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UNIVERSISDAD NACIONAL DE CÓRDOBA

CENTRO DE ESTUDIOS AVANZADOS


MAESTRÍA EN COMUNICACIÓN Y CULTURA CONTEMPORÁNEA

LA LEY 26657 DE SALUD MENTAL Y DDHH COMO CAMPO DE DISPUTAS

CURSO: COMUNICACIÓN Y POLÍTICA

Profesora: María Liliana Córdoba

Alumna: María Angélica Bella

Córdoba-Julio 2015
1
“Los límites de mi lenguaje, son los límites de mi mundo”

L. Wittgenstein

INTRODUCCIÓN

En el año 2007 el Centro de Estudios Legales y Sociales presentó una investigación llamada “Vidas
arrasadas: La segregación de las personas en los asilos psiquiátricos argentinos” en donde se hacía
visible la situación de los hospitales psiquiátricos de nuestro país dando cuenta de la sistemática violación
a los derechos humanos que padecen los usuarios de los sistemas de salud mental.

Este informe sirvió para darle impulso en la agenda pública al debate en torno a la salud mental 1 y,
paralelamente, puso en evidencia los escasos avances respecto a la ampliación de derechos de las
personas usuarias de estos servicios, y el vacío legal existente sobre dicha problemática aún en
democracia. Además motivó a que diversos actores de la sociedad comenzaran a pensar la demanda por
una transformación del sistema de salud mental como una preocupación política legítima y necesaria.

Luego de un largo proceso colectivo de trabajo 2, el tratamiento de una nueva ley de Salud Mental fue
asumido por la Comisión de Salud de las Cámaras legislativas tanto de Diputados como de Senadores en
donde se hicieron más claras las tensiones existentes en el campo. Este proceso finalmente concluyó con
la sanción de la nueva legislación y la derogación de la antigua ley sancionada durante la última dictadura
militar.

El objetivo del presente informe se centra en abordar las tensiones entre los discursos de los distintos
actores y las pujas por los sentidos en cuanto a nociones, relaciones de poder, prácticas y abordajes de la
salud mental que dieron lugar a la sanción de la Ley Nacional Nº 26657 de Salud Mental y Derechos
Humanos y que aún continúan vigentes en las luchas por su efectiva aplicación.

1
Si bien esta disputa tomó gran notoriedad a partir de 2007, no comienza en esta fecha sino que en nuestro país se remonta a
las décadas del 70 y el 80. Sólo por citar algunas experiencias significativas llevadas adelante por personas y organizaciones
que pujaban por una transformación del sistema de salud mental de ese periodo mencionamos al Centro Piloto de Comunidad
Terapéutica que funcionó en el Hospital Esteves entre 1968 y 1971, dispositivo de salud mental comunitaria pionero en
nuestro país y el Plan Piloto de Salud Mental y Social Boca Barracas que tuvo lugar entre 1985 y 1989, orientada por la
estrategia de Atención Primaria de la Salud, con fuerte inserción y participación de la comunidad (Arcieri y otros, 2014).

2
Llevado a cabo por la Dirección Nacional de Salud Mental y Adicciones, organismos de Derechos Humanos, diversas
2

Universidades Nacionales, direcciones de Salud Mental de varias provincias, instituciones y servicios públicos de Salud
Mental, organizaciones de usuarios y de familiares, organizaciones sociales y referentes del Poder Legislativo y Judicial.
Persiguiendo este objetivo, pondremos el foco sobre el lenguaje por considerarlo nuclear en la cuestión
política democrática. Como hipótesis de trabajo nos guía la percepción de que, aunque falte mucho
camino por recorrer, lo sucedido con la sanción de la ley se asocia con la recuperación de la voz propia de
un sector que anteriormente la tenía negada y que recién a partir de ese acto de visibilización pudo pensar
en debatir su lugar en las formas de organización del poder.

Además –y esto configura nuestra segunda hipótesis de trabajo- creemos que esta posibilidad está anclada
en un momento particular de la política y el Estado que comienza a gestarse luego de la crisis del 2001,
crisis que evidenció el agotamiento de la praxis política llevada a cabo durante la década del 90.

Para lograr nuestro objetivo recurriremos a la obra tardía de Ludwig Wittgenstein ya que entendemos
puede proveernos de una nueva manera de teorizar acerca de lo político –alternativa al enfoque
racionalista- que atiende al contexto, al yo hablante e indagador y que pone el acento en la necesidad de
aceptar e incorporar la pluralidad, la contradicción y el conflicto, lo que resulta particularmente útil para
pensar la democracia (Mouffe; 2003).

Con la misma intención no perderemos de vista algunos interrogantes inspirados en Nancy Fraser (1991):
¿Cuál es la manera de satisfacer las demandas por una transformación del sistema de salud mental? ¿Qué
interpretaciones de esas demandas entran en juego? ¿Quiénes son los que interpretan las necesidades en
cuestión? ¿Desde qué perspectiva y a la luz de qué intereses?

CONTEXTO POLÍTICO: LA DÉCADA DEL 90’

Como ya lo anticipamos, la sanción de Ley Nacional Nº 26657 en 2010, implica una serie de
transformaciones en torno a las prácticas, abordajes y nociones sobre la salud mental que están adheridas
a una concepción política de la “salud/padecimiento mental” y a un momento particular de la política y el
Estado.

