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N°134
INVESTIGACIÓN HISTÓRICA II- 2019
Caimari, Lila, apenas un delincuente: crimen, castigo cultura en la argentina, 1880-1955. Buenos
Aires: Siglo XXI, 2004, 312 páginas.
El aporte de la autora se enmarca dentro de una reciente producción historiográfica sobre el delito, la
justicia y el castigo. En ella, la autora hace un recorrido por los discursos, tanto científicos como
“profanos”, y las prácticas del sistema punitivo moderno del Estado argentino desde la creación de su
emblema, la penitenciaría de de Buenos Aires (1877), hasta el final del peronismo (1955).
La obra se divide en dos partes, cada una de las cuales cuenta con cuatro capítulos, en el cual la
autora se propone rastrear las nociones del delincuente y su castigo predominantes entre fines de S.
XIX y la primera mitad del S. XX. Para ello se vale de fuentes muy diversas: documentos oficiales,
prontuarios policiales, memorias, artículos periodísticos, investigaciones científicas, conferencias
internacionales, etc.
La primera parte del libro rastrea las obras de quienes producían conocimiento “científico” sobre
cómo las instituciones debían llevar a cabo el disciplinamiento y el control social, y a partir de ello
identificar la relación entre conocimiento, castigo y control social. En ella identifica tanto las voces
de los profesionales vinculados al estado, como la de anarquistas, comunistas y socialistas que, en
sus experiencias en estas instituciones, participaron en las definiciones del delincuente y su castigo.
La segunda parte de la obra se dedica a indagar cómo la ciudadanía mira o imagina al delincuente y
su castigo, donde la autora se propone describir cual es el sentido que le atribuye la sociedad al
mismo, teniendo en cuenta que dicha sensibilidad es histórica. Para ello utiliza el concepto
bourdieusiano de “profano” refiriéndose a “lo excluido de los espacios consagrados de la definición
del objeto”. (P. 23)
En ella la autora discute con la, para entonces, reciente y escaza bibliografía sobre el tema (Del
Olmo, 1981; Rubial, 1986; Rodríguez, 1999; Aguirre C. y Buffington R., 2000; Aguirre C., 2000,
2003; Barreneche, 2001; Marteau, 2001; Ruggiero, 2004), haciéndolo más activamente con la obra
de Salvatore (con Carlos Aguirre, 1996; 2000; 2001; 2003). También discute con la historia del
derecho penal, en particular con la obra de Levaggi (1972; 1978, 1979; 2002).
En el capítulo uno Caimari historiza cómo las ideas de castigo civilizado, que circulaban desde la
década de 1820, se van imponiendo el discurso estatal poco a poco. El análisis se detiene en los
discursos eruditos europeos y norteamericanos que cuestionaban las nociones de padecimiento físico
y pena de muerte, y que proponían en su lugar la necesidad de codificación de leyes claras y la idea
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Caimari, Lila; ¿De quién son estos criminales? Iglesia, Estado y Patronatos y la rehabilitación de
Mujer convicta (Buenos Aires, 1890-1940); Las Américas, Vol. 54, No. 2 (octubre de 1997), pp.185-
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presos para presentarse ante estos como adaptables a la sociedad. Dentro del análisis que hacen los
observadores la autora rescata los perfiles de delincuente que estos construyen, los criterios
psicopatológicos que estructuran los cuestionarios (ideas políticas, estructura familiar, relación con el
trabajo, etc.).
La segunda parte del trabajo, indaga en los discursos “profanos” que presentan diarios revistas y a
partir de ello, cómo se construye en el imaginario colectivo ese delito; es, esta segunda parte, una
innovación de la autora presentada por vez primera en esta obra y que vuelve a incorporar en las
siguientes. La hipótesis que la sostiene se construye en torno al divorcio que se produce “entre la
relación imaginaria establecida con el delincuente y con el castigado. El criminal y su transgresión,
por un lado. El castigado y su padecimiento, por otro” (P. 166).
En el capítulo 5, Caimari se encarga de indagar cómo es representado el criminal y su transgresión en
el periodo que va desde 1880 a 1910. La autora expone las dos grandes maneras de pensar dicho
tema: una enfocada en conocer al criminal y su circulación, publicitada cómo una manera de prevenir
a la población decente; y la otra, se vale de las teorías de Cesare Lombroso, para entonces ya muy
cuestionadas, pero que para los fines sensacionalistas de los periódicos y revistas tienen gran valor,
puesto que de ello se toman ciertos conceptos que permiten exponer análisis de los rostros de los
delincuentes más famosos. Al final del capítulo se presenta también un breve análisis de las
identificaciones con los transgresores entre los que destacan los crímenes de honor y la literatura
gauchesca, que subvierten en alguna medida el orden representacional.
