original, que podríamos incluso lla­
mada indispensable a los fundamentos existenciales del mar umbilical, que une al ser humano no con todo el
verdadero humanismo. A l evocar esta obra me parece mundo en general, lo cual equivaldría a no decir nada, i
que aclaro suficientemente lo que he querido decir al sino con un cierto ambiente determinado y tan concreto i
hablar de la exigencia encarnada. como pueda serlo un nido o un capullo de gusano \
Una ilustración más reciente y nos menos significa­ de seda.
tiva podría encontrarse en la obra de Péguy o en algu­ Hemos visto de pasada que es propio del ser humano
nas partes, no las menos sólidas, de la obra claudeliana. el tomar posición con relación a esta unidad original, y,
Estas referencias resultan apropiadas para mostrar cuán llegado el caso, el poder romperla, al menos en algún
lejos nos encontramos de los postulados de la razón grado. N o existe la libertad sin esta posible toma de
práctica o de todo lo que pueda parecérsele. Encuentro posición. N i libertad ni menos aún pensamiento, y está
indispensable subrayar el hecho de que estos tres gran­ claro que las condiciones del pensamiento y las de la
des poetas, cuya cultura filosófica es reducida y que en libertad son, en cierto sentido muy profundo, idénticas.
cualquier caso ignoraban a Kierkegaard y las doctrinas Sin embargo, es necesario advertir que la libertad así
elaboradas por sus discípulos, que estos poetas, digo, concebida puede aparecer como la facultad de arrancarse
expresaron en sus obras, mucho más claramente que los a la existencia y, en último análisis, de destruirse. Por
metafísicos, las seguridades existenciales que intento otra parte, partiendo de este punto se logró constituir
hacer inteligibles. Por otra parte, éste es el momento de en el pasado filosofías que, al menos en cierto modo,
manifestar la dificultad fundamental con la que se choca hacían abstracción de la existencia, como se ha podido
cuando uno se compromete en semejante empresa. En ver en algunas formas del idealismo particularmente
efecto, ¿cómo evitar el riesgo de volatilizar este aspecto exangües.
existencial al pretender hacerlo inteligible? Porque de Por lo demás, nada sería más falso y más peligroso
un modo general hacer algo inteligible es conceptuali- que pretender definir la libertad por este poder. Lo que
68 F ilo s o fía p ara un tiem p o d e crisis El hu m an ism o y sus supuestos ex isten ciales 69

hay que reconocer es que la libertad comporta esta posi­ 0 de un simple deseo. La seguridad existenciaí se ejerce
bilidad que, en el límite, se actualiza en y por el suici­ sobre las condiciones estructurales que permiten al ser
dio, pero no comporta menos la posibilidad contraria, individual abrirse a los demás. Sería inútil disimular
es decir, la de resistir a esta tentación que, en épocas que esta seguridad, precisamente por ser fundamental,
como la nuestra y en determinadas condiciones sociales, no se deja captar fácilmente y que, cuando intenta­
puede hacerse insuperable para algunos. mos reducirla a una proposición general, corremos el
Si en lo que concierne a la libertad puede hablarse de riesgo de desnaturalizarla. En efecto, hablar de las con­
una seguridad existenciaí, es, en mi opinión, a condi­ diciones estructurales, como acabo de hacer, supone en­
ción de restaurar la relación central, demasiado a menu­ caminarse por una vía formalista. Sin embargo, es evi­
do perdida de vista, entre libertad y encarnación. Esto dente que la seguridad de la que tratamos se sitúa más
lo veremos con mayor claridad en las reflexiones que allá de cualquier formalismo. Tam bién aquí es hacia
van a seguir y que tratarán sobre la relación entre su­ la poesía, hacia la experiencia poética adonde tenemos
jeto y objeto. que volvernos para alcanzarla. Pienso, por ejem plo, en
j D el mismo modo que hemos manifestado anterior­ la experiencia fundamental que se halla en el corazón de
mente el hecho de que existir para el ser humano con- los poemas de W alt W h itm an :
’siste en cierto modo en pertenecer a una realidad am­
biente de la que nunca podemos separarnos sin peligro My spirit has pass’d in compassion and determination
---- si bien en determinadas condiciones esta separación [arvuiid the whole earth,
llega a hacerse necesaria— del mismo modo hemos de 1 have look’d fo r equals and lovers and found them ready
reconocer también que cada uno de nosotros, para ope­ [ for me in all lands,
rar lo que podríamos llamar su crecimiento, debe abrirse I think some divine rapport has equalised me with the?n 2.
a otros seres diferentes a él y llegar a ser capaz de aco­
gerles sin que ello suponga el ser barrido o neutralizado A este respecto importa prever una objeción que puede
personalmente por ellos. Esto es lo que yo he llamado considerarse grave, la que consistiría en decir que una
1la intersubjetividad. Dicha intersubjetividad no puede obra como la de W hitman sigue siendo tributaria de una
considerarse como un simple dato factual. O, más exac­ cierta Stim m ung (talante), que a pesar de todo no es más
tamente, sólo adquiere un valor cuando es algo más que una disposición subjetiva, y que, en consecuencia,
que un simple dato factual, cuando se muestra como puede parecer completamente abusivo hablar aquí de una
una progresiva conquista sobre todo lo que puede lle ­ seguridad existenciaí. La cuestión es de tal importancia
var a cabo uno de nosotros a centrarse o a encerrarse que merece que nos detengamos en ella.
en sí mismo. En suma, la intersubjetividad no es ni A mi entender, la objeción presupone, a fin de cuen­
puede darse más que por la libertad, y quizá no exista tas, una cierta oposición que justamente se trata de so­
otro ámbito donde la libertad aparezca como potencia brepasar: l a oposición entre lo que sería un simple dato
positiva, en vez de bajo el aspecto negativo que cobra de la psicología individual y lo que, por el contrario,
cuando trata de separarse de la existencia, como hemos sería valedero para todos, valedero para la conciencia
visto hace un momento.
Hay que reconocer, como hicimos anteriormente, que 2 Lea ve of Years. Salut au monde, párrafo 13. El título origi­
no se trata aquí simplemente de un postulado práctico nal del poema está escrito en francés.
70 F ilo s o fía p a ra un tiem p o d e crisis El h u m an ism o y sus supuestos existen ciales 71

en general. Pero precisamente lo propio del pensamiento por ejem plo, en el Beethoven del Himno a la alegría.
existencial consiste en establecerse al otro lado de esta En otras palabras, nadie puede dudar de que cada uno
oposición, que no presenta más que un valor epistemo­ de nosotros está expuesto, como a una de tantas ame­
lógico. Quizá lo mejor sería introducir aquí la mención nazas, a la soledad y a la desesperación. N o obstante,
de ese elemento profético sin el cual, probablemente, no hay nada en estas amenazas que invalide o que per­
no existiría la gran poesía. Bien entendido que no tomo mita dudar del valor original de las experiencias de co­
esta palabra en su acepción temporal. Es profética la munión, aunque una de las tareas más importantes de la
palabra que se profiere por o en nombre de otro. En reflexión sea el descubrir cómo son posibles estas ame­
este caso se trata de una infinidad de otros. Sin duda, nazas y cómo pueden desarrollarse.
W hitm an es un profeta en este sentido. El hablaba en Pero yo añadiría esto: como se recuerda, me propuse
nombre de una infinidad de seres incapaces de hacerlo poner en claro algunas de las seguridades existenciales sin
por sí m ism os; él era su voz. Si la democracia am eri­ las cuales un humanismo digno de este nombre no pue­
cana, considerada en su intención más pura, más univer­ de constituirse. Precisamente dentro de esta perspectiva
salmente humana, encontró un portavoz para hacerse oír, — observémoslo por el lado de la religión propiamente
y en el fondo, para ser, ese portavoz es, en mi opinión, dicha— la experiencia de la comunión o de la aper­
la poesía whitmaniana. Y es preciso añadir que llegó más tura de unos hombres a otros aparece como inves- ¡
allá de los límites del continente americano, y que, sin tida de una importancia particular. Hay que añadir c o -1!
la menor duda, contribuyó a despertar toda una nueva rrelativamente que todo lo. que contribuye a oscurecer
poesía en Europa, especialmente en Francia. Pero esto esta experiencia en la conciencia humana se muestra
sólo fue posible porque en el corazón mismo de esa como un obstáculo para un humanismo auténtico. M e
poesía vivía una cierta experiencia fundamental, La aper­ refiero, ante todo, a los prejuicios raciales y de clase
tura del hombre hacia el hombre. Y al hablar de expe­ tanto como a un cierto nacionalismo actualmente su-
riencia fundamental me refiero precisamente a que nos
encontramos mucho más allá de la restringida esfera Por lo demás, estas observaciones exigirían ser pre­
constituida por una Stimmung puramente individual. cisadas, ya que al formularlas de un modo general se
Por lo demás, podrían ponerse ejemplos diferentes, corre sin duda el riesgo de acreditar algunos errores
pero convergentes, en el ámbito de la música. Los gran ­ graves: pienso en los referentes a un humanitarismo
des músicos también han sido portavoces o profetas. abstracto o a un vago pacifism o que, en fecha todavía
Sin embargo, se preguntará alguien, «¿no es total­ reciente, se alió inconscientemente con los más espan­
mente arbitrario elegir ejemplos como los quéT se acaban tosos poderes de opresión. En otras palabras, es un pro­
de poner y despreciar determinadas experiencias fu n ­ blema extraordinariamente difícil y complejo el de sa­
damentales como son la soledad y la desesperación?» ber cómo, es decir, en qué condiciones concretas el es­
A esta pregunta mi respuesta será doble: pienso m e­ píritu de universalidad puede destruir las relaciones
nos que nadie en despreciar a fortiori esas experiencias entre los hombres. Pero no es éste ahora mi propósito.
dolorosas y lacerantes; por el contrario, me parecen esen­ Sólo quiero introducir estas reservas para evitar enojosas
ciales. Pero habría que preguntarse si no conviene d efi­ confusiones.
nirlas, o al menos comprenderlas, como negación de Ahora bien, con respecto a estas seguridades positivas
esa comunión universal que se expresa en W hitm an o, que se inscriben a la vez en la encarnación y en la in-
Filosofía para un tie??2po de crisis El humanismo y sus supuestos existenciales 73

tersubjetividad, ¿podría caber una seguridad existenciaí ralizarme de inanidad frente a todo lo que me concierne
de otro orden y que recayera sobre la finitud radical del y} con mayor razón, frente a todo lo que concierne a los
existente que soy yo, o dicho de un modo más claro, demás, se encuentra como inscrita en mi estructura de
sobre mi mortalidad? M e refiero, naturalmente, a los ser finito. N os encontramos aquí en presencia de una
valiosos análisis de Heidegger en Sein und Zeit sobre anticipación del suicidio en el seno mismo de la vida.
el Z um T o de Sein 3. Qe nada serviría — e incluso sería estúpido— argu­
Como hace algunos años tuve ocasión de recordar en mentar que tal actitud presentaría un carácter patológico.
Berlín, es imposible no darse cuenta a este respecto de Esto no representaría más que una etiqueta depreciativa,
una peligrosa ambigüedad que se revela en el hecho pero que no cambiaría en nada la cuestión.
de que la expresión no se deja traducir correctamente Todo esto me parece indiscutible. Por supuesto que
al francés. Los comentaristas franceses más recientes de hablo de la posibilidad, es decir, del hecho de que mi
Heidegger han querido introducir la expresión «ser hacia situación pueda mirarse de este m odo; así, pues, quedo
la muerte», a fin de evitar el uso de la preposición expuesto a la tentación de una desesperación para la
«para», que parecía comportar la idea de una finalidad cual, a primera vista, no parece haber recurso.
o de un destino. N o obstante, ¿podemos decir que se trate aquí de una
N o tengo la intención de meterme en una discusión seguridad existenciaí original? En verdad, nada me pa­
minuciosa que se saldría del marco de esta conferencia. rece más dudoso. Creo que todo sucede más bien como
N o puedo dar más que mi posición personal, tal como la si la certeza de mi muerte futura viniese de alguna
formulé en la comunicación que dirigí hace veinte años manera a aplicarse como algo extraño sobre la seguridad
al Congreso Internacional de Filosofía de París. fundamental que es la de ser o, cuando esta seguridad se
Cuando intento tomar conciencia de mi situación de vuelve refleja, la de participar en el ser para la eternidad.
existente, considerándola en relación con lo que podría Esto nos traslada al experim ur nos aeternos esse de Spi-
llamar mi futuro, observo que sólo aparece como indu­ noza, sin que ello implique, por lo demás, una adhesión a
dable esta proposición: moriré, sin poder en absoluto la m etafísica spinozista. La deficiencia central de las filo ­
pronunciarme en cuanto a las condiciones de espacio y sofías existenciales de la angustia consiste, en mi opinión,
tiempo en que mi muerte tendrá lugar. Desde esta pers­ en ignorar de un modo completamente arbitrario una
pectiva, mi situación resulta perfectamente comparable experiencia fundamental a la que yo llamaría de buena
a la de un ajusticiado al que se le hubiese encerrado en gana el gaudium essendi. Por otra parte, no hay nin ­
una prisión cuyas paredes móviles se aproximasen m i­ guna duda de que sobre el gaudium essendi pesa una
nuto a minuto. Desde ese momento no hay nada en mi amenaza o de que sobre él se proyecta una sombra te­
existencia actual que no pueda ser como desecado, desvi­ rrible. Este es el aspecto trágico de nuestra condición.
talizado, destituido de toda importancia o de todo in ­ Pero no obtendríamos más que una idea mutilada y de­
terés por esta presencia en el horizonte o esta inm inen­ formante si excluyésemos este dato original.
cia de mi muerte. Esta siniestra posibilidad de dejarme Y esto no es todo: cuando concentro mi reflexión
obsesionar por la muerte hasta el punto de llegar a pa­ sobre el hecho de que mi muerte futura puede llegar a
ejercer sobre mí una acción petrificante, me veo lleva­
3 Hablaremos de ello más adelante, en el capítulo «M i muer­ do a reconocer que esta acción no es posible más que
te y yo», página 157. por una connivencia de mi libertad. M i muerte no puede
74 F ilo s o fía p a ra un tiem p o d e crisis El hu m an ism o y sus supuestos ex isten ciales 75

nada contra mí sino es por la colusión de una libertad la idea de una religión natural, que sería como una es­
que se traiciona a sí misma para conferirle esta realidad pecie de patrimonio natural del ser humano. Tampoco
o esta apariencia de realidad, cuyo poder de fascinación pretendo que esta idea sea falsa, pero no podría ser acep­
he señalado en primer lugar. En último término, es esta tada más que al término de un inmenso trabajo, cuyas
libertad y sólo ella la que puede ejercer el poder capaz conclusiones presentarían siempre un carácter algo aventu­
de esconder a mi vista no sólo la riqueza del universo, rado. Además, si nos colocamos en este terreno, nos arries­
sino todo aquello que no sería afectado por mi muerte, gamos a contravenir las indicaciones que formulaba al co­
como la vida de los otros y los valores de los que de­ mienzo de esta conferencia, cuando hice observar que la pa­
pende. La propia existencia del sacrificio se presenta labra original no debe tomarse en un sentido cronológico.
como una refutación existencial de esta desesperación, Creo ver más bien la posibilidad de una línea de pen­
que después de todo equivale a un solipsismo práctico. samiento reflexivo, que debería proseguirse a partir de
Por otra parte, es evidente que sigue siendo posible para una meditación sobre lo que ocurre al hombre ante nues­
un pensamiento impugnador el pretender que el sacri­ tros ojos en un mundo en el que se proclama la muer­
ficio es absurdo y que tiene por fundamento una ilusión te de Dios.
óptica muy fácil de descubrir. Pero ésta es justamente Tam bién aquí es a partir de la herejía como podemos
la grandeza y la dignidad del hom bre: el poder des­ elevarnos hacia la comprensión — y entiendo por ella el
preciar unos argumentos de este orden, y esto en nombre pleno reconocimiento de las condiciones sin las que no
de una experiencia que no se deja recusar. puede darse el ser humano auténtico— . Por otra parte,
P ero es precisamente aquí donde encontramos una se­ es necesario proceder a una discriminación muy precisa
guridad existencial original que, en definitiva, no puede entre el ateísmo profesado y el ateísmo vivido. El ateísmo
ser más que una irradiación misteriosa del gaudium profesado, allí donde es la base de la rebelión, puede
essendi: y esta irradiación es la esperanza. a veces estar motivado por una exigencia que, en fin de
N o voy a reproducir el análisis efectuado en Flomo cuentas, está muy lejos de ser extraña a una religión
viator. He intentado demostrar la diferencia radical, de­ digna de tal nombre. Por el contrario, el ateísmo vivido,
masiado frecuentemente perdida de vista por los filó ­ al estar determinado por la satisfacción y el adormeci­
sofos, en especial por Spinoza, entre el deseo y la espe­ miento en el seno de un mundo cada vez más entregado
ranza. Lo que se puede llamar el estatuto ontológico de a la técnica que termina por funcionar para sí misma (al
uno y de otra es absolutamente diferente. Se podría decir no permanecer bajo una voluntad superior que la utilice
que el deseo está centrado en el «yo», mientras que la con fines espirituales), el ateísmo vivido, digo, no puede
esperanza no es separable del amor, de lo que he lla ­ más que abrir el camino a la desesperación de la que
mado intersubjetividad. hablaba anteriormente, lo cual viene a decir que no
Pero si en el curso de estas reflexiones hemos sido puede ser sino un camino de muerte.
capaces de encontrar las raíces de dos de las virtudes teo­ En la hora presente, para un filósofo consciente de sus
logales, hay razón para pensar que también podemos en­ responsabilidades al mismo tiempo que de los peligros
contrar las de la tercera, es decir, la fe. que amenazan a nuestro planeta, no hay probablemente ta­
Por otra parte, debo confesar que aquí las dificulta­ rea más importante que la consistente en encontrar estas
des son quizá todavía más serias que las anteriores. P or­ seguridades existenciales fundamentales, constitutivas del
que me parece peligroso suscribir pura y simplemente ser humano verdadero en cuanto imagen de Dios.
T

E L SER A N T E E L P E N S A M IE N T O
IN T E R R O G A T IV O 1

Es evidente que la lectura de los últimos escritos de


Heidegger fue la que dio origen a esta meditación. Sin
embargo, debo decir que no se trata en grado alguno
de proceder a una crítica directa del pensamiento hei-
deggeriano.
La reflexión sobre el ser se encuentra en el centro de
mi pensamiento ya desde un principio, lo cual se traduce
especialmente por la distinción entre problema y m is­
terio. N o hay razón para renunciar a esta distinción,
pero sólo a condición de que siga siendo un instrumento
de pensamiento, o también para emplear una m etáfora
más precisa, de que constituya una especie de canal abierto
a una cierta navegación intelectual o espiritual. Pero,
de hecho, la experiencia muestra que esta distinción
corre el riesgo constante de naufragar en un verbalismo.
Dado lo cual, me guardaré de utilizar el término «m is­
terio» en la exposición que seguirá; por otra parte,
siempre he permanecido en guardia contra lo que po­
dríamos llamar el desgaste del lenguaje filosófico. Estoy
convencido de que es necesario revitalizarlo constante­
mente. Ahora bien, esta revitalización no puede llevarse
a cabo si no es por medio de una reflexión vigilante
que se mantenga constantemente en contacto con la
experiencia.
Teniendo esto en cuenta, me ha parecido necesario
reconsiderar el problema a partir de cero.

1 Sesión de la Sociedad Francesa de Filosofía del 25 de enero


de 1958. Quiero dar las gracias a la Sociedad de Filosofía por
haberme autorizado a reproducir el texto de mi comunicación
y del coloquio que tuvo lugar a continuación.
yg F ilo s o fía p a ra un tiem p o d e crisis 0 ser an te e l p en sam ien to in terrogativo 79

Hace y a unos veinte años, recuerdo que mantuve una pronto como tratemos de explicitar lo que es ese «yo».
discusión con un discípulo de Jacques Maritain sobre lo {Por lo demás, esta explicitación es algo de lo que hay
que él llamaba «la intuición del ser». Siempre me veía que abstenerse, ya que lo propio del «yo» es justamente
precisado a plantear de nuevo la misma cuestión: « S j no ser explicitable.) Y queda otra cuestión conexa:
existe esa intuición del ser, ¿cómo se explica que haya ¿Quién es preguntado?» La respuesta que se nos pre­
tanta gente que no se dé cuenta de ello?» En cuanto senta inmediatamente es decir: « Y o me interrogo.» Pero
a mí, debo confesar que, cuando se me habla de una precisamente este verbo reflexivo que nosotros utiliza­
intuición del ser, estas palabras no me dicen nada. Todo mos tan espontáneamente, tan fácilmente, sin apenas
lo más, estaría dispuesto a admitir, como ya lo hice ver en él ninguna dificultad, ¿no nos reservará muchas
explícitamente en Etre et avoir, una intuición ofuscada sorpresas ?
u obturada. Y en este caso, ¿sigue teniendo sentido la Busquemos en la experiencia corriente un caso en el
palabra intuición? Lo encuentro bastante discutible. que podamos decir sin dudar. « Y o me interrogo», e in ­
Por lo demás, podría preguntarse si esta idea de una tentemos analizarlo.
intuición ofuscada por el juego del pensamiento discur­ En el fondo, ¿sobre qué puedo interrogarme? ¿Sobre
sivo, y principalmente por el pensamiento técnico, pre­ lo que pienso? Pero esto no está claro. Si la idea clásica
senta o no algunas relaciones con la noción heideggeria- que se tiene de la conciencia de sí fuese correcta, debería
na del olvido del ser, de la Vergessenheit des Seins. Pero saber de inmediato lo que pienso sin necesidad de tener
¿qué es lo que puede ser olvidado ? ¿Se trata verdadera­ que preguntármelo. Pero, en realidad, hoy sabemos que
mente del ser? Confieso que la expresión me parece esta transparencia de sí mismo es excepcional: es un
lamentablemente imprecisa. El término «perdido de caso lím ite, y nada más.
vista» sería, sin duda, preferible a la palabra « o lv i­ Me interrogo, por ejemplo, sobre alguien al que he vis­
dado». to. Precisemos m á s: me interrogo sobre alguien que ha ve­
D e todos modos, creo que estamos obligados a pre­ nido a pedirme un servicio, y cuando digo «me interrogo
guntarnos sobre el ser. Pienso que no ocurriría igual si por esta persona», lo que quiero decir es «m e pre­
estuviésemos en posesión de esa famosa intuición en gunto lo que verdaderamente pienso de esta persona».
la que no creo. Sin embargo, vamos a reflexionar sobre A q u í el «¿qu é pienso?» se transforma insensiblemente
la naturaleza de esta interrogación y sobre las condicio­ [en un «¿qu é debo pensar?» Pero esta pregunta estoy
nes en las que se emprende. suponiendo que me la dirijo a mí mismo y no a alguna
En el fondo, podríamos decir que vamos a pregun­ persona m ejor informada que estuviese en condiciones
tarnos por una pregunta. En seguida veremos amonto­ de instruirme. Estamos, por tanto, en plena oscuridad.
narse las dificultades. Todo sucede como si en estas condiciones, por lo demás
¿Podemos usar la palabra «preguntar» sin hacernos difíciles de determinar, yo procediese a una especie de
inmediatamente la pregunta de quién interroga y quién es parcelamiento interior, casi podría decirse a una «socia­
interrogado ? Admitamos que sea legítimo responder: soy lización d e ...» ¿De qué? En semejante situación parece
«yo» el que pregunta, dando por descontado que tene­ que las palabras se escamotean: se trata mucho menos
mos el derecho de decir «sí mismo» («moi» en el ori­ de un saber que de una cierta situación que aspira a con­
ginal francés) en lugar de «yo» (« je » ) ; y nos veremos vertirse en saber. Esta situación no es, por otra parte,
embrollados a causa de los problemas que surgen tan asimilable a un simple feelin g (sentim iento), pues com-
qq F ilo s o fía p a ra un tiem p o d e crisis Y £/ ser ante e l pen sam ien to in terrog ativ o 81

r porta aspectos bajo los cuales puede ser considerada significar «el ente», como cuando se habla de un ser o
! como un modo de conocimiento. E l hombre sobre el que de unos seres, o bien el hecho o el acto de ser.
me interrogo tiene un cierto comportamiento. H a pro­ Es muy deplorable el que no dispongamos, como en
nunciado también algunas palabras de las que me acuer­ griego o en alemán, del infinitivo sustantivado y que nos
do, y que podrían ser apropiadas para motivar una veamos obligados a introducir palabras anexas como son
apreciación, digamos, favorable. Pero algo en mí — y ob­ la palabra «hecho» o la palabra «acto».
servo de paso cuán oscuras son estas palabras: «en m í»—- Si me atengo al primer sentido, es decir, al sentido en
tiende a rechazar esta apreciación, algo que es como que el ser es, en definitiva, el «ente», pronto me doy
una resonancia del comportamiento, o quizá de la ex­ cuenta de que una formulación tal como «¿qué es el
presión del rostro o el timbre de voz, y ese algo se ser?» resulta absolutamente defectuosa. Sería preciso
convierte en interlocutor, o más bien se erige en inter­ completarla diciendo, por ejem plo: «¿Q ué es el ser con
locutor. Tam bién aquí el empleo del verbo reflexivo relación a las apariencias?» Incluso así rectificada, la
resulta sospechoso: ¿no soy más bien «yo» quien trata fórmula resulta imprecisa y pide un complemento. Por
| a este algo de esta manera? ejemplo, sería necesario decir: «¿Q u é es el ser en cuan­
Esta ilustración, que a primera vista puede parecer to ser?» Pero se engañaría uno al decir que, tras una
extraña al tema, tiene la ventaja, en mi opinión, de p o­ fórmula semejante, trasparece, aunque muy oscuro, el
ner de m anifiesto lo que hay de confuso, de fundamen­ otro sentido y, por lo mismo, la formulación siguiente:
talmente inexplicable en el acto, mediante el cual yo « ¿Qué es ser?», sin que todavía pueda especificar si
me interrogo por, y muy especialmente mediante el cual conviene precisarlo diciendo, por ejem plo: «¿Q u é es el
me interrogo por el ser. En este caso los interlocutores hecho de ser?», o «¿Q ué es el acto de ser?»
suscitados aparecen en número indefinido. Me veré, pues, Mas no puedo atenerme a esto. Tengo que pregun­
limitado a decir que interrogarme sobre el ser es una tarme si estoy verdaderamente seguro de que esta pre­
¡ manera de reconocer la incapacidad en que me encuentro gunta tiene una significación. V a a serme necesario pro­
' de saber a quién interrogo. ceder mediante aproximaciones con respecto a cuestiones
Pero la cuestión en sí misma, ¿es claramente formu- como: «¿Q u é es actuar?» «¿Q u é es padecer?» Y en
lable? La lamentable ambigüedad que caracteriza nues­ seguida advierto que estas cuestiones a las que me re­
tra lengua hace en seguida su aparición. Quizá conven­ fiero comportan evidentemente una referencia a un cier­
dría plantear una cuestión previa, y esta cuestión sería: to sujeto que actúa y padece. (E l empleo de la palabra
« ¿E l ser es?» Pero aparte de que el sentido de esta «sujeto» es evidente que resulta completamente proble­
cuestión está oscuro (ya que no hay evidencia de que mático, y una vez más comprobamos la lastimosa am bi­
signifique: «¿H ay ser?», y no es más seguro el que güedad de nuestra lengua.) H abría que precisar, dicien­
esta cuestión tenga sentido), la reflexión me obliga a do: «¿Q ué es actuar o sufrir para este íxoxíe[jLevov ?»
plantear la pregunta en un nivel más elevado. (me gusta mucho más la palabra griega). Ahora bien,
Antes de preguntarme si el ser es o si hay ser, es ne­ tenemos que preguntarnos hasta qué punto es esto apli­
cesario que esté seguro de lo que quiero decir cuando cable a la cuestión: «¿Q ué es ser?» ¿Tiene sentido el
digo «el ser». Pero la ambigüedad evocada hace un ins­ proponer en primer lugar un «ente» y preguntarse después!
tante consiste justamente — y creo que nunca se insistirá «qué es ser para este ‘ente’ ?» M e parece que en realidadl
lo bastante sobre ello— en que el ser, en francés, puede y aquí sin duda me encuentro en radical oposición con
6
82 F ilo s o fía p a ra un tiem p o d e crisis ~j Hl ser ante e l p en sam ien to in terrog ativ o 83

Heidegger— la cuestión «¿Q ué es ser para un ‘ente’ ?» evidente fuera de ciertas relaciones juzgadas como fu n ­
se anula a sí misma. En efecto, cuando me interrogo i damentales. Tam bién es preciso admitir que esta evi­
sobre lo que es actuar para un sujeto actuante, esta cues­ dencia en sí misma puede ponerse en duda casi siem pre;
tión recae sobre lo que me aparece como una modalidad pero parece que no puede serlo sino en referencia a una
especificadora, es decir, que con razón o sin ella con­ evidencia previa, y no veo que esta evidencia previa
cibo a este sujeto tal como es de alguna manera antes pueda, en nigún caso, ser evidencia del ser.
de actuar, no siendo esta prioridad necesariamente cro­ Sin embargo, poner en duda que exista una evidencia
nológica, por supuesto. Pero el hecho o el acto de ser del ser, ¿no supondría inevitablemente admitir, no ya la
es, por el contrario, primero con relación a toda posible contingencia del ser, ya que esto podría ser contradicto­
especificación. Por lo tanto, no tiene sentido el pregun­ rio, pero sí, quizá, que el ser no e s ...? Tengamos cui­
tarse qué es ser para un «ente». M e inclino a pensar dado de no caer en las trampas del lenguaje. ¿Acaso
que nos hallamos frente a una seudocuestión, como, por podemos tranquilizarnos recordando, con los eléatas, que
lo demás, la que consiste en preguntarse — seguimos con es completamente absurdo el dudar de que el ser exista?
Heidegger— cómo es que existe algo y no más bien ¿No estaremos dejándonos intimidar por una contradic­
nada. En relación con este problema (que Heidegger no ción en los términos? Para descartar esta contradicción
ha sido el primero en plantear, ya que según parece él quizá sea suficiente con reconsiderar una afirmación
1 hace referencia a Schelling) hay__.que tener en cuenta5) t verbal como é sta : la afirmación que se refiere al ser
que toda pregunta se enuncia a partir de una base sub- quizá no se refiera a nada; en otras palabras, es posible
j yacente que no puede ser otra sino precisamente el ser./ decir con el nihilista de La V ille, de C laudel: « N a ­
f p o r tanto, será necesario llegar hasta decir que, en rigor, da e s ...»
[no se puede preguntar por el ser, puesto que no se pue-
Ude preguntar más que a partir del ser. Mas hay que «Hermano, ¿qué palabra tan lúgubre es esa que has
• añadir en seguida que quizá sea imposible discernir cuál dicho ?, pregunta Lambert de Besme. Y él responde:
es la naturaleza de esta base, o de este basamento, y que — ¡Escucha! Repetiré la palabra que he dicho:
la cuestión misma quizá no tenga ningún sentido. Nada es.
Introducir aquí la idea de una naturaleza y de un dis­ He visto y he tocado
cernimiento de esta naturaleza supone olvidarse de en el horror de la inutilidad, lo que no es, añadiendo la
qué consiste la cuestión, puesto que significa introducir prueba de mis manos.
subrepticiamente una idea de carácter especificador en A la nada no le hace falta una boca que pueda procla­
aquello que, por definición, está más allá de toda es­ mar: ‘Y o soy.’
pecificación posible. He aquí mi botín, tal es el descubrimiento que he
Pero si ello es así, se presenta radicalmente imposi­ hecho.»
ble, como yo lo suponía al comienzo, el evocar algo
que parezca una evidencia del ser. Es evidente que en este caso siempre se podrá recurrir
Si, por otra parte, reflexiono sobre la evidencia, si a refutaciones de tipo clásico. Se dirá: esta nada que dice
trato de tomar conciencia de lo que puede ser evidente, «yo soy» atestigua, diciendo esto, que se trata de una
me veré siempre llevado a evocar ciertos tipos de rela­ mentira. Pero lo que resulta singular es que la validez,
ciones. Y no veo de ninguna manera lo que podría ser en cierto sentido innegable, tanto de estas afirmaciones
tí 4 F ilo s o fía p a ra un tiem p o d e c risisj El ser ante e l p en sam ien to in terrog ativ o 85

como de estas refutaciones no nos libera, en mi opinión, al sentido 1 , o sea el ser-sustantivo. Por el contrario, re­
de Ja conciencia de lo que yo llam aría una cierta inani­ sulta bastante claro si se mantiene firmemente que lo que
dad. D e hecho, unos argumentos de esta índole jamás se discute es el ser como infinitivo.
convencerán a un nihilista: es como si resbalasen sobre Quizá se aclararía un poco esta oscura situación di­
una superficie que fuesen incapaces de penetrar. Para ciendo que vamos a hacer una transposición de lo que
evitar quedar prisionero de las palabras es necesario sería, en presencia de una cosa, la designación, el acto
hacer intervenir la idea de una exigencia con la que se de designar un «esto». Pero puesto que nos encontra­
está o no se está o se puede no estar satisfecho. Sin duda, mos más acá del mundo de las cosas, del mundo del
un refugio lógico o verbal hace acto de presencia de «tal y cual» (o de «esto y aqu ello»), nos encontramos
inmediato, puesto que siempre quedará el recurso de también más acá de toda ecceidad determinada, nos
decir: «A quello que satisface — o no— la exigencia encontramos a nivel de lo que podría llamarse la eccei­
en cuestión — y cuyo alcance habría que precisar por lo dad general, o también del fundamento que posibilita el
demás— , ¿cómo podría no ser?» Pero una respuesta de que pueda haber un «esto».
esta clase se coloca manifiestamente fuera de la órbita Pero parece que es necesario el ir más lejos todavía
propia de un pensamiento que se interroga por el ser en esta dirección. El ser así evocado (digo «evocado» y
en el segundo sentido, que yo persisto en seguir creyendo no «definido», puesto que esto resultaría contradictorio)
fundamental, en el sentido verbal, y no sustantivo, en está más acá de toda objetividad. Ahora bien, esto supon­
el sentido en que el ser es, en suma, un infinitivo toma­ dría hacerse culpable de una confusión, y de una confu­
do sustantivamente. Y en esta perspectiva, ¿no me veo sión grave, como es la de concluir de aquí que el ser
llevado a rechazar las posiciones nihilistas que quizá : está del lado del sujeto, lo que constituiría también otra
estén ligadas a la noción confusa de un ser sustan­ manera, aunque completamente falaz, de localizarlo en
tivado ?
una región separada del mundo de los objetos.
Por tanto, todo parece conducir hacia algo que no me Recojo aquí lo que he dicho en otra ocasión sobre lo
satisface y que, por lo demás, no puede satisfacer de nin ­ problemático, puesto que no puede haber objetividad, lo ­
gún m od o: una seguridad que no puede convertirse en calización, designabilidad, más que allí donde se plan­
( evidencia, una seguridad que en el fondo debería ser teen problemas, cualquiera que sea, por lo demás, la
asimilada a una prohibición, puesto que se trata esen- posibilidad de resolverlos. En cambio, dudaría hoy — y
i cialmente de la seguridad de una imposibilidad. Aunque es probablemente el único punto en el que he evolucio­
suponga una tentativa casi impracticable, esforcémonos nado con relación a la comunicación presentada por mí
por definir esta imposibilidad. al Congreso Internacional de Filosofía de 1937— en ha­
Parece que se refiere a toda regresión hacia un más blar de metaproblemática. Sin duda sería mejor introdu­
acá. Quizá sería mejor decir «a toda reducción a algo cir el vocablo «hipoproblemática», que pone de manifiesto
distinto de sí», o más simplemente «a algo», porque lo con mayor claridad que nos encontramos por debajo del
que no comporta la posibilidad de ser «distinto que» no nivel en que surgen los problemas.
puede ser «tal» (tal o cual co sa ). N os encontramos, por Pero, podría objetarse, puesto que nos encontramos
tanto, en el campo de lo no cualificable. más acá de lo cualificable, ¿podemos tener la seguridad
Esto parece oscuro, ya que el pensamiento se desliza de que las palabras que utilizamos no son otra cosa que
continuamente desde el sentido 2, es decir, del ser-verbo, un puro flatus vocis?
86 F ilo s o fía p a ra un tiem p o d e crisis T El ser ante $>ensamiento in terrog ativ o 87

Creo que sí, porque esta afirmación, tan indigente acá de la representación es el espejismo o la realidad de
como pueda parecer, debe bastar en definitiva para mos­ una tierra prometida. Lo único que quiero poner de m a-i
trar la imposibilidad del nihilism o radical tal como lo n if i e s t o en este estadio de mi reflexión es que el ser
I enunciaba el personaje de Claudel. ¿Qué es, en efecto, hipoproblemático del que he hablado se muestra an tej
un tal nihilism o sino una filosofía de la fragmentación todo como indiferente o neutro en relación con la aspi-í
^ absoluta, filosofía que, por lo demás, se niega a sí misma ración hacia un ser que sería el más-ser absoluto o p ié -'
en cuanto tal. Ahora bien, el ser alcanzado más acá roma.
de toda objetivación es fundamentalmente compacto o no- Según parece, habría lugar para plantear una dualidad
fragmentario. entre el ser hipo- y el ser hiperproblemático.
N o por ello es menos cierto que tampoco aquí acce- j Debo decir que todo se hace aquí más brumoso, y no
demos al ser de las antologías tradicionales. Hace poco ' pienso minimizar las dificultades que comporta lo que
evocaba una exigencia que nos daba la impresión de apa- ¡ voy a decir ahora.
recer como decepcionante, como fracasada con respecto No veo el que esta dualidad pueda concebirse como
a lo que podríamos llamar el espectáculo del mundo. En última y que sea posible establecernos en ella, instalar­
términos generales, puede decirse que se trata de una exi- j nos en ella, si no es gracias a un error. Y este error en
gencia de cohesión y de plenitud. Hay que añadir de el fondo es siempre el mism o: consiste en cosificar ile ­
inmediato que esta exigencia no cobra su significación, gítimamente lo hipoproblemático. Ahora bien, recorde­
su valor de aspiración más que en relación con un ser mos que lo hipoproblemático, lejos de poder pensarse
que sufre y que se siente dividido. También podría lla­ en algún grado como una cosa, constituye más bien una
mársele un ser exiliado y cada vez más dolorosamente situación fundamental que preside toda situación concre­
consciente de este exilio. En estas condiciones, es más ta particular. Quizá podría hablarse — y me satisface
bien el espectáculo el que se pone en tela de juicio y al bastante esta expresión— de situación-trampolín para
que se reconoce incapaz de satisfacer y de colmar. poner de relieve que se trata de un nisus, de un élan
N o encuentro nada de particular en el hecho de que a falta del cual el sí mismo («y o») que pregunta y que
un optimista del tipo leibniziano sobrepase el plano del reconoce los límites de su interrogación, carece de ser,
espectáculo propuesto a una inteligencia: «¡Q u é espec- i y no es nada.
tácu lo!... Pero no es más que un espectáculo.» M e atre- \ Por otra parte, tiendo casi inevitablemente a traducir
vería a decir que el más profundo descubrimiento de esta situación a un lenguaje de relación, o quizá sea m e­
Schopenhauer, pese a sus limitaciones, como la de su pla­ jor decir de pertenencia o participación. Pero al mismo
tonismo residual, es el descubrimiento de la insuficiencia tiempo me dispongo a calibrar la inadecuación de seme­
intrínseca de la representación, del espectáculo..., cual­ jante planteamiento. A la vez, procedo a una suerte de
quiera que sea. En este sentido representa una anticipa- I crítica — casi sería mejor decir a «un sentar en el ban­
ción respecto de los filósofos de la existencia. Pero aquí, quillo»— de ese modo de aprehensión deficiente que es
advirtámoslo bien, nos vemos arrastrados, o más exacta­ el mío.
mente succionados más acá del mundo de los objetos, Y aquí surgirá para el filósofo — naturalmente hablo
que por naturaleza son algo representado y que tienden del idealista— la tentación casi irresistible de hipostasiar
a identificarse con su representación. Por lo demás, se y de glorificar esta subjetividad radical que posee el p o­
puede dejar de lado la cuestión de saber si este más der de la problematización radical, o que consiste en
90 F ilo s o fía p ara un tiem p o d e crisis

el acto mediante el cual un valor, un valor absoluto, se


confiere a lo que no podría reducirse a no ser más que
una cosa.
Pero esto resulta inadecuado, ya que, al expresarme de
este modo, parece que propongo una interpretación sub­
jetiva — quizá habría que decir «subjetivizante»— de lo COLOQUIO
que se presenta como lo totalmente otro, sin que el amor
pierda toda realidad... G . Berger.— Agradecemos a Gabriel Marpel esta inte­
En realidad un ser es dado, no en el sentido trivial, resantísima comunicación.
y por otra parte incierto, en el que los filósofos tienen Antes de que se abra esta sesión, la junta de nuestra
la costumbre de utilizar esta palabra, sino en cuanto que sociedad deliberará para saber qué comunicaciones han
es verdaderamente un don. Guardémonos bien de consi­ de ser previstas para las próximas reuniones. Sin nin­
derar aquí el don como una cosa; por el contrario se guna duda, nosotros desearíamos escuchar comunicacio­
trata de un acto. Por este apartado camino, parece que nes originales y personales. Y uno de nosotros ha preci­
nos vemos llevados a encontrar el acto de ser. sado su opinión en estos térm inos: «Querríamos escuchar
Sigue siendo innegable que el pensamiento de este a un filósofo, y preferentemente un filósofo francés, que
acto se encuentra continuamente encubierto por un pen­ nos exponga un pensamiento personal sobre los proble­
samiento degradado y cosista. mas fundamentales de la filosofía.» Creo que lo que
Pero hay derecho a pensar que esta paradoja, que viene acabamos de oír responde con bastante exactitud a este
a inscribirse en el corazón de lo que nosotros llamamos deseo. N os ha hecho usted el honor de dejarnos partici­
un ser, presenta un valor de alguna manera indicial. Creo par en su meditación. Todos los presentes le están viva­
que podría verse en ello como el comienzo de un dina­ mente reconocidos, y creo que testimoniarán el interés
mismo ascensional, que no puede acabar más que en la que han sentido al escucharle por la vigencia misma de
Kotvtovía perfecta. Mas en este momento hemos dejado las cuestiones tratadas.
muy detrás de nosotros el campo del pensamiento inte­ Bénézé.— Estoy casi enteramente de acuerdo con los
rrogativo. En última instancia quizá no pertenezca sino puntos de vista del señor M arcel. Las reservas que podría
a la fe Ja realización del despegue definitivo. presentar son secundarias. Y o quizá emplearía otro len­
guaje, pero en definitiva estamos de acuerdo en cuanto
a la crítica.
La palabra «ser» es oscura por tener varios sentidos.
Precisamente usted se tomó el cuidado de distinguirlos,
o al menos de distinguir dos: «¿Q ué es ser?» y «¿Q ué
es el ser?» M e permitiré decir que ha visto bien cómo
la segunda fórm ula: «¿Q u é es el ser?» nos conduce di­
rectamente a un ser singular, al ser por excelencia. Y h a 1
acabado diciendo que, en el lím ite, el problema del s e r 1
se convierte en el probJema de Dios. No se puede decir
de otro modo. No obstante tengo que hacer una ligera
92 F ilo s o fía p ara un tiem p o d e crisis El ser an te e l p en sam ien to in terrogativo 93