A fin de visualizar estas trasformaciones iniciaremos el recorrido remitiéndonos al último período


fuertemente neoliberal argentino, encarnado durante los dos mandatos presidenciales de Carlos Saúl
Menem ocurridos entre 1989-1999.

En líneas generales, podemos afirmar que una característica importante de este periodo fue que la
democracia se presentó vaciada de contenido, es decir, la democracia consistía básicamente en un sistema
3

de elección de representantes. Al mismo tiempo, y como otra cara de la misma moneda, la práctica
política tuvo un fuerte contenido delegativo, proceso que se vio reflejado en la profundización de la
brecha entre representantes y representados.

En concordancia con esto, los discursos de los funcionarios de ese periodo -incluido el del propio
presidente Menem- poco a poco perdieron politicidad amparándose, por un lado, en el lenguaje de los
medios masivos de comunicación -promulgador de frases cortas, vaciadas-, y por otro, en el “lenguaje de
los expertos”, un discurso técnico-económico que concibe el marco conceptual común de argumentación
sobre el modelo de un diálogo “neutral” o “racional” (Mouffe; 2003). Nosotros podemos postular sin
embargo, que las interpretaciones específicas que aparecen como “neutrales” tienden, en términos
generales, a favorecer a los grupos dominantes.

Este proceso redujo la esfera pública a unos pocos vistos como “competentes” para llevar a cabo la
administración de los recursos del Estado y produjo la clausura de la Política, reforzando por efecto la
constitución de una supuesta clase política, asesorada por especialistas, y que se guardaba para sí el
monopolio de su ejercicio (Arditi; 2012).

Es decir, en el plano político y social, se pensaba en términos de “ingeniería social” y el problema se


planteaba a modo de encaminar a los sujetos a través de medidas racionales, administrativas y
fundamentalmente neutrales. Una cita de Hanna Pitkin puede ayudarnos a echar luz sobre esta cuestión,

Sintiendo que conocemos las causas reales y objetivas de las acciones de los demás y su condición social, ya no
necesitamos escuchar sus opiniones; sintiendo que podemos determinar sus necesidades científicamente, nos
llegamos a impacientar con sus deseos. Individual y socialmente, las relaciones humanas se reducen a
problemas técnicos (…) el gobierno de los hombres es reemplazado por la administración de las cosas (1984:
463).

Sin embargo, nosotros podemos poner estos argumentos bajo la lupa y debatir el nexo casi natural que
suele establecerse entre los avances democráticos y el progreso de la racionalidad. Podemos cuestionar la
creencia de que la búsqueda de la tan ansiada racionalidad de las sociedades liberales occidentales
siempre es “la solución que otra gente necesariamente adoptaría cuando dejaran de ser ‘irracionales’ y se
volvieran ‘modernos’” (Mouffe; 2003: 2).

Siguiendo los argumentos de Mouffe, llamar a alguien “irracional” en este contexto quiere decir que este
sujeto no comparte suficientes creencias y deseos con nosotros como para entrar en una conversación
provechosa sobre el punto disputado.
4
Ahora, si además ese alguien es considerado loco, cuando ese alguien representa también la contracara de
la racionalidad ¿existe alguna posibilidad -desde esta lógica- de considerarlo un interlocutor válido?
¿Sería pensable considerar a esos sujetos como autorizados a entrar en el espacio del discurso y el debate
entre iguales?

La salud mental en la década del 90

La institucionalización de la medicina en el siglo XIX llevó a la práctica médica a monopolizar la salud


de los individuos, presentándose como un modelo eficaz para prevenir y controlar enfermedades, y con
ello determinar cuándo se puede hablar de ellas y cuándo no. A partir de ese momento, esta disciplina
comienza a encerrar a la salud en territorios discursivos especializados, evitando así que los principios por
ella instalados, sean cuestionados (Fraser; 1991).

El antropólogo Eduardo Menéndez llevó adelante un estudio crítico sobre el carácter de la medicina
institucionalizada y determinó que esta posee los siguientes rasgos estructurales:

Biologismo, concepción teórica evolucionista-positivista, ahistoricidad, asocialidad, individualismo, eficacia


pragmática, la salud como mercancía (en términos directos o indirectos), relación asimétrica del vínculo
médico-paciente, participación subordinada y pasiva de los "consumidores" en las acciones de salud,
legitimación jurídica y académica de las practicas curadoras, producción de acciones que tienden a excluir al
consumidor del saber médico, identificación ideológica con la racionalidad científica como criterio manifiesto
de exclusión de los otros modelos (...) (1992:489).

Como profesión liberal, la medicina moderna ha desarrollado un paradigma que, aún fuera de las
prácticas y las instituciones de la cultura en la que se inscribe y a partir de principios a los cuales
considera “validos para todos”, juzga lo normal y lo patológico. Con ello, esta disciplina se impone sobre
los individuos, quienes se ven relegados a un rol pasivo y de aceptación de las disposiciones médicas.

Con el mismo espíritu crítico, Foucault elaboró un análisis sobre la práctica médica de la psiquiatría, una
ciencia que estaba dotada de un halo de racionalidad y eficacia que la ubicaba en la trayectoria del
progreso científico.

