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TEMOR

El temor es una reacción emocional que surge de la interpretación que hace una persona
acerca de si la situación que enfrenta es peligrosa y constituye una amenaza para su
bienestar. Los peligros y amenazas percibidos pueden ser psicológicos o físicos. Las
situaciones más comunes que activan el temor son aquellas que se relacionan con la
anticipación de un daño físico o psicológico, la vulnerabilidad ante el peligro o una
expectativa de que las propias capacidades de afrontamiento no pudieran estar a la altura
de las circunstancias que se avecinan. La percepción de que se puede hacer poco para
afrontar una amenaza o peligro ambiental es tan importante como fuente de temor como
cualquier característica real de la amenaza o peligro en sí (Bandura, 1983). Por ende, el
temor se refiere en su mayor parte a una vulnerabilidad percibida que provoca sentirse
abrumado ante una amenaza o peligro.

El temor motiva la defensa. Funciona como señal de advertencia de un daño físico o


psicológico próximo que se manifiesta en la activación del sistema nervioso autónomo
(como en la parte de huida de la respuesta de pelea o huida). El individuo tiembla, transpira,
mira alrededor y siente tensión nerviosa que le inclina a protegerse.

Es a través de la experiencia de temor que nuestro sistema emocional nos informa de


nuestra vulnerabilidad (a menudo de manera más que obvia). La motivación de protección
se manifiesta ya sea a través de escapar o retrayéndose del objeto u objetos. La huida
establece una distancia física (o psicológica) entre el sujeto y aquello que se teme. Si la huida
no es posible, el temor motiva el replegarse, como quedarse quieto y tranquilo.

Sin embargo, el temor puede también, de manera más positiva, dar el apoyo motivacional
para aprender nuevas respuestas de afrontamiento que alejen a la persona del
enfrentamiento inicial con el peligro. Por ejemplo, muchos conductores en carreteras
durante una lluvia torrencial necesitan que se les recuerde que deben prestar atención al
piso resbaloso (el temor activa los esfuerzos de afrontamiento), y los conductores
experimentados tienen mayor capacidad de afrontar este peligro que los novatos (el temor
facilita el aprendizaje de respuestas adaptativas).

En consecuencia, el temor nos advierte de nuestra vulnerabilidad y también facilita el


aprendizaje y activa el afrontamiento.

ENOJO
El enojo es una emoción omnipresente (Averill, 1982). Cuando la gente describe su
respuesta emocional más reciente, el enojo es la emoción que con más frecuencia viene a
la mente (Sherer y Tannenbaum, 1986). El enojo proviene de la restricción, como en la
interpretación de que alguna fuerza externa (p. ej., barreras, obstáculos, interrupciones) ha
interferido con los propios planes, metas o bienestar. El enojo también surge en respuesta
a una traición, rechazo, críticas injustificadas, falta de consideración de los demás y molestias
acumulativas (Fehr, Baldwin, Collins, Patterson y Benditt, 1999). La esencia del enojo es la
creencia de que la situación no es como debería ser; es decir, la restricción, interferencia o
crítica es ilegítima (De Rivera, 1981).
El enojo es la emoción más vehemente. La persona que está enojada se vuelve más fuerte y
tiene más energía (como en la parte de pelea, de la respuesta de pelea o huida). El enojo
también incrementa la sensación de control (Lerner y Keltner, 2001). El enojo hace que la
gente esté más sensible y sintonizada contra las injusticias que el resto de las personas
(Keltner, Ellsworth y Edwards, 1993) y la pelea y la sensación de control se dirigen a superar
o corregir la restricción ilegítima. Este ataque puede ser verbal o no verbal (gritar o azotar
la puerta) y directo o indirecto (destruir el obstáculo o simplemente lanzar objetos a todas
partes). Otras respuestas comunes motivadas por el enojo son la expresión de sentimientos
heridos, discutir las cosas o evitar del todo a la otra persona (Fehr et al., 1999). Cuando los
individuos actúan su enojo, la investigación muestra una sorprendente tasa de éxito (Tafrate,
Kassinove y Dundin, 2002). A menudo el enojo aclara los problemas de relación, da energía
a los intereses políticos y atiza a una cultura a mejorar, como ocurrió con el movimiento
de los derechos civiles, el movimiento para el sufragio femenino y la respuesta nacional de
los estadounidenses ante los ataques terroristas del 11 de septiembre de 2001 (Tavris,
1989). No obstante, en todos estos casos en los que el enojo satisface una función positiva,
casi siempre es la expresión asertiva y pacífica de esta emoción, en lugar de su expresión
violenta, lo que resulta redituable, porque el enojo puede cumplir con una función
importante de alerta (“¡tómame en serio!”) que conduce a los demás a una comprensión
más profunda de la otra persona y del problema que causó el enojo.

