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EN LA ENCRUCIJADA
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Francisco Leal
Buitrago,
editor

EN LA ENCRUCIJADA
COL OM B IA E N E L S I G LO X X I

Bogotá Barcelona Buenos Aires Caracas


Guatemala Lima México Panamá Quito San José
San Juan San Salvador Santiago de Chile Santo Domingo
En la encrucijada : Colombia en el siglo XXI. -- Francisco Leal
Buitrago editor. -- Bogotá : Grupo Editorial Norma, 2006.
576 p. ; 23 cm.
ISBN 958-04-9550-5
1. Ciencia política ˆ Colombia - Siglo XXI 2. Partidos políticos ˆ
Colombia 3. Conflicto armado ˆ Colombia 4. Colombia ˆ Condiciones
económicas 5. Colombia - Política y gobierno - Siglo XXI I. Leal
Buitrago, Francisco, 1937- , ed.
320.986 cd 19 ed.
A1083812

CEP-Banco de la República-Biblioteca Luis Angel Arango

Copyright © Francisco Leal


Copyright © de los autores
Copyright © Centro de Estudios Sociales
de la Universidad de los Andes
Copyright ©  para todo el mundo
por Editorial Norma, H 6
Apartado Aéreo , Bogotá, Colombia.

Impreso por Cargraphics S.A. - Impresión digital


Impreso en Colombia - Printed in Colombia

Diseño de cubierta: Camilo Umaña


Diagramación y armada: Luz Jazmine Güechá Sabogal
Corrección de textos: Guillermo Díez

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Este libro se compuso en caracteres Ehrhardt

Reservados todos los derechos.


Prohibida la reproducción total o parcial de este libro, por cualquier medio, sin
permiso escrito de la Editorial.
CONTENIDO

Introducción 
Francisco Leal Buitrago

ACTORES INSTITUCIONALES

¿HACIA EL REINO DE LOS “CAUDILLOS ILUSTRADOS”?


LOS GOBIERNOS COLOMBIANOS COMO ACTORES POLÍTICOS
Luis Alberto Restrepo 

EL CONGRESO EN LA ENCRUCIJADA
Elisabeth Ungar Bleier y Juan Felipe Cardona Cárdenas 

ENTRE EL PROTAGONISMO, LA PRECARIEDAD Y


LAS AMENAZAS: LAS PARADOJAS DE LA JUDICATURA
Rodrigo Uprimny Yepes 

LOS MILITARES: LOS DOLORES DEL CRECIMIENTO


Armando Borrero Mansilla 

¿MÁS PARTIDOS?
Francisco Gutiérrez Sanín 

ACTORES SOCIALES

BÚSQUEDA DE LA PAZ Y DEFENSA DEL “ORDEN CRISTIANO”:


EL EPISCOPADO ANTE LOS GRANDES DEBATES DE COLOMBIA
( )
Fernán E. González, y Ricardo Arias 

TRAS LA TORMENTA VIENE… OTRA TORMENTA:


EMPRESARIOS, REESTRUCTURACIÓN Y CONFLICTO
ARMADO EN COLOMBIA
Angelika Rettberg 

TREINTA AÑOS DE SINDICALISMO EN COLOMBIA:


VICISITUDES DE UNA TRANSFORMACIÓN
Miguel Eduardo Cárdenas Rivera 
LOS MOVIMIENTOS SOCIALES EN LA ENCRUCIJADA
DE COMIENZOS DEL SIGLO XXI
Mauricio Archila Neira 

LOS MOVIMIENTOS SOCIALES DE MUJERES (1970-2005).


INNOVACIONES, ESTANCAMIENTOS Y NUEVAS APUESTAS.
María Emma Wills Obregón y Diana Gómez Correal 

LA GUERRILLA MUTANTE
Román D. Ortíz 

PARAMILITARES, NARCOTRÁFICO Y CONTRAINSURGENCIA:


UNA EXPERIENCIA PARA NO REPETIR
Mauricio Romero 

DE NARCOS, PARACRACIAS Y MAFIAS


Álvaro Camacho Guizado 

POLÍTICAS PÚBLICAS

LA REFORMA ECONÓMICA: UNA APERTURA


CONCENTRADORA
Ricardo Bonilla González 

REFORMISMO INTROVERTIDO. LAS TRANSFORMACIONES


DE LA JUSTICIA EN COLOMBIA DURANTE LOS ÚLTIMOS
TREINTA AÑOS
Mauricio García Villegas 

DE TURBAY A URIBE: SIN POLÍTICA DE PAZ


PERO CON CONFLICTO ARMADO
Mauricio García Durán, S. J. 

POLÍTICAS DE SEGURIDAD:
DE IMPROVISACIÓN EN IMPROVISACIÓN
Francisco Leal Buitrago 

UN PAÍS PROBLEMA EN UN MUNDO INTERVENCIONISTA


Rodrigo Pardo García-Peña 
INTRODUCCIÓN

Francisco Leal Buitrago

:C  A:˜C O6BDH8 N ND :9>I6BDH :A A>7GD 6A;>AD del
caos. Crisis política en la Colombia de los años  (Bogotá, Tercer Mun-
do Editores-Iepri, Universidad Nacional de Colombia), producto de
los trabajos presentados en un evento realizado el año anterior en la
Universidad de California, en San Diego. Dieciséis años después, la
presente publicación hace una tarea parecida –aunque un poco más
ambiciosa– a la de aquel libro y lo actualiza. Las tres partes de aquella
publicación, crisis política y estrategias de recomposición, actores
institucionales y actores sociales, se reflejan hoy en otras tres: actores
institucionales, actores sociales y políticas públicas. El título de aquel
libro, Al filo del caos, es algo dramático, o en palabras de Marco Pala-
cios, “contiene un grano de catastrofismo” (Palacios, ). Del libro
de hoy se podría decir algo parecido, aunque lo que implica es más
bien incertidumbre, de la cual no hemos estado exentos en nuestra
historia contemporánea. Pero estas semejanzas no son accidentales o
meros pruritos de dramatizar el acontecer del país. Como se sabe, en la
coyuntura que vivió Colombia entre  y  la situación era bien
compleja, tanto que desembocó en una nueva Constitución. Aunque
ésta no solucionó las causas de tal crisis, sí representa el símbolo de
un considerable alivio. Infortunadamente, ese alivio se perdió tras
un nuevo aliento a la guerra interna y el descaro de buena parte de
la clase política que prosiguió campante por el camino de financiar
sus campañas con dineros del narcotráfico, además de revertir varios
aspectos positivos de la nueva Carta.
La continuidad de graves problemas, ya endémicos en el país,
ha hecho que numerosos analistas califiquen de crisis casi cualquier
etapa de su historia contemporánea. Naturalmente, hablar de crisis
permanente desvaloriza el término en su capacidad explicativa, ya que
la crisis se entiende como una coyuntura agravada1. No obstante, la
persistencia de serios problemas sin que se perciban soluciones efec-
tivas refleja una situación que si no es de crisis permanente, al menos
muestra la continuación de desajustes estructurales. Pero tales des-
ajustes presentan altibajos en los que de manera recurrente la opinión
pública cree –casi siempre al inicio de un nuevo gobierno– que ahora
sí halló la figura providencial que arregle sus desgracias.

 Una buena síntesis acerca de este problema se encuentra en Álvaro Ca-


macho et al., .

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Francisco Leal Buitrago

En este libro, no se trata en manera alguna de buscar una explica-


ción alternativa en las teorías contemporáneas que hablan de Estados
fracasados o Estados inviables. Aunque con cierta sofisticación, pero de
manera ligera, esas teorías proporcionan “explicaciones” que desco-
nocen el hecho central de que las sociedades a las que se les asigna tal
calificativo son un producto bien visible del surgimiento y expansión
del sistema capitalista, único en la historia con vocación universal.
Sus componentes centrales, los Estados, derivan su evolución de la
manera como se han articulado a tal sistema, compuesto, en realidad,
de muchas formas de capitalismo. Pero también hay que tener en
cuenta que los procesos internos de tales Estados son los que contri-
buyen de manera fundamental a explicar las situaciones de “crisis”.
El desarrollo del subdesarrollo, como se le llamó en su momento al
proceso paralelo y articulado de los países atrasados con respecto a los
industrializados, reflejaba una relación de dependencia. La posterior
ampliación de la brecha entre aquellos países que fueron los rectores
de la industrialización y los que se llamaron del Tercer Mundo indica
que esa condición de subordinación no ha desaparecido. Pero se ha
transformado.
En estas circunstancias, es necesario mirar la historia de los países
del antiguo Tercer Mundo a través de sus diferentes vinculaciones,
siempre de manera dependiente, con los que se autoproclamaron
como del Primer Mundo. Además, hay que tener en cuenta que esa
dependencia presenta distintas formas a través del tiempo. Por ejem-
plo, hay grandes diferencias entre las situaciones de dependencia
colonial y las que se desarrollaron luego de los procesos de desco-
lonización, en especial en América Latina donde la independencia
colonial llegó relativamente temprano, a comienzos del siglo XIX. A
la vez, la situación actual de dependencia es distinta de la dependen-
cia latinoamericana planteada de manera pionera por la Comisión
Económica para América Latina y el Caribe (Cepal) y por las teorías
que de su influencia se derivaron, en particular durante las décadas
de los años cincuenta y sesenta. En la etapa actual, la globalización
dificulta y oscurece la explicación de la nueva dependencia, debido
a las disímiles interrelaciones asimétricas entre los componentes del
sistema capitalista, pues muchas de ellas se ubican por encima de
buena parte de los Estados.
Sin embargo, estos fuertes condicionamientos que reciben del ex-
terior los países dependientes se entrelazan con los acontecimientos y
procesos particulares internos, para derivar explicaciones plausibles de
sus diferentes situaciones. De esta manera, puede llegar a entenderse
la forma como las sociedades de estos países configuraron determi-

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Introducción

nados problemas y la responsabilidad que cabe a sus dirigentes. En


ese sentido, no existen fatalidades ni destinos manifiestos, sino pro-
cesos que se pueden explicar, en los que personas de carne y hueso
construyen la historia, condicionadas en mayor o menor grado por
las tendencias estructurales, es decir, por aquellas que tienen mayor
permanencia, incluidas las que provienen del exterior. Y en estos con-
dicionamientos, naturalmente, hay diferentes responsabilidades, de
acuerdo con la articulación social que tienen las personas en grupos,
clases y organizaciones de diversa índole.
Sobre esta base se elabora buena parte de los análisis de esta pu-
blicación. En ella se trata de dar una mirada a la sociedad colombiana
contemporánea desde diferentes ángulos. Todos ellos plantean una
visión panorámica de las últimas décadas del siglo pasado en el país,
con el fin de identificar las principales tendencias históricas que se
aprecian a partir del problema concreto que trata cada capítulo. Una
vez identificadas esas características que tienen más permanencia
en el tiempo, los trabajos abordan una visión específica sobre cada
caso, centrada en especial en los dos últimos gobiernos, los de los
presidentes Andrés Pastrana Arango y Álvaro Uribe Vélez. Teniendo
en cuenta los antecedentes históricos señalados, se trata de ver cuá-
les son los problemas más sobresalientes respecto a cada uno de los
temas que trata cada capítulo. Estos temas se agrupan en tres partes:
actores institucionales, actores sociales y políticas públicas. Las tres
se centran en la política, es decir, toman las relaciones de poder como
trasfondo del análisis.
Los actores institucionales considerados en el libro son las tres
ramas tradicionales del poder público tomadas por separado –Eje-
cutivo, Legislativo y Judicial– más los militares y los partidos políti-
cos. Los actores sociales que se presentan son la jerarquía católica, el
empresariado, el sindicalismo, los movimientos sociales, las mujeres,
la insurgencia, el paramilitarismo y el narcotráfico. Las políticas pú-
blicas tenidas en cuenta son la económica, la de justicia, la de paz, la
de seguridad y la exterior.
La sección sobre actores institucionales comienza con el trabajo de
Luis Alberto Restrepo, “¿Hacia el reino de los ‘caudillos ilustrados’?
Los gobiernos colombianos como actores políticos”. Este autor hace
énfasis en la concentración de poder en el Ejecutivo, incluso con la
actual Constitución, que pretendió corregir este problema presente
en la Carta anterior. El autor señala cómo tal concentración de poder
es resultado, en buena medida, de la erosión y el debilitamiento de
los partidos políticos, que tiende a derivar en un creciente caudillis-
mo presidencial. En su recorrido histórico desde los años setenta,

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Francisco Leal Buitrago

Luis Alberto enfatiza en el proceso de decadencia de los partidos y


la personalización de la política, con lo cual el manejo del Congreso
y de los partidos presenta una traba antes que una ventaja para la
democracia, como debería ser. El acento del trabajo se centra en los
dos últimos gobiernos. El de Andrés Pastrana caracterizado por su
frivolidad y debilidad, y el de Álvaro Uribe identificado por su firmeza
y tenacidad. Naturalmente, el artículo está cruzado por los problemas
derivados del conflicto armado interno y sus protagonistas, en par-
ticular durante los últimos ocho años. Estos problemas, sin solución
a la vista, le permiten a Luis Alberto señalar que las conclusiones a
que llega el artículo son inconclusas.
El segundo capítulo, “El Congreso en la encrucijada”, fue escrito
por Elisabeth Ungar Bleier y Juan Felipe Cardona Cárdenas. El trabajo
analiza los cambios más destacados del Congreso, comenzando por la
reforma constitucional de . Los autores afirman que durante el
transcurso de esos cambios el desprestigio de la institución ha ido en
aumento. Además, las relaciones con el Ejecutivo y sus altibajos son un
aspecto destacado en el trabajo. La hipótesis que atraviesa el estudio
indica que solamente cuando los congresistas perciben peligros en su
entorno electoral se pliegan a las reformas, con la activa participación
de las cabezas de las facciones partidistas más destacadas. La parte
central del capítulo, el proceso vivido en los dos últimos gobiernos,
muestra que el reformismo ha afectado la Constitución de , no
sólo para desarrollarla sino también para revivir viejas prácticas po-
líticas que ella inicialmente pretendió eliminar. En estas reformas
sobresalen la reforma política de  y la aprobación de la reelec-
ción inmediata, que han restado poder a la clase política tradicional.
El fraccionamiento de los partidos y la heterogeneidad de intereses,
afirman los autores, impiden mantener alianzas duraderas, primando
el pragmatismo y los intereses electorales. El artículo concluye indi-
cando que el gran desafío que enfrenta el Congreso es la búsqueda
de una mayor legitimidad, frente a lo cual Elisabeth y Juan Felipe
muestran cierto optimismo.
Rodrigo Uprimny es el autor del tercero de los trabajos de la pri-
mera parte del libro. “Entre el protagonismo, la precariedad y las
amenazas: las paradojas de la judicatura” trata sobre el protagonismo
de los jueces en los últimos  años y su efecto, la judicialización de
la política. Sin embargo, esto no significa que la rama judicial esté
pasando por un buen momento, ya que hay ineficiencias e incoheren-
cias internas, además de que muchos jueces se sienten amenazados.
El trabajo explica la evolución que ha tenido este fenómeno, incluidos
sus antecedentes en el período previo a la Constitución de . En