En el segundo tomo del libro Historia de la Locura en la Época Clásica, Foucault (2012) desarrolla los
orígenes de la locura en el ámbito material y contingente de la experiencia históricamente constituida, y
afirma que esta está conformada por prácticas institucionales, procesos socioeconómicos y formas de
5

discurso heredadas de la Ilustración que, en conjunto, dieron lugar a la conceptualización de las


enfermedades mentales y a la práctica de la reclusión en los asilos manicomiales de todo aquel que
padeciera estas enfermedades.

La pertinencia de este análisis para nuestro estudio radica en que desmitifica el saber médico psiquiátrico
como la culminación de un proceso de racionalización de las antiguas formas de entender y tratar la
locura 3.

Durante la década del 90’- y en coherencia con lo que relatamos en el apartado anterior- el modelo de
salud que primó fue el de la medicina institucionalizada y específicamente en el campo de la salud
mental, se afirmó el paradigma hegemónico de la psiquiatría.

Para darle sustento a nuestro argumento primeramente debemos señalar los embates de los que fue
víctima el sistema público de salud durante este periodo: descentralización sanitaria 4, arancelamiento de
los hospitales públicos 5, transformación del régimen de obras sociales, y expansión y consolidación del
subsector privado de salud. Estos datos ya nos hablan de un cuadro sujeto a la consideración de la salud
como mercancía.

En cuanto al sistema de salud mental este estuvo regido por la “Ley 22914 de Salud Pública para personas
con deficiencias mentales, toxicómanos y alcohólicos crónicos” sancionada en 1983, meses antes de
culminada la última dictadura militar que azotó a nuestro país desde 1976 y la cuál desde su título nos
informa de una escena dominada por el paradigma de la atención psiquiátrica.

Básicamente, la antigua ley se restringía a regular los mecanismos de internación, delimitando los actores
implicados: poder judicial, autoridad policial, médico director de la institución, “enfermo mental” y su
responsable legal y en caso de urgencia, las personas enumeradas en los incisos 1 al 4 del artículo 144 del
Código Civil (cónyuge, parientes, el Ministerio de Menores y el respectivo cónsul si el “demente” fuera
extranjero).

Por otro lado, la ley tomaba recaudos para que en los procedimientos de internación involuntarios
estuvieran todos los actores en concordancia, legislando así los modos de comunicación, la conformación

3
La noción médica institucionalizada decía que las enfermedades mentales siempre habían existido, no obstante, las
concepciones pre-científicas del mundo habrían impedido su tratamiento.
4
Que consistió en la transferencia de los hospitales nacionales a instancias subnacionales (provinciales y municipales) de
administración y financiamiento.
5
6

Como consecuencia del punto anterior, ya que el estado delegó la potestad a las instituciones públicas sobre su
financiamiento.
de la historia clínica, los mecanismos para proceder ante un menor o un incapaz, etc. Además plateaba
cómo debían ser los establecimientos de internación y sugería que el poder judicial creara un organismo
de observación 6 (Bertagni; 2011).

No obstante, tal como argumenta Monje (2013) debemos pensar que la normativa analizada dice solo una
parte de lo que ocurre en materia de políticas, también resulta clave analizar sus omisiones: la ley no
define qué entiende por salud mental, cuáles son los derechos que se deben defender en el marco de los
derechos humanos 7, cuál debe ser la apuesta institucional en el marco de la rehabilitación, la inclusión
social y las modalidades de tratamiento, sino que sólo se enfoca en la compensación y estabilización del
paciente. Tampoco plantea la necesidad de la inversión en la terapéutica sino sólo en el control de los
sujetos.

Ahora, si analizamos los descripto situados desde una perspectiva wittgensteiniana, podemos afirmar que
la hegemonía de la medicina psiquiátrica en el campo de la salud mental configura un posible “juego de
lenguaje” político entre otros. Y que, aunque desde esta disciplina se intente establecer que sus principios
nos proveen de una solución racional al problema de los padecimientos mentales, nosotros podemos
debatir estos argumentos, tensionándolos con otros juegos de lenguaje político como veremos en los
apartados siguientes.

Para culminar este apartado, resta considerar algunos aspectos positivos de este periodo: debido
precisamente a la descentralización y a la fragmentación del sistema de salud, tuvieron lugar experiencias
locales basadas en la implementación de políticas tendientes a desarraigar la práctica manicomial que se
constituyeron en antecedentes para la ley Nº 26657 8.

Por otra parte, existía también una tendencia internacional 9 favorable a una perspectiva
desmanicomializadora, a la consideración de la salud mental como un derecho humano y a la

6
La creación de este organismo sin embargo se postula sin rigurosidad y premura. Podemos observar esta sugerencia en el
Art.14: “Centro de observación. El Ministerio de Justicia estudiará la posibilidad de constituir un Centro de observación para
recibir a las personas cuya internación se inicie con intervención de la autoridad policial (…).”
7
Esto no resulta extraño si recordamos que esta ley se sancionó durante la dictadura.
8
Tales son los casos de Rio Negro en 1991 (Ley 2440 de promoción Sanitaria y Social de las personas que padecen
sufrimiento mental), de la Ciudad de Buenos Aires en el 2000 (ley 448 de Salud Mental) y de San Luis en 2006 (Ley de
desintitucionalización 1-0536).
9
Que puede observarse en la Declaración de Caracas de la Organización Panamericana de la Salud de 1990, sobre
7

Restructuración de la Atención Psiquiátrica en América Latina (de la que posteriormente emergieron los Principios de Brasilia
-2005-, y el Consenso de Panamá -2010-).También esta tendencia se ve reflejada en los Principios de las Naciones Unidas para
organización de servicios de abordaje comunitarios. Incluso en nuestro país se llegó a sancionar una ley
en el año 2001 (Nº 25421) que se dirigía en esta dirección, aunque esta continuaba sin ser reglamentada
en el año 2006, por lo que su cumplimiento era nulo.

