Documente Academic
Documente Profesional
Documente Cultură
Anselmo Pulido.
Índice:
3
El tiempo es como una gota que va perforando la carne, los sentidos, el alma.
“Realmente es lo único que tenemos” (Dr. Aniceto Aramoni. 2010). La sustancia de
nuestros actos está hecha de tiempo. Nos va difuminando en el espacio de la nada,
como una sinfonía que se aleja: la espiga y el viento. El tiempo es una nostalgia de
no haber vivido lo suficiente; de no haber encontrado el refugio del alma. Es un
desconsuelo del verbo amar. Es una luz que se enciende de nada. El tiempo siempre
es ausencia en la codicia del viento que pasa. Difumina el ser como una estrella que
se pierde en la luz del día. Es un beso con la nada.
Haciéndose y deshaciéndose
Adolorida de tiempo
4
TIEMPO Y ESPACIO: COORDENADAS DE LA EXISTENCIA, O LA
DÍFICIL CONSCIENCIA DEL VIVIR.
Mitología
El sábado, originalmente, era una festividad babilónica celebrada cada siete días. Era
un día sombrío y de duelo. En el idioma inglés se conserva la reminiscencia de ese
día: saturday, día dedicado al planeta Saturno. El dios de ese mismo nombre, para
lograr preeminencia divina, destronó a su padre Cronos y con una hoz le mutiló los
genitales; igual suerte sufrió él, posteriormente, a manos de Júpiter. Una de las 14
pinturas negras de Francisco Goya, de las más impresionantes, es la que representa a
Saturno comiéndose a uno de sus hijos. (Figura 1). Prodríamos decir que el tiempo
todo lo devora, que nada escapa a su devastación omnipresente.
5
Figura 1. Saturno devora a sus hijos. Pintura de francisco goya.
SATURNO “Es el dios del tiempo y por lo tanto el dios de la muerte. Si el hombre es como Dios,
dotado de alma, razón, amor y libertad, no está sometido al tiempo ni a la muerte. Pero si es como los
animales, y tiene un cuerpo sometido a las leyes de la naturaleza, es esclavo del tiempo y de la muerte”.1
1 Fromm Erich. El lenguaje olvidado. Librerías Hachette, S. A. Buenos Aires. 1971, página 185.
6
Ello nos permitiría la fantasía de concebir un mundo más allá de éste, y sin ir muy
lejos, la comprensión de algunas vivencias que eluden las experiencias habituales del
tiempo y del espacio. O como lo concibió Platón: un mundo o reino perfecto, y del
cual todo lo existente en nuestro plano es un reflejo imperfecto, apenas una sombra.
7
Figura 1. “Es una representación simbólica mística religiosa. Muestra el mundo pecador de la
creación rodeado de la serpiente de la eternidad, el Ouroboros, caracterizado por los cuatro elementos
con los pecados subordinados a ellos; en el centro del circulo se halla el ojo de Dios llorando, es decir,
aquel punto en el cual, merced a la misericordia y al amor, puede tener lugar la salvación en el
Paraíso, en el reino sin pecado, por intermedio de la paloma que simboliza el Espíritu Santo”. 2
2 Jacobi Jolan, La psicología de C.G. Jung, Madrid, Espasa Calpe, S. A. , 1947. Página 174.
8
Tiempo vital.
Resulta simplista pasar del no ser al ser, sin más preámbulo. Dios hizo todo lo que
existe, está bien, ¿pero de dónde y de qué lo hizo? La creación exnihilo resulta un
tanto tautológica. Pero esta concepción fundamenta y acepta un ser necesario y
original. En cambio, la contingencia llega al mismo punto original pero al no aceptar
la causa necesaria primordial (Dios), como fundamento de la existencia, origina
profundas consecuencias.
9
antes, del ahora y del futuro, sin la posibilidad de la conciencia y el conocimiento de las
mismas, tampoco se conciben la comunicación ni la existencia posible de un ser parlante.