reserva: no es necesario hablar de límite. Nos encontra­ que es preciso, y creo que usted así lo ha hecho, de­
mos dentro por completo. nunciar.
En cuanto a la otra fórm ula: «¿Q ué es ser?» hace re­ Otra ventaja, y en mi opinión bastante importante, es
ferencia, por el contrario, a un concepto, a algo capaz que se apreciaría mejor que entre absoluto y relativo no
de repetición: este ser, aquel ser... La palabra evoca una existe simetría. Lo absoluto es, en efecto, ese basamento,^;
pluralidad, un plural. Por consiguiente (y le pido discul­ ese «más acá» de todo problema. N o es sólo incalificable,
pas si me salgo de su pensam iento), se trata de lo fen o ­ sino también y sobre todo «insustancializable», por así
ménico, de lo espacio-temporal. decirlo. Quien dice sustancia, en efecto, no hace referen-]
De estos dos sentidos usted se ha quedado con el cia al fenómeno, sino a algo que está ligado al fenómeno,'
único que conviene a q u í: el ser por excelencia. Volvamos a las cualidades. La sustancia es lo absoluto cuando ya se
sobre él y dejemos de lado la palabra «D ios», demasiado ha revestido de algo relativo. Pero lo absoluto como tal
cargada de complicaciones inútiles. es independiente de todo lo que se perciba o imagine
Si es que he comprendido bien su pensamiento, el para «aprehenderlo». Creo que tiene el mismo sentido
idealismo está superado, el «yo pienso» se encuentra por que el que usted da a la palabra ser, pero liberado deí
así decir desbordado, puesto que no es solamente al «yo» todo compromiso.
(que es, como usted ha dicho a propósito de la dualidad, Mediante este cambio de vocabulario se comprenderán
el que pregunta y el preguntado) a quien es preciso mejor las relaciones entre absoluto y relativo. En cual­
abandonar — no existe un «yo» puro — sino también al quier relativo siempre descubro lo absoluto; lo que no
«pienso», con el que ya no se sabe qué hacer. ¿Qué es tiene nada de extraño, puesto que un absoluto que no
entonces «el ser»? Por ser evidentemente incognoscible, estuviese en todas partes ya no sería un absoluto. Por
nos vemos obligados a hablar mediante metáforas, m etá­ consiguiente se impone una dialéctica apropiada. ¿Cuál?
foras dirigidas por medio de una dialéctica fundada ú ni­ Hay que elegir: si hacemos alusión a la noción de causa
camente en la exigencia de impulsar, sin contradicción y producción, llegamos en seguida al en sí y al po r sí
y hasta el final, las cuestiones que se pueden plantear a que, por su sesgo relativo, no tienen ningún sentido. Si
este respecto... hablamos de fines, incluso de su carencia, nos encontra­
M e pregunto entonces si no podríamos cambiar de vo­ mos en el otro extremo. D e cualquier modo que deno­
cabulario, y sin rechazar los demás sentidos de la pala­ mine el fenómeno, aunque no fuese más que mediante
bra «ser» (de los que no tengo por qué hablar), m an­ la palabra relativo, inmediatamente surge el término «ab­
tener los de absoluto y relativo. Lo absoluto, como sinó­ soluto».
nimo del ser, el «¿Q ué es el ser?» de su fórmula (a ), lo He aquí, pues, la disimetría de que hablaba más arriba
relativo, como sinónimo del sentido «¿Q ué es ser?» de y que no se pone realmente de manifiesto si utilizamos
su fórmula (b ). La ventaja de esta pareja de conceptos la palabra «ser». Lo relativo supone lo absoluto, pero Id
se manifestará ante todo por el hecho de que lo absoluto absoluto no tiene necesidad de lo relativo, o más bien,\
mantendrá m ejor su privilegio, ya que no sería difícil como el uno no puede ir sin el otro, el paso, dentro de\V
demostrar que, detrás de un relativo cualquiera, se la reflexión en que se los compara, se lleva a cabo de ]
encuentra siempre lo absoluto y que, en consecuencia, un modo muy lógico de lo relativo a lo absoluto y sin
ya no podría haber lugar a la confusión, a la asim ila­ contradicción, pero no sucede así en el paso inverso.
ción entre los dos sentidos de la palabra ser, asimilación Tomemos como ejemplo la dialéctica cartesiana del
r n u j u j z a ¡jara un ucm-^v l " J í J x^. jof whc cii. ¡jernaim ento in terrogativo 95

cogito. Admitamos que el cogito sea eJ último término sible. H e aquí, pues, dónde se pone de manifiesto esta
posible de esta dialéctica. Y digo admitamos porque nada asimetría. Para utilizar a mi modo una expresión pinto­
nos impide el llevarlo más lejos, hasta el pensamiento resca de J. W ahl, diría que la transascendencia es inte­
en Dios de Malebranche, o m ejor todavía hasta la sus­ ligible (lógicamente com prensible), mientras que la trans­
tancia spinozista (usted ha nombrado a Spinoza), pero descendencia no lo es. Y ello se comprende m ejor con
sin sus atributos, por supuesto, pues de otro modo tanto las palabras «absoluto» y «relativo» que con sólo la pa- '
el pensamiento como la extensión desaparecerían. Mas labra «ser».
detengámonos en el cogito cartesiano. Se ha llegado a él G abriel M arcel.— Creo que estamos casi de acuerdo.
mediante un razonamiento impecable, incluso antes de Sólo que experimento una cierta repugnancia en operar
añadirle el ser, palabra que oscurece su doctrina. Razo­ ese cambio de vocabulario. Esto no significa que esté con­
namiento irrefutable que nos hace tocar, por así decir, lo forme con mi vocabulario, como no he cesado de m ani­
que usted llama el basamento de toda determinación, no festarlo, pero confieso que dudo mucho de la convenien­
sólo a propósito del conocimiento, sino también del sen­ cia de introducir aquí la noción de absoluto, en primer
timiento y de la acción. Pues no existe contradicción en lugar porque, pese a todo, se encuentra cargada de aso­
el paso de lo relativo a lo absoluto. Trasposición si se ciaciones históricas hasta tal punto...
quiere, trascendencia, pero lógicamente aceptable. Bénézé.— Pero el ser también...
Pero si habiéndome situado en este absoluto y preten­ G abriel Marcel. Sin duda, pero tengo la impresión de
diendo sobrepasar esta otra metáfora, quiero «redescen- que si empleo la palabra «absoluto» para caracterizar lo
der» hacia lo relativo, no puedo hacerlo sin violar^ eL que he llamado basamento, quizá introduzca algo que
principio de contradicción. ¿Por qué? Porque lo relativoj comporta implicaciones de las que no estoy seguro.
es múltiple, mientras que lo absoluto implica unicidad,^ y Vuelvo sobre lo que ya he dicho, porque en el fondo
de la unicidad no se puede, lógicamente, deducir lo múU es difícil y estimo que es indispensable referirse conti-
tiple. .nuamente a ello. Ademas no estoy seguro de que el señor
Lo absoluto es uno, es decir, indivisible. Es diferente Beneze no se haya apartado de mi pensamiento...
al uno parmenídico, pues el uno de Parménides es inm ó­ H e hablado del «hecho» o del «acto» de ser, porque
vil, y esta noción de inmovilidad pertenece al fenómeno. no sé bien cual es necesario emplear. Lo repito una vez
Aplicado al uno esto no puede ser más que una metáfora, mas, por una parte tenemos el ente y por la otra el acto
y es necesario que la dialéctica que intenta hacerlo com­ o el hecho de ser. Entonces si yo empleo la palabra
prender se aleje de toda metáfora, haciéndola inofensiva «absoluto» me parece que procedo precisamente a esa
de alguna manera; ya sea que se encuentre inspirada en sustantivacion de la que tanto usted como yo hemos dicho
el movimiento y el reposo, en la acción, en la tendencia, que no es aceptable.
en el basamento, en la aspiración, en la ascensión o en Dicho de otro modo, temo meterme en una contradic­
la bajada, en lo que se quiera — pues las palabras no ción, puesto que no se puede evitar que la palabra «ab­
faltan— ante todo debe tomar su significación en el soluto» tenga precisamente una especie de resonancia co-
fenómeno. Y bien, del mismo modo que la unicidad! sista.
absoluta no puede proporcionar lo múltiple sin un estran- 1 Beneze. Para comprender la cuestión creo que será
gulamiento que nada tiene que ver con la lógica, igual- | suficiente con declarar que el absoluto no puede ser una
mente el urjo, la unidad, no puede dar lugar a lo divi­ cosa...
$6 F ilo s o fía para un tiem p o d e crisis El ser ante e l p en sam ien to in terrogativo 97

Gabriel Marcel.— Sí, sólo que yo veo los posibles in­ A este respecto me siento muy cerca del últim o Schel-
convenientes de la palabra y por otra parte no estoy segu­ ling',
ro de ver sus ventajas. N o comprendo qué conseguimos Bénézé.— Creo que estamos de acuerdo en rechazar la
al entrar en este círculo peligroso y difícil de lo absoluto transdescendencia
y lo relativo. Gabriel Marcel.— N o tengo un particular interés por
Naturalmente que, en cuanto al fondo, estoy de acuer­ la transdescendencia, pero no estoy seguro de si Jean
do con usted; en efecto, creo que se puede y que se debe W ahl estará de acuerdo con nosotros; creo que la trans­
remontar de lo relativo a lo absoluto (aceptando este descendencia le agrada enormemente.
lenguaje que no es de mi gusto) y que, en efecto, la Advierta que en este momento no tomo postura sobre
idea de una especie de deducción (pues esto es de lo que esto, ya que plantea problemas difíciles que exigirían una
se trata), de una reducción de lo relativo a partir de lo terminología distinta a la que he usado. N o sé si estamos
absoluto resulta impracticable. Por lo demás, ésta es la de acuerdo usted y yo, pero admita que lo más difícil de
manera de ver de Brunschvicg. Sólo que me pregunto si mi exposición, es decir, el hecho de que ese basamento,
aquí nos encontramos todavía dentro del terreno que que es algo de lo que tenemos la seguridad, pero no del
intento examinar o prospectar, y si no habremos entrado todo la evidencia, es lo más invisible que pueda haber...
en el raíl, por así decir, de unas etapas y de un pensa­ Incluso en cierto momento me he servido de la palabra
miento filosófico que creo absolutamente necesario supe­ «táctil»...
rar. Seguimos dentro del pensamiento de H am ilton, o de Bénézé.— En efecto, la ha utilizado, pero creo que
otros que se hallan tan lejos como pueda imaginarse de ninguna de las dos conviene...
lo que quiero decir... G abriel M arcel.— Desde luego, aunque todas las pa­
Lo que para mí resulta capital es esta especie de duali- ' labras son malas en mi opinión.
dad insostenible, pero de dualidad que, provisoriamente, : Bénézé.— ¿Incluso el término «basamento»?
aparece como inevitable entre lo que llamo el «basamen­ G abriel M arcel.— Desde luego. Incluso el término «ba-
to», puesto que ambos hemos empleado esa palabra, y lo mento» resulta desastroso en cierto aspecto; por ello re­
que he llamado el «plérom a», es decir, la consumación pito que es extraordinariamente difícil hablar de lo que
perfecta. aquí se trata, ya que el lenguaje se hace a cada instante
Si yo emplease la palabra «absoluto» (y repito que no fracasar a sí mismo. Sin duda, al emplear una expresión
me agrada hacerlo) lo haría no con respecto al basamento tan espacial me sitúo por completo fuera de lo que pre­
tomado en sí mismo, ni tampoco con respecto al pléro­ tendo decir.
ma, aunque esto sea ya más discutible; lo haría con res­ Jean W ah l.— Comprendo bien el gesto de Gabriel
pecto a lo que he llamado esa conjunción misteriosa de Marcel al rehusar la asimilación de lo que nos ha dicho
lo uno y lo otro, y de la que he dicho que no estoy seguro con la oposición clásica entre absoluto y relativo.
— y repito que éste es un punto sobre el que es probable Es manifiesto el esfuerzo que ha realizado usted, tan­
que no estemos del todo de acuerdo— , no estoy seguro, ! to en el Diario metafísico como después, para superar
digo, de que ni siquiera en este caso dicho término acla­ una cierta posición de los problemas. Ahora se le ofrece
rase mi pensamiento.
Tengo la impresión de que aquí la reflexión apunta 1 1 El texto de la intervención de Bénézé está incompleto, pero
hacia algo que no es ya absolutamente de su incumbencia. ' ha sido dejado así por su autor. (N . D. L. R .)
7
F ilo s o fía p a ra un tiem p o d e crisis £/ ^ an te e l p en sam ien to in terrog ativ o 99
de nuevo esta solución y comprendo que experimente cisa lo que quise decir cuando a firm é: en el fondo se
cierta repugnancia en adoptarla.
trata de una situación fundamental, que no puede con­
Hago una reserva acerca del empleo de la palabra
siderarse como objeto; por lo demás, no puede decirse
«transdescendencia», que nunca ha tenido para mí el sen­
que yo sea el responsable de la distinción sujeto-objeto.
tido que le otorga el señor Bénézé. Probablemente G a­
Creo que no hay error más grave que el error subjetivi-
briel M arcel y yo no estemos de acuerdo sobre la «trans­
z an te en relación con lo que pretendo. Si usted quiere
descendencia», pero yo nunca la he empleado en el sen­
no llamemos ser a esto, pero por otra parte no sé cóm o...
tido de descender de lo absoluto a lo relativo.
Usted ha hablado de Bradley. Probablemente hay no una
Gabriel M arcel.— En efecto. Todo lo contrario.
semejanza absoluta, pero sí cierto parentesco entre lo que
Jean W ah l.— ¿Sería necesario volver a la idea de ser?,
he dicho y el pensamiento de Bradley. Pero ¿qué hay
nos ha dicho Bénézé. Es muy bonito decir, como H ei­
para Bradley? Hay la experiencia absoluta, una expe­
degger, que es necesario ir «más allá del juicio». Estoy
riencia que evidentemente no tiene nada que ver con
perfectamente de acuerdo. Pero entonces, ¿cómo m an­
Ja experiencia de los empiristas.
tiene la idea de ser? Los tomistas han visto bien que| j/
Adviertan que en el fondo quizá resulte bastante es-
la idea de ser se encuentra esencialmente en el juicio.
darecedor en este momento el mencionar a B rad ley ;
Creo que ha hablado usted de algo que apenas pue­
podría decirse que lo que yo he llamado el enlace, esa
do calificar, pero que desde luego no calificaría cierta­
articulación misteriosa entre el «basamento» (lamento
mente con la palabra ser.
tener que emplear nuevamente esta palabra, pero no en­
Ha dicho usted que se trata de algo no cualificable.
cuentro o tra ), la seguridad básica, si se prefiere, aquello
Eso depende del sentido que se dé a esta palabra. Desde
sin lo que no podemos pasarnos, y el lugar de aspiración
luego no es una cualidad que se pueda definir y, sin
que he llamado pléroma, se puede quizá admitir que si
embargo, la cualidad es lo que tiene mayor realidad. Y o
podemos — lo que dudo, porque yo creo en el pensa­
diría que se trata de algo «cualificable, pero de un
miento itinerante— , si podemos establecernos en esta
modo incalificable».
unidad, esto constituiría quizá algo que se asemejaría
Gabriel M arcel.— Debo manifestar que estoy bas­
bastante a la experiencia absoluta de Bradley. Pero hay
tante de acuerdo con lo que acaba de decir Jean W ahl,
una diferencia. Pese a todo, yo encuentro la filosofía
y creo con él que Ja palabra «ser» entraña consecuencias
de Bradley demasiado extraña a lo que he llamado un
desastrosas para Ja filosofía. Si fuese posible sustituirla, ¡
cierto dinamismo. En mi opinión, el puesto de la con- \
personalmente quedaría encantado. Pero pienso que sería
dición itinerante del hombre ha sido poco considerado \
extremadamente difícil. Si alguien puede proponerme en su filosofía.
una term inología metafísica que excluya la referencia
Jean W ah l.— Si en este momento me fuese necesario
ai ser creo que me reportaría un inmenso servicio. Sin ¡
definir una visión del mundo sería la de Bradley, pero
embargo, estoy seguro de que nadie lo ha lograd o... '
sin su absoluto, y eso es precisamente lo que usted acaba
Jean W ahl.— Quizá Bradley. de hacer.
Gabriel M acel.— Quisiera volver nuevamente sobre ese
Gabriel M arcel.— Sin embargo, creo que Bradley se
«no cualificable», para que intentásemos ver verdadera­
muestra fundamentalmente absolutista. Se encontraría
mente de lo que se trata.
mucho más de acuerdo con la terminología de Bénézé,
M e parece que he expresado de una manera más pre- |
mientras que yo me aparto de ella. Repito que no estoy
100 F ilo s o fía para un tiem p o d e crisis Y 0 ser an te e l p en sam ien to in terrog ativ o 101

por entero satisfecho con m i terminología. En el fondo, j e n tre el ser y el ente, y esto en la medida en que él re­
lo que expongo es más bien un replanteamiento de la | conoce, también sobre el plano óntico, la posibilidad de
term inología usual de la metafísica. una ciencia no filosófica y, sin embargo, válida de las
Jean W ah l.— Quisiera permitirme señalar un punto, realidades humanas.
que desde luego representa una cuestión de detalle. Creo En última instancia y esquematizando, por supuesto,
que actualmente se está siendo un poco injusto con res­ podría decirse que Gabriel M arcel nos propone, si le he
pecto a Fichte, al preferir el último Schelling a ciertas ¡ comprendido bien, seguir la tradición del siglo x i x y
etapas bastante extraordinarias del pensamiento de Fichte. comienzos del x x , período durante el cual las ciencias
Gabriel M arcel.— Es posible. Pero yo no me refería positivas del hombre se alejaban cada vez más de la f i ­
exactamente al último Fichte, sino a su filosofía en ge- losofía, mientras que, por su parte, el pensamiento filo ­
neral. T engo que decir que he citado a estos filósofos sófico continuaba sobre el plano puramente metafísico
únicamente como referencia para que se viese poco más y religioso, perdiendo cada vez más todo contacto con
o menos de qué se trataba. Y lo mismo digo en cuanto las ciencias positivas.
a mi referencia a Schopenhauer Me parece, sin embargo, que el acontecimiento filosó­
Goldm ann.— Si he comprendido bien a Gabriel Marcel, ¡ fico más importante de los últimos cuarenta años reside
creo que la idea esencial de lo que acabamos de escuchar ' en la toma de conciencia progresiva (que si bien no es
reside en la distinción entre dos aspectos del ser, o quizá todavía dominante, se dibuja ya tanto por parte de al­
entre los dos niveles en que el problema del ser debe gunos investigadores positivos como por parte de cierto
plantearse, según é l : un basamento hipoproblemático de número de pensadores filo só fico s), del hecho de que
la realidad cotidiana, algo que constituiría la base, el es al nivel mismo de la comprensión positiva del ente y
fundamento, y de otra parte, algo muy elevado, ideal, especialmente del ente humano, donde la separación en­
, que en el lím ite sería D ios. Entre estos dos niveles se tre la ciencia y la filosofía resulta insostenible y defor­
sitúa el plano intermedio, el de la distinción entre el j mante, ya que tal o cual hecho parcial y limitado no pue­
sujeto que piensa, que interroga, que actúa, y de otra de comprenderse más que en la medida en que se in ­
parte, los objetos pensados por él, o bien los demás serta en el devenir significativo y estructurado de una,
hombres que responden a sus interrogantes. Se trata no ' totalidad espacio-temporal que abarque a la vez el objeto
sólo del nivel de la vida cotidiana, sino también del de estudiado y el sujeto que lo piensa. Ahora bien, esto
la investigación positiva de las ciencias humanas. Ahora significa precisamente que se plantea el problema de las
bien, me parece que a este nivel Gabriel M arcel no ve relaciones entre el ente y lo que Lukacs llama la totali­
ninguna necesidad de plantear el problema del ser. dad, y Heidegger, el ser.
Si he comprendido bien, incluso se separa en cierto mo­ Para ilustrar metodológicamente este problema, m en­
mento de Heidegger al decir que para él la pregunta ¡ cionaré un pasaje célebre de M arx en donde se explica
sobre las relaciones entre el ser y el ente no tiene sentido.; cómo cuando yo veo un negro que pasa por la calle, el
El ente queda situado precisamente en este plano inter-| conocimiento que tengo de él es abstracto e insuficiente,
medio donde la cuestión del ser no se plantea. y que el progreso hacia un conocimiento concreto sólo
Personalmente yo reprocharía a Heidegger más bien puede hacerse a través de todo un conjunto de refle­
lo contrario, a saber, el no plantear de manera suficien­ xiones que inserten al negro en la totalidad del devenir
temente radical y universal el problema de las relaciones social. En efecto, si el negro viene de Africa, se trata
102 t d o s o f i a p ara un tiem p o d e crisis £ l ser an te e l p en sam ien to in terrog ativ o 103
quizá de un je fe o de un rey de una tribu, pero si viene Dios hay un salto que sería preciso, antes de aceptarlo,
de América, quizá se trate de un esclavo. Y si conti- justificar en el plano de la comprensión positiva de los
nuamos este orden de reflexiones llegaremos a la com­ hechos.
probación de que la sociedad europea participa también, Creo también que habría que tener gran prudencia,
en una cierta medida, del hecho de que en esta época siempre en el plano de las realidades cotidianas, cuando
haya esclavos en América y jefes de tribu en Africa. se dice que un hombre no puede sumarse con otro, que
Ahora bien, M arx vivió en Europa y participó a su vez se trata de una personalidad singular, irreductible, etc.
en la vida de la sociedad europea, de suerte que, en Gabriel M arcel tiene mucha razón cuando arremete
alguna medida, mínima sin duda, pero real, su compor­ contra el peligro de un cientificism o puramente cuantita­
tamiento contribuyó a crear la realidad del negro a quien tivo, contra un pensamiento que reduce al hombre a un
él se propuso estudiar (e inversamente, por supuesto, el elemento intercambiable, a un engranaje industrial o téc­
comportamiento del negro contribuyó a constituir la nico. Es el mismo problema que M arx y Lukacs plantea­
realidad de ese individuo a quien llamamos M a rx ). P o r ron en el plano de la cosificación y del fetichismo de la
ello es imposible estudiar de manera válida la realidad mercancía. Pero aun respetando el aspecto concreto de
humana desde un plano cientificista que considere esta la realidad humana, no se puede hacer abstracción de la
realidad como un objeto exterior al investigador, con cantidad. Efectivamente, los hombres se suman o con­
el que se encuentra en una relación de espectador, o todo gregan en innumerables sectores de su actividad y de su
lo más en una cierta interacción de un tipo semejante a la comportamiento. A la hora de resolver una determinada
que en m icrofísica une al investigador con su objeto de tarea o de proporcionar un rendimiento, no es lo mismo
estudio. diez hombres que mil. No se puede dar al individuo un
Usted tiene razón al decir que, cuando se plantea el valor absoluto. Hay situaciones en que es preciso ex i­
problema del ser, lo esencial es escapar al espectáculo, girle que se someta a los fines generales, sin que ello
superar el plano de distinción entre el sujeto y el ob­ implique reducirle a un simple medio, y sin hacer tam­
jeto, el plano de la cosa. poco de lo general un valor absoluto, lo cual equivaldría
Creo que esto es incluso válido en el nivel intermedio a la otra cara del mismo error.
en donde se sitúan las ciencias positivas del hombre, y En una palabra, creo que a los análisis tan interesantes
no sólo en el nivel del basamento y del fin último. que acabamos de escuchar sería conveniente añadir otro
N o se trata naturalmente de suprimir, a nivel del es­ ám bito,.en el cual el concepto de ser me parece también
tudio positivo, la cosa y el espectáculo, sino de dar fundam ental: el del ente, de la ciencia positiva, el de las
cuenta de ellos integrándolos en una totalidad o, si us­ relaciones humanas con Pedro, Juan o Jacobo y con to­
ted lo prefiere, en el ser que los envuelve y los sobre­ dos los demás hombres que tratamos de comprender y
pasa, sin que esto vaya en contra de la ciencia, sino del de ser comprendidos.
cientificismo. Para terminar, añadiré que tal actitud lleva j G abriel M arcel.— Quizá le extrañe mucho, pero no
sin duda a reintegrar en la ciencia positiva algunos con- [ creo estar en considerable desacuerdo con usted. El que
ceptos que el siglo x ix había eliminado prácticamente no haya hablado a fondo de lo histórico no quiere
del pensamiento científico, a saber, el valor, la fin ali­ decir que no signifique para m í algo muy importante.
dad, e incluso la fe. Sin embargo, esto no implica en ¡ Cuando brevemente y de pasada hablé del dinamismo
absoluto la fe en Dios. Desde la simple fe a Ja fe en 1 ascensional, ese dinamismo ascensional implicaba precisa­
104 F ilo s o fía p ara un tiem p o d e crisis £/ ser an te e l pen sam ien to in terrog ativ o 105

mente todo ese mundo de las relaciones concretas, que hacer. Deseo simplemente su opinión acerca de un
yo valoro como el que más. N o es a un autor dramático recurso que creo posible en una investigación de este gé­
al que m ejor se le puede reprochar el desconocimiento nero.
de todo e s o ... Me interrogo acerca de si la idea misma de pregunta,
D iré simplemente esto. N o estoy por completo de que tan importante papel instrumental desempeña en
acuerdo con usted, pero sí lo estoy en cuanto a la nece­ todo esto, no aporta este recurso al que me refiero, al
sidad de superar el orden del espectáculo. Ignoro hasta preguntarse, dentro de tal problema, quién es el que j
qué punto se interesa usted por introducir en esto la pregunta y quién el preguntado.
palabra «ser», de la que Jean W ahl y yo dijimos hace Por desgracia, sin duda existen preguntas sin res­
poco que es enormemente fastidiosa. Y o diría que en puestas, pero no existen respuestas sin preguntas. Ahora
este dominio la palabra «ser» es completamente inútil. bien, ¿a quién se debe la iniciativa de plantear una
Goldm ann.— Precisamente en eso es donde reside el pregunta? A menudo una aparente pregunta no es más
problema esencial. Me parece que no se pueden aprehen­ que un deseo, si es que no se trata de un ruego o una
der de manera positiva los hechos concretos a nivel de súplica. Interrogar al ser, ¿no significa simplemente de­
la vida, de lo inmediato, de los datos empíricos, a no ser sear de él una luz que lo ilum ine? ¿Puede considerarse
que se intente comprenderlos a través de una filosofía esto como un verdadero acto? La pregunta no es acto
dialéctica del ser, o, si se quiere, del devenir de los sino a condición de solicitar la respuesta con alguna auto­
conjuntos espacio-temporales que abarcan a la vez al ridad. N o podemos preguntar a cualquiera... ¿Y quié­
pensamiento y a quien lo piensa. nes están obligados a respondernos?
Gabriel M arcel.— Comprenda que en cuanto a eso soy M i problema es el siguiente: ¿podemos preguntar al
un poco escéptico. Cosa curiosa, a ese respecto soy más ser? Y no escaparé a esta dificultad diciendo: es a mí
fenomenista que usted... Nadie puede dudar de que mismo a quien interrogo a propósito del ser. Porque
existen realidades concretas que intervienen, pero ¿es ¿puedo esperar de mí mismo una respuesta a tal pre­
realmente necesario el imponer a esas realidades concretas gunta, sino en cuanto que de alguna manera me tome a
la comunidad de un índice ontológico? mí mismo por el ser, o en cuanto que en algún grado
El aspecto que nos hace estar en mayor desacuerdo es participe de él?
que, en el fondo, yo parto de una axiología mucho más ¿No resulta necesario invertir resueltamente este or­
fundamental que la suya. Si dejamos de lado las cuestio­ den y pensar que en toda pregunta de este género somos
nes de vocabulario, que tampoco son tan importantes nosotros los preguntados y no los que preguntan, y pre­
después de todo, no estoy absolutamente en desacuerdo guntados no por nosotros mismos, sino por el ser?
con usted, y, en efecto, encuentro extraordinariamente Se trata a la' vez de mi dificultad y de mi esperanza.
importante cuanto dice. Si somos preguntados por el ser, esto nos proporciona
Etienne Souriau.— Me he sentido afectado en sumo una especie de investidura.
grado — y como yo, creo que todos los demás— por la D e aquí se deduce que venimos a ser cuando nos en­
belleza y la profundidad de la exposición de G abriel frentamos a la pregunta; y con una existencia a la vez
Marcel, y especialmente por el patetismo en el desarrollo correlativa y distinta (por no decir separada), en la me­
de algunas de sus teorías en el ámbito de lo posi­ dida en que mediante esta pregunta llegamos a ser acti­
ble. N o es exactamente una objeción lo que pretendo vamente respuesta. Capacitándome para responder, me
106 F ilo s o fía para un tiem p o d e crisis f E/ ser an te el p en sam ien to interrogativo 107

otorga una especie de consagración de existencia, de exis- j gunta. La experiencia de la que hablo, y que me parece
tencia que no se recibe, sino que se toma. primordial, se limita a padecer la pregunta. Si supiese
La clave de todo se encuentra en esta experiencia (que quién me pregunta — y esto viene dado implícitamente
me parece a la vez directa, inmediata, y que puede ser en la pregunta— , tendría la solución de todos los pro­
de una importancia m etafísica primordial) de sentirnos blemas metafísicos. Lo que yo siento comporta sola­
interrogados, de sentirnos más interrogados que interro­ mente una incitación a marchar en el sentido de la res­
gantes, cuando se trata de plantearse una cuestión cual- j puesta, a hacer de mí mismo una respuesta a la pre­
quiera relativa al ser. gunta.
Gabriel Marcel.— Esto coincide en realidad con la Perdóneme si quizá abuso de algunas palabras, pero
cuestión que me plantea Césari en una carta que me ha la posibilidad de instaurarme a mí mismo haciéndome
dirigido. respuesta es correlativa a esta pregunta. Si consigo llegar
En lo que usted ha dicho diría que hay algo que me a ser adecuadamente una respuesta a la pregunta, podré
seduce poéticamente... Pero sobre el plano de la refle­ saber qué es el ser. El sentimiento de ser interroga­
xión filosófica pura, me parece que tropieza usted de do me lleva a la búsqueda del ser. D e este modo, el
inmediato con la dificultad que he señalado. Usted dice: ¡ ser se encuentra hipotéticamente, o más bien problem áti­
« ¿Acaso no es el ser quien me pregunta ?» ¿En qué camente, al final de la larga búsqueda así comenzada.
sentido toma usted el ser? Es verdaderamente el ente. Esto es lo que expreso, erróneamente, por supuesto, al
Observe que Césari dice en su carta: «Es necesario es- , decir, con esta fórmula abreviada: el ser me pregunta.
cuchar al ser.» Pero estas fórmulas, que repito me gustan Quizá sería mejor d ecir: yo padezco el resultado de ser /
poéticamente, encierran una duda filosófica. Y o pregun­ preguntado con intención del ser, o mejor a ú n : con in-í
taría: «Pero ¿qué es el ser?» tención de ser.
Creo que todo esto resulta perfectamente satisfactorio , G abriel Marcel.— En ese caso me quedo completamen­
dentro de un plano religioso y cristiano. Si se d ice: «Es te con lo que decía Jean W ahl hace un momento. Creo
Cristo quien me pregunta», esto significa algo absoluta­ que lo que usted dice tiene una realidad en el plano de
mente preciso, y de alguna manera puede satisfacerme la experiencia, que para mí es lo único que cuenta innega­
por completo. Pero más acá de este dato religioso abso­ blemente. Creo que es perfectamente cierto el que po­
lutamente preciso y revelado, no puedo estar seguro de damos experimentarnos como preguntados, como inter­
que la fra se : «Es el ser quien me pregunta» tenga un sen­ pelados. Pero no veo lo que gana al emplear la palabra
tido, porque nos expone inmediatamente a todas las «ser» para designar a ese interpelante desconocido, y me
contra-preguntas tan exasperantes que he mencionado en parece que si emplea esta palabra, que en mi opinión
esta exposición. resulta nefasta, caerá usted en antinomias de las que no
M e gustaría saber qué responde usted a esta pregunta: podrá salir.
«¿Q u é es el ser?» U na vez más nos enfrentamos al constante problema
Etienne Souriau.— «Espero» poder responder. N o ig­ de la terminología.
noro que empleo una expresión formalmente criticable Etienne Souriau.— Evidentemente me pongo en una
cuando, para abreviar y exponer problemáticamente mi posición demasiado fácil al hablar de esbozo, de movi­
situación, digo: «Es el ser quien me pregunta.» miento que comienza, de búsqueda del estado incoativo,
Por supuesto que, en realidad, no sé quién me pre­ y así sucesivamente, y opino que desde cierto punto de
108 F ilo s o fía para un tie m p o d e crisis El ser ante el p en sam ien to interrogativo 109

vista, es demasiado fácil poner todo esto virtualmente inevitablemente, va usted a embarcarse en una ontología
entre los datos de la experiencia. En definitiva, empleo de la que no logrará salir.
la palabra «ser» porque creo que por este medio llego a Quizá sea preciso decir que hemos llegado al fin de
|encontrar en mí que soy un ente. En la existencia todos la ontología. Es muy posible. Una vez más, «la objeción
¡ nos encontramos a mitad de camino entre un mínimo y que me ha hecho» Jean W ahl o «la pregunta que me ha
un máximo del ser. Por tanto, en la medida en que formulado», las acepto completamente; únicamente aña­
soy preguntado y en la medida en que respondo logro diría que las acepto a beneficio de inventario, ya que
ganar un poco más de «ser», soy más «ente». Por con­ es necesario que se me proponga una term inología que
siguiente, gracias a este impulso que emana de la pre­ me permita plenamente sobrepasar la palabra ser.
gunta, y en el que yo no llevo la iniciativa, encuentro la Hasta el momento no la encuentro por ninguna parte,
posibilidad de entrar en relación con algo que experi­ y me pregunto si es posible encontrarla. M e pregunto
mento en mí, en cuanto que soy más ente. si no nos encontraremos reducidos a la muy ingrata si­
Sin duda que todo esto es puramente problemático. Se tuación de tener que luchar perpetuamente con las pro­
trata de llegar a avanzar más por este camino. Reconoz­ pias palabras de las que nos vemos forzados a servirnos,
co la ilegitimidad formal de todo lo que anticipo acerca aunque reconociendo a cada instante que tales palabras
de la realización de lo que todavía está por realizar. nos ponen en peligro de incurrir en error.
Llevarlo a cabo es mi tarea, y es sólo en cuanto tarea Sandoz.— En primer lugar quisiera decir lo mucho
que tengo que realizar como me es dado. que me ha interesado la conferencia de G abriel Marcel,
Gabriel Marcel.-— En cierto modo, repito una vez más, y en particular lo que ha dicho al comienzo acerca de la
pienso que tiene usted toda la razón, y creo, por lo de­ ausencia de intuición del ser y sobre la manera en que
más, que esto se identifica con la experiencia funda­ se plantea la interrogación sobre el ser.
mental del artista, aunque él sea completamente inca­ Estoy profundamente convencido de que no existe
paz de darse cuenta de ello. intuición acerca del ser; no aprehendemos el ser más f
Tam bién encontramos en Heidegger esta Entfernung. que en la medida en que hablamos de él, no le captamos \
Pero debo decir que esa expresión no ofrece garan­ sino en la palabra, durante la reflexión, en una frase y, /
tías. finalm ente, en el diálogo; y creo que es precisamente j
Creo que corre usted el riesgo de echar a perder, de este carácter «dialéctico» del pensamiento lo que sub-
desnaturalizar o hacer sospechosa una experiencia cuya yace a la dificultad propuesta a propósito de la inte­
autenticidad no pongo en duda, y que incluso considero rrogación.
muy importante filosóficam ente, metafísicamente, al dar­ M e permitiré preguntarme si la cuestión de la interro­
le usted esta especie de valor ontológico. gación se plantea bien en los términos en que usted lo
N o estoy en contradicción con usted. Lo estaría si hace, como acaba de recordar al responder al señor
dijese: para mí la experiencia que usted describe no Souriau. La dificultad esencial, ¿consiste en saber quién
tiene ningún sentido, cuando, por el contrario, creo que interroga y quién es el interrogado? ¿Acaso no podría
se trata de una experiencia completamente positiva, esen­ pensarse que la interrogación procede de un modo más
cial y que, en suma, es una experiencia que contribuye radical de esa ambigüedad en que nos encontramos
al perfeccionamiento de un ser («u n ser» existe más, y con respecto a la palabra, dado su poder para enunciar
es como alimentado por e lla ). Pero me parece que, casi tanto lo verdadero como lo falso, ya que puede adoptar
110 F ilo s o fía p ara un tiem p o d e crisis 0 ser an te e l p en sam ien to interrogativo 111

la form a afirmativa o negativa? Y para ir definitiva­ plantea la primera interrogación de la que he ha­
mente al fondo del problema, la interrogación sobre el blado.
ser ¿realmente se dirige en primer lugar a lo que es el De este modo llegaríamos a descubrir en el ser no ya
ser o a lo que es ser, como usted prefiere? ¿No se trata­ dos, sino tres aspectos:
rá más simplemente de «qué es lo que es verdad»? «¿H a El primer aspecto sería el que acabamos de describir,
regresado Pablo, sí o no?» «¿Llu eve?» En definitiva, me el ser como ejercicio, ejerciéndose, expresado por la for­
I parece que uno se interroga, ante todo, sobre la verdad ma personal del verbo.
(o falsedad) de una palabra. En estrecha relación con el aspecto precedente, ten­
Mediante el análisis de la estructura de la palabra, res­ dríamos el aspecto sujeto, expresado por el participio.
pecto a la cual nos preguntamos si es verdadera, quizá Sería el seiend alemán, el ens latino. Ese sujeto sería de
llegaríamos a descubrir un sentido del ser aún más ori­ alguna manera portador del ejercicio, a menos que se
ginal que el que usted ha puesto de m anifiesto. Pido prefiera decir con mayor justeza que es en la exacta
disculpas por el atrevimiento que supone el intentar medida en que participa de este ejercicio; en este sen­
ir más allá de la distinción que usted propone, con el tido el ser es «aquello que es».
griego y el alemán, entre el participio y el infinitivo, Y por último, e inseparable de los otros dos, vendría
entre ó'v y etvat entre seiend y sein. En la primera inte­ el aspecto de su esencia o naturaleza, determinación
rrogación, donde se pregunta sobre la verdad de la frase específica, que se encontraría ya en el sujeto (a quien
o de la proposición, el ser toma una forma todavía más nombraría), ya en el verbo (a quien definiría) y que se
verbal, por así decir, que el infinitivo (que es un poco expresaría por el radical, la raíz de las palabras, y de
como el nombre abstracto del verbo, mientras que el una manera más general, por lo que los lingüistas lla­
participio sería el nombre concreto). man semantema. Este aspecto se explicitaría en la defini­
Resulta revelador, en efecto, que el verbo compren­ ción : aquello que hace que lo que es sea de una deter­
dido en una frase esté siempre en forma personal, es minada manera.
decir, que remita siempre a un sujeto, yo, tú o é l ; y no ¿No podemos pensar que este tipo de análisis perm i­
puede quedar aislado de esta referencia al sujeto con tiría precisar el sentido mismo de la interrogación acerca
el cual le «conjugamos», como dicen tan extrañamente del ser ? Sin duda resulta difícil el hacer ver esto con
los gramáticos. tan breve intervención.
Si se intenta precisar lo que significa la form a plena­ Sin embargo, me parece que podremos darnos cuenta
mente verbal, la forma personal del verbo, se vería se­ de que el ser, en el primer sentido, no se encuentra más
guramente que ésta añade al infinitivo (que en realidad acá de toda especificación, sino más allá, como el per­
se lim ita a designar la naturaleza de una acción) la ex­ feccionamiento que piden y que esperan, para ser reales,
presión del ejercicio mismo de esta acción, ejercicio todas las perfecciones «definidas». Y ahora entronco esta
referido necesariamente a un sujeto (mientras que la importante afirmación con el final de su conferencia, a
designación de su naturaleza no implica esta referencia saber: que el ser es un don que el sujeto no tiene por
actual a un sujeto) ; por ello este ejercicio se encuentra sí mismo. Sólo que yo no temería sostener que ese
como tal más allá de toda denominación particular. Y yo don hace surgir fuera de la nada al sujeto que le
me pregunto si este ejercicio no es el ser, en su sen­ recibe, de suerte que la idea de cosa no me parece
tido más puro y más actual, a propósito del cual se absolutamente rechazable: sólo quiere significar el su-
nz t i l o s o p a para un tiem p o d e crisis
El ser ante el pensa7?iiento in terrogativo 113
jeto sin el cual no podemos pensar el ejercicio del ser. G abriel Marcel.— Pero ¿cuál es ese sujeto en su ejem ­
Desde luego que quedaría por relacionar todo esto plo : «Llueve» ?
con el hombre y con la experiencia del ser que realiza­
Sandoz.— Podemos analizarlo de mil m aneras... D iga­
mos. Pero me limitaré a plantear la cuestión de saber si mos en principio que es «la lluvia».
(somos capaces de tomar conciencia de nosotros mismos
G abriel Marcel.— Por el momento permítame decirle
de otro modo que no sea por referencia a algo que no
que no le comprendo. Volvamos a sus dos ejemplos.
' somos nosotros. «¿H a regresado Pablo?» Usted dice razonablemente que
Gabriel Marcel.— N o estoy seguro de comprender lo
la pregunta concierne a una cierta cualificación de Pablo.
que usted intenta añadir a lo que yo he dicho. Es posi­
Por lo demás, en ese caso particular, la palabra «cuali­
ble que lleve razón, no lo dudo, pero ¿no le importaría ficación» es inexacta, pero no encuentro otra m e jo r...
poner un ejem plo? Es el método que yo utilizo siempre.
¿Está Pablo, en ese momento, en la casa? ¿Puedo re­
M e gustaría que pusiese un ejemplo muy sencillo para
presentarme a Pablo como estando en ese momento en
precisar esas diferentes acepciones, ya que no estoy se­ la casa? Y , sobre todo, actuar en consecuencia: llamarle,
guro de que realmente exista un desacuerdo entre nos­ por ejem plo. Si queremos hacer un análisis concreto, nos
otros. Lo que ha dicho al comienzo a propósito de la
veríamos obligados a hacer intervenir elementos que
intuición del ser me ha interesado.
probablemente no se utilizarían en el otro ejemplo.
Sandoz.— Hace un momento puse, un poco al azar,
Pero en el primero hay una existencia, que es la de
dos ejem plos: «¿H a regresado Pablo?» «¿L lu ev e?» En
Pablo, y en el otro otra existencia, que es la de la lluvia.
ambos casos se trata de la verdad de la proposición, úni-
Sin embargo, no veo la diferencia de registro entre esos
\ camente la estructura es diferente. dos ejemplos. Por otra parte, tampoco entiendo muy bien
En «¿H a regresado P ablo?» lo que me preocupa es adonde nos conduce esa distinción.
saber si Pablo está dentro de la casa y no fu era; lo que
Sandoz.— En el primer ejem plo no me pregunto por
me inquieta es esa especie de cualificación, de localiza-
la existencia de Pablo, mientras que en el segundo me
\ ción de Pablo, pero no su existencia, la cual está fuera
pregunto directamente por la existencia de la llu via...