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Introducción

esta parte inicial, Rodrigo se ocupa de los cambios producidos en la


rama judicial, en especial en su relación con la política y los partidos.
La segunda parte muestra los cambios que se dieron en la situación
y la actuación de los jueces a partir de la nueva Carta. Sobresale el
fortalecimiento del control constitucional, mediante la formulación
de nuevos derechos y la acción de tutela. También, la autonomía lo-
grada con la creación del Consejo Superior de la Judicatura. En la
tercera parte del trabajo el autor presenta ejemplos destacados sobre
la judicialización de la política, fenómeno contrarrestado –según se
ve en la cuarta parte– con ciertas dificultades en el funcionamiento
de la judicatura, en particular la persistencia de las precariedades
y las amenazas. Las incoherencias internas de la rama judicial son
el objeto de la quinta parte del artículo, el cual culmina con unas
consideraciones finales en las que Rodrigo plantea la necesidad de
lograr una mejor articulación de los rasgos que presenta la dinámica
de la judicatura.
“Los militares: los dolores del crecimiento” fue escrito por Arman-
do Borrero Mansilla. Este trabajo, que identifica el cuarto capítulo de
la primera parte del libro, presenta la evolución de las instituciones
militares en el país a partir del Frente Nacional, la cual está muy
ligada a los problemas políticos y sociales, y en particular al conflicto
interno. Los mayores cambios institucionales se han dado durante
los dos últimos gobiernos, en especial el crecimiento cuantitativo, la
profesionalización de las tropas, la modernización de los equipos y el
armamento, y la menor autonomía militar respecto a las autoridades
civiles. Los cambios en el conflicto interno, particularmente el creci-
miento de las guerrillas y los paramilitares, han sido determinantes en
los cambios de las instituciones militares, cada vez más encaminados
a restablecer el orden con una visión eficientista. En este proceso apa-
rece la tarea antinarcóticos de los militares, como efecto de la política
estadounidense y su apoyo a los cambios castrenses efectuados, lo que
ha contribuido a elevar el gasto en defensa –con énfasis en los gastos
de funcionamiento sobre los de inversión– y a mejorar las capacidades
operativas. Así mismo, los cambios efectuados se han orientado hacia
un modelo de contrainsurgencia y control territorial más elaborado.
El último de los capítulos correspondientes a los actores institu-
cionales lo escribió Francisco Gutiérrez Sanín. “Más partidos” trata
sobre el declive que han sufrido los partidos políticos en el país, co-
menzando por la crisis de  y terminando con el resultado electoral
de , que cambió la manera de hacer política en Colombia. En un
recorrido hasta , el autor muestra la manera como se produjo este
deterioro con el languidecer paulatino de la clase política tradicional

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y la emergencia de los “baronatos”, dentro de una progresiva frag-


mentación partidista surgida desde antes de la Constitución de .
Desde  se evidenció, con la derrota liberal, la declinación del
bipartidismo, rubricada en  con el triunfo del candidato disidente
del liberalismo. Se concretaron entonces tres tendencias de agrupa-
ciones políticas: la de los tradicionales, la de los transicionales, que
son herederos de los anteriores, y la de los independientes, que son el
producto surgido de la fragmentación partidista cada vez más grande.
Sin embargo, afirma Francisco, esta fragmentación y el derrumbe de
las identidades no han logrado proyectar un sistema alternativo, ya
que no se vislumbran partidos que tengan proyección nacional.
La segunda parte de esta publicación, los actores sociales, comienza
con el escrito de Fernán González y Ricardo Arias, titulado “Búsque-
da de la paz y defensa del ‘orden cristiano’: el Episcopado ante los
grandes debates de Colombia (-)”. El doble lenguaje del
Episcopado, plural e incluyente para la situación social y política, y
excluyente e intolerante para las posiciones éticas, y las consecuencias
de esta coexistencia conforman el trasfondo del análisis. La primera de
estas dos posiciones se enmarca dentro de los cambios de la sociedad
durante la segunda mitad del siglo XX. Un recorrido por este proceso
y las distintas posiciones de la jerarquía son el objeto de la primera
parte del artículo, en la que los autores destacan el impacto de la
nueva Constitución en materia de pluralismo religioso y neutralidad
del Estado en este aspecto. Pero, al mismo tiempo, la jerarquía con-
servó de manera defensiva su posición tradicional, con algún grado
de heterogeneidad. Las críticas del sector dirigente de la Iglesia al
gobierno de Samper, señalan Fernán y Ricardo, contrastaron con
el entusiasmo con que acogieron el proceso de paz de Pastrana, no
obstante su rechazo a la violación de los derechos humanos por parte
de los actores del conflicto. Un nuevo contraste se presentó con el
gobierno de Uribe, con el que la jerarquía compartió la crítica oficial
a las Farc, con matices posteriores de cuestionamiento a la manera
como percibe el gobierno el problema de la violencia, puesto que no
está claro que lo que busque sea la paz. Estas posiciones de la jerarquía,
indican los autores, se tornan en un bloque cuando se trata de afirmar
que la moral debe estar determinada por los valores cristianos. De esta
manera, la legitimidad que adquiere la jerarquía con su protagonismo
sociopolítico se ve debilitada con su posición intransigente frente a
los cambios en materia religiosa en el catolicismo.
El segundo capítulo sobre los actores sociales se titula “Tras la
tormenta viene… otra tormenta: empresarios, reestructuración y con-
flicto armado en Colombia”, de Angelika Rettberg. Los retos frente a

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Introducción

la actividad empresarial durante la última década y la manera como


los empresarios respondieron constituye el trasfondo del análisis.
Éste se caracteriza por la apertura económica, la pérdida de fuerza
de las asociaciones gremiales, el fortalecimiento de las grandes em-
presas y las complicaciones del entorno político y social, en especial
el conflicto armado interno. Los antecedentes históricos, que van
desde mediados del siglo pasado hasta la década pasada, muestran
los cambios en los intereses políticos empresariales. El aumento del
número de gremios, producto de la diversificación de la economía,
se encuentra con la merma de su capacidad y la primera gran crisis
de la economía en los años noventa. En la parte central, el artículo
aborda el principal reto político más reciente de los empresarios, cual
es su relación con el conflicto armado y los intentos de búsqueda
de paz. Angelika muestra también en esta parte la consolidación de
grandes grupos económicos y su efecto adverso sobre la organización
gremial; además, el apoyo empresarial al fracasado experimento de
paz de Pastrana y, como consecuencia, el apoyo a la confrontación
de Uribe con las Farc y la negociación con los “paras”, mediante su
política de seguridad democrática.
“Treinta años de sindicalismo: vicisitudes de una transformación”
es el capítulo escrito por Miguel Eduardo Cárdenas, que constituye el
tercero de esta parte del libro. En un recorrido histórico detallado, el
autor indica la forma como el sindicalismo pasó del control bipartidista
a la autonomía política, y luego al debilitamiento de la capacidad de
negociación colectiva, lo que abrió paso a la acción política. Entre 
y , el modelo económico se liberalizó y se centró en los sectores
financiero y de servicios, variando las condiciones de trabajo, que no
han sido asimiladas a cabalidad por la dirigencia sindical. Durante
los dos últimos gobiernos se acentuó la disminución de la cobertura
sindical, estimulada por la liquidación de empresas, la exclusión de
la nueva fuerza laboral de las organizaciones sindicales, la informali-
zación del trabajo y las políticas de privatización. La violencia contra
el sindicalismo se ha agravado, afirma el autor, en medio de pugnas
derivadas de las diferencias producidas por el conflicto armado. El
reto entonces, según Miguel Eduardo, es ver cómo se logra contener
el debilitamiento del movimiento sindical y se amplia el proceso de
unidad frente a fuerzas que son adversas a estos objetivos, en pro-
cura de una transformación de las estructuras económicas, sociales
y políticas.
El cuarto capítulo de la segunda parte es el artículo titulado “Los
movimientos sociales en la encrucijada de comienzos del siglo XXI”,
escrito por Mauricio Archila Neira. La mirada histórica inicial mues-

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tra las tendencias cuantitativas de los movimientos sociales, entre


 y . En ella se aprecia un aumento de las luchas sociales con
respecto a los años anteriores, con dos ciclos, entre  y  y
entre  y , cuyos picos coinciden con momentos reformistas.
De esta manera, señala el autor, los movimientos sociales tienden a
expresar los conflictos en la sociedad. En este proceso se nota una
creciente politización expresada en las demandas de las protestas, con
mayor presencia en las zonas con más recursos económicos y socia-
les. El análisis principal del artículo se centra en los gobiernos que
cubren el período entre  y . A pesar de sus diferencias, los
gobiernos de Andrés Pastrana y Álvaro Uribe muestran un descuido
en lo social por privilegiar la guerra, lo que ha inducido el aumento
en las luchas sociales. La globalización y el conflicto armado han
afectado a los movimientos sociales de manera ambivalente, aunque
en el gobierno actual la desinstitucionalización del conflicto social
es notoria. En la actualidad se observan variaciones en las formas de
protesta, con medios simbólicos, nuevas alianzas y actos de resistencia
civil, entre otras.
María Emma Wills Obregón y Diana Gómez Correal escribieron
el quinto capítulo sobre los actores sociales, titulado “Los movimien-
tos sociales de mujeres (-). Innovaciones, estancamientos y
nuevas apuestas”. Esta forma particular de movimientos sociales ha
adquirido preeminencia con el tiempo. Para mostrar esta tendencia,
las autoras reconstruyen su trayectoria desde los años setenta del siglo
pasado, en especial mediante la relación entre las iniciativas de las
mujeres y la política. Según las autoras, los partidos políticos y el
conflicto armado afectan a esas iniciativas, con tendencia a subordi-
narlas de manera unidireccional. Hasta , hay más desconfianzas
que articulaciones entre las mujeres que militan en política y las que
están en organizaciones. A partir de ese año, afirman María Emma y
Diana, las luchas de las iniciativas de las mujeres buscan el cumpli-
miento de sus derechos en un ambiente de degradación del conflicto
armado. Varias de las formas de participación de las mujeres tienen
que ver con los vaivenes de este conflicto, en diferentes instancias y
momentos, como lo muestran en detalle las autoras. También indican
que la presencia de las mujeres en distintas instancias políticas, de
elección y nombramiento, sigue siendo baja, aunque se evidencia que,
debido a su capacidad de movilización y coordinación, se han con-
vertido en un botín al que es importante reclutar, tanto en instancias
legales como ilegales.
“La guerrilla mutante” es el sexto de los capítulos sobre actores
sociales, que fue escrito por Román D. Ortiz. El autor muestra la

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Introducción

manera como las guerrillas se han adaptado a las distintas situacio-


nes a lo largo de cuatro décadas de existencia, con éxitos y fracasos
estratégicos. En este proceso, distingue tres etapas: ) génesis, ) mo-
dernización y expansión, y ) crisis estratégica. Esta última coincide
aproximadamente con el período de los dos últimos gobiernos. La
gran flexibilidad de adaptación de la guerrilla la analiza el autor sobre
la base de los ingredientes político-militares que se combinaron en
su nacimiento y condicionaron su comportamiento, en particular el
contexto ideológico de la Guerra Fría y la herencia del período de La
Violencia. El acceso a recursos económicos, en particular los del nar-
cotráfico, y la descentralización del Estado, facilitaron su crecimiento,
con resultados estratégicos distintos según sea el grupo guerrillero.
El punto de inflexión del crecimiento guerrillero se da en , con
el gobierno de Pastrana, gracias a la modernización castrense. El ca-
pítulo muestra en detalle cómo ocurrió este fenómeno y los efectos
que produjo en las guerrillas, incluido el frustrado proceso de paz
durante ese mandato. En el gobierno actual, el de Álvaro Uribe, las
guerrillas también mutaron, pero bajo la presión de la política oficial
de seguridad. El autor muestra también este proceso de cambio. El
capítulo concluye con algunas ideas sobre el futuro de la guerrilla
y de su prolongada capacidad de adaptación a los cambios, con una
posible combinación de factores.
El trabajo “Paramilitares, narcotráfico y contrainsurgencia: una
experiencia para no repetir” fue escrito por Mauricio Romero y
corresponde al capítulo séptimo sobre actores sociales. Este ensayo
afirma que los paramilitares son un reflejo de las dinámicas regiona-
les producto de reformas estatales y negociaciones con los grupos
insurgentes, las cuales buscaron mayor participación y competencia
política. La reacción contrainsurgente de los paramilitares se mez-
cló con el narcotráfico y ambos fenómenos terminaron apoyándose
mutuamente, con la tolerancia de los sectores estatales encargados
de preservar el Estado de derecho. Esta forma de conseguir estabili-
dad regional, diferente de las negociaciones con grupos insurgentes,
ayuda a entender la lógica de la negociación del actual gobierno con
los paramilitares y su dureza con la insurgencia. Buena parte del
artículo hace un recorrido del proceso, desde la creación del grupo
“Muerte a Secuestradores”, MAS, pasando por el modelo paramilitar
del Magdalena Medio, el saboteo a las negociaciones con las gue-
rrillas y la confrontación oficial con Pablo Escobar con el apoyo de
los “Pepes”, hasta la formación de grupos regionales en la zona del
Caribe y la consolidación de las Autodefensas Unidas de Colombia,
AUC, con proyección nacional y connivencia con el narcotráfico. En

