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Tiempo y espacio: las coordenadas de

la existencia. Y otros ensayos poéticos.

Anselmo Pulido.
Índice:

I.- Tiempo y espacio: coordenadas de la existencia, o la difícil consciencia de vivir.


Páginas: 3 a 26

II.- La urdimbre de la vida: ser y tener.


Páginas: 27 a 39

III.- Jornadas de vida.


Páginas: 41 a 64

IV.- Pasión: un sueño que todo lo circunda.


Páginas: 65 a 75

V.- La vejez como un continuum en la vida.


Páginas: 77 a 101

VI.- Soledad: la luz en el túnel.


Páginas: 103 a 111

VII.- La muerte: encrucijada de sueños.


Páginas: 113 a 136

VIII.- Naufragio de Dios.

Páginas: 137 a 189


Tiempo y espacio: coordenadas de la
existencia, o la dificil consciencia de vivir.

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El tiempo es como una gota que va perforando la carne, los sentidos, el alma.
“Realmente es lo único que tenemos” (Dr. Aniceto Aramoni. 2010). La sustancia de
nuestros actos está hecha de tiempo. Nos va difuminando en el espacio de la nada,
como una sinfonía que se aleja: la espiga y el viento. El tiempo es una nostalgia de
no haber vivido lo suficiente; de no haber encontrado el refugio del alma. Es un
desconsuelo del verbo amar. Es una luz que se enciende de nada. El tiempo siempre
es ausencia en la codicia del viento que pasa. Difumina el ser como una estrella que
se pierde en la luz del día. Es un beso con la nada.

El hombre es una cuerda tendida en el tiempo

Haciéndose y deshaciéndose

En la nostalgia de ser y no ser

Como un rostro en penumbra ventral

Adolorida de tiempo

Carne abrupta del sueño de ser

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TIEMPO Y ESPACIO: COORDENADAS DE LA EXISTENCIA, O LA
DÍFICIL CONSCIENCIA DEL VIVIR.

Por: Anselmo Pulido.

Mitología

El sábado, originalmente, era una festividad babilónica celebrada cada siete días. Era
un día sombrío y de duelo. En el idioma inglés se conserva la reminiscencia de ese
día: saturday, día dedicado al planeta Saturno. El dios de ese mismo nombre, para
lograr preeminencia divina, destronó a su padre Cronos y con una hoz le mutiló los
genitales; igual suerte sufrió él, posteriormente, a manos de Júpiter. Una de las 14
pinturas negras de Francisco Goya, de las más impresionantes, es la que representa a
Saturno comiéndose a uno de sus hijos. (Figura 1). Prodríamos decir que el tiempo
todo lo devora, que nada escapa a su devastación omnipresente.

Los animales representan el tránsito entre el mundo subterráneo de las sombras, y


el mundo luminoso de la realidad y su trascendencia. El equivalente filosófico de ese
antecedente mitológico está descrito por Platón en el mito de la caverna, mismo que
es retomado para expresar otros niveles de realidad, pues ésta se considera -tal como
la concebimos - dependiente del continuo espacio-temporal.- En teoría la realidad
sería diferente en un mundo de dos dimensiones o de cinco dimensiones.

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Figura 1. Saturno devora a sus hijos. Pintura de francisco goya.

SATURNO “Es el dios del tiempo y por lo tanto el dios de la muerte. Si el hombre es como Dios,
dotado de alma, razón, amor y libertad, no está sometido al tiempo ni a la muerte. Pero si es como los
animales, y tiene un cuerpo sometido a las leyes de la naturaleza, es esclavo del tiempo y de la muerte”.1

1 Fromm Erich. El lenguaje olvidado. Librerías Hachette, S. A. Buenos Aires. 1971, página 185.

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Ello nos permitiría la fantasía de concebir un mundo más allá de éste, y sin ir muy
lejos, la comprensión de algunas vivencias que eluden las experiencias habituales del
tiempo y del espacio. O como lo concibió Platón: un mundo o reino perfecto, y del
cual todo lo existente en nuestro plano es un reflejo imperfecto, apenas una sombra.

El símbolo de trascendencia es el ave, pero algunos animales han sido considerados


como los intermediarios entre lo subterráneo, lo recóndito, y el significado
trascendente. Mircea Eliade enumera “los roedores, la serpiente, y algunas veces, el
pez.” Toth, el dios cabeza de buey, en la mitología egipcia es antecedente del dios
Hermes griego, o Mercurio en la cultura romana. Una de sus funciones era llevar
las almas al infierno. En la primitiva Grecia había un busto del dios sobre un pilar
de piedra, a un lado había un falo y, en el otro lado, las serpientes entrelazadas que
también tienen su representación equivalente en la antigua India. El símbolo fálico
hace referencia clara a la fertilidad y al aspecto de trascendencia. Posteriormente,
este último aspecto se hace más evidente en su representación: tanto las serpientes
enlazadas a su báculo, así como su casco y sandalias, son representadas con alas. La
serpiente enlazada al báculo del dios de la salud, Esculapio, ha persistido hasta la
fecha como símbolo de la profesión médica.

Un sorprendente símbolo, que enlaza lo terrenal, lo eterno y la trascendencia, es el


mandala de Jacobe Boehme (1575- 1624) Ouroboros, la serpiente de la eternidad
forma un circulo. (Figura 2)

Una representación gráfica del tiempo es el mar místico de la eternidad. En un


extremo está Isis, la madre; y en el otro, Osiris el padre; en medio, el hombre como
transformación en el tiempo hacía la posible trascendencia, Horus.

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Figura 1. “Es una representación simbólica mística religiosa. Muestra el mundo pecador de la
creación rodeado de la serpiente de la eternidad, el Ouroboros, caracterizado por los cuatro elementos
con los pecados subordinados a ellos; en el centro del circulo se halla el ojo de Dios llorando, es decir,
aquel punto en el cual, merced a la misericordia y al amor, puede tener lugar la salvación en el
Paraíso, en el reino sin pecado, por intermedio de la paloma que simboliza el Espíritu Santo”. 2

2  Jacobi Jolan, La psicología de C.G. Jung, Madrid, Espasa Calpe, S. A. , 1947. Página 174.

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Tiempo vital.

Una de las más pesadas certezas es la de la muerte.

El tiempo es una luz indisolublemente ligada a la vida, y en un claroscuro parpadeo


la caducidad les acompaña. Hay un momento ineludible en que el tiempo se cierra en
la eterna oscuridad, pues el tiempo vital está dado por el cuerpo que habita el espacio.

Si hablamos de una sucesión de causas-efectos tenemos que llegar al


planteamiento de máxima tensión del tiempo, y a lo inexplicable, pero ineludible.
Hasta donde somos capaces de pensar tuvo que haber una causa, la cual,
considerada necesaria y eterna en el fundamento de la existencia, se conoce como
Dios; y es aquí en donde el tiempo se tensa entre lo finito y lo infinito. Si se acepta
lo contingente y lo inmanente, el tiempo del hombre se reduce más a su tránsito
vital por el mundo, y la idea inexplicable de ser y perecer resulta más pesada. En
cambio, cuando aceptamos la eternidad planteada por diversas religiones, como que
importa menos la finitud. Tampoco es tanta la urgencia de vivirse en la libertad, y
en la asunción plena de sus actos. Quien acepta el sucedáneo de una vida eterna,
de otra vida aparte de esta, está enajenado, es decir, no acepta plenamente su
responsabilidad frente a los avatares de su vida.

Resulta simplista pasar del no ser al ser, sin más preámbulo. Dios hizo todo lo que
existe, está bien, ¿pero de dónde y de qué lo hizo? La creación exnihilo resulta un
tanto tautológica. Pero esta concepción fundamenta y acepta un ser necesario y
original. En cambio, la contingencia llega al mismo punto original pero al no aceptar
la causa necesaria primordial (Dios), como fundamento de la existencia, origina
profundas consecuencias.

En Dios se funde la idea de eternidad y la necesidad que el ser humano tiene de


trascendencia. Por mucho tiempo el hombre fue imaginado como un microcosmos de
lo divino; es decir, la idea del soplo divino del Génesis llevada a nivel teológico por los
filósofos. “Ni siquiera podía preguntarse de dónde salía aquello, todo aquello, ni como
era que existía un mundo más bien que nada”. Las respuestas que el hombre pueda
darse, convergen hacia esa pregunta. Profunda, o tangencialmente, en ella se entrecruzan.

En el caos atemporal no es posible el conocimiento. Y precisamente, el caos es


frecuentemente presentado en la génesis evolutiva del pensamiento, como la nada que
lleva en sí el germen potencial de algo. En ese caos prehistórico, sin las instancias del

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antes, del ahora y del futuro, sin la posibilidad de la conciencia y el conocimiento de las
mismas, tampoco se conciben la comunicación ni la existencia posible de un ser parlante.

En la narración bíblica acerca de la creación del mundo, se nos cuenta que: “En el
principio creó Dios los cielos y la tierra. La tierra estaba desadornada y vacía; y las
tinieblas estaban sobre la haz del abismo: y el Espíritu de Dios se movía sobre la
haz de las aguas”. 3 Dios crea exnihilo, pero además se nos presenta como alguien
que revisa su trabajo después de terminado. El narrador bíblico refiere después de
cada organización creadora “y fue la tarde y la mañana un día,” y así hasta el sexto
día, estableciendo la cronología y el orden temporal. “Y acabó Dios en el día séptimo
su obra que hizo, y reposó el día séptimo de toda su obra que había hecho”.4 Elegí
ese mito tan conocido, y con elementos comunes a numerosos mitos de la creación
difundidos en diferentes lugares del mundo, con el objeto de ejemplificar la necesidad
que los pueblos tienen de justificarse con una disposición de lo que existe, y la
secuencia mensurable del movimiento; “y hubo tarde y mañana”. Luego de esto, el
hombre podrá narrar su propia historia.

No hay fenómeno o apariencia fenoménica, no hay hipótesis ni ley física, no hay


emociones, pensamientos, deseos, fantasías, y demás objetos de la mente que se den
fuera del tiempo y del espacio. Sin esas coordenadas no podríamos ubicar los lugares
y los cuerpos en el espacio. Y tampoco podríamos hablar en función de la causalidad,
ni de las propiedades de los cuerpos que se dan a nuestros sentidos. El nacimiento y
la caducidad encuentran su sentido en el tiempo.

Hay un tiempo mítico, y también un tiempo histórico. Este último lo consideramos


en función del nacimiento de la escritura. En general, el sentido del tiempo en el
ser humano debe haber surgido cuando éste ya tenía la capacidad de ser consciente.
Antes de esta ruptura ontológica en el desarrollo del ser humano, no tenía la
capacidad de conocer ni de dar testimonio de su entorno ni de sí mismo. Los sucesos
y la vida, antes de la conciencia, se pierden en la noche de los tiempos.

Es el hombre quién crea sus categorías temporales como una necesidad más, de
ser libre, de situarse frente al mundo circundante, como un ser diferente que puede
medir el tiempo, en contacto con la naturaleza y realizando labores, cuando ya tiene

3  Génesis. Capitulo 1. versículos 1,2. Páginas 5, 6.


La Santa Biblia, versión de Cipriano de Valera, New York, impresa por La Sociedad Bíblica Americana, 1912.

4  Op. Citada.

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que ir y regresar a ciertos lugares, en un momento que ya ha determinado o del cual
tiene conciencia. En caso contrario la satisfacción de necesidades, y la realización de
las diversas actividades, sería arbitraria.

“Acaso la congoja de los hombres se deba a que nos damos cuenta de la nulidad de nuestro
querer y que todo sigue su curso prescindiendo por entero de nosotros.” Herman Hesse.

¿Cuál es el origen del tiempo y su relación con la conciencia? ¿Realmente existirían


las cosas, seguirían ahí fuera del ámbito de la conciencia si no hubiese un ser
consciente? ¿Qué significa existir? Solamente es posible el existir con las nociones
que le prestan la conciencia y el lenguaje. Los animales existen en virtud del instinto;
de la sensopercepción, y de un peculiar conocimiento. El instinto de sobrevivencia
se expresa en su máxima pureza, así como el resto de los instintos. El animal no
«sabe» como nosotros sabemos de nuestra existencia, y sin embargo, «teme» la
muerte y enfrenta los riesgos para sobrevivir. Pero en el hombre se anuda la vida
entre la conciencia y el instinto. Ahí se produce el grito primordial del ser. De ese
enlace surgen la conciencia, su paulatino despertar y el lenguaje que va nombrando
las cosas y al mundo, como su representación del grito primordial y que constituye un
andamiaje común a la especie humana que radica en su similar biología, dándose así
los fenómenos externos e internos a la conciencia de manera similar, lo que permite un
tácito acuerdo a la especie humana en lo que respecta a la representación mental del
mundo y de las cosas, incluso de la experiencia. Toda concepción del mundo gira en el
preámbulo de la nada, como arabesco infinito del sueño de ser hombre. La vida se hace
en el aquí y en el ahora como un misterio; o sea, la sal disuelta en el agua de la vida. La
vida es el mar de la eternidad; el individuo, un grano de sal en el mar de la eternidad.
Eso somos. El misterio haciéndose a cada instante en el transcurrir de la existencia.

Las palabras nombran al mundo y son su sustancia metafórica, la típica reliquia


del ser. Sí el mundo no se pudiera nombrar dejaría de existir de facto. Gracias a la
palabra es posible la conciencia y la sustancia del mundo en la conciencia. En cada
lenguaje se inventa el mundo. La palabra puebla el universo del ser. El mundo por la
palabra es como un espejo en la sustancia de ser hombre. Un colibrí enamorado de
la nada. En el principio fue el verbo y en él estaba Dios. Dios y mundo se hermanan
en el ser de la palabra. Dios, mundo, ser, vida, todo en una maravillosa metáfora

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inherente a la palabra. La innombrada evanescente metáfora del ser, aislada en el
fuego íntimo del silencio. La palabra es inicio y fin en el eterno devenir. Se puede
decir que el universo existe indiferente.

¿Cómo serían las cosas y todo lo que ocurre si no hubiera un observador con las
capacidades de conocer? Aparte de esto, el conocimiento, como acuerdo consensual,
sólo es posible en las coordenadas tiempo-espacio. En otras palabras, la sustancia del
mundo y de los seres vivos que lo habitamos, son el tiempo y el espacio.

Tradicionalmente el espacio se vino considerando por siglos como la cualidad que


tienen los objetos materiales de ocupar un lugar, así como la capacidad de contener
a todos los objetos materiales. Además, debemos considerar el espacio empírico y el
espacio subjetivo; respecto a este último, el espacio es omnipresente y prerrequisito
de todo conocimiento. Independiente de la realidad externa y de la inteligencia del
hombre. En cambio, la concepción psicológica trata de establecer el desarrollo de
esta capacidad en el ser humano, en cuanto a su crecimiento y desarrollo. Jean Piaget
afirma que la intuición de velocidad en el niño se desarrolla antes que las cualidades
de espacio y tiempo.

El tiempo habitualmente se considera como una ordenación mensurable de sucesos.


Es el tiempo que medimos con los relojes y los calendarios; en correspondencia
está el tiempo subjetivo, que se puede adaptar a una sucesión ordenada, y que en
la experiencia nos permite hablar de un presente, recordar o vivenciar un pasado,
y proyectarnos hacía el futuro; sin embargo, son tan sólo divisiones artificiales del
tiempo intuitivo. La experiencia de ir viviendo el tiempo que pasa se ejerce a través
de la intuición, pues la inteligencia al conceptuar el tiempo, lo petrifica. Le quita la
fluidez intuitiva, propia del tiempo viviéndose. Luego, el tiempo se siente.

No hay fenómeno alguno que podamos situar fuera del tiempo y del espacio, y de
una relación con nosotros mismos, y con las demás personas. Es decir, cuando en la
clínica psiquiátrica decimos que alguien esta desorientado en las tres esferas (tiempo,
espacio y persona), estamos significando que esa persona está excluida del mundo de
la realidad y del conocimiento del cual participamos; sin metáforas, esa persona es
arrojada a otra dimensión de la experiencia.

Si el espacio y el tiempo son categorías a priori, de todos modos son necesarias para
postular el conocimiento en algo, pues en caso contrario nos topamos con el caos.
Igualmente necesarias si las adquirimos en el curso de nuestro desarrollo vital.

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Según el problema planteado arriba, alrededor del ser humano se encuentra lo que
éste ha venido conociendo como realidad, y que puede conocer por medio de los
sentidos, de la inteligencia y de los instrumentos auxiliares, con los cuales logra
modelos teóricos y del conocimiento, que le permiten actuar sobre la naturaleza
y el mundo, y relacionarse con otros seres humanos. A través de la historia el
conocimiento ha cambiado, y hay hombres que se han distinguido precisamente por
las revoluciones que han ocasionado debido a sus extraordinarias aportaciones en el
“nuevo” conocimiento que han descubierto y compartido a los demás. Tal es el caso
de Heráclito, Platón, Budha, Newton, Einstein, Marx y Freud.

órbitas.

Para saber acerca de lo que sea, debemos situar al objeto en cuanto a sus atributos
espaciales: longitud, latitud y altura. A partir de Einstein se descubrió que el
espacio y el tiempo están relacionados, y de hecho integran una categoría espacio-
tiempo que modifica la antigua concepción de la realidad. O sea, que la realidad
es un continuo espacio-tiempo. Lo que designa un modelo matemático en el
cual ocurren todos los eventos físicos del Universo y por lo tanto, el Universo
está constituido por tres dimensiones espaciales y una temporal. El modelo
anterior, tridimensional, sigue siendo bueno para la experiencia cotidiana en la
cual se desarrollan todos los eventos que nos son familiares, puesto que el carácter
espacio-temporal de la realidad solamente queda revelado a velocidades cercanas
a la de la luz. En realidad vivimos en el espacio-tiempo pero éste está fuera de
nuestra habitual percepción.

La mayoría de las religiones sitúan a Dios o los dioses, y a su creación, más allá del
tiempo, o lo incluyen en la categoría del tiempo en su concepto de eternidad. Y Dios
así, es el que es y siempre ha sido, eludiendo de esta manera la temporalidad humana
y terrena. Entonces, Dios es eterno y siempre ha estado ahí. Se establecen así dos
categorías de la existencia humana dadas en el tiempo: una divina o a-temporal que
se ubica en la categoría de la eternidad. Y la otra, en el tiempo finito de la carne y
la materia. En el plano del devenir de la existencia. El hombre por tanto, es un ser
desgarrado por la misma existencia pues participa de ambas categorías gracias al
don de la consciencia, pues él es el único que sabe de su finitud. Goethe retoma este
maravilloso mito en Fausto, quien representa al hombre en el plano de la finitud.
En su pacto con Mefistófeles renuncia a la actividad, o sea, al movimiento, que son
la esencia de la vida humana y de la obra de Dios o de lo infinito en la materia.
Mefistófeles no es más que otra de las caras de Dios. Y para Goethe el mal y el error

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son fuente de crecimiento y desarrollo que finalmente han de integrarse en la unión
de contrarios. Míticamente en el andrógino, el cual es el símbolo de la perfección, de
la realización vital de los opuestos.

Lo más importante de todo es reconocer que son fuerzas espirituales que están
presentes en todo ser humano y que lo alientan en la vida, pues todos participamos
de ambas categorías del tiempo, y ya no se trata de tener fe o no tenerla en dios
alguno que nos trascienda en el tiempo, sino en saber, o reconocer, que somos
nosotros quienes participamos en ambas categorías del tiempo. Que somos partícipes
de la eternidad gracias a la consciencia que informa

La mayoría de las religiones han postulado y sostenido principios éticos y morales


semejantes a los expresados en el decálogo mosaico, mismos que han tenido una
profunda repercusión en el ser humano. Destacaré los que se refieren al respeto por
la propia vida y por la vida ajena. Me referiré a la ausencia de una explicación, de una
vivencia de la caducidad, de una explicación última del fundamento de la vida. Parte
de esto se traduce también en el respeto por las buenas costumbres.

Diferentes pensadores se han opuesto a esa tradición. Nietzsche opinaba que el


hombre se había alienado de sus mejores valores y cualidades adjudicándolas a
Dios. Y en gran parte su obra trata de que el hombre pueda lograr sus propias
cualidades metafísicas temporales, que en alto grado encarna su ideal Zaratustra.
Proclama la muerte de Dios, aunque lo más probable es que ya lo hubiese
encontrado muerto en su época.

El tiempo infinito divino lo convierte en sucesión infinita de instantes para hacer


posible la eternidad humana que se justificaría en o por el tiempo. Esta idea de
repetición en el tiempo, (su concepción filosófica del eterno retorno de los mismo),
en realidad pretende burlar la facticidad de los sentidos, pretende eludir el peso de
la conciencia de la muerte y de la finitud, algo así como pretender crear el milagro,
a-temporal y a-espacial, fuera de las leyes físicas.

Varios pensadores fracasan al matar a Dios y querer poner en su lugar al hombre.


Dostoyevski presenta a Dios como el fundamento de la vida y de los valores éticos
y sentencia: “Dios es el dolor del miedo a la muerte”. El personaje central de una
de sus obras de madurez –Demonios-, Kirilov, pretende lograr la libertad absoluta
y ser él mismo Dios, suicidándose. Se expresa de la siguiente manera: “Yo no
comprendo cómo han podido hasta ahora los ateos saber que no hay Dios y no

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suicidarse en el acto. Reconocer que no hay Dios y no reconocer al mismo tiempo
que uno es dios...es una estupidez; pues de lo contrario, infaliblemente te matas ”.5

Albert Camus retoma esas ideas. En sus ensayos enfrenta al hombre con el absurdo,
con el mito de Sísifo. Un buen día el hombre se encuentra con la desesperación y
el absurdo a la vuelta de la esquina, y es entonces que comprende que nada tiene
sentido. La desesperación es el corazón del absurdo que guía los pasos al sendero
sin sendero de la existencia, a la piadosa mentira de ser en el mundo. Si el hombre
reconoce el absurdo la consecuencia lógica es el suicidio. Pero más allá de esto, para
Camus, el hombre es un rebelde que tramonta ese absurdo; de ahí el desgarramiento,
la desesperación de ser en el mundo.

La idea de Dios lleva en sí el lastre de siglos de un trasmundo eterno, donde se


castiga el mal y se premia el bien. Es una forma de idolizar la ética, o si se prefiere, de
enajenarla de la responsabilidad humana, finita, que corresponde a cada uno.

Uno de los ateos más consistentes en su posición teórica ha sido Jean Paul Sartre,
y para él como para los demás existencialistas, “la existencia precede a la esencia”.
Y también en este punto, Sartre es de los más radicales, es el que más se atreve a
enfrentar las consecuencias de la negación de un fundamento primigenio. Atrás de
la existencia sólo está el aterrador vacío de la nada. El existente introduce la nada
al mundo, de ahí la completa gratuidad de todo hacer. Roquetin, personaje de “La
náusea”, considera el suicidio pero no lo ejecuta porque lo mismo da hacerlo que no
hacerlo. Esta vacuidad del existente, ese exprimir la actualidad de los instantes que se
viven como plena actualidad de creación del propio existente, le lleva a ver al mundo
y a sí mismo, bajo otras perspectivas de espacio y de tiempo que lo sustentan. “Existo,
-dice Sartre en la novela citada-, es algo tan dulce, tan dulce, tan lento. Y leve como
sí se mantuviera solo en el aire. Se mueve por todas partes, roces que caen y se
desvanece. Muy suave, muy suave. Tengo la boca llena de agua espumosa. La trago,
se desliza por mi garganta, me acaricia y renace en mi boca. Hay permanentemente
en mi boca un charquito de agua blancuzca –discreta- que me roza la lengua. Y ese
charco también soy yo. Y la lengua. Y la garganta soy yo.

“Veo mi mano que se extiende en la mesa. Vive, soy yo, se abre, los dedos se despliegan
y apuntan. Está apoyada en el dorso. Me muestra su vientre gordo. Parece un animal
boca arriba. Los dedos son las patas. Me divierto haciéndolos mover muy rápido, como

5  Dostoyevski Fedor, Demonios, Madrid, Aguilar 1966. Página 424.

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las patas de un cangrejo que ha caído de espaldas... Mi mano rasca una de sus patas
con la uña de otra pata. Siento un peso sobre la mesa que no es yo. Esta impresión de
peso es larga, larga, no termina nunca. No hay razón para que termine”... 6

Es en este caso la apropiación de la existencia como algo pleno, que se da sin


antecedente ni consecuente, cambia la percepción del existente en una inmovilización
del tiempo actual. Cito de nuevo a Sartre: “ la existencia no es algo que se deje pensar de
lejos; precisa que nos invada bruscamente, que se detenga sobre nosotros, que pese sobre
nuestro corazón como una gran bestia inmóvil; si no, no hay absolutamente nada”.7

Es posible deducir y expresar literariamente o en otra forma, las consecuencias del


ateísmo radical, pero al menos en este punto, no es posible la congruencia cabal de la
vida del filósofo con lo que piensa.

La realidad se da al conocimiento humano bajo categorías que son compartidas por


los mismos seres humanos, por experiencias que se pueden transmitir a los demás,
ya sea por medio del lenguaje, hablado, escrito, por gestos y mímica, u otros artificios
de la comunicación. Pero no es lo mismo saber que se tienen experiencias fuera de lo
común, como las que hemos venido exponiendo, y darnos cuenta de ellas nada más.
Eso no es nada en comparación a vivir esas experiencias sin saberlo, sin conciencia,
encarnarlas, dejarlas que asuman su realidad absoluta en nuestra vida. Es decir, ser
alienado o loco. Existen experiencias de tipo psicótico que ocurren bajo el uso de
las drogas, por medio de disciplinas corporales como el yoga y otras; o bien, por
enfermedad. Expondré experiencias literarias y poéticas con diferentes sentidos, pero
en las que obviamente el autor tenía un conocimiento de ellas. En contraposición,
existen experiencias en las cuales el que las vivía no tenía advertencia de ellas; por
ejemplo, Renee, la paciente de la doctora Sachehaye, nos cuenta: “Veía los objetos
tan recortados, tan separados los unos de los otros, tan pulidos (como minerales), tan
iluminados que me daban un miedo intenso. Cuando miraba por ejemplo, una silla o
un jarro, yo no pensaba en su utilidad, en su función; para mí ya no era un jarro que
servía para contener agua o leche, o una silla hecha para sentarse. ¡No! Había perdido
su nombre, su función, su significado se había convertido en ’cosas’ 17

El mundo pierde su sentido temporal, asimismo, se pierden la consistencia y la


configuración normal de las cosas. Téngase en cuenta que la diferencia radical

6  Sartre Jean Paul, La náusea, México, Editorial Diana, 1963. Página 198.

7  Op. Citada antes.

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consiste en estar dentro, viviendo la experiencia, o fuera de ella, vivenciándola en un
mayor o menor grado. Cuando se habla de que el terapeuta debe echar mano de sus
propios recursos psicóticos en el trato con el paciente, creo que fundamentalmente
nos estamos refiriendo a esta forma de ver las cosas: un juego que se adentra con la
propia experiencia del otro, y que puede ser integrada de nuevo a sí mismo.

El tiempo subjetivo es fundamentalmente una acentuada experiencia como proceso


inacabado, en cuanto pro-yecto hacía el futuro. En las experiencias que comparten
Marcel Proust y Aldous Huxley, se aprecia la quintaesencia del presente. Para Aldous
Huxley, en su experiencia con el peyote, tiempo y espacio simplemente no importan,
y son un estorbo para la experiencia directa de las cosas. “Lo verdaderamente
importante –nos dice- era que las relaciones espaciales habían dejado de importar
mucho y que mi mente estaba percibiendo el mundo en términos que no eran los
de las categorías espaciales.” Y más adelante refiere que “el lugar y la distancia dejan
de tener mucho interés. La mente obtiene su percepción en función de intensidad y
existencia, de profundidad de significado, de relaciones dentro de un sistema”. Poco
después acentúa la experiencia perceptual del momento:“el espacio seguía allí. Pero
había perdido predominio. La mente se interesaba principalmente no en las medidas
y las colocaciones, sino en el ser y el significado... mi experiencia real había sido, y era
todavía, la de una duración indefinida o, alternativamente, la de un perpetuo presente
formado por un Apocalipsis de continuo cambio”.8

Proust también se refiere a experiencias que se sustraen a la percepción habitual.


Dice: “permitió a mi ser lograr, aislar, inmovilizar –el instante de un relámpago- lo
que no apresa jamás: un poco de tiempo en estado puro [....] un minuto liberado del
orden del tiempo ha recreado en nosotros para sentirlo, al hombre liberado del orden
del tiempo. Y se comprende que este hombre sea confiado en su alegría, aunque el
simple sabor de una magdalena no parezca contener lógicamente las razones de esa
alegría; se comprende que la palabra ’muerte’ no tenga sentido para él; situado fuera
del tiempo, ¿qué podía temer del futuro?”. Y en unas cuantas líneas nos dice lo que
a otros autores les llevaría varias páginas al explicar: la vida en el devenir del tiempo:
“Cuando la campanilla sonó, yo existía ya, y desde entonces, para que yo oyese aún su
tintineo, era necesario que hubiera habido discontinuidad, que yo no hubiera dejado
ni un momento de existir, de pensar, de tener conciencia de mí, puesto que aquel

8  Huxley Aldous, Las puertas de la percepción. Cielo e infierno. 5ª. Edición., 2ª. En la colección Indice, 1971.
Páginas 19,20.

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momento antiguo estaba aún en mí, que pudiera todavía volver hasta él, con sólo
descender más profundamente en mí. Y porque así contienen las horas del pasado
pueden los cuerpos humanos causar tanto daño a quienes los aman, porque guardan
tantos recuerdos de alegrías...”

“No sólo todo el mundo siente que ocupamos un lugar en el tiempo, sino que el más
simple mide este lugar aproximadamente como mediría el que ocupamos en el espacio”.9

Nuestro conflicto temporal es cotidiano. De cuando en cuando nos estremece el


sentimiento del paso, de la pérdida del tiempo; es decir, el hecho de que la vida pase,
de que nuestras realizaciones puedan o no quedar plasmadas en nuestro tiempo
disponible -la cuerda que se tensa entre el origen, el nacimiento y la muerte-. Algunos
sienten en un momento dado que su vida no ha sido lo productiva que quisieran y
expresan el deseo de tener equis años menos y seguir con la misma experiencia de la
vida. Ese sentimiento de acabamiento o desgaste también da lugar a otras reacciones:
Giovanni Papini, apenas alrededor de los 32 años de edad, escribió su libro “Hombre
acabado” tratando de demostrar que recién empezaba a producir. En gran parte el
hombre se justifica con su obra: somos lo que hacemos. Dentro del tiempo logra
sentido la validez existencial, encuentra un tanto justificación el para qué de la
existencia. Sin metas la vida cae en el absurdo, en la sinrazón de ser. Algunos artistas
expresan un sentimiento de vacuidad después del parto de la creación.

La experiencia es la sustancia de la vida que ineludiblemente se da en el tiempo, igual


que el querer y el hacer. Los filósofos existencialistas dicen que el hombre es-en-el-
mundo y que está en constante proyecto de un pasado que fluye constantemente a
este momento en que ahora estamos pasando.

El compromiso de cada vida se llama destino. Esto quiere decir que nosotros
hacemos, que ineludiblemente tenemos que asumir la responsabilidad de nuestras
decisiones para ir haciendo nuestra vida. Postuló Sartre: “Estamos condenados a ser
libres” en el tiempo de nuestra vida.

9  Proust Marcel. En busca de sí mismo. Colección SepSetentas. México, 1972. Páginas 199. 200

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El tiempo y el sueño:

Pero al dormirnos se suspende nuestro contacto espacio-temporal, por eso el sueño


es aparentemente caótico, visto a la luz de la conciencia en vigía. Al recordarlo, el
tiempo vuelve a reclamar su ordenación sobre las imágenes desorganizadas vividas
en el sueño: ideas, deseos, impulsos., La representación del sueño es retrospectiva en
cuanto vida interna y de algún modo ya asimilada.

El alma es una energía sin fin. Las imágenes, las fantasías, la sustancia de los sueños,
son atemporales, y su ocupación del espacio es virtual a la conciencia. Acaso nos
ocupan de algún modo incomprensible, como una visita a nuestro espíritu, y que
provienen de inmemoriales lugares. El alma sería como una morada transitoria y esa
visita ocurre gracias a la energía psíquica que se muestra sobre todo en imágenes.

Werner Kemper refiere un sueño que él mismo titula El sueño de los cuatro tiempos:
“Me encuentro en el dormitorio de la casa donde nací; pero, en el sueño, ese
dormitorio forma parte de un edificio en el que no viví hasta diez años más tarde.
Estoy sentado allí en un sofá verde perteneciente a mi cuarto de estudiante (en el
que no viví hasta otros doce años más tarde), y charlo animadamente con una figura
de una novela histórica que se desarrolla en la Edad Media y que yo había estado
leyendo la noche en que tuve este sueño”. 10

Las categorías espacio temporales se trastruecan; el sueño cae en otras categorías


diferentes a las de nuestra realidad en vigilia; esas alteraciones temporales y
transposición de planos espaciales nos permiten “vivir” como realidades, sucesos de
diferentes épocas. Los espacios suelen fundirse.

En las artes visuales

Se crea sobre dos planos: longitud y anchura; el pintor, mediante la perspectiva


nos da la ilusión de profundidad y consistencia. En la escultura, se utilizan tres
dimensiones. Giacometti, en su momento, revolucionó ese arte. Según análisis de
Sartre, Giacometti en sus esculturas, sólo modifica “la anchura y la profundidad, la

10  Kemper Werner, El significado de los sueños, Madrid, Alianza editorial, 1969. Página 12.

19
altura quedó intacta”. Con lo cual logra varios efectos perceptuales, y en sus obras.
Estas conservan la distancia establecida por el escultor, respecto del observador

Literatura

El niño no distingue los límites de la realidad, entre su deseo omnipotente y las leyes
que rigen los fenómenos naturales. Sus deseos son creaciones, son realizaciones.

La poesía y el lenguaje son más ricos que la mera formula enunciativa de una ley
natural. Ionesco nos muestra eso: el rey-niño, Berenguer, quiere morir cuando le dé
la gana, juega a crear con sus deseos. Pero tanto los deseos como el decorado que
le rodean van desapareciendo. Su realidad se hunde con su muerte. En esta obra, el
mundo y todo lo demás son como una conciencia unitaria de la realidad y del existir.
Desaparece el hombre y también su realidad.

Juan Rulfo en su novela “Pedro Páramo”, utiliza varios planos temporales, y éstos
representados por las experiencias de los personajes en diferentes tiempos. En realidad,
todo es un relato retrospectivo, que ocurre en un mágico universo de difuntos.

En la lectura de la obra de Franz Kafka queda una sensación de pesadez porque


está abolido el futuro y la esperanza no encuentra su fundamento. Así ocurre en “El
Proceso”, con la presencia constante del absurdo. El personaje K está siendo juzgado
y no sabe de qué, ni porqué, y continúa viviendo su vida habitual; podríamos decir
de otra manera: sin pro-yec-to. (Sin un compromiso existencial a realizar en la vida).
La esperanza de K consiste en ver alguien ubicuo, que tiene la facultad para quitar
el peso del absurdo, de la mecánica cotidiana. En esa novela se vive un ambiente
de irrealidad, de sueño, en gran parte debido a esa falta de futuro y desesperanza. K
nunca logra ver a ese alguien burocrático omnipresente. El demonio del siglo XX, y
ahora, del siglo XXI.

20
ADENDUM

El tiempo en algunos trastornos mentales

1.- De los pacientes con varios años de internamiento y muchas veces, abandonados
por sus familiares.

Después de una vida monótona de años, ya no se hace necesario ir acumulando


datos en la memoria; tampoco hay por qué ni para qué ver hacía el futuro; no hay
calendarios y el tiempo pierde el sentido que le dan el ir y venir de alguna obligación
social. Sólo existen los horarios estériles para comer, tomar medicamentos e irse a
la cama. La despreocupación por el tiempo se hace rutinaria; el pasado (que pervive
como recuerdo) se va perdiendo. Todo ello por sí mismo puede producir una relativa
o real desorientación en tiempo, espacio y persona. En muchos casos lo anterior se
asocia a padecimiento mental y al deterioro natural de la edad.

La conciencia integra los procesos internos del vivir, así como la percepción de la
realidad externa. Tanto la orientación en referencia a uno mismo, como la orientación
referida al exterior, son funciones de la conciencia. Estas funciones pueden alterarse
por diversas causas y con diversas repercusiones.

De manera general, amplia, podemos considerar a la conciencia en su proceso de


desarrollo, como ocurre en la infancia y en otras etapas del acaecer vital.

La conciencia ya desarrollada, cosa que culmina alrededor de los tres años de edad,
con sus categorías bien establecidas.

El grado de conciencia necesario y funcional para el vivir cotidiano y psicosocial; y


finalmente

Aquellas alteraciones que se dan en relación al tiempo, debidas a procesos patológicos.

Es claro que aquí no tomo en consideración el continuun fisiológico de la conciencia


que en sus alteraciones va de lo consciente al coma.

21
2.- Pacientes con retraso mental.

Por múltiples etiologías ocurre que un sujeto no logra su desarrollo mental suficiente
para un desempeño psicosocial y laboral, y muchas veces ni siquiera de autocuidado.
En este caso, dependiendo del grado de alteración, de déficit mental, estarán
alteradas las funciones o la capacidad para ubicarse en las categorías del espacio,
del tiempo y de la persona y que pueden ir desde el desconocimiento del esquema
corporal, hasta la desubicación e incapacidad para desplazarse en el espacio, y el
consiguiente desconocimiento del tiempo. Es fácil que estas personas se extravíen. Su
incapacidad mental y social los hace necesariamente dependientes. Su concepción del
tiempo cronométrico nunca llega a cuajar en su integración funcional y práctica para
el vivir cotidiano.

3.- En pacientes con un desarrollo psicobiológico normal y con una adecuada


integración de sus funciones mentales y que por alguna razón sufren daño cerebral
o deterioro, las alteraciones son irregulares; el déficit no llega a estar bien definido,
uniforme y global como en quien sufre retraso mental. Por ejemplo, en las
demencias. En estos casos la alteración en la memoria reciente y las alteraciones
del estado de la conciencia, llevan aparejadas el desconocimiento del espacio y la
desorientación en el tiempo. Como ya habían sido funciones mentales establecidas
con anterioridad, el defecto por decirlo así, tiende a subsanarse, pero la mayor parte
de las veces, sin éxito. Y por el contrario, como en el síndrome de Alzheimer, los
defectos mentales tienden a ser progresivos e irreversibles, y en etapas tardías se aúna
un deterioro físico requiriendo de cuidados asistenciales.

4.- En los estados depresivos el tiempo se hace ominoso, cargado de un presente


problemático, sin sentido; pareciera como si se negara la esperanza del futuro, y como
si la desesperación se profundizara por la percepción lenta del paso del tiempo, y por
una visión pesimista de la propia vida y todo lo que le concierne.

El espacio se hace denso. El paciente deprimido está carcomiéndose, apenas


tolerándose en su piel. “El minutero avanza enteramente vacío, el reloj marcha vacío...
Son las horas perdidas de los años, pues no podía trabajar”.

En el maníaco también hay una preeminencia del presente pero el ritmo psíquico
es alegre y ágil, sin obstáculos para las intenciones. Todo le parece posible; como si
todo fuera una despreocupada broma. Su sentido del espacio es amplio, acogedor y
amable, sin resistencias.

22
El Dr. Alonso Fernández enumera las características del tiempo subjetivo en el
maníaco: “El imperio del presente, la aceleración del ritmo psíquico, la atomización
del tiempo en una serie sucesiva de minúsculos ahora, y la subestimación de la carrera
del tiempo. Las ideas delirioides del maníaco son saltarinas y juguetonas como
corresponde a su manera de vivir el tiempo”.

5.- Esquizofrenia.

Eugene Minkowsky relata el caso de un paciente en el cual el pensamiento es llevado


a una extrema lógica geometrizante, desligada de la situación vital del sujeto. Su
comentario recuerda en lo que pudiera quedar de ser humano a un robot pensante,
frío y lejano. “La geometría, el plan, la lógica privan totalmente. Todo lo que
constituye la riqueza y la movilidad de la vida, todo lo que es irracional, todo lo que
es cambio, todo lo que es progresión, está completamente excluido del psiquismo del
sujeto, de un solo golpe”.

En general, en el paciente esquizofrénico se presenta una alteración mental bastante


completa, y también de su personalidad, y no es raro que en él se presenten las más
variadas alteraciones del tiempo.

En ocasiones se sitúa con absoluta precisión en las coordenadas temporo-espaciales


que todos manejamos; pero además, y en función de su sistema delirante, nos
puede decir con absoluta convicción, que acaba de cumplir 1000 años de edad, y
que está viviendo apenas hace 70 años. Es decir, que maneja y se mueve en dos
planos temporo-espaciales.

En ocasiones establece un corte en su sucesión temporal: puede haber experimentado


que murió hace 100 años, y que apenas hace unos 10 ó 15 años acabó de renacer, y
además con la vivencia de ser otro. Eso puede ocurrir en relación a una ruptura en la
secuencia de la vida, a causa de su padecimiento psicótico.

Las anteriores alteraciones, (manejo de dos planos temporales, y la experiencia


de un corte de su vida en el tiempo), se observan con relativa frecuencia en la
práctica clínica psiquiátrica, pero no se puede decir lo mismo de la gran variedad de
perturbaciones descritas por los fenomenólogos como Karl Jaspers y otros escritores
de esa corriente de pensamiento. Por ejemplo, se citan vivencias de retroceso y
paralización del tiempo; ensamble del pasado con el presente, como si se fusionaran
dos experiencias del individuo esquizofrénico. Derrumbe del tiempo, disolución del

23
tiempo. Cito de un caso de Jaspers “el tiempo se persigue y se devora a sí mismo,
y yo estoy en medio de él”. O bien, vivencias que como un poliedro experiencial
pretendieran rebasar la experiencia conjunta del presente, pasado y futuro. Vivencias
de ensanchamiento del pasado y estrechamiento del futuro; negación o desaparición
del futuro, etc.

24
BIBLIOGRAFÍA

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Cultura Económica, 1966.

Cabaleiro Goas M., Temas psiquiátricos, Madrid, editorial Paz Montalvo, 1966.

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25
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Wahl Jean, Tratado de metafísica, 1ª. Edición en español, México, Fondo de Cultura
Económica, 1960.

26
La urdimbre de la vida: ser y tener.

27
LA URDIMBRE DE LA VIDA: SER Y TENER.

Por: Anselmo Pulido.

No puedo no ser. Pero a veces el ser queda sepultado entre una maraña de
preocupaciones, por supuesto, ajenas al ser.

Aunque no pueda no ser, vivo entonces, en la inconsciencia del ser. Y si sólo toma
forma visible en conductas o actos lo que es consciente, de nada me sirve ser sin
saberlo. Es necesario desembrozar la sinrazón de no poder ser. Porque una cosa
es ser y otra no poder vivirlo. Porque el ser se oculta a los ojos del egoísmo y de
toda falsedad. Ser es espontaneidad y frescura del existente. Pero el ser se ha ido
pervirtiendo en la costumbre como andrajo de sueños. Como una actitud falsa y
distante ante la vida; como un sueño que ya no se piensa en sí mismo, que yo no se
revela a los sentidos. Y poco a poco se agazapa en las cornisas de la vida. El no poder
ser, el no poder manifestar el ser, empobrece la vida, pues vivir es estar siendo.

Más que en su acepción ontológica, me refiero al ser como la posibilidad y el acto de


existir, como aquello que forma la urdimbre de cada vida, o como una forma de vida.
A veces me refiero al existente siendo, o bien, al existente, al que es, como una forma
de ser, de existir en el mundo. Una forma particular y única de ser en el mundo. A la
vida irrepetible de cada ser humano.

Ser y no ser habitan en las penumbras originales del existir, y de ahí han de
emprender un arduo camino por las vicisitudes de la vida. Percepción, conocimiento,
intuición, conciencia, imaginación, han de irse impregnando de ambos modos de
la existencia: la que no es pero tiene posibilidades de ser, y la existencia en acto. El
ser se hermana con el sí mismo. Al sí mismo se le podría conceptualizar como el
fondo psíquico, arcaico, de cada ser humano, y que se va transformando en el curso
de la existencia para constituirse en parte esencial de cada existente. Mientras más
auténtico él sí mismo, más pleno el ser ante la vida; mientras menos auténtico, más
carente de vida. Algo semejante ocurre con la libertad, mientras más se traicione
alguien a sí mismo, más pobre es en su mismidad. El ser crece con el amor, la
espontaneidad y la libertad. Se podría decir que esos atributos (amor, ser espontáneo
y libre), son la medida del ser. Ser implica la angustia de aventurarse en sí mismo y
de conocerse. Implica romper los velos con los cuales la sociedad oculta la realidad

28
del ser. Implica conocerse y oponerse a todo propósito que coarte la propia libertad.
Implica estar despierto y conocer la realidad; ser libre, objetivo, trabajar y amar.

Vencer el desafío de la noche o entregarse a ser penumbra. Ser o no ser.

Sólo un piadoso engaño nos permite la ilusión de no ser, pero es como vivir con el
alma anestesiada, anular a los sentidos en la caverna del no ser y seguir viviendo en el
engaño. En cierto modo, elegir ser en la vida, en la sociedad, significa elegir la vida,
pues no ser es cuando mucho, vivir a medias.

Ser también implica afectividad, apertura de los sentidos ante los demás y ante el mundo.

El ser es la medida del existir. Soy en la medida en la cual existo. La medida de la


sustancia es la duración de la existencia. Sentir es la medida de la intensidad de
la existencia.

Todo apunta al espacio que se extiende en la conciencia y del cual va dando


testimonio la existencia. La sustancia estructura el sentido de la existencia, que en
todo caso, tiene un dejo de hastío y futilidad pues toda existencia es para la muerte.
Entonces, todo significado posible sólo tiene el signo de lo transitorio. Siempre,
al final, el peldaño roto, inevitable. Pero toda experiencia de ser tiene el tono de
la intensidad que le presta el sentido transitorio de la ilusión. Añora el sueño la
consistencia de la realidad que se escamotea a los sentidos. Brumas del sueño que
para la existencia se desliza entre los parámetros del ser y el no ser.

La experiencia es el gran reservorio del sentido o de la falta de sentido de la


existencia. Y es en este orden de ideas que podemos hablar de una existencia
auténtica o inauténtica.

Y aquí tenemos que recurrir a la sustancia de la cual están hechos los sueños, las
ilusiones y afanes de cada quien y sí proceden de lo íntimo y auténtico, o de la
circunstancial e impostado. La lealtad a nosotros mismos, es decir, la capacidad de
reconocer aquello que es real y verdadero, nos lleva a una existencia auténtica, y viceversa.