! de duda y queda presupuesta en mi pregunta. Por el
Lo que creo que hay que tener en cuenta es que, tanto
contrario, cuando me pregunto «¿Llueve?», es la propia
en un caso como en otro, existe un sujeto que ejecuta
existencia de la lluvia lo que me preocupa. Partiendo de
la acción significada por el verbo. Esto es al menos lo
estos dos ejemplos podríamos llegar a los dos sentidos
que me parece que resulta de la estructura misma de
de la palabra ser expuestos por usted: el ser como
la frase, a la vez discursiva y dialéctica. Repito que no
«cualificación», que tendería hacia el ser como plenitud,
creo que estas observaciones se opongan a lo que usted
y el ser en el sentido de «el hecho de ser». Pero lo que ha dicho.
me parece importante es que en ambos casos la pregunta
G abriel M arcel.— Lo lamento, pero usted se refiere
no recae sobre lo que sea el ser ni sobre lo que es ser,
a algo que no veo con claridad. Repito que no estoy
sino sobre la vendad de la atribución del ser (expresado
seguro de estar en desacuerdo con usted, y me excuso
por un verbo) a su sujeto. M e parece imposible desco­
por no ver claramente lo que usted pretende decir.
nocer esta referencia del acto que se ejerce a un sujeto;
Quizá nos sería necesario hablar más am pliam ente...
y en este sentido la noción de sujeto me parece esencial
Patri.— A l escuchar a G abriel Marcel y, después, al
para la comprensión del ser seguir la discusión, he tenido la impresión de que los
8
114 F ilo s o fía para un tiem p o d e crisis f El ser ante el pensam ieizto interrogativo 115

problemas filosóficos clásicos, que todo el mundo desea­ lógico no añade nada a su sujeto, mientras que el pre­
ría ver superados, subsisten, a pesar de todo, a modo de dicado real añade algo. Pero cuando decimos que cien
telón de fondo. táleros existen, añadimos algo al sujeto, puesto que nos
G abriel Marcel sostuvo un argumento que parecía es preciso salir de la noción. Parece, por tanto, que el
capaz de liquidar definitivamente la cuestión del ser: ser debería constituir un predicado real más bien que
en efecto, si la noción de ser es una presuposición de un predicado lógico.
no importa qué especie de pregunta resulta absurdo sus­ Por otra parte, cuando decimos que el círculo cuadra­
citar la pregunta por el ser. do no existe, innegablemente hacemos intervenir la no­
Sin embargo, a continuación, ha introducido la no­ ción de nada. Esto quiere decir, en efecto, que en vir­
ción de la nada al poner de relieve una interesante se­ tud de su noción definidora, el conjunto de los círcu­
cuencia tomada de Claudel. los cuadrados no puede ser representado por ningún
M e pregunto, por tanto, si la cuestión del ser no se elemento.
plantea precisamente porque poseemos la noción de nada Esto me lleva a algo que aparentemente resucita todas
a la cual oponemos la de ser. La nada surge como vina las viejas aporias. Creo que podría decirse del ser que \
especie de contraste del ser. A partir del momento en consiste en el conjunto de todos los conjuntos que pue- /
que oponemos el ser y la nada, tenemos derecho a pre­ den representarse por elementos. En estas condiciones)
guntarnos qué es el ser y qué es la nada, y qué es lo la noción de ser no sería la del conjunto de todos los
que los distingue. D e aquí se desprende que si queremos conjuntos, sin añadir otra especificación. Conocemos, en
liquidar la pregunta por el ser — como parece ser el efecto, conjuntos, como el de los círculos cuadrados, que
deseo de algunos, especialmente el de Jean W ah l— no pertenecen al ser porque no están representados por
habría que asegurarse en primer lugar de poder liqui­ elementos.
dar la pregunta por la nada. A partir del momento en Y de aquí nace nuestro problema, ya que la pregunta
que oponemos el ser y la nada, deja de haber una pre­ por el ser resulta inseparable de la pregunta por la nada.
suposición única y todo sucede como si se tratase de N o pretendo haber proporcionado la menor solución
algo que se opone a otra cosa, a otra cosa sobre cuya mar­ a este problema, pero tengo la impresión de que había
ca distintiva sería legítim o preguntarse. ¿No estaremos aquí una cuestión que era necesario evocar, ya que no ha
resucitando la aporía de Platón? Si nos preguntamos/ sido plenamente resuelta.
«¿qu é es la nada?» es señal de que la nada no debe sei// G abriel M arcel.— Con el ejemplo de los cien táleros
tan nada como parece y que el ser no es tan «en tei introduce usted el problema de la existencia, creando de
como se presume. este modo una nueva dificultad.
Encontramos, por tanto, en este trasfondo de la legi­ N o niego de ningún modo que no exista una comuni­
timación de la cuestión del ser un arqueo-problema que, cación entre el problema del ser y el de la existencia.
pese a todo, no parece estar liquidado. No importa quién N o puede decirse que se den separadamente el ser y la
hable del ser por oposición a la nada. Por otra parte existencia. Esto va im plícito en todo lo que he expresa­
debo confesar que nunca he comprendido bien lo que do. Sin embargo, opino que, dentro de la perspectiva
quería decir K ant cuando sostenía que el ser no era más que he elegido, no sería prudente introducir esas re­
que un predicado lógico y no un predicado real, para 10 ferencias existenciales.
que recurría al ejemplo de los cien táleros. El predicado Patri. A pesar de todo creo que el lenguaje corriente
ij
1 16 F ilo s o fía para Un tie m p o d e crisis El ser ante el p en sam ien to in terrogativo 117

nos autoriza a ello, ya que si separamos completamente actual muchos piensan que la filosofía moderna ha lo ­
el ser de la existencia, el lenguaje filosófico perdería grado una posición absolutamente nueva frente al pro­
todo contacto con el del hombre corriente. blema del ser, nueva al menos con relación a la m etafísi­
Gabriel Marcel.— Cuando nos interrogamos sobre el ca clásica.
ser nos encontramos mucho más allá del lenguaje or­ Quisiera simplemente preguntar a Gabriel Marcel si
dinario. estima que los distintos problemas que ha planteado esta
Quisiera detenerme un momento en lo que usted ha tarde se plantean en términos verdaderamente diferentes
dicho a propósito de la nada. Nos ha recordado la cita en los filósofos clásicos. Porque estoy muy sorprendido,
de Claudel. Desde luego que en cierto modo la nada para no referirme sino a un solo caso, por el hecho de
puede considerarse, efectivamente, como el fondo sobre que un cierto número de palabras de las que él ha em­
el cual el ser viene a colocarse. pleado tengan un equivalente en los clásicos.
Por otra parte, no podemos considerar como despre­ Tenemos, por ejem plo, la palabra sustancia, palabra
ciable la crítica bergsoniana. que a todos nos asusta, y que ha sido desterrada tanto
M e pregunto si la nada no representa una especie de por Gabriel Marcel como por Goldmann, como por mu­
papel intermediario y sospechoso entre una posición chos otros. Pero la palabra «basamento» utilizada por
inicial y una posición ulterior del ser. Aunque de todos Gabriel Marcel ¿no viene a ser el equivalente de la pala­
modos no me es posible desarrollar esto ahora, confieso bra sustancia? En consecuencia, se plantea el problema de
que me repugnaría admitir una especie de primacía de la la sustancia. Así se d ic e : bajo la extensión subyace la cosa
nada. Pienso que es falso psicológicamente, y metafísica- extensa, bajo el pensamiento subyace la cosa pensante...;
mente no creo que se pudiese sostener ni un segundo. Y esta cosa, esta «res», es la sustancia...
En otras palabras, no creo que pueda decirse seria­ H e aquí simplemente la cuestión que quería plantear:
m ente: el problema del ser implica la prioridad del ¿piensa el señor M arcel que en la filosofía moderna se
problem a de la nada. Creo que la nada es algo absoluta­ da una posición nueva ante el problema del ser? ¿O cree
mente ulterior. que, en términos ligeramente diferentes, pero en suma
Patri.— Pues yo opino que, desde el momento en que semejantes en cuanto al sentido, los filósofos clásicos
en el lenguaje corriente utilizamos el término nada — y es han planteado la misma cuestión?
la negación la que nos obliga a ello— , realizamos una Gabriel M arcel.— N o, estoy persuadido de que se
especie de opción en favor de la legitimidad del término trata de problemas que, en cierto modo, han estado siem­
nada. Para desembarazarse de la nada sería necesario pre presentes a todos los filósofos.
llegar a expresarse dentro de un lenguaje donde no Probablemente sería necesario comenzar hablando de
existiese la negación. Y en este caso nos libraríamos Platón, y por lo demás me refiero en especial al Platón
tanto del ser como de la nada. de El sofista, que hace bastante tiempo que no he vuelto
Gabriel Marcel.— N o creo que pueda procederse de a leer, aunque estoy seguro de que despertaría en mí la
un modo tan expeditivo. misma admiración que la última vez que lo leí.
A lquié.— Tengo una pregunta muy breve que formu­ Cuando usted dice que después de todo «basamento»
lar al señor Marcel. equivale a «sustancia» está probablemente en lo cierto.
El señor Marcel nos ha hablado del problema del ser Y o diría, sin embargo, que existe un cambio que me pa­
como de un problema nuevo. Sucede que en la hora rece extremadamente im portante: se trata de que la pa­
118 F ilo s o fía para un tiem p o d e crisis £ l ser ante el pen sam ien to interro gativo 119

labra «sustancia» está, pese a todo, tan cargada de lo En realidad, creo que no se puede plantear la cuestión
que yo he llamado asociaciones cosistas que por esa sola en estos términos.
razón ya no podemos servirnos de ella. Repito una vez Por el contrario, a mi parecer, nos haríamos culpa­
más que la palabra «basamento» no me gusta. Estoy muy bles de una confusión extremadamente grave, que con­
lejos de proponer su adopción. M e sirvo de ella de me­ sistiría en tratar los problemas filosóficos como si fuesen
jor o peor grado para evocar algo que a mi entender no problemas técnicos. Sin duda existen problemas técnicos
corresponde en absoluto a lo que ha sido aludido por que son problemas absolutamente nuevos. Los proble­
Descartes. Usted, que conoce mucho mejor que yo a D es­ mas que pueden plantearse en el campo electrónico, por
cartes, podrá mostrarnos que el propio Descartes no fue ejemplo, probablemente no tienen ninguna relación con
ajeno a estas dudas... los problemas que podían plantearse hace sólo treinta
Pero lo que me parece importante no es la palabra años. Es preciso imaginar técnicos absolutamente nuevos
«basamento», de la cual me he servido de una manera que sean capaces de crear por sí mismos innovaciones
simplemente aproximativa; es lo que quise decir, lo que nocionales.
pretendí indicar de una manera mucho más indirecta al i Pero creo, y lo digo formalmente, que es muy peli­
hablar de una cierta situación fundamental, cuando afir­ groso el querer asimilar los problemas metafísicos fu n­
mé que esta situación fundamental no era cosificable. damentales a estos problemas.
Si digo esto es para rechazar absolutamente el término El hecho de que reconozcamos que no podemos so­
sustancia, con mayor fuerza aún con que he rechazado brepasar a estos hombres excepcionales no quiere decir
el término absoluto propuesto por el señor Bénézé. que tengamos que limitarnos a repetir lo que ellos han
Unicamente encuentro que sería vina pretensión ab­ dicho.
surda en este dominio del pensamiento el que pretendié­ Gastón Berger.— Quisiera permitirme una pregunta
semos innovaciones absolutas. Por el contrario, creo que para asegurarme de que he comprendido la originalidad
la verdad es sutil. Abordamos siempre los mismos pro­ de su pensamiento.
blemas porque estos problemas son eternos. Y es preciso Muchos filósofos, con diferentes vocabularios, han ha­
añadir sin vacilación que tal búsqueda está centrada en blado de punto de partida y de punto de llegada; gene-
aquello que no es posible sobrepasar. I raímente ellos han hecho de su punto de partida el ob­
¡Cuántas veces he dicho que resulta absurdo im agi­ jeto de una intuición perfectamente clara. En este mo­
narse que Platón, por ejem plo, puede ser sobrepasado! mento pienso en D escartes; y la expresión segtiridad que
Lo único que es verdad es que nos sentimos obligados, usted ha empleado hace poco me parece absolutamente
por razones que no es tan fácil precisar, pero que senti­ exacta y podría convenir a muchas filosofías clásicas: lo
mos, a abordar con nuestros miserables recursos perso­ que tenemos en uno de los extremos de la cadena es la
nales, en un contexto y con un horizonte diferentes, es­ seguridad de una insuficiencia. En el otro extremo, en
tos mismos problemas eternos. el que usted ha llamado el pléroma, tenemos la seguri-j
Creo que el propio Heidegger, pese a que, sobre este dad de una suficiencia, pero de una suficiencia de la*,
punto, se muestra evasivo y a menudo imprudente, reco­ que estamos privados.
nocería también que existe lo insuperable. El no tiene G abriel M arcel.— Eso es.
la menor pretensión de superar a Parménides o a He- Gastón Berger.— Lo que a mi entender caracteriza su
ráclito... pensamiento, contrariamente quizá a lo que parecía
120 F ilo s o fía para un tiein p o d e crisis £l ser ante el p en sam ien to in terrogativo 121

creer hace poco el señor Goldmann, es que usted pone esto porque, dentro de esta forzada brevedad, mi pre­
el énfasis en el pensamiento itinerante, y que la pala­ gunta podría parecer un ataque.
bra «ser» le molesta por conceder demasiado valor, ya Se trata de lo siguiente: tengo la impresión de que,
al punto de partida que nosotros aprehendemos, ya sea a siguiendo un pensamiento puramente interrogativo, por
esa plenitud que no alcanzamos, mientras que es er/ ese una parte, y la noción de una especie de ser en el que
intervalo, pero en ese intervalo efectivamente recorrido, no cabe la intuición, por otra, usted ha colocado el pro­
puesto que no se trata de un intervalo puramente rela- blema en la única perspectiva en que no puede ser re­
cional, donde se sitúa para usted el camino más impor­ suelto.
tante del espíritu. El pensamiento interrogativo es un pensamiento que
La palabra «basamento» no la utiliza usted para dar siempre interroga, que interroga por definición, como
la impresión de que su camino reposa sobre algo, sino si se tratase de un niño que preguntase: « ¿Por qué no
como una designación provisional, mientras buscamos me das eso ?» — «Porque te hará daño» — « ¿Y por qué
una fórmula que se nos escapa continuamente. me hará daño?», etc. La cosa no tendría fin. Como us­
Parece que se da entonces en su pensamiento una es- ted ha dicho, el pensamiento interrogativo resbalará
j pecie de opción entre el ser, que sería realizado o dado siempre sobre su objeto, de interrogación en interro­
í de una vez, y una existencia que se busca a través de un gación.
camino personal y que subraya el término mismo de la En cuanto al ser, me ha sorprendido leer en su resu­
pregunta. Lo que es dado es la pregunta, incluso antes m en: « Y o no conozco la intuición del s e r ...» Creo que
de que se sepa quién pregunta, quién debe responder y de un ser del que nunca hayamos tenido intuición sería
sobre qué debe plantearse la pregunta, incluso antes de mejor no hablar, ya que, pese a todo, sólo por una forma
que se sepa qué tipo de satisfacción va a procurarnos. de intuición le conocemos.
Si bien, al escucharle, descubro personas «en marcha», Si al pensamiento interrogativo le privamos del dere­
personas que se interrogan sobre sí mismas, sobre sus cho a ser un pensamiento afirmativo, si también le pri­
interlocutores y sobre la circunstancia que las une a vamos del derecho de llevar a cabo una intuición, jamás
todas, me parece que de donde extrae verdaderamente haremos entrar en contacto las dos caras del problem a...
su originalidad su pensamiento es de la dilucidación de Y yo me pregunto si, en el fondo, no se ha dicho
este movimiento cuyas situaciones extremas son lím ites; u sted: «Si la filosofía no puede resolver la pregunta es
y que este pensamiento no consiste simplemente en el necesario confiarla a alguna otra cosa.»
reconocimiento estático de un ser insuficiente y un ser G abriel M arcel.— N o estoy conforme. Para mí la fi­
perfecto que intentasen encontrarse a través de un in­ losofía, tal como la concibo, se encuentra enteramente
tervalo. abierta hacia algo que la sobrepasa. Esto es absolutamente
Gabriel Marcel.— Ha caracterizado usted adm irable­ cierto. Pero esto no quiere decir que el papel parenético
mente mi pensamiento, probablemente mucho m ejor de de la filosofía sea despreciable. Me parece, por el con­
lo que yo lo hubiese hecho... trario, extraordinariamente importante; y diría que aque­
M ichel Souriau.— He tenido con Gabriel M arcel algu­ llos que pretenden dar una respuesta sin toda esta pre­
nos encuentros, algunas conversaciones en que le he par­ paración previa se exponen, en algunos casos, a cometer
ticipado experiencias de tal orden que no quisiera a nin­ grandes errores y a hacerse muy graves ilusiones.
gún precio que pareciese que pretendo atacarle. Digo
V E R D A D Y LIB E R T A D

El título que he dado a este estudio puede legítim a­


mente sorprender a primera vista. Estas palabras, verdad
y libertad, forman una de esas inseparables parejas que
estamos acostumbrados a hallar en los tratados de moral
y filosofía. Pero es justamente esto lo que me parece
alentador para emprender una reflexión como la presente.
Sucede aquí algo parecido a lo que el mundo físico nos
ofrece: una corriente eléctrica no se establece si no\
existen dos elementos con una diferencia de potencial.i
¡ Cualquiera que tenga práctica de reflexionar sabe que
también existen corrientes en el dominio del pensamien­
to, si bien no resulta fácil el definir exactamente su
naturaleza. Como ocurre a menudo, lo m ejor será proce­
der negativamente. ¿Qué es para el pensamiento lo con­
trario de una corriente? Es un cierto estancamiento pa­
recido al de la muerte. Sólo que el estancamiento se
disimula muy a menudo con el torrente de las palabras
o, lo que viene a ser lo mismo, con ideas hechas que
1 no son ya verdaderamente pensamiento. Esto es algo
constante en los profesionales de la retórica y demasiado
a menudo también, es necesario decirlo, en los predi­
cadores.
Las frases se encadenan las unas a las otras según un ;
mecanismo que en realidad no es más que el del hábito. {,
Por el contrario, la corriente sólo se establece allí don- |
de el espíritu desarrolla un cierto poder de invención o S
creación.
En este caso, si he reunido en un mismo acto de aten­
ción estas dos palabras — verdad y libertad— no ha sido
por la tentación de abandonarme a una cierta pereza,
que consistiría justamente en el recurso de los encade-
124 Filosofía para un tiempo d<= crisi¡T Verdad y libertad 125

namientos del pensamiento rutinario, a un funciona, marlo categóricamente, que sea este mismo ejem plo el
miento de la mente que se ejerce sin ningún esfuerzo de que me ha determinado a interrogarme acerca de las
pensamiento. relaciones entre verdad y libertad.
M i primera intención había sido la de hablar aqu{ Me refiero a dos testimonios llegados a mí con res­
simplemente sobre la verdadera y la falsa libertad — dis­ pecto a los acontecimientos de Polonia y de H ungría en
tinción, por lo demás, sobre la que todavía tendré oca­ 1956. Jeanne Hersch, que quizá sea la alumna más no­
sión de insistir— . Pero en beneficio de la reflexión, me table de K arl Jaspers y que es autora de un libro muy
ha parecido que era necesario remontarse más alto para importante titulado Ideología y realidad, después de
intentar<^buscar la existencia de una cierta relación ínti­ haber asistido al proceso de Poznan — conocía perfecta­
ma. y secreta entre verdad y libertad"' mente la lengua polaca— , no dudó en afirmar, en una
Ahora bien, es evidente que en primer lugar tendré conferencia que dio en París al regresar de Polonia, que
que someter estas dos nociones a un tratamiento ade­ levantamiento de Poznan se había llevado a cabo
cuado, sin cuya presencia quedarían semejantes a cuer­ ante todo contra las mentiras acumuladas por _el„gobierno
pos inertes. En lo que concierne a la noción de libertad, y por una prensa serv il^ — .
la dificultad reside en su carácter am biguo; está bien Algunas semanas mas tarde tuve ocasión de volver a
claro que «presentará caracteres bastante diferentes según encontrarme con un diplomático que fue cónsul de Fran ­
que para.su consideración se la sitúe en un terreno po- cia en Budapest desde 1948 hasta 1 956. Su testimonio
lítico o social, o que, por el contrario, se adopte una fue análogo al de Jeanne Hersch^ Lo que los húngaros
! perspectiva ética o incluso m etafísica^ no pudieron soportar, me decía, fueron las mentiras con­
^ En principio, el término verdad no parece manifestar tinuas, sistemáticas, de las que la prensa oficial se hacía
la misma dificultad. Sin embargo,^al reflexionar sobre eco, en cuanto a la situación económica del país, por
este concepto veremos que también „se_ trata de una idea. ejemplo.'^A causa de esto se vio cómo una población se
\de la que se pueden hacer, usos..muy diferentes^- Diré alzaba, aquí y allá, contra la mentira. Pero ¿en nombre
|de inmediato que habré de considerarla\ante todo ep de qué? Es ésta una cuestión importante, pero a la que,
cuanto que representa un valor. /' es preciso reconocerlo, no es fácil aportar una respues­
D e hecho,- ¿es ..la_verdad como tal un valor? Es ta precisa. En lo que concierne a Hungría, es probable
cierto que si nos la representamos como algo que que sea necesario resistir a la tentación de introducir un
igstá ahí, independiente incluso del hecho de ser o no ;«ismo», tal como socialismo, liberalismo, etc., para de­
reconocida^ parece difícil considerarla como un valor, finir lo que habría sido como un «programa» de la insu­
pero queda por ver justamente si esta representación es rrección. Es probable que en este caso, como en muchos
legítim a, si no implica una objetivación quizá injustifi­ otros, la idea misma de un programa resulte errónea en
cable de algo que debería ser considerado de otro modo. alguna medida. Corresponde al modo en que se intenta
En conformidad con el método que es habitual en mí, — a destiempo y desde fuera— imaginar un cierto movi­
más bien que partir de un análisis abstracto referido a miento en^el que no se ha participado. Está fuera de toda
una noción, tomaré un ejem plo sacado de la historia con­ duda qué\los insurgentes húngaros sabían infinitam ente
temporánea e intentaré ver qué luz es capaz de proyec­ m ejor lo que no querían a ningún precio, lo que rehusa­
tar este ejemplo sobre el problema que me he propuesto. ban con todo su ser, que lo que deseaban instituir para po­
Por otra parte, es muy probable, aunque no pueda afir­ ner fin a un régimen aborrecidOxEl punto en el que pro­
126 F ilo s o fía para un tiem p o d e crisis y lib ertad 127

bablemente se encontraban todos de acuerdo era la volun- «el tirano», pero está claro que puede no tratarse de un
tad de desembarazarse de un ocupante al que detes­ individuo determinado, sino de un grupo, cuyos par­
taban. ticipantes, por lo demás, no siempre pueden preci­
Pero ¿aclara esto el papel que desempeña en tal situa­ sarse.
ción la verdad en cuanto valor? O en otros términos ¿Y qué es justamente lo que en este momento per-
í ¿podemos aprehender, sin dejarnos engañar por las pa­ jnanece oculto? N o se trata de datos de hecho, del tipo
labras, algo así como la contrapartida positiva de esta de los que pueden figurar en una lista, en una anotación
protesta vital contra la mentira, que en pocos días trans­ policíaca o en algún expediente de los que puedan en­
form ó una capital en un campo de batalla? contrarse en una comisaría o en un m inisterio: se trata
Esta contrapartida no puede ser más que una exigencia | [de una cierta cualidad que está implicada en el respeto
si bien tan profunda que no le es fácil ponerse direc­ i |de sí m ismo. Mas todo sucede como s í ~el~ opresor pre-
tamente en claro acerca de sí misma. Y o diría que se téndiese despojar al oprimido de todo respeto de sí
- trata de la voluntad de ser reconocid o^La misma volun­ mismo. ¿Por qué motivo? En realidad, nada está más
tad que queda lastimada cada vez que un ser humano^ claro: se trata de transformar al individuo en un simple
es hum illadóp? Nadie ha comprendido m ejor esto, entre instrumento para que de ninguna manera pueda opo­
los escritores, que Dostoievski. N o sólo expresa mara­ nerse a jjatijfines perseguidos por el opresor. Y es aquí
villosamente la herida secreta del que sufre la humilla­ donde m ejor se aprecia el sentido repugnante de la
ción, sino tam bién.la forma en que esta herida puede in­ técnica que pretende obtener fa lsas declaraciones de un
fectarse hasta el punto de convertirse en una amenaza condenado: esas confesiones no verdaderas están des­
para^otros. 7 ' tinadas precisamente a quebrar interiormente al que ayer
Las mentiras que se imprimían cínicamente en la pren­ todavía representaba un adversario, y al cual se trata de
sa oficial de Polonia o de Hungría no pudieron menos convertir en instrumento. N o hay que callar que esa téc­
de ser sentidas como una ofensa por aquellos que esta­ nica supone un desprecio sin límites hacia el ser humano,
ban obligados a aceptarlas día tras día. Es la ofensa que una creencia inquebrantable en la posibilidad de moldear
se expresa en esta simple e indignada pregunta: ¿por (del mismo modo que un herrero trabaja un metal in ­
qué admitimos esto? candescente) a todo aquel que caiga interiormente en tal
Y aquí penetramos, como por un atajo, en el inte­ situación, de modo que ya no pueda oponer ninguna
rior de una especie de macizo que me propongo ex­ resistencia a la voluntad del tirano. Interiormente he di­
plorar. cho, pero en realidad no estoy seguro de poder emplear
Si reflexionamos atentamente, se nos mostrará, en aquí esta palabra. En realidad se trata mucho más de su-
efecto, lo que he llamado «voluntad de reconocimiento», primir toda interioridad. D el mismo modo que se vacía
siempre que logremos desprendernos de las interpreta­ una concha de su contenido, así se procede con la víc­
ciones objetivizantes que rechacé hace un momento. R e­ tima, de manera que ulteriormente pueda ser «rellenada»
pito una vez más que hay mucho que perder. cuando se por la propia voluntad del poderoso. Nos encontramos
pretende confundir la verdad con el hecho, y esto lo^ en presencia del vesclavismoj más riguroso e implacable
comprenderemos. claramente. si_nos tomamos la molestia que haya existido jamás.
de profundizar la naturaleza de este reconocimiento cí- Esforcémonos por aclarar estas conexiones cuya im ­
nicamente negado por el tirano a sus víctimas. He dicho portancia resulta decisiva para nuestro tema: matar en u n < £
128 F ilo s o fía para un tiem p o d e crisis Y erd ad y lib ertad 129

___ ' ser el sentido de la verdad supone atacar directamente 0ios comprobar que se halla sometido a toda clase de
' { a su autorrespeto. obligaciones (fiscales, militares, etc.). N o será un ciuda­
Es, sin duda, manifiesto que un ser moralmente sano dano sin esta condición, y se estará de acuerdo en acep­
tiene horror a la mentira porque la considera como una tar que, si intenta sustraerse a estas limitaciones, lo
mancha. Incluso sabiendo que mi mentira no será des­ hará en nombre de una concepción falsa, o en todo
cubierta, me repugnará el recurrir a ella porque tengo caso infantil, de la libertad. Es preciso añadir que/uní-
el cuidado de salvaguardar mi limpieza interior. Es- pueblo sólo permanece libre mientras sus ciudadanos!. --
tas palabras pueden ser tomadas literalm ente: en cierta aceptan estas obligaciones.\Hay que reconocer, por tanto,-,
medida yo significo para m í algo así como un cuarto o que K an t tenía sobrada razón al establecer una conexión^
una casa donde es preciso hacer reinar un cierto orden, e interna entre «obligación» y «libertad»; y ello oponién-V
incluso diría que una cierta decencia. Ahora bien^las dose a una concepción puramente anárquica que con­
iA /f palabras orden y decencia constituyen aproximaciones funde obligación y coerción. Por otra parte, hay que
concretas con relación al término «verdad», considerado guardarse, naturalmente, de ciertas simplificaciones por
desde su aspecto existencial, es decir, en cuanto que tiene demasiado optimistas. Sin duda que los pesados impues­
interés para el viviente que yo soy. tos que el contribuyente está obligado a pagar son sen­
D entro de esta misma perspectiva, si pensamos en lo tidos por éste como una coerción, lo que no tiene nada
que son, por ejemplo, los representantes de una prensa de extraño, y, por lo demás, ésta es la razón de que a
subyugada en el interior de un país totalitario, veremos menudo intente defraudarlos. Lo que puede decirse e s »
claramente que estos seres están, en el sentido más pro­ que un ciudadano, en la medida en que toma conciencia |
fundo de la palabra, alienados. Son moral y espiritual­ de su ciudadanía, se siente impulsado a hacer abstrae-1
mente beimatlos (sin p atria). Por lo demás, es intere­ ción, tanto como le sea posible, de ese sentimiento de
sante hacer notar que existe, hasta cierto punto, una coerción, así como a reconocer que no puede liberarse de
correspondencia entre la situación material de un ser esta obligación, por penosa que sea, sin contribuir a
exiliado o desarraigado y la condición espiritual que poner en peligro la comunidad a la que pertenece y que,
intento definir. Está fuera de duda que los seres desarrai­ a pesar de todo, le permite realizarse.
gados podrán con mucha mayor facilidad convertirse en Sin embargo, es totalmente cierto que existe aquí un
instrumentos en manos del tirano. equilibrio difícil de^guardar y que puede, en cualquier
Esta observación me parece importante porque per­ momento, verse peligrosamente comprometido. N o es
mite ver que .^existe todo un conjunto de condiciones éste el momento para entrar en detalles sobre los pro­
concretas a las que llamamos comúnmente libertad, sin blemas extraordinariamente complejos que plantea la
tener siempre una idea perfectamente clara de lo que vida de una democracia, pero es necesario — sobre todo
designamos con este nombré'^ D e todos modos, es obvio filosóficamente— reconocer esta complejidad y poner de
que tenemos que guardarnos de la idea rudimentaria manifiesto las peligrosas ilusiones a las que uno se ex­
según la cual un hombre libre sería un hombre entera­ pone si se embarca en un optimismo al que la experien­
mente independiente. Esto constituiría un punto de vista cia política no cesa de oponer su mentís.
puramente abstracto y que no corresponde a nada en la Es cierto que a todos los niveles, ya se trate de rela­
experiencia tal y como se nos presenta. Si consideramos ciones entre individuos o entre naciones, la noción de
lo que llamamos el ciudadano de un país libre, podre- independencia aparece como incompatible con las con-
9
130 F ilo s o fía p ara un tiem p o d e crisis JVerdad y lib erta d 131

diciones reales de la existencia civilizada. Pero tenemos peor de las aberraciones. Sin duda es absurdo imaginarse \
que preguntarnos cómo se relaciona esto con lo que se ha que un acto es tanto más libre cuanto menos motivado
dicho precedentemente acerca de las relaciones entre está. En realidad, lo que cuenta es, por así decir, la I
verdad y respeto de sí mismo. Tam bién conviene atacar ^cualidad misma de la motivación. Pongamos un ejem plo !
más directamente de lo que he hecho hasta ahora la no­ 'Concreto. Tenem os un hombre que se ha convertido en
ción misma de «hombre libre». el blanco de la intimidación que sobre él ejerce un
Lo que importa en p rimer lugar es negar totalmente chantajista. Este le exige una fuerte suma de dinero a
|que la libertad pueda ser tratada como un atributo global cambio de no revelar una circunstancia de su vida que
i que pudiese ser afirmado o negado de un individuó par^ el otro, por una determinada razón, siempre ha mante­
i ticular o del hombre en general. Basta para darse cuenta nido en secreto. N os encontramos en este caso con una
1 de ello con proponerse a sí mismo esta cuestión: ¿soy yo coacción muy semejante a la del bandido que amenaza con
un hombre libre? Se comprenderá entonces que, formu­ su revólver al caminante solitario. Supongamos que el
lada en estos términos, la pregunta no presenta ninguna chantajista consigue su objetivo: el otro se resigna a
significación precisa. ¿Podría yo al menos responder de entregarle la suma que reclama. Está demasiado claro
manera categórica si tal o cual de mis actos ha sido o no que esta entrega, arrancada a la fuerza, no puede de nin­
libre ?\Es necesario, sin lugar a dudas, desprenderse de guna manera considerarse como un acto lib re; incluso
algunos preju icios'que van ligados a una forma viciosa diría que, en últim a instancia, no se trata verdaderamen­
I de filosofar, consistente en creer que un acto es tanto te de un acto, sino de un modo de pasividad que sólo
más libre cuanto menos motivado se encuentre. 'Por in­ tiene la apariencia de un acto. El acto verdadero — po­
fluencia de André Gide se ha extendido primero en lite­ dríamos decir también el acto libre— está situado siem­
ratura, pero más tarde también en una cierta filosofía, pre entre dos lím ites, uno de los cuales es el acto gratuito I
la idea enormemente sospechosa de lo que el autor de o, más exactamente, el acto insignificante que se realiza í ,
Los monederos falsos ha llamado «el acto gratuito», es sin saber por qué. El otro lím ite consiste en la pasividad :
decir, el acto que se realiza no sólo sin estar obligado o que se manifiesta cada vez que un individuo cede a una ‘
impulsado a ello de alguna manera, «sino por el placer», fascinación, como es el caso, por ejem plo, del jugador,
arbitrariamente, y parece ser que para demostrarse a uno del alcohólico, del toxicómano. Y un hombre víctima /
mismo que se es libre. Así es como, en la novela Las del terror puede considerarse verdaderamente como un ,
cuevas del V’aticano, el personaje principal empuja por toxicómano. Negativamente, la libertad se define, por /
el hueco de la portezuela abierta a su compañero de tanto, como la ausencia de todo lo que se parezca a una
viaje, a quien no conocía de nada, únicamente porque le alienación. -Pero esto puede también expresarse en forma i
parecía divertido. positiva ^áctúo libremente cuando los motivos de mi acto
En realidad, nos encontramos en el centro mismo de se encuentran en la línea de lo que puedo legítimamente,
! lo que he llamado al comienzo «la fals^ libertad». Por- considerar como los rasgos estructurales de mi perso-i
Ni que el acto gratuito está'; por definición, vacío de todo nalidad.\ \
•significado; no responde a nada, y; en cambio, puede Esto exigiría, sin embargo, mayor precisión, ya que la
j estar lleno de una pretensión que es la más errónea de palabra «personalidad» es en cierto grado ambigua. Es
i todas, la de afirmarse como existente o creerse libre me- evidente que no se trata de temperamento, ni siquiera
j diante este mismo acto. Pero esta pretensión esconde la de carácter, en la medida en que es sufrido por la per­
132 F ilo s o fía p ara un tiem p o d e crisis T Ver^cU^ V lib ertad 133

sona a quien afecta. En este contexto podemos identificar j y esto sucedía de tal manera que estos actos llegaban a
personalidad con persona. En otra ocasión 1 he intentado considerarse no sólo como excusables, sino como re- 1
mostrar «que la persona se define ante todo por su opo- queridos, como obligaciones. En este sentido es induda­
sición a esa especie de elemento anónimo e irresponsable ble que toda ocupación por el enemigo es una escuela de
que en francés se designa con el pronombre indefinido inmoralidad.___
«on» (se), y en alemán, con la palabra «m an». Molesta Hemos visto también que donde una dictadura totali­
que en inglés se vea uno casi forzado a emplear la pala­ taria se despliega sin restricciones el avasallamiento es
bra «one», que en principio es completamente anfiboló­ tal que «*1 esclavo, en el lím ite, acaba por encontrarse
gica y que, tomada en su sentido habitual, significa rnás allá de todo fingim iento y engaño; no le queda la
«uno» o «un tal». suficiente realidad interior como para saber si finge a
Heidegger, en un conjunto de análisis cuyo valor me engaña. Está anonadado.
parece insuperable, ha demostrado contundentemente Así vemos reunirse las diversas cadenas de pensamien­
que este «se» constituye el pensamiento degradado, el to que me he visto llevado a seguir sucesivamente. Pa­
cual, por otra parte, no sólo nos envuelve a cada uno rece, en efecto, como si el hombre no fuese una persona
de nosotros, sino que nos penetra. La mayor parte del y, por consiguiente, no pudiese reivindicar su cualidad
tiempo, nuestras opiniones no son otra cosa que un de hombre sino en la medida en que se compromete, en
reflejo del «se», sin que podamos advertirlo. Este «se» que afronta; y, por otra parte, parece igualmente que lo
es por definición inaprehensible y no localizable. He aquí que tiene que afrontar es justamente la verdad. Sin em­
un ejem plo: corre un rumor sobre cierta persona. Y o pre­ bargo, todo esto exige ser considerado más a fondo.
gunto: «¿Q uién dice eso? ¿Quién lo afirm a?» A lo cual La conexión entre valor y libertad no parece en prin­
alguien me responde sim plem ente: «N o lo sé, pero/ ‘se’ cipio que pueda ponerse seriamente en duda. Se estará
dice q u e ...» de acuerdo en que, en general, un cobarde no puede ser
Lo propio de la persona es precisamente oponerse a considerado de ningún modo como un hombre libre.
esta ambigüedad. <Es esencial a la persona el exponerse Sin embargo, esta afirmación tropezará, sin duda al­
en cierta manera, él comprometerse y, por tanto, afron­ guna, con una objeción por parte de aquellos a quienes
tar. Hay que decir que el valor es la virtud sin la cual I he aludido anteriormente, y concretamente por parte de
la persona se niega a sí misma^? mientras que el «se» Sartre. Para estas/personas la libertad se confunde con/
representa un lugar de huida y evasión. Ahora bien, lo que ellos llaman la elección. Estiman, por lo demás,!
este valor/consiste
\
ante todo en mirar a la verdad cara que nuestra condición nos obliga perpetuamente a elegir,
a cara y en oponerse al engaño bajo todas sus formas^: jjartre llegará incluso a decir: yo estoy condenado a ser
Y no sólo al engaño, sino al fingim iento. Pero como libre. Todo esto se entronca con una concepción me­
hemos visto al comienzo de estas consideraciones, el es­ tafísica en cuyo detalle no puedo entrar, pero que con­
clavo está condenado a fingir y hacer trampas. Los que siste en oponer, siguiendo a HegeL el ser-p ara-sí a l -
hemos_ sufrido la ocupación enemiga nos acordamos de_ ser-en-sí. El ser-para-sí se caracteriza por un principio de
los fraudes de toda especie a los que estábamos conde­ negación o anonadamiento sin el que ía conciencia no
nados por la presencia del enemigo sobre nuestro sueloj podría existir. N o es éste el lugar para criticar é sta le o -
ría metafísica que, por ingeniosa que sea, nos conduce
1 Du refus a l’invocaiion, pp. 146-147. a caer en contradicciones — lo cual parece haber recono­
134 F ilo s o fía p ara un tiem p o d e crisis Y erdad y lib ertad 135

cido el propio Sartre en la conclusión de su gran obra-^ posible peligro o muerte. Probablemente, ya que el ani­
Probablemente, siempre habrá quien no dude en afirmar mal es accesible al miedo.
que el cobarde ha elegido ser cobarde, en cuyo caso se- Creo que conviene retener estas observaciones para
guiría siendo libre hasta en la peor abdicación de sí examinar la objeción que rechaza la idea de una cone­
mismo. Pero en lo que a m í respecta opino que ésta es xión interna entre valor y verdad. ¿Acaso no hemos
una interpretación artificial e inadmisible. La verdadera podido ver, en Alemania, por ejemplo, a toda una ju ­
j oposición se encuentra, creo yo, entre el hombre <jue~~se ventud fanatizada y de cuyo valor es imposible dudar
| esfuerza por construirse o crearse, y, por lo mismo, p0r" ponerse abiertamente al servicio de una causa de la que
hacerse cada vez más responsable, y, en el otro extrem a" no podemos por menos de pensar que implica las mayo­
el que se abandona, el que se destruye y, en última ins! res aberraciones? Y en este sentido tendremos que hacer
tanda, se deshumaniza. N o puede dudarse de que 7 a frente a un dilema que podría formularse a s í: o bien
! cobardía constituye un modo de destruirse, mientras qüe profanaremos el término verdad implicando en él una
el valor es esencialmente positivo. El hombre valiente causa o una doctrina execrables, o bien tendremos que
es el que tiende a asemejarse a una cierta imagen o idea reconocer que el valor puede desplegarse indiferente­
de sí mismo y quizá del hombre en general. mente al servicio de la verdad o del error. Por lo demás,
Por el contrario, la otra conexión sobre la que aca­ el término «error» no me satisface com pletam ente; pre­
bamos de hablar — la que relaciona valor y v e rd a d - feriría el de «herejía moral». Parece indudable que un
parece a primera vista mucho más dudosa, y sin duda herético fanatizado puede estar lleno de valor.
conviene proceder a su respecto a una distinción preli­ Mas quizá la distinción entre valor físico y valor mo­
minar : existe, o al menos así lo admitimos comúnmente, ral nos permita escapar a este dilema. Podría suceder
un valor físico — al que el propio animal no es ajeno— que el valor físico de las SS, por ejemplo, reposase, pese
y que parece confundirse con la fuerza o la tenacidad a todo, en una profunda cobardía intelectual y moral.
con las que un ser se defiende o defiende a aquellos con Pero es precisamente la naturaleza de esta cobardía lo
los que se encuentra orgánicamente ligado (su pareja, sus que es necesario dilucidar. Lo que dificulta la tarea es
h ijo s) contra las fuerzas hostiles. A decir verdad, no es que, cuando pronunciamos la palabra «cobardía», nos
toy totalmente seguro de que deba emplearse aquí la i vemos arrastrados casi invenciblemente a entender la
palabra «valor». Quizá ésta no deba utilizarse más que cobardía física, la cobardía ante la muerte, por ejemplo.
allí donde exista plena conciencia del peligro, y en par­ Ilustraré lo que quiero decir reproduciendo un corto frag­
ticular de la muerte a la que se expone. Pero la verdad mento de una de mis obras de teatro, Le Dard. Por lo
es que nos encontramos en un ámbito donde las nocio­ demás, acaso no venga mal introducir algunas referen­
nes tienden a hacerse indistintas. Con frecuencia digo cias concretas en este conjunto bastante abstracto de re­
que el término «conciencia» es peligrosamente equívoco flexiones.
por cuanto parece implicar conciencia de sí. Existe en U no de los personajes principales de esta pieza es un
inglés una palabra que me parece preferible y que es universitario que, por su origen, pertenece a un medio
awareness. N o creo que esta facultad pueda negársele extremadamente modesto. Ha llevado a cabo intensos
al anim al; pero sucede de un modo muy distinto si en estudios; pero, sobre todo, mediante su matrimonio, ha
ello interviene la reflexividad, cualquiera que sea. Hay tenido la posibilidad de entrar en una fam ilia burguesa
que preguntarse si puede haber awareness en cuanto al e influyente. Su suegro, un conocido parlamentario, le
136 F ilo s o fía p ara un tiem p o d e crisis y erd a d y lib ertad 137

ha facilitado todo. Pero este hombre, Eustache Soreau confusión que Ibsen denunció ya en E l enem igo del
cae víctima de la mala conciencia. A causa de su éxito pueblo con un vigor todavía no superado. Por lo demás,
social siente como remordimientos por haber perdido el no puedo resistirme en este momento a recordar esta
contacto con el mundo de los humildes al que perte­ pieza que, cuando mi padre me la leyó — allá por el
neció. Desde entonces se sentirá como amargado por el 1898 o 1 8 9 9 — , me causó una especie de choque, de
éxito, se convertirá en un hombre resentido. Su mujer, conmoción, que habría de repercutir a lo largo de toda
Béatrice, sufre cruelmente por este estado de cosas, hasta ¡ni vida.
verse impulsada a confiarse a un amigo de Eustache, Quisiera excusarme por este paréntesis, quizá de­
W erner Schnee, cantante refugiado que ha abandonado masiado personal. Pero lo considero tanto más oportuno
la Alemania nazi por solidaridad con su compañero y cuanto que, en general, los comentaristas de mi obra no
amigo, un pianista judío que ha sufrido los peores tra­ parecen conceder importancia a este factor en la historia
tos y que acaba por morir en un sanatorio suizo. Werner de mi pensam iento...
Schnee está ajeno a los complejos que corroen el alma Al leer hace relativamente poco la bella conferencia
de Eustache. Eustache — le cuenta Béatrice— tiene una que la novelista y filósofo inglesa Iris Murdoch dio en
naturaleza extremadamente escrupulosa. Parece como si 1967 en la Universidad de Cambridge, compruebo que,
un cierto confort, una cierta facilidad Je pusieran en pese a todo lo que pueda separarme del agnosticismo que
peligro de adormecer su conciencia. Pero W erner sólo en ella se manifiesta, algo muy profundo en mí acepta
ve miedo en lo que Eustache cree ser su conciencia. los puntos de vista platónicos sobre el bien, la virtud y
Béatrice protesta: «T ú sabes muy bien que Eustache es el valor que allí se ponen de manifiesto.
valiente.» «Estoy de acuerdo — responde W erner— , pero
esta palabra no tiene una sola significación; se puede ser
valiente ante la pobreza, ante el peligro, ante la muerte,
y no serlo ante el juicio.» «¿Q ué ju icio?», pregunta
Béatrice. «Es difícil responder. Pienso que se trata de
una mezcla. Quizá la idea que él se haga del juicio de
otras personas. Pero esta idea procede de él. Creo que se
burla de la opinión de la gente y piensa también que
nada tiene que reprocharse. Pero es como s i...» W erner
no termina la frase. Pero creo que, para lo que nos intere­
sa, las palabras decisivas son :^ s e puede ser valiente ante
la muerte y no serlo ante el "juicio.»>Aquí el juicio se
confunde con la verdad o, más profundamente, con lo
universal.
Pero aquí se hace necesario renovar la precaución
con que he procedido periódicamente desde hace un
cuarto de sig lo : el temible error al que actualmente se
halla expuesto el hombre procede siempre de compren­
der lo universal en función de las masas. Se trata de la
T

