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Derecho de las Obligaciones y Derecho de los Daños (Universidad Carlos III de Madrid)
TEMA 1: CONCEPTO Y FUENTES DE LAS OBLIGACIONES
1. La obligación y la relación obligatoria.
Nuestro Código Civil dedica el Libro IV a establecer el régimen jurídico de las
obligaciones y los contratos. El Título I de este Libro IV, concretamente los artículos
1088 a 1253, contienen una reglamentación general de las obligaciones aunque no
aparece un concepto legal de obligación, porque la misión del legislador no es al de
definir puesto que petrificaría el derecho, sino que esto corre a cargo de la doctrina y
la jurisprudencia, al contrario que en el Derecho Penal por el principio de tipicidad.
Sólo enumera cuál puede sr el contenido de una obligación, que es dar (contrato de
compraventa), hacer (contrato de obra o servicios) o no hacer algo (art. 1088) y tienen
su origen normalmente en un contrato.
“Toda obligación consiste en dar, hacer o no hacer alguna cosa” (art. 1088).
Etimológicamente, el término obligación se refiere a una ligadura, sujeción física y, por
traslación al lenguaje jurídico, una sujeción moral (CASTAN). El concepto de obligación
viene del Derecho Romano y puede definirse como aquella situación en la que una
persona, llamada acreedor, tiene u ostenta un derecho, denominado de crédito, que le
permite exigir un determinado comportamiento a una persona, el deudor,
comportamiento que se conoce con el nombre de prestación (dar una cosa, prestar un
servicio o un no hacer). La obligación no sólo implica un deber jurídico, la denominada
deuda, sino también un derecho subjetivo, el derecho de crédito, o más precisamente
la correlación entre ambos elementos. Como situación con dos polos, uno activo y uno
pasivo, la obligación es una auténtica relación jurídica y entenderse como idea de
relación obligatoria. Cuando el artículo 1088 dispone que los contratos son fuente de
obligaciones, se está refiriendo pues a que los contratos son fuentes de relaciones
obligatorias: la compraventa como contrato es fuente de una relación obligatoria que
vincula al comprador y al vendedor.
Aunque no existe un precepto que defina el concepto de obligación en el Código Civil,
ésta puede definirse como el vínculo establecido entre dos personas o grupo de
personas, por el cual una de ellas puede exigir de la otra la entrega de una cosa o el
cumplimiento de un servicio (hacer) o de una abstención (no hacer) (BORDA). Puede
llegarse también a un concepto de obligación combinando los artículos 1088 y 1911:
“la obligación es un derecho del acreedor dirigido a conseguir del deudor una
prestación de dar, hacer o no hacer alguna cosa garantizado con el activo patrimonial
del obligado”.
2. Deuda y responsabilidad. Las obligaciones naturales.
Toda obligación presenta un aspecto activo, que es el poder o facultad de exigir algo, y
un aspecto pasivo, que es el deber de dar, hacer o no hacer (art. 1088). Se trata por
tanto de dos aspectos diferentes del concepto unitario que es la obligación por lo que,
en principio no se puede concebir un crédito sin deuda y una deuda sin crédito
(BORDA). La obligación es por tanto una situación bipolar, que se encuentra integrada,
por un lado, por la posición de una persona llamada deudor, y, por otro, por la
posición de otra persona distinta llamada acreedor.
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El acreedor es el titular de un derecho subjetivo, que es el derecho de crédito, que le
faculta para exigir al deudor de la prestación debida. El acreedor se ve investido
además de la posibilidad, en caso de incumplimiento, de proceder contra los bienes
del deudor (responsabilidad‐garantía), así como de una serie de facultades para la
defensa de sus intereses. El deudor está sujeto al cumplimiento de un deber jurídico,
una deuda, que e impone la observancia del comportamiento debido, la prestación, y
le sitúa en el trance de soportar, en otro caso, la consecuencia de su falta, la
responsabilidad.
Se presentan como los elementos esenciales de la obligación o de la relación
obligatoria entendida como sinónimo de obligación. Cabe distinguir entre el crédito
que consiste en el derecho que tiene el acreedor de exigir al deudor el cumplimiento
de la prestación, de lo debido, como por ejemplo que pague el precio, y la deuda es el
deber de prestación que ha de ejecutar el deudor para satisfacer el interés del
acreedor, por ejemplo, pagar el precio. La responsabilidad civil es la sanción por el
incumplimiento del deber de prestación, sanción que el ordenamiento jurídico impone
al deudor por no cumplir la obligación debida, que puede ser la indemnización de
daños y perjuicios o la ejecución forzosa. El artículo 1088 dicta cuál puede ser el
contenido de la obligación y la responsabilidad viene determinada en el artículo 1911.
El principio de responsabilidad universal otorga al acreedor un poder de agresión
sobre el patrimonio del aquel, lo que permite la satisfacción forzosa de su interés (art.
1911): “Del cumplimiento de sus obligaciones responde el deudor con todos sus bienes
presentes y futuros”.
La deuda sin responsabilidad se refiere a la obligación natural, procedente del
Derecho Romano, que se caracteriza porque aún siendo inexigible el cumplimiento de
la obligación da lugar a determinados efectos jurídicos, sobre todo la soluti retentio, es
decir, el derecho a retener el pago realizado, a quedarse con lo que el deudor le ha
otorgado de manera voluntaria. Existen diversos casos de obligación natural: las
deudas nacidas del juego (arts. 1788 y 1901); el pago de los intereses del préstamo no
estipulados en el contrato (arts. 1755 y 1756); cuando se paga una deuda prescrita
(art. 1901)
3. Elementos de la obligación. Contenido de las situaciones jurídicas de acreedor
y deudor.
La relación obligacional, u obligación, se compone de los siguientes elementos:
¥ Sujetos: La obligación se compone de dos partes, activa y pasiva, integradas
por dos sujetos. En la parte activa, se encuentra el acreedor, que es el titular
del crédito que tiene poder jurídico de exigir el cumplimiento de la prestación;
en la parte pasiva, se encuentra el sujeto pasivo, obligado o deudor, que es
aquel sobre el que recae el deber de prestación y la responsabilidad en caso de
incumplimiento. Cada una de estas dos partes puede estar integrada por una
pluralidad de personas lo que da lugar a los fenómenos de la solidaridad o la
mancomunidad. Todo sujeto de derecho está en condiciones de ser titular de
un crédito, si bien los incapacitados no pueden ejercitarlo. También puede
cualquier persona ser sujeto pasivo de la obligación, incluso cuando le afecte la
incapacidad (art. 200). Las personas jurídicas, al igual que las físicas, pueden
ser titulares activos y pasivos de las obligaciones (art. 38). Aunque los sujetos
de la obligación deben ser determinados, se permite que la determinación se
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haga, no al tiempo del nacimiento de la obligación, sino en un momento
posterior, siempre que estén previstas las circunstancias que hayan de servir
para que aquella determinación se realice;
¥ Objeto: Para algunos autores, el objeto de la obligación son las cosas o los
servicios sobre los que recae el deber del deudor, si bien la opinión que hoy
tiende a imperar considera como objeto de la obligación la prestación, es
decir, el comportamiento al que el vínculo obligatorio sujeta al deudor y que
tiene derecho a exigirle el acreedor. Podemos por tanto distinguir un objeto
inmediato de la obligación, constituido por la prestación, y un objeto mediato,
constituido por la cosa, el hecho del deudor o su abstención, es decir, el dar,
hacer o no hacer. Los requisitos de la prestación son, por unanimidad de la
doctrina, que esta sea posible, lícita y determinada o determinada. En primer
lugar, nadie puede obligarse a una prestación imposible puesto que obligarse a
lo imposible equivale a obligarse a nada – el CC sanciona con la nulidad las
obligaciones referentes a prestaciones imposibles (art. 1271). La imposibilidad
puede ser de hecho, como el caso de una persona que se obliga a proporcionar
a otra la Luna, o de derecho, como el caso de alguien que quiere vender la
Alambra de Granada como bien público y por tanto fuera del comercio. El
objeto debe ser además lícito (art. 1271), reputándose ilícita la prestación que
viole un precepto legal o esté en oposición con la moral o las buenas
costumbres (arts. 1255, 1271.3º y 1275). La prestación ha de ser además
determinada – de lo contrario, la obligación sería declarada nula (art. 1273). El
Código admite sin embargo que la determinación no sea inicial, es decir, la
determinabilidad, que indica que puede ser hecha a posteriori, siempre que en
el momento de la obligación queden establecidos los elementos o bases que
permitan llevar a cabo esa determinación sin necesidad de un nuevo convenio
entre los interesados (art. 1273) – por ejemplo, no cabe un contrato de
compraventa en el que por 13€ se venda lo que el vendedor crea conveniente
en el momento del pago. Esta determinación a posteriori puede ser hecha por
diversos modos, como la referencia a una cosa o circunstancia cierta o la
decisión que haga una persona distinta de los contratantes, aunque nunca se
puede dejar al arbitrio de una de las partes (arts. 1449 y 1690.2º). La
prestación debe ser patrimonial puesto que hay deberes que no son jurídicos y
que por lo tanto no constituyen una obligación, como el deber social de hacer
un regalo a un amigo por su boda, y conductas exigibles por el ordenamiento
jurídico que tampoco lo son, a pesar de recibir esa denominación, tratándose
de meros deberes jurídicos, como la obligación que tienen los padres de velar
por los hijos y prestarles alimentos (art. 110). El deber jurídico es por tanto
una conducta no patrimonial exigible por el ordenamiento a quienes se
encuentren en una determinada situación, siendo la obligación una subespecie
de este deber jurídico, caracterizada por la patrimonialidad de la prestación o
conducta exigible al deudor – si bien el interés del acreedor a la prestación
puede tener carácter no económico, es decir, moral o religioso, humanitario o
científico, la prestación en sí misma debe ser susceptible por vía directa o
indirecta de valoración económica (CASTAN).
¥ Vínculo: Se trata del nexo que liga a una persona con otra y que engloba el
débito, es decir, la deuda o deber de prestación, y el crédito o derecho del
acreedor a exigir el cumplimiento. Incluye asimismo la responsabilidad del
deudor, frente al poder del acreedor de dirigirse contra el patrimonio de
aquel;
¥ Causa: Se trata de la razón de la obligación, del poder de exigir y del deber de
realizar la prestación, ponderada por el ordenamiento.
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4. Las fuentes de las obligaciones en el Código Civil.
Las fuentes de las obligaciones son los hechos y los actos que determinan el
nacimiento de las relaciones obligatorias.
Nuestro Código Civil enumera las fuentes de las obligaciones en el artículo 1089:
aparecen hasta cinco fuentes de obligaciones, que son la ley (art. 1090), el contrato y
por tanto la autonomía privada, entre los que habría que distinguir entre el contrato
individual y las CGC (art. 1091), los quasicontratos, que aparece en el digesto en las
fuentes romanas, entre los que se encuentran la gestión de negocios ajenos (art. 1888)
o el cobro de lo indebido (art. 1895) (art. 1887), los actos y omisiones ilícitos,
denominación bajo la cual el Código Civil incluye los delitos y las faltas que son fuentes
de la obligación civil de restituir las cosas que han sido objeto del delito o de la falta,
como en el caso del robo o hurto, así como la obligación de indemnizar los daños y
perjuicios que se han causado (arts. 109 y ss. CP) (art. 1092) y los actos u omisiones en
que interviene culpa o negligencia (arts. 1093 y 1902).
Las obligaciones procedentes de la Ley no se presumen sino que sólo son exigibles las
expresamente determinadas en el Código o las leyes especiales y han pues de regirse
por los preceptos de la ley que las hubiera establecido y, en lo que ésta no hubiese
previsto, por las disposiciones del Libro IV del CC (art. 1090).
El primer gran grupo de fuentes de las obligaciones está constituido por la autonomía
de la voluntad o la libertad contractual, que es la primera gran fuente de relaciones
obligatorias (art. 1255). El instrumento fundamental para crear relaciones jurídicas es
el negocio jurídico como sinónimo de una autorregulación de intereses, dentro de los
cuales destaca el contrato (art. 1254). El contrato puede referirse a un contrato
unilateral, que sólo crea obligaciones para una de las partes habiendo dos personas en
el contrato. A falta de pacto expreso entre las partes, se regirán por las disposiciones
del Código (art. 1258). El segundo grupo está constituido por la soberanía del Estado,
creando entre los particulares relaciones obligatorias sin contar para ello con la
voluntad de éstos.
Los cuasicontratos son los “hechos lícitos y puramente voluntarios, de los que resulta
obligado su autor para con un tercero y a veces, una obligación recíproca entre los
interesados” (art. 1887), como la gestión de negocios ajenos, es decir, cuando alguien
se encarga voluntariamente de la agencia o administración de los negocios de otro sin
mandato de éste (arts. 1888), como un vecino decide encargarse de la reparación de la
puerta de su vecino atizada por un rayo mientras éste se encuentra fuera, y el cobro
de lo indebido, que es la obligación de restituir que tiene quien ha cobrado algo que
no se le debía (art. 1895 y ss.), como aquella persona a la que por error se le ha
ingresado una determinada cantidad de dinero en su cuenta corriente bancaria.
Las fuentes derivadas de actos u omisiones en que intervenga culpa o negligencia no
penados por la ley quedan sometidas a las disposiciones del capítulo II, título XVI, libro
IV del CC (art. 1093). El Código establece la obligación de indemnizar que se impone al
que por acción u omisión causa daño a otros interviniendo culpa o negligencia (arts.
1092 y ss.), que son los denominados delitos o cuasidelitos civiles, en los que falta la
tipicidad del delito o falta penal y que integran la denominada responsabilidad civil
extracontractual.
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5. La voluntad unilateral como fuente de obligaciones. La promesa pública de
recompensa.
Las declaraciones unilaterales de voluntad entran dentro de la autonomía de la
voluntad y es objeto de discusión como fuente de obligaciones civiles puesto que no se
trata de un contrato. El artículo 1089 menciona el contrato pero no menciona la
declaración unilateral de voluntad, lo que podría hacer pensar que no es una fuente.
La cuestión fundamental reside pues en la duda de si la mera declaración de quedar
obligado a alguien determina el surgimiento de una obligación civil. La doctrina más
autorizada considera que para que surja la obligación civil es necesaria la aceptación
del favorecido, del destinatario de la declaración unilateral de voluntad, que podrá ser
anterior o posterior a la declaración.
El fenómeno puro de una declaración unilateral de voluntad no es pues fuente de una
obligación civil, sin que medie aceptación. Existen sin embargo excepciones
establecidas por la Ley o por la jurisprudencia del TS: el TS considera, con carácter
excepcional, que la promesa pública de recompensa destinada a un grupo
indeterminado de personas es una declaración unilateral de voluntad y fuente de una
relación de obligación civil puesto que quien realiza lo que se solicita tendrá derecho a
la recompensa aunque no sepa que existe esta promesa aunque también cabe la
revocación de esa promesa: por ejemplo, el caso en que el Sr. X promete una
recompensa de 500€ a quien encuentre a su perrito extraviado a quien proporcione
pistas para encontrar el paradero de una persona. Algunos Códigos, como el alemán,
italiano o portugués, recogen la promesa pública de recompensa, regulándola como
uno de los casos taxativos en que la voluntad unilateral tiene efectos. Cabe sostener la
revocabilidad de la promesa siempre que se dé a la revocación la misma publicidad
que se dio a la promesa, es decir, se difunda en los mismos, equivalentes o más
importantes medios, aunque no será eficaz si con anterioridad alguna persona hubiere
realizado los actos u obtenido los resultados exigidos.
El concurso con premio implica una promesa pública, es decir, opera al margen de la
necesidad de consentimiento, y quien gane ese concurso podrá optar a dicha
recompensa teniendo en cuenta las bases del mismo. Estos supuestos se refieren a la
constitución autónoma de la relación. El derecho no es adquirido por la mera
realización de la actividad u obtención del resultado sino que exige una decisión entre
los diferentes concursantes. Las bases del concurso o premio constituyen la regla a la
que los interesados, es decir, el promitente y los destinatarios de la promesa, deberán
atenerse.
La constitución heterónoma de la relación obligatoria surge cuando no juega la
autonomía de la voluntad en todos aquellos casos en los que la relación obligatoria no
nace de un negocio jurídico, de un contrato, sino de actos jurídicos o administrativos,
es decir, de un poder independiente de las partes y de su voluntad. Hay actos
administrativos que dan lugar a una relación obligatoria, como la venta forzosa de un
solar por una autoridad municipal. Los actos judiciales pueden ser fuente de relaciones
como en el caso de la sentencia constitutiva de relación obligatoria en la jurisdicción
contenciosa y las cautelas, fianzas o depósitos de bienes en la jurisdicción voluntaria.
Hay obligaciones civiles que nacen de supuestos de hecho legalmente tipificados,
como la relación de alimentos (arts. 142 y ss.).
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TEMA 2: LOS ELEMENTOS DE LA OBLIGACIÓN: SUJETOS.
1. Las partes de la relación obligatoria.
La relación obligatoria como relación jurídica tiene que tener dos partes, los sujetos de
la relación obligatoria, el acreedor y el deudor. Sin ellas no hay relación obligatoria.
Una de estas partes puede ser una persona física con la capacidad de obrar exigida por
la Ley o, en su defecto, el órgano de representación de la persona física que no tiene
capacidad de obrar (padres, tutores o curadores) o jurídica, como una Sociedad
Anónima (art. 38 CC), bajo la figura del órgano de representación, como los
administradores.
Una persona puede ser a su vez acreedor y deudor, como en el caso de una
compraventa en que el vendedor es acreedor y deudor a la vez, puesto que es
acreedor del precio y deudor de la entrega de la cosa.
2. El fenómeno de la pluralidad de personas en la relación obligatoria. La regla
de no presunción de la solidaridad.
Es bastante habitual que alguno de los sujetos esté constituido por una pluralidad de
personas. Varias personas son al mismo tiempo acreedores o deudores.
Existe una regla de no presunción de la solidaridad (art. 1137), que significa que la
regla general es que cuando hay una pluralidad de sujetos en la relación obligatoria, no
juega la regla de la solidaridad. Solamente será la obligación solidaria, ya sea respecto
de los acreedores o deudores cuando se pacte expresamente en el contrato o lo
establezca la ley, o la jurisprudencia en ciertos casos. Se trata de una presunción iuris
tantum, es decir, una presunción que admite prueba en contrario. La presunción es de
fragmentación de la obligación, en obligaciones mancomunadas o parciarias (art.
1138). Se establece además una presunción de que esta división de la deuda es por
partes iguales, si bien cabe que en el texto de la obligación esta regla no juegue,
cuando así lo establezca la ley o así lo hayan acordado las partes. Esto implica que los
créditos y las deudas son totalmente distintos y autónomos, es decir, si hay tres
deudores, cada uno debe la tercera parte de la deuda de forma independiente y
autónoma del resto de deudores. Cada deudor mancomunado podrá realizar actos de
tipo dispositivo, como pagar la deuda o perdonarla, sin contar con los demás. La
jurisprudencia del TS no traslada esta regla general a la responsabilidad
extracontractual sino que habla de solidaridad impropia, con el claro propósito de
favorecer a la víctima, puesto que estará más protegido si la indemnización es solidaria
cuando no sea posible determinar la parte de cada uno en el daño causado.
3. Las obligaciones mancomunadas. Obligaciones divisibles e indivisibles.
Las obligaciones mancomunadas se refieren a las obligaciones también denominadas
parciarias, es decir, cuando la deuda se entiende dividida entre los deudores o el
crédito se entiende dividido entre los acreedores. El deudor no tiene que pagar el todo
sino que pagará su parte.
El crédito es mancomunado o parciario cuando se fragmenta o se divide en varios
derechos de crédito independientes entre sí, incidiendo cada uno de ellos sobre una
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parte de la prestación debida. La mancomunidad conduce a una división del crédito en
tantos créditos como acreedores haya. Los créditos resultantes de la división se
consideran distintos e independientes (art. 1138): las partes iguales es una presunción
iuris tantum porque también pueden pactar en contrario. Funcionan por tanto con
total autonomía, es decir, cada acreedor puede exigir independientemente su parte al
deudor. También puede disponer con total libertad sin el consentimiento de los
restantes acreedores solidarios.
La mancomunidad pasiva se refiere a la deuda dividida en tantas deudas como
deudores haya, presumiendo que será la división en partes iguales (art. 1138),
admitiendo prueba en contrario, admitiendo pacto que lo contradiga. Cada deuda es
una deuda distinta (art. 1138), lo cual supone que cada deudor puede pagar su parte,
con lo que quedará liberado de su deuda. El acreedor solamente puede pues exigir a
cada deudor la parte que le corresponde.
Las obligaciones en mano común o conjuntas se refieren a los artículos 1139 y 1150. La
obligación debe ser cumplida conjuntamente por todos los deudores, es decir, no cabe
un cumplimiento parcial, de tal manera que sólo podrá ser efectiva ejerciendo el
acreedor acción contra todos los deudores, exigiendo a cada uno de ellos su parte de
la deuda.
Si no hay solidaridad, se presume por tanto dividido el crédito en tantas partes como
acreedores o deudores concurran, salvo que la obligación sea indivisible (art. 1169),
reputándose indivisibles “las obligaciones de dar cuerpos ciertos y todas aquellas que
no sean susceptibles de cumplimiento parcial” (art. 1151.1). Por su parte, las
obligaciones de hacer serán divisibles “cuando tengan por objeto la prestación de un
número de días de trabajo, la ejecución de obras por. unidades métricas, u otras cosas
análogas que por su naturaleza sean susceptibles de cumplimiento parcial” (art.
1151.2). En relación a las obligaciones de no hacer, no existen criterios específicos por
lo que se atenderá a cada caso particular (art. 1151.3).
La divisibilidad por tanto de la obligación de dar o de hacer depende de la posibilidad
de su cumplimiento parcial como regla general, siendo susceptibles de cumplimiento
parcial cuando consientan una fragmentación y las partes que resulten sean las
mismas cualitativamente porque el acreedor ha de ver satisfecho su interés total en la
obligación aunque de una manera fraccionada o proporcional, a medida que se
cumplan las obligaciones nacidas de la división. Esto se refiere a la indivisibilidad
natural de la obligación. Sin embargo, puede existir también una indivisibilidad
convencional, que será deducida del negocio celebrado o de la voluntad de las partes.
El régimen jurídico de las obligaciones indivisibles será el de las obligaciones
mancomunadas.
La divisibilidad o indivisibilidad de la obligación carece de importancia cuando
concurren un único acreedor y un único deudor en la relación obligacional.