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el análisis de los dos últimos gobiernos, Mauricio muestra cómo la


negociación del Caguán sin cese de hostilidades movilizó los miedos
de la sociedad por “la entrega del país a la guerrilla”, provocando la
pérdida de apoyo político a esa negociación. Esta situación le abrió el
camino a una rápida negociación con los paramilitares por parte del
actual gobierno y dudas sobre la desactivación definitiva del paramili-
tarismo. El autor concluye preguntándose si se recuperará el respecto
al Estado de derecho o se prolongará la crisis estatal.
El último de los actores sociales fue analizado por Álvaro Camacho
Guizado. “De narcos, paracracias y mafias” muestra la influencia del
narcotráfico en la conformación de una nueva fisonomía del país, en
cuanto a la política, la economía y la cultura, con énfasis en el primer
aspecto. La relación entre el conflicto armado interno y los narcotra-
ficantes atraviesa el trabajo en los distintos momentos que identifica
el autor. El primero se caracteriza por la producción de marihuana,
el segundo, por la producción y exportación de cocaína y el dominio
de los carteles, el tercero, por la fragmentación de las organizaciones
de exportadores, y el cuarto, por el dominio de la demanda por par-
te de organizaciones armadas ilegales. Los tres primeros momentos
los presenta el autor en sus distintas manifestaciones, con gran de-
talle, hasta llegar al año , cuando se genera el cambio radical
denominado por Álvaro de los capos a los traquetos. La situación que
transcurre desde este año hasta el año  conforma el análisis de
la presente coyuntura. La conformación de grupos de paramilitares
y la tendencia de unificación, sobre la base de toda clase de prácticas
violentas y de tráfico de drogas, son la fuente de la constitución de
nuevos poderes –económico y político– con proyección nacional. Estos
poderes regionales se infiltran en las ciudades mediante la conforma-
ción de redes mafiosas. De esta manera, afirma Álvaro, el fenómeno
del narcotráfico ha creado en el país, además de los narcotraficantes,
a los sicarios, los paramilitares y los nuevos mafiosos, alimentando el
conflicto armado interno.
La tercera y última parte del libro, políticas públicas, comienza
con la económica. “La reforma económica: una apertura concentra-
dora”, escrito por Ricardo Bonilla González, muestra cómo en los
últimos treinta años se da el tránsito de una economía protegida y
relativamente aislada a una apertura generalizada. Según el autor, estas
transformaciones tienen tres ejes: las políticas de internacionalización
y mejora de la competitividad, el control de la inflación y ajuste de
precios, y la reestructuración del aparato estatal y el ajuste del gasto
público. Los antecedentes del proceso reformista comienzan con el
Frente Nacional y terminan en los años noventa. Entre  y 

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Introducción

se da el proceso reformista a través de la apertura y cambios como el


de la seguridad social, la independencia del Banco de la República y
nuevas reformas tributarias. A partir de  se evidenciaron debili-
dades en el crecimiento, que desembocaron en una profunda recesión
que implicó un ajuste en el modelo y reformas que Ricardo llama de
segunda generación. El ajuste fiscal y reformas en la tributación, la
descentralización y las pensiones son algunos elementos destacados
de este reformismo. Pero, a pesar de todos los cambios efectuados
durante quince años, afirma el autor, las expectativas de crecimiento
y equidad no se han cumplido. Por el contrario, los efectos han sido
de deterioro de los indicadores económicos más importantes.
Mauricio García Villegas escribió el segundo capítulo de la tercera
parte. “Reformismo introvertido. Las transformaciones de la justicia
en Colombia durante los últimos treinta años” trata sobre los avan-
ces logrados por las políticas judiciales en las últimas dos décadas,
en especial en la oferta de la justicia y la protección de los derechos
fundamentales, pero también menciona la poca atención prestada a
los contextos sociales y políticos en donde operan los jueces y que
condicionan el éxito de las reformas. La primera parte del trabajo se
ocupa de los rasgos principales de la justicia, desde los años sesenta
hasta la Constitución de . Estos rasgos son la autonomía orgánica
y la dependencia administrativa, la persistencia del estado de excep-
ción, la selectividad y la congestión, morosidad e impunidad. Luego,
Mauricio trata los cambios en el sistema judicial a partir de la nueva
Carta, en especial la reforma del sistema penal y la justicia castrense,
y el fortalecimiento de los controles y garantías constitucionales. La
tercera parte analiza el contexto de la justicia, en cuanto a su debilidad
institucional y la violencia. En esta parte el autor reafirma el hecho
de la poca operatividad de las reformas, debido a la falta de atención
al entorno territorial e institucional en que se aplican. Esta situación
muestra dos proyectos divergentes en la administración de justicia: por
un lado, estabilidad y seguridad institucional, y por otro, ampliación
de los derechos humanos y la ciudadanía social. En otras palabras,
se criminalizan y restringen las garantías procesales, pero a la vez se
protegen algunos de los derechos más avanzados.
El capítulo tercero sobre las políticas públicas fue escrito por Mau-
ricio García-Durán. “De Turbay a Uribe: sin política de paz pero
con conflicto armado” trata el largo y complejo problema de la paz
en el país. En la primera parte, el autor muestra con cierto detalle la
evolución de los procesos de paz, entre  y . El modelo Be-
tancur/Farc, aunque con la participación de distintos sectores sociales
en la Comisión de Paz, diluye al interlocutor oficial, lo que contri-

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Francisco Leal Buitrago

buyó a que este modelo pronto se agotara con el rompimiento de los


acuerdos. El modelo Barco/M- fue el único que logró acuerdos de
paz, en un contexto de superioridad militar y dirección del Estado.
Luego, en el gobierno de César Gaviria, vino la aplicación al EPL del
modelo anterior. Al intentar ampliarlo a los demás grupos guerrilleros
fracasó, desembocando en la “guerra integral”. Con Ernesto Samper
la crisis política impidió un nuevo modelo de negociación. Por su
parte, el gobierno de Andrés Pastrana retomó elementos del modelo
de Betancur: negociación en medio del conflicto con agenda abierta.
Pero su política de paz –combinada con el Plan Colombia apoyado por
Washington y los esfuerzos diplomáticos por la paz– fracasó en medio
de la competencia militar entre el gobierno y las Farc. Con Álvaro
Uribe se endurecieron las condiciones para una eventual negociación,
dando prioridad a la acción militar. En este gobierno, la puerta de
entrada a la negociación son la desmovilización y la reinserción, apli-
cadas en principio sólo a los grupos paramilitares. Mauricio termina
su recorrido con las lecciones que se sacan de las experiencias vividas,
con el fin de que sean aplicadas a futuros procesos de paz.
“Políticas de seguridad: de improvisación en improvisación”, es-
crito por Francisco Leal Buitrago, trata de la evolución de las políticas
relacionadas con la seguridad, comenzando por los efectos producidos
por el Frente Nacional en los años setenta. En ese momento ya se
percibía la influencia de la concepción estadounidense de seguridad
nacional propia de la Guerra Fría, con la ideología anticomunista como
su bandera. Esta influencia contribuyó a que el tratamiento dado a
la insurgencia no fuera el adecuado, permitiendo su crecimiento, así
como el del paramilitarismo, supuestamente aliado del Estado. Este
fenómeno de crecimiento de los grupos armados ilegales alcanza su
clímax a mediados de la última década del siglo pasado, cuando se
evidencia la pobreza de las políticas de seguridad y la influencia del
narcotráfico en el deterioro de la situación. Los dos últimos gobiernos,
que constituyen la parte central del trabajo, evidencian las dificultades
para dar una solución al problema del conflicto armado interno y la
seguridad en general. En el gobierno de Andrés Pastrana hubo una
reforma militar importante con el apoyo de Estados Unidos, al tiem-
po que fracasó el último experimento de paz con las guerrillas. En el
gobierno de Álvaro Uribe se enfoca la política a través del problema
de la seguridad, en la cual los factores militares priman sobre los de
la política.
El último de los capítulos de este libro fue escrito por Rodri-
go Pardo García-Peña y se titula “Un país problema en un mundo
intervencionista”. La parte inicial del artículo muestra los cambios

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Introducción

de la política exterior del país en los últimos años, sobre la base de


las transformaciones en el sistema internacional, desde mediados de
los años setenta hasta . En este período sobresalen el fin de la
Guerra Fría, el crecimiento de la violencia interna, la conformación
de un nuevo orden mundial y el auge del narcotráfico. En el análisis
central del capítulo, que abarca los dos últimos gobiernos, el autor
muestra cómo la política exterior evoluciona en función del conflicto
armado interno y la manera como se tienden a borrar las fronteras
entre los asuntos internos y lo externos. La “diplomacia para la paz”
del gobierno de Andrés Pastrana traduce los esfuerzos oficiales para
que la comunidad internacional contribuyera a que las negociaciones
con las Farc salieran adelante. Pero, finalmente, la búsqueda de una
salida del conflicto armado fracasó. El gobierno de Álvaro Uribe busca
que esta comunidad apoye la estrategia de la “seguridad democrática”,
con el fin de derrotar a la guerrilla y dialogar con las Autodefensas
Unidas de Colombia (AUC). En este proceso sobresalen los vínculos
gubernamentales con Estados Unidos y la transformación del país en
un caso especial para esa potencia. También se destacan las dificultades
diplomáticas con Venezuela y Ecuador, todo esto como efecto de la
evolución del conflicto interno.
Es de esperar que este amplio conjunto de visiones sobre los pro-
blemas más destacados del país, a partir de los principales actores
que han configurado su historia contemporánea y de algunas de las
políticas relacionadas con tales problemas, contribuya a explicar la
compleja situación por la que atraviesa la nación. De esta manera,
es posible lograr una participación política ciudadana más amplia,
consciente y eficaz en el escenario nacional.
Una de las características de la vida moderna es la participación
ciudadana, ampliada a la par con la expansión del sistema capitalista.
La historia ya no es el producto de reducidas fuerzas dominantes
que cuentan con la participación pasiva de la mayor parte de clases y
grupos sociales, como ocurría generalmente antes del advenimiento
del capitalismo. Por el contrario, cada vez es mayor el protagonismo
de las fuerzas mayoritarias en los procesos sociales. Sin embargo, si
no existe una base importante de organización de estas fuerzas, los
resultados de la participación no serán los mejores, en el sentido de que
tenderán a imponerse los intereses de minorías que buscan cumplir
con sus objetivos a como dé lugar. Así mismo, si no existe el conoci-
miento suficiente de los procesos sociales para que las representaciones
mentales de la realidad coincidan en buena medida con ésta, seguirán
primando los intereses de las minorías en las decisiones políticas. De
ahí la importancia que tiene la difusión del conocimiento a través del

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Francisco Leal Buitrago

estudio de libros como éste, por parte de quienes tienen mayor capa-
cidad de influir en las decisiones políticas que se toman, con el fin de
buscar un mayor bienestar de la sociedad. De esta manera, es posible
avanzar hacia la realización de las utopías que facilitan la ampliación
de la democracia.
Agradezco a la Fundación Ford por el apoyo brindado a la elabo-
ración de los artículos de este libro y su publicación.

Bogotá, abril de 

Fuentes citadas
Camacho Álvaro, et al. (), “¿Crisis colombiana? Elementos de
debate”, Bogotá, Documentos Ceso No. , Facultad de Ciencias
Sociales, Universidad de los Andes.
Palacios, Marco (), Entre la legitimidad y la violencia. Colombia
 , Bogotá, Editorial Norma.

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l o s mo v i m i en t o s s oc i a l e s de 
muje r e s ( 1 9 7 0 - 2 0 0 5 ) i nno v ac i one s , 
e s t ancam i en t o s y nue v a s apue s t a s

María Emma Wills Obregón*


Diana Gómez Correal**

no es casual que a principios del siglo xxi aparezca en una


compilación sobre la realidad nacional un capítulo específicamente
dedicado a las iniciativas emprendidas por las mujeres. Desde los
noventa, en Colombia, las mujeres como colectivo adquirieron una
identidad propia que justamente reflejó en el terreno académico lo
que en la práctica ya ellas habían tejido desde finales de los setenta
del siglo pasado: la construcción de sus propios lugares de encuen-
tro; redes de comunicación, agendas y reclamos; rituales, emblemas
y fechas conmemorativas; dirigencias; y estrategias de acción. Por
esta razón, la inclusión de un capítulo dedicado al análisis del campo
de las iniciativas femeninas debe ser leída antes que nada como el
reconocimiento de la maduración, aciertos y errores incluidos, de los
esfuerzos de las colombianas durante estas décadas.
Ahora bien, frente a otros movimientos sociales, ¿cuáles son las
peculiaridades de las acciones colectivas emprendidas por mujeres? Y
desde una mirada que tiene en cuenta las tendencias latinoamericanas
de este campo de iniciativas, ¿cuál es la especificidad de la trayectoria
seguida en el país? ¿Qué nos dice la ruta colombiana de organiza-
ciones femeninas sobre el contexto político y su impacto sobre los
movimientos sociales? ¿Qué nos devela esta trayectoria de la relación
entre la esfera social y el mundo de la política?

* 
Directora del Departamento de Ciencia Política de la Universidad de los
Andes.
** 
Deseo hacer un reconocimiento a mi padre, Jaime Gómez, desaparecido el
23 de marzo de 2006 y luego asesinado. Espero que cada vez más las ideas sean
la vía para construir, y no el uso de la violencia. Añoro que algún día mujeres
y hombres no tengamos que experimentar el desgarramiento que produce la
pérdida de un ser querido de manera tan abrupta y que nuestras energías se
concentren cada vez más en la construcción de una mejor sociedad. A mi padre,
las ideas que vuelco en este escrito, con mi mayor admiración y cariño. 
Este trabajo se nutre de las investigaciones adelantadas por las autoras, en
particular de María Emma Wills O., 2004, y Diana Marcela Gómez C., estu-
diante de la maestría en Historia de la Universidad Nacional de Colombia (en
proceso). Además, los comentarios de María Mercedes Gómez enriquecieron
indudablemente el texto. A ella, nuestros agradecimientos por la lectura juiciosa
que hizo de la primera versión.

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María Emma Wills Obregón y Diana Gómez Correal

Para responder a estas preguntas, este trabajo reconstruye la tra-


yectoria de las iniciativas de las colombianas desde inicios de los seten-
ta hasta finales de 2005, relevando las modificaciones que atraviesan
el propio campo, resultado tanto de aprendizajes internos como de la
persistencia de errores propios; y de las transformaciones del contexto
político colombiano e internacional. En particular, la investigación se
centra en reconstruir los períodos por los que atraviesa la compleja
relación entre las iniciativas de las mujeres y el mundo de la política
–partidos, actores armados, instituciones y régimen político–, y evalúa
sus mutuos impactos.
Siguiéndole la pista a esta relación, estas páginas demuestran
cómo la trayectoria de las iniciativas de las colombianas durante
estas décadas pasa por tres momentos claramente distinguibles
(1970-1988; 1988-1998; 1998-2005): desde una sobrepolitización
profunda producto de las propias concepciones de las mujeres sobre
su quehacer y un bloqueo muy alto de la política frente a ellas, el
campo transita en un segundo período hacia un esfuerzo de plura-
lización interna en medio de una apertura gradual de la política en
general, y en particular, frente a la presencia femenina, para con-
cluir en el último período en una sobrepolitización de las acciones
colectivas emprendidas por las colombianas, esta vez producto de
la guerra misma, en medio de un continuo desbloqueo de la política
en términos de presencia de mujeres, mas no necesariamente de
representación de los movimientos, agendas e iniciativas femeninas
y feministas.

