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ARTÍCULO N° 1

Ensayo N° 1
Semana N° 3

LA CONSTRUCCIÓN PSICOSOCIAL DE LA IDENTIDAD Y


DEL SELF

PSYCHOSOCIAL CONSTRUCTION OF IDENTITY AND SELF

INTRODUCCIÓN
La psicología del Self surge en el contexto europeo de finales del s. XIX y principios del s. XX,
en el que el psicoanálisis causaba una revolución en la concepción del ser humano. El
enfoque del hombre como criatura de dios que había reinado en la edad media, o la
exaltación de la sensibilidad del alma y la búsqueda de aspiraciones intelectuales de orden
superior que determinaba la época romántica, se vieron truncadas con la llegada del
enfoque científico al estudio del ser humano. Tanto la visión freudiana de la cultura como
domesticación del hombre, concebido éste como mera caja de impulsos sexuales y
agresivos, como la atrevida propuesta de la evolución de Darwin, en la que se animalizaba
al hombre, generaban una postura simple y determinista del ser humano. No fue hasta
transcurrida buena parte del siglo pasado que los postulados de las psicologías
intersubjetivas llegaron para recordar la necesidad de explorar la subjetividad del individuo
en interacción con un contexto cultural e interpersonal. Una nueva ruptura llegaba con ello,
y la voluntad innata de crecimiento y la tendencia a la autorrealización de la naturaleza
humana eran las claves de la misma.

La experiencia interpersonal de los primeros años de vida del infante era tan determinante
como las fuerzas pulsionales que habían ocupado el centro de las teorías freudianas. El
surgimiento de la teoría de Heinz Kohut se data en la década de los 70 del siglo XX con la
publicación de sus tres obras seminales, “Análisis del self” (1971), La restauración del sí
mismo”(1977) y “¿Cómo cura el psicoanálisis?”(1984) (ésta última, editada dos años

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después de su muerte), en las cuales se observa la transición paulatina del autor desde la
fidelidad a la psicología postfreudiana del yo hacia el nacimiento de la psicología del self.

Objetos del self La pregunta consecuente a este planteamiento es cómo evoluciona esa
línea narcisista del desarrollo. Para ello, Kohut explica la presencia de tres funciones que el
entorno humano próximo del niño debe satisfacer si se espera que el self infantil se
desarrolle de una manera saludable. Una de estas funciones es la función especular.
El cuidador, cuando la ofrece, se convierte en un objeto de self especular y su tarea es
confirmar el sentimiento innato de vigor, grandeza y perfección del pequeño, a quien mira
con alegría y aprobación, apoyando los estados de ánimo expansivos y grandiosos del
mismo. La tarea del adulto es devolver una imagen valiosa de sí mismo al infante. Los
efectos en el desarrollo del self que produce esta función están relacionados con la
capacidad de la persona de sentir placer (con lo que se es y con quien se está) y de
experimentar el deseo, que es el motor de la acción. En el capítulo de Ávila, Herrero y Felipe
(2004) se anota que la función reflexiva del objeto de self, “además de aportar autoestima,
alivia tensión, disminuye miedos y aporta bienestar corporal” (p. 220). La segunda función
es la de servir de imagen idealizada. Los cuidadores son vistos por el niño como personas
poderosas llenas de cualidades positivas. El niño los vive como transmisores de calma,
infalibilidad y omnipotencia. Las consecuencias son que el self integra la seguridad de ser
querido y puede introyecta esas características positivas que inicialmente ve en el otro.
La tercera función es la función gemelar. Ocurre en fases más avanzadas de desarrollo y
tiene que ver con la sensación de ser esencialmente igual (en características, valores,
gustos, etc.) a los objetos del self a los que el niño ha colocado en este lugar. El buen
desempeño de esta función dará lugar a la búsqueda y desarrollo de aptitudes y talentos,
primero identificadas al otro y posteriormente filtradas en la propia individualidad del self.
Es importante diferenciar el estado final de un self maduro y bien construido, en el que se
observa un funcionamiento adaptativo en los aspectos descritos y que posee un claro
sentimiento de individualidad y de diferenciación del otro, de la situación inicial de
transferencia narcisista masiva, en la que el bebé establece vínculos narcisistas con el otro,

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en los que ese otro no es independiente, sino que se vive como una extensión de sí mismos
(de ahí su denominación de objetos del self). Esto explica la fuerte vinculación exigida por
personas adultas con trastornos del narcisismo, que a menudo es vivida de manera
incómoda en el equipo terapéutico.

La internalización progresiva de las funciones de objeto de self es la manera en la que se