En la narración bíblica acerca de la creación del mundo, se nos cuenta que: “En el
principio creó Dios los cielos y la tierra. La tierra estaba desadornada y vacía; y las
tinieblas estaban sobre la haz del abismo: y el Espíritu de Dios se movía sobre la
haz de las aguas”. 3 Dios crea exnihilo, pero además se nos presenta como alguien
que revisa su trabajo después de terminado. El narrador bíblico refiere después de
cada organización creadora “y fue la tarde y la mañana un día,” y así hasta el sexto
día, estableciendo la cronología y el orden temporal. “Y acabó Dios en el día séptimo
su obra que hizo, y reposó el día séptimo de toda su obra que había hecho”.4 Elegí
ese mito tan conocido, y con elementos comunes a numerosos mitos de la creación
difundidos en diferentes lugares del mundo, con el objeto de ejemplificar la necesidad
que los pueblos tienen de justificarse con una disposición de lo que existe, y la
secuencia mensurable del movimiento; “y hubo tarde y mañana”. Luego de esto, el
hombre podrá narrar su propia historia.
Es el hombre quién crea sus categorías temporales como una necesidad más, de
ser libre, de situarse frente al mundo circundante, como un ser diferente que puede
medir el tiempo, en contacto con la naturaleza y realizando labores, cuando ya tiene
4 Op. Citada.
10
que ir y regresar a ciertos lugares, en un momento que ya ha determinado o del cual
tiene conciencia. En caso contrario la satisfacción de necesidades, y la realización de
las diversas actividades, sería arbitraria.
“Acaso la congoja de los hombres se deba a que nos damos cuenta de la nulidad de nuestro
querer y que todo sigue su curso prescindiendo por entero de nosotros.” Herman Hesse.
11
inherente a la palabra. La innombrada evanescente metáfora del ser, aislada en el
fuego íntimo del silencio. La palabra es inicio y fin en el eterno devenir. Se puede
decir que el universo existe indiferente.
¿Cómo serían las cosas y todo lo que ocurre si no hubiera un observador con las
capacidades de conocer? Aparte de esto, el conocimiento, como acuerdo consensual,
sólo es posible en las coordenadas tiempo-espacio. En otras palabras, la sustancia del
mundo y de los seres vivos que lo habitamos, son el tiempo y el espacio.
No hay fenómeno alguno que podamos situar fuera del tiempo y del espacio, y de
una relación con nosotros mismos, y con las demás personas. Es decir, cuando en la
clínica psiquiátrica decimos que alguien esta desorientado en las tres esferas (tiempo,
espacio y persona), estamos significando que esa persona está excluida del mundo de
la realidad y del conocimiento del cual participamos; sin metáforas, esa persona es
arrojada a otra dimensión de la experiencia.
Si el espacio y el tiempo son categorías a priori, de todos modos son necesarias para
postular el conocimiento en algo, pues en caso contrario nos topamos con el caos.
Igualmente necesarias si las adquirimos en el curso de nuestro desarrollo vital.
12
Según el problema planteado arriba, alrededor del ser humano se encuentra lo que
éste ha venido conociendo como realidad, y que puede conocer por medio de los
sentidos, de la inteligencia y de los instrumentos auxiliares, con los cuales logra
modelos teóricos y del conocimiento, que le permiten actuar sobre la naturaleza
y el mundo, y relacionarse con otros seres humanos. A través de la historia el
conocimiento ha cambiado, y hay hombres que se han distinguido precisamente por
las revoluciones que han ocasionado debido a sus extraordinarias aportaciones en el
“nuevo” conocimiento que han descubierto y compartido a los demás. Tal es el caso
de Heráclito, Platón, Budha, Newton, Einstein, Marx y Freud.
órbitas.
Para saber acerca de lo que sea, debemos situar al objeto en cuanto a sus atributos
espaciales: longitud, latitud y altura. A partir de Einstein se descubrió que el
espacio y el tiempo están relacionados, y de hecho integran una categoría espacio-
tiempo que modifica la antigua concepción de la realidad. O sea, que la realidad
es un continuo espacio-tiempo. Lo que designa un modelo matemático en el
cual ocurren todos los eventos físicos del Universo y por lo tanto, el Universo
está constituido por tres dimensiones espaciales y una temporal. El modelo
anterior, tridimensional, sigue siendo bueno para la experiencia cotidiana en la
cual se desarrollan todos los eventos que nos son familiares, puesto que el carácter
espacio-temporal de la realidad solamente queda revelado a velocidades cercanas
a la de la luz. En realidad vivimos en el espacio-tiempo pero éste está fuera de
nuestra habitual percepción.
