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Teoría de la intersubjetividad y el dilema

de la motivación intersubjetiva
Autor: Drozek, Robert P.

Palabras clave

Intersubjetividad, Motivacion intersubjetiva.

"Intersubjectivity theory and the dilemma of intersubjective motivation" fue


publicado originariamente en Psychoanalytic Dialogues, 20: 540-560 (2010)

Traducción: Marta González Baz


Revisión: Walter Gallego García

Este artículo explora el tema de la motivación intersubjetiva, entendido como el


proceso de ser motivado por la subjetividad de otras personas. El autor esboza
una concepción general de la motivación intersubjetiva, defendiendo la
importancia de esa concepción para fomentar el proyecto relacional dentro del
psicoanálisis. Revisa unos cuantos enfoques relacionales e intersubjetivos,
identificando y evaluando estrategias que pueden emplearse para explicar el
fenómeno de la motivación intersubjetiva. Usando como punto de partida la teoría
de la intersubjetividad de Jessica Benjamin, el autor propone un modelo original de
las condiciones intrapsíquicas para la motivación intersubjetiva identificadas como
la configuración relacional intersubjetiva. Se perfilan las implicaciones clínicas de
estas y se argumenta a favor del desarrollo de una teoría psicoanalítica de la
motivación que sea exhaustiva e incluya elementos intrapsíquicos e
intersubjetivos.

"Cuando me pregunto por qué siempre me he esforzado honestamente por ser considerado con los
demás y, si era posible, ser amable con ellos y por qué no dejé de comportarme así cuando me di
cuenta de que uno se siente herido por tal conducta y es victimizado porque los otros son brutales
y de poco fiar, realmente no tengo respuesta".

Sigmund Freud, 1915 (citado en Hale, 1971, pp. 189-190)

En los últimos años, la teoría psicoanalítica se ha centrado cada vez más en


temas de intersubjetividad, iniciando lo que se ha denominado un "giro
intersubjetivo" en psicoanálisis (Gerhardt y Sweetnam, 2001; Gerhardt, Sweetnam
y Borton, 2000, 2003). Como han apuntado otros autores (Aron, 1996b; Beebe,
Knoublauch, Rustin y Sorter, 2005; Cooper, 1996; Natterson y Friedman, 1995), el
término "intersubjetividad" ha llegado a denotar numerosos enfoques teóricos
incluyendo el concepto de Benjamin (1988, 1995d) de reconocimiento mutuo, la
teoría de mentalización de Fonagy y colegas (Fonagy, Gergely, Jurist y Target,
2002), la propuesta del tercero analítico de Ogden (1994), las ideas de Daniel N.
Stern (1985, 2004) sobre el compartir los estados mentales, la teoría de campo de
Stolorow y Atwood (1992) de "subjetividades que interactúan recíprocamente" (p.
1) y la visión de sistemas diádicos de Beebe y sus colegas (Beebe y col., 2005;
Beebe y Lachmann, 2002). En este artículo, considero una dimensión de la
intersubjetividad que ha recibido escasa atención directa en la literatura
mencionada: la capacidad de motivación intersubjetiva, conceptualizada aquí
como la capacidad de ser motivado por la subjetividad del otro.

En su artículo fundamental artículo sobre el desarrollo de la intersubjetividad,


Jessica Benjamin (1955d) sugiere que las teorías psicoanalíticas de orientación
intrapsíquica marcan demasiado baja la "meta del desarrollo", por centrarse en la
internalización exitosa del niño de sus cuidadores primarios (p. 38), y sostiene
que el desarrollo adecuado, así como el trabajo psicoanalítico eficaz, fomenta la
capacidad del individuo para reconocer al otro como "un centro del self separado y
equivalente" (p. 30). Espero desarrollar más esta posición, sugiriendo que la
propia teoría intersubjetiva está marcándose unas expectativas demasiado bajas
al considerar el "reconocimiento" intesubjetivo (y los conceptos relacionados como
mentalización y el compartir los estados mentales) como el objetivo primordial del
desarrollo psíquico, y que debería dedicarse más atención al concepto,
relacionado pero distinto, de la motivación intersubjetiva.

Para empezar, esbozo una concepción general de la motivación intersubjetiva, y


sostengo la importancia de esa concepción para fomentar el proyecto relacional
dentro del psicoanálisis. Luego reviso varios enfoques intersubjetivos,
identificando y evaluando diversas estrategias que pueden utilizarse para explicar
el fenómeno de la motivación intersubjetiva. Finalmente, usando como punto de
partida la teoría de la intersubjetividad de Jessica Benjamin, propongo un modelo
original de las condiciones intrapsíquicas para la motivación intersubjetiva,
defendiendo el desarrollo de una teoría psicoanalítica de la motivación que sea
exhaustiva e incluya elementos tanto intrapsíquicos como intersubjetivos.

Motivación intersubjetiva y el proyecto relacional en psicoanálisis

Como he mencionado anteriormente, defino la capacidad de motivación


intersubjetiva como la habilidad de un sujeto para ser motivado por la subjetividad
de otra persona. Aquí la "subjetividad" puede incluir ambos procesos y estados
tanto conscientes como inconscientes, incluyendo –pero sin limitarse a ellos-
pensamientos, creencias, afectos, sentimientos, deseos, fantasías, valores, y
representaciones mentales (p. ej. del self y el otro, de pulsiones, del mundo
externo, de secuencias de interacción entre el self y el otro). Yo uso el término
"motivación" en el sentido más amplio, refiriéndome a los profesos que determinan
los contenidos y cualidades de toda la "vida mental" de una persona (Freud,
1910/1957, p. 38), en lugar de sólo a aquellos procesos que influyen en la
conducta. Así entendida, la motivación intersubjetiva implica que los estados y
procesos intersubjetivos de otra persona (p. ej. pensamientos, creencias, afectos,
etc.). Pueden determinar parcialmente el contenido y calidad de nuestros propios
procesos y estados subjetivos (p. ej. pensamientos, afectos creencias, etc). Es de
particular relevancia aquí el estado subjetivo a menudo referido como motivación
o deseo. En la anterior concepción, las motivaciones de un sujeto pueden derivar
en una percepción fundamental e irreducible de la subjetividad de otra persona.

Esta presentación de la motivación intersubjetiva también puede replantearse en


términos más cercanos a la experiencia. Suponer que los procesos y estados
subjetivos constituyen el significado consciente e inconsciente que una persona
otorga a su experiencia. Según esto, el fenómeno de la motivación intersubjetiva
podría implicar la capacidad de un sujeto para ser motivado por el significado que
otra persona atribuye a su propia experiencia, en lugar de serlo exclusivamente
por el significado que el sujeto puede atribuir a esa experiencia, basado en sus
factores intrapsíquicos propios. En otras palabras, esto implica la posibilidad de
significado intersubjetivo en lugar de estrictamente intrapsíquico.

Visto desde esta perspectiva, una teoría de la motivación intersubjetiva podría


ayudar a iluminar las dimensiones "orientadas al otro" de una gran variedad de
fenómenos intersubjetivos de profunda significancia y gran emocionalidad, tales
como el cuidado y la preocupación romántica o no romántica, el autosacrificio y las
conductas y motivaciones aparentemente altruistas (ver Badcock, 1986; Bader,
1996; Kriegman, 1990; McWilliams, 1984; Meissner, 2003; Nagel, 1970; Seelig &
Rosof, 2001; Shapiro & Gabbard, 1994; Wallwork, 1991), respeto hacia otros seres
humanos y, tal vez, incluso la receptibilidad de los terapeutas hacia sus pacientes.

Al centrarme aquí específicamente en la motivación intersubjetiva, no estoy


suponiendo que, empíricamente hablando, sea posible ser motivado únicamente
por la subjetividad de otra persona, o que podamos hallar fenómenos
intersubjetivamente motivados de una forma "pura", aparte de los motivados
intrapsíquicamente. Como sugiere Jessica Benjamin (1988), La teoría
intrapsíquica y la de la intersubjetividad no deberían considerarse opuestas entre
sí (como generalmente lo son), sino como modos complementarios de entender la
psique" (p. 20). Aplicando esta idea al presente tema de la motivación, propongo
que, para un acontecimiento psíquico determinado, observemos la influencia
relativa de los procesos intrapsíquicos e intersubjetivos en un continuum, teniendo
en cuenta que la presencia de una forma de motivación no impide necesariamente
la influencia de la otra. Desde esta perspectiva, la presente investigación es de
naturaleza tanto parcial como provisional: parcial porque se centra
primordialmente en las dimensiones de la experiencia de motivación intersubjetiva;
y provisional porque no puede ser sustituta de una exhaustiva teoría psicoanalítica
de la motivación, que incluye elementos tanto intrapsíquicos como
intersubjetivos, y que por tanto podría empezar a abordar, al nivel de la
motivación, la compleja relación dialéctica entre estos campos.