Lo auténtico es aquello que nace de las raíces de sí mismo: deseos, sueños, fantasías,
y que tienden a la realización del anhelo o anhelos que proceden del ser íntimo del
existente. Es como un fuego que quiere quemarse en el ejercicio diario de la vida. Es
como arder en los deseos de sí mismo. La pasión que se quema en la realización de la
propia obra. El sueño íntimo que cuaja en la realidad. De afanes y deseos auténticos

29
se construye la existencia. Es como un fluir del río de las significaciones. Lo auténtico
da el sentido de la alegría.

Esperanza y alegría son el binomio que atestigua la existencia auténtica.

Lo inauténtico es el andamiaje del vacío de la existencia. La flor que no encarna


en el ser. Una absoluta broma del pudo ser. El sonido hueco de la existencia que
no puede tomar forma. Ulular de sirenas lóbregas del olvido. La existencia que no
toma sustancia. El apretado dogma del olvido, de la mentira; la pálida sonrisa que se
desvanece de nada.

La existencia inauténtica conlleva necesariamente el engaño de sí mismo que siendo


repetitivo va elevando a la indolencia. El hombre auténtico está centrado en sí
mismo, el hombre inauténtico está completamente descentrado, o mejor dicho no
hay una solidez intima de ser. La inautenticidad ha ido cubriendo el meollo del ser.
Es el susurro sin voz del ser que se gasta en el ejercicio de la inautenticidad cotidiana

Somos consustancialmente a la carne que se pierde en su horizonte finito. Somos


pues apenas una apuesta al tiempo. Y antes de ser esa apuesta, cuando mucho,
apenas somos una promesa que puede cumplirse o no. Todo reside en la energía
que tengan nuestros sueños, deseos y ambiciones, pues de eso está hecha la vida;
preámbulo de toda promesa.

Todo ser implica la nostalgia de la aspiración al infinito. Además, todo ser quiere ser
genuino pues de otra manera no se puede ser. Pero el hombre es un ser incompleto
de atributos, de ahí que oscile entre el ser y el no ser genuino, pues esto es lo que da
sustancia al ser.

Un hombre genuino es aquel que encarna y desarrolla en su vida los atributos


psíquicos o espirituales de los cuales le dotó la naturaleza, y que responden a su
íntima realización. Sólo entonces se puede decir que tal hombre es un hombre
para sí mismo.

Toda vida es un afán de ser que se expresa en la desesperación de cada día, pues la
posibilidad de ser siempre es incompleta.

Poder ser es estar en contacto con nuestros íntimos sueños. Realizarlos implica estar
en contacto con la sociedad, con el mundo y con los demás. La intimidad se derrama
como una sustancia de ser.

30
Ser implica amor y comunión. El contacto amoroso con todo lo que se ve y se toca.
Ser es, pues, una función del alma y de los sentidos que nos pone en contacto con
todo lo que existe.

Ser para los demás, ser como ellos quieren que yo sea, es un fraude a sí mismo. Una
traición al ser. Sólo se puede ser para sí y en sí mismo. La mismidad es condición del
ser, es decir, la fidelidad al ser.

El sueño del ser se apaga en las tinieblas del existir, en la impotencia de ser. El ser es
un maravilloso despliegue de las capacidades psíquicas.

Sueño que no cuaja en las posibilidades del ser, sueño que se pierde.

El ser es un sueño que ha de renovarse cada día de la existencia.

Ser es la existencia genuina y en este caso no hay contradicción entre ser y existir. Me
refiero a la existencia auténtica. Ya cuando el ser auténtico se ha consolidado en la
vida. De otra manera es inútil toda posibilidad vital.

El mal sabor y la angustia pueden tener dos fuentes: aquella que mana de la traición
a sí mismo; y la imposibilidad de ser genuino. Es la angustia de no ser, de ser a
medias. Si acaso un preámbulo de la existencia.

La angustia de poder ser es el motor que mueve a la realización personal e implica la


singularidad. Es la propia angustia y de nadie más.

El poder ser está en la incógnita de todo destino.

Ser es como la luz del relámpago que alumbra el porvenir. Siempre un hálito del sueño
inconcluso del existir. Esa incertidumbre que a veces se hace congoja. El momento
presente en acción. La huella del sendero que se inventa a cada paso. Esa marcha
inconclusa por el espacio que respira de experiencia y de lo inconcluso; haciéndose
siempre. El bote sin remos de la esperanza. Un batir a tientas de las alas del sueño.

El ser toma sustancia en los actos que lo alientan. Un beso que toma forma en los
confines de la propia alma. Un acontecer de silencio. Nos consumimos en la sustancia
de nuestro ser. Siempre está naciendo como incierta voz del destino. Intangible
e inasible como luz de luna. Como la nostalgia del puede ser que se refleja en la
acción de estar siendo.

31
El ser es evanescente como las márgenes del olvido, pero no deja de estar presente.
Inasible como las alas del sueño. Sin embargo, en todo acontecer humano está su
sello. Estructura toda acción genuina y le da su legitimidad.

Ser es dejarse ir en aras de la existencia. Dejarse ir en ese abandono lleno de


silencio pero tan preñado de sentido. Ser es abandono, entrega y comunión con
aquello que se ama.

Cada acción es una prueba de fuego para la espontaneidad. Es como una melodía
haciéndose y recreándose en el instante.

La orientación de tener denota la inclinación del ser humano hacía lo accesorio y


circunstancial en vez de lo esencial. El tener no ayuda al crecimiento humano, en
todo caso, el esfuerzo constante por ser es lo que fundamenta la existencia.

Cada sueño se teje en el silencio del ser que emerge de recónditas profundidades. Es
como el olvido que yace ahí en la existencia, oculto por la pátina del tener. El placer
de los sentidos es el engaño camuflado del tener. Es más fácil tener que ser.

En la obra “Sidharta”, escrita por Herman Hesse, Sidharta logra tener riqueza para
poder acceder al amor de Kamala, la cortesana. Sin embargo, ha de renunciar a todo
para ir hacía la búsqueda de sí mismo, lo que finalmente logra en armonía del ser con
el mundo, con la vida que transcurre como un río en eterno devenir. ¿Quién soy yo?
Es la pregunta suprema. Es un enigma que yace en las profundidades de cada quien y
que apunta a una labor titánica de buscar en profundos contenidos espirituales, pues
no hay donde buscar la respuesta más que en sí mismo. Al Yo se opone la angustia
que presiente el paulatino descubrimiento de quien se pueda ser. Ese Yo de mil
máscaras que oculta el ser.

El vacío del tener crece en la insatisfacción. Un guiño de la utopía que proclamaba


el señuelo de la satisfacción del tener y que no puede menos que dejar con un pasmo
de narices, y la satisfacción como luz efímera que se apaga con el desengaño. No
obstante, la ilusión persiste. El sueño inocente de la inalcanzable zanahoria. En el
tener ponemos el engaño al poder ser.

El tener está biológicamente relacionado con la sobrevivencia. Es condición necesaria


para la vida. Hasta ahí, está bien. Pero la confusión deviene cuando se convierte o se
toma por la solución al bienestar humano. El medio para existir se toma por un fin.

32
El tener embota los sentidos y se convierte en una esfinge de muerte. Cosifica y
sepulta la sensibilidad, el sentimiento, la emoción. Poco a poco como preámbulo que
se resuelve en el ámbito del no ser. Las personalidades acumulativa y mercantilista
son ejemplos claros de lo que quiero decir: la impostura de un pseudo Yo sobre el ser.
Pero el disfrute de la vida, la posibilidad de armonía con la naturaleza, con la sociedad
y con los demás, sólo será posible en la medida en la cual un individuo sea auténtico.
Los vericuetos de la vida se extravían en el espejismo del tener. Estableciendo la
analogía podríamos decir que hay quienes están profundamente dormidos; otros,
medio dormidos, y sólo algunos despiertos. El tener es el sopor del no ser.

Diario somos estimulados por el modo social del tener. Pero es necesario el sustratum
del tener para acceder al mundo del ser, aunque no necesariamente. Luego, de algún
modo, el tener es premisa del ser. Incluso, los monjes budistas que podemos situar
en el ámbito del ser, han de procurarse el sustento mediante la mendicidad. Pero
el predominio de una u otra modalidad emerge de la interioridad y es como una
capacidad, como una orientación en el mundo, ya sea de tener o ser.

La paradoja: el tener para poder ser; ser a pesar de no tener. Lo que uno y la otra,
pueden ser.

Tener sin ser, marca el ocaso de la vida. Tener sin ser conduce a la esterilidad
espiritual que destruye. El tiempo inhóspito del tener conduce por los vericuetos de
los sentidos de la sinrazón.

Tener y ser es armonía del espíritu. El equilibrio perfecto del individuo en la salud y
en el bienestar. Con el predominio del ser el espíritu crece en libertad pues el tener
aparece como una ilusión que ya no encadena más.

Ser implica un desarrollo humano que trascienda el egoísmo propio, el arraigo,


la sumisión en cualquiera de sus formas. Implica un conocimiento de sí mismo
que permita el despliegue de las propias potencialidades. No se puede ser sin ese
conocimiento de sí mismo. El sueño nace y se nutre de las entrañas de sí mismo. Es
el vuelo libre del ave que siempre busca nuevos horizontes. El aleteo del recuerdo que
siempre quiere despertar a una nueva aurora. Sin libertad no es posible ser.

La vida individual y social, están impregnadas del modo de tener y del modo de ser.
En el primer caso predominan el egoísmo y la codicia en el modo de relacionarse
y de actuar en la vida, y por supuesto apunta hacía la destructividad. En el segundo

33
caso triunfa la alegría de vivir y de ser en el mundo. Vivir es una bendición sin
condiciones. La pura alegría que despliega sus generosas alas.

Ser es inocente energía en movimiento,


Pura nostalgia de eternidad.
Es la sonrisa pura del olvido.
La rueda de la vida que florece
En cada ciclo de la existencia.
Una sonrisa que no se marchita.

El ansia descorre el velo del ser.

La pesada inercia de la costumbre se opone al ser, pues este crece en la libertad


y en la espontaneidad. Es así que la mala costumbre va opacando al ser. Es mala
costumbre toda aquello que no se funda en la libertad; requisitos indispensables para
que crezca y se manifieste el ser.

Tener y ser se interrelacionan en la cooperación y las paradojas de la vida. Son


factibles unidas como la luz y la oscuridad. Igualmente cabe diferenciarlas. En casos
extraordinarios el ámbito del tener, de las posesiones, ha tenido que ser abandonado
para la búsqueda y el logro del ser, como fue el caso de Sidharta.

En una sociedad, en un mundo orientado al tener, el hombre consume sus cualidades


vitales en el sótano de la ignorancia y en una manifiesta pseudo vida. El mundo
del tener significa una alineación con la vida y con la naturaleza que se vuelca en la
inconsciente destrucción de ambos: del hombre y la naturaleza. Como integrante
de este mundo, desde el fondo de mi penumbra veo cómo nos engarzamos en una
magnifica decadencia destructiva en todos los órdenes de la vida.

Se cimbran los fundamentos sociales y laborales, pues predomina la devastación del


tener. El orden de las estaciones se ve trastocado por el calentamiento global. Se
privatiza todo en aras del beneficio de unos pocos y el hambre de la mayoría. Mi fe
en el hombre se ha transformado en un ácido pesimismo, que ciega mi vista en un
horizonte sin futuro. El hombre es cada vez más un espécimen raro en la historia.
La humanidad camina hacia el caduco sinsentido. Poco a poco al margen de la nada.
Navegamos en el hastío enajenado del tener. El sueño de la vida se deshace en la
pesadilla del tener que cada vez nos aleja más de la naturaleza y de los demás, pues no
conoce el amor. Su sello es la fría y despreocupada distancia sin respeto por lo que es.

34
Ante el mundo del tener el mundo del ser se deshace en un sueño sin porvenir.

La conciencia gravita como un superfluo sonido allá en la lejanía. La economía


globalizada representada sobre todo por el modelo neoliberal es inherente al
mundo del tener. Somos testigos de la historia en su gran devastación del trabajo,
del empleo, de las posibilidades dignas de sobrevivencia, y por lo tanto de una
vida digna. Parece que somos testigos de la devastación del sueño humanista, de
la vida del hombre para el hombre. Ante nuestros ojos está la multiplicación de
la miseria económica y lo que ella conlleva de devastación humana. Día a día,
segundo a segundo, como un sueño carcomido por gusanos. El silencio de las horas
cae majestuoso en la magnífica noche del olvido, cierra los ojos de la mente, por un
instante ante la inconsciente, dolorosa devastación.

Nocturnales grillos pueblan con su sonido la devastada noche del mundo. Pero aun es
posible una lágrima de esperanza.

El ser siempre apunta su flecha al desasosiego. Es como la mirada que se pierde en el


horizonte del imposible. El alma sin ataduras tan sólo es una bella imagen.
Con la búsqueda, el caos de la conciencia va tomando forma. Entre el ser y el
no ser, el abismo de la inconstancia. Quien busca puede que encuentre. Pero
definitivamente, quien se duerme en el vaivén de la inconsciencia seguro que no
alcanzará nada.
Todo requiere de una voluntad que apunta hacia la realización. Hay quienes se
quedan dormidos, o sea, indiferentes ante la vida, en un dejarse llevar por las
circunstancias, ajeno a la voluntad. La vida cotidiana con sus obligaciones, puede ser el
sueño de opio que adormece los sentidos. Algo mecánico, monótono, intrascendente.
El poder llegar a ser es una flecha del anhelo que apunta al infinito.
El dardo del hastío se duerme en lo cotidiano. No es más que una flor del sueño que
se deshoja en la memoria.
La conciencia es el velo de Mara que oculta el ser.
Como un transeúnte de la memoria, como una visión del infinito, el ser podría ir
desplegando sus alas.
Atrás del viento opaco del silencio se agazapa el ser.
Es como la voz que sopla queriéndose hacer palabra. El balbuceo apenas de tu
nombre queriendo nacer. Crisálida que duerme en el vientre de la noche como una
nube preñada de posibilidades.
El ser tan sólo se hace carne en la autenticidad.

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Siempre está puesta la encrucijada entre el ser y el no ser.
El ojo del abismo eterno siempre está al acecho.
El ser siempre se la juega al filo de la duda. Es un preámbulo, y a veces una
realización. Es un sueño que se teje en los pañales de la esperanza. Un murmullo
de voz que quiere tomar forma. A veces, preámbulo y olvido. A veces, el dulce
fuego de la esperanza.
A veces vivo azorado en un manto de silencio que me cubre... que anonada y cierra
veredas... mas la flecha de la esperanza no se pierde.
El no ser está oculto en el reino de la ignorancia.
Ser es todo lo contrario de la enajenación. La enajenación es el patio oscuro de
los escombros. Un subterfugio de los sentidos que ocultan al ser. El andamiaje de
la vida inauténtica.

Los caminos se bifurcan: no ser, o ser para la vida, o ser para la muerte. Pero el ser
está determinado a ser para la vida. Ser significa conocer y estar despierto, estar vivo.
Sin embargo, como ser vivo todo humano camina hacía la muerte, y en este sentido
el ser va desgastándose en no ser. La encrucijada es tan sólo una apariencia tejida
entre el ser y el no ser. De todas maneras, de cara al día sopla el viento de la noche
como frío que muerde la carne. En la medida en que culminamos en el ser, somos
para la muerte, pues sólo alguien que es, que sigue siendo, puede morir.

El ser y la nada, abismos inconciliables, y paradójicamente complementarios pues


venimos de una ancestral e incógnita nada a dar testimonio del ser. Toda vida es un
afán de ser. Ahí es donde se recrea, en el ámbito impreciso que le va dando forma.

Todo es un sueño incierto que crece a las márgenes de la nada como un cautivo
aliento que busca la vida. Un sueño que va tomando forma en la estructura del ser
humano y en su conciencia. Primordiales reservorios del alma que pugna por vivir.
No hay más ansia que el ansia de vida. El ansia descorre el velo del ser.

La pesada inercia de la costumbre se opone al ser, pues este crece en la libertad


y en la espontaneidad. Es así que la mala costumbre va opacando al ser. Es mala
costumbre toda aquello que no se funda en la libertad; requisitos indispensables para
que crezca y se manifieste el ser.

El no ser y el ser navegan en la inconsciencia que les va dando sustento para que un
día florezcan a la vida.

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Ser en el mundo es una conciencia plantada de espinas pues todo se opone a esa
conciencia de ser.

Todo ser en cuanto no ser pleno, es una promesa por cumplirse en la existencia. El
destino guía la mano de la promesa.

No ser es sinónimo de enajenación pues en este caso no hay autenticidad,


espontaneidad ni libertad. El alma se consume en las penumbras del no ser. Y todo
deseo, acto, o promesa, emerge de ese falso acorde del alma. Es la paradoja de la
muerte en vida, pues nada lleva el sello del ser, de la autenticidad. Una penumbra sin
desvelo, un sonido sin armonía, el puro remedo de vida. Se es sombra de la vida que
se pudo haber tenido.

A golpe de remo se perdió en el camino la auténtica sonrisa y la posibilidad de goce.

El no ser toca los abismos de la nada pero no es la nada ya que la nada es la


posibilidad de ser en el misterio. Con la posibilidad de la misma semilla, aunque es
posible que el no ser preceda al ser. El no ser es como una trenza de sueño que se
desgrana en el ser. Todo existente lleva la semilla, la promesa, de ser o no ser, que le
acompaña toda la vida y más allá de la vida. Ser y no ser, es también una promesa
de eternidad. Ser o no ser es un sueño lucido que se pierde en la eternidad. Soy en
cuanto existo, en cuanto me “recuerdo” en el ancestral sueño del ser y del no ser,
cuando apenas era una promesa en el tiempo, una gota suspendida en la eternidad: El
verbo informe de la promesa.

Busco respuestas a la vida y caigo en abismos de incógnito desazón, que ahonda


la desesperación.
Buscaba consuelo en el ancestral abismo de la noche.
El corazón se freía en la espera, en un llanto desolado.
Y es que uno espera la respuesta que los labios no han de pronunciar jamás.

La angustia se sueña en el cuchillo de la desgracia.


Esa íntima agonía hiende sus raíces en una espera que no cesa, que tan solo cambia
de rostro. Es la amarga experiencia que no tiene fin.
Es una lucha sin fin que emerge del no poder ser. Eterna pugna entre ser y no ser. “Y
tan alta vida espero, que muero porque no muero,” escribió Santa Teresa de Jesús.
Por un lado el ser que ansía la certeza, y no sabe que ésta no existe; por otro lado el
desconsuelo sin fin. Ambiguas contradicciones que se albergan en el seno del ser.

37
Ser humano implica viva esa contradicción íntima y sin remedio.
Existir es el modo de desplegar el ser en el mundo.
El ser se debate en las paradojas íntimas de la angustia.
El existir va fluyendo desde el seno de la angustia que le acompaña. Es como la
cuerda floja de una desazón sin fin.
Le voz de la conciencia es siempre la voz de la angustia.
La existencia se mira en los ojos ancestrales de la angustia que siempre está presente.
El problema es con cuánta angustia nos la podemos arreglar en el diario vivir,
pues la vida es continua incertidumbre. Todo esfuerzo individual y, social está
dirigido a proporcionar algún grado de seguridad y certidumbre. Así se construyen
estructuras sociales y psíquicas que proporcionan una relativa confianza; más bien,
la ilusión de la certidumbre.

La angustia es la paradoja
Insoluble de la existencia,
Un andar con la voz doliente.
Un amargo aullido en la oscuridad..
El meollo del alma
Que quiere expresarse
En la vida.
Una amargura sin fin...
O acaso descorra su velo
Con la muerte.

El azar nos acompaña cada día, y por lo tanto, cada paso que damos está signado
por la angustia. Es el escándalo de la razón que no la puede contener.
La angustia desborda sus fronteras en el cotidiano albur por la existencia. Es un
sueño que no desborda sus propios márgenes de angustia.
A la luz de la angustia, la seguridad y la confianza no son más que espejismos del ser.

Querer ser auténtico, pleno, se acompaña de la angustia y la congoja de su imposibilidad.


El ser se singulariza en cada individuo, es decir que cada quien ha de encontrar su
forma peculiar de ser.
Hay dos formas básicas de ser. Una congruente con las aspiraciones íntimas, y otra, que
no responde a las vibraciones sintónicas de la psique, hermanada con la enajenación.
Entre ambas formas, toda gradación de ser auténtico o inauténtico es posible. Ser es la
vida palpitante del existir. La aspiración de la vida que se recrea en sí misma.

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Ser es metáfora del tiempo que se desvanece, que pasa. La luciérnaga inconsútil de la
memoria. Apenas un hálito del alma.
El tiempo encarnado en la promesa de ser.
Toda línea en el tiempo
Como que se desvanece en la promesa de poder ser o no ser.
Toda huella del tiempo vital tiene el hálito del sueño de la existencia. La nostalgia
del ser que se apaga en cada acto, pues todo acto implica un paso hacía el no ser.

El ser tiene la certidumbre de la vida,


mientras el no ser se debate
en mortecinas penumbras del olvido.

La ubicua mirada del cosmos se desvanece de nada.

El sueño de la antorcha palidece.

La agonía del ser se debate


Entre ruinas.

Los labios están sellados por el silencio


de la lágrima.

La esperanza galopa
Ante todo preámbulo de ser.

Un hilo de vida es posible


En el desierto del no ser.

El dolor infinito
De la angustia preña al ser.

39
Jornadas de vida.

41
JORNADAS DE VIDA.

Por: Anselmo Pulido Contreras

El misterio

La vida es un albur,
A veces un albur de muerte.
No se sabe
Quien reparte las cartas
Pero es ineludible
Apostar.

Desde el momento de la concepción la moneda de la vida y del destino están en el


aire. En su arrullo germina el embrión cuyas células se denominan totipotenciales:
de ahí parten todas las ramas celulares del desarrollo diverso de todos los tejidos
y órganos. El potencial maravilloso de la vida en general, y de la especial vida
consciente humana que está contenida en dos células que se fusionan creando
el cigoto. Y entonces crece el sueño de la vida en la vida que germina y va
desarrollándose, poco a poco, en el misterio. El azar está hecho de millones en la
apuesta por la vida de un ser que tendrá atisbos del infinito, que sabrá de la vida y
la muerte, que será un mundo en sí y reflejo del mundo que habitará, y todo ello en
función de la conciencia.

Atributo único, privativo, del ser humano, que a la vez hace que éste pueda tener
una vida consciente de sí misma; a diferencia del animal, sabe que vive. Construye
su hábitat peculiar, separado de la naturaleza, artificial, y que poco a poco poblará
de sueños y fantasías, de razones y sinrazones, de amor y de guerra, de ansias de
inmortalidad. Podrá conocer la belleza y la fealdad. Podrá optar por el amor y
la justicia, o por el odio y la destructividad. Otras especies animales no tienen
esa opción. No tienen esa peculiar conciencia reflexiva, es decir: conciencia de la
conciencia; requisito previo para el conocimiento. Brújula de la peculiar existencia
humana: Conocer y sentir, saber que se siente y cómo se siente, hacen único al ser
humano. Nadie, salvo uno mismo, podrá experimentar el mundo y conocer todo lo
existente de una forma única, viva e irrepetible.

La carne hace posible la conciencia y todo lo que de ella deriva: el trabajo, la vida
social, la muerte. O como dijo Marx: el hombre deviene primariamente animal que
trabaja y luego surge la conciencia. No obstante lo primero es la carne donde anida la
conciencia. Pero la diferencia es de suma importancia.

El misterio de la vida y su perpetuación se encuentra en el semen. Tal vez por ser el


transmisor del DNA constitutivo de toda materia viva, y que finalmente podemos
reducir a energía: la huella del tiempo.

Tanto la materia viva como la materia inerte requieren de energía. Una y otra se
encuentran en perpetuo movimiento y transformación. Vida y muerte, creación y
renovación están siempre presentes. Lo que llamamos vida y muerte no es sino esa
transformación, ese cambio en el seno de la materia. Todo lo que vive está muriendo,
todo lo que muere está viviendo, se está transformando. El misterio radica en el
punto en el cual la vida abandona su forma corporal. Pero aun en ese momento la
vida está en la muerte, o viceversa. Tal vez lo que llamamos muerte no sea más que
una forma de transformación radical cuya esencia desconocemos. Y que a fin de
cuentas en la infinita contabilidad de la materia y de la energía - por nombrarlos de
algún modo, - nada importa.

De cualquier manera la vida es el juego más maravilloso, el sueño más hermoso que
inventó la nada. Un sueño, un dulce sueño, efímero como todos los sueños. Aunque la
vida es un signo de interrogación cuya incógnita nunca es despejada.

Generaciones van y generaciones vienen y la nada sigue incólume. ¿O es acaso


el deseo el que se prolonga en el tiempo? Sí el deseo es inmortal, luego éste es el
que explica la permanencia de la vida y del ser humano en este universo. El ser
se apoya en el recuerdo, en la ancestral inconsciencia, en ese algo impenetrable al
conocimiento y a la razón humana. ¿De qué manera surgiría algo tan maravilloso,
inmenso, con incontables galaxias? La vida es un misterio; la materia es un
misterio. Un misterio es la vida consciente de sí misma. En la infinita balanza
del destino ¿qué sentido tiene algo o nada? Tal vez tan sólo somos algo para
nosotros mismos, atribulados en nuestra mísera temporalidad. Metáfora del hastío
que se place en el bostezo nostálgico de la eternidad. Señuelo de luz. Antorcha
imperecedera. Todo gira en el vacío de la eternidad, del vientre que devora toda

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materia y toda vida, que los recrea sin pestañear. Todo es como una maravillosa
metáfora cósmica.

La vida es un misterio inextricable que se recoge en el sueño que comienza todos los días.
Es un destello que comienza paulatino de esa sustancia volátil que cobija la carne
en la ilusión.
Un calmado vino del trueno que aguarda a la vuelta de la esquina. Un sonido que atenaza
los hombros y congela los pasos. Un recoveco en el recóndito sobaco de los sueños.
Es como la primera luz de la mirada, un aliento primordial que promete besos. Pero
la vida no nace sola y en el sonido de sus pasos se adivina el misterio sin par que un
día apaga todo deseo, y todo queda sepultado en el silencio.

¡Si supiera vivir sabría cómo morir!


Señuelo de la incógnita que empaña el destino. Sólo había un camino oculto entre las
brumas de las oscuras pasiones y el deseo de otras voces y sonidos.
Y me pregunto si el camino que elegí es mi camino o es un engaño de mis sentidos;
a fin de cuentas la vida se desgasta, se desdibuja en sí misma, acaso un pálido reflejo
de lo que es; o peor, de lo que pudo haber sido, o de lo que no fue. Un calambre nada
más en el tiempo.

Las raíces de la vida

Morir es ya no estar más en forma corporal en el mundo de las gentes, en el mundo


de las formas de la conciencia habitual. Ya nunca más hallamos al otro en nuestra
muerte, en nuestra vida, o en lo que llamamos vida. Y es que hemos hecho de la
eternidad un efímero juego de espejos en el mundo que llamamos realidad y como si
ésta sólo pudiese darse en la forma habitual de la conciencia.

Si soy para la muerte, si al fin, lo que anida en lo íntimo de mi corazón es esa nada
de ser que florecerá y renacerá más allá de mi carne, entonces: Noche de absurdo
y angustia que es la existencia y que sólo se soporta por el piadoso engaño que nos
presta la inconsciencia. Por el bendito narcisismo que nos hace persistir en el ser en
vez de la nada.
Sí ante la muerte nada tiene sentido, es lógico, la única salida es el suicidio. ¿Cabría argüir
un sentido último y metafísico? ¿Un Dios que sustente la existencia, o acaso el misterio?
¿Un amor innato a la vida? ¿El puro narcisismo de existir y tener?

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Ciertamente la vida porfía en ser. Todo crece, se fecunda y se desarrolla.
El núcleo cósmico de la materia que yace en el átomo y en el universo pugna por
ser y no ser.
Y al no estar siendo sigue siendo en un guiño de burla a la inteligencia.
El fin último de la existencia es ser para ese íntimo misterio en la conciencia cósmica.
El problema es: ser para la muerte o ser para el misterio.

¿Cuál es la verdad que oculta el libro abierto de la vida? En todo caso es el misterio
que se oculta con el silencio o con la palabra que no dice, que no traduce el real sentir y
pensar, por la incapacidad de ir al meollo de sí mismo. ¿Cómo llegar a la verdad cuando
el mismo interlocutor la desconoce, cuando es un cero a la izquierda de la inercia tras
el velo de la conciencia que encubre su verdad? El lenguaje rígido, formal, consciente,
teje la sinrazón del olvido. Pone su coraza ante el fiel de la balanza del afecto: Perfecta
sinfonía que toca a rebato y olvido: silencio que duerme el sueño de los justos.

Vida y muerte

Qué triste estar loco y no saber ni de la vida ni de la muerte. Qué triste la ausencia de
conciencia de la vida y de la muerte, que nos convierte en vegetales espirituales. ¿Para
creer en la muerte será necesario morirse? El que no sabe morir es porque no tiene
conciencia de la muerte.

Se teme y se espera la muerte ¿Porqué no se teme y espera la vida? Lo que priva es


la incapacidad de ser y vivir. Vivimos sangrando de tiempo no vivido. Es una sangre
que tan sólo mancha la conciencia. Es la coordenada del no ser. Un abanico de aire
a la sombra del olvido. El sueño renace a cada piedra del camino. Apostamos a la
vida, a una improbabilidad constante. El sueño es vivir la vida y esperar la muerte.
Acaso de la forma que sea. ¿Qué es lo que le da a la vida la sensación de ser, es decir,
que lo que se hace tiene algún sentido, algún valor? Ese algo que place al alma. Pero
aún, la canícula del silencio reclama vida. Se desperdicia una vida ¿y qué queda
para el segundo aliento? ¿Qué es desperdiciar la vida? Igual corre el tiempo en las
venas de cualquier mortal. Igual se agotan el cuerpo y los sentidos. Ante la muerte
nada importa. No hay diferencia de sentido. Literalmente significa “nada”. Es un
enfrentamiento ante ese misterio de la palabra nada. Obra sin amor no vale. Es como
un albur en solitario. La apuesta del desvarío. La sustancia de la vida está hecha de
lo que nos falta y de lo que hemos perdido que configura el vacío. Poco a poco el

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silencio crece en la reversa del tiempo. La vida es una calamidad a solas. Una apuesta
en la que siempre perdemos la vida.

¿Para tener conciencia de la muerte es necesario morirse?

Tal vez haya que tener conciencia del dormir como una suspensión total de la
conciencia de las funciones mentales y físicas. ¿Por qué es tan difícil? Fuera de la
medida del tiempo no existe la muerte.

Con la medición del tiempo surge la muerte. Sin conciencia del tiempo no hay
muerte. El hombre muere de tiempo, y lo peor, muere sin tiempo, porque a la vez
que el tiempo da sustancia y razón de ser a la muerte, también lo da a la vida. Y si
el tiempo no es parte de la sustancia de la vida, entonces la vida no tiene sentido.
No llega a parábola. Así pues, toda vida, puede ser tan sólo un hueco en el tiempo.
Un hueco sin raíces. ¿Quién se puede sentir satisfecho para morir? ¿Quién puede
renunciar a tantos sueños siempre inconclusos para morir en paz?

El ansia de vivir es ingénita y se renueva cada día. Es una gota continúa que fluye
del fondo del abismo. Pero si ella apunta hacía la luz, la muerte apunta a la boca del
espanto. La muerte es una evocación en el tiempo de la memoria, que toca el corazón
palpitante por la angustia del nuevo día. Morir y sin haber nacido, he ahí el dilema.
¿Quién puede decir que acepta morir porque ya nació plenamente? La muerte duele
mucho, no se acepta por ese vacío de todo lo que no se vivió. No hay resignación
posible ante la frustración de vida. Por eso, la posibilidad de la muerte siempre nos
agarra pisando en falso.

El cálido refugio de la vida languidece de pena. Se difumina la vida al paso del


tiempo. Ese es el verdadero sentido de la soledad que se mide a escala del nacimiento
a la muerte. ¿Cuánta soledad puedes soportar sin morirte de espanto?

El viento oscila pútridas referencias al amargo paso del tiempo.

Sin embargo, la soledad puede estar llena de mundo y de silencio en una


celebración del alma, mientras los caducos sentidos son puntales fieles que
testifican la carne transitoria. El vuelo inútil del deseo. La intransigencia de una
voz interna, a medias.

La vida es un soplo, un aletear pasajero e inútil. El engaño del placer. Si el placer es


vida, y si la vida es ilusión, luego, no hay nada más que un breve vuelo placentero

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por la ilusión. Y nunca sabremos que es la nada: sí una flor marchita al final de la
jornada, sí una chispa de luz al principio de la jornada: se esconde a sí misma en
la tautología del ser. Para ser primero hubo que no ser. El ser por tanto, procede
del no ser, pero siendo olvidamos el origen del ser. O tal vez el ser no sea más
que el deseo que se materializa en el ser de la conciencia y por tanto la anulación
del deseo y del no ser devienen en la nada de la conciencia, pero aun así queda el
misterio de todo lo que es sin conciencia y por lo tanto sin deseo. O acaso toda
esa parte del mundo sólo es porque lo crea la conciencia. En todo caso, tal vez sólo
lo recrea. O sea que puede que el origen común del ser sea esa nada, esa ausencia
de deseo, común a la materia y a la conciencia, núcleo del alma que se materializa
en el deseo. Así, sólo el deseo logra la creación, la transformación de la nada
en materia, espacio y conciencia. Surge también la invención del tiempo como
requisito del espacio de la conciencia en la ilusión. Para el animal no hay principio
ni fin, es un puro fluir en la ilusión de la existencia. El puro ritmo de la vida ciega
en la persistencia del deseo.

¿Habrá un ser más allá de las fronteras del deseo, un fluir con la conciencia del
mundo, un fluir en la energía pura que gravita más allá de la materia, el verdadero
corazón de todo lo que existe?.

Vivir es percibir el mundo de una manera prístina, original e inédita. Darle un


sentido, vivirlo y saberlo. La vida requiere de esa originalidad. El mundo solo es para
mí; el mundo es para cada uno de nosotros. El aroma del alma detiene la memoria
en cada hecho significativo para mí que van tejiendo mi sentido emocional único
que me sostiene en el vaivén placentero de la ilusión. La sustancia de la vida y de
la muerte se consumen en el punto final del instante que marcha y apunta hacía la
eternidad. Un sueño que cae en el pozo de la eternidad.

Una gran verdad de Osho: sin el miedo a la muerte no habría religiones. La religión
es puro miedo a la muerte. Una caravana de sueños que cae en el espejismo del miedo
a la nada. Sin embargo, en la vida y en la muerte converge la nada. Hay miedo y hay
angustia al principio y al final. Es un proceso lento e inexorable de vida y muerte. Una
etapa que cumple con la suspensión de la forma material... pero el proceso sigue, de
otra forma, sigue en el tiempo y el espacio, sigue en el cosmos infinito y eterno. Y para
eso necesitamos una religión que nos dé la certeza dogmática y por tanto muerta, de
esa continuidad de la vida y la muerte. Morir es renacer. Renacer es apego. Vivir es
confundirse con el principio, con el supremo misterio. Será bueno recordar que la fe
no viene de fuera. Como todo, sólo tiene valor si se engendra en el propio ser.

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El camino es un baño en las márgenes de la vida.
Fuera del tiempo y de la memoria no existe nada.
Ingrávido es el destino que degüella como una guillotina insólita de la desesperanza.

Tal vez el hombre no se prueba tanto en la vida como lo hace en la muerte. La


vida nos pone a prueba, nos mima, nos consiente, en suma, nos da placer. Y un día,
sorprendidos, volteamos la mirada ante el mundo, ante nosotros mismos y nos damos
cuenta de que todo era una mentira, un espejismo: Aquel aliento que nos quemaba,
quedó en el desierto del corazón. El olor de la nada y del absurdo se planta en medio
de la vida que fenece. Habíamos tenido toda una vida para salvarnos y he aquí que no
le dimos una respuesta en nuestro corazón, a las preguntas fundamentales ¿Qué hago
en este mundo?, ¿quién soy?, ¿a dónde voy? No tiene mucho sentido pues no hay otro
camino que el de la muerte. De todas maneras es necesario tratar de responder.

Me encuentro en un remolino incierto del alma pues toda la vida busqué el misterio
de mi vida, de la vida de los demás... y ahora soy el escándalo de mi propia desdicha,
arropado en el viento de esa incógnita soledad que da traspiés por el camino que
se pierde desde allá, en la angustia de mis años mozos. Siempre el furtivo dolor del
sueño que se consume en vida. En ese ¿¡para qué!?, que nunca ha tenido respuesta.

La vida siempre está presente, antes y después de nacer o de morir. Van juntas. Lo
que distingue a la vida es el grado de conciencia. Hay una conciencia cósmica. Sin
embargo, es la conciencia individual la que da testimonio de la vida. La materia se
conforma desde la eternidad, y en sí lleva el germen de la conciencia, y por tanto de
la vida, a la cual la materia es intrínseca, misma en que se desarrollan las múltiples
formas de la materia, de lo que es. Plantas, animales, minerales, toda materia. Y
fluyen y crecen y se desarrollan y se desgastan en incesante fluir y ser.

La dignidad del hombre se mide en la forma en que va enfrentando la


decadencia; en suma, la vejez, la enfermedad y la muerte, que se oponen y limitan
el ser en el mundo. Como un cadalso de besos en la ausencia que pasa. Cálida
nostalgia del sueño. Cadencia y alivio. El sueño se sumerge y por un instante
lloramos la ausencia del ser. Clamor a cuatro manos, a cuatro suspiros. Y tiembla
la hoja del retoño, mientras todo pasa inexorable; y sin embargo, todo queda y
lo que no sabemos: ¿cómo es permanece? He ahí el misterio. Porque el alma en
su forma primera y última, la materia o energía, en su forma primera y última
ahí están por doquier desde la infinitesimal partícula, onda, luz, hasta el infinito
espacio que se extiende por la eternidad. Todo destino abriga el ser y el no ser.

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No somos más que una parte de ese acontecer universal, como un grano de arena
en la infinita playa de la vida.

La vida transcurre inexorable, vacía o preñada de sentido. Y cuyo contenido es


subjetivo, pero se expresa en una u otra forma: como un sentimiento de satisfacción
y plenitud y potencia, con alegría, esperanza y amor; o como un vacío, angustia,
desesperación, un opresivo sinsentido que impide dar paso, un marchitarse del
espíritu. La no vida que se posesiona del ser. La desesperanza estancada en el aliento
salobre de la vida.

Iván Ilich, personaje de León Tolstoi, moribundo descubre que nadie lo ama, que
nadie lo ha amado. Que sólo está rodeado y ha estado rodeado de la frivolidad y el
cálculo interesado, mercantil, de aquellos más cercanos, que su vida como tal está
vacía y no tiene sentido para él, ni para los demás.

La creatividad, la productividad, han de entenderse de algún modo. Y no solo eso.


Han de practicarse, deben ser parte de la vida. Así como hay aspectos positivos, hay
aspectos negativos. Y realmente lo que hacemos arroja luz sobre lo que realmente
somos. Sartre se pasaba la vida en la cafetería como miles de gentes. Pero él pensaba
y escribía, cosa que prefería hacer en un lugar público, y que igual podría haber hecho
en otro sitio. La esencia de su ser era pensar y escribir.

Se traiciona la vida si no somos. Es como un pájaro que no vuela. O como un


pájaro al que se mantiene preso. Se coarta su esencia natural que es volar. Así el
hombre, traición tras traición, va derrumbando su ser. La principal traición es
la inercia, los oídos sordos a la conciencia de lo que somos, aquello íntimo que
impulsa la vida. Por eso no hay fórmulas para el éxito, ya que éste no procede
del exterior sino de la propia intimidad del espíritu. La inconsciencia de nuestra
esencia, el apagamiento de su voz que debería guiarnos, es el peor crimen contra
nosotros mismos. El delirio sin voz. La inconsciencia ante nosotros mismos. La
conciencia distorsionada. Y entonces, sólo queda una vida que se arrastra por la
penumbra del mundo, de la sociedad. Un caos mutilado perdido en la oscuridad, el
no ser, o ser inauténtico que se arrastra moribundo por los placeres de la carne, por
el mundo de la ilusión. El verdadero ser anida en nuestra íntima lucha contra las
contradicciones de nuestro ser: enfermedad, vejez, muerte. La dignidad es vencer,
luchar. Es una constante lucha: el sentido de la vida está en eso. Triste destino
acabar la vida, irla consumiendo, y al fin sólo tener una página en blanco de nuestro
quehacer, de nuestro paso por el mundo. La calamidad de la nube en un cielo azul.

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El sentido de la vida es íntimo. A fin de cuentas el pecado de no ser nos consume
en forma exclusiva.

A veces llega un momento, una época en la existencia en la cual la línea de la


vida se equilibra con la muerte. La serenidad ante lo inevitable. Una especie de
desapego. Un flotar en el espacio infinito, en el aire que, invisible, vitaliza el
corazón. Un punto en el cual vida y muerte se confunden. Es el maravilloso vuelo
del espíritu sobre la necesidad. La vida está ahí, es un misterio; la muerte está ahí,
ha estado ahí siempre: es un misterio, pero ya no se pregunta. Ya no es ese andar a
tientas por el laberinto de los enigmas. Es la tierra prometida en el corazón. Saber
que estoy solo, que siempre lo he estado, aceptarlo como destino, y situarme frente
a esa nada que siempre ha estado ahí, y que en mi espacio y mi tiempo, siempre
ha avanzado como un reptil oculto en mi sangre. Vencemos la prueba suprema
ante la nada que siempre ha estado presente: La aceptación de ese elixir delirante
en que se mezclan vida y muerte. Acepto mi soledad eterna; acepto mi soledad
ante la vida y la muerte. Qué los demás acepten la suya; es lo único que pido… La
angustia del suspiro: nadie puede vivir mi muerte, y tampoco mi vida, y eso es una
agria verdad de mi sangre.

El tiempo y la vida

Sólo soy un instante de la risa de Dios suspendida en el tiempo.


Para quienes lo toman en serio, el tiempo es una monserga.
“La vida se va consumiendo en el tiempo”, sin freno.
“Vivir o morir es consumir el tiempo”· porque hemos creado el mito de la
duración, la cual no sería posible medir sin el ciclo de la transformación de la
materia. En un momento dado surge algo nuevo, de algo que se transforma y
marca un inicio de tiempo, y su fin marca el final de tiempo. En la memoria
de la eternidad nada ha ocurrido, es parte de todo. O mejor dicho: la eternidad
está presente en todo, como un baño de sueño. El tiempo es una invención de
la conciencia, sin la conciencia no existe el tiempo, luego, la conciencia es un
atributo de la eternidad.
Somos un sueño que caminamos de espaldas al tiempo, hacia la eternidad. Un sueño
jodido de dolor.

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Desde el nacimiento llevamos clavada la espina de la muerte.
En el brocal del pozo de la nada contemplo la eternidad. Lanzo un anzuelo perdido
en la noche transido de ilusión. La vida es un sueño que quema y se calcina en las
pálidas estrellas del silencio.
El pórtico del tiempo marca el inicio de la vida que es un misterio insoluble para la
inteligencia humana. Y el pórtico de la oscuridad es un misterio.
No podemos saber que hay antes y después de cada pórtico. Las más bellas respuestas
aletean en ese antes y después.
La vida es miserable, y sin embargo, nos aferramos a ella con uñas de gato.

Ávido de tinieblas
En la sinrazón
De la sinrazón
Busco la luz.

Se requiere de una suprema resignación para no incendiarse de nada.

Aceptar que el único sentido que tiene la vida sólo se da mientras estemos vivos,
y que además ese sentido no importa. He ahí el absurdo. Pero, ¿Por qué algunos
filósofos se apresuran a proponer el suicidio como una salida a ese absurdo?

La vida no tiene sentido, es inexplicable, es un absurdo, es algo desprovisto de


significado. Es un sueño en suma. ¿Para qué estar ya más de pie sobre este mundo?

Sin embargo, ante cualquier oportunidad, la vida persiste en sí misma. Surge la


planta ante cualquier ranura entre las piedras, incluso en lugares inhóspitos. De la
descomposición de la materia, entre la descomposición de la materia, surge la vida.

Un tumor es una aberración, es la vida contra sí misma. El crecimiento, el desarrollo


de sus células contra el organismo.

Lontananza del sin sentido


Se muerde los labios
En un gemido de resignación.

Amor y odio, vida y muerte. Los contrarios no son tan contrarios como se pretende
hacer creer. En realidad continuamente están floreciendo en fecundo beso. Lo que se
nos escapa siempre es la síntesis amorosa entre la vida y la muerte. Se nos escapa la
armonía. Se nos escapa el misterio.

51
Es irrefutable. Morir es ya no estar más en el tiempo y en el espacio que hemos
concebido gracias a nuestra conciencia. Sin embargo, tal vez sea posible seguir
estando en la eternidad como una forma peculiar de conciencia o inconsciencia.
Como una conciencia que puede volver a encenderse, o como una inconsciencia
en el seno de la eternidad donde la vida que conocemos es ajena a sí misma. Un
pétalo en la penumbra del olvido de la rosa perenne de la vida; el balcón de un
silencio sin fronteras.

Me he pasado la vida tratando de lograr un pedazo de espacio y de tiempo para mí y


todavía no sé la fórmula. Tal parece ley, que no haya nada privado. Que la vida en el
silencio del alma no puede ocurrir. El espacio y el tiempo íntimos ¿porqué son una
flor tan rara?

Una flor del viento de la nada


Una palabra sin pronunciar
¿Cómo alcanzar esa paz en la suspensión del tiempo y de la nada, del espacio en
ningún lugar externo, esa muerte que vivifica fuera de los confines de la carne?
¿Dónde está esa mismidad sin tiempo ni espacio abismada en su propia voz?
El contrapunto de la sinfonía eterna
El vacío en el infinito del alma,
Un suspiro tal vez.
A veces siento que me acerco a esa soledad sublime libre de ilusiones, en el corazón
de la verdad íntima.