La mayoría de las religiones sitúan a Dios o los dioses, y a su creación, más allá del
tiempo, o lo incluyen en la categoría del tiempo en su concepto de eternidad. Y Dios
así, es el que es y siempre ha sido, eludiendo de esta manera la temporalidad humana
y terrena. Entonces, Dios es eterno y siempre ha estado ahí. Se establecen así dos
categorías de la existencia humana dadas en el tiempo: una divina o a-temporal que
se ubica en la categoría de la eternidad. Y la otra, en el tiempo finito de la carne y
la materia. En el plano del devenir de la existencia. El hombre por tanto, es un ser
desgarrado por la misma existencia pues participa de ambas categorías gracias al
don de la consciencia, pues él es el único que sabe de su finitud. Goethe retoma este
maravilloso mito en Fausto, quien representa al hombre en el plano de la finitud.
En su pacto con Mefistófeles renuncia a la actividad, o sea, al movimiento, que son
la esencia de la vida humana y de la obra de Dios o de lo infinito en la materia.
Mefistófeles no es más que otra de las caras de Dios. Y para Goethe el mal y el error
13
son fuente de crecimiento y desarrollo que finalmente han de integrarse en la unión
de contrarios. Míticamente en el andrógino, el cual es el símbolo de la perfección, de
la realización vital de los opuestos.
Lo más importante de todo es reconocer que son fuerzas espirituales que están
presentes en todo ser humano y que lo alientan en la vida, pues todos participamos
de ambas categorías del tiempo, y ya no se trata de tener fe o no tenerla en dios
alguno que nos trascienda en el tiempo, sino en saber, o reconocer, que somos
nosotros quienes participamos en ambas categorías del tiempo. Que somos partícipes
de la eternidad gracias a la consciencia que informa
14
suicidarse en el acto. Reconocer que no hay Dios y no reconocer al mismo tiempo
que uno es dios...es una estupidez; pues de lo contrario, infaliblemente te matas ”.5
Albert Camus retoma esas ideas. En sus ensayos enfrenta al hombre con el absurdo,
con el mito de Sísifo. Un buen día el hombre se encuentra con la desesperación y
el absurdo a la vuelta de la esquina, y es entonces que comprende que nada tiene
sentido. La desesperación es el corazón del absurdo que guía los pasos al sendero
sin sendero de la existencia, a la piadosa mentira de ser en el mundo. Si el hombre
reconoce el absurdo la consecuencia lógica es el suicidio. Pero más allá de esto, para
Camus, el hombre es un rebelde que tramonta ese absurdo; de ahí el desgarramiento,
la desesperación de ser en el mundo.
Uno de los ateos más consistentes en su posición teórica ha sido Jean Paul Sartre,
y para él como para los demás existencialistas, “la existencia precede a la esencia”.
Y también en este punto, Sartre es de los más radicales, es el que más se atreve a
enfrentar las consecuencias de la negación de un fundamento primigenio. Atrás de
la existencia sólo está el aterrador vacío de la nada. El existente introduce la nada
al mundo, de ahí la completa gratuidad de todo hacer. Roquetin, personaje de “La
náusea”, considera el suicidio pero no lo ejecuta porque lo mismo da hacerlo que no
hacerlo. Esta vacuidad del existente, ese exprimir la actualidad de los instantes que se
viven como plena actualidad de creación del propio existente, le lleva a ver al mundo
y a sí mismo, bajo otras perspectivas de espacio y de tiempo que lo sustentan. “Existo,
-dice Sartre en la novela citada-, es algo tan dulce, tan dulce, tan lento. Y leve como
sí se mantuviera solo en el aire. Se mueve por todas partes, roces que caen y se
desvanece. Muy suave, muy suave. Tengo la boca llena de agua espumosa. La trago,
se desliza por mi garganta, me acaricia y renace en mi boca. Hay permanentemente
en mi boca un charquito de agua blancuzca –discreta- que me roza la lengua. Y ese
charco también soy yo. Y la lengua. Y la garganta soy yo.