4. Las obligaciones solidarias.
La solidaridad es activa cuando hay una pluralidad de los acreedores, es decir, cuando
cada uno de los acreedores, actuando de manera individual, se encuentra facultado
para exigir y para recibir del deudor la totalidad de la prestación debida. El deudor que
paga a uno solo de los acreedores solidarios se libera enteramente de la carga. El CC
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permite que cada uno de estos acreedores solidarios pueda hacer por sí solo lo que
sea útil a los demás acreedores solidarios pero no, en cambio, aquello que les
perjudica (art. 1141). El acreedor solidario podrá llevar a cabo por tanto actos
conservativos, que no extingan el derecho de crédito, o de defensa del derecho de
crédito, como por ejemplo judicial. Están también facultados y legitimados cada uno
de los acreedores solidarios de manera individual para llevar a cabo los más
importantes actos de modificación o extinción del derecho de crédito (art. 1143),
como la compensación, la confusión o la remisión de la deuda. El acreedor que haya
realizado cualquiera de estos actos responde frente a los demás de la parte que les
corresponde en la obligación, para evitar el perjuicio, por lo que no habría en principio
contradicción entre los dos preceptos puesto que, suponiendo que lleve a cabo los
actos perjudiciales que el primero prohíbe, el acreedor se subrogará en la posición del
deudor y responderá de la deuda. El acreedor tiene la facultad de liberarse de esta
deuda pagando a cualquiera de los acreedores solidarios (art. 1142), en cuyo caso el
susodicho responde frente a los demás acreedores solidarios de la parte que les
corresponde en la obligación (art. 1143.2). El derecho de reembolso es por tanto pro
cuota, es decir, que habrá que atender a la relación interna de los acreedores para
saber cómo opera este derecho de reembolso y en caso de ser iguales, operará la
regulación de la comunidad de bienes por analogía.
La solidaridad pasiva, de deudores, es la más importante y la que más suele jugar en la
práctica. Una deuda es solidaria cuando cada uno de los deudores tiene por sí solo e
individualmente el deber de cumplir íntegramente la prestación objeto de la relación
obligatoria, es decir, si deben entre todos 900 euros debe cada uno de ellos 900 euros.
La solidaridad deudora tiene que ser analizada desde la perspectiva externa y desde la
interna. Por una parte, la perspectiva externa se refiere a la relación externa que
vincula al acreedor con los deudores solidarios. La relación interna, por su parte,
vincula a los deudores entre sí.
La relación externa se funda en la idea rectora de que cada uno de los deudores
solidarios por sí solo e independientemente debe la totalidad de la prestación al
acreedor, que le puede exigir por tanto el pago del todo a cualquiera de los deudores
solidarios, normalmente al solvente obviamente. Cualquiera de los deudores debe
pagar la totalidad de la deuda y, si lo hace, quedan todos liberados y se extingue por
tanto la obligación (art. 1145). El acreedor tiene un derecho de elección del deudor
solidario, pudiendo elegirle por cualquier razón (art. 1144.1), o puede dirigirse contra
todos ellos simultáneamente. El acreedor puede también variar el deudor contra el
que se dirige, cuando por ejemplo es insolvente, si no ha cobrado la totalidad de la
deuda. El Código contempla la imposibilidad sobrevenida de la prestación cuando la
obligación es solidaria, que determinará que no se pueda pagar al acreedor (art. 1147),
por causa fortuita o por conducta culpable de uno de los deudores solidarios, cuya
solución es distinta. En el primer caso, la culpa no es de ninguno de los deudores
solidarios por lo que la deuda se extingue, que no se aplica en el caso del dinero, que
nunca perece. En el segundo de los casos, habiendo culpa por tanto de uno de los
deudores solidarios, responderán frente al acreedor los restantes deudores solidarios,
tanto del precio como de la indemnización de daños y perjuicios, sin perjuicio de la
acción que tienen los deudores no culpables frente al que lo es. Se establece también
la regla de la cobertura de la insolvencia (art. 1145.3), aplicable cuando uno de los
deudores es insolvente, en cuyo caso será cubierta por los restantes deudores
solidarios a prorrata de la deuda de cada uno de ellos.
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El deudor solidario puede oponer frente a la pretensión del acreedor de cobrar ciertas
excepciones, paralizando la pretensión: la deuda vencida, que haya sido pagado o que
esté prescrita. El artículo 1148 del CC soluciona el problema: “El deudor solidario podrá
utilizar, contra las reclamaciones del acreedor, todas las excepciones que se deriven de
la naturaleza de la obligación y las que le sean personales. De las que personalmente
correspondan a los demás sólo podrá servirse en la parte de deuda de que éstos fueren
responsables.”. se debe por tanto distinguir entre las excepciones reales y objetivas,
que derivan de la naturaleza de la obligación, las excepciones personales, en que se
atiende a circunstancias subjetivas de uno de los obligados, que puede ser el deudor
demandado u otro, pudiendo el primero oponer una excepción que sólo le afecte a él,
como la falta de capacidad al contratar, que había habido dolo, violencia, intimidación
y que por lo tanto el contrato es anulable. Cuando el deudor demandado alega
excepciones personales de los demás deudores, porque tiene conocimiento de que
uno de ellos tenía una de estas excepciones, juega el sistema de la fragmentación, por
lo que no se paralizará la acción en sí sino que podrá excluir el pago de la parte del
deudor afectado. Las excepciones objetivas afectan a la existencia de la deuda, como
la inexistencia de la misma, o que ésta ha prescrito o no ha vencido aún.
La relación interna vincula a los deudores solidarios entre sí, que va a surgir sobre todo
cuando el acreedor ha cobrado. Cuando el interés del acreedor no está en juego
porque ya ha cobrado todo, se retorna al sistema de la mancomunidad: existe entre
los codeudores solidarios una división de la deuda en los términos acordados por ellos
(art. 1145.2). Aquel que hizo el pago sólo podrá pues reclamar de sus codeudores la
parte de deuda que a cada uno de ellos corresponda con los intereses del anticipo.
Este derecho de reembolso es por el todo frente al resto de deudores solidarios, para
impedir que haya un enriquecimiento injustificado.
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se refiere a una obligación que se refiere además a la obtención de un
determinado resultado, es decir, sólo hay cumplimiento si el resultado se
obtiene, como en la construcción de un edificio. En los casos en que esta
clasificación pueda resultar dudosa, se debe atender a si el resultado está o no
al alcance de quien despliega la actividad – en caso de no estarlo, se tratará de
una obligación de medios.
b. Las obligaciones genéricas.
Las obligaciones genéricas se refieren a aquellas obligaciones de dar en las
cuales la cosa objeto de la prestación se encuentra determinada a través
únicamente de su pertenencia a un género, es decir, según su definición
jurídica, de su pertenencia a un conjunto más o menos amplio de objetos en
los que se puede predicar unas características comunes, como la entrega de
100 kgs de naranjas. Las obligaciones específicas, por su parte, se refieren a
aquellas obligaciones que recaen sobre cosas concretas y determinadas, como
la entrega de un Ford Fiesta.
Las obligaciones genéricas pueden ser cumplidas en vía de ejecución a costa
del deudor (art. 1096). Además, en caso de no haberse especificado la calidad
y circunstancias, el acreedor no podrá solicitar una cosa de calidad superior ni
el deudor entregarla de calidad inferior (art. 1167), salvo que las partes pacten
en contrario o se pueda así deducir de la interpretación del contrato. Se
entiende que el género nunca perece (genus nunquam perit), por lo que, al
existir siempre cosas pertenecientes al mismo, la pérdida o destrucción de las
cosas genéricas que el deudor poseyera no implica la imposibilidad de la
prestación, mientras que en la obligación específica, la perdida sobrevenida
ocasiona la imposibilidad de cumplir al estar la cosa perfectamente
individualizada (art. 1182).
La obligación genérica necesita especificarse, es decir, convertirse en una
obligación específica puesto que es necesaria su concreción para que el deudor
entregue la cosa debida. La principal consecuencia jurídica de esta
transformación es la desaparición del juego de la regla genus nunquam perit y
su sustitución por la extinción de la obligación por perecimiento, destrucción o
imposibilidad legal de la entrega de la cosa determinada sin su culpa (arts.
1182 y 1183). En cuanto al momento de la concentración, se debe atender, en
ausencia de norma al respecto, a lo acordado por las partes y a los usos (art.
1582); en ausencia de éstos, será facultad y deber del deudor puesto que ha
de hacer lo necesario para cumplir con la obligación. Ningún precepto del
Código Civil impone ninguna intervención por parte del deudor para la
concentración, sino que sólo rechazará o aceptará la cosa que reciba si no se
ajusta a lo pactado, con lo que implícitamente rechazará o aceptará la
concentración del deudor a posteriori. La concentración, salvo que haya sido
aceptada por el acreedor, no transformará la obligación general en específica
si no está concebida para cumplirse inmediatamente o con la dilación
temporal entre concentración y cumplimiento permitido por los usos o la
buena fe. Si las partes lo han convenido, nada impide que sea un tercero quien
lleve a cabo la concentración, puesto que es un criterio valido para hacer
determinado el objeto de la prestación, hasta entonces determinable (arts.
1447 y 1690).
11
La obligación genérica delimitada es una obligación derivada de la genérica
normal u ordinaria y supone que las partes no sólo han designado el género de
la cosa, sino también otras circunstancias externas que sirven para delimitarla,
como la procedencia, el lugar donde se encuentra u otras semejantes.
La delimitación hace que la pérdida fortuita de las cosas incluidas en ella libere
al deudor de la obligación.
c. Las obligaciones alternativas. Las obligaciones facultativas.
“El obligado alternativamente a diversas prestaciones debe cumplir por
completo una de éstas” (art. 1131), siendo la obligación alternativa cuando han
sido previstas diversas prestaciones, pero en forma disyuntiva, es decir, el
deudor deberá cumplir solamente una de ellas, como por ejemplo cuando
existen tres prestaciones de dar objetos distintos.
La obligación alternativa implica que a una de las partes o a un tercero se le
concede la facultad de elegir entre las diversas prestaciones previstas en el
contrato sin necesidad de un nuevo acuerdo, puesto que sino estaríamos ante
un supuesto de objeto indeterminado. La elección entre las diversas
prestaciones previstas cae en manos del deudor, por el principio favor
debitoris, “a menos que expresamente se hubiese concedido al acreedor” (art.
1132). La elección puede ser también atribuida a un tercero o al azar si el
acreedor y el deudor así lo acuerdan (art. 1447 por analogía). Tanto la elección
como la aceptación de la misma es una declaración de voluntad recepticia, es
decir, produce efectos desde la notificación a la otra parte (art. 1333 y 1336).
No se impone ningún requisito para la notificación aunque debe ser la
necesaria para que quede constancia de la notificación. El acreedor de la
deuda puede sin embargo rechazarla si no se ajusta a los términos de la
obligación, por ejemplo, si el deudor elige una prestación que no estaba
prevista. La elección es irrevocable desde que llega al conocimiento de la otra
parte. El Código Civil impone unos límites a la facultad de elección cuando
corresponde al deudor: no tienen derecho a elegir obligaciones imposibles,
ilícitas o que no hubieran podido ser objeto de obligación. Además, “el
acreedor no podrá ser compelido a recibir parte de una prestación y parte de
otra” (art. 1131).
La facultad de elección, como adquirida en virtud de la obligación, es
transmisible con la obligación misma, salvo pacto en contrario (art. 1112).
La elección es también un deber: si el titular es el deudor, debe elegir para
cumplir su obligación; si es el acreedor, porque el deudor tiene derecho a
liberarse cumpliendo, lo que no puede hacer hasta que aquel elija. Las
consecuencias de la no elección son la mora del acreedor y del deudor.
En caso de imposibilidad sobrevenida, si fuese elección del deudor, éste
perderá el derecho de elección si de todas las prestaciones a que
alternativamente estuviese obligado, sólo una fuese posible, cualquiera que
hubiese sido la causa de la perdida (art. 1134). Si, en cambio, las cosas que
fueron alternativamente objeto de la obligación se pierden o se hubiera hecho
imposible su cumplimiento por culpa del deudor, el acreedor tendrá derecho a
exigir daños y perjuicios, “tomando por base el valor de la última cosa que
12
13
momento de constitución de la relación obligatoria y en el momento de
ejecución de la prestación debida, por lo que en el caso de inflación se
producirá un reajuste de la prestación debida para que la moneda tenga la
misma capacidad adquisitiva, o de la solución nominalista, en que el deudor
cumple entregando el número de unidades monetarias estipuladas,
cualesquiera que puedan haber sido las fluctuaciones con posterioridad a la
constitución de la relación obligatoria. El Derecho español ha optado por la
solución nominalista para la seguridad jurídica (arts. 1753, 1754, 1770 CC y 312
del CComercio). Las partes pueden sin embargo establecer una cláusula de
estabilización, para fijar la relación que existe entre la suma de dinero objeto
de la obligación y un determinado índice, como el del coste de la vida, para
solucionar el problema de la solución nominalista, obligándose las partes a un
determinado reajuste.
La deuda de intereses es una deuda dineraria derivada a su vez de una deuda
pecuniaria. El interés es jurídicamente un fruto civil (arts. 354 y 355) que se
configura como una remuneración por la disposición de una suma de dinero –
el dinero se considera por tanto como un bien productivo y los intereses son
sus frutos. Los intereses pueden desarrollar varias funciones: remuneratoria,
como fruto por la utilización de un capital; sancionatoria o indemnizatoria,
como función revalorizatoria para compensar el nominalismo, como los
intereses moratorios (art. 1108); compensatoria, si la obligación es
sinalagmática y la cosa produce frutos (arts. 1120, 1303 y 1501). La obligación
del pago de intereses es una obligación de naturaleza accesoria respecto de la
obligación de restituir o entregar el capital y sigue por tanto sus vicisitudes.
La deuda de intereses, por su origen, puede ser legal, si se encuentra
establecida por Ley, así como su cuantía, en la Ley de Presupuestos del Estado,
o convencional, cuyo origen está en el pacto de las partes de a misma forma
que lo está su cuantía (de lo contrario, se seguirá la cuantía legal), aunque la
Ley de 23 de Junio de 1908 de prevención de la usura determina la nulidad de
un contrato cuando los intereses puedan ser calificados de usurarios. Dentro
de los intereses legales, los intereses moratorios representan el resarcimiento
del daño causado por el deudor al acreedor pecuniario por el retraso culposo
en la entrega de la cantidad debida (art. 1108); los intereses compensatorios
cumplen una función equitativa por la apropiación de frutos y rentas a cargo
del vendedor que todavía no ha recibido el precio de cosa vendida (arts. 1120,
1303 y 1501.2).
El anatocismo se refiere a los intereses de los intereses ya vencidos puesto que
la acumulación de intereses al capital ya devengado genera a su vez nuevos
intereses. El Código prevé el anatocismo de carácter legal al señalar que los
intereses vencidos generan el interés legal desde que son judicialmente
reclamados, aunque la obligación haya guardado silencio al respecto (art.
1108). Puede también tener un origen convencional.
e. Las obligaciones recíprocas o sinalagmáticas.
Los dos términos son sinónimos. La nota característica de las relaciones
recíprocas (arts. 1100, 1120 y 1124) se encuentra en la interdependencia
conexa o causal entre dos deberes de prestación, como el caso del contrato de
compraventa que da lugar a una relación bilateral o sinalagmática. El nexo de
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interdependencia entre los deberes de prestación opera en dos aspectos
diferentes: el sinalagma genético, que se refiere a que el origen de la relación
obligatoria, el deber de prestación que recae sobre una de las partes
encuentra su fundamento en el deber que recae sobre la otra, como en el
contrato de arrendamiento, suponiendo la desaparición de uno de los deberes
de prestación la no necesidad de cumplimiento del otro; el sinalagma
funcional significa que ambos deberes de prestación que están enlazados
deben cumplirse a la vez, salvo pacto en contra, como un pago aplazado (art.
1466 y 1500). Este es el efecto principal de este tipo de relaciones.
La consecuencia fundamental es la excepción de incumplimiento contractual,
que implica que cada parte puede rehusar el cumplimiento de la prestación
debida si la otra parte se niega a cumplir la suya. Los efectos de esta excepción
son fundamentalmente tres: en primer lugar, su efecto fundamental consiste
en la suspensión del cumplimiento del deber de prestación, es decir, no hay
que cumplir hasta que la otra parte quiera o deba cumplir; en segundo lugar,
se debe tener en cuenta que la excepción no destruye la relación obligatoria
aunque haya mora o incumplimiento, para lo cual habría que ejercitar una
acción judicial resolutoria, cumpliendo los requisitos de la misma (art. 1124);
por último, desde el punto de vista procesal, la excepción determina la
desestimación de la demanda que interpone el que no cumple y exige el
cumplimiento de la otra parte. Puede haber también un cumplimiento tardío o
defectuoso o cumplimiento parcial, en cuyo caso para no ejercitar la
prestación, se puede ejercitar una modalidad de excepción: mientras que no
se cumpla, no se deberá ejecutar la prestación.
2. Las circunstancias.
La condición y el término son circunstancias de la obligación o relación obligatoria.
a. El plazo o término.
El término indica el momento temporal en que finalizan o se inician los efectos
del negocio jurídico. A diferencia de la condición, el término se refiere a un
elemento futuro pero cierto, que es requisito de eficacia de la voluntad de las
partes, puesto que los efectos del contrato se desplegarán o cesarán al llegar
dicho momento fijado, que puede designarse con la mención de un día pero
también con la mención de un evento que se producirá necesariamente
aunque se ignore cuándo, como, por ejemplo, la muerte de una persona. El
término certus an et quando significa que se sabe que el momento llegará; el
término certus an et incertus quando se refiere al conocimiento de su llegada
sin saber cuándo se producirá.
El término inicial marca el comienzo de los efectos de la obligación; el término
final marca la extinción de los mismos.
El término esencial significa que el negocio jurídico ha de cumplirse
necesariamente a su llegada, es decir, que ha de consumarse, puesto que la
prestación ejecutada fuera de ese término no satisface el interés que aquel
negocio estaba llamado a producir, como el encargo de un traje para una
15
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en cuyo caso el acreedor tendría además derecho de optar por dar por
extinguido el contrato o exigir su cumplimiento. Durante la fase de pendencia
de la condición, el deudor soporta un deber de diligente conservación de la
prestación y de evitar posibles acontecimientos que la hagan imposible (arts.
1122 y 1258). El deudor tiene el deber además de no obstaculizar el
cumplimiento de la condición: se tendrá por cumplida la condición cuando el
deudor impidiera voluntariamente su cumplimiento (art. 1119). La deuda no es
exigible hasta que se cumpla la condición. Las consecuencias de la pérdida o la
mejora de la cosa durante la pendencia se detallan en el artículo 1122: “si la
cosa se perdió sin culpa del deudor, quedará extinguida la obligación”; “si la
cosa se perdió por culpa del deudor, éste queda obligado al resarcimiento de
daños y perjuicios”; “cuando la cosa se deteriora sin culpa del deudor, el
menoscabo es de cuenta del acreedor”; “deteriorándose por culpa del deudor,
el acreedor podrá optar entre la resolución de la obligación y su cumplimiento,
con la indemnización de perjuicios en ambos casos”; “si la cosa se mejora por
su naturaleza, o por el tiempo, las mejoras ceden en favor del acreedor”; “si se
mejora a expensas del deudor, no tendrá éste otro derecho que el concedido al
usufructuario”. Cuando la condición suspensiva se cumple, existen una serie de
consecuencias: la obligación deja de ser condicional y se transforma en pura.
El cumplimiento de la condición suspensiva opera con eficacia retroactiva (art.
1120 CC): “Los efectos de la obligación condicional de dar, una vez cumplida la
condición, se retrotraen al día de constitución de la relación obligatoria”. La
retroactividad de la obligación implica que las consecuencias de la relación
obligatoria nunca hubiese estado sometida a condición. Al cumplirse la
condición suspensiva, las partes se encuentran en la situación jurídica que
existiría si no se hubiese establecido la condición suspensiva. La retroactividad
se produce de manera automática o insoluble. En cuanto a las obligaciones de
hacer o no hacer, los Tribunales determinarán en cada caso concreto el efecto
retroactivo de la obligación (art. 1120).
Cuando la condición es resolutoria, se pierde el derecho ya adquirido (art.
1123).
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TEMA 4: EL PAGO Y LOS SUBROGADOS DEL CUMPLIMIENTO.
1. El pago o cumplimiento: concepto y naturaleza jurídica.
El pago o cumplimiento es el acto de realización de la prestación debida, como
entregar la cosa debida, y de los deberes que aparecen en la relación obligatoria,
como los deberes accesorios o de apropiación. El pago es la manera normal que tiene
el deudor de liberarse de la deuda. El pago es la manera a través de la cual se satisface
el interés del acreedor. El pago equivale al cumplimiento, es decir, no sólo a dinero
sino a las obligaciones de dar, hacer o no hacer. El CC regula con amplitud el pago
aunque hay que tener en cuenta sobre todo el 1156, haciéndolo sinónimo de
cumplimiento, constituido como modo de extinción de una obligación. El pago no es
un negocio jurídico ni un contrato puesto que el negocio se caracteriza por una
autorregulación de intereses. El pago es simplemente un acto jurídico, que se puede
calificar como debido porque cuando se paga es porque se debe algo. Los requisitos
del pago se refieren a los sujetos, al objeto y a las circunstancias de tiempo y lugar en
relación con el pago.
a. Los sujetos del pago. El pago por tercero.
Los sujetos del pago se conocen como solvens, que es quien paga, y accipiens,
que es quien recibe el pago, puesto que no son necesariamente el deudor y el
acreedor, porque cabe que pague una persona distinta del deudor, aunque
suele ser así.
La capacidad de obrar que se requiere para ser solvens y realizar el pago es la
libre disposición de la cosa debida y capacidad para enajenar en las
obligaciones de dar (art. 1160) – el artículo no contempla las obligaciones de
hacer o no hacer. El pago va en estos casos a determinar la transferencia de la
posesión y de la propiedad de la cosa, como acontece en la compraventa
cuando el vendedor entrega la cosa debida al comprador; por lo que el solvens
ha de tener la libre disposición de la cosa debida y la capacidad necesaria para
enajenarla. En caso contrario, estaríamos ante un pago anulable, pero no nulo
de pleno derecho. Si no tiene la libre disposición de la cosa debida, no puede
pagar, como en el caso de la venta ajena. Faltará además el poder de
disposición cuando recaiga en una de las partes una prohibición de disposición.
El artículo 1160 establece una excepción a esta regla general: “si el pago
hubiere consistido en una cantidad de dinero o cosa fungible, no habrá
repetición contra el acreedor que la hubiese gastado o consumido de buena
fe”. Esto supone que si el acreedor consume de buena fe, no cabe restitución.
Plantea problema a este respecto el hecho de que el dinero o las cosas
fungibles nunca se extinguen; prima por tanto el hecho de que el consumo se
realiza con buena fe. El presupuesto fundamental para que no proceda el
deber de restitución es que cuando tenga lugar la consumición o el gasto el
que consume debe hacerlo de buena fe, creyendo pues que el pago es regular
y se ha hecho bien. Nuestro Código guarda silencio cuando el pago consiste en
la realización de una prestación de hacer o no hacer.
La capacidad que debe tener el accipiens para recibir el pago está regulada en
el 1163: “el pago hecho a una persona incapacitada para administrar sus
bienes será válido en cuanto se hubiere convertido en su utilidad”. Se trata por
18
tanto de un pago a una persona que no tiene capacidad de obrar para
administrar sus bienes, como un menor o un incapacitado, que sería en
principio anulable, aunque el Código Civil mantiene el criterio de la utilidad, es
decir, el pago será válido solamente en la medida en que sea útil al acreedor
que no tiene capacidad para administrar sus bienes. Para la plena validez del
pago, el acreedor debe tener una plena disponibilidad sobre el crédito, es
decir, un poder de disposición. El acreedor carece de disponibilidad sobre el
crédito cuando se ha ordenado la retención de la deuda (art. 1165: “no será
válido el pago hecho al acreedor por el deudor después de habérsele ordenado
judicialmente la retención de la deuda”). El juez ha de notificar entonces al
deudor que no debe pagar al acreedor. El supuesto normal en que tiene
retención de la deuda es el supuesto en que el crédito del acreedor ha
quedado embargado en virtud de una sentencia judicial. Si existiendo una
retención de crédito, el deudor paga, estará realizando un pago inválido.