Acerca del sentido de la vida

¿Quién puede decir que tiene un camino? Quien pueda decirlo, dirá que es
intransferible, así que el camino permanece en la incógnita del ser. Sólo sirve para el
que transita por su vida. Cada filosofía, cada religión, tienen sus caminos pero sólo
sirven como guías que apuntan al propio camino. En el Budismo la vida es un sueño
transitorio que anida en formas corporales y que se observa desde la eternidad. Se
funda en la evidente verdad de que la vida y la muerte coexisten, son tan sólo caras
de la misma moneda. Todo lo que vive está muriendo, y todo lo que está muriendo
se vuelca hacía la eternidad. El camino es tan sólo un espejismo de la conciencia en
el tiempo efímero de la carne. Punto y aparte en el tinglado escueto de la eternidad.
Vivimos agonizando en el silencio de las horas. Morir es la sombra total del olvido

52
que nos cubrirá perpetuamente. En la rueda el eterno devenir, el semen es el origen
de todo misterio. Clarividente destino del porvenir.

A solas en el anzuelo de la noche pescamos ilusiones que se aferran a la carne y


que se van desdibujando en el tiempo que corre hacia sombras. La vida es una
transparencia de sombras, el cruel aldabazo de la nada, naufragio de naufragios, el
artilugio de un sueño que comienza por la apariencia y encuentra refugio en la carne.
Anzuelo que muerde el destino del aire a solas, recluido en el hueco de la nada,
“vanidad de vanidades y tan sólo vanidad”.· La risa es la más hermosa metáfora de la
vida y debe ser un pretexto para vivir. ¿Porqué no exprimir la carne en el proceso de
vivir? La carne, la sangre, los riñones, exprimirlo, agotarlo todo. “Ayudar a la muerte
dejándole tan sólo un bagazo”.3

El no poder ser, o no haber sido, culminan en un resentimiento que emponzoña el


alma. No hay refugio posible, sólo el vacío. Al final, el alma enfrentada a las fauces
del demonio de la nada.

Una encrucijada fatal de hastío. Culminación sin sueños.

¿De qué está hecha la sustancia de la propia vida, qué es aquello que puede darle
valor y sentido? Se entiende que han de ser un valor y un sentido íntimos, que tal
vez coincidan o no con el valor y el sentido sociales. Que tal vez sean conocidos y
compartidos por la sociedad, y que tal vez no sea así. Tal vez sea sólo un valor que se
consume en solitario.

La realización personal que pueda surgir de la insatisfacción, siempre tiene


que ver con los demás seres humanos. Al final del camino nadie está satisfecho.
Siempre hay un íntimo calambre de nada presente. (-Quisiera vivir en la conciencia
milenaria del sueño).

Lo que da sentido a la vida es aquello que está de acuerdo al espíritu individual y


universal. Un espíritu que exige la aceptación plena, irrestricta, de todo lo que es, y de
lo que no es. Es decir, de lo que es en el plano habitual de la conciencia, y de lo que es
en la inconsciencia universal que nos habita. Vivimos en ambas orillas del universo.
Ahora que me he desatado de odios puedo decirlo: La vida sólo admite la cercanía de
la inocencia. El sentido de la vida es la poesía del alma. Quien ama convierte su vida
en un poema, se vuelve aurora que inunda de sentido la existencia. La vida prende
en la chispa del sentido del tiempo, prende en la manecilla que apunta al corazón.

53
No tengo un sentido de la eternidad, pero en todo caso, quiero una estatua bañada
de sueño para que perdure mi memoria. Vida y memoria son una ilusión del tiempo.
Anidan en cada célula y asoman a cada instante, en el descalabro del ser.

Confesiones

Hasta hoy intuyo que mi pasión vertebral, central, el hilo que corre por el desfiladero
de mi existencia, ha sido la búsqueda, el logro de la belleza. Para mí la esencia de la
poesía es la belleza. Vida y belleza que se conjugan trémulos en el palpitar del rocío
en un pétalo. Vida y belleza son el indisoluble beso de la naturaleza en el eterno
aliento que los contiene.

Poblado de sueños en un milagro de luz. Con la fealdad, con la contaminación, con la


invasión y la transformación y destrucción de la naturaleza avanza la muerte y se me
encogen el espíritu y el corazón. Soy un grano de polvo en el infinito universo, en la
infinita cobija del tiempo.

Yo inventé la eternidad como un consuelo que sólo sirve a la conciencia de la vida


como subterfugio al polvo y a las cenizas. Atroz la mirada del desconsuelo, soy agua
que palpita en un vaso del sueño del universo y de la eternidad. Me cobijo en el
calor de mi carne.

Los aspavientos de la sinrazón se ciñen a mí ser. Así, no soy más que un hueco en las
manos del destino, calcinado en la desmemoria del tiempo. Cábala de la risa que me
acosa.

Me hiere la incertidumbre de un pétalo a la luz de la mañana.

Soy un cáliz que se posa en los labios de la vida, acongojado de estrellas en el


remanso del sueño de la existencia que se escurre de ansias hacia la nada.

Es la sustancia de un sueño acariciado toda la vida que se esfuma, ante la bruma


de mis gritos de auxilio, que se agota en mi mismo pecho de silencio. Es cierto: la
libertad cuesta soledad.

54
La conciencia y la vida; la carne y los sentidos

¿Las cosas, el mundo, la existencia, son sólo en función de la conciencia? O mejor


dicho: ¿son como las conocemos en función de la conciencia? Y: ¿Cómo son
suponiéndolas ajenas a la conciencia? Porque cuando me abandone la conciencia, y
por ende mi capacidad de conocimiento, seguro que el mundo y las cosas seguirán
ahí en el fluir eterno del universo. ¿Cómo son las cosas y la existencia, sin conciencia
de sí mismas? ¿Puede decirse el ser sin conciencia? Al menos eso intenta el Budismo
Zen, a través de la conciencia en donde ésta es un fluir ajeno al tiempo, en el corazón
de la materia. Huir de los nombres que ocultan el ser de las cosas. Ser en la cosa
misma. Ser árbol, hoja, savia. Ser en el aire y en el sol.

El punto más íntimo del universo es el silencio. La armonía perfecta que se


encuentra en cada instante.
“¿Porqué existe algo en vez de nada?”: Galaxias, universos...
Dios creó todo.
La materia se creó a sí misma.
¿Quién creó a Dios y a la Materia?
La tautología perfecta: ellos se crearon a sí mismos.

El pensamiento siempre empieza a caminar cojo. Tiene que partir de lo que ya es y


como es conocido. Pero sí lo circunscribo a mis sentidos y a mi percepción original
no hay concordancia universal. Por millones de años lo que llamamos tierra preparó
su seno para recibir al hombre y a los demás seres vivos. Hizo posible una forma
de vida que llamamos consciente. La descomposición de la materia en sus partes
infinitesimales lleva al encuentro entre la nada que es todo, y el todo que es nada.
Los poetas y el budismo han intentado esta verdad suprema: la sustancia del sueño
primordial, eterno, omniabarcador, que se alienta en cada instante de lo que es y de lo
que no es, de lo que está siendo sin ser. El fluir eterno de la materia, del tiempo y del
espacio, el sueño eterno del vacío, de lo pleno. Uno y lo mismo. El placer es la carnada
del sueño de la vida. Un acontecer sin aliento por cada día que pasa. Un trasiego de
nada. La palabra que se consume en el aliento de las cosas. El triunfo del sueño sobre
la materia. La materia que se vuelve sueño. El sueño que florece en la materia.

Nada es valioso, nada tiene sentido. Nada perdura. Me refiero al campo de la conciencia
que es lo que da algún significado a la vida. Sin conciencia es inútil hablar de nada.
Sin conciencia no hay tiempo, espacio ni lugar. No hay coordenadas para la existencia.
Ésta transcurre, entonces, sólo en la transitoria persistencia de la materia en el espacio.

55
La angustia ante el vacío de la existencia, de la muerte que acecha a cada instante sólo
puede existir en y por la conciencia. Millones de años deambularon por el espacio
infinito las formas de la materia sin conciencia. Hasta que llegó el hombre para dar un
sentido a todo lo que existe. Inventó las categorías del ser y del no ser. De existir y no
existir. Ser o no ser está unido al tránsito de la vida consciente sobre la Tierra. Al vivir
con un sentido íntimo del tiempo, y del hacer; de ser uno mismo, auténtico. O bien, de
ser sin sustancia, sin pasión, ser indiferente, sin propósito.

Existir es otra cosa. Es algo que se comparte con todo ser vivo, con todo lo que tiene
lugar y sitio en la llamada realidad. Pero únicamente el hombre quiere ser eterno y por
eso inventó a Dios y una vida extraterrena, que por supuesto no existe. Todo es por
no aceptar el germen del eterno vacío que nos va consumiendo desde la unión de las
primeras células. Desde el primer aletear de la conciencia. El hombre podrá vivir en
base a la amorosa entrega a los demás, a la pasión de una tarea en el quehacer social, en
comunión con otros seres, con los semejantes. De otra manera, seremos como el loco que
vive inmerso en sus propios símbolos, incomunicado. En una atormentada inconsciencia
de sus propios símbolos. Devorándose en el tiempo que pasa, en la inconsciencia. En
el puro existir sin ser. Trunca y pálida raíz del no ser. Sombra de la existencia. Malévola
sonrisa del olvido. La realidad nace y se inventa con cada quien, y es como “El hombre
en llamas”, de José Clemente Orozco: siempre ascendente y en movimiento.

En las psicosis la conciencia vuelve a sus preámbulos de vida. Entonces el individuo


se debate en el simbolismo inconsciente que lo habita, sin apertura al mundo. Se
puede decir que la conciencia está ocluida y que habita el mundo intermedio entre
la vida animal y humana. El hombre entonces es víctima de sus sueños ancestrales,
tanto más primigenios e incontaminados, cuanto más temprana la psicosis. Ya no hay
apertura al mundo, a la existencia propia y con los demás hombres. Las esclusas del
conocimiento y de la conciencia están cerradas.

La vida es como las velas desgarradas del mástil por la enfermedad, la vejez y la
muerte. En contradicción con los comodinos sentidos que buscan su satisfacción y su
placer egoísta. Y la vida se va gastando en el vacuo placer de la satisfacción temporal
de los sentidos, en aplacar la efervescencia placentera, insomne, que corre y corre, por
el viento caduco que pasa. Y los ojos se quedan abiertos, estáticos.

No hay compañía posible ni en la vida ni en la muerte. Igual que transcurre la vida,


transcurre la muerte. Un dúo al unísono de la desgracia que se extingue sin voz, o la
voz que se extingue.

56
Un murmullo descarado del recuerdo.

El recuerdo a dos voces: la voz grabada en los sentidos que se extingue en las cenizas
del tiempo, y la voz sin tiempo ni cenizas, aquella que ni sabe qué es en el suspiro sin
conciencia. Un adorno del sueño que se desmaya.

Sólo he querido indagar los ecos de mi conciencia. ¿Qué más podría haber hecho?

La flor última de los sentidos germina en la muerte; es la amorosa reconciliación en


la línea, en el confín del espasmo.

La apocalíptica mirada
Del ojo cósmico
Se desvanece en el ocaso
Del crepúsculo.

Un golpe desnudo. La piedra que golpea al agua del pozo y toda la existencia acaba.

Entre la vida y la muerte hay una puerta invisible que las distingue. Hablamos del ser
y del no ser, pero, en realidad no sabemos qué son. Apenas el aliento de un beso que
no sabemos donde inicia o donde termina. Es el agridulce insólito de la conciencia,
un peregrinar de pasos en el polvo del recuerdo.

Importa la historia que se acumula en el polvo de las células. Los pasos que sólo
tienen huella para ti. El camino que has trazado por las orillas del ojo enfermo.

Cuando el tiempo no ajusta, el pan de cada día es una calamidad que consume
el espíritu en la suspensión de la carne que lo sustenta. En ella se libran todas las
batallas de las pasiones, afectos, ideas, pensamientos. Y la carne se hizo espíritu,
verbo: “Y en el principio era el verbo y el verbo estaba en Dios y vino a los hombres,
y los hombres no los reconcieron,”4 o Dios estaba en el verbo. Sin la palabra, sin el
aliento, no es posible nada de lo que existe. Debemos amar la carne igual que amamos
el espíritu. Inseparable beso amoroso que enciende la vida y que tal vez se disipa con
la muerte, o tal vez no sea más que otra forma de ser en lo que llamamos nada.

El psicoanálisis busca la vida, está atento a los tropismos de la creatividad. No puede


operar en un campo estéril, que lo puede ser por desinterés en la propia vida, en lo
que aún pueda haber de palpitante. Debe ser como una luminosa pasión de vida
dentro de la oscuridad, que se alimenta del germen de la esperanza. Quién habría

57
de pensar que la materia prima del tratamiento psicoanalítico fuese tan escasa.
Que hubiese tan poca vida, tan poca pasión de florecer, de nacer y crecer. De poder
despertar. Quién habría de creer que con el tiempo la vida acabaría apuñalada en una
penumbra de sordo silencio.

Buda buscó y encontró como desaparecer para siempre en la eternidad de la vida.


En el origen del principio cósmico, con lo cual se niega la corporalidad habitual,
consciente de vida, pues es la misma vida, viviéndose.

Se trata de rescatar la vida de la carne, de la alegría, de la celebración de la vida a


través de la carne.

La vida está sobre la tragedia y sobre el dolor. La sociedad no es más que un signo a
favor o en contra de la vida en cuanto que nos ata a la comodina satisfacción corporal y
de los sentidos en una poltrona de conformidad, no es más que una señal de la muerte,
una comodidad sin vida. Porque si bien la vida palpita en la carne, no es la vida misma.
Sólo es una señal, un símbolo dormido. El apasionado silencio de la inconformidad, de
la rebeldía ante la muerte. Si bien es cierto que ésta nos arropa con su manto, y con su
inexorable triunfo, a ello se opone la rebeldía del hombre y de la vida.

La indiferencia, la apatía, el desinterés, se construyen en un corazón hueco, que ha


dejado de palpitar vida. Indiferencia, apatía, desinterés, son las marcas de la muerte.
Un rezumar de sombras en la desgracia. El suelo estéril de la inercia vital.

La vida es el sonido apasionado, temerario, de las voces de la carne que quieren


expresarse a pesar de los demás: del padre, de la madre, de la sociedad. Es una voz
propia oculta en el recóndito misterio del origen común a todo ser humano.

¿Dónde, cómo o porqué se pierde, se olvida, se sotierra esta chispa del misterio original?

Insatisfacción

La insatisfacción ante la vida es lo que le va dando sentido. Es como una luz de


cuando en cuando en las tinieblas, que guía. La insatisfacción en sí, es búsqueda.

Sin insatisfacción es como una alondra que a los pies del sueño se rinde y deja de cantar.

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Insatisfacción, vacío y dolor, conducen el navío del alma que busca un sentido.

A veces es una búsqueda ciega. Es una búsqueda que no cesa, un dolor que no se calma,
una insatisfacción a veces en alas del desaliento. Siempre preñado de fe y confianza.

La vida es una espera de la muerte aunque no lo sepamos.

Fluir

El espíritu, la interioridad, la vida, que se expresan en el arte, son como el fluir de la


experiencia y la realidad a través del cuerpo y los sentidos. Un continuo fluir vivencial
que se está renovando. Una contemplación del mundo que fluye sin cesar. No es un
depósito de experiencias y conocimientos, sino un fluir de la vida, del mundo, que
está ocurriendo al paso del tiempo. Es el tiempo que está pasando. No puede ser el
hábito anquilosado de la experiencia. No. Al fin y al cabo, es un trasunto de amor.
Bien pueden esperar las sierpes a la vuelta de la esquina.

Herman Hesse todavía en el último día de su vida compuso un poema a una rama
que se rompía. Vivir es disfrutar, es un sentimiento de plenitud y armonía del
hombre consigo mismo y con la naturaleza. Vivir es una aptitud que se conquista,
al margen de la alienación. No se puede vivir si no se ha logrado ser uno mismo
en alguna medida. La vida es palpitación entre los sentidos, la realidad y el alma.
Se es, se vive fluyendo siempre entre esas tres instancias, en la medida en la cual se
fluye se vive.

Cuando se hace un trabajo enajenado se sustraen los sentidos y la mente de su


función de vivir. A fuerza de disciplina y sometimiento se atrofia la capacidad de
vivir. La enajenación acaba por ahogar la vida. Vivir es palpitar de amor. La vida
anida en el perenne ocio del ser, en la natural entrega y libertad de los sentidos;
o bien -cuando es movimiento-, en las pasiones que animan, que encienden el
espíritu. Dejar de hacer lo que nos gusta, es aceptar que ya en la propia vida nada
acontece: Que la renovación diaria de la vida se ha detenido, que el espíritu se ha
vaciado de sustancia, que la vida ha dejado de fluir, que la parálisis de la vida ha
ganado la batalla. Ya no hay nada en donde hurgar. Ya la curiosidad tiene el vientre
de piedra y la boca seca y sin expectativas. Subrepticia la muerte pretende anidar en
el reposo del olvido.

59
El alma tiene un punto de referencia en la eternidad donde se encuentran el estar
siendo de lo que ya fue miles de veces. La experiencia del alma que no puede ser
fijada en el tiempo, sino en ese fluir ilusorio que hemos establecido de lo que está
siendo. Sin el sustento de la ilusión temporal, nada es. Al inventar el tiempo el
hombre inventó el mundo y la posibilidad de Dios que existe fuera del tiempo
humano -necesario para la ficción-. Fuera de este tiempo está la realidad eterna. Así,
la conciencia del hombre es la única capaz de gemir de nostalgia, la única capaz de
imaginar el vientre de la eternidad donde todo se inicia y la nada es.

La vida transcurre en un suspiro. Es el compromiso del sueño. Un relámpago en la


conciencia. La pasión es el sentido de la existencia. Sin pasión todo transcurre en
un mar de silencio. Sin pasión la vida se consume como la ceniza de un cigarrillo.
El dolor y la angustia carcomen a sonidos. Pero nada es permanente, ni siquiera
el dolor. Por eso la vida transcurre de puertas adentro de la ignorancia. La vida
transcurre en un preámbulo sin voz. Lo que conocemos como existencia no es más
que una alternancia de la conciencia y la inconsciencia, y estamos acostumbrados a
llamar vida aquello que está cobijado por la conciencia, pero eso no quiere decir que
al otro lado de la conciencia no transcurra la vida. La tristeza el llanto, el dolor, sólo
ocurren a la luz de la conciencia y de los sentidos. La muerte es el silencio eterno.La
vida es recuerdo y memoria, pero es ya una vida que se sostiene en las piruetas de la
imaginación del otro. Un silencio a cuatro pies.

Los días pasan y pasan sin punto de apoyo como huecas ventoleras de mi sinsentido.
Y no es que no quiera pero mis pasos no dejan huella. Toco a las puertas y nadie me
oye. Todos están absortos, sin tiempo, se gastan los sentidos y no sabemos ni por qué,
y no queda ningún rescoldo que hable por mí. Mi angustia se pierde detrás de mis
canas. ¿Será destino común? Mi yo transitorio atestigua cómo todo es transitorio.
Lo transitorio de lo transitorio. Mientras la conciencia se renueva por el paso de lo
transitorio y todo queda desolado en ese campo transitorio de la conciencia.

Siquiera todo se lavara en la sonrisa del tiempo o se renovara y naciera con nuevos
bríos, con nuevas formas y armonías. ¿Y no es así? El desorden y la mugre son parte
de este cosmos que se degrada y corre por la loca pendiente hacía el abismo del
aniquilamiento. Si así lo quieres: no hay salida, cada paso conduce al final donde las
luces se apagan en un marchito manifiesto de los sentidos. Sin embargo, aunque no
haya salida, el sentido, la alegría, están en cada paso, cuando podemos abrirnos al
goce, cuando somos inocentes y no cuestionamos.

60
Vida, soledad, locura, muerte

El arte de la vida exige la soledad. Entonces la vida es como una vela que se va
extinguiendo en el inmenso cosmos. La soledad consiste en no esperar nada de nadie. Y
la vida es un albur que se juega al todo o nada. Transitar solo por la vida es entregarse a la
alegría de la inocencia de los sentidos. El cuerpo y sus ventanas al mundo es lo único que
tenemos. Es un instrumento que se afina con la vida. La soledad es estar frente a la muerte,
sin concesiones. El destino es una finitud de palabras. El arpa que se rompe en silencio.

Para donde volteo, me acosan en la mirada las reumas de la vida. Es una cierta paz
de ya no tener a dónde ir, de ya no querer ir a ninguna parte. Estar escaldado en
la mentira. Suspiro por un mendrugo de pan de idolatría, asido al sinsabor de una
mística pasión, bajo una túnica desolada.

La soledad es la mejor consejera de la vida. Aprende a estar solo y podrás evocarte en


el justo diapasón de tu ser.

Con las traiciones he ido olvidando las referencias. Si yo sólo he querido expresarme
y ser como la mariposa impoluta de tiempo y espacio. En una sinfonía de silencio
y de paz, más allá del ajetreo de los timbales del acontecer cotidiano. Más allá de la
mirada profunda del caos.

La angustia es el aguijón de la vida no vivida. La angustia es hermana del vacío vital.


Toda la vida no vivida se subleva con la angustia. En medio del vacío se reclama su
derecho de ser, con toda la carga del no ser. Toda angustia implica una carga de vida no
vivida. El derecho a la vida que se consume en sí misma, en la incapacidad de vivir, de
gozar, de ser libre. Finalmente, vivir es un gozo. Aunque el dolor también implica vida.
No se puede evitar vivir la parte dolorosa de la existencia. El dolor y el placer son las
dos caras de la vida. Igual, el dolor y el sufrimiento han de aceptarse como un preludio
resignado de la existencia que crece aceptando la ineludible desgracia, la otra cara de
la moneda. El abrigo del ser en el dolor. Como un bálsamo que pasa. Aceptación del
dolor y del placer, aceptación es la premisa lógica de la vida. Los ojos son para llorar.

Apelo al sueño que siempre ha dormido bajo mi piel con esa ausencia de mundo que
parte el alma de angustia y soledad.

Siempre creí en el exorcismo de la inteligencia para alejar o suprimir el dolor. No


sabía yo entonces que el alma clama la sed de sus propias leyes. No sabía yo que el
dolor se aloja en las entrañas.

61
Desesperado aprendí mis exorcismos de memoria y el vientre de la serpiente seguía intacto.

Toda desmesura, hasta el dolor más atroz, se consume en la muerte.

¿Quién decide el valor de la muerte? Si es un vacío total o si queda una sustancia


que le dé sentido. En todo caso, ese sentido queda para la memoria colectiva; en lo
íntimo de la sin memoria, permanece el vacío, que se cubre bajo el manto del silencio.
¿ Acaso la muerte no es más que un silencio eterno? La amarga calamidad de la
muerte es el labio partido de la nada.

La depresión es la falta de ese sentido íntimo que fustiga a la conciencia y que


descalabra el proceso de vivir. Es como una voz que se engulle en el sinsentido
del silencio. Es como una gaviota solitaria en un cielo sin luz. La depresión es una
herida a la pasión que la convierte en un paso agobiado. Apaga la luz del recuerdo.
Tapia las puertas del futuro. Es la convicción intima de que nada tiene objeto. Pero
la depresión tiene la virtud de enfrentarnos a ese vacío sinsentido de nuestra propia
existencia, o que vale lo mismo que el vuelo de la mosca. La depresión no es más
que ese vacío en la conciencia, experimentado al máximo que se posesiona de la
conciencia y la anula. Despoja al alma de sentido. Una tuerca atroz en la coyuntura
de la existencia, entre el ser y el no ser. Una nube de olvido. Un remedo de muerte.
Una burla en el núcleo del hastío: Mariposa negra del inevitable destino.

Y el destino es cruz que señala los puntos cardinales. No hay brújula, apenas un ciego
tentaleo, un tropismo ante la ancestral nada. El vuelo del murciélago en la luz. La vida
sin destino, o con un destino incumplido que se agazapa en las tinieblas del corazón
y se carcome en la sal del olvido. Anclada en el silencio del cosmos. Cómo entender
que la destrucción es el núcleo de la entropía y que caminamos a solas en un mar sin
fin, en la sorda tiniebla del corazón. Destino: arquímedico punto de la existencia.

Vacío, depresión, odio, locura, es lo que veo todos los días. En suma, atributos que
traducen la incapacidad de vivir. La vida se explica a sí misma. No necesita ninguna
justificación. La incapacidad de vivirla es una justificación de la muerte.

Vivir es estar en sí mismo; en el propio espacio interior. Estar en esa autenticidad


que hemos ganado a pesar de la sociedad y del mundo. Es el espacio interior que
vamos justificando y haciendo posible para que la vida despliegue sus alas. La vida
parte de ese remanente, depósito en ebullición del hambre que se esfuerza hacia lo
desconocido que mueve el alma. Sin movimiento no hay vida. La vida no es más que

62
ansia de ser con sus alas desplegadas en la pasión. Pasión es igual a vida. La pasión es
el lote baldío de la esperanza, y espera ser habitada

Sólo la ilusión y la necesidad de afecto crean un simulacro de comunicación. Un sueño


que duerme en la epidermis de los protagonistas. Un beso que se desvanece en la
promesa del puede ser. Pisamos las huellas del destino mientras la luz va declinando.

La incógnita del silencio

Mi amor se funda en la desolación total. Sólo puedo amar el sonido de mi alma


en un acorde que no me ha sido posible contaminar. Una voz fresca con un tono
personal. No puedo adoptar la voz de otros. Para mí todo ocurre en los vasos
comunicantes del alma, en el salterio insomne de la alcoba cerrada. No soy partidario
del suicidio porque apaga la voz que sólo toma aliento en el diapasón del alma
acurrucada en la voz genuina.

La comunicación es un convencional ser en el mundo, pues la experiencia es única


e intransferible. Digamos que tan sólo podremos traducirla a través del ciempiés
de la experiencia, compartirla por el lenguaje de los sentidos, imposible tras
bambalinas convencionales.

El verbo toca el alma


Pero ya es una transmutación del barro
De las cosas
Que se imposta en la palabra.
Un descalabro del sueño apenas
Como una sonrisa que se levanta incrédula
De las sábanas insomnes del no ser.

La vida transcurre bajo un manto de amor que perdura a pesar de la incomprensión


y la malicia. A veces no hay más remedio que vivir ajenos a la inevitable inquina de la
maledicencia y del odio. Tal vez ese ha sido mi destino. Un amor que sólo resuena de
silencio, un eco en el propio amor que lo sustenta.

“Exprimir la existencia para dejar a la muerte solo un bagazo del tránsito por este
mundo.” Pero, ¿qué exprimir? Si un pozo está seco no se puede sacar agua, si un
alma no palpita, no resuena. Si en el fondo no duele el vacío del misterio, ¿a dónde

63
dirigir los pasos? La inquietud, la insatisfacción que brota del alma, son la brújula
que conduce por el incierto camino de la existencia siempre haciéndose a través del
espacio del alma. ¿Qué es lo que agita el sendero del ser? ¿Por dónde sopla el viento
que mueve el astrolabio de la existencia? ¿Por dónde llega ese beso que arropa y
consuela?

Busco y busco, y sólo encuentro cruces de cenizas, como un aletear de pájaros que ya
se han ido, y luego el silencio, y luego sin saber a dónde ir.

Perfecto es el sueño que se sabe sueño. La reflexión se queda coja de espinas.


Vinimos aquí para habitar un poco el silencio del alma. No vale acongojarse de las
incógnitas. Sólo cabe apurar la copa de la vida. Vivir, gozar, hasta donde el tiempo de
la carne alcance. ¡No más! Cada vez gozar el último placer. Si vives renuévalo al día
siguiente. Y si ya no vives, bienhadado sea el placer de ayer. ¡Qué los sentidos no se
apoyen en la molesta cara de la luz, como un cuento sin fin! Hay que aceptar las luces
y las sombras. Tanto el lado oscuro como el lado luminoso. Es un tumulto de sueños.
La antorcha que trata de descifrar el albur del destino. La razón se esfuerza en
desentrañar el misterio mientras la carne se marchita de hastío. Por eso más vale vivir
sin preguntar. Dejar que la carne florezca en la vida. Dejar a un lado el galimatías del
silencio. Abrevar el vuelo de la abeja. Si el paso por la tierra es tan breve, como un
suspiro, ¿para qué agregar el sueño inútil, el hastío y el dolor? Nadie piensa, siente,
imagina, como tú.

La página en blanco no es más que el espejo de nuestra existencia. Un reflejo perdido


en el espacio. Escurridizo azogue sin forma ni tiempo. Si no fuera por un puñado
de cenizas nada palpable quedaría. El espíritu se extingue en la carne. Arropada
transparencia del olvido. Un trino de ave en los confines de la tumba. Galopan los
sentidos por la imagen del azogue. Para otros no somos más que el reducto de su
mirada virtual.

¿Es ley que la vida se extinga en las mismas entrañas del tiempo?
¿Qué la boca lóbrega de la nada ha de tragarnos?
¿Qué el sutil puente a la nada sólo dura un suspiro?
¿Qué a fin de cuentas el oropel de la vanidad es nuestro único legado?
¿Qué todo es una infinita sucesión del mismo sueño? ¿Una pompa de jabón y nada
más?
En fin, se trata tan solo del sueño que se extingue y muerde la cola de la nada.

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Pasión: un sueño que todo lo circunda.

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Pasión: un sueño que todo lo circunda

Por Anselmo Pulido

Las pasiones son la esencia de la vida.


Son oxígeno.
Son embriaguez de silencio.
Son copa de vino al sol, que se nutre de luz.
Son alma y misterio que circulan las venas de la tarde.

La pasión es leche originaria del verbo.


Siempre es principio que se recrea
viviéndose.
Es suspiro y viento de la risa.
Es la constelación de la rosa,
de la quimera aprisionada de alegría,
como la danza de la savia.
Y es el hombre quien cultiva las viñas
plantadas en su vida,
en la palabra original de su deseo
y que alimenta de las raíces de sus sueños.

Tenemos que seguir la ley inescrutable, inevitable, de la materia; sin embargo, en ella
anida la quintaesencia que la anima: el espíritu, el alma, o lo que se ha dado en llamar
soplo divino. Son tan sólo dos formas de lo que es en el mundo fenoménico. La
energía mueve toda materia, y en el ser humano alcanza la forma peculiar, única, de la
autoconciencia, y de una conciencia del entorno, de lo que es y de lo que no es. El animal
-que no tiene tal peculiaridad- está mucho más cerca de la materia, de la naturaleza. No
obstante, si pensamos en el corazón de la materia, sigue habiendo en forma persistente
y eterna ese algo que la anima, y que es un misterio. Ese algo que nos unifica como seres
materiales y conscientes. Sabemos que nos unen en el corazón de la materia, la energía y
el movimiento constante, eterno, a donde retornaremos una vez que la materia que nos
conforma cumpla su ciclo, y entonces el espíritu, energía o movimiento que la anima, ha
de tomar otras formas diferentes en el eterno fluir de la materia en el infinito universo.

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El hombre es tan solo una antorcha encendida por el deseo y en el cual quema sus
alas mientras el cuerpo lo alimenta. El cuerpo sería la antorcha encendida por el
deseo; y los sentidos abiertos a la vida, el fuelle de la ilusión que entona los acordes de
la tristeza y de la alegría; de lo sublime y de lo abyecto. Del amor y de la destrucción.
La angustia, por el contrario, es el miedo a no ser que carcome los escombros del
sueño. Es una trampa para el corazón.

Siempre queda el remanente, la insatisfacción del pudo ser de otro modo mejor. Y
es que no es difícil extraviar la vida en este mundo. Quiero creer que todos nacemos
con una voz viva en el corazón; una chispa que anima los actos de nuestra vida. Es
una chispa, o sí se quiere una llama, que nos inquieta. Surge de lo más recóndito, de
lo más íntimo. Y ahí está encendida esperando el soplo que vivifique la existencia.
Anida en lo íntimo del ser y apunta a la realización del individuo. Es prístina en
su esencia. No tiene que ver con la familia ni con la sociedad en su origen. Su
realización sí las implica. Son una chispa, una llama, una voz Son parientes cercanos
de la pasión, o mejor dicho la pasión los conforma. Sí están vivos caminan junto
con la pasión y apuntan hacía la realización personal del individuo. El destino es lo
más personal que tenemos. Me refiero al destino como realización. Esa chispa y voz
íntima, van unidas -además de la pasión-, a lo que cada uno somos. Representan la
singularidad que hemos de expresar en nuestro paso por la vida.

En este caso, todos somos artistas. Cabe preguntarse de vez en cuando: ¿En dónde
se extravió mi ser y perdí el sentido de mi existencia? ¿Aún vive en mí el sonido de
su voz? O puede ser también que haya un extravío de vida desde el nacimiento. Una
ausencia congénita de pasión como ocurre en la esquizofrenia. O una indiferencia
a los valores éticos. Una indiferencia por la propia singularidad. En suma, hablo del
asiento y despliegue de la vitalidad aunada a un destino, a una tarea muy propia a
realizar y que sólo cada quien puede descubrir en sí mismo y expresarla en la existencia.
Y en este último sentido es cuando el destino se anuda a la sociedad en su posible
desarrollo o sofocamiento. Ser para sí mismo o ser para los demás. Ser para sí mismo
o ser anónimo. En cierto sentido si no somos capaces de ser para nosotros mismos
-genuinos- no podemos ser. Así, a secas. El requisito, primero, es ser para nosotros
mismos, y sólo así podremos ser en el mundo y ante los demás. Somos en función de lo
que hacemos y siempre que este hacer sea auténtico, emanado de la chispa que anima
el destino y su pasión. Sólo así puede reconciliarse la vida con un sentido existencial.
Caso contrario, en nuestro ser anidará el gusano de la nada, del sin sentido de la
existencia. La futilidad y el hastío de no ser. De impotencia y vacuidad ante la vida.

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El fuego de la vida prende desde el momento mismo de la concepción. Se enciende
la llama de un individuo. El infinito empieza a correr por ese germen de materia
temporal. A fin de cuentas sólo venimos a dar testimonio del amor que comienza, de
la continuidad del infinito. Somos un eslabón. El fuego no debe apagarse. El fuego
está en la carne y en la mente; o bien, en el animal que se guía por sus propios pasos,
sin apertura al infinito. El fuego original se abre en un abanico de posibilidades. Es
cuestión de no eclipsar la muerte. Es cosa de navegar con los ojos puestos en el infinito.
Llevamos la antorcha en el maratón de la vida.
Somos extraños a la permanencia en el mundo. La mente sólo alberga un
microsegundo del infinito, que es el instante; vivimos en un instante agónico. Hemos
de ser leña que arde y se consume en su propio fuego.

Los sentidos han de permanecer abiertos a la belleza. Limpios, sin polvo. Que la vida
emerja como un manantial de donde podamos beber sin fin. Morirnos, entonces, en
un beso con la vida, con la muerte; consumirnos de amor hasta el último instante,
sin rebelarnos ni oponer resistencia al infinito, al que seguiremos perteneciendo en
otro orden de cosas; como parte de la eternidad. En la eterna, anónima, omnipresente
materia que nos conforma.
Tal vez quede un recuerdo como nuestro adiós.
Gloria a aquellos que dejaron testimonio de su vida en su obra perdurable. Muchos
más nos iremos sin dejar huella en el mundo de los hombres. Vacías las manos de
toda significación.
Somos una escala ridícula en el universo.
Las cenizas reclamarán las posibilidades de todos los hombres y ya no estaremos ahí
para dar testimonio.
No somos nada pero es maravilloso ese microsegundo de ser un eslabón en la
eternidad del universo. Saber que somos y no somos es lo más maravilloso.
El amor es la íntima armonía de los contrarios.
No hay otro conocimiento vivo, a no ser el del amor.

El fuego primordial tiene alas. Es el espíritu del barro. La luz que se baña en las
tinieblas. La nostalgia por la eternidad anida en esa llama transitoria. En un principio
toda vida apunta a su realización. Es un código sin descifrar, un enigma que puede
perderse en el camino. Es La palabra inpronunciada que clama por su nombre.

El fuego acude a la vida a través del amor. La indiferencia y el odio lo tornan cenizas.
El odio es un viento negro que aúlla en un túnel sin salida. Entre ambas polaridades
ha de alumbrarse la vida.

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El aliento de la vida está en el regazo materno, en su leche que lo alienta y que bendice
la vida y orienta el camino hacía la alegría. El mundo se torna alegre o triste según el
sabor de la leche que alienta cada vida. Y se arropa en el regazo materno que la protege.

Al principio, el amor es como el agua y el sol que alimentan el desarrollo y el


crecimiento, tanto del alma como del cuerpo. Es una bendición o una maldición.
Pues el ser -apenas se abre al mundo- depende de la casualidad del amor, está
indefenso. La casualidad desgarra la luz y el silencio del ser que quiere desplegar sus
alas en el tiempo y en el espacio. No es más que un murmullo suplicante de amor a la
intemperie.

Pero:

¡Hay de aquellos que fueron alimentados con la leche amarga de la indiferencia!


¡Hay de aquellos que no conocieron el regazo del amor!
¡Hay de aquellos cuyos primeros pasos ocurrieron en la sombra!
Pues entonces el sueño de la vida se torna pesadilla, y mejor quisieras no haber nacido.
También la conciencia se nutre del amor Es la potencia que enraíza como un aguijón
en la carne y que nos ayuda a vivir.

Lo opuesto es la angustia, dicen los psicólogos. Angustia cuando la conciencia de la


vida ha torcido su camino, pues la conciencia de la vida no admite desvíos.

De fracaso en fracaso el sueño se aniquila, cae en las sombras, en el pantano de la


tristeza. En la nostalgia irrecuperable del “pudo ser”. Un desvío hacia las tinieblas de
la inconsciencia del no ser. Un grito que se estrangula a sí mismo.

La vida ha de salvarse del subterfugio de la sociedad vía el amor. Ha de beber de las


propias fuentes de la vida: de su carne y de su espíritu.

Cuando prevalece la carne sobre el espíritu la vida se extingue en un alarido solitario,


sin alegría. Es como una vida sin destino que llegó a su fin. El espíritu se alienta a sí
mismo en la llama del espíritu. Debe leer su destino en la propia carne. La armonía
que los hermana. Uno sin el otro, transitan cojos por el camino.

Nos parece que la vida dura apenas lo que un suspiro pero eso es suficiente. La vida
es conciencia, percepción y conocimiento. Por estas facultades y a través de ellas se
forja la trama de la existencia. El amor es el lazo, la colágena que las une. El amor es
una tendencia hacia el conocimiento, mediada por el interés.

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El fuego de la pasión moldea las conjunciones que van ocurriendo en el devenir de
la existencia, que es un río en el fuego de la pasión y el interés. Sencillo: la vida es un
acto amoroso. La pluma que vuela al infinito. La paz en la armonía perfecta.

El mundo se configura en el interior del ser. Un mundo ya existe en la conciencia de


las células y que se complementan en un beso amoroso. El afecto surge en relación a
otra dimensión del ser, pues no podemos ser en la soledad, y sin el calor amoroso que
se manifestará en múltiples formas.

El amor consumido
por el fuego
es un tronco hueco
aún humeante
que transpira el humo
de la desolación,
que comienza a caminar
purificado
con una cierta nostalgia
por el hambre acumulada
en la sinrazón:
viento que sopla
sobre el fuego purificador,
alimento contrito
del ave eterna que emerge
de las cenizas;
patria alterna de la conciencia
a donde partimos
vía el sueño eterno.
Brújula que guía
al corazón ardiente
consumido por ansias
solares.

La vida es una búsqueda constante alentada siempre por la insatisfacción, el vacío,


el dolor y la angustia. ¿Qué sentido tiene la vida si no se camina por la cuerda
floja? El peor pecado es la satisfacción del alma, ya no desear, ya no estar inquieto,
curioso. Conformarse con la satisfacción de los sentidos y nada más. Eso constituye
una caricatura de la vida; una ironía siniestra. Aquello que debería ser el sucedáneo,

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lo accidental y accesorio, se convierte en lo esencial. Es producto del miedo, del
miedo a la muerte. Eso es lo que hace la búsqueda de la satisfacción de los sentidos,
de lo biológico, de su placer, como lo primero, lo esencial, lo que da una seguridad
en la vida. Si se satisfacen las necesidades biológicas, eso crea una seguridad de
sobrevivencia, de seguir en el mundo. Pero eso no es más que el espejismo del ser,
un susurro del eco de la vida. Y la carne, un continente hueco del ser en el mundo.
La vitalidad, el estar vivo, es dar preeminencia al alma, a los deseos, a esa inquietud
por ser, por expresar el espíritu. Pasión significa estar en contacto con el objeto. Es
la pasión y aquello que lo apasiona. La pasión es la antorcha que enciende la vida.
Puede apasionar una puesta de sol, un cielo estrellado; el amor por la música, por
la literatura, por la poesía... la pasión, aquello que apasiona suele ser infinito como
la misma vida, cuando se vive apasionadamente. En el inicio de toda vida está la
antorcha que enciende todo amanecer. La pasión todo renueva. Estar apasionado
es estar siendo. La vida es una vela encendida de pasión. La pasión nada tiene que
ver con la paz de los sentidos. Con su condición de placidez que nace de la hartura
del cuerpo. Nada tiene que ver con ser un cerdo bien cebado. La pasión, vivir con
pasión, es perseguir una estrella, una luz en el infinito. Es tener fe a pesar del mundo
que hemos construido. Es levantar, elevar el corazón de las cenizas de la derrota. Las
pasiones son vida por excelencia.

Somos la suma de lo que hacemos. La vida anida en el deseo y en la pasión que están
o no están en el pecho del hombre. El deseo y la pasión se expresan en el quehacer
del hombre, tanto intelectual como anímico.

Con frecuencia el esquizofrénico es completamente indiferente a la vida social y


a la relación con los demás, pareciera que los deseos y la pasión le fueron cortados
de tajo. Predomina un mundo interno contaminado por vivencias primitivas, por
percepciones arcaicas, de cuando todavía no había apertura hacía el exterior. A veces
ocurre que no es ese mundo interno el que predomina, sino la apatía y la indiferencia.
Y lo peor de todo es que ello es una forma de ser diferente en el mundo. Podría
hablarse de una vida autista, pero es algo más que eso. Es la muerte de los deseos y de
la pasión. Es la muerte en vida.

¿Por qué de pronto se apaga la vida?

Semejante al esquizofrénico hay muchos individuos que viven con indiferencia,


apáticos. Como por inercia, como si no tuvieran vida propia.

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Equiparo la enajenación a una forma de locura semejante a la esquizofrenia. El hombre
alienado de sí mismo como un fantasma del ser. Como sonámbulo por la vida. Sin
resonancia de sus afectos y deseos. Preso, supra viviendo en la cáscara de su vida.

Para el narcisista, la pasión es él mismo. Igual que el hombre alienado, es ajeno a la


vida y al mundo; igual, pero preso de su incapacidad de relación, y de compartir el
mundo; incapaz de dar y recibir.

Mientras más pasión más vida.

La pasión es movimiento, es el punto de inicio de la vida. Esencia de sí misma y


causa del movimiento que la motiva.

Todo lo que se expresa va cargado de pasión. Igual una obra de arte, que cualquier
otro acto de amor o de odio. En el origen del amor y del odio está la pasión. En el
fondo de la creatividad está la pasión. Consumirse de vida es consumirse de pasión.
La pasión otorga alas para vivir.

Todo lo que existe participa de la pasión y del deseo. Sin embargo, para los budistas,
deseo y pasión sólo son vestiduras, apariencia que adopta la vida, aparejada al
sufrimiento, la vejez y la muerte. La verdadera vida, su esencia, reside más allá de todo
deseo. La verdadera vida está más allá, en la superación y anulación de todo deseo. Sin
embargo, el deseo es necesario para la unión con la armonía del cosmos, con la esencia
del origen. Pero, desde siempre, la vida es un beso apasionado con la nada.

¡Qué la vida se consuma en la pasión y en los deseos, hasta convertirse en cenizas! Yo


digo que hay que aceptar con pasión el acabamiento, el desvanecimiento de la vida
en el tiempo. Aceptar lo inevitable: enfermedad, vejez y muerte, todo lo cual implica
sufrimiento. Curioso, quienes más acepta la muerte y propugnan por vivir la muerte
con la máxima conciencia de estar muriendo son los budistas. La vida –sobre cualquier
consideración -, pienso que es buena, y hay que vivirla con pasión. Mientras la vida, aún
en medio de la enfermedad, permite la pasión y la creatividad, la vida es buena y vale la
pena vivirla. Ser y hacer son los fundamentos de la existencia. Conocer con pasión es
estar ávido de vida. Conocer y aceptar, aceptar toda vicisitud de la vida.

El amor y la pasión por la vida no tienen edad. Más bien se manifiestan con las
peculiaridades de la edad. Tal vez en la adolescencia seamos más apasionados; tal
vez en la madurez y en la vejez, apasionados y sabios. Experiencia y pasión se van
entrelazando a medida que la vida pasa. Nada más hermoso que la pasión aunada a la

72
experiencia. Y se puede tener experiencia en un arte u oficio como son la pintura y la
escultura; en la literatura y la poesía, en la música, etcétera. Y si hay pasión, siempre
será posible su expresión y el acrecentamiento del saber, de la experiencia; sí, la
pasión está como la expresión de la vida a través de la creatividad a cualquier edad.

La vida comienza con un hambre de infinito que suele tornarse en una calurosa
recepción del olvido. La mirada se torna vacío silencio. El alma deja de estar animada
del fuego que la consumía en el ser cotidiano del mundo. El frío se posa en cada
coyuntura. Un marasmo se estanca en los sentidos. Hastío que entumece el palpitar
de un sueño. Ya no es posible el beso ardiente que aleteaba apenas ayer.
La carne se va restringiendo a su espacio invisible.
¡Hay de aquel que ha quemado las alas!
¡Hay de aquel que se agazapa en el silencio del cuerpo!
En un principio el fuego alienta todas las pasiones.
Sólo se trata de mantener “de amor la llama”. ¿Qué pasa pues en las almas que se
tornan somnolientas; qué pasa con el fuego que alentaría todos sus actos? ¿Por qué se
torna en un frío mercurio de los huesos y del alma?

Busca en ti mismo y encontraras, si no encuentras nada, estás perdido, pues la vida


sólo es manifestación de “aquello” espiritual de lo que has sido dotado, sea ello lo que
sea. Y aquí habría que colocar esa maravillosa palabra: pasión, la vida es pasión.
Es un amor que se enreda en las crines del tiempo.
Pasión y angustia de la buena.
Es la trenza inconsútil de la mirada que se pierde en el futuro.
Un hombre sin pasión está muerto.
Hervir de pasión es hervir de vida.

No hay más dolor que el silencio de la pasión. Entonces la vida es como un tambor sin
resonancia. Como El registro plano del encefalograma de la vida. La burocracia de vivir.
¿Para qué quieres un cuerpo si no fluye en ideas, sentimientos, amor, odio, rabia,
esperanza y frustración? Siempre acción y lucha.
La pasión se renueva a sí misma, incesante, en su objeto: poesía, literatura, pintura,
música, trabajo, sexo, etcétera..
El espíritu siempre fluye hacía aquello que lo hace vivir, en el algoritmo de la belleza.
No hay pasión sin objeto.