Una vez aclarada esta concepción, sugiero que esta particular perspectiva sobre
motivación intersubjetiva es esencial para el desarrollo de un enfoque
genuinamente relacional del psicoanálisis, un enfoque que, como aspecto
definitorio, acentúe la concepción de la mente fundamentalmente "diádica, social,
interactiva, interpersonal" (Aron, 1996a, p.x). La teoría relacional define la mente
en términos de relaciones, acentuando los orígenes de una mente que es
"estructurada mediante la interacción" (Mitchell, 1988, p. 4); los contenidos de una
mente que consiste en "configuraciones relacionales" (Mitchell, 1988, p. 3); el
contexto de una mente que está inevitablemente incrustada en mutuas y
reciprocas interacciones con otros (Aron, 1996a,p.x.); los impulsos de una mente
que son intrínsecamente relacionales y siempre experimentados en el contexto de
relación (relatednes) y sobre todo el significado que una mente atribuye a su
experiencia; significado que deriva de "patrones relacionales" (Mitchell, 1988, p.
4), y que es generada "relacional y dialógicamente" en las relaciones que el
individuo mantiene con los otros (Aron, 1996a, p. xii).

A la luz de esta descripción, uno esperaría que una teoría verdaderamente


relacional pudiera explicar el fenómeno de la motivación intersubjetiva tal como se
ha conceptualizado aquí. Cualquier teoría psicoanalítica debería ser capaz de
explicar las fuentes fundamentales de la motivación humana, y cualquier teoría
genuinamente relacional debería insistir en que una de esas fuentes son las otras
personas, o más concretamente el significado que otras personas atribuyen a su
experiencia. Sin esa explicación, la mente podría ser relacional en un sentido
débil, puesto que el significado de la experiencia atañería relaciones en lugar de a
pulsiones biológicas, pero no sería relacional en el sentido más amplio, puesto que
el significado de la experiencia derivaría de procesos que, si bien serían
fundamentalmente relacionales, también serían fundamentalmente intrapsíquicos.
Aquí llego a la importante distinción entre procesos relacionales motivacionales,
que siempre atañen a los otros pero a menudo pueden reducirse a factores
intrapsíquicos, y procesos motivacionales intersubjetivos, que siempre son
fundamentalmente reducibles al significado que los otros atribuyen a su
experiencia.

En este punto de su desarrollo, la teoría relacional parece incapaz de explicar la


motivación intersubjetiva. Para defender en parte la verosimilitud de este punto,
reviso dos importantes fuentes de motivación en la teoría relacional: las pulsiones
relacionales y las configuraciones relacionales internalizadas. Siguiendo a
Greenberg (1991), defino una pulsión como una "necesidad interna no
condicionada que motiva toda conducta y determina la calidad de toda la
experiencia" (p. 23). Desde esta perspectiva, además de los instintos sexuales y
agresivos de Freud, existen pulsiones fundamentalmente relacionales, tales como
la libido de búsqueda de objeto de Fairbairn (1952); el concepto de apego de
Bowlby (1969); la visión de individuación de Mahler, Pine y Bergman (1975); la
necesidad de cohesión del self mediante procesos de especularización e
idealización de Kohut (1977); el sistema motivacional de apego-afiliación de
Lichtenberg (1989); e incluso la pulsión hacia "el establecimiento y mantenimiento
de conexiones con otros" de Mitchell (1988, p. 5). Dichas pulsiones son
esencialmente relacionales, puesto que sólo pueden definirse plenamente en
términos de las relaciones de las personas con los otros. No obstante, puedo que
estas pulsiones implican sólo las necesidades y deseos del individuo (por ej. de
individuación, de cohesión del self, de mantener relaciones con los otros), su
significado es reducible en último lugar a fuentes intrapsíquicas, y por tanto
incapaces de explicar la motivación intersubjetiva. No pretendo decir que estas
necesidades relacionales sean excesivamente egoístas o hedonistas, o que la
motivación basada en la pulsión sea en cierto modo inconsistente con la
motivación intersubjetiva. Más bien, sugiero que la elucidación de estas pulsiones
relacionales de base intrapsíquica, si bien es útil, aporta poco a la tarea de
iluminar cómo el individuo llega a ser motivado por el significado intersubjetivo.

No basta con afirmar simplemente que estas pulsiones dan lugar "naturalmente"
en cierto modo a la motivación intersubjetiva, sugiriendo por ejemplo que, al
buscar establecer y mantener relaciones con los otros la persona desarrolla
automáticamente la capacidad para la motivación intersubjetiva. El teórico debe
explicar cómo una pulsión intrapsíquicamente definida conduce a esa capacidad,
un proyecto que, sugiero, está destinado al fracaso puesto que tales pulsiones
ocupan un campo de significado totalmente diferente que el que estamos tratando
aquí.

Una segunda fuente de motivación importante en la teoría relacional son las


configuraciones relacionales, o representaciones mentales del self en relación con
el otro. Mientras diferentes teóricos conceptualizan estas configuraciones de
modos considerablemente distintos (Beebe y Lachmann, 2002; Bromberg, 1998;
Greenberg, 1991; Jacobson, 1964; Kernberg, 1976; Mitchell, 1988; Ogden, 1986;
Sandler y Sandler, 1998), dichas configuraciones generalmente contienen
representaciones del self, representaciones del otro y representaciones de las
"interacciones específicas que tienen lugar entre uno mismo y otra persona"
(Mitchell, 1988, p. 33), también conceptualizadas como "relaciones de rol
valoradas" (Sandler y Sandler, 1978, p. 288). Independientemente de los
contenidos específicos de la configuración relacional que el teórico respalda, la
mayoría de los teóricos aceptan la visión fundacional de que las configuraciones
relacionales encarnan el significado simbólico o presimbólico que el sujeto se
atribuye a sí mismo en relación con otro (Greenberg, 1991, p. 173)..

En esta concepción, de nuevo, parece quedar claro que las configuraciones


relacionales son insuficientes para explicar la motivación intersubjetiva. Por una
parte, estas configuraciones son claramente relacionales –derivan etiológicamente
de interacciones con otros reales, modelan profundamente los patrones de
conducta interpersonal de una persona y sus experiencias en las relaciones, y
pueden ser modificadas y transformadas dentro del contexto de la relación
analítica (Mitchell, 1988, pp. 289-290). Sin embargo, por definición estas
configuraciones son organizadores intrapsíquicos de significado, especificando el
significado que el sujeto provee a sus relaciones pero permaneciendo silencioso
en cómo ese sujeto es motivado por la subjetividad del otro. Este punto se aplica
tanto a las configuraciones relacionales patológicas como a las "sanas" puesto
que ambas especifican igualmente, aunque de forma distinta, las contribuciones
intrapsíquicas del sujeto.
He sugerido que la teoría relacional está escasamente equipada para explicar la
motivación intersubjetiva. Uno podría objetar a mi enfoque que, al considerar las
fuentes de motivación (por ej. pulsiones relacionales, configuraciones relacionales)
como arraigadas en el sujeto individual, estoy pasando por alto toda la teoría
relacional, que conceptualiza necesariamente al individuo como incrustado en un
contexto de relacionalidad con otros seres humanos (una objeción similar es la
que se manifiesta contra Jay Greenberg en Mitchell, 1998). En respuesta a esto,
distingo entre el contexto de una persona y sus procesos motivacionales. No por
centrarme en estos últimos estoy negando que todos estemos necesariamente
incrustados en un contexto de relacionalidad. De hecho, sostengo que lo estamos,
pero que también es fructífero explorar cómo podemos ser motivados dentro de
este contexto, concretamente mediante significados intrapsíquicos por una parte y
significados intersubjetivos por la otra.

La línea de crítica que he desarrollado aquí resalta un dilema central al que se


enfrenta cualquier teórico que intente explicar la motivación intersubjetiva. Para
proveer una explicación psicoanalítica de la motivación, el teórico debe especificar
los factores del sujeto responsables de esa motivación. Sin embargo, al
especificar el contenido de estos factores, el teórico elabora inevitablemente su
contenido intrapsíquico en lugar de su contenido intersubjetivo. Por decirlo de otro
modo: debemos comenzar "en el sujeto", pero al partir de ahí hallamos que no
podemos salir. Para resolver este dilema, me fijo ahora en un enfoque que explora
la relación entre sujetos: la teoría de la intersubjetividad propiamente dicha.

Teoría de la intersubjetividad y el dilema de la motivación intersubjetiva

Para establecer la base para una teoría de la motivación intersubjetiva, reviso


ahora tres influyentes concepciones de la intersubjetividad: el concepto de
mentalización de Fonagy y colegas (2002), las opiniones de D. N. Stern sobre el
compartir estados mentales, y la noción de Bejamin (1988, 2005) de
reconocimiento mutuo. Puesto que ninguno de éstos ha considerado
explícitamente el tema de la motivación intersubjetiva tal como lo definimos aquí,
intento una aplicación creativa de sus visiones, resaltando cómo cada teoría
puede explicar la motivación intersubjetiva y evaluando la eficacia de estas teorías
a la hora de resolver el ya mencionado dilema de la motivación intersubjetiva. Me
centro en estas tres teorías en particular debido a su relevancia para el punto de
vista que desarrollo más adelante en este artículo, reconociendo que ignoro otros
enfoques intersubjetivos (p. ej. las perspectivas intersubjetivas sobre la empatía y
la compasión, o el concepto de Ogden del tercero analítico) que podrían ser
igualmente aplicables al tema de la motivación intersubjetiva.