El accipiens está legitimado para recibir el pago dependiendo de las distintas
hipótesis. Está legitimado para recibir el pago el acreedor de la deuda (art.
1162), aunque el pago puede ser hecho a un representante legal o voluntario
del acreedor (art. 1162) o a una persona autorizada por el acreedor para
recibirlo, siendo el concepto de autorización mucho más amplio que el de
representación, donde haría falta un poder de representación, como cuando
se hace un ingreso de lo debido en la cuenta del acreedor, deduciéndose una
autorización al banco a tal efecto (art. 1162). El pago puede también ser hecho
a un acreedor aparente (art. 1164) aunque esto plantea varios problemas
interpretativos, entre ellos el del concepto de “estar en posesión de un
crédito”, que implica una situación que suscita en el solvens la creencia de que
el accipiens es el verdadero acreedor, engendrando por tanto una confianza de
que el deudor paga bien, para lo cual es necesario que el pago haya sido
realizado con buena fe. El problema se plantea en torno a la relación entre el
acreedor aparente y el acreedor real, en cuyo caso es evidente que el segundo
tendrá una acción de reembolso contra el primero.
Cuando el deudor paga a un tercero, se trata de un pago a tercero (art. 1163
párrafo 2º): será válido el pago hecho a un tercero que no es el acreedor en
cuanto se hubiera convertido en utilidad para el acreedor.
En cuanto a la legitimación del solvens para realizar el pago, el problema
fundamental se plantea cuando el pago es realizado por un tercero. No se
plantean problemas cuando el pago lo realiza el deudor, un representante
suyo o una persona autorizada por él. Es posible que el pago se realice por un
tercero que cumple por una deuda ajena (artículo 1158), a excepción del caso
en que la prestación tenga carácter personalísimo o intuitio personae (art.
1161), en cuyo caso el acreedor no está compelido a aceptar el pago de este
tercero. Los requisitos del pago por tercero para que éste sea eficaz son: que la
prestación ejecutada por el tercero ha de ser la misma que la debida por el
deudor y el tercero ha de ejecutar la prestación con anima solvendi, es decir,
con ánimo de liberar al deudor. Si el tercero paga por error, porque se cree
deudor aunque no lo es, no se daría este último requisito por lo que
estaríamos ante un mero pago de lo indebido, en que el tercero podría
recuperar lo que ha pagado (arts. 1895 y ss.). Los efectos del pago realizado
por el tercero, que trata de satisfacer el interés del acreedor sin importar de
quién venga el pago, son que el acreedor no puede negarse a recibir el pago,
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siempre que sea la prestación debida – si se niega, el acreedor incurrirá en
mora creditoris. Recibida la prestación debida, el acreedor queda satisfecho y
su derecho de crédito extinguido puesto que queda satisfecho el interés del
acreedor. Como consecuencia del pago realizado por el tercero, va a surgir una
relación entre el tercero y el deudor puesto que, salvo que sea un acto a título
gratuito o una donación, se planteará una voluntad de reembolso por parte del
tercero (art. 1158). Hay que distinguir tres casos (arts. 1158 y 1159):
¥ En primer lugar, cuando el tercero ha pagado con conocimiento y
aprobación del deudor, en cuyo caso no cabe duda de que el tercero
tiene acción de reembolso contra el deudor (art. 1158 párrafo 2º). El
tercero podrá además compeler al acreedor a subrogarle en todos los
derechos que éste tuviera (art. 1159), en cuyo caso se producirá una
subrogación en el crédito (arts. 1209 y ss.);
¥ En el segundo caso, el pago ha sido efectuado por el tercero
ignorándolo el deudor, en cuyo caso se aplica el artículo 1159. El
acreedor ve satisfecho su interés pero el tercero no se subroga en el
crédito pero sin embargo, como esto favorece al deudor, sí tendrá una
acción de reembolso frente el deudor, puesto que sino habría un
enriquecimiento injustificado del deudor;
¥ El tercer caso es el más raro y se refiere al caso en que el pago ha sido
realizado contra la expresa voluntad del deudor (art. 1158 párrafos 1 y
2). El tercero no se subroga evidentemente en el crédito y sólo podrá
repetir del deudor aquello en que el pago haya resultado útil al
deudor, es decir, en la medida en que le haya beneficiado.
b. Requisitos objetivos del pago.
El pago tiene que ser idéntico al pactado en el título constitutivo de la relación
obligatoria (arts. 1166 y 1167 y 1327 del CCom): “el deudor de una cosa no
puede obligar a su acreedor a que reciba otra diferente, aun cuando fuere de
igual o mayor valor que la debida”. El pago debe además ser íntegro, es decir,
debe comprender la totalidad de la prestación (art. 1157), no se puede pagar
de manera parcial o por partes si no se ha pactado expresamente. Tampoco
puede pagarse más de lo debido. El artículo 1169 presenta un supuesto
excepcional: “sin embargo, cuando la deuda tuviere una parte líquida y otra
ilíquida, podrá exigir el acreedor y hacer el deudor el pago de la primera sin
esperar a que se liquide la segunda”.
c. El lugar y tiempo de cumplimiento.
El pago no se puede realizar donde uno quiera sino que habrá de hacerse en el
lugar fijado expresamente en el contrato, espacialmente exacto (art. 1171). El
pago ha de ser temporalmente exacto (día cierto: el día en que el deudor debe
cumplir la obligación, art. 1125). Desde el punto de vista del momento
temporal, deben contraponerse el pago puntual, hecho en el momento que
estipula el título constitutivo, el pago tardío o demorado y el pago anticipado.
Cuando el pago es tardío o demorado, surgirá retraso en el cumplimiento, que
puede surgir por interpelación en la mora del deudor o porque no se cumplen
los requisitos. Si el deudor paga anticipadamente (art. 1126), estará bien
realizado el pago salvo que el que lo realice lo haga por error, en cuyo caso
tendrá normalmente un error de repetición. Al haber pagado
anticipadamente, recibirá los intereses y frutos, aplicando el interés legal.
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El deudor puede perder el beneficio del plazo del pago cuando deviene
insolvente y cuando desaparecen las garantías del pago, como la fianza o la
hipoteca (art. 1129).
d. La prueba de pago. Los gastos del pago.
Recae sobre el deudor la prueba del pago de la obligación como causa de
extinción de la misma (art. 217 LEC y 1214 CC), para lo cual puede acudir a
cualquier medio de prueba aunque el más extendido es el recibo, que, a pesar
de aparecer mencionado en numerosos preceptos del Código Civil (arts. 1110,
1172.2, 1616, 1684 y 1685), no aparece regulado en ninguno de ellos. El recibo
consiste normalmente en un simple documento privado firmado por el
acreedor que acredita la recepción de la prestación debida, con su
conformidad o disconformidad, en su caso. El Código Civil no establece la
obligación por parte del acreedor de entregarlo aunque lo presupone en
muchos de sus artículos. Este problema está solucionado por la legislación
fiscal, que obliga a la expedición de la correspondiente factura (art. 66.2 Ley
del IVA), así como la Ley de Defensa de Consumidores y Usuarios, que obliga a
la entrega de “recibo, justificante, copia o documento acreditativo de la
operación”.
La regla general dicta que los gastos extrajudiciales, es decir, todos los gastos
necesarios para cumplir la prestación, como los gastos de preparación o los
gastos para situarla en el lugar de cumplimiento, son soportados por el deudor
(art. 1168). Se trata de una norma de carácter dispositivo, por lo que las partes
podrán válidamente acordar otro régimen. Respecto de los gastos judiciales,
será el Tribunal quien decida con arreglo a lo dispuesto en la Ley de
Enjuiciamiento Civil (art. 1168).
e. La imputación de pagos.
Se trata de solucionar el problema que se plantea cuando un deudor tiene
varias deudas de una misma especie con un mismo acreedor, determinando
cuál de ellas es la que se paga con la prestación realizada. Este problema se
soluciona a través de la imputación de pagos (arts. 1172 a 1174). La doctrina y
la jurisprudencia han establecido una serie de requisitos para dicha
imputación, que son:
¥ La existencia de varias deudas de las que sean titulares activos y
pasivos las mismas personas, ya sean nacidas de relaciones autónomas
e independientes o de una misma relación obligatoria;
¥ Las deudas han de ser de la misma especie de modo que sea
indiferente pagar una u otra, como deudas de dinero, puesto que no
cabe la imputación de deudas si éstas son de distinta especie como
deber dinero y la entrega de una cosa. Esto excluye por tanto la
imputación cuando haya que pagar cosas específicas y determinadas;
¥ Las deudas, en principio, han de estar vencidas y exigibles (art.
1174.1).
De no haber sido estipulado en el contrato, la imputación de pagos se
efectuará de acuerdo a los siguientes criterios:
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¥ Imputación por el deudor: “El que tuviere varias deudas de una misma
especie en favor de un solo acreedor, podrá declarar, al tiempo de
hacer el pago, a cuál de ellas debe aplicarse.” (art. 1172.1). En este
caso, el deudor ha de dirigirse al acreedor para que éste muestre su
conformidad al respecto a través de una declaración recepticia;
¥ Imputación por el acreedor: En caso de no manifestarse el deudor, la
imputación puede efectuarse por el acreedor (art. 1172.2). este
supuesto contempla además la posibilidad de que el acreedor se
hubiese adelantado a la iniciativa del deudor;
¥ Criterios legales de imputación: En el supuesto de que la imputación
no se resuelva de acuerdo a las reglas anteriores, “se estimará
satisfecha la deuda más onerosa al deudor entre las que estén
vencidas” (art. 1174). Si estas fueran de igual naturaleza y gravamen,
el pago se imputará a todas a prorrata.
En caso de que las deudas produzcan intereses, “no podrá estimarse hecho el
pago por cuenta del capital mientras no estén cubiertos los intereses” (art.
1173). Esto es por tanto una limitación de la facultad de imputación del
deudor.
2. Los llamados subrogados al cumplimiento.
Existen unos medios especiales de pago que producen los mismos efectos que el pago,
que se denominan también formas especiales de pago.
a. La consignación. Referencia a la mora del acreedor.
La consignación judicial se refiere al supuesto en que el deudor ha actuado
diligentemente en el deber de prestación que le incumbe y no obstante sus
esfuerzos, el pago no ha podido tener lugar por una causa que no le es
imputable. No sería justo que el deudor quede indefinidamente obligado a
cumplir. En este caso, el CC establece un procedimiento para que el deudor
pueda liberarse (arts. 1176 a 1180), el ofrecimiento de pago y consignación
judicial, siendo el primero el procedimiento que establece la ley a favor del
deudor para que pueda liberarse de la obligación de dar. La consignación
judicial es un depósito judicial y sólo juega por tanto en las obligaciones de
dar, ya sean bienes muebles o inmuebles.
Cuando el acreedor no ha querido recibir el pago por causa injustificada, se
produce la mora del acreedor que tendrá tres efectos principales: excluye o
compensa la mora del deudor; a partir de la mora del acreedor, los riesgos de
la pérdida fortuita de la cosa debida recaen sobre el acreedor y no sobre el
deudor; el deudor se podrá liberar mediante la consignación judicial.
b. La compensación.
La compensación está configurada como una de las causas de extinción de las
obligaciones (art. 1156), respondiendo a los llamados subrogados al
cumplimiento, en la medida que provoca la extinción de las obligaciones sin un
cumplimiento propiamente dicho de la prestación debida. Su función es
claramente liberatoria y tiene como presupuesto material la situación jurídica
22
de dos personas que, por derecho propio, son recíprocamente acreedores y
deudores la una de la otra (art. 1195). El efecto de la compensación consiste
en extinguir ambas deudas en la cantidad concurrente de los respectivos
créditos (art. 1202).
La compensación se presenta inicialmente como un mecanismo de
simplificación y de economía del cumplimiento de las obligaciones aunque
cabe añadir el fundamento jurídico de la buena fe que impone un
comportamiento ajustado y ordenado en el cobro y pago de los créditos
recíprocos.
La compensación puede ser:
¥ Voluntaria: Surge del convenio celebrado por las partes en virtud de la
autonomía de la voluntad (art. 1255), que puede celebrarse con
anterioridad al nacimiento de las recíprocas obligaciones, como un
contrato de cuenta corriente, o bien una vez producido su respectivo
nacimiento. Esta compensación no debe ajustarse a los requisitos de la
compensación legal;
¥ Legal: Se produce ipso iure en atención a los supuestos normativos y
con relación a los efectos en ellas previstos.
También se admite doctrinalmente la llamada compensación judicial,
ordenada por el juez a instancia de parte interesada. Esta compensación no es
retroactiva; opera desde la firmeza de la sentencia.
El Código Civil establece los presupuestos de la compensación legal (art. 1196):
¥ Que cada uno de los obligados lo esté principalmente y sea, a su vez,
acreedor principal del otro “por derecho propio” (art. 1195), salvo en el
caso del fiador que puede oponer la compensación de lo que el
acreedor debiere al deudor principal cuando le reclama el
cumplimiento (art. 1197);
¥ Que ambas dudas a compensar consistan en una cantidad de dinero o
que, siendo fungibles las cosas debidas, sean de la misma especie y de
la misma calidad, si esta se hubiese designado;
¥ Que las deudas estén vencidas puesto que la compensación legal sólo
puede operar cuando ha llegado el momento del cumplimiento de la
obligación (STS 16 abril 1957);
¥ Que sean líquidas y exigibles, siendo una deuda ilíquida cuando se
ignora qué se debe o cuánto se debe. La jurisprudencia del TS ha
mostrado cierta flexibilidad al apreciar la liquidez de las deudas, siendo
líquidas aquellas prestaciones cuyo montante se puede determinar
con sencillas operaciones aritméticas y no cuando su liquidación
depende de la apreciación de algunos comportamientos, como el dolo
o la culpa, o de la valoración de bienes o daños, como en las deudas
indemnizatorias;
¥ Que sobre ninguna de ellas haya retención judicial o contienda
promovida por personas y notificadas oportunamente al deudor.
Por otro lado, la compensación legal puede venir excluida cuando así lo hayan
convenido los interesados o cuando alguna de las deudas proviniere de
depósito o de las obligaciones del depositario o comodatario (art. 1200).
23
La compensación extingue las obligaciones en la cantidad concurrente aunque
los deudores y acreedores no tengan conocimiento de ella (art. 1202). La
compensación opera de manera automática desde el momento en que se
producen los requisitos legalmente exigidos aunque no puede apreciarse de
oficio su realidad sino que deberán ser los propios interesados quienes
ejerciten dicha facultad.
c. La dación en pago.
El deudor no puede entregar al acreedor una cosa diferente de la pactada,
fuere de igual o mayor valor que la debida (art. 1166). La dación en pago
(datio pro soluto) tiene lugar cuando el acreedor acepta no obstante que el
deudor le entregue una cosa distinta de la convenida, es decir, con el
consentimiento del acreedor, se realiza una prestación distinta de la
inicialmente prevista.
El Código Civil no regula esta figura jurídica, si bien la menciona en varios
artículos (arts. 1521, 1636 y 1849: “Si el acreedor acepta voluntariamente un
inmueble, u otros cualesquiera efectos en pago de la deuda, aunque después
los pierda por evicción, queda libre el fiador”).
La teoría clásica asimila la dación en pago a la compraventa, aunque esto se
aplica fundamentalmente a los supuestos en que, en vez de entregar una cosa,
se entrega una cantidad de dinero, pero no cabe en otros supuestos. Otro
sector de la doctrina considera, sin embargo, que se trata de una novación por
cambio de objeto que determina la extinción de la obligación primitiva y el
nacimiento de otra nueva.
La dación en pago se presenta, ante todo, como una modificación objetiva e la
obligación consistente en el cambio de la prestación programada por otra
distinta que la sustituye. La dación en pago implica por tanto un negocio
jurídico en el cual las partes acuerdan una nueva reglamentación acerca de la
prestación a ejecutar.
La dación en pago también se caracteriza por su efecto extintivo o solutorio de
la obligación puesto que la realización de la nueva prestación cumple la misma
función satisfactiva del pago y produce por tanto la liberación del deudor.
d. El pago por cesión de bienes.
La cesión de bienes consiste en una transmisión de bienes del deudor a los
acreedores, atribuyéndose a éstos la facultad de someterlos a un proceso de
liquidación y pagar con el precio obtenido el importe de la deuda.
La figura del pago por cesión de bienes, o datio pro solvendo, aparece recogida
en el Cógido Civil: “El deudor puede ceder sus bienes a los acreedores en pago
de sus deudas” (art. 1175). La cesión de bienes no comporta un efecto
solutorio inmediato de la deuda, como en el caso de la dación en pago cuyos
efectos son pro soluto, es decir, de pago sino que tiene efectos pro solvendo,
es decir, para pago, puesto que la extinción total o parcial de la deuda no se
producirá hasta que tenga lugar la liquidación y aplicación del importe
24
obtenido a la satisfacción de los acreedores. Si por ejemplo, A le entrega a B un
coche para saldar su deuda de 10 000 euros para que con el producto de la
venta B se cobre la misma; si sólo obtiene 9 000, entonces la deuda no se
habrá extinguido totalmente y continuará debiéndole 1 000 euros.
Para llevar a la práctica el convenio de la cesión, el deudor debe llevar a cabo
un negocio jurídico de apoderamiento, por el cual se concede al acreedor o los
acreedores una especial autorización para realizar en su propio interés actos
dispositivo sobre los bienes del deudor. En la práctica, la cesión de bienes
suele realizarse bien mediante el otorgamiento por el deudor de un poder
irrevocable a favor de sus acreedores que les faculta para la enajenación y
administración de los bienes que sean objeto de la cesión, bien a través de la
transmisión directa de los bienes objeto de la cesión, aunque con la inclusión
de un pago fiduciario relativo al encargo de los cesionarios de administrar y
enajenar los bienes para el pago de las deudas.
La cesión de bienes puede realizarse judicialmente, es decir, con la
intervención de los órganos judiciales conforme a las disposiciones
establecidas en la LEC, como en el caso de los concursos de acreedores, o
extrajudicialmente, directamente entre el deudor y los acreedores sin el
encauzamiento judicial. La celebración de estos últimos convenios supone una
renuncia a solicitar judicialmente la declaración de concurso o quiebra del
deudor y deberán celebrarse con todos los acreedores puesto que los bienes
cedidos actúan como garantía de todos ellos, en aras del principio de igualdad.
Salvo pacto en contrario, la cesión de bienes libera al deudor de sus
responsabilidades en la medida del importe líquido de los bienes cedidos (art.
1175). De no mediar acuerdo, los acreedores conservarán su derecho para
cobrar la parte del crédito no satisfecho con los bienes que pueda adquirir el
deudor en el futuro (art. 1920). En consecuencia, el exceso, si lo hubiere,
correspondería al deudor.
e. La condonación.
La condonación o remisión de la deuda es una declaración del acreedor
mediante la cual manifiesta su voluntad de extinguir total o parcialmente su
derecho de crédito, sin recibir a cambio prestación alguna. La condonación
encuentra su fundamento en el ánimo liberal del acreedor, que, no obstante,
puede darse en estado puro, como en el caso de la condonación por causa
donandi, o en aras de un interés patrimonial del acreedor que instrumentalice
la condonación de la deuda, como en el caso de la quita parcial (art. 1912) o de
la condonación surgida de un acuerdo transaccional de las partes (art. 1809).
Para que la condonación tenga una eficacia plena, se requiere de una
aceptación del deudor – por lo que algunos autores otorgan a la condonación
un carácter bilateral.
La condonación puede ser expresa o tácita (art. 1187), si resulta de un
comportamiento inequívoco del acreedor y no se limita a los casos de
presunciones legales de condonación (arts. 1188 y 1191). Ambas clases de
condonación están sometidas a los preceptos que rigen las donaciones
inoficiosas (arts. 1187.2), por lo que nadie podrá condonar “más de lo que
25
pueda dar o recibir por testamento” (art. 636). La condonación expresa deberá
además ajustarse a las formas de la donación (art. 1187.2º).
En los supuestos de presunciones de condonación, pese a no existir unos
hechos concluyentes o una conducta indubitada en pro de la condonación de
la deuda, el Código dispone su aplicación presuntiva con base a circunstancias
de distinta índole:
¥ La condonación presunta por entrega del documento privado
justificativo del crédito: “La entrega del documento privado
justificativo de un crédito, hecha voluntariamente por el acreedor al
deudor, implica la renuncia de la acción que el primero tenía contra el
segundo” (art. 1188). “Siempre que el documento privado de donde
resulte la deuda se hallare en poder del deudor, se presumirá que el
acreedor lo entregó voluntariamente, a no ser que se pruebe lo
contrario” (art. 1189).
¥ La condonación presunta por la devolución de la cosa dada en
prenda: “Se presumirá remitida la obligación accesoria de prenda,
cuando la cosa pignorada, después de entregada al acreedor, se
hallare en poder del deudor” (art. 1191).
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TEMA 5: LAS GARANTÍAS DE LA OBLIGACIÓN
1. Concepto y tipos de garantía de obligación.
Se considera garantía cualquier medida dirigida a asegurar la efectividad del derecho
de crédito, es decir, a asegurar que se va a satisfacer el interés del acreedor. Consiste
en un derecho que se yuxtapone al derecho de crédito. La finalidad o causa de la
garantía real o personal es asegurar la efectividad del derecho de crédito, es decir, que
el acreedor va a cobrar, ya sea del deudor o de un tercero. Es un derecho accesorio al
derecho de crédito puesto que si éste no existe, decae el derecho de garantía. El
derecho de garantía tiene carácter subsidiario puesto que la existencia del derecho de
garantía depende de la existencia del derecho de crédito.
La garantía personal consiste en un derecho, el derecho de garantía, que se yuxtapone
al derecho de crédito a fin de asegurar su efectividad, es accesorio de éste, por lo que
la subsistencia de la garantía personal depende de la subsistencia del derecho de
crédito. Si no se cumple la obligación, opera la garantía personal. Las principales
garantías personales son la fianza, la cláusula penal, las arras o el derecho de
retención, además de otras garantías personales de carácter atípico. En caso de
incumplimiento, existe un derecho del acreedor frente al deudor pero no contra una
cosa por lo que no tiene eficacia frente a terceros y no ejecuta cosas.
La garantía real concede al acreedor un poder jurídico que recae sobre cosas concretas
y determinadas, real porque se puede ejercitar ante todos, a diferencia de la garantía
personal, y que implica un derecho de realización de valor: en caso de que el deudor
no cumpla, se realiza el valor de lo hipotecado a través del procedimiento legalmente
previsto, se ejecuta la garantía enajenando los bienes sobre los que recae el derecho,
como en el caso de la hipoteca, en que se enajena en pública subasta el inmueble
hipotecado (por la prohibición del pacto comisorio), siendo el remanente devuelto al
deudor. La hipoteca inmobiliaria puede ser una anticresis, una fiducia con creditore, la
hipoteca, el pacto de reserva de dominio. Se trata de un derecho oponible erga omnes.
Se dan tres categorías de derechos de garantía, que son las garantías personales y
reales, las medidas conservativas y las medidas ejecutivas.