V E R D A D Y SIT U A C IO N E S C O N C R E T A S

U n profesor de filosofía de la Sorbona declaraba du­


rante una emisión de televisión, destinada a orientar a
los profesores jóvenes, que la noción de verdad no tenía
un sentido que se pudiese precisar más que en el domi­
/
nio del pensamiento científico. Lo cual viene a decir
que los valores a los que hace referencia el moralista
o los estudiosos de la estética se encuentran radicalmente
separados de lo que hay que considerar como la verdad.
Ahora bien, esto supone inevitablemente relegar estos
valores al dominio de la pura subjetividad — una sub­
jetividad que, por supuesto, no tiene nada que ver con
la que definió Kierkegaard, sino que, por el contrario,
se confudiría con una subjetividad arbitraria que, por
otra parte, puede presentar diferentes formas según que
se coloque en el cuadro de la psicología o en el de la
sociología.
Pero ¿acaso no conviene precisamente someter a dis­
cusión una forma tan limitada de concebir la verdad?
( El método que voy a seguir consistirá, como de costum­
bre, en partir de una experiencia en el sentido amplio
y que desborde la manifestada por el empirismo tradi­
cional.
En Le mystere de l’étre intento aclarar lo que queremos
decir cuando afirmamos que alguien está o no en la
verdad. Decir que alguien está en la verdad o en el error
supone algo así como si la verdad o el error consistiesen
en una atmósfera en la cual el espíritu, y no el cuerpo,
quedase, por así decir, inmerso.
Quisiera partir de un caso particular que presenta, en
mi opinión, la gran ventaja de obligarnos a distinguir
estar en la verdad y decir la verdad.
140 Filosofía para un tiempo de crisis V erdad y situaciones concretas 141

U n médico, después de los correspondientes análisis dad del médico, el hecho de que él mismo sea o no sea*
de laboratorio, descubre que su paciente se halla con­ creyente, y esto pese a cualquier honesto esfuerzo que J
denado a muerte en breve plazo. El enfermo, que ignora pueda hacer por abstraerse de su punto de vista personal.
el resultado, le ha pedido que le diga la verdad, cual­ Lo que se ve con claridad es que las palabras «estar
quiera que ésta sea. Pero admitamos que este médico esté en la verdad» se aplican a un modo de ser o de actuar
dotado de una intuición psicológica que le permite com­ que es esencialmente leal — leal hacia sí mismo o leal
prender que el enfermo, si se entera de que está con­ hacia otro— , pero que puede legítimamente quedar mar- \
denado a desaparecer en breve plazo, vivirá sus últimos cado por una incertidumbre.
meses o sus últimas semanas envenenado por la angustia. Mantengámonos siempre en contacto con lo concre­
En tal caso, ¿cuál debe ser la actitud del médico? ¿No to: el médico estará obligado, si ello es posible, a lla­
está quizá obligado a atenuar la cruel verdad y decirle, mar a alguna persona allegada al enfermo. Pero no siem­
por ejem plo, «su estado es grave sin duda, pero tiene pre le resultará fácil saber, por ejemplo, qué miembro
usted algunas posibilidades de curar»? de la fam ilia será el más indicado para confiarse o pe­
Aquí es preciso tener cuidado, como en cualquier otro dirle consejo. Y cabe que todavía deba ejercer una fa ­
caso, con lo que significan las palabras «situación con­ cultad de apreciación que no puede considerarse propia­
creta». N o se trata de considerar la relación médico- mente dentro del orden médico. Podría ser oportuno
enferm o en un sentido general, sino entre el médico y que el médico tomase contacto con el sacerdote — o pas­
un determinado enfermo. Nótese bien que no he dicho tor — al que su enfermo tenga la costumbre de ver y con­
un determinado médico, puesto que hay que suponer la sultar. Y también a este respecto, ¡cuántas posibles di­
idea de una vocación que es la vocación del médico (y ficultades ! ¿Quién garantiza que ese sacerdote o pastor
'n o la de este médico en particular), y dicha vocación posea el necesario buen sentido?
limplica justamente el deber absoluto de tener en cuenta Lo que me parece muy importante es hacer notar que,
ya singularidad del enfermo. como sucede a menudo, es más fácil ver en qué consiste
Ahora bien, es evidente que lo que acaba de decirse estar en el error que saber exactamente lo que es estar \
implica todavía una sim plificación: supongamos que el en la verdad. Se permanece en el error cuando uno se'l
enferm o sea un creyente preocupado por su salvación, apega exclusivamente a un aspecto de la situación que
dato del cual el médico no puede hacer abstracción. Es se considera, despreciando los demás aspectos. Pero por l
posible que el enfermo esté verdaderamente animado por otra parte, puede temerse que si nuestro médico pesa de­
el deseo de ponerse en orden con Dios — y digamos tam­ masiado escrupulosamente los argumentos opuestos, se
bién con su conciencia— antes de morir. Esto supondrá quedará en un mera expectativa en lugar de tomar una
para el médico un problema muy difícil, muy embara­ decisión. D e hecho, no decidir puede ser una manera \ /
zoso. En relación con su comportamiento frente al en­ hipócrita de decidir negativamente. \-
fermo, tiene que decidirse por hacerle más fácil su prue­ Hay en esto una indicación que me parece importante
ba, en la medida de lo posible, o, por el contrario, co­ para lo que estamos tratando. ¿No habría que decir, en
locar en primer lugar el aspecto religioso de la situación. efecto, que la cobardía, que se traduce aquí por el re­
Hagamos notar que, sobre este punto, no es ya sólo la chazo de la elección, consiste en cierto modo en la huida
vocación de médico en cuanto médico lo que va a in ­ ante la verdad?
tervenir; es casi inevitablemente también la personal i- Creo que esto se verá m ejor si tomamos conciencia
142 F ilo s o fía para un tiem p o d e crisis y erd a d y situaciones concretas 143

clara de la relación, en realidad bastante compleja, que salir de ella sin que las consecuencias sean ruinosas.
une al sujeto con la situación. Esto, que demostraré más adelante, es particularmente
D e una parte, es obvio que la situación se presenta visible en el ámbito de la política internacional. Las si­
como una invitación al sujeto y que ésta se le ofrece para tuaciones falsas no han dejado de multiplicarse en el
ser superada. P o rfío demás, es precisamente la supera­ mundo, de lo cual se deriva el penoso embrollo en el
ción lo que importa. que todas las potencias se encuentran implicadas hoy.
Pero de otra parte, es necesario subrayar el hecho de Permaneciendo por el momento dentro del ámbito de
que el sujeto está cogido, implicado en la situación de las relaciones privadas, quisiera desarrollar un ejem plo
un modo muy análogo a como una determinada persona mucho más complejo, tomado de una de mis obras de
está implicada en un asunto. La expresión «situación teatro : H om m e de Dieu.
falsa» tiene sentido precisamente dentro de esta segunda El pastor Claude Lemoine, pocos años después de ca­
perspectiva. sarse, ha sabido por su propia mujer, Edmée, que le
Inmediatamente voy a poner un ejemplo concreto, ya había engañado con un tal M ichel Sandier y que éste
que estoy persuadido de que el modo de no perderse era el padre de su hija Osmonde. El pastor la perdona,
en palabras consiste en ilustrar siempre nuestro pensa­ y desde entonces todo parece recobrar el orden. Edmée
miento con algo concreto. se conduce como una mujer honorable y la hija crece sin
El ejem plo que se me ocurre es muy simple. Es el sospechar para nada la verdad. La joven tiene ya veinte
caso que me encuentro a la vez en relación con la mujer años. Y sucede que el amante, M ichel, sabiendo que pa­
y con la amante de uno de mis amigos. Por supuesto, dece una enfermedad incurable, solicita ver al menos una
hablo aquí de relación de amistad. Cada una de las mu­ vez a su h ija antes de morir. Esto crea una situación
jeres se confía a mí y me habla libremente de la otra. nueva que exige una decisión. Claude no cree tener
¿Cómo no experimentar un penoso sentimiento de du- derecho a rechazar una petición que le parece legítima.
I plicidad en tales condiciones ? Lo que viene a concretar Por otra parte, le parece que su consentimiento no sig­
este sentimiento es el hecho de que la esposa ignora que nifica, después de todo, más que la consecuencia de su
conozco a la amante. D e este modo me encuentro en perdón. Pero Edmée, por el contrario, se rebela por esta
una situación falsa, una situación que es preciso superar. | especie de sangre fría que su marido manifiesta ante tal
En principio parece que la solución residiría, por ejem ­ circunstancia.
plo, en decirle con franqueza a la mujer que tengo re­ Y esta inesperada calma acaba reforzando en ella una
laciones amistosas con la amante. Pero por este procedi­ sospecha retrospectiva. En el fondo, ¿cuál ha sido el
miento es probable que crease una situación no menos valor o la importancia del perdón que se le ha conce­
penosa que la primera. Porque la mujer me reprocharía dido? ¿No habrá tenido simplemente el carácter de un
esta amistad, y sin duda exigiría de mí que eligiese. acto profesional, que no le ha sido nada costoso llevar
Y puede ocurrir que yo tenga razones para no querer a cabo porque era incapaz de amarla como un hombre?»
elegir, ya que tengo la impresión de que al seguir siendo De este modo, no es sólo el acto lo que se pone en dis-1
confidente y consejero de estas dos mujeres puedo ejer­ cusión, sino el propio ser, y la acusación de Edmée ha- l
cer sobre ellas una acción beneficiosa. liará a fin de cuentas una especie de eco en el alma de
/ M e limitaré a decir que la característica de la situa- Claude, que ya no sabrá literalmente quién es. ¿Dónde
ción falsa es precisamente el hecho de que no se pueda está la verdad en todo esto? Recordemos lo que se ha
144 F ilo s o fía para un tiem p o d e crisis y erd ad y situaciones concretas 145

dicho más arriba. La situación tiende hacia una cierta nales poseen un especial valor para una explicación como
superación. Un filósofo de la vieja escuela diría proba- ja presente. La historia reciente nos ofrece ejemplos so­
blemente que lo que hay que hacer es que los esposos bre los que nunca se meditará demasiado.
prescindan de cualquier interrogación sobre sí mismos y Pienso especialmente en la situación en que se encon­
se pongan de acuerdo para actuar caritativamente frente traban los hombres de Estado de Francia o de Inglaterra
al desgraciado Sandier. Sin embargo, es evidente que esta en los comienzos del año 1936, cuando fueron preveni­
respuesta o solución, si bien es razonable, se queda más dos por un agente secreto de que Alemania, en contra
acá de la existencia y que, por lo mismo, no tiene nin­ de lo estipulado por el Tratado de Versalles, se prepa­
guna influencia sobre el verdadero problema, es decir raba para invadir la ribera izquierda del Rhin. Se trataba
sobre estos dos seres a quienes la existencia atropella. de un verdadero golpe de audacia por parte de H itler. El
Ciertamente, el desarrollo de la obra tiende hacia el des­ Estado alemán juzgaba la empresa totalmente imprudente.
cubrimiento, o quizá sería m ejor decir hacia la instau­ En la actualidad ya no existe duda de que, ante seme­
ración de esta verdad. Para ello será necesario que el jante acontecimiento, hubiese sido preciso reaccionar m i­
proceso de destrucción sea llevado hasta el lím ite, es litarmente. Sin embargo, por una especie de ceguera
decir, que la esposa, Edmée, llegue también a hacerse mezclada también con cobardía, se dejó pasar esta oca­
cuestión de sí misma. Su antiguo amante no le oculta sión, y el futuro demostró que se trataba de la última.
que la desprecia por haber sido cobarde, ya que ha re­ En mi opinión, la reflexión sobre la historia nos mues­
huido el acto que hubiese consistido en marcharse con tra con mucha claridad que en la línea de los aconteci­
él, como fue su ofrecim iento. Desde entonces, ¿cómo mientos históricos ocurre algo muy semejante a lo que
tendrá fuerza moral para dirigir reproches a su marido? sucede en las vías del ferrocarril. En ambos casos hay
¿Acaso ella no es tan débil como él? Y sucede que am­ ciertos momentos determinados en los que se puede y
bos se estremecen al llegar a esta especie de desnudez se debe elegir, como ocurre con los empalmes de la vía
moral, después de haberse desprendido de toda ilusión férrea. Si se deja pasar el empalme seguramente se ne­
sobre sí mismos. cesitará recorrer doscientos kilómetros más para poder
Lo que me parece interesante hacer notar es que aquí abandonar la línea por la que viajamos. ¡Qué pérdida
nos encontramos más allá de la lucidez. La lucidez limi­ de tiem po! ¡Cuánto gasto inútil! Pero cuando se trata
tada a sí misma resulta insuficiente para fundamentar de acontecimientos puede ocurrir que el cambio sea ya
una verdad. Es preciso que a ésta se añada la mutua imposible y que la ocasión se pierda irreparablemente.
compasión y, añadiría, la humildad, sin cuya presencia Esto fue exactamente, a mi entender, lo que sucedió con
‘ ■la compasión se hace imposible. Donde reina el orgullo^ la Alemania de H itler. En 1 9 3 6 hubiesen hecho falta
■/no hay lugar para la misericordia. hombres de Estado en posesión a la vez de la lucidez y
U n ejem plo como éste, al que se podrían añadir mu- del valor del cirujano que se da cuenta del momento pre­
fehos otros, nos ayuda a comprender mucho m ejor que la ciso en que hay que operar: ayer hubiese sido demasiado
verdad dentro del plano existencial no puede depender pronto, el absceso no estaba maduro; mañana sería de­
exclusivamente de procesos intelectuales. Hay que añadir masiado tarde, porque habría el peligro de una infección
algo, sobre lo cual podríamos decir que pertenece al general.
alma. El resultado de esta desastrosa abstención fue que,
H e dicho anteriormente que los problemas internacio­ cuando se produjo la crisis checoslovaca, era demasiado
10
146 F ilo s o fía para un tiem p o d e crisis Y erdaa y situaciones Concretas 147

tarde para reaccionar, tanto más cuanto que, después neutra: se puede imaginar a unos bandidos que están al
del Anschluss, las defensas militares de Checoslova­ acecho de la ocasión que les permita dar su malvado
quia habían sido envueltas. Creo, por tanto, que los golpe con un mínimum de riesgo. ¿Bajo qué condiciones
adversarios de los acuerdos de Munich cometieron el podríamos establecer una conexión entre ocasión y ver­
error de creer que la situación de 1938 permitiría todavía dad, de suerte que faltar a esta ocasión significase favo­
la reacción militar que fue posible e incluso necesaria recer el error? Contestaré que esta relación o conexión
en 1 9 3 6 . Fue tanto como olvidar el carácter irreversible se da de un modo notoriamente claro en el caso del
del tiempo histórico. Por otra parte, la alegría y el alivio hitlerismo. Porque la empresa hitleriana se dirigía contra(
con que fueron acogidos los acuerdos fue algo escanda­ lo que puede llamarse el orden humano o la comunidad
loso. Porque hay que reconocer que los aliados traicio­ humana considerada en su universalidad. Desde ese mo^
naron sus compromisos, traicionaron la confianza que los mentó la ocasión, el kairós, cobra un valor positivo, pues­
checos habían depositado en ellos. En lo que a mí con­ to que designa la posibilidad de frenar una empresa fu n­
cierne, recuerdo haber tenido el punzante sentimiento de dada sobre el desprecio del derecho.
que debíamos experimentar una profunda vergüenza por Se puede añadir que la inercia de la que dieron prueba
esta traición. los gobiernos de París y Londres en tales circunstancias
Pero ahora se ve muy claramente — sin duda con más implica la cobardía y la ceguera de las que he hablado
claridad que en los ejemplos precedentes— en qué con­ anteriormente. Es aquí donde se puede apreciar m ejor
siste la superación necesaria: se trataba, para Francia e este valor del coraje puesto al servicio de la verdad y
Inglaterra, de trabajar sin descanso a fin de estar pre­ que quizá constituya el centro de toda ética digna de
paradas para el momento de la prueba suprema. Desgra­ este nombre. La experiencia demostrará además que, con
ciadamente no fue esto lo que ocurrió, y mucho menos demasiada frecuencia, el miedo a corrrer un riesgo desem­
teniendo en cuenta que el gobierno francés depositó una boca en el aumento indefinido de este riesgo, hasta tal
injustificada confianza en aquel sistema de defensa que punto que se convierte en la certidumbre de perder.
se llamó la Línea Maginot. Se podrían hacer análogas observaciones con respecto
Nunca podré recordar sin emoción la bella carta que a las dudas que manifestaron los hombres de Estado bri-
uno de mis parientes escribió al entonces presidente Da- | tánicos a finales de ju lio de 1 9 1 4 . El miedo a compro-*
ladier para decirle que la capitulación de M unich sólo meterse contribuyó a crear una situación tal que el com­
podría justificarse a condición de que, en adelante, se promiso absoluto se hizo una necesidad inevitable. Si sir.
pidiese a los franceses los esfuerzos más sostenidos. Esta Ed. Grey hubiese prevenido a Guillermo II desde el co­
apelación no fue escuchada_____ _ mienzo de la crisis, por intermedio del príncipe Lich-
Todo lo que se acaba de decir apenas me parece du­ novski, de que existían todas las posibilidades de que
doso. En cambio, puedo muy bien imaginar que un lec­ Inglaterra no pudiese permanecer neutral en caso de con­
tor me haga la objeción siguiente: «¿T ien e usted dere­ flicto, esta advertencia hubiese contribuido a impedir la
cho — podrá preguntarme— a emplear el término verdad guerra casi con toda seguridad. ¿Quiere decir esto que
en un caso como el que acaba de contar?» Ed. Grey sea el responsable principal? N o lo creo, ya
Vuelvo al ejemplo que acabo de relatar: he dicho que no podía arrogarse el derecho de atar las manos al
que en 1936 se perdió una ocasión que después ya no se gabinete, al que pertenecía y sabía dividido, mediante una
volvería a encontrar. Ahora bien, la palabra ocasión es declaración categórica. Es, por tanto, más bien a los
148 F ilo s o fía p ara un tiem p o d e crisis T Ver^a<^ V situaciones con cretas 149

miembros del gabinete opuestos a Ja intervención, corno cincuenta años del Tratado de Francfort. Esta diferencia
John Morley, por ejemplo, a los que es adecuado incri­ debe afirmarse incluso si se estima, como es mi caso, que
minar. Su falta consistió, como de costumbre, en un error Alemania cometió una grave injusticia al arrancar a Fran­
de apreciación sobre la situación real de la Europa de cia la Alsacia-Lorena. Lo que basta, por otra parte, para
aquel momento. La aversión contra Rusia experimentada mostrar esta diferencia es que ningún hombre de Estado
por muchos liberales les llevó quizá a minimizar el peli­ francés, ni siquiera el mismo Poincaré, habría osado to­
gro que representaba el imperialismo alemán. mar la iniciativa de declarar esta guerra de reconquista.
Tampoco quiero decir que Rusia quede exenta de re­ Todo lo que podía hacer era esperar que viniese de
proches con respecto a esta crisis; sin duda se movilizó Alemania una provocación, en cuyo caso esta guerra se
demasiado pronto. Pero para ser justo, es preciso añadir presentaría como una simple respuesta. Pero el hecho de
de inmediato que en esta circunstancia Poincaré, y tam­ tener que recurrir a un procedimiento tan solapado es
bién su embajador en San Petersburgo, Paléologue, se suficiente para mostrar que, a comienzos de siglo, se había
mostraron por lo menos imprudentes. Poincaré debió llegado a un punto en que una guerra de desquite em­
haber hablado al zar de modo que le hubiese incitado prendida sin provocación se consideraba como una guerra
a la moderación. Ahora bien, parece que prometió a de agresión. N o insistiré más sobre ello. M e limitaré
Rusia un apoyo incondicional con respecto a la crisis a decir que, a la luz de los documentos, la guerra de
servia, lo cual de ningún modo estaba implicado en los 1914 aparece en la actualidad como nacida de una si­
términos del Tratado. D e hecho, Nicolás II tenía en qué tuación que comporta infinitamente más confusión y res­
fundarse para pensar que Francia se pondría de su lado. ponsabilidades múltiples de lo que han creído aquellos
N o es posible dejar de preguntarse si, en el fondo, el que, quizá de buena fe, han declarado que el derecho
mismo Poincaré, quien probablemente creía inevitable la se hallaba enteramente de un lado. En realidad, actual­
guerra entre Francia y Alemania en un plazo más o me­ mente nos damos cuenta de que esta guerra fue la pri­
nos breve, no pensaba, en suma, que la ocasión era fa­ mera fase del suicidio de Europa.
vorable para lo que se convertiría en una guerra de re­ Sin embargo, conviene examinar cuidadosamente una
vancha que permitiese a Francia reconquistar las provin­ cuestión que puede plantearse el lector. ¿No resulta algo
cias perdidas en 1 8 7 1 . arbitrario el establecer a priori una correlación entre ver­
D entro de la línea de mis explicaciones precedentes, dad y universalidad, y concluir que la verdad estaba
quisiera mostrar las diferencias entre estas dos «ocasio­ necesariamente del lado de los que se oponían a la em­
nes»: la de 1 91 4 y la de 1936. presa hitleriana? Conviene responder que, en el campo
D ije que en 1 9 3 6 se trataba de detener una empresa científico, la distinción entre verdad y universalidad re­
nefasta para la comunidad humana y también, en reali­ sulta impracticable. Sólo hay que añadir seguidamente
dad, para el propio pueblo alemán que se encontraba que se trata de una universalidad de jure y no necesa­
implicado. Admitamos, por tanto, que en 1936 Francia riamente de facto. D e este modo es como Galileo, por
e Inglaterra debían haber emprendido una operación mi­ ejemplo, tenía razón en contra de sus adversarios, si
litar contra Alemania. Casi sin ninguna duda, ello habría bien el número estaba de parte de estos últimos, y así
marcado el fin de la aventura hitleriana. Me parece que ha sucedido con todos los precursores. Es desgraciada­
existe una diferencia esencial entre esta operación y una mente cierto que, en el ámbito de las relaciones interna­
guerra de reconquista que estallaría después de más de cionales, las peores confusiones tienden a establecerse
150 F ilo s o fía para un tiem p o d e crisis T V erdad y situaciones concretas 151

entre estos dos tipos de universalidad, ya que las consi- encuestas y estadísticas, y quizá tengamos que hacerlo
deraciones numéricas intervienen con desprecio de toda particularmente en el dominio económico y demográfico.
sabiduría. N o hay duda de que en este momento me refie­ Tomemos, por ejemplo, la situación actual de la India.
ro a esa extraña aritmética que prevalece en la O N U , de Se puede demostrar de manera convincente y objetiva
tal suerte que un pueblo primitivo del A frica central, que que los índices de crecimiento de la población terminarán
acaba de estrenar su independencia, goza del mismo dere­ por conducir, de aquí a algunos años, a una situación ca­
cho de voto que una gran potencia. N o desconozco las ra­ tastrófica, que por lo demás ya es un hecho en algunas
zones prácticas por las que esta igualdad, evidentemente regiones de este inmenso país. Existe, si se quiere, una
absurda, se ha instituido. Pero tales razones son eviden­ verdad que puede ser puesta en evidencia por los exper­
temente negativas: si se estableciesen diferencias sobre­ tos, pero esta verdad tiene un carácter abstracto y casi
vendrían tales conflictos que la organización se converti­ estéril, porque lo que importa, como hemos visto ya por
ría en un caos. Sin embargo, el futuro mostrará quizá, y otros ejemplos, es encontrar el medio de superar la situa­
me atrevería a decir, muy probablemente, que esta igual­ ción. Los expertos a los que hago alusión no vacilarán,
dad conducirá también a un caos. sin duda, en recomendar el empleo masivo de procedi­
En realidad, la única justificación de esta extraña arit­ mientos anticonceptivos. Pero es entonces cuando surgen
mética consistiría en decir que, con el número, los fac­ las mayores dificultades y cuando los expertos se revelan
tores perturbadores que intervienen en cada caso par­ incapaces. Porque se trata de seres humanos, a los que
ticular tienden a neutralizarse, y de este modo existen no se pueden imponer por la fuerza estos procedimien­
más probabilidades de que una especie de buen sentido tos como si se tratase de una vacunación (y aún en este
termine por prevalecer. Ahora bien, esto representa un caso habría que decir que el problema subsiste). Es un
argumento teórico y la experiencia basta para demostrar hecho que, en su inmensa mayoría, a la población india
que de ningún modo se adapta a la realidad de los he­ le ha repugnado hasta ahora el recurrir a tales procedi­
chos, porque no tiene en cuenta el hecho, que es, sin mientos. Y he aquí a nuestros expertos en el mayor
embargo, capital, del influjo pasional de lo colectivo. La aprieto. Al mismo tiempo, se hace extremadamente difícil
experiencia reciente ha demostrado que, en la O N U , por ver exactamente dónde está la verdad. Decir que está del
ejem plo, el bloque afroasiático ha votado por unanimi- I lado de los expertos supone, por la razón que ya he dado,
dad. Mas esta unanimidad no constituye en ningún grado atenerse a una abstracción, porque, después de todo, se\
un signo de sabiduría o de verdad. Es de temer que, por trata de acudir en ayuda de seres humanos, cuyas con- |
el contrario, muy a menudo influya a favor del error. vicciones no hay derecho a pisotear. T odo JLo_que_se
A quí, sin embargo, el problema que ocupa el centro podría decir es que sería necesario esforzarse por im ­
de todas estas reflexiones surge de nuevo de manera in­ partir entre estas masas de población una cierta educa­
quietante. Acabo de hablar de error y de verdad. Estas ción y despertar una conciencia que actualmente no existe.
palabras no tienen sentido más que cuando se puede ha­ La respuesta parece razonable, pero la reflexión demues-
blar de una universalidad de jure. Mas en primer lugar, tra que se trata de un procedimiento ilusorio y que su­
¿quién está cualificado para reconocer tal universalidad? pone el problema ya resuelto. ¿Quiénes serán, en efecto,
Creo que es necesario introducir algunas distinciones, esos educadores? ¿Cómo serán reclutados? Y aun admi­
sin cuyo apoyo caeríamos en la peor de las confusiones. tiendo que lo sean de manera atinada, ¿serán aceptados
A nte todo hay que establecer algunos hechos mediante por la población? Todo ello exige mucho tiempo, es*
t i lo sopa para un tiempo de crisis y erd ad y situacion es con cretas 155

fuerzo y dinero y, mientras tanto, millones de seres difícil de realizar y, posteriormente, difícil de salvaguar­
corren el riesgo de morir de hambre. dar. Se trata de algo muy próximo a lo que ordinaria­
Estas observaciones corren el peligro de parecer muy mente llamamos la justicia, y en otro contexto he inten­
pesimistas. Sin embargo, las considero muy importantes tado demostrar que, efectivamente, entre verdad y jus-"l
porque tienden a mostrar cuán falso es imaginar una ticia existe una solidaridad que nunca debe desconocerse./
verdad totalmente hecha en el orden de la existencia que Vimos hace poco que los teóricos, al quedar habitual­
nos ocupa. Esto es aquí todavía más verdad que en el mente prisioneros de la abstracción, corren con frecuencia
Xv dominio de la ciencia, si bien la diferencia quizá no sea el riesgo de sustituir la realidad viva, y por supuesto
{absoluta. La verdad no puede conseguirse más que a amenazada como todo lo que vive, por algo que no es
pase de una prueba que presenta siempre un carácter más que una caricatura, a veces ridicula. El teórico está
trágico y, habría que añadir, muy probablemente median­ inclinado por naturaleza a olvidar el papel que desem­
te individuos pertenecientes a una élite, quiero decir que peñan las circunstancias y los acontecimientos, los cuales
posean esa facultad tan rara de tomar en cuenta la ex­ son, sin embargo, de primordial importancia, particular- ^
periencia. Nunca se insistirá demasiado sobre la escasez mente cuando se trata de razonar sobre el m ejor gobierno
de seres humanos capaces de experiencia. Se ha vivido posible. En este caso se expone a caer en la trampa de
demasiado tiempo de la idea, contraria a los hechos, una ideología fanática. Y sería muy arriesgado afirmar
de que la experiencia consiste en una especie de dato que no sea éste el caso de Platón.
común a todos los hombres y de que está dotada de una Lo que intento mostrar, sobre todo, es cómo se plantea
virtud compulsiva, aun cuando la realidad sea que casi la cuestión de la verdad en una crisis que interesa al
siempre se encuentra como obturada por unos prejuicios destino de la humanidad entera, como es la de 1 9 1 4 o la
que jamás han sido sometidos a discusión. de 1936, incluso como la presente situación tomada en
N o es difícil ver que estas reflexiones tan simples, su conjunto o, más particularmente, tal como aparece en
pero tan esenciales, se aplican al destino todavía impre- la región del Sudeste asiático. Todas las observaciones
I visible de todos los pueblos que han accedido reciente- precedentes se aplican aquí de un modo más manifiesto.
/ mente a la independencia sin haber alcanzado todavía Esta situación, de cuyo carácter angustioso nadie du­
i nada que se parezca a la madurez. dará, se debe, al menos en parte, a lo que no puede por
Creo que ya es tiempo de elevarnos por encima de menos que considerarse como un error de apreciación
los ejemplos, quizá demasiado numerosos, a los que me cometido por el gobierno americano, cuando rehusó re­
ha parecido indispensable recurrir para mostrar lo enor­ conocer el gobierno de la China comunista, que acababa
memente dificultoso del problema de la verdad existen- de constituirse. Los acontecimientos han demostrado sin
cial — entiendo por ello la verdad dentro de la existen­ ninguna duda que Inglaterra, que ciertamente no sentía
cia— > no sólo en cuanto a su resolución, sino incluso mayor simpatía que América por los regímenes comu­
a su mismo planteamiento. nistas, había actuado de una manera mucho más sensata
Lo que destaca ante todo entre lo que he dicho es, al reconocer a este gobierno. Está claro, en efecto, que
.en primer lugar, que la verdad no puede separarse de este reconocimiento, que ha llegado quizá a ser indis­
l/fe
^un conjunto de valores. El análisis demostraría, creo
^ y°> Síue estos valores se hallan centrados en una cierta
pensable, es ahora mucho más difícil para los Estados
Unidos de lo que lo hubiese sido en la época de que
/"Conexión entre el orden y la libertad. Esta conexión es hablo. N os encontramos, pues, ante una contradicción
rilo sopa para un tiempo de crisis Y erd a d y situacion es concretas 155

plenamente comparable a la que expuse a propósito de tada hacia la verdad entendida tal como he tratado, si no
M unich. Pero de otra parte, fuera de algunos militares quizá de definir, sí al menos de cercar.
casi todo el mundo está de acuerdo en reconocer que
se está haciendo indispensable una negociación de con­ P. S.— Releo este texto en febrero de 1968, en unos
junto si no se quiere correr el peligro de un conflicto momentos en que las tropas americanas sufren los asal­
generalizado. A l mismo tiempo hay que decir que esta tos violentos del Viet-C ong y en que la mayor parte de
negociación supone dicho reconocimiento, por muy peno­ las grandes ciudades del Vietnam son reducidas a ceniza.
so que pueda resultar. En la hora actual es todavía imposible decir si po­
M is lectores habrán comprendido hacia qué conclu­ drán establecerse satisfactoriamente negociaciones entre
sión general tiende todo este estudio, de cuyo carácter tan W ashington y Hanoi. Lo único que está claro es que
\Wpoco académico quisiera excusarme: tiende a poner de ma­ la empresa americana, haciendo abstracción de todo parti
nifiesto la inmensa importancia del papel que corresponde pris de tipo ideológico, se muestra en la actualidad como
a la reflexión en el hombre de Estado.. ._aJa_reflexión y algo completamente absurdo. Por lo menos la ju stifica­
__al valor. Como ya he dado a entender, a menos de con­ ción presentada por la Casa Blanca resulta hoy definiti­
fundir el valor con la impulsividad, que no es más que vamente invalidada. A l pretender la defensa de la liber­
una caricatura despreciable de aquél, habrá que afirmar tad de Vietnam del Sur, América lo ha condenado al
que el valor y la reflexión son inseparables! si bien en aniquilamiento. Y en estas condiciones es necesario reco­
un régimen democrático nada es más naturalmente im­ nocer que la guerra emprendida por W ashington contra
popular que la reflexión. Por lo demás, creo que ésta es- Hanoi y el Viet-Cong apenas puede ya aparecer de otro
la razón principal por la cual las situaciones falsas, es modo que como la defensa llevada a cabo con medios
decir inextricables, no han cesado de multiplicarse eh el hiperbólicos del capitalismo del Oeste contra el comu­
mundo actual, creando de este modo ese estado de an­ nismo. :;;;*
gustia generalizada que sufren todos aquellos que no se
han quedado en un estadio infantil.
N o se podría cometer error más estúpido que inter­
pretar estas graves advertencias en un sentido profascista.
En la actualidad es evidente que los fascismos, de cual­
quier clase que sean, no han sido nunca otra cosa que
enfermedades de la democracia, de suerte que los peli­
gros, quizá inherentes a los regímenes democráticos, se
encuentran en ellos considerablemente agravados, y agra­
vados más allá de todo lím ite. Por lo demás, no existe
la menor intención en mi pensamiento de preconizar no
sé qué clase de retorno hacia regímenes no democráticos.
N o podrían ser sino utópicos cuentos de hadas. Y esto
es una razón más para que, en el interior de este mundo,

r
amenazado a la vez por extravíos colectivos y por excesos
técnicos, se desarrolle una reflexión decididamente orien*
T

M I M U E R T E Y YO

El problema que quisiera abordar ahora no es ésta la


primera vez que ha retenido mi atención, aunque en esta
ocasión hay un cambio en la perspectiva adoptada: se
trata de la relación que une al ser humano con su propia
I muerte. Acabo de emplear los términos «problem a» y
I «relación», pero esto no quiere decir que dichos térmi-
| nos se adecúen con todo rigor a la cuestión. D e lo que
no hay duda es de que, si hay aquí una relación, ésta
no puede ser más que existencial, pero no objetiva. D e
haber una relación objetiva debería ser descubierta por
vía inductiva o por medio de encuestas. Ahora bien, la
reflexión no tarda en' demostrar que tal cosa sería ab­
surda y que aquello por lo que nos interrogamos se
. encuentra precisamente situado fuera de la competencia
'*•de toda posible encuesta. Se trata, en efecto, no del ser
humano en cuanto que puede dar lugar a descripción,
sino del hombre como existente, y no se puede separar
al existente de la relación que sostiene consigo mismo,
aunque quizá sería m ejor decir del hecho de que se en­
cuentra referido a sí mismo.
N o es preciso decir que al comenzar a andar por este
camino pronto salen a mi encuentro las aserciones que
Heidegger ha presentado de la manera más dogmática
en Se/n und Zeit. Y son precisamente estas aserciones
las que me propongo examinar de un modo crítico.
Primeramente quisiera recordar cómo y en qué mo­
mento interviene la consideración del Sein zum Tode.
A propio intento lo dejo sin traducir. Volveré sobre ello
con más tiempo para exponer las razones por las que la
expresión heideggeriana no es adecuadamente traducible
al francés.
f
i
158 F ilo s o fía para un tiem p o d e crisis }A¡ m uerte y yo 159

La expresión Ein existenzielles Sein zum Tode aparece es decir inauténtico. Pero por eso mismo esta caracteri­
por primera vez, si mal no recuerdo, en el capítulo 4 5 , zación ontológica de la estructura de la existencia presenta
capítulo que abre la segunda sección del libro titulada una deficiencia esencial.
Dasein y temporalidad. Por el momento me veo forzado ¿Con relación a qué existe deficiencia o carencia, sino
a conservar el término alemán. Creo, sin embargo, que, con relación a esta totalidad que ya ha sido evocada? Sin
pese a las protestas de Heidegger, Dasein puede traducir­ duda que aquí nos encontramos también con una dificul­
se grosso modo por existencia humana. tad terminológica. N o estoy del todo seguro de que
A l echar una ojeada retrospectiva al análisis exis- la palabra Ganzbeit, que desde luego es completamente
tencial que le ocupa durante los seis capítulos de la insólita, no deba traducirse más bien por integridad, en
primera sección, Heidegger reconoce que este análisis no el sentido etimológico y por consiguiente no ético de la
puede aspirar a lo que él llama la Ursprünglichkeit. Por palabra. Es verdad, observa Heidegger, que había sido
lo demás, no estoy muy seguro de que esta palabra expre­ afirmada precedentemente x, que el cuidado era D ie Ganz­
se adecuadamente el pensamiento de Heidegger. El precisa beit des Strukturganzen der Daseinsverfassung, literal­
hasta cierto punto este pensamiento cuando dice que una mente la integridad del todo estructural de la constitución
interpretación ontológica original no reclama solamente del ser humano como Ganzheit. Está claro una vez más
lo que llama una situación hermenéutica asegurada in que Ganzheit no puede traducirse por totalidad, y la pa­
phenom enaler Anm essung, lo que significa en la aplica­ labra ensemble (con jun to), aunque un poco m ejor, ape-
ción y apropiación fenoménicas, sino que también debe ... ñas resulta más conveniente. Pero, observa Heidegger,
asegurarse expresamente (de saber) si ha in die Vor- ' ¿acaso no implica esto el hecho de renunciar a la posi­
habe gebracht, la totalidad del ente temático. Las pala­ bilidad de colocar en el campo visual el Dasein ais Gan­
bras in die Vorhabe gebracht son también muy difíciles tes, es decir, a la existencia humana como totalidad ? La
de traducir, pero no creo que se cometiese un error grave |cotidianeidad es el ser entre el nacimiento y la muerte,
al traducirlas por poner en evidencia, poner de mani­ ly si la existencia determina el ser del Dasein y si el poder
fiesto. Dos líneas más adelante, Heidegger dirá que la ser contribuye a constituir su esencia, entonces es preciso
consideración que se dirige hacia el ser debe alcanzarle que el Dasein en cuanto que puede ser de alguna ma­
en cuanto a la unidad del momento estructural aferente nera no lo sea todavía (de un modo definitivo). El ente
y posible. N o voy a tratar de disimular el que este len­ para quien la existencia constituye su esencia se opone
guaje me parece abominable por su oscuridad y compli­ por naturaleza a una posible captación de sí mismo como
caciones inútiles, y sigo estando convencido de que todo ganzes Seiendes, como siendo pleno o en su plenitud.
ello podría expresarse de un modo mucho más simple y , Heidegger espera, pues, dilucidar por vía negativa una
claro. conexión entre autenticidad e integridad o plenitud. Se
Heidegger dirá después que ha determinado la idea trata, por tanto, de poner de relieve esta plenitud del
de la existencia como un poder ser comprehensivo, que Dasein y, por consiguiente, en lugar de mantenerse en el
concierne a su propio ser. Pero en cuanto mío, este intervalo entre la vida y la muerte, considerar el final,
poder queda abierto a la autenticidad y a la inautenti- das Ende. La finalidad del ser-en-el-mundo es la muerte.^
cidad, o a la indiferencia modal de la una y la otra. La Este fin aferente al poder ser, es decir, a la existencia, i
interpretación anterior, que se apoya sobre la cotidianei-
dad media, se limitaba al análisis del existir indiferente, 1 En el capítulo 41, p. 191.
160 F ilo s o fía p ara un tiem p o d e crisis yVfi m uerte y yo 161

delimita y determina Ja pJenitud posible del Dasein. Para no tenemos derecho a olvidar que vers (hacia) implica
el Dasein, el hecho de ser a su término (Z u -E n d e) en movimiento, hacia implica el verbo ir. Ahora bien, cua­
la muerte no podrá intervenir adecuadamente en la con­ lesquiera que sean los recursos, por desgracia ilimitados,
sideración de la plenitud posible a menos que se obtenga de que disponen los prestidigitadores de la metafísica,
un concepto adecuado de la muerte, es decir, existencial. no se conseguirá nunca que en francés el verbo etre (ser)
Cito en primer término la frase siguiente en alemán, cuya pueda convertirse en un verbo de movimiento. El recurso
importancia resulta central. «D A SEIN SM Á SSIG aber ist de la preposición hacia es, pues, un expediente poco hon­
der T od nur in einem existenziellen Sein zum Tode.» Yo rado y que se revela tanto más ineficaz en la medida en
traduciría Daseinsmássig por en su aplicación o en su que contribuye, en realidad, a poner de manifiesto, de
afectación al Dasein. Pero tengamos bien en cuenta lo modo muy contrario a las intenciones del que lo usa, la
siguiente: la preposición zu resulta aquí en extremo am­ incertidumbre de pensamiento que envuelven las pala­
bigua. Esta preposición presentaba un valor totalmente bras Sein zum Tode. D e mejor o de peor grado, si se
definido y simple un poco antes, cuando se trataba del quiere traducir estas palabras no hay más remedio que
zu-Ende Sein, puesto que estas palabras significan ser a su volver a la palabra para.
término, ser en el lím ite de sí mismo. Pero me parece Pero Ja verdad es que la preposición oculta aquí po­
incontestable el que esta misma palabrilla: zu, de apa­ sibilidades diferentes que se expresan por verbos también
riencia tan insignificante, tan anodina, cobra un valor diferentes si se toma uno la molestia de analizar la cues­
completamente distinto en el caso de Sein zum Tode. tión. Citaré algunas de esas posibilidades.
D ejo de lado, por el momento, las dificultades que se Y Sex para la muerte puede significar ser entregado a la
acumulan en el transcurso de este mismo párrafo, cuan­ muerte, pero también ser destinado a morir o incluso ser
do Heidegger tiene la audacia de hacer intervenir das condenado a morir. Es probable que, en términos gene­
Gewissen, es decir, la conciencia, siendo ésta, para volver rales, el comentarista de Heidegger, si se viese obligado
a la traducción comentada de A l. de W áhlens, el poder a elegir, manifestase una preferencia por el término ser
de interpelación radical que se dirige a nosotros cuando destinado a morir. Pero ¿cómo no ver que si esta tra­
nos encontramos perdidos en las distracciones mundanas. ducción parece la m ejor o, al menos la menos mala, es
Ateniéndome a las implicaciones inmediatas del Sein zum justamente porque sigue siendo equívoca en razón del
Tode, compruebo lo siguiente: por un procedimiento que equívoco que subsiste entre finalidad y destino? M e pa­
me parece un verdadero juego de pasapasa, Heidegger rece que si se quiere permanecer fiel al pensamiento de
desliza la acepción inicial de la preposición zti hacia una Heidegger, en la medida en que éste es susceptible de ser
acepción completamente diferente y que yo diría que es captado, resulta importante «desfinalizar» al máximum la
la ambigüedad misma. Los traductores franceses lo han preposición para. Por lo demás, no cabe duda de que es
sentido así hasta tal punto que, con la esperanza de imposible utilizar el término «destinado a» sin que con­
evitar los equívocos a que da lugar en francés la palabra serve siempre un ligero tinte de finalidad.
pour (para), han intentado vanamente introducir la pre­ Por otra parte, es preciso volver sobre una palabra
posición vers (h a c ia ). Pero yo estimo que las palabras que se emplea constantemente en el texto y que yo unas
ser hacia la muerte carecen de toda significación cualquie­ veces he traducido y otras he resumido. Me refiero a la
ra que sea. A menos que ilegítimamente hagamos abs­ palabra Ganzheit.
tracción de los datos elementales de la lengua francesa, N o puedo evitar el pensar que Heidegger debió
162 F ilo s o fía para un tiem p o d e crisis flii m uerte y yo 16 3