El enfoque de Peter Fonagy (1991) a la intersubjetividad se centra en el concepto


de mentalización, definido como "la capacidad de concebir estados mentales
conscientes e inconscientes en uno mismo y en los otros" (p. 640). Dichos estados
mentales a menudo son de naturaleza intencional, tales como "objetivos,
emociones, deseos y creencias" que pueden atribuirse a los otros para explicar o
predecir su conducta (Fonagy y col., 2002, p. 146). Es importante apuntar que la
mentalización no supone simplemente la capacidad para pensar acerca de los
estados mentales; esto implica la capacidad para hacerlo con cierto grado de
precisión (Fonagy y col., 2002, pp. 8, 26, 42, 48, 267, 348, 380). Por lo tanto,
Fonagy y colegas asocian mentalizar con leer la mente (pp. 24, 47, 52, 170, 221,
352, 354) usando conceptos epistémicos tales como conocimiento (pp. 27, 30, 35,
287), percepción (pp, 11, 54, 287, 356), comprensión (pp. 5, 253, 257, 287, 299-
300, 354), conciencia (pp. 257, 472) y reconocimiento (pp. 58, 353) para designar
el modo de representar acertadamente estados mentales en uno mismo y en los
otros. Me refiero a esta concepción de la mentalización como una noción
epistémica de la intersubjetividad, puesto que define la intersubjetividad en
términos de la capacidad de un sujeto para "conocer" la subjetividad de otro
(Fonagy y col., 2002, pp. 287-288).

Fonagy y sus colegas recalcan el proceso profundamente intersubjetivo que


subyace al desarrollo de la mentalización en el niño. Por decirlo brevemente,
cuando el cuidador posee la capacidad para mentalizar, éste atribuye
naturalmente al niño estados mentales y comunica esto "inconsciente y
continuamente" mediante sus interacciones con el niño (Fonagy y col., 2002, p.
286). A su vez, "el niño puede ver su fantasía o idea representada en la mente del
adulto, reintroyectar esto, y utilizarlo como una representación de su propio
pensamiento" (Fonagy y col., 2002, p. 266), un proceso que en última instancia
permite al niño atribuirse estados mentales a sí mismo y a otras personas. Aquí,
Fonagy y sus colegas están sugiriendo que ciertas estructuras intrapsíquicas,
como son las representaciones de uno mismo como agente mental, sirven como
condiciones necesarias para el total desarrollo de la intersubjetividad, un enfoque
también respaldado, de diversos modos, por otros autores (Aron, 1995; Lyons-
Ruth, 1999).

Cuando se aplica al tema que estamos tratando, esta concepción epistémica de la


intersubjetividad da lugar a un enfoque principalmente epistémico de la motivación
intersubjetiva. Desde este punto de vista, cuando mentalizamos la subjetividad de
otra persona, nosotros podemos ser motivados por esa subjetividad, a la luz de
nuestra percepción precisa de sus contenidos. Esta explicación ofrece una posible
solución al dilema de la motivación intersubjetiva. Al establecer la conexión
explícita entre mentalización y estructuras intrapsíquicas, se elucidan los factores
en el sujeto que podrían ser responsables de la motivación intersubjetiva. Dicha
motivación sería verdaderamente intersubjetiva, puesto que derivaría en última
instancia de la subjetividad de otra persona representada con precisión en el
proceso de la mentalización.

Sin embargo, esta explicación parece poco preparada para explicar la motivación
intersubjetiva, principalmente porque la capacidad para representar con precisión
los estados mentales de otra persona no implica necesariamente la capacidad de
ser motivado por esos estados. Por decirlo de otra forma, puedo reconocer que
otro sujeto atribuye un significado determinado a su experiencia, pero eso no
significa que yo sea motivado por ese reconocimiento. Es curioso que Fonagy y
sus colegas (2002) hacen una observación similar cuando afirman que "el niño
puede saber lo que el otro siente, pero esto puede preocuparle poco o nada en
absoluto" (p. 30), y cuando reconocen que "incluso cuando alguien puede concebir
intelectualmente el impacto de sus acciones en otra persona, esto podría ser
sentido como poco importante, vacío de convicción emocional" (p. 476).

Además, la concepción epistémica de la intersubjetividad parece tal vez


demasiado abstracta y "fría" para explicar el tema que estamos abordando. Como
hemos apuntando antes, una teoría motivacional intersubjetiva podría ayudar a
iluminar un amplio campo de fenómenos intersubjetivos profundamente
significativos, tales como el amor romántico y no romántico, las conductas y
motivaciones de autosacrificio y el respeto por otros seres humanos. El enfoque
epistémico a la motivación intersubjetiva esencialmente atribuye estos
fenómenos a la percepción exacta de la realidad, donde "realidad" se entiende
como "los estados mentales de los otros". Si bien dicha percepción seguramente
constituye un aspecto importante de los fenómenos en cuestión, no parece
abordar lo que tal vez sea lo más llamativo acerca de estas formas de
relacionalidad intersubjetiva, concretamente el hecho de ocupan un lugar
fundamental en nuestra vida emocional, y el hecho de que la ausencia de dichas
experiencias pueda equipararse a la muerte psíquica tanto para nuestros
pacientes como para nosotros mismos.

Mientras que Fonagy y sus colegas definen la intersubjetividad en términos del


conocimiento de los estados mentales, Daniel N. Stern (1985, 2004) define la
intersubjetividad en términos de compartir los estados mentales, avanzando lo que
yo denomino una visión participativa de la intersubjetividad. Según Stern (1985),
esta capacidad comienza a desarrollarse entre los 7 y los 9 meses de edad,
cuando los "infantes se encuentran cada vez más con la percatación momentánea
de que las experiencias subjetivas internas, el 'contenido' de la mente, son
potencialmente compartibles con alguien más" (p. 124). Estas experiencias
subjetivas son pre-lingüísticas, e incluyen intenciones, afectos y estados de
atención (Stern, 1985, pp. 128-133).

En su reciente trabajo, Stern (2004) aplica esta concepción participativa también a


los adultos, definiendo la intersubjetividad como la capacidad de experimentar lo
que otra persona está experimentando (pp. xviii, 22, 75-82); la capacidad de
participar en la experiencia de otro (pp. 76, 81, 94, 176); la capacidad sentir lo que
otra persona está sintiendo "como si se estuviera en su piel" (p. 76); y la
capacidad de asumir la perspectiva de otra persona, un fenómeno que Stern
también denomina "vivir parcialmente desde el centro del otro" (p. 81). Siguiendo a
Braten (1998), Stern (2004) enfatiza aún más: "no es una forma de conocimiento
del otro, sino más bien una participación en la experiencia del otro [las cursivas
son mías]" (p. 241). Con esta explicación, Stern distingue claramente entre
conocimiento intersubjetivo, en el que el sujeto percibe con exactitud los estados
mentales de otra persona, y la participación intersubjetiva, en la que el sujeto
experimenta los estados mentales de otra persona tal como los vive esa otra
persona[1].
El enfoque participativo de Stern a la intersubjetividad tiene ciertas implicaciones
emocionales importantes. Si fuera realmente posible compartir los estados
mentales de otra persona, entonces esos estados mentales serían motivadores
por naturaleza para el sujeto participante. Por ejemplo, si un sujeto pudiera
realmente sentir la tristeza de otra persona (y no simplemente su propia tristeza
desencadenada por la otra persona), entonces el sujeto podría ser motivado por
esa tristeza, del mismo modo que las personas son automáticamente motivadas
por los estados mentales que se originan en ellas mismas.

Estas ideas constituyen una solución participativa al dilema de la motivación


intersubjetiva. Refrendando la capacidad innata de compartir los estados
mentales, la solución participativa especifica los factores en el sujeto –
concretamente los estados mentales de los otros susceptibles de ser compartidos-
que podrían inspirar la motivación intersubjetiva. Dicha motivación sería
genuinamente intersubjetiva, puesto que derivaría de la subjetividad de otros
sujetos.

Sin embargo, la solución participativa fracasa como explicación de la motivación


intersubjetiva, principalmente porque ignora el importante papel que la diferencia
puede desempeñar en dicha motivación. Enmarcando la motivación intersubjetiva
únicamente en términos de participación intersubjetiva, el enfoque participativo es
incapaz de explicar casos en el que el sujeto percibe con precisión el estado
mental de otra persona y es motivado por dicho estado sin compartirlo. Ejemplos
de este fenómeno abundan en el trabajo clínico. Un terapeuta puede percibir lo
que un cliente está viviendo y ser motivado por esa percepción en sus posteriores
respuestas e intervenciones pero, debido al hecho de que terapeuta y paciente
dotan a su experiencia de distinto significado, el terapeuta no comparte
necesariamente el estado mental que sirve como fuente de la motivación. Según
la solución participativa, dicha motivación ni siquiera se calificaría como
intersubjetiva, puesto que carece del prerrequisito de compartir los estados
mentales.