El líquido azul del cielo me fulmina de esperanza. Quiero entonces reencontrarme en


el origen que sigue palpitando en el fuego de mis células.

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El tamaño de la llama de la pasión habla de eternidad de vida. De otra manera no es
más que un sueño que no levanta vuelo.

Constreñido a la amargura del silencio las horas pasan monótonas, sin sentido, como
un aletear nocturno del cuervo que trata de sacudir las sombras de la noche. Los ojos
oscuros se vuelcan en la nostalgia. Es sólo el vacío que los anima. Vuelo nocturno del
ave solitaria. Descalzo de amor camino entre espinas; perdido, descalabrado de ansias
y vacío como la fuente seca de mi ayer.

La nostalgia de fuego se escurrió entre los dedos de la existencia.


La pasión-deseo siempre logra su objetivo. Es la base de los milagros. Sin pasión-
deseo no hay vida. La vida se funda en la pasión contenida en cada acto. También
se le llama impulso a la vida y es como una zozobra de querer, de querer ser. Es la
implacable manecilla que siempre marca el tiempo que inclina la balanza del vivir
o no vivir, del ser o no ser. Es la tierra de nadie de la esperanza. Es un hueco, un
vacío que se va ensanchando en la memoria; es el río de la vida que se va angostando
inexorable. En la infancia huele de amor la existencia que da sus primeros pasos
en la plena inocencia del ser. La sonrisa mística de la inocencia que se pierde entre
los párpados de luz que la alientan. Magia transitoria de la vida si no guardamos
su semilla en el corazón. Los sentidos se van desplegando en el espacio gracias al
amor materno y abrazan el mundo cósmico de las posibilidades. La pasión-deseo
es un anzuelo que muerde la noche. Un subterfugio del alma que no quiere morir,
que no quiere quedar aprisionado en el hastío. La apertura al mundo es la salvación.
La eternidad que se acaba con la conciencia, que se renueva en la omnipresente
conciencia de ser y no ser; de estar siendo y no siendo. La luz de innumerables
estrellas abarca el espacio interior que se expande al infinito.

Quisiera despojarme de la conciencia de lo transitorio, de la conciencia de lo inútil


de todo afán. Me pregunto ¿para qué vivo? ¿Para qué he vivido? Y una serpiente se
enrolla en mi cuello, soplando su aliento a mi oído... ¿De qué otra manera podemos
vivir si no es alejados de la muerte?

Apenas se enciende el grillo de la conciencia que nos escuece el alma hasta sangrar y
el tiempo palidece sin futuro. Las cosas y todo lo que existe se desvanecen en el polvo
de la conciencia de la muerte. No hay porqué o para qué, que valga.

Somos para la muerte, y por lo tanto el corazón de la vida es la angustia, la


irrevocable angustia que late a cada respiración. Por eso el tiempo es un aullido de

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dolor, pues a pesar de la muerte el hombre persevera en ser. Pero la sombra fatal de la
muerte carcome el alma. Y ya quisieran que no se trata de estar deprimido, sino tan
sólo de la conciencia aguda de que desde que se inicia la existencia ya perdí pues soy
un ser para la muerte. Pero esa conciencia me hace vivir porque estoy vivo, y entonces
soy todo y soy nada. ¿No será cosa de inclinar la balanza hacía el todo o hacia la nada,
un constante interjuego de la existencia?

La palabra presentida se agota en una lágrima. Tal vez la esencia de la vida no sea más
que el fuego de las pasiones. Y mientras la carne alimenta las pasiones hay vida en el
grado de su intensidad. En cierta medida las pasiones son un triunfo sobre la muerte,
sobre el vacío íntimo que acompaña la vida. Un triunfo transitorio sobre la muerte.
El tiempo real de la existencia es aquel que se consume en las pasiones. Toda pasión
significa pasión de ser. Las pasiones son el corazón de la materia y de la vida que crean.

Las pasiones encienden los sentidos y generan vida.

Con la muerte la carne se vacía de pasiones. La vida es alimento de las pasiones y las
pasiones son alimento de la vida que continuamente crea y se transforma.

La pasión es hermana con el entusiasmo en una sinfonía perfecta. Marchan al


unísono en la alegría. Su corolario es la creación como justificación de la existencia.
Vivir es crear y viceversa; El ying y el yang en el círculo perfecto de la existencia. El
vacío es la ausencia o carencia de pasiones y de creación. Ouroboros representa el
principio y fin de la existencia, es la vida que se muerde la cola, que se devora y en sí
misma renace. Eternidad armónica de los contrarios.

La sinfonía de la vida y la muerte que canta en el infinito espacio. El derecho a ser


hay que ganarlo con la creación. Crear es estar recreando la vida en el contacto con el
mundo y con los demás a través de la conciencia y la razón.

75
La vejez como un continuum en la vida.

77

Una llamarada se esconde en la fuente del olvido y espera la gracia de un aliento que
prenda la flama soterrada... podría ser, ¿por qué no? La vida siempre duerme aunque
sea en humilde rescoldo; aún en la vida más endurecida alienta un soplo de luz. El
fuego que esperó siempre la redención. Quiero pensar que la esperanza siempre está
presente como preámbulo del amor. ¿Por qué no? Igual, la chispa del amor duerme,
espera el soplo vivificante de la ilusión. O ¿será posible una muerte en vida, tan total
que ya no ofrece la posibilidad de la esperanza? No sé, no lo sé, mas aguardo que el
soplo divino nunca se extinga.

78
LA VEJEZ COMO UN CONTINUUM EN LA VIDA
PRIMERA PARTE

De los atributos psíquicos comunes a cualquier edad.

Por: Anselmo Pulido.

La vida es una actitud interna. Es animada desde el interior. Aun cuando el cuerpo
esté medio derruido, la vida depende del interior que la anima. De ahí que nos
podamos referir a la vida desde un plano simplista, meramente fisiológico con
relación a la decadencia corporal; y por otro lado, a esa actitud hacia la vida que
emana del interior. El envejecimiento que lleva aparejada la decadencia física es algo
universal y fácilmente observable: se caen los dientes, el pelo; la piel se va secando;
disminuye la capacidad auditiva y visual. Disminuye la fuerza y la elasticidad
muscular. En suma, disminuyen todas las funciones fisiológicas. Sin embargo,
sostengo que la vida es el cúmulo de experiencia que se va acrecentando con el paso
del tiempo. La curiosidad es otro factor que puede mantenerse vivo a través de los
años y a pesar del deterioro físico.

Del interior del ser, más allá de las limitaciones físicas, del interior, surgen y
mantienen la vida: la curiosidad, el interés y la pasión. Estar vivo pertenece al ámbito
del ser, ligado éste a la realización personal.

La curiosidad implica renovar la mirada con la frescura que ofrece todo lo que
existe. Forma peculiar e intransferible de ver y experimentar el mundo que puede ser
transmitido a través de la obra de arte.

En una observación serena, el que observa se posesiona del objeto de su pasión.


La mirada se vuelve hacía aquellos objetos, situaciones y deseos propios del interés
particular de cada uno. La fuerza, la intensidad de estas cualidades del alma, dan fe
del amor a la vida. De la entrega individual.

A medida que la luz del cuerpo se extingue, crece la llama del espíritu. El camino
no es fácil, pero cuando menos sabemos que existe la entrada al laberinto a través de
la propia actividad, de aquella labor que hemos escogido y que es genuina, y es por
tanto, una forma del destino de vivir que no se agota.

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El deseo puede torcer su raíz humanística por influencias externas pero, para bien o
para mal, está presente. Es fuente de vida. De una vida auténtica o inauténtica, pero es.
En otras palabras, el deseo puede extraviarse en sus objetivos, en su raíz, humanistas,
pero es; ahí está. Existe la posibilidad, además frecuente, de que el hombre se
equivoque, de que se traicione a sí mismo. La posibilidad de un desarrollo sano
solamente puede darse en función a la fidelidad a los principios humanistas, siendo
humano y receptivo a la vez que activo. Empático y estar dispuestos a la acción. Ser
humano consiste en desplegar aquellos dones mentales, espirituales, comunes a todo
ser consciente, o sea, la razón la imaginación, el conocimiento, el lenguaje.

El conocimiento es el camino hacia la libertad. Pero también puede hacernos


equivocar el camino y perdernos si no se acompaña del discernimiento de la verdad, si
no somos capaces de ser objetivos, sin perder el contacto afectivo con lo que se conoce.

Por la imaginación somos capaces de crear símbolos y todo un universo de ellos, en


los cuales convivimos, que se muestra en el lenguaje y en diferentes expresiones del
espíritu humano: en la pintura, la escultura, el cine, la literatura, la filosofía, la poesía,
entre otras expresiones.

Por la imaginación somos capaces de viajar en el tiempo, de construir otros mundos;


somos capaces de planear, de prever, y de saber acerca de nuestra vida y de nuestra
muerte. Su hermana es la angustia, la cual es un impulso íntimo de vida, una señal
de que las cosas en nuestra vida no están bien, de que es necesaria la introspección
para ponernos de acuerdo con nosotros mismos, con nuestro yo íntimo y verdadero.
Si no hay angustia, o el grado en que no la haya, es una señal, o bien de extravío y
equivocación de la vida, de muerte en vida; o también de armonía y paz interior.
Los extremos de la salud o la enfermedad se tocan en la manifestación o no de la
angustia. Cuando se traicionan los principios humanísticos de la existencia, aparece la
angustia. Si la persona no se ha endurecido, si no se ha traicionado a sí misma ocurre
lo contrario. Quien ha alcanzado un buen grado de objetividad y desarrollo personal,
que ha conseguido desplegar sus potencialidades en la vida, la aparición de la
angustia puede ser una señal de traición personal pero de signo opuesto: En un caso
se traicionan los logros humanos; en el otro, la falta de desarrollo, de humanización.

La angustia puede ser la respuesta natural de nuestra indefensión ante el universo;


de la fragilidad corporal; de la inminencia ante la muerte. Ante las limitaciones del
conocimiento que no puede conocer el misterio.

80
El ser humano es una constante en el tiempo vital. Esto es universalmente
reconocido; luego, el germen de lo que será a través del tiempo está puesto por
la dotación biológica singularísima de cada ser humano, que se modificará en
interacción con el medio ambiente social y familiar. La fuerza vital (interés, pasión),
está puesta por la biología pero el objetivo vital está puesto en la sociedad, en el
mundo; ahí se dirige el anhelo. Sin el deseo vehemente la vida naufraga. Carecen
de ese deseo patológicamente algunos psicóticos, como los esquizofrénicos. En los
neuróticos ese deseo que apunta a su realización, con frecuencia da bandazos o de
plano naufraga. Una característica neurótica es precisamente hacer las cosas a medias,
dejarlas inconclusas. Como que se empeñan en mutilar su propio destino. De hecho
el neurótico vive en vida cavando su propia tumba, vive muriendo; vive muerto, o vive
sin haber nacido. Muere de parto prematuro. Así pues, la vida se hace en el deseo, en
la pasión, en el anhelo, que se despliegan ante el mundo, ante la sociedad y ante los
demás.

¿Por qué el anhelo se traiciona a sí mismo?

La cobardía, la falta de arrojo para hacer cumplir nuestras potencialidades en nuestra


circunstancia vital mutila el espíritu. ¿Qué hace que perdamos el camino? ¿Cómo
influye esto en las diferentes etapas de la vida?

Son dos los factores a considerar: la vitalidad dada por el deseo y la pasión; por el
interés puesto al servicio de la vida o la ausencia de tales cualidades. Y por otro lado,
cómo inciden los prejuicios sociales en el alma. Cómo mutilan la vida o la hacen
inútil.

Podría decirse que es la esperanza lo que da su peculiar sello a la falta de vitalidad.

En la infancia todo es frescura y la esperanza es plena. La vida es toda una aventura


que empieza. Prevalece la frescura de la mente y del cuerpo, el asombro y la
espontaneidad como atributos naturales a todo infante. Ser niño es ser genuino y
creativo. Es esa edad en que todo está vivo y nada carece de interés. Extraña cualidad
que algunos viejos conservan.

En la adolescencia la esperanza se despliega en todo su esplendor, iluminando


la vida que hace eclosión en todas sus manifestaciones, y que se prolonga a la
juventud. La vida hace irrupción con gran fuerza. Los sentidos y la vida social exigen
cumplimiento y manifestación. La fuerza del espíritu y la magnanimidad, la dan un

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sello de dignidad y nobleza por estar a favor de los ideales, a favor de lo mejor de la
vida, de la transformación social, a favor del ser humano. Ímpetu y fogosidad son los
principales atributos del joven.

En la edad madura prevalece la consolidación de los logros de la juventud. La


mesura; el ocupar un lugar en la sociedad; el cumplimiento de los valores que antes
fueron ideales. La plasmación de los intereses vitales en obra. Es como un balance de
los logros o fracasos vitales.

En la vejez deberían prevalecer la mesura, la sabiduría, la experiencia en los diferentes


ámbitos de la vida, la serenidad, el buen juicio. Sin embargo, ocurre con frecuencia
que ante el fracaso vital aparezcan la desesperanza, la impotencia para enmendar la
falta de logros. O la comodina adaptación inconsciente a una degradación vital. Nada
más a irla pasando, igual que se había hecho antes, pero ahora con el miedo de tener
que enfrentar el vacío de la propia vida, y el vacío eterno.

En toda edad puede haber desvíos del desarrollo normal del individuo. Las carencias
materiales, económicas, dañan en cualquier etapa de la vida. Y en la infancia la falta
de comprensión, de interés, de una actitud vital, y el convencionalismo de los padres
puede ser crucial para que el niño pierda su alma a temprana edad. Es lo que ocurre
con más frecuencia.

Las dificultades en la adolescencia y la carencia añeja de valores vitales pueden


conducir al cinismo y al desprecio por la vida. Al pragmatismo y a la adaptación
automática ante la sociedad, sin crítica de aquello que limita la vida, que está contra
la vida. Puede ser la época en que más frecuentemente se pierde el proyecto de
hombre, o mejor dicho: de ser humano.

Igual, la madurez puede culminar en una poltrona adaptación a la sociedad, generalmente


en contra de la vida, en contra del despliegue de las potencialidades humanas.

En la vejez puede ser que los intereses que guiaron la vida no fueran genuinos; o
que el esfuerzo vital haya estado puesto en una tarea enajenada, que poco o nada
tenía que ver con las potencialidades únicas de ese ser humano. De por sí ya llevaba
una existencia inauténtica y en la vejez se encontrará con las manos vacías, y sépalo
o no, con el alma vacía. No había nada ahí en esa vida, y en la vejez tan sólo se hace
patente; ya la esperanza es más corta. Lo más frecuente es que desemboque en
aquello que es su peor cariz, la acentuación de los rasgos negativos del carácter, como

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la avaricia y la mezquindad. El miedo patético a la muerte. Así pues, abundan los
ancianos cuya vitalidad se había perdido en el camino de la vida, que no tuvieron
ningún proyecto vital, y menos lo van a tener en la vejez. En cierto modo ya eran
viejos desde antes, en el peor sentido de la palabra.

La carne no puede negar el tiempo que pasa. Lleva su sello en el polvo de los huesos;
en el paso que cansa; en la mirada que se enturbia de pasado.

Los recuerdos pueden ser un peso que curva de cansancio a la esperanza.

El “pudo ser”, un artilugio que desarma.

El “pudo ser”, es impotencia del quehacer. La tumba de los impulsos que quedaron
vencidos en el camino de la vida. La balanza entre el ser y no ser, entre hacer y no hacer.

Mientras más escombros del “pudo ser” en la vida, menos posibilidades vitales. El
hombre va coartando su ser y su quehacer cada que renuncia a su realización. Se
arrumba en el calambre de la existencia que finalmente paraliza y constriñe la vida.

El futuro siempre debería estarse haciendo, independientemente de la edad. A


menos realización vital menos posibilidades de vida, de esperanza. Menos vida
produce menos vida. Poder e interés se hermanan en la realización vital. Mantener
el equilibrio entre el interés y el sentir; entre la potencia y el quehacer. La vida es
infinita y siempre ofrece un proyecto para estar despiertos, es decir, vivos.

El interés no es privativo de la juventud. Cada día ha de renovarse en el bautizo de la


frescura del existir.

Por el interés, cualquiera que éste sea, se mantienen abiertas las puertas de la
existencia cotidiana. Interés y pasión van de la mano. Aquello que interesa apasiona.
Así se mantiene el gusto por la vida, que es un continuo interés apasionado, o no es;
se tenga la edad que se tenga. El gusto por la vida no es cuestión de edades, sino de
pasión e interés.

Dos son los pilares de la existencia, y la vejez no está exenta de los mismos: el
amor y el trabajo. Ambos son muy difíciles de cultivar y conservar. La mística
del trabajo se adquiere desde la juventud, e incluso desde la niñez. Hacer algo,
trabajar, significa ser útil. Se es útil aun cuando la obra, lo que se hace, no esté
acorde con la intimidad de quien lo realiza. También el trabajo enajenado es

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útil para otros. En el trabajo se funda la conciencia humana. El trabajo es parte
esencial de la existencia humana. Se aprende jugando. El trabajo es como un
abanico que va desde el goce lúdico, libre y espontáneo, hasta lo enajenado. Sin
embargo, cada quien hace lo que puede. Hay quienes detestan lo que hacen y tan
sólo sueñan en tirar el arpa. Lo conciben como una carga onerosa sin saber que es
lo único útil que hacen. Tal vez la única razón de la existencia válida después de
la sobrevivencia. Cuando la vida se reduce a la pura sobrevivencia sin otro interés,
algo vital que aliente el espíritu, como el trabajo, se cae en el vacío, en el sinsentido
de la propia existencia. Para entonces es de suponer que el espíritu se ha embotado
y ya no es capaz del goce de la contemplación y del acontecer vital por medio de
los sentidos. El trabajo enajenado embota los sentidos y opaca el gusto por la vida;
hace declinar el interés.

El amor y el interés van juntos. Se ama lo que nos interesa, y nos interesa lo que
amamos. Es como la sonrisa que se entrega a la calidez del día. Lo que se hace con
interés, con desprendimiento, se hace con amor. Amar es entrega. En el amor nos
damos a todo lo que nos interesa.

¿Acaso amor, entrega y trabajo, son privativos de la juventud y de la madurez? En


la medida en que así sea, nos entregamos a la molicie de una vida vana en la vejez.
Lo peor es no tener un trabajo propio; no poderlo realizar por incompetencia física
o espiritual. Estar impedido de cuerpo o de alma, de la mente. Entonces sí se puede
declarar a un viejo inútil.

Sí, dividiría la vejez entre la útil y la inútil. El viejo útil, a pesar de todos los avatares,
se sigue conservando al día de los principales acontecimientos locales y mundiales;
se compromete con los adelantos tecnológicos y trata de usarlos en su provecho, en
aquello que tienen de positivo. Procura ser un miembro activo de la sociedad y de
mantener su presencia en la medida de lo posible. ¡Vaya! Podría decirse que el amor
no es una condición sine qua non para una vejez productiva. Basta con la entrega
a tareas propias, y otras dirigidas o en beneficio de los demás, pues hay problemas
que nos conciernen a todos como la injusticia, la desigualdad social y económica;
el mundo de los desposeídos; lo irracional del armamentismo y las guerras, la
destrucción del medio ambiente y la degradación de la tierra, la tiranía y opresión
de los gobernantes. Las tareas personales y sociales no se acaban siempre que haya
interés, siempre que nos volquemos interesados en el mundo, en los demás y en los
problemas sociales.

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Amor y trabajo son bastiones de la salud mental, del regocijo de vivir, de estar
interesados, y de no bajar la guardia ante la muerte. Amor y trabajo son lo opuesto a
la muerte.

¿Qué determina las diferentes actitudes vitales ante el mundo y ante los demás?
Básicamente son duales las actitudes fundamentales ante la vida. La alegría o la
tristeza; el amor y la desesperanza; el despliegue de la vida o su retraimiento. En
limites extremos la melancolía, la depresión; la euforia, la sonrisa empática, la flor que
crece en el corazón, el desarrollo espiritual.

La autenticidad, la sinceridad ante uno mismo; o bien, la enajenación, la máscara


que nos oculta y acaba haciéndonos olvidar de nosotros mismos. La conservación de
una u otra actitud hacia la vida, a la vez que determina la salud mental y la expresión
del ser a través de todas las etapas, nos indicará el sello vital bajo el cual vive el
sujeto, independientemente de la edad cronológica. Con este signo de valoración
encontraremos viejos con una actitud vital juvenil (los menos), y jóvenes deprimidos,
hastiados, sin amor por la vida; es decir, con una actitud vetusta. Vejez de ningún
modo es sinónima de falta de vitalidad, hastío o depresión. Todo depende de la
actitud interna, de aquellas fuerzas que se hayan cultivado a través de la vida.

En ocasiones las actitudes positivas suelen estar camufladas en el alma, soterradas


y casi olvidadas, pero aún persisten, y podría ser tarea del psicoanálisis,de alguna
amistad o acontecimiento favorable en la vida de esa persona, el que le haga
“despertar” a la vida. Esto ocurre cuando el proyecto original de la vida ha sido
traicionado, y ser para la vida se ha negado o traicionado a sí mismo.

Puede ocurrir también que el proyecto original hacia la vida, que era favorable al sujeto,
sea coartado. En términos generales esto ocurre según la actitud familiar o social,
cuando sus fuerzas, con el sello de lo convencional, están en contra del individuo.

No hay que olvidar que las fuerzas originales más poderosas que operan en todo ser
vivo apuntan hacía su despliegue a favor o en contra de la vida. Y que los valores,
tanto familiares como sociales, pueden inclinarse hacia uno u otro de los polos
mencionados. La señal de la vida es la alegría y el bienestar, la potencia; en cambio, la
señal de la muerte es el hastío y la depresión, la desesperanza y el pesimismo.

Lo que encontramos en la familia y en la sociedad contemporánea es la indiferencia


con mayúsculas, hacia la vida, hacia todo lo que crece y se desarrolla. Se idolatra

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lo inerte, lo muerto, la tecnología en suma. El dinero. El hedonismo y la codicia,
el pragmatismo, el bienestar del cuerpo y lo que se entiende por su cuidado y su
prolongación en el tiempo, sin alusión al alma; esos han llegado a ser los valores
supremos: Un pragmatismo sin alma ni moral. Estar vivo en un mundo así es todo
un desafío para cualquier edad.

El tiempo es una angostura de dos canales: el tiempo sin salida, que se agota en sí
mismo, cerrado a la posibilidad de la carne que reclama vida; o bien, el tiempo pleno
que se concentra en la obra que se hace, sea cual sea ésta, y que no importa que la praxis
se agote en sí misma. De cualquier manera, inexorable, el tiempo ha de consumirse.
Lo que difiere es la esperanza. Se está a favor de la vida y hay esperanza, o bien, sin
esperanza no puede florecer la vida. En la desesperanza la vida se niega a sí misma.

Toda praxis se da en el tiempo. Lo que importa es el sentido de la praxis. Se lucha


porque se está vivo. En la vejez el sentido de la lucha, del trabajo, de la obra que se
realiza, lleva el sello definitivo del compromiso del destino en el tiempo que se agota.
El tiempo perdido es vida desperdiciada y debería doler más en la vejez en cuanto
que ya no hay mucha vida para desperdiciarla. Saber, intuir con certeza que la vida es
inexorablemente finita debería de ser un compromiso con la vida, ya que ésta sólo se
apaga con el último suspiro.

Aferrarse a la vida más allá del tiempo. Abandonarse a la propia intuición encarnada
en el tiempo que transcurre, en el propio trabajo.

Ser y hacer en el tiempo están indisolublemente unidos. La experiencia se conjuga en la


vejez y requiere de la flexibilidad de la mente y de la inocencia de los sentidos. Lo peor
que puede ocurrir al viejo es que los sentidos y la mente se anquilosen. Que la costumbre
de la vida se endurezca. La rigidez y el amor por el status quo no van con la vida.

El tiempo es la posibilidad de la vida. Pero la posibilidad tiene una historia encarnada


que viene desde la infancia. Una posibilidad de vida que se ha ido cultivando. Caso
contrario no puede existir tal posibilidad. Incluye los sueños del alma; las ilusiones y
los deseos por realizar. Quien no ha tenido y mantenido vivos sus sueños e ilusiones
está perdido. Tal posibilidad se agotó en el tiempo del olvido. Y poco a poco el alma
se agota con penumbra. El tiempo finito que se agota, es el filtro que nos designa
hacia la vida, a la realización de sueños e ilusiones; o bien, hacia la vida vegetativa,
alienada de sí misma.

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La vejez implica una sana comunión con el pasado. Mientras más vida y experiencia,
más pasado, más recuerdos; que si se mantiene viva la imaginación pueden
convertirse en vida. La cualidad de tales recuerdos matiza el sentido de la vida actual,
le dan su tono vital y su estilo.

Así como se hereda el temperamento, ha de ocurrir algo semejante con el ímpetu a la


vida; con la curiosidad ante el mundo, ante los demás y ante sí mismo. Curiosidad y
asombro, maravillosas semillas del quehacer humano. No es un atributo exclusivo del
filósofo profesional, sino de todo ser humano.

El niño es por naturaleza espontáneo y por tanto sincero, y en él florecen de manera


fresca la curiosidad y el alegre asombro ante todo aquello que se está descubriendo en
él y ante él. Como siempre, los padres y la sociedad han de encargarse del asesinato
del alma del niño, es decir, de su curiosidad, asombro y espontaneidad, esa frescura
de mirarlo todo. El niño se convierte en un grave observador de las normas sociales
y familiares en mayor o menor medida, en un enano como los adultos domesticados,
en un mimo de adulto.

Su alma ha sido sofocada en mayor o menor grado. En otros casos ¿por qué se
conserva esa chispa de vida? Quién sabe, lo cierto es que pervive y es condición sine
qua non de la experiencia creativa. Que se conserve la capacidad de leer y conocer
sobre aquello que es cotidiano. Ya E.T. A. Hoffman decía que él era un niño que veía
las maravillas del diario vivir que los demás eran incapaces de ver. Por demás está
recordar que fue abogado, músico, y un gran escritor de obras mágicas, infantiles,
llenas de originalidad y visiones insospechadas y fantásticas, que siguen cautivando el
espíritu de quienes las leen.

Todo niño es por naturaleza creador. Se deslumbra y emociona ante el mundo que
está conociendo, qué crea y recrea. ¿Qué experiencias truecan el camino natural de la
espontaneidad en el niño, y cuales coartan su curiosidad e interés?

Principalmente -pienso– todo aquello que es convencional y que resulta represor de


las funciones mentales y espirituales mencionadas. Toda educación habitual apunta
en ese sentido. La espontaneidad no es un atributo apto para el mundo feroz que
habitamos. En cierto modo la sociedad exige la deshumanización vía la sobrevivencia.
Podría presuponerse que en algunos casos la curiosidad y el interés innato se
manifiestan con tal fuerza al espíritu que la coacción social no es suficiente para
ahogarlos, ni siquiera para sofocarlos. Y que esa fuerza da un ímpetu tal a quien la

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posee que luchará denodadamente por manifestarse. Por supuesto que no deja de ser
muy importante, y en algunos casos hasta decisivo, la aprobación y el apoyo familiar.
En cuanto a la sociedad lo más frecuente es ir contracorriente. Son frecuentes los
casos en los cuales los padres propician la traición del niño a sí mismo aun mediante
el chantaje, la coacción y el soborno. Se aprovechan de la dependencia infantil.
Incluso es frecuente la imposición en la cual el hijo se somete a lo que diga el padre.
En estos casos, la voluntad del adulto es ley. La espontaneidad ha de tener la fuerza
suficiente del desafío para poder preservar la autenticidad del ser; caso contrario,
se pierde el alma; la vida se transforma en vida inauténtica, enajenada, al grado que
puede llegar a olvidarse por completo quien se era en realidad, y a tomar por genuina
una vida hueca. Por eso la curiosidad y el interés son termómetros vitales que pueden
ser un indicador en cualquier etapa de la vida. Un indicador de cuán vivos estamos en
cualquier momento, a pesar de la etapa de la vida de la cual se trate.

La vida merma en función de la ausencia o casi ausencia de los atributos vitales:


curiosidad, interés, entusiasmo, espontaneidad, alegría.

Así como hay tantos jóvenes, adultos y viejos angustiados y deprimidos, también hay
muchos niños en esos estados. Impotentes, a merced de los mayores y de la sociedad,
víctimas de quienes deberían de ser sus guías y facilitarles el camino.

Lo que “debería ser” es ajeno al sujeto; en cuanto a éste compete, el “deber ser”, valga
la redundancia, debería de ser una aspiración realizándose cada día. El “deber ser” es
un venero sin fin. Y ese deber ser no es otro que el imperativo de vida, aquel que nos
exige estar realmente vivos. Vivir para algo; tener gusto por la vida que transcurre,
maravillarse ante ella aunque sea de vez en cuando; gustar de la naturaleza y de las
personas. Tener metas propias y vivirlas aún cuando puedan parecer triviales, (como
en la película: “Por siempre joven”). In – te – re – sa – do, interesado en todos los
ámbitos del existir: yo mismo, el mundo, y los demás; esa es la fórmula. Dejar que
los deseos fluyan. Si se es genuino, si se trabaja, si hay una meta personal, si se tiene
gusto por todo ello, yo diría que la edad es algo muy relativo.

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SEGUNDA PARTE. LA VEJEZ ES UN CONTINUUM EN LA VIDA.

Las calamidades de la vida se dan cita en la vejez, pero no son la vejez, como
habitualmente se confunde. Que la mayoría de los viejos hayan hecho su bastón de
las calamidades no quiere decir que ello sea cierto; eso es una autodeclaración de
invalidez.

Propongo que la edad se mida por el grado de productividad. En este caso ni siquiera
es necesario que una persona goce de cabal salud pues hay gente enferma o con
otros achaques –como lo hizo Nietzsche- que siguen siendo productivos. Esto más
bien tiene que ver con nuestra actitud ante la vida. Y si la sociedad dice, y si yo digo,
que la vida productiva termina a los 50 años, a los 60 años, puede ser que así suceda
por decreto social y personal. Porque esa era la postura previa ante la vida. Eso pasa
cuando no hay una finalidad propia ante la existencia. Cuando no hay intereses
personales que mantengan despierto e interesado al sujeto frente a la vida.

A la vejez se le asocia con la inutilidad. El viejo es un ser arrumbado ante la sociedad,


ante el mundo, y con frecuencia ante sí mismo. Es como si le prestaran oxigeno para
vivir, como si no tuviera el derecho de consumir oxigeno. Es un ser relegado a la
muerte.

El valor de la vida se mide a través de los parámetros sociolaborales; del ser ante sí
mismo. Es el principal parámetro cuando no el único que se toma en cuenta para
dar valor y sentido a la existencia de un individuo. Por demás está decir que se trata
de una valoración mercantil basada en la fuerza de trabajo, la energía, y por tanto de
la productividad que están en relación con la edad. Por lo común, desde un criterio
social, el individuo a los 65 años ya es tan sólo un bagazo exprimido de energía, inútil.
Resumiendo, hay hombres sin valores propios, sin pasiones propias, que se ajustan al
criterio sociolaboral de productividad y que a los 65 años no son nada. Si acaso tienen
una buena pensión será una buena vida vegetativa, valga la contradicción. Humanos
vacíos de pasiones propias. Así pues, desde un criterio socioeconómico sabemos que es
la vejez y quien es el viejo ante los demás y ante sí mismo.

Desde un punto de vista anatofisiológico implica una decadencia orgánica y


funcional. Y esto es ineludible, común a todo ser vivo. Toda materia está sujeta a la
descomposición. Así pues, hay una vejez que nos remite a la ineludible decadencia

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del cuerpo, sus órganos y funciones. Todo lo que es materia tiende a la degradación,
a su extinción, como una fase de ser en el mundo. Sabemos que la fuerza que anima
la materia es la energía y que el cuerpo es un centro de energía que la irradia de sí
mismo con lo que se permite su funcionamiento, y que a la vez capta energía con lo
que se asegura su sobrevivencia física, pero en este proceso hay una perdida paulatina
de energía que va borrando la materia en el espacio.

La diferencia entre lo inerte y lo vivo reside en que un ser vivo – en cualquier nivel
de la escala evolutiva, toma energía del exterior, mientras que lo inerte consume la
energía que le es inherente y se agota su actividad. Tal vez en esta forma peculiar
de la captación y utilización de la energía este el misterio de la vida, y también el
misterio de la conciencia.

La vejez como un proceso biológico de decadencia y acabamiento, es común a todo


ser vivo y tiene mucho que ver con las enfermedades. Puede, en todo caso, hablarse
de viejos sanos físicamente, y de viejos con alguna enfermedad física. ¿Pero acaso eso
es todo, acaso la vejez se reduce a un proceso biofísico? ¿Y entonces, qué decir de la
actitud individual ante la vida, ante sí mismo y ante los demás respecto a la vejez?

La vejez es un llanto relamido del tiempo, que se recoge cada vez más hacia el ocaso,
muy cerca de la frialdad de la muerte. Esto la hace diferente de otras etapas de la
vida. De ahí la importancia de la actitud ante la muerte que puede paralizar la vida
con tantos sobrenombres que tiene el miedo. Puede cubrir la carne de hipocondría
que se manifiesta por cualquier órgano o sistema corporal. El desequilibrio entre el
cuerpo y el espíritu se manifiesta de forma más aguda. Así, la vecindad de la muerte
puede convertirse en el suspenso estéril ante una vida vacía.

El movimiento que caracteriza la vida ya no encuentra palabras de vida. Es el vacío


del silencio. Las palabras que ya no tienen sentido.

La vida es, tiene sentido, si ha estado plena de significados. En la vejez es inevitable


que una u otra postura enfrenten al ocaso y a la muerte. Y no es lo mismo estar
con las manos vacías ante el destino final, que estar ahí con una vida que ha tenido
sentido. La postura ante la muerte marca la postura ante lo que resta de vida.

El sentido o el sinsentido de la vida han estado dados por la autenticidad de ser en


el mundo; de la tarea primordial que hayamos realizado. Alguien que ha tenido una
vida esencialmente enajenada, que ha desarrollado una tarea sociolaboral impuesta,

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de pronto se encontrará con las manos vacías ante el futuro. En este caso, el futuro
no es esperanza, sino la monotonía de no haber sido nunca. Es el mismo vacío pero
ahora sin el sostén de la ilusión de productividad. Sólo queda el abismo. ¿Cómo
seguir adelante si nunca hubo camino? La autenticidad o inautenticidad dejan
o quitan el puente hacía el destino de la muerte. El tiempo toma su relevancia o
irrelevancia según la historia previa del sujeto. Lo único que ha de hacer el viejo
es seguir caminando, lo que ha hecho siempre, no hay misterio. El que se queda
paralizado es porque de antemano no tenía camino. La vida es un continuum. Los
prejuicios, usos y costumbres en torno a la vejez, generalmente están en contra de la
vida. Quien está acostumbrado realmente a vivir tan sólo tiene que seguir viviendo.

El fracaso de vivir puede estar camuflado por la falacia del trabajo enajenado y de una
complacencia comodina. Se trabajaba sin convicción, sin interés; se entregaba a una
rutina impuesta que se había hecho costumbre, y pasar el tiempo haciendo algo; y de
pronto, el sujeto se queda sin nada que hacer. Su fantasía de quitarse de encima un
trabajo oneroso y sin sentido se hace realidad. Y la muerte está más próxima. Quien
vive no tiene tiempo de entretenerse en la muerte.

Para la mayoría, la vejez significa inutilidad, aburrimiento, soledad, enfermedades,


y carencias materiales. El sistema social cada vez protege menos y elude su
responsabilidad con el anciano.

Y no es tan sólo la sociedad, sino la soledad aunada a la inutilidad personal. Dos


detonantes fatales del tedio que semeja la muerte.

En la monotonía automática de todos los días, ya dormía la muerte. El trabajo


enajenado y la propia enajenación crean el camino propicio a la decadencia espiritual
y física. Nada puede florecer en donde se ahogaron la inteligencia, la imaginación y el
interés. Un hombre así, camina rengo del corazón. En estos casos la jubilación es una
consumación de la muerte. Es más deseable mantener un trabajo que enajena y no un
ocio o jubilación que matan. De menos el primero conserva un simulacro de vida. El
sentimiento de inutilidad personal es el más devastador.

El capitalismo es pragmático e inhumano. Exige la producción al máximo; interesa


la ganancia económica óptima. El trabajador es tan sólo algo que debe producir bajo
determinadas circunstancias. La mayor producción, según tales criterios, ocurre hasta
los 40 años de edad, como máximo a los 50 años. Así, muchos ingresan al desempleo
antes de la posibilidad de una pensión o una jubilación.

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El trabajo vértebra la vida.
Cuando hay vida interna no hay tope para vivir.
La sociedad, la inutilidad y el hastío, son fuerzas devoradoras de la vida. Y resulta
que no se crearon con la jubilación, ahí estaban esperando tan sólo el ocio para
manifestarse y ejercer su efecto de plaga devastadora.
Guiñaban el ojo en la sombra de la tentación. Del engaño de descargarse de un
trabajo que más que un ejercicio de las energías humanas era un eco de la muerte.
Saca sangre de una piedra, dice el dicho... ¡Cómo sacar vida en donde no existe!
No me extraña la muerte, sino tanta muerte en vida.
La ilusión del éxito es el gran tentador. Se vive hacía fuera conforme a los espejismos
o engaños sociales y se pierde la mirada interior, la capacidad de introspección, de
mirar dentro de nosotros; se pierde la capacidad de sentir, de conmoverse ante uno
mismo y ante los demás. Se olvida en donde quedó el camino.
La enajenación, un mal tan extendido, hace eclosión al dejar el trabajo: es cuando se
destapa la cloaca de la muerte en vida, y la posibilidad de la muerte física. Tal vez una
gran mayoría no tuvieron tiempo de pensar a qué venían al mundo, nunca fue una
inquietud que les hiciera buscar el camino. Fueron náufragos prematuros en el mar
de las posibilidades.
Lo único que puede salvar de la muerte es la originalidad, la aventura que aporta a
la vida diaria. Estar vivo es una aventura de originalidad, de tener activa la mente,
curiosa, haciéndose preguntas y buscando respuestas.

La sociedad ejerce una influencia devastadora en el ánimo del viejo. Las diferentes
normas institucionales se ocupan de degradar o destituir vitalmente al viejo que participa
de sus prejuicios, o que no supo conducir su vida. Esto se hace por medio de la jubilación
del trabajo que a veces no ha sido más que una costumbre rutinaria de la alienación. Y
jubilarse no tiene otro sentido que entregarse a otra alienación alternativa de no hacer
nada, que con frecuencia resulta tan aburrido que el anciano se muere en la alienación de
la alienación, o sigue llevando una vida mezquina apoltronado en la existencia.

La actitud general de la sociedad y de los más jóvenes es considerar al anciano como


algo inútil, improductivo, y de hecho, muchas veces, las más de las veces, el anciano
confirma esa idea. Se presta a ello y sufre tal falacia.

La originalidad es otra condición que nos ayuda a superar las falacias sociales. Si
podemos ser nosotros mismos aunque sea en parte, puede que escapemos de la

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red antivital que nos tiende la sociedad. Sólo así nos podemos reinventar cada día
en el interés que nos hace renacer. Encontrar el fruto fresco cada mañana. Ser un
trashumante de la existencia que siempre puede encontrar frutos nuevos como el
artista del Zen que a medida que tenía más edad pintaba mejor, y que esperaba que a
los cien años sus pinturas estuvieran vivas.

Se trata de vivir la vida y no la muerte. El problema es el mismo a cada edad. Algunas


personas me conminan a aceptar los prejuicios sociales y que me constituya en un
viejo; me conminan a que use lentes cuando mi vista se mantiene dentro de una
aceptable salud. Tal vez me digan que también tengo que usar bastón y pasear por los
parques en las tardes. O que me siente somnoliento a mirar pasar los días, cuando yo
quiero una flor de luz en mi corazón, y quiero la alegría de inventar nuevas metáforas,
nuevas imágenes de la palabra. Renovar el verbo cada día en mi lengua. Buscar lo
recóndito inconmensurable que hay dentro de mí, y que no acabo de conocer.

Qué maravillosa actitud la de Niko Kazantzakis cuando ya anciano corría por las
baldosas ante el asombro de su esposa, y decía que tenía alas.

Cada quien está como se siente. Esa es la edad verdadera. Sentir es facultad del alma.
Y en la edad verdadera es el alma quién prevalece iluminándonos, guiándonos con la
pasión y el interés.

Ciertamente que el espíritu está indisolublemente ligado a la historia y a la actividad


corporal. Sin embargo, decadencia corporal, enfermedad corporal, no necesariamente
implican decadencia o perturbación del espíritu. Aún en los casos de enfermedad
y decadencia corporal debida a la edad, el deseo que sustenta el espíritu puede
conservarse con gallardía. Son ejemplo, Giovanni Papini, Walt Whitman, Victor
Hugo, y Pablo Picasso.

El deseo, la libido, la energía sexual en su sentido más amplio, está indisolublemente


ligada al interés por la propia obra. El deseo no es privativo de la juventud o de
la madurez. Tiene su antecedente en una vida activa, laboriosa e interesada. Si no
existió en la vida personal previa a la vejez, difícilmente se podrá crear en la vejez. El
deseo y el interés por la vida son la columna vertebral de la existencia.

La vejez no necesariamente es enfermedad o decadencia incapacitantes.

El sentido positivo de la vida en la senectud tiene que ver con su previa


estructuración. La mala idea de la vejez, la abundancia de viejos en desgracia

93
obedece, en mi opinión, a la falta de sustento familiar y social que permitan una vida
digna al anciano, y en la imprevisión de éste para lograr una autonomía económica
suficiente para una vida digna. Sí cuenta con un fundamente económico suficiente,
sí conserva una relativa salud, interés por la propia obra o trabajo, y si tiene una
vertebración de interés y deseo persistentes, no hay excusa para que lleve una vida
falta de propósito personal. No es un albur o una moneda que se tire en el aire, es
la historia personal inscrita en las células del deseo y el interés. Los grandes viejos
como Goethe y Leonardo Da Vinci, han dado muestras supremas de vitalidad, de
optimismo, incluso en medio de achaques y enfermedad.

Hay tanta vida o posibilidad de vida desperdiciada en la vejez simplemente porque


de antemano no había tela de donde cortar. Desgraciadamente, ante el vacío vital
que marca la historia personal del viejo inútil no hay remedio que sirva. Es como
tratar de crear el deseo y el interés en un esquizofrénico, una tarea ardua, difícil, y
casi siempre infructuosa. La vejez –sostengo- no tiene que ser el paradigma de la
decadencia vital; sí es así, se debe a que la vida había naufragado mucho antes. Lo
que sí puede ocurrir es que el vacío preexistente se haga del todo patente en la vejez.
Que toda la inutilidad vital caiga como avalancha, como un peso que abruma la
conciencia y que habrá de cargarse. Considero que este es un factor que incide en las
depresiones tan frecuentes en la vejez.

A los 40 años de edad disminuyen drásticamente las posibilidades de conseguir


empleo, y por ende eso significa una limitación muy seria tanto presente como futura.

La mayoría de quienes tienen trabajo y que en el futuro lograran una pensión o


jubilación, en gran parte obtienen sueldos bajos que ya jubilados solamente les
permitirán una mediocre e indigna vida.

El anciano en las sociedades actuales es un lastre con el que tiene que cargar la
sociedad y la familia. Y muchas veces por su anacronismo social y personal ya no
tiene cabida. Está de más en el mundo. Fatigado espera la muerte que llega a ser muy
deseada, y con frecuencia consumada por mano propia. El alto índice de suicidio en
la vejez nos está hablando del amplio malestar en el cual vive el viejo.

Para la sociedad mercantil en que vivimos, el anciano ya no es útil, ni produce,


más bien es un estorbo, alguien desfasado de su tiempo. Ignorante de los avances
tecnológicos y científicos que inciden en la vida cotidiana y a los cuales generalmente
se les niega el acceso.

94
El carácter social y familiar utilitario es el que da a la vejez el tinte trágico de la
cosificación. Generalmente segregado a ese limbo de la desocupación del espacio
inútil del ocio. Con frecuencia el ocio es el único oficio que queda al viejo.

Son las fuerzas aplastantes, limitadoras, con las cuales la sociedad y la familia barren
las posibilidades de vida del anciano: Lo condena a la inactividad, a una vida social y
familiar marginada, generalmente con bajos recursos económicos, atenido a su propia
decadencia. En suma, el viejo es condenado a la impotencia.

Para no caer en esa trampa tan bien construida, el anciano ha de conservar una
actividad propia y asegurarse recursos económicos suficientes que le permitan la
independencia económica. Ha de ser un crítico lúcido de la sociedad y estar enterado
del acontecer socioeconómico y político local y del mundo. Debe involucrarse en los
avances que tienen una influencia cotidiana en todos los ámbitos de la vida, como el
internet y las computadoras.

Una buena vejez exige mantener viva la curiosidad por la cultura y el arte, seguir
disfrutando de los eventos culturales como el cine, teatro, literatura, música, etcétera.
Mientras la curiosidad se mantenga viva el ser humano se mantiene vivo. Lo más
importante de todo es un proyecto de vida propio, una actividad propia, y mantener
una presencia social. Para todo ello es necesario mantener el interés. Pero mal se
puede hacer todo eso sí el anciano apenas sobrevive.

Sin dinero suficiente, ninguna etapa de la vida es fácil o agradable. En la vejez las
limitaciones económicas suelen ser la regla. La humanidad que hay en todo ser
humano se ve constreñida por la pobreza. La falta de dinero no es una condición
propia de la vejez, pero con frecuencia le acompaña.

De por sí la existencia por sí misma es un problema a resolver, un problema dinámico


que cambia día a día y que adquiere sus peculiaridades en cada etapa de la vida. En la
vejez la muerte es o debería de ser una certeza. La soledad es compañera inevitable.
La decadencia de las capacidades físicas y mentales. Todo ello da su sello peculiar a
la vejez. Cuando la situación económica está resuelta, el anciano podrá enfrentar con
mejor actitud los problemas propios de la edad, caso contrario es un agravante más, un
limitante. Otros problemas suelen ser la falta de un adecuado crecimiento o desarrollo
psíquico. Se puede, por supuesto, llegar a la vejez siendo una persona psicológicamente
inmadura, y no tan sólo eso, sino también con acentuados problemas de carácter o de
personalidad, rígido, aferrado a su pasado y a sus prejuicios.