2. La pena convencional.
La cláusula penal sólo se aplica a los supuestos de incumplimiento convenidos por las
partes y no a otro, incluyendo el de causa fortuita o de fuerza mayor, y proviene del
stipulatio penae del Derecho Romano. Se trata de la obligación accesoria que las
partes agregan a una obligación principal a fin de asegurar el cumplimiento de ésta,
imponiendo a cargo del deudor una prestación especial, que generalmente consiste en
pagar una suma de dinero, para el caso en que incumpla su obligación o no la cumpla
adecuadamente. Puede sancionar todos todas las clases de incumplimiento (parcial,
total, defectuoso o moroso).
Se denomina cláusula penal cuando se incluye como una estipulación del contrato
principal; se denomina pena convencional cuando se establece en un negocio
separado del principal y no como una cláusula de éste.
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La cláusula penal es una garantía de tipo personal y de origen convencional. Se trata de
una obligación de carácter accesorio, como todas las garantías, agregada
principalmente a una obligación para reforzarla, lo que conlleva que “la nulidad de la
obligación principal lleva consigo la de la cláusula penal” (art. 1155.2). No obstante, “la
nulidad de la cláusula penal no supone la nulidad de la obligación principal” (art.
1155.1). El objeto de la cláusula penal es, por lo general, una prestación pecuniaria.
Además, la cláusula penal es de carácter condicional, es decir, sólo funciona en el caso
de que el deudor no cumpla o cumpla defectuosamente la obligación principal y puede
afectar tanto a la totalidad de las cosas que se derivan de un contrato o sólo a alguna
de ellas – por ejemplo, en la compraventa, suele afectar al pago del precio.
La cláusula penal tiene carácter subsidiario puesto que el objeto principal del contrato
sigue siendo la obligación principal en todo caso, lo que supone, en primer lugar, que
el deudor, salvo pacto en contrato, puede eximirse a cumplir la obligación pagando, y
que el acreedor no puede pedir al mismo tiempo el cumplimiento de la obligación y el
pago de la pena, salvo que la cláusula penal se hubiera impuesto para el caso de mora
o que se hubiera pactado que el pago de la pena no extingue la obligación principal. La
cláusula penal constituye así una excepción al régimen general de la responsabilidad
por incumplimiento de las obligaciones puesto que supone un mecanismo diferente a
éste. Se suele utilizar este elemento en los contratos cuyo cumplimiento está sometido
en cierto modo al factor tiempo.
La cláusula penal ha de ser interpretada restrictivamente (STS 20 de diciembre de
2006).
La cláusula penal tiene, por lo general, una doble finalidad, puesto que por un lado
cumple una función coercitiva o de garantía, que consiste en estimular al deudor al
cumplimiento de la obligación principal, ante la amenaza de tener que pagar una pena,
más alta que la que generalmente se alcanzaría mediante la indemnización por
incumplimiento, reforzando así el vínculo obligatorio y estimulando a su cumplimiento
normal, así como la función de fijar por anticipado la cuantía de los daños y perjuicios,
evitando así las dificultades de la posterior prueba de la existencia del daño y su
cuantificación.
La cláusula penal admite distintas modalidades entre las que pueden las partes elegir:
¥ Pena liquidatoria: También denominada sustitutiva o compensatoria, supone
que se utiliza para evaluar por adelantado los perjuicios que habría de
ocasionar al acreedor el incumplimiento o el inadecuado cumplimiento de la
obligación, sustituyendo así a la indemnización de daños. El acreedor no
necesita en este caso probar la existencia de los daños ni tampoco su cuantía
sino sólo la existencia del incumplimiento. No supone una mayor garantía de
cumplimiento para e acreedor ni una agravación especial de la condición del
deudor incumplidor. El artículo 1152.1 atribuye esta función a la cláusula
penal, así como la STS 20 diciembre 2006;
¥ Pena con función punitiva, estrictamente penal o como pena cumulativa: el
acreedor podrá en este caso pedir, en el supuesto de incumplimiento de la
obligación principal, los daños y perjuicios causados y, de forma acumulada, la
cláusula penal. Es cumulativa por cumplir las dos funciones, garantía y
punitiva. Es preciso el pacto expreso para que la cláusula se considere
cumulativa;
¥ Pena con función de desistimiento, pena facultativa o multa penitencial: La
cláusula penal cumple aquí la función de facilitar el desistimiento de la
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29
Se denomina derecho de retención la garantía concedida por la ley a ciertos
acreedores, consistente en la facultad que éstos tienen de conservar la cosa del
deudor de la que ya se encuentran en posesión hasta que sean satisfechos de ciertos
créditos relacionados con la cosa retenida. Se trata de una garantía especial puesto
que constriñe al deudor a cumplir si quiere recuperar la cosa, como el caso del dueño
de un taller de reparación de automóviles que retiene el coche hasta que le sea
abonado el importe de la reparación. Los elementos del derecho de retención son la
retención de la cosa ajena, el crédito del reteniente contra el acreedor de la entrega y
cierto vínculo o conexión entre los dos elementos anteriores, es decir, entre el crédito
y la cosa.
El Código Civil no regula con carácter general el derecho de retención como una
institución jurídica de perfiles propios aunque lo contempla en varios preceptos,
puesto que el crédito que posibilita la retención tiene distintos orígenes que
desembocan en una serie de supuestos de retención:
¥ El poseedor de buena fe vencido en juicio por el propietario del derecho de
retener la cosa en su poder hasta que se le satisfagan los gastos necesarios y
útiles a los que tiene derecho (art. 453);
¥ El usufructuario o sus herederos tienen el mismo derecho de retener hasta
reintegrarse con los productos de los gastos hechos en reparaciones
extraordinarias o por otros conceptos (arts. 502 y 522);
¥ El que ejecuta una obra en cosa mueble tiene derecho a retenerla hasta que
se le pague el precio para ello convenido, como las reparaciones de
electrodomésticos (art. 1600);
¥ El mandatario puede retener las cosas objeto del mandato hasta que el
mandante le satisfaga as cantidades que deba reembolsarle o los perjuicios
que deba indemnizarle (art. 1730);
¥ El depositario puede retener la cosa depositada hasta el completo pago de los
que se le deba por razón del depósito (art. 1780);
¥ El acreedor pignoraticio que adquiriese un nuevo crédito contra el miso
deudor antes de haberse extinguido el primero tiene derecho de retener la
prenda hasta que le sean satisfechos ambos créditos (art. 1866.2º).
El derecho de retención es una simple facultad que permite al titular la detentación de
una cosa ajena por virtud de este título y no por virtud del que se tenía anteriormente,
ya fuese mandato, usufructo u otro.
5. La fianza.
a. Concepto, caracteres, fuentes y capacidad.
La fianza es un tipo especial de garantía de carácter personal que surge
cuando un tercero, se compromete a ejecutar la prestación por el deudor al
acreedor, estableciéndose una relación acreedor‐deudor‐fiador – cuando el
deudor no paga al acreedor interviene el fiador ejercitando la obligación ajena
que el deudor no ha cumplido. Puede ser de origen legal o de origen judicial,
establecida por el juez en una sentencia (art. 1823) o de origen voluntaria, que
deriva de un contrato de fianza y puede ser a título oneroso o a título gratuito.
El contrato de fianza lo celebra el acreedor con el fiador, nunca el deudor.
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La accesoriedad y la subsidiariedad son las características esenciales de la
fianza, es decir, por un lado, tiene carácter accesorio respecto de la obligación
principal puesto que la fianza se mantiene y existe siempre que subsista la
obligación principal (art. 1847), y, por otro lado, es subsidiaria en relación con
la responsabilidad (art. 1822) puesto que el fiador sólo tiene que pagar en
caso de no hacerlo el deudor principal, salvo que la fianza sea solidaria, y sólo
puede ser compelido el fiador a pagar cuando se haga antes exclusión de
todos los bienes del deudor, es decir, que el acreedor debe ir contra el
patrimonio del deudor antes de acudir al fiador (art. 1830), pudiendo por
tanto interponer el fiador el beneficio de exclusión, alegando que el deudor
puede pagar, que supone que no puede ser obligado a pagar sin hacerse antes
exclusión de los bienes del deudor, por lo que se le otorga el beneficio al
fiador para paralizar la ejecución por parte del acreedor.
b. La obligación del acreedor y la obligación afianzada.
El fiador queda obligado a ejecutar a favor del acreedor una prestación
idéntica a aquella que adeuda el deudor principal, sin perjuicio de que sea
pactado que sea inferior (art. 1826) aunque nunca de cuantía superior.
c. Relaciones entre acreedor y fiador. Relaciones entre deudor y fiador.
La relación entre el acreedor y el fiador surge cuando el deudor no paga salvo
que se trate de una fianza solidaria. El acreedor puede interponer una
demanda contra el fiador para el cobro de la deuda, lo que presupone que ha
sido infructuoso el intento por parte del acreedor de que el deudor pague, por
lo que antes habrá tenido que tratar de ejecutar el acreedor el patrimonio del
deudor y haber devenido éste insolvente para pagar en todo o en parte la
deuda. El derecho que asiste al fiador una vez pagado al acreedor permite a
éste ejercitar un derecho de reembolso contra el deudor puesto que ha sido
liberado por el primero. El fiador que paga al acreedor se convierte por este
solo hecho en acreedor frente al deudor principal y se subroga en el crédito
pagado, por lo que tiene un derecho de reembolso por la cantidad pagada y en
todos los demás privilegios y garantías que dicha posición otorga. Cabe la
oposición por parte del deudor principal en ciertos supuestos a la acción de
reembolso del acreedor, anterior fiador (arts. 1840 a 1842). También cabe la
acción de relevación de la fianza (art. 1843). A fin de no pagar, el fiador puede
oponer al acreedor todas las excepciones que competan al deudor principal y
sean inherentes a la deuda (art. 1853).
d. Extinción de la fianza.
La obligación del fiador se extingue en los mismos casos que la obligación
principal (arts. 1847 a 1852), con una particularidad: si el acreedor ha
concedido una prórroga al deudor, para que sea oponible al fiador, hace falta
que éste la consienta (art. 1851).
e. Confianza, subfianza y fianza solidaria.
La confianza (art. 1837) es aquella que se produce cuando varios fiadores
garantizan el cumplimiento de la deuda. Todos los cofiadores se encuentran en
el mismo plano respecto a la obligación principal garantizada. Juega el
31
principio de división por lo que el acreedor podrá ir contra cada fiador por su
parte, como en el supuesto de la mancomunidad. El beneficio de división cesa
en los mismos casos que cesa o no existe el beneficio de exclusión, como si se
ha pactado la fianza solidaria. La relación interna entre los cofiadores está
regulada en el Código Civil (arts. 1844 a 1846).
Una persona, el subfiador, se constituye en garante de la obligación del fiador
frente al acreedor
6. Las llamadas garantías independientes o autónomas.
Las garantías jurídicas independientes son un fenómeno relativamente nuevo nacido a
partir de la fluidez en las transacciones y la consecuente necesidad de fórmulas más
blandas de garantía. Con origen en los Estados Unidos de los años sesenta, hoy en día
se utilizan en la mayor parte de las transacciones internacionales, en operaciones de
gran complejidad, tanto no financieras como financieras, en las que puedan surgir
impedimentos para el cumplimiento de la obligación, puesto que pueden ser utilizadas
para todo tipo de riesgos.
Las garantías independientes son aquellas en las que una entidad de intermediación
financiera otorga una garantía a favor de un tercero previendo que pueda producirse
un eventual incumplimiento en la relación garantizada. Estas operaciones son
independientes de la relación base – su ejecución puede depender de la simple
solicitud de tercero sin que deba probarse el incumplimiento de la obligación.
Su arraigo a la práctica internacional y su falta de accesoriedad respecto de la relación
base otorgan a las garantías autónomas e independientes unas características
inherentes que las diferencias de las garantías tradicionales como la fianza. El contrato
asegura una determinada prestación económica ya que presupone la existencia de
otro contrato anterior que prevé un resultado económico a favor del beneficiario. Se
trata de una garantía autónoma puesto que basta la simple notificación por parte del
beneficiario al garante para que deba cumplir con la garantía. Se trata de un contrato
unilateral por las obligaciones que ocasiona y su estructura, de la cual se deriva una
garantía específica para una de las partes que consiste en pagar la obligación
convenida, generalmente la entidad financiera. Son además abstractas puesto que se
desvinculan del carácter contractual del negocio que garantizan: aunque la misma es
consecuencia de la obligación contractual preestablecida, los derechos y obligaciones
que emanan de ella son independientes de esa transacción, dependiendo únicamente
de los términos y condiciones del documento que conforma esta obligación. La entidad
financiera sólo verificará por tanto que los documentos están sujetos al contenido
mismo de la garantía sin valorar si son inadecuados o fraudulentos.
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TEMA 6: LA MODIFICACIÓN Y EXTINCIÓN DE LA RELACIÓN OBLIGATORIA.
LA RESPONSABILIDAD UNIVERSAL DEL DEUDOR.
1. Modificación de la relación obligatoria.
a. Tipología y principios fundamentales de las modificaciones de la relación
obligatoria. La figura de la novación en el Código Civil.
Se modifica una relación obligatoria cuando se produce una alteración en sus
elementos, en su contenido, en su circunstancia o en sus funciones,
manteniéndose la naturaleza de la misma. Las partes tienen el poder de
modificar la relación obligatoria siempre que no afecten a normas imperativas
por el principio de autonomía de la voluntad. La gran institución a la hora de
modificar una relación obligatoria es la novación, acto jurídico que implica la
modificación o extinción de una obligación (art. 1203). La regla general es la de
la novación extintiva puesto que el Código se refiere a ella como uno de los
modos de extinción (art. 1256) y habla de ella directamente (art. 1204),
aunque la jurisprudencia del TS, de manera reiterada, ha aceptado la novación
modificativa. En caso de duda sobre los efectos de la novación, la
jurisprudencia del TS entiende que se trata de una novación modificativa, por
los menores efectos que esta produce.
El artículo 1207 suscita dudas en torno a su interpretación: “cuando la
obligación principal se extinga por efecto de la novación, sólo podrán subsistir
las obligaciones accesorias en cuanto aprovechen a terceros que no hubiesen
prestado su consentimiento”. Se trata por tanto de una obligación principal
respecto de la cual existen obligaciones accesorias, como en el caso de un
fiador: para que se mantenga la fianza respecto a la nueva obligación, hace
falta el consentimiento del fiador – en caso contrario, se produce una extinción
de la obligación accesoria, le favorezca o no la novación.
“La novación es nula si lo fuere también la obligación primitiva, salvo que la
causa de nulidad sólo pueda ser invocada por el deudor, o que la ratificación
convalide los actos nulos en su origen.” (art. 1208). En cambio, si la obligación
primitiva es meramente anulable, cabe la aceptación por lo que si no se anula
deviene perfectamente válida.
b. La cesión de créditos. Referencia a la subrogación por pago.
Son los casos típicos de la modificación por cambio de acreedor.
En la cesión de crédito intervienen tres sujetos que son el deudor cedido, el
acreedor cedente y el tercero cesionario, que es el nuevo acreedor. El negocio
de cesión de crédito tiene como partes el acreedor cedente y el tercero
cesionario. El objeto del negocio es la cesión por parte del acreedor cedente al
tercero cesionario el crédito que tenía el acreedor cedente tenía frente al
deudor cedido. Puede tener distintas causas puesto que puede ser a título
oneroso o a título gratuito aunque la causa de este negocio se encuentra
siempre en el negocio antecedente, en la relación previa – no se puede
transmitir un crédito inexistente. El deudor cedido no es parte en el negocio de
cesión de créditos aunque es lógico que el acreedor cedente debe notificarle la
33
cesión puesto que debe saber que tiene que pagar al tercero cesionario y
podrá, en ese caso, incurrir responsabilidad el tercero cesionario contra el
acreedor cedente. La cesión de créditos está regulada en el CC como una venta
aunque ésta pueda realizarse a título gratuito o a título oneroso siempre que
sea válido.
“El deudor, que antes de tener conocimiento de la cesión satisfaga al acreedor,
quedará libre de la obligación” (art. 1527), siendo su acreedor el acreedor
cedente. No le será entonces oponible la cesión de créditos. Si le ha sido
comunicada, entonces deberá pagar al tercero cesionario.
“La venta o cesión de un crédito comprende la de todos los derechos
accesorios, como la fianza, hipoteca, prenda o privilegio”, es decir, cuando se
cede un crédito, se cede el crédito como tal y todos los derechos accesorios
del mismo, como las garantías (art. 1528).
“El vendedor de buena fe responderá de la existencia y legitimidad del crédito
al tiempo de la venta, a no ser que se haya vendido como dudoso” (art. 1529),
siendo el vendedor de buena el acreedor cedente. Por lo tanto, el acreedor
cedente responde frente al tercero accesorio de la existencia del crédito que
está siendo cedido y que además es legítimo, sin problemas de validez, a no
ser que éste se haya cedido como dudoso, es decir, cuando se duda sobre su
legitimidad o validez, siempre que se comunique al tercero cesionario y que el
transmitente sea de buena fe.
El acreedor no responde frente al tercero de la solvencia del deudor, salvo que
la insolvencia fuese pública con anterioridad a la cesión o que lo conociese el
acreedor cedente (art. 1529), aunque en todo caso responderá igual del precio
que ha recibido y de los gastos. Cuando el acreedor cedente es de mala fe
porque sabe que el crédito legítimo es inválido o inexistente, responderá de
todos los gastos y de daños y perjuicios (art. 1529).
El crédito litigioso se contempla en el CC y es aquel respecto del cual hay una
demanda judicial (art. 1535), que en principio sí puede venderse (art. 1535)
Desde el Derecho Romano, se contempla el retracto de crédito litigioso para
poner freno a los especuladores, de manera que el deudor cedido puede
ejercitar un derecho de retracto pagando el precio de la cesión (art. 1535).
En el caso de la subrogación del crédito, intervienen el deudor, el tercero que
paga con conocimiento del deudor y el acreedor (art. 1259 y 1210.2)
c. Los cambios de deudor. Asunción de deuda, expromisión y delegación.
Las modificaciones en el lado pasivo de la obligación son extraordinariamente
más complejas que la transmisión del crédito puesto que la sustitución de un
deudor por otro incumbe fundamentalmente al deudor y la identificación o
identidad de la persona del deudor es de fundamental importancia para el
acreedor en cualquier tipo de relación obligatoria, por la capacidad de
cumplimiento o solvencia del hipotético nuevo deudor. Es por ello que es
fundamental que la sustitución del deudor originario debe realizarse con
consentimiento del acreedor (art. 1205).
34
El cambio de deudor puede plantearse como una novación modificativa, sin
perjuicio de la novación extintiva que se produce en aquellos casos en que se
sustituye la obligación por otra nueva a causa del cambio de deudor. Sin
embargo, se considera que, aun en el caso de la novación modificativa por
cambio de deudor, la conservación de las garantías y obligaciones accesorias
de la obligación principal no constituyen la regla general (art. 1207).
En el caso de la asunción de deuda, un deudor primitivo delega en un nuevo
deudor mediante un negocio jurídico para que le sustituya en su relación con
el acreedor, siempre con consentimiento de este último. El nuevo deudor
ocupará por tanto la posición o situación detentada por el deudor primitivo sin
extinguirse la relación obligatoria originaria. No aparece regulada de un modo
genérico en el Código Civil, si bien algunas de sus manifestaciones aparecen
recogidas en algunos preceptos (arts. 1203.2, 1205 y 1206). El Código
considera que la verdadera transmisión de deudas, es decir, la asunción de
deuda, consiste en la liberación del deudor primitivo y la aparición de un
nuevo deudor, por lo que “la insolvencia del nuevo deudor, que hubiese sido
aceptado por el acreedor, no hará revivir la acción de éste contra el deudor
primitivo” (art. 1206.1º). La asunción será cumulativa cuando, sin quedar
liberado el primitivo deudor, un nuevo deudor asume, también y juntamente
con el deudor primitivo, la deuda. La asunción será liberatoria cuando el
deudor primitivo es sustituido por uno nuevo, de modo que el primero queda
desligado de la obligación siendo relevado por el nuevo.
Además de la asunción, el cambio de deudor puede llevarse a cabo por otras
formas, no recogidas por el CC pero aceptadas por la doctrina, que son la
expromisión y la delegación, provenientes del Derecho Romano.
La expromisión es un negocio similar al anterior supuesto aunque en este caso
el negocio jurídico se establece entre el nuevo deudor y el acreedor. Consiste
por tanto en un pacto o acuerdo entre el acreedor y un tercero, el nuevo
deudor, que se sitúa entonces como sujeto pasivo de la relación obligatoria,
sin intervención del deudor primitivo. La expromisión puede también ser
cumulativa o liberatoria. Presupone por principio el consentimiento del
acreedor, siendo, por el contrario, intrascendente el conocimiento y
consentimiento del deudor primitivo, como el caso del padre que pacta
directamente con el acreedor hacerse cargo de la deuda contraída por su hijo
sin haberse enterado este último, siendo el acuerdo a dos bandas.
La delegación de deuda, que viene del Derecho Romano, sirve para explicar los
títulos valores. Tiene lugar como consecuencia de un acuerdo entre el deudor
primitivo y el nuevo deudor, que se coloca en posición de sujeto pasivo de la
relación obligatoria, liberando de la misma al deudor originario. Requiere
también el consentimiento del acreedor, que puede no obstante otorgarse a
posteriori y de forma expresa o tácita. Aparecen tres sujetos que son el
delegante, el delegado y el delegatario. En la delegación promisoria, el
delegante da una orden al delegado de que asuma una obligación frente al
delegatario y el delegado se obliga pues con pleno consentimiento. El obligado
será entonces el delegado frente al delegatario, con total independencia de la
que el delegante pudiera tener contra el delegatario.
d. La cesión del contrato.
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La cesión del contrato es muy frecuente en la práctica comercial de nuestros
días aunque el Código Civil no dedique norma alguna a la misma puesto que ha
sido ampliamente admisible por la jurisprudencia y conforme al principio
general del 1255.
Para que pueda tener lugar una cesión del contrato, se deben dar una serie de
requisitos:
¥ Debe tratarse de contratos bilaterales cuyas recíprocas prestaciones
no hayan sido totalmente ejecutadas (por ejemplo, si el comprador del
piso ya es dueño de él, no podrá ceder el contrato de compraventa
sino que tendrá que ceder el piso;
¥ La otra parte del contrato, es decir, el contratante cedido, debe
acceder o consentir la cesión, aunque no se trate de contratos que
generen obligación de hacer o contratos personalísimos.
La cesión del contrato conlleva generalmente la liberación o desvinculación del
cedente, que en adelante no quedará pues obligado respecto del contratante
cedido, aunque cabe el pacto en contrario, no extraño en la práctica para que
el cedente quede obligado durante un cierto tiempo a responder en caso de
que el cesionario incumpla las obligaciones que le incumban.
2. La extinción de la relación obligatoria.
Nuestro Código contiene un repertorio o elenco de causas de extinción de las
obligaciones (art. 1156), que debe diferenciarse de la extinción de la relación
obligatoria que liga a las partes, que se puede considerar extinguida cuando ambas
partes celebran un negocio jurídico extintivo de la relación, esto es, un contrato
extintivo o disentimiento mutuo, cuando se atribuye a una de las partes la facultad de
dar por terminada la relación obligatoria, cuando se ha logrado plenamente la
finalidad económica pretendida y cuando se produce la circunstancia expresamente
prevista como momento final de la relación, esto es, un término final o una condición
resolutoria.
a. El mutuo disenso.