.  Aun cuando varios movimientos sociales han hecho el tránsito de lo social
a lo político de manera exitosa (los Verdes en Alemania en el siglo XX, el Movi-
miento Indígena Quintín Lame en Colombia), la secuencia contraria de partido
hacia movimiento social es la que tiende a chocar contra la construcción demo-
crática de la ciudadanía, puesto que impone una lógica de militancia de partido,
con su propia noción de justicia, Estado y nación, a unas iniciativas compuestas
de distintas afinidades partidistas. Los partidos, por su propia naturaleza, buscan
coordinar, reclutar y enfilar individuos hacia unas metas colectivas abarcantes,
de tal suerte que responden a unas lógicas de articulación y homogeneización
de la acción. Por el contrario, las iniciativas sociales emergen desde la pluralidad
social y buscan preservar esa pluralidad, desde los lazos de vecino/a a vecina/o,
sin imponer a quienes se reúnen, una única visión de totalidad. Las lógicas de
la sociedad civil son múltiples y permiten que ciudadanos que se confrontan en
el terreno partidista como adversarios, se encuentren en torno a la defensa de
iniciativas sociales como vecinos/as en una relación de horizontalidad y cama-
radería. Cuando en este trabajo nos referimos a sobrepolitización, justamente
estamos señalando la imposición de una lógica totalizadora y homogeneizante
a iniciativas sociales.

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Los movimientos sociales de mujeres (1970-2005)

En términos generales, el análisis de estos tres momentos ilustra


cómo las dinámicas partidistas y del conflicto armado irrumpen
en el campo de iniciativas de las mujeres, con efectos no siempre
positivos; y a la vez, cómo las dirigentes feministas y femeninas no
logran abrirse un camino propio en el mundo de la política. Estas
líderes y los discursos que ellas agencian no consiguen, no obstante
la imbricación anterior, abrirse paso dentro de las estructuras po-
líticas. Parecería entonces que la superposición que se va gestando
durante estos años entre movimientos de mujeres, instituciones,
partidos y actores armados no es de doble vía y de tipo simétrico,
sino, por el contrario, más en una dirección y subordinante: del
Estado y los actores políticos, armados y desarmados, hacia el cam-
po de acciones colectivas de mujeres; y no con la misma fuerza en
sentido inverso.
En síntesis, la reconstrucción de la trayectoria de este campo
revela cómo, a la vez que hay una implantación de las enemista-
des y de las lógicas tejidas en la esfera política sobre el terreno
de iniciativas sociales con distintos repercusiones según los mo-
mentos (infringiendo la fina línea que separa la politización de lo
social de su sobrepolitización), simultáneamente se produce un
bloqueo parcial de la representación de lo social en lo político, ya
sea en términos de ascenso de líderes femeninas y feministas en
el interior de las estructuras partidistas e institucionales, ya sea
en relación con agendas y reclamos elaborados por los propios
movimientos que no son recogidos por los partidos y las propias
instituciones.
Además, el siguiente relato muestra cómo la trayectoria de inicia-
tivas femeninas en Colombia encierra, no obstante la similitud que la
asemeja con la de otros países del continente, una particularidad que
deriva de la relación entre iniciativas sociales y mundo político en un
contexto de guerra. Por un lado, en Colombia, la falta de distancia
entre la arena de las iniciativas sociales y el terreno de la política y
sus actores ha menoscabado la capacidad de actuación y el potencial
pluralizador de los movimientos sociales, incluidos los de mujeres.
Esta ausencia de espacio entre los momentos “civil” y “político” que
puede caracterizar la situación de otros países, en Colombia tiene unas
consecuencias particulares y bastante nefastas, en la medida que en el
terreno de la política se combinan, en distintos grados y no siempre
de manera explícita, balas y votos.

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María Emma Wills Obregón y Diana Gómez Correal

Emergencia y consolidación del campo de iniciativas colec-


tivas de las colombianas (1970-1998)

Los años iniciales (1970-1988): ¡Oh!, Familia:


¡que te lluevan lenguas de fuego!
En Colombia, como en muchos otros países, el final de la década
de los sesenta marcó el inicio de un ciclo de movilizaciones. A dife-
rencia de Argentina, Chile o Brasil, que se deslizaban hacia dictaduras
militares, en Colombia, luego de los años aciagos de La Violencia,
este ciclo de movilizaciones se desenvolvió en un contexto donde las
élites políticas liberales y conservadoras se comprometían a abando-
nar los discursos que aniquilaban al adversario y firmaban pactos de
convivencia institucional. Las reglas de juego acordadas entre ambos
partidos estipulaban, por un lado, que el liberalismo y el conserva-
tismo compartieran el poder durante dieciséis años, y por otro, que
se excluyera de la competencia electora, sin declararlas ilegales, a las
fuerzas políticas de izquierda.
En medio de un clima de efervescencia social y política inspirada
en eventos de proporciones históricas como la Revolución Cuba-
na o las movilizaciones contraculturales radicales de Europa, EE.
UU, o México, la prohibición a las izquierdas de participar en la
competencia electoral les daría a muchos la sensación de vivir bajo
un esquema dictatorial que no dejaba a la protesta opción distinta
que la toma de las armas. Por esta razón, a la vez que el Frente
Nacional puso punto final a los antagonismos a muerte entre libe-
rales y conservadores, también generó una polarización política de
nuevo cuño entre derechas e izquierdas que se jugó, más que en el
terreno electoral, en los escenarios de la plaza, la disputa social y el
alzamiento armado.
A pesar de las interpretaciones que asociaban el régimen político
colombiano a las dictaduras, y visto con la ponderación que otorga
la distancia histórica, el Frente Nacional fue un arreglo de visos au-
toritarios, sospechoso de las disidencias y represivo frente a líderes
de la protesta social, pero no alcanzó a desplegar jamás los rasgos
institucionales que distinguen a las dictaduras de las democracias.
Durante esos dieciséis años, el Congreso se mantuvo funcionando y
fue escenario de intensos debates, y la Procuraduría y la Contraloría
siguieron siendo instituciones separadas de la rama ejecutiva, de tal
manera que la división de poder se mantuvo vigente.
Es en medio de ese clima social polarizado entre izquierdas y par-
tidos tradicionales y la despolitización de las elecciones que nacen

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Los movimientos sociales de mujeres (1970-2005)

las primeras iniciativas feministas de segunda ola en Colombia y se


mantienen vigentes algunas organizaciones que buscan darle conti-
nuidad a las luchas sufragistas de la primera ola.
Entre estas organizaciones que hacen el puente entre los movi-
mientos sufragistas y las iniciativas feministas de segunda ola, se des-
taca la Unión de Ciudadanas de Colombia (UCC). Unos días antes
de que se celebrara el Plebiscito de 1957, en la ciudad de Medellín,
no en la capital, un grupo de mujeres profesionales impulsó la idea
de crear “una institución que preparara a la mujer para desempeñar
satisfactoriamente su nuevo rol de sujeto de derechos y deberes, sin
limitaciones en el campo jurídico y además que formara su conciencia
política y proporcionara su organización como ciudadana” (Turizo,
s.f.: 46). La UCC se vuelca entonces a desarrollar iniciativas pedagógi-
cas y a investigar las distintas manifestaciones de la discriminación de
las colombianas, depositando en sus años iniciales una gran confianza
en el poder transformador del conocimiento académico y las reformas
jurídicas. A pesar de proclamar el pluralismo partidista en su interior,
la UCC, por el apoyo que recibió del Partido Liberal en sus inicios, se
asoció a esta corriente política.
A diferencia de esta iniciativa que se encuentra en continuidad con
las luchas sufragistas de décadas anteriores, emergen, a finales de los
sesenta y principios de los setenta, grupos de feministas animados
por otros imaginarios, otras exigencias y otros sueños, pero, por sobre
todo, por otras definiciones de “buena vida” y de moral privada. Si las
primeras feministas del país lucharon desde una orilla que respetaba

.  La primera ola de acciones colectivas feministas fue la sufragista que


luchó por obtener el derecho a elegir y ser elegidas de las mujeres, y que buscó
garantizar la igualdad en términos de derechos civiles. La segunda ola arranca
en la década de los sesentas en Occidente y aboga por el reconocimiento de las
diferencias femeninas, y por transformaciones en el campo de la cultura y la
cotidianidad, de tal manera que la igualdad consagrada formalmente en muchos
países se convierte en práctica.
.  En 1968, la UCC llevó a cabo una investigación sobre la realidad política;
en 1973, emprendió un estudio sobre la discriminación social y jurídica de la
mujer; en 1974, la UCC lanza una declaración contra las discriminaciones jurí-
dicas aún imperantes en el país y emprende la campaña de divulgación “Ley,
Igualdad, Derechos” (LID), y luego lanza la campaña “¡Distintos sí, pero des-
iguales no!”; en 1977, organiza el Primer Encuentro Continental de la Mujer
en el Trabajo; y en 1979, desarrolla una investigación sobre “La mujer en la
vida cívica y política del país”, y crea el centro de Investigación, Información
y Documentación sobre Mujer, niño y familia, en Medellín; en 1981, la UCC
investiga sobre “Las políticas sociales del Estado colombiano y su relación con
la vinculación de la mujer trabajadora en el desarrollo”, y en 1987, realiza el
“Estudio de la violencia contra la mujer”, en Rosa Turizo de Trujillo, op. cit.

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María Emma Wills Obregón y Diana Gómez Correal

los cánones mínimos de la moral privado-pública de su época –hasta


los sesenta, ni las inclinaciones “naturales” de las mujeres hacia la
maternidad, ni su condición heterosexual, ni su dedicación a la buena
marcha del hogar fueron puestas en duda– las nuevas militantes de
los setentas exigen rompimientos mucho más tajantes. Consignas
como las siguientes revelan la profundidad de los cambios: “No nos
culpemos, ¡denunciemos la violación!”; “Hijos por decisión, no por
azar”; “Mi cuerpo es mío”; “Cuando una mujer dice no, ¡es no!”;
“¡Toda penetración es yanqui!”; ¡Oh, familia: que te lluevan lenguas
de fuego!”. Sus reclamos en esta ocasión impugnan las construcciones
culturales de lo femenino y de lo masculino que encierran a las mu-
jeres en los cuatro muros del hogar, y a los hombres, en estereotipos
varoniles que cercenan su sensibilidad.
Pero, ¿cómo se manifiesta en esa etapa la paradoja de la sobrepoli-
tización de las iniciativas sociales del campo feminista, por un lado, y
el bloqueo parcial de la representación de sus reclamos en el interior
de los partidos?
En primer lugar, los distintos “combos” aglutinan por lo general
a mujeres provenientes de un mismo partido de izquierda. Unas des-
cienden del Partido Socialista de los Trabajadores, otras, del Partido
Comunista Marxista-Leninista, o del propio Partido Comunista co-
lombiano en cuyo interior se ha gestado la Unión de Mujeres Demó-
cratas (UDM). Estas filiaciones originales marcan las posiciones que
desarrollan estas mujeres como feministas frente a las estructuras
partidistas.
Las que militan en partidos socialistas, más flexibles y abiertos a
los discursos feministas, desarrollan posiciones donde la defensa de
reclamos feministas se combina con las luchas socialistas, para plas-
marse en posturas de “doble militancia”. Pero otros partidos, más
vinculados al comunismo, levantan barreras frente a los discursos
feministas –“Bajo el argumento de que el feminismo divide a la clase
obrera y es expresión de deseos burgueses, el Partido cierra toda po-
sibilidad de discusión”– hasta el punto de que estos reclamos quedan

.  Entrevista a Cris Suaza, Bogotá, febrero de 2000.


.  Entre las mujeres que militan se hallan: Socorro Ramírez, Luz Jaramillo,
Gladis Jimeno, Laura Restrepo, Rocío Londoño, esta última milita, pero no en
la causa feminista, por considerar que ella divide. La anterior cita proviene de
Luz Jaramillo (1982, pp. 176-189) Socorro Ramírez es candidata a la presidencia
por una coalición de izquierda en 1978 y defiende en la plaza la despenalización
del aborto.
.  Entrevista a Magdala Velásquez, realizada por María Emma Wills en
febrero de 2000.

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Los movimientos sociales de mujeres (1970-2005)

silenciados. Sus cuadros femeninos tampoco logran ascender en sus


estructuras y, por el contrario, se enfrentan a “un celo infundado por
parte del hombre… una especie de barrera infranqueable que crea
para nosotras una pesada atmósfera de cansancio y desaliento… (Por
lo demás, su baja presencia en congresos e instancias de autoridad) es
una auténtica demostración, no de la falta de capacidad de la mujer,
sino de la incapacidad del partido para aplicar la igualdad de derechos”
(Moreno, 1972: 60).
Quienes confrontan estas barreras en carne propia optan por desa-
rrollar en el nivel teórico una concepción de autonomía del movimiento
feminista que exige rompimientos totales con cualquier estructura par-
tidista, de izquierda o derecha, por concebirla como ineludiblemente
patriarcal. Estas concepciones, que hubieran podido incitar a una plu-
ralización del campo de iniciativas feministas, bloquean este impulso
por la manera como asumen la defensa de esa autonomía: en lugar de
aceptar una multiplicidad de afinidades partidistas, las mujeres ubicadas
en esta orilla defienden su posición como si fuese una militancia absoluta
más, a imponer sobre la totalidad de la comunidad de feministas. Por
eso, terminan excluyendo tajantemente de sus lugares de encuentro a
quienes optan por la otra ruta, la de la doble militancia.
Una segunda discusión que divide al campo de iniciativas femi-
nistas tiene sus orígenes en la proveniencia social de las mujeres y la
manera como abordan la política. Para aquellas que nunca han militado
ni en los sindicalismos ni en los partidos, el terreno de lo cotidiano
es el escenario de las grandes transformaciones históricas, mientras
que la política es un mero ropaje, una actividad que no logra tocar
los cimientos de una sociedad. Esta corriente confluye con la que
proclama la autonomía del movimiento para confrontarse a fondo
con todas aquellas que defienden la doble militancia.
En cuanto a las liberales, asociadas a la UCC, y su relación con las
estructuras partidistas, es necesario indicar que en 1974 se produ-
ce una convergencia de propósitos entre la agenda que impulsa esta
organización y Alfonso López Michelsen, quien, como presidente,
expide el decreto 2820, por el cual se proclama la igualdad jurídica
de los sexos. Cinco años más tarde, las Naciones Unidas aprueban la
Convención sobre la Eliminación de toda Forma de Discriminación
contra la Mujer, mejor conocida como CEDAW por su sigla en inglés,
que se convierte en Colombia en ley de la República en 1981. En
medio de ese clima internacional propicio, Belisario Betancur nombra
en 1982 en todos los viceministerios a mujeres profesionales, entre
ellas, a Cecilia López en Agricultura y a Helena Páez de Tavera en

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María Emma Wills Obregón y Diana Gómez Correal