haber planteado una cuestión previa: la de saber si el to, por decirlo así, manejable (V e rfü g b a r) como algo
término Ganzheit es aplicable al Dasein. Reflexionemos que se tuviese al alcanze (Z u h a n d en en ). Por mi parte,s,
en efecto, sobre las implicaciones de lo que yo he desig­ diré que la muerte no se me presenta con^T irí Término a
nado con la palabra, bastante bárbara, lo reconozco, de menos_ que la vida pueda considerarse como un
«completud». recorrido. P ero la vida no se_.me presenta de este modo
A primera vista, uno podría sentirse tentado a decir más que si yo la considero desde fuera; y en la medida
que no hay completud más que de lo enumerable. Ahora en que^así 1o~ hago deja de ser experimentada por
bien, es manifiesto que el Dasein, de cualquier forma como mi auténtica vid aj Y en este momento sería ade­
que se le defina, no podría dar lugar a ninguna enume­ cuado recorcTár a~ Bergson, cuya importancia me parece
ración. Aunque no pueda decirse de un modo absoluto, que Heidegger desconoció 3.
yo afirmaría que no puede ser completo más que lo que Pero, se me dirá sin duda, usted desprecia lo verda- y
se presenta como compacto, como Lückenlos. Ahora bien, deramente esencial: ¿por qué no se refiere usted a un -
basta con reflexionar sobre lo que soy para darme cuenta texto como el de la página 2 5 9 , en el que se dice que el
de que justamente me falta este carácter. Cuando me Dasein, en cuanto que es arrojado en el-ser-en-el-mundo, X'
■s^interrogo sobre mi ser, éste aparece como extraordinaria­ está ya entregado (überantwortet) a su muerte? Siendo
mente lleno de lagunas, como comportando toda clase de zu seinem Tode — ya hemos visto por qué estas palabras
impulsos, de veleidades o tentativas que no parecen con­ son prácticamente imposibles de traducir— muere de he­
ducir a nada; el término un poco insólito de desmele- cho, y ello continuamente, en tanto que no llega a su
namiento es quizá el que m ejor traduce lo que quiero «desvivir» ( A bleben) .
decir. Se me viene a la mente una com paración: recuerdo Como he hecho observar a menudo, es éste un pensa­
esas aglomeraciones tentaculares, como la de Sao Paulo, miento que Rilke ha traducido en un lenguaje incom­
por ejem plo, que lanzan sus prolongaciones en todos los parablemente más satisfactorio. Pero nada de esto pone
sentidos, pero que no están encerradas o circunscritas fin al equívoco que he señalado precedentemente. Creo
por nada, lo cual las opone a las ciudades que han exis­ que todo lo que puede decirse es que, con la ayuda de
tido hasta hace poco tiempo. La ciudad es ein Ganzes; una terminología infinitamente menos precisa, pese a lo
la aglomeración moderna es por naturaleza ein Un ganzes. que pueda parecerle a un lector superficial, Heidegger sel
Y lo que es necesario reconocer, en completa contradic­ esfuerza por traducir una cierta experiencia existenciaí
ción con lo que dice Heidegger, es que aquí la muerte de la muerte dentro de la vida. Esta experiencia no tienej
no cambia absolutamente nada, no modifica de ninguna por qué ser rechazada, pero menos aún por qué ser tra­
manera la incompletud interior a la que acabo de refe­ tada como un absoluto y, en suma, erigida en verdad.)
rirme. Por lo demás, la muerte no puede ser considerada No tengo por costumbre referirme al pensamiento de
como una finalidad —4 o cual el propio Heidegger parece Spinoza, pero ¿cómo podría dudarse de que también hay
reconocer por momentos, pero no sin incurrir en contra­ en él una experiencia existenciaí, aunque totalmente irre­
dicción consigo mismo— . H eidegger dirá, por ejem p lo 2, ductible a la de Heidegger? ¿Y podría pretenderse en
que en la muerte el Dasein 110 está ni realizado, ni sim­
plemente desaparecido, ni siquiera terminado o aun vuel- 3 Cf. la nota que figura en las pp. 432-433, donde se dice
que la concepción de Bergson, a pesar de la distinta manera en
2 Se'm und Zeit, p. 245. que fundamenta su teoría, se asemeja al pensamiento hegeliano.
i F ilo s o fía para un tiem p o d e crisis ]Ai m u erte y yo 165
algún sentido que Spinoza pueda ser incluido en la inau- pudiesen yuxtaponer. Estas suertes o estas desgracias in ­
tenticidad? Por lo demás, la expresión Freiheit zurrí fluyen las unas en las otras. N i siquiera puedo asignar
T o d e 4, de la que se vale Heidegger, ¿no está también a estos premios valores fijos, ya que podrán variar en
cargada de equívoco, ya que es también aplicable a la función de los premios que queden por salir. Observo
actitud spinozista, cuando no podemos imaginar ni por ademas que el modo en que me ha sido dado acoger
un segundo el que Spinoza hubiese podido hacer suya estas tiradas sucesivas puede parecerme también un pre­
la expresión Sein zum T o d e? mio. Por lo demás entramos aquí en un terreno ambiguo,
Lo que personalmente me parece de la mayor impor­ porque puede parecer que yo he de ser antes de recibir,
tancia es que hay aquí una posible opción y que esta pero también que apenas puedo esperar trazar una línea
opción no se reduce de ningún modo a la considerada de demarcación precisa entre lo que yo llamaría confu­
por Heidegger al establecer una distinción entre el modo samente mi naturaleza y los dones o las pruebas que me
auténtico y el modo inauténtico. En realidad, a este res­ han sido dispensadas... Y no se excluye tampoco que en
pecto Heidegger ha procedido mediante una suerte de el principio de lo que llamo mi naturaleza pueda ha­
coerción, contra la cual estimo que debe alzarse el pen­ ber un acto constitutivo de mí mismo, como pensaron
samiento reflexivo. Kant y Schopenhauer.
Pasando ahora, después de esta larga introducción, a Pero en medio de tantas nubes que se acumulan y q u e ^
la exposición de mi propia manera de ver este problema descienden de alguna manera desde lo desconocido del
esencial, me propongo recoger en primer lugar lo que futuro hacia las profundidades de un pasado que se
dije hace ya más de treinta años en mi comunicación al deja reconocer cada vez menos como algo dado, una se­
Congreso Internacional de Filosofía de París de 1 9 3 7 . guridad se mantiene invariable: yo moriré. D e todo lo
Este texto figura en D u refus a l’invocatton 5. Reproduzco que me aguarda, la muerte es lo único no problemático. /
aquí sólo lo esencial. Esto es bastante para que se imponga a mí como un astro
«M e está permitido en todo momento separarme lo su­ fijo en el universal centelleo de los posibles. Pero esta
ficiente de mi vida como para considerarla como una muerte no la puedo sobrepasar con el pensamiento e
sucesión de sorteos. Cierto número de tiradas ya han te­ imaginarla como cumplida sino a condición de ponerme
nido lugar, otros números todavía deben salir. Pero lo en el lugar de otro que me sobreviva, para el que lo que
que tengo que reconocer es que, desde el mismo ins­ yo llamo mi muerte será su muerte. El hecho de que’
tante en que he sido admitido a participar en esta lo­ ello sea así puede conferir a mi muerte, en relación con­
tería, me ha sido entregado un billete sobre el que migo mismo, una suerte de poder obsesionante y de\.
figura una sentencia de muerte. El lugar, la fecha, el algún modo petrificador. Y desde este momento ya n o /
cómo de la ejecución están en blanco. habrá nada en mi existencia actual que no pueda ser
Es evidente, por otra parte, que, cuando considero los como desecado por esta presencia de mi muerte. Puede
premios que me han ido tocando en el pasado, comprue­ suceder incluso que, presa de vértigo, ceda a la tenta-/
bo que no me es dado tratarlos como elementos que se ción de poner término a esta espera, a esta tregua mise­
rable cuya duración ignoro, puesto que me encuentro en
4 Literalmente, libertad para la muerte. una situación perfectamente comparable a la del conde­
5 Vuelto a publicar con el título Essai de philosopbie con­ nado a muerte que puede esperar su ejecución en cual/
créte, Gallimard, 1966. quier momento. J
166 F ilo s o fía p ara un tiem p o d e crisis r M i m uerte y yo

serción en el mundo de la entidad supuesta. Podría ex­


Y en esta dirección, decía yo, se constituye para mí
presarse esto diciendo que me represento a mí mismo
I una metaproblemática del no ser, ya que degenera o pue-
como orientado de alguna manera a lo que llamo el
L de degenerar en una sistemática de la desesperación.»
mundo.
Sobre esta operación ficticia de desencarnación previa
Ateniéndome a esto por el momento, reflexiono sobre
habrá que ejercer lo que yo he llamado la reflexión se­
estos textos y advierto que sin duda hay razón para tra­
gunda, si no para anularla, sí al menos para problema-
tar de distinguir entre la muerte, considerada como im­
tizarla. Y cuando digo problematizar, quiero decir exac­
plicada en el hecho de estar en el mundo, y el cómo de
tamente poner en duda la validez de esta disociación
esta muerte. D iría que en este caso este cómo pertenece
entre un ego previo y una fijación realizada por medios
al orden del acontecimiento. Se trata, por ejemplo, del
materiales y que hacen que secundariamente este ego pue­
accidente de coche del que quizá sea víctima o de la
da estar presente en el mundo. En un lenguaje dife­
''áj enfermedad contraída en alguna parte, etc. Pero la muer-
rente podríamos decir que la prioridad de la esencia con

Í
te en sí misma no puede ser de ninguna manera asimilada
relación a la existencia es problemática, lo cual no sig­
a un acontecimiento, lo que equivale a decir que, en
nifica que sea necesario precipitarse de cabeza en una
cuanto tal muerte, rigurosamente hablando, no es algo
afirmación de sentido contrario que postule la prioridad
que me sucederá.
de la existencia con relación a la esencia.
Dentro de lo que acabo de decir quisiera que repará­ Pero está claro que esta puesta en tela de juicio vacía,
semos en dos palabras: en primer lugar, en el término por así decirlo, la argumentación por la cual se pretendía
implicada. ¿En qué me baso para decir que el «deber- establecer una conexión necesaria entre ser-en-el-mundo
m orir» está verdaderamente implicado en el ser-en-el- y deber-morir. ¿No sucederá que el sentido propio de
mundo? Es verdad que puedo darme cuenta a posteriori las palabras ser-en-el-mundo es mucho menos claro de lo
de que mi ser-en-el-mundo se encuentra asegurado por el que a primera vista parece? Es posible, después de todo,
funcionamiento de unos mecanismos que, justamente por que el papel de los mecanismos, sobre cuya existen­
ser mecanismos, no pueden ser sino perecederos. El inevi­ cia nadie duda, se ejerza de manera intramundana y
table momento en que quedan fuera de uso tales meca­ no entre una entidad que se supone extraña al mundo y
nismos constituye lo que yo llamo la muerte. U n argu­ el mundo mismo.
vA
mento de este tipo parece aclarar la existencia de una ¿Se dirá entonces que este deber-morir es aprehendido/
relación necesaria entre ser-en-el-mundo y_deber-morir, de manera inmediata y no inferido, de suerte que ten-)
sin que ello signifique que el término de implicación sea dría que reconocer que me siento o que me experimente^
en rigor perfectamente aplicable. como mortal, como debiendo morir? Mas aquí tropeza­
Pero reparemos bien en lo siguiente: esta argumenta­ mos de nuevo con Spinoza, que acaba de declararse en
ción supone que yo me separe lo suficiente de mi ser-en- contra de tal aserción, con Spinoza que nos afirma que
el-mundo como para sustituirlo por algo distinto y que nos sentimos y experimentamos como eternos. ¿Y cómoí *
habrá sido previamente deslastrado de lo que me gus­ dudar de que vienen a testimoniar en su favor todas
taría denominar su peso experiencial. En efecto, será pre- nuestras experiencias de plenitud, todas las experiencias
| ciso que proceda a una especie de desencarnación ideal tales como el amor, la creación, la contemplación, en las
I de mí mismo y que imagine más o menos confusamente que tenemos conciencia de alcanzar el ser? Ciertamente, l —
/ los dispositivos materiales que habrán de asegurar la in-
1 OH Filosofía para un tiempo de crisis flli m uerte y yo 169

.será necesario reconocer que estas experiencias, al menos fatiga, ya que ésta inclina inevitablemente hacia la di­
Ipara el común de los hombres, presentan un carácter misión.
transitorio o intermitente, y que uno puede llegar a inhi- Hay un término que he usado hace poco y que se pres­
birse cuando su vitalidad cede, cuando sobreviene la fati­ ta a la discusión: he hablado incidentalmente de la muer­
g a y con ella la depresión. Hay momentos, ¿podríamos te en sí misma. Sin embargo, es dudoso que se pueda
hablar realmente de un en sí, de una ipseidad de la

I
dudarlo?, en que no sólo nos sentimos como mortales
sino que parecemos aspirar a morir, a destruirnos, a anu­ muerte.
larnos. Si no les importa, volvamos al punto de partida,
Por supuesto que estoy completamente seguro de que sin sobrecargarnos esta vez con aserciones heidegge-
Heidegger protestaría de la manera más formal contra rianas. Desde que traspasé la segunda infancia pude
una referencia a lo que él llamaría muy desdeñosamente darme cuenta de que yo moriría — si bien nadie ha po- \
estados psicológicos. Pero la verdad es que, pese a lo dido decirme cuándo y cómo moriré— . Existe, por tanto,
que puedan decir algunos fenomenólogos, es muy difícil Aúna certidumbre, aunque hay algo en mí, irresistible e
establecer una frontera precisa entre lo que es psicoló­ /irracional, que se subleva contra esta especie de deten-
gico y lo que es, valga la palabra, «experiencial». Vuelvo (ción. N o obstante, me veo forzado a admitir inevitable-
a emplear la palabra utilizada por Henry Bugbee en su 'mente que no puede tratarse de un azar, ya que todos
interesante libro T h e Inword Aíurning y que yo he los seres humanos sucumben, unos antes y otros después; tic
usado después, en particular en mi comunicación a la debe de haber para ello una razón, pero una razón que |l
Academia de las Ciencias Morales en 1 9 5 5 . La afirmación ^5eL>ase en nuestra naturaleza o en nuestra condición. Sin
spinozista, en cuanto que es experiencial, se opone radi­ embargo, esto no me permite de ningún modo pronun­
calmente al Zum T ode Sein heideggeriano y preside la ciarme sobre la relación que me une a mi muerte (y aña­
ordenación del ser finito que yo soy a la eternidad (otros diría que tampoco sobre si el término relación es apli­
¿iría n a la vida etern a). cable en este ca so ). Recordemos la alternativa formulada
Po£_lo demás seré el primero en reconocer una vez v más arriba: ¿me encuentro entregado a una fatalidad ?'“"
más que lo que es verdad en los momentos de plenitud _ ¿Estoy llamado a morir ? En este segundo caso seguimos
deja de serlo cuando la vitalidad cede, cuando se produce estando en la oscuridad, ya que el sentido de la palabra
la depresión, cuando la fatiga nos embarga, una fatiga llamada se mantiene radicalmente indeterminado. ¿Es-
tal que puede presentarse en sí misma como aspiración >toy, por el contrario, condenado a m orir? Esto sería ya
a un sueño eterno. Cuando esto sucede se puede decir más claro, a condición de que la palabra condenado se
qu e: sentimus experim urque nos mortales esse. Sin em­ tome en su sentido preciso y que verdaderamente exista
bargo, la cuestión permanece abierta mientras no se un juez que condene, que nos condene. Pero en este
sepa si puede uno atenerse a lo que yo llamaría la com­ caso se abre ante mí la protesta indefinida en que
probación relativista de un o ra ..., ora. Nada hay menos \consiste el fondo de la obra de K afka. ¿Por qué somos]
seguro. La palabra la tiene el metafísico, que segura­ condenados? ¿En qué consiste la falta o ía ofensa por la
mente rehusará atenerse a esta idea de una simple osci­ que nos hemos convertido en culpables? Es sin duda
lación, pero que también puede tener las mejores razones evidente que, más acá o más allá de la revelación, la
para poner en duda el que la verdad pueda estar en esa pregunta está destinada a permanecer sin respuesta, y a
especie de reminciamiento de sí que implica siempre la fin de cuentas la respuesta tiende a ser negada, pues
1 /u F ilo s o fía p ara un tiem p o d e crisis T Mi m uerte y yo 171
hay algo en mí que en último término la rechaza. Algu„ puede comprobarse en Freud, por ejem plo, amenaza con
nos objetarán que la idea de la muerte como condena­ implicar una esquematización cuyo carácter artificioso
ción está ligada a la revelación y que el filósofo en debe ser reconocido formalmente. Si bien es verdad que ^
cuanto tal no tiene por qué prestarle atención. Esto me yo soy, o más exactamente, que tiendo a constituirme /
parece un punto de vista simplista que no puedo aceptar contra mi muerte y a pesar de ella, también es verdad, /
Vivo en un mundo que, aunque incrédulo, está impregna­ no igual, pero sí complementariamente, es verdad tam- J
do de ideas relativas a la revelación. En consecuencia, sólo bién que algo en mí puede ser o devenir cómplice de /
mediante la abstracción y en la medida en que intento esta muerte contra la cual en cierta manera me d irijo ; V
desligarme de este contexto existencial puedo considerar y me parece que aquí volvemos a encontrar, advirtámoslo I
la revelación y las afirmaciones que se refieren a ella claramente, esa especie de desmelenamiento que he ad- ¡
como si fuesen extrañas al debate y no tuviesen nin­ vertido al comienzo de este análisis.
guna intervención. Por lo demás, añadiría, me parece Quizá pueda decirse, a condición de introducir inme­
muy difícil no distinguir cómo, bajo la afirmación del diatamente algunas precisiones difíciles, que cada uno
Zum Tode Sein, se transparenta la sombra difusa de /ide nosotros está llamado de alguna manera a determinarse
una Verurteilung, de una condenación. Y en realidad en el seno de esta confusión, de tal modo que la muerte
en la medida en que se pretendiese eliminar radicalmente por venir pueda tener una significación para él. Mas
esta sombra, creo que se encontraría uno en presencia también en esta ocasión todas las palabras exigen ser
de un dilema extremadamente incómodo: o bien retro­ pesadas y probadas, y en particular la palabra llamada.
cedería más acá de lo existencial, hacia la afirmación En efecto, ¿no he dicho que cada uno de nosotros puede
naturalista y cientificista de una ley, de un determinismo ser llamado a . .. ? ¿Se diría que depende de mí constituir
puro y sim ple; o bien habría que inclinarse por el escán­ o dejar de constituir a mi alrededor un mundo en que la
dalo de la muerte considerada en su desnudez provoca­ palabra llamada comporte un sentido positivo? Sin du­
dora, y en esta ocasión, por supuesto, sin valerse del da, pero también aquí conviene tener cuidado, porque
recurso de sobreentender en este escándalo una finalidad la naturaleza de esta dependencia, o más bien de esta
interna cualquiera. Pero en esta dirección está claro que independencia, se hace cuestionable a su vez. Y vuelvo
ya no se desemboca en la afirmación del ser-para-la- a encontrar las nociones sobre las que tanto he insistido
muerte, sino más bien en la afirmación del ser a pesar y en otros momentos, especialmente la de receptividad
en cc>«/r^de4 -a-muerter — creadora, que se opone a todo lo que se pueda parecer
Sin embargo, guardémonos de ceder al peligro del a construcción; y es éste, estoy firmemente convencido,
atractivo de lo que puede ser sólo una frase. ¿Puedo el punto en que el idealismo moderno en su conjunto ha _
yo como existente calificarme como ser contra la muerte? fallado siempre. Esto equivale a decir, en el caso que nos I
¿Acaso no me arriesgo a incurrir con ello en una sim­ ocupa, que este mundo a la vez personal y suprapersonal \
plificación tan arbitraria como la que he reprochado a con respecto al cual mi muerte por venir puede llegar a \
Heidegger? ¿No debería buscarse la verdad más bien en cobrar una significación, no es posible de ninguna ma- \
el seno de la estructura dramática de mi ser? La dificul­ ñera que yo pueda construirlo. N i siquiera diré, pro- ]
tad casi insuperable con la que aquí choca el pensa­ píamente hablando, que pueda quererlo, a menos que por
miento me parece que reside en el hecho de que todo voluntad se entienda una conformidad con un orden con­
recurso a tendencias o a instintos contradictorios, como creto, en que tengo que despertar como insensiblemente.
172 F ilo s o fía para un tiem p o d e crasis fAi m uerte y yo 173

Por lo demás, como tan a menudo ocurre en mi obra sospechado, porque, a pesar de las apariencias, Heidegger
es en boca de uno de mis personajes, e impulsadas por permanece prisionero de un solipsismo, no teórico cier­
las necesidades secretas del contexto dramático, donde tamente, sino existenciaí — y casi diría otro tanto de
encuentro las palabras en que mejor se expresa, con una Sartre— , y es que en la perspectiva más profunda la?
precisión concreta que el filósofo puro no puede siquiera consideración de la muerte del ser amado prevalece iníi-l
pretender, la intención esencial a la que se refiere lo que nitamente sobre la de la muerte propia.
acabo de decir. Es A ntoine Sorgue quien habla en esta Y a he insistido demasiado sobre esta preeminencia
escena final de L ’émissaire que considero como uno de en mi comunicación al Congreso de 1937, pero, sobre
los momentos más reveladores de toda mi obra. Hago todo, en Presencia e inmortalidad, para que me parezca
notar de paso que esta pieza nunca ha sido representada necesario volver de nuevo sobre ello. M e limitaré a evo­
en Francia, y que si lo fuese algún día, no podría ser car la controversia, breve, pero profundamente signifi­
más que después de que se hayan liquidado — ¿viviré cativa, que se entabló entre Léon Brunschvicg y yo en el
todavía?— los fermentos de odio que se remontan a la mismo Congreso. Cuando él dijo que la muerte de
Liberación. Gabriel Marcel parecía preocupar mucho más a Gabriel
«Hay algo que he descubierto después de la muerte Marcel que la muerte de Léon Brunschvicg a Léon
de mis padres. Lo que nosotros llamamos sobrevivir es Brunschvicg, yo le respondí que planteaba muy mal la
en realidad ‘bajo-vivir’, y aquellos que no hemos dejado cuestión y que lo quejánicam ente era digno de preocu­
de amar con lo m ejor de nosotros mismos resulta que se par a ambos era la muerte del ser que nosotros amá-'“£-r
convierten en una especie de bóveda palpitante, invisi­ bamos. Sobre este punto puedo decir que mi pensamiento
b l e , pero presentida e incluso rozada, bajo la que avan­ no ha evolucionado en absoluto desde 1937 y que, por
zamos cada vez más encorvados, con más desapego de el contrario, la experiencia ha venido a confirmarlo de
nosotros mismos, hacia el instante en que todo será absor­ la forma más dolorosa y más irrecusable. Por lo demá?'J
bido por el amor» 6. en este punto no sólo me opongo de la manera más ra­
Sin duda, aquí la conciencia filosófica, a condición dical a Heidegger y a Sartre, sino a la postura de la ma­
de que por estas palabras se entienda la conciencia refle­ yor parte de los filósofos anteriores. Pero debo señalar
xiva reducida a sus solos recursos, deja su puesto a lo una excepción notable, y una vez más es de Schelling de
que podríamos llamar la conciencia profética. «El instan­ quien se trata, del autor de ese extraordinario y profundo
t e en que todo será absorbido por el amor» no es acon- escrito que es Clara, donde relata el día siguiente a la ^
tecible. Por así decirlo, es por su propia esencia Jen- muerte de su mujer.
seitig, está del otro lado, y es con relación a ese mo­
mento como nuestra existencia puede cobrar figura, y es
en su ausencia cuando nuestra propia existencia corre
el riesgo de hundirse en el absurdo y, en el sentido más
riguroso de la palabra, en lo innominado.
Pero esto nos llevará a reconocer lo que considero
fundamental, y que Heidegger me parece que nunca ha

6 L e secret est dans les /les, p. 269.


EL E N C U E N T R O C O N EL M A L

En primer lugar, precisaré la perspectiva que voy a


adoptar en este estudio. Está perfectamente claro que me
propongo hablar como filósofo y no como teólogo.
Además, pienso que, cuando se trata del problema
—aunque m ejor sería hablar del misterio— del mal, las
líneas de pensamiento del filósofo o del teólogo se apro­
ximan extrañamente.
En mi opinión, no hay apenas otra cuestión en el
Ucurso de la historia en que los filósofos hayan mostrado
*con mayor claridad su impotencia. Muy a menudo, en
sus esfuerzos por desembarazarse de un problema mo­
lesto, lo que han hecho es eludirlo, y así sustituyen la j
realidad del mal por simples conceptos, con los cuales I
es francamente fácil ejecutar juegos de manos. Por for­
tuna hay excepciones. Citaré al menos d o s: en primer
lugar K ant, quien, gracias a su noción del mal radical,
escapa a la crítica que acabo de formular. Y también,
claro está, Schelling, el Schelling de los Estudios sobre
la esencia de la libertad humana.
A este respecto me agradaría proceder, como ya he
hecho en ocasiones, a lo que de buen grado llamaría una
experiencia de pensamiento en el espíritu de la filosofía
existencial (y no digo del existencialismo, porque, como
se sabe, hace años que he tachado esta palabra de mi
\ vocabulario). En el espíritu de la filosofía existencial,
lo cual viene a significar que no efectuaré un análisis
de la noción, sino que me preguntaré cómo nosotros, los '
seres humanos, nos encontramos con el mal y qué se
puede decir acerca de este encuentro. Más claro aú n:
si hacemos abstracción de este encuentro posible o de
esta posibilidad de encuentro, habremos dejado de hablar
17 6 F ilo s o fía p a ra un tiem p o d e crisis £/ encuentro co?t e l m al 177

del mal y estaremos hablando de cualquier otra cosa, de a enamorarse de sus propias palabras, sin preguntarse
la que nos desembarazamos fácilmente. D e manera ge. con ansiedad, como deberían hacer, qué probabilidades
neral se podría decir que en esta cuestión lo fácil re­ tienen esas frases de encontrar un eco en los corazones
sulta mucho más sospechoso que en ninguna otra, y ésta heridos? Como ocurre con tanta frecuencia, yo diría
es mi objeción fundamental contra la literatura edifi­ incluso que casi siempre, la reflexión no puede ejercerse
cante, que siempre adolece de facilidad. donde falta la imaginación. Y aún añadiría que no exis­
Todo el que intente reflexionar honradamente sobre te caridad, que no existe agapé digna de tal nombre cuan­
el mal ha de mantener una conciencia continua y precisa do falta la imaginación.
de las situaciones concretas en lo que éstas tienen de Estas observaciones generales se aplican del modo más
angustiadoras, incluso hay que decir de trucificadoras directo a la cuestión sobre la que me propongo reflexio­
sin lo cual se irá por las nubes; i es decir, en este caso, se nar ahora y demuestran la extrema dificultad de una
perderá en las palabras. La famosa frase de K ant sobre tarea como ésta. Porque es evidentísimo que la imagina-
la paloma encuentra aquí una especie de inesperada 1 ción que recae sobre las situaciones concretas no basta,
aplicación. El pensamiento, o digamos la reflexión, no que debe ser en cierto modo sobrepasada, aunque per­
puede tener aquí no sólo eficacia, sino ni siquiera el maneciendo siempre presente, íntimamente presente en
menor peso si no se limita a adherirse a la experiencia el pensamiento del que reflexiona. Si me expresase en
en lo que ésta tiene de más lacerante o de más lacerada. alemán, no emplearía aquí el verbo aufheben, del que
Hace algún tiempo, al reflexionar con los estudiantes Hegel y sus sucesores han hecho a menudo un uso a mi
que venían a pedirme una orientación sobre los proble­ entender imprudente. N o creo en absoluto que, para los
mas centrales de la filosofía moral, solía yo invitarlos, pobres caminantes que nosotros somos, eso a lo que lla­
una vez que habían expuesto ante mí sus pensamientos, mamos mal pueda ser nunca aufgehoben.
a una operación para ellos desusada: les invitaba a dra­ En esta experiencia de pensamiento, emprendida como
m atizar: «Imaginemos — les decía— un ser humano de­ ^ acabo de exponer, lo mejor es partir de la amenaza. Sólo
terminado enzarzado en la resolución de un problema se­ existe el mal, si no me equivoco, para aquellos seres /- "
m ejante a éste del que ustedes me hablan — un pro­ susceptibles de sentirse amenazados. Esta amenaza, claro
blema de responsabilidad, por ejem plo— , y pregunté­ está, no tiene por qué expresarse en palabras. La ame­
monos si lo que ustedes han dicho hasta ahora podría naza verbal no es más que una forma particular de la
servirle de alguna ayuda, si le permitiría orientarse en amenaza. Pero hemos de preguntarnos cuáles son las
esta especie de noche en que se debate. Ahora bien, para condiciones estructurales sin las que no hay amenaza
responder a esta pregunta tienen que colocarse en el posible, sea cual sea la forma que tome, ya sea precisa
lugar de ese ser determinado, tienen que dejar de ser ' v o, por el contrario, indistinta, explícita o inarticulada.
simplemente un conferenciante que habla en el aula de Sólo está expuesto a la amenaza el ser cuya integridad
una Universidad y, por tanto, reconozcámoslo, en un es susceptible de verse comprometida o lesionada. Em ­
medio irreal. Sólo así dispondrán del único criterio que pleo a propósito el término integridad, a causa preci­
permite reconocer si, en su exposición, han dicho algo samente de su generalidad. Puede tratarse de la in ­
real o se han contentado con simples palabras.» tegridad orgánica, pero también de una integridad moral\
¿Hay que decir que esta recomendación podría diri­ o espiritual.
girse útilmente a esos predicadores demasiado inclinados ¿Habrá que decir, como se sentiría uno tentado a hacer
178 F ilo s o fía p ara un tiem p o d e crisis £1 encuentro con e l m al 179
en principio, que la amenaza, en cuanto tal, es siempre porque este encuentro se efectúa en la noche, no puede
exterior al ser amenazado? Si se reflexiona sobre ello, no producirse sin que el ser humano vacile y pierda (o esté
parece que se le pueda aplicar ese término de exteriori­ a punto de perder) el equilibrio.
dad, al menos si lo interpretamos espacialmente. Yo El camino que voy a utilizar para aproximarme al
puedo sentirme amenazado por mi propio interior, ya se tema es hasta tal punto insólito que apenas dejará de
conciba éste orgánicamente, ya como una fuerza o unas despertar en el lector un tipo de objeción que puede
fuerzas cuyo control se me escapa, pero que me es im­ formularse poco más o menos como sigue: lo que im ­
posible localizar fuera de mí mismo. Esta ausencia de porta — se dirá— no es esta amenaza tomada en sí m is­
control posible es importante y se revela como un índice ma, sino conocer el lugar de donde emana. ¿Quién es
esencial de la amenaza. el que amenaza? Es preciso, en efecto, que la amenaza
Pero, por otra parte, acaso convenga subrayar que la sea la manifestación de algo, que provenga de un cierto
amenaza es tan-o más amenaza cuanto más difusa se pre­ agente al que precisamente hay que desenmascarar.
senta, cuanto menos se deja delimitar. Esto parece im­ ' ^ ¿Quién es este agente ? ¿A qué intención obedece al
plicar una cierta confusión entre lo interno y lo externo. amenazar? Esto es lo que habrá que determinar. Pero
El hombre amenazado es, pues, comparable a los defen­ ¿no se trasfiere así la verdadera cuestión a la intención,
sores de una ciudad sitiada: nunca puede sentirse seguro que sin duda hay que calificar de maligna? ¿No volve­
de que el sitiador no tenga cómplices dentro de la ciu­ mos a caer en la problemática habitual de la que inten­
dad misma. Se siente traicionado, y la inquietud que tábamos en vano sustraernos?
experimenta en presencia de esta ¡traición, sospechada, La experiencia de pensamiento a que me estoy entre­
pero no evidente, viene a sumarse a su confusión. Esta gando supone una cierta negativa a admitir opuesta-
palabra, confusión, es aquí muy importante. Incluso creo ta a esta problemática tradicional. El interés particular
que es la primera que debe subrayar quien pretenda en lo que se refiere a la amenaza o al amenazante, tal
plantearse la cuestión del mal. Y , al contrario, si hace como he intentado evocarlos más que definirlos, reside
abstracción de ella, se coloca por ello mismo fuera de la justamente en la imposibilidad en que ante ellos nos en­
situación concreta del ser humano frente a frente con el contramos de adueñarnos, de alguna manera, de esta
mal. entidad mediante el pensamiento, de tal modo que nos
He dicho b ien : frente a frente con el mal. Volvemos permita disponer de ella lo suficiente como para cali-
a hallar aquí lo que indicaba al comienzo, cuando habla­ \?*ficarla y clasificarla. En esta perspectiva yo diría que lo
ba de un encuentro fuera del cual parece que el mal pier­ propio del mal es cogernos de improviso o cogernos a
de su propio carácter. Pero las consideraciones prece­ traición, y esto de una manera demasiado radical para
dentes permiten entrever ya todo lo que este encuentro que nos sea realmente posible efectuar la operación ha­
tiene de singular. Incluso diría que se trata de un en­ bitual que consiste en localizar al culpable.
cuentro en la noche, que se distingue por ello mismo de Lo cual viene a significar que resulta perfectamente
todos los encuentros que pueden tener lugar durante vano imaginar la menor posibilidad de tratar el mal
el día con alguien que tenemos enfrente y que se pre­ como el personaje de una novela policíaca, donde el
senta al descubierto. Esto me recuerda el episodio de inspector X , a fuerza de tenacidad y astucia, termina por
Bajo el sol de Satán, de Georges Bernanos, en que el identificar al autor del crimen. Porque hablar del autor
abate Donissan encuentra al demonio. Pero precisamente del crimen supone todavía introducir una cierta dualidad
180 F ilo s o fía para un tiem p o d e crisis El encuentro con e l m al 181

entre el agente y ei acto. Toda investigación postula en que esta regla es a sus ojos insignificante y en conse­
el fondo esta dualidad y se orienta forzosamente hacia cuencia también lo es la infracción? Pero entonces,
la solución de la pregunta: « ¿ Q u ié n ...? » Y una vez ¿cómo comprender que esta misma regla le haya sido
resuelta esta cuestión, el policía puede, y debe, consi­ presentada como imprescriptible? Por otra parte, si la
derar su tarea como terminada. N o tiene por qué inte­ madre es culpable, ¿cómo conciliar este descubrimiento
rrogarse sobre la relación interna, incluso metafísica, con los sentimientos de respeto y admiración que le ins­
existente entre el agente y el acto. N o ocurre lo mismo, piraba? ¿Debo convencerme, yo, el niño, de que mi ma­
al menos en apariencia, en lo que concierne al juez o al dre es realmente como yo, de que es tan falible como
jurado, porque éstos deberán preguntarse si hay o no yo? Y en ese caso, ¿qué actitud adoptaré a partir de
circunstancias atenuantes, si se da o no responsabilidad ahora con respecto a ella? ¿Es que se ha acabado el res­
plena, etc. La confusión que reina a este respecto entre peto que por ella sentía? ¿Es que sólo por esto mi madre
juristas y psicólogos nos es de sobra conocida. ha dejado de ser mi madre?
Tras esta digresión, que me parecía necesaria para sub­ Y a comprendo que acabo de proceder a una especie
rayar el carácter distintivo y singular del camino que de desarticulación o «desembrollamiento» de algo que
voy a seguir, volveré, para intentar esclarecerlo median­ es la confusión misma, pese a que quizá la esencia de esa
te un ejemplo concreto, a lo que he llamado el encuen­ confusión sea precisamente mantenerse inmune en el
tro con el mal. que la padece a esta desarticulación que acabo de efectuar.
Imaginemos un niño que ha tenido siempre plena He dicho antes que el niño, aun a sabiendas que obra­
confianza en sus padres, sobre todo en su madre. Esta ba mal, no había de ningún modo encontrado todavía
le ha enseñado que no hay que mentir. El nunca se ha el mal. Si se le hubiese interrogado y hubiese sido capaz
planteado la cuestión de lo bien fundamentado de este de expresar de manera inteligible lo que sentía, sin duda
mandamiento, pese a que lo haya infringido alguna hubiera respondido poco más o menos a s í: « Y o no he
vez. Aunque haya mentido sabe perfectamente que eso tenido nunca la pretensión de ser perfecto. Sé que soy
está mal. Pero esta consciencia, más o menos clara, un ser que no se somete sin dificultad ni resistencia a las
de obrar mal, no tiene nada en común con lo que reglas de conducta que le enseñan. En estas condiciones
yo llamo el encuentro con el mal. Supongamos ahora me parece natural el contravenirlas de vez en cuando,
que ese niño sorprende un día a su madre en flagran­ aunque sepa en esos momentos reconocer mi falta. Pero
te delito de mentira. D e golpe todas las considera­ mi madre ha ocupado en mi vida el lugar de un ser irre­
ciones que he formulado sobre la amenaza o sobre prochable. Esto no significa necesariamente que ella
la sensación de haber sido traicionado encontrarán su me haya dicho que lo fuera. Pero para m í era natural
exacta aplicación. Y a no sabrá literalmente en qué pun­ que se conformase, quizá sin esfuerzo y por naturaleza,
to se encuentra, puesto que comprobará que el ser mis­ a esas reglas que trataba de inculcarme. Acabo de descu­
mo en que depositaba su confianza le ha traicionado, brir que no es así ni mucho menos. Por lo tanto, me
incluso que su fuente de valores estaba encenagada. encuentro ante una verdadera traición e ignoro total­
Ahora bien, una situación semejante no tiene posibili­ mente cómo debo interpretar esa traición. En consecuen­
dad de solución. ¿Habrá de pensar que su madre es cul­ cia, estoy desorientado. H e caído en medio de la noche
pable porque ha infringido una regla que conserva para cuando hasta ahora todo había estado lleno de luz
ella su valor? ¿O por el contrario, habrá de pensar para m í »
182 F ilo s o fía p a ra un tiem p o d e crisis El encuentro con e l m al 183

H e aquí, a mi entender, un ejem plo tan preciso como hombre de acción, de un sabio o de un artista. El sen­
es posible hallar de lo que he llamado el encuentro con timiento de plenitud que acompañaba sus menores pasos
el mal, con la imposibilidad de localizarlo exactamente no era otro que la seguridad implícita basada en este
o de interpretarlo. Lo que equivale a decir que nos en­ concurso: no había la menor razón para suponer que le
contramos en lo que podíamos denominar lo existente sería retirado. Repetiré lo que he dicho antes: está
p u ro; esto es, en un elemento cuyo dominio se nos perfectamente claro que la distinción entre lo exterior y
niega en cierto modo sin que se pueda determinar, claro lo que no lo es no tiene aquí la menor significación. Se
está, quién o por qué nos lo niega. puede decir indiferentemente que todo es exterior o
Pondré ahora un ejemplo absolutamente distinto, pero que nada lo es. Pero de pronto, en condiciones imprevi-
que en cierto grado puede ser complementario del pri­ ¡ sibles y de manera escandalosa, este concurso le es re­
mero. tirado inopinadamente. A este respecto se nos impone
Hace unos meses me hablaron de un muchacho rebo­ una comparación de modo irresistible: la de una persona
sante de fuerza e inteligencia y al que parecía esperar cuyo mantenimiento o cuyos estudios, por ejemplo, es­
una vida feliz y fecunda. Al regreso de sus vacaciones, tuvieran asegurados por un tercero que, bruscamente y
sintiendo un ligero malestar, fue a visitar a su médico: sin ningún motivo discernible, le retirase la ayuda fin an ­
Pensaba que se trataba de una afección sin importancia, ciera de la que siempre se había beneficiado. La compa­
sin la menor gravedad. Se le sometió a una serie de aná­ ración resultará más contundente todavía si suponemos
lisis, a un examen radiológico, etc. D e todo ello resultó que el benefactor había permanecido en el anónimo.
que padecía un cáncer de evolución ultrarrápida, que ya Y de repente, todo se acaba. El abandonado escribe; no
era demasiado tarde para una intervención quirúrgica y hay respuesta. Además, ¿a quién escribir? El dinero lle ­
que era de esperar un desenlace fatal al cabo todo lo gaba por intermedio de un notario que declara no estar
más de algunos meses. autorizado a revelar el nombre del remitente. Por tanto,
También en este caso, y quizá de modo más manifies­ se produce de pronto un vacío incomprensible. En am­
to que en el precedente, se trata de un encuentro con el bos casos falta de repente una asistencia indispensable
mal. Y también esta vez el mal se presenta como una y que se creía asegurada; en ambos casos no hay la m e­
traición, como una alevosía. Evidentemente no es fácil nor explicación, y esta ausencia misma de explicación
dar un nombre preciso a lo que ocupa el lugar que ocu­ lleva hasta lo absoluto la confusión del ser al que viene
paba la madre en el ejemplo anterior. Por lo demás, la a faltar este socorro indispensable.
designación exacta no tiene mayor importancia. N i si­ Penetremos bien el sentido trágico y en cierto modo
quiera es necesario saber si ese muchacho era creyente o insondable de la palabra confusión. En ambos casos ha­
no, en el sentido preciso y confesional del término. Lo llamos la misma ausencia radical de recurso. En el caso
que desde luego se puede decir es que su vida había del enfermo no se trata simplemente de que no se co­
sido dirigida por una especie de confianza implícita nozca una terapéutica capaz de detener el progreso del
en unas potencias que quizá no experimentaba la nece­ mal. Lo que sigue faltando es una respuesta, cualquiera
sidad de nombrar, pero cuyo armonioso concurso le ase­ que sea, a la enloquecedora pregunta: ¿por qué? ¿Cómo
guraba el ejercicio de sus facultades. Y este concurso era puedo comprender que tantas promesas como me parecía
requerido en todos los casos, cualesquiera que fuesen que me habían sido hechas (aunque ignoro por qué o
esas facultades, ya se tratase de un deportista, de un por quién) se vean de pronto reducidas a nada? N o sólo
184 F ilo s o fía p a ra un tiem p o d e crisis El encuentro con el m al 185

no llego a comprender qué sentido puede presentar esta transposición bastante grosera de concepciones que han
horrible situación, sino que ni siquiera puedo saber si prevalecido en ciertos sectores del pensamiento hindú.
tiene algún sentido. Así se explica cómo pueden establecerse alianzas, hasta
confundirse casi totalmente, entre la Ciencia Cristiana y
A partir de esta situación, cuyo carácter punzante e la teosofía. Tiende a crearse una falsa espiritualidad
incluso angustioso se reconocerá que no he tratado en que puede convertirse en una terrible tentación para
absoluto de atenuar, habrá que preguntarse cómo debe aquellos espíritus que han roto con las más fuertes tra­
ser superado el mal. diciones cristianas, pero que temen, por otra parte,
Pero primero conviene hacer una observación que me verse inundados por un materialismo que se confunde a
parece de la mayor importancia. Como ocurre a menudo sus ojos con la ciencia positiva.
en los problemas de esta índole, tal observación se formu­ Todo esto no debe ser tomado a la ligera ni puesto
la negativam ente: es contrario a toda razón, y se podría pura y simplemente en ridículo. Nunca se insistirá lo
añadir que a toda cordura, imaginar que existe una bastante en que estas aberraciones sólo son posibles en
técnica capaz de resolver este problema (y hasta es po­ la medida en que falta no sólo la predicación cristiana,
sible que tengamos ocasión de ver que el mismo término sino también la teología. Y es precisamente en lo que
problema resulta aquí im propio). M e refiero bien enten­ concierne al mal, considerado non in abstracto, sino
dido en primer lugar y de la manera más categórica al pro­ existencialmente, donde esta deficiencia se manifiesta
cedimiento adoptado por la Ciencia Cristiana, y que con­ más a menudo. N o puedo olvidar que, en el curso de
siste en decir que el mal no existe y que, por tanto, un debate sobre la causalidad divina sostenido en el
el deber consiste pura y simplemente en negarlo (esto, Instituto Católico de París, cuando yo traje a colación
claro está, refiriéndose a la enferm edad). D e aquí se el caso de aquel muchacho atacado de repente por un
deduce que se ha de condenar toda terapéutica médica, mal incurable y del que antes hablé, cierto religioso me
de cualquier clase que sea. Tal terapéutica es en realidad respondió que al fin y al cabo no tenía más que adorar
un pecado, porque supone la existencia del mal, y por la potencia o la sabiduría de Dios a través del determi-
ello mismo contribuye a crearlo. nismo de las fuerzas naturales de las que su caso no era
Señalemos, por lo demás, que incluso en esta teoría más que un simple ejemplo. Debo decir que todos los
el mal existe en cierto modo, esto es, radica en la creen­ teólogos presentes protestaron vivamente contra esta
cia errónea o sacrilega en la existencia del mal. observación. Pero no por ello es menos característica de
En realidad nos enfrentamos con una pretensión falsa un cierto tipo de pensamiento abstracto y absolutamente
e incluso verdaderamente herética. Está perfectamente ciego en lo que respecta a las realidades humanas con­
claro, en efecto, que los adeptos de la Ciencia Cristiana, cretas. Por desgracia no se puede dudar de que este tipo
lo mismo que los del Cristo de M ontfavet, aíslan de de pensamiento causa aún estragos en muchos semi­
manera arbitraria y desnaturalizan gravemente una parte narios y Facultades de Teología. N o trataremos de
del mensaje evangélico. En ningún caso la doctrina tra­ ocultar que lo que aquí interviene es una cierta pereza
dicional de la fe implica nada que conduzca a la pro­ del espíritu que se contenta con seguir caminos trazados
clamación de la no realidad del mal. En general, el rea­ desde hace mucho tiempo y que se dispensa a sí misma de
lismo cristiano se opone radicalmente a una concep­ ese esfuerzo de imaginación que, se diga lo que se quie­
ción ilusoria que las más de las veces no es sino una ra, es inseparable de la auténtica caridad.
18 6 F ilo s o fía p ara un tiem p o d e crisis ¿7 encuentro con e l m al 187