El mutuo disenso o disentimiento mutuo es un acuerdo de voluntades de las
partes encaminado a dejar sin efecto la relación obligatoria. Se trata de una
extinción de la relación obligatoria motivada por un evento que, como nuevo
contrato, deberá reunir todos los requisitos de capacidad, objeto, causa y
forma, entre otros, necesarios para la validez de un contrato.
b. La facultad unilateral de extinguir la relación obligatoria.
Es una facultad de cualquiera de las partes de poner fin a la relación
obligatoria mediante un acto enteramente libre y voluntario, que no tiene que
fundarse en ninguna causa especial. Si bien el Código no admite este
fenómeno con carácter general, lo hace en casos concretos como respecto del
arrendamiento de obra, respecto de la sociedad y del mandato. La terminación
de la relación obligatoria por la sola y libre voluntad de una de las partes
puede tener su fundamento en la atribución ex lege de la facultad de extinguir
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la relación o en la concesión de dicha facultad por el negocio jurídico
constitutivo de la obligación, así como cuando se trata de relaciones
obligatorias duraderas que carecen de plazo contractual de duración y que se
encuentran fundadas en la recíproca confianza que las partes se merecen.
El ejercicio de esta facultad se realiza mediante una declaración de voluntad
que ha de ser recepticia y hecha de buena fe, lo que seguramente impondrá la
existencia de un plazo de preaviso y la necesidad de prolongar la realización
por el tiempo necesario para que la otra tome sus medidas.
c. La confusión.
Queda extinguida la obligación desde que se reúnen en una misma persona los
conceptos de acreedor y de deudor (art. 1192), que puede ocurrir cuando el
deudor adquiere inter vivos o mortis causa la titularidad del crédito o, al revés,
cuando es el acreedor quien sucede al deudor. Nadie puede ostentar un
derecho contra sí mismo, por lo que la relación obligatoria se extingue.
La regla general de la extinción por confusión presenta algunas excepciones,
como el caso en que tenga lugar en virtud del título de herencia y ésta hubiese
sido aceptada a beneficio de inventario (art. 1192.2º), puesto que la herencia
con beneficio de inventario provoca una total separación entre el patrimonio
hereditario y el patrimonio del heredero. La confusión que recae en la persona
el deudor o del acreedor principal aprovecha a los fiadores (art. 1193),
extinguiéndose la fianza al hacerlo la obligación garantizada, pero lo que se
realiza en cualquiera de éstos no extingue la obligación, esto es, en caso de
reunión de las cualidad de fiador y de acreedor o de la de fiador y deudor, la
obligación principal se mantiene. Por otro lado, la confusión no extingue “la
deuda mancomunada sino en la porción correspondiente al acreedor o deudor
en quien concurran los dos conceptos” (art. 1194). No obstante, si la obligación
es solidaria, ocurrida la reunión de la cualidad del acreedor en cualquiera de
los deudores o la de deudor en cualquiera de los deudor, se impone el efecto
extintivo total (art. 1143), siendo la situación interna entre deudores y
acreedores la misma que si aquel deudor o aquel acreedor hubiesen pagado o
cobrado, respectivamente, la deuda por entero.
3. La responsabilidad unilateral del deudor.
El deudor queda liberado de su obligación cuando se produce una imposibilidad
sobrevenida o, excepcionalmente, cuando se encuentra en dificultades extraordinarias
para cumplir, aunque no queda liberado si ha incurrido en culpa o estaba constituido
en mora al producirse, en cuyo caso la obligación se perpetúa. La imposibilidad
sobrevenida o dificultad extraordinaria imputable al deudor no son los únicos
supuestos en que éste debe responder al acreedor por la insatisfacción de su interés,
al considerársele como incumplir: puede suceder que el deudor no haya tenido ningún
obstáculo para cumplir, en cuyo caso el incumplimiento se manifiesta en la inactividad
o en la actividad contraria a la obligación o que no satisface íntegramente el interés del
acreedor.
Se debe entonces determinar el esfuerzo que el deudor estaba obligado a desarrollar
para cumplir, según la doctrina común. Y es que, de acuerdo con la mayor parte de la
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acontecimiento que tiene lugar en el interior de la empresa o círculo afectado por la
obligación y la fuerza mayor como aquella que se origina fuera, con violencia
insuperable, y que cae fuera de lo que debe preverse en el curso ordinario y normal de
la vida.
Por regla general, debe entenderse que el deudor responde frente al acreedor no sólo
como consecuencia de su propia actividad, sino también de la actividad de las
personas que, como auxiliares, dependientes o colaboradores suyos hayan intervenido
en la preparación o ejecución de la prestación. El Código Civil no hace referencia
general a este problema, aunque sí existen una serie de aplicaciones concretas, como
la sujeción del arrendatario a responsabilidad por los deterioros causados por las
personas de su casa (art. 1564) o la del contratista por los trabajos ejecutados por las
personas que haya ocupado en la obra (art. 1596). Este problema plantea dos posibles
soluciones. Por un lado, el criterio legal que nuestro Código Civil sostiene es el de la
personalización de la culpa, es decir, sólo es responsable el deudor cuando él mismo
haya incurrido en culpa, lo cual puede incurrir por falta de diligencia en la elección de
los auxiliares (culpa in eligendo) o por falta de diligencia en el control de la actuación
de los mismos (culpa in vigilando), lo cual conduciría a la inimputabilidad de la lesión
del derecho de crédito cuando el deudor probara su falta de culpa in eligendo o in
vigilando. Por otro lado, la imposibilidad de la prestación causada por un auxiliar del
deudor engendraría una responsabilidad extracontractual del autor directo del año y
también del deudor (art. 1903).
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la prestación no pudiese de ninguna forma satisfacer dicho interés, no existiría
mora sino un incumplimiento total y definitivo. No hay igualdad con el término
de retraso, que se refiere a un pago tardío atendiendo al tiempo fijado en el
contrato, puesto que el segundo es el presupuesto esencial para la mora pero
deben cumplirse otros requisitos:
¥ Debe tratarse de una prestación de carácter positivo, es decir, de una
obligación de dar o hacer;
¥ La deuda tiene que ser exigible, es decir, debe existir la exigibilidad de
la prestación por parte del acreedor;
¥ No debe existir una excepción que justifique el no pagar, como una
compensación o condonación de deuda;
¥ La culpabilidad del deudor en el retraso, es decir, no se debe producir
por un caso fortuito o de fuerza mayor, sino que debe ser imputable al
deudor (la presunción de culpa está muy discutida en la doctrina);
¥ La interpelación del acreedor para que cumpla, constituidos por los
actos de reclamación judicial o extrajudicial del cumplimiento de la
deuda – el artículo 1100 prevé una serie de casos en los cuales la mora
es automática puesto que no requiere de interpelación y opera pues
ipso iure (cuando resulte así del acuerdo de las partes, “cuando de su
naturaleza y circunstancias resulte que la designación de la época en
que había de entregarse la cosa o hacerse el servicio, fue motivo
determinante para establecer la obligación”);
¥ La liquidez de la deuda, siendo ilíquida cuando la cuantía o la
prestación que ha de cumplir el deudor no está perfectamente
determinada.
En las obligaciones recíprocas o sinalagmáticas, como la compraventa, en que
ambas partes son a la vez acreedoras y deudoras, basta el cumplimiento de
una de las partes para que la otra caiga en mora sin necesidad de la
interpelación al deudor que no cumple o que no se aviene a cumplir aquello
que le incumbe (art. 1100). El cumplimiento hace por tanto las veces de la
interpelación.
La mora del deudor comporta una determinada responsabilidad del deudor
moroso frente al acreedor. En primer lugar, el deudor moroso deberá
indemnizar en daños y perjuicios al acreedor causados por el incumplimiento
(art. 1101). Cuando la obligación es pecuniaria, la indemnización se determina
de acuerdo con los criterios del 1108: “Si la obligación consistiere en el pago de
una cantidad de dinero, y el deudor incurriere en mora, la indemnización de
daños y perjuicios, no habiendo pacto en contrario, consistirá en el pago de los
intereses convenidos, y a falta de convenio, en el interés legal”. El deudor
moroso responde además por la pérdida fortuita de las cosas debidas (art.
1096 y 1182): el deudor moroso deberá al acreedor el equivalente económico
de la prestación devenida imposible, puesto que soporta la imposibilidad
sobrevenida en el período en mora. Cabe una renuncia por parte del acreedor
a hacer valer los derechos derivados de la mora del deudor, es decir, a los
derechos de exigir estas indemnizaciones.
La mora del deudor cesará cuando el deudor cumpla con la obligación exigida.
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La imposibilidad sobrevenida tiene lugar cuando una vez constituida la
relación obligatoria, el cumplimiento de la prestación prevista no puede
producirse ‐ si la imposibilidad se produce con anterioridad al contrato, sería
una imposibilidad originaria y no podrá producirse el contrato. Está prevista en
los artículos 11882 a 1184. Existen varios tipos de imposibilidad.
La imposibilidad sobrevenida es total cuando no cabe en ningún sentido la
ejecución de la prestación debida, mientras la imposibilidad parcial se puede
cumplir en parte puesto que no afecta a la totalidad sino a una parte de la
prestación debida.
La imposibilidad será definitiva cuando nunca va a ser posible el cumplimiento
del deber de prestación; la imposibilidad transitoria implica que, desaparecido
el obstáculo, la obligación renace.
La imposibilidad objetiva es predicable frente a cualquier persona y no
exclusivamente para un determinado deudor, como en el caso de la pérdida de
la cosa debida, cuando ésta sea específica. La imposibilidad subjetiva, en
cambio, es aquella que atiende a las condiciones y circunstancias particulares
del deudor, como el pintor que se queda ciego y tiene que pintar un retrato.
La imposibilidad sobrevenida puede ser por culpa del deudor y sin culpa del
deudor (arts. 1182 y 1183 y 1185). Esta distinción es fundamental para
determinar las consecuencias de la imposibilidad. Cabrá la culpabilidad cuando
la prestación haya devenido imposible por negligencia o dolo del deudor,
como en el caso de la destrucción de la cosa por su parte. No existirá culpa
cuando haya causa fortuita o de fuerza mayor (art. 1105), cuando sea por la
falta de cooperación del acreedor o que sea un tercero quien haga imposible el
cumplimiento, que daría lugar a la responsabilidad extracontractual (art.
1102).
La imposibilidad no es lo mismo que la dificultad en el cumplimiento: aunque
al deudor le cueste más trabajo la prestación indebida, no será imposible
cumplirla. La dificultad en el cumplimiento no libera pues al deudor aunque el
cumplimiento sea más difícil que lo inicialmente previsto. Además, no significa
que vaya a variar el precio de la prestación. La regla general dicta que el
deudor está obligado a cumplir siempre que lo pueda hacer aunque la
ejecución de la prestación represente para él un esfuerzo superior al
inicialmente previsto. Sólo en algunos casos la imposibilidad equivaldrá a la
dificultad, que el TS ha denominado una prestación desorbitante.
Para determinar los efectos de la imposibilidad sobrevenida, adquiere especial
importante la culpa del deudor en dicha imposibilidad. La regla fundamental
dicta que cuando la cosa está en poder del deudor y deviene imposible, se
presume que es culpa del deudor (art. 1183). Partiendo de este hecho, cuando
la prestación deviene sin culpa del deudor, se producen tres efectos: la
imposibilidad determina la liberación del deudor por darse por extinguida la
obligación (art. 1182 y 1184); cuando la imposibilidad es transitoria, se
producirá un retraso en el incumplimiento no imputable al deudor. Existe un
caso en que, a pesar de no mediar culpa, no quedará liberado el deudor (art.
1185). En caso de pérdida parcial de la cosa debida sin culpa del deudor, no
incurre en responsabilidad el deudor pero el acreedor no tiene porqué aceptar
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el cumplimiento parcial (art. 1960). Cuando la imposibilidad es sin culpa del
deudor, se aplica además el artículo 1186 del CC: Extinguida la obligación por
la pérdida de la cosa, corresponderán al acreedor todas las acciones que el
deudor tuviere contra terceros por razón de ésta. Cuando la imposibilidad es
por culpa del deudor, éste tiene que soportar los riesgos y se produce la
perpetatio obligationis, es decir, la obligación subsiste pero, como no se puede
ejecutar la prestación, el deudor deberá entregar el valor pecuniario de la cosa
perdida, sin perjuicio de la indemnización de daños y perjuicios que pueda
sufrir el acreedor, siempre que éste los pruebe.
Es frecuente que el deudor ejecute la prestación debida pero lo haga de una
manera defectuosa, como en el caso de los vicios de la compraventa. No está
previsto con carácter general en el Código Civil, aunque puede considerarse
prevista en el artículo 1101 (cuando de cualquier modo se contraviniera el
tenor de la obligación). Cabe la excepción de incumplimiento contractual: el
acreedor no tiene por qué recibir una prestación defectuosa, mientras los
vicios no sean subsanados por el deudor, ni por qué ejecutar la
contraprestación, aunque cabe que la acepte porque tenga interés en ello,
reduciéndose el precio. La reducción del precio es un remedio, previsto para la
compraventa (art. 1487). Si los defectos son graves, el acreedor podrá resolver
el contrato por la vía del artículo 1124 y por la aplicación analógica de la
aplicación redimitoria en la compraventa (art. 1485).
La facultad de resolución se entiende implícita en el caso de las obligaciones
recíprocas cuando uno de los obligados no cumple con lo pactado (art. 1124).
Tendrá entonces derecho de recuperar lo que haya pagado o prestado, sin
perjuicio de la indemnización de daños y perjuicios. No se trata de un pacto ni
una condición, sino que es una facultad reconocida por la Ley, a pesar de que
se encuentre recogida en las condiciones resolutorias. Los requisitos de la
resolución han sido precisados por la jurisprudencia: las obligaciones han de
ser recíprocas y las principales de la relación obligatoria; el incumplimiento ha
de ser grave. El retraso en el incumplimiento implica esta facultad cuando
implica una frustración del fin del contrato o cuando hay un interés atendible
en que la otra parte pueda resolverlo, atendiendo a las circunstancias del caso.
No es imprescindible que exista mora sino que el puro retraso la justifica. Por
último, dice la jurisprudencia que debe existir una voluntad deliberadamente
rebelde al cumplimiento, es decir, una conducta dolosa o cuasidolosa.
b. El modelo actual del incumplimiento. La no conformidad como concepto
unitario y neutral. Esquema de remedios.
La incorporación al Derecho español de la Directiva 1999/44 CE, del
Parlamento y del Consejo, de 25 de mayo de 1999, sobre determinados
aspectos de la venta y las garantías de los bienes de consumo, ha alterado el
modelo tradicional del incumplimiento, puesto que plantea un modo de
entender la vinculación contractual, de concebir el incumplimiento contractual
y de construir el sistema de remedios por incumplimiento que se diferencia del
modo tradicional utilizado por los códigos civiles continentales, entre los
cuales se sitúa el español, lo cual plantea una serie de problemas, que se
pueden solucionar bien incorporándola sin más, lo cual supondría un régimen
especial, en la regulación de las ventas a consumidores, que, en buena medida,
carece de justificación, bien reformando el Código vigente.
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En la Exposición de Motivos de la Directiva 1999/44 CE se indica que el
principio de conformidad con el contrato puede considerarse como una base
común a las diferentes tradiciones jurídicas nacionales, lo cual no es del todo
cierto, considerándose el principio de conformidad como el hecho de que, en
la compraventa, la cosa entregada debe ser adecuada, en cantidad, calidad y
tipo a lo que requiere el contrato y que faltando la conformidad, el vendedor
incumple su obligación y el comprador dispone de los remedios propios de
incumplimiento.
Utilizar la noción de falta de conformidad significa suprimir el sistema especial
de responsabilidad propio del saneamiento por vicios y unificar el sistema de
responsabilidad por el incumplimiento de cualquier obligación, en la
compraventa. La falta de conformidad es una manifestación más del
incumplimiento contractual, que da lugar a la aplicación del sistema general de
remedios propio del incumplimiento, si bien con las particularidades propias
de la naturaleza de la obligación incumplida.
2. La pretensión de cumplimiento y sus fines.
Ante la lesión de su derecho de crédito por incumplimiento total o el cumplimiento
defectuoso de la prestación, el acreedor dispone de una acción para obtener la
condena del deudor a que cumpla lo debido o a que cumpla en la forma en que se
pactó si el cumplimiento hubiese sido inexacto. En las obligaciones bilaterales, el
acreedor que ha cumplido con su obligación dispone, además de la acción de
cumplimiento, de la acción resolutoria que le permite resolver la obligación, sin
perjuicio de su derecho a la correspondiente indemnización de daños y perjuicios (art.
1124). La elección entre una vía u otra queda al arbitrio del acreedor aunque son
incompatibles.
Una vez que la sentencia resulta estimatoria, el deudor puede decidirse a cumplir
conforme a lo ordenado por el juez en el fallo, en cuyo caso estamos ante una
ejecución voluntaria, o puede negarse a existir, quedando forzado el acreedor a
reclamar de nuevo la intervención judicial para lograr que se ejecute la sentencia de
condena previamente obtenida, en cuyo caso estamos ante una ejecución forzosa de
la obligación, que constituye pues el último paso a seguir por el acreedor para ver
satisfecho su interés, dirigiéndose al Juez competente reclamando su intervención, a
efectos de que se lleve a cabo lo declarado en la sentencia. La ejecución forzosa puede
cumplirse bien en forma específica, mediante el cumplimiento in natura, o en forma
genérica, mediante el cumplimiento por equivalente pecuniario.
3. La resolución de la obligación y otros remedios propios de las obligaciones
sinalagmáticas: excepción de contrato incumplido y reducción del precio.
En caso de incumplimiento de un contrato con obligaciones recíprocas, la parte
contractual que lo sufre está legitimada para resolver el contrato, esto es, privarle de
efectos quedando desligada de los compromisos asumidos y pudiendo solicitar a la
incumplidora la restitución de las prestaciones realizadas hasta entonces (más los
daños y perjuicios) (art. 1124 CC). La resolución puede realizarla el contratante
insatisfecho por sí, a excepción del concurso (art. 62 Ley concursal), en declaración no
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sujeta a forma, a excepción de la compraventa de inmuebles, donde se exige
requerimiento judicial o notarial (art. 1504 CC), pero si se discute por la otra parte, se
requiere resolución judicial previa acción o reconvención de la parte perjudicada por el
incumplimiento.
No todo incumplimiento es incumplimiento resolutorio sino que éste ha de venir
cualificado por ciertos elementos, como ha considerado el TS, entre otros, el
incumplimiento rebelde, contumaz, frustrante del fin específico perseguido por las
partes, pertinaz y reiterado, grave y esencial, real, injustificado y apoyado en hechos,
de prestación principal, importante para la economía del contrato, objetivo e
inequívoco, con voluntad obstativa al incumplimiento y de obligaciones básicas que
afectan al núcleo central del contrato. En todo caso, el incumplimiento resolutorio ha
de ser:
¥ Relevante: Ha de ser serio y afectar a las obligaciones principales;
¥ Duradero: No debe ser episódico u ocasional;
¥ Importante: Debe afectar de modo apreciable al acreedor insatisfecho;
¥ Inocente: La parte que pretende la resolución debe hallarse libre de conductas
incumplidoras previas.
No cabe resolución por los meros retrasos; no se prevé en Derecho español, aunque
tampoco se rechaza, elevar el retraso a incumplimiento esencial y resolutorio si,
concediendo al moroso un periodo adicional para el cumplimiento, éste plazo tampoco
se respeta. Tampoco se prevé en Derecho español de manera diferenciada la
resolución por incumplimiento anunciado por anticipado. No cabe resolución por
incumplimientos meramente parciales o relativos a deberes accesorios, tangenciales o
adicionales, aunque el TS se muestra recientemente más flexible y permite resolver el
contrato por el incumplimiento de prestaciones accesorias o complementarias que
habían sido elevadas por pacto entre las partes a condición resolutoria. No puede
resolver quien no es fiel cumplidor de lo pactado; si ambos incumplen, no es admisible
la resolución unilateral por parte de ninguno.
Las consecuencias de la resolución por incumplimiento son la privación de efectos
retroactivamente al contrato, la obligación de restitución de las prestaciones, salvo
cuando se trate de contratos de ejecución continuada o periódica, y la inclusión de los
daños y perjuicios con la extensión del interés contractual positivo (art. 1124 CC).
La excepción de contrato no cumplido (exceptio non adimpleti contractus) afecta a las
obligaciones recíprocas y determina que cada uno de los contratantes puede oponerse
a la reclamación de la otra parte si quien reclama no ha ofrecido su prestación, esto es,
si no ha cumplido lo que le toca o al menos ha ofrecido de modo real su cumplimiento.
Se trata de una consecuencia directa del principio de cumplimiento simultáneo de las
obligaciones recíprocas.
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TEMA 8: EL INCUMPLIMIENTO DE LA OBLIGACIÓN Y LOS REMEDIOS POR
INCUMPLIMIENTO (II).
1. La pretensión indemnizatoria.
Además de las acciones de cumplimiento, tanto de forma específica como por
equivalente, el acreedor dispone de una acción para ser resarcido de los daños y
perjuicios que el incumplimiento le haya causado (art. 1101). Cualquier contravención
de la obligación, cualquier falta a la exactitud de la prestación puede generar una
indemnización de daños y perjuicios a favor del acreedor. La indemnización de daños y
perjuicios causados por cualquier tipo de incumplimiento contractual es siempre de
carácter pecuniario.
a. El requisito del daño y del nexo causal.
El daño es el resultado lesivo del acto imprudente o negligente, a cuya
reparación viene obligado el autor de aquel. La acreditación del daño
corresponde al perjudicado y su reparación podrá consistir en un hacer, no
hacer o dar. En el caso de las reclamaciones económicas, indemnizaciones, la
valoración del daño es primordial para la determinación del valor de éstas.
Existen varias clasificaciones de daños: daño emergente, lucro cesante, daño
moral, daño patrimonial o extrapatrimonial, daños materiales y daños
corporales.
Los daños patrimoniales son los que afectan a los bienes y derechos presentes
o futuros que constituyen o están llamados a constituir el patrimonio de una
persona, mientras que los daños extrapatrimoniales afectan a su cuerpo,
mente, sentimientos, etc, y se dividen en daños corporales o biológicos y los
daños morales o psicofísicos. Los daños corporales son los que sufre una
persona en su cuerpo (vida, lesiones corporales,...), suponiendo una lesión a
un derecho constitucionalmente protegido con el máximo grado: el derecho a
la vida y a la integridad física (artículo 15 CE). Los daños morales afectan a los
sentimientos, a la autoestima, a la pérdida temporal o indefinida de facultades
de goce y su indemnización se generalizó en España desde la STS del 6 de
diciembre de 1912.
El nexo causal se refiere al hilo conductor que necesariamente debe existir
para que podamos atribuir a una determinada conducta negligente la
responsabilidad de un daño, afirmándose así que la actuación del agente es
causa eficiente del daño. Cualquier otra causa distinta que intervenga, bien de
forma principal o exclusiva, bien de forma secundaria o concurrente, tendrá el
efecto de romper o aminorar, según los casos, el aparente nexo causal
inicialmente atribuido al acto culposo.
b. La imputación de la responsabilidad. La culpa. La responsabilidad del deudor
por sus auxiliares en el cumplimiento. Esfera de control. Fuerza mayor y caso
fortuito.