Trabajo, ambas gestoras desde sus cargos de las primeras políticas


específicamente orientadas hacia las mujeres.
Pero mientras mujeres profesionales altamente calificadas se abren
paso en los altos cargos de designación, no ocurre lo mismo ni en las
estructuras directivas de los partidos liberal y conservador, ni en la
constitución de listas electorales. Por esta razón, en 1989, varias diri-
gentes liberales expresan el mismo reclamo que las comunistas unos
años atrás en la convención de su partido, aduciendo que a las mujeres,
“que aportamos el cincuenta y dos por ciento de la votación de nuestro
partido, se nos desconoce el derecho de participación en las Convencio-
nes Departamentales consagrado en los Estatutos, y en la Convención
Nacional tenemos apenas una representación del 14%”.
Si todos los anteriores hechos ilustran el bloqueo a la presencia de
mujeres en órganos directivos de los partidos y en listas electorales, y
las resistencias a incorporar los reclamos femeninos y feministas, ¿en
qué se plasma la sobrepolitización? Por un lado, y como ya se mencio-
nó, las mujeres se reúnen para impulsar iniciativas de corte feministas,
según los “combos” políticos a los que pertenecen o pertenecían. En
segundo lugar, los escenarios de articulación entre esos combos son,
aunque no inexistentes, escasos. Frente a las preocupaciones por la
situación de la mujer colombiana, pesan más las filiaciones partidis-
tas o las posiciones políticas (autónomas versus doble militancia). Y,
por último, la sobrepolitización se manifiesta en el hecho de que los
distintos enfoques políticos frente a la subordinación de las mujeres,
no sólo generan controversia, sino enemistades absolutas profundas
hasta generar dinámicas de amigas/enemigas de tipo partisano entre
ellas mismas.
En particular, esta animadversión se cristaliza en el Primer En-
cuentro Feminista Latinoamericano y del Caribe que se realizó en
Bogotá en 1981. Varias dirigentes no pueden ingresar al evento porque

.  Esmeralda Arboleda, María Elena de Crovo, Cecilia Fernández de Pa-


llini, María Isabel Mejía Marulanda, y siguen otras firmas: Proposiciones y
constancias, Convención Liberal de 1989.
.  No obstante la desconfianza de las izquierdas frente a las esferas oficiales,
a raíz de la campaña para despenalizar el aborto en Colombia emprendida en
1978, dirigentes feministas promueven “reuniones con senadoras, y se organi-
zan manifestaciones diurnas y nocturnas”. El 8 de abril de 1979 se realiza un
encuentro de mujeres en el Planetario Nacional y el 29 de agosto de ese mismo
año se lleva a cabo una Jornada Nacional. Poco después, Consuelo Lleras de
Samper presenta un proyecto al Congreso de la República para modificar la
legislación que, a pesar de su moderación, es derrotado. Entrevistas a Cris Suaza
y Luz Jaramillo, Bogotá, 2000.

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Los movimientos sociales de mujeres (1970-2005)

las organizadoras las asocian a estructuras partidistas, lo que las con-


vierte, dentro del clima de intolerancias reinante, en “sospechosas”.
La obsesión por hacer respetar el feminismo auténtico se plasma en
esta confrontación: “Nos aplicaron el feministómetro”, recuerdan
algunas de las que fueron excluidas.
Desafortunadamente, en aquellos tiempos, al decir de una de las
pioneras, “las feministas no pudimos aceptar a las que no eran se-
mejantes”. En parte, la intensidad de las enemistades tiene que ver
con el errado pero muy afianzado supuesto en aquel entonces de la
existencia de una “sororidad” entre mujeres, una única comunidad,
fundada en una misma experiencia de opresión. Los disensos en esos
años se viven entonces más como traiciones que como parte consus-
tancial de un proceso de construcción de identidad colectiva. Por lo
demás, la profundidad de la confrontación también pone de presente
el hecho de que aunque la sociedad colombiana empieza a dejar de ser
tan fervientemente católica, aún no alcanza a comportarse de manera
secular. Por esta razón, así como en las izquierdas, donde al decir de
una de sus militantes predomina el canibalismo, cada corriente fe-
minista vive la defensa de su causa con un fervor y dogmatismo muy
semejante al que despiertan las afiliaciones religiosas fundamentalistas.
Finalmente, aun cuando como en otros países los feminismos van en
busca de su propia verdad y se definen en contra de un enemigo común
–las dictaduras en el poder–, en Colombia, la existencia de elecciones,
partidos, cierre del régimen, represión y guerrillas, se convierte en
impedimento para la constitución de un punto de aglutinamiento en
común. De allí, quizás, que las rivalidades adquieran tal relevancia y
se muevan bajo dinámicas de amigas/enemigas que no dejan espacio a
la pluralización y articulación parcial y transitoria de las iniciativas.
El descubrimiento de las propias diferencias:
pluralización y desbloqueos parciales (1988-1998)
Luego de este primer momento, que por lo demás otorgó prio-
ridad a proyectos volcados hacia la esfera cultural, se constituye un
segundo intervalo (1988-1998) donde las posiciones antipolíticas de
los años iniciales fueron retrocediendo ante la necesidad sentida en
ese momento de participar en los debates de la Asamblea Nacional
Constituyente. Es bajo esa circunstancia que la inclinación a influir
en política y sobre los partidos se abre paso con mayor fuerza en me-
dio del respaldo, en la década de los noventa, de las agendas globales
producto de conferencias mundiales y de los recursos financieros

.  Entrevista a Cris Suaza, febrero de 2000.

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provenientes de fondos internacionales. Pero, a diferencia de otros


países, este giro hacia la política acontece en Colombia en medio del
recrudecimiento del conflicto armado, hasta tal punto que ya para
mediados de los noventa la manera de nombrar la confrontación se
transforma y los colombianos empiezan a hablar y a asumir que viven
en un país en guerra. Desafortunadamente, a la vez que se aprueba
una constitución de estirpe mucho más democrática que la anterior,
los actores armados que no participan en la Asamblea pasan de ser
grupos alzados en armas a convertirse en ejércitos poderosos trenzados
ya no en un conflicto interno sino en una guerra, nutrida en parte con
dineros del narcotráfico. En esta circunstancia de polarización armada
los impulsos iniciales hacia una pluralización del campo de iniciativas
sociales encuentra serios impedimentos, pues los actores armados
pretenden no dejar nada, ni conciencias, ni recursos, por fuera de la
confrontación armada. Esta doble transición, por un lado, constitu-
cional y, por otro, de la guerra, ¿cómo afecta la compleja relación entre
las iniciativas femeninas y feministas y la esfera política?
En primer lugar, un evento nacional inusual –la elaboración de
una nueva constitución–, aunado a un contexto internacional que
enfatiza el discurso de los derechos, reconfigura los términos en los
que las mujeres organizadas formulan sus reclamos y sus estrategias
políticas10. Aun cuando muchas corrientes asumen en ese momento
que las reformas jurídicas y constitucionales son insuficientes por si
solas para transformar las relaciones de subordinación femeninas, la
mayoría está dispuesta a apostarle a un cabildeo a fondo frente a los y
las constituyentes, para dejar consagrados nuevos derechos y reglas
que favorezcan la equidad de género. En este sentido, todos los esfuer-
zos mancomunados por dejar huella en el nuevo pacto constitucional
son una manifestación explícita de la voluntad de involucrarse en
escenarios del mundo de la política “formal”. En torno a este pacto,
por lo demás, se realizan regionalmente innumerables encuentros y
audiencias públicas de mujeres para elaborar, de abajo hacia arriba,
la agenda a defender ante la asamblea.
A pesar de algunos momentos de tensión alrededor de la mejor
estrategia para incidir en la asamblea, y aun cuando no alcanzan a ser
elegidas las mujeres provenientes de una experiencia feminista, la red

.  “Liberales, comunistas, conservadoras y socialistas de 17 organizaciones,


luego de largas discusiones y de consultar otras constituciones y propuestas
hechas por mujeres en otros países, elaboramos un proyecto de modificaciones y
adiciones a la Constitución de 1886, que remitiríamos el 23 de marzo al entonces
ministro de Gobierno, César Gaviria”. En Tamayo, 1998.

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Mujer y constituyente pierde el primer round de la pelea –derechos


sexuales y reproductivos referentes a la libre opción de la maternidad
y una definición abierta de familia11– pero logra que la mayoría de sus
propuestas queden consignadas en distintos artículos.
A partir de ese momento, y durante todos los noventa se multipli-
can las iniciativas de mujeres constituidas en red: La Red Nacional
de Mujeres, la Red de Educación Popular entre Mujeres de América
Latina y el Caribe (REPEM); la Red de Derechos Sexuales y Repro-
ductivos, y la Red Mujer y Habitat, la mayoría de las cuales pertenecen
a su vez a redes de carácter global. Todas estas iniciativas reciben un
impulso de varias conferencias mundiales que abordan, desde distintos
énfasis, los derechos humanos de las mujeres12. Simultáneamente,
se mantienen organizaciones nacidas en la década anterior, como la
Asociación Nacional de Mujeres Campesinas e Indígenas de Colombia
(ANMUCIC), y fundaciones y ONG que han cumplido un papel central
en las luchas por la ampliación de la ciudadanía de las colombianas,
como la Casa de la Mujer y FUNDAC, en Bogotá; Centro de Atención
para la Mujer y la Infancia (CAMI), de Cali, o la Organización Feme-
nina Popular (OFP), de Barranca. Dentro de ese campo heterogéneo,
las iniciativas por la paz y las acciones de madres de desaparecidos, se-
cuestrados y soldados retenidos adquieren mayor visibilidad. Paralelo
a esa pluralización, en la agenda internacional se abre paso con fuerza
el discurso de defensa del derecho a la diferencia. Finalmente, durante
este período adquiere mayor peso dentro del campo de iniciativas una
corriente dispuesta a apostarle a la consolidación democrática en el
país por la vía del fortalecimiento institucional y el cabildeo frente a
partidos, Parlamento e instancias jurídicas.
Aun cuando la defensa del derecho a la diferencia dentro del pro-
pio campo se manifiesta y es durante esa década que se empieza a
hablar en términos de feminismos y movimientos sociales de mujeres
en plural, se manifiestan aún en algunos momentos críticos ciertos

.  La red abogaba por no consagrar la estructura familiar nuclear padre-


madre-hijos como la única refrendada constitucionalmente y dejar abierta la
definición de familia, en consideración de las distintas opciones sexuales de los y
las colombianas, y de las distintas maneras de concebir la familia. Sin embargo,
este punto fue derrotado.
.  En Viena, en 1993, se realiza la Conferencia Mundial de DDHH que
reconoce la especificidad de los DDHH de las mujeres; en El Cairo, en 1994,
se realizó la Conferencia Mundial sobre Población, donde la discusión sobre
derechos sexuales y reproductivos ocupó lugar prominente; y es en Beijing, en
1995, de donde emerge una agenda global de las mujeres que sirve de marco a
luchas locales para la consecución de una ciudadanía plena para las mujeres.

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gestos de sobrepolitización. En distintos encuentros realizados13 du-


rante la década, las organizadoras, en lugar de centrarse en la cons-
trucción de una mínima agenda compartida y dejar en libertad a las
distintas corrientes feministas y femeninas de escoger la estrategia
de participación según su entender, pretenden generar una postura
política unificada en todas las participantes. En esos momentos, tales
pretensiones modifican la naturaleza de los liderazgos y las organi-
zadoras terminan asumiendo un papel de cuadro político en busca
de reclutamiento mientras abandonan el de dirigente social. De esta
manera, transforman una esfera en principio plural en un escenario
de homogeneización partidista.
La incidencia de rasgos peculiares de la política colombiana se
manifiesta también en otro proceso y deja su sello: durante estos años
arriban demócratas,14 es decir, mujeres que ocupan altos cargos en las
burocracias estatales, con sensibilidad frente a las discriminaciones
de género, a espacios institucionales de poder o a cargos de elección,
pero el potencial de que actúen coordinadamente, así sea de manera
transitoria para impulsar proyectos compartidos, se ha visto cercenado
por la interferencia de prácticas partidistas profundamente arraigadas
en el país. Dada la estructura personalista de los partidos, los cuadros
femeninos compiten entre sí de tal manera que cuando mujeres de
una misma filiación política ocupan cargos de autoridad y poder, en
lugar de emprender acciones coordinadas, se enfrascan en conflictos
que terminan debilitando las estrategias que cada una ha emprendido
por separado, y en competencia entre sí15.
Además de estas situaciones, en un contexto de guerra como el
colombiano, acciones emprendidas por la paz tienen una enorme di-
ficultad para no ser asociadas a uno u otro polo del conflicto. En la
medida en que las mujeres adquieren mayor visibilidad en escenarios
públicos y reclaman ante actores armados, Estado y partidos, sus
agendas y sus organizaciones se convierten en botín de reclutamiento
político. Sus agendas son apropiadas por uno u otro polo del conflicto,

.  Así ocurrió en el Encuentro “Un abrazo amoroso por la vida”, reali-
zado el 13, 14 y 15 de octubre de 1990 en Bogotá con delegaciones de todas las
regiones, o cuando se buscó articular las distintas iniciativas sociales en torno a
una agenda para llevar a Beijing.
.  Femócratas: burócratas con conciencia feminista, ver Lycklama a Ni-
jeholt et al., 1996.
.  Éste fue el caso de Cecilia López Montaño, ministra de Agricultura
y luego directora de Planeación Nacional, Piedad Córdoba, parlamentaria, y
Olga Amparo Sánchez, feminista nombrada en la Dirección Nacional para la
Equidad de la Mujer (DINEM), bajo el gobierno de Samper.

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Los movimientos sociales de mujeres (1970-2005)

lo cual interfiere con sus anhelos de autonomía. Así, iniciativas que


pretenden ser ajenas a filiaciones partidistas terminan siendo apro-
piadas por actores políticos. En medio de la degradación de la guerra
y la polarización de posiciones, estas apropiaciones no consentidas
le acarrean al campo de iniciativas femeninas por la paz una serie
de dificultades, aumentan los riesgos de su accionar y bloquean su
potencial para transformarse en espacio de interpelación de mujeres
de muy distintas vertientes partidistas que podrían aglutinarse en
torno a profundos sentimientos de cansancio y repudio a la guerra.
La naturaleza confusa de la confrontación armada explica por qué
en Colombia, a diferencia de lo ocurrido, por ejemplo, en Argentina
bajo la dictadura, no ha sido posible gestar una organización sombrilla
como la de las Madres de la Plaza de Mayo, cuyas afiliadas tenían todas
un enemigo en común. Esta dificultad adquirirá aún mayor relevancia
en el tercer período (1998-2005).
En cuanto a las barreras en los partidos y las instituciones, las mu-
jeres profesionales continúan abriéndose muy gradualmente paso en
cargos de designación, mientras en el nivel parlamentario, la presencia
femenina aumenta tímidamente pero se estanca en niveles muy bajos
en alcaldías y gobernaciones (Wills, 2005). Las rutas de acceso a la
política se diversifican y llegan mujeres provenientes de movimientos
evangélicos y negritudes, con capital político propio, o como relevos de
familiares que han tenido que abandonar esa actividad, por amenazas
o por corrupción. Sin embargo, esta mayor heterogeneidad no implica
que en los órganos representativos se oigan más voces concernidas con
la subordinación femenina o las discriminaciones de género. Como
ya se sabe, un cuerpo de mujer no es garantía de una sensibilización
frente a estos asuntos. Por esta razón, durante este período no se
puede decir que los discursos, agendas y reclamos agenciados por
ese campo dinámico de iniciativas femeninas se hayan visto reflejados
en la esfera política. Entre mujeres en política y mujeres en organi-
zaciones sociales, más que encuentros y articulaciones, se presentan
desconfianzas y silencios.