95
¿Por qué el anciano creador es una excepción?
La curiosidad, la frescura perceptual y el asombro concomitante, se van perdiendo
con los años; prevalece, en cambio, la fidelidad rígida a los esquemas existenciales
o mentales del pasado que orientaron al sujeto en el mundo. Los esquemas de
orientación en el mundo acaban siendo rígidos. Sólo quien conserva la audacia y la
libertad puede vivir y crear. Las pinturas negras de Goya son una prueba de ello. La
flexibilidad mental y el asombro son requisitos indispensables del estar vivo en el
mundo. El mundo sigue siendo un libro abierto, un libro con las páginas en blanco,
en el cual no importa la edad, se puede seguir escribiendo, siempre y cuando se
mantenga la capacidad de aprender sin fin.

Un problema que se plantea es determinar que tan libre se era antes de ser viejo. En
otras palabras, cual ha sido su capacidad de elección. En este rubro solamente pueden
situarse seres con autonomía e independencia. Con esto, de inicio, queda excluido
un gran conglomerado de la población de ancianos, y es que a medida que aumenta
la edad, aumentan las complejidades de la vida, y aunque paradójico es real: cuando
más está presente la decadencia, es más necesario desafiar las limitaciones que opone
la sociedad. Cuando ésta ya lo da por muerto, debe demostrar que está más vivo que
nunca. Cuando lo declara estéril, deberá mostrar imaginación y creatividad. Asumo que
muy pocos viejos han sido razonablemente libres y serán capaces de seguirlo siendo.

Asumir el papel que la sociedad y los demás tienen asignado al anciano significa
que éste tiene que declararse muerto en vida y sin dignidad. Tristemente es lo que
la mayoría hace. Se convierten en reliquias. Cajas de resonancia de sus propios
recuerdos; fantasías de lo que pudo ser y no fue. Apologistas de su desgracia. El
recuerdo no es creador de vida cuando se solaza en el pasado.

Es una tarea que el anciano se quite los grilletes del recuerdo insustancial. Debe estar
despierto y atento al presente. Algunos inclusive se conservan participativos en los
movimientos sociales. La vejez es un desfiguro del tiempo que habrá de corregir a
pinceladas del espíritu, con la inaudita conciencia, indómita, rebelde, que no flaquea
en sus retos a la vida. De por sí la vida siempre ha sido un reto, un milagro de la fe,
un fluir que no cesa y que el anciano ha de enfrentar con la fresca mirada de ese fluir
conjunto en el tiempo.

Es la época de la conjunción magnifica entre la vida y la muerte. Es cuando más fe


y energía se requieren. Cuando se hace más necesario que nunca vivir el instante;
entregarse al tiempo. Eso únicamente lo podrá hacer alguien que es libre. Yo tal

96
vez no puedo decir mucho de la vejez como decadencia o muerte porque no es mi
experiencia, tal vez me he escamoteado la mirada de la muerte y su espejo sigue vacío.
La armonía de los contrarios, vida y muerte, me mantiene en la síntesis del tiempo,
en el insaciable gusto por las cosas de la vida, ahora que el finito espacio me cubre
con hálito helado. Mi asidero siempre será la belleza, el interés por el alma, ser testigo
de lo que acontece, de esa perenne lucha de los contrarios; conservar la esperanza de
que la vida siempre triunfe sobre la muerte, a pesar de los denodados esfuerzos que
hace el hombre a favor de la muerte.

Seguir caminando a tientas por el vaivén del sueño y cada día que pueda ser el
último grabarlo con más intensidad en el alma. El gusto por la vida es lo único que
no debe perderse.

Finalmente, lo que hay en la vejez es vida que se conserva. El gusto por la vida. ¿O acaso
es una pérdida inherente a la vejez? En este caso el viejo por su cercanía con la muerte
tiene menos vida. Ésta se ha ido desgastando con los años. ¿Y toda la vida vivida no
cuenta? ¿El acumulado de experiencia es tan sólo montón de escombros? Curiosamente,
pienso, esto es lo relevante del asunto: o son recuerdos, vida y experiencia palpitantes,
generadores de nueva vida; o bien, son recuerdos, vida, experiencia anquilosados, inertes,
sin movimiento, incapaces de integrarse y de crear nueva vida.

En suma, ser viejo se resuelve en el grado en que se está vivo, lo cual requiere
movimiento y flexibilidad, apertura al mundo y a los demás. Definitivamente, vejez
no es equiparable ni se asimila a la decadencia. Cierto, son peligros que acechan con
la edad, y a los cuales con frecuencia se sucumbe; pero eso no debería de ser la norma.
Por desgracia, la sociedad es lo que estimula.

Cuando la vejez se asimila a la decadencia y a la muerte, entonces no se puede hablar


de ella por evasiva. Así como nadie puede transmitir experiencia alguna de la muerte
pues ésta se vive en privado; así, tampoco se puede hablar de la vejez asimilada
a la muerte. En todo caso habría que describir un estado de depresión sonriente
o enmascarada. Y en algunos casos, de abierta depresión. Por algo es uno de los
padecimientos más frecuentes en la vejez, así como el carácter anquilosado en sus
peores facetas. La muerte petrificada en la experiencia, en el carácter. En esos casos la
vejez es la danza final con la muerte. Sólo se vive para la muerte.

Ser viejo significa un tanto dejar de existir. Si ya no somos plenamente para los
demás es que estamos dejando de ser. Pero además se nos niega el derecho a la vida

97
personal. Los usos y costumbres sociales niegan el derecho al trabajo, imponen su
ideología acerca de la vejez. Al viejo se le ve como alguien incapaz de pensar, planear,
organizar. En suma, incapaz, en cierto grado, de dirigir su vida. Es como un juicio
de interdicción dictado por usos y costumbres sociales. Como el anciano participa
y es víctima de tales prejuicios se convierte en el sujeto en interdicto. Renuncia a la
categoría de ser humano libre y autónomo. Vive el prejuicio de ser un trasto al que
tan sólo resta esperar el golpe de la muerte.

Renuncia a seguir siendo y a seguir renovándose, inventándose como todo ser humano,
cada día. Ser viejo, más de las veces, significa aceptar y asimilar prejuicios sociales.

Hay tanta pobreza vital porque no se previenen los problemas de la vejez o porque
no hay sustancia interna: Vitalidad, sensibilidad, curiosidad... No hay un proyecto de
vida o nunca lo hubo.

Mantener viva la llama de la vida debería de ser un compromiso íntimo a cualquier


etapa de la vida. La libertad y la espontaneidad deberían ir juntas en el devenir de la
vida; la fe es otro atributo indispensable en la vejez.

El hombre debe ser rebelde ante la sociedad, ante el mundo, ante la enfermedad, la
vejez y la decadencia.

La rebeldía es una cualidad, un paliativo contra el conformismo, un atributo


necesario para establecer cambios en todas las esferas de la vida.

No es preciso esperar que cambie la sociedad y favorezca la vida. Es necesario


rebelarse y crear las propias condiciones vitales que permitan el despliegue de la vida
a cualquier edad. Todo viejo sano es en alguna medida un rebelde, alguien que no se
resigna al status quo, que no acepta las formulas de resignación e indignidad que la
sociedad le impone.

98
El fruto amargo
de la vida
se concentra
en los huesos
que se van haciendo
polvo;
en la mirada
que palidece.

Los años se vuelcan


encima
como una negra nube
que se aleja en el cielo
de la desgracia.

La boca desdentada
clama
la plegaria del recuerdo
pero el tiempo
inexorable
desgasta la carne
y tan sólo
va quedando
el turbio recuerdo
que añora la polilla.

Ni donde decir
la última palabra
que se precipita
al fondo de los huesos
que se calcinan.

Ausente de todo, desnudo,


inerme de tiempo y memoria.
-----

99
Hay una cierta vejez,
como degüello
del sonido del mar
que se muere de ser
en la inmensa playa
de la vida.
Que se cierra
al infinito horizonte
y ya no reclama
el ansia que le vio nacer.

Degollados los sentidos


y la sonrisa perdida
sin ecos que pueblen
futuro,
acosada de silencio,
los nervios sin resonancia...
-----

La vejez tiene su misterio.


Sostiene en el tiempo
el responso que le alienta.

El paso del anciano


camina a cuestas de los años
que remontan la bruma
del futuro que no le detiene.

Como todo hijo de vecino


cada despertar renueva la fe
y cada jornada tiene su gloria.

En la solemne lágrima
espera la muerte
con esa nostalgia sublime
que le da su cercanía.

100
Sabe más que nadie
que cualquier momento
puede ser el último,
que cada día que se acerca
es una gloria de lo efímero;
adquiere entonces la serenidad
del saber sin remedio.
Ya no más lágrimas inútiles
por lo que pudo ser y no fue.
Ama las cosas en su transitoriedad
con el despego de la mirada
y del corazón que ya no espera.
Está perdido en la mirada
interna del último suspiro
día a día, en la fe del último paso.
Se diría que las cosas
adquieren el valor
qué las justiprecia
y que cada día reciben
su adiós y reverencia.
La vida no merece
más que una acción de gracias
del corazón agradecido,
la oración plena de sentido
del amor a las cosas
que se saben transitorias.
Nada le pertenece,
es la magia del despego
que danza en las horas
de la alegría de todavía poder ser.
Tal vez sólo sea ya un murmullo
en el transitar de la vida
que pasa indiferente
como una brisa
que a nadie molesta,
un signo en el tiempo
que ya no se posa en la tierra.

101
Soledad: la luz en el túnel.

103
SOLEDAD: LA LUZ EN EL TÚNEL.

Por: Anselmo Pulido.

La soledad es el margen de acción del Yo genuino: únicamente podemos actuar en la


medida en que somos nosotros mismos, y en esa misma medida estamos solos.

La vida es un acontecer entre el ruido que reclama el paso de nuestro tiempo y la


introspección a solas. La soledad está hecha de decepción. Es puerto sin amarras.
Transcurre de ojos adentro, en la intimidad de la piel. En cierto modo cumple con el
sueño de la nada que es ausencia, ausencia de todo.

No hay soledad a dos voces. En el sonido de la noche del alma tan sólo se reconoce
la propia voz. Es un caminar sonámbulo en el enigma del propio ser. La soledad es la
salvaguarda del Yo.

Y no hay otra voz a no ser la voz de la conciencia. Entre las paredes del silencio se
reconoce la voz más íntima. Suave suspiro del alma acongojada.
Es como un largo silencio que apunta al infinito.
Es la sustancia del ser.
Añorada paradoja entre el ser y el no ser, que se sustenta en sí misma.
Es la amarga conciencia de ser en el mundo. El sonido del aletear sin palomas, el
aplauso sin manos, la voz a solas, un suspiro haciéndose del alma. Una voz que clama
por el silencio. Un sueño a solas que no cuaja en el último sonido del insomnio.
Palabra a cuestas en el paladar.

La soledad se sustenta en la íntima conciencia de la mismidad.


Solo puede estar solo aquel que ha llegado a ser él mismo y en su pasado sólo está la
huella de su paso. La soledad no admite contaminación afectiva ni de ningún otro tipo.
Todo camino genuino es íntimo. Se quiera que no se quiera, la vida se ha de
caminar a solas.
Paradojas de la vida: solo quien está solo puede darse. Ser solo es estar en tu Yo
íntimo, auténtico, ese, el que habría que compartir con los demás.

Soledad y sólo soledad, del orto al ocaso. Y eventualmente, comunicación auténtica.


La soledad es la antorcha efímera de la vida, a veces como un hastío de nada; y a
veces, como la plenitud de ser.

104
Fuera de la soledad todo está impregnado de ilusión pues la soledad es el meollo del
ser. Es lo que eres.
La soledad es un punto en el infinito.
La soledad implica la certeza de que todo lo que hagas o dejes de hacer es inútil, de
que todo afán lleva el sello de la nada. Y sin embargo, en la soledad hay profunda fe.
La soledad tan sólo se da por aproximación. En la medida en que eres genuino estás
solo. Nadie puede estar absolutamente solo, o tal vez el loco sea el más próximo a
la soledad radical. Pero habría que aclarar que la soledad del loco se da sin mayor
apertura al mundo. Es la soledad que se consume en sí misma.

La ilusión es el invisible sueño que niega la soledad. Es como un bálsamo para el


largo camino. El eco del clamor infinito del alma.
Soledad e ilusión hacen la simbiosis que sostiene nuestro paso por la vida.
La ilusión es un señuelo de alegría que engaña a la soledad; a la misma muerte.
Gracias a la ilusión, el silencio desciende como un bálsamo y se posa en la existencia.
Es como un largo anhelar que encuentre su destino dando sentido a la soledad.
En la soledad el alma sueña que es capullo.

La soledad, látigo del tiempo que no dejó huella. Es como si la vida no transcurriera
sino en la desolación del alma. Es esa soledad como imposibilidad de comunicación.
El sueño lóbrego del abismo. Entonces el viento de la lluvia consume sus alas en un
sueño de la desgracia.
La soledad lleva el sello del sinsentido de la vida; de la falta de realización personal.
Es también la señal de que nos equivocamos en nuestra vida, y en estos casos, la
soledad nos muerde de angustia. Entonces la soledad es como un sueño que se perdió
en el camino.

Es como una desolación


de infinito.
Llanto a solas.
La entraña
del sinsentido.
Un frío que nos sume
en la duda.
Un sueño que no se
consume.

105
Lecho de espinas
sin nombre.
La soledad imposible
de la locura,
un caminar a cuestas
en la incertidumbre.

Lo que hay al otro lado de la soledad es la incógnita de cada destino: aquello que nos
aferra a la vida en medio de la nada. La vida, igual que la muerte, es un misterio sin
descifrar. Vivimos segundo a segundo, llevando esa loza de misterio. La soledad es la
serpiente que tienta con la nada a cada instante.

La soledad otorga una visión de eternidad: sitúa más allá del bien y del mal, como
una suprema indiferencia ante toda catástrofe. Tal vez en el más puro egoísmo:
entre la indiferencia ante el propio acontecer y la máxima responsabilidad que es la
comunión con los demás, y con todo lo que existe.

Sin embargo, toda soledad es una lágrima preñada de sentido. Un agujero preñado de
infinitas posibilidades.
A pesar de la soledad todo es posible, sobre todo el estoicismo.
La soledad es el hierro candente de la duda. La pregunta siempre inconclusa: ¿vale la
pena vivir? La soledad suele disolver todo elemento positivo con la duda existencial;
eso es lo que la hace tan dolorosa. Aparenta ser el cerrojo que impide se abran las
puertas de la esperanza, las puertas del amor, las puertas de la ilusión. ¡Es tan difícil
trascenderse a sí mismo en la soledad!
En cierto modo, es un enclaustramiento en las tinieblas de la vida.

La soledad es un encuentro con ese abismo insondable de ti mismo. Tierno suspiro


que se escapa. Antorcha de vida que no se apaga. El ritmo del oleaje de la existencia.

En la muerte nos traga la espantosa oscuridad de la nada. Es entonces, tal vez, el


instante de soledad más intenso para cada individuo en el universo. Sólo hay soledad
a solas. No hay carambola de olvido. Un velo de silencio se ensaña en el alma. En
el transcurrir de la existencia naufragamos de nada y olvido, de cuando en cuando,
hasta que nos cubre el perdurable silencio. Inagotable penumbra se despliega por la
eternidad. Es como un ansia que no encuentra asidero terrenal. La soledad como la
muerte, es consustancial al alma. La vida se trenza en el dolor. Es como un suspiro
que no encuentra voz. Es una voz sin suspiro. Adviento de todas las posibilidades...

106
y de ninguna. Es la cruel paradoja que se agazapa en cada soledad. La voz de la
amnesia. Una voz llena de suspiros. Un a tientas por recuerdo que se perdió.

La soledad como la muerte, es el olvido de todo. Pero en la soledad es posible


recordar de cuando en cuando. Hay resquicios de vida. En la soledad vivimos
muriendo. Poco a poco los pasos nos consumen.

Soledad: sueño carcomido de la esperanza. Peregrinar a cuestas de una lágrima


podrida. Ansia degollada. Es más un olvido que un sueño. El acoso de la desdicha.
La soledad es la angustia del tiempo que se agota.

Un suspiro que se esconde en los pétalos del sueño. Armonía de contrarios.


Soy un sueño solitario que suspira en el tiempo de mi desgracia. El vino de la vida
que se degusta a solas en la magia del instante que se disipa.
El viento de la soledad se enfría en derredor de cada momento que pasa.

Y me llega la insoportable magia de ser en soledad.


Incomunicable dicha de la ausencia de sí mismo.
Al fin, la vida es una vela que se apaga en soledad. La luz que irradia es fantasía que
acompaña a la existencia como la magia de un suspiro.
Ciego de mí mismo voy en el ruedo de la vida.
La soledad es la experiencia inaudita de la nada al nacer o al morir. La eterna agonía
que acompaña a la existencia. Un soplo de luz en las tinieblas. Es como el opaco
crepúsculo que se va perdiendo al anochecer. El verbo de la nada lame nuestras
espaldas a cada instante.

La soledad es la serpiente silenciosa que va reptando por la vida imantada hacía el


sepulcro del olvido.
Soledad a cuestas de los años que se duerme en los huesos. La infinita nostalgia de
los amores que no pudieron ser. Y poco a poco, al filo de la nada, se tuerce el silencio.
Soledad, ave agorera de mil presagios funestos.

A veces la soledad tiene el sabor de la nostalgia, del beso a solas que se tuerce de
dolor. Es el hilo conductor de lágrimas subterráneas, la pálida luz de luna que nos
espera al otro lado de la existencia. Un dolor sordo que no cesa.
De la entraña de la vida nace la muerte, nace la soledad, con pasos pausados de
insomnio. Un aire funesto, agazapado, que causa un dolor indefinido que muerde, que
azota la deforme cara del presagio.

107
La soledad es un silencio que circunda toda la existencia. El mar a cuestas del olvido.
Soledad es lejanía.
El cheque en blanco del amor.
Catástrofe de cuatro filos.
El niño al nacer llora porque siente que está solo en un mundo desconocido... el niño
mama leche... el niño se marchitará y morirá si no tiene el amor materno.
El niño va haciendo suyo al mundo y va sabiendo también que no le pertenece, que su
conocimiento es una ilusión, que está solo, profundamente solo, y que necesita amor…
En las redes de la vida se teje la fantasía de no estar solo. Pero la verdad, la necesidad
de estar solo es condición inherente a la existencia.

La fantasía de no estar solo es propia del sueño de la existencia, parte de la ilusión


por la cual vivimos.
En la caverna del olvido soñamos que vivimos la realidad. El sueño que se sueña
sueño. La fantasía que crece del delirio; fantasma que se sueña real.
La vida es una sombra con el señuelo clavado de la duda. Un duelo a voces dolientes
en el monologo de la soledad

Hay una soledad íntima acorde a las necesidades del individuo. Necesaria para toda
creación. De hecho nada se puede crear fuera de la soledad. Es como el motor íntimo
que hace florecer el espíritu. Es necesario estar a solas consigo mismo. Entonces
no es una soledad que duela; por el contrario, es una soledad que le presta voz a las
posibilidades creativas de cada quien. Es la paz que sueña el espíritu. Se está en paz y
en armonía consigo mismo. Es como la voz interna del recuerdo más íntimo. Soledad
equivale a intimidad. Un sueño que se desgrana en la placidez del alma. Fruto de la
embriaguez dionisíaca. Esta soledad es la que permite que surja la voz más genuina.
El compás de un precioso sueño de vida. En el creador, el alma de la creación; en
todo caso, un momento de gracia.
Somos nosotros mismos en la medida en la cual necesitamos estar solos. En este caso
la soledad es contemplación.

Entre la vida y la muerte, la soledad establece un puente de infinito…


Es el inevitable naufragio del amor como parte de la existencia.
Persistencia de la ilusión del sueño.
Siempre la ilusión asedia la soledad que persiste en la singularidad de cada quien.
En la hora de la muerte ya no hay fantasía alguna, es entonces la soledad a solas,
inevitable, consigo misma que prepara el beso con la eternidad.

108
Más allá de todo dialogo en la infinita noche del olvido.
La soledad es la sombra de la muerte que nos acompaña en el diario vivir. Tanto
cuanto más intensa en relación inversa con las ilusiones del amor, la comunicación y
la fraternidad. Sin ilusión se convierte en un sueño de espinas.
La soledad marca el límite de toda comunicación en el punto en que toda persona es
intocada. La soledad es el meollo de la singularidad. Ojo abierto a la esperanza.
Paradójicamente, mientras más genuinos, más solos. Singularidad en la cual el filo de
la soledad ya no hiere. Armonía en los espacios siderales de esa soledad amiga.
La soledad es lo opuesta al sueño magnifico de la ilusión; y se yergue más allá de toda
ilusión. Intocable sueño de la muerte.

Ser en la ancestral soledad de la noche es como no ser para nadie, como una soledad
a tientas que se busca en el otro.
Ser en el otro es como una soledad compartida, si eso es posible.
La certeza de mi soledad se manifiesta ante lo incognoscible del mundo, de todo
lo que existe y de la que no existe. Sólo soy mis labios que besan la existencia. La
paradoja de ser en la ilusión.
La encrucijada de la duda que pregunta por ti. Un anzuelo tirado en medio de la
noche estrellada. Plataforma de besos extintos en el suspiro supremo de la dicha.
Camino a jirones de soledad como ancla perdida en la noche que se hunde en el mar
insólito de la nada.
La nada y el ser están muy juntos. Igual, la soledad y el ser están muy juntos.
La desolación es el viento maligno de la soledad, un andar a tientas por la tierra de
nadie. El sinsabor de la nostalgia de lo que puede ser y no será. La vana esperanza del
desconsuelo. El postrer adiós de la desgracia.
Postrado de sueño espero el fíat de la comunicación en la ceguera ancestral de la soledad.
Soy el sueño que se piensa en la ilusión del otro. La lágrima inútil de la esperanza.
Soy sustancialmente solo como un sueño que se pierde en la inmensa noche. La
eterna lágrima del olvido.

Incienso del espacio.


Olvido
entre brumas,
acecho del olvido
ancestral.
El anzuelo de la noche
que gime,

109
el hastío insepulto
de recuerdos,
un mar a solas
de tinieblas.
Abismos de silencio.
Y poco a poco
el sueño se puebla
de telarañas.
Saudade infinito
con fauces de caverna.

Toda obra, toda acción, es un intento de comunicación. En esencia, la experiencia


continúa intocada. Vibramos al unísono de nosotros mismos como una campana
que conserva el eco de su sonido. Así vibramos ante la experiencia del otro. Somos el
sueño de lo que acontece en el alma del otro y de nuestra propia alma.
Aun cuando nos comuniquemos con el otro hay en cada quien una sombra
insondable de misterio: la soledad intocada.
Y a cada aliento
de voz
el sueño responde
en un arpegio
de lejanías,
en un titilar
que se desvanece
de ausencias.
Claro arpegio
de la distancia
inalcanzable
del otro.
Naufragio de sueños.

Somos esencialmente en la soledad. El acto frente al otro transfigura esa realidad.


Sólo puedo ser yo genuinamente en mi mismidad. Todo lo que me afecta me
transforma. El sentido del tiempo se circunscribe a mi corporalidad a solas. El signo
del sonido de mi alma en el tiempo otrora mío. La armonía del mismo sueño. Somos
a tientas de tiempo: una parábola de la existencia.
En la soledad somos el viento. El paladar de la agonía que suspira por la eternidad.

110
En los márgenes del sueño habita la penumbra. La locura que se ciñe al espacio y que
circula por la curva vital del olvido. El cansancio, que pese a todo ha de mantenerse
en pie. Angustia como de días sin dormir; la pálida estrella que ya no alumbra.
El grito de la desesperación es lo único que subsiste. Incierto galopar de caballos
ciegos. La angustia que no cede ni un milímetro a la existencia.
El ciempiés de la soledad en el laberinto del olvido. ¿Qué queda sino es la huella sin
nombre del paso por la vida? Por mientras, a tientas, si acaso, el rumor de la esperanza.
A veces la soledad se vive como un castigo, como la encrucijada del fracaso del
destino. Carga a cuestas de lo fallido, pero ¿de qué?, si todo se disuelve en las manos
del destino. Si acaso queda algo es la gloria efímera de la ilusión.
A cuenta gotas de sueño va transcurriendo la existencia, emancipado de ilusiones;
y sin embargo, he de reconocer que son el único gran asidero de la vida: ilusión de
que hay otra después de esta vida; ilusión de que el tiempo es eterno y que la vida
no se detiene en su interminable girar. Ilusión de la ilusión que alimenta la vida,
como un río de olvido.
La vida desfallece en las alas inocuas del destino. La soledad es el infierno de la
desesperanza. Vientre de olvido.
No hay razón que justifique la existencia, todo es desolación, muerte y enfermedad.
La entraña del sueño se perdió en el camino. El desafío de la nada está a la vuelta
de cada esquina.

111
La muerte: encrucijada de sueños.

113
LA MUERTE: ENCRUCIJADA DE SUEÑOS.

Por: Anselmo Pulido.

Morirse es tan fortuito que puede ocurrir en cualquier instante. Es un sueño dorado
de amor, galantería de la casa, cortesía del nacer. La última carcajada si aprendiste a
reír. Una calamidad de la lepra que acumulaste en toda la vida. Sufrir es consecuencia
de no haber aprendido a soñar en el sueño de la vida. Es como una calamidad a
cuatro tiempos: enfermedad, vejez, paso lento y sentidos cansados. Y todo en el
vértigo del olvido de la muerte. Y todo por preferir caminar cojos y mermados de
vida. Somos el pez en el sartén y no nos hemos dado cuenta. Listos para ser manjar
de los dioses. Sí la vida pudiera ser una pura risa nos olvidaríamos de la muerte que
nada más ocurre como cuando de repente llueve y llueve y qué bueno que llueva. Es
como el aliento y el desaliento, todo junto, todo en uno, que ocurre espontáneamente.
Se detiene, para siempre, y adiós ventanas de los sentidos que dejaban entrar el
mundo. Es la voz que se agota. El último hilo de voz antes del silencio que libera.
Morir a tientas es una desgracia, una flor camuflada en el espacio, en los orificios del
cuerpo que respiran vida. Por eso la muerte es una total obliteración.

La muerte ocurre siempre en la indigestión de no haber vivido. La vida entonces se


pudre en la muerte. Sería bueno que todo acabara en un calambre del alma y de los
sentidos pero no acaba, nada termina... si acaso el cuerpo y esas cosas que acompañan
al cuerpo, los circunvecinos o circunloquios que nos atan y que no dejan respirar a
gusto, a nuestras anchas, que nos impiden aceptar el destino de todo lo que acontece,
que nos impide dejarnos ir nada más dejarnos ir por el río de la vida y la muerte en
un fluir de alegría.

La muerte siempre llega en el preámbulo de la vida: Cuanto menos sentido le hemos


dado a la vida, tanto más corta nos parece. Y sí la hemos dotado de sentido más nos
apremia el final para terminar aquello que la dota de significado, la insatisfacción en
la vida permanece, no se quiere consumir el último aliento. En uno y en otro caso el
vacío infinito siempre está presente.

El rostro de la muerte
siempre está presente
en las peripecias de la vida.

114
El rayo que fulmina
siempre está presente,
no sabemos cuando
ha de caer sobre nuestra cabeza.
Y quiérase que no se quiera
así hemos de vivir, muriendo.

somos
gota en el tiempo
que se evapora
con el sol de la vida
arropada en el silencio
de la intimidad
que camina ensimismada
por la línea que pende
del propio, único, intransferible
tiempo y espacio
Y no podemos ser
más solidarios
que el ansia
que se consume
de cenizas.

No puedo hablar de la muerte, hablo en torno a la muerte, ¡qué remedio! La muerte


es un colapso de los sentidos, de la mente, del cuerpo, de todo. Y luego, ¿qué?

La vida es un derecho, es algo que se gana, y la muerte igual. La calidad de la vida


determina la muerte. Tenemos derecho a la muerte cuando la vida es un colapso,
una ruina sin sentido. Porque el sentido de la vida existe. Como todo lo demás que
concierne a la vida, es una experiencia, que más allá de saberlo, se siente. De algún
modo “se sabe” si nuestra vida tiene sentido o no lo tiene. El sentido es la fe y el
esfuerzo puestos en algo de la vida que concierna de manera íntima a nuestra alma.
Una praxis, un hacer del espíritu. Algo que impulsa el deseo, la acción manifiesta
de lo que se hace, diferenciando entre aquello que procede de nosotros mismos; o
bien, la actividad impuesta. En el primer caso el interés para la acción procede de mí
mismo; y en el otro caso, mi interés puede o no coincidir con la tarea impuesta.

115
Cada noche somos puestos a prueba en los umbrales del tiempo cuando el cuerpo
se entrega al reposo y al sueño. De pronto estamos atrapados en la inconsciencia
del dormir que se ha comparado a la muerte; y el sueño se ha equiparado a una
locura corta, sostiene Schopenhauer, es decir, a una muerte en vida, pues el loco
está fuera de los parámetros del tiempo y del espacio, viviendo de piel adentro en su
interioridad, sin referencia a nadie ni a nada más. Es un muerto vivo ante el mundo y
ante los demás. Absorto en su aislamiento.

Cada que dormimos entramos a la muerte, la única diferencia es que tenemos fe de que
es una muerte transitoria, que si no despertamos será una muerte definitiva. Ignoramos
que nos vamos a morir y por lo tanto no está presente la angustia ante la muerte.

La muerte es vaciarse de todo. Y tal vez el dormir no sea tan semejante a la


muerte porque el dormir está habitado por los sueños, porque el cuerpo aun en la
inconsciencia del dormir, sigue funcionando. Sin embargo, el dormir sigue siendo un
buen paradigma de la muerte.

El cuerpo es para la muerte y el alma es para la vida. Pero alma y cuerpo están
indisolublemente unidos. En el cuerpo se tocan lo finito y lo infinito. Es el campo
de batalla entre lo mortal y lo inmortal, o cuando menos, a la aspiración – siempre
presente – de inmortalidad. La muerte habla de finitud, decadencia y acabamiento.
Desaparición de la forma física para siempre. El alma tiende a creerse inmortal.
Inconciliable tesis y antítesis de la vida y la muerte.

Habitamos en el infinito misterio del espacio y del tiempo, sustancia de nuestro ser
en el mundo. La vida crece y se desarrolla en la ilusión de infinito, de eternidad. Es la
naturaleza del “sueño de la vida y la muerte”. Sabemos que somos mortales y finitos
por más que lo neguemos, pero jamás podremos saber que somos infinitos y eternos.
Tal ilusión alimenta y crea vida: la vida se está haciendo en la ilusión de eternidad, de
inmortalidad. Si se pudiese mirar la muerte de frente, estaríamos plantados ante el
terror infinito de la nada. El cuerpo mortal vive protegido por la inconsciencia de la
muerte y la ilusión de inmortalidad.

No hay inmortalidad posible a no ser en la ilusión, en la fantasía que no tiene limites,


y que puede crear artificios de consuelo ante la muerte.
Crecemos en ese sueño que nos va dando la vida que se despliega en el tiempo. El
reloj de nuestras células marca el compás que ha de acabar en la tumba. Después
de eso, en nuestras obras, en nuestro quehacer por el paso de la vida, queda nuestro

116
sueño, nuestra ilusión de eternidad. Crece el tiempo, y se va agotando la decadencia
paulatina del cuerpo. Este huele la tierra cada vez con más fuerza, huele la materia
de origen a donde volverá. Es de suponer que la materia tiene una preeminencia
primaria sobre el espíritu, que la materia es el gusano de la manzana de la vida.

La sublime unión y metamorfosis se plasma en la vida del tiempo que pasa, es una
manifestación del misterio dual que nos consume. La vida es una continua recreación
de la muerte. En cada nuevo palpitar de la vida está el aliento frío de la muerte.

El cuerpo, la materia, son el recinto divino del tiempo que habita la vida y se va
consumiendo. El espacio informa al cuerpo que se desplaza y camina por ese mismo
espacio que se va consumiendo al paso de los segundos. El tiempo nunca es suficiente
para vivir una vida porque aspiramos a la eternidad. Siempre habrá hambre de
tiempo hasta el último aliento, hasta la conmoción, hasta el lamento del derrumbe de
la conciencia, cuando la preeminencia de la materia agotó, devoró del todo, al alma, al
tiempo que encarnó la materia.

En esta armonía de los contrarios cuerpo/alma habita el vacío – otro nombre para el
hambre de eternidad – siempre la insatisfacción ante la vida, y el terror a la muerte.
Ese es el vacío que habita la dualidad armónica del ser en el mundo. Hasta que
ese vacío se convierte en el silencio absoluto, pues en la muerte no es posible voz
alguna, sonido alguno. La muerte es lo contrario del verbo divino. Alfa y omega de
la existencia. Cuando el vacío se encarna en la conciencia de la muerte, deviene la
angustia. Toda angustia es angustia de muerte. Todo fuego es un imán de infinito.

La esencia está en la controversia entre sentidos y espíritu. Al cuerpo que ancla en la


tierra se opone al vuelo del amor.

La angustia es el desamparo total que amenaza disolver aquel que somos: sangre,
espíritu, materia. Pero el silencio calcina en el desamparo del amor. No puede
existir desamparo sin amor. Ambos se sostienen en el precario equilibrio de la
angustia que subyace.

La angustia une y separa. Todo depende hacía donde se dirija el miedo. Siempre
anuda en la carne. Sin angustia no hay movimiento de vida aunque toda angustia es
angustia de muerte. No puede ser de otro modo. La angustia es la flecha que apunta
hacía la vida y yace entre el claroscuro de la conciencia. Y ahí, donde nada habla,
Dios puso la angustia.

117
La angustia es el inicio de la divinidad en cada hombre. La divinidad implica
la angustia y la conciencia de la misma. La angustia nos eleva del cuerpo a la
conciencia. La angustia es el punto intermedio entre el animal y el hombre; entre lo
que hay de animal y de espiritual en el hombre. La angustia no puede existir en la
ignorancia de la muerte. La angustia es la luz que ilumina la conciencia, el punto de
origen de la misma. La bestia se angustió y devino hombre con un destino de muerte.
El hombre necesita el sonido del silencio de la angustia, necesita oír continuamente
el sonido de sus pasos para recrearse en la realidad.

Lo contrario a la muerte es el impulso vital: aquello que da un sentido a la vida, que


la hace valiosa, y como tal, se opone a la muerte. O lo que nos hace olvidarla y nos
sume en la rutina sin sentido trascendente, que permite al gusano de la muerte se
pose en el corazón.

La angustia apremia al tiempo que pasa y que se va y se lleva la vida, se lleva el


sentido o el sinsentido que ésta tenga. A mayor sinsentido más vacío, más cercanía
con la inconsciencia animal, menos capacidad de vida.

Mientras más se acepta la angustia, la conciencia de la muerte; mientras más


se acepta el sentido íntimo del ser para la muerte; mientras más nos aceptemos
mortales, y mientras más se desgarre el alma en ese ser genuino para la muerte,
entonces más humanos seremos. Ser genuino para la muerte es estar vivo. La
angustia es el preámbulo de todo conocimiento.

El niño va despertando al mundo en la medida en que asimila la angustia, que


por igual puede desplegar sus alas hacía la libertad o a la parálisis, al raquitismo
espiritual. La angustia es el primer motor de la existencia: Apresa el alma desde los
primeros pasos en la vida, restringe los sentidos y la percepción, para hacer posible o
compatible la vida ante el mundo y la realidad social. Ya no es tan sólo la mutilación
que la familia y la sociedad van imprimiendo en el yo -en el alma-, sino también esa
restricción propia del destino humano. Pues la angustia es inherente al ser humano, a
su existencia, y a las restricciones vitales secundarias al desarrollo humano.

El hombre se va derrumbando en su ser y se va construyendo por la angustia, hasta


llegar a un arreglo existencial que le permita vivir, incursionar en sus relaciones
consigo mismo, con los demás y con el mundo, sin derrumbarse en la locura; eso
significa aceptarse como un ser para la muerte. ¿Qué haríamos sin el narcisismo que
nos engaña y nos ciega ante la futilidad de todo quehacer humano, de la congoja y de

118
la conciencia de la muerte? Sin el narcisismo lo único que nos quedaría sería morir de
terror. Por el narcisismo podemos negar nuestra muerte. El yo se siente invulnerable,
con persistencia en él mismo. El narcisismo lleva el sello de la inconsciencia de la
propia vulnerabilidad. En cuanto a la muerte es un piadoso engaño que nos permite
vivir pues atenúa la angustia; nos cubre con el engaño de la invulnerabilidad.

Así, el absurdo es un sentimiento de insignificancia, de vacío y sinsentido en el


cosmos. La sensación de ser un grano de arena en el universo, mientras la angustia
oprime todo el cuerpo.

La tarea cotidiana de vivir es una carga de angustia. La sociedad y el individuo


buscan arreglos peculiares que ayudan a sobrellevar la angustia, que proporcionen la
ilusión de ser alguien valioso, tiene un sentido trascendente lo que se hace. Pero es en
este punto en el cual la búsqueda trascendental ha de adecuarse a una tarea personal
genuina. Nadie se libra del absurdo pues ante la inevitable posibilidad de la muerte
todo aparece al alma como fútil. La diferencia de grado está dada por lo auténtico
e inauténtico de nosotros mismos y la labor que realizamos, sí tiene o no tiene un
sentido para nosotros, sí es como mera sobrevivencia que nos pone como marionetas
ante el destino, o como algo sustantivo, que nos permite sobrellevar ese destino
inevitable del absurdo. Lo único que cambia es la percepción de que hacemos algo
útil, que podemos legar algo de nosotros mismos a los otros, de entregarnos nosotros
mismos al mundo o somos títeres del destino, conformes con la sociedad, con el
alma devastada ante el sinsentido.

La muerte partícipe de cada célula, es lo que nos enfrenta al vacío, al absurdo,


al sinsentido de la existencia. Y sólo una piadosa mentira la hace posible, sin
derrumbarnos en la locura: la ficción de la inmortalidad, la inconsciencia de la propia
muerte. La imposibilidad de conocer la muerte.

La muerte es el punto crucial del misterio; igual que la vida, pero en ésta tenemos el
antecedente biológico que nos encarnará en el mundo. Cuando menos conocemos
algo del mundo animal, con el cual compartimos lo corporal transitorio. El problema
es la explicación y justificación transitoria de la existencia que forma el núcleo del ser
humano. Antes que nada, el ser humano es un ente que pregunta. Logre o no obtener
respuestas de su paso por la vida, es otra cuestión. La curiosidad y el asombro están
en la raíz de la existencia. Ante la muerte hay preguntas pero no hay respuestas. La
vida y la muerte coinciden en el misterio y por consiguiente en el silencio.

119
El tiempo que acumulamos en la carne siempre parece insignificante ante la
inminencia de la muerte. Nunca es suficiente porque la vida, en mayor o menor
grado, está habitada por el vacío, por la falta de un sentido pleno que la justifique.
El sentido de la vida se curva en el tiempo que se consume. Ninguna obra puede
justificar la eternidad a la cual inconscientemente se aspira, tan sólo puede ser el reflejo
de la ilusión de eternidad, ya que al fin toda obra humana perdura en el mundo humano
de la cultura. En la mayoría de los casos las obras perduran por un corto tiempo, de
otras decimos que son ”inmortales” por su persistencia en el tiempo histórico, reflejo
transitorio de la eternidad. La eternidad escapa al mundo de los hombres.

Si el ser humano es inevitablemente un ser para la muerte, es por tanto un ser


absurdo. O cuando menos el absurdo es parte sustancial de la vida, algo con lo cual se
tiene que cargar inevitablemente. La finitud niega sentido a toda obra humana.
La vida lleva en sí misma el germen del absurdo.
Las religiones particulares devenidas en neurosis, o las neurosis universales que se
crean como un paliativo del absurdo, son un consuelo. Dios es la imagen de nuestra
aspiración de infinito. Lo más insoportable sería desnudarse de infinito y sumergirse
en el absurdo. El terror ante el rostro desnudo de la vida. Preferible aceptar las
piadosas mentiras de las religiones.

El error de todas las religiones que proponen mundos alternos al mundo que
vivimos, a la existencia que transpiramos, de cielo e infierno, como recompensa y
castigo de acuerdo a una valoración moral de la conducta, consiste en que nuestro
mundo no es un modelo adecuado; en que se plantea una continuidad semejante
a lo que conocemos de este mundo, y que en realidad, desconocemos. Hay quienes
sencillamente niegan que exista otra vida fuera de las dimensiones del tiempo y del
espacio que conocemos a través nuestros sentidos, aceptan la nada en su sentido
literal. Para ellos, después de esta vida no existe nada. Todo se acabó. Lo único que
subsiste es un puñado de cenizas. Pero si hay alguna forma de existencia alterna,
continuidad de la vida que conocemos, de ninguna manera tiene que ser semejante,
en todo caso sería alegoría de lo conocido. Tal vez después de la existencia material,
sólo podamos ser una infinitesimal partícula de la conciencia cósmica, omnipresente
y abstracta, que en cierto sentido es una asimilación a la nada, y no es necesario que
exista el castigo y el perdón por la conducta desplegada durante nuestro trayecto
por la existencia. En todo caso la ética, la moral y los valores socialmente aceptados
son algo que el ser humano ha creado. En un sentido práctico, todo lo que somos y
conocemos termina con la muerte.

120
Dios es inevitable, o alguna otra forma de trascendencia. Dios encarna la ilusión
de eternidad y misterio, es lo inexplicable; sin embargo, se le ha dotado de los
atributos humanos más elevados, que dan sustento y fundamento a la vida humana
más allá del miedo esencial a la desvalidez, soledad y terror a la muerte. Dios es la
ficción más grandiosa del ser humano, necesaria como fundamento de la vida. Es
la gran ficción que el hombre opone a la muerte. Dios es vida. Encarna el sentido
que el hombre puede dar a su vida. Pero no debería ser engaño piadoso, y como tal
transformarse en algo opuesto a la vida. Dios es la prueba de la eternidad de la cual
el hombre participa por el espíritu que perdura para siempre en la materia consciente
de sí misma. De ahí la dualidad de ser uno mismo, y ser ante el misterio, ya que se
participa en él por el espíritu consciente de sí mismo en la materia: La tragedia es el
cuerpo que participa de la finitud.

Lo que llamamos propiamente vida, no se acaba con el cuerpo. Es lo intangible


que acompañó al cuerpo durante su tránsito por el mundo. El cuerpo tan sólo es
un peregrino de tiempo limitado, que con la muerte vuelve a su origen material. La
conciencia, el alma, pertenecen al ámbito del infinito, de la eternidad y el misterio.
Así como no sabemos nada de la muerte tampoco sabemos nada del alma o de su destino.

El camino hacia la muerte es irreversible. Ni un milímetro puede ocurrir en sentido


contrario. Paso a paso, segundo a segundo, caminamos inexorablemente, sin remedio,
hacía la muerte; lo opuesto es imposible. Sería la posibilidad de revertir la flecha del
tiempo en sentido contrario, lo cual no puede ser.

La conciencia de la finitud es una herida abierta en la carne. Todo afán del hombre
consiste en dar un sentido a la vida en medio del absurdo. Es el contenido íntimo
de toda existencia. Todo esfuerzo mueve la vida en contra de la muerte. El fin de
la búsqueda significa la muerte en vida: es renunciar a la ilusión de dar un sentido
a la vida, que es lo más a lo que podemos aspirar. Puede ser un sentido auténtico,
humano, basado en valores humanos; o bien, puede ser un sentido ilusorio,
inauténtico, sin sustancia.

Todo sentido de la vida se diluye en nada ante el sinsentido de la muerte. El


sentido de la vida se tensa ante esa contradicción: ¿cómo enfrentar un sentido de
la propia vida cuando ya de antemano ha sido despojada de sentido ante el vacío
eterno que vaticina la muerte?

121
Vivir es aferrarse a un sentido que se opone a la muerte, que la desafía. La muerte
nace con la conciencia. La conciencia se afirma en el espacio y en el tiempo, por
tanto se afianza en la cultura y en la historia. Cada época tiene su forma de vivirse
para la muerte. La forma particular de vivirse para la muerte, aunque asimila las
características culturales, es más universal si consideramos que esencialmente todos
los seres humanos somos iguales.

La sociedad, la cultura, ofrece en sus religiones ciertos paliativos contra el terror a


la muerte. Su valor se basa en esos paliativos que oferta y que ayudan a vivir a sus
miembros, y en la convicción de éstos. Por un lado está el confort que otorga la sociedad,
y por otro, el grado de convicción del individuo. En el último siglo, la confianza en Dios,
y su encarnación en la conciencia como un ser que vencía a la muerte, que podía ofrecer
la resurrección, se ha perdido. Se podría decir que se ha trasladado a Dios del cielo a
la tierra y que su adoración se ha vuelto pedestre en la representación del dinero y los
bienes materiales; en el exterminio, la destrucción por medio de las guerras que se han
vuelto permanentes y en las prácticas sexuales frenéticas; en la glorificación del sexo: en
un culto cotidiano y frecuente. La práctica de un sexo desposeído de espíritu. La falta
de convicción en una divinidad se ha transformado en un desprecio hacia la vida. En las
religiones prevalece la idolización sobre el sentido de la vida, de la divinidad.

Dios es la fuente del misterio de la vida. Y entre el origen de la vida y la muerte se


cierra el círculo de la obra divina que es el hombre. Uno toma un sentido del otro, y
la tarea del hombre, inevitablemente, ha de ser que prevalezca la vida sobre la muerte
aunque de antemano esté considerada al fracaso aparente pues así como hay muerte,
la vida está continuamente renaciendo y perpetuándose.

En la muerte está la semilla de la vida. Sólo Dios une ambas en el misterio. Si no


se tiene un sentido íntimo y una praxis de vida, entonces ésta es una derrota ante la
muerte. El sentido íntimo en la vida está dado por la praxis de lo que es valioso para
nosotros y que por lo tanto nos satisface. La vida es perpetua insatisfacción, aflicción
y congoja, y lucha por superarlas.

No sabemos vivir y estamos muriendo a diario en la inconsciencia del vivir. La vida


es como un sueño y la muerte también. No existen reglas mágicas para vivir. Se
puede indicar el sendero pero es imposible caminar en otredad. Uno mismo hace o
es su propio sendero. Jesús indicó una senda con sus enseñanzas, pero la Iglesia -al
institucionalizarlo y dar a sus fieles formulas para vivir y protegerlos-, mató la vida
que había en las enseñanzas de Él, en el ejemplo del cual fue testimonio.