posibilita la construcción del self maduro, sin tendencia a la fragmentación, con adecuada
autoestima, autoconfirmación y admiración por los demás. Ahora bien, es evidente que el
objeto de self (padre, madre o cuidador) no puede cumplir las exigencias de ese vínculo
narcisista de manera infalible. Las fallas en esta satisfacción proporcionarán las experiencias
vitales más importantes para que el aparato psíquico evolucione hacia la madurez: las
frustraciones óptimas. Es decir, en las relaciones cuidador infante, se producen decepciones
paulatinas, desilusiones de la vida ordinaria, que, dentro de un entorno globalmente
sostenedor, ayudan al niño a avanzar. Si la decepción es excesiva, o el psiquismo del
individuo todavía no está preparado para asumirla, se puede producir una herida en el
narcisismo del self, que, acumulada, puede culminar en trastornos del narcisismo en la
adolescencia o en el adulto, tal como vemos a su llegada al hospital de día.
Las frustraciones pueden llegar a ser masivas, repetidas o traumáticas cuando el bienestar
emocional del cuidador también se encuentra comprometido. Los pacientes a los que se
atiende en los servicios de salud mental suelen venir acompañados de madres o familiares
incapaces de contener la angustia de sus hijos, ahora adultos, ni de espejar las habilidades
incipientes que parecen asomar en unas u otras áreas de su vida. El ciclo repetido de
satisfacción y frustración óptima de las demandas narcisistas del niño, en un ambiente
atento y sostenedor (tampoco sobreprotector) posibilitará la internalización
transmutadora, un concepto clave de la teoría del self de Kohut. Con la internalización
transmutadora, el autor describe la introyección de las funciones del objeto del self
anteriormente mencionadas, de modo que el niño aprende a calmarse a sí mismo, en lugar
de llegar a la desesperación, se siente con fuerza a pesar del fracaso y culmina en un self
seguro y resistente, núcleo de entusiasmo y vitalidad.

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En el artículo Formas y transformaciones del narcisismo. Kohut (1966) describe los destinos
saludables de la energía narcisista. Una energía adaptativamente transformada da muestras
de un self maduro. La madurez del self se expresa en una persona activa, con claridad en
sus ambiciones (alentadas y reguladas por un objeto del self especular suficientemente
eficaz) y en sus ideales (consecuencia de la interiorización de la imagen parental idealizada).
En la clínica, nos encontramos personas con trastorno narcisista que presentan cuadros
sintomáticos aparentemente opuestos: bien pacientes con un grado de abatimiento
extremo y un autoabandono importante en sus propias necesidades vitales, o bien,
pacientes hiperactivos, desorientados, impulsivos, con promiscuidad sexual y adicciones,
con facilidad para las relaciones sociales superficiales. En ambos casos, la sintomatología es
consecuencia de un self frágil, errático, en el que predomina un vacío interior inmenso y
doloroso, que no puede aferrarse a ninguna ambición o proyecto vital (porque nunca se ha
sentido válido o valioso para ello; nunca ha sido mirado de tal manera), ni tampoco es capaz
guiarse por unos ideales interiorizados de otro (porque nunca se ha sentido contenido con
sus figuras de apego; nunca ha mirado a nadie de tal manera).
La noción de identidad y self hacen parte de aquellos conceptos que bordean los límites
entre filosofía y ciencia y sobre los cuales se hacen preguntas de carácter filosófico no ajenas
a los intereses de diversas disciplinas científicas, para las cuales su definición resulta de vital
importancia en la elaboración de sus teorías. Así, para las posturas epistemológicas del
construccionismo social o el feminismo lo mismo que para la pedagogía, la antropología y
las distintas corrientes de la psicología, el tratar de entender lo que somos y la manera como
nos reconocemos, ha recobrado un nuevo ímpetu dentro de los debates actuales sobre el
sujeto. A diferencia de la tradición en varias disciplinas que tratan por separado la identidad
y el self, el propósito de este artículo es desarrollar estos conceptos de manera
interrelacionada a partir de la construcción que se hace en las transacciones entre el
individuo con su ambiente psicosocial, mediada por los conceptos, teorías y discursos que
se construyen sobre los individuos desde distintas disciplinas, en particular la psicología.

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Al abordar las nociones de identidad y de self es necesario reconocer que muchos conceptos
que tienen que ver con la psicología comenzaron a estudiarse mucho antes que apareciera
la disciplina tal y como es conocida actualmente. Por eso es importante reconocer la
diferencia que establece Richards (1996) entre psicología con "P" mayúscula y con "p"
minúscula, siendo la primera la que se refiere a la historia de la disciplina y la segunda la
que estudia el comportamiento, la vida diaria y sus problemas. Esta distinción difiere de la
que hiciera Ebbinghauss según Danziger (1990), entre el estudio científico de los conceptos
psicológicos y los anteriores a los que él denomina de tradición no-científica o
especulativos. Para Ebbinghauss lo que cambia históricamente no son los fenómenos
psicológicos en sí mismos sino nuestra forma de estudiarlos y de pensar sobre ellos ya que
los fenómenos se dan por hechos. Como ocurre con los objetos estudiados por la ciencia
física, los objetos estudiados por la ciencia psicológica no son considerados desde la forma
como han sido elaborados a lo largo de la historia – son considerados, dentro de la
perspectiva de Ebbinghauss, como objetos naturales y no como objetos constituidos
históricamente.
Por el contrario, en la posición de Richards (1996) la distinción entre psicología con
mayúscula y psicología escrita con minúscula implica que los fenómenos estudiados no son
objetos naturales sino elaboraciones sociales construidas históricamente. La historia de la
psicología con "p" minúscula no es la historia de la manera como fueron siendo elaborados
los conceptos que dieron lugar a las posteriores formulaciones científicas, sino la del
surgimiento de esos objetos discursivos, que dan lugar a los objetos de estudio que hoy
aborda la psicología. En el caso del self importa pensarlo, dice Richards, como un objeto
histórico más que como un fenómeno natural. Si les asignáramos solamente un estatus
natural implicaría que tanto la identidad como el self siempre han permanecido igual y que
han sido construidos sin tener en cuenta cómo pensamos o hablamos de ellos. Esto por
supuesto es equivocado si aceptamos el argumento de Danziger (1990); las características
de lo que entendemos por identidad o por self no son independientes de las formas
cambiantes de describirlos y relacionarlos a lo largo de la historia. Al ver la identidad y el
self como objetos de conocimiento, las distintas disciplinas científicas están asumiendo que