El enojo no sólo es la emoción más exaltada, sino que también es la más peligrosa, ya que
su propósito es destruir las barreras en el ambiente. Cerca de la mitad de los episodios de
enojo incluyen exclamaciones y gritos, y cerca de 10% de estos episodios conducen a
agresión (Tafrate et al., 2002). Cuando el enojo estimula la agresión, produce destrucción y
lesiones innecesarias, como cuando empujamos a un rival, insultamos a un compañero de
equipo o dañamos de manera insensata la propiedad ajena. Un ataque de cólera también
aumenta la probabilidad de sufrir un infarto. Pero, de nuevo, de manera más positiva, el
enojo también puede ser una emoción productiva; es fructífero cuando energiza el vigor, la
fuerza y la resistencia en nuestros esfuerzos por afrontar la situación en forma productiva
a medida que cambiamos el mundo que nos rodea a como debiera ser. Y la gente (p. ej., los
políticos) que expresan enojo adquieren en general un mayor respeto y estatus cuando
quieren corregir una injusticia que las personas que expresan tristeza o culpa (Tiedens y
Linton, 2001). Cuando las circunstancias cambian de aquello que no debería ser (injusticia)
a cómo deberían ser (justicia), el enojo se va desvaneciendo de manera apropiada (Lerner,
Goldberg y Tetlock, 1998).

TRISTEZA
La tristeza (o angustia) es la emoción más negativa y aversiva. La tristeza surge
principalmente de las experiencias de separación o fracaso. La separación —la pérdida de
un ser querido por muerte, divorcio, ciertas circunstancias (p. ej., un viaje) o disgusto—
produce angustia. Además de estar separados de aquellos que amamos, también
experimentamos separación respecto de un lugar (pueblo natal) o un trabajo, posición o
estatus valiosos. El fracaso también conduce a la tristeza, como al reprobar un examen,
perder un concurso o ser rechazado de la membresía a un grupo. Incluso el fracaso que
está fuera del propio control volitivo puede causar angustia, como en la guerra, enfermedad,
accidentes y depresión económica (Izard, 1991).

Debido a que la sensación es tan aversiva, la tristeza motiva al individuo a iniciar cualquier
comportamiento necesario para aliviar las circunstancias provocadoras de angustia antes
que ocurran de nuevo. La tristeza motiva a la persona a restaurar el ambiente a como era
en su estado anterior a la situación angustiante. Después de una separación, el amante
rechazado se disculpa, envía flores y telefonea en un esfuerzo por reparar una relación
destrozada. Después del fracaso, el ejecutante practica para restaurar la confianza y prevenir
otro fracaso similar. Es decir, al sentirnos tristes es más probable que nos disculpemos e
intentemos reparar los agravios hechos; pero, por desgracia, muchas separaciones y fracasos
no pueden repararse.
Bajo condiciones desesperanzadoras, la persona no se comporta en forma activa y vigorosa,
sino de una manera inactiva y letárgica que conduce en esencia al retraimiento.

Un aspecto benéfico de la tristeza es que facilita en forma indirecta la cohesión de los grupos
sociales (Averill, 1968). Debido a que separarse de personas significativas causa tristeza y
ésta es una emoción tan incómoda, su anticipación motiva que la gente permanezca
cohesionada con sus seres queridos (Averill, 1979). Si la gente no extrañara a los demás,
entonces estaría menos motivada a hacer un esfuerzo adicional para mantener la cohesión
social. En forma similar, si un estudiante o un atleta no anticiparan la posibilidad de sufrir
angustia inducida por el fracaso, estaría menos motivado a prepararse y practicar. De este
modo, aunque la tristeza es una sensación muy desagradable, puede motivar y conservar las
conductas productivas.