El incumplimiento, total o parcial, cualquiera que sea la causa que lo origine,
ha de ser imputable al deudor para que el acreedor pueda recurrir a las reglas
que el Código le proporciona para poder dirigirse contra el obligado. “Quedan
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sujetos a la indemnización de los daños y perjuicios causados los que en el
cumplimiento de sus obligaciones incurrieren en dolo, negligencia o morosidad,
y los que de cualquier modo contravinieren al tenor de aquellas” (art. 1101). No
hay imputabilidad y, por tanto, no hay responsabilidad, cuando el
incumplimiento tiene su origen en una imposibilidad o en la frustración del fin
del negocio, debida a hechos no imputables a la culpa o dolo del deudor,
quedando entonces la obligación extinguida (arts. 1182 a 1186 CC).
La culpa es el primer criterio de imputabilidad de responsabilidad contractual y
consiste en la “omisión de aquella diligencia que exija la naturaleza de la
obligación y corresponda a las circunstancias de las personas, del tiempo y del
lugar” (art. 1104). La culpa contractual consiste en la acción u omisión
voluntaria pero realizada sin malicia, que impide el cumplimiento normal de
una obligación, pudiendo deberse a una negligencia, descuido o impericia del
deudor. La esencia de la culpa está pues en la falta de diligencia y previsión
que supone en el autor del actor, y que a la vez explica su ilicitud e
imputabilidad al agente, a pesar de no mediar comportamiento doloso.
El CC establece dos sistemas para concretar el grado de diligencia que en una
relación obligatoria ha de prestar el deudor. En primer lugar, habrá de actuar
con la diligencia que exija la naturaleza de la obligación, acudiendo al caso
concreto, debiendo el juez apreciar la conducta de las persona a quien se
imputa la culpa y si esta se ajusta a las circunstancias de lugar y tiempo.
Subsidiariamente, en caso de la obligación no exprese la diligencia que ha de
prestarse en su cumplimiento, se acudirá a un patrón de referencia,
constituido por la diligencia de un buen padre de familia (art. 1104.2º), que
constituye un criterio objetivo de graduación de la culpa, tomando como
referencia el tipo medio o normal de persona diligente en el cumplimiento de
las obligaciones. La teoría del arbitrio judicial autoriza que la responsabilidad
procedente de negligencia pueda moderarse por los Tribunales según los casos
(art. 1103).
El dolo, por su parte, es la acción u omisión que, con conciencia y voluntad de
producir un resultado antijurídico, impide el cumplimiento de una obligación.
El dolo presupone pues un elemento intelectual, que es la conciencia, y un
elemento volitivo, que es la voluntad de violar el derecho de crédito, sin
necesidad de intención de perjudicar o dañar al acreedor. El Código Civil no
proporciona una noción del dolo como causa del incumplimiento, aunque la
doctrina lo equipara a la mala fe (art. 1107)
Existe la presunción de culpa del deudor en materia de incumplimiento
contractual, es decir, se parte de que si el deudor no cumple la obligación es
porque no quiere y es, por tanto, responsable de la falta de cumplimiento,
bastando así al acreedor probar el incumplimiento y existencia de la obligación
y correspondiendo al deudor destruir su presunción de culpabilidad para
eximirse de responsabilidad (art. 1183). Sin embargo, la existencia del dolo no
se presume, por lo que habrá de ser probada siempre por el acreedor.
El caso fortuito es una causa de exoneración en el cumplimiento de las
obligaciones que se refiere a aquel accidente no imputable al deudor que
impide el exacto cumplimiento de la obligación, como las guerras, los robos,
los fenómenos meteorológicos, las erupciones volcánicas o los terremotos. El
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Código no distingue entre causa mayor y caso fortuito (art. 1105), si bien la
doctrina sí las distingue, así como la jurisprudencia (“mientras el caso fortuito
es el acontecimiento que no puede preverse, pero que previsto pudiera haber
sido evitado, la fuerza mayor es el acontecimiento que, aun cuando se hubiera
previsto, habría sido evitable” STS 30 septiembre 1983).
Para la existencia del caso fortuito, se precisan los siguientes requisitos: que se
trate de un hecho o acontecimiento independiente de la voluntad del deudor
y, por consiguiente, no imputable a él; que sea inevitable, con independencia
de que sea previsto o imprevisto; que imposibilite al deudor para el
cumplimiento de su obligación; y que entre el acontecimiento y la
imposibilidad del cumplimiento de la obligación y el consiguiente daño exista
un vínculo de causalidad sin que intervenga en esta relación como factor
apreciable la actividad, dolosa o culposa, del deudor. La prueba de la existencia
del caso fortuito corresponderá al deudor.
La exoneración del deudor por caso fortuito no es absoluta ya que puede
mantenerse su responsabilidad en algunos supuestos (art. 1105):
¥ En los casos expresamente mencionados en la Ley: Estos supuestos
son muy escasos y destacan los mencionados en los artículos 1744 y
1745, referentes al comodatario;
¥ Cuando expresamente lo declare la obligación: Las partes pueden
pactar que el deudor responda incluso en los supuestos de fuerza
mayor;
¥ En las obligaciones de entregar cosa genérica: El principio genus
nunquam perit impide la aplicación de la exoneración por caso
fortuito.
c. El alcance de la pretensión indemnizatoria. La mitigación de los daños.
La indemnización de daños y perjuicios tiene por objeto la reparación de las
consecuencias perjudiciales causadas por el incumplimiento de la obligación
contractual o por la realización de un ilícito extracontractual.
“La indemnización de daños y perjuicios comprende no sólo el valor de la
pérdida que haya sufrido, sino también el de la ganancia que haya dejado de
obtener el acreedor” (art. 1106). Para el establecimiento de la cuantía de la
indemnización hay que valorar por tanto dos aspectos o componentes:
¥ El daño emergente: Se refiere al daño o pérdida sufridos por el
acreedor, valorando la prestación no realizada, y que puede verse
incrementado por los gastos que haya originado al acreedor la no
realización de la prestación;
¥ El lucro cesante: Se refiere a la ganancia dejada de obtener por el
acreedor a consecuencia del incumplimiento contractual o del
sufrimiento de la acción u omisión generadora de la responsabilidad
extracontractual.
Por el silencio del artículo 1106 podría entenderse la cabida del daño moral,
inferido a la salud, a la libertad, el honor, y, en general, los bienes de la
personalidad con independencia de las consecuencias patrimoniales derivadas
del mismo incumplimiento.
48
Para determinar la extensión del daño resarcible, el Código distingue entre el
deudor de buena fe y el deudor dolo (art. 1107). En el primero de los casos, el
deudor de buena fe se equipara con el deudor culpable, mientras que el
doloso se asimila con el deudor de mala fe. Los daños y perjuicios susceptibles
de indemnización de amplían en el caso del deudor doloso, que ha hecho
consciente y deliberadamente caso omiso de la obligación que sobre él
pesaba. El deudor de buena fe o culposo responderá así de los daños y
perjuicios que se hubieran previsto o podido prever al tiempo de constituir la
obligación y que sean consecuencia necesaria de su falta de cumplimiento (art.
1107.1º), circunscribiéndose la indemnización a los daños que fuesen
consecuencia directa e inmediata del incumplimiento. Por su parte, el deudor
de mala fe o doloso habrá de responder de todos los daños y perjuicios que,
conocidamente, se deriven de la falta de cumplimiento de la obligación (art.
1107.2º), es decir, un resarcimiento integral, que incluye aquellos daños
indirectos y no previsibles al tiempo de constituirse la obligación.
d. La modificación convencional del régimen de responsabilidad.
Los pactos que modifican el régimen establecido de responsabilidad son, en
principio, válidos y eficaces al amparo del principio de la autonomía de la
voluntad, sin perjuicio del respeto de sus límites, esto es, la ley, la moral y el
orden público (art. 1255). En cuanto al límite legal de dichos pactos, el Código
declara la nulidad de la renuncia preventiva a la acción para exigir la
responsabilidad por dolo (art. 1102), aunque no lo hace en caso de culpa, por
lo que, las estipulaciones de las partes sobre la culpa y sus consecuencias son,
en principio, válidas y eficaces aunque tienen que sufrir el contraste con los
criterios de moral y orden público. Las cláusulas que supongan renuncia a
exigir en todo caso la responsabilidad por culpa deben así estimarse nulas por
inmorales u opuestas al 1256 puesto que el cumplimiento de la obligación
quedaría a la voluntad del obligado. Sí serán válidas la especificación del grado
de diligencia exigido al deudor (art. 1104) o la agravación de su
responsabilidad, haciéndole responder de lo que el régimen legal le exime,
como en caso fortuito o caso de fuerza mayor (art. 1105).
2. La cláusula “rebus sic stantibus”, la excesiva onerosidad y la desaparición de
la base del negocio.
Por el juego de la cláusula rebus sic stantibus se entiende que una alteración
sobrevenida, considerándose sobrevenida aquella de tal envergadura que pueda
decirse que ha destruido la relación de equivalencia entre las prestaciones, de las
circunstancias que fueron tenidas en cuenta por las partes en el momento de contraer
la obligación produce la resolución del vínculo contractual o su revisión por la vía
judicial. Esta alteración ha de ser, además, imprevisible de tal manera que ninguna de
las partes esté, según la naturaleza del contrato, obligada a soportar el riesgo. La
cláusula rebus implica por tanto que el contrato obliga mientras las cosas continúen
como hasta ahora.
La jurisprudencia española ha restringido en gran medida la aplicación de la clausula
rebus, limitada a las alteraciones extraordinarias de las circunstancias que dé origen a
49
una desproporción exorbitante entre las prestaciones, siendo además esta alteración
radicalmente imprevisible.
Cuando hay circunstancias sobrevenidas que la provocan, se aplica la doctrina creada
recientemente en Europa sobre la excesiva onerosidad, que implica que, en un
contrato de tracto sucesivo, como por ejemplo, el arrendamiento, en el que por
acontecimientos extraordinarios e imprevisibles se hace muy oneroso para una parte
continuar, dicha parte puede solicitar la resolución del contrato. No se puede sin
embargo exigir tal resolución si la situación de excesiva onerosidad se produce dentro
del riesgo normal del contrato, como por ejemplo, por un aumento del alquiler en
consonancia con el aumento del IPC.
La base del negocio puede ser subjetiva, cuando se refiere a la representación mental
por ambas partes del negocio celebrado en determinadas circunstancias, u objetiva,
cuando se refiere a un conjunto de circunstancias externas que se tienen que dar,
además de la base subjetiva, y cuya subsistencia es objetivamente necesaria para que
pueda continuar existiendo el negocio. La base subjetiva del negocio desaparece
cuando las circunstancias positivamente esperadas por ambas partes no llegan a existir
o se extinguen, si lo esperado era su persistencia. La objetiva, por su parte, desaparece
bien cuando la relación de equivalencia entre las prestaciones se rompe de manera tal
que ya no puede hablarse de contraprestación, bien cuando la finalidad común y
objetiva del contrato, expresada en su contenido, haya resultado definitivamente
inalcanzable, aun cuando la prestación sea todavía posible.
3. La mora del acreedor. Referencia a la consignación.
Aunque la mora del deudor es el supuesto más frecuente, existen algunos casos en
que la infracción del crédito o su insatisfacción pueden ser imputados al propio
acreedor, cuando es él quien, de manera dolosa o negligente, provoca la destrucción o
pérdida de la cosa que debía ser objeto de una prestación de entrega o su deterioro o
la hace imposible el facere del deudor. La mora credendi se refiere así la mora del
acreedor, es decir, la omisión por parte de él del comportamiento preciso para que se
produzca la prestación. No determina por sí misma una definitiva insatisfacción del
derecho de crédito ni una imposibilidad sobrevenida de la prestación, sino que supone
simplemente un mero retraso en su ejecución. El Código Civil no regula esta figura; es
la doctrina quien, inspirándose en los principios generales del Derecho de
Obligaciones, apunta los requisitos necesarios para que el fenómeno se produzca:
¥ El deudor puede objetivamente cumplir la obligación y ejecutar la prestación
puesta a su cargo, por lo que existe una obligación exigible y vencida,
habiendo realizado el deudor cuanto estaba en su mano para que el resultado
pudiera ser alcanzado;
¥ La prestación que el deudor está dispuesto a cumplir es la programada en la
obligación y no otra distinta;
¥ Debe existir un ofrecimiento de pago hecho por el deudor como oferta real de
la prestación o como pura comunicación, aunque no se exige especial
interpelación o intimación aparte de aquel ofrecimiento, al contrario que para
la mora del deudor;
¥ No se exige especial culpabilidad del acreedor moroso sino simplemente la
negativa sin razón a recibir.
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Las consecuencias más importantes de la mora credendi son la compensación de la
mora del deudor si estuviese incurso en ella, excluyéndose para lo sucesivo, la
modificación del sistema norma de riesgo por la pérdida de la cosa o por la
imposibilidad sobrevenida fortuita, que pasa a cargo del acreedor, y la posibilidad de
que el deudor de la prestación quede liberado de la obligación mediante la
consignación.
La consignación (arts. 1176 a 1181) implica que, cuando el acreedor se niega recibir la
cosa debida, ésta se pone a disposición de la autoridad judicial, de acuerdo con un
procedimiento que la propia ley establece.
4. La lesión del crédito por un tercero. Remisión a la responsabilidad
extracontractual.
Es posible que la lesión del crédito o insatisfacción del acreedor esté causada por un
tercero extraño a la obligación, en los casos en que es este tercero quien destruye o
deteriora las cosas que eran objeto de la obligación, produce una injuria en la persona
del deudor, como la muerte, lesiones o la privación de libertad, se disminuye, en
complicidad con el deudor, su garantía patrimonial o solvencia como, por ejemplo,
mediante la enajenación en fraude de acreedores, o se viola una obligación negativa,
como un pacto en exclusiva, conociendo el tercero su existencia.
El carácter personal del derecho de crédito plantea grandes problemas a la hora de
determinar la responsabilidad de este tercero causante de la lesión, puesto, que en
este tipo de derechos, sólo el deudor resulta obligado, no generando para los derechos
ningún tipo de deber y, por consiguiente, no siendo éstos responsables ante el
acreedor. La conducta de los terceros respecto al derecho de crédito es por tanto libre.
Sin embargo, sí existe un deber de respeto del derecho de crédito, consecuencia del
deber general de respeto de las situaciones jurídicas que integran la esfera jurídica y el
patrimonio ajeno, por lo que el tercero que viola dolosa o negligentemente el derecho
del acreedor asume una determina responsabilidad y debe indemnizar los daños y
perjuicios que, como consecuencia, se produzcan al titular, lo cual se denominará
tutela aquiliana de crédito (art. 1902), que da lugar a un deber de indemnización de
daños y perjuicios, como responsabilidad extracontractual regida por las normas
generales del derecho de daños.
5. La acción pauliana y la acción subrogatoria.
Los acreedores podrán impugnar “los actos que el deudor haya realizado en fraude de
sus derechos” (art. 1111). La acción pauliana es por tanto un recurso subsidiario (art.
1294) al que únicamente podrá acudir el acreedor cuando no puedan cobrar de otro
modo lo que se les debe, ejercitando una acción propia que la Ley les otorga para
lograr la ineficacia frente a ellos de los actos del deudor que le coloquen en una
situación de insolvencia patrimonial para pagar sus deudas o cumplir sus obligaciones.
A diferencia de la acción subrogatoria, que es una legitimación extraordinaria que la
Ley atribuye a los acreedores para ejercitar los derechos del deudor, la acción pauliana
es una acción propia de ellos, ejercitada en su propio nombre y derecho, rescisoria de
“contratos válidamente celebrados” (art. 1290). La acción pauliana es por tanto una
medida conservativa del patrimonio del deudor y, por tanto, protectora de créditos. El
fundamento del poder excepcional que se atribuye al acreedor para inmiscuirse en las
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relaciones entre deudor y terceros que le reconoce la acción pauliana ha sido
discutido, manteniéndose distintas teorías. En última instancia dicho fundamento
radica en el derecho del acreedor a que no sea disminuida la garantía que la ley le
concede sobre los bienes del deudor en virtud del principio de responsabilidad
patrimonial universal (art. 1.911) y, consecuentemente, la protección del tráfico
jurídico.
Se trata de una acción personal, ya que no persigue un bien, sino que pretende
remediar las consecuencias objetivas de una conducta ilícita, acto personal del deudor
y adquirentes, que perjudica el derecho de crédito.
Para ejercitar la acción pauliana, es necesaria la existencia de un crédito válido,
vencido y anterior al acto fraudulento. La acción pauliana puede ejercitarse no sólo
frente a los contratos, sino frente a todo tipo de actos o negocios jurídicos de
contenido patrimonial, en cuya virtud se produzca un menoscabo económico, como
los gravámenes o las renuncias, siempre que sean reales o verdaderos, en el sentido
que produzcan una auténtica y eficaz disposición, diferenciándose de los simulados. Es
necesario también el perjuicio del acreedor o acreedores, puesto de manifiesto por la
insolvencia del deudor, aunque recientemente se ha extendido el concepto hasta el
daño que se produce al acreedor puede consistir en poner en peligro la posibilidad de
cumplimiento del crédito, siempre que razonablemente sea de tal entidad que permita
prever que, por el empobrecimiento que se determina en el patrimonio del deudor,
aún cuando el acreedor no llegue a ser insolvente al vencimiento de la obligación.
En cuanto a los requisitos subjetivos para la acción pauliana, debe existir un fraude
entre deudor y adquiriente, que, si lo es a título oneroso, únicamente requerirá del
conscientia fraus, es decir, el conocimiento del perjuicio causado como del futuro.
En su aspecto procesal, las partes del juicio impugnatorio son el acreedor o sus
herederos o causahabientes, el deudor, el adquirente y eventualmente, los posibles
subadquirentes; la acción debe ejercitarse en el plazo de caducidad de 4 años (art.
1.299).
Demostrada la conducta defectuosa, fraudulenta o no, el acto que produce el perjuicio
es declarado ineficaz ante el acreedor, de suerte que, respecto de él, es inoponible la
disposición patrimonial efectuada por su deudor, cuando el adquirente fuera partícipe
del ilícito o el acto hubiera sido gratuito.
Por su parte, la acción subrogatoria es un mecanismo de protección de los intereses
del acreedor, que tiene como finalidad mantener el patrimonio del deudor, con el cual
responde éste del cumplimiento de sus obligaciones, persiguiendo que pasen a formar
parte del mismo bienes y derechos que, perteneciendo a éste, no han entrado en su
patrimonio por no haber ejercitado sus derechos y acciones el deudor. Para ejercitarla,
se deben primero perseguir los bienes en poder del deudor, que éstos sean
insuficientes para la insatisfacción del crédito, que no se disponga de otros medios, y
que no se trate de derechos personalísimos o no evaluables económicamente.
TEMA 9: LA RESPONSABILIDAD EXTRACONTRACTUAL (I)
1. Concepto y función de la responsabilidad extracontractual (RE).
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La responsabilidad extracontractual, también denominada delictual, por derivar del
delito civil, o aquiliana, por sus orígenes en el Derecho Romano, es aquella que surge
cuando se causa un daño a un tercero al margen de un contracto. El fundamento es la
transgresión del deber general de no causar daño a otro, el principio alterum non
laedere, que procede del Derecho Romano y se mantuvo a lo largo de todo el Derecho
intermedio y fue recogido en la época de la codificación. Este principio se recoge en el
Código de Napoléon de 1804, pasa al proyecto de 1851 de García‐Boyena para llegar
hasta el Código Civil vigente, en su artículo 1902. Este principio se refiere al daño
causado por culpa y negligencia, que incluye también el dolo. Este precepto está en
conexión con las fuentes de las obligaciones (art. 1089), siendo una la obligación del
reparación de daño a tercero. La responsabilidad extracontractual surge cuando se
causa un daño a tercero que es imputable al que lo ha causado y que por ello debe
resarcirlo (art. 1089). Los artículos 1902 a 1910 regulan la responsabilidad
extracontractual de forma pobre por lo que hay que recurrir a la responsabilidad
contractual, como en el caso del concepto de culpa.
La función de la responsabilidad extracontactual es fundamentalmente resarcitoria, es
decir, dirigida a resarcir el daño (art. 1902 y 1089). Se trata por tanto de reparar el
daño causado. No tiene una función sancionatoria puesto que no se trata de castigar al
que ha producido el daño, como en el caso del Derecho Penal o del Derecho
Administrativo sancionador. Es desde esta perspectiva que se debe analizar la
responsabilidad extracontractual.
2. Los sistemas comparados de RE.
En el panorama del derecho comparado, existen dos grandes sistemas de
responsabilidad civil extracontractual.
El primero de los sistemas es el de cláusula abierta, acogido por los códigos latinos que
derivan del de Napoleón: cualquier daño que sufra el tercero, siendo imputable al que
lo causa, es susceptible de indemnización, como en nuestro artículo 1902, es decir,
cualquier tipo de daño, tanto de carácter patrimonial como extrapatrimonial, sin estar
tipificados, es susceptible de indemnización. Esto da lugar a la enorme aplicación del
artículo 1902 en Derecho Privado, por su carácter genérico e indeterminado.
Frente a este sistema de cláusula general e indeterminada, está el sistema de tipicidad
del daño o de lista cerrada, que implica que no todos los daños vana a ser resarcidos a
través de una cláusula general sino que sólo una serie de daños tipificados serán
resarcidos por la responsabilidad civil extracontractual. Este sistema que limita el
ámbito de la responsabilidad extracontractual y amplía la contractual es el sistema
empleado por el ordenamiento alemán, como demuestra el párrafo 823 del CC
alemán, que limita estos supuestos a la lesión de los derechos absolutos, como pueden
ser la vida, el cuerpo, la salud, la libertad y la propiedad, así como los daños causados
por contravención de una ley que tiene por objeto la protección de una determinada
persona. Los otros daños que pueda causar un tercero se protege por las normas de la
responsabilidad contractual, y en ocasiones la responsabilidad precontractual, muy
empleada en el sistema germánico.
En el Derecho uniforme europeo, en que operan las normas del soft law o derecho
flexible, los principios de Derecho Europeo de daños de Viena establecen el sistema de
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cláusula abierta y han sido aplicados por el Tribunal Supremo aunque no han sido
publicados en el BOE, a pesar del principio de publicidad del Derecho Civil. Tienen una
importancia integradora pero no es derecho dispositivo. Los tribunales españoles lo
aplican, considerándolo a veces derecho dispositivo, aunque tienen una función más
interpretativa para los artículos 1902 y siguientes. La regla general de estos principios
dicta que toda persona a quien se pueda imputar jurídicamente el daño sufrido por
otra está obligado a repararlo, sin hacerse referencia a la culpa o negligencia. En el
borrador del Marco Común de Referencia, que pretende crear un Código Civil Europeo,
de importancia extraordinaria, elaborado por la UE
3. Evolución jurisprudencial y legislativa del sistema de RE. La reciente
interpretación del requisito de la culpa.
En el sistema español, la responsabilidad extracontractual parece partir de la idea de la
culpa como criterio de imputación de la responsabilidad. Tiene por tanto un marcado
carácter subjetivo, como el Derecho francés, lo cual choca con el principio de
conformidad que se está instaurando en la responsabilidad contractual. Este carácter
subjetivo se aprecia claramente en el artículo 1902.