Ahora nos permitiremos una breve digresión a fin de comprender la necesidad de la diversidad en los
métodos de abordaje de la problemática de la salud mental y las limitaciones del pretendido objetivismo
de la psiquiatría moderna.

Breve excursus sobre la naturalización de la mente

Ludwig Wittgenstein lleva adelante un estudio crítico sobre una tendencia heredada del cientificismo
moderno, presente fuertemente en la psiquiatría, que consiste en la “naturalización de la mente”, es decir,
en la transformación de la mente en algo analizable científicamente, y a su vez, en el tratamiento de los
procesos mentales de manera que estos puedan ser explicados en términos físicos.

El objetivo que se propone el autor –y del que nosotros nos vamos a valer para hacer avanzar nuestro
argumento- es demostrar que las “teorías contemporáneas, que pretenden explicar científicamente lo
mental, no logran comprender la naturaleza normativa del fenómeno que intentan esclarecer” (Moreno
May; 2011:184).

Para entender la postura de Wittgenstein respecto a la naturalización de la conciencia, debemos comenzar


por sumergirnos en la crítica que elabora sobre la noción de lenguaje privado 10. El interrogante que se
formula el autor es ¿cuáles son los presupuestos filosóficos que sustentan la idea de un lenguaje privado?
Y la respuesta que ensaya es la siguiente: por un lado, la imagen de que el lenguaje está compuesto por
nombres para cosas y su función sería representarlas, y por otro, la contraposición filosófica entre lo
interno y lo externo -nacida con Descartes-, de la cuál surge la idea de que los estados internos son
privados y por ende conocidos sólo por quién los posee (Wittgenstein; 1999:1 y ss.).

Detengámonos un momento sobre este último punto. Descartes unificó una serie de manifestaciones y
experiencias –tales como la memoria, la imaginación, los sentimientos, las ideas, las percepciones, etc.-
en una categoría inédita desde el punto de vista filosófico: la res cogitans.

la protección de los enfermos mentales y para el mejoramiento de la salud mental de 1991. Ambas expresamente citadas en el
cuerpo de la Ley 26657 y reconocidas como antecedentes.
10
8

Al que Wittgenstein entiende en sus Investigaciones Filosóficas (1999) como aquel cuyas palabras y enunciados se refieren a
sensaciones y pensamientos internos subjetivos de los sujetos de los cuales solo él puede conocer su significado.
El atributo por el que conocemos esas manifestaciones y experiencias, el que constituye su esencia, es el
pensamiento –entendido como “conciencia de”-, al cual podemos acceder inmediatamente y mediante
actos de introspección directos. Por otro lado quedaba la res extensa, el mundo físico cognoscible sólo
indirectamente, a través de los sentidos.

La teoría de la mente actual, sobre la cual se sustenta la psiquiatría moderna, rechazó la idea de la
diferencia de sustancias cartesianas (res extensa vs res cogitans) lo que derivó en que los procesos
mentales demandaran una localización en el mundo físico (fuera de la res cogitans): ahora sería el cerebro
el propietario de la razón, la inteligencia y las emociones.

Sin embargo, desde una perspectiva wittgensteiniana:

(…) al nombrar una cosa con una palabra se presupone toda una gramática, todo un juego del lenguaje. Una
palabra aislada de una gramática, de un conjunto de reglas y actividades en las cuales la palabra cumple un
papel, no es por definición una palabra. No hay, no puede haber un nombrar interno de naturaleza privada
(Moreno May; 2011: 190).

Desde esta lógica podemos argumentar que los pensamientos no son objetos que puedan localizarse en
algún lugar (en el cerebro) sino que son una capacidad que se expresa en la práctica, una habilidad
fuertemente normativa. Por lo tanto, las proposiciones que hablan de los estados psicológicos internos no
deberían ser entendidas como una descripción de estos estados sino como una expresión de los mismos.

Por otra parte, la identificación de la mente con el cerebro trae consigo otra separación fundamental: la
del cerebro con el resto del cuerpo. De esta manera se omite al cuerpo de cualquier consideración en lo
que respecta a la explicación de los atributos psicológicos.

No obstante los sujetos somos “sustancias espacio-temporales vivientes (…). Lo que nos diferencia es un
conjunto más o menos complejo de habilidades distintivas: la razón, la inteligencia, la autoconciencia y el
lenguaje, por ejemplo, que son descritos en este sentido como habilidades del ser humano, no de su
cerebro” (Moreno May; 2011:194). Es decir, estas características no se encuentran localizadas en ningún
lado, sino que son propias del ser humano en su conjunto (incluido de su cuerpo) y el concepto “mente”
vendría a representar una construcción conceptual que refiere a ciertas habilidades humanas.

Desde esta perspectiva, la distinción entre lo interno y lo externo plantea una exigencia falsa respecto de
nuestra percepción de cómo las emociones se conectan con nuestras conductas. Por ejemplo, los sujetos
9

habitualmente no distinguimos entre la ansiedad y las manifestaciones externas de la ansiedad (comerse


las uñas, tener tics, la verborragia, etc.), la ansiedad de otro no permanece oculta en su “cabeza”, no
resulta inobservable para nosotros. En este sentido, la ansiedad y sus manifestaciones, el pensamiento y
su expresión lingüística, no se encuentran separados sino que son distintos aspectos del ser humano en su
totalidad.

