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Edgar Rodríguez
Siguiendo la idea del antropólogo norteamericano Clifford Geertz, una de las características
de las ciencias en la época contemporánea es la difuminación cada vez más creciente de las
barreras disciplinarias.1 Según él, resulta sumamente difícil, si no imposible, encontrar en la
actualidad análisis de la realidad en los que no se fusionen perspectivas teóricas, técnicas
metodológicas o herramientas conceptuales provenientes de distintos campos de saber. El
análisis psicológico no puede prescindir de la perspectiva económica, el antropológico de la
crítica literaria, incluso el filosófico de la fotografía o el cine, entre otros. Así, resultaría
estéril el análisis sociológico del problema de la denominada diferencia sin acudir
necesariamente sobre todo al ámbito de la filosofía. No sólo en términos descriptivos de la
problemática mencionada, sino sobre todo críticos, la sociología ha de participar de los
avances de la tradición filosófica para un tratamiento más acabado de los nuevos retos que
plantea el desarrollado ámbito de la diferencia, o, como lo han llamado algunos, del
diferendo, en las sociedades contemporáneas.
1
Geertz, Clifford, “Géneros confusos”, en Conocimiento local, Barcelona, Paidós, 1994.
como en la no tan fácil expulsión de hombres y mujeres de su empleo debido al color de la
piel o su origen étnico. Estos y otros cambios en las sociedades occidentales no son más
que las victorias de las luchas por la reivindicación de la diferencia que se han logrado
consolidar socialmente en lo que se conoce como las políticas de la identidad.2
2
Arditi, Benjamín (editor), El reverso de la diferencia, Venezuela, Nueva sociedad, 2000, introducción.
3
Gitlin, Todd, “El auge de la política de la identidad”, en Arditi, Benjamín (comp.), El reverso de la
diferencia, Venezuela, Nueva Sociedad, 2000, pp. 59, 60.
Ante tal situación, el problema es doble: por un lado, por el evidente entorpecimiento de la
consolidación de los procesos de democratización en términos de construcción de
sociedades incluyentes y simétricas a causa del endurecimiento de los referentes
identitarios y la oposición -más bien estética que racional- a cualquier tipo de relación con
un otro de cuyo resultado emerja el bien común; pero, por otro lado, por la dinamitación de
toda expectativa de reconfiguración de las relaciones sociales de poder entre los hombres
por parte de los grupos que históricamente se han perfilado como los más vulnerables,
excluidos o violentados, es decir, por la muerte de la creencia en la posible existencia de un
sujeto de la historia que, como creía Lukács en Historia y conciencia de clase, redimiera el
mal del mundo. Durante décadas la sociología ampliamente influenciada por el marxismo
apostó a que una vez que se socializaran los medios de producción y las clases más
vulnerables de la sociedad pudieran incidir en la configuración real de las relaciones
sociales sería posible apreciar un mundo emancipado de relaciones de poder y dominación.
Sin embargo, una vez que se ha desarrollado socialmente el problema de la diferencia y,
más aún, el de su reverso, el resultado ha sido el inverso. Esto representa un agotamiento
de las fuerzas utópicas, así como un resquebrajamiento serio de las expectativas teóricas
puestas en las filosofías de la historia hegeliano-marxistas en las distintas versiones en que
éstas se pudieron construir.
Ahora bien, ante tal situación derivada del problema de la diferencia y su reverso parece
que las vías sólo podrían ser dos: reducir el análisis social a una mera descripción de las
características sociales, culturales y de comportamiento de los individuos pertenecientes a
los distintos grupos de la sociedad o construir categorías universales independientes de
cualquier contaminación fáctica a efecto de criticar desde ellas las formas de
comportamiento, vinculación social y prácticas sociales de los sujetos. El primer caso, que
puede llevarse a cabo mediante las conocidas técnicas metodológicas del interaccionismo
simbólico y toda sociología emparentada con la descripción fenomenológica, puede llevar a
una justificación a ultranza de las formas fáctico-fenoménicas en las que se manifiestan las
prácticas sociales, culturales y económicas de los distintos grupos, con lo que se
cancelarían las posibilidades para el ejercicio crítico que define a una buena parte de la
tradición de la teoría sociológica; en el segundo caso, al asumir un discurso teórico desde
cierto tipo de parámetros críticos mediante los que se enjuicien las prácticas sociales,
culturales y económicas de determinados grupos de la sociedad, se puede cancelar la
vigencia de la realidad y sus expresiones fenoménicas de corte social cayendo en una suerte
de dogmatismo teórico.
