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EL ABORTO

Desde Caín y Abel el homicidio se ha cometido una incalculable


cantidad de veces. Una de sus modalidades es el aborto, el crimen más
abominable por ser cometido contra el inofensivo e inocente niño no
nacido. Sin embargo, en la actual “cultura de la muerte” el homicidio por
aborto es el más repetido y fomentado con las iniciativas en los organismos
estatales para aprobarlo legalmente o despenalizarlo. Muchos persisten en
sostener que la ley del aborto sería positiva. Pero ¿por qué razones?
Algunas constituyen prejuicios insostenibles y resumen pura retórica. Una
ley de aborto —se pretende— sería “una conquista de la civilidad y del
progreso”, una superación de la “esclavitud de la mujer” una manera de
“conjurar” la explosión demográfica. Esto claramente indica cuán
intensamente se prefiere el placer de la lujuria al derecho más fundamental
de otra persona: su derecho a la vida. Es la señal de que paulatinamente se
ha ido produciendo la perversión de la antropología y el desprecio de los
grandes valores. Se ha defendido la libertad sexual extrema porque se la
juzga una cuestión de orden personal y se ha atacado frenéticamente la
procreación humana porque se la considera un asunto de repercusiones
sociales. Si se observa bien, es con el fantasma de la superpoblación como
se intenta justificar la barbarie. Esa excusa ha sido la causante del recurso
a cuatro medios intrínsecamente deshonestos. Primero, para mantener la
natalidad bajo un determinado límite, se ha propagandeado la
contracepción con toda clase de métodos artificiales, sean cuales sean sus
consecuencias. Segundo, si estos métodos resultan insuficientes, se intenta
imponer el asesinato de los nuevos seres que pueden ir apareciendo
mediante el aborto y el infanticidio, sobre todo en los países
subdesarrollados. Tercero, se incentiva la homosexualidad, imaginando que
la humanidad se dividirá en dos grupos: el procreador y el no-procreador.
Cuarto, se planea suprimir la clase de los jubilados recurriendo a la
eutanasia.
Si esos cuatro medios tienen éxito (y al parecer lo están teniendo) se
piensa que la humanidad ha llegado al apogeo del progreso, aunque
suponga para quienes no son meramente materialistas la corrupción de
todos los órdenes. El fin primario de la humanidad ha sido colocado por el
materialismo exacerbado en los bienes económicos y financieros,
lógicamente apartándola totalmente de Dios y de las aspiraciones de una
felicidad futura. Evidentemente tal concepto del desarrollo de la conducta
humana se aparta en forma radical de la doctrina cristiana y de la ley
natural. No cabe la menor duda.
Por otro lado, merece un detenido análisis la que propone como
objetivo o intención fundamental de la ley misma la lucha contra el aborto
clandestino. ¿Tiene verdadero valor esta razón? Existen varias maneras de
mostrar que no.
Frente a este panorama desolador hay mil cosas que decir. Lo intenta
este libro. Todo cristiano y todo hombre de buena voluntad no debe perder
la esperanza. Aunque se lo amenace si no se calla, está obligado a
proclamar valientemente la verdad. Quien tiene el privilegio de poseer la
luz, ha de esforzarse por hacerla resplandecer a su alrededor.
Tal hermoso propósito alientan los autores. Los cristianos están
obligados a recordar la doctrina moral enseñada durante dos milenios por la
Iglesia de Jesucristo, tratando de comprender sus fundamentos avalados por
la misma filosofía racional. Aquí se les proporciona con precisión una gran
serie de reflexiones que deben contribuir a educarlos a ellos mismos y
convertirlos en instrumento de la educación de los otros, sobre todo niños y
jóvenes. Por eso mismo este libro será de gran utilidad. Merece una
recepción cordial y un agradecimiento sincero del conocimiento que
proporciona, abundante, justo y bien expuesto.
Quienes no sean cristianos pero se consideren mujeres y varones de
buena voluntad, deberán escuchar con atención y respeto las razones
defendidas por los cristianos para sostener con firmeza cuanto enseñan.
Ciertamente no es imposible comprender la diferencia de nivel de nobleza
que alcanzaría la sociedad si se reconociese el gran respeto por la vida y la
virtud exigido por el cristianismo.
Son numerosos y graves los problemas suscitados en el mundo
entero por el persistente fenómeno del aborto procurado. Dicho fenómeno
se enumera indudablemente entre las realidades más inquietantes de nuestra
sociedad actual, porque todos los síntomas indican una tendencia a
incrementarlo. Y es preocupante ya desde el punto de vista cuantitativo,
sobre todo si se lo coteja con los más comunes, y frecuentemente banales y
falaces, argumentos aducidos por quienes lo reclaman. Pero es sobre todo
desde el punto de vista cualitativo y cultural, si se añade un elemento
mucho más peligroso todavía: el silencio (en sus más variadas formas) con
el que se intenta encubrirlo.
Por eso se hace urgente el recurso responsable a la palabra y a la
acción. En este sentido es conveniente presentar una serie de reflexiones
sobre algunos aspectos del aborto relacionados ya sea con los intentos de
legislación, ya sea con la conciencia de nuestros conciudadanos.
Es precisamente lo que efectúan los autores de este libro. Evito
repetir lo expuesto por ellos, pero sí recomiendo su atenta lectura.
Quiera Dios que, al menos los cristianos, se constituyan en eco
acreditado de este clamor dirigido a toda la sociedad por esta calamidad
amenazante de la humanidad entera.

Domingo F.P. Basso, o.p.

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