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pueden conocerse empíricamente como lo serían muchos otros objetos de estudio. Así se
podría observar, describir y estudiar como cualquier otro objeto natural. La identidad o el
self dentro de estas posturas existirían como fenómenos, independientemente de los
métodos de los que nos valgamos para observarlos y del lenguaje que usemos para
describirlos. De aquí la importancia de no dar por hecho su existencia como fenómenos
naturales, sino de identificar en parte su proceso de elaboración a partir de las teorías y los
discursos. Sin dejar de reconocer en lo que sigue que igualmente se trata de la elaboración
de un discurso sobre estas entidades, el énfasis se pondrá en la manera como ambos
conceptos son construidos por mecanismos similares a partir de las influencias psicológicas
y demás discursos de las disciplinas, como una maneras de hacerlos susceptibles de un
análisis empírico.

LA IDENTIDAD
Por identidad se entiende las características que posee un individuo, mediante las cuales es
conocido. Sin desconocer los aspectos biológicos que la conforman, buena parte de la
identidad personal la formamos a partir de las interacciones sociales que comienzan con la
familia, en la escuela y con la gente que se conoce a lo largo de la vida. La identidad así
construida va a influir en la manera como actuamos en el mundo.
El concepto de identidad se diferencia del de personalidad o viene a sustituirlo,
precisamente en el énfasis que se otorga en la situación social, la interacción con otros y la
influencia de las instituciones en la construcción de tal identidad. La noción de personalidad,
de gran tradición psicológica, enfatiza en las expresiones internas del individuo, que lo
hacen comportarse de una manera estable una vez integrada durante la infancia, a lo largo
del tiempo o de la vida de la persona y que a la vez lo hace reconocible por parte de los
demás. Así, unos individuos son de personalidad extrovertida o introvertida, tipo A o B;
estas son características que se mantienen estables durante toda la vida del individuo. Se
podría afirmar que esta idea de la personalidad como una entidad o propiedad interna del
individuo es esencialista como afirma Burr (1995), en el sentido de que constituyen parte
de la esencia del sujeto, de su naturaleza y que se refleja en su manera de actuar. Por el

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contrario, las teorías del aprendizaje social enfatizan en la situación en la que se encuentra
el individuo para presentar una conducta, más que en la idea de una entidad como la
personalidad. Por consiguiente las personas actúan de manera diferente en cada situación.
El aparente patrón en la forma en que las personas se comportan no es atribuido a la
personalidad, sino al hecho de que en el pasado esa forma de actuar ha resultado exitosa
para el individuo. En una dirección similar, la sociología adopta el término de rol social para
referirse a aquellas formas de actuar que parecen seguir igualmente un patrón, pero que
pueden mejor atribuirse a las situaciones que regulan el comportamiento. Así, la mujer
adopta el rol de ama de casa en su hogar o el de oficinista en su lugar de trabajo, etc.
Esta multiplicidad de formas de actuar es desde la perspectiva de la relación con los otros,
un producto de los encuentros y relaciones sociales, de la construcción social, lo que implica
según Burr (1995), que nuestras identidades son construidas y no descubiertas, volviendo
así al planteamiento del construccionismo en oposición al naturalismo, expuesto en la
sección anterior. Al enfatizar en la interacción con los otros se evita la connotación
esencialista del concepto de personalidad y se enfatiza en el carácter social de dicha
construcción. De esta manera, se reconoce el papel que tienen los propósitos de quien
caracteriza al sujeto. Las caracterizaciones por sexo, preferencias sexuales, de salud o de
clase, se ven de esta manera fundamentadas en elaboraciones sociales más que en
características esenciales o naturales de la persona.

La extensión del cuerpo: la identidad social


Así como he sostenido la idea de que la identidad es producto en gran medida de la
interacción social, también es posible suponer que estas influencias sociales y culturales
pueden dar lugar a identidades colectivas derivadas de las contingencias que nos llevan a
identificarnos como pertenecientes o afiliados a un entorno social significativo como la
familia, la religión, la escuela, etc. (Turner, 1990). Nuestra identidad queda ligada así, por
medio de las instituciones sociales, a los demás. La identidad social se refiere entonces a
aquella parte de un individuo que se deriva de la afiliación que hacen de los individuos, las

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instituciones sociales a grupos sociales, conjuntamente con el significado valorativo y
emocional asociado a esta pertenencia.
La extensión del cuerpo: la identidad espacial
Las relaciones con el espacio hacen igualmente parte de nuestra identidad y por eso
hacemos de nuestras posesiones una extensión de nuestro cuerpo (Páramo 2007; Sack,
1997). Personalizamos el espacio colocando objetos para darle nuestro sello personal,
nuestra casa refleja en la decoración parte de nosotros mismos. Nuestros bienes se
constituyen en parte de nuestra identidad y reflejan buena parte de lo que somos y de la
manera como somos reconocidos. Su posesión nos resulta costosa, pero la sociedad se
encarga de reconocer este esfuerzo; nos da reconocimiento ante los demás aparte de los
beneficios o necesidades que nos satisface, por ello buscamos su protección.