En esta misma línea, el enfoque participativo parece ofrecer una concepción


claramente homogénea de la motivación intersubjetiva. Ubicando el compartir los
estados mentales como condición necesaria para la motivación intersubjetiva, este
enfoque privilegia la semejanza y quita importancia a la diferencia en la motivación
intersubjetiva, diciendo en esencia: "El único modo en que puedo ser motivado por
ti es ser tú", al menos en lo que respecta a estados mentales y significados. En
este sentido, la solución participativa desestima tanto al sujeto motivado como a la
otra persona que es, supuestamente, "fuente" de motivación intersubjetiva; pasa
por alto la capacidad del sujeto de ser motivado por estados mentales no
compartidos, y, al implicar que los estados mentales de la otra persona no pueden
inspirar motivación intersubjetiva, ignora el potencial motivador de la subjetividad
diferenciada de la otra persona.

En contraste con este enfoque, podríamos esperar una teoría que contemple la
posibilidad de la diferencia entre sujetos mutuamente motivados, explicando cómo
un sujeto puede ser motivado por otros significados distintos de los suyos, con
origen en un sujeto distinto de él. Este pensamiento nos acerca al trabajo de
Jessica Benjamin. Basándose en la descripción de Stern (1985) del desarrollo de
las capacidades intersubjetivas participativas del niño, Benjamin (1988, 1995d)
esboza el desarrollo de la capacidad intersubjetiva de reconocimiento, o la
capacidad del sujeto para percibir a otro sujeto como "un centro de subjetividad
separado y equivalente" (Benjamin, 1995b, p. 7). Ella sugiere que, en el escenario
evolutivo óptimo, los niños reciben reconocimiento de sus cuidadores al tiempo
que desarrollan la capacidad de proveer este reconocimiento a los otros, dando
lugar a la posibilidad de reconocimiento mutuo entre sujetos (Benjamin, 1995d, p.
30).

Desde el punto de vista de Benjamin, el reconocimiento intersubjetivo implica la


experiencia simultánea tanto de la distinción fundamental como de la semejanza
fundamental con la subjetividad de otra persona, experiencias que Benjamin
(1988) denomina "los dos elementos centrales del reconocimiento" (p. 170).
Cuando se refiere a la semejanza fundamental ente sujetos, Benjamin utiliza
varios conceptos aparentemente intercambiables, tales como igualdad (1988,
1995b, 1995d, 1998, 2000), semejanza (1988, 1995a, 1995b, 1995d, 1995e, 1998,
2000, 2004), uniformidad [sameness] (1988, 1995b, 1995e, 1998), comunidad
(1988, 1995f) y equivalencia (1988, 1995b, 1995d, 1999, 2004).

Al igual que Fonagy y sus colegas, Benjamin enmarca la intersubjetividad en


términos en gran parte epistémicos. Como hemos apuntado, con su concepto de
reconocimiento, Benjamin está resaltando la capacidad del sujeto para conocer
ciertos hechos del mundo, concretamente el hecho de la distinción y semejanza
irreducibles de otros sujetos. Benjamin también asocia reiteradamente la
relacionalidad intersubjetiva con conceptos epistémicos, tales como conocimiento
(1988, 1995b, 1995d, 1995f, 1995g, 1998, 2000), comprensión (1988, 1995c,
1995d, 2000), "ver" (1988, 1995d, 2000), conciencia (1988, 1995c, 1995d, 1998,
2004), reconocimiento (1988, 1995b, 1995d, 2004), experiencia (1988, 1995c,
1995d, 1995f, 2004), descubrimiento (1988, 1995c, 1995d, 1995f), percepción
(1988, 1995d, 1995f, 1998), y sensación (2004). Además, Benjamin a menudo
identifica otros sujetos con la externalidad (1988, 1995d, 1995f, 1998, 1999),
realidad (1988, 1995c, 1995d, 1995f, 1998, 1999, 2004), objetividad (1995d,
1995f), y lo "externo" (1988, 1995b, 1995c, 1995d, 1995e, 1995f, 1998, 1999,
2000, 2004). Estas metáforas implican que, en la concepción de la
intersubjetividad de Benjamin, la subjetividad de los otros ocupa una posición
análoga a la del "mundo objetivo" en la investigación científica, y que la
fundamentación de la relacionalidad intersubjetiva consiste en conocer ciertos
hecho sobre esos sujetos.

Una vez más, el enfoque epistémico parece escasamente equipado para explicar
la motivación intersubjetiva. Un sujeto podría reconocer la distinción y la
semejanza fundamentales de la subjetividad de otra persona, pero ese
reconocimiento no presupone la capacidad del sujeto para ser motivado por esa
subjetividad. Benjamin (1988) corrobora esta idea cuando apunta que podemos
aceptar cognitivamente la separación de otra persona sin sentir necesariamente
empatía por esa persona (p. 76). Sin embargo, puesto que el concepto de
reconocimiento de Benjamin es principalmente una metáfora epistémica, es
incapaz de iluminar la fuente intersubjetiva de esta empatía. El conocimiento de
hechos acerca de otros sujetos, sean estos hechos relativos a los contenidos de la
subjetividad de una persona determinada (p. ej. los representados en la
mentalización) o a cualidades más generales comunes a todos los sujetos (p. ej. la
distinción y semejanza básica aprendidas en el reconocimiento mutuo), no explica
el cuidado intersubjetivo y por tanto no puede explicar la motivación intersubjetiva.

Además de sus ideas epistémicas acerca de la intersubjetividad, Benjamin


también refrenda lo que yo llamo una concepción valuativa de la intersubjetividad.
Por "valuativa" me refiero a relacionada con el valor, de modo que una concepción
específicamente valuativa de la intersubjetividad basa la relacionalidad
intersubjetiva en el valor que los sujetos se atribuyen el uno al otro[2]. La propia
Benjamin no distingue entre sus concepciones epistémica y valuativa; más bien,
su enfoque valuativo va incrustado en su marco teórico principalmente epistémico.
La perspectiva valuativa emerge más claramente en los comentarios de Benjamin
acerca del respeto mutuo. Benjamin (1995) subraya la capacidad de ·respetar al
otro sujeto como un igual" (p. 8), alineando reiteradamente esta capacidad con la
relacionalidad intersubjetiva (1988, p. 8, 39, 70, 192, 915; 1995b, p. 23n; 1995c, p.
90; 1995d, p. 38; 1998, p. 80, 86, 94, 98, 102; 2002, p. 49; 204, p. 33). El concepto
de respeto de Benjamin es una ideal fundamentalmente valuativa. Implica no
simplemente conocer al otro, sino valorarlo a él y a lo que conocemos de él. En
esta línea, Benjamin a menudo asocia la intersubjetividad con otros muchos
conceptos con carga de valor, tales como afirmación (1988, p. 15, 60; 1995ª, p.
125; 1995d, p. 39; 2002, p. 44), validación (1988, p. 15), apreciación (1988, pp.
15, 28, 54, 177, 195; 1995c, p. 90; 1995d, p. 41; 1998, pp. Xiii, 65), e incluso amor
(1988, pp. 16, 106; 1995d, pp. 41, 46; 1995g, p. 172; 1998, p. 91).

Estas observaciones arrojan una luz diferente a la sugerencia de Benjamin de la


que la relacionalidad intersubjetiva implica la capacidad de percibir a otros sujetos
como fundamentalmente diferenciados aunque fundamentalmente "iguales" o
"equivalentes". Como hemos apuntado anteriormente, a Benjamin a menudo
compara esta equivalencia con la semejanza. Dada la gran corriente valuativa que
existe en el enfoque intersubjetivo de Benjamin, esta equivalencia podría también
significar igualmente valioso. Esta interpretación es consistente con el uso que
Benjamin hace de los términos (1988, p. 177; 1995b, p. 6, 7, 8; 1995d, pp. 28, 20,
31, 46; 1999, p. 201; 2004, p. 6), por ejemplo cuando escribe acerca de respetar a
otros sujetos como iguales (1995b, p. 8) y especialmente cuando contrasta las
relaciones basadas en la dominación con aquellas en las que ambos sujetos son
reconocidos como iguales (1988, pp. 12, 48, 73, 165, 167, 181, 218, 221; 1995d,
p. 31; 1998, p. 30). En esta lectura, Benjamin estaría sugiriendo que la
relacionalidad intersubjetiva implica la capacidad de reconocer simultáneamente a
otros sujetos como fundamentalmente distintos de uno mismo, fundamentalmente
similares a uno mismo, y poseedores de un valor igual al de uno mismo.
Estas ideas implican un enfoque esencialmente valuativo de la motivación
intersubjetiva. Desde este punto de vista, cuando dotamos a otra persona del
mismo valor que nos asignamos a nosotros mismos, podemos ser motivados por
el significado que ésta atribuye a su experiencia, en lugar de serlo exclusivamente
por nuestro significado intrapsíquico. Esta perspectiva ofrece una solución
convincente al dilema de la motivación intersubjetiva. Identifica el factor en el
sujeto que es en última instancia responsable de la motivación intersubjetiva,
concretamente la capacidad de atribuir un valor igual a otros sujetos. Dicha
motivación sería fundamentalmente intersubjetiva, puesto que su contenido
derivaría de la subjetividad de los otros. Aquí, la atribución de valor sirve como
puente motivacional entre sujetos, permitiendo al sujeto ser motivacionalmente
receptivo al significado intersubjetivo en lugar de serlo estrictamente al significado
intrapsíquico.