Guerra, dislocaciones y antagonismos (1998-2005)


Durante este período las luchas de las iniciativas feministas y fe-
meninas del país se mantienen articuladas en una serie de procesos
que buscan materializar el cumplimiento de los diferentes derechos
humanos de las mujeres en un contexto de degradación del conflicto
armado. El escalonamiento de las confrontaciones, las crisis humani-
tarias y los golpes a la sociedad civil con el asesinato de importantes
líderes y liderezas, pero también de mujeres y hombres del común,

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hijos, hijas, esposos y otros familiares, ha invitado a las mujeres a or-


ganizarse e incidir de manera más directa en la búsqueda de una salida
negociada del conflicto. Esta lucha es precisamente la que toma más
peso y protagonismo durante los últimos años y la que en el período
hegemoniza el campo de las iniciativas femeninas y feministas16.
Las mujeres, además de padecer la guerra en sus cuerpos y co-
tidianidades, en estos años se constituyen de manera más directa y
sistemática en objetivo militar. La persecución y el destierro de mu-
chas liderezas, el exilio de algunas, la muerte de otras y las rupturas
en las redes organizativas, dan cuenta de ello. Lo anterior ha sido
resultado, además de la concepción de botín de guerra que adoptan los
guerreros, de una mayor participación de las mujeres en los procesos
de resistencia, exigencia de salida negociada y organización en torno
a iniciativas de paz que hacen que éstas adopten posiciones políticas
específicas (resultado de un proceso de constitución de las mujeres
en actores con identidad propia).
En un marco de repolitización de las iniciativas, las mujeres han
pasado de ser sólo objeto de agresión sexual a ser tanto objetivo militar
como de colonización física. Tal como lo muestra el quinto informe
de la Mesa de Trabajo “Mujer y conflicto armado”,17 las mujeres
son objeto de violencia sexual; de violencia física (puños, bofetadas,
intento de asfixia, ahorcamiento, patadas, heridas con puñal o arma
de fuego); de violencia psicológica (amenazas verbales, con algún tipo
de arma, formas de intimidación antes y después del desplazamiento,
privación de acceso a comida, sueño o agua); y de otras modalidades
de violencia como la simbólica (suma de todas las anteriores cuando

.  Esto no significa que las otras reivindicaciones y luchas desaparezcan.


Las demandas de la corriente culturalista siguen siendo posicionadas, la inserción
en la política formal y en las esferas del Estado se mantiene vigente. La existencia
de algunas oficinas encargadas de formular políticas públicas para las mujeres
es otra dinámica relevante. En la academia continúan los avances, mientras que
encontramos el dinamismo de organizaciones de mujeres y oficinas de la mujer
de sindicatos que han asumido un papel de análisis de la situación económica
que enfrenta el país. El mantenimiento de reivindicaciones y demandas étnicas
es otro elemento, así como las relacionadas con el respeto y reconocimiento
de las orientaciones sexuales diversas. En conjunto, las iniciativas feministas
y femeninas posicionan demandas que tiene que ver con la distribución y el
reconocimiento, retomando los conceptos de Fraser, 1997.
.  Ver Casas, 2005. La Mesa de Trabajo “Mujer y conflicto armado” ha
realizado desde hace cinco años un seguimiento a la vivencia de las mujeres del
conflicto armado. Sus informes anuales han permitido visibilizar las violencias de
género que padecen éstas en medio de la guerra, contar con cifras y perspectivas
de análisis que nutren distintas apuestas investigativas y organizativas.

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Los movimientos sociales de mujeres (1970-2005)

se arremete contra mujeres bajo la concepción de botín de guerra),


en la que las mujeres quedan desfiguradas físicamente18.
Todo esto situado en el contexto de los dos últimos períodos
presidenciales, los cuales se han caracterizado por fuertes diferen-
cias en el momento de abordar el conflicto armado que vive el país.
Mientras el presidente Andrés Pastrana abre las posibilidades de un
proceso de paz, el presidente Álvaro Uribe pone el acento en una
Política de Seguridad Democrática afincada en una estrategia militar
que ha implicado una alta inversión del presupuesto nacional para
la guerra.
El proceso de paz entre el gobierno Pastrana y las Farc, así como
los acercamientos con el ELN fueron vistos por un gran porcentaje de
la sociedad colombiana como una posibilidad para avanzar en la reso-
lución del conflicto armado, de forma tal que procesos de confluencia
de organizaciones de la sociedad civil, entre ellos los de mujeres, con-
centraron sus energías en dicha coyuntura. Pese a esta convergencia,
durante el proceso de paz con las Farc, en el país una nueva derecha
se consolida, poco interesada en negociar con los grupos guerrilleros
y concentrada en el entorpecimiento de cualquier tipo de negocia-
ciones. El fracaso del proceso de paz –evidente desde los primeros
meses– desalentó a parte de la población colombiana. No obstante,
tal realidad dejó a las organizaciones de mujeres que trabajan por la
paz afincadas en la convicción de la necesidad de una salida negociada
del conflicto armado.
Tal panorama le dio cimientos y respaldo a una propuesta que pone
el énfasis en la derrota militar del enemigo, en vista del fracaso de la
vía del diálogo. En este contexto es elegido Álvaro Uribe Vélez, poco
interesado en pactar acuerdos con los grupos guerrilleros que con-
lleven nuevos procesos de paz o a la firma de acuerdos humanitarios.
A pesar de su posición con la insurgencia, el gobierno abre el espacio
para “un proceso de paz” con los paramilitares que ha contribuido a
una mayor polarización de la sociedad colombiana.

.  Según datos sistematizados por la Liga de Mujeres Desplazadas, en el


marco de la investigación “Violencia basada en género en el departamento de
Bolívar”, en Cartagena, de las mujeres entrevistadas 4,34% fueron obligadas a
quitarse la ropa, 2,34% fueron requisadas en cavidades internas de su cuerpo,
2,7% fueron forzadas a sostener relaciones sexuales-genitales con actores ar-
mados a cambio de recibir comida, agua o protección y 4,7% fueron testigos
del asesinato de algún familiar. En cuanto a los actores armados identificados y
reportados como los principales agresores se encuentra a las AUC con un 67%;
a las Farc, con un 13,46%, y al ELN, con un 10,42%. Ver Sánchez, 2005, pp.
118-119.

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Participar para contribuir en la salida negociada del conflicto ar-


mado con actores como las Farc en un país en guerra, fuertemente
polarizado y con la presencia de varios ejércitos –entre ellos, algunos
de derecha–, puso a las organizaciones de mujeres en la mira de los
actores armados. Lo propio ocurre en el contexto de exacerbación de la
polarización que han significado los más de tres años de la presidencia
de Álvaro Uribe. Así, la sobrepolitización de las iniciativas femeninas
y feministas cobra un nuevo matiz al que le acompaña otra realidad:
pese a la fuerza que han tomado las iniciativas de paz de las mujeres,
esto no ha significado que las organizaciones de mujeres hayan logra-
do posicionar más fácilmente sus agendas y eliminar las barreras de
entrada a la política.
La visibilidad que han cobrado como actoras en el contexto ac-
tual no se traduce en altos porcentajes de participación con poder de
incidencia y decisión en los procesos de relevancia nacional ni en los
espacios de toma de decisión, pues si bien se observan leves aumen-
tos en los últimos años, se siguen percibiendo serias desigualdades.
Esto pone en evidencia la permanencia de manifestaciones culturales
discriminatorias hacia las mujeres, que se mantienen como obstáculo
para su pleno desarrollo y el disfrute de derechos como el de la par-
ticipación y representación. Es de anotar sobre este último aspecto
que se observa con preocupación la baja representación de agendas
que recojan de manera específica los derechos, necesidades e intereses
de las mujeres.
En el centro de tal paradoja, la visibilidad adquirida y el compromi-
so con salidas negociadas del conflicto no ha sido una tarea exenta de
conflictos, rupturas y desencuentros dentro del campo de iniciativas,
resultado de diferencias de posición política, programáticas, estratégi-
cas y de acción que dan cuenta de un campo heterogéneo, influenciado
además por las dinámicas de los distintos actores que entran en juego. A
pesar de lo anterior, muchas de las acciones emprendidas para cumplir
los objetivos previstos fueron en su momento resultado de ejercicios de
encuentro, desencadenantes de procesos significativos, y con el devenir
del tiempo, de nuevas dislocaciones y antagonismos.
Tres momentos, íntimamente relacionados con la concepción
de quienes son considerados interlocutores válidos y con la cua-
lificación de la participación y el posicionamiento político de las
organizaciones de mujeres para hacer concreto el objetivo de con-
secución de la paz, salida negociada del conflicto y participación inci-
dente, marcan el accionar de las distintas iniciativas de mujeres por
la paz en el período 1998-2005. El primero de estos momentos se
sitúa en el marco de la negociación con las Farc-EP; el segundo, en

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Los movimientos sociales de mujeres (1970-2005)

la exigencia de voluntad para negociar y en la construcción de una


Agenda por la Paz; el tercero, surge en el contexto de negociación
entre el gobierno de Álvaro Uribe Veléz con algunos de los grupos
paramilitares del país.
Las mujeres en el Caguán: primeras experiencias
de participación en la negociación del conflicto armado
El 8 de marzo de 1999 se llevó a cabo una Asamblea Nacional
de Mujeres por la Paz, contra la Impunidad y por la Vida, luego de
la instalación del proceso de paz entre el gobierno del presidente
Pastrana y las Farc-EP el 7 de enero del mismo año. Este interés de
las organizaciones de mujeres se sitúa en un momento de auge de las
iniciativas ciudadanas. Evidentemente, la incidencia en la negociación
del conflicto armado comienza a ser un objetivo mucho más claro para
las mujeres con el inicio de este proceso.
Magdala Velásquez (representante de las mujeres en el Consejo
Nacional de Paz), Ana Teresa Bernal (delegada al Comité temático
de la Mesa de negociación), Redepaz y la Red Nacional de Mujeres,19
preocupadas por la ausencia de mujeres y la carencia de una pers-
pectiva de género en el proceso de paz en general, y en las Mesas de
Negociación y en el Comité Temático en particular, solicitaron una
audiencia como una forma de apostarle a la salida negociada del con-
flicto armado y para posicionar la tesis de que la paz no se alcanza sin
justicia social y sin equidad de género.
El 25 de junio de 2000, en la Audiencia Pública sobre el tema Eco-
nomía y empleo, las colombianas organizadas pudieron hacer sentir
su voz. Las propuestas presentadas por las mujeres, tanto en el docu-
mento central como en los de las organizaciones que intervinieron, dan
muestra de que el proceso de paz iniciado en 1999 fue sentido como
una ventana de oportunidad para la consecución de cambios de orden
estructural. Además, las organizaciones exigieron la no integración de
las mujeres al conflicto armado y el respeto a su autonomía; abogaron
por desarrollar, debatir y acordar “puntos de vista sobre la guerra y
la paz”; y buscaron “posicionar al movimiento social de mujeres como
interlocutor válido en el proceso de negociación política del conflicto
social y armado y de construcción del proyecto de país” (Díaz, 2001:
3 y 133).

.  El proceso de preparación de la Audiencia contó con la participación de


85 organizaciones de mujeres. Además de propuestas económicas, las mujeres
resaltaron su ausencia en órganos decisorios de política económica, social, en
los poderes legislativo, judicial y ejecutivo.

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Una evaluación de la presencia en San Vicente del Caguán deja


ver la ausencia de representantes de alto nivel del gobierno y de parte
de la guerrilla de las Farc, y el poco interés y valoración de estas ins-
tancias por los sectores sociales y grupos poblaciones. Además de lo
anterior, fueron visibles las dificultades para presentar las demandas
de las mujeres de manera contundente, articulada y propositiva20.
Esta constatación invitaría a varias organizaciones de mujeres a pen-
sar caminos para una incidencia articulada en la consecución de la
paz, objetivo que motivó la conformación de Iniciativa de Mujeres
Colombianas por la Paz (IMP), y la construcción de la Agenda de
Mujeres por la Paz.
Tanto el proceso de paz como la participación de las mujeres fueron
objeto de miradas críticas, entre éstas se planteó que la “Sociedad Civil
no se ha fortalecido con la coyuntura, pero que en cambio la guerrilla
sí parece beneficiarse (...) Ha desarrollado amplia propaganda política,
se retroalimenta de las propuestas, y se erige como representante de
los sectores sociales” (Díaz, 2001). La duda sobre la presencia de las
mujeres en el Caguán fue centro de reflexión, entre otras actoras, del
grupo Mujer y Sociedad, que planteó: “Pese al riesgo que significa
en este momento romper el silencio buscando superar la complicidad
frente a la guerra, al riesgo de seguir siendo utilizadas para el juego
de los guerreros y al riesgo de no ser escuchadas y que su palabra
sea tomada una vez más como palabra-síntoma, las mujeres delibe-
rarán...” 21.
En el contexto de ese proceso entre las Farc-EP y el gobierno, se
mantuvo abierta la búsqueda de la negociación con el ELN y se creó
una Comisión de la Mesa de Diálogo y Negociación, conocida como
Comisión de Personalidades, para plantear propuestas respectivas al
paramilitarismo.
Cualificación y posicionamiento político:
preparándose para una nueva negociación
En 2002 se produjo el levantamiento de la Mesa de Negociación
entre las Farc-EP y el gobierno. En septiembre de 2001 algunas
organizaciones de mujeres asistieron a la Conferencia de Mujeres
por la Paz en Estocolomo. El mismo día que viajaban a Suecia,
dos aviones fueron dirigidos contra las Torres Gemelas en Nueva

.  “Las mujeres, a pesar de las iniciativas de paz contra la guerra, reflejadas
en la movilización social y la insistencia de participar en la toma de decisiones,
no consolidaron estas acciones hacia logros concretos e inmediatos de incidencia
en un eventual proceso de paz”, Díaz, 2001, p. 63.
.  El Tiempo, junio 21 de 2000. En Díaz, 2001, p. 110.