“Veo mi mano que se extiende en la mesa. Vive, soy yo, se abre, los dedos se despliegan
y apuntan. Está apoyada en el dorso. Me muestra su vientre gordo. Parece un animal
boca arriba. Los dedos son las patas. Me divierto haciéndolos mover muy rápido, como
15
las patas de un cangrejo que ha caído de espaldas... Mi mano rasca una de sus patas
con la uña de otra pata. Siento un peso sobre la mesa que no es yo. Esta impresión de
peso es larga, larga, no termina nunca. No hay razón para que termine”... 6
6 Sartre Jean Paul, La náusea, México, Editorial Diana, 1963. Página 198.
16
consiste en estar dentro, viviendo la experiencia, o fuera de ella, vivenciándola en un
mayor o menor grado. Cuando se habla de que el terapeuta debe echar mano de sus
propios recursos psicóticos en el trato con el paciente, creo que fundamentalmente
nos estamos refiriendo a esta forma de ver las cosas: un juego que se adentra con la
propia experiencia del otro, y que puede ser integrada de nuevo a sí mismo.
8 Huxley Aldous, Las puertas de la percepción. Cielo e infierno. 5ª. Edición., 2ª. En la colección Indice, 1971.
Páginas 19,20.
17
momento antiguo estaba aún en mí, que pudiera todavía volver hasta él, con sólo
descender más profundamente en mí. Y porque así contienen las horas del pasado
pueden los cuerpos humanos causar tanto daño a quienes los aman, porque guardan
tantos recuerdos de alegrías...”
“No sólo todo el mundo siente que ocupamos un lugar en el tiempo, sino que el más
simple mide este lugar aproximadamente como mediría el que ocupamos en el espacio”.9
El compromiso de cada vida se llama destino. Esto quiere decir que nosotros
hacemos, que ineludiblemente tenemos que asumir la responsabilidad de nuestras
decisiones para ir haciendo nuestra vida. Postuló Sartre: “Estamos condenados a ser
libres” en el tiempo de nuestra vida.
9 Proust Marcel. En busca de sí mismo. Colección SepSetentas. México, 1972. Páginas 199. 200
18
El tiempo y el sueño:
El alma es una energía sin fin. Las imágenes, las fantasías, la sustancia de los sueños,
son atemporales, y su ocupación del espacio es virtual a la conciencia. Acaso nos
ocupan de algún modo incomprensible, como una visita a nuestro espíritu, y que
provienen de inmemoriales lugares. El alma sería como una morada transitoria y esa
visita ocurre gracias a la energía psíquica que se muestra sobre todo en imágenes.
Werner Kemper refiere un sueño que él mismo titula El sueño de los cuatro tiempos:
“Me encuentro en el dormitorio de la casa donde nací; pero, en el sueño, ese
dormitorio forma parte de un edificio en el que no viví hasta diez años más tarde.
Estoy sentado allí en un sofá verde perteneciente a mi cuarto de estudiante (en el
que no viví hasta otros doce años más tarde), y charlo animadamente con una figura
de una novela histórica que se desarrolla en la Edad Media y que yo había estado
leyendo la noche en que tuve este sueño”. 10
10 Kemper Werner, El significado de los sueños, Madrid, Alianza editorial, 1969. Página 12.
19
altura quedó intacta”. Con lo cual logra varios efectos perceptuales, y en sus obras.
Estas conservan la distancia establecida por el escultor, respecto del observador
Literatura
El niño no distingue los límites de la realidad, entre su deseo omnipotente y las leyes
que rigen los fenómenos naturales. Sus deseos son creaciones, son realizaciones.
La poesía y el lenguaje son más ricos que la mera formula enunciativa de una ley
natural. Ionesco nos muestra eso: el rey-niño, Berenguer, quiere morir cuando le dé
la gana, juega a crear con sus deseos. Pero tanto los deseos como el decorado que
le rodean van desapareciendo. Su realidad se hunde con su muerte. En esta obra, el
mundo y todo lo demás son como una conciencia unitaria de la realidad y del existir.