Ahora bien, la inseguridad con respecto a las características psicológicas de los demás es inherente al
juego del lenguaje, la incertidumbre sobre lo que sucede en la mente del otro es indisociable a las
herramientas que cada uno de nosotros usa para manejarse con los demás. Obviamente podemos pensar
en expresiones lingüísticas que versen sobre una descripción de nuestros “estados internos” pero en todo
caso este es un juego del lenguaje entre muchos otros y la elección de uno u otro dependerá de la
actividad y el contexto en el que se lleve a cabo a la acción.

En este sentido, debemos replantearnos la manera de entender la división interno / externo, es decir, dejar
de considerarlos como dos espacios ontológicamente diferenciados y comenzar a verlos como dos
dimensiones de lo humano que se configuran a partir de dos juegos de lenguaje diferentes.

Las evidencias para lo interno, como diferentes a las evidencias para lo externo, no se encuentran ocultas, por
así decirlo, en el cuerpo, sino que son diferentes formas de relacionarnos con el cuerpo: podemos ver el rostro
como signo indirecto de un posible dolor, pero también podemos ver dolor en el rostro. En este último caso no
se trata de una inferencia, ni siquiera de un saber, sino de nuestra actitud con respecto al propio rostro. Es por
eso que para Wittgenstein el problema filosófico de la duda respecto a lo interno de los otros se traduce en la
vida cotidiana por el problema de “la indiferencia hacia las expresiones de dolor de los otros” (Moreno May;
2011: 195).

Por otro lado, no debemos perder de vista que el pensamiento no es algo que se produce en el interior del
cerebro, sino que debemos considerarlo como dependiente de un contexto y de una función para él
otorgada por los sujetos. Los fenómenos propios del pensamiento no pueden reducirse a un proceso
fisiológico –lo que no niega su existencia- sino que están constituidos por criterios normativos que
regulan nuestras actividades.

Durante la década de los 90’ en nuestro país, al haber sido la psiquiatría la ciencia que dominó el campo
disciplinar, se redujo la comprensión de los padecimientos mentales a sus meros orígenes causales. Con
ese tratamiento se ignoró sistemáticamente la peculiar naturaleza normativa de lo mental y se redujo
también la riqueza conceptual y simbólica de nuestros comportamientos como seres humanos.
10
Para comprender los conceptos psicológicos debemos focalizarnos en los juegos del lenguaje en los que
tales conceptos adquieren sentido. La idea central no consiste entonces en rechazar las investigaciones
científicas sobre lo mental que reparan en lo fisiológico, sino incorporar la complejidad inherente a lo
humano y la necesidad de la diversidad de los métodos con que la abordamos. En este sentido creemos se
encamina la nueva ley de salud mental.

EL 2001 Y SU CORRELATO EN LA POLITICA ACTUAL

Cuando la multitud habla en nombre propio

El estallido social que tuvo lugar en el 2001 mostró el agotamiento de la praxis política de los 90’
mediante la movilización de la gente que aparecía hablando en nombre propio. Como lo expresan Rinesi
y Vommaro, a lo largo de diciembre de 2001, pero también después,

“la gente a la que durante todos los 90’ habíamos visto siempre ‘representada’ por muestras estadísticas,
‘interpretada’ por expertos, salió a la calle. Reveló que más allá de esos artificios, existía. Se emancipó al menos
parcialmente, de esas voces que hablaban en su nombre, y logró construir una vasta y heterogénea serie de
espacios de movilización, de expresión y de participación en los que se reveló la disposición de los más
diferentes actores sociales y políticos a tomar los asuntos públicos en sus manos” (2007: 455-56).

Este fenómeno se configuró como un punto de no retorno en el que la idea y la práctica de la


manifestación (es decir, la presencia material de las personas) recobró una centralidad que había perdido,
se hicieron visibles nuevos actores que inauguraron otra manera de participar y pensar la política, y
además, se puso en crisis el modelo de gobernabilidad y la forma de hacer política que había prevalecido
durante la década anterior.

Parafraseando a Schuster (2006) las manifestaciones sociales como formas de expresión política, social y
cultural de la subjetividad, muestran que la diversidad, el conflicto y la dislocación son constitutivos de la
realidad social.

Luego del gobierno transicional de Eduardo Duhalde, Néstor Kirchner asume el gobierno de la nación
bajo elecciones generales en el año 2003. A partir de ese momento comienza un periodo -que aún
continúa abierto- en el cual el Estado “desnuda tensiones y está en disputa” y en donde “la capacidad de
resolución de las tensiones que conviven hacia adentro del Estado depende en gran medida de lo que cada
11

uno de los sectores sociales, que puja por adquirir protagonismo en un nuevo escenario político, ponga a
jugar en ello” (Barukel; 2013: 62).
Es decir, la ruptura que opera el kirchnerismo respecto al periodo anterior, es la inauguración de la
reapertura de lo político y como consecuencia de ello, el debate sobre cuál es la manera de procesar la
tensión entre la propensión participativa de la ciudadanía y la vocación de reconstrucción de un orden
político representativo, resulta crucial. Nosotros postulamos que será en la medida que esa tensión nunca
se clausure que es posible pensar en la construcción de un orden político legítimo.