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York, hecho que cambiaría el contexto internacional y nacional, y


que sería cimiento para la estructuración de un discurso alrededor
del terrorismo que ha llevado en el país al desconocimiento de la
existencia de un conflicto armado interno. El 14 de marzo de 2002
se constituye Iniciativa de Mujeres Colombianas por la Paz (IMP),
una nueva expresión que comienza a cobrar fuerza en el movimiento
social de mujeres.
Durante los días 8 y 9 de mayo de 2002 se lleva a cabo la Consul-
tiva Nacional de Mujeres Colombianas por la Paz como espacio de
preparación del Congreso Nacional de Paz y País, realizado los días
11 y 12 de mayo. Éstas fueron algunas de las antesalas a la Marcha de
Mujeres contra la Guerra del 25 de julio de 2002, ya que el cese del
proceso de paz no significó la quietud de las iniciativas de las muje-
res a quienes, por el contrario, tal realidad motivó a trabajar por la
exigencia de alternativas para la resolución del conflicto. En el marco
de la Marcha, y con la autoría de las cinco iniciativas convocantes,22
se lanzó el Movimiento de Mujeres contra la Guerra, el cual más
adelante dejaría ver el comienzo de diferencias y rupturas frente a la
actuación de las organizaciones de mujeres en el camino de resolución
del conflicto armado.
Al evidente posicionamiento político de las mujeres gracias a la
Marcha, que permitió verlas como actoras con poder de convoca-
toria,23 le han seguido diferentes encuentros, confluencias, espacios
y estrategias de visibilización de las mujeres. En noviembre de ese
mismo año, del 25 al 29, en un acto de autoinstitución y reafirmación
del carácter de ciudadanas y constituyentes primarios, mujeres de
diferentes organizaciones, regiones y sectores partícipes de la entonces
Alianza IMP –constituida en 2002 por 22 organizaciones– construye-
ron la Agenda de Mujeres por la Paz en el escenario de la Constitu-
yente Emancipatoria de Mujeres.

.  Estas cinco grandes confluencias de organizaciones de mujeres fueron


la Organización Femenina Popular, OFP; la Red Nacional de Mujeres; la Ruta
Pacífica; la Mesa Nacional de Concertación; e Iniciativa de Mujeres Colombianas
por la Paz, IMP. Para ver más sobre OFP, consultar www.ofp.org.co; sobre la
Ruta Pacífica, www.rutapacifica.org.co, y para mayor información sobre IMP,
ver la página web www.mujeresporlapaz.org
.  En algunos documentos se cita que fueron cuarenta mil mujeres las que
acompañaron la Marcha de Mujeres contra la Guerra. Ha sido común decir
que la fuerza que mostró la marcha hizo retroceder la decisión del entrante
presidente Uribe de eliminar la Consejería Presidencial para la Equidad de la
Mujer. Esta visibilidad política no deja de estar acompañada del interés de los
políticos por ganar lo que consideran un significativo caudal electoral.

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Aunque no se abrieron escenarios para procesos de paz con los


grupos guerrilleros, las organizaciones de mujeres mantuvieron activo
su accionar con diferentes estrategias y demandas, entre ellas, la Ope-
ración Sirirí,24 con la cual se ha buscado presionar la concreción de los
Acuerdos Humanitarios25. Éstos, pese a los diferentes acercamientos
realizados, han sido difíciles por la posición de las partes involucradas
y porque se encuentran situados en un escenario en el que se juegan
diferentes intereses.
En agosto de 2004 se llevó a cabo el Encuentro Internacional de
Mujeres contra la Guerra, convocado por la Ruta Pacífica e IMP. Éste
se constituyó en una nueva actividad del Movimiento de Mujeres
contra la Guerra, al cual sólo confluyeron dos de las iniciativas que la
habían constituido en 2002. En el evento se posicionó la importancia
del cumplimiento de la Resolución 1325 (adoptada por las organiza-
ciones de mujeres que trabajan por la paz en Colombia, como una
herramienta para exigir su presencia en la resolución del conflicto
armado), y se construyó una agenda mínima para hacer frente a la
guerra y al contexto que desde diferentes ismos (fundamentalismos,
nacionalismos, militarismos y terrorismos), renuevan las apuestas por
la guerra, en detrimento de la consecución de la paz.
El retiro de la Mesa de Concertación por parte de la Red Nacional
de Mujeres y de la OFP,26 respondió ya sea a la priorización de los
objetivos y las acciones de las tres iniciativas, o a diferencias con los
horizontes del Movimiento. En tal coyuntura se hace visible la tensión
que se sigue percibiendo entre las reivindicaciones de género y de
clase, además de la manera como se aborda la relación con el Estado.
Mientras que una de las organizaciones considera que el Movimien-
to debería hacer énfasis en la oposición al gobierno, la Ruta e IMP

.  Ésta recoge la experiencia de Fabiola Lalinde, a quien las Fuerzas Ar-
madas de Colombia le desaparecieron a su hijo. La Operación Sirirí se viene
desarrollando desde 2004 entre Asfamipaz e IMP.
.  La posición de algunas de las iniciativas de paz y de feministas frente al
Acuerdo Humanitario fue centro de reflexión en el I Ágora Voces y Pensamientos
de las Mujeres (2003), espacio en el cual se reflexionó sobre el tránsito de algunas
mujeres, de sobrevivientes a actoras políticas, reconociendo el papel que cumplen
en la sociedad cuando desde la condición de madres, en contextos de guerra,
se potencia su participación en la esfera de lo público. Es éste el tránsito que ha
acompañado en los últimos años el accionar de muchas mujeres en el país. Ver
Gómez, 2004. En 2004 se llevó a cabo el II Ágora: Verdad, Justicia y Reparación,
así como otros regionales. El primero fue desarrollado por Asfamipaz, IMP y la
Red Nacional. Los otros, por las dos últimas.
.  Meses después tuvo lugar el Encuentro de Mujeres por la Paz, liderado
por la Organización Femenina Popular.

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Los movimientos sociales de mujeres (1970-2005)

consideraron que la alianza de Mujeres contra la Guerra tiene como


objetivo la oposición a todas las guerras27.
Luego de caminar un trayecto juntas, las grandes confluencias de
iniciativas de paz comienzan a evaluar la pertinencia de las alianzas.
Unas privilegian centrar más su trabajo, algunas evalúan el logro de
los objetivos, otras hablan de la pérdida de identidad e independencia
al cubrirse bajo determinada “sombrilla”,28 mientras que entre otras
las distancias políticas comienzan a ser más fuertes e irreconciliables.
Dicha dinámica no está lejana de la dificultad para reconocer nuevos
liderazgos y autoridad; al tiempo que tiene que ver con el temor a la
pérdida de protagonismo; con ejercicios de liderazgos concentrados
que no distribuyen el acceso a espacios; debilidades en la forma en
que se toman las decisiones; y diferencias de acción y políticas an-
cladas en la manera como se entiende la oposición a la guerra, y en
los énfasis en las reivindicaciones de las mujeres: redistribución o
reconocimiento.
Interlocutores inesperados… profundización
de antagonismos
Pese a que en el Encuentro Internacional de Mujeres contra la
Guerra se construyó una agenda mínima para avanzar en el trabajo
por una Colombia en paz entre la Ruta e IMP, y que se posicionaba un
interés en común, como la urgencia de procesos de Verdad, Justicia y
Reparación, un ambiente caldeado se vivió en el encuentro por parte
de las integrantes de las dos confluencias.
La consigna “Ni guerra que nos mate, ni paz que nos oprima” re-
tumbaba en las voces de algunas mujeres, con el propósito de expresar
la oposición a la participación de IMP en la instalación del proceso
entre el gobierno de Álvaro Uribe y las AUC en Ralito el 1 de julio
de 2004 con carácter de observadoras, así como la circulación de una
propuesta de Mesa de Observación que interpelará al proceso.

.  Parte de los objetivos expresan la necesidad de “profundizar en las


razones que animan a controvertir ideas que dan lugar a políticas estatales
guerreristas y autoritarias, a gobiernos que imponen la fuerza militar y de las
armas, a movimientos sociales, políticos o religiosos que legitiman la violencia
(...) a que la lucha contra el terrorismo justifique la militarización de la vida civil
y las acciones de guerra contra países y población civil”, Gallego, 2004.
.  Luego de la Constituyente Emancipatoria de Mujeres, algunas de las
organizaciones que hacían parte de IMP deciden retirarse argumentando algunas
de estas premisas. La elaboración de una Agenda por la Paz fue considerada el
cumplimiento del objetivo que, como IMP, a principios de 2002 se habían trazado
las organizaciones participantes. Algunas de las que se retiraron fueron: MAAP,
Mesa Nacional de Concertación, Ruta Pacífica, Anuc-UR, PCN.

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Un día antes, el 9 de agosto de 2004, en el mismo lugar de reali-


zación del Encuentro se llevó a cabo una reunión de Mujeres Cons-
tituyentes Emancipatorias, reunidas para revisar los avances en el
posicionamiento de la Agenda de Mujeres por la Paz en los Planes
de Desarrollo municipales y departamentales, pero también, y sobre
todo, para discutir si se incidía en el proceso en mención y cuáles eran
las maneras posibles de hacerlo.
La propuesta de la Mesa de Observación no dejó de causar debate.
Durante el gobierno de Álvaro Uribe el actor armado con el cual el
Estado privilegió su interlocución tomó por sorpresa a los proce-
sos de mujeres interesados en la resolución del conflicto armado. El
“proceso de paz” iniciado con algunos de los grupos paramilitares
exigió de los procesos de mujeres decidir el papel que cumplirían en
una negociación que ha sido vista con ojos críticos. En el campo de
iniciativas de las mujeres, las consideraciones sobre la necesidad de
incidir de alguna manera en un proceso que se ha catalogado más
como de desmovilización que como proceso de paz o negociación ha
implicado tomar posiciones diversas.
Mientras algunas consideran que participar significa legitimar la
existencia del paramilitarismo y la reelección de Álvaro Uribe, otras
plantean que la incidencia es necesaria, no obstante las objeciones
al proceso y las distancias que se tienen con el gobierno. De esta
última postura, y luego de un trabajo de discusión dentro de IMP,
surge la Mesa de Incidencia por la Verdad, la Justicia y la Reparación
con Perspectiva de Género29. La claridad de un proceso que busca la
desmovilización, más que alternativas serias para la Paz, llevó a IMP
a pensar en la necesidad de incidir en la formulación de la Ley de
Justicia y Paz. En alianza con la Red Nacional de Mujeres buscaron
mediante lobby y cabildeo la inclusión de la perspectiva de género,
y garantizar en el proyecto ley el derecho a la Verdad, la Justicia y la
Reparación de las mujeres víctimas sobrevivientes.
Aprobada la Ley de Justicia y Paz, el balance de la incidencia deja

.  La Mesa comenzó a funcionar a finales de 2004. Los resultados de sus


dos primeras etapas fueron presentados públicamente el 28 de julio de 2005 en
Bogotá. La proyección de la Mesa tiene que ver con la participación en la Comi-
sión de Reparación y Reconciliación, la creación a largo plazo de una Comisión
Extrajudicial de la Verdad, seguimiento al cumplimiento de la Ley, entre otros.
Ver Mesa Nacional de Incidencia, por el derecho a la Verdad, la Justicia y la
Reparación con perspectiva de género (2005). Es importante anotar que otras
iniciativas, como la Ruta Pacífica, vienen adelantando tareas de recolección de
información e investigativas para la exigencia de Verdad, Justicia y Reparación,
en relación con los crímenes cometidos por los paramilitares.

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Los movimientos sociales de mujeres (1970-2005)

ver la dificultad de afectar estos procesos, pese a que se lograron algu-


nas inclusiones en los artículos 39, 40, 42, 51 y 59. Uno de los logros
más significativos fue la incorporación de dos representantes de las
organizaciones de víctimas y el defensor del Pueblo en la Comisión
Nacional de Reparación y Reconciliación, y el requisito que de las
cinco personalidades que la conforman dos sean mujeres (artículo
51). Para finales de septiembre de 2005, las mujeres que ocuparon ese
espacio fueron Patricia Buriticá, directora de IMP, y Ana Teresa Ber-
nal, representante de Redepaz. Las discusiones sobre la Ley y sobre
la participación en la Comisión de Reparación y Reconciliación han
nutrido el diverso campo de las iniciativas de paz, y se han convertido
en una coyuntura que pone en evidencia las serias diferencias que
cruzan al Movimiento Social de Mujeres y a la sociedad civil en su
conjunto, al tiempo que ha sido un episodio apto para poner en práctica
aprendizajes de varios años.
Las discusiones en torno a la incidencia en el proceso han estado
retroalimentadas de posiciones diversas, desde las cuales es posible ver
quiénes son o no considerados interlocutores válidos, cuáles son los
caminos adecuados para lograr el posicionamiento de las demandas
de las mujeres, molestias por la manera como se toman las decisiones,
debilidades en los criterios de representación,30 rendición de cuentas
y relación con las mujeres que hacen parte de los diferentes procesos.
También se cruzan dinámicas que desconocen los aportes y liderazgos
de algunas mujeres, así como traslapamiento de escenarios y mixturas
entre la arena de las iniciativas sociales y el terreno de la política. La
evidente confrontación que por años se ha experimentado en el país
deja ver cómo la vivencia silenciosa pero cotidiana de la guerra por
parte de las y los colombianos lleva en momentos críticos de dis-
cusión política a serias polarizaciones, a extrapolaciones peligrosas,
resurgimiento de sectarismos y sentimientos de paranoia que pueden
bloquear los avances hechos por las iniciativas femeninas y feministas
en el país, así como los de otras expresiones.
La conformación de confluencias de organizaciones de mujeres
en torno a un objetivo común puede encontrarse en crisis cuando es
evidente que no todas las organizaciones ni procesos que hacen par-
te, por ejemplo, de IMP, la Red Nacional o la Ruta, coinciden con la

.  Una discusión de fondo tiene que ver con quién representa a quién,
cómo se seleccionan las representantes del Movimiento y de las mujeres. Este
nudo, presente desde hace mucho tiempo en las dinámicas de las mujeres or-
ganizadas, hace necesario pensar en cómo se toman las vocerías, cuáles deben
ser los procedimientos y cuándo se asumen.