Desaparece el hombre y también su realidad.
Juan Rulfo en su novela “Pedro Páramo”, utiliza varios planos temporales, y éstos
representados por las experiencias de los personajes en diferentes tiempos. En realidad,
todo es un relato retrospectivo, que ocurre en un mágico universo de difuntos.
20
ADENDUM
1.- De los pacientes con varios años de internamiento y muchas veces, abandonados
por sus familiares.
La conciencia integra los procesos internos del vivir, así como la percepción de la
realidad externa. Tanto la orientación en referencia a uno mismo, como la orientación
referida al exterior, son funciones de la conciencia. Estas funciones pueden alterarse
por diversas causas y con diversas repercusiones.
La conciencia ya desarrollada, cosa que culmina alrededor de los tres años de edad,
con sus categorías bien establecidas.
21
2.- Pacientes con retraso mental.
Por múltiples etiologías ocurre que un sujeto no logra su desarrollo mental suficiente
para un desempeño psicosocial y laboral, y muchas veces ni siquiera de autocuidado.
En este caso, dependiendo del grado de alteración, de déficit mental, estarán
alteradas las funciones o la capacidad para ubicarse en las categorías del espacio,
del tiempo y de la persona y que pueden ir desde el desconocimiento del esquema
corporal, hasta la desubicación e incapacidad para desplazarse en el espacio, y el
consiguiente desconocimiento del tiempo. Es fácil que estas personas se extravíen. Su
incapacidad mental y social los hace necesariamente dependientes. Su concepción del
tiempo cronométrico nunca llega a cuajar en su integración funcional y práctica para
el vivir cotidiano.
En el maníaco también hay una preeminencia del presente pero el ritmo psíquico
es alegre y ágil, sin obstáculos para las intenciones. Todo le parece posible; como si
todo fuera una despreocupada broma. Su sentido del espacio es amplio, acogedor y
amable, sin resistencias.
22
El Dr. Alonso Fernández enumera las características del tiempo subjetivo en el
maníaco: “El imperio del presente, la aceleración del ritmo psíquico, la atomización
del tiempo en una serie sucesiva de minúsculos ahora, y la subestimación de la carrera
del tiempo. Las ideas delirioides del maníaco son saltarinas y juguetonas como
corresponde a su manera de vivir el tiempo”.
5.- Esquizofrenia.
23
tiempo. Cito de un caso de Jaspers “el tiempo se persigue y se devora a sí mismo,
y yo estoy en medio de él”. O bien, vivencias que como un poliedro experiencial
pretendieran rebasar la experiencia conjunta del presente, pasado y futuro. Vivencias
de ensanchamiento del pasado y estrechamiento del futuro; negación o desaparición
del futuro, etc.
24
BIBLIOGRAFÍA
Cabaleiro Goas M., Temas psiquiátricos, Madrid, editorial Paz Montalvo, 1966.
Camus Albert, El mito de Sísifo y El hombre rebelde, 3ª. Edición, Obras completas, tomo
II, México, Aguilar, 1968.
Eliade Mircea, Tratado de historia de las religiones, 1ª. Edición, México, Editorial
Era, 1972.
Erich Fromm, El lenguaje olvidado, 4ª. Edición, Buenos Aires, Librería Hachette, S.
A. 1971.
Fish Frank, Psicopatología clínica, 1ª. Edición, México, Aleph, S. A., 1972.
Huxley Aldous, Las puertas de la percepción. Cielo e infierno. 5ª. Edición., 2ª. En la
colección Indice, 1971.
Jaspers Karl, Psicopatologia general, 4ª. Reimpresión, Buenos Aires, Beta S. R. L., 1977.
Jung C. Gustav, Man and his symbols, 1ª. Edición, Yugoslavia, editado por Knjiga
Ljbljana 1964.
25
Kafka Franz, El Proceso, 1ª. Edición, México, Nuevomar, 1982.
La Santa Biblia, versión de Cipriano de Valera, New York, impresa por La Sociedad
Bíblica Americana, 1912.
Marías Julián, Historia de la filosofía, 20ª. Edición, Madrid, Revista de Occidente, 1967.