Las personas que por asuntos de la guerra y demás formas de violencia se tienen que
desplazar de sus lugares, cargan consigo objetos con los que se sienten identificados.
Defendemos nuestros bienes de diversas maneras y nuestro espacio con mecanismos de
territorialidad; ponemos objetos a nuestro alrededor para demarcar o ejercer control sobre
el espacio. Hall (1973) nos mostró que, al menos en la cultura occidental, tendemos a
relacionarnos con los demás estableciendo distancias espaciales con los demás a nivel de
distancias personal, social y pública. De igual forma, estos elementos físicos son reconocidos
como parte de nuestra identidad: la casa, el carro, el espacio personal, etc.
Otra manera de ver el papel que juega el espacio en la formación de nuestras identidades
es en la identificación de roles que asumimos en los espacios públicos. Para Goffman (1971)
las personas están envueltas permanentemente en diferentes dramas, en los cuales
cambian sus roles y actuaciones de acuerdo a la situación, lo cual contribuye a ejercer
control sobre el auto concepto que resulta de las observaciones que hacen los demás. Al
desenvolvernos en los lugares públicos desempeñamos distintas actuaciones que vienen a
estar mediadas por las propiedades físicas y sociales de cada lugar.

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Eventualmente, la adopción de estos roles pueden convertirse en una segunda naturaleza
y ser parte integrante de nuestra identidad, aunque estemos cambiando siempre de
situación.
Goffman considera que actuamos en un escenario externo o región anterior que hace parte
del individuo, escenario que consiste de un diseño físico decorado que contextualiza la
actuación ante una audiencia; una apariencia consistente del vestuario, las expresiones
faciales, la raza, edad, etc.; y finalmente, una actuación o expresión.

Este escenario social puede llegar a institucionalizarse con expectativas estereotipadas


haciendo que se convierta en una representación colectiva y en una realidad empírica. Tal
sería el caso de los roles que asumimos en los distintos ambientes por los que circulamos
diariamente: la oficina, el hogar, los restaurantes, y demás lugares tanto privados como
públicos. Al adoptar un rol social, el individuo asume una fachada particular en la cual debe
desempeñarse en consecuencia. Por consiguiente la vida en público estaría mediada por los
lugares en los que hay de cierta manera guiones que debemos ejecutar. De aquí la
importancia de la identidad de lugar y urbana como componentes de la identidad individual
comparable a la de género, política o étnica.

La persona como residente de una ciudad particular adquiere unas características


psicológicas y sociales asociadas al lugar. Así construimos nuestra identidad en relación con
otros y la situamos en lugares como el barrio o la ciudad. Por consiguiente, la construcción
de esta identidad urbana o barrial resulta de las interacciones que los miembros de un
territorio local tienen con los de fuera y que sirven para definir a la comunidad (Pol &Varela,
1994). No solamente nos construimos en relación con los otros sino con los diferentes
lugares que definen y estructuran la vida diaria (Páramo, 2007; Proshansky, 1978). De esta
manera las relaciones espaciales se constituyen en otro tipo de categoría social que definen
la identidad de los individuos producto de las interacciones sociales y de las imposiciones
que hace la sociedad a través de sus instituciones y las normas que regulan el
comportamiento de los individuos en el espacio.

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El lenguaje en la configuración de la identidad
Los textos sobre psicología del aprendizaje nos han enseñado que existen diferentes
mecanismos por los cuales aprendemos y dirigimos nuestras acciones. Se han señalado las
implicaciones para el aprendizaje, la salud, la manera de relacionamos con los demás y
alcanzar metas personales a partir de mecanismos que conllevan asociaciones entre
estímulos, el aprendizaje por observación, y la acción por consecuencias, como mecanismos
que influyen en la manera como actuamos. Es importante explorar ahora la manera como
quizás los humanos podemos adquirir la mayor parte de la información sobre nuestras
relaciones con el entorno y que nos permiten construir nuestra identidad: el lenguaje.
La invención del lenguaje y la escritura permitió la creación de códigos a través de letras y
números que nos permitieron hablar de lo que hacíamos sin que los eventos fueran
experimento todos simultáneamente, transmitir dicha información a otros y evaluar
nuestra propia conducta a partir de estos códigos simbólicos. Las instrucciones que damos
a otros o las que nos repetimos nosotros mismos para enfrentar las condiciones
ambientales parecen seguir reglas o guías codificadas en la forma de instigaciones a hacer
algo, instrucciones o sugerencias que indican la manera como debemos enfrentar una
determinada situación de manera eficiente, y no necesariamente a través del ensayo y
error, estrategia que nos haría poco eficientes en la consecución de nuestras metas.
En otras palabras, gracias al lenguaje podemos orientar nuestro propio comportamiento e
influenciar el de los demás. De este modo, gran parte de nuestro comportamiento está
influenciado por reglas explícitas como las que nos han enseñado en la escuela o en el hogar
y que, aunque no las verbalizamos, inciden en el control de nuestro comportamiento, o son
tácitas como es el caso de la publicidad en donde se usa la transmisión de reglas de forma
sutil.