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misma posición. La debilidad tiene que ver, así mismo, con la falta de
compromiso de las representantes de organizaciones de dar cuenta de
los debates y de las decisiones que se toman en los órganos de decisión,
y de socializar la posición que se adoptó. En ese sentido, son visibles
nudos en la manera como se ejerce el liderazgo. Las discusiones no
se asumen en los lugares correspondientes y comienzan a circular
diferencias que generan malestares pero que no contribuyen a las
dinámicas ni de las alianzas, ni de las confluencias, ni del movimiento.
Algunas adherencias poco críticas, “incondicionalidades”, reproducen
ejercicios políticos tradicionales que generan tensiones.
En torno a todo esto, una evaluación profunda de cómo, en qué
espacios y cuándo se consulta para tomar decisiones (por ejemplo, de
cara a la coyuntura) y con qué periodicidad se rinden cuentas es vital
para el crecimiento de las organizaciones de mujeres y para la puesta
en práctica de la democracia de manera cotidiana.
No obstante la probabilidad de que se genere una crisis, también se
abre la puerta a la posibilidad histórica de plasmar en debates serios y
respetuosos el acumulado histórico de las organizaciones de mujeres.
Un ejemplo bastante interesante se plasmó en la reunión convocada
el 24 de octubre de 2005 por varias redes, la cual permitió, en un es-
cenario de confluencia de distintas iniciativas, al principio inundado
de tensiones, el inicio de construcción de acuerdos mínimos para
retroalimentar las diferentes formas de acción con las cuales las ini-
ciativas de las mujeres buscan hacerle frente a la coyuntura y aportar
a la consecución de la paz.
Al ser las mujeres más visibles, ellas son percibidas por los actores
políticos (partidos, actores armados) como caudal electoral, posibles
aliadas y ejército a reclutar. Esto abre puertas en ciertos escenarios,
con apertura limitada en la mayoría, pero así mismo pone en tensión
a las organizaciones de mujeres, ya que las sitúa en el centro de balas
y votos, y genera conflictos internos.
En el contexto de búsqueda negociada del conflicto armado, de con-
secución de la paz y participación incidente, las iniciativas de las mujeres
han posicionado la autonomía del movimiento con respecto al gobierno
y a los actores armados. Esto resulta difícil de cumplir cuando las
mujeres habitan territorios minados por las balas, el hostigamiento y
el señalamiento, y cuando, además, efectivamente actúan como actoras
con criterios políticos propios y asumen posiciones. Ser cooptadas des-
de el ejercicio de la fuerza, estar más proclive a alguno de los bandos
de forma no explícita, ser “neutral”, compartir algunos rasgos de su
discurso con ciertos actores o simplemente asumir una posición, sigue
haciendo a las mujeres objetivo militar, genera dinámicas de disputa

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Los movimientos sociales de mujeres (1970-2005)

y contradicción en el propio seno del movimiento social de mujeres


y, dependiendo del contexto y las dimensiones, fuera de él.
Además, durante esta última álgida discusión dentro del movi-
miento, la relación con las directrices de algunos partidos de izquierda
sigue siendo evidente. Frente a estas circunstancias, habría que pensar
cómo las organizaciones de mujeres abordan la autonomía, cómo la
conciben, con relación a qué y a quiénes, y cómo creen ellas que debe
expresarse. Además, se hace hoy ineludible abordar el siguiente inte-
rrogante: ¿en Colombia, en medio de la confrontación armada y la
polarización social, con una historia política clientelista, de militancias
fervorosas y divisiones tajantes que han permeado desde su inicio a las
corrientes feministas y a organizaciones de mujeres, puede realmente
existir autonomía absoluta de este campo?
Si bien es evidente que las iniciativas de paz de las mujeres y otras
organizaciones logran posicionamiento político, y no obstante los
logros en términos de cuotas, incluida la de la Comisión Nacional de
Reconciliación y Reparación, barreras y limitantes siguen presentes
en el acceso a la política formal y a las esferas del Estado.
La existencia de varias oficinas o secretarías de la mujer31 son un
avance que ha cobrado fuerza desde la segunda mitad de 1990, pero
que no deja de estrellarse con obstáculos relacionados con las difi-
cultades para posicionar la necesidad de acciones positivas, la apre-
hensión y compromiso de gobernantes, funcionarios y funcionarias,
y asignación presupuestal que permita llevar de manera autónoma y
eficaz las tareas planteadas, de forma que se pueda responder a las
demandas e intereses de las mujeres.
El cambio de la Dinem a Consejería Presidencial para la Equidad
de la Mujer significó bajar el perfil de la instancia, lo cual ha reper-
cutido en el manejo de recursos económicos y tareas cumplidas. A
esto se suma que la Consejería no ha trabajado de forma articulada
con las otras oficinas y que cuenta con una baja interlocución con el
movimiento de mujeres.
La presencia en espacios de carácter nacional como el Congreso
sigue siendo baja, aun cuando ha aumentado tímidamente, pero per-
siste la tendencia del bloqueo a la presencia de mujeres en órganos

.  En el presente, el departamento de Antioquia cuenta con la Secretaría


de Equidad de Género para las mujeres; Medellín, con Metromujer, y lo propio
ocurre en el departamento del Valle, en Cali, Pasto y Bogotá, cuya oficina, en
2005, se encargó de formular, con el concurso de las organizaciones de mujeres
y liderezas del distrito y con las y los funcionarios, un Plan de igualdad de opor-
tunidades para la equidad de género, primero que es aprobado en el país.

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María Emma Wills Obregón y Diana Gómez Correal

de representación local y regional32. Lo propio ocurre en las corpo-


raciones públicas del nivel local, donde, por ejemplo, para el caso del
Concejo de Bogotá, sólo alcanzan el 20%33. Todavía no se corresponde
el trabajo que hacen las mujeres en el ámbito de lo comunitario con el
acceso a espacios de toma de decisiones, al punto que sigue vigente una
división sexual del trabajo en el desarrollo de tareas en la política.34
En cargos de designación ha sido visible el avance; sin embargo,
es de anotar que las mujeres que acceden por esta vía a las esferas del
Estado, en su mayoría no responden a las demandas ni a los intereses
de las organizaciones de mujeres ni posicionan intereses de género.
Así, es visible que con mucha dificultad y en un bajo porcentaje han
comenzado a ser asumidas las reivindicaciones de género de las mu-
jeres, pero otras que cruzan el género, como la clase, las diferencias
étnicas, de condición y orientaciones sexuales, entre otras, son de
mucha más difícil concreción e implican un reto para las organiza-
ciones de mujeres y el Estado.

Conclusiones
Luego de este esfuerzo de periodización crítica de la trayectoria
del campo de las iniciativas de las colombianas, ¿cómo responder a
las preguntas que se formulan en la introducción?
En primer lugar, en cuanto a las peculiaridades de las acciones
colectivas emprendidas por mujeres, resalta la singularidad de sus

.  En el Senado, en 2002, el 11,7% de las curules fueron ocupadas por


mujeres, y en la Cámara, el porcentaje fue de 13,2, mientras que en la alcaldía
en las elecciones de 2004 el número de mujeres apenas representó el 7,3% del
total, y sólo una gobernadora, de 32 posibles, fue electa en 2003. Ver Observatorio
Mujeres y Participación Política, Boletín No. 5, en www.fescol.org.co/política-
formas-género-ompp.html
.  En materia de participación en la ciudad capital, se observa un patrón
interesante: “a mayor nivel de decisión (Concejo de Bogotá, Juntas Adminis-
tradoras Locales, Alcaldías Locales –antes de la acción afirmativa realizada
por el Alcalde Mayor, quien designó en 2005 a 20 alcaldesas–), menos mujeres
participan. En esos espacios e instancias las mujeres no pasan de ser el 25%,
mientras que en el ámbito comunitario se registra una mayor participación (...)
en los Consejos y Comités, instancias de carácter consultivo, la participación
de las mujeres tiene una tendencia creciente, no es menor al 31% y en pocos
casos supera el 50%, en contraste con los Encuentros Ciudadanos en donde
las mujeres son más de la mitad de asistentes”. Política Pública de Mujer y
Géneros, 2005.
.  Avances que no se pueden pasar por alto son la incorporación de cuotas
en la estructuración de listas, como es el caso del Polo Democrático Independiente
(PDI), y el abordaje con algo más de atención de los asuntos de género en otros
partidos, tal como ocurre con las dos escisiones del Moir o del Partido Liberal.

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Los movimientos sociales de mujeres (1970-2005)

repertorios. En los setenta fueron ellas, con sus reclamos, quienes po-
litizaron cuestiones consideradas del ámbito privado; las que pusieron
el cuerpo, con sus deseos y la sexualidad, en el terreno de la discusión
pública, y fueron ellas también las que en medio del recrudecimiento
del conflicto armado politizaron un vínculo hasta ese momento con-
siderado pre o apolítico –el de la maternidad–, y desde su condición
de madres exigieron cuentas a los actores armados y al Estado. Con
sus voces, las mujeres organizadas no sólo expandieron los asuntos
abordados desde la construcción de democracia y ciudadanía, sino
que también innovaron en el terreno de la organización: desde la
crítica a las estructuras verticales de los partidos y del Estado hasta
la puesta en marcha de un trabajo en red que buscaba generar una
acción coordinada a partir de vínculos horizontales entre las asocia-
das. Estas características son compartidas ya sea con los países que
experimentaron el fervor del feminismo de la segunda ola, o con los
que han padecido conflicto armado interno.
Acerca de nuestra segunda pregunta, sobre la especificidad de la
trayectoria seguida en el país, observamos una relación paradójica
entre sobrepolitización de las iniciativas femeninas y bloqueo parcial
de las mujeres frente a la política, en medio de un país en guerra que
conserva, no obstante el conflicto, instituciones como los partidos,
las elecciones y una división de poderes. Esta paradoja se expresa de
distinta manera durante los tres periodos bajo análisis.
Durante la primera etapa, la alta sobrepolitización de las iniciativas
femeninas responde a un contexto donde actores sociales y políti-
cos, sobre todo de izquierda, persiguen la construcción del Sujeto
Histórico Elegido, y se comportan entre sí de manera excluyente y
dogmática. Simultáneamente, los bloqueos de la política frente a las
mujeres son profundos, tanto en términos de acceso a directorios de
partidos como de la formación de listas para la competencia electoral,
o el número de mujeres en cargos de designación.
En un segundo momento, la obsesión por representar a la mujer en
la política y la cultura cede ante el reconocimiento de la heterogenei-
dad de mujeres realmente existentes, el elogio de las diferencias, y un
discurso que privilegia las alianzas y las intersecciones entre distintas
iniciativas por sobre la búsqueda de una única comunidad de mujeres.
Los bloqueos de la política frente a las mujeres también se suavizan gra-
cias al cabildeo de distintas organizaciones interesadas en plasmar los
derechos ciudadanos específicos de las colombianas en el nuevo pacto
constitucional de 1991, los convenios internacionales tipo CEDAW y la
realización de conferencias mundiales. Ésta es la época en la que, por
lo demás, se da inicio a varias políticas públicas para ellas.

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María Emma Wills Obregón y Diana Gómez Correal

A pesar de esta pluralización de iniciativas y flexibilización de mi-


radas, la guerra bloquea el potencial democratizador de estos cambios
y engulle en dinámicas polarizantes los intentos de las mujeres por
aceptar las diferencias internas en su campo. En términos de la polí-
tica, a pesar de que más mujeres se abren paso en el Parlamento y en
cargos de designación, en la política local y regional las barreras no se
modifican. Quienes acceden a los puestos de decisión, en su mayoría
no representan los intereses y las demandas de las mujeres.
Finalmente, en el último período, en la medida que las iniciativas
de mujeres contra la guerra toman vuelo y dejan huella en lo público
mostrando capacidad de movilización y coordinación, se convierten en
botín de reclutamiento para todos los actores políticos, armados y des-
armados. Sus agendas intentan ser apropiadas por partidos, guerrillas
y paramilitares de una u otra forma, y sus dirigentes empiezan a ser
invitadas y asediadas. En medio de esta visibilización, se abren paso las
cuotas para cargos de designación, directorios de partidos y, en algunos,
hasta formación de listas electorales. El bloqueo de la política frente a
la presencia femenina en puestos de poder cede, pero en medio de la
polarización que implica la guerra, el heterogéneo campo de iniciativas
sociales de mujeres encuentra dificultad en construir los espacios para
discutir colectivamente las implicaciones de estos cambios.
Si la guerra es en un principio un motivo que articula y aglutina en
torno al deseo de paz, esa misma guerra se convierte en razón de dis-
tanciamientos y polarizaciones, sobre todo bajo el gobierno de Álvaro
Uribe. De nuevo, pero esta vez no en razón de los discursos propios
que animan estas identidades sino por imposición de las dinámicas
del contexto de guerra, las distintas posiciones se asumen como anta-
gonismos absolutos, recreando confrontaciones de amigos/enemigos
dentro del campo de iniciativas femeninas y feministas. Los avances
en términos de la aceptación de alianzas y articulaciones se refunden
en un clima de pasiones que enrarecen los términos en los que se
plantean las discusiones. Los desacuerdos se viven como traiciones
y las posiciones matizadas son leídas desde marcos maniqueístas que
sólo entienden en términos de lo bueno y lo malo.
Por último, ¿qué nos dice la ruta colombiana de organizaciones fe-
meninas sobre el contexto político y su impacto sobre los movimientos
sociales? En primer lugar, resalta el hecho de que los aprendizajes que
rinden sus frutos en el segundo período suelen refundirse en el tercero,
en razón de la guerra. La pluralización y la búsqueda de articulaciones
transitorias encuentran obstáculos a mitad de camino por la polariza-
ción que impone la conflagración armada. En segundo término, gracias
a las cuotas, se puede afirmar que el régimen empieza a abrirse a la

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Los movimientos sociales de mujeres (1970-2005)

presencia femenina, pero las mujeres que se abren paso en este campo
no necesariamente tienen vínculos o pretenden siquiera representar
las iniciativas impulsadas por las colombianas desde la esfera social.
En este sentido, el vínculo representativo es tan frágil en relación con
este campo de iniciativas como en otros. Finalmente, conceptos como
el de intersección, alianzas o articulaciones en la diversidad desarro-
llados en otros contextos por feministas preocupadas por respetar las
diferencias y a la vez impulsar acciones coordinadas, se encuentran con
serias limitantes para su desarrollo en contextos de guerra donde las
diferencias se han asumido como antagonismos entre enemigos.
Esto pone en evidencia el gran reto que tienen hoy las iniciativas
femeninas y feministas que se enfrentan a un alto en el camino para
reflexionar sobre las consecuencias de vivir en un país en guerra, en el
cual el enemigo es construido desde diferentes lugares, en dinámicas
que llevan a “paranoias” no conscientes y que inducen a discursos,
sectarismos y extrapolaciones peligrosas.
Aquí la peculiaridad del caso colombiano es evidente. La prolon-
gación de la guerra desde los años 50, la vivencia de un clima político
de privaciones pero “democrático”, y el recrudecimiento de la guerra
en los últimos años, le dan un tinte especial a la trayectoria de las
iniciativas femeninas y feministas del país.

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Entrevistas:
Entrevista a Magdala Velásquez, Cris Suaza y Luz Jaramillo realizadas
por María Emma Wills en febrero de 2000.
Páginas de la red:
www.ofp.org.co
www.rutapacifica.org.co
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