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La Iglesia ha usurpado y ejerce el derecho del hombre a ser libre. Valga la redundancia,
lo libera de ser libre convirtiéndose en un guía y amparo de la desvalidez del hombre.
Mutila esa posibilidad de vuelo, de ansia de libertad, por buscar el propio destino,
enfrentándonos a los riesgos de la vida. La libertad acrecienta las posibilidades de
vida. Una vez liberado de las cadenas de la ilusión, de una vida ultraterrena, de un
paraíso en otra vida, el hombre enfrentará con mayor apertura y riesgo su propia vida;
caso contrario, ocurrirá cuando vive sujeto a las ilusiones que atan su libertad y que lo
sumergen en el engaño de las promesas ultraterrenas.

La vida se encuentra en la propia esencia del vivir. En la tendencia primordial que


enraíza y tiende a desplegarse en la vida, la vida que aspira a la vida, qué incluso
aspira a trascenderla. Sin embargo, el impulso primigenio tiene que integrarse
a la vida de familia y por tanto social; integrarse y conformarse. El impulso
vital inicial tiene que encontrar su forma y canalización en la vida social, y está
muy relacionado a dotes y capacidades individuales que han de expresarse vía la
emoción y la pasión. La inteligencia, la imaginación, la sensibilidad, el amor, el
odio, lo racional, lo irracional, han de encontrar su vía social. Son los motores que
mueven al ser humano. La pasión, la atención, la inteligencia, han de ponerse en
lo que se hace. Los dotes personales para la pintura, escultura, literatura, negocios,
ciencias, por lo general se ajustan a los intereses del individuo cuya tarea es nada
más y nada menos, que desplegar sus poderes, su potencia como ser humano. Es
en este punto donde ocurren las desviaciones, las mutilaciones, las distorsiones, e
incluso, el sepultamiento de la propia alma.

Todo esfuerzo en contra de la muerte consiste en dotar de sentido a la vida, aunque


en lo íntimo, de antemano sabemos que estamos vencidos, pues el vacío, la inutilidad
de todo esfuerzo siempre están presentes; sin embargo la actividad creativa es lo
único que salva del sinsentido de la vida para la muerte.

El tiempo personal se desvanece poco a poco en su paso hacía la muerte mientras el


aguijón de la duda del sentido o sinsentido de la vida, se prende a nuestra carne. Es
el paradójico destino común que nos consume en vida. Nacimos para vivir pero nos
podemos perder en la congoja de la muerte. El silencio siempre está presente en la
vida que transcurre y pugna, que se va deslizando hacía el silencio absoluto. La vida y
la muerte son dos corrientes que mezclan sus aguas.

La vitalidad consiste en absorber en el espíritu las cosas del mundo y transformarlas.


Darles un sentido peculiar, íntimo. Renovar la realidad. El creador no pierde la

123
espontaneidad, el goce por la vida que se transforma en él. Para el neurótico la realidad
adquiere formas rígidas e inflexibles. No hay recreación, transformación, posibles.

El espíritu crece mientras la carne se aniquila en la decadencia. O pueden declinar


juntos. No debería ser, pero así es en muchos casos. El espíritu debería de ser el
augurio de la palabra que vivifica y no tan sólo el recoveco en la carne del silencio
que mata a pausas. En esa eterna lucha entre la carne y el alma que ocurre dentro
de la existencia, debería de prevalecer el alma que vivifica, qué triunfara sobre la
decadencia del cuerpo.

Pobreza de espíritu en la decadencia del cuerpo es lo que más vemos a nuestro


alrededor. La miseria del espíritu que se consume en el pobre cuerpo que se aniquila
despacio, a ritmo pausado. Todo lo que aniquila el cuerpo y lo hace una miseria, no
tendría porque aniquilar o empobrecer el alma como fuente del origen del misterio
de la vida. El misterio debería seguir floreciendo en el alma aun cuando el cuerpo se
esté consumiendo en su decadencia.

La incapacidad de enfrentar la decadencia hace que el hombre se entregue a esa


forma de muerte en vida: la decadencia del espíritu, conjunta a la del cuerpo.

La decadencia del espíritu no tiene porque ir pareja a la del cuerpo; éste siempre ha
estado sujeto a los designios de la carne, del instinto o sus substitutos, y nunca ha sido de
grandes vuelos. Es el recipiente del espíritu que vuela, qué puede doler a cualquier edad.

La vida que conocemos se reduce a un instante, el instante de la propia muerte. Es


ahí donde florece en toda su significación la vida; en ese instante intransferible, único
y definitivamente personal.

El sentido de la vida y el sentido de la muerte son íntimos e intransferibles. Tienen


que ser y dimanar de la propia experiencia. De otra manera no pueden ser.

Igual que la muerte, el tiempo nos iguala. Lo único que tenemos sobre todas las
diferencias, es nuestra vida en el tiempo. Ante la muerte y el tiempo todos somos
iguales. Independientemente de todo, el uso de nuestro tiempo es nuestra absoluta
responsabilidad. Y es la cuerda en la que oscilan el sentido de la vida y de la
muerte. Es el mismo tiempo al cual nos aferramos todos, y en cada caso, el tiempo
individualizado. Es una gran responsabilidad, sin duda, la más importante de todas.
En el tiempo estamos frente a nuestro destino. Es cuestión de saberlo o de no
saberlo. Quien lo sabe está en posibilidad de andar su camino en la vida; quien no lo

124
sabe está perdido, es como si no tuviera un destino en la vida. Es nada menos que la
diferencia en vivir y dar sentido a la vida; o de vivir con un pseudo sentido existencial,
anodino, insignificante; vivir como un ente sin pasiones. Se hizo pues cotidiana la
inercia de la vida, y el tiempo transcurre en la monotonía de esa inercia. No hay
centro de gravedad interno, la vida se convierte en un satélite que gira en torno a los
demás y a las cosas del mundo.

La muerte es la soledad a la enésima potencia. Sabemos cuándo va a llegar la muerte y


como ocurrirá, cuando ésta es dictaminada por la autoridad. Sócrates tuvo una muerte
paulatina que le dio tiempo para reflexionar qué es la muerte. Un espíritu estoico que
se va agotando en su heroísmo, en el magnánimo gesto del desprendimiento sereno de
la vida. Muy pocas veces se encuentra esa grandeza de alma.

La muerte también es un ajuste de cuentas, más, sí hay tiempo de que nos la cobren
antes y después de morir. Ahí es donde se ve los afectos que hemos despertado
en los demás, positivos o negativos. Aunque ya nada importe, nos pagaran con su
indiferencia y desprecio, o con apego, afecto y sublime deferencia; o cuando menos,
con una sincera lágrima. Hay muertos que estaban solos antes de su muerte, o que no
eran queridos y apreciados y la soledad en la muerte tan sólo es una consecuencia del
antecedente de su vida.

La actitud de los vivos ante la muerte, ante la enfermedad de los otros, también tiene
que ver con la propia estructura psíquica de quien toca ser espectador. En general,
prevalece una actitud mezquina, utilitaria y oportunista. No les interesa la persona
que sufre y muere, sino aquello que rodeaba sus vida, sobre todo el dinero y los bienes
materiales; el status social, pues hasta con el moribundo y con los deudos del muerto
tratarán de hacerse notar, y manifestar un duelo convencional, cuando no, si tienen
derecho, la avaricia y el deseo y la acción para obtener algún beneficio, o algún bien
material o dinero, de quien abandona este mundo. En suma, el individuo como tal,
como persona, como ser humano, poco o nada importa, lo que habla de la perversión
del ser humano.

Las ceremonias en torno a la muerte tan sólo suelen ser acciones convencionales,
que no expresan el dolor real de la pérdida y menos el afecto por el muerto, pues de
antemano éste no existía. Una doble soledad acompaña a la muerte en estos casos.

Quien muere ya no puede tener. Lo que tenía es motivo – sobre todo – de despojo,
donde frecuentemente se pone en juego la avaricia. Si realmente hay afecto y

125
solidaridad, éstas, en un sentido práctico y valioso, solamente se podrán expresar
en vida. Después de la muerte todo acto de quien sobrevive a su deudo es absurdo.
Golpes de pecho para calmar la propia conciencia. Un asidero de la nada es la vida
mientras dura. Nos consolida como seres humanos la cercanía de los otros, pero no
son el sostén del yo del otro.

Siempre caminamos hacia la puerta abierta a la nada. Esta soledad ante la muerte,
lo sepamos o no, es inevitable. Sólo queda la resignación ante lo imposible e
inevitable. Imposible sustraerse al inexorable paso por el tiempo; imposible sustraerse
a la muerte. Resignación y rabia, rabia e inaceptación para dar la batalla contra la
muerte hasta el último momento, aunque finalmente seamos derrotados. Luchar
hasta el último momento con el fantasma omnipresente del tiempo que pasa y que
finalmente nos devora.

La muerte pacífica es un escándalo de la conciencia: no hay tiempo para rebelarse.


Es el aguijón que aún enciende la carne. La vida sólo aletea en la conciencia. Con la
muerte se apaga la conciencia en definitiva. E grado de conciencia es el grado en el
cual se está vivo. En la medida que se despliega la acción de la conciencia, estamos
vivos. Es la ceremonia de la vida en la acción. De la vida que está fluyendo hacía la
muerte, pero mientras fluye, es. No puede ser de otra manera. La vida es una flecha en
el tiempo de la muerte. La caducidad que está siendo, es vida. Un regocijo del cuerpo
que se deshace de muerte. En la propia obra transitoria se muestra ese regocijo. En los
sentidos abiertos al tiempo que transcurre en la vida, y en el río de la conciencia.

¿Cómo detener al corazón en las notas de la belleza que pasa sí todo es un tránsito
hacía el ojo oscuro que todo devora? El instante no se puede fijar, pero algo queda en
la mirada y en el alma, algo queda. Y entonces la memoria se convierte en guardiana
de la vida. Pero es la memoria que palpita en los sentidos. Somos tiempo hecho
instante que queda en nuestro cuerpo y que se llama acumulo de experiencia.

Por el intercambio de la experiencia podemos estar siendo ante el mundo y ante los
demás. Es como un vacío que palpita de sonidos, es la magia de estar vivos. El sonido
del viento que pasa es el ritmo del alma que se prende y aprende de todas las cosas.
Por supuesto que los estereotipos nada tienen que ver con esto pues el estereotipo tan
sólo es vida petrificada.

Toda muerte es un olvido. Sólo podemos morir nuestra muerte para los demás.
Mientras haya un recuerdo de nosotros, vivimos en ese fragmento de la memoria, pero

126
ya no somos nosotros, no es posible la autoconciencia. En todo caso es una imagen,
un fragmento de la realidad que encarnamos en el mundo. Si aún la propia conciencia
de la existencia es un sueño al que prestamos vida, ¿qué sustancia de vida o de verdad,
podría prestarse a un sueño de un sueño de la ilusión?. Sin embargo, fueron los otros
los que otorgaron consistencia a nuestro existir en el mundo. Cuando morimos
dejamos de ser el soporte de los recuerdos, de las imágenes, pensamientos, de los otros,
y como inútiles por la falta de soporte, se van diluyendo en el tiempo. Una idea, un
pensamiento, que no se aplica a la realidad que lo sustenta deja de tener valor.

Desde este punto de vista, la idolatría hacía los muertos es, cuando menos, ridícula.
Un consuelo acaso para los vivos ante el desentrañable misterio de la muerte, un afán
de exorcizar a la muerte. Quedamos atrapados en las misteriosas redes del recuerdo,
del tiempo en que ocurren esos recuerdos. Es también un exorcismo ante la nada que
es una inmensa noche en la que todo se pierde. La nada no es la muerte pero ahí está.
Pareciera que la muerte es absorbida, devorada por la nada. La muerte como la vida
es algo abstracto. No existen para los demás ni para el mismo sujeto, si no que son
encarnadas. Son en el cuerpo o no son. De manera más correcta, son en el cuerpo con
conciencia de sí mismo o no son, o acaso ¿puede ser que existan fuera de la conciencia?
Así, serían instancias ajenas a nuestra conciencia y por lo tanto, ajenas a nuestra vida.

Vivo en el espejo
deshabitado de la muerte
que sólo refleja
el recuerdo de mi rostro
donde la materia dúctil
del recuerdo se volatiza.
Todo el frío de mi vida
sopla hacía el ojo del
azogue
que se sumerge en la
eternidad
y gravito
en su órbita.
Su reflejo me devuelve
la figura
que habita el espacio
sin sustancia:

127
eco de la tumba
de mi imagen,
donde la realidad
juega a la muerte.

La muerte es la huella
de un infinito silencio
que habitó el cuerpo.
Un puro graznar de cuervo.
La huella de los sueños
en el vientre del olvido
Un maullar de gatos
que se mete en el alma.
La pena sin tregua
del olvido.
La pálida agonía de un suspiro
El capitulo sin nombre
que cierra la noche.
El suspiro definitivo
que se desprende
sin alcanzar la palabra.
Más allá del instante
el vuelo a la eternidad
sin recuerdos
donde ya ni la soledad es posible.

Aceptar la muerte significa resignarse a la nada. Aceptar finalmente que nada de lo


que hicimos en la vida tiene sentido ni trascendencia. Que todo se vuelca en el humo
de la nada. Y no queremos dejar lo que tenemos, aquellas cosas en la cuales está
invertido nuestro esfuerzo. No queremos dejar el mundo, sus maravillas y su belleza.
Y lo más definitivo, no queremos dejar el cuerpo, no queremos perder la conciencia
que en todo momento es testigo de que estamos vivos. El último momento ha
de ser una revolución de todos los sentidos a los cuales se les niega su función de
mantenernos asidos al mundo externo. Toda merma de los sentidos es una merma de
vida, un anticipo o preámbulo de la muerte.

En los sentidos y en las funciones mentales anida el deseo que se aferra a la vida.
La vida es un deseo de eternidad. En el momento final partimos de este mundo

128
aferrados al deseo. El deseo confiere a la vida su destino. Somos lo que deseamos y
amamos. El vacío de los sentidos, el vacío del deseo es la otra cara del amor. El amor
que no desea nada se pierde en la armonía del universo. Por un lado el amor terrenal
cuya sustancia es el apego, y por otro lado, el amor sin apego, libre, eterno, inmortal.
La muerte concluye en ambos senderos. Finalmente no podemos entender los
fenómenos de la muerte sino es desde la vida. En este caso desde el deseo y el amor.
Lo que nos une a la vida, da su sello característico a la separación. No queda más
que morir con un rictus de desesperación y apego, o con una sonrisa y desapego, para
caminar por la eternidad del cosmos.

Vivir es ignorar la muerte; igual, vivir es tenerla siempre presente. Vivir ignorando
la muerte nos conduce a una suerte de insustancial vida. Pues parece que lo que
da sentido a la vida es tener siempre presente a la muerte. Lo que proporciona
la angustia en la vida. En ese sentido, vivir es estar agonizando de vida, pues nos
impulsa a buscar un sentido.

Lo que otorga su grandeza a la muerte es su falta de sentido, el ser del todo


incomprensible, pues sólo hay conjeturas de la muerte y ninguna certeza, y qué bueno
que así sea porque de ese modo el misterio y la angustia siempre están presentes en
el acontecer cotidiano. En contraste, a la absoluta ignorancia de la muerte, la vida nos
impulsa – gracias a la muerte – a darle un sentido aunque sea imaginario pues cuando
ya no estemos más en este mundo, es como si nunca hubiésemos estado. La muerte se
renueva en vida en cada día que renacemos, que despertamos a la gracia del mundo.

Es el espíritu que muere en la conciencia que se extingue, tal vez no para siempre. El
cuerpo tan sólo se acaba.

Es tan intangible la muerte que tal vez ni se sienta. La sustancia del ser son las
formas en el espacio mientras duran en el tiempo, mejor dicho, mientras cambian
de apariencia. Lo que llamamos vida es lo que sustenta las formas en el espacio. La
vida humana es una forma peculiar de la vida animal, debido a la conciencia reflexiva.
Las otras formas de vida guardan una cierta indiferencia al proceso de existir. Pero
toda forma está sujeta a la ley inexorable de acabarse como tal, y transformarse; el
misterio está en la transformación de la materia en lo insustancial. La materia nos
unifica, la conciencia nos singulariza. A no ser por la conciencia todo el devenir del
universo se perdería en la indiferencia inconsciente. Sería indiferente a sí misma. ¿El
cosmos participa de algún modo en la conciencia de las formas de vida en el tiempo y
en el espacio? Si contesto afirmativamente ello supone una organización o existencia

129
– aún en otra dimensión incognoscible,- de una conciencia cósmica que participa
de la conciencia individual del ser humano. Si contesto negativamente, esto querría
decir que la conciencia es intrínseca a la materia pero no participa de una conciencia
cósmica, que tan sólo se origina y se extingue en cada ser humano. Al menos en la
forma en que conocemos, concebimos o experimentamos a la conciencia, así parece
ser. El cuerpo, la conciencia, el sentido de la vida y de todo, se extingue con la muerte.
Se necesita de una resignación cósmica para aceptarlo así. Sea de una manera o de
otra el tipo de vida que se haya llevado es lo que da sentido a la muerte. Quien haya
desplegado sus potencialidades en y ante la vida tal vez no tenga mayor congoja. En
cambio, qué desolación tan grande morir en medio de un vacío vital, sin haber dado
nada en la vida. Vivimos para dar sentido a la muerte.

La muerte es la ineludible paradoja de la existencia. Y sin embargo, - lo he percibido


-, hay quienes la aceptan sin aspavientos, sin pose, como algo natural que tiene que
acontecer. Eso requiere haber cumplido la misión que la vida asignó a ese ser en
particular. Significa que a pesar de todas las tentaciones, su alma no se perdió en los
avatares de la sociedad. Significa desapego de los bienes terrenales. Tal vez los malestares
que producen las enfermedades sean más temibles que la misma muerte; sin embargo,
han existido y existen seres humanos tenaces que no se rinden ni ante la enfermedad ni
ante la muerte, que siguen tratando de aportar algo a los demás, a la historia. Puede ser
un fracaso porque todo es circunstancial, puede ser o no ser, o lo mismo da que sea o que
no sea, pero lo importante es el quehacer, el esfuerzo, la tenacidad a pesar de todo.

Cada día que pasa


el sueño de la alquimia
se desvanece.
Y ahí donde el árbol
se enciende
la vida perece
en el desdén
de un sueño pálido.
Se ve la muerte
mientras el hueco
de la congoja
se apodera del corazón;
sin embargo,
el vientre de la conciencia

130
aún se apodera
de sueños estériles.
De que otra manera sino
persistir en los pasos
cansados hacía el precipicio
de un día más.
Ha de fulgurar el aliento
que le acontece.

A contracorriente diario nos sumergimos en un sueño de vida desde el vientre


ominoso de la muerte. Y en el naufragio hemos de buscar un camino de sentido,
que no nos angoste en la angustia y la culpa. Y es el afecto que nos pone de pie y en
marcha a pesar de los pies de plomo de la muerte. Toda la sal de la tierra no basta
para dar sabor a la vida cuando en ésta impera la insatisfacción y la codicia. Entonces
la vida se la pasa naufragando en la muerte.

Enterrad los sueños que florecen.


Sed tumba para la indiferencia,
una charca en infinito suelo
de la esperanza que está germinando.
Un resuello en el misterio
que alienta cada cosa que nace y muere
como la luz de la luciérnaga,
como la vida y el sueño, como dormir
y estar despierto en un diálogo
interminable con el misterio
que palpita en cada célula
y que la sustenta sin agravios,
con Dios en su palpitar eterno.
Entrad por la puerta donde ya no tiene
sentido preguntarse por el misterio
y alentad el único sueño posible:
morir en paz al doblar de campanas.
Qué importa ya que el sueño
se arrope en las tinieblas.
Qué importa ya el tiempo y la razón.
El instante de la muerte trasciende todo.

131
Consiento en hablar de los circunloquios que la muerte me permite.
La vida se caracteriza por la plenitud, por lo lleno, por la costumbre de la conciencia,
por el engaño de lo que es. La muerte se caracteriza por el vacío, por el misterio, por
la duda y el desconocimiento de lo que aún no sabemos. ¿Es un despertar más pleno,
o es un cerrar los ojos para siempre? ¿Quién va a saberlo?, y además no importa. Lo
que importa es nuestra actitud ante la vida y ante la muerte. La vida no tiene otro
sentido que pasarla bien, en el mimo íntimo de nuestros sentidos, del quehacer que
dimana de lo que comemos y que hacemos plenos de alegría (y es como el cielo),
o que hacemos malhumorados y sin ganas (y es como el infierno). Lo que hay es
un tedio absoluto y eterno. En el pecado se lleva la penitencia de no saber vivir de
acuerdo a nuestras íntimas alegrías.

Satisfacer al cuerpo es obligatorio y necesario. Pero ese es el capítulo menos importante


de la historia vital, lo relevante está en lo que subyace más allá de la satisfacción física.

Nada importa y todo tiene un profundo significado, esa es la paradoja de la vida. Es


el arte de aprender a vivir con la espada al cuello, y saborear cada instante que pasa.

La vida después de la muerte es la huella que el amor o el odio dejaron. Es como una
convención de olvido ante la nada que ha pasado. Es el dolor de ya no ser en el otro.
Es como una resonancia del eco de ya no ser. Una oración fúnebre que se posa en el
corazón. Un ladrido de perros ante el misterio. El eco del tedio. Caminar a ciegas por
el dolor y el vacío del otro que se fue. Un ya no más, que inevitablemente pesa en el
corazón y que a pesar de todo nos alcanzará.

Desfallecer de olvido y recuerdo, inermes ante el misterio del vacío que el otro
dejó. Una congoja para adentro que se asimila a las células. Y la pregunta siempre
en el paladar de la boca que se ha quedado seca. Y la perpleja mirada que pregunta
¿y yo cuándo he de seguir el inevitable camino? Morir, sin remedio, cada día, se
va haciendo una evidencia contundente del tiempo que todo acaba por devorar y
consumir. ¿Qué mayor evidencia que la carne que siempre se está consumiendo y
agotando? La vida es una carrera contra la muerte. Una carrera inútil, pero llena de
frutos en el ínterin. Siempre valen la pena la rebeldía y el anhelo de vida.

La muerte parece no tener sustancia porque es inaprensible al conocimiento. Para


la experiencia sólo es real lo que conocemos con los sentidos. De ahí que la muerte
pase por ser una ficción, algo ajeno a la conciencia. Sabemos que es inevitable, pero
no podemos conocerla, no sabemos qué es, y por lo tanto no adquiere la calidad de

132
una certeza. Sólo podemos vivir con la conjetura de que existe y es inevitable pero sin
saber en realidad qué es. De la conjetura que cada cual tenga de la muerte dependerá
la intensidad de la vida, si se la vive horizontal o verticalmente, sólo quien tiene la
certeza de la muerte puede vivir en paz y tranquilidad saboreando los instantes. La
vida no se puede vivir de prisa; para saborearla hay que detenerse en la tranquilidad
que da la certeza de la muerte, de la permanencia de la vida a pesar de la muerte. El
ser humano propicia la muerte cuando de alguna manera se opone al fluir de la vida
hacía la muerte. El fluir de la conciencia cósmica jamás se detiene.

La muerte siempre ha sido y será un signo de interrogación. Sin embargo, es


inevitable tomar una postura ante ella. Aceptarla o no aceptarla; intentar o no
intentar penetrar su misterio; hacerla parte de nuestra conciencia o vivir como si no
existiera. Lo más común es que se acepte superficialmente, sin convicción, porque
es inevitable, porqué frecuentemente está a nuestro alrededor, pero siempre es algo
ajeno, algo que ocurre al otro, y nunca a mí. Es algo que no puede vislumbrarse con
la certeza suficiente, real, de lo inevitable y definitivo. Como algo propio, la muerte
es sólo una experiencia que se escamotea a los sentidos. Esa experiencia única
e inevitable, sólo será válida para la vida en la medida en la cual la pueda vivir y
hacer parte de mi vivencia, integrarla a mi ser. Se integra la posibilidad de lo que se
presiente, de lo que se intuye que sea la muerte. En este sentido sé que tan sólo es
la desaparición del cuerpo y de la conciencia habitual ligada al cuerpo, pero que hay
otra “realidad” que trasciende al cuerpo y que llamo la conciencia cósmica, que de
algún modo se inserta en la conciencia individual y por medio de la cual es posible
vislumbrar el más allá de los sentidos por qué somos y no somos en el fluir habitual
de la vida en virtud de esa doble conciencia. Navegamos entre el mar de la rutina al
mar de la eternidad.

Entregarse en intensidad a la vida está en proporción directa con la desproporción


a la muerte, en no ser para la muerte. Mientras más se acepte como inevitable y que
puede ocurrir en cualquier instante con más entrega a la vida se puede vivir. En el
mar de la eternidad ninguna posibilidad tiene sentido.

La muerte es igual para todos, corta toda posibilidad. Cuando alguien muere que
ofrecía muchas posibilidades de vida, de creatividad, lo lamentamos, pero desde
el ojo de la eternidad no tiene sentido. Igual, se puede vivir desperdiciando la
potencialidad de ser, en la ignorancia de la muerte y la vida, y esto desde cualquier
punto de vista es un desperdicio.

133
La neurosis es un nudo que detiene la evolución de la vida. La neurosis entonces
se vuelve un hábito en el cual sale perdiendo la vida. Ésta se detiene, se estanca. El
empobrecimiento es la norma.

La vida es movimiento, entusiasmo, pasión. El interés y el deseo están presentes en


todo. La muerte presumiblemente es lo contrario. Mucho menos que un sueño que
se desvanece. Tal vez la línea en donde se cruzan la vida terrenal y la vida eterna.
Más que la muerte, el milagro de la vida. Cenizas que el viento esparce. Un arrullo
de silencio. La lejanía de la voz. Una ausencia de lágrimas y dolor... y de todo. El
nacimiento es un misterio, la muerte es un misterio; gracias a la conciencia se intuye
el misterio, que nos acompaña entre ambos márgenes de la existencia. La vida se
origina y se extingue en el misterio. Entre la incógnita del río de la vida que está
fluyendo a la nada. ¿Por qué podemos conocer la vida, gozarla y sufrirla por los
sentidos? ¿Por qué la muerte nos escabulle su significado?

Fluye el río eterno y desemboca en el nacimiento, y después de un preámbulo el río


eterno sigue fluyendo. Todo es un constante fluir del origen hacía la nada, pero en la
nada se esconde el misterio que puebla la esencia del rostro eterno del ser. La vida
no es más que una lucha por trascender el olvido. Un afán de eternidad. Como es el
don más preciado se desearía que fuese un sueño sin fin. La conciencia se posa en los
sentidos que han conocido el goce y el placer.

El apego de los sentidos a la vida nos hace olvidar que los extremos vida y muerte
son un misterio, que nada tiene que ver con el deseo de permanencia y sus fábulas:
de una vida eterna de goce y sufrimiento, según una moral hipócrita negadora de
la vida porque el castigo y la recompensa han de ser allende la vida. La vida como
la conocemos – es mi convicción- tan sólo puede tener su recompensa y su castigo
en esta vida. La recompensa en esta vida tiene mucho que ver con el buen vivir, el
logro de bienestar, y sobre todo con la realización del individuo como persona. El
bienestar y la madurez psíquica suelen coincidir. Mientras más se libere el hombre
de falsas ilusiones, del deseo de eternidad y permanencia, más cerca se encuentra del
sentido del mundo y de la vida, mientras más se llene de mentiras predigeridas y que
se aceptan sin juicio ni raciocinio. Mientras más se llene de palabras, de ideas que no
encarnan en su experiencia, más se alejará del sentido de la vida, pues ésta exige la
experiencia única, personal e intransferible, como requisito para ser en el mundo.

134
El rostro de la muerte impone el silencio. Terrible presagio que sin mostrarse cierra
los labios, impone olvido, y es así que vivimos muriendo sin saberlo. Como una lejana
realidad incierta, libre de sospecha. Sin embargo, el umbral de la tumba siempre nos
llama. Es el amor sin perdón de la muerte. A medida que pasa el tiempo, el cuerpo
y el alma se pueblan de silencio como un cielo de pájaros. No se puede vivir la vida
ignorando la muerte en un metafísico equilibrio que puebla de pétalos los labios.

La muerte enseña a la vida y la dota de sentido. ¿Sin la muerte, qué sentido tiene la
vida? En cada hueco de la existencia anima la muerte, se nutre de ella. El puro vacío
no puede ser. El mutuo devenir se entrelaza en su destino inseparable de no ser y
estar siendo. La vida no cesa, la muerte no cesa, tan sólo desaparecen de nuestra vista.
Ambas corren por la armonía del verbo, en el acontecer cósmico que abarca desde la
hormiga hasta el tiempo infinito.

La muerte y el destino, signos insolubles del acaecer vital, son voz de la conciencia,
savia que corre por la existencia y la dotan de sentido. El fin alcanza significado
mientras sueña la carne. Toda vida es la posibilidad de un gran sueño, pues la vida se
agota y crece en el sueño que la contiene. El primer sueño viene del infinito, de ahí
que se diga que somos ríos que hemos de retornar a ese misterio que encarnamos en
nuestros miedos y en nuestra conciencia. El eterno retorno de ser y no ser. No hay
más remedio que fluir en la infinita ola del sueño de Dios.

Corazón infame, guiño de ratón,


escondrijo de tarántulas
por el suelo mojado de orines.
Espantajo de miedo, pide clemencia al cielo;
Desvarío de los recuerdos
en la canícula
que siembra de mosquitos.
Faro de tiburones.
El sueño no es siquiera una lágrima.
El zumbar de moscas, paralítico corazón
sin memoria.
Cándido y putrefacto me miro
a mis ojos de cenizas.
Amanecer de pesadilla que se desvanece de sueño;
Lagartijas del zodíaco, un pulular de moscas
que erosiona la mirada de sinsentido;

135
Así ocurre que las campanas tocan a duelo
y ya el cuerpo solo, sin sueños,
mastica su ausencia
por las sombras
que hablan de olvido.
El rechinar de dientes ya quedó atrás,
ya no es más mi voz en este silencio
que se mosquea...

La muerte es como un viento que sopla las horas. De pronto está ahí el silencio
donde galopaba la alegría. De pronto el sueño se descobija y viene la desnudez eterna,
deshabitada, y ya no hay lágrimas ni plegarias, sólo ese silencio eterno que consumirá los
huesos. De pronto caerán las mudas sombras como una cobija de silencio. De pronto el
chirriar de la puerta sin regreso. En la nada es posible que aniden la vida y la muerte.

136
Naufragio de Dios.

137
NAUFRAGIO DE DIOS.

Por: Anselmo Pulido.

Generalmente el ateísmo y el teísmo parten de la premisa de si existe un creador o


no. Si se acepta que hay un creador es el presupuesto de que Dios existe; lo contrario:
sí no hay un creador, Dios no existe. Mi posición es intermedia, considero que lo
creado es inherente a la propia Creación. Siempre desde la eternidad a la eternidad.
Son uno y lo mismo, y no hay explicación posible.

El problema de Dios es universal, de una u otra manera incide en la existencia de todo


ser humano. Importa al teísta y al no teísta, e incluso, importa hasta a aquellos que
viven en una apática indiferencia hacía Dios. Aún en estos casos se vive cierta inquietud
y zozobra. El problema de Dios es insoslayable y en todo caso ha de tomarse con total
seriedad. Más que partir de ideas –en el plano individual-, ha de partirse de las propias
experiencias y vivencias pues no hay otra manera genuina de acercarse al problema de
Dios. Las palabras son guías que acercan o alejan de Dios porque la idea fácilmente
puede convertirse en una creencia sin sustancia, alejada de la experiencia y la vivencia.

Dios no se puede decir,


yace en la tiniebla, en la luz
del infinito.
Dios está más allá de la mente;
es la misma mente, totalmente libre.
Es como un soplo del espíritu
en la magia de un instante,
o un suspiro que naufraga
en el corazón de la materia.
Es la antorcha del verbo.
Una tregua por los espacios siderales.
Yace en el lugar
donde se pierde el infinito.
Indeciso de manos,
la pura palabra que nombra
a cada cosa,
la pura palabra,

138
la pura cosa.
Su punto intermedio que no existe
y que es plenitud:
palabra y cosa
Presentes al espíritu.
El ansia degollada del deseo.
El deseo sin alas.
El deseo desolado.
El vacío del deseo.
El alma vacía de deseos.
La verdad circunfleja de la mente.
La mente misma
que ya no se deja atrapar.
El ansia de eternidad
que ha perdido sus alas.
El deseo que incendia las alas.
Pura cercanía con la muerte,
pura cercanía con la vida,
los instintos domesticados
del sueño,
la boca sin pronunciar palabras;
un dejarse ir,
un fluir con las cosas
allende las palabras,
y al mismo verbo original.
El aliento de fuego
que está en todas las cosas
y que vivifica.
Un Dios sin Dios.
Quiero decir, sin nombre
ni presencia,
un Dios allende los sentidos:
la perra parábola del ser,
la existencia en sí.
Pero la existencia plena
de sí misma, natural y libre,
como el canto de la noche.

139
¿En que se fundamenta el deseo de lo que tan sólo se presiente?
La vida siempre gira entre polos que la mantienen despierta. Por un lado la insondable
nada. Por el otro, la búsqueda de sentido. Nada y búsqueda, opuestos complementarios.

Hemos de optar por la íntima convicción de la vida en la transitoriedad hacía el


océano de la nada, o bien, y de todas maneras, a un enigmático absoluto que evade
sus formas. O tal vez no hay elección y la postura ante la vida que escapa a toda
premeditación lógica, nos condene a adoptar una cierta posición ante la vida como
creyentes o incrédulos.

Hay un cierto determinismo en la forma de captar el mundo y sus contenidos, y que


tiene que ver con el carácter o personalidad, e independientemente de ello, tiene que
ver con la sensibilidad y la intuición, cualidades entreveradas con la posible captación
mística del mundo, de lo sagrado, de lo numinoso; en otras palabras, de aquello que
tiene que ver con lo trascendente y que no puede ser expresado con palabras.

A pesar de todo, el misterio persiste, pues la frontera con lo racional y con todo otro
conocimiento, se rompe con la muerte.
Y no hay explicación posible, y en su lugar se instala la congoja y la incertidumbre.
No hay vuelo que valga en estos arrebatos a no ser la experiencia mística; todo lo
demás conduce por la vía estéril de lo racional.
Sería inútil negar la experiencia mística, vale decir, de Dios, lo cual no demuestra lo
que denota y que tan sólo puede ser una experiencia capaz de ser transmitida a unos
cuantos espíritus afines.

El orden y el origen del cosmos, para algunos, proclaman el misterio, lo trascendente,


Dios. Cuando la mente topa con el incomprensible signo de la armonía en todo
lo que existe, la armonía se manifiesta en la energía que sustenta todo origen y
toda vida consciente o no. Dan fe de Dios las estrellas y el infinito, los colores y la
armonía que sostiene toda vida en la naturaleza. Solo contamos con lo sensorial y
con el entendimiento para dar fe de Dios. Son instrumentos que resultan útiles para
conocer el mundo relativo, y de ninguna manera lo absoluto, donde la mirada del
cognoscente se pierde.

El sentido de la vida es algo que tiene que ver con la originalidad y la espontaneidad
del ser humano; y más que nada con una meta definida, con un destino que se asume
con todo valor, a pesar de las consecuencias.

140
Un valor supremo que circula por la savia de la existencia.
El fracaso inédito del ser es toparse con la nada.
En todo anida la contradicción puesto que en todo, cuando menos, se alienta la dualidad.

En el caso del sentido o sinsentido de la existencia, prevalece el sentido de ser en el


mundo, incluso en aquellos que lo niegan y proclaman el absurdo. -La ponzoña del
sinsentido, de la fatuidad, del absurdo, puede ser tan intensa que parece anular el
valor supremo del existir.

El hombre fluctúa entre la afirmación y la negación de la vida. Entre lo finito y lo


infinito. Entre su existencia terrenal y su sed de eternidad.
O bien, hay un fundamento eterno de la existencia; o bien, estamos infinitamente
solos. En todo caso, el alma gravita en esa dualidad.
Si existe este fundamento eterno, o Dios, por definición, la existencia humana y toda
vida en el universo se sustentan en la armonía. La voz de Dios es la voz del misterio.
Está en lo recóndito de todo ser. Muchas veces permanece en el silencio, en las
sombra; otras, es goce en el corazón.

A veces Dios es al alma humana, como una pasión de la esperanza que no encuentra
su nombre. En esos casos los fundamentos de la existencia se tambalean, el sentido
de la vida pierde forma, parece no consolidarse. El sentido de Dios es una alegoría
de la vida. En lo eterno se conjugan la nada y el origen de todo, lo finito, lo que es,
y lo infinito; su representación es el caos que le antecede. El poder de lo eterno se
sumerge en el caos y logra triunfar sobre él mismo, pues en Dios se conjugan la luz
y las sombras, el vientre eterno que da vida y muerte; el orden y el caos; el bien y el
mal. Ambos principios se conjugan y no se excluye uno del otro. En el corazón de la
materia yacen ambos principios y siempre triunfa la vida, lo que es y ha permanecido
por siempre, que de otro modo no encontraría explicación. Es como el sueño eterno
de lo que es. Es una angosta tragedia en la carne del hombre, microcosmos de ese
sueño eterno. En el alma de unos prevalece la vida, en alma de otros prevalece la
muerte. Esta armonía o desarmonía de contrarios también es eterna. Un drama
eterno que tiene lugar en el hombre como microcosmos; en el hombre, como ser
inmerso en la vida con otros seres. Es el hombre el portador de ambas fuerzas, hacía
el desarrollo de la vida o hacía la destrucción y la falta de respeto por la vida.

El bien y el mal van juntos; son luz y oscuridad que gravita en los arcanos. Los
sueños que no nacen a la luz; la tiniebla del corazón; una semilla sin pan. La congoja
se solaza en las tinieblas. El claroscuro del amor, siempre el claroscuro del amor.

141
Siempre bordear el margen de las tinieblas y de la luz. Como un registro de decibeles
que pautan esa sinfonía que se trenza entre luz y tinieblas.
La armonía sólo se da en instantes privilegiados, sin asomos de tiniebla.
Dios no es más que la consecuencia del alma y del cuerpo.
Dios toma la forma de la materia que lo habita.
Recóndito el sueño de los mortales se paladea de luz.
Solamente es posible presentir, intuir, “conocer” a Dios, porque habita en el hombre
y de alguna manera, en casos excepcionales, esa presencia se hace palpable y se
exterioriza, y de algún modo se transmite esa experiencia.
Podemos vivir sin la conciencia de Dios, pero no sin Dios.

Dios habita en las entrañas del amor.


Dios es la raíz de toda moral.
La vida se rige por el bien y por el amor.

Dios es el átomo del misterio de la materia que se manifiesta en la armonía del


universo y de su perfección intrínseca, pues Dios es inherente a todo lo que existe,
pero solamente el ser humano dotado de razón y conciencia puede vislumbrar
su existencia. Y sólo el hombre puede vislumbrar el bien y la perfección que son
atributos de Dios, y un valor humano.
Cuando el hombre ha aceptado a Dios, ha hecho de su existencia un juego de espejos
que lo refleja.
Dios no tiene forma, en el grado en que se le dé forma, en ese grado Dios se va
convirtiendo en ídolo; fuera de eso, y en contraste radical, sólo quedan la fe y la
aceptación sin preguntas, sin palabras, sin imágenes; no es el vacío, sino una presencia
innombrable.

Dios es el sueño de la
hormiga
el preámbulo del amor
la armonía perfecta
de los contrarios
la sonrisa de un sueño
enamorado
el preámbulo que busca
ese sueño.

142
Permítaseme una licencia poética: el sueño de Dios está como indisoluble principio
de lo que es, y del orden del universo; y de su corolario, el desorden. Pero es gracias
a la conciencia humana que se fundamenta lo que existe. Caos y orden yacen en la
materia y en la conciencia, escisión de contrarios que reina sobre las sombras que
luchan por encontrar la luz. Dios es el inevitable requisito del alma para la armonía
espiritual y para la alegría.

En el seno mismo de la creación todo está continuamente, haciéndose y deshaciéndose…


La concordia triunfa sobre la discordia. El rostro bifronte de Dios choca al alma, no
es fácil de aceptar ni de comprender, pero si ambos principios son desde siempre,
ambos se conjugan en el sueño de Dios.

Dios es una nostalgia de eternidad. A veces el sueño panfletario de la existencia.


El sueño de Dios se escinde entre la bondad y la justicia; y la maldad y la injusticia,
y por lo general domina lo primero sobre lo segundo. Se aliena a Dios de sí mismo
en la conciencia y en el corazón del hombre. Y éste aliena a la creación de su creador
al sólo concederle el matiz de lo positivo: bueno, justo, bello… y rechazando la
contraparte de lo mismo. En Isaías 45:7 se lee lo siguiente: “que formo la luz, y que
crío las tinieblas: que hago la paz, y que crío el mal: yo Jehová, que hago todo esto”.

Todo dolor y alegría germinan en el corazón del ser humano, que es quien vive la
contradicción de existir, y por ser el único ente de razón y conciencia. Parecería pues
que la existencia es sobre todo un problema de índole moral, que sólo atañe a los
humanos. La materia es indiferente a su devenir. Parecería una contradicción: Dios
-como tal- sólo existe para quien tiene la capacidad de conciencia; sin embargo, como
afirmé anteriormente, Dios anida en el corazón de la materia y en su dialéctica.
En todo caso el aspecto moral da un matiz muy peculiar a la existencia del ser
humano ya que participa de ambos mundos: el de la materia y el de la conciencia. El
ser humano es el único con sed de eternidad, pues todo deseo en el ser de conciencia
y afectos, todo lo inconsciente vive a Dios de manera pasiva, y el hombre en forma
activa.

Llegamos a la tierra desnudos de todo, a vivir nuestra peculiar existencia. Llegamos


al mundo por obra y gracia del misterio, perplejos de vida. Todo está por hacerse.
El oráculo de nuestro destino pende en el espacio incierto. La angustia gravita en
nuestro ser incipiente.
Nuestra conciencia nos sitúa ante el vacío eterno.

143
Todo es un signo inconcluso del devenir. Todo está por hacerse ante la inmaculada
existencia. El signo de lo eterno es ineludible.
Se transita entre ambos mundos. Es un don inevitable del destino, pues en ello se
juega la vida. La angustia y la desvalidez son el sello de la existencia, y albergan los
primeros pasos del futuro ser.

Es injusto que en fases tempranas el existente ha de plantearse el misterio de la


existencia, cuando aún está desvalido por partida doble: espiritual y corporalmente,
y las alternativas ya están presentes. Y hay fórmulas, recetas sociales y morales que se
ofrecen y son como una consolación que alivia de la angustia y que matan el propio
presentimiento de la verdad y de su posible elección. La verdad queda sustituida
por formulas de fe, que anulan la propia inquietud de la búsqueda. Se pervierte la
posibilidad de la búsqueda de la propia verdad. Esta anulación un tanto artificial de la
inquietud y la angustia, no anula al hombre como un ser finito que aspira al infinito,
simplemente le ofrece un sucedáneo que limita sus posibilidades de autenticidad
y libertad, de espontaneidad. Simplemente ya no hay curiosidad por indagar el
misterio. Se necesita cierta libertad, cierta espontaneidad, y capacidad de soportar la
angustia para buscar sus propias respuestas, para estar vivo.

El hombre transita de lo finito a lo infinito lo sepa o no lo sepa, pero si no lo sabe eso


no tiene ningún valor práctico. Es la esencia de la angustia la que guía, y es el espíritu
el que puede entregarse al misterio que está más allá de toda palabra. Es necesario
vivirlo para “saberlo”.

Toda convicción es un hecho de la experiencia inscrito en la memoria. Es caudal del


sueño que se hace sustancia, y que encarna en la idea para colocarla en el espíritu
donde se incorpora e informará de una actitud ante el mundo y ante sí mismo. La
urdimbre de la existencia está tejida de convicciones triviales y trascendentales. A
toda actitud ante la vida, ante el mundo, subyace una convicción. Ahora bien, toda
convicción ha de estar impregnada de pasión o afecto. El acto frío, intelectual, es
un aborto de la acción. La convicción no es un acto de fe pero trasciende la lógica
puesto que se fundamentará en lo absurdo e improbable, sobre los cuales prevalece la
experiencia. Toda convicción tiene su objeto que puede ser el amor, el odio, el bien, el
mal, Dios o el demonio. La experiencia en sí es inagotable y se está renovando.

Dios es una sublime convicción, pero una convicción al fin, que se conoce por los
sentidos, o más allá de los sentidos, ya que las experiencias suele trascender lo corporal.
Las convicciones – en todo caso -, anidan en lo insondable, más allá de la lógica. A

144
diferencia de la fe, hay una certeza corporal aunque sea en lo inescrutable de sí mismos,
y por lo tanto no es ajena al conocimiento: es la vida que trasciende el apetito de los
sentidos, un mero signo, un guiño del espíritu. La experiencia de Dios no es ajena al
hombre, éste sólo tiene que escudriñar en su experiencia aunada a la convicción, y como
que eso nos da una certeza obstinada pero que no quiere convencer a nadie.

Convicción y experiencia concluyen en una certeza inexplicable, encarnada en el corazón.


Toda convicción de esta naturaleza o de la existencia de Dios, o de su inexistencia, ha
de pasar por el tamiz de la reflexión genuina. Es decir, que ha de partir del ser mismo,
de la propia sinceridad, sin engaños. Se constituye así en una experiencia única e
intransferible. Se caracteriza por estar más allá de la lógica, y de ser incluso, absurda.
En el caso de Dios, no se sabe como penetra tal convicción y experiencia en uno
mismo; lo contrario es igualmente válido. Por eso, tratar de imponer una convicción
opuesta a la de otro interlocutor es inútil, se trata de experiencia intransferibles por el
vehículo de la razón: es algo íntimo que ha florecido con tiempo en el corazón.

Hay algo trascendente en que todo esfuerzo de la mente se desvanece, pero que puede
abrirse a los sentidos, a la percepción, y que a veces llamamos el misterio o Dios. O
más exactamente, en mi caso, la puerta del misterio que podría conducir a Dios. Puede
ser el preámbulo de la experiencia mística. Un sucedáneo del amor infinito.

Las puertas de la eternidad nos devoran de misterio.


No hay designios eternos que puedan atribuirse a Dios. Dios es la eternidad misma
que está en todo lo que existe. Y en momentos privilegiados de su vida, puede ser que
el hombre participe de esa eternidad que subyace a toda materia.

Dios habita en mí como la sombra esencial del ser.