Resulta de todo esto que quien se esfuerza por re­ trate de un experto, llegaría al mismo resultado. Además,
flexionar filosóficam ente sobre el mal, haciendo abs­ es fácil com probarlo: el mecánico cambia una pieza de­
tracción de ese dato irreductible que es el encuentro con terminada y el ruido cesa.
él, se condena a permanecer al margen del tema que pre­ Igual ocurre hasta cierto punto con determinados des­
tende tratar. A partir de ese instante, nada de lo que órdenes fisiológicos: se puede asegurar en todos los
diga tendrá el menor alcance o, más exactamente, no , casos que el problema planteado por la existencia de
alcanzará en absoluto ese algo, que deja de ser una rea­ dicho desorden tiene una solución precisa, objetiva, y
lidad para convertirse en un concepto vago. también en este caso debe ser posible obtener una con­
Ahora bien, ¿no nos colocamos así en una situación firmación experimental.
sin salida? Quisiera mostrarme a este respecto tan con­ Pero lo que quiero hacer comprender es que existe
creto, tan directo como me sea posible. Convenzámonos un abismo entre las cuestiones de este orden, que recaen
de algo que es fundamental, pero que, no trato de ocul­ siempre sobre un funcionamiento, y el problema del mal.
tarlo, corre el riesgo de aparecer como revolucionario a ' Por otra parte, y lo repetiré una vez más, asimilar el mal
los ojos de quienes tienen el hábito de un cierto tipo a - un vicio de funcionamiento es una tentación perma­
de especulación cuya legitimidad no han puesto jamás nente para la inteligencia humana, al menos en este
en duda: creo que eso que se llama, sin duda impropia­ mundo nuestro, cada vez más dominado por la técnica.
mente, el problema del mal sólo puede ser abordado en Cierto tipo de psicoanálisis tenderá irresistiblemente a
el seno de una comunicación concreta de ser a ser. El interpretar lo que nosotros llamamos — a su juicio de
problema se desnaturaliza, incluso se puede decir que manera muy impropia— el mal o el pecado como un
pierde toda su significación, desde el momento en que defecto de condicionamiento, o incluso como una mala
se le transforma en una cuestión académica. Esto podría adaptación después de una perturbación, de un trauma­
expresarse en un lenguaje más técnico diciendo que el tismo. Claro está que el psicoanálisis no conduce inevi­
problema del mal no concierne en ningún caso a lo que tablemente a puntos de vista tan mecanicistas, pero siem­
K ant, y otros después de él, han llamado el pensamiento pre está expuesto a esta tentación de la que con tanta
en general. Y aun podría ser esclarecida la cuestión frecuencia he hablado. Quizá se me pueda retrucar di­
negativamente de este modo: no son sólo el metafísico ciendo que, después de todo, la relación entre psicoana­
y el teólogo de tipo clásico los que se colocan en el te­ lista y psicoanalizado constituye un ejem plo de la rela­
rreno de lo que he llamado el pensamiento en general, ción intersubjetiva, a partir de la cual cobra sentido el
sino que lo hace también el técnico, y esto en la medida problema del mal. Pero quizá esto no sea verdad sino
en que su investigación se aplica a objetos perceptibles en la medida incierta y precaria en que esta relación
y susceptibles de ser modificados en una u otra forma. se aproxima al lazo espiritual que se establece entre
Pondré un ejem p lo : me doy cuenta de que el ruido del director y dirigido, tomando, claro es, estas palabras en
motor de mi coche presenta una anomalía. Por tanto, su acepción religiosa. Además, hay que añadir que in ­
entro en un garaje y consulto al mecánico. Este des­ cluso en este campo los riesgos de alteración son graves:
monta el motor y encuentra la causa indiscutible del el director de conciencia está expuesto a la tentación de
ruido anómalo que me inquietaba. Podemos decir, sin la hablar como experto, como hombre que ha visto m ucho;
menor vacilación, que quienquiera que fuese el mecá­ en resumen, de tratar al otro como un caso que él resuel­
nico que llevase a cabo el examen, con tal de que se ve con desenvoltura-
F ilo s o fía p ara un tiem p o d e crisis
El encuentro con e l m al 189
Pero a partir del momento en que interviene el mal
jnal, la muerte comienza invariablemente su tarea; el m al^ ~
ya no se puede hablar de «caso». Esto es verdad ya
anuncia la muerte, es ya la muerte.» Pero también a este
en cierto grado en lo que respecta a una enfermedad
respecto hemos de guardarnos de reducciones deforma­
física: un médico digno de tal nombre mantiene siempre
doras, a las cuales tiende casi de manera inevitable el
con su enfermo una relación individualizada y hasta
pensamiento técnico; por ejemplo, la de afirmar que la
cierto punto irreductible. ¡Y cuánto más verdad es esto
muerte forma parte integrante de una cierta economía
cuando se trata del mal moral o m etafísico!
o incluso de un orden que la supone. Precisamente aquí
Nos encaminamos, pues — y me excuso por tanta
se puede ver con toda exactitud cómo se opera la sus­
lentitud y tantos rodeos, inevitables en un estudio como
titución falsificadora de la que he hablado en tantas
el presente— , a la idea filosóficamente insólita de que
ocasiones. Y a no se trata de la muerte hic et mine, que i
no se puede abordar de modo efectivo a un ser visitado
viene a aniquilar una vida concreta, un amor determi- \
por el mal más que a condición de entrar con él en una
! nado, que viene a interrumpir una comunión. Se trata \
relación que es, en último término, una participación
de la muerte en general, de la que no concierne a una \
o una comunicación. Lo cual viene a significar precisa­
persona en particular y, en consecuencia, sobre la que se
mente que no debemos en absoluto seguir considerando
puede disertar cómodamente en todos los niveles, desde
el mal como una anomalía que hay que explicar o eli­
minar. las precisiones de la bioquímica hasta los lugares comu­
nes de una cierta filosofía moral. Sin embargo, esto no
Mas esto es todavía demasiado vago. En efecto,
es todo; hay que incluir también una edulcoración sis-
no puede tratarse de una simple simpatía testimonia­
: temática análoga a aquella a la que ya me he referido.
da con toda la imprecisión y dilución de semejante tér­
mino. Hablo de la que se expresa en un espiritismo reconfor­
tante, que se cree capaz de domesticar a la muerte, de
Para ver un poco más claro esforcémonos por preci­
extraerle su aguijón, incluso de transformarla en un sim­
sar m ejor lo que estamos discutiendo, es decir, esforcé­
ple juego del escondite o de la gallina ciega.
monos por superar las determinaciones negativas que
N o quisiera, sin embargo, que se tergiversase mi pen­
habíamos sentado cuando dijimos que el mal no podía
samiento. Creo que existen numerosas razones para admi­
asimilarse a un simple vicio de funcionamiento. Pues
tir que ciertas comuniones, en apariencia rotas, pueden
hay que reconocer que en este punto del análisis al que
reanudarse más allá de ese «poco profundo y calumnia­
hemos llegado la cuestión se plantea en términos irritan­
do r í o : la muerte», según la definió M allarmé. Pero creo
tes para el espíritu. ¿Cómo no hemos de experimentar
también que hay allí gracias, fulguraciones imprevisibles,
la necesidad de confiar de nuevo en ese método de cap­
y que se perdería todo si se pretendiese encontrar algo
tación intelectual sin el cual nos parece que ni siquiera
semejante a las conquistas técnicas, susceptibles de ser
sabríamos decir bien lo que pensamos?
conseguidas por cualquiera con tal de que las persi­
Creo que ha llegado el momento de sacar a colación
ga con tenacidad suficiente. Es extraordinariamente
cierta observación que hizo un día ante m í alguien que,
d ifícil — y hay que preguntarse si la Iglesia lo ha
sin llegar a ser un filósofo de profesión, siempre me ha
conseguido— mantener el equilibrio entre una cre­
parecido que estaba dotado de un poder de penetración
dulidad infantil y una desconfianza sistemática que
excepcional. Dicha observación era en sustancia la si-
j puede degenerar en un verdadero poder de obstruc­
gu íen te: «En el fondo, tan pronto como interviene el
ción.
190 F ilo s o fía p ara un tiem p o d e crisis ¡ El encuentro con e l m al 191

He hablado de fu lgu ración1: esos relámpagos libe­ Ahora bien, sería enteramente vano pensar que está
radores se presentan para darnos la seguridad, o para posibilidad, tan «desplomante», me atrevería a decir,
confirmarnos en ella, de que allí donde una filosofía puede ser disipada a la luz de una reflexión llevada a
soberbia y ciega pretende convencernos de que no existe cabo en el recinto de la conciencia solitaria. A llí donde'
más que un vacío, una nada, hay, por el contrario, una amenaza la desesperación es donde lo que decimos pue­
, plenitud de vida, las maravillosas reservas de un mun­ de verse con mayor claridad. Sin duda, la conciencia
do donde hormiguean las promesas, donde todo lo que solitaria puede acceder a la resignación. Pero falta sa­
existe es llamado a la comunión universal, donde nin­ ber qué es lo que tal término expresa verdaderamente.
guna posibilidad, ninguna probabilidad, puede perderse Y lo que expresa no puede ser, después de todo, más
sin remisión. que un adormecimiento. N o creo que ocurra lo mismo
N o obstante, la estructura humana es tal que no nos con la esperanza, que es precisamente todo lo contrario
permite más que presentir este inmenso consensus crea­ de la resignación. Y a en otra ocasión intenté demos­
dor. Desgraciadamente, los recursos de que dispone la trar — y lo hice justamente en las horas quizá más som­
desesperación para cegar las vías por las que estas segu­ brías de nuestra historia— que toda esperanza se cons­
ridades regeneradoras pueden llegar hasta nosotros son tituye a través de un nosotros o para un nosotros. Inclu­
infinitos. Hay que dejar bien claro el hecho de que una so me siento tentado a decir que toda esperanza es en
filosofía que, cediendo a las complacencias del optimis­ el fondo coral, si bien se trata de una evidencia miste­
mo, se niega a dar el lugar que le corresponde a la ten­ riosa que, en este mundo nuestro, corre el peligro de al­
tación de la desesperación, desconoce hasta un punto terarse al racionalizarse. Probablemente, el coro de que
verdaderamente peligroso un dato fundamental de la si­ aquí se trata no se deja reducir al esplendor de una colec­
tuación humana. En cierto modo esta tentación se en­ tividad embriagada de sí misma; o más exactamente,
cuentra en el centro mismo de nuestra condición. Falta si nos limitamos a ella, se corre el riesgo de con­
por saber, sin embargo, si no se tratará de la condición fundir la esperanza con una efervescencia precaria que
de una humanidad pecadora y caída. Pero la mención no es, después de todo, más que una exaltación de las
de la desesperación puede allanar el camino, no digamos potencias vitales. Sin embargo, estas potencias vitales se
para una solución, pero al menos para una formulación encuentran inermes y como estupefactas en presencia de
infinitamente más precisa de la angustiosa cuestión en la muerte. N o son ellas las que pueden transcenderla. El
torno a la cual no ha dejado de girar mi reflexión. coro sólo cumple su misión cuando se hace invocación
T riunfo sobre el mal, triunfo sobre la muerte, triunfo propiciatoria.
sobre la desesperación. Tales son, en realidad, las diver­ Seguramente, no existe nada más difícil de penetrar
sas modalidades de la posibilidad única y terrible que — y creo que deberíamos reconocerlo con toda humil­
se divisa en el horizonte del homo viator, del hombre dad— que el sentido y la eficacia de esta invocación.
que avanza sobre ese camino suyo tan estrecho, el «ca­ Claro está que en principio debemos rechazar toda inter­
mino de crestón» entre los abismos. pretación antropomórfica y mitológica, y yo experimento
como el que más el malestar que inspira al hombre mo­
1 Encontraremos un interesante ejemplo de semejante fulgu­
ración en el extraordinario testimonio aportado por Rosamond derno una idea como la de la cólera de Dios. Sin em­
Lehmann en su último libro, A Sivan in the Evening, Collins, bargo, aquí, como en otras ocasiones, el método que más
Londres, 1967. nos conviene es el empleo de una reflexión ejercida so­
192 F ilo s o fía para un tiem p o d e crisis 5/ encuentro con e l m al 193

bre y contra sí misma, una reflexión elevada a Ja se­ Está bien claro, en primer lugar, que esas «referen­
gunda potencia. Está fuera de duda que Ja noción, acep­ cias» no pueden en ningún caso asimilarse a los medios
table para los fiJósofos, de un Dios impasibJe, taJ como a través de los cuales podría esperarse alcanzar un de­
pudieron concebirlo los estoicos o Spinoza y, claro está, terminado fin. Plantear la cuestión en esos términos es
Goethe, aunque muy a propósito para seducir la inte­ retroceder hacia el tipo de solución que no he dejado
ligencia, responde muy mal a cierto tipo de exigencia de afirmar que debe ser rechazada.
mística que no se puede rechazar por las buenas. Pero hay que decir, sobre todo, que el término refe­
N o obstante, no continuaré por este camino, uno rencia es impropio y sólo puede inducirnos a error. La
de los más arduos que existen. D e otro modo sobre­ única forma de proceder es emplear el método de dra-
pasaría los límites de la investigación que me he pro­ matización a que me he referido anteriormente.
puesto. S¿_ estoy batallando con el mal en el sentido en que
Mas también aquí hemos de contar con rápidas y ful­ no he dejado de evocarlo, es decir, con la tentación de/
gurantes zambullidas. Sólo diré que, más allá de esa i desesperar de mí mismo o de los hombres o incluso de;
especie de pléroma que recordaba hace poco, parece como JD io s, no conseguiré vencer esta tentación replegándome!
si fuese el corazón mismo de Dios el que abre a algunos sobre mí mismo, puesto que la asfixia no puede ser una:
predestinados la más misteriosa, y para algunos la más liberación. M i único recurso es abrirme a una comunión
peligrosa, de las puertas. inás amplia, y quizá infinita, en cuyo seno el mal que ha
¿Y cómo no hemos de prever la objeción que no yenido a visitarme cambia en cierto modo de naturaleza;
puede por menos de formularnos el no privilegiado? jporque al convertirse en nuestro mal deja de ser un
Este apenas si alcanza a imaginar semejantes experien­ 1 g°lpe asestado contra un amor centrado sobre sí mismo^
cias, puesto que no son tributarias en absoluto de nues­ ¡Y esto no es decir bastante: se convierte en el mal sobre
tras categorías. «H e escuchado — dirá— todo lo que us­ el que tú has triunfado. ¿Quién es este tú? Puede ser
ted ha dicho sobre el encuentro con el mal. Puedo hasta éste o aquél cuyo ejem plo brille en el horizonte de mi
admitir que una filosofía que lleva a cabo sobre lo que memoria. En ello volvemos a encontrar el recurso a la
ella llama el mal una manipulación dialéctica se hace comunión de los santos, cuyo valor salvador nunca se
invariablemente culpable de un fu llería inconsciente. ¡ reconocerá lo bastante. Mas también puede ser — y al fin
Pero lo que no alcanzo a comprender, por el contrario, j 7 al cabo no se trata más que de dos maneras distintas

es cómo esas referencias, ya sea a un nosotros que se uni­ de expresar la misma verdad— , por encima de tal o cual
fica en la invocación propiciatoria, ya sea a fortiori a orden, el que sigue siendo para nosotros el testigo ar-
experiencias tan extrañas al común de los hombres que quetípico, al que invoca, explícitamente o no, todo tes-
ni siquiera creemos todos en ellas, cómo esas referen­ , timonio.
cias tan insólitas pueden permitirnos salir de ese calle­ i Pero, se me objetará, ¿no supone esto consagrar el
jó n sin salida en el que parece que estamos encerrados fracaso de la filo so fía al hacerla depender en último
para siempre.» término de las premisas cristianas? Ciertamente vale la
A decir verdad, lo que hace la respuesta difícil es que pena considerar tal objeción en toda su gravedad, aun­
hay en la manera de plantear la cuestión un algo que que es posible que el término «premisas cristianas»
la desnaturaliza y que le hace correr el peligro de llevarse ; comporte una ambigüedad que es necesario poner de ma­
a sí misma al fracaso. nifiesto. ¿Se trata tan sólo de una historia milagrosa,
194 F ilo s o fía p a ra un tiem p o d e crisis El encuentro con e l ?nal 195

cuya autenticidad no resulta irrecusable para quien no la sentido de Kierkegaard, el de una doble afirmación que
contempla con los ojos de la fe ? Creo que es preciso debe mantenerse en toda su tensión: el mal es real; no
aclarar la cuestión: lo que resulta perfectamente eviden­ podemos negar esta realidad sin atentar contra ese serio
te para cualquiera que haya meditado sobre la condición fundamento de la existencia que no puede ser puesto
humana, sobre el existir humano, es el hecho de que el en duda sin que dicha existencia degenere en un sin-
misterio de esta condición en ninguna parte ha sido sentido o en una especie de horrible burla. Y , sin em­
m ejor aclarado en sus profundidades que en la catc­ bargo, hablando en. términos absolutos, el mal no es real.
quesis cristiana. En efecto, no existe una fenomenología Tenemos que llegar, no a la certidumbre, sino a la fe
de la existencia humana que pueda evitar el recurrir en en la posibilidad de sobrepasarlo, no abstractamente
último término al doble misterio de la crucifixión y la claro está, es decir, adhiriéndonos a una teoría o a una
resurrección, el único capaz de proyectar sobre nuestra <\¡\ teodicea, sino hic et nunc. Esta fe que se nos propone
vida una luz que le dé sentido. no existe sin la gracia. Es la gracia. ¿Y qué sería de nos-
Esta palabra que acabo de emplear, misterio, es se­ ! otros, qué sería este agobiante caminar en que consiste
guramente la palabra clave. Y es aquí donde debemos nuestro modo de existir sin esta luz, tari fácil de ver
llevar a cabo la sustitución del término «problema del como de no ver y que esclarece a todos los hombres que
mal» por el de «misterio del mal». Y a desde el comien­ vienen al mundo ?
zo aseguré que acabaríamos por tener que reconocer la
inadecuación del primero.
M isterio del mal. Esto significa precisamente que es
inútil'," que es quimérico pensar en una cierta reabsor­
ción posible del mal en la historia, y que no lo es me­
nos pretender recurrir a un artificio dialéctico para inte­
grarlo en una síntesis superior. En esto radica, y lo digo
sin la menor vacilación, uno de los lím ites absolutos del
hegelianismo y de sus sucedáneos marxistas. Pero hay
otra tentación a la que también tenemos que resistir, y no
podemos negar que en ciertos momentos dicha tentación
se hace irresistible: es la tentación de un maniqueísmo
— por lo demás quizá deformado— que pretende con­
vertir el mal en un principio opuesto al bien y empeñado
con él en una lucha sin término. N o hay nada que me­
rezca más retener nuestra atención que el esfuerzo he­
roico mediante el cual la teología, desde los primeros
siglos y sobre todo en San Agustín, ha triunfado de esta
tentación.
Resta por decir que, después de haberse desvanecido
tantas posibilidades, el único camino que queda abierto
frente al problema del mal es el de la paradoja en el
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EL H O M B R E A N T E SU FU T U R O

En el curso de este comentario me guardaré no sólo de


profetizar, lo que sería absurdo, sino hasta de algo más
modesto, como sería el formular un pronóstico sobre el
futuro que aguarda a la especie humana.' Considero que
es necesario hacer hincapié desde un principio sobre las
incógnitas que comporta la situación presente, situación
que se trata de reconocer, de un modo semejante a como
se reconoce una cierta zona en tiempos de guerra.
Evidentemente, la incógnita principal consiste en saber
si en un futuro próximo se hará o no uso de las armas nu­
cleares. Pero me parece que sobre este punto lo más que
se puede hacer es apostar. Y el sentido de la apuesta
está determinado por motivaciones afectivas. 'E l opti­
mista dirá que no puede imaginar que unos cuantos
hombres puedan echar sobre sí el peso de poner en pe­
ligro la existencia de la especie. Otros, más pesimistas o
más cínicos, estiman, por el contrario, que no hay lím ite
para las locuras de que son capaces los hombres cuando
se encuentran cegados por la pasión.
Otra incógnita, por supuesto, es el alcance que podría
tomar esta destrucción. Cuando asistía, hace algunas sema­
nas, a la proyección de una película de propaganda china,
oí afirmar por un portavoz del gobierno de Pekín que, en
su táctica de intimidación, los imperialistas exageraban
groseramente las consecuencias maléficas que arrastraría
el uso de las armas nucleares. Por lo demás, apenas hay
que subrayar el carácter tendencioso y profundamente
sospechoso de unas afirmaciones destinadas a tranquili­
zar a los ciudadanos de Mao Tsé-tung.
Se trata, por consiguiente, para mí de tomar postura
sobre cuestiones debatidas y en donde, tanto de una parte
198 F ilo s o fía p ara un tiem p o d e crisis E l h o m b re an te su futuro 199

como de otra, la mala fe puede despacharse a su gusto. necesario insistir sobre ello, pero como tengo la cos­
En compensación hay que hacer constar que estas in­ tumbre de ser explícito y concreto lo aclararé con m a­
cógnitas intervienen en cuanto tales en la conciencia yor precisión. Pongamos por ejem plo el caso de unos
o en la subconsciencia del hombre actual, contribuyendo padres cristianos, incluso practicantes. Uno de sus hijos,
así a calificar esta situación de conjunto a la cual vamos que tiene diecisiete o dieciocho años, declara que ya no
a referirnos. quiere volver a la iglesia. D e acuerdo con el sacerdote
Dicha situación se caracteriza en su conjunto por el — admitiendo que se trata de un sacerdote inteligente-—
término general de mutación. Incluso allí donde parece se reconoce que toda coacción debe excluirse en este
que se ha logrado una cierta estabilidad, tal estabilidad caso. Y así se establece una especie de modus vivendi,
se siente como amenazada no sólo por fuerzas exterio­ sin duda inevitable, pero cuyos efectos amenazan con
res, sobre las cuales se sabe que no se tiene ningún con­ llegar a ser perniciosos, en primer lugar para los demás
trol, sino desde «dentro». Y vale la pena detenerse un niños, que acabarán por atribuir un carácter facultativo
instante para determinar lo que se quiere decir exacta­ al hecho de ir a m isa; pero, a la larga, quizá también
mente cuando se emplean estas dos palabras: «desde para los propios padres, ya que a pesar suyo llegarán a
dentro». poner en duda el carácter absolutamente normativo de
El primer ejem plo que salta a la memoria es el de la unas reglas que en otro tiempo les habían sido presen­
fam ilia; cuántos padres, y esto en todos los medios so­ tadas como imprescriptibles.
ciales, observan con una suerte de temor que sus hijos Es necesario reconocer que el sentimiento de muta-
se les escapan, lo cual no significa sólo el que se sus­ j ción en sí tiene algo de intolerable. Sin duda, esto es
traigan a su autoridad, sino también y más profunda­ i verdad rigurosamente hablando, pero lo es en cualquier
mente que parecen vivir en otra dimensión a la cual los caso cuando se trata de seres que viven en sociedad. D e
padres no tienen acceso. Y así se desarrolla un proceso aquí la necesidad, casi diría que biológica, para el ser
de disolución que ni la mejor voluntad ni la mayor pa­ humano de ponerse a la defensiva contra una experien­
ciencia por parte de los mayores logra superar. cia que amenaza contra lo que se podía llamar su inte­
Hay que añadir que este proceso va afectando calla­ gridad.
damente incluso la conciencia de aquellos que hasta el Para facilitar la comprensión de esta clase de dificul­
presente creían haber alcanzado certidumbres suscepti­ tad ligada a la mutación citaré la penosa impresión que
bles de conferir a sus vidas una consistencia, una solidez recuerdo haber experimentado con ocasión de trasla­
a toda prueba. H e dicho a toda prueba, pero la experien­ darme de domicilio, y en el momento preciso en que
cia parece mostrar precisamente que se trataba de una habiendo abandonado mi antiguo alojamiento no me
ilusión. Y así es como el mundo de los mayores comien­ encontraba todavía acoplado a mi nuevo apartamento. M e
za a vacilar, o, en otros términos comienza a ser afec­ sentía un poco como si el suelo desapareciese bajo mis
tado por una duda, al principio probablemente incon- pasos. H abía una cierta semejanza con lo que se expe­
fesada, pero cuya acción corrosiva se dejará sentir cada rimenta en el caso de una sacudida sísmica.
vez m á s1. Todo esto es demasiado claro para que sea En estas condiciones se comprende muy bien, de una
parte, que el hombre actual experimente un sentimiento
de inseguridád'TSTTundamental, que necesita a toda costa
1 Conviene recordar que estas líneas fueron escritas más de un
año antes de los sucesos de mayo de 1968.
buscar protección contra unas amenazas de las que, por
zoo F ilo s o fía p a ra un tiem p o d e crisis £/ h o m b re ante su futuro 2 01

lo demás, la mayoría de las veces no tiene más que una preocupación por la planificación no se encuentra más
idea muy vaga; de otra parte, y de manera complemen­ que en la cúspide, en aquellos hombres que en algún
taria, que las seguridades de todo orden, a causa de grado se sienten responsables del futuro, encontrando
esta inseguridad, cobren una importancia siempre cre­ muy poco eco en la población propiamente dicha. Todo
ciente. Y ello sucede, aunque se trate de cataclismos na­ parece suceder como si cada uno tuviese oscuramente la
turales o de guerras, en cuyo caso estas seguridades dejan conciencia de no ser capaz de llevar a cabo su tarea dia­
prácticamente de funcionar. Lo que hay que hacer notar, ria, ya tan pesada y azarosa, sino a condición de no
sobre todo, es que las seguridades en cuestión presentan hacer proyectos que sobrepasen una fecha próxima.
invariablemente un carácter técnico, que se trata de me­ Y esta fecha es, en términos generales, la temporada
canismos que deben ponerse en marcha en tal o en cual de vacaciones, cuando al fin podrá respirar, en el sen­
circunstancia, netamente determinada de antemano. Evi­ tido literal y figurado de la palabrayE sto me parece
dentemente que estos mecanismos han ocupado el lugar implicar un divorcio, quizá inevitable, entre lo que se
de una confianza que los hombres de otros tiempos, y podía llamar la gente de la base y la gente de la cúspide,
hasta una fecha relativamente reciente, colocaban no sólo y quiere decir, por lo demás, que los planificadores no
en la providencia, sino en los efectos que se podían pueden sentirse seguros en realidad de estar apoyados
lograr mediante oraciones dirigidas a la voluntad omni­ en sus esfuerzos. Y de este modo se encuentran como
potente de un Dios más o menos antropomórfico. condenados a una especie de sobrevuelo perpetuo y
Estas observaciones me parecen de gran importancia azaroso.
para quien intente tomar conciencia del modo en que el Pero creo que hay que decir que el verdadero proble­
hombre actual tiende a situarse en relación con un futuro ma que debe ocuparnos se plantea en una dimensión
imaginado. diferente, la de la reflexión, y para ser más precisos,
D e un modo general, es razonable que, salvo excep­ de la reflexión filosófica en la medida en que el filó ­
ciones, nuestros contemporáneos se preocupen poco por sofo no se sustrae — como por desgracia sucede a m e­
el futuro, precisamente porque tienen conciencia de la nudo—- del sentimiento de una cierta responsabilidad en'¡
mutación en la que se encuentran inmersos. Sin embargo, relación con la situación humana tal y como le es dadof
es necesario introducir esta importante reserva: nuestra comprenderla. Por lo demás, el verbo comprender debe
época implica un esfuerzo de planificación cada vez tomarse aquí en una acepción muy amplia. Comprender
mayor. Se reprocha a los gobernantes del último cuarto es quizá, en prim er lugar y ante todo, sentir con, incluso
de siglo el no haber previsto suficientemente un futuro diría padecer con. Cuanto más reflexiono, más me
que se ha convertido en nuestro presente, y se pretende parece que la compasión se impone al filósofo digno
no incurrir en los mismos errores, y esto se aplica, ante de este nombre dentro del estado actual del mundo.
todo, a los problemas planteados por la demografía y por N o voy a disimular que al expresarme de ese modo
la civilización urbana. Pondré un ejem plo concreto: se hace un momento me refería a una tradición filosófica
admite generalmente que una ciudad como París de aquí venerable que, posteriormente a los estoicos y a Spinoza,
a veinte años contará con unos quince millones de habi­ hace hincapié sobre lo que podría llamarse el deber de
tantes, y uno se interesa por determinar las disposiciones impasibilidad para un pensador que se precie de serlo.
que deberían tomarse para prevenir esta enorme exten­ Pero yo personalmente creo que, si bien este deber pue­
sión de nuestra metrópoli. Conviene hacer notar que la de estar implicado en la vocación del sabio, el filósofo,
b ilo s o fía p a ra un tiem p o d e crisis T El h o m b re an te su futuro 203
l
por el contrario, debe tomar conciencia del carácter es­ ¡ que puede ser el reencuentro de sí mismo en la calma
pecífico de su tarea y debe rechazar esta disociación ra­ i y en la soledad. Ahora bien, esto supone una cierta per-
dical entre conocimiento y afectividad, que, por supuesto jmanencia interior. Y es obvio que las condiciones actua­
está implicada en toda investigación científica. En rea­ les de la vida, principalmente a causa de la radio, la
lidad, me lim ito a sacar consecuencias de la distinción televisión, etc., tienden a obstaculizar una permanencia
que form ulé hace poco entre existencia y objetividad y de este orden y, como lo vio tan claramente M ax Picard,
que constituye el punto de partida de todos mis escritos. a sustituirla por una discontinuidad que, si al principio
, El que la compasión pueda ser luminosa y el que esta , es quizá soportada, terminará, por el contrario, siendo
iluminación sea particularmente importante en un tiempo £ exigida. ¿Por qué motivo ? Porque cada cual desea ante
como el nuestro, en que la hegemonía de la técnica se todo estar distraído. Es la atención lo que se pretende
* afirma cada día más, constituye el punto de partida de desviar. Pero ¿de qué? Decir que de sí mismo sería p ro­
las reflexiones que van a seguir y que tratan, lo repito, bablemente erróneo. Y o diría más bien que es de un cier­
sobre la manera en que el filósofo consciente de sus to vacío que se experimenta de manera angustiosa como
(responsabilidades debe considerar el futuro que el hom- la anticipación de la muerte. Por supuesto que aquí se
I bre parece estar en camino de forjarse. encuentra, apenas traspuesta, la idea pascaliana de la di­
Para un filósofo de la existencia no se trata, como versión. El ocio esperado, si no se colma, amenaza con
para un filósofo de tipo clásico, de partir de un princi­ desembocar en un vacío temible. Así se explica el
pio universal del que se desprenderían las consecuencias, hecho, sorprendente sólo para un observador superficial,
sino de concentrar ante todo su atención sobre una situa­ •de que las gentes en vacaciones parezcan experimentar
ción básica en la que él mismo, en cuanto hombre, lia necesidad de aglutinarse los unos con los otros, sin
participa lo suficiente como para vivirla, pero de la que buscar en absoluto la calma, el silencio y la soledad.
se distancia lo bastante como para poder considerarla. « ¿En qué sentido — se preguntará alguien con impa­
| Como he indicado anteriormente, parece que la vida ciencia— estas observaciones, sin duda exactas, pero par­
¡cotidiana, tal como se está obligado a vivirla para poder ciales, pueden aclarar una investigación que trata sobre
(subsistir, se presenta en cualquier caso al hombre de las la relación del hombre con su futuro?»
grandes ciudades como con menos posibilidades de poder Para responder a esta pregunta haré observar, en p ri­
vivirse, quiero decir como comportando cada vez menos mer lugar, que la gran ciudad ejerce, no sólo en O cci­
j su propia justificación. D e una manera general, incluso dente, sino en todos los lugares de la tierra, una fuerza
para creyentes auténticos, esta vida cotidiana depende de atracción casi irresistible incluso sobre aquellos que
cada vez menos de un más allá pensado escatológica- hasta nuestra época se hallaban contentos con una vida
mente, pero sí cada vez más de la idea de un ocio a cuyo rural de la que se podría decir que estaba directamente
favor el individuo volvería a encontrarse, ya se trate del -^sincronizada con los ritmos de las estaciones. En Francia,
asueto semanal, de las vacaciones anuales o del tiempo un sociólogo dedicaba recientemente una tesis en la Sor-
de la jubilación, en que se habrá descargado ya del ago­ bona a lo que llamaba el fin del campesinado, y anun­
biante fardo de la profesión. Pero la cuestión central ciaba como próximo el fin de la civilización rural. C ier­
que se plantea aquí a la reflexion“es saber si en estas tamente, es muy posible que este fin o esta desaparición
condiciones las palabras «encontrarse» tienen algún sen­ sucedan antes de lo que se piensa. Es innegable el hecho
tido. Muchos de entre nosotros saben por experiencia lo de que, por razones múltiples, un verdadero tropismo
204 F ilo s o fía p a ra un tiem p o d e crisis h o m b re an te su fu tu ro 205

atrae a un número cada vez mayor de individuos hacia un futuro grandioso que el hombre está forjando para
las ciudades, y ello ocurre justo en el momento en que ; s¡ mismo?»
éstas tienden a hacerse inhabitables. , N o dejo de reconocer el impacto que no puede por
Para dar su sentido pleno a la palabra inhabitable ¡Henos que tener sobre la imaginación, e incluso sobre
me siento tentado a reparar nuevamente en los sustan­ el entendimiento, las prodigiosas hazañas de los astro­
ciosos desarrollos que se encuentran en los Aufsatze, de nautas, y aún más, diría yo, los cálculos matemáticos que
Heidegger, sobre las implicaciones de la palabra habitar. permiten la realización de estas mismas hazañas. En mi
M e refiero, ante todo, a la fórmula, a primera vista des­ opinión, es este triunfo del pensamiento matemático lo
concertante, D ie Sterblichen wohnen, insofern sie die que, ante todo, merece admiración. Pero no hay nada en
Erde retten 2. El rescate que aquí se afirma no es del , todo esto que pueda garantizar en modo alguno que
todo una conquista, una explotación. Heidegger nos dirá, lítales prodigios tengan un efecto benéfico para el au­
por ejemplo, que los mortales reciben el cielo en cuan­ téntico desarrollo del ser humano. Y no hay que ol-
to tal. En otras palabras, el habitat tiene a sus ojos un ¡ vidar que, para el filósofo de la existencia, lo único
valor antropocósmico, del que se puede decir, sin lugar •que cuenta en últim a instancia es este desarrollo. En una
a duda, que se encuentra enteramente perdido en el tipo j novela publicada recientemente, muy digna de tenerse
de civilización que tiende a prevalecer en la actualidad. en cuenta y cuyo autor es un checo que escribe en fran-
En estas condiciones no hay que extrañarse de que Jcés, encontré esta profunda observación: «En la actua­
en el cuadro de esta reflexión me vea llevado a conceder lidad parece que sólo el verbo producir se conjuga en
una importancia tal a la transformación que vemos ope­ futuro. El verbo ser no ha corrido la misma suerte.»
rarse bajo nuestros ojos, y para hablar todavía con ma­ ' Personalmente, al verbo producir yo le añadiría el ver­
yor precisión, a la aglomeración que ha venido a sus­ bo tener.
tituir a lo que en otro tiempo fue la ciudad. Nada sería Y aquí volvemos a tropezar con las observaciones pre­
más falso que juzgar esta transformación como exterior cedentes sobre la civilización urbana: en los construc­
o superficial. En realidad,- es la idea misma del hombre tores — pues en general ya no se puede hablar de arqui­
lo que ante nuestros ojos se está desnaturalizando. tectos— que edifican esos inmensos caserones en que se
A decir verdad, me es fácil imaginar la objeción que amontonan los hombres del mañana, ya no se encuen­
no dejarán de hacerme aquellos que, en la mutación pre­ tra la preocupación, sin duda importantísima, por sa­
sente, creen ver, ante todo, una emancipación sublime ber qué tipo de humanidad se va a forjar, ya que, a fin
de la especie hum ana: «En lugar de concentrarse sobre de cuentas, nadie puede poner en duda que el habitat
problemas menores, como los del habitat o las estruc­ contribuye a form ar a quien lo habita. Por lo demás,
turas de las nuevas ciudades, ¿no convendría resaltar la no se alcanza a ver en qué sentido la aventura astro­
prodigiosa conquista del cosmos, a la que asistimos desde náutica podría contribuir al enriquecimiento de la natu­
hace algunos años y que supone la ruptura de unos raleza humana. Todo sucede como si cada vez se tuviese
límites que hasta hace muy poco han aprisionado al menos en cuenta esta naturaleza. Este es, por lo demás,
hombre? ¿No hay aquí algo así como un empeño por el sentido del existencialismo ateo, sin duda la única doc­
trina a la que el término existencialismo se puede aplicar
sin confusión. Como quizá no se ignore, en lo que a mí
2 Literalmente, los mortales habitan en la medida en que re­
dimen la tierra. concierne, desde hace más de veinte años no he cesado
F ilo s o fía p ara un tiem p o d e crisis T» h o m b re ante su fu tu ro 207

de rechazar esta designación que me ha sido atribuida curso pronunciado hace algunas semanas, las posibilida­
por error o por falta de información. des de violencia parecen multiplicarse hoy desmesurada-
N o quisiera que se malentendiese la significación y el kmente. A este respecto, el espantoso callejón sin salida
alcance exactos de las observaciones que preceden. Como del Vietnam se presenta como el signo o la manifesta­
he dicho al comienzo, no se trata de profetizar. Esto se ción de una contradicción interna de nuestro mundo, y
aplica en particular a un dominio como el de la astro­ no se ve nada claro cómo podrá resolverse en síntesis,
náutica: creo que nadie se puede pronunciar de una ma­ según el ritmo hegeliano.
nera categórica, y quizá ni siquiera razonable, acerca del Lo que sorprende en la actualidad al observador im ­
extenso campo de investigaciones que va a abrirse a la parcial es la impotencia a la que parece estar condenada
^conquista de los hombres. Sin embargo, lo que sí pode­ la buena voluntad, tal como ha sido concebida después
mos comprobar por el momento es, por ejemplo, que las de K ant por todos aquellos que han creído en la efica-
/sumas astronómicas actualmente absorbidas por la con­ i cia de la razón práctica.
quista del espacio van en detrimento de empresas que, Y a es tiempo de hablar, para ver a qué se reduce en
de llevarse a cabo, podrían hacer que los pueblos actual­ el mundo de 1968 esa noción de progreso en la que,
mente menos favorecidos accediesen a una mejor situa- después de los enciclopedistas, tantos nobles espíritus
■ción y que, en cualquier caso, lograrían satisfacer sus del último siglo han puesto su esperanza.
necesidades primarias. Esta prioridad concedida de hecho Por mi parte, hace largo tiempo que he llegado a esta
a tales actividades que, a primera vista se presentan ¡ conclusión: que si existe un solo dominio en que la idea
como secundarias, si no superfluas, no puede explicarse f de progreso conserve un sentido e incluso pueda ser
desgraciadamente más que por consideraciones que po­ aplicable de manera plenamente justificada es el dominio
nen de manifiesto el carácter profundamente sospechoso de la técnica; y aquí radica probablemente, para decirlo
de la aventura astronáutica. ¿Cómo no estar persuadidos de pasada, una de las principales razones de la fascina­
de que esta aventura se encuentra como traspasada por ción creciente que la técnica ejerce sobre las generaciones
una segunda intención que se centra sobre lo que que llegan. Precisemos un poco lo que esto quiere decir:
Nietzsche llamaba la voluntad de poder? Podríamos es innegable que un determinado procedimiento nuevo,
sentirnos impulsados a juzgar de otro modo si entre las empleado con vistas a tal o cual fin, es preferible a los
grandes potencias que tienden a repartirse el planeta se procedimientos antiguos a los que sustituye. Y la palabra
llevase a efecto una colaboración no sólo formal, sino preferible no debe tomarse en un sentido subjetivo. El
penetrada realmente por una buena voluntad. Nos halla­ nuevo procedimiento es, por ejemplo, más económico,
mos tan lejos como quepa imaginar de lo que en la hora tiene mayor rendimiento, etc. Y la consecuencia es que
presente sigue siendo impensable: el que China aceptase resulta ya imposible volver a los procedimientos ante­
participar en una especie de cooperación cósmica. Pero riores, a los que el nuevo ha destronado literalmente.
basta con formular tal hipótesis para darse cuenta de que, Por tanto, tropezamos con esa irreversibilidad sin la
en el estado actual de cosas, resulta realmente absurda. que el progreso no podría existir.
Los datos que presenta la situación mundial hacen Por lo demás, considero importante — pero una tarea
aparecer como provisionalmente sin esperanza el estado semejante excedería los límites de esta exposición—
de inferioridad cada año creciente de lo que se llama el preguntarse cuáles son las contrapartidas del progreso.
Tercer Mundo. Como dijo el papa Pablo V I, en un dis­ Es notorio que estas contrapartidas resultan tanto más
208 F ilo s o fía p a ra un tiem p o d e crisis El h o m b re an te su fu tu ro 209

despreciables cuanto más nos mantenemos más acá del do­ una devaluación de la persona y tienden, a fin de cuentas,
minio de la vida, del psiquismo y de la propia realidad hacia un positivismo innegablemente agravado.
social. Cuanto más se avanza, no sólo, diría yo, hacia lo Desde luego que me guardaré de todo pronóstico en
complejo, sino más esencialmente hacia el interior y, en cuanto a las posibilidades de duración de una tal doc­
última instancia, hacia lo espiritual, con mayor claridad trina, que parece presentarse como la confluencia de ten­
aparecen estas contrapartidas como preñadas de un ca­ dencias bastante distintas. En cambio, lo que parece
rácter amenazador. Pero si bien se mira, esto significa, desgraciadamente indudable es que las condiciones de la
sin ninguna duda, que en los niveles superiores la existencia actúan en contra de la persona, y esto se apre­
técnica pierde su carácter autosuficiente, lo que viene a cia más claramente en la medida en que entre las condi­
decir que se estrella contra lo que se podría llamar una ciones de la existencia figuren las condiciones de in fo r­
meta-técnica, cuya presencia, sin duda, puede negarse mación, tales como resultan del desarrollo de los medios
verbalmente, puesto que las palabras lo permiten todo, de difusión. N o se ve bien cómo estos medios podrán
pero que de hecho coincide con lo que llamaría de buen dejar de estandardizarse cada vez más, ni tampoco cómo
grado el santuario del ser humano y su libertad. este desarrollo podrá dejar de arrastrar una neutraliza­
Ahora bien, sin duda la palabra libertad constituye la ción cada vez mayor en detrimento de los seres humanos.
clave pára quien intente reflexionar sobre el futuro que Lo que está tomando cuerpo ante nuestra mirada es
el hombre, según parece, se está labrando. N o vamos simplemente la verificación de las intuiciones proféticas
a disimular, por otra parte, que la confusión que reina formuladas hace un siglo por el genial Samuel Butler en
actualmente — incluso y quizá especialmente entre los su Erewhon.
filósofos-— en cuanto al sentido que habría que dar al Incluso rehusando entregarse a las aventuradas es­
término libertad contribuye en gran medida a confundir peculaciones sobre el futuro, hay que reconocer que, a
las perspectivas. poco que se reflexione sobre los elementos con que
y En cuanto a m í se refiere, jamás he dejado de pensar cuenta nuestra experiencia actual, nos vemos conducidos
-que el término libertad no cobra un sentido preciso más inevitablemente a conclusiones muy alarmantes. Porque,
'^ue”allí "don de se trata del desarrollo personal. Estimo, 1 salvo el caso de un cataclismo, la lógica interna del pro­
además, que la libertad no puede de ninguna manera ser greso demográfico, de una parte, y la progresión incon­
asimilada a un atributo que se puede reconocer o no en trolada de las técnicas, de otra, parecen actuar inevita­
el ser hum ano: creo que no puede ser más que una con­ blemente contra la persona y, por tanto, también contra
quista, las más de las veces imperfecta y siempre pre- • la libertad.-''Salvo cataclismo, digo, y esta reserva no re­
caria. Desde este punto de vista, todas las fuerzas que presenta ningún recurso estilístico. N o pienso solamente
tienden hacia la despersonalización se ejercen contra la en la guerra atómica, de la que en realidad nadie puede
libertad. Pero sin duda resulta poco útil para nuestro estar seguro si estallará o no, sino que pienso también
propósito hacer el inventario de los factores que inter­ en el desencadenamiento imprevisible de fuerzas telúri­
vienen en tal despersonalización. Lo que, §in embargo, cas u otras, de las cuales cada año nos reserva ejemplos
conviene subrayar es la responsabilidad en que incurren a menudo aterradores. Ignoramos absolutamente qué pa-
actualmente aquellos que, en nombre de un pretendido j roxismos pueden alcanzar tales desastres, y al mismo tiem­
estructuralismo — término por lo demás tan cargado de po debemos reconocer que no somos capaces de anticipar
ambigüedad como el de existencialismo— , proceden a nada mediante el pensamiento acerca de las consecuen-
14
210 F ilo s o fía p ara un tiem p o d e crisis h o m b re ante su fu tu ro 211

cías que tendrían sobre el desarrollo ulterior de la hu­ tente en situar sobre el plano de un confort material
manidad. Por lo demás, quisiera introducir una observa­ generalizado el futuro del que, en cierto modo, él se
ción que quizá parezca paradójica: tan aflictivos, e incluso erige en profeta. Pero, ¿cómo no ver que él mismo se
diría tan consternadores como puedan ser para nuestra encuentra expuesto a este error de interpretación al sa-
afectividad esos cataclismos, en la perspectiva de la pura cralizar hasta cierto punto el progreso técnico, incluso
reflexión, presentan quizá la ventaja de poner al hombre minimizando, según parece, la realidad y el lugar del mal
en guardia contra un orgullo, contra una soberbia con en la historia de la humanidad? D e esta manera, sin
respecto a la cual los sabios de todos los tiempos están duda se ha prestado, sin pretenderlo, a una vulgarización
de acuerdo en que no puede conducir sino a lo peor. de su pensamiento que le priva de su originalidad esencial.
Los sabios, he dicho. ¿Y dónde están hoy los sabios? D e cualquier modo, es razonable preguntarse si al
Como he tenido ocasión de decir en otro lugar, es la menos no habrá sido un gran precursor y si la tarea de
propia noción de sabiduría la que en términos generales reconciliación entre la ciencia y el cristianismo, a la que
se encuentra desacreditada en la actualidad. Sin embargo, I él prodigó tantos esfuerzos, no será proseguida por otros
creo que, si cada uno de nosotros ha conservado ese tan quizá m ejor preparados filosóficamente. Se trata de una
amenazado sentido de la responsabilidad, debe reaccionar posibilidad que nadie puede excluir a priori. También
en su esfera contra este descrédito. Esta es, por lo demás, sería preciso investigar — y ésta es una tarea que incumbe
la conclusión de las presentes observaciones, de las que únicamente al filósofo— en qué condiciones una tenta­
deseo que se me excuse por su carácter sombrío y alar­ tiva semejante podría presentar algúnas posibilidades de
mante. Por muy temibles que sean estas perspectivas, de­ éxito. Este proyecto implicaría una reconsideración de la
bemos mirar el derrotismo como una trampa de la que ciencia y de la religión, o para decirlo con mayor preci­
hay que apartarse, es decir, no tenemos derecho a ins­ sión, del hecho cristiano, a partir de una aprehensión
talarnos en la certidumbre de lo peor, sino que hemos directa o inmediata que se efectuaría más allá de los pos­
de negarla como tal certidumbre. Y es aquí donde inter­ tulados cientificistas, de una parte, y de las construcciones
vienen las virtudes teologales, que se inscriben en lo que teológicas, de otra. Y en esta circunstancia, más que
podría llamarse otra dimensión: la del instante o la de a Teilhard de Chardin, ,es probablemente a Blondel -a
lo eterno, como se quiera. Y en ello coinciden San Pablo, quien convendría referirse, pero al Blondel de la primera
Pascal y Kierkegaard. En cuanto a Teilhard de Chardin, época y no al de la última, en la que parece haber re­
no considero con demasiada confianza su tentativa, tan tornado hacia un tomismo del que en sus comienzos se
generosa como se quiera, de unificar estas dimensiones, había liberado.
pues mucho temo que su pretensión haya sido llevada Una vez más quiero excusarme por la rapidez y for­
a cabo al precio de una confusión perniciosa entre el zada oscuridad de estas indicaciones. Xle_cualquier modo,
optimismo de una parte y la esperanza de otra. creo que tienen la ventaja de «señalar», aunque sea en
La prueba de esta confusión la encontramos en el mis­ un sentido negativo, los obstáculos entre los que quizá
mo éxito que obtiene la obra de Teilhard de Chardin algún día el pensamiento humano se pueda abrir un ca­
entre ciertos comunistas que desprecian la fe cristiana, mino hacia la ruta de un futuro mejor.
sin cuya presencia la obra pierde su significación. El
propio Teilhard de Chardin, en L ’H ym ne de l’Univers.
se alza indignadamente contra la interpretación consis­
P A SIO N Y SA B ID U R IA E N E L C O N T E X T O
D E L A FILO SO FIA E X IS T E N C IA L