La concepción arriba explicada constituye una extrapolación de las ideas explícitas


de Benjamin. Puesto que la propia Benjamin no desarrolla plenamente su
concepción valuativa de la intersubjetividad, y puesto que nunca considera el tema
de la motivación intersubjetiva tal como yo la he definido, aún no queda claro que
significa "valorar" a la otra persona en la concepción expuesta, o cuál es la
naturaleza de la conexión entre dicho valor y la motivación intersubjetiva. En el
resto de este artículo, abordaré estas cuestiones.

La configuración relacional intersubjetiva

Usando la concepción valuativa de la intersubjetividad de Benjamin como punto de


partida, propongo ahora un modelo original de las condiciones intrapsíquicas para
la motivación intersubjetiva, una estructura compuesta identificada como la
configuración relacional intersubjetiva. Mi propósito aquí no es hacer una defensa
total de este concepto. En cambio, ofrezco un amplio esbozo del concepto y sus
principales componentes, subrayando en último lugar su capacidad para resolver
el dilema de la motivación intersubjetiva. En este sentido, espero ofrecer apoyo
preliminar a mi concepción de la configuración relacional intersubjetiva, e iluminar
más el proceso de la motivación intersubjetiva[3].

No abordo el importante tema de cómo se desarrolla la configuración relacional


intersubjetiva y, por tanto, dejo sin responder importantes preguntas acerca de las
implicaciones de este concepto para la teoría evolutiva y las teorías de acción
terapéutica. Simplemente afirmo que esta configuración es un logro evolutivo, que
evoluciona sólo en el contexto de una relación con otro sujeto (p. ej. un cuidador,
un analista) que a su vez posea la configuración relacional intersubjetiva y, por
tanto, sea capaz de ser verdaderamente motivado por la subjetividad de otro. Me
refiero a esta relación como la relación formativa para el desarrollo de
capacidades intersubjetivas, sin suponer que la configuración como tal pueda
derivarse sólo de esa relación.

Conceptualizando la configuración relacional intersubjetiva como una estructura


intrapsíquica, especifico su contenido como un Self incondicionalmente valioso en
relación mutuamente receptiva con un Otro incondicionalmente valioso. En esta
perspectiva, la configuración consta de componentes tanto mnémicos como
valuativos, el primero de los cuales son las representaciones relacionales
mnémicas, definidas como representaciones de la relación formativa tal como es
percibida por el sujeto. Siguiendo las teorías relacionales ya consideradas, sugiero
que estas estructuras representativas incluyen representaciones del Self en la
relación formativa, representaciones del otro sujeto en esa relación, y
representaciones de las interacciones mutuamente receptivas entre el Self y el
Otro. Estas representaciones pueden ser ambas naturaleza simbólica y no
simbólica, indicando las experiencias pasadas del sujeto en cuanto a receptividad
mutua y estructurando sus expectativas ante la posible reaparición de estas
experiencias en las relaciones percibidas como comparables (ver Beebe y
Lachmann, 2002, cap. 4).

Si bien las representaciones mencionadas son de naturaleza principalmente


mnémica, no son exclusivamente de naturaleza concreta. Como afirma Schafer
(1968), las representaciones del Self y del Otro "pueden estar organizadas a
cualquier nivel de abstracción" (p. 26; ver también, pp. 25-29), desde el nivel físico
concreto (por ej. representaciones del cuerpo de la persona) al más abstracto (p.
ej. representaciones de la personalidad de la persona). Yo sugiero que, además de
las cualidades más concretas incluidas en las representaciones relacionales
mnémicas, el sujeto se representa a sí mismo y al otro como poseedores de lo que
Benjamin (2000) llama subjecthood (o subjetividad personal) o la cualidad de ser
un sujeto distinto, independiente, quien, sin embargo, es fundamentalmente
similar a otros sujetos. En la mayoría de los casos, el sujeto posee una
concepción "amorfa y fluida" de la subjetividad personal (Schafer, 1968, p. 26),
generalmente sólo formulada en términos vagos tales como "un prójimo" o "un ser
humano como yo".

Incluso, en resumen, estas representaciones relacionales mnémicas no son


suficientes para explicar la motivación intersubjetiva. Como ya he sostenido, el
conocimiento de la subjetividad de otra persona no conduce necesariamente la
motivación intersubjetiva. De forma similar, los recuerdos de experiencias pasadas
de receptividad mutua no siempre inspiran motivación intersubjetiva en el
presente. Puedo recordar que sentí receptividad mutua en el pasado, e, incluso,
puedo esperar sentirla de nuevo, pero eso no supone necesariamente mi
capacidad presente para ser motivado por la subjetividad de otro sujeto, distinto de
mí. Esta capacidad se basa en la adscripción de valor a la subjetividad de la otra
persona.

Según esto, la segunda dimensión esencial de la configuración relacional


intersubjetiva es de naturaleza fundamentalmente valuativa. En lugar de
conceptualizar esta dimensión como una " propiedad" de las representaciones
Self-Otro, sigo el ejemplo de la teoría del lenguaje de la acción de Schafer (1976),
conceptualizando el valor como una actividad llevada a cabo por el sujeto (ver
también Korsgaard, 1996b. Para sistematizar esta idea, tomo el trabajo del Boston
Change Process Study Group (BCPSG), concretamente el concepto del Grupo de
conocimiento relacional implícito. En contraste con el conocimiento declarativo,
que es explícito, consciente y "representado simbólicamente de forma verbal o
mediante imágenes" (D.N. Stern y col., 1998, p. 905), los conocimientos
relacionales implícitos son representaciones no conscientes, no verbales no
simbólicas de "modos de estar con los otros" (D.N. Stern y col., 1998, p. 903).
Estas representaciones son de naturaleza procedimental en lugar de declarativa
(BCPSG, 2008, pp. 128-129), lo que significa que su contenido "sólo se manifiesta
en el hacer" (Lyons-Ruth, 1999, p. 578). SI bien estas representaciones contienen
elementos cognitivos, afectivos y conductuales (D.N. Stern y col., 1998, p. 905),
estos representan principalmente la actividad del sujeto en relación con otros
sujetos, como ejemplifica el reiterado alineamiento BCPSG (2002, 2005, 2007,
2008) de estas representaciones con los procedimientos, acciones y patrones
interactivos por parte del sujeto, y las interacciones que se pueden observar entre
sujetos.

Aplicando estas ideas al presente tema de valor, yo propongo el concepto de


representaciones valuativas implícitas, definidas como representaciones no
conscientes, no verbales y no simbólicas de modos de valorar a los otros. Al igual
que los conocimientos relacionales implícitos que propone el BCPSG, las
representaciones valuativas implícitas indican actividad por parte del sujeto. Sin
embargo, esta actividad es de naturaleza valuativa en lugar de procedimental o
conductual: es la actividad de valorar, que es esencialmente privada y no
directamente visible para observadores externos. Doy por hecho, aunque no lo
argumento aquí suficientemente, que la actividad de valorar es una operación
psíquica definida y fundamental. En este sentido, difiero de una tendencia común
en el pensamiento psicoanalítico: explicar los valores en términos de procesos
afectivos o pulsionales (ver Lichtenberg, Lachmann y Fosshage, 1992, cap. 10;
Sandler y Sandler, 1998, pp. 24-25).

Estas representaciones valuativas están estrechamente alineadas con las


representaciones relacionales mnémicas anteriormente mencionadas.
Concretamente, representan el valor incondicional que el sujeto atribuye a las
representaciones mnémicas de la subjetividad personal del Self y del Otro. Desde
esta perspectiva, en lugar de asignar valor a algunos aspectos del Self y el Otro
(p. ej. la apariencia física, rasgos particulares de personalidad, conductas
interpersonales gratificantes o no), el sujeto teniendo la configuración relacional
intersubjetiva asigna un valor al self y al estatus fundamental del del Otro de ser
un sujeto.