A finales del siglo XIX y principios del siglo XX, debido a la Revolución Industrial, se
considera que el sistema de responsabilidad basado en la culpa se muestra poco
efectivo para resolver los innumerables problemas que plantea el maquinismo y la
industrialización, es decir, el desarrollo industrial. El problema se plantea por tanto con
especial intensidad en el ámbito de los accidentes laborales. Es por ello que se pensó
por parte de numerosos autores, unidos sobre todo a las ideas socialistas de la época,
que no debía ser la culpa el criterio de imputación sino el riesgo y se pensaba que, una
vez producido el daño, su resarcimiento debía recaer en aquel que había creado el
riesgo del cual derivaba el daño.
La conclusión es por lo tanto que, junto al sistema basado fundamentalmente en el
Derecho positivo de la responsabilidad por culpa, opera otro sistema de
responsabilidad donde el criterio de imputación es el riesgo, aunque éste debe ser
establecido por leyes especiales.
Nuestra jurisprudencia interpreta de manera especial la culpa del artículo 1902 a
través de expedientes paliativos: la inversión de la carga de la prueba de la culpa, que
recae sobre el que ha causado el daño, y la intensificación del grado de diligencia
exigido al que ha cometido el daño – no basta el cumplimiento de los reglamentos
administrativos para exonerar la responsabilidad.
4. Responsabilidad contractual y responsabilidad extracontractual.
Cabe que un mismo hecho implique al mismo tiempo la violación de una obligación
contractual y la del deber genérico de no causar daño a otro, como cuando un obrero
cae de un andamio. Si el daño deriva de un incumplimiento contractual, se plantea el
problema de la aplicación del 1902, sobre todo cuando se trata de daños personales,
en la vida o en el cuerpo de una de las partes del contrato por el incumplimiento de un
deber de protección o de seguridad, que formaría parte del contrato por el artículo
1258, como en el caso del empresario, tal y como establece la Ley de Prevención de
Riesgos Laborales. Se plantea entonces la cuestión de si se acumulan ambas
responsabilidades. Un sector de la doctrina, bastante importante, sostiene que el
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contrato implica una distribución de riesgos, que queda deshecha si se admite la
compatibilidad de responsabilidades. Si se incumple una obligación contractual, sea
cual sea el daño sufrido por el acreedor, la responsabilidad será siempre contractual,
tal y como ha empezado a interpretar el Tribunal Supremo después de aplicar durante
mucho tiempo el artículo 1902 a los accidentes laborales, como ignorando la existencia
de un contrato. Frente a esta tesis, el TS y diversos autores defienden la teoría de la
acumulación de responsabilidad, sobre todo en el caso de daños personales. En primer
lugar, según la teoría de la opción, el perjudicado podría optar por el tipo de
responsabilidad que más le convenga. Esta teoría exige una derivada labor de
calificación por parte del perjudicado de los hechos para determinar cuál es la opción
oportuna, con el riesgo de que su demanda sea desestimada. Es por ello que se
defiende la teoría del concurso de normas, dominante en Alemania, acogida por
numerosos autores en España, que implica una única pretensión de resarcimiento, que
se basa en una concurrencia de normas puesto que se puede obtener por la
responsabilidad contractual (art. 1101) o la extracontractual (art. 1902), de tal manera
que el perjudicado no opta por una u otra sino que basta con que alegue los hechos y
la pretensión indemnizatoria, sin citar la concreta norma, y será el juez quien
determine la norma aplicable, que será normalmente la que mejor proteja a la víctima.
Esta es la posición mantenida por el Tribunal Supremo, que suele optar por la
yuxtaposición de responsabilidad, pudiendo el perjudicado optar por una u otra o
presentar simplemente los hechos ante el Juez, que será quien decida.
5. Responsabilidad extracontractual y la llamada responsabilidad civil.
La distinción entre responsabilidad civil y la responsabilidad penal reside en e hecho de
que en toda sociedad civilizada hay conductas ilícitas, merecedoras de la aplicación de
una pena, constitutivas por tanto de ilícito penal, tipificado en la Ley, que el Código
Penal denomina delitos y faltas, mientras que otras sólo dar lugar a la obligación de
indemnizar a la víctima por el daño que se le ha causado.
“Las obligaciones civiles que nazcan de los delitos o faltas se regirán por la
disposiciones del Código Penal” (art. 1092). El origen de la responsabilidad civil ex
delicto y la responsabilidad extracontractual es el deber de reparar el daño. El Código
Penal se ocupa de la responsabilidad civil en los artículos 107 y 117. Las conductas
constitutivas de delito civil son comportamientos simplemente dañosos, tanto
contractuales como extracontractuales, no tipificados por la ley penal y cuya sanción
consiste en imponer al autor de los mismos una obligación de resarcimiento o
indemnización, por entenderse que sólo lesionan un interés particular (arts. 1092 y
ss.).
El ilícito penal se caracteriza por su tipicidad puesto que se exige la prohibición de una
conducta determinada en la ley penal, mientras que será ilícito civil todo
comportamiento dañoso no tipificado por la ley penal. La responsabilidad penal,
además, es estrictamente personal, sin posibilidad de transmisión a otros, mientras
que la responsabilidad civil admite la condena por actos ajenos (arts. 1903 y ss.). Si la
culpa civil obedece a la infracción de un deber objetivo de cuidado, la culpa penal
requiere además de la tipicidad o de la antijuricidad. Si bien toda responsabilidad
penal lleva aparejada una responsabilidad civil, no sucede lo contrario; no es preciso
que concurra ningún tipo de daño para que concurra la responsabilidad penal mientras
que sin daño no hay responsabilidad civil. La acción civil derivada del delito se ejercita
en el proceso penal junto con las acciones penales. La responsabilidad penal se
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extingue con la muerte del culpable (art. 115 LECrim), mientras que la responsabilidad
civil se transmite a los herederos del responsable y a los herederos del perjudicado. La
responsabilidad civil es además asegurable mientras que la responsabilidad penal no
puede ser objeto de seguro.
El problema se plantea en cuanto a la convivencia de dos ámbitos de regulación, que
son, por un lado, el ámbito de la responsabilidad extracontractual de carácter general,
y, por otro, una responsabilidad extracontractual específica como derivada de delito.
Según el Tribunal Supremo, el delito en sí mismo sólo produce como consecuencia la
sanción penal, por lo que el hecho de que con ocasión del delito se produzcan además
daños resarcibles ni modifica la naturaleza jurídico‐civil de la obligación de reparar
puesto que es el daño en sí mismo lo que hace nacer la responsabilidad, con absoluta
independencia de lo reprochable que pueda tener esa conducta para el ordenamiento
penal. El ordenamiento jurídico, sin embargo, por razones de economía procesal, y en
base a que toda culpa criminal es culpa civil, habilita al Juez penal, en los casos de
sentencia condenatoria, a pronunciarse sobre cuestiones resarcitorias puramente
civiles. La doble regulación penal y civil se explica también por motivos históricos ya
que el CP fue anterior al CC. Es por todo ello que hay que afirmar que estamos ante
una única acción de responsabilidad aquiliana que puede ser ejercitada bien por la vía
penal bien por la vía civil.
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TEMA 10: LA RESPONSABILIDAD EXTRACONTRACTUAL (II)
1. Los requisitos de la RE.
Para que se dé la responsabilidad extracontractual, deben concurrir una serie de
requisitos:
¥ Acción u omisión por parte de una o varias personas: Se trata del punto de
origen de todo el fenómeno de la responsabilidad civil y puede consistir en una
acción positiva (facere) o en una acción negativa, omisión o abstención (non
facere). Mientras que la responsabilidad civil requiere que este acto sea ilícito,
en la medida que contravenga el ordenamiento jurídico, en materia de
responsabilidad extracontractual, nuestro Código Civil, siguiendo fielmente el
Código francés, no exige este requisito sino que basta con que en la acción u
omisión dañosa intervenga cualquier género de culpa o negligencia;
¥ Producción de un daño derivado de esa omisión: Nuestro Código Civil no
añade ninguna particularidad que este daño deba reunir para que sea
resarcible; de la jurisprudencia puede decirse que toda agresión a un interés
legítimo es susceptible de originarlo, no sólo el ataque a bienes y derechos
subjetivos;
¥ Relación de causalidad entre la acción u omisión y el daño (art. 1902): El
daño ha de ser causado por determinados comportamientos humanos por lo
que, tal y como ha mantenido el Tribunal Supremo, la exigencia de una
relación de causalidad entre la conducta del agente y el daño constituye un
requisito necesario para que se origine la responsabilidad;
¥ La imputación del daño al causante del mismo: Existen diversos criterios de
imputación, como el riesgo o la culpa, negligencia o dolo, siendo la culpa el
criterio principal. Se trata así de criterios de imputación subjetiva de la
responsabilidad extracontractual. La culpa, en sentido estricto, implica que el
causante del daño va a responder de los sucesos previsibles y evitables (art.
1104 y 1105). La negligencia obliga a llevar a cabo medidas preventivas. El dolo
implica, dentro de la culpa, el causar un daño de manera intencionada. La
inversión de la carga de la prueba es un sistema paliativo de la culpa que
supone que una persona es culpable hasta que demuestra lo contrario.
2. El daño. Daño patrimonial y daño extrapatrimonial. Daño biológico y daño
moral.
Se ha de producir un daño a tercero puesto que sin daño no hay responsabilidad civil.
Cualquier tipo de daño, patrimonial o extrapatrimonial, es indemnizable (art. 1902), al
contrario que en el ordenamiento alemán. Toda lesión a un interés legítimo, sin
necesidad de tener derecho subjetivo, es susceptible de reparación. Para que el daño
sea indemnizable, debe ser cierto, aunque cabe el resarcimiento de la llamada pérdida
de oportunidades, muy difícil de cuantificar, como el caso de un abogado que pierde
un pleito por dejar pasar el plazo, que sería incierto porque no se sabe si de haberse
presentado el recurso sería estimado. El daño indemnizable no tiene que ser actual
sino que cabe la indemnización por daño futuro, siempre que éste sea previsible, es
decir, que exista certeza de que este daño se va a producir, como por ejemplo
respecto a las secuelas del daño corporal. Los daños extrapatrimoniales son
fundamentalmente daños de tipo personal, donde entraría la categoría de daños
morales, que se limitan a los bienes y derechos de la personalidad, así como en el caso
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en que se produce un daño moral en el ámbito de la propiedad intelectual al autor o
artista. También se contempla el daño biológico, que tiene que ver con la integridad
física. El problema fundamental de los daños personales es el de cómo determinar la
indemnización, que se soluciona en la indemnización de los daños por vehículo de
motor, especificados por el Real Decreto de la Ley de Circulación de Vehículos de
Motor de 2004, aplicable a accidentes laborales por analogía – se está planteando una
ley que establezca los baremos que permitan cuantificar estos daños. También hay
dificultades en torno a la privación de la vida, que se plantea si es indemnizable, siendo
la teoría dominante que los herederos podrán reclamar la correspondiente
indemnización por los daños morales y patrimoniales. El perjudicado deberá probar la
existencia y extensión del daño
3. La relación de causalidad: causalidad material y causalidad jurídica. Los
criterios de imputación objetiva.
Si el hecho dañoso está precedido de varios antecedentes, diferentes construcciones
teóricas han tratado de determinar cuál de ellos reviste o merece el papel de causa.
Un primer grupo de teorías se rige por el principio de que no puede hacerse ninguna
diferenciación entre los diversos antecedentes que pueden confluir en el resultado
dañoso, por lo que todos tendrán el rango de concausa, considerando que, según la
teoría de la equivalencia o de la condición sine qua non, un hecho es causa de otro
cuando, si hubiera faltad el antecedente, no se hubiera producido el resultado. Otro
grupo de teorías destaca dentro del conjunto de antecedentes uno o varios de ellos
para conceptuarlos como causa del resultado, aunque varían en cuanto al
establecimiento del mismo, siendo especialmente relevante la teoría de la causa
adecuada, que destaca el antecedente que es probable, posible o razonable que lo
ocasionase, frente a la teoría de la causa próxima, que considera que el hecho más
próximo al daño debe ser su causa o la teoría de la causa eficiente, que considera el
hecho más eficiente como el decisivo.
Una cuestión diferente a la relación de causalidad es la imputación objetiva, que se
diferencia de la relación de causalidad por sus criterios, que excluyen la
responsabilidad cuando tiene lugar el daño, entre los que destaca el riesgo general de
la vida, que no es causalidad y excluye de la responsabilidad. De acuerdo con este
criterio, se niega la imputación de aquellos daños conectados a un riesgo permitido en
la sociedad, como correr delante de los toros en San Fermín. Muchas conductas
arriesgadas están permitidas, como el alpinismo o el senderismo, por lo que el agente
no debe responder cuando el riesgo creado se concreta en un accidente que causa un
daño a un tercero. De esta manera, un comportamiento que no supera el riesgo
permitido no está prohibido aunque la gente conozca la posibilidad de concreción del
riesgo y de producción del daño. Se trata de la doctrina del riesgo permitido. Una vez
producido el accidente, el agente no soportará los costes si el daño está permitido sino
que los soportará el perjudicado o la propia sociedad, si, por ejemplo, está establecido
un sistema de seguro.
4. La imputación subjetiva del daño: culpa, culpa presunta y responsabilidad
objetiva.
La responsabilidad extracontractual no sólo requiere que una acción u omisión
humana haya ocasionado un daño, sino también que en aquella intervenga culpa o
negligencia, es decir, según la analogía con la responsabilidad contractual amparada
58
por la jurisprudencia, “la omisión de aquella diligencia que exija la naturaleza de la
obligación y corresponde a las circunstancias de las personas, el tiempo y el lugar” (art.
1104). La diligencia obliga a tomar las medidas correspondientes para evitar el
resultado, previo un juicio de su previsibilidad, por lo que es negligente quien no prevé
debiendo hacerlo, lo que le lleva a no evitar, o previendo no ha tomado las medidas
adecuadas para evitar el suceso.
Si hay exclusivamente culpa del perjudicado, la responsabilidad del agente no existe
obviamente porque concurre un actuar no culposo o diligente suyo con un actuar
culposo de la victima. En cambio, el problema se plantea cuando ambas conductas son
culposas, ambas llevan al resultado daños. La doctrina y la jurisprudencia entienden
que la obligación de reparar del agente debe verse disminuida en su intensidad o
cuantía al concurrir la culpa del propio perjudicado (art. 1103 CC).
5. Las causas de justificación.
En materia penal, las leyes establecen una serie de circunstancias que excluyen la
responsabilidad criminal; el problema se plantea entonces en cuanto a la aplicabilidad
de las mismas a la responsabilidad civil.
La figura de la legítima defensa declara exento de responsabilidad penal al que obra
en defensa de su persona o derechos o en defensa de la persona y derechos ajenos,
siempre que la agresión sea pregunta y que concurran una serie de circunstancias (art.
8.4 CP). La actuación en legítima defensa exonera pues de responsabilidad penal. La
legítima defensa no está incluida sin embargo en los supuestos que no exoneran de la
responsabilidad civil, por lo que, tanto en los casos constitutivos de delitos como en los
casos de imple daño aquiliano, la legítima defensa exonera al responsable civil (art.
20).
El estado de necesidad (art. 8.7 CP) considera exento de responsabilidad el que
“impulsado por un estado de necesidad, para evitar un mal propio o ajeno, lesiona un
bien jurídico de otra persona o infringe un deber”, siempre que el mal causado no sea
mayor que el que se trata de evitar, que la situación de necesidad no haya sido
provocada intencionadamente por el sujeto y que el necesitado no tenga, por su oficio
o cargo, obligación de sacrificarse. La exclusión de responsabilidad criminal, en este
caso, no obstante, no comprende la de responsabilidad civil (art. 20). “Serán
responsables civilmente las personas en cuyo favor se haya precavido el mal, en
proporción del beneficio que hubieren reportado” (art. 8.7), es decir, no es responsable
civilmente la persona que ha causado un daño a otra en estado de necesidad, sino
aquella en cuyo favor un mal se ha prevenido. La actuación en estado de necesidad
excluye la antijuricidad aunque crea un derecho del perjudicado, que no constituye sin
embargo un caso de responsabilidad civil puesto que falta el requisito de antijuricidad
del comportamiento dañoso, sino que, en rigor, sería una acción de enriquecimiento,
que trata de restablecer un equilibrio patrimonial roto.
En la doctrina se admite, dentro de ciertos límites, como causa de exención de la
responsabilidad el consentimiento del perjudicado, siempre que lo lesionado sean sus
bienes materiales y que en la acción u omisión no haya mediado dolo. No obstante, no
opera el consentimiento cuando lo lesionado es la vida, integridad física, o, en general
cualquier derecho de la personalidad del que no se puede disponer.
59
TEMA 11: LA RESPONSABILIDAD EXTRACONTRACTUAL (III)
1. La responsabilidad por culpa. La responsabilidad por hecho ajeno.
“El que por acción u omisión causa daño a otro, interviniendo culpa o negligencia, está
obligado a reparar el daño causado” (art. 1902).
El artículo 1902 trata sobre la responsabilidad sobre hecho propio, presumiéndose la
culpa de quien causa el daño, mientras que el artículo 1903 contempla la
responsabilidad por hecho ajeno en tres casos (arts. 1903 y 1904): responsabilidad de
los padres y tutores de los incapaces, “los dueños o directores de un establecimiento o
empresa respecto de los perjuicios causados por sus dependientes en el servicio de los
ramos en que los tuvieran empleados, o con ocasión de sus funciones” y las personas o
entidades que sean titulares de un Centro docente de enseñanza no superior por los
daños causados por sus alumnos menores de edad durante los períodos de tiempo en
que los mismos se hallen bajo el control o vigilancia del profesorado del Centro.
La víctima ostenta una acción directa frente al responsable por hecho ajeno en virtud
de este artículo. El criterio de imputación del artículo 1903 es el de la culpa, aunque
luego la jurisprudencia no lo sigue, puesto que en todos estos casos se presume la
culpa del que responde por un hecho ajeno, que deberá pues actuar con la diligencia
de un buen padre de familia para eximirse de la misma. Nuestra jurisprudencia ha
tendido sin embargo a objetivizar la responsabilidad por la insolvencia del que realiza
el daño. Por mucho que los responsables por hecho ajeno prueben su buena diligencia,
la jurisprudencia tiende a no considerar nunca que se eximan por proteger a la víctima
y asegurar la reparación del daño. La culpa es in negligendo e in vigilando y, en el caso
de los menores, se plantea incluso el tema de la educación. No se considera que un
menor de diez años plantea la misma culpa de los padres que cuando tiene diecisiete:
en el primer caso, el niño no tiene sentido suficiente como para responder. Sin
embargo, al contrario que todos los ordenamientos jurídicos, nuestro Código no
plantea esta diferencia. Cabría considerar por tanto el discernimiento del menor para
saber si se aplica el artículo 1902, como sucede en el CC holandés o el alemán y la
jurisprudencia en otros ordenamientos.
La Ley Penal del Menor establece que un menor que comete un delito entre los 14 y
los 18, antes de que recaiga la sentencia penal, responde solidariamente con sus
padres y de manera objetiva. La solución debería ser la misma en la legislación civil y la
legislación penal, teniéndose por tanto que modificarse la primera, aunque también
cabría una exoneración objetiva de los padres.
El apartado 4 del artículo 1903 trata la responsabilidad de los centros docentes, que
responderán de los daños a terceros provocados por los niños dentro del centro
solidariamente con los profesores, que responderán por la culpa in vigilando. La
responsabilidad se basa en el criterio de la culpa, que se presume en el centro
docente, que tiene un seguro obligatorio que responderá del daño, siempre que se
produzca en el ámbito docente. Los profesores para responder debe responder
cuando se trata de culpa grave o dolo, que deberá además probarse por el centro
docente, que no se presume por ser un criterio de agravación de la responsabilidad.
Sin embargo, en este caso, el daño lo sufre el propio menor durante una excursión que
entra dentro del ámbito escolar aunque no es un tercero quien sufre el daño, como
60
establece el precepto. Estamos por tanto ante un incumplimiento de contrato pero no
frente a un supuesto del artículo 1903.
Existe dependencia cuando hay un contrato laboral entre un empresario y un
empleado, sea cual sea la capacidad técnica del empleado. La capacidad del
empresario para repetir la indemnización depende de su culpa.
2. RE por los daños causados por los animales y las cosas.
El Código Civil establece una serie de reglas para imputar la responsabilidad de los
daños causados por animales y cosas en los siguientes casos:
¥ El poseedor de un animal, o el que se sirve de él, es responsable de los daños
que cause, incluso si se le escapa o extravía, salvo fuerza mayor o culpa de
quien lo hubiere sufrido (art. 1905);
¥ El propietario de una finca de caza responde de los daños causados por las
piezas de caza en las fincas vecinas cuando no haya hecho lo necesario para
evitar su multiplicación, y cuando haya dificultado la acción de sus dueños para
perseguirlas (art. 1906);
¥ El propietario de un edificio es responsable de los daños causados por su
ruina, si ésta sobreviene por la falta de las reparaciones necesarias (art. 1907),
así como por los daños causados por la explosión de máquinas que no
hubiesen sido cuidadas con la debida diligencia, por la inflamación de
sustancias explosivas colocadas en lugares no suficientemente seguros, por los
humos excesivos, nocivos a las personas o a las propiedades, por la caída de
árboles colocados en sitios de tránsito, a menos que se deba a fuerza mayor, y
por las emanaciones de cloacas o depósitos de materias infectantes,
construidos sin las precauciones adecuadas al lugar en que estuviesen (art.
1908);
¥ El cabeza de familia es responsable de los daños causados por las cosas que se
arrojaron o cayeren de la casa, o parte de ella, en la que habite (art. 1910).
La responsabilidad planteada en estos casos es objetiva en unos casos, como el del
propietario del animal, pues sólo la fuerza mayor excluye el deber de indemnizar, y
subjetiva en otros, como la responsabilidad del propietario por los daños causados por
ruina de los edificios, ya que se exige que la ruina sea causada por falta de las
reparaciones necesarias.
3. La RE en leyes especiales: la responsabilidad civil por la circulación de
vehículos a motor, la responsabilidad por productos defectuosos y otros
casos especiales de responsabilidad.
Numerosas leyes especiales establecen la responsabilidad objetiva, principalmente en
daños causados por máquinas, nuevas tecnologías y productos.
La responsabilidad por los daños causados a las personas por la circulación de los
vehículos de motos están reguladas, fundamentalmente, en el Título I de la Ley sobre
Responsabilidad Civil y Seguro en la Circulación de Vehículos a Motor, redactado
nuevamente por la D. A. 8ª de la Ley 30/1995, de 8 de noviembre. Esta ley establece
un sistema de responsabilidad objetiva en daños personales, en cuanto que sólo se
exceptúan del deber de indemnizar los daños debidos a la conducta o a la negligencia
del perjudicado o los causados por fuerza mayor, extraña a la conducción o al
61
funcionamiento del vehículo – no se considerarán casos de fuerza mayor los defectos
de éste ni la rotura o fallo de alguna de sus piezas o mecanismos. Paralelamente, como
suele suceder en los casos de responsabilidad objetiva, se establece un sistema de
seguro mínimo obligatorio.