La salida no parece fácil, pero lo que sí es un hecho es que, dadas las condiciones cada vez
más conflictivas en que se van desarrollando las relaciones sociales entre sujetos con
distintos referentes identitarios, ya no basta con que la sociología sólo describa a la
sociedad y mucho menos que la clasifique cuantitativamente sino que tenga espacio para la
construcción teórica de criterios desde los cuales criticarla. Pero para esto es necesario,
primero, dejar de considerar a los hechos sociales como cosas, pues la realidad no es una
materia prima que simplemente se clasifique y ordene a modo de reducir la contingencia
proveniente de su riqueza; la realidad social, como la ha entendido la tradición hegeliana de
la Escuela de Frankfurt, tiene una consistencia dialéctica. Por lo tanto: 1) a la realidad
social no basta con clasificarla numéricamente sino que es necesario comprenderla, 2) pero
la mera descripción hermenéutica de ella no es suficiente sino que es necesaria superar la
facticidad para realizar un ejercicio crítico, 3) este ejercicio crítico no puede, al mismo
tiempo, estar desligado de la facticidad del mundo, es decir, los criterios desde los cuales
llevarlo a cabo no pueden ser independientes de la descripción hermenéutica realizada
previamente, 4) lo cual nos lleva a considerar la necesidad de construir los puentes
necesarios para establecer las mediaciones entre lo normativo y lo fáctico.
Todos estos casos son dignos de considerarse en la construcción de una sociología que,
saliendo del dominio de los análisis empíricos más ramplones, reaccione crítica y no sólo
descriptivamente, a las características de las sociedades contemporáneas. Quizá una de las
vías más fértiles para tal empresa -toda vez que se considere que la labor sociológica tiene
una vena crítica que la lleva más allá de la descripción del funcionamiento de la sociedad-
sea la de buscar la compatibilidad entre pretensiones universales de validez que de acuerdo
a una teórica caracterización de la razón práctica nos brinden los criterios generales desde
los que sea posible el enjuiciamiento de las acciones sociales, y la descripción de las
maneras fácticas y empíricas por las que se encuentran abarcados los individuos en su
hacer cotidiano dentro de la sociedad. Esto es una trabajo que el propio Habermas ha
llevado a cabo en su intento de correlacionar sistema y mundo de la vida. Sin embargo,
dentro del corpus habermasiano queda poco espacio para la reconstrucción de las
mediaciones simbólicas que ofrecen sentido a las prácticas sociales al enfatizar la búsqueda
de los criterios normativos del lenguaje desde los cuales se fundamentan y justifican
racionalmente las acciones. De ahí la pertinencia de abordar a Paul Ricoeur por la
importante intervención que el signo lingüístico juega en la construcción de la vida
comunitaria.
Me parece que frente a las condiciones del mundo contemporáneo es cada vez más difícil –
aunque dadas las condiciones en las que se encuentra nuestra concepción de la ciencia esto
resulte, al mismo tiempo, cada vez más ilegítimo en términos científicos- que el
investigador tome distancia crítica respecto de aquellos ámbitos de la realidad sobre los que
versa su trabajo. La ciencia no puede ser neutra frente a las condiciones y avatares de la
civilización. Menos que cualquier otra ciencia, la ciencia sociológica puede pasar por
desapercibidos los problemas que apremian dentro del mundo social. Uno de ellos de
central importancia ha sido el de la diferencia y la otredad, fenómenos cuya existencia no
es independiente de las acciones concretas de los sujetos sociales, sino que se derivan
necesariamente de ellas. Razón de peso para intentar ir más allá de la mera descripción y
acumulación de datos dentro del trabajo sociológico, para construir los referentes críticos
desde los que sea posible la continua búsqueda de una sociedad más justa y simétrica.