A partir de que la política ha recuperado su capacidad de pensarse como campo de posibilidades, es que
cabe pensar también el tratamiento de una nueva Ley de salud mental, y es precisamente esa capacidad
instituyente la que es propia de la política y la que nos permite entender el límite entre ella y la
administración tal como se presentaba en la década anterior (Schuster; 2006).

Como argumenta Barukel (2013), tanto los actores como el sentido público de la política, adquieren en
este periodo una nueva forma y eso se puede observar claramente en el campo de la Salud Mental. El
interrogante con el que abriremos este último apartado será entonces ¿Cuáles son los campos de disputa
que se inauguran -con esta transformación respecto al Estado y la política- sobre el campo de la salud
mental?

La salud mental como campo disputas

El debate sobre un nuevo sistema de salud mental se viene dando desde larga data en nuestro país a partir
de diversos actores que provienen de los más variados campos. Incluso muchas han sido las experiencias
a lo largo y ancho del territorio nacional –e internacional- que dejan en evidencia el trabajo sobre la salud
mental encarado desde perspectivas transgresoras 11.

Sin embargo, fue a partir del 2007 –con el ya mencionado informe del CELS- que el tema de la salud
mental comenzó a trascender determinadas zonas de “privacidad discursiva y de los públicos
especializados o cerrados para convertirse en centro de atención de un cuestionamiento generalizado”. A
partir de aquí, “las interpretaciones previamente incuestionadas y aceptadas sobre este tema fueron
puestas a debate” (Fraser; 1991: 14) lo que derivó en que luego de un arduo proceso colectivo de trabajo,
la lucha se viera corporizada en la sanción de la ley 26657 de Salud Mental y Derechos Humanos.
12

11
Un panorama general sobre el campo de la Salud Mental en Argentina puede verse “La Perspectiva del Trabajo Social en el
Campo de la Salud Mental" de José Javier Bertagni (2011).
Como punto de partida vale una aclaración “la ley es una ley y no una política pública” (Barukel; 2013:
68), es decir, la ley es protectora: no regula el ejercicio profesional sino que protege contra él y los abusos
que este pudiera generar.

Señalaremos también dos aspectos de esta legislación que podemos considerar como indicadores de un
nuevo sentido de lo público y de una cierta transformación estatal: el primero es la consideración de la
salud como un derecho humano y la responsabilidad asumida por el Estado de garantizar la protección de
los derechos de los usuarios del sistema de salud mental, más allá de la cobertura médica que tengan (o
no) 12; en segundo lugar, la ley señala cuál deberá ser el presupuesto asignado para su efectiva
implementación, a modo de que no quede su texto como una mera declaración de intenciones.

Los puntos clave sobre los que gira la nueva normativa se inscriben dentro de la lucha
desmanicomializadora -que consiste básicamente en el cambio de paradigma de la atención del
padecimiento mental/subjetivo-, y se asientan sobre dos pilares fundamentales: la apuesta al trabajo
interdisciplinar y la prohibición de la creación de nuevos manicomios.

Por otro lado cabe destacar que, aunque la aprobación del proyecto de ley en la Cámara de Diputados fue
dada por unanimidad, el proceso para su aprobación en el Senado fue mucho más dificultoso y dejó más
claras las disputas, consensos y conflictos de intereses -corporativos, ideológicos y teóricos- entre los
diferentes actores. Tal vez, parafraseando a Nancy Fraser (1991), porque las demandas tienden a estar
unidas mediante “cadenas de relaciones condicionadas” y cuando dichas cadenas se desarman en el curso
de los debates políticos, los desacuerdos suelen profundizarse debido a las suposiciones básicas que
comparten (o no) los actores en juego 13. Veamos esto con dos ejemplos concretos:

El campo disciplinar

En los debates previos a la sanción de la ley, la figura del médico psiquiatra surgió como la corporización
del poder disciplinario que ocultaba a los otros actores del campo. Además, aunque en las disertaciones
en ambas cámaras, los representantes de otras organizaciones diferentes a la psiquiátrica le disputaban a
esa ciencia ciertos principios, también reproducían la hegemonía médica en su propio campo disciplinar.

12
Reconociendo la fragmentación que continúa teniendo el sistema de salud, la ley regula también sobre el ámbito privado y
asume la obligación de regir sobre el mercado de las prestaciones.
13

13
Señalamos también que desde la presentación del primer proyecto de ley en 2006 en la Cámara de Diputados se generaron
numerosos foros, encuentros y debates públicos en los cuales participaron organismos internacionales, asociaciones de
profesionales, autoridades políticas, académicos, familiares y usuarios de los servicios de salud metal, etc.
Podemos entonces decir que “las prácticas psiquiátricas no son sólo de la psiquiatría como disciplina, sino
que son productoras de una serie de enunciados legítimos que representan tácticas puestas en acción, que
constituyen en su interior verdaderas relaciones de poder y enfrentamientos que se despliegan en la
práctica cotidiana” (Faraone; 2012:57).

Los discursos de los representantes de las diversas organizaciones invitadas discurrieron


fundamentalmente en torno a los artículos 13 y 16 de la ley que ponían en tensión lugares, espacios y
consolidaciones corporativas: el 13 remitía a los cargos de conducción y gestión de los equipos y el 16,
precisaba el perfil de los profesionales con capacidad para disponer una internación.