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Tanto psicólogos como sociólogos estamos de acuerdo en que nuestra identidad (la manera
como somos reconocidos por los demás) es el resultado de la interacción que tenemos con
los demás. Y es gracias al lenguaje precisamente, que comenzamos a construir socialmente
la identidad del individuo.
El lenguaje nos hace personas; a través del lenguaje creamos las condiciones para identificar
a las personas, y como veremos a continuación, para reconocerse a sí mismas a partir de lo
que los demás dicen de ellas y de la diferenciación respecto de los demás.
Resumiendo, la identidad es una trama construida por diferentes fibras como la raza, edad,
clase social, estado de salud física o mental, orientación sexual, género, nivel educativo,
etc., las que en su conjunto constituyen la identidad. Cada una de estas fibras corresponde
a un discurso presente en la cultura y lo que somos resulta del entramado de todos estos
discursos para cada individuo, los cuales trabajan permanentemente construyendo
nuestras identidades.
Lo que significa que nuestras identidades no son fijas, no están determinadas por nuestra
naturaleza, ni son producto de la accidentalidad. Por el contrario, parecen resultar de los
discursos ideológicos e igualmente de los que van construyendo las disciplinas científicas.

EL SELF
Una vez analizado el concepto de identidad y su construcción a través del lenguaje y los
discursos que contribuyen a nuestra identificación, pasaré a mostrar de qué manera estos
mismos mecanismos psicosociales nos hacen conscientes de nuestras identidades a partir
del self. Al igual que con el concepto de identidad, trataré de extender la visión tradicional
del self como algo interno o como experiencia netamente subjetiva encerrada en el cuerpo,
a algo que está en las transacciones entre nuestras identidades y las contingencias
impuestas por la sociedad, el lenguaje y los discursos; por consiguiente, algo susceptible de
estudiarse empíricamente.
La visión empírica sobre el self surge de la necesidad de romper con una visión inmaterial
para la explicación de los fenómenos; de la categoría de alma se pasa a la de self. Texto

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obligado para rastrear la influencia del empirismo británico en la construcción del self es el
de Charles Taylor (1998).
Según Taylor, es John Locke (1632-1704) quien asume la individualidad humana como un
fenómeno natural observable. Para llegar a ello se formula la pregunta: ¿Cómo sé que soy
la misma persona que era el año pasado? Pregunta por cierto novedosa, afirma Danziger
(1990), ya que en la post-revolucionaria Inglaterra las identidades sociales conferidas por
nacimiento como la clase social, el parentesco y la ocupación ya no eran inmutables. Los
individuos podían separarse de sus identidades sociales e incluso de su religión, ya que ni la
identidad social por descendencia, ni la inmortalidad del alma, suministraban una garantía
de permanencia y estabilidad. La identidad personal tenía que llegar también a
cuestionarse. ¿Por qué no?
La solución de Locke al problema, según Taylor, consistió en la continuidad de la conciencia
del self. Esta conciencia acompaña todas nuestras experiencias al igual que una sombra.
Locke inventa la noción de conciencia para decir que, en el mundo, uno no simplemente
vive o actúa; se es consciente de uno mismo viviendo y actuando. De esta manera se
establece la tradición empirista que separa la persona y sus actos por un lado, y la
experiencia por el otro. La consecuencia para la psicología es la objetivación del self, de tal
manera que ahora éste pudiera ser observado, analizado y conocido como cualquier otro
fenómeno natural.
Así, el concepto comenzó a utilizarse en esta disciplina para describir un fenómeno
observable que definía la unidad del individuo o su identidad. Esta observación era, sin
embargo, privada e introspectiva; el self era una posesión privada que cada individuo
descubría en sí mismo, lo que significaba que podía convertirse en un objeto de interés y
por tanto de conocimiento.
Desde entonces el concepto de self ha sido central al desarrollo de la psicología. No
obstante, los usos que se han hecho de este concepto varían dependiendo de las escuelas
teóricas, los campos de estudio y de aplicación en esta disciplina.
La discusión sobre la noción de sujeto en la psicología comienza con la confrontación
entre escuelas, las cuales al tratar de explicar el self, ponen su énfasis ya sea en la vida

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psíquica interior, en las estructuras cognoscitivas o en la interacción con el ambiente; esto
da lugar a que se asuma el self como un ente autónomo, motor de nuestras acciones, o
como resultado de nuestras interacciones con el ambiente.
Así, una definición puede ser la que se ofrece desde el psicoanálisis o desde la postura
comportamental, aunque igualmente puede encontrarse definiciones en la psicología
clínica y del desarrollo. Una de las más conocidas explicaciones del self desde una teoría
se encuentra por ejemplo en el psicoanálisis, la cual divide el Así, una definición puede ser
la que se ofrece desde el psicoanálisis o desde la postura comportamental, aunque
igualmente puede encontrarse definiciones en la psicología clínica y del desarrollo.

Una de las más conocidas explicaciones del self desde una teoría se encuentra por ejemplo
en el psicoanálisis, la cual divide el self en un proceso que involucra tres partes: el yo, el
ello y el super yo, donde este último se encarga de regular los anteriores, teoría de tipo
escencialista en la medida en que asume estas entidades como inherentes a la persona. O
la perspectiva de los analistas del comportamiento, según la cual el self es una conducta
resultado de mecanismos de aprendizaje social que generan auto-observación y en últimas
un auto concepto.

La construcción social del auto concepto.


Ante la necesidad de mostrar la posibilidad de estudiar el self de una manera científica, éste
se asume como algo que hacen los individuos, intento que se ve reflejado en el énfasis por
relacionar su conformación en las influencias ambientales, llámese contingencias sociales o
mecanismos educativos. Para Skinner (1989) por ejemplo, no es necesaria la noción de un
agente como iniciador de la conducta; por el contrario, asume que el comportamiento es el
resultado de la interacción transactiva de variables genéticas y ambientales que dan lugar
a un organismo, un individuo y un self producto de contingencias que conllevan la auto
observación.

