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Toma como base la lectura Understanding Genesis para realizar una tabla comparativa entre el
mito del Enuma Elish y el relato bíblico. Puedes considerar los siguientes aspectos: el relato
bíblico no-político, el relato bíblico no-mitológico, el hombre como pináculo de la Creación, el
Shabat y La batalla cósmica.
ESTRUCTURA
Antes de comenzar un análisis tan completo y complejo, como exige la presente tarea, es
menester conocer la estructura de ambas narrativas; ya que solo dando cuenta de la distribución
de su contenido es posible reconocer de mejor sus diferencias, paralelismos, acercamientos y
profundas diferencias. Si bien, no es común la exposición de esquemas literarios, más que para
una guía de lectura, es necesaria en este caso por las razones ya señaladas.
El análisis partirá únicamente de la unidad temática del mito de la Creación, tanto del caso
de la narrativa bíblica como babilónica, ello para delimitar los ejes de exposición en los mismos. Así
pues, los esquemas comparados quedan así:
Relato bíblico Relato babilónico
EL CONCEPTO DE TIEMPO
Lo primero que salta a la vista y que sobre sale, tanto en el relato bíblico como en el babilónico,
es la ordenación de la Creación como un orden en la unidad temporal determinada. Sin
embargo, hay profundas diferencias en cuanto a la concepción del tiempo y significado
unitario:
Relato bíblico: su unidad de tiempo está muy bien definida: el día. Y este está
claramente demarcado por el mismo texto incluso: ‘Y fue el anochecer y fue la mañana
(de) un día’1. Llama la atención que partiendo de esa unidad de tiempo, sea dada la
plenitud de la creación en un lapso de siete día, es decir, el relato contempla una
secuencia de seguimiento y desarrollo que enfatiza claramente dos aspectos: la creación
es un acontecer in facto, pues es llamada a ser por la palabra divina, y una
manifestación plenamente volitiva de la divinidad.
1
Bereishis, I,5.
como elemento que decora el diseño creativo de dios; más aún, carecen de personalidad propia,
por lo tanto, no tienen un estatus divino.
Dijo Dios: “Haya lumbreras en la extensión de Construyó estaciones para los grandes dioses,
los cielos para separar entre el día y la noche; y las estrellas, semejanzas suyas, sus imágenes
sean por señales, para fechas, para días y para astrales las estableció. Determinó el año, definió
años. Y serán por lumbreras en la extensión de sus límites; para cada uno de los doce meses
los cielos para alumbrar sobre la Tierra. Y fue tres estrellas erigió. (…) Hizo brillar a la Luna,
así. E hizo Diosa las dos lumbreras grandes: la le encomendó la noche; la designo como
lumbrera grande para regir en el día, y la emblema de la noche para significar los días:
lumbrera menor para regir en la noche; y ‘Cada mes sin cesar, forma dibujos con una
también a las estrellas. Y las puso Dios en la tiara. En el comienzo del mes, al levantarte
extensión de los cielos para alumbrar sobre la sobre el país, resplandece con cuernos para
Tierra. Y para regir en el día y en la noche, y significar seis días. En el séptimo día sea una
para separar entre la luz y la oscuridad. Y vio media tiara. (…) Cuando el sol se te una en la
Dios que era bueno. Y fue el anochecer y fue la base del firmamento, desvanécete paso a paso y
mañana, cuarto día.” retrógrada en luz. En el día de tu oscuridad
aproxímate al curso del sol.’ (…) Después que
Bereishis, I:14-20
hubo encomendado al sol los días, de que hubo
trazado los linderos del día y de la noche (…).
ORIGEN DIVINO
En ambos relatos la creación de los astros regentes para el día y la noche es precedido
tan sólo por la fijación de los espacios interiores del mundo: el cielo o firmamento, y la Tierra
primigenia, sin forma. Si bien, en el relato bíblico determina el tercer día como el designado
para la creación de la vegetación, en la narrativa babilónica dicha actividad divina no se omite
sino que se sobre entiende, es decir, mientras que para el texto toral la tierra no posee
potencialidad en sí misma para florar, el texto mesopotámico lo da por sentado. La tierra no
necesita de ninguna intervención divina, ella es divina por sí misma, su potencialidad para
florecer, hacer brotar vegetación y prosperar, no se ve sujeta a una voluntad externa de ella. La
Tierra, el ager, es una personalidad divina en sí misma. Todo lo contrario en el texto bíblico en
donde es menester que dios de la orden y la Tierra la cumpla, más aún, da una pista del rechazo
a las narrativas teogónicas pero no cosmológicas.