En el capítulo 6, siguiendo en la línea de análisis del capítulo anterior, pero trasladándose al periodo
1920-1930, la autora se enfoca en el nuevo tipo de diario que surge en ese período, de perfil más
comercial que los que circulaban hasta entonces; estos eran La Razón, Crítica, Última Hora y El
Mundo. De todos ellos, la autora se centra principalmente en Crítica donde observa que el
sensacionalismo alcanza su máxima expresión. Sobre este periódico se ocupa principalmente del
“conjunto de premisas sobre el transgresor, sus perseguidores y las instituciones punitivas” (P.200)
que se presentan en su sección “policiales”. Como contrapunto de Crítica analiza a su principal
competidor La Razón. Allí la autora estudia como los diarios competían con las instituciones y cómo
adoptan un perfil popular para tener mayor éxito comercial, y en ese giro, instalan la idea de que los
sospechosos podían ser víctimas de violencia de clase, lo que, a su vez, les permite criticar a la
policía por corrupta e inoperante.
El contrapunto de estos periódicos se puede encontrar en el programa radial “Ronda policial” y la
revista “Caras y Caretas”, puesto que restablecen las tradicionales definiciones de víctima,
transgresor y policía que sostenían las instituciones estatales.
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En el capítulo 7 la autora analiza la crítica profana al aparato estatal, cuyo propósito era exhibir al
público a los grandes criminales, siguiendo el modelo positivista de la visita científica. Allí, el
periodismo va delineando la visibilidad social del castigo, en una sociedad donde el castigo
comenzaba a estar oculto a la mirada social. Esa visibilidad, siempre sujeta a la imaginación y
selección del periodista, es lo que la autora se propone indagar, intentando observar las pautas de la
representación de la relación entre transgresor institucionalizado y el estado que lo castiga. En este
recorrido observa cómo los penados son dotados de humanidad y se ganan la compasión del gran
público. La autora arguye que “ante la ausencia de la teatralidad del juicio, los periodistas locales
transfirieron parte de dicha búsqueda a la prisión, donde había tantas historias de gran potencial
sensacionalista” (P. 237). Esta iniciativa, con el tiempo, fue poniendo en tensión la crónica del
crimen con la crónica del castigo, dando lugar a una imaginación moral que hacia foco en los
derechos del ciudadano castigado. Por último se ocupa rastrear las experiencias de los detenidos en
Ushuaia, en las que Crítica es pionero en esta tradición de denuncias de los abusos que se producen
en las instituciones punitivas, las cuales trascienden aun más con el arribo de los presos políticos, en
especial de los radicales.
En el capítulo 8, uno de los más interesantes puesto que se ocupa de analizar los cambios que
introduce el peronismo clásico en el sistema punitivo. En este recorrido la autora analiza las reformas
introducidas por el que fue director de instituciones penales Roberto Pettinato, las cuales guardan
estrecha relación con los cambios que transformaron a la sociedad de esos años; a saber, este director
se jactaba de haber convivido con los presos, hecho que lo llevaba a rechazar los saberes
provenientes del instituto de criminología y la facultad de derecho; se politizan las prisiones, en las
cuales se introduce la propaganda oficial vigorosamente; se produce una democratización de la
sociedad carcelaria, motorizada por las mejoras en las condiciones de vida de los penados y sus
guardianes. Otra de las reformas, quizás la que más sentido rupturista tuvo fue la clausura del penal
de Ushuaia, sumado a otras no tan resonantes como el remplazo del uniforme a rayas y de los grillos
por esposas. También se produce una promoción de los vínculos familiares, a tono con los mensajes
de las propagandas oficiales. Por último, es muy interesante que la autora rescate algunas de las
experiencias de los detenidos que observaron el fenómeno, y que dé cuenta de la invisibilización de
los numerosos presos políticos, toda una muestra de la política del periodo.
“Apenas un Delincuente” es muy interesante ya que plantea numerosos caminos a seguir para los que
indaguen temas relacionados al delito, el castigo e incluso las representaciones mediáticas. Quizás
una crítica podría estar relacionada con el hecho de que la obra no cuente con una conclusión, pero lo
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compensa el hecho de los caminos que abre dicha investigación, los cuales la convierten en una obra
de consulta obligada para quien decida indagar sobre estos temas.