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El organismo es producto de la experiencia filogenética conseguida a través del proceso de
variación y selección; el individuo es el resultado de esta configuración genética en
interacción recíproca con las experiencias ambientales del pasado y el presente particulares
para cada uno. El self es el resultado de la influencia de contingencias ambientales que
generan auto-observación y por consiguiente un auto concepto; para el caso de los
humanos estas contingencias las genera la cultura sobre el individuo. Hay que hacer notar
la similitud en la argumentación con la tesis del construccionismo social. Bajo la premisa de
que para comprender y explicar un fenómeno éste debe poderse reproducir o modificar,
surge el interés por identificar las condiciones de interacción con el ambiente que permitan
reproducir la auto observación.
El valor adaptativo del self
Una vez analizado el concepto de identidad y su construcción a través del lenguaje y los
discursos que contribuyen a nuestra identificación, pasaré a mostrar de qué manera estos
mismos mecanismos psicosociales nos hacen conscientes de nuestras identidades a partir
del self. Al igual que con el concepto de identidad, trataré de extender la visión tradicional
del self como algo interno o como experiencia netamente subjetiva encerrada en el cuerpo,
a algo que está en las transacciones entre nuestras identidades y las contingencias impuestas
por la sociedad, el lenguaje y los discursos; por consiguiente, algo susceptible de estudiarse
empíricamente a visión empírica sobre el self surge de la necesidad de romper con una
visión inmaterial para la explicación de los fenómenos; de la categoría de alma se pasa a la
de self.

El auto concepto en los humanos resulta de una influencia marcada por la cultura, la que
da lugar a un popurrí de creencias organizadas sobre uno mismo, las cuales según Rentsch
y Heffner (1994) resultan de la combinación de nuestra historia personal, las características
descritas o roles impuestos (soy hombre, tengo un nombre, tengo un país de nacimiento,
soy profesor), los intereses y actividades (me interesa la psicología, me gustan los animales),
los aspectos existenciales (soy una persona única), la autodeterminación (soy agnóstico,
puedo lograr mis metas), las creencias interiorizadas (estoy a favor de la democracia), la
diferencia social (provengo de una familia de clase media, soy un ser humano). Sumadas a

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estas creencias está el reconocimiento como miembro de una cultura que comparte
tradiciones, una religión, valores como la democracia y la autonomía, formas particulares
de relacionarnos, de hablar, de enfrentar los problemas; creencias que resultan de las reglas
que crea la cultura y que reproduce a través del fomento de la auto-observación para
formar el auto concepto en sus miembros.
De esta manera, es posible afirmar que mientras la sociedad occidental se caracteriza por
el individualismo, la autonomía e incluso por la formación del auto concepto en los
miembros que la integran, (se enfatiza en el pronombre "yo" y en la mirada sobre nuestras
actuaciones individuales y los sentimientos), las culturas no occidentales son socio
centristas; se enfatiza en los elementos compartidos con otros, la persona no es orientada
a metas individuales sino comunitarias.

En consecuencia, es posible hablar para estas culturas de un self compartido en lugar de


unos self individuales o auto conceptos.
Así como tenemos varias identidades también es posible afirmar que tenemos varios auto
conceptos. Al igual que con la identidad, no es posible hablar del self como si fuera algo
estable e invariable, es posible advertir que podemos y debemos cambiar a lo largo del
tiempo. Tenemos varios auto conceptos en la medida que estamos expuestos a distintos
estándares evaluativos en diferentes situaciones sociales. No somos la misma persona de
hace diez años ni seremos los mismos en cinco años. Nuestro auto concepto está expuesto
al cambio, a nuevas experiencias. La imagen de un futuro self o auto concepto, como lo
señalan Carver, Reynolds y Scheier (1994) afecta la motivación personal, como cuando
tomamos la decisión de dejar de fumar o de ponernos a dieta.

Sin embargo, la gente solo percibe el self en el presente y también generamos crisis cuando
comparamos nuestro self con lo que queremos ser o con lo que los demás quieren que
seamos. Los posibles auto conceptos se refieren entonces a los distintos estándares
evaluativos, las representaciones sobre lo que llegaremos a ser o sobre lo que deberíamos
llegar a ser en un futuro.

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El self y los otros: la adquisición del self y el papel del lenguaje en su construcción
El individuo va formando su auto concepto a partir del proceso de diferenciar su propia
conducta en la misma forma como reconoce la conducta de otros. Cuando estos procesos
de observación toman la forma de reglas verbales, las personas llegan a describir su propio
comportamiento. Más adelante aprenden a reportar sus propias disposiciones,
sentimientos, pensamientos y otro tipo de eventos privados. Estas reglas junto con el uso
del "yo soy, mi, mío, etc"., establecen gradualmente el auto concepto.