Estamos al inicio de ambos relatos mitológicos. Ambos enuncian la fusión de todo en el todo
primordial en que nada tiene nombre, nada está diferenciado sino que se es lo mismo y lo otro
sin posibilidad de enunciarlo. Sin embargo, los paralelismo resuenan ya: en la narrativa bíblica
los personajes son dios y el abismo; en la versión babilónica, Apsu y Tiammat. Si bien, en el
mito mesopotámico ambos personajes se relacionarán para procrear las generaciones divinas,
en el mito hebreo, dios no se relaciona de ninguna forma para procrear con la materia del
abismo. Abismo porque el texto hebreo lo dota de personalidad תהום, es decir, que es un ser
independiente de la esencia divina, de menor preponderancia o calidad activa; por el contrario,
las personalidades de Apsu y Tiammat se posiciones simétricas, contrapartidas una de la otra,
de género distintivo incluso.
El desfase del comienzo entre un mito y otro es notable, mientras el mito cosmológico
en el Enuma Elish comienza propiamente en la tablilla V, toda la narrativa anterior se ocupa en
una teogonía y lucha cósmica por el control del universo. El libro del Génesis suprime todo ese
prólogo, dejando como vestigio el paralelismo enunciado para iniciar su relato, pero ¿qué
consecuencias tiene esto?
Relato bíblico: todo emergerá de las aguas de Abismo, pero no por alguna relación
íntima o sexual de dios con él, sino por exclusividad del imperio, de la orden, de la
modelación a través de la palabra. Hay una marcada diferencia ontológica y material
entre dios y su creación, de hecho, el llamado a ser desde el Abismo debería ser
considerado como el milagro de la Creación, puesto que sin otro vínculo más que el
acto volitivo divino a través de la palabra nada sería. Abismo por sí mismo es estéril, la
potencia está en la voluntad divina sembrada en su elemento para producir la tierra, la
vegetación, diferenciar las aguas, dar vida a los animales, al hombre, etc. Nada en la
narrativa pone de manifiesto algún vínculo entre la sustancia divina y la materia, ambas
son diferentes, pero vinculadas por el grado de compromiso de orden.
El recuerdo de las narrativas de combate cósmico se encuentran en otras partes del corpus
bíblico y han evolucionado para arraigar un profundo carácter moral, y en todo caso los
monstruos con los que dios combate no son preexistentes a él sino sus propias criaturas. Quizá
la única personalidad reconocida como preexistente sería Abismo, el תהום, personaje que
filológicamente equivale a Tiammat en el relato babilónico; sin embargo, ella está desdibujada
y de apariencia inconsistente e informe, sin voluntad, suspendida siendo modelada o palpada
por el vaho divino.
Relato bíblico Relato babilónico
El abismo dio su voz, las alturas celestes sus Hagamos monstruos. (…) Se apretujaban a iban
manos alzaron. a los lados de Tiammat. Enfurecidos maquinaban
Jabacuc, 3:10 de día y de noche. Están resueltos al combate,
gruñidores, furibundos, congregan concejo a fin
En aquél día castigará el Eterno con su espada de disponerse para la lucha.
dura, grande y fuerte al Livyatán, serpiente La madre de Hubur, la que modela todas las
huidiza, y al Livyatán, serpiente tortuosa; y cosas, reunió armas inigualables, dio a luz
matará al cocodrilo que está en el mar. serpientes-monstruos agudas de dientes, de fauces
inmisericordes. Con veneno en vez de sangre
Yeshayá, 27: 1 llenó sus cuerpos. Dragones rugientes revistió de
terror, los coronó con halos, haciéndolos como
dioses, de modo que quien los contemple debe
Si Dios es mi rey desde antiguamente, que realiza perecer abyectamente y que, una vez erguidos sus
salvaciones desde el interior de la tierra. Tú has cuerpos, nadie pueda hacer que vuelvan sus
desmenuzado con tu fuerza el mar, has quebrado pechos atrás.
las cabezas de los monstruos marinos. Tú has Hizo surgir a la Hidra, al Dragó y al Lahamu, al
destrozado la cabeza de Livyatán, lo entregaste Gran-León, al Perro-Rabioso y al Hombre-
por comida al pueblo en la aridez. Escorpión, poderosos Demonios-Tempestades, al
Hombre-Pez y al Capricornio, portadores de
Tehilim, 74:12-15 armas que a nadie exceptúan, impávidos a la
batalla.