ALEGRÍA
Los sucesos que provocan alegría incluyen resultados deseables, como éxito en una tarea,
logro personal, progreso hacia una meta, conseguir lo que deseamos, obtener respeto,
recibir amor o afecto, recibir una sorpresa agradable o experimentar sensaciones
placenteras (Ekman y Friesen, 1975; Izard, 1991; Shaver et al., 1987). La alegría es la
evidencia emocional de que las cosas están yendo bien (p. ej., obtener éxito, logro, progreso,
respeto, amor).

Las causas de alegría —resultados deseables relacionados con el éxito personal y la afinidad
interpersonal— son, en esencia, lo contrario de las causas de tristeza (resultados
indeseables relacionados con el fracaso y la separación o pérdida). La manera en que nos
afecta la alegría parece ser contraria a cómo nos afecta la tristeza. Cuando estamos tristes,
nos sentimos aletargados y retraídos; cuando estamos dichosos, nos volvemos optimistas.

La función de la alegría es doble. Primero, facilita nuestra disposición a participar en


actividades sociales. Las sonrisas de dicha alegría facilitan la interacción social (Haviland y
Lelwica, 1987), y si las sonrisas continúan, entonces ayudan a la relación a formarse y
fortalecerse a lo largo del tiempo (Langsdorff, Izard, Rayias y Hembree, 1983). Pocas
experiencias recompensan tanto como la sonrisa y la inclusión interpersonal. En
consecuencia, la alegría es un pegamento social que sella las relaciones, como entre lactante
y madre, amantes, compañeros de trabajo y compañeros de equipo. Segundo, la alegría tiene
una “función tranquilizadora” (Levenson, 1999). Es el sentimiento positivo que hace
agradable la vida y que equilibra las experiencias vitales de frustración, decepción y afecto
negativo general. La alegría nos permite conservar el bienestar psicológico, incluso ante los
sucesos angustiantes que se cruzan en nuestro camino. La alegría también logra deshacer
los efectos inquietantes de las emociones aversivas, como cuando los padres cantan y hacen
gestos graciosos para tranquilizar a un niño angustiado o cuando los amantes se muestran
afecto para aliviar un intercambio que de otro modo resulta conflictivo (Carstensen,
Gottman y Levenson, 1995).

AFECTO
El afecto a nivel emocional surge cuando existe la percepción de que ciertas cosas en el
ambiente nos van a dar lo que necesitamos, la primera reacción es ir hacia ella, sentirnos
atraídos.

Se dice que el afecto es la experiencia psicológica más elemental a la que se tiene acceso
mediante introspección y constituye el núcleo central de la emoción (Russell & Barrett,
1999), pues los afectos se sienten, al ser la experimentación de algo, sea un suceso complejo,
un recuerdo, una imagen visual, una melodía, etcétera, como positivo o negativo, bueno o
malo, atractivo o repulsivo, agradable o desagradable y la valencia o valoración es la cualidad
de su experiencia (Aguado, 2005). Además, el afecto, es un elemento irreductible cuya
característica es no ser un fenómeno cognitivo (Elster, 2002; Fernández-Dols, Carrera &
Oceja, 2002), que se vive en el seno de grupos más o menos bien delimitados, al interior de
los cuales se ejerce una acción contagiosa donde todo estado afectivo un poco claro tiende
a resonar sobre el grupo y a beneficiarse por reacción de esta resonancia, pues cuanto más
socialmente adaptado es el medio más es la participación en él, y más la fuerza que adquiere
la emoción (Fernández, 2000), dado que si no existe el medio, la emoción no realiza todas
sus virtualidades mentales y motrices y por regla, las emociones nacen, crecen y se acotan
en un medio humano adonde las nutre con la conmoción que de ellas recibe (Blondel, 1945).

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