Wahl Jean, Tratado de metafísica, 1ª. Edición en español, México, Fondo de Cultura
Económica, 1960.
26
La urdimbre de la vida: ser y tener.
27
LA URDIMBRE DE LA VIDA: SER Y TENER.
No puedo no ser. Pero a veces el ser queda sepultado entre una maraña de
preocupaciones, por supuesto, ajenas al ser.
Aunque no pueda no ser, vivo entonces, en la inconsciencia del ser. Y si sólo toma
forma visible en conductas o actos lo que es consciente, de nada me sirve ser sin
saberlo. Es necesario desembrozar la sinrazón de no poder ser. Porque una cosa
es ser y otra no poder vivirlo. Porque el ser se oculta a los ojos del egoísmo y de
toda falsedad. Ser es espontaneidad y frescura del existente. Pero el ser se ha ido
pervirtiendo en la costumbre como andrajo de sueños. Como una actitud falsa y
distante ante la vida; como un sueño que ya no se piensa en sí mismo, que yo no se
revela a los sentidos. Y poco a poco se agazapa en las cornisas de la vida. El no poder
ser, el no poder manifestar el ser, empobrece la vida, pues vivir es estar siendo.
Ser y no ser habitan en las penumbras originales del existir, y de ahí han de
emprender un arduo camino por las vicisitudes de la vida. Percepción, conocimiento,
intuición, conciencia, imaginación, han de irse impregnando de ambos modos de
la existencia: la que no es pero tiene posibilidades de ser, y la existencia en acto. El
ser se hermana con el sí mismo. Al sí mismo se le podría conceptualizar como el
fondo psíquico, arcaico, de cada ser humano, y que se va transformando en el curso
de la existencia para constituirse en parte esencial de cada existente. Mientras más
auténtico él sí mismo, más pleno el ser ante la vida; mientras menos auténtico, más
carente de vida. Algo semejante ocurre con la libertad, mientras más se traicione
alguien a sí mismo, más pobre es en su mismidad. El ser crece con el amor, la
espontaneidad y la libertad. Se podría decir que esos atributos (amor, ser espontáneo
y libre), son la medida del ser. Ser implica la angustia de aventurarse en sí mismo y
de conocerse. Implica romper los velos con los cuales la sociedad oculta la realidad
28
del ser. Implica conocerse y oponerse a todo propósito que coarte la propia libertad.
Implica estar despierto y conocer la realidad; ser libre, objetivo, trabajar y amar.
Sólo un piadoso engaño nos permite la ilusión de no ser, pero es como vivir con el
alma anestesiada, anular a los sentidos en la caverna del no ser y seguir viviendo en el
engaño. En cierto modo, elegir ser en la vida, en la sociedad, significa elegir la vida,
pues no ser es cuando mucho, vivir a medias.
Ser también implica afectividad, apertura de los sentidos ante los demás y ante el mundo.
Y aquí tenemos que recurrir a la sustancia de la cual están hechos los sueños, las
ilusiones y afanes de cada quien y sí proceden de lo íntimo y auténtico, o de la
circunstancial e impostado. La lealtad a nosotros mismos, es decir, la capacidad de
reconocer aquello que es real y verdadero, nos lleva a una existencia auténtica, y viceversa.
Lo auténtico es aquello que nace de las raíces de sí mismo: deseos, sueños, fantasías,
y que tienden a la realización del anhelo o anhelos que proceden del ser íntimo del
existente. Es como un fuego que quiere quemarse en el ejercicio diario de la vida. Es
como arder en los deseos de sí mismo. La pasión que se quema en la realización de la
propia obra. El sueño íntimo que cuaja en la realidad. De afanes y deseos auténticos
29
se construye la existencia. Es como un fluir del río de las significaciones. Lo auténtico
da el sentido de la alegría.
Todo ser implica la nostalgia de la aspiración al infinito. Además, todo ser quiere ser
genuino pues de otra manera no se puede ser. Pero el hombre es un ser incompleto
de atributos, de ahí que oscile entre el ser y el no ser genuino, pues esto es lo que da
sustancia al ser.
Toda vida es un afán de ser que se expresa en la desesperación de cada día, pues la
posibilidad de ser siempre es incompleta.