El lenguaje establece las situaciones para que se de esta conducta de auto observación:
"mira lo que acabas de hacer", "dime qué hiciste hoy", "¿ya hiciste tu tarea?", ¿cómo estás?,
seguida de consecuencias: "tú eres una persona responsable","me gusta lo cariñoso que
eres", "no riegues la comida", "mira tus manos: están sucias, lávatelas".
Las personas aprenden así a autoobservarse y describir su propio comportamiento, a
reconocer su cuerpo a partir de las consecuencias ligadas a estas auto-observaciones y de
las reglas que derivan de estas experiencias. Estas reglas establecen la conducta deseada,
que en este caso implica una auto observación. La construcción del self, entonces, es
resultado de la manera como la persona aprende a reconocer y describir el cuerpo o las
características comportamentales del otro, y las propias: "soy más delgado que..." y, "soy
más buena persona que...". El cuerpo es entonces el resultado de esta construcción verbal.
Así, cuando la persona aprende a describir su cuerpo y su propia conducta, y a
autoobservarse de la misma manera como describe el cuerpo y la conducta de otros, la
persona empieza a desarrollar su auto concepto.
Pronto el niño aprende a sustituir la referencia a sí mismo en tercera persona y a describir
lo que hace....el niño pintó una casita" por "pinté una casita". De describir la conducta de
otros... "mami me llevó al parque", empieza a decir "fui al parque".
Progresivamente el individuo aprende a hacer observaciones más complejas de su propio
comportamiento dependiendo de los modelos que observe, las reglas que siga al hacer
dichas observaciones y de las consecuencias ligadas a dichas autoobservaciones.

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Cuando el individuo aprende a hacer descripciones de su propia conducta incluyendo
intereses y motivaciones, decimos que la persona tiene un auto concepto. Al igual que como
ocurre en la formación de la identidad, los individuos son orientados a pensarse a sí mismos
como pertenecientes a un grupo y a un lugar (¿de dónde eres?), en donde el escenario físico
como en el caso de la ciudad, el barrio o un lugar particular juegan un papel importante en
la medida en que este entorno hace parte de lo que nos define ante otros y se constituye
en parte integral del reconocimiento que hacemos de nosotros mismos.
La manera como se forma ese self social y de lugar se hace evidente cuando el individuo se
identifica primero como perteneciente a un grupo y luego se reconoce a sí mismo como
perteneciente a ese grupo y a ese lugar, cuando establece un contraste con respecto a la
gente que no vive en la comunidad (Lalli, 1992).
El papel de la disciplina psicológica en la construcción del auto concepto Si asumimos
entonces que la identidad de cada individuo es construida a partir de la interacción con los
otros y que el self es la concepción que tenemos sobre nosotros como individuos o como
pertenecientes a un grupo, será entonces importante identificar de qué manera la cultura,
las instituciones, los otros, los medios, influyen en esa construcción de la identidad y en la
formación del auto concepto. Ya hice mención al papel que juega la familia en la
construcción de nuestra identidad al crear situaciones para reforzar nuestro
comportamiento de auto observación e indicar a otros lo que hacemos. Pero no solamente
la familia contribuye a crear nuestra identidad. Otras autoridades y profesiones sociales
juegan un papel importante en la construcción de la idea de lo que somos. Como afirma
Rose (1998) las autoridades religiosas, médicas, políticas, militares, en diferentes periodos
históricos y diferentes escenarios sociales han instruido, advertido, moralizado y legislado
en relación con los procedimientos que moldean la vida de los ciudadanos y sus identidades
en cuanto a su forma de comportarse, de comer, vestir, hablar y pensar, con el fin de
conseguir ya sea la virtud, la felicidad, el orden, la salvación o lo que creemos es la verdad.

De forma similar, las disciplinas científicas han ejercido su influencia en la idea que
formamos de nosotros mismos. La psicología a este respecto, según Rose, ha hecho su

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aporte con la construcción de categorías e instrumentos que miden conceptos creados para
definir nuestra identidad, tales como el ser inteligente (el empleo de los test es una manera
de establecer diferencias entre los individuos), tener un tipo particular de personalidad, ser
sano o enfermo mental, lo mismo que al definir cómo deben ser nuestros encuentros con
otros, actuar de forma asertiva o tímida, etc. Con las técnicas derivadas de la teoría
psicológica se busca enseñar a prevenir la enfermedad mental, a los individuos a ser
asertivos, inteligentes e incluso a moldear sus cuerpos. Estos conceptos nos dan nuestra
identidad hoy día y son los que utilizamos como parámetros para evaluarnos a nosotros
mismos y a los demás, contribuyendo a moldear nuestro auto concepto y muchas veces
nuestra autoestima.
PSICOLOGÍA DEL SELF EN LA TERAPIA DE GRUPO
1.Enumera los argumentos explicativos de la intervención grupal desde la psicología del self
que se desarrollarán en este documento: 1. Sesiones individuales preparatorias. Harwood
(1983) propone la necesidad de que el paciente con trastorno narcisista pueda establecer
una transferencia de objeto de self firme con el terapeuta antes de incluirlo en el grupo.
Además, las sesiones individuales permiten anticipar miedos a lo que puede suceder en el
grupo y trabajar sobre ellos.

2. El grupo se presenta como un espacio con una gran riqueza de potenciales objetos del
self. Tanto los miembros del grupo, como el grupo como entidad, como el terapeuta, se
configuran como proveedores de funciones del self capaces de rematrizar las deficiencias
de los cuidadores de la infancia. Al trabajo de hospital de día se le añade, como se ha dicho,
el aumento de personas disponibles a las que el paciente puede demandar la satisfacción
de necesidades narcisistas no cubiertas.
3. Lo que el grupo posibilita al paciente es la extracción de su propia fortaleza, quien recibe
aceptación y comprensión de sus miembros, a la vez que desarrolla el reconocimiento de la
separación y unicidad de cada uno de sus individuos

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4. El grupo también multiplica las oportunidades de experiencias de frustración óptima
(inherentes a la naturaleza humana de las relaciones), pero de una manera en la que éstas
van acompañadas de oportunidades de comprensión empática, tan necesarias como
ausentes en las épocas de desarrollo temprano del self de la persona con trastorno
narcisista. El paciente, así, se adentra paulatina y confiadamente en el análisis de las raíces
de su problema, abandonando la reincidencia en torpes explicaciones actuales de su
sufrimiento y agrandando, en sí mismo, su propia capacidad de empatía.