El rechazo del mitologema teogónico niega la tensión entre diferentes potestades divinas por
hacer del poder, a la par que desestima la idea de la justificación del ordenamiento social a
partir de la jerarquización del panteón común del Medio Oriente. Si las genealogías divinas son
la evocación de los linajes y dinastías familiares de los detentores del poder en la ciudades o
reinos, las luchas cósmicas no serían más que una justificación para las razias intestinas por el
poder, el reordenamiento social, así como la entronización en el soleo divino de una divinidad
que como égida ahora se posiciona sobre todas las demás.
En el texto del Génesis eso está ausente, las luchas sólo aparecen como recuerdos que
aparecen muy de vez en cuando y por las razones ya mencionadas. No hay teogonía alguna, ni
siquiera una deografía del único personaje actor en la narrativa de la Creación bíblica. La
divinidad hebrea actúa por libre querencia, por libertad absoluta, dentro de tiempo como
eternidad en movimiento nada le precede y por lo tanto no hay intento alguno expresar alguna
organización social, alguna jerarquía de poder o de su detención y ejercicio. La divinidad que
actúa en la Creación sólo es conocida por la experiencia creadora, interviene en el devenir del
mundo, en el tiempo como acto manifiesto, como acto interactivo con sus criaturas que al igual
que él son libres en su autodeterminación, esto es, se inicia la historia como actos intencionales
o efectos que se concatenan en diferentes niveles. Aquí es donde la relación del Hombre con
Dios y la Creación se vuelve compleja, escapando a la rigidez de un esquema jerárquico sino
más bien por su sistema de recíproca correspondencia por compromiso.
Hay un increíble paralelismo entre la primera cita del Génesis en donde la voz mayestática de
dios proclama la creación del hombre, y la versión del Enuma Elish donde se anuncia la
creación de monstruos. Más aún, que en el relato babilónico la creación del hombre aparece en
la narrativa de manera incidental, no es planeado, su existencia no es menester en la ordenación
de las siete revoluciones que dominan el mundo; su existencia responde a la necesidad de
liberar a los dioses menores de las tareas más indignas y desagradables, se les encarga el culto a
los dioses así como su constante reverencia. Otro tanto, que la constitución del hombre como
especie tiene su origen en la sangre del antiguo orden que es sacrificado para amalgamar con su
sangre tejidos y huesos de los que brotará la vida humana, es decir, el hombre es por esencia un
ser inferior en todo orden: moral, material, espiritual, etc.
Por el contrario, la creación del hombre en la versión hebrea sitúa al hombre dentro de
la concatenación de los actos creativos divinos, colocándolo en el sexto día, momentos antes de
iniciar el séptimo, cerrando e iniciando a la bendición de todo lo creado. Una vez creado el
hombre, dios se dispone a consagrar su creación como lista y plena para su devenir cósmico. El
hombre es en el mito hebreo el eslabón por excelencia, símbolo perfecto de comunicación entre
dios y el recién mundo creado, pues dios cría al ser humano para cuidar de ella, la Creación. Si
es la voluntad de la divinidad la semilla potente que modela el mundo, el hombre se presenta
como un segundo encargado de cuidar que lo modelado llegue a su ápice. El hombre tiene un
propósito: intimar la esencia de la creación completándola con su propia dimensión espiritual,
es decir, con su propio cuidado.
Relato babilónico: propósito y materia son lo único que define y promueve la creación
del hombre en la versión de Babilonia. El único propósito claro del hombre según lo
expresan las divinidades es el del servicio y sujeción a los caprichos divinos, a los más
bajos, vulgares y desagradables para los dioses: la servidumbre. La materia con la que
se modela la humanidad es el de la sangre de los traidores que incitaron a la guerra y
trajeron la muerte como la enemistad entre los dioses: ¿quiere decir con esto que la
humanidad es rival de sí misma? Otro tinte político quizá enfatizado por la feroz
competencia por alcanzar el poder. De cualquier forma la imagen del hombre termina
siendo negativa, más apegado al resentimiento y al rencor que preocupado por la
búsqueda de valores como la justicia, la prosperidad, etc. De hecho el relato por
completo resplandece por la ausencia de la mención por alguna preocupación o
pronunciamiento por alguna parte de bondad en el mundo, algún rasgo positivo de él.