Poder ser es estar en contacto con nuestros íntimos sueños. Realizarlos implica estar
en contacto con la sociedad, con el mundo y con los demás. La intimidad se derrama
como una sustancia de ser.
30
Ser implica amor y comunión. El contacto amoroso con todo lo que se ve y se toca.
Ser es, pues, una función del alma y de los sentidos que nos pone en contacto con
todo lo que existe.
Ser para los demás, ser como ellos quieren que yo sea, es un fraude a sí mismo. Una
traición al ser. Sólo se puede ser para sí y en sí mismo. La mismidad es condición del
ser, es decir, la fidelidad al ser.
El sueño del ser se apaga en las tinieblas del existir, en la impotencia de ser. El ser es
un maravilloso despliegue de las capacidades psíquicas.
Sueño que no cuaja en las posibilidades del ser, sueño que se pierde.
Ser es la existencia genuina y en este caso no hay contradicción entre ser y existir. Me
refiero a la existencia auténtica. Ya cuando el ser auténtico se ha consolidado en la
vida. De otra manera es inútil toda posibilidad vital.
El mal sabor y la angustia pueden tener dos fuentes: aquella que mana de la traición
a sí mismo; y la imposibilidad de ser genuino. Es la angustia de no ser, de ser a
medias. Si acaso un preámbulo de la existencia.
Ser es como la luz del relámpago que alumbra el porvenir. Siempre un hálito del sueño
inconcluso del existir. Esa incertidumbre que a veces se hace congoja. El momento
presente en acción. La huella del sendero que se inventa a cada paso. Esa marcha
inconclusa por el espacio que respira de experiencia y de lo inconcluso; haciéndose
siempre. El bote sin remos de la esperanza. Un batir a tientas de las alas del sueño.
El ser toma sustancia en los actos que lo alientan. Un beso que toma forma en los
confines de la propia alma. Un acontecer de silencio. Nos consumimos en la sustancia
de nuestro ser. Siempre está naciendo como incierta voz del destino. Intangible
e inasible como luz de luna. Como la nostalgia del puede ser que se refleja en la
acción de estar siendo.
31
El ser es evanescente como las márgenes del olvido, pero no deja de estar presente.
Inasible como las alas del sueño. Sin embargo, en todo acontecer humano está su
sello. Estructura toda acción genuina y le da su legitimidad.
Cada acción es una prueba de fuego para la espontaneidad. Es como una melodía
haciéndose y recreándose en el instante.
Cada sueño se teje en el silencio del ser que emerge de recónditas profundidades. Es
como el olvido que yace ahí en la existencia, oculto por la pátina del tener. El placer
de los sentidos es el engaño camuflado del tener. Es más fácil tener que ser.
En la obra “Sidharta”, escrita por Herman Hesse, Sidharta logra tener riqueza para
poder acceder al amor de Kamala, la cortesana. Sin embargo, ha de renunciar a todo
para ir hacía la búsqueda de sí mismo, lo que finalmente logra en armonía del ser con
el mundo, con la vida que transcurre como un río en eterno devenir. ¿Quién soy yo?
Es la pregunta suprema. Es un enigma que yace en las profundidades de cada quien y
que apunta a una labor titánica de buscar en profundos contenidos espirituales, pues
no hay donde buscar la respuesta más que en sí mismo. Al Yo se opone la angustia
que presiente el paulatino descubrimiento de quien se pueda ser. Ese Yo de mil
máscaras que oculta el ser.
32
El tener embota los sentidos y se convierte en una esfinge de muerte. Cosifica y
sepulta la sensibilidad, el sentimiento, la emoción. Poco a poco como preámbulo que
se resuelve en el ámbito del no ser. Las personalidades acumulativa y mercantilista
son ejemplos claros de lo que quiero decir: la impostura de un pseudo Yo sobre el ser.
Pero el disfrute de la vida, la posibilidad de armonía con la naturaleza, con la sociedad
y con los demás, sólo será posible en la medida en la cual un individuo sea auténtico.