Con respecto al artículo 13, debemos señalar una llamativa ausencia: aunque el proyecto mencionaba a
varias disciplinas como constitutivas del campo de la salud mental, solo fueron convocadas al debate
asociaciones de psiquiatría y de psicología y no de las demás. Tal vez sea por ese motivo que en las
disertaciones, si bien se ponía en disputa a quién se habilitaba para la dirección de los hospitales
psiquiátricos, no se cuestionaba ni rol ni las acciones de esa figura 14.

Por su parte, las tensiones gestadas alrededor del artículo 16 volvieron evidente que las internaciones de
los usuarios de los sistemas de salud mental eran vistas como el ámbito de dominio por excelencia del
poder psiquiátrico. Por tal motivo, los puntos más aperos del debate giraron en torno a qué profesionales
estarían habilitados para decidir la internación de un paciente 15.

14
Por ejemplo, el discurso del representante de la Asociación Argentina de Psiquiatras Infanto-Juvenil y Profesiones Afines
decía “Creo que es muy importante que quien tiene la máxima responsabilidad sea quien tenga también ciertos roles de
decisión porque es responsable legal, digamos, de más alto rango, ya que si hay algún problema en un hospital, ustedes saben,
es el médico el que tiene que responder legalmente. Entonces la discusión con el equipo de salud siempre tiene legalmente un
responsable, que es el médico” (HCSN, 2009). Por su parte, desde la representación legislativa, el Senador Lores planteó: “Me
pregunto el por qué de tanto problema con la conducción de los servicios, si hay hospitales que son dirigidos por contadores,
enfermeros, odontólogos, etcétera. Hay ministros de salud que no han tenido ningún título universitario: gremialistas, gente
que ha tenido responsabilidad política. En ningún lado dice que el ministro tiene que ser médico, enfermero o un integrante del
equipo de salud (HCSN, 2009) (Faraone; 2012: 57).
15
Por ejemplo, el representante de la Asociación de Psiquiatras Argentinos, postuló: “Creemos que la internación de un
paciente, tanto clínico como psiquiátrico, tiene que ser una herramienta, primero del médico y especialmente del psiquiatra,
como hasta ahora y como está en el Código Civil. El que interna y es responsable es el médico psiquiatra. Hay un problema
legal, el de la mala praxis, por el cual los médicos son los únicos que pueden internar, y aparte está en sus incumbencias (…)”
en la misma dirección, desde el departamento de Salud Mental de la Facultad de Medicina de la UBA argumentó: “Toda
internación es un acto médico que es la única profesión universitaria que tienetiene una formación como para dilucidar ese
14

problema clínico. Eso no quiere decir que no trabaje en equipo interdisciplinario, pero si es el lugar de la opinión médica. Por
esta razón es que la comunidad ha cargado sistemáticamente al médico de la responsabilidad jurídica de la internación”
(HCSN; 2009) (Faraone; 2012:58).
Desde las instituciones vinculadas a la psicología se intentaba poner de relieve la violencia ejercida por el
poder médico en las instituciones manicomiales y argumentaban que la puja por la participación se
fundaba precisamente en la posibilidad de limitar ese poder.

En resumen, la apuesta interdisciplinar es central a la hora de pensar el desafío de desmanicomialización


inaugurado con la nueva normativa. Su importancia radica por un lado, en que posibilita el diálogo entre
conocimientos profesionales y no profesionales, e incluso con los mismos pacientes, y por otro lado,
porque habilita la participación y la capacidad de la autorepresentación en el tratamiento de los
padecimientos.

Es a partir de incorporar esa heterogeneidad de miradas que se vuelve posible generar un contrapeso a las
prácticas hegemónicas respecto de la atención, que se sostienen en el conocimiento científico profesional
del psiquiatra. En este sentido, la interdisciplinariedad vuelve al sistema de salud más democrático ya que
permite “una multiplicidad de prácticas y cambios pragmáticos dirigidos a persuadir a la gente a ampliar
el campo de sus compromisos hacia los demás, a construir comunidades más inclusivas” (Mouffe;
2003:3)

Por otro lado, esta trasformación cambia también los modos de subjetivación, o sea, “las formas en las
que varios discursos ubican a las personas a quienes se dirigen como sujetos de un tipo específico,
dotados de ciertas capacidades específicas para la acción” (Fraser; 1991:9). En este sentido, el derecho a
la salud mental de quienes han atravesado internaciones psiquiátricas, no consiste sólo en la posibilidad
de acceso a prácticas de atención, sino que debería constituirse como un proceso de subjetivación que
deconstruya la objetivación resultante del paso por los dispositivos manicomiales. Para tal fin, la
desvalorización de la palabra del loco, fruto del estigma que sobre él pesa, es lo que necesariamente debe
ser revertido (Barukel; 2012).

Los debates en torno al concepto de padecimiento psíquico

Este punto de conflicto sobre qué es lo que se entiende por salud mental resulta crucial debido a que es a
partir de esta noción que se interpretan las necesidades de los pacientes que ingresen al sistema de salud
mental.