LA PALABRA
La palabra es la herramienta con la que en ipso facto la divina manifiesta su voluntad creativa.
Ella sólo acontece en el hombre al nombrar las cosas, los objetos, los animales, todo lo que es
llamado a ser por dios. Este crear a partir de la palabra, de un decir que modela la materia de
Abismo, halla sus paralelismo en ambas literaturas, de nuevo, con paradigmas muy distintos.
Relato bíblico: el hombre es el único ser del que se enuncia su composición: polvo
terrestre, tierra de labranza, barro comúnmente. Pero su modelación a partir de un dios
estilo alfarero remite más a la maestría con que se dotan sus detalles y belleza, a la
técnica creadora modeladora en que es solo la palabra divina. Aquél hálito vital, el vaho
modulador del hablar divino es lo que identifica como criatura creada. El hombre crea
el mundo en otro sentido, en uno nominal, en el que la lengua humana se depura y
perfecciona a manera que entra en intimidad con la Creación y sus detalles. El hombre
nombra en su conjunto a primer golpe de vista, tan sólo después la experiencia le
obligará a detenerse en sus matices.
Relato babilónico: no hay un pasaje exacto en que las divinidades creen al ser humano
en detalles, de nuevo, su creación es meramente incidental y deberá buscarse en otros
mitos la mención de su modelaje. En el momento de la batalla cósmica tan sólo se hace
mención de la madre de Hubur, la personalidad divina que modela todas las cosas. En
relatos como La epopeya de Gilgamesh se menciona a Aruru como la divinidad
encargada de modelar al hombre capaz de medir sus fuerzas con el héroe de Uruk:
Enkidu.2 Quizá sea la única vez en toda la literatura conservada en que se hace mención
del material con que se crea a un hombre: arcilla cocida. No obstante, será el rigor de la
naturaleza lo que termine por criarlo y no la preocupación divina quien le acerque todo
lo necesario para su subsistencia.
Es de notar que la importancia de la palabra está ausente en los relatos mesopotámicos, tanto
del Enuma Elish como en la Epopeya de Gilgamesh, quizá con la excepción de la historia de
Enkidu donde adquiere la palabra tan solo después de reconocer su humanidad a través del
vivir en sociedad. Aun así, la palabra por sí carece de cierta dimensión espiritual-ética, es
patrimonio común de los hombres y los dioses, pero adquiere una connotación mágica en
2
Cfr., Epopeya…, tablilla II, 19
calidad imitativa con los ritos. La palabra es vinculatoria, pero no para demostrar la disposición
moral del hombre sino para someter el poder de las divinidades y manipularlas. Aquí es donde
viene el quiebre ontológico del monoteísmo y cancela dicha sujeción; el mito hebreo apuesta
todo por la libertad absoluta.
SHABES
Entonces fueron acabados los cielos, la tierra y La integridad de la tablilla V describe el festejo
todos sus ejércitos. Acabó Dios en el séptimo día divino después de la batalla y el establecimiento
su obra que había hecho. Cesó en el séptimo día del nuevo orden cósmico. Aquí pasa la creación
su obra que había hecho. Y bendijo Dios el del hombre que se puede interpretar también como
séptimo día y lo santificó, porque en él cesó de un botín de guerra.
toda su obra que había creado Dios para realizar.
Bereishis, 2:1-4
Sheimos, 20:8-12
El Shabes es un tiempo consagrado por la divinidad que no tiene paralelo alguno en el mito
babilónico de la creación. La integridad de la tablilla V señala el festín divino tras la batalla y la
imposición de un nuevo orden, pero no tiene algún significado especial. En la narrativa bíblica,
el shabes o shabat es de especial cuidado por la personalidad divina, lo marca como propio e
idéntico a los otros días de la cadena creativa. No obstante, como institución el Génesis lo pasa
de largo, es hasta el siguiente libro del Éxodo en que se presupone esta idea así como todo lo
relacionado con ella. Como institución, el Shabes también evoluciona hasta tener un carácter
moral, pero sobre todo sociocultural, es decir, es distintivo del pueblo de Ysroel y como tal,
como mandato y poder instituido, todos sus afiliados están obligados a guardarlo.
Aunque sus orígenes no son muy claros, parece ser que su constitución como tal surge
al momento de conformarse estructuralmente la casta sacerdotal, los cohanim, quienes serán los
encargados de rectorar sus leyes y su correcta práctica, guarda o recuerdo.