Para lo que pretendemos aquí, "valorar" se definirá operativamente sólo en


términos motivacionales, significando tomar algo como una fuente de significado.
Más aún, valorar "incondicionalmente" significará simplemente valorar bajo todas
las circunstancias, independientemente de la presencia o ausencia de cualquiera
de los factores subjetivos (p. ej., pensamientos, creencias, afectos, sentimientos,
deseos, planes, fantasías) u objetivos (p.ej. circunstancias o estado de la situación
en el mundo externo validado por consenso, incluyendo nuestra propia conducta y
la de los otros). Según esto, cuando se está dotado de la configuración relacional
intersubjetiva, el sujeto motivado representa mnémicamente al Self y al Otro en la
relación formativa y, simultáneamente, toma la subjetividad personal propia y del
otro como una fuente de significado, independientemente de sus particulares
procesos subjetivos (p. ej. cómo se relacionan los otros con él, si la conducta de
otra persona podría impactar o no en sus propios procesos subjetivos).

Una vez establecido este marco conceptual, yo ofrezco la siguiente explicación


para el fenómeno de la motivación intersubjetiva. He conceptualizado la
configuración relacional intersubjetiva como un compuesto representacional de la
participación activa del sujeto en la relación formativa, consistente en
representaciones mnémicas de esa relación así como en representaciones
valuativas implícitas de la valoración incondicional que el sujeto hace de la
subjetividad personal del Self y del Otro. Puesto que el sujeto valora
concretamente la cualidad de subjetividad personal en estas representaciones del
Self y el Otro, entonces en la medida en que identifica a una persona
contemporánea como poseedora de esa misma cualidad, le atribuirá, también,
valor incondicional a la subjetividad personal de esa persona. En este sentido,
tomará a esa persona como fuente de significado, y será capaz de ser motivada
por los significados de la otra persona en lugar de serlo simplemente por los suyos
propios. En otras palabras, será capaz de la motivación intersubjetiva tal como se
define aquí. Es más, será capaz de tal motivación sin condiciones, lo que significa
que será motivacionalmente receptiva a los significados de la otra persona
independientemente de la presencia o ausencia de factores externos a la
subjetividad motivadora de la otra persona.

Al sugerir que la motivación intersubjetiva implica la atribución de valor


incondicional a la subjetividad personal de otro, estoy dando a entender que la
motivación intersubjetiva se basa en un tipo específico de valoración,
concretamente en la valoración incondicional y no en la condicional. Por definición,
cuando el sujeto asigna sólo valor condicional a otra persona, éste es
motivacionalmente receptivo a los significados de esa persona sólo cuando se dan
ciertas condiciones subjetivas u objetivas. En esos casos los procesos
motivacionales operativos dependen en último lugar del significado que el propio
sujeto como tal atribuye a las condiciones anteriormente mencionadas. Dichos
procesos serían fundamentalmente reducibles a los propios significados del sujeto,
y de ese modo serían de naturaleza intrapsíquica en lugar de intersubjetiva. Sin
embargo, cuando el sujeto asigna valor incondicional a otra persona, es
motivacionalmente receptivo a los significados subjetivos de esa persona,
independientemente de cualquier significado que el propio sujeto pudiera asignar a
factores subjetivos u objetivos de la situación. En tales casos, los procesos
motivacionales operativos serían en último instancia reducibles a la subjetividad
de otra persona y, por tanto, fundamentalmente intersubjetivos.

El proceso de la motivación intersubjetiva

Empleando el modelo que he descrito, propongo ahora un amplio esbozo del


proceso de motivación intersubjetiva. Si bien enmarco esta explicación en
términos cronológicos y caracterológicos, en la experiencia real de la motivación
intersubjetiva, los fenómenos descritos aquí secuencialmente a menudo suceden
de forma simultánea, y rara vez el sujeto motivado distingue unos de otros. En pro
de la simplicidad, considero el fenómeno particular de la motivación intersubjetiva
unidireccional, en el que un sujeto es motivado por la subjetividad de otro sujeto, y
no viceversa.

Para empezar, el sujeto motivado identifica a la otra persona como poseedora de


la cualidad de subjetividad personal. En la mayoría de los casos, el sujeto no
conceptualiza al otro explícita y conscientemente como poseedora de subjetividad
personal, por ejemplo siendo un sujeto "diferenciado que es fundamentalmente
semejante a mí". En cambio, la representación que el sujeto hace de la
subjetividad personal de la otra persona está en gran parte implícita en el proceso
de motivación intersubjetiva, generalmente sólo formulada en términos vagos
como "prójimo" o "ser humano como yo".

Al mismo tiempo, el sujeto motivado atribuye valor incondicional a la subjectividad


personal de la otra persona. Esta atribución también es de naturaleza no
declarativa y no consciente. Al igual que los contenidos de los conocimientos
relacionales implícitos se revelan principalmente mediante los patrones
interactivos del sujeto, el valor incondicional que el sujeto da a otra persona se
muestra mediante un amplio rango de patrones afectivos, conductuales y de
experiencia, a menudo marcados por un interés consistente por tal persona y por
la capacidad de ser receptivo a la subjetividad de la persona sin contradecir el
valor de la propia subjetividad. Fenomenológicamente, esta valoración
incondicional a menudo toma la forma de un sentimiento general de "respeto"
hacia la otra persona, un sentimiento que, sugiero, no es de naturaleza
fundamentalmente afectiva, sino que está basado en la actividad de valoración
incondicional.

En este estado de receptividad motivacional, el sujeto empieza a construir


representaciones intersubjetivas, o representaciones de la subjetividad de la otra
persona. Como ya he sugerido, la valoración incondicional que el sujeto hace de la
otra persona le permite ser receptivo a los significados subjetivos de dicha
persona. Sin embargo, esta receptividad siempre es parcial, perspectivista y está
muy modelada por los propios factores intrapsíquicos del sujeto (ver Aron, 1996a;
Hoffman, 1998; Mitchell, 1993; Renik, 1993). El sujeto incorpora, en último lugar,
estos significados perspectivistas en sus representaciones de la subjetividad de la
otra persona, dando lugar a representaciones intersubjetivas que incluyen
dimensiones de los significados subjetivos tanto del sujeto como de la otra
persona. Estas representaciones se organizan fundamentalmente en torno a la
representación que el sujeto tiene de la subjetividad personal del otro.
Concretamente, el sujeto representa a la otra persona como un sujeto
fundamentalmente distinto pero fundamentalmente semejante, al tiempo que
representa los significados perspectivistas relevantes como aspectos subjetivos de
ese sujeto distinto y semejante. Mientras que el sujeto motivado a menudo es
consciente del contenido de estas representaciones, la inmensa mayoría de sus
representaciones son no-conscientes y "no formularas" (D.B. Stern, 1997).

Yo sugería que las mencionadas representaciones se estructuran en torno a la


representación que el sujeto tiene de la subjetividad personal de otra persona.
Según esto, en virtud del hecho de que el sujeto motivado posee la configuración
relacional intersubjetiva, atribuye valor incondicional a la subjetividad personal de
esta persona, es decir, toma a la otra persona como una fuente incondicional de
significado. Puesto que el sujeto toma a la otra persona como fuente de
significado, y puesto que representa la subjetividad de la otra persona como un
aspecto fundamental de esa persona, toma también la subjetividad de la otra
persona como fuente de significado. Por tanto, no simplemente conoce la
subjetividad del otro; está motivado por la subjetividad de esa persona como se
muestra en sus propias representaciones intersubjetivas idiosincrásicas y
específicas.

Esta motivación se expresa en un amplio rango de fenómenos psíquicos,


incluyendo los afectos, deseos, impulsos, fantasías, sentimientos de sintonización
o conexión con la otra persona y creencias conscientes o no conscientes del
sujeto (p. ej. sobre uno mismo, sobre la otra persona, sobre interacciones entre
uno mismo y los demás). Mientras que el sujeto motivado a menudo reconoce que
estos fenómenos están relacionados con la otra persona a quien se supone la
"fuente" de la motivación (p. ej. en el caso de querer aliviar el sufrimiento del otro,
en el caso de sentirse triste o entusiasmado por otra persona), a menudo no se da
cuenta de los orígenes intersubjetivos de estos fenómenos aparentemente
"intrapsíquicos" (ver Ogden, 1994). Es más, el sujeto necesita no ser consciente
de las representaciones intersubjetivas mencionadas para que éstas ejerzan su
influencia sobre su vida subjetiva.