U n grupo de estudiantes procedentes de un país ve­


cino me han confesado el malestar, incluso diría la repug­
nancia intelectual, que experimentaban al oír con tanta
i frecuencia a sus profesores pronunciarse a favor de so­
luciones de concesión, o aun de compromiso, con res­
pecto a los problemas filosóficos que pretendían resolver.
Les respondí que comprendía muy bien su reacción,
tanto más cuanto que yo mismo había reprochado muy
a menudo de manera retrospectiva a mi profesor de f i ­
losofía el haber actuado de la misma forma, contribu­
yendo con ello a extender entre sus alumnos el senti­
miento de que la verdad es en general incolora y, en
consecuencia, mediocre. Mis corresponsales me pregun­
taron entonces si accedería a visitarlos con objeto de tra-
i tar ante ellos esta cuestión tan delicada. Accedí en prin-
! cipio, aunque de momento me parecía bastante difícil
formular en términos inteligibles y precisos el problema
¡ que se me había planteado.
Se trataba, pues, en primer lugar, de interpretar aque­
lla reacción suya y preguntarse después si tal reacción
j podía justificarse tras haber reflexionado sobre ella.
Los dos epítetos que yo había utilizado, incolora y
mediocre, no figuraban en la carta de mis corresponsa­
les. Sin embargo, me parecía que, dada su naturaleza,
nos permitirían precisar el nudo de la cuestión. Ese tipo
de soluciones de concesión tienden a presentarse como
un medio para no recibir con oposición una cierta exi­
gencia que es preciso hacer aflorar a la conciencia. ¿No
nos estará permitido decir que se trata de la exigencia de
una verdad exaltadora, por la cual puede uno apasio-
214 F ilo s o fía p a ra un tiem p o d e crisis Pasió?7 y sab id u ría 215

narse e incluso llegar a sacrificarse? Ahora bien, ¿es que ponder así (y esta vez es una reflexión secundaria la que
se trata simplemente de una disposición afectiva? Al me­ se lleva a cabo) :
nos no lo parece. En realidad, el término afectivo es La cuestión estriba en saber si los debates filosóficos
uno de los más ambiguos que existen. Lo que hay que pueden ser asimilados a las polémicas personales, las cua­
esclarecer es precisamente la relación que puede esta­ les, en efecto, no pueden ser reglamentadas si no es de
blecerse entre un ser — y quizá haya que especificar que acuerdo con la equidad y dando a cada uno lo que le es
se trata de un ser joven— y esa verdad por la cual se debido. Y tal cuestión se esclarece de manera inesperada
sentiría dispuesto en determinadas circunstancias a entre­ cuando se centra la atención sobre el punto siguiente;
garse y aun a morir. Es bien patente — -y hemos de re­ Cuando se trata de un litigio ordinario, distinguimos
conocerlo con toda objetividad— que el comunismo se claramente la condición con que puede ejercerse la fu n ­
presenta a sus adeptos como una verdad de este orden. ción arbitral o, para hablar con más exactitud, cuáles son
Y claro está que el cristianismo, cuando es vivido en la las condiciones a que debe someterse el magistrado para
verdad, se halla en posesión del mismo carácter. Pero cumplir con su oficio y para que todo el mundo reco­
lo verdaderamente exaltador es lo incondicional. La afir­ nozca que ha cumplido con él. Ahora bien, ¿ocurre lo
mación, explícita o no, que constituye su resorte es la mismo en el caso que nos ocupa? Parece en extremo du­
siguiente: «Es incondicionalmente cierto que...» N o obs­ doso, y quede bien claro que me estoy refiriendo a un
tante los profesores cuya tibieza, o quizá cuya pusilani­ tema en el que hace cerca de medio siglo que estoy in ­
midad, intentamos denunciar apelarán contra este incon­ tentando abrirme camino.
dicional. Para ellos, sí es verdad hasta cierto punto que..., Claro está que uno se siente verdaderamente tentado
pero no es menos cierto q u e ..., etc. D a la impresión de a responder a s í: un historiador de la filosofía que se
que pretenden llevar a cabo un arbitraje o como si inten­ halle en posesión de un conocimiento suficiente de los
tasen ejercer una especie de magistratura, preocupada sistemas está facultado para efectuar el tipo de pesada
por mostrarse equitativa. que le permitirá aportar su juicio a este respecto, o in ­
N o podemos por menos de reconocer que, en la pers- j cluso proceder a una dosificación entre determinadas teo­
pectiva de lo que he llamado en otras ocasiones la re- ; rías contradictorias que se presentan como ciertas.
flexión primaria, hay que darles la razón, precisamente Pero en la realidad no hay nada más escabroso que el
porque se muestran como obligados a la instauración de pasar de la exposición de una doctrina que el historiador
una cierta justicia y porque es muy raro, en efecto, que se esfuerza por reconstruir a esta especie de evaluación
en un litigio de la clase que sea una de las partes con­ o de pesada. Además, la experiencia demuestra claramente
tendientes tenga toda la razón y la otra esté enteramente que cuanto más profundamente penetre el historiador en
equivocada. Y en ese caso, ¿no es preciso rechazar la la doctrina que se esfuerza por comprender — y en cierta
protesta de que he hablado y preguntar a los que la manera por rehabilitar— tanto más difícil, por no decir
formulan si lo que hacen en realidad no es poner en imposible, le resultará retroceder lo suficiente para apre­
duda el valor del progreso conseguido a partir del esta­ ciarla con objetividad. Y todo sucederá, según parece,
dio infantil, cuando los conflictos se solucionan por la como si el historiador, al tratar de identificarse por m e­
fuerza? dio del pensamiento con el filósofo al que ha consagrado
Ciertamente, hay motivos para intimidarse ante un sus desvelos, se viese por ello mismo incapacitado para
contraataque semejante. Pero creo que se podría res- juzgarlo. Pienso, por ejemplo, en uno de los historiado­
216 F ilo s o fía p a ra un tiem p o d e crisis Pasión y sab id u ría 217

res de la filosofía más profundamente integrados que yo interior que las precede y sin el cual perderían lo m ejor
he conocido, V íctor Delbos, y en su obra La philosophie de su significación. Sin embargo, es a una ilusión de
pratique de Kant. Pues bien, no se encontrará a lo largo esta naturaleza a la que cedemos cuando imaginamos que
de todo el libro ni un solo juicio sobre el pensamiento es posible tratar una filosofía como si fuera una cosa,
kantiano. Y sin embargo he conocido lo suficiente a V íc­ más aún, como si fuera un compuesto que se presta a
tor Delbos para saber hasta qué punto practicaba la hu­ manipulaciones. La «pesada», en último término, no es
mildad. Los juicios comparativos a que he hecho alusión otra cosa que una manipulación.
se encontrarán más bien en obras de vulgarización, en Pienso en este momento en la declarada aversión de
las que, por la fuerza de las circunstancias, suele faltar mi querido amigo Charles du Bos por la literatura com ­
por regla general la probidad absoluta propia de quien parada, incluso, más generalmente, por la comparación
ha pasado largos años estudiando un sistema en su gé­ en el orden literario y artístico. D u Bos tenía hasta tal
nesis y en su estructura. Incluso me siento tentado a ir punto el sentido de lo único y lo incomparable que a
más lejos y decir que, contrariamente a lo que debería sus ojos esas «comparaciones», que suele efectuar con
ser, el juicio comparativo será tanto más categórico y gran gusto una cierta crítica, aparecían como un modo
tanto más sumario cuanto menos directo y menos pro­ de traicionar lo esencial. Es posible que llevase dema­
fundo sea el conocimiento de la persona que lo formula siado lejos este tipo de escrúpulo, pero yo creo que en
sobre aquello de lo que habla. el fondo tenía razón y que lo que él atacaba con tanta
Además, ¿cómo no subrayar que una dosificación recae fuerza a propósito del arte y la literatura puede apli­
siempre sobre cosas? ¿Y acaso el pensamiento de un carse con la misma justicia, al menos, a la filosofía.
filósofo auténtico puede en modo alguno asimilarse a ¿Cómo no advertir que la idea misma de una dosifica­
una cosa? ción resulta incompatible con una apreciación meditada
Cuando me refiero a mi propia experiencia intelectual, de lo que es una doctrina filosófica y de su carácter pro­
me veo forzado a remontarme al período de gestación fundamente orgánico? Las operaciones, siempre groseras,
en cuyo curso, en condiciones difíciles, precarias, incluso a que se entrega el vulgarizador que pretende propor­
azarosas, comenzaron a tomar forma los pensamientos que cionar a sus lectores los elementos para una evaluación
habría de form ular mucho más tarde. Y aquí hay que re­ tienen lugar en una especie de espacio imaginario que
currir a la distinción, tan importante, que Maurice B lo n ­ no tiene nada en común con aquel donde el pensamiento
del ha señalado entre pensamiento pensante y pensamien­ del filósofo ha crecido como una planta, como un ser
to pensado. En verdad es tentador, aunque infinitamente viviente.
peligroso, cortar el cordón umbilical que ata el pensa­ Bergson, a quien por lo demás debe tanto Charles du
miento pensado al pensamiento pensante. Y sin embargo Bos, en su memorable comunicación sobre L ’intuition
ésta es la tentación a que se cede, aunque no se dé uno philosophique, ha puesto de relieve de una vez por todas
cuenta en absoluto de hacerlo, cuando se cree que se esta especie de inconmensurabilidad esencial existente en­
puede reducir una filosofía a las fórmulas en las que, tre las doctrinas filosóficas. «Proviene — escribió— del
hasta cierto punto, ha tomado cuerpo. Y digo hasta cierto hecho de que en la base de una doctrina filosófica hay
punto, porque es infinitamente arriesgado pensar que siempre una intuición simple, y hasta tal punto simple
tales fórmulas pueden ser aisladas, no sólo de su con­ que el filósofo no consigue jamás formularla como tal.
texto expreso, sino también de esa especie de empuje Y por esa razón habla de ella toda su vida. N o es capaz
218 F ilo s o fía p a ra un tiem p o d e crisis Pasión y sab id u ría 219

de formular lo que tiene en el espíritu sin sentirse obli­ «Pero — me rebatirán quizá los hombres que se sien­
gado a corregir su fórmula primero y a corregir su co­ tan aludidos con estas observaciones— la última palabra
rrección después; y así, de teoría en teoría, rectificando ¿no corresponde a una reflexión madura que viene a ne­
cuando creía completarse, no hace otra cosa, por una gar esta incondicionalidad e introducir lo que se podría
complicación que llama a otra complicación, mediante llamar el quodammodo? ¿Con qué derecho — me pre­
desarrollos yuxtapuestos a otros desarrollos, que expresar guntarán— se permite rechazar la autoridad de esta re­
con una aproximación creciente la simplicidad de su in­ flexión limitadora que se ocupa de denunciar los abusos
tuición original... ¿Cuál es esta intuición? Si el filósofo de lo que se podría denominar el pensamiento exaltante
no ha logrado darnos la fórmula, no seremos precisa­ y exaltado?»
mente nosotros quienes la conseguiremos. En cambio, lo Ahora sí que nos encontramos en el corazón mismo
que sí llegaremos a captar y a fijar es una imagen inter­ del problema sobre el que me han pedido que reflexione
media entre la intuición concreta y la complejidad de para ustedes y ante ustedes. Lo formularé así: ¿es que
las abstracciones que la traducen... Lo que caracteriza en la estructura de lo real, no como una especie de negocio
primer término esta imagen es la capacidad de negación sobre el que un experto podría pronunciarse desde fuera,
que encierra en sí misma. Recordemos cómo procedía el llevando a cabo un arbitraje, sino tal como se revela a
daimón de Sócrates, que detenía la voluntad del filósofo los seres misteriosamente llamados a vivir y a morir,
en un momento dado y que le impedía obrar, más bien acaso esta estructura de lo real no está en cierto modo
que prescribirle lo que tenía que hacer. Creo que la in­ secretamente acorde con las exigencias del pensamiento
tuición se comporta muchas veces en materia especulativa exaltante o exaltado? Y tengo que recordar a este res­
del mismo modo que lo hacía el daimón de Sócrates en pecto lo que escribí en Etre et avoir, es decir, bastante
la vida práctica... Ante ideas corrientemente aceptadas, antes de que el pensamiento sartriano hubiese tomado
ante tesis que parecen evidentes, ante afirmaciones que cuerpo: yo no soy ante todo y fundamentalmente homo
hasta ahora habían pasado por científicas, susurra al oído spectator, sino homo particeps. Sólo que, desde la época
del filósofo la palabra imposible. Imposible, aunque los en que formulé esta distinción, me he visto obligado a
hechos y las razones parezcan invitarte a creer que esto tomar conciencia del carácter ambiguo, y en ciertos as­
es posible y real y cierto. Imposible, porque una expe­ pectos quizá engañador, de la palabra participación. En
riencia, confusa quizá, pero decisiva, te dice, por inter­ la actualidad más bien me siento inclinado a decir que
medio de mi voz, que es incompatible con los hechos en el fondo no tiene más que un valor negativo: el de
que se alegan y las razones que se dan y que, por lo poner de relieve la especie de dehiscencia que parece
tanto, esos hechos deben de haber sido mal observados, producirse tan pronto como se pronuncia la afirm ación:
y esos razonamientos deben de ser falsos» *. «yo soy». Y en esto, más que hacia Bergson, me siento
Term ino aquí mi Cita* aunque la ilustraré recordando inclinado a volverme hacia Claudel, el mejor a mi en­
que el mismo Bergson decía que, tras haber estudiado tender a quien podría apelar. Permítanme que les cite
un cierto número de doctrinas que le parecían al menos el comienzo de la primera escena de Tete d’o r:
concebibles, cuando llegó a Kant hubo un algo en él que
le hizo exclam ar: «Imposible, esto es imposible.» «Cébés.— Aquí estoy,
débil, ignorante,
1 La pensée et le mouvant, pp. 119-120. hombre nuevo ante las cosas desconocidas,
Pasión y sab id u ría 221
2 20 F ilo s o fía p a ra uiz tiem p o d e crisis

y vuelvo mi rostro hacia el Año y el arca lluviosa, ¿Por qué he sentido Ja necesidad de recordar este texto
con el corazón lleno de pesar. admirable ? N o sólo para expresar en cierto modo mi pro­
N o sé nada y nada puedo. ¿Qué puedo decir? ¿Qué pósito, sino también porque pienso que en él se encuen­
puedo hacer? tra expuesta con vigor incomparable la situación funda­
¿En qué voy a emplear estas manos que penden, estos mental del «yo» que aparece sobre la tierra. Sin em bar­
pies que me llevan como el sueño nocturno? go, hay que reconocer sin ambages que cuanto mayor sea
La palabra no es más que un ruido y los libros no son el grado en que un ser toma conciencia radical de esta
más que papel. situación, más refractario se mostrará a aceptar los arbi­
Aquí no hay nadie más que yo. Y me parece que todo, trajes de que he hablado. Porque lo incondicional radica
el aire brumoso, las tierras fértiles, en el hecho mismo de encontrarse allí, de tener quizá
y los árboles y las bajas nubes que amar, de tener por fuerza que sufrir, pero sobre todo
me hablan, en una conversación sin palabras, ambigua­ en el hecho de saberse condenado a muerte. En conse­
mente. cuencia, nos encontramos estructuralmente situados más
El labrador allá de un orden en el que, pesando los pros y los con­
regresa con su carreta; se oye su grito tardo. tras, sólo se puede decir que «quizá sea cierto que...,
Es la hora en que las mujeres van a buscar el agua. pero no es menos exacto que...», etc.
Ha llegado la noche.— ¿Qué es lo que yo soy? Intentemos ver ahora con alguna precisión adonde nos
¿Qué es lo que hago? ¿Qué es lo que espero? conduce el camino que acabamos de seguir. N o obstante,
Y me respondo a mí mismo: N o lo sé. ¡Y deseo dentro parece que aún nos falta prever una objeción que nues­
de mí tro adversario no dejará de hacernos.
llorar, o gritar, «Adm ito — nos dirá sin duda alguna— que nuestra
o reír, o saltar y agitar los brazos! situación, tomada por así decirlo en bruto, implica efec­
¿Quién soy yo? Hay todavía manchas de nieve, tivamente datos que se sitúan más allá, o hablando más
tengo en mis manos una rama florida. exactamente, más acá de toda disyunción o aun de toda
Porque marzo es como una m ujer que sopla sobre un yuxtaposición que se traduzca por el término también.
fuego de leña verde. Pero tenemos el derecho, e incluso el deber, de pregun­
¡Olvidemos el verano tar qué papel le incumbe justamente al pensamiento filo ­
y la espantosa jornada bajo el s o l! sófico frente a estos datos en bruto. El papel del pensa­
¡Oh, cosas, miento filosófico ¿no consiste acaso en instalar esta so­
aquí me ofrezco a vosotras! ledad salvaje? Y por el hecho mismo de hacerlo, ¿no
¡Y o no sé nada! está obligado a dudar de esa pretendida incondicionali-
¡V edm e! Siento necesidad, dad? Incluso se podría decir que la reacción obligada
y no sé de qué, y podría gritar sin fin ante esta soledad, exacerbada en cierto modo, es el grito,
muy alto o muy bajo, como un niño que se oye a lo y que esta reacción puede derivar en lirismo. Ahora bien,
lejos, como los niños que se han quedado solos, al el pensamiento filosófico ¿no obedece a un estatuto muy
lado de las brasas rojas. distinto?»
¡Triste cielo! ¡Arboles, tierra! ¡Sombra, noche lluviosa! Y en este punto vemos que nuestro campo de investi­
¡M iradm e! ¡Que mi petición no sea negada!» gación se precisa y define. D e acuerdo con que la exal­
222 F ilo s o fía p ara un tiem po d e crisis y Pasi ó ?7 y sab id u ría 223

tación le conviene al lirismo. ¿Le conviene también a la accedido a un sentido mas amplio de lo que he llamado
metafísica? Está bien claro que no, al menos del mismo la metatécnica, y creo también que es esta noción la que
modo. Lo que en realidad se trata de saber es si el canto tengo que aclararles a ustedes para precisar y completar
o el lirismo no traducirán a su manera un aspecto de la hasta hacerlo más inteligible lo que dije en la primera
realidad que, sin la menor duda, puede ser abordada parte de este estudio.
con ayuda de un lenguaje distinto, pero que en ningún En realidad, el momento histórico que vivimos me pa­
caso puede ser expresada por medio de conceptos que rece particularmente favorable para llegar a una apre­
nos permitiesen manipular lo real. Por lo demás, tal ciación de la metatécnica y de su valor intrínseco. Y estoy
manipulación se efectúa de manera muy diversa según pensando sobre todo en la conquista del espacio y las
los campos en que se ejerce, pero comporta siempre locas ambiciones que ha desencadenado. ¿Quién puede
reajustes del tipo de los arbitrajes de que hablé anterior­ creer que la preocupación dominante en los que llevan
mente. a cabo estas exploraciones, a las que por lo demás no
Y a este respecto todavía refrendo lo que dije hace niego mi admiración, sea ampliar los límites del saber?
un cuarto de siglo, en la conferencia que pronuncié en Mucho me temo que tengamos que enfrentarnos a lo
1930 en la Fédération des Associations d’Etudiants que se podría llamar un colonialismo foráneo e incluso
Chrétiens, conferencia que sería recogida más tarde en hiperbólico. Pero igualmente se podría hablar de una
Etre et avoir. Dentro de una perspectiva que en la actua­ alienación llevada hasta el absoluto, como si el hombre
lidad me parece excesivamente religiosa — lo cual se realizase un esfuerzo supremo y en cierto modo deses­
explica por el hecho de que acababa de adherirme al perado por olvidar su condición. Más aún, por descubrir
catolicismo— definía2 yo entonces un orden que con­ o inventar el medio de manumitirse de ella por inter­
trasta en todos sus aspectos con el mundo dominado por medio de la técnica. La metatécnica, tal como yo la
la técnica, un orden en el cual el sujeto se siente situado concibo, es ante todo y en primer lugar una recupera­
frente a un algo en el que todo intento de hacer presa es ción. Pero, cuidado. No se trata de un fenómeno propia­
rechazado 3. Si la palabra transcendente tiene alguna sig­ mente psicológico. La verdad es que no puedo recupe­
nificación, añadiría, es ésta sin duda, y designa exactamen­ rarme a mí mismo más que a condición de recuperar
te el intervalo absoluto, infranqueable que se abre entre la realidad a la que me ajusto.
el sujeto y el ser, en tanto que éste se zafa de todo in ­ Está claro que esto se presta a una objeción inmediata,
tento de captación. Me refería entonces al sentimiento a la que conviene hacer frente sin tardanza. «La palabra
de lo sagrado, en el que intervienen a la vez el temor, metatécnica — se me dirá— parece corresponder etimo­
el respeto y el amor. En aquel entonces mi preocupación lógicamente a una superación. Pero, muy al contrario,
esencial era situar el acto de adoración en relación con un ¿no estaremos acaso en presencia de una regresión al es­
mundo que parece cada vez más resuelto a excluirlo. En tadio pretécnico, ese estadio en el que el hombre se siente
cambio hoy, después de un largo periplo, después tam­ en medio de un mundo que le sobrepasa en todos los
bién de haber tomado contacto con el pensamiento heideg- sentidos y en el que ante todo se pone de manifiesto su
geriano, si bien no de un modo profundo, creo que he impotencia?»
A mi modo de ver, no se trata aquí en absoluto de
una regresión que, en último término, implicaría el aban­
2 Cf. Incredulidad y fe, Guadarrama, 1971, p. 26.
dono de las conquistas logradas por la técnica. Quizá,
3 Ibid.
224 F ilo s o fía p ara un tiem p o d e crisis Pasión y sabid u ría 2 25

para evitar todo malentendido sobre este punto capital punto se sitúa. M e parece que lo más probable es que
convendría expresarse como sigue : se intente resolver el problema apelando a la historia.
La técnica se encuentra encauzada dentro de una cierta «Esta cuestión — se nos dirá sin duda— es una super­
dirección. Pero no se puede establecer a prior i hasta dón­ vivencia, es algo que pertenece al pasado y no puede en­
de podrá aguantar el espíritu humano sin llegar a estre­ contrar lugar en el mundo que estamos construyendo
llarse, si prosigue por este camino. Esto se aplica con con materiales sólidos a partir de datos positivos, cientí­
toda justicia al campo de las realizaciones interplaneta­ ficos e inconmovibles.»
rias. N o tenemos dificultad en ver estos obstáculos con Creo que les será casi imposible, queridos lectores,
que el hombre tropieza todavía en la actualidad; pero evitar la pregunta de si no me estaré apartando de la
¿cómo podríamos atrevernos a asegurar que no se llegará cuestión planteada al principio de este estudio. A decir
a reducir tales obstáculos con la ayuda de procedimientos verdad, no lo creo yo así, porque, precisamente, aquí se
técnicos cuyo principio se nos escapa todavía? Por otra pone muy bien de manifiesto cuál será esa especie de
parte, no vacilamos en declarar que en esta dirección el término medio, el modus vivendi, en el que se detendrán
desarrollo es irreversible. Sólo un cataclismo cósmico o sin protesta incluso aquellos a los que estamos intentan­
provocado por la locura de los hombres sería capaz de do incriminar. « ¿Por qué no admitir — sugerirán sin
reducir a nada este desarrollo. Y me parece contrario ^ duda estos espíritus conciliadores— que hay un mundo
a toda razón, salvo en caso de ocurrir una catástrofe pla­ real, objetivo (ese cuyo control y dominio asegura el pen­
netaria, imaginar que los hombres puedan verse obligados samiento técnico) y, por otra parte, que haya un campo
a dar marcha atrás, y no solamente frenar la evolución del sentimiento, una especie de asilo en que el alma,
técnica, sino ni siquiera remontarla. herida por el espectáculo de ese mundo implacable, en­
H e hablado hace poco de dirección: la palabra es im­ cuentra el medio de refugiarse sin que nadie tenga nada
portante y requiere, como su complemento, la de dimen­ que censurar?» Me apresuraré a afirmar que esta falaz
sión. Precisamente cuando R ilke hablaba de la religión amplitud de espíritu me lastima, diría incluso que me es­
diciendo que es una dirección del corazón, se refería a candaliza tanto como a vosotros. El lugar en que se lleva
una dirección que no es aquella en la cual o según la a cabo la afirmación metafísica o religiosa no es asimilable
cual pueden realizarse los progresos técnicos. A hora bien, a un parque público, a un quiosco de música o a una tien­
hoy en día — y quizá se observe más claramente en da de campaña para las horas de ocio o las vacaciones. Es­
China que en Rusia— es fácil sentir la tentación de ence­ toy convencido de que un pensamiento filosófico que se
rrarse en esta dimensión del pensamiento técnico hasta precie de tal tiene que declararse solidario del espíritu de
el punto de negar que pueda existir cualquier otra. Por intransigencia que rechaza sin apelación toda especie de
lo demás, habría que traducir esta última negación a un seudosolución acomodaticia. T iene que hacerlo, aun a
lenguaje más vigoroso. Lo cual significa que todo aquello sabiendas de que este espíritu de intransigencia será des­
que no es susceptible de inscribirse en los registros del deñosamente calificado por muchos de pasión. A mi en­
pensamiento técnico y que por ello mismo no puede tra­ tender hay pocos términos que hayan contribuido más
ducirse en cambios observables en el mundo material, que el de pasión a engendrar la confusión, en particular
debe ser considerado como ilusorio. Sin embargo, el en lo que se refiere al campo de la etimología, de la
filósofo cometerá siempre la indiscreción de preguntarse filiación de la palabra. A l poner el acento sobre todo en
qué es esta ilusión, cuál es su ser o su no ser y en qué el padecer o en la pasividad se corre el más grave riesgo
15
226 F ilo s o fía p a ra un tiem p o d e crisis T Pasión y sab id u ría 227

de desconocer la naturaleza de la pasión, que es ante respecto a la pasión, y en particular a la pasión del co­
todo exaltación. Pero la verdad es que en esta cuestión nocimiento, es capaz, en mi opinión, de esclarecer lo
nos acechan las dificultades. Resulta tentador, pero peli­ que con ello he querido decir. En realidad, el mundo
groso, hablar a este respecto de sen tir: la pasión de la técnico continúa siendo tributario del pensamiento inven­
libertad, por ejemplo, o la de la verdad — y ambas están tivo y creador y, por otra parte, no hay nada en él que
mucho más próximas de lo que comúnmente se cree— permita explicar este pensamiento y fundamentar su posi­
no se dejan ciertamente reducir a un sentir, de cualquier bilidad. Creo que el lector no podrá por menos de darse
tipo que este sentir sea. U no de los mayores méritos de cuenta de que volvemos a tropezar, de que encontramos
Kierkegaard, y bastante más tarde, de Nietzsche, en un de nuevo esa metatécnica de que tratamos anteriormente.
contexto por completo diferente, consiste precisamente Pero ahora quizá consigamos aprehender mejor su esen­
en haber puesto de relieve lo que en la pasión hay de cia. Como se ve, lo mismo que tantas otras veces, mi
absolutamente positivo. Mas esto no quiere decir en pensamiento ha progresado en espiral a lo largo de todo
modo alguno que la pasión no pueda degradarse, median­ este capítulo.
te una fijación, hasta el punto de llegar a ser, no sólo ¿No habrá llegado acaso el momento de recordar el
esterilizante, sino incluso destructiva. Pienso que, como título que me he creído obligado a dar a este trabajo
siempre, nos sería muy útil concentrar la atención sobre después de haber redactado una parte del m ism o: Pasión
un ejem plo que fuese particularmente susceptible de es­ y sabiduría en el contexto de la filosofía existencial?
clarecer nuestro pensamiento sobre la cuestión, y en este Si- concentramos nuestra atención, como he sugerido,
caso creo que conviene fijarnos sobre la pasión del co­ sobre la pasión del conocimiento o sobre la pasión de
nocimiento. Esta, en efecto, tiene la gran ventaja de eli­ la justicia, comprobaremos que tanto la una como la otra
minar de plano cualquier acusación de irracionalismo. se expresan simplemente a través del término a cual­
Por lo demás, observaré de pasada que hay que descon­ quier precio. Por extraño que resulte, todo parece demos­
fiar en extremo del término irracionalismo, porque la trar que en la historia o en el mundo se está llevando
mayoría de las veces oculta confusiones. Pienso, por a cabo una obra a la que es indispensable que se consa­
ejemplo, en la crítica tan injusta y tan poco inteligente gren determinadas personas, sin consideraciones e in ­
que Benda se atrevió a hacer de Bergson, mientras que cluso sin piedad. Esto es especialmente importante para
un racionalista de mucha mayor envergadura que Benda, nuestro propósito porque, si nos atenemos a lo que he­
Léon Brunchsvicg, conservó siempre por el pensamiento mos llamado el plano de los arbitrajes, las palabras a
bergsoniano una especie de afectuoso respeto. cualquier precio no tienen ningún sentido. Por ejem plo,
no se concluye un negocio a cualquier precio. Pasados
Mas procuremos ahora reanudar el hilo de una re­ I ciertos lím ites, tal negocio resulta desastroso y hay que
flexión que, me atrevo a decir, corre el peligro de des­ renunciar a él. Pero aquí se trata de algo misterioso que
bocarse en todo momento. ni en una sola ocasión se deja asimilar a un negocio.
He dicho hace unos instantes que pudiéramos atener­ Sin embargo, tengamos cuidado. Porque hay la posibi­
nos a la facilona solución que consistiría en disponer, lidad de que oigamos pronunciar estas palabras, a cual­
fuera del mundo sometido al ejercicio del pensamiento quier precio, a algunos tecnócratas, sean o no comunistas.
técnico, un pequeño cercado en que el sentimiento podría Así les oímos d ecir: «Ese pantano tiene que estar ter­
encontrar un refugio. Pero lo que acabo de indicar con minado para tal fecha. Es preciso que lo esté a cualquier
228 F ilo s o fía p ara un tiem p o d e crisis P asión y sab id u ría 229

precio.» Esta coincidencia, al menos aparente, tiene mo­ Pienso que el humanismo del que Renán o Anatole Fran-
tivos para inquietarnos. Nos obliga a determinar los lím i­ ce fueron quizá los últimos representantes, aunque tanto
tes traspasados los cuales esas palabras, a cualquier precio, el uno como el otro un poco fingidamente — añadamos
se convierten, no ya en un insulto a la razón, sino en un a estos nombres, si les parece, el de Duhamel e incluso
verdadero ultraje a la humanidad. Y aquí precisamente el de Giraudoux— , creo que este humanismo está fin i­
tenemos que introducir las consideraciones relativas al quitado. El marxismo parece haber tomado su relevo, si
orden de la sabiduría. bien en unas condiciones que un espíritu imparcial no
Ahora bien, tenemos que reconocer que este término, puede por menos de considerar muy alarmantes.
sabiduría, tiene en la actualidad una mala prensa, y ello Cuando digo que esta sabiduría a la que me refiero no
porque en cierto modo la sabiduría se encuentra grave­ es, propiamente hablando, humanista, quiero significar
mente hipotecada. ¿Qué es la sabiduría? ¿Es el ne quid que, cuando reflexiona sobre sí misma, aparece ante sus
nimis del poeta latino? ¿Es el espíritu de mesura llevado propios ojos como en cierto grado tributaria de una acción
hasta un punto en que roza con lo que llamamos me­ que emana, conforme diremos muchos de nosotros, del
diocridad? Creo — y es éste un punto esencial sobre el Espíritu Santo. Sin embargo, los que prefieran no utilizar
que sin duda valdría la pena reflexionar largamente—- una expresión tan teológica pueden decir que procede de
/que la sabiduría tiene que ser revalorizada; y pienso que unas potencias espirituales que no se encuentran en ab­
no podrá serlo más que en función de una toma de con­ soluto situadas en la órbita del mundo humano tal como
ciencia, renovada también, a la vez de lo que es y de este mundo aparece incluso para un observador no com­
lo que puede ser el hombre y, al mismo tiempo, de los prometido.
abusos de que tiene que guardarse. Pero aquí nos arries­ M e doy cuenta actualmente de que en el fondo es en
gamos a tener que enfrentarnos con una contradicción. torno a esta sabiduría donde giran todos mis pensamien­
Por una parte, sigue siendo verdad, como en la época tos, al menos después de mi conversión al catolicismo.
de los griegos, que la hybris, que es pretensión, desme­ Pero muchas de las notas que redacté en una época an­
sura y desafío, debe ser condenada. Pero, por otra par­ terior se refieren también a ella sin el menor asomo de
te, ¿no he dicho que el camino seguido por el pensa­ duda. Esta observación me parece importante para todo
miento técnico y conquistador era irreversible? N o veo aquel que intente comprender la evolución de mi pen­
más que una solución para esta contradicción: consiste samiento. En un principio este pensamiento se orientó
en reconsiderar en cierto modo la acción técnica mediante hacia lo que podría llamar una premística, es decir, in ­
una reflexión que podríamos llamar existenciaí, que debe tentaba conseguir algunos acercamientos a la mística
ejercerse sobre las implicaciones del «yo existo» y que propiamente dicha. Pero poco a poco, sin que por mucho
debe tender a desvelar lo que se esconde tras esas reali- tiempo me diese cuenta yo mismo de esta deriva — creo
j dades de las que se puede decir a la vez que son ,las preferible decir de esta declinación— , mi investigación
más simples y las más misteriosas que existen: nacer, se orientó hacia la profundización de las condiciones sin
(vivir, morir. En mi opinión sólo sobre una base de este las cuales una auténtica sabiduría tiende a desaparecer
¡tipo se hace posible la existencia de una sabiduría verda­ para dejar paso a un delirio, que en ciertos casos puede
dera. N o obstante„Jenemos aún que preguntarnos si dicha disfrazarse con apariencias racionales.
sabiduría puede presentar un carácter estrictamente hu­ Pero para responder a la cuestión implícitamente plan­
manista. Para hablar con toda franqueza, creo que no. teada en el título — y ésta será mi conclusión— diré sin
230 F ilo s o fía para un tiem p o d e crisis

vacilar que una sabiduría que no concede a la pasión el


lugar que le corresponde, que no reconoce las justifica-
ciones subterráneas de la exaltación y el sacrificio, es in-
• digna de ser calificada de sabiduría. Para ella, la pasión
j debe ser un dato fundamental, como la vida o la muerte
Sólo nos resta esclarecerla a ella misma y sobre todo P A R A U N A SA B ID U R IA T R A G IC A
proyectar una luz sobre los abismos en que corre el Y SU M A S A L L A
riesgo de extraviarse cuando se ciega hasta el punto de
tomarse a sí misma por ley. Existe una fatiga y un desgaste de las palabras como
existe una fatiga y un desgaste de los hombres. Tanto
en un caso como en el otro puede hacerse necesario un
relevo. Por ejemplo, la palabra sabio, que hizo una tí­
mida aparición en el lenguaje oficial e incluso en las
instituciones, ¿está llamada a verse sustituida por la pala­
bra experto? Hace algunos años, durante una huelga de
mineros, fueron los sabios, o al menos los hombres desig­
nados como tales por los poderes públicos, los encargados
de efectuar un estudio de conjunto sobre el problema de
los salarios. Se trataba, en suma, de determinar, dado el
estado de la situación, qué aumentos serían necesarios,
teniendo en cuenta a la vez el alza constante de los pre­
cios y la necesidad de no tomar ninguna medida que
amenazase con arriesgar el equilibrio financiero y abrir
camino a la inflación. Grave y difícil cuestión, verda­
deramente, pero que a la hora de la verdad sólo precisaba
la intervención de los técnicos en economía.
¡a Ahora bien, si nos referimos a la historia del pensa­
miento humano, no podremos por menos de observar
que la sabiduría pertenece a un orden muy distinto, in ­
cluso que es metatécnica en la medida en que implica
con excesiva frecuencia la problematización de las técni­
cas, de toda técnica en suma. El simple hecho de que
un hombre pueda ser designado, en razón de su compe­
tencia reconocida o supuesta, para resolver un problema
del tipo indicado, basta, a mi entender, para demostrar
que la palabra sabio no puede aplicarse en este caso.
«Pero — se me preguntará— ¿no se debe esto en rea­
lidad al hecho de que la palabra sabio corresponde a una
232 F ilo s o fía p ara un tiem p o d e crisis P ara un a sabid u ría trágica 233

noción periclitada, perteneciente a una edad pretécnica? sobre todo a partir de Nietzsche, ha sido radicalmente
La sociedad, al utilizar los instrumentos que las ciencias puesta en duda. Hoy en día parece más que dudoso que
ponen a su disposición, ¿no se siente empujada a invadir sea factible para cualquier ser humano descubrir, liberar
cada vez más el terreno del fuero interno, del B ei sich ese núcleo que hay en sí mismo y que se podría designar
Sein, que es sin duda el único en que las palabras como su yo mismo esencial. Y hay que confesar que esta
‘sabio’ y ‘sabiduría’ tienen derecho a ser emplea­ especie de desmoronamiento del sí mismo es como una in ­
das ?» vitación indirecta a todas las intervenciones, a todas las
Se puede temer, en efecto, que sea esto lo que ocurre intrusiones de la sociedad, por variadas que sean las fo r­
con lo que ha sido considerado por tanto tiempo, en mas que estas intrusiones puedan revestir.
particular por los estoicos, como la inviolabilidad o la Quizá convenga prever, para descartarla lo más pronto
inexpugnabiüdad del fuero interno. Lo cual es cierto en posible, la observación siguiente: «¿A caso no deberíamos
primer término en el plano del conocimiento, pero tam­ simplemente efectuar una descentralización de la sabi­
bién, y trágicamente, en el plano de la vida misma. duría y reconocer que en el mundo que se desenvuelve
Hace más de quince años, en una comunicación dirigida ante nuestros ojos es la sociedad la que está llamada a
al Congreso para la Libertad de la Cultura, que se cele­ revestirse con los atributos otorgados por la tradición a la
braba en Berlín , escribí lo siguiente (y apenas si será personalidad del sabio?»
necesario recordar las trágicas experiencias que motivaron D e hecho, es muy probable que la idea bastante con­
mis temores) : «Todos nosotros, si no queremos m entir­ fusa de semejante transferencia flote desde hace mucho
nos a nosotros mismos o pecar de una presunción injus­ tiempo en la mente de los doctrinarios del pensamiento
tificable, tenemos que admitir que existen medios concre­ socialista, y lo más probable es que éste fuese el caso
tos susceptibles de utilizarse mañana en contra nuestra de los utopistas de la primera mitad del siglo x ix. Pero
y despojarnos de esta soberanía, o digamos, menos am­ no vacilaremos en responder que la idea de una tal trans­
biciosamente, del control sobre nosotros mismos que an­ ferencia se basa en una ilusión muy próxima al delirio.
tiguamente se podía justificadamente considerar como JEn efecto, la sociedad, sean cuales fueren los perfeccio­
infrangibie, como inviolable. Y ni siquiera podemos de­ namientos de que es capaz, no puede llegar a ser nunca
cir, como los estoicos, que nos queda la bienhadada posi­ un auténtico sujeto. Nunca será más que un casi, un seu-
bilidad del suicidio. Porque esto no es cierto, ya que dosujeto. Con respecto al ser o al actuar del sabio, el
podemos vernos en una situación en que ni siquiera de­ comportamiento de que es capaz se puede comparar, todo
seemos matarnos, en que el suicidio nos parezca un recur­ lo más, a lo que un cerebro electrónico es con respecto
so ilegítim o, en que nos sintamos obligados, no sólo a i un ser pensante.
sufrir, sino a desear el castigo a que son acreedoras las Pero ¿no habremos procedido de manera imprudente
faltas que nos imputaremos a nosotros mismos, quizá sin .1 parecer admitir tan fácilmente, y como si se tratase
haberlas cometido.» ’e una evidencia, que la sabiduría, tal como ha sido
Pero estas siniestras posibilidades, que se realizan prin­ efinida por los moralistas, está ligada a una situación
cipalmente y sin la menor duda en los países sometidos al ¡ue nada tiene que ver con el hombre de hoy? ¿No habrá
yugo soviético, aunque quizá también se den en otras par­ me decir más bien que lo que al parecer ya no puede
tes y desde mucho más antiguo, corresponden en cierto absistir en nuestro tiempo es esa seguridad, que, por
modo al hecho de que la autenticidad del fuero interno, O demás, siempre corre el riesgo de degenerar no sólo
254 F ilo s o fía p ara un tiem p o d e crisis Para un a sabidu ría trágica 255