Impreciso, amorfo, más allá de toda palabra.
Dios se hermana con el destino en el afán que el hombre tiene de dar un sentido a su
existencia. El destino sería el rostro de Dios.
Tiene que ver con aquello que es genuino en el corazón, con la voz interna, con todo
aquello que impulsa a vivir.
Dios no es ajeno a la vida, es la vida misma, el meollo del ser. Siempre implica luz
interna y una trascendencia. Cada día la vida intenta levantar vuelo.
Desde que somos desarraigados del seno de la naturaleza, Dios se hace presente
como un vago preámbulo del entendimiento, como una zozobra que no cesa. Si
muere esta chispa que da sustancia al ser, perderemos la vida, y entonces Dios se
convierte en un ídolo que ya no informa más a la vida.

145
Los ídolos son cargados por hombres sin ideales, sin inquietudes y afanes que vayan
más allá de la satisfacción corporal. Estar con Dios significa no perderse a sí mismo,
seguir inexorablemente el camino que ha marcado el destino peculiar de nuestra vida.

El subterfugio de la parálisis vital, toda amenaza para desplegar el alma, va en contra


del ser humano. El esfuerzo que pugna por hallar un significado a la vida, está
impregnado de la divinidad humana.

El destino es un aliciente a flor de piel que incita los sentidos y al alma a manifestarse
en la vida. Es singularísimo y privado, y requiere de un fino olfato y de un fino oído
para sentirlo y escucharlo. Como todo lo más vital, su esencia reside en la capacidad
de vivencia, pues es el centro del cual irradia la capacidad vital. Sin embargo, a la
vivencia, a la pasión, subyace la razón y es ésta la que moldea la capacidad de vida, la
que hace posible la experiencia y la conciencia que nos pueden guiar en la vida.

El destino es a la vez incertidumbre, como periódico aletear en el espíritu que nos


hace dudar o sentir que es el camino correcto aquel que hemos elegido.
Sin vivencia, sin emoción, no hay mayor posibilidad de elección.
Lo que se quiere hacer en la vida emociona y apasiona, eso es lo que hace que se
presente al espíritu como una inquietud a realizar.
No tener un destino significa la inercia ante la vida. El deambular monótono
por la existencia.

El hombre sujeto a la inercia del destino. Puente de transición entre el no ser y


el superhombre que no es otra cosa que la aspiración del hombre a ser su propio
destino. Si el hombre lleva en sí la divinidad ¿porqué no ha de ser posible que la
desarrolle?, ¿porqué el fracaso metafísico? ¿Acaso Dios sólo se puede fincar en la
otredad del ser absoluto, creador y omnipotente? ¿Acaso el hombre no puede ser ese
mismo misterio que clama en el interior de su ser?

El porvenir suscita la angustia ante el incierto destino. Es como un estado de


gracia desde el cual parte todo destino auténtico, y entonces, el mundo adquiere su
esencia original.

Por los meandros del Ser transita el largo camino que nos lleva a cuestas por la
duda y el sinsentido de esa duda que muerde el alma. Poco a poco el silencio cae,
el anonadamiento cae. Es un rugir del sueño. Una latencia como hibernación. El
anzuelo que se lanza con los ojos puestos en lenta fe del futuro, más allá de la muerte.

146
Y cae entonces el manto de la soledad cósmica ante ese futuro, ese destino que se
cierra inclemente. Es el momento de ser responsable del propio destino.

En la meta se conserva el ansia infinita de Dios. La agonía de ser desamparados: la


nostalgia del alma. Un clamor de voces que emergen del profundo fondo del sueño,
a la ineludible tarea de realizarse solo en el mundo, sin referencia alguna a otros
huesos, si consideramos que todo destino es ineludiblemente individual y único.
Estamos solos frente al devenir cósmico. Dios es una figura a buen resguardo de
nuestra intemperie, sin compasión por la raza humana, por la inocencia. A ese Dios
convertido en ídolo por la iglesia que niega la libertad humana. La capacidad de ser
libres. Niega, apaga, desalienta, la antorcha de la libertad.

Paradoja inexorable ya que sólo por medio de la libertad afirmamos a Dios. La iglesia
niega lo que afirma el alma humana: la libertad que conduce por el mundo, la libertad
que guía el destino auténtico. Sin libertad no hay destino que valga. En la medida en
que el hombre está dispuesto a seguir o construir su destino, en esa medida es libre.
En la medida en que es libre, es auténtico.

Es un deber reconocer que los valores se fundamentan y surgen de la propia alma, de


la propia experiencia. En otras palabras, que somos absolutamente responsables de
nuestra conducta y de la calidad moral de nuestros actos. En este sentido los valores
se fundamentan en la propia vida, en su significado íntimo, en todo lo que signifique
desarrollo y crecimiento humano.

Los movimientos para la destrucción y la creación de valores humanos, como son el


bien, el amor, la razón, la bondad, la justicia, y la libertad, que ocurren en el interior
del hombre o no ocurren, y que deben ser como una aspiración eterna: un hierro
candente hiere e impulsa al sentido o sinsentido de la existencia. Lo espiritual en el
ser humano apuesta por explorar un sentido virgen de los valores que surjan de los
propios escombros.

La historia de la civilización es la historia de Dios y los valores, la Historia


se sustenta en todo ello. En la época actual el hombre de espíritu vive en un
incandescente vacío, pues todo apunta a la nada. Los valores como el respeto a la
propia vida y a la de los demás, la libertad y el amor, en los cuales se sustenta el
sentido de la existencia, han cedido el paso a la tecnificación y al hedonismo; a la
falta de energía por sobreponerse a la tragedia del sinsentido, a la ausencia de un dios
vivo en el espíritu del hombre.

147
En las últimas décadas la calamidad de los valores encarnados, es decir, aquellos que
se han hecho propios, como los que ya se han mencionado, se muerden la cola. El
espíritu se ha disipado en la carne. El hombre cada vez se ha ido adaptando más y
más a vivir sin espíritu. Se contenta con los placeres y satisfacciones de la carne.
La mente y el espíritu son los pilares de la vida, que a la vez se sustentan en los
valores.

Cuando el espíritu deja de tener sed de eternidad y realización aquí en la tierra, está
perdido. El hombre actual agoniza sin sed de eternidad. No hay símbolos vivos, sólo
esterilidad espiritual. El espíritu palidece en la carne. El hombre ha borrado de su
cielo la fantasía, y anda perdido, ciego por la tierra, sin tener a donde volver los ojos.
La nulidad del ser acabó por sepultar al espíritu del hombre.

Actualmente, impera la muerte en vida: el hombre no tiene convicciones y mitos que


encarnar, vive de prestado la monotonía de la época, con la pasión – cuando la hay-
puesta en la trivialidad. Dios ha muerto en la inercia de lo cotidiano y el hombre no
se ha enterado.

Dios se asocia a la sustancia de los valores de la vida; a aquello que dota de sentido
a la existencia. En tanto que reflexión del alma, Dios no puede no ser; en tanto que
atributo de la mente y del alma, no puede no ser. De ahí lo trágico de toda existencia,
el devaneo entre ser y no ser. El hombre como péndulo. El hombre enraizado en su
historicidad. Cada ser humano es una apuesta ante el devenir. Ante un parpadeo de
la eternidad. Los valores no se pueden tomar prestados, han de ser recreados cada vez
en el interior de cada individuo. El hombre es el responsable. Crea o destruye su vida;
la hace una aventura maravillosa, única, o la tira por la borda de la indiferencia

Las fuerzas que lo mueven para crear o destruir son su ansia de eternidad, el azar del
cosmos en cada individuo; en suma, el acaecer de la eternidad en la finitud terrenal.
Dios siempre está por develarse, pero su oficio es permanecer ignoto. Dios es
añoranza de eternidad; yace detrás de toda desolación. Dios es un guiño de la
nostalgia, de hambre de sentido. Dios procede de la percepción del misterio.
Poco a poco el destino puede recobrar su voz, que nace de la conciencia o puede
apagarse en el páramo, en el transcurrir de la existencia.
En el sentido que se le va dando a la existencia fluye Dios. Es el verbo que encarna
en cada ser perceptor posible del misterio. Dios es una cuestión metafísica y terrenal:
Los restos reposan en su representación física mientras lo absoluto se eleva por sí
mismo. Dios es una apuesta al filo de la vida.

148
Dios no es más que la mascota fiel del abismo.
El tuétano que renace de las cenizas.
Blasfemia oscura del derroche. devenir
La perla que ancla allende la vida.
Subterfugio del mal
que trasciende el hastío.
Una mueca de infinito
que se cierne sobre el espíritu.
Dios envuelve toda la atmósfera de la vida.
Es la imprescindible congoja de la muerte,
la imprescindible materia sin fin de la nostalgia.
La presencia inasible del misterio.

Los valores crecen, germinan, en la nostalgia que vivimos por Dios. Es la aventura
trágica, el destino de todo hombre libre. Toda libertad auténtica prescinde de Dios.
El hombre libre es creador y depositario de sus propios valores. El hombre libre no se
recarga en el hombro de Dios.

Dios se pierde en la nostalgia de la razón, y en todo acto de valor está presente como
el paso del tiempo que deja inevitablemente su huella en las células. Es el soplo
abstracto del misterio. Es la experiencia de una certeza en lo imposible. La aurora de
todo porvenir. La nostalgia de la eternidad.

El hombre libre no necesita del báculo de Dios. Camina a solas por su eternidad.
Dios es la recóndita promesa de la esperanza que nunca morirá. Un subterfugio del
sueño de la vida.

Dios es una sustancia eterna que abarca toda vida, más, es destino que el hombre
camine solo. Es la paradoja de la libertad sin Dios demiurgo, ni bastón para caminar.
El hombre como Dios, pero siendo hombre. El subterfugio de la paradoja de ser
libre: En el hombre libre el tiempo se reinventa en cada acción plena de sentido.

Dios no ha de ser como un pretexto para vivir. Fundamenta la vida, pero toca al hombre,
solo, vivirla. Dios impregna de misterio la existencia, pero inevitablemente toca al
hombre darle sentido. El hombre ha de reconocer que Dios no es el sentido ni los valores
de su existencia y que se vive de acuerdo a aquellos valores, y bajo el signo de aquel
sentido que se haya dado a la existencia. El hombre ha renunciado a Dios y ha sido un
crimen doble: la renuncia a Dios y la incapacidad de encarnar sus propios valores.

149
El hombre ha devenido un incrédulo vía la enajenación. O mejor dicho, sus creencias
en Dios no se sustentan en su real experiencia. Desde muy temprano se renuncia al
análisis intra-subjetivo; hay una incapacidad para traducir las reales experiencias en
sustancia de vida, en reales convicciones encarnadas. De ahí la indiferencia, la falta de
compromiso con la propia y auténtica vida y con Dios.

Sin la experiencia de Dios el hombre camina sonámbulo por su vida, pues es un sentido
que trasciende las convenciones en general, y las convenciones religiosas en particular.
Dios no necesita de ninguna idolatría. Los rezos, alabanzas y ritos, no son más que
una consolación inútil y pagana, que se atiene a una convención idolizada de Dios.
Pues se ha de vivir en Dios pero sin ninguna representación posible. En todo caso,
todo signo de Dios no es más que una referencia a su inasible misterio. El inasible
misterio de la esperanza.

Renunciar a la creencia o convicción de que Dios existe, significa renunciar a un


poder superior con atributos tales como omnipotencia, omnisapiencia, misericordia.
Significa renunciar a la creencia o convicción de que ese ser superior dicta las normas
o leyes morales que sustentan la ética, bajo la cual el hombre debe regir su vida.
Puede ser una renuncia estéril, o puede ser una renuncia fructífera si el hombre es
capaz de darse sus propios valores.

Para aquellos que creen en Dios, en esta creencia se fundamenta un orden moral,
individual y social. Independientemente de las creencias, hombre ha de darse valores que
aseguren su convivencia, y que le ayuden en su trascendencia personal. Una trascendencia
que puede circunscribirse al lapso de tiempo que ocupa la vida en el espacio.

Armonía y perfección están y surgen en todo lo que es. Armonía y comunicación se


busca en todo lo que existe. Es una aspiración en el budismo Zen. La recuperación
de la armonía perdida con la naturaleza. Y en el orden individual se busca la
iluminación, el nirvana. En la experiencia mística se busca la comunicación y la
armonía con lo divino, con Dios. ¿Se trata de experiencias diferentes? En todo caso,
¿en qué difieren? ¿Porqué una experiencia es teísta y la otras es no teísta?

El elemento común a ambas experiencias es la comunicación y la armonía. En un


caso se busca prepositivamente a Dios, y en el otro caso se prescinde de tal postulado.
Luego, la diferencia es apriorística. En un caso se busca la unión con el todo y se le
llama Dios, y en el otro caso no tiene ese nombre; se trata de alcanzar la iluminación.
En uno y otro caso en los que se busca y a veces se logra tal comunicación y armonía,

150
se trata de seres extraordinarios de una alta espiritualidad que toman absolutamente
en serio la realidad y su trascendencia.

En el común de los casos se trata de individuos medrosos, que se experimentan


impotentes ante su existencia y con necesidad de un ser trascendente que les guíe y
consuele ante su impotencia de vivir sin ilusiones religiosas y, de darse sus propias
normas y valores morales. Uno de los poderosos lazos que unen a la creencia en Dios
es el temor a que no haya nada más allá de la muerte. La ausencia de elementos
individuales que sustenten la propia existencia. Pero quien tiene un sustento en sí
mismo, quien ha llegado a ser su propio centro, o en otras palabras, su propia razón
de ser en el universo, liberado de ficciones, no necesita a Dios.

Dios es la metáfora intransferible


del mundo interior.
Un puro signo que se asoma.
La cábala secreta.
El signo de interrogación de la existencia.
Un puro balbucear del espíritu.
El azoro intramuros.
La alquimia por descubrir.
Un ansia infinita de rumores
que pasan por el alma.
El sueño que no acaba de cuajar
en el misterio.
La moneda en el aire del destino.
Es la parábola que nunca dice su nombre,
oculta y latente en todas las cosas.

La fe

Dios es insondable como la eternidad; es un misterio relacionado con esa experiencia,


pero nada tiene que ver con el hombre libre en el mundo; nada tiene que ver con la
finitud de la existencia, con sus avatares, dolores y desesperación. Pobre, el hombre, lo
sepa o no, está condenado a vivirse solo en el mundo, como un soplo de cenizas.

151
Como un péndulo que abarca las horas de Dios
oscilan la duda y la certeza,
ambos extremos se tocan en el temblor de mi alma
insatisfecha y peregrina por la tierra.
La mirada péndula por la tragedia del amor y del odio.
No hay más que peregrinas verdades de incierto destino,
y el alma se salva donde a veces naufraga.
La fe es una parábola del hambre de Dios.
En el incognoscible aliento de la vida también anida la fe.
En un caso es la intangible odisea del destino; en el otro,
es el tangible aliento, desconocido, que alimenta cada paso por la vida.
La fe yace en el fondo del amor por la vida,
es como una secuela de infinito que guía
los pasos del hombre por la tierra.
Sin fe el hombre está como desgajado del silencio eterno
que precede los pasos sobre la tierra.
Es la mudez de la palabra. La mudez del alma.
Un retornar cualquiera al silencio que guía los pasos.
El aliento divino del silencio.
Es como el acontecer cotidiano preñado del misterio.

Sin fe la vida no es posible, pero no necesariamente ha de ser fe en Dios, a menos


que Dios sea el misterio que da sustento a la existencia. La vida se sustenta en sí
misma, porque es inevitable que el hombre esté predestinado a la soledad de la
muerte, luego, la vida ha de sustentarse en sí misma. Y en tal caso, es terrible que
la vida transcurra por esa ruta en la cual el tiempo es siempre algo relativo que da
sustancia a la existencia ya que es un puro acontecer en el tiempo individual. La fe
recae siempre en el misterio, es decir, en el mismo Dios, y también en el hombre
como partícipe de ese misterio. Así pues, la fe recae en la vida, la muerte y la
trascendencia. Marco del horizonte que sustenta la existencia.

La fe como todo lo demás tiene un principio y un fin carnales: el horizonte del


tiempo. La fe carece del subterfugio de la duda: es o no es. Como otros valores que
sustentan la existencia, puede ser ajena a la conciencia del individuo, lo cual no anula
que éste siga viviendo con fe, lo sepa o no lo sepa.
La fe trasciende la razón y nos planta en la vida.
Puede ser el preámbulo de un acumulo del Ser, presa de dolor, en la esperanza que le

152
es intrínseca. Dios necesita de la fe, la fe no necesita a Dios, simplemente transcurre
por los surcos de la existencia. Es como un puente entre el nacimiento y la muerte.
La vida nos enfrenta con el abismo de la nada, por eso es ineludible la fe hacia la
propia existencia. La nada es una presencia constante y cotidiana ante el espíritu.

Sin fe, Dios no tiene pretexto para existir ante la conciencia del ser humano. Sería
la fe ante lo intangible y misterioso, ante lo omnipotente y omnipresente, ante un
código de valores y virtudes. Y siempre que sea la fe en algo ya no es la fe en Dios.
Tiene que ser la fe ante el infinito misterio que bordea toda alma; mejor dicho, que le
es consustancial. Fe y misterio van unidos. La vida es un misterio, así como la muerte
y la trascendencia. Esos atributos de la existencia son los que requieren de fe que se
presenta al alma como aspiración inefable.

El silencio de la fe se agazapa en cada acto humano, en cada resolución. Es la fe


la que está ahí, con cada decisión, y es la que dota de sentido todo acontecer. La
ausencia de fe entraña la locura, el abandono ante el azar de la nada. La fe es la
urdimbre, la trama del destino que se solaza en la existencia. La fe es la columna
vertebral de todo proyecto donde confluyen los propósitos vitales de todo ser
humano. Así pues, la fe se circunscribe a cada existencia. La fe es particular e
intransferible, y se está haciendo o manifestando en cada acto o acontecer, está siendo
en el desenvolvimiento de la vida.

La fe es la cara opuesta a la angustia. Complemento una de la otra. A menos fe


más angustia acompaña a la existencia, y viceversa. Cuando la fe desvía su camino,
también hay angustia. Es decir, cuando la vida se desvía de sus proyectos auténticos,
aquellos que dan sustento verdadero para vivir al ser humano.

La fe es la certeza de lo imposible.

La vida es una incógnita que inquieta el corazón, y quien cree encontrarle una
solución o consuelo lo único que hace es anestesiarse, negar el problema. Hemos de
vivir con ese enigma eterno, insoluble. Quien cree encontrar la solución la pierde.

La zozobra y la congoja son un vacío que anhela andar en paz, pero en la vida no
hay puerto seguro y ninguna respuesta a la existencia es definitiva. Todo puerto
es provisorio. El vacío es -a su vez- ansia, insatisfacción que impulsa la vida. Es el
péndulo, el movimiento íntimo de toda acción. Encontrar o adherirse a puertos
ficticios (por lo demás, toda seguridad, todo asidero, es ficticio), pierde un tanto esa

153
insatisfacción vital. Los ídolos juegan un papel consolador; por el contrario, Dios
es consustancial a esa angustia que deriva del vacío íntimo porque nunca podremos
encontrar a Dios. Quien cree encontrarlo lo pierde. Dios es la eterna zozobra del alma.

Dios vive en la encrucijada del alma, entre lo finito y lo infinito. Todo ser humano
tiene vocación de Dios. Lo terrenal y lo transitorio se oponen a lo divino, por eso la
cuestión religiosa es exclusivamente humana, pues el ser humano es el único capaz
de encarnar el símbolo de lo eterno. Pero la razón que sólo puede ver lo finito deja al
hombre desnudo de tiempo, escindido en lo terrenal.

La armonía de lo finito y lo infinito sólo se da en momentos privilegiados al alma.


Debe ser una experiencia total, más allá de las palabras. Un código de lo divino que
se muestra al hombre.

Razón e intuición acercan a Dios. La pura razón aleja de él pues está diseñada para
la comprensión fría e intelectual, y mientras que la intuición se liga a lo íntimo e
inexpresable, a lo que se siente y puede transformarse en símbolo. El alma se mueve
con base a los símbolos, mismos que se manifiestan en los sueños.

Poco a poco el galopar de los sentidos vía la intuición nos puede acercar a ese ámbito
del espíritu que llamamos lo eterno o infinito. Es necesario percibir ese ámbito sin
ocaso para acercarse a Dios. Caso contrario, la pura razón mata el espíritu. Vivir en
Dios es vivir la eternidad. La eternidad que encarna como símbolo en el espíritu. No
es un conocimiento, es la presencia de Dios en el símbolo.

La experiencia de la eternidad nos acerca a Dios. A veces Dios está en la penumbra


de los sentidos, innombrado, sombrío, sin voz, reducido a las cenizas de la conciencia
que no conecta con esa íntima penumbra de ser en la oscuridad.

El silencio del hombre se posa en la eternidad. Es el sueño de la eterna hambre, el


último aliento quisiera poblarse de eternidad. Es decir que se trata de un sueño que
jamás podrá cristalizar porque el vuelo del pensamiento carece de tales alas. Es apenas
un esbozo dentro de la finitud que circunda todo esfuerzo humano. El hombre está
atado de manos frente a la eternidad; jamás puede levantar el vuelo definitivo. Es el
vuelo de Ícaro. Igualmente, si Dios precede la eternidad también es incomprensible: una
sombra de dolor para todo hombre que ignora necesariamente su destino definitivo.

El supuesto del miedo alivia la angustia. El hombre temeroso de la nada construye


un universo eterno que escapa al tiempo terrenal. La incógnita de la duda hace nacer

154
el miedo, y el miedo hace florecer la fantasía que crea consolaciones. La experiencia
se enciende de duda o de certeza, con sus respectivas consecuencias. Pero la certeza
puede ser la negación de un ser absoluto y necesario, o bien, su afirmación. Es decir
que el individuo se puede situar en puntos polares de la existencia: libre y haciéndose
a cada momento y en la perspectiva de darse valores o de proyectarse hacia el futuro
construyéndose y superándose a sí mismo; o bien, enajenando su vida, entregando lo
mejor de sí a los ídolos, en este caso, dando la espalda a Dios.

Ser libre implica la desvalidez frente al absoluto, y por tanto implica la angustia. El
hombre es un ser angustiado por antonomasia. Mientras más humano y auténtico
más angustiado, y viceversa.

Angustia, libertad y desvalidez frente a lo eterno. He ahí al hombre auténtico y


desnudo frente a la adversidad existencial y a su compromiso como ser humano.

La ancestral indiferencia de Dios hiende su espada de dolor infinito en el pecho del


hombre ya sea que crea o no crea en Él. Es el hombre quien ha de asumirse como
responsable frente al mundo y frente a sí mismo. Es el único que puede darse cuenta
de sus actos y de su historia.

La experiencia en Dios

La persistencia de la materia es un himno vivo de todo lo que es. La ausencia de


Dios conduce al vacío absoluto de la nada. A pesar de su negación Dios es una
presencia que atestigua la existencia. Es el soplo de la esperanza que alumbra la vida.

El hombre debe despojarse de su historia para poder acercarse a Dios. Su experiencia


es un don del alma despierta, una gracia que no se presente ante o en todas las
conciencias. Puede ser tan sólo un signo anunciado por la costumbre que yace
dormido en la inercia de la alienación. Dios es inevitable, pero de nuestra experiencia
o no -de nuestra actitud ante dicha experiencia-, dependerá nuestra actitud ante
la vida y ante nuestro destino. Cuando es una actitud pasiva y alienada, se espera
ingenuamente que Dios resuelva la propia vida y los problemas de la existencia.
Digamos en este caso, que la pasividad se ha alienado en Dios en su contrario: se
exige que Dios sea activo y resuelva la vida. Asunto baladí si no fuera tan serio

155
y frecuente. Cuando se ha interiorizado la vivencia de Dios puede sobrevenir la
angustia, la duda, la impotencia de Dios para participar en los asuntos humanos y
en el destino del hombre, ya que es éste quien debe darse sus propios valores y trazar
su propio camino existencial. Dios es tan solo el fundamento de la propia vida. Sin
Dios, la vida deviene una pasión inútil.

La actitud religiosa y la presencia de Dios en la psique humana dimanan de la


propia experiencia humana y de lo divino. Dios irrumpe a través de lo sensorial, de
lo intelectual, y de lo vivencial, y toda búsqueda conduce al sendero del misterio:
la sustancia de lo divino linda con la experiencia, con esa parte del hombre que se
presenta a la conciencia desde las profundidades del ser y que es imperecedero.

Dios se expresa a través del silencio de todo lo que es. En el silencio cósmico está la
palabra de Dios que puede o no germinar en el Ser de conciencia.

Se puede vivir en la ignorancia y negación de Dios, pero no se puede vivir sin Dios.
En el peor de los casos se sustituye por un ídolo, y no se vive para la eternidad, sino
para lo cotidiano e intrascendente. En este caso la tragedia es sustituida por un
melodrama insulso e intrascendente en el que se priva a la vida del aliento divino.

Dios se despliega en el alma por la contingencia del destino: bien puede vivir el ser
humano en la ignorancia de Dios sin una dimensión ética y de raíces en la existencia,
sin fe en la trascendencia.

No creer en un más allá no exime de creer en Dios. El más allá de ninguna


manera es un atributo necesario de Dios, pues, en todo caso, ¿qué tiene que ver
Dios con los temores, angustia y deseos del hombre? Porque un más allá no
es más que el deseo de llevar una vida mejor y placentera en la eternidad. Un
fetiche más de la conciencia derivado de la angustia y la fragilidad humana; de
la incapacidad de darle un sentido a la vida, y de encontrar y realizar el propio
destino, que es lo que da sustancia o sustento al ser en el mundo. Es decir, realizar
las propias potencialidades.

Se podría decir que el hombre productivo vive en Dios, lo sepa o no, y lo contrario
también es cierto. El hombre productivo participa del amor, del trabajo, y de la
libertad como fundamento de su existencia.

Mi Dios es un dios indiferente, inmanente a todo lo que es o existe. La esencia


misma de todo devenir. Un Dios que no interfiere para nada con la libertad y la

156
capacidad de darse valores. Es un canto de alegría, la luz en el relámpago asido a la
memoria. Despliega sus alas ante la inocencia de la vida.

Dios cierra su misterio en el círculo de la vida y la muerte. No está constreñido al tiempo


y el espacio sino que los trasciende. Habita en la inusitada memoria de las células que
hacen su conciencia circunstancial y puede surgir en la experiencia de la iluminación.

Es ineludible el misterio intrínseco a todo lo que es. Cuando el misterio se desvanece


surge la nostalgia.

El silencio cósmico se consume en su propio fuego. Es un aliento subterráneo que


quema. El augurio de presentimiento en cada acto; en realidad, una cadena infinita
en el devenir. En la vida nada se sustrae a su influjo magnético. En realidad es parte
ineludible de la vida.
Es la placentera angustia del diluvio.
En todo acto se desgrana el misterio del universo. Es un susurro de amor. El
horizonte perdido de la desgracia.
La pena es por ser indiferentes al misterio.
La antorcha cuela su sueño mientras la vida dura. Es un gemir de estrellas. La esfinge
del sueño, la plegaria oculta al infinito espacio, la eternidad que se cuela por las
rendijas del tiempo. La síntesis de amor se cuela de misterio.El hombre es el único
ser de misterio que aspira a la comunión con el misterio universal. El hombre es una
síntesis de misterio. Una caricia en la vida de eternidad.
Sin misterio la vida palidece de sueño, y llega a ser un puro sueño. Hace falta siempre la
melancolía del beso del misterio para que la vida trascienda su destino de puro sueño.
La alegría íntima de la vida es la única prueba palpable de la existencia de Dios.
Pues la alegría esparce en el devenir íntimo, en la comunión entre el hombre y
todo lo que existe.
La alegría es el corolario del amor.
El amor a la vida es fecundo y trágico.
Es el caos íntimo entre la alegría y el dolor.

Dios es la angustia de la vida que se enciende en la llama que le da luz: No más que
una pavesa, no más que el soplo de la conciencia. No más que el soplo recóndito que
sustenta todo sueño.
Angustia que persiste en la llama de la vida. Sueño y angustia de ilusiones imposibles.
Lo intangible más allá de la nada La esperanza de la vida más allá del aliento. Dios
está ahí donde el sueño se hace una parábola imposible de nada.

157
El alcance del hombre por comprenderle se tensa entre la nada y el infinito. Y el
gusano efímero, por un instante, adquiere alas. No es más que el verbo que trasciende
la carne. El incienso del silencio que se eleva de la nada. El tiempo se conjuga en un
instante de la eternidad para encontrarse más allá de los sentidos, en el margen del
misterio, ante el silencio infinito que cure al ser. No se puede enunciar pero todo ser
humano puede ensayar la palabra íntima e impronunciable.

Dios en la encrucijada:
con los ojos abiertos al mundo;
indiferente ante el dolor humano.
La catástrofe del cielo.
La impune mirada del amor.
El cielo a cuestas de la desgracia.
Un mundo a solas en el corazón
del hombre.
Angustia de nada y angustia de todo.
El cataclismo de la miseria que espera y espera.
Un buen sonido de la memoria.
El canto del sueño que se escapa.
Un delirio ciego a voces
a espera del último cataclismo.
Soledad a solas del silencio de Dios.
Un sueño que pasa, no más.

El aliento de Dios no abrasa, no angustia al espíritu, a menos que éste se haya


confrontado sinceramente con la injusticia y el mal que existen en el mundo. Cierto,
el espíritu puede salir desgarrado de tal confrontación, pero también purificado. Es
la angustia del dolor la que calcina y purifica. La angustia es sed insaciable de Dios,
yace en el ansia infinita del hombre por Dios.

No se puede vivir en este mundo como si fuera un vientre de la nada; una tierra
inhóspita sin esperanza; el arcano sin sueño de la nostalgia; la pura nostalgia del
sueño de Dios. Dios se redime en el corazón del hombre cuando éste se reconcilia
con la vida, aunque bien su sombra incierta nos acompañe, pues el delirio por Dios
está en las sombras y es un escándalo ante la conciencia. Es la letanía del infinito que
se opone y forma parte de la sustancia divina.
El negro velo de la muerte trae a Dios ante la conciencia; es la nada que se materializa
ante la conciencia de la finitud. Un drama que inicia con la existencia y no tiene fin:

158
El porvenir de la muerte anuncia la desolación eterna, surge el enigma, el misterio que
ilumina la sustancia del Ser de cada hombre, igual, si cree o no cree en ese porvenir
es algo irreductible e inevitable que confronta de frente a esa desolación. Un auspicio
de la grandeza del alma humana que se subleva a la impotencia contra la muerte. La
conciencia de ser arrojado del Paraíso para siempre. Rebeldía infinita ante la desolación.

Misterio

Carne y espíritu en la confraternidad de su síntesis, y la vida haciéndose en esa


síntesis. Son como las olas que emergen en el sueño de la eternidad. El claro
responso de la vida que emerge en la búsqueda de Dios.

No hay sumisión de contrarios, la vida es eterna lucha contradictoria cuyo destino


es sumergirse en el misterio. El misterio alumbra la existencia y se recrea en la
creación de valores. Es ausencia íntima de sueños. El puro florecer del espíritu en
la inocencia. Dios haciéndose en el hombre. El significado del fundamento de la
existencia se encuentra en el fondo de cada ser humano, justamente donde se quiebra
la razón y surge el misterio. Ahí donde el Ser germina en la esencia de las cosas.
Ahí donde se acaba el sueño y empieza la eternidad que se traduce en el corazón
de la materia. Ambas vertientes del sueño apuntan hacia Dios: finito e infinito en
conjunción. Momentos inseparables del destino humano. La muerte: precio final
de toda angustia. Ineludible destino que siempre se ha de pagar. En la muerte y en
el nacimiento yace el misterio. Somos la esencia divina de ese misterio anidado en
centro de todo lo que es y existe.

La fe encarna en el misterio y éste puede ser una experiencia que encarna en la


existencia. Experimentar el misterio es acercarse a Dios, quien -entonces- deja de
ser abstracto. Lo que había sido silencio absoluto se transforma en armonía del Ser
con la eternidad. Un diálogo entre el hombre y su destino. No más síncopes entre
los polos vida y muerte. Dios está en la encrucijada del destino humano, late todas
las cosas y en su silencio eterno. Dios no necesita del soporte de una religión: éstas
pervierten y trivializan su sentido porque Dios no puede transmitirse por la palabra.
Es fuego vivo que enciende el espíritu. Todo lo demás es idolatría. Dios es la llama
infinita del misterio que yace en cada corazón.

159
La clarividente inocencia del naufragio pliega o extiende sus alas en cada
movimiento del espíritu.
Es el impulso que anima la vida, crece y retrocede, sin un momento de paz.
Naufragar y hundirse, he ahí el destino común. Tenemos la certeza de la muerte.
Todo camino transcurre en silencio, el misterio y el absurdo que fundamentan la
existencia son incomunicables. Y a cada paso el silencio parece recobrar su voz, o la
recobra, pero siempre en la intimidad.
El hombre es un misterio insoluble que suele, en ocasiones, resolverse en sí mismo,
sin apertura al misterio en un dialogo interminable del hombre consigo mismo; un
acontecer de dualidades intrínsecas a la existencia. Ser o no ser, y sin embargo, seguir
existiendo.
La duda es el aliento que reposa en el ámbito de la vida por hacerse. Es el aliento
magnífico del sinsentido.
Y la paradoja del absurdo es que, a pesar de todo, en el fondo de la sinrazón hay un
dejo de esperanza y la vida continua.
La vida se afianza en la tierra, sin necesidad de justificación o razón alguna. Pero
el espíritu es más exigente y siempre ansía un sentido de trascendencia. El espíritu
se sustenta en el cuerpo, lo opuesto es más difícil de afirmar, pero cuando menos
empíricamente es posible, y en la medida en que es posible, indiscutible. Pero es el
espíritu el que introduce la desarmonía, es el que tiene hambre de un sentido que
justifique la existencia. El cuerpo es el sostén del espíritu y su justificación. El que
siente, y por tanto, el campo de batalla de toda desarmonía. Es el ser conciente el
que pregunta y es el existente el que sufre o goza ante las dudas eternas y el misterio:
injusticia, crueldad, presencia o ausencia de Dios, vida o muerte. Eternidad y
temporalidad. Nada y absurdo. Misterio y esperanza... y el aliento de la duda quema
cada instante. El hombre es un ser prisionero del misterio; desgarrado en medio de
sus contradicciones.

Vivir en sus contradicciones, acosado por la nada. En todo caso hay siempre una fe
ciega que guía los pasos por la cuerda floja de la vida, y que opera a espaldas de todo
desgarramiento interno. La vida sigue a pesar del pesimismo eterno.
Dios camina a tientas por el sueño de la vida
que no acaba de tomar forma en el alma del ser humano.
Es un presentimiento apenas.
La idea sin certeza alguna que se posesione del vientre.
La alquimia irracional del silencio.
La gravidez que no toma forma.

160
El delirio del alma dormida.
El silencio sepulcral del parto.
Un sueño metafísico en el canto del ave.
Es la semilla del devenir,
aquella que se posa en el alma.
La formula de todo sueño
Puesto en la eternidad.

La duda toma la forma de flor;


el suspiro efímero por lo imposible.
El alma que se estrecha
en el silencio del viento.
El preámbulo de todo valor
sucede al espíritu en el instante del acto;
una lágrima oculta acontece
por el sueño de la vida haciéndose
en el preámbulo de todo instante
de lo que acaece.

Toda existencia ocurre en el misterio que puede o no encarnar en todo ser humano.
Somos recipientes insatisfechos del misterio. De manera peculiar el misterio se
presenta en los momentos culminantes de la existencia: el nacimiento y la muerte. Y
generalmente es el velo del azar el que campea en la duda.

Habría que estar desnudo de pasiones y sueños. Todo calla antes de pronunciar
palabra pues el misterio no puede ser develado a los demás: hay quien muere en el
misterio, y durante la vida hay quien nace en el misterio que germina pero no llega a
consolidarse. La certeza sería fe y, por tanto, incomunicable. Cada uno es depositario
fiel del misterio quees el trasfondo de la existencia. Mientras más vivo del misterio,
más añade espiritualidad a la vida. Una existencia sin el aguijón del misterio es
semejante a la del animal.

Trasunto de horas perdidas.


Somos un signo del misterio.
El misterio es la metáfora de Dios.
Un acontecer del verbo
que germina en las entrañas.

161
En mí ha crecido incierta y multiforme parábola.

La vida no pasa de ser


un presentimiento del misterio
que nunca acaba de germinar.

En el misterio el corazón se entrega


en un cara o cruz del destino.
La incógnita pasa
por el filo de la eternidad.

El preámbulo de todo sueño que pretende alcanzar el infinito.

Toda explicación pulveriza el misterio.

Un danzar inexplicable de las horas.


A tientas por el vientre del misterio
se abre al alma que sueña.

Los signos del infinito y la eternidad bordean todo sueño de misterio.

Poco a poco se ciñe el alma al misterio que la contiene.

Tras el misterio se esconde la experiencia íntima de Dios. Todo misterio que


pretende ser revelado se convierte en ídolo. El amor sólo transcurre en la intimidad,
en ansia ayuna de palabras.

Sueño

La paradoja de la existencia ocurre en su acontecer transitorio. En la muchedumbre el


hombre encuentra su rostro, o está perdido pues tan solo hay un rostro para cada quien.
Es algo que trasciende el sentido de vocación, algo que va a las raíces de la existencia
individual y que tiene que ver con el propio sentido de trascendencia. Si se quiere un
sublime engaño mientras la vida transcurre, ya que la trascendencia como absoluto
es imposible. La vida carece de asideros definitivos. La trascendencia existe como un
fundamento vivencial de la existencia. La vida no puede menos que sostenerse en la

162
ilusión. Su concomitante es la angustia. No podemos menos que vivir y soñar al filo de
la nada, recreando el instante de las vivencias de ser y estar en el mundo. La calidad de
la ilusión dependerá de lo auténtico de la vivencia que la sustenta.

Somos sueños de la eternidad que nos contiene.


Un murmullo del viento de la eternidad que sopla.
Imágenes de un sueño eterno.
No hay más sustancia que la ilusión de ser en el ejercicio de la vida cotidiana.
Desolación y sueño son los vientos que soplan durante la existencia y la angustia
infinita del incomprensible sueño de los sueños.
El hombre transcurre por la vida desolado de Dios.
Dios se enciende en toda ilusión que da vida y fundamento al existir en el mundo.
Dios es el fundamento de la ilusión universal, el que se pierde en la sustancia infinita
Del Ser
Principio y fundamento último y primero, pero que sólo se manifiesta a la percepción
y sentir humanos, vía la ilusión.
El Ser sólo puede ser aprehendido por la apariencia del ser.:
El mundo, el Universo, todo lo que existe no es más que una metáfora de Dios,
imposible de ser conocido.
Dios está más allá del silencio de todas las cosas.
Es inaprensible o impronunciable. Dios es impronunciable.

Dios nos cobija como un manto de sueño que emana de las vicisitudes de la propia
vida. Es como la propia metáfora de la existencia que nace y se disuelve en ella.
En ese manto implícito, en el numen imposible del signo que se expresa en todo
acto. Es la presencia intangible de todo lo que existe Armonía que se oculta y
manifiesta en el sofisticado nombre del animismo presente en todas las cosas;
Imposible imaginar ese sueño que se esconde en el corazón de todo lo que existe.
Ese sueño ausente de palabras que lo representen. Ese sueño que, acaso, es una
pura presencia ocasional a la percepción y a la sensibilidad. El significado de todo
sueño es un preludio de amor, nada más.

Dios es un sueño que acompaña la existencia desde el incógnito presente y es en el


mundo y más allá del mundo, hasta el intangible punto de la eternidad: el principio
cósmico que anima la vida. Reflejo fundamental de toda existencia. Intangible
presencia que da sentido a la vida y que ayuda a vivir.
Todo participa de una triple sustancia: terrenal, cósmica y eterna.
Tal vez el sueño se ciñe más a lo eterno, pero priva más la incapacidad de soñar.

163
El hombre ancla más sus sentidos en lo terrenal que en lo eterno. De ahí el naufragio
de tantos sueños que aspiraban a la eternidad.

La sustancia de la eternidad en la vida se diluye como sal en el agua hasta ocupar el


sitio que le corresponde en cada ciclo de extinción aparente, o mejor dicho, en cada
transformación, ya que, desde la óptica de la eternidad, todo permanece. Cada ciclo
renueva y transforma y es algo que ocurre ajeno a la conciencia, o donde ésta sólo
puede ser testigo, ajena al fenómeno. Implícita como observadora, y en todo caso,
implícita en el propio fenómeno de su acabamiento, porque la misma conciencia es
un fluir de la eternidad que se da cuenta de sí misma mientras transcurre.

La existencia se apaga en su propio ámbito de silencio.


Morir es diluirse en la eternidad.
Un punto de luz que se apaga, en el cosmos,
un volver a ser en la divina eternidad.

La vida es un caos inabarcable de dolor


que se sustenta en sí misma;
en el ojo cósmico de la desgracia.
El infinito germen del amor engendra
la ilusión
que se planta en la tierra
y que sustenta la existencia.
Somos la chispa de ese misterio
que sólo encuentra un eco
en los sentidos y
tal ves de los sentidos.

El ser humano sólo cuenta c con su intelecto y con su cuerpo y y su voluntad para
conocer el mundo y para trascenderlo en el misterio. Es el propio artífice de la vida y
la muerte. De su vida y de su muerte. Es partícipe del misterio de su origen y de su fin
terrenal. Pero durante su transcurrir por el mundo, más de una vez recorre el misterio:
Hombre de cenizas que contempla el cielo
en la sonrisa de cada amanecer,
transido de dolor por el tiempo que pasa
inexorable, y en la ausencia del verbo.
Solo en su tragedia de ser en el mundo.
Con el sí en los labios

164
y la afirmación ante la vida.
Desolado de horizontes.

En la desesperación, se impone más el sentido de la muerte que el sentido de la vida.


A pesar de todo, la vida es afirmación de sí misma. Afán de permanencia y que dice
sí en todo acto y obra del hombre genuino. El hombre dice sí a la vida a pesar de la
muerte, y en su afirmación se trasciende a sí mismo, por obra y gracia de su fe en la
existencia, y así rinde honor a la divinidad que subyace en todo acontecer.

El humano debe encontrar el hilo conductor del sentido en su acontecer en el


mundo; en su propia sustancia como ente biológico, simbológico y social. Un sentido
que guíe sus pasos por el mundo, al que pueda dar lo mejor de sí mismo. Ésa es la
afirmación en la vida que rehúye todo llanto: Una rotunda entrega a la vida, a través
de encontrarle su sentido.

En la frontera de la duda perecen los sueños del entendimiento tradicional. Se


hunden en el desfiladero, aunque el alma desolada se aferra a la vida. Es en ese punto
donde se ha de cimentar y estructurar la existencia, pues Dios era el sueño, la ilusión
que más amábamos y en ello se asentaba una razón de ser: Una ilusión, un sueño, que
negaba al mundo y al mismo ser humano.

Se había revestido a Dios con el ropaje de la moral, de la creatividad y del poder sobre
la vida y la muerte. Y de pronto, al dejarnos de sueños emerge la desnudez y el silencio;
el valor de la soledad que hiende tinieblas; la fe en lo transitorio que se hunde en el
espasmo del sueño; la vida desamparada de ilusiones que busca afirmarse a sí misma.

En el desamparo y la soledad, el ansia de Dios persiste. Crece la responsabilidad ante


la propia existencia. Cada acto dimana del propio individuo y es su responsabilidad
absoluta, y lleva el peso inaudito de toda la existencia pues no hay otro lugar de
redención que esta tierra. Aquí es el único lugar posible donde han de florecer y perecer
los actos humanos: la eternidad es un presentimiento, una meta que escapa a los
sentidos y a la razón. Cada acto humano genuino echa raíces en la vida; va creciendo
y desarrollándose por la savia de la experiencia. Cada acto a la vez que reclama
permanencia es olvido y abandono; es un sí afirmativo y de renuncia. Cada acto
reclama su fruto vivo en la experiencia: de alegría, de placer o dolor. Pero en cada acto
la vida crece; el hombre crece y se desarrolla, y en la muerte se concentra la satisfacción
de haber vivido. Y no hay más que decirle sí, igual que se le dijo sí a la vida.

165
Dios es el fundamento de todo lo que existe que en sí lleva el germen del misterio
que lo sustenta. Entre todo lo que es, el humano es privilegiado por la conciencia,
pues es el único que puede vivir en sí y situarse ante el misterio. Es el único que con
su imaginación pretende eludirse de la vida y su responsabilidad ante ella. Al no
responsabilizarse de sus actos, va creando una existencia inauténtica. Al no aceptar
su finitud y toda la vida que en ella se concentra, se lanza hacía confines imaginarios,
más allá de este mundo. Así, vive su fantasía, y no su existencia encarnada. Su
experiencia en Dios.

La idolatría se puede considerar como una manifestación inferior de lo absoluto


o trascendente. Sin duda una forma de enajenación ya que en este caso el hombre
proyecta y deposita sus poderes en el ídolo elegido y que puede tomar diversas formas
de adoración y apego.

En cierto modo, - y desde este punto de vista – el mismo hombre proyecta su


divinidad prostituida. Dios, cuando se idoliza tiene mucho de la imagen del hombre.

Existen múltiples formas de idolización, y se podría decir que nadie está exento de
alguna forma de idolización. Cada quien vive de manera particular la experiencia de
Dios, aunque habrá muchos inconscientes, perezosos, que ni siquiera experimenten
la inquietud de Dios, pero eso no impide que tengan sus ídolos. Un ídolo necesita
ser concientizado para ser adorado. Una gran mayoría – sin duda - , cifra su gozo en
la adoración inconsciente de sus ídolos. El apego, cualquier forma de apego, tiene
algo de idolización. Dios tiene que ver con la libertad y sólo se presenta ante aquellos
que son libres y sensibles, pues la sensibilidad y la intuición pueden propiciar el
acercamiento y la probable experiencia del misterio que es una puerta que puede
abrirse dando paso a la experiencia de Dios. Dios es uno pero se manifiesta de
modo diferente a cada ser humano, pero su núcleo iniciático es el misterio. Lo
incognoscible pero que puede ser apresado por el alma. Al misterio, a Dios, tan sólo
se llega por las vías del alma, del espíritu.

Si Dios es el sumo bien, y la perfección, entre otros atributos, el hombre ha puesto su


representación por los suelos. Han triunfado los ídolos sobre la divinidad. Los ídolos
del dinero, el poder y la ambición, que amenazan con destruir todo el orbe.

166
Dios, idolatría e ideología

La idolatría se puede considerar como una manifestación inferior de lo absoluto


o trascendente. Sin duda una forma de enajenación ya que en este caso el hombre
proyecta y deposita sus poderes en el ídolo elegido, que toma diversas formas de
adoración y apego. El mismo hombre proyecta su divinidad prostituida. Dios, cuando
se idoliza, tiene mucho de la imagen del hombre. Nadie está exento de alguna forma
de idolización. Cada quien vive de manera particular la experiencia de Dios, aunque
habrá muchos que ni siquiera experimenten la inquietud de Dios, pero eso no impide
que tengan sus ídolos.