Ahora planteo algunas conclusiones basadas en el modelo expuesto de


motivación intersubjetiva. He sugerido que las representaciones intersubjetivas
incluyen ambos elementos intersubjetivos e intrapsíquicos. Esto significa que los
fenómenos psíquicos que derivan de estas representaciones (p. ej. afectos,
deseos, impulsos, fantasías, creencias) son mutuamente determinados por
fuentes intrapsíquicas e intersubjetivas. Esta idea es consistente con el concepto
familiar de Freud (1913/1955) de sobredeterminación, o la idea de que cualquier
acontecimiento psíquico surge a partir de "numerosos factores contribuyentes" (p.
100). Mientras que Freud se centraba principalmente en los factores
intrapsíquicos, inconscientes (p. ej. pulsiones, deseos, defensas) que influían en
los fenómenos psíquicos, yo amplío el concepto de sobredeterminación para
incluir factores intersubjetivos que operan en diversos grados de conciencia.
Sugiero que, se dé cuenta o no el sujeto de ellos, ambos significados
intrapsíquicos e intersubjetivos modelan mutualmente las dimensiones
conscientes e inconscientes de su subjetividad, de ahí produciendo así complejos
fenómenos psíquicos etiológicamente derivados de procesos motivacionales
intersubjetivos e intrapsíquicos.
Más aún, en el modelo mencionado, la configuración relacional intersubjetiva se
basa en una relación fundacional con las otras dos formas de intersubjetividad
discutidas en este artículo, concretamente el conocimiento intersubjetivo y la
participación intersubjetiva. Como hemos apuntado anteriormente, la capacidad de
valorar incondicionalmente a otros sujetos es una condición necesaria de nuestra
receptividad a sus significados. Puesto que tal receptividad es un elemento clave
en la capacidad de construir representaciones intersubjetivas, y dado que la
capacidad de conocer la subjetividad de otro reside en la capacidad de
representarla con cierto grado de precisión, el conocimiento intersubjetivo parece
depender de la capacidad de atribuir un valor incondicional a otros sujetos. Dicho
coloquialmente, sugiero que no podemos conocer verdaderamente a una persona
a menos que la valoremos, que existen dimensiones de la subjetividad de una
persona que nos son inaccesibles a menos que permanezcamos en una relación
de respeto y amor con esa persona, con quien nos relacionamos como "objeto de
conocimiento" y como "sujeto valorado".

Una observación similar podría hacerse sobre la participación intersubjetiva.


Puesto que un sujeto debe conocer el estado mental de otra persona para
participar en él, y puesto que la capacidad de conocimiento intersubjetivo depende
de la capacidad para valorar incondicionalmente a otros sujetos, la participación
intersubjetiva parece depender, también, de la capacidad para la valoración
intersubjetiva.

Además, como un enfoque a la motivación intersubjetiva, la configuración


relacional intersubjetiva parece esquivar los problemas ya mencionados con las
concepciones epistémicas y participativa de la motivación intersubjetiva. Como ya
he sugerido anteriormente, ubicando el conocimiento intersubjetivo como base de
la motivación intersubjetiva, el enfoque epistémico ofrece una concepción
demasiado fría y científica del fenómeno en cuestión. En contraste con esta
perspectiva, yo sitúo la valoración incondicional de otros como base de las
dimensiones intersubjetivamente motivadas de nuestra experiencia. Esta idea
implica menos distancia entre los sujetos que el enfoque epistémico, y parece
expresar el sentido de cuidado y respeto por otros sujetos que, a menudo,
acompaña a la motivación intersubjetiva. Por otra parte, proponiendo una
asociación estructural entre nuestra representación de nosotros mismos como
incondicionalmente valiosos y nuestra representación de los otros como
incondicionalmente valiosos, el presente modelo enfatiza el importante papel que
valorar a los otros puede llegar a desempeñar en nuestro sentido de identidad,
especialmente la experiencia de nosotros mismos como vidas destacadas que son
valiosas y significativas independientemente de las circunstancias externas.

También sugería que, ubicando la participación intersubjetiva como fundamento de


la motivación intersubjetiva, la concepción participativa de la motivación
intersubjetiva parece desdibujar problemáticamente la distinción entre sujetos
intersubjetivamente motivados. En contraste con esta perspectiva, propongo que
el sujeto motivado atribuye valor incondicional específicamente al estatus de la
otra persona como un sujeto fundamentalmente distinto pero fundamentalmente
semejante. Esto significa que una apreciación de la cualidad de distinto de otros
sujetos no es sólo consistente con la motivación intersubjetiva, sino que es en
realidad una condición necesaria para esta motivación, un elemento esencial en
nuestra capacidad de ser receptivos a los significados que constituyen la
subjetividad diferenciada de otra persona.

En esta sección, he sostenido que la motivación intersubjetiva depende de la


capacidad para atribuir valor incondicional a otros sujetos. Esta idea deriva tal vez
más directamente del trabajo del filósofo del siglo XVIII Emmanuel Kant
(1785/1997), quien sugiere que poseemos una "valía incondicional, incomparable"
en virtud de nuestro estatus como seres autónomos (p. 43). Según Kant
(1785/1997) esta valía es la base de la "dignidad" especial de los seres humanos
(p. 42), de nuestros sentimientos de respeto por otra persona (p. 43) y de la
conducta y motivación genuinamente éticas (pp. 36-38; ver también Wood, 1999,
cap. 4). Mientras que Kant, junto con sus muchos defensores en la teoría ética
contemporánea (Herman, 1993; Hill, 1991, 2002; Korsgaard, 1996a, 1996b, 2008;
O'Neill, 1989; Wood, 1999), avanza estas ideas para respaldar concepciones de
naturaleza fundamentalmente ética, yo he intentado usarlas aquí de un modo
estrictamente explicativo. Por ejemplo, he explicado la motivación intersubjetiva en
términos de la valoración incondicional de otros sujetos, pero no he tomado
posición sobre si esta valoración es "buena" o "mala" en un sentido objetivo o
moral. En consecuencia, la anterior explicación sigue siendo de naturaleza
fundamentalmente psicológica en lugar de ética, a pesar del hecho de que estas
ideas pueden acabar teniendo algunas implicaciones éticas.

Conclusión: salvando la brecha

En resumen, sugiero que la mayoría de nosotros, independientemente de nuestro


compromiso teórico consciente adquirido, asumimos la posibilidad de motivación
intersubjetiva en nuestra vida cotidiana. Es decir, asumimos natural y
automáticamente que podemos ser motivados por las necesidades, deseos e
intereses de otras personas y, en nuestros momentos más generosos, que otras
personas también pueden ser motivadas por estas cosas. De un modo profundo y
generalmente no reflexivo, valoramos esta capacidad, y tomamos el potencial para
ella como una parte importante del ser humano. Sin embargo, la teoría
psicoanalítica no hace tales suposiciones, puesto que carece de una teoría de la
mente que sea capaz de explicar adecuadamente el fenómeno de la motivación
intersubjetiva. Esto significa que ha existido un vacío teórico en el psicoanálisis, y
una brecha importante entre nuestras teorías profesionales y nuestras
suposiciones cotidianas sobre la motivación humana (ver Argyris y Schön, 1974).

Este vacío teórico puede tener importantes implicaciones en la práctica clínica. Al


nivel más básico, puede llevarnos a desarrollar una concepción demasiado
estrecha de la vida psíquica de nuestros pacientes. Cuando trabajamos solamente
con una teoría de la motivación tendemos a conceptualizar los motivos de
nuestros pacientes en términos principalmente intrapsíquicos. De acuerdo con
esto, podemos estar menos sintonizados con las dimensiones intersubjetivamente
motivadas de sus experiencias, intentando posiblemente reducir estas
experiencias a significados intrapsíquicos teóricamente sancionados. Este enfoque
puede llevar a los pacientes a sentirse profundamente incomprendidos, como si
estuviéramos pasando por algo esencial de sus experiencias, o incluso
menospreciándolos, como si sólo estuviéramos reconociendo sus partes
"enfermas", infantiles o históricamente determinadas.

Además, cuando empleamos una teoría de la motivación exclusivamente


intrapsíquica para entender a nuestros pacientes, tal vez tenemos menos
probabilidades de apreciar los desarrollos en las capacidades motivacionales
intersubjetivas que son parte y parcela del trabajo analítico eficaz (ver Searles,
1979; Winnicott, 1971, pp. 177-185). Si reconocemos estos desarrollos de un
modo impreciso, carecemos del marco teórico necesario para apreciar plenamente
su naturaleza intersubjetiva, y de ese modo seguimos conceptualizándolos en
términos intrapsíquicos (p. ej. como una mayor capacidad para la sublimación,
como conflicto disminuido entre los deseos propios y las prohibiciones del
superyó, como internalización del objeto bueno, como una mayor cohesión del
self). De este modo podemos infravalorar el progreso terapéutico de nuestros
pacientes, manteniendo una concepción de sus capacidades motivacionales como
más orientadas hacia el self de lo que realmente son. Es más, en la medida en
que una mayor conciencia de las motivaciones intersubjetivas propias puede
fomentar realmente la receptividad de uno mismo a dichas motivaciones, corremos
entonces el riesgo de inhibir el desarrollo continuado de las capacidades
emergentes de nuestros pacientes para la motivación intersubjetiva.