en presunción, sino incluso en complacencia en sí mis­ m enos-de J a experiencia romántica. M e creo obligado a
m o? A l tocar este punto, lo mismo que ocurre con otros reconocer que dicha experiencia está presente en él al me­
muchos, creo que hemos penetrado en una zona de inse­ nos como tentación vencida. Probablemente habrá que
guridad, de la que quizá, después de todo, el peligro añadir incluso que no se trata de una tentación a la que
mortal que corre nuestra especie a causa de las armas hubiera escapado de una vez para siempre. Las palabras
nucleares no es mas que su expresión visible o su símbo­ «de una vez para siempre» son sin duda aplicables úni­
lo. Claro está que la sabiduría del magistrado o del ofi­ camente al campo de la racionalidad, o bien de la téc­
cial retirado que traducía a Horacio para llenar sus ratos nica en la cual esa racionalidad toma cuerpo; pero no lo
de ocio ya sólo tiene para nosotros el valor a la vez en- son en absoluto a la vida como tal, a la vida que entraña
ternecedor e irrisorio que se desprende de las fotografías siempre retrocesos, retornos, nostálgicas llamadas que
antiguas encontradas en el fondo de un cajón en una resurgen del pasado y del mundo de la infancia.
casa de campo. No obstante, debemos resistir tenazmente I Pero siguiendo esta línea de pensamiento, quizá deba-
a la tentación de pensar que la sabiduría se reduce a esta jmos añadir que precisamente esa permanente tentación,
especie de régimen de vida o de dieta espiritual con que contra la cual todos deberíamos permanecer en guardia,
se satisfacen aquellos que, aunque todavía viven fisiológi­ es un aspecto de la inseguridad fundamental que hemos
camente, sin embargo se han despedido ya de la vida, ^ de tener siempre presente en nuestra conciencia, ya que
de sus trabajos, de sus peligros y también de las tenta­ es esta presencia la que confiere a la única sabiduría que
ciones que entraña. nos resulta asequible, o al menos significativa, su carácter
Resumiré con gusto la idea cuya cara negativa acabo auténticamente trágico.
de presentar diciendo que para el hombre de hoy la sa- Estas consideraciones, por exactas que sean, presentan,
Ijbiduría no puede ser sino trágica. sin embargo, para mi gusto un carácter excesivamente
Ciertamente, en este aspecto de la cuestión volvemos vago e indeterminado. Sólo presentarán verdadero interés
a tropezar con Nietzsche, y hemos de confesar que se­ si permiten aportar al menos un rudimento de respuesta
m ejante encuentro no tiene nada de tranquilizador. Por­ a las cuestiones candentes que se nos plantean en la
que si bien es cierto que en un momento determinado actualidad. Digamos, en términos generales, que tales
hubo una sabiduría nietzscheana — y esto no hay posi­ \! cuestiones son todas relativas a una cierta situación que
bilidad de negarlo— , podríamos preguntarnos a pesar de se define en primer lugar por el desarrollo acelerado e hi­
todo si se debió al azar el que dicha sabiduría desembo­ perbólico de las técnicas y por los peligros manifiestos, y
case en la demencia. Y esto es suficiente al menos para quizá mortales, a que ese desarrollo expone a nuestra
obligarnos a examinar con mayor atención los lím ites en especie.
que debe mantenerse una sabiduría que se afirma o se Es posible concebir — y esto porque existen de hecho
pretende trágica para continuar siendo sabiduría. hombres que se esfuerzan por encarnarla— una sabiduría,
Por añadidura, hay que reconocer que estas palabras, al menos pretendida, que inspirada en el ejem plo de
«sabiduría trágica», tienen una resonancia romántica que Gandhi, m ejor o peor entendido, trata de oponerse a
casi por fuerza ha de despertar nuestra inquietud. Cierto este desarrollo con un rechazo, no ya simplemente verbal,
que podemos pensar que el hombre de hoy, si quiere sino efectivo. Con este espíritu, el escritor Lanza del
alcanzar una cierta profundidad, no puede de ningún Vasto ha fundado una pequeña comunidad que pretende,
modo hacer abstracción, si no de la Weltanschauung, al en la medida de lo posible, bastarse a sí misma, de suerte
F ilo s o fía para un tiejn p o d e crisis P ara u n a sabid u ría trágica 237
236

que, por ejemplo, la ropa voluntariamente anacrónica entusiasta de la técnica, incluso nos sentiríamos tentados
que visten sus miembros está tejida a mano. Pero mucho a decir de su valor redentor. Sin embargo, conviene pre­
me temo que en este caso nos encontremos ante una falsa caverse contra una posible confusión, que el propio padre
sabiduría, ante una caricatura involuntaria de lo que po­ Teilhard se ha tomado el cuidado de señalar expresa-
dría ser la auténtica sabiduría cuyos principios, al menos, ! mente. «Lo que más desacredita en este momento a los
estoy tratando de esclarecer. ojos de los hombres la fe en el progreso es la infortu­
—Tíe~hablado anteriormente del riesgo de complacencia nada tendencia, todavía manifestada por sus adeptos, a
en sí mismo. Este es precisamente el escollo contra el desfigurar en lamentable milenarismo lo que hay de más
que choca, de manera casi inevitable, toda comunidad de legítim o y más noble en nuestra espera, a partir de ahora
este tipo. Sólo resulta ejem plar ante sus propios ojos. despierta, de lo ‘ultrahumano’. Un período de euforia y
Está expuesta a que de todas partes le llegue el reproche abundancia — una edad d e oro— es, se nos dice, todo
de fariseísmo estetizante. Quizá incluso se pudiera decir cuanto nos reserva la Evolución. Ante un ideal tan
que tropieza con el dilema siguiente: o bien esta sufi­ ‘burgués’ es justo que nuestro corazón desfallezca» x. A lo
ciencia es falsa, en el sentido de que una comunidad que no es más que una cuestión de bienestar opone el
semejante depende para su vida material de una comu­ padre Teilhard lo que él llam a una sed de ser más, la
nidad infinitamente más amplia y establecida sobre prin­ única capaz de salvar a la tierra pensante del taedium
cipios opuestos; o bien es efectivamente autónoma, pero vitae.
¿a qué precio? A falta de todo lo que podría llegarle de A hora bien, este progreso, del que el padre Teilhard
fuera para enriquecer y alimentar su sustancia, es muy no duda, se puede operar de dos maneras. U na sería
de temer que se vea condenada a morir de anemia per­ el producir una aceleración mediante una acción externa
niciosa. de coerción, la compulsión artificialmente ejercida por un
A mi entender está claro que el rechazo de las téc­ grupo humano más fuerte sobre los más débiles, que se
nicas, del mundo de las técnicas, responde a una especie viene a añadir a la compresión natural ejercida por las
de infantilism o, al que se añade además el defecto de ser causas físicas.
artificial. Todo lo más que puede verse en una comunidad El otro método consiste en la puesta en juego entre
de este tipo es el equivalente a las reservas de indios los hombres de una fuerza de atracción mutua profunda,
que se mantienen con grandes gastos en algunos distritos de una unanimidad cuyo principio generador no puede
apartados de los Estados Unidos. Sólo se pueden consi­ consistir, en último término, más que en la atracción
derar como anexos cuidadosamente conservados de cual­ común ejercida por un mismo Alguien. En una confe­
quier museo de Historia N atural. Su fin consiste en rencia pronunciada en Pekín el 22 de febrero de 1941
conservar el testimonio de un pasado irrevocablemente y que figura en el tomo V de sus obras, consagrado al
desaparecido, a pesar de que Lanza pretende seguramente Porvenir del hombre, el autor declara «que cuanto más
constituir algo así como el modelo para las pequeñas so­ se esfuerza, con simpatía y admiración, por medir los
ciedades del porvenir. inmensos movimientos de la vida transcurrida, más se
Tam bién es posible una actitud rigurosamente inversa, siente persuadido de que este gigantesco desarrollo, cuya
y el optimismo planetario que testimonian los escritos
del padre Teilhard de Chardin nos permiten definirla
con bastante claridad. Se trata ante todo de la afirmación 1 L ’H ym ne d e l’Univers, pp. 117-118.
F ilo s o fía p ara un tiem p o d e crisis 1 Para una sab id u ría trágica 239
238
marcha nada será capaz de detener, no alcanzará su table en que ciencia y religión intentan conjugarse. Pero,
término si no es cristianizándose» 2. en contraposición, las expresiones simplificadas, esquema­
En consecuencia, nada más lejos del pensamiento del tizadas e incluso caricaturescas con que tal pensamiento
padre Teilhard que un optimismo tecnocrático que atri­ se reviste en tal o cual librepensador, se colocan, por el
buya a las técnicas, tomadas en sí mismas, la facultad de contrario, por debajo de la sabiduría propiamente dicha.
resolver el problema humano en su conjunto. En reali­ Este largo paréntesis puede tener la virtud de desem­
dad, la esperanza que anima al padre Teilhard está fun­ barazar un poco nuestro camino, puesto que las obser­
damentada sobre una mística. Por desgracia es muy vaciones a que da lugar esta obra, cuya importancia
de temer que dicha mística sea mucho más difícilmente histórica no se puede poner en duda seriamente, nos per­
comunicable que el optimismo que ella transciende desde miten ver de manera más clara los límites en que de­
tan alto. Y , además, ésta es la causa de que podamos ver bemos mantenernos en la búsqueda a tientas a que proce­
a ciertos marxistas testimoniar su simpatía por un pen­ demos para intentar descubrir lo que puede ser en la
samiento que es en realidad irreductible al suyo y que actualidad una sabiduría.
ellos decapitan pura y simplemente al anexionárselo. A mi entender conviene plantear en principio el hecho h
Por lo demás, hay que reconocer que, incluso en el de que un progreso puramente científico y técnico no ¡ ¡
padre Teilhard, la integración de esta mística y algunas puede contribuir por sí mismo a instaurar entre los /
opiniones de naturaleza muy distinta, y que se presen­ hombres la concordia sin la cual no es posible nin-jjc
tan en el fondo como simples extrapolaciones, se es­ guna auténtica felicidad. Por lo demás, esto no implica,!/
tablece en condiciones extremadamente precarias. Por propiamente hablando, que tengamos que desconfiar dé
ejemplo, en el texto que acabo de citar, la frase «el la ciencia y de las técnicas. Lo que aseguramos más bien j
desarrollo cuya marcha nada será capaz de detener», o eTqüe es preciso denunciar la ilusión de los que esperan
bien se reduce a pura retórica, o bien implica una especie de ellas lo que no pueden dar en ningún caso, es decir
de fatalism o del progreso que se halla en flagrante con­ conferir un sentido a nuestra vida.
tradicción con los principios del cristianismo. Y precisa­ Ahora bien, es precisamente este sentido o, si se quie­
/
mente porque la unidad de este pensamiento es frágil, re, este valor lo que la sabiduría pretende descubrir y &
se ve casi inevitablemente llevado a disociarse de tal salvaguardar — esto, claro está, en un nivel distinto al
forma que sus elementos más superficiales, y — hay que de las seguridades que nos otorga la revelación— . In ­
decirlo— también los más seductores, se dejan fin a l­ cluso dejaré de lado la importante cuestión de saber en
mente explotar para fines partidistas por hombres inca­ qué condiciones la sabiduría en cuanto tal puede sub­
paces de participar de la fe ardiente que es el corazón sistir al lado o en el interior de una existencia centrada
mismo de la obra teilhardiana. sobre afirmaciones de este orden. Es muy posible que, en
En lo que respecta al problema que nos ocupa, creo un contexto semejante, la sabiduría propiamente dicha
que este pensamiento, si se le considera en todas sus tenga que sufrir una verdadera transmutación.
dimensiones y haciendo abstracción de las contradiccio­ Pero el problema de que me estoy ocupando concierne
nes que esconde, se sitúa más allá de lo que llamamos a aquellos que no han sido penetrados de esas segu­
la sabiduría, en una zona confusa y difícilmente delimi- ridades. ¿No sería dar pruebas de una ligereza cul­
pable el pretender que esos no creyentes que, en la mayo­
2 Loe. cit., p. 100 . ría de los casos, no son por lo demás ni adversarios ni
24 0 F ilo s o fía p ara un tiem p o 'de crisis P ara un a sabid u ría trágica 241

militantes, sino más bien escépticos, o al menos insegu­ do apartarnos de lo trágico. Así, pues, el sabio está
ros, están condenados a caer en la idolatría a que su­ obligado a tomar posición frente a este dato esencialmen­
cumben los tecnócratas? En cambio, lo que sí me parece te ambiguo del que la vida y la muerte son los aspec­
exacto — y de nuevo tropezamos con el pensamiento que tos indisociables. Por lo demás, preferiría evitar el ex­
intentaba precisar al hablar de sabiduría trágica— es que presarme así, pues quizá sea preciso abandonar la idea
el equilibrio espiritual que se trata de alcanzar no puede tradicional de un ser privilegiado que hubiera tomado
de ningún modo presentar el caracter estático que des­ posesión a título definitivo de una cierta cualidad de
cubrimos en aquellos a quienes he llamado los jubila­ ser. Concebido de esta form a, el sabio corre el riesgo
dos de la vida, sino que se presenta como una victoria de parecemos hoy en día como la transposición laica — y
siempre precaria, no ya sobre la inseguridad, sino sobre sin duda irrisoria— del santo. Pero es que, además, tam­
la angustia que parece ser su consecuencia casi inevitable. poco la santidad puede ser concebida en ningún caso
Pero ¿acaso esta angustia no está ligada a la mortali­ como una posesión. Sólo es tal santidad por una gracia
dad y acaso no encontramos aquí, cualesquiera que sean a la cual hay que responder sin desaliento. La tentación,
las transformaciones, apenas imaginables, que ha expe­ bajo todas sus formas, está siempre presente como una
rimentado el cuadro en que se inscribe la vida de los posibilidad amenazante de la que tan sólo una vigilan­
hombres, un problema secular sobre el cual la refle­ cia indefectible puede salvaguardarnos. En cuanto a la
xión de Platón o Spinoza se ha ejercitado con tal fuerza sabiduría, se presenta mucho menos como un estado que
que resulta imposible imaginar a priori que se pueda como una aspiración, y aquí hemos de sacar a colación
sobrepasar ? una vez más la referencia experimental a nuestra inseguri­
A l considerar las cosas más de cerca, se da uno cuen­ dad fundamental. Y quizá no resultase inútil recordar
ta de que, a pesar de todo, las perspectivas se han modi­ también que parece existir como una misteriosa propor­
ficado profundamente bajo el impulso de la historia y la' cionalidad entre el acrecentamiento de la inseguridad
conciencia histórica, y hoy en día parece casi imposible fundamental y el desarrollo de los medios técnicos pues­
plantear el problema en los términos en que se plantea tos en acción para garantizar al hombre contra los ries­
en el Fedón o en la Etica, por ejemplo. Cualesquiera gos que le amenazan (en su salud, en sus bienes, etc.).
que sean las objeciones a que está expuesta la noción N o hablamos de lazos causales, sino más bien de as­
heideggeriana de Zum Tode Sein — por lo demás, las pectos conectados con una determinada situación que,
he presentado ya anteriormente y siguen para mí sin res­ en un sentido amplio, puede ser llamada histórica. A spi­
puesta— , el autor de Sein und Zeit tuvo razón al re­ rar a la sabiduría es aspirar a convertirse en cierto modo
calcar, quizá con mayor fuerza que ningún otro pensa­ en dueño de esta situación. Pero, ya lo sabemos, este
dor antes que él, la inmanencia de la muerte en la vida. dominio se muestra como minado en su interior por fuer­
El hecho de que, a causa de la sentencia que pesa sobre zas que parecen coaligarse para poner en duda su po­
ella, la vida lleve en sí misma la muerte, como aquella sibilidad.
«som bría mitad» de que habla el poeta de E e cimetiere M e lim ito a resumir lo que hemos dicho ya de pasada,
marin, no permite apenas aceptar sin más la idea plató­ pero con un tal resumen lo único que conseguiremos
nica de la preparación para la muerte, ni tampoco rele­ será poner de manifiesto la insuficiencia de semejante
garla, a la manera spinozista, lejos de las preocupaciones posición. ¿No parece reducirse la sabiduría al parpadeo
del sabio. Una vez más, parece que no nos está perm iti­ de una llama condenada a una cercana extinción?
242 Filosofía para un tiempo de crisis Para Una sabiduría trágica 243

La cuestión que se plantea ahora es determinar en qué Hombre, libre pensador, ¿te crees el único capaz de pensar
dirección deberíamos encaminarnos para superar esta ac­ En este mundo en que la vida estalla en todas las cosas?
Tu libertad dispone de las fuerzas que posees,
titud, que quizá no sea más que una supervivencia. Pero el universo se mantiene indiferente a todos tus consejos.
N o trato de ocultarme que estoy abordando un terre­
no sembrado de escollos y en el que sólo podemos aven­ Respeta en la bestia el espíritu que en ella actúa;
Cada flor es un alma en que hace eclosión la naturaleza;
turarnos con la mayor prudencia. Pero me parecería Un misterio de amor reposa en el metal;
faltar a la equidad si silenciase los pensamientos que « Todo es sensible.» Y todo tiene poder sobre tu ser.
formulé por primera vez al final de la primera guerra
mundial y que constituyen en realidad el trasfondo de Teme, en el muro ciego, una mirada que te espía:
todo lo que he escrito desde entonces. El verbo palpita en la m ateria...
Esta superación no puede efectuarse si no interviene i N o la obligues a servir un fin im pío!
la reflexión para problematizar una situación de con­ Muchas veces en el ser oscuro habita un Dios escondido;
junto que hasta el presente había sido considerada como i Y como un ojo que nace cubierto por su párpado
algo natural. Un espíritu puro crece bajo la apariencia de las piedras!
El carácter específico de esta situación consiste en lo
que yo he llamado con frecuencia un antropocentrismo Acaso se juzgue poco razonable traer a colación, tras
práctico que, por lo demás, evita cuidadosamente reco­ la altanera declaración de un novelista, el testimonio de
nocerse como tal a causa de las enojosas asociaciones un poeta órfico. Pero toda la cuestión — y hay que re­
de ideas que desencadena habitualmente la palabra an­ conocer que en nuestros días normalmente se trata de
tropocentrismo. Las líneas que siguen de M áximo Gorki, eludirla, salvo, claro está, en el caso de Heidegger y los
leídas por azar en estos días y que han sido incluidas que a él apelan— consiste en saber si la sabiduría, cuan­
para encabezar la traducción de su teatro completo, ex­ do es algo más que un conjunto de recetas utilitarias y,
presan con una especie de ingenua arrogancia la tran­ en últim o término, técnicas, puede enraizar en otro te­
quila presunción que fundamenta semejante posición: rreno que no sea precisamente aquel en que tiene origen
la poesía y en el que encuentra su alimento. Esto, que a
«La única idea que existe para mí es el hom bre: primera vista puede parecer una afirmación totalmente
el hombre y sólo el hombre es en mi opinión el crea­ gratuita, se esclarecerá, espero, y se justificará con lo
dor de todas las cosas. Es él quien realiza los milagros, que sigue. Evidentemente, el antropocentrismo agresivo
y en el futuro será el dueño de todas las fuerzas de la del que he hablado no puede por menos de alentar un
naturaleza. Todo lo que hay de más hermoso en nuestro espíritu de desmesura que se presenta en conjunto como
mundo ha sido creado por el trabajo y la mano inteli­ incompatible con la constante enseñanza de los mora­
gente del hom bre... Y o me inclino ante el hombre por­ listas. Pero aquí volvemos a tropezar, como es lógico,
que no percibo ni veo nada sobre la tierra aparte las con la interrogación subyacente en toda esta m editación:
materializaciones de su razón, de su imaginación, de su tal enseñanza ¿debe considerarse como periclitada? La
espíritu inventivo.» dificultad central contra la que no dejamos de chocar
podría ser enunciada de la manera siguiente:
A tal afirmación opondremos los elocuentes versos de «L o que usted denomina antropocentrismo — se me
Gérard de N erval: dirá— , ¿no es acaso la expresión, por lo demás tenden­
244 Filosofía para un tiempo de crisis Para una sabiduría trágica 2 45
ciosa y peyorativa, de una verdad que preside a todas esto es tan cierto para el ciego como para el clarivi­
las demás y a la que no se puede discutir en nombre de dente.
unas pretendidas seguridades que no hacen sino poner Pero manifiestamente no tendría ningún sentido decir
de m anifiesto el ámbito de la afectividad? Esta verdad que es el mismo hombre el que produce esta luz, cual­
central (o primera) recae en realidad sobre las condicio­ quiera que sea el modo en que se intente definir esta
nes sin las cuales incluso la palabra verdad pierde toda producción. Podemos dejar de lado, al menos provisio­
su significación. Y esas condiciones, ¿no residen exclusi­ nalmente, la cuestión de saber si la luz así entendida
vamente en el esfuerzo inteligente del hom bre?» tiene una fuente, e incluso la de saber si el plantear tal
Cierto que esto puede parecer evidente; pero la reali­ cuestión tiene un sentido preciso. Pero en tanto que re­
dad es que de esta observación no se puede deducir nada flexiono sobre mi condición de hombre (o de ser pen­
que se parezca al antropocentrismo. Creo que Heidegger sante), me veo obligado a reconocer que dicha condi­
ha visto perfectamente clara esta cuestión, aunque su ción no puede definirse sin hacer referencia a esta luz
lenguaje, como le ocurre con tanta frecuencia, sea más inteligible. Además, la reflexión nos demuestra que la
propio para oscurecer que para aclarar el pensamiento luz me invade en tanto mayor grado cuanta mayor abs­
que pretende expresar (si bien él mismo se encargará tracción de mí mismo hubiera hecho anteriormente. Y no
de recordarnos que para él esconder y revelar son as­ se trata tan sólo de mi yo individual, sino también del
pectos inseparables de un mismo acto). Quizá no seamos hecho mismo de ser un yo en general, precisamente de
absolutamente infieles a lo esencial de su pensamiento ese dato que culmina en el orgullo antropocéntrico. Está
si lo exponemos a s í: por una parte, si no el hombre, al verdaderamente patente que es la sinrazón misma preten­
menos el hecho de ser hombre excede las determinacio­ der que el hombre produce la luz en el sentido en que
nes o las definiciones con que se han contentado habi­ una fábrica produce la electricidad (señalamos, sin em­
tualmente los filósofos clásicos a partir de Aristóteles. bargo, de pasada, que incluso en el caso de una fábrica
El hecho de ser hombre, tal como aparece en particular la palabra producción debería dar lugar a un análisis
en el lenguaje del que no es separable, no puede ser que contribuyese a disipar su sentido aparente). Desde
pensado más que con referencia al ser. Sin embargo, me este punto de vista, es ciertamente absurdo imaginar que
propongo evitar aquí el empleo del término ser, aun a el desarrollo hiperbólico de la ciencia contribuye a mo­
riesgo de apartarme un poco del pensamiento del filó­ dificar, en la medida que sea, la situación fundam en­
sofo, porque lo que intento en realidad es menos repro­ tal del hombre con respecto a esta luz. No obstante, esta
ducir ese pensamiento que determinar las condiciones situación seguirá siendo siempre muy difícil de escla­
en que me parece capaz de precisar y sobre todo es­ recer, dado que el esclarecimiento recae inevitablemente
clarecer nuestro problema. Propongo sustituir la distin­ sobre lo que es esclarecible y no tiene el menor sentido
ción, a mi modo de ver radicalmente sospechosa, entre decir que la luz puede ser esclarecida.
el ser y el ente por la distinción entre la luz y lo que es A l sobrepasar así el antropocentrismo, ¿nos acerca­
iluminado por ella. Es obvio que en este caso luz no mos a nuestra meta? En principio me parece bastante
designa en absoluto un agente físico. Cuando alcanza­ dudoso. Porque lo que se ha dicho anteriormente se re­
mos a comprender lo que al principio nos parecía os­ fiere a la verdad, al hombre en presencia de la verdad.
curo, ya sea gradualmente, ya sea, por el contrario, Ahora bien, ¿es evidente la relación entre verdad y sa­
de modo súbito, se hace la luz en nuestro espíritu, y biduría? Plantear esta relación, ¿no supone sobreenten­
246 Filosofía para un tiempo de crisis Para una sabiduría trágica 247

der un intelectualismo al que no es seguro que podamos mos, como en un relámpago, restituirle su valor sagrado.
suscribirnos sin desconocer ciertos aspectos esenciales de Pero cuando nos concentramos sobre lo que he llamado
la realidad humana? la verdad de la vida, ¿no tropezamos precisamente con
Y o creo que lo que debe ser tomado aquí en conside­ esta integridad? Advierto de pasada que en mi opinión
ración es más bien una cierta verdad de la vida. En efec­ el H eil, de Heidegger, corresponde a lo que denomino
to, quizá se renuncie implícitamente a conferir un con­ aquí integridad, y que el traductor francés se ha equi­
tenido a la palabra sabiduría si se niega que las palabras vocado al transcribirlo por indemne. Creo que el pensa­
verdad de la vida tienen en sí mismas una significación. miento de Simmel y el de Heidegger podrían comple­
¿N o encontramos aquí un pensamiento muy próximo al tarse a este respecto, aunque el difícil pensamiento que
que expresa Simmel cuando d ice: «Así como la vida estoy tratando de alumbrar no corresponde exactamente
en el nivel fisiológico es procreación continua, hasta el ni al uno ni al otro. M e parece que la vida — en el sen­
punto de que vivir es también algo más que vivir, del tido en que cada uno habla de su vida— no puede m i­
mismo modo en el nivel espiritual engendra algo que es rarse como pura y simplemente extraña a la luz conce­
más que la vida: lo objetivo, que tiene en sí mismo valor bida como dato ontológico último, un dato que es al
y significación. Este modo que tiene la vida de elevarse mismo tiempo donante, siendo esto lo que lo hace ulti­
por encima de sí misma no es algo que le viene por mo. Pero en esta cuestión el lenguaje nos falla, porque
añadidura, sino que es su propio ser alcanzado en su es obvio que luz y vida no pueden ser tratados como da­
inmediatez» ? 3 tos distintos, entre los cuales sería preciso establecer una
Probablemente se pueden hacer algunas reservas so­ conexión. Tan falso resulta decir que la vida produce la
bre la terminología de Simmel, especialmente en lo que luz como enunciar la relación inversa. Estas son esque-
concierne al término «objetivo». Pero no por ello hay matizaciones groseras e inaceptables. Es preferible refe­
que dejar de concederle que ha dicho algo esencial, algo rirse, con toda la precisión posible, a la form a en que
que la filosofía de la vida corre siempre el riesgo de ol­ la vida se ilumina para aquel que ha vivido mucho y
vidar; corresponde a la esencia de la vida culminar en ahora intenta deducir un orden de lo que, a medida
algo que en cierto modo es su «más allá», de suerte que que lo vivía, se le aparecía como una pura confusión.
las palabras verdad de la vida adquieren realmente un Y aquí se nos viene naturalmente a la memoria el ejem ­
sentido. plo de Goethe o, m ejor aún, el Ripeness is all, de Prós­
Sin embargo, todo esto sigue siendo a mis ojos dema­ pero.
siado indeterminado y, por tanto, equívoco. Sin embargo, en este punto de nuestra investigación
Intentando en otro tiempo, si bien en un contexto muy no podemos olvidar lo que hemos dicho anteriormente
diferente, determinar las relaciones entre la vida y lo sobre la inseguridad radical a que está condenado el
sagrado y recordando que esta relación parece abolirse hombre de hoy. Y en torno a esta cuestión parece que
en la perspectiva naturalista, creía yo ver que sólo por­ se formula el problema alrededor del cual no hemos de­
que la vida se presenta en su eclosión, en su frescor y jado de girar ni por un momento: esta inseguridad, ¿no
por ello mismo en una especie de cualidad alusiva (una es incompatible precisamente con la maduración que
integridad original, secreta y como inviolable), pode­ parece implicar toda sabiduría digna de tal nombre?
Porque no se es sabio, sino que se tiende a serlo.
Ahora bien, ¿no nos lleva esto simplemente a la angustia
3 Lebenanscbauung, p. 94.
248 F ilo s o fía para un tiem p o d e crisis para u n a sabid u ría trágica 2 49

que definíamos al principio? ¿Merecía la pena llevar a dones. Porque es uno de los puntos en que me aparto
cabo todo este periplo para llegar a una conclusión tan más resueltamente del pensamiento de H eidegger, tal
negativa? Mas a pesar de todo parece que se desprende como se interpreta comúnmente. En efecto, volvemos a
una conclusión positiva de todas nuestras reflexion es: la crítica a la que a mi entender deber ser sometido el
hemos dicho que sólo una confusión injustificable ha Sein zum T ode y a la extraordinaria minimización del
podido llevar al hombre a ver en su ego y en los poderes problema capital de la muerte del otro, de la muerte del
técnicos que utiliza el principio ordenador del mundo. ser amado que afecta tan gravemente toda su obra y que
El nuevo antropocentrismo es todavía menos justifica­ acaba por aprisionarla en un solipsismo existenciaí (en ­
ble que el antiguo, el cual, después de todo, se adhería clavado, por otra parte, en una onto-cosmología puramen­
a un antropocentrismo previo. Y no tengo el menor in­ te líric a ). Pero ¿qué ocurre aquí con el agapé y con todo
conveniente en afirmar que este rechazo es sin duda el lo que con él se relaciona? Pienso que no es posible
comienzo, el principio de la sabiduría tal como se debe resolver la dificultad introduciendo, como hizo Binswan-
definir hoy en día. Se trata de una humildad fundamen­ ger, una categoría suplementaria, representada por el
tada en la razón y que es como la contrapartida de la amor. Porque aquí no es cuestión de categorías, sino del
iluminación que acompaña a todo acto de comprensión destino mismo de la criatura que somos cada uno de
auténtica. Pero esta humildad está relacionada con la con­ nosotros, y las categorías, sean las que sean, no están
ciencia vigilante de un peligro o de una tentación, la más que a su servicio o a su disposición. Lo que tene­
de la afirmación centrada sobre un « Soy yo q u ien ...» . mos que determinar es cómo se sitúa lo que he llamado
Por lo demás, esto no implica en absoluto la exagerada la luz original y que sin duda hay que guardarse de con­
tesis de Simone de W eil, según Ja cual el uso del tér­ siderar como una especie de noíis aristotélico y desper­
mino «yo» es en cierto modo pecaminoso, sino un punto sonalizado, con relación a este mundo nuestro, tan trágico,
de vista más matizado, que consiste en conceder al «yo» en el que cada uno participa en el «ser-contra-la muerte»,
un lugar que le sitúa en un determinado conjunto de no sólo en virtud de un D rang, de un instinto de conser­
potencias, tomando aquí esta palabra en el sentido que vación, sino más profunda e íntimamente contra la muer­
le da Schelling. te del amado y que, para él, cuenta infinitam ente más que
En este punto, la inseguridad (ligada a la amenaza de la muerte propia, hasta el punto de que, no por natura­
la que he hablado) parece relativizarse en la medida en leza, pero sí por vocación, está descentrado o poli-
que el hombre restablece en su verdad la relación que centrado.
le une con la luz original de que he hablado. A hora bien, aquí la cuestión se plantea en térmi­
A hora bien, si situamos esta consideración como cen­ nos que parecen anunciar el retorno a una especula­
tro de nuestra vida, ¿no corremos el riesgo de recaer, ción gnóstica del tipo de Boehme. En lo que a mí res­
más o menos directamente, en un spinozismo, aunque pecta no es precisamente ésta la dirección en que prefe­
quizá traspuesto términológicamente, y de hacer así abs­ riría embarcarme, aunque estoy muy lejos de desconocer
tracción del aspecto trágico en el que, según he repetido, o de subestimar la importancia del pensamiento de
es necesario hacer hincapié? Boehm e y de sus actuales discípulos. Lo cierto es que mi
Y precisamente al llegar a este punto estoy abordan­ propósito es menos ambicioso. N o obstante, no rechazaré
do lo que a mis ojos es lo más importante, pero que al ni el término gnosis ni el de orfismo, aunque pienso que
mismo tiempo es capaz de provocar las más vivas oposi- esta gnosis renovada debería más bien mantenerse al
250 F ilo s o fía p ara un tiem p o d e crisis

nivel de una experiencia elaborada. Y vuelvo a insistir


en lo que escribí inmediatamente después de la Libera­
ción en un artículo que ha pasado en general desaper­
cibido, a pesar de haber escandalizado a ciertas y de­
terminadas personas, sobre La audacia en la metafísica.
Por lo demás, me limitaba en él a continuar simple­ CO LECCIO N U N IV ERSITA RIA D E BO LSILLO
mente las indicaciones que figuraban en la segunda
parte del Journal Métaphysique. Creo que todos nos­ P U N T O O M EG A
otros estamos como invitados más acá de la fe, sobre
la cual aquí no nos planteamos problema alguno, a po­ 1. Jacques Rueff: La época de la inflación.
ner de manifiesto los rasgos de un mundo que no está 2. Mircea Eliade: Lo sagrado y lo profano.
en modo alguno superpuesto al nuestro, sino que es sin 3. Jean Charon: D e la física al hombre.
dudarlo este mismo mundo, pero captado en una mul­ 4. M . García-Viñó: N ovela española actual.
5. E. M ounier: Introducción a los existencialismos.
tiplicidad de dimensiones, multiplicidad a la que de or­ 6. J. Bloch-M ichel: La « nueva novela».
dinario estamos muy lejos de prestar la menor atención. 7. J. M aritain: ... Y D ios permite el mal.
Además, no se trata tan sólo del mundo en cuanto 8. N . Sarraute: La era d el recelo.
Umwelt o U?)7gebung, sino en cuanto que desemboca en 9. G. A . W etter: Filosofía y ciencia en la Unión Soviética.
10. H . Urs von Balthasar: ¿Q uién es un cristiano?
las profundidades de nosotros mismos, de las que no nos 11. K . Papaioannou: E l marxismo, ideología fría.
libera verdaderamente el psicoanálisis más que en un 12. M . Lamy: Nosotros y la medicina.
aspecto, pero no en lo esencial ni mucho menos. 13. Charles-Olivier Carbonell: El gran octubre ruso.
E n -e sta perspectiva, que no se puede plantear sin 14. C. G. Ju n g : Consideraciones sobre la historia actual.
15. R. Evans: Conversaciones con Jung.
suscitar roces ni escándalos entre los filósofos y entre 16. J . Monnerot: Dialéctica del marxismo.
los teólogos, podría suceder que, en esta época de in­ 17. M . García-Viñó: Pintura española neofigurativa.
segu ridad absoluta que estamos viviendo,\ la verdadera 18. E. Altavilla: Hoy con los espías.
i sabiduría consista en aventurarse, prudentemente, claro 19. A . Hauser: Historia social de la Literatura y el Arte.
Tomo I.
I está, pero con una especie de escalofrío placentero, por 20. A. Hauser: Historia social de la Literatura y el Arte.
! los caminos que conducen, no digo fuera del tiempo, Tom o II.
pero sí al menos fuera de nuestro tiempo, a un terreno 21. A . Hauser: Historia social de la Literatura y el Arte.
I en que los tecnócratas y los estadistas, por una parte, Tom o III.
22. Los cuatro Evangelios.
í y los inquisidores y los verdugos, por otra, no sólo pier­ 23. Julián M arías: Análisis d e los Estados Unidos.
den pie, sino que se desvanecen como humaredas al 24 . K urz-Beaujour-Rojas: La nueva novela europea.
i amanecer un día radiante. 25 . Mircea Eliade: Mito y realidad.
26. Janne-Laloup-Fourastié: La civilización d el ocio.
27. Pasternak: Cartas a Renata.
28 . A . Bretón: Alanif¿estos del surrealismo.
29. G. Abetti: Exploración del Universo.
30. A . Latreille: La Segunda Guerra M undial (2 tom os).
31. Jacques Rueff: V isión quántica del Universo. Ensayo so­
bre el poder creador.
32. Carlos Rojas: Auto d e fe (novela).
73. C. Castro Cubells: Crisis en la conciencia cristiana.
33. Vintila H oria: Una m ujer para el Apocalipsis (novela)
34. Alfonso A lbalá: E l secuestro (novela). 74. A. de Tocqueville: La democracia en América.
75. G. Blócker: Líneas y perfiles de la literatura moderna.
35. S. Lupasco: N uevos aspectos del arte y d e la ciencia.
36. Theo Stammen: Sistemas políticos actuales. 76. S. Radhakrishnan: La religión y el futuro del hombre.
37. Lecomte du N oüy: D e la ciencia a la fe. 77. L. M arcuse: Filosofía americana.
38. G. Uscatescu: Teatro occidental contemporáneo. 78. K- Jaspers: Entre el destino y la voluntad.
39. A. H auser: Literatura y manierismo. 79. M . Eliade: Mefistófeles y el andrógino.
40. H . Clouard: Breve historia de la literatura francesa. 80. H . Renckens: Creación, Paraíso y Pecado Original.
81. A . de Tocqueville: El Antiguo Régimen yJ a Revolución.
41. H . von Ssachno: Literatura soviética posterior a Stalin.
42. Literatura clandestina soviética. 82. L. Cernuda: Estudios sobre poesía española contempo­
43. L. Pirandello: Teatro. ránea.
44. L. Pirandello: Ensayos. 83. G . M arcel: Diario metafísico.
84. G. Pullini: La novela italiana de la posguerra.
45. Guillermo de T orre: Ultraísmo, existencialismo y objeti­
vismo en literatura. 85. Léo H am on: Estrategia contra la guerra.
86. José María V alverde: Breve historia de la literatura es­
4 6. Guillermo de T orre: V igencia de Rubén Darío y otras
páginas. pañola. ., , ,
87. José Luis Cano: La poesía de la Generación del 27.
47. S. V ilas: E l hum or y la novela española contemporánea.
48. H . Jurgen Badén: Literatura y conversión. 88. Enrique Salgado: Radiografía del odio.
49. G. Uscatescu: Proceso al humanismo. 89. M . Sáenz-Alonso: D on Juan y el D onjuanism o.
50. J . Luis L. Aranguren: Etica y política. 90. D id ero t-D A lem b ert: La Enciclopedia. Selección.
51. Platón: El banquete, Fedón, Fedro. Trad. de Luis Gil. 91. L . Strauss: ¿Q ué es Filosofía Política?
92. Z . Brzezinski-S. Huntington: Poder político USA-UK¿¿,
52. Sófocles: Antígona, Edipo Rey, Electra. Trad. de Luis Gil!
53. A . H auser: Introducción a la historia d el arte.
93. Z . Brzezinski-S. Huntington: Poder político USA-URSS,
54. Carleton S. Coon: Las razas humanas actuales.
55. A . L. K roeber: E l estilo y la evolución de la cultura. tomo II.
56. J. Castillo: Introducción a la sociología. 94. J . M . Goulemot-M. Launay: El siglo d e las Luces.
57. Ionesco: Diario, 1. 95. A . M ontagu: La m ujer, sexo fuerte.
58. Ionesco: Diario, II. 96. A . G arrigó: La rebeldía universitaria.
59. Calderón de la B arca: E l Gran D uq ue d e Gandía (come­ 97. T . M arco: Música española de vanguardia.
dia inédita). Presentación de Guillermo Díaz-Plaja. 98. J. Jahn: M untu: Las culturas de la negritud.
60. G. M iró : Figuras d e la Pasión del Señor. 99. L. Pirandello: Uno, ninguno y cien mil.
61. G. M iró: Libro de Sigüenza. 100. L. Pirandello: Teatro, II.
62. Pierre de Boisdeffre: Metamorfosis de la Literatura, 101. A . Albalá: Introducción al periodismo.
I : Barres-Gide-Mauriac-Bernanos. 102. G. Uscatescu: Maquiavelo y la pasión del poder.
6 3. Pierre de Boisdeffre: Metamorfosis de la Literatura, 103. P. N aville: La psicología del comportamiento.
I I : Montherlant-Malraux-Proust-Valéry. 104. E . Jü n g er: Juegos africanos.
64. Pierre de Boisdeffre: M etamorfosis de la Literatura, 105. A. Gallego M orell: En torno a Garcilaso y otros ensayos.
I I I : Cocteau-Anouilh-Sartre-Camus. 106. R. Sédillot: Europa, esa utopía.
65. R. Gutiérrez-Girardot: Poesía y prosa en Antonio M a­ 107. J . Jah n : Las literaturas neoafricanas.
chado. 108. A . Cublier: Indira Gandhi.
66. Heimendahl - W eizsacker - Gerlach - W ieland - M ax 109. M . K idron: E l capitalismo occidental d e la posguerra.
Born - Günther - W eisskopf: Física y Filosofía. D iálogo 110. R. Ciudad: La resistencia palestina.
d e Occidente. 111. J . M arías: Visto y no visto, I.
67. A . D elaunay: La aparición d e la vida y d el hom bre. 112. J . M arías: Visto y no visto, II.
68. Andrés Bosch: La Revuelta (novela). 113. J. C oll: Variaciones sobre el jazz.
69. Alfonso Albalá: Los días del odio (novela). 114. E. Ruiz G arcía: Am érica Latina hoy, I.
70. M . G arcía-Viñó: E l escorpión (novela). 115. E. Ruiz G arcía: A m érica Latina hoy, II.
71. J . Soustelle: Los Cuatro Soles. Origen y ocaso d e las cul­ 116. J . V og t: El concepto de la historia d e Ranke a Toynbee.
turas. 117. G. de T orre: Historia de las literaturas d e vanguardia, I.
72. A. B alakian: El Alovimiento Simbolista. 118." G. de T orre: Historia de las literaturas de vanguardia, II.
Í 19. G. de T orre: Historia de las literaturas de vanguardia, III.
120. P. L. M ignon: Historia del teatro contemporáneo.
121. A. B erge: La sexualidad hoy.
122. J . Salvador y Conde: E l libro de la peregrinación a San­
tiago d e Compostela.
123. E. J . Hobsbawm: Las revoluciones burguesas.
124. Gabriel M arcel: Incredulidad y je.
125. A . Arias Ruiz: E l m undo d e la televisión.
126. L. F. Vivanco: Introducción a la poesía espartóla contem­
poránea, I.
127. L. F. Vivanco: Introducción a la poesía española cojitem-
poránea, II.
128. A. Tim m : Pequeña historia de la tecnología.
129. L . von Bertalanffy: Robots, hombres y mentes.
130. A. H auser: E l manierismo, crisis del Renacimiento.
131. A . H auser: Pintura y manierismo.
132. G . Gómez de la Serna: Ensayos sobre literatura social.
133- J . López Rubio. A l filo d e lo imposible.
134. J . Charon: D e la materia a la vida.
135. M . M antero: La poesía d el yo al nosotros.
136. G. M arcel: Filosofía para un tiempo d e crisis.

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