Un ídolo necesita ser concientizado para su adoración. Una gran mayoría – sin duda
- , cifra su gozo en la adoración inconsciente de sus ídolos. El apego, cualquier forma
de apego, representa un grado de idolización.

Dios tiene que ver con la libertad y sólo se presenta ante aquellos que son libres
y sensibles, pues la sensibilidad y la intuición pueden propiciar el acercamiento
y la probable experiencia del misterio. Dios es uno pero se manifiesta de
modo diferente a cada ser humano, pero su núcleo iniciático es el misterio: Lo
incognoscible que el alma logra apresar. Al misterio, a Dios, tan sólo se llega por
las vías del alma, del espíritu.

Si Dios es el sumo bien, y la perfección, entre otros atributos, el hombre ha puesto


su representación por los suelos. Han triunfado los ídolos sobre la divinidad. No
hay espejo posible pues la presencia de Dios niega toda representación. En este caso
ya no es Dios sino el ídolo. Dios no puede ser representado ni conceptualizado de
ninguna manera, todo acercamiento a lo absoluto no es más que una aproximación.
Dios como tal es inasible a cualquier forma.

Siempre que hablamos de Dios hablamos de nosotros mismos, de las ideas que acerca
de él nos hemos forjado. Inevitablemente hay algo de idolización en la idea que al
respecto nos hemos forjado. O al menos hay algo de humano en ella. Es inevitable:
Dios ha de pasar por el tamiz de la experiencia humana. A través de ella se elaboran
ideas, conceptos, se tienen vivencias, creencias y convicciones acerca de Dios, de su
existencia o inexistencia. Cuando no pasa del mundo de la idea, Dios es un concepto
sin alma, que puede tener diversas connotaciones, y es en ese sentido que Dios ha

167
sido convertido en todopoderoso guerrero, destructor, que los genocidas han hecho
su aliado y supuesto protector. Las guerras se han librado en su nombre.

El dios de las ideas es un dios para traer y llevar, un dios para el uso diario. Muchas
veces un repecho ideológico para quien se experimenta impotente y desvalido, para
quien no confía en sus poderes humanos. El dios de las ideas es con frecuencia un
dios antropomórfico, idealizado e idolizado, es decir, que detenta los poderes que el
hombre ha transferido hacía él, y ante los cuales el hombre se prosterna inerme y
suplicante. Así el hombre se engatusa a sí mismo.

En esta concepción de dios, caben todas las ideologías, fanatismos y confrontaciones


religiosas entre los adeptos de las diferentes religiones y sectas. Creer diferente es
motivo de descalificación y hasta de persecución, agresión y muerte. Los dioses
coexisten por las calles, se han vuelto populares. El hombre se somete a las ideas que
lo encarnan en su religión particular, pero generalmente impuesta por una tradición
ante la cual se ha crecido, sin reflexión ni critica. Sordos ante la propia experiencia.
Es así, sin convicción, que se rinde culto al dios de tal o cual religión o secta en
particular.

Muy diferente a la ideología es la convicción de la existencia o inexistencia de dios,


basado en la experiencia personal y en las vivencias al respecto.

Existe un fundamento inexplicable de todo lo que existe. Hacía esta experiencia


apunta toda convicción de Dios. Si somos parte de lo creado todos somos parte de la
existencia divina. Eso cuando se acepta a Dios como un creador de todo lo que existe.
En este caso Dios es el fundamento de la existencia. En el caso contrario – cuando no
se le acepta como creador-, la vida deviene “una pasión inútil”, como lo expresó Sartre.

¿Es posible librarse de una idea de Dios? ¿El hombre puede darse sus propios
valores?
¿Realmente Dios es necesario como fundamento de lo que existe, y para darse una
moral?
¿Sin Dios, en qué cambian los valores que el hombre se da a sí mismo?

Hay quienes dan por sentado que sin Dios la vida carece de finalidad y sentido. Sin
embargo, la religión budista Zen, que no reconoce a un Dios, tiene sus propios valores
morales, y la iluminación en lo que culmina la práctica Zen podría considerarse como
una experiencia de tipo místico: es una experiencia en la que el sujeto se pierde a sí

168
mismo en aras de la totalidad y la trascendencia. En esa religión hay un gran respeto
por la vida y la experiencia; profesa el amor y el desapego hacía todo lo que existe.

Dios y el vacío pleno que propone el budismo están vinculados, aunque los budistas
jamás mencionen a Dios. La diferencia con otras religiones es que la religión budista
está totalmente desidolizada. En todo caso, podríamos decir figuradamente que
tienen un Dios que no se puede nombrar pero que se vive en la experiencia del
Nirvana, del vacío pleno o del satori: Otra forma de experimentar a Dios, en su forma
más pura, sin nombre, y por lo tanto sin reconocerlo como tal.

En un sentido profundo y metafísico, considero que tienen razón quienes postulan


como fundamento primero y último de la existencia a Dios, y como fundamento de
la moral; pero también es cierto que el hombre puede darse sus propios valores y que
estos existen en religiones sin Dios. La búsqueda de Dios debería de ser una tarea
individual basada en las propias experiencias, para que el individuo esté en capacidad
de darse sus propios valores.

Los ídolos consuelan, son una túnica de paz en el transcurrir existencial. Tienen
el signo materno de la seguridad, el aliento ficticio que pretende curar o paliar
la desvalidez humana, por eso a los ídolos se les da una función consoladora y
comprensiva. Todo ídolo, Dios mismo cuando se idoliza, implican una alienación:
el hombre se hace más pobre y se deshumaniza, renuncia a sí mismo, a su identidad,
a su personalidad, a sus deseos íntimos y a su realización personal: renuncia a la
angustia de ser él mismo, y al riesgo de vivir genuinamente.

Sin angustia no hay Dios posible. Renunciar a la angustia es renunciar a sí mismo.


La angustia a la vez que es sello de la fragilidad humana, es fuente de su poder: es
la posibilidad de ser en el mundo en continuo cambio. La angustia vive y muere
en el corazón del hombre. Hablo de la angustia acerca de Dios, incognoscible
e inaprensible, un mero signo de la sustancia de la existencia. El preámbulo de
todo amor por la vida, signo de la armonía y de la perfección posible en el mundo.
Sin el hombre que se angustie no es posible Dios, si acaso, los ídolos. De puro
presentimiento, Dios se configura en el horizonte de la propia existencia, pero nunca
toma forma ni nombre.

Dios está con quien ama su destino, toma forma en el desenvolvimiento de una
existencia genuina y sin ataduras, que conoce el vaivén infinito del silencio. Los
ídolos alejan al hombre de su destino personal o lo descarrilan.

169
Los valores a sí mismo son los que fundamentan la existencia humana. Luego, la
moral, la ética, proceden de Dios y están inextricablemente unidos a la existencia y a la
práctica de la vida. Dostoievski afirmó que sin Dios todo está permitido. Pero no es cosa
precisamente de la existencia en sí de Dios, sino en la inconsciencia de su existencia.
El hombre ha dejado de introyectar tales valores y se guía por sus ídolos y proyecciones
de su ambición, deseo de poder, avaricia, y la destructividad que le son concomitantes.
La ausencia de Dios en la vida de los hombres, y su sustitución por los ídolos llevan al
mundo a la destrucción. Dios no ha muerto, ha sido sustituido por los ídolos.

Religión

Si consideramos a los valores como la culminación de los principios morales


elaborados por el propio hombre a través de la historia, las religiones solamente han
sido depositarias de una tradición determinada.

Dios adopta la faz terrible de cada era que lo contiene, pero siempre habrá un dios de
contentillo que raya en la idolatría, porque hay cierto tipo de gente que requiere de
un perdón ficticio y sin arrepentimiento. Es una tragicomedia del tamaño del mundo.
Por ejemplo las narcolimosnas donde está presente la avaricia de los representantes
de Dios en la tierra. Estoy hablando del cristianismo real. De la índole del
subterfugio religioso que trueca lo trascendente por lo terrenal abyecto. Del negocio
en el cual se ha convertido la religión. Es obvio que en las iglesias como instituciones
creadas por el hombre haya lucha por el poder y tendencias políticas o facciones con
una u otra ideología; es patente que hay avaricia y egoísmo; trasgresión de sus propios
principios morales como lo hacen patente los escándalos de pederastia en que se han
visto envueltos en todo el orbe, centenares de sacerdotes y “funcionarios” católicos. La
hipocresía y la mentira han devenido el signo de la religión y la política.

La tragedia reside en que el hombre no se toma en serio, ni toma en serio a Dios y a


la religión. Los ritos devienen una costumbre sin contenido trascendente, algo que se
cumple y practica mecánicamente como una norma impuesta desde fuera. En estos
casos Dios es el escándalo de la conciencia descreída. La avalancha del miedo. Aquel
lado deshabitado del hombre. La costumbre inconsciente impuesta desde la infancia.
Un signo más de vacío en la mente. En pocos, trémula búsqueda y convicción.

170
Poco a poco, a fuerza de martillo
se va construyendo
el silencio de la verdad.
A la intemperie,
sin la cobija del engaño
se va construyendo
el silencio de la verdad.
A la intemperie,
sin la cobija del engaño
en la inocencia,
libre de ataduras:
de Dios, señuelo de la vida eterna,
de Dios, remedo de vida,
de Dios, en las catacumbas del ser.

Dios no necesita de las religiones. Lo que han hecho es burocratizar la idea de


Dios en su provecho y como una forma de someter al hombre. Lo que pretenden es
mantenerlo en las ilusiones que los mismos hombres han creado e institucionalizado.

Para Nietzsche “en el cristianismo, la religión no está en contacto con la realidad, la


moralidad tampoco. No hay más que causas imaginarias ( Dios, el alma, yo, el espíritu,
el libre albedrío, o el albedrío no libre) y otros varios efectos imaginarios, (el pecado, la
salvación, la gracia, la expiación, el perdón de los pecados); una relación imaginaria entre
los seres (Dios, los espíritus, el alma); una ciencia natural que sólo existe en algunas
imaginaciones, (antropocéntrica, con carencia absoluta de las causas naturales); una
psicología imaginaria (nada más que equivocaciones, interpretaciones de sentimientos
generales, agradables y desagradables, tales como los diversos estados del gran
simpático, mediante el lenguaje figurado de las idiosincrasias morales y religiosas, el
arrepentimiento, la voz de la conciencia, la tentación del espíritu maligno, la presencia de
Dios); una teología imaginaria (el reino de Dios, el juicio final, la vida eterna).”

¿En qué medida al posesionarse de Dios, una religión, lo idoliza? Así, Dios se vuelve
depositario de una ética peculiar, dependiendo de la religión, y administrador de la
vida en el más allá.

Una ética es necesaria para el ser humano. Son principios de respeto a la vida y a su
desarrollo y crecimiento. Sin embargo, ¿qué necesidad hay de un premio o un castigo
allende esta vida?

171
Ello implica aceptar una moral de cariz eterno, y en tal caso habría que desligarla de
lo terrenal, y resultaría un suprahumana. Pero entonces ¿qué sentido tendría aplicarla
a lo humano? ¿No sería entonces una ficción? Habría que atenerse a una moral de la
vida y para la vida terrenal, y no a una moral ficticia.

Esto ocurre en el ámbito de las religiones ya que imponen una moral mediante
una creencia irreflexiva y alienada. De ahí la escisión entre conducta y creencia, y la
práctica frecuente de la incongruencia moral. Entre el espíritu y la letra, incluso en
aquellos que se dicen representantes de Dios en la tierra.

La idolización en las religiones es universal. Los templos deberían de estar adaptados


para el dialogo y la comunicación con lo trascendente e inasible, irrepresentable
bajo cualquier forma, y en todo caso los sacerdotes deberían de ser tan sólo los
facilitadores de ese acercamiento a lo trascendente.

La hipocresía moral como toda hipocresía tiene dos caras y que se traduce en
conductas y actos: de aparente devoción y cumplimiento moral a la letra; y por el otro
lado, de constantes infracciones.

El mal como el bien necesita de un espectador y actor que no es otro que el ser
humano, gracias al atributo de la conciencia.El bien y el mal tienen raigambre social
e individual, que desde el punto de vista psicoanalítico enraízan en el desarrollo
socio psicológico. Y son los sentidos y el dolor y el placer los ejes de la concepción
individual de lo que es bueno y de lo que es malo. La base sobre la que se constituye
la conciencia moral descrita por Freud.

Pero toda conciencia moral cabe verla sobre el plano sociocultural y político.
Con base a los valores que ha establecido toda sociedad y cultura; hay una moral
individual que procede de los sentidos y una moral social derivada de los usos y
costumbres sociales, tanto locales como universales. Y existe por otro lado una moral
que se ha trasladado a las religiones y que pretende ser de carácter universal, es decir,
válido para todo ser humano.
Nos movemos en los diferentes niveles o campos del bien y del mal: individual y
psicológico; social, y religioso.
Habría que agregar a lo anterior que los principios de bien o mal, en cualquiera
de los planos mencionados pueden ser conscientes o inconscientes, y de la misma
manera pueden ser una creencia o una convicción, pueden o no estar arraigados en lo
íntimo del ser humano.

172
El que sea una mera creencia permite que los principios se transgredan con absoluta
impunidad. En tal caso se predica el bien y se hace el mal, pero se sigue aparentando
una conducta intachablemente moral. Cuando es una real convicción se actúa de
acuerdo a los principios morales.

Las pugnas entre la moralidad y la inmoralidad, entendidas como el respeto o falta


de respeto por la vida, pueden llevar a la destrucción del género humano, ya que
hemos creado un mundo en el que privan los intereses económicos y materiales,
sobre lo espiritual.

La idea metafísica de la no existencia de Dios, cuando se le concibe como fundamento


de la la moral, tiene consecuencias que se manifiestan como un gran vacío interno;
la falta de una ley moral, así como la dilución entre el bien y el mal y lo que está
permitido y lo que no está permitido, y esto ha sido fielmente retratado en personajes
de obras existencialistas como Mersault, de Camus, y Roquetin, de J. P. Sartre, en
“El extranjero” y “La náusea”. Ellos reflejan la incapacidad humana y solamente
humana para darse sus propios valores ya que conciben a Dios como fundamento de
la existencia y de la moral humanas. Según ellos, al no haber Dios la vida carece de
sentido y de pasión por el bien o el mal. El hombre queda despojado de su mismo
ser y de su esencia, de la pasión por la vida. Queda convertido en una marioneta a
merced de sus impulsos; sujeto a una rutina estéril y sin futuro, sin esperanza ni fe en
sí mismo. El ser humano pesimista y deshabitado de sí mismo por excelencia.

En cierto sentido, Dostoievsky lo predijo con su afirmación de que todo esta


permitido si Dios no existe. Es decir que también lo veía como fundamento de la
moral. Además consideraba al hombre incapaz de ejercer su propia libertad, por lo
cual éste la entregaba en manos de los sacerdotes a cambio de le esperanza.

Los existencialistas ateos conceden al hombre la capacidad de ser libres para darse un
fundamento a su existencia, pero generalmente se trata de una libertad condenada al
fracaso. Predomina la vida como “una pasión inútil” frente a la capacidad de darse los
propios valores y un sentido personal a la existencia.

Por el contrario, Fromm nunca niega la capacidad del hombre para darse sus propios
valores y para ser libre, aunque se afirma como no teísta, deriva los valores y la
moral humanas de la tradición histórica de la religión judía. Asimismo, considera al
hombre como un ser capaz de desarrollar por sí mismo sus potencialidades.

173
En el primer caso el hombre está vacío y es incapaz de ser libre y de darse sus propios
valores y su moral; y en el otro, el hombre es origen y de él mismo dimanan la
capacidad de darse valores y de autorrealización.

En el hombre, la conciencia y la libertad son atributos que le posibilitan conozca la


perfección y armonía inherente al mundo, así como acceder a las nociones del bien
y del mal, y de darse una moral que podría resumirse así: lo bueno es todo aquello
que está al servicio de la vida, de su crecimiento y perfectibilidad. Y el mal sería lo
contrario: atentar contra la vida en cualquiera de sus manifestaciones. Si el mal es
inherente a la materia, éste se muestra y desarrolla en forma intrínseca a la misma,
que podrían ser la degradación y transformación decadente.

El mandamiento supremo emanado de aproximarse al misterio de Dios es el respeto


por la vida. Es algo que el existente comprende como trama subyacente de todo lo que
es. El misterio es consustancial con la vida. Es la vida misma, de ahí que la intuición
humana de sus mejores hombres le haya traducido como su principal valor y del cual
derivan otros preceptos morales como el amor hacia los demás seres que pueblan el
universo. La moral nace del misterio y de ese vacío interno o ansia de eternidad. Pero
nace de lo intimo y genuino del ser, y no como algo socialmente impuesto.

Dios de ayuno y miseria


Dios en la inmisericorde
cadena de la causalidad,
Dios en cara y aliento.
Dios de las venganzas
y las guerras,
Dios iracundo y tuerto de amor.
Dios peregrinando por la tierra
Dios ausente, ciego y sordo.
Dios fuera del alma mía.
Dios sin misericordia
por los que sufren,
Dios del pan ácimo
y el agua estancada.
¡No eres hombre
pero como te le pareces!
Dios sin lágrimas,
alejado, más allá

174
de toda consideración.
Dios que engulle las lagrimas
y el sufrimiento,
Dios apenas apareciendo
por el crepúsculo
Dios de las llagas y los tormentos
Dios apenas audible,
mi semejante, mi hermano.
Dios a tientas por los recovecos
Del alma.
Dios de abismos
putrefactos.
Dios doliente,
Dios indiferente
Dios en las estalactitas
del olvido.
Dios, dios, dios, inasible
a tientas y sin ojos
te busco...
Dios,
serpiente en mi costado.

Experiencia mística

¿La experiencia mística requiere de Dios, o de intérpretes en sotana? Considero a


la experiencia mística como una experiencia de unión o comunión con todo lo que
existe. Es experiencia de lo divino, del misterio que anida en todas las cosas y en la
vida. Es la experiencia de la disolución del yo en esa unión con la trascendencia.

La experiencia de lo absoluto, la fusión del hombre con el misterio, con el


fundamento último de lo que es y de lo que no es, constituye la experiencia mística.
Sí de alguna manera entendemos o aceptamos testimonios de los místicos estamos
aceptando que existe Dios, la experiencia del mismo, de algo divino que rebasa toda
concepción humana y que sólo conocemos por aproximación y gracias a los místicos.

175
Lo trascendente no necesariamente tiene que referirse a Dios. En todas las cosas,
en la vida misma hay un misterio, algo incognoscible por la razón y que se refiere
a la raíz misma de la existencia de todo lo que es. En el ser humano tiene que ver
necesariamente con la conciencia y el afecto, pues solamente esta fusión puede dar
cuenta de la experiencia mística y solamente con un lenguaje figurado ya que tal
experiencia en sí resulta inexpresable por medio del lenguaje lógico.

Dios es la manifestación extrínseca y opuesta a la nada. Generalmente su existencia


potencial se presenta a la mente humana en su desvalidez ante la natural finitud y
acabamiento. El hombre se revela ante su impotencia y recurre a Dios. Se desgañita
y desgarra su alma pues no quiere morir ni quiere sufrir. Mientras más impotente
más necesitado de Dios. Sin embargo, desde un punto de vista lógico, Dios nada
tiene que hacer ante la impotencia del hombre, ha de ser éste quien está obligado a
actualizar y poner en marcha sus potencialidades. La pretensión de que Dios ejerza
su omnipotencia en resolver los avatares de la enfermedad y la muerte, no es más que
una ficción en la mente del hombre.

Es erróneo también pretender que Dios corrija o salve de los errores que se cometen
en el diario vivir y en los negocios. Dice el dicho: “golpe dado ni Dios lo quita”. La
necesidad de Dios de ninguna manera ha de agotarse en trivialidades. En esencia, y
verdaderamente, Dios tiene que ver con lo eterno y con el misterio, con esa región
donde el intelecto no puede comprender más. Dios significa la angustia ante la
propia impotencia. Y el hombre clama a Dios inútilmente.

Ni siquiera Dios existe fuera de la subjetividad. Hay un interjuego entre aquello que le es
intrínseco al ser humano, y aquello que le es extrínseco. Dios surge como una alternativa
ante lo incomprensible y ante lo amenazante que se expresa en la angustia existencial

Dios es la parábola
que no acaba de nacer.
Es el grito perdido
en el espacio infinito.
Es la luz inextinguible
de la esperanza.
La luz que alienta
la pupila.
El grito arcaico del amor.
El aroma que jamás se posa

176
en los labios.
La incertidumbre que se ahoga
de rocío.
La desdentada risa del mundo
que ya no se oye más.
El sortilegio más allá
del sonido.
La siempre impalpable
metáfora del verbo amar.

El conocimiento de Dios elude toda lógica, si acaso puede darse una aproximación
es por medio de la metáfora. Sacude los caudales del alma. Dios es una presencia
cósmica. Y lo demás: creencias, convicciones, atributos y parafernalia icónica, son
superfluas creaciones humanas, fantasías e imaginaciones hipóstasis que suple a
la vida. Dentro del amplio margen de la soledad y la desvalidez humana, ante el
cosmos y ante el infinito, ante la vida y la muerte, es de imaginar que cabe la creación
consoladora de Dios o de los dioses.

Para liberarse es necesario aceptar la propia finitud e insignificancia ante el universo,


y ante la vida y la muerte. Y así, poco a poco desasimos las manos del caos interno
y de las ataduras que hacen una tragicomedia de la vida llena de amenazas ficticias
(la culpa, el infierno, el pecado, la redención). Si Dios existe nada tiene que ver con
los asuntos humanos, es, en todo caso, como una flor que retoña ante la conciencia
emancipada, ante el ser interior liberado de todo apego y ficción.

Dios es un sueño
de eternidad
que se aloja en toda
materia.

El hombre sufre más el desgarramiento del amor, de la vida, por su conciencia. En la


medida en que estamos habitados por Dios, en esa medida estamos vivos.

Es muy importante como se conciba a Dios pues de ello se deriva nuestra actitud
hacía Él. Quienes lo conciben como un padre protector, sabio y benévolo: si tienen
una actitud pasiva ante la vida, esperan que les resuelva sus problemas. En contraste,
si se experimenta como una fuerza incognoscible pero presente a toda materia y parte
o causa de la armonía intrínseca de esa materia, como fundamento de la vida y del

177
movimiento, como la perfección misma, como fuente y origen del bien y del amor,
no se pedirá ni esperará una solución extrínseca a la vida. Por el contrario, quien así
lo interioriza sabe que ese bien y amor como divinos también son inherentes al ser
humano y que toca a éste el despliegue de sus potencialidades divinas o humanas.

Dios no debe ser el menor obstáculo para que el hombre sea responsable de la
búsqueda de su destino, de su vitalidad y de la selección peculiar de su propia
existencia. Lo que prevalece en la cultura religiosa es esa actitud pasiva, del que vive
esperando milagros y que están dispuestos a creer cualquier cosa como milagro. En
eso se fundamente el fanatismo religioso.

Si no existiera la angustia como tal, y la angustia al morir, Dios no sería necesario,


pero el hecho es que la angustia existencial es omnipresente e ineludible, de ahí se
sigue que Dios es insoslayable: la necesidad de Dios como una presencia de armonía
y de un amor infinito, siempre están presentes.

Existencia o negación de Dios

La inalienable presencia del Ser se reconoce en el misterio. Éste surge ahí donde la
lengua enmudece. Y no es tan sólo cuestión de intelecto, sino también de intuición.
Con la primera podemos analizar o examinar aquello que es trascendente o absoluto
en lo contingente; y con la segunda podemos presentir el misterio inmanente al
mundo, a la creación, al cosmos.

Lo absoluto, o Dios está presente en todo, y lo que resulta discutible son las
consecuencias de dicha presencia; o los atributos derivados por el hombre como
son las representaciones antropomórficas. Otra consecuencia no menos falaz: la
identidad psicológica relacionada con lo antropomórfico y con el idealismo. Como
los atributos de lo trascendente son el bien, la sabiduría, la potencia, la creatividad,
la trascendencia sobre la muerte, el hombre pretende – erróneamente – la solución
a todos sus problemas que tengan que ver con los atributos de lo absoluto, y que
generalmente se le atribuyen a Dios.

Ya que Dios resulta irrepresentable e inimaginable de cualquier forma, tal vez el


Budismo con el vacío pleno que postula, se encuentre más cerca de Dios. Un Dios

178
ajeno a los asuntos y anhelos humanos. El satori o iluminación podría equipararse a
una experiencia mística armónica con la propia deificación, con la culminación de la
experiencia de la propia divinidad, con la experiencia del vacío pleno.

Dios existe, lo que resulta difícil es expresarlo. Para aceptar su existencia es necesaria
la experiencia de lo intangible y eterno en uno mismo. Quien no puede hacer este
movimiento del espíritu, no podrá acceder a la experiencia de lo inexplicable o
absoluto. Existe también una vivencia y expresión vulgar de la experiencia de Dios, y
se da en aquellas personas impotentes, infantiles e irreflexivas que se asumen como
hijos ante un padre todopoderoso.

En general, las religiones lo que hacen es vender la imagen de Dios que responde a
las características psicológicas de sus fieles: de infantilismo y necesidad de protección
en la religión, de sumisión total.

Una cosa es que Dios exista y otra muy distinta que sea necesario a la existencia humana
y a otras formas de ser y existir. Si lo consideramos como un principio inherente a todo
lo que existe – como un principio trascendente y en cierto modo incognoscible-, ¿cuál
es entonces su fundamento y su acción? Acaso el principio vital que anima toda forma
de materia y que en el hombre –gracias a su capacidad reflexiva – se convierte en algo
intangible y que rebasa la capacidad de comprensión humana. El hombre se acoge a Él
por intuición pero ahí es donde fracasa toda interpretación que no esté fundamentada
sobre la experiencia del misterio, o intuición del fundamento último de todo lo que es.

Si el hombre se entrega a Dios en cualquier forma o representación concreta ya


sea de Dios o sus atributos, pierde la búsqueda por la trascendencia tanto de lo
representado como de su búsqueda personal, pues su espíritu se queda aprisionado en
los ídolos y ya no puede levantar vuelo.

Dios es un enigma que nos une amorosamente con el mundo, con los demás, y
con nosotros mismos. El no poderlo nombrar ni conocer nos habla precisamente
de su presencia. La presencia divina en el Ser, en la mente de todo humano es una
necesidad. Esa necesidad fluye en el vacío infinito que habita en todos, como infinita
nostalgia de lSer pleno. O nos decidimos por Dios y la vida, o por su contrario: la
inactividad y el hastío. En esto está implícito que somos habitados por Dios, quien
es movimiento, acción, creatividad. Sus opuestos serían la quietud improductiva y la
falta de actividad. De ahí la importancia de reconocer entre una actividad productiva
y una actividad improductiva.

179
Dios es tiempo absoluto a favor de la vida y por tanto de la libertad y el crecimiento
espiritual. Pero generalmente se vivencia un dios hipostasiado, proyectado como
ideal moral del propio ser humano y al que se conceden poderes absolutos sobre la
naturaleza, y que dictamina lo que es bueno o malo para el hombre, con lo que se
quita a éste la facultad de darse sus propios valores. La idea puede ser más radical.
La existencia de Dios impide al hombre la espontaneidad en la generación de sus
propios valores

Y aquí cabe hacer una distinción acerca de los valores. Para Nietzsche los valores
tienen una raigambre histórico cultural que se han tergiversado a través del tiempo,
llegando a representar exactamente lo contrario a su significación original, negando
la magnifica espontaneidad del cuerpo como hacedor de principios y valores. Opone
los valores que descubre desenmascarando al cristianismo que pregona una moral de
esclavos. Por el contrario el hombre dionisiaco es libre, espontáneo, capaz de vivir de
acuerdo a sus instintos originales: de poder, dominio y valentía.

Dios es la semilla de la cual crece y se desarrolla toda vida. Ahí donde está el
misterio, Dios se está revelando. Dios da la cara en el misterio. Sólo quien se enfrenta
a ese misterio tiene la posibilidad de acercarse al misterio divino.

Dios es una necesidad espiritual que muchos tratan de pasar por alto o negarlo: su
existencia o no existencia dependen de la experiencia de cada ser humano. Depende
de la intuición y la sensibilidad, y en cualquier caso, siempre habrá un vacío, algo
de incomprensible. ¿Qué importancia tiene que exista o no exista? Podríamos decir
que es el fundamento de una moral; sin embargo, igual puede tener una alta moral
alguien que no crea en Él, o alguien que si crea. Pero la creencia, o la ausencia de ella,
no eliminan el hecho de su posibilidad. En todo caso lo que importa es la repercusión
que pueda tener en el hombre su creencia en Dios o la negación de su existencia.
Dios es depositario de la vida, del amor, de la libertad, y las comparte con el hombre.
Caso contrario si Dios impone su moral, el hombre no es libre de darse
espontáneamente sus propios valores. Como una creación inherente al ser
humano como especie, como un logro de los ideales humanos, de la aspiración de
perfeccionamiento espiritual y de trascendencia.

No se puede convencer a nadie de la existencia o no de Dios, en todo caso es una


convicción íntima que se va forjando a través de la propia existencia de cada uno, de
ahí la inutilidad de toda argumentación en ese sentido.

180
La forma de creer reviste en importancia ya que hay quienes lo idolizan, y hay
quienes creen en Él como el misterio último, impenetrable, pero presente en todo lo
que existe y con una existencia inmanente a toda forma.

Nadie puede probar que exista o no exista, pero sí se puede afirmar lo uno o lo otr,
con sus respectivas consecuencias; así propongo liberarse de fantasías y ficciones.
Y algo de lo que se puede estar seguro es que Dios nada tiene que ver con las
expectativas humanas acerca de Él. Varios autores han dedicado en gran parte su
obra a demostrar ya sea la existencia o inexistencia de Dios, y las consecuencias que
de ello derivan. En el caso de Nietzsche el hombre debe darse su propia esencia,
caminar solo por la vida, entregarse a su destino, demoler la falsa moral que ha
predominado por siglos y asumir una moral propia, afirmativa de la vida y que
conduzca a una transfiguración espiritual y a un nuevo hombre capaz de darse valores
y de disfrutar plenamente de la vida.

Dios inasible

Siempre que busco a Dios me topo con el vacío;


o bien, el vacío existe o yo estoy loco de vacío.
Y si no existe, ¿dónde me voy a dar de narices?
Debe de ser un muro en el cual dos más dos no son cuatro.
Un muro a cuatro pies de insistencia.
La insistencia y la perseverancia en buscar el vacío
hasta el agotamiento dará sus frutos,
porque a fuerza de tanto insistir
o llega la certeza o llega el desengaño
que no son más que polos opuestos
que estaban desde el principio,
y me quedo perplejo en la misma dualidad.
Pero el vacío siempre es un ansia que se diluye
en la nostalgia del puede ser.
Un beso de la existencia que se incendia
y que se ilumina en su propio vacío.
La nostalgia de infinito. El rescoldo del último fuego.

181
Acribillado de nostalgia. El recóndito misterio
donde los sueños, las ilusiones y las fantasías,
se tejen sin fin.
Estoy a solas de silencio
estoy a solas de vacío
Simplemente estoy desolado de muerte.
En vez de nada viene la desolada
infinita
arquitectura
del universo
unidos en un haz de luz y sombras,
de finito e infinito, y el misterio
esfumándose a mil años luz.
A toda causalidad subyace el misterio.
Es el azar incomprensible a la mente.
Una reliquia de la unicidad
hambrienta del cosmos.
La vela perpetua de la inmortalidad.
A solas, a trasmano del vacío
buscando a Dios
me doy de narices con la nada.
Tal vez eso ocurre porque busco fuera de mí.
La subjetividad es un pozo de nada
que apunta al infinito.
De la nada, y sin embargo...
Lo cierto es que yo existo
y de mi mismo procede la misma nada
donde el vacío se pasea
como una noche estrellada.
La síntesis de la conciencia vaga
por los espacios siderales.
Dios tiene la forma del vacío pleno
que se presenta al espíritu, a la mente vacía,
en momentos privilegiados,
entonces la nada es el comienzo
de un viaje sin retorno. Una transformación,
la alquimia de la experiencia.

182
A la vez, se sabe que es innecesario
que no importa la demostración o no
de su existencia.

Los dioses de barro expresan la confusión de los sentidos y de la mente. La


impotencia, el ansia de infinito y eternidad insatisfechos, y el miedo a la muerte.
El hombre crea a Dios a imagen y semejanza de su vacío interior. En sus ansias
insatisfechas los hombres son muy semejantes, por eso también los dioses se parecen
entre sí y ofrecen cosas parecidas.

Dios o su fantasma camina a tientas


por los pasillos del alma.
Toma forma y se desvanece
con los vaivenes de la mente.
No hay suplicas ni plegarias,
sólo la infinita tristeza
de que no sea cierto.
Y a golpes de ciego, en vano,
el alma no se resigna
y sigue buscando
como una cadencia de voz
que engulló el destino,
que cayó
en el vacío del camino.

A tientas sin trasiego sigo buscando,


como al hoyo negro donde estaba
/la estrella.
El escrutinio del ojo busca por las tinieblas
desérticas del alma.
Es una búsqueda que se sienta en la nostalgia
del infinito,
y que siempre deja en la misma desolación

Dios es la certeza del Ser que no puede pronunciarse; por lo mismo no tiene o no
son posibles los predicados.
Es convicción de la propia e intransferible experiencia y que tal vez ni sea necesario
llamarle Dios. Es el que es, pero sujeto a la experiencia que siempre bordea abismos

183
de la nada. Lo que importa es la experiencia fundamental de Dios, y como toda
experiencia intransferible.

Ya sea que el hombre sea teísta o ateo, en todo caso su libertad debe estar sobre sus
creencias, sin renunciar al imperativo categórico de darse sus propios valores, caso
contrario, deja de ser artífice de su propia vida, del sustento de su propio ser. Enajena
su responsabilidad de ser en el mundo. El hombre se empobrece enajenándose.
Negarlo o afirmarlo como creador, pero idolizado bajo el tutelaje de los sacerdotes, es
un Dios que va contra la naturaleza y la vida.

Lo infinito y lo eterno son raíz de toda existencia. Principio de todo misterio. Es


ineludible, es inexplicable. Dios está más allá del ser y de la materia, y sin embargo,
les es consustancial. No tiene personificación ni representación alguna; no obstante,
el hombre lo ha pervertido y recreado a su imagen y semejanza, y es de ello que
surge la idolización. La necesidad de la representación física de un poder superior,
necesario como un amuleto que protege de la propia finitud y desvalidez humana.

Con la muerte el misterio naufraga en sí mismo pues las alas de la conciencia ya


no se elevarán sobre sí mismas, al menos no en el plano consciente al que estamos
acostumbrados. La mente no pude saber de otros planos de conciencia después de la
muerte. Tal vez sí de presentirlos.

Dios es intangible como una metáfora, la metáfora por excelencia. Dios da sentido
pero no significado a los actos humanos y a sus consecuencias. Diría que el hombre
está sólo para crecer y desarrollarse, o bien, para destruirse. Dios no tiene que ver
con el bien y el mal en el mundo, tal como lo conciben los hombres. Estos son
responsables del bien y del mal que pueblan la tierra.

Pero el hombre suele también construir un Dios como cobijo y aliado a su imagen y
semejanza; o bien, idolizarlo y pretender que es cómplice de su destructividad. Es así
que se han cometido los peores actos en nombre de Dios.

En otro sentido, psicológico y metafísico, Dios es el misterio insondable,


consustancial a todo lo que es y existe en la doble sustancia que lo anima: bien y mal,
creación y destrucción, vida y muerte. Doble sustancia que culmina en el hombre,
único ser capaz de razón, conciencia, intuición e imaginación. Pero es libre, es libre a
pesar de sí mismo, y sólo a el compete elegir entre una u otra alternativa, entre el bien
y el mal. Y no hay más responsable de sus actos que él mismo.

184
La injusticia y la desigualdad social y económica, son endémicas en el mundo, y
el único responsable es el hombre mismo. No hay un Dios que atenúe su culpa.
La sociedad y sus instituciones han sido creadas por el hombre y nada más por el
hombre y lo que resulte de ello es su responsabilidad exclusiva.

Podemos vivir en Dios pero estamos solos en la Tierra y sólo a los humanos compete
sobrevivir y la calidad de vida y el cultivo del espíritu, a nadie más.

Estamos desnudos en la Tierra,


a la intemperie del tiempo.
Somos frágiles criaturas
del ensueño de Dios
que nos soñamos eternas.
Si acaso, un puro palpitar
de eternidad.
Y en su fragilidad
se desgrana la mirada de Dios
que apunta al principio del verbo
del ser hombre.
Una incógnita oculta
a la mirada de Dios
que vive y muere con el hombre.
Sustancia terrenal, pues no podemos
ir a Dios más allá de la muerte.
El verbo nace y se consume
en el hombre.

Creer, vivir en Dios, sin esperar nada de Él. He ahí el misterio de lo divino en el
hombre. La misión del ser hombre de Dios es cultivar la existencia, desarrollar las
potencialidades humanas; eso es todo, y no hay nada más en el espacio infinito.

Para que la existencia no culmine a solas requiere de Dios. Dios es el instinto del
alma que ilumina el camino del diario vivir. Es una brújula que indica el camino y
llena de gozo. La sustancia plena del individuo se manifiesta en su entrega a la vida,
que es entrega a Dios. Dios yace en el meollo del alma y de toda significación vital.
Sin Dios es el vacío de la nada que devora; es la locura que suplanta la razón, una
incógnita de vacío. Dios es la respuesta a la pregunta suprema: algo que trasciende
y sustenta la existencia. Sin Dios el hombre se desintegra de hastío. Más allá de

185
la nada no hay sustento. Un opresivo hastío sin futuro se posesiona del presente,
sobreviene una angustia que amenaza desintegrar al ser. La angustia cósmica del
vacío. ¿Quién podría tolerarla?

En la locura el ser humano se ha perdido a sí mismo y a Dios. El gusano de la


locura devora subterráneamente al alma. No hay más palpitar de vida, el hombre
está fuera de sí mismo y del mundo, sin Dios posible a su conciencia. El hilo de la
fe une con lo eterno.

Una parodia del ser en el mundo y para Dios, es la locura. La depresión es ausencia
de lo divino, extravío de la existencia. En ella, una amarga desesperanza colma de
fastidio. Sueño mudo de la existencia. Opacidad del alma. Entonces el hombre yace
en el vacío atormentado de la nada. El pesimismo se opone a la vida. El vientre anida
de sueños abortados. La tentación de la nada clava su veneno. El alma yace atrapada
en la oscuridad.

Amor, compasión, fraternidad; un espíritu fresco para mirar transcurrir el tiempo, y


para actuar, son parte del sentido de una vida. De otra manera no puede desgranarse
de alegría ante el mundo y ante los demás.

Esa nada que pretende devorar al ser en el sinsentido de la existencia, se opone, se


entrelaza con la alegría de ser, de existir. En la medida en que el hombre descubre y
realiza sus dones y potencialidades espirituales en el mundo, en esa medida se libera
de las pesadas cadenas que lo ataban al absurdo, a la nada. Toda vivencia de sentido
en la existencia se opone a la nada.

En su libertad, en el ejercicio de su libertad y en su libre albedrío, el hombre es


semejante a Dios. Es él mismo quien decide y traza su destino.
Dios es una experiencia o un cúmulo de experiencias que se van dando en el curso
de toda vida. Es la experiencia que fundamenta la vida. No puede existir fuera de
la experiencia humana, ¿qué sentido puede tener un Dios ajeno al ser humano
consciente y de experiencia?

Es una experiencia que se basa en el miedo, la angustia y la desvalidez humana ante


la vida, y ante el cosmos. Es una experiencia que se topa con el misterio de lo infinito
y eterno, que inevitablemente ha de enfrentar al hombre ante ese misterio. Sin
hombre consciente no hay misterio posible. La ancestral incógnita del universo se
presenta al alma humana, y no hay más remedio que dar una respuesta, o conducirse

186
como si la hubiese. En todo caso Dios no puede ser ignorado. El misterio es
ineludible aun cuando se pretenda ignorarlo, aun cuando no se acepte.

En el preámbulo de toda vida


acontece lo divino.
Dios inmarcesible de todo pan,
Dios en la ausencia de sonido,
en el interior del alma dormida,
Dios exhausto por la lógica
que finiquita el tiempo
en la recóndita sombra
de la eternidad.
Dios a hombros del tiempo
humano,
arropado a la amarga conciencia
que lo niega.
Azoro infinito del desengaño,
cruz a cuestas del Dios sin nombre
que, sin embargo,
arropa mi alma de sueños
en los momentos íntimos
del abandono.
Agua que sacia la sed infinita
del alma.
Dios que germina de la raíz
de la experiencia,
preámbulo de todo despertar,
cruz de la incógnita del sueño.

El alma crece en el tiempo mientras el cuerpo se desvanece en el polvo. El alma


aspira al ideal supremo de la trascendencia; el destino del cuerpo está determinado al
polvo. El alma es lo eterno, la participación en la eternidad. Cada noción del tiempo
se mueve en esa circularidad que envuelve toda vida, y que pugna entre lo eterno y lo
fáctico. Somos esa doble sustancia del tiempo haciéndose y deshaciéndose y muchas
veces habitados por la ilusión que ilumina la vida. El tiempo es como una caricia del
viento que pasa.
El silencio es una máscara de Dios: éste se manifiesta en la intimidad más absoluta.

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El hombre clama de significado para su conducta,
La ausencia de Dios es la gratuidad perfecta. El azar en la ira de la mirada del
hombre; la indiferencia moral y metafísica. La consecuencia: o el hombre se suicida o
es capaz de darse valores. He ahí la paradoja terrible del destino.

La intromisión absoluta del olvido, de la ignorancia de sí mismo. Entonces el hombre


clama en vano al cielo. El diluvio en la vorágine de la nada. La soledad ancestral
y metafísica. El hombre en la encrucijada plena o vacía de sentido. La apuesta
metafísica del todo o nada. El hombre irredento de justicia ha de luchar en ese vacío
que clama de sentido en el vacío de su alma.

He aquí el enigma: el vacío, el suicidio o la plenitud del ser. El hombre, demiurgo


de sí mismo o la nada absoluta. El hombre mismo fundamento de su existencia o
carcajada en el vacío; un hueco en la nada del mundo.
El orden, la armonía, la justicia ¿pueden proceder o fundamentarse en el hombre, o
son categorías exclusivas de Dios? He ahí el dilema absoluto de poder ser en libertad,
o de no poder ser.

¿Necesariamente la ausencia de Dios significa la locura o la muerte? ¿O en su


desolación metafísica el hombre puede darse sus propios valores? Es más, acaso los
valores sean creados por el hombre y se vean como una impostura que se atribuye
a Dios en una magnifica alineación de lo mejor del hombre irredento e incapaz de
llevar en sus hombros el misterio de la creación. ¿Está condenado el ser humano, en
el último de los extremos, a inventar a Dios? No hay de otra: o fundamenta su ser en
soledad absoluta, o esta fundamentación procede de Dios.

¿Acaso el hombre tan sólo es una posdata del vacío infinito? ¿Acaso no lleva en sí el
germen del misterio que le da sustento a su ser en el mundo? El misterio, o lo que es
lo mismo, la divinidad internalizada que se despliega en la metafísica del mundo y
del existir y que puede ser dotado de sentido. El inconsciente cósmico y ancestral que
dota de un inconmensurable ser y sentido al quehacer humano, ya sea que el hombre
lo sepa, o que ocurra tras bambalinas de la conciencia. Un mito que se denigra de
sentido o que toma su plena sentido en el alma del ser humano. He ahí la apuesta
metafísica que se posesiona del hombre o a la cual éste dota de un sentido de ser en
la vida. En todo caso el precio es enfrentarse a ese trasfondo ancestral del ser humano
que en su mayor parte subyace a su conciencia. El mundo, el ser del hombre, puede
ser plenode sentido, o habitado por la nada. Enfrentarse a la nada es el preámbulo del
misterio, de una respuesta anímica esencial y primordial.

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La metafísica tentación de existir ha de poseernos cotidianamente para poder salir
al día. Se trata, así, de la necesidad de dotar con un sentido a la vida, que no cuaja
y no acaba de cuajar, que se convierte en la tentación suprema de la angustia, de un
hombre espiritual que presagia a Dios. Es la ambivalencia del existir. Al filo de la
sombra se apuesta por la existencia. La duda mata, el espíritu vivifica. Y esa es la
zozobra de cada día. Detrás de la lágrima de la ausencia está una fe dubitativa en la
cuerda floja del misterio.

Es la paradoja del misterio que no puede ser aprehendido por la mente ni por
los sentidos, y que no puede ser afirmado ni negado. Acaso su presencia sea una
reminiscencia ancestral que se abre de vez en cuando en un cierto tipo de percepción
que trasciende los sentidos. Puede llegar a ser una certeza íntima e intransferible; un
cierto tipo de experiencia.

Dios es como el tiempo y su misterio procede de esa eternidad que le es inherente,


y que el hombre tan sólo puede presentir. Dios nos resulta lejano. Dios es una
convicción que alude a los sueños o fantasías de eternidad o de infinito, categorías
que si es posible de intuir. Más allá de eso todo es silencio.

Para muchos, Dios es un eco de presencia mágica en el olvido inasible de cualquier


forma, impenetrable, pero ahí está.

Paradoja: Dios es inasible a toda razón y lógica. Y sin embargo, son los principales
medios con que el hombre cuenta para tratar de acercarse a Él y aprehenderlo. Por
convención se ha aceptado que Dios es intuido o de alguna manera está presente en
la experiencia mística. Si no aceptamos lo anterior, Dios, su experiencia, un cierto
conocimiento, son imposibles. No queda pues más que atenerse a la experiencia y el
conocimiento; de otra manera no se podría decir nada. Así pues, Dios, por decirlo de
algún modo, es la inasible paradoja del ser eterno, que cristaliza en la intuición y en la
razón humana.

Dios tiene la faz de la tierra de lo imposible. Lo finito caduca ante la eternidad. Un


resuello agónico del movimiento del espíritu que se recrea de ansias eternas. Toda
alma tiene un sueño de eternidad que claudica ante la posibilidad del infinito asedio.
El conocimiento es finito siempre con ansias de eternidad. Siempre apostando al
sueño que está más allá de los sentidos. La vida es un síntoma de fe que se resuelve
todos los días. La infinita sustancia del misterio trasiega diario en la carne mortal y es
el ansia del sueño eterno.

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