CONCLUSIÓN
En este artículo he tratado de mostrar que la(s) identidad(es) del sujeto y el auto concepto
que formamos de esas identidades están estrechamente relacionados y se construyen
social y psicológicamente a partir de relaciones con otros, que nos llevan a la auto
observación. Estas relaciones a su vez nos muestran qué observar del otro y es en esa
medida en que el otro contribuye a la construcción de nuestra identidad. El conocimiento
que tenemos de nosotros mismos es el resultado de las demandas que hace la cultura por
observar a través de las categorías verbales empleadas para ello, lo que se quiere que se
observe de nosotros mismos. El auto concepto y la identidad son adquiridas a partir de las
interacciones sociales, a través de la familia, el lenguaje y demás contingencias ambientales,
a lo largo de toda la vida en la interacción con otros, pero con un mayor impacto en los
primeros años de vida del individuo. El énfasis lo he puesto en las transacciones con el otro,
a partir de las reglas que generan la auto observación y que se siguen para formar el auto
concepto. Por lo anterior es que se puede afirmar que el self es una construcción
psicosocial.
La cultura a través de las instituciones, las disciplinas científicas y la psicología en sus modos
particulares de explicar el comportamiento, sus conceptos de lo que es verdad, y con las
categorizaciones que ha creado dentro de sus discursos, han ejercido un papel importante
en la creación de nuestra identidad actual como sujetos. Al aceptar esto como plausible
psicológica y sociológicamente, deberemos identificar las reglas explícitas e implícitas en las
distintas narrativas, sobre cómo se construyen estas identidades, darlas a conocer y por

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consiguiente darle el poder a la gente para transformarlas o para crear nuevas identidades.
Como podemos ver, los demás juegan un papel importante en la construcción de nuestra
identidad, al referir a otros lo que hacemos y esto pareciera ser más propio en unas culturas
que en otras. La cultura occidental muestra un mayor interés en la auto observación y en la
emocionalidad para de esa manera facilitar que los individuos se controlen a sí mismos.
Adicionalmente, conceptos tales como personalidad, eficacia, competencias, raza, género
posición política y otras en las que las distintas disciplinas y en particular las psicologías han
jugado un papel importante son la fuente para la creación de nuestras identidades y de
nuestros auto conceptos. La formación del concepto que tenemos de nosotros mismos
como sujetos resulta de este tipo de categorías y discursos, lo que permite que hagamos
valoraciones sobre nuestro propio comportamiento, aún en situaciones en que nadie nos
observa.
También se puede concluir que la identidad y el self no son atributos o experiencias
netamente subjetivas atrapadas en el cuerpo. Nuestra identidad se extiende a los objetos,
a los lugares y a las personas. Al colocarse el énfasis en las transacciones con el otro, la
sociedad, las disciplinas científicas y la cultura en la construcción de nuestras identidades y
en el concepto que formamos de nosotros mismos, se abren mayores posibilidades para
tratar estos conceptos, conjuntamente, desde la mirada de la investigación. La sociología
evaluando las influencias de las instituciones sociales en la conformación de nuestras
identidades, la psicología identificando el tipo de contingencias con el ambiente que
generan auto observación o la antropología haciendo estudios comparados sobre los
distintos tipos de self, ofrecen la oportunidad de estudiar empíricamente la conformación
de nuestras identidades y auto conceptos.
La pregunta que queda es la de si hay espacio para el self autónomo; siempre estaríamos
actuando o desempeñando diferentes roles en diferentes dramas y la manera de entender
nuestra propia identidad sería resultante de la forma como otras personas nos entienden.
No tenemos una única identidad ni un solo self; estamos fragmentados por el entre juego
de varias identidades que son reales y muchas veces no son consistentes entre sí. Pero, ¿hay
lugar para un self auténtico? Parafraseando a mi profesor David Canter de la Universidad

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de Liverpool, ¿Es posible preguntarnos si hay un espacio para un verdadero self? ¿Quiénes
somos cuando estamos solos con nosotros mismos? Cuando no estamos con otros para
quienes somos el esposo, el profesor, el cliente, el experto en algo, ¿quiénes somos
exactamente? Tenemos un verdadero self? (Canter, 1994). ¿O somos más bien, como lo
acabo de exponer anteriormente, el resultado de la mezcla de todos estos roles producto
del auto concepto que se ha encargado de formarnos la cultura? ¿Hay alguno de estos auto
conceptos que se destaque sobre los demás? El self realmente privado, el quién es usted
para usted, ¿es el dominante? ¿El ser por ejemplo un académico? ¿Hay otros roles ocultos
en los que usted se ve a sí mismo, de los que ni siquiera las personas cercanas a usted son
concientes? Es fácil suponer que si tenemos self públicos también podemos tenerlos
privados. Algunas veces nuestros self ocultos pueden ser muy diferentes de los que conocen
los demás. ¿Con cuál se siente usted mejor?

Asignación N° 1
Ensayo N° 1

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