También somos menos aptos para reconocer la ausencia de capacidades


motivacionales intersubjetivas en nuestros pacientes cuando empleamos una
teoría de la motivación exclusivamente intrapsíquica. Por tanto, podemos estar
menos sintonizados con el modo en que nuestros pacientes se cierran
inconscientemente a otros sujetos como posible fuente de significado, significado
que, si accediéramos a él, podría tener un importante impacto terapéutico sobre
una amplia gama de síntomas debilitadores, tales como el sentimiento de
indecisión, desesperanza, y odio a sí mismos. De forma similar, cuando operamos
con una teoría de la motivación únicamente intrapsíquica, tendremos menos
probabilidades de apreciar los potenciales no desarrollados de nuestros pacientes
para la motivación intersubjetiva. En la medida en que la visión que el terapeuta
tiene de los potenciales de sus pacientes puede facilitar el cambio terapéutico
(Cooper, 2000; Loewald, 1960; Summers, 2000), la estrechez de estas teorías
puede dificultar realmente el desarrollo de las capacidades motivacionales
intersubjetivas en el transcurso del trabajo analítico.

Finalmente, cuando trabajamos con una teoría motivacional exclusivamente


intrapsíquica, a menudo podemos sentirnos menos conectados con nuestros
pacientes. Como hemos apuntado previamente, la mayoría de nosotros asume
naturalmente que el potencial para la motivación intersubjetiva está
inextricablemente unido a lo que significa ser humano. Sin embargo, cuando
utilizamos una teoría exclusivamente intrapsíquica de motivación para entender a
nuestros pacientes, con frecuencia no conseguimos reconocer que éstos poseen
este potencial humano básico. En tales casos, podemos establecer una distinción
abiertamente clara entre nosotros como seres humanos y nuestros pacientes
como seres humanos. Esto nos puede llevar a sentirnos menos conectados con
éstos y sus experiencias, y, en casos más extremos, incluso a desarrollar un
sentimiento destructivo de superioridad frente a nuestros pacientes, como si
fuéramos los "sanos" de la relación y nuestros pacientes fueran los carentes,
defectuosos o deficientes en cierto sentido fundamental. Insidiosamente, estas
actitudes pueden persistir junto a sentimientos genuinos de cuidado y
preocupación por nuestros pacientes, y pueden ser inconscientemente
comunicadas independientemente de nuestro grado de conciencia de las mismas.

Para muchos profesionales, las consecuencias mencionadas no siempre


perdurarán. Esto es porque muchos de nosotros nos involucramos en lo que
podríamos llamar un proceso compensatorio en lo que respecta a nuestras
teorías. Percibiendo intuitivamente las deficiencias de una teoría de la motivación
exclusivamente intrapsíquica, y en un esfuerzo por permanecer conectados con
nuestros pacientes, complementamos inconscientemente las teorías de la
motivación intrapsíquica que adoptamos conscientemente con nuestras
convicciones acerca de la posibilidad de la motivación intersubjetiva, modelando
naturalmente una teoría motivacional de sentido común que incluya elementos
tanto intrapsíquicos como intersubjetivos. Armados con esa teoría, cuando un
paciente discute su deseo de expresarle amor a sus hijos de forma más explícita,
escuchamos las dimensiones intrapsíquicamente motivadas de su experiencia (p.
ej. su deseo de proveerse de la atención y el cuidado que de niño no tuvo, sus
intentos de enmascarar y deshacer su agresión hacia el padre negligente de su
infancia, sus esfuerzos por mantener la cohesión del self fortaleciendo sus lazos
con sus hijos como objetos-self, su necesidad de expiar su culpa por ser el
salvador de su madre) así como los aspectos intersubjetivamente motivados de su
experiencia (p. ej. su compromiso por satisfacer la necesidades emocionales de
sus hijos, su deseo de hacer feliz a su hija, su deseo de reforzar la confianza en sí
mismo de su hijo).

En lugar de intentar compensar las deficiencias de nuestra teoría de la motivación


intrapsíquica, deberíamos empezar a revisar estas teorías para acomodarlas a
nuestras mejores intuiciones clínicas, trabajando por la construcción de una teoría
psicoanalítica de la motivación global que abarque elementos intrapsíquicos e
intersubjetivos (ver también Shapiro y Gabbard, 1994; Slavin y Kriegman, 1992).
Dicha teoría ayudaría a salvar la brecha entre nuestras teorías profesionales y
nuestras suposiciones naturales acerca de la motivación humana, ayudándonos a
sentirnos más cerca de nuestros pacientes y más conectados con ellos como
seres humanos. Dicha teoría también podría abordar la compleja relación entre la
motivación intrapsíquica e intersubjetiva, tanto en circunstancias complejas como,
dinámicamente, en el transcurso del desarrollo individual y el trabajo analítico. Y,
tal vez lo más importante, esa teoría nos animaría categóricamente a reconocer
las dimensiones intrapsíquica e intersubjetivamente motivadas de las experiencias
de nuestros pacientes. Al operar con una teoría así, seríamos más receptivos a los
elementos intersubjetivamente motivados de las experiencias de nuestros
pacientes, menos propensos a conceptualizar estos elementos simplemente como
motivaciones "derivativas" o intrapsíquicas, más sintonizados con los potenciales
no explotados de nuestros pacientes para la motivación intersubjetiva, y
tendríamos más probabilidades de reconocer los desarrollos genuinos en las
capacidades motivacionales intersubjetivas que, en mi opinión, son cruciales para
la acción terapéutica del psicoanálisis.

En este artículo, he intentado promover un aspecto del proyecto mencionado,


concretamente el desarrollo de una concepción de la motivación intersubjetiva que
pueda integrarse con las teorías de la motivación principalmente intrapsíquicas
que son más usuales en psicoanálisis. En este sentido, he intentado promover el
proyecto del psicoanálisis relacional en general y la teoría de la intersubjetividad
en particular. Más que, tal vez, ningún otro sector del psicoanálisis, la teoría de la
intersubjetividad nos ha enseñado que la capacidad de reconocer a otros sujetos
es una piedra angular del desarrollo individual y del cambio terapéutico,
posicionando así a otros sujetos como una fuente importante de significado en
nuestras vidas. Sin embargo, la teoría de la intersubjetividad ha ignorado durante
mucho tiempo el tema de la motivación intersubjetiva, conceptualizando, en su
lugar, la relacionalidad intersubjetiva en términos principalmente epistémicos. Con
ello, la teoría de la intersubjetividad ha desestimado nuestra capacidad de ser
motivados por otros sujetos, no consiguiendo aprovecharse de la utilidad teórica y
clínica de una teoría de la motivación genuinamente intersubjetiva.

Si bien ya he sugerido que el enfoque epistémico de la intersubjetividad es


incapaz de explicar la motivación intersubjetiva, iré un paso más allá y sugiero
que, en última instancia, es inadecuado como concepción general de la
relacionalidad intersubjetiva. Esta concepción parece demasiado científica por
naturaleza, implicando que la relación intersubjetiva fundamental se da entre el
que conoce y el conocido, y que la madurez se observa en la capacidad de
conocer un cierto sector de realidad, concretamente otros sujetos. En este sentido,
esta concepción resume lo que es, tal vez, lo más humano de la relacionalidad
intersubjetiva: el hecho de que valoramos a otros sujetos, de que incluso los
amamos de un modo que no es completamente reducible a la libido, o a la
búsqueda de objeto, o al apego. Trayendo esta idea a nuestras teorías, nos
hacemos más próximos a nuestros pacientes, y, en último lugar, los ayudamos a
moverse más cerca de nosotros.

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[1] Para reforzar esta concepción de la participación intersubjetiva, Stern (2004)
cita la investigación reciente sobre neuronas espejo (Gallese y Goldman, 1998;
Rizzolatti y Arbib, 1998; Rizzolatti, Fadiga y Gallese, 1996; Rizzolatti, Fogassi y
Gallese, 2001). Puesto que estas neuronas se activan en el cerebro de una
persona que observa una acción del mismo modo que si esa persona estuviera
realmente llevando a cabo la acción, Stern (2004) sugiere que podrían servir como
base neurológica para nuestra capacidad de participar en las experiencias de
otras personas (pp. 78-82).

[2]El sinónimo más próximo a mi término "valuativo" es el término filosófico


"normativo", que significa implicar el valor de las cosas (p. ej. acciones, estado de
la situación, características personales) y por tanto concierne al lenguaje
evaluativo (p. ej. "correcto" o "incorrecto", "bueno" y "malo", "debería" y "no
debería", "justificado" e "injustificado") en lugar de aquél de naturaleza meramente
descriptiva (ver Korsgaard, 1996b; Nagel, 1986, cap. 8; Scanlon, 1998, cap. 1 y 2).
Puesto que el concepto de normatividad tiene más connotaciones específicas
dentro del psicoanálisis (a menudo denotando estándares sociales, culturales y
evolutivos), he acuñado el término valuativo para referirme a "relacionado con el
valor" en general.

[3] A lo largo de esta discusión, sostengo la distinción entre motivación


intersubjetiva, entendida como el proceso de ser motivado por la subjetividad de
un otro, y la configuración relacional intersubjetiva, la estructura intrapsíquica que
sugiero que es una condición necesaria para ese proceso. Mi esperanza es que,
acepte el lector o no mi particular teoría de la configuración relacional
intersubjetiva, la presente investigación estimule un mayor interés en el tema de la
motivación intersubjetiva como constructo psicoanalítico.

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