Para ejemplificar este argumento basta pensar que cuando el sistema estaba regido por la ley 22914, los
15

padecimientos mentales eran vistos unívocamente desde la óptica de la medicina psiquiátrica cuya
concepción de lo mental descansaba en la naturalización de la conciencia, por lo que coherente con esta
noción, la ley se limitaba a regular todo lo referido a internaciones y no contemplaba la terapéutica. La
“enfermedad mental” era vista como una disfunción física del sufriente y como una condición estable a lo
largo del tiempo.

Por eso, la incorporación en el texto de la nueva ley de la noción de padecimiento psíquico o


padecimiento subjetivo produjo desacuerdos insalvables entre los actores en disputa. Por un lado, las
organizaciones psiquiátricas plantearon un discurso reprivatizador 16 que se sostenía en el argumento de
que no era posible pensar la intervención en el campo de la salud mental por fuera de la noción
históricamente construida de enfermedad y de trastorno 17 (Faraone; 2012). Es decir, los actores
vinculados al campo de la medicina psiquiátrica sostenían “los paradigmas de argumentación aceptados
(hasta ese momento) como autorizados para juzgar las demandas en conflicto” (Fraser; 1991:8).

Sin embargo, el resto de las organizaciones se alineó detrás de un enfoque bio-pisco-social que cuestionó
la concepción psiquiátrica de “enfermedad mental” por considerarla ahistórica y asocial y porque
desconoce, además, la incidencia de los procesos económicos, sociales, laborales, de la cultura, etc. en la
configuración de nuevas formas de malestares psíquicos. Esta tendencia se encuentra inscripta en el
artículo tercero de la ley a donde se define la noción de salud mental:

ARTÍCULO 3º.- En el marco de la presente ley se reconoce a la salud mental como un proceso determinado por
componentes históricos, socio-económicos, culturales, biológicos y psicológicos, cuya preservación y
mejoramiento implica una dinámica de construcción social vinculada a la concreción de los derechos humanos y
sociales de toda persona.

En resumen, desde la sanción de la ley 26657, la salud mental forma parte de sistema de salud público, lo
que le otorga responsabilidad al Estado y lo convierte en protector del abuso de poder psiquiátrico al
mismo tiempo que promotor de otras formas diferentes de tratamiento.

Para llevar adelante la lucha antimanicomial la nueva normativa plantea la importancia de la presencia de
trabajadores provenientes de distintas disciplinas y además interpela al protagonismo de los usuarios y

16
Fraser propone a los discursos de la reprivatización como aquellos que aparecen como respuesta a las formas opositoras del
discurso que surgen cuando las necesidades se politizan desde “abajo”.
17
A modo ilustrativo, el representante de la Asociación de Psiquiatras Argentinos postuló: “También hay que tener en cuenta
que la enfermedad mental existe, porque no se trata de medicalizar el sufrimiento psíquico, ya que todos los tenemos. Por un
16

desengaño amoroso quién no ha tenido una noche de insomnio, y eso no es medicalizable, pero la enfermedad mental existe y
requiere, por lo tanto, de las mejores condiciones para que pueda garantizarse la reinserción social del paciente psicótico”
(HCSN; 2009) (Faraone; 2012: 59).
familiares de los servicios de salud mental nucleados en organizaciones fuertes y capaces de disputar la
dirección de las futuras políticas públicas.

A MODO DE CONCLUSIÓN, SIEMPRE PRVISORIA

Para finalizar el presente trabajo queremos dejar planteadas algunas reflexiones sobre los alcances de la
nueva ley. En primer término sostenemos que la lógica manicomial representa una relación social de
dominación, es decir, los manicomios pueden dejar de existir -tal como lo establece la nueva ley- y no
obstante, esta lógica sobrevivir como paradigma de atención. Es por eso, que la participación activa de
diversos actores dentro de este campo, sin duda ayuda a definir los problemas que existen y las diversas
maneras de afrontarlos.

La ley 26657, más que un proceso acabado, representa la apertura de un terreno de disputas, en donde por
un lado, el Estado asume su responsabilidad en la tarea de la desmanicomialización y actúa como garante
del ingreso de nuevos actores no hegemónicos al campo en tensión, pero por otro lado, estos actores
deben sentirse interpelados a constituir movimientos que pujen por la concreción de las reformas,
proponiendo nuevos juegos de lenguaje en la dirección de cambiar el cuestionado paradigma de atención
psiquiátrica.

No obstante no se trata de reemplazar este paradigma de atención por otro, sino de comprender que los
valores democráticos no pueden ser promovidos ofreciendo argumentos racionales deslindados del
contexto. Contribuimos a la democracia cuando nos identificamos con sus valores, y este es un proceso
complejo que tiene lugar a través de una multiplicidad de prácticas, discursos y juegos de lenguaje.

Por otro lado, consideramos que el proceso de elaboración de las políticas públicas para la efectiva
aplicación de la ley, también debe pensarse como proceso de subjetivación. Es decir, pensar la
participación activa de los diferentes actores implicados en la problemática de salud mental, en la
definición de problemas y para el delineamiento de las formas de abordarlos, implica la apuesta a que
cada uno de estos actores pueda hablar en nombre propio. En consecuencia, la construcción de las
acciones públicas en salud mental deben darse en clave participativa.

De acuerdo a estos argumentos, debemos concebir la política democrática en materia de salud mental de
un modo diferente: subvirtiendo la tentación siempre presente en las sociedades democráticas de
17
disimular la existencia de formas de exclusión de la locura bajo el velo de la racionalidad de la ciencia
médica psiquiátrica (Mouffe; 2003).

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