Por su parte, la Ley General para la Defensa de los Consumidores y Usuarios, de 19 de
julio de 1984, establece, como principio general, la obligación de indemnizar los daños
que se deriven del consumo de bienes o de la utilización de productos o servicios,
salvo que estén causados por culpa exclusiva de la víctima o de las personas por las
que ésta debe responder (art. 25). Se trata por tanto de una responsabilidad objetiva
aunque la Ley establece la posibilidad de exoneración del responsable si prueba que se
han cumplido los requisitos legalmente establecidos y los demás cuidados que exige la
naturaleza del producto, servicio o actividad. Se establece por tanto un sistema de
responsabilidad por culpa con inversión de la carga de la prueba, salvo para
determinados bienes y servicios que requieren específicos controles técnicos,
profesionales o sistemáticos de calidad, por lo que el sistema ha quedado alterado por
las leyes especiales de trasposición de Directivas comunitarias, como por ejemplo, la
Ley de 6 de julio de 1994 sobre Responsabilidad Civil por los Daños Causados por
Productos Defectuosos, que establece la responsabilidad objetiva cuando se trate de
daños causados por bienes muebles, gas y electricidad.
La responsabilidad por productos defectuosos aparece regulada en el Texto Refundido
de la Ley General de Defensa de los Consumidores y Usuarios, del año 2007, que
refunde la Ley de 1994 y la de 1984. La importancia del TR del año 1987 se debe a que,
en línea con la Directiva de 25 julio de 1985, sobre responsabilidad por productos
defectuosos, se establece en torno al principio fundamental que dice que el productor
responde de manera directa frente al que ha sufrido el daño. La compraventa se
realiza normalmente entre el proveedor y el cliente pero el TR permite la acción
directa del consumidor o comprador del producto vendido por el proveedor frente al
productor, saltando el proveedor. Se trata de una ruptura del principio del 1257 sobre
vicios ocultos en la cosa vendida de relatividad del contrato, sin perjuicio de la acción
que cabe contra el proveedor por responsabilidad contractual. La importancia social de
la responsabilidad del productor es enorme puesto que los productos defectuosos
pueden producir importantes daños en la sociedad, como por ejemplo un fármaco, o
en el caso archiconocido de la Colza, que supuso la venta ambulante de aceite
envenenado no apto para el consumo humano que provocó la muerte o enfermedad
irreversible en muchas personas. Este caso determinó la Ley General de Defensa de los
Consumidores del año 1984; es el caso más grave que se ha producido en Europa al
respecto. Es por ello que la Directiva europea no se trasladó al Derecho español hasta
el año 1994. El Texto Refundido establece un sistema de responsabilidad objetiva por
los daños y perjuicios que causa el producto o servicio defectuoso a un tercero. Los
problemas que se plantean giran en torno a la calificación de un producto como
defectuoso, que soluciona el TR y la sentencia de 2003, así como en torno a los
titulares de la responsabilidad por el producto defectuoso. El TR considera en primer
lugar que el producto defectuoso ha de ser un bien mueble y se incluyen el gas y la
electricidad, como una botella de butano. El gran problema es por tanto el criterio que
prueba que un producto es defectuoso, así como sobre quién recae esta carga. El
criterio que maneja el legislador en el TR dicta que el criterio es el de la seguridad: de
acuerdo con la Directiva de 1985, un producto es defectuoso cuando no es seguro,
cuando no ofrece la seguridad que cabría legítimamente esperar de él considerando
todas las circunstancias. Se abandona así un criterio subjetivo en torno a la seguridad,
puesto que se trata de un criterio colectivo, de los consumidores a los que va
62
destinado el producto, y no del concreto consumidor. Las circunstancias a tener en
cuenta acerca de la seguridad del producto son la presentación del producto (no es lo
mismo que una botella de butano sea de plástico que metálica), el uso razonable que
se va a dar al producto y su puesta en circulación, para que sean quienes deben
consumirlo quienes lo consuman, como en el caso de un producto farmacéutico. El
perjudicado ha de probar que el producto es defectuoso; sobre él recae la carga de la
prueba y es por tanto quien deberá probar que el producto no es seguro, que falta
algún criterio de seguridad en el producto. También deberá probar el daño sufrido, así
como la relación de causalidad existente entre el carácter defectuoso del producto y el
daño sufrido. Responde por tanto en primera línea de responsabilidad el productor o
fabricante puesto que hay una acción directa del perjudicado contra el fabricante; en
segundo lugar, se tiene en cuenta que el importador responde de igual manera que el
productor, de manera solidaria. Para la protección del consumidor, debe pues constar
en el producto quién es el productor y quién es el importador, puesto que se
equiparan a efectos de responsabilidad. El proveedor del producto defectuoso se
equipara al productor cuando no se puede identificar quién es el productor o
importador – si se puede identificar a éstos, no responde, según el TR, el proveedor,
sin perjuicio de la responsabilidad contractual por el contrato de compraventa, por
vicios ocultos. A pesar de que la responsabilidad del productor es objetiva, cuando el
producto se considera defectuoso, existe una serie de supuestos en que se puede
exonerar al productor de responsabilidad: cuando el productor acredite que no ha
puesto en circulación el producto defectuoso, cuando se pueda presumir que el
defecto no existía en el momento en que se puso en circulación el producto, cuando el
producto no fue fabricado para su posterior venta con una finalidad de venta o de
actividad lucrativa, cuando el producto no es el resultado de una actividad profesional
o empresarial, cuando al fabricar el producto ha cumplido las normas imperativas de
fabricación del producto, cuando en el momento de la puesta en circulación del
producto no se pueda apreciar el carácter defectuoso del producto, atendiendo al
estado de la técnica y de la ciencia, denominado riesgos del desarrollo, que es el
supuesto más importante. Junto a estos casos específicos relativos al producto,
tampoco responderá el productor cuando sea culpa exclusiva de la propia víctima,
cabiendo la concurrencia de culpas que reduce la responsabilidad del productor. Si la
víctima adquiere el producto sabiendo que es defectuoso, también incurre en culpa.
En cuanto a los daños cubiertos por el TR, se cubren todos los daños de carácter
personal o corporal, como la muerte o las lesiones físicas, aunque no se responde de
los daños morales, que no quedan por tanto cubiertos por la Ley, sin perjuicio de la
acción por el artículo 1902 CC. Respecto a los daños materiales, están cubiertos
aquellos daños que el producto defectuoso causa en bienes distintos del propio
producto. Los daños que están en el propio producto quedarían cubiertos por el
artículo 1902 CC. La pretensión indemnizatoria está sometida a un plazo de tres años
desde el momento en que se produce el daño aunque hay un plazo de garantía de diez
años, que implica que el daño tiene que tener lugar en el plazo de diez años desde la
comercialización del producto. La responsabilidad contractual no afecta al productor.
La responsabilidad del productor está sometido a una franquicia, es decir, una
determinada cantidad por la que se responde en su conjunto.
4. La pretensión indemnizatoria. Determinación de la cuantía indemnizatoria. El
titular y el sujeto pasivo de la pretensión. Modalidades de resarcimiento.
Prescripción.
63
La responsabilidad civil, como derecho de crédito a favor del perjudicado, genera la
obligación para el agente o responsable de cumplir una determinada prestación que
será la de reparar el daño causado (art. 1902).
El nexo de causalidad o sólo cumple una función de imputación del daño sino que
ayuda a la determinación de los daños reparables, esto es, a la determinación de la
extensión de la obligación a reparar, que se vuelve complejo cuando se desencadenan
factores constitutivos de un daño que es a su vez causante de unos daños
subsiguientes. De considerarse el escueto precepto del Código, la cadena de
perjudicados se extendería hasta el infinito puesto que todo hombre se encuentra
relacionado en su persona o en su patrimonio con los otros. Por todo ello, parece
preferible tener como criterio orientador el de la adecuación de las consecuencias al
hecho productor, o los que sirven para establecer la imputación objetiva de la
responsabilidad. El perjudicado tiene obligación de mitigar el daño, reduciéndolo o
evitando que aumente, pues tal conducta le es impuesta por el principio de buena fe.
La obligación de reparar puede cumplirse in natura, mediante la reparación o
sustitución de la cosa, o por equivalente, mediante la entrega de la indemnización
correspondiente al daño experimentado.
Cuando se solicita la reparación pecuniaria de los daños, el tiempo con arreglo al cual
hay que fijar el importe, en casos de alteración del valor monetario, no ha de situarse
cuando se ejercita la acción ni cuando se causaron aquellos, sino en el día en que
recaiga condena definitiva a la reparación, o, en su caso, a la posterior en que se
liquide su importe en el período de ejecución, siempre que se trate de pagar en dinero
un valor determinado a través de una deuda de valor, o bien en el día de los hechos
pero actualizando la cantidad debida si se calcula en aquel momento, salvo que el
demandante haya fijado ya una cantidad en su demanda, en virtud del principio
dispositivo imperante en el proceso civil.
El importe de la indemnización debe ser rebajado en lo que constituya una ventaja
obtenida por el perjudicado (compensatio lucri cum damno).
La fijación de la prestación de resarcimiento o de indemnización puede ser hecha por
acuerdo de las propias partes, por ser una materia sobre l que se puede transigir,
sometida a las reglas generales de la autonomía privada, sin perjuicio de los requisito
que exija el estado civil de las personas, como en el caso de los menores. Si la fijación
no se logra convencionalmente, será la autoridad judicial la que la efectúe, fijando su
importe en cantidad líquida o bien estableciendo las bases con arreglo a las cuales
debe hacerse la liquidación en la sentencia que condene por daños y perjuicios. Sólo
en el caso de no ser posible ni lo uno ni lo otro, “se hará la condena a reserva de fijar
su importancia y hacerla efectiva en la ejecución de la sentencia” (art. 360 LEC).
La acción para exigir la responsabilidad extracontractual tiene un año de plazo legal de
prescripción, “a contar desde que lo supo el agraviado”, debiendo presumirse iuris
tantum un conocimiento instantáneo por el perjudicado respecto del daño que se le
ha ocasionado (art. 1968.2). En materia de lesiones, la jurisprudencia interpreta la
norma legal con toda amplitud favorable al perjudicado, puesto que el plazo empieza a
contar desde el alta médica, cuando se sabe el quebranto producido. Cuando el daño
tiene carácter continuado, la jurisprudencia se inclina a fijar el comienzo de la
prescripción también desde el momento en que los agraviados tuvieron conocimiento
64
de ellos o desde que se concluyan las actuaciones o presupuestos fácticos en que se
apoye el ejercicio de la acción.
5. El seguro de responsabilidad civil.
Si el agente se ha asegurado previamente a fin de trasladar el asegurador el riesgo que
supone para su patrimonio la obligación de reparar, conectada con la imposición de la
responsabilidad objetiva, el perjudicado puede demandar también al asegurador como
responsable subsidiario o bien directamente como responsable solidario. No obstante,
desde la Ley del Contrato de Seguro de 1980, se otorga al perjudicado o sus herederos
una acción directa contra el asegurador (art. 76). El asegurador es inmune a las
excepciones que puedan corresponder al asegurador contra el asegurado, pero puede
oponer la culpa exclusiva del perjudicado y las excepciones personales que tenga
contra éste. La acción del perjudicado o sus herederos tiene naturaleza contractual.
En caso de que el daño sea debido a su conducta dolosa, el asegurador tendrá un
derecho de repetición contra el asegurado.
65
TEMA 12: LA GESTIÓN DE NEGOCIOS SIN MANDATO, EL COBRO
DE LO INDEBIDO Y EL ENRIQUECIMIENTO INJUSTO.
1. La categoría legal del cuasicontrato.
Los cuasicontratos son una de las fuentes de las obligaciones (art. 1089), como fuente
autónoma, independientes de las otras en el precepto recogidas. Los cuasicontratos se
refieren a “los hechos lícitos y puramente voluntarios de los que resulta obligado su
autor para con un tercero y a veces una obligación recíproca entre los interesados”
(art. 1887). Existen entonces obligaciones impuestas por la ley en situaciones en las
que los principios de solidaridad o justicia lo demandan, fundamentos de la categoría
del cuasicontrato.
La licitud es aquello que diferencia precisamente a esta fuente de obligaciones de la
que origina la reparación del daño causado por intervenir en el acto u omisión,
también voluntario, cualquier género de culpa o negligencia (art. 1902).
Puede quedar obligado su autor y cualquiera de los interesados en aquel hecho lícito y
voluntario.
Se trata de una figura abandona en la doctrina y en los códigos modernos.
2. La gestión de negocios ajenos sin mandato.
El Código no define el concepto de la gestión de negocios sino que se limita a describir
el supuesto (art. 1888): “el que se encarga voluntariamente de la gerencia o
administración de los negocios de otro sin mandato de éste…”.
La gestión de negocios ajenos no parte de una obligación, legal o voluntaria, de asumir
la gestión, lo cual no quiere decir que la gestión no pueda nacer si el gestor y el
dominus están unidos por algún vínculo contractual, en cuyo caso puede originarse
desde el momento en que se despliegue una actividad no prevista en el contrato o no
impuesta por los usos o la buena fe.
Aunque el gestor crea de buena fe que el asunto es suyo, no hay gestión de negocios;
nacerán pretensiones de enriquecimiento sin causa a favor del dominus o del gestor,
según los casos. La ajenidad del negocio significa también que la gestión se deberá
seguir en interés del dominus, aunque puede concurrir un interés propio del gestor – el
Código Civil no lo prohíbe, sino que sólo prohíbe que el gestor oponga su interés al del
otro, es decir, que busque su interés a costa del ajeno (art. 1891). Si el gestor sabe que
el negocio es ajeno pero lo gestiona para sacar provecho de él, comete un acto ilícito
que le hará responsable de los daños causados al dominus.
El objeto de la gestión de negocios debe hallarse abandonado (absentia domini),
comprendiéndose en este supuesto todos los casos en que el dominus esté
imposibilitado, incluso temporalmente, para hacerse cargo de él y disponer lo
pertinente, por sí o por mandatario. Nadie debe inmiscuirse en asuntos que su dueño
esté en disposición de gestionar: cuando el dominus conozca la gestión, debe
manifestar su oposición si las circunstancias no se lo impiden o, en su caso, ratificar lo
hecho por el gestor.
66
La ilicitud del negocio gestionado provocará la falta de acción del dominus contra el
gestor y viceversa, por el principio nemo auditur propiam turpitudinem allegans (arts.
1305 y 1306).
Esta figura tiene un carácter excepcional, por lo que requiere que se trate de evitar un
perjuicio inminente y manifiesto, es decir, una situación de urgencia. En otro caso,
depende de la voluntad del dominus que quede obligado por lo que haya hecho el
gestor (art. 1893).
Por los negocios a gestionar no ha de entenderse tan sólo actos o negocios jurídicos,
sino también la realización de actos materiales, como la reparación de a casa ajena, de
conformidad con la tradición histórica.
El gestor está obligado a continuar la gestión hasta el término del asunto y sus
incidencias, o a requerir al interesado para que le sustituya en la gestión, si se hallase
en estado de poder hacerlo por sí (art. 1888): el deber no cesa con el mero
requerimiento al dominus pero éste pude valer como causa legítima de renuncia del
gestor cuando el dominus no tenga ningún obstáculo para gestionar por sí mismo,
aunque debe continuar su gestión hasta que el dominus haya podido tomar las
disposiciones necesarias. En el desarrollo de su gestión, debe obrar con la diligencia de
un buen padre de familia e indemnizar los perjuicios que, por su culpa o negligencia, se
irrogen al dominus, siendo moderable por los Tribunales la cuantía de la indemnización
según las circunstancias del caso (art. 1889). Sin embargo, el gestor puede realizar
operaciones arriesgadas si el dominus tenía por costumbre hacerlas. Se permite al
gestor delegar en otra persona todo o algunos de los deberes de su cargo,
respondiente entonces de los actos del delegado, sin perjuicio de la responsabilidad
directa de éste para con el dueño del negocio (art. 1890.1); se establece una
solidaridad entre delegante y delegado frente al dominus. Para el dominus, la
ratificación de la gestión produce los efectos del mandato expreso (art. 1892); aun
cuando no hubiera ratificado expresamente la gestión ajena, tiene obligación de
responder de las obligaciones contraías por el gestor en su interés, indemnizándole de
los gastos necesarios y útiles y de los perjuicios que hubiere sufrido en el desempeño
de su cargo.
3. El cobro de lo indebido: el pago por error y la restitución.
El cobro de lo indebido surge cuando se ejecuta una prestación que no es debida por
error (art. 1885): “cuando se recibe una cosa que no había derecho a cobrar y que por
error ha sido indebidamente entregada, surge la obligación de restituirla”. Quien ha
pagado por error lo que no debía, tiene derecho a reclamar lo que el otro ha percibido
indebidamente. La obligación de la entrega se funda por tanto en lo indebido de la
entrega, que puede surge bien porque la deuda existe pero vincula a personas
distintas del que da y recibe el pago (indebitum ex persona), bien porque no ha
existido nunca entre el que da y recibe ninguna relación obligatoria o la que existió se
extinguió con anterioridad al pago (indebitum ex causa) o bien porque existe una
deuda entre el solvens y el accipiens pero aquel ha entregado una cantidad mayor de
la debida u otra cosa distinta de la que se pactó como objeto de la prestación a que se
obligó.
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La prueba del error del que paga se facilita mediante el establecimiento de
presunciones: la prueba del pago incumbe al que pretende haberlo hecho, así como el
error con quien lo realizó, “a menos que el demandado negare hacer recibido la cosa
que se le reclame”, en cuyo caso queda relevado de toda otra prueba; por otro lado, se
presupone que hubo error en el pago cuando se entregó una cosa que nunca se debió
o que ya estaba pagada, aunque aquel a quien se pida la devolución puede probar que
la entrega se hizo a título de liberalidad o por otra justa causa.
El solvens tiene derecho a reclamar lo indebidamente percibido por el accipiens pero el
objeto de la restitución, esto es, su extensión misma, varía según la naturaleza de la
cosa entregada y la buena o mala fe del accipiens.
4. El enriquecimiento injusto: enfoque unitario y enfoque por tipos. La condictio
por prestación, la condictio por intromisión y la condictio por inversión.
No aparece una definición de enriquecimiento injustificado en el Código Civil, a
diferencia de otros ordenamientos jurídicos que lo contemplan y definen. Aparece
regulado en el Marco Común de Referencia, por lo que se definirá cuando se reformen
los Códigos Civiles y quedará entonces regulado como institución fundamental.
En todo caso, el enriquecimiento injusto, estudiado por la doctrina, es definido por el
Código Civil Alemán (p. 812): “quien por prestación de otro o de otro modo a costa de
éste se enriquece sin causa está obligado a la restitución”. Considerando la doctrina del
TC, se puede trasladar sin problema al Derecho español.
Nuestro Código Civil, de igual manera que el Código de Napoleón, alude a la regulación
de las acciones de repetición (arts. 1803 y 1895), que son acciones de reembolso que
aparece en la normativa sobre obligaciones y contratos y no tiene nada que ver con la
acción de enriquecimiento sin causa, puesto que tienen un origen legal.
El TS ha establecido los requisitos que deben concurrir para que proceda la acción de
enriquecimiento injusto o sin causa, que son cinco:
¥ La adquisición de una ventaja patrimonial por parte del demandado, que es
quien se enriquece: Se debe haber producido por tanto un enriquecimiento
del demandado, que puede deberse a un incremento del activo patrimonial o
a una disminución de su pasivo – habrá un enriquecimiento cuando se
adquiere, por ejemplo, un derecho de crédito o real o cuando se extinga una
deuda o un gravamen;
¥ Debe existir un correlativo empobrecimiento del demandante que ejercita la
acción: Es necesario por tanto que el enriquecimiento del demandado se
produzca a costa o en perjuicio del demandante. Sin este perjuicio, no tendría
sentido la acción de enriquecimiento injustificado. El perjuicio del demandante
es exclusivamente patrimonial, no moral, es decir, ha de tratarse de un
empobrecimiento pecuniario, que sucede cuando un bien o un derecho sale
del patrimonio del demandante o el demandante deja de obtener una
ganancia. No obstante, no procede la acción de enriquecimiento injustificado
cuando el empobrecimiento es imputable al propio demandante, puesto que
no tiene un justo título para reclamar un reembolso patrimonial a quien se ha
enriquecido. El supuesto típico es aquel en que el empobrecimiento del
demandante procede de un acto ilícito o inmoral;
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¥ Debe existir un nexo causal entre el enriquecimiento del demandado y el
empobrecimiento del demandante: Es necesario que el empobrecimiento del
demandante determine el enriquecimiento del demandado. Puede suceder
que el enriquecimiento del demandado se produzca a través de un
desplazamiento patrimonial del demandante a favor de un tercero, en la
medida en que esto va a beneficiar al demandado, por quedar libre de una
obligación, por ejemplo;
¥ No debe existir una causa que justifique el enriquecimiento del demandado:
Ha de faltar por tanto una causa del incremento patrimonial a favor del
demandado. No se enriquece injustamente el que lo hace por contrato o por
adquirir un derecho en virtud de un contrato, una sentencia judicial o una
disposición legal. No opera la teoría del enriquecimiento injustificado cuando
existe una justa causa de la atribución patrimonial a favor del demandado.
Cuando, sin embargo, la atribución patrimonial a favor del demandado carece
de justa causa, sí procede la acción de enriquecimiento sin causa, destinada a
la restitución de aquello en que se enriquece el demandado – surge una acción
de quien se ha empobrecido para reclamar y obtener el reembolso de aquello
en que se ha enriquecido el beneficiado. La justa causa de la atribución
patrimonial justifica que el demandado conserve el desplazamiento
patrimonial realizado en su favor, es decir, su enriquecimiento, no pudiendo
hacer nada el que se ha empobrecido;
¥ No es necesario la mala fe del demandado que se ha enriquecido: Quien se
ha enriquecido puede haber actuado con mala fe y haberse enriquecido sin
causa, procediendo entonces la acción de enriquecimiento. La buena fe del
que se ha enriquecido no impide que el demandante que se ha empobrecido
pueda ejercitar la acción del enriquecimiento sin causa.
El contenido de la acción de enriquecimiento injustificado implica que sólo puede
solicitar que se restituya aquello en que se ha empobrecido, es decir, sólo puede
NO ES EXTRACONTRACTUAL
reclamar hasta el límite del empobrecimiento y correlativo enriquecimiento del
FALTA DE CAUSA, NO HACE demandado. Esta acción trata de equilibrar la situación pero no es en ningún caso una
FALTA CULPA NI NEGLIGENCIA.
responsabilidad civil extracontractual (art. 1902), según la jurisprudencia, puesto que
no hace falta culpa ni negligencia sino que basta con una falta de causa. No hay lugar
por tanto a daños y perjuicios – no se trata de una acción indemnizatoria. Se trata de
una acción de carácter personal y que, al no tener un plazo determinado por la Ley,
prescribe a los quince años (art. 1964). Esta acción no tiene por objeto realmente la
restitución de las cosas en que se ha empobrecido, sino la reintegración del
equivalente económico o valor pecuniario de la prestación que se ha ejecutado y ha
enriquecido al demandado. Se trata de una acción de reembolso que no una acción de
responsabilidad extracontractual. El perjuicio patrimonial no es de un daño
indemnizable.
El mayor problema que plantea esta acción es su carácter subsidiario, lo que supone
que el recurso al enriquecimiento sin causa es el único medio de defensa para cobrar
la suma en que ha enriquecido a la otra parte y evitar el empobrecimiento. Si tuviera
otro recurso, no cabría por tanto esta acción, por no estar regulada la institución por el
Código Civil. TIENE QUE SER SIEMPRE UNA ACCIÓN SUBSIDIARIA.
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