Los vericuetos de la vida se extravían en el espejismo del tener. Estableciendo la
analogía podríamos decir que hay quienes están profundamente dormidos; otros,
medio dormidos, y sólo algunos despiertos. El tener es el sopor del no ser.
Diario somos estimulados por el modo social del tener. Pero es necesario el sustratum
del tener para acceder al mundo del ser, aunque no necesariamente. Luego, de algún
modo, el tener es premisa del ser. Incluso, los monjes budistas que podemos situar
en el ámbito del ser, han de procurarse el sustento mediante la mendicidad. Pero
el predominio de una u otra modalidad emerge de la interioridad y es como una
capacidad, como una orientación en el mundo, ya sea de tener o ser.
La paradoja: el tener para poder ser; ser a pesar de no tener. Lo que uno y la otra,
pueden ser.
Tener sin ser, marca el ocaso de la vida. Tener sin ser conduce a la esterilidad
espiritual que destruye. El tiempo inhóspito del tener conduce por los vericuetos de
los sentidos de la sinrazón.
Tener y ser es armonía del espíritu. El equilibrio perfecto del individuo en la salud y
en el bienestar. Con el predominio del ser el espíritu crece en libertad pues el tener
aparece como una ilusión que ya no encadena más.
La vida individual y social, están impregnadas del modo de tener y del modo de ser.
En el primer caso predominan el egoísmo y la codicia en el modo de relacionarse
y de actuar en la vida, y por supuesto apunta hacía la destructividad. En el segundo
33
caso triunfa la alegría de vivir y de ser en el mundo. Vivir es una bendición sin
condiciones. La pura alegría que despliega sus generosas alas.
34
Ante el mundo del tener el mundo del ser se deshace en un sueño sin porvenir.
Nocturnales grillos pueblan con su sonido la devastada noche del mundo. Pero aun es
posible una lágrima de esperanza.
35
Siempre está puesta la encrucijada entre el ser y el no ser.
El ojo del abismo eterno siempre está al acecho.
El ser siempre se la juega al filo de la duda. Es un preámbulo, y a veces una
realización. Es un sueño que se teje en los pañales de la esperanza. Un murmullo
de voz que quiere tomar forma. A veces, preámbulo y olvido. A veces, el dulce
fuego de la esperanza.
A veces vivo azorado en un manto de silencio que me cubre... que anonada y cierra
veredas... mas la flecha de la esperanza no se pierde.
El no ser está oculto en el reino de la ignorancia.
Ser es todo lo contrario de la enajenación. La enajenación es el patio oscuro de
los escombros. Un subterfugio de los sentidos que ocultan al ser. El andamiaje de
la vida inauténtica.
Los caminos se bifurcan: no ser, o ser para la vida, o ser para la muerte. Pero el ser
está determinado a ser para la vida. Ser significa conocer y estar despierto, estar vivo.
Sin embargo, como ser vivo todo humano camina hacía la muerte, y en este sentido
el ser va desgastándose en no ser. La encrucijada es tan sólo una apariencia tejida
entre el ser y el no ser. De todas maneras, de cara al día sopla el viento de la noche
como frío que muerde la carne. En la medida en que culminamos en el ser, somos
para la muerte, pues sólo alguien que es, que sigue siendo, puede morir.
Todo es un sueño incierto que crece a las márgenes de la nada como un cautivo
aliento que busca la vida. Un sueño que va tomando forma en la estructura del ser
humano y en su conciencia. Primordiales reservorios del alma que pugna por vivir.
No hay más ansia que el ansia de vida. El ansia descorre el velo del ser.
El no ser y el ser navegan en la inconsciencia que les va dando sustento para que un
día florezcan a la vida.
36
Ser en el mundo es una conciencia plantada de espinas pues todo se opone a esa
conciencia de ser.
Todo ser en cuanto no ser pleno, es una promesa por cumplirse en la existencia. El
destino guía la mano de la promesa.
37
Ser humano implica viva esa contradicción íntima y sin remedio.
Existir es el modo de desplegar el ser en el mundo.
El ser se debate en las paradojas íntimas de la angustia.
El existir va fluyendo desde el seno de la angustia que le acompaña. Es como la
cuerda floja de una desazón sin fin.
Le voz de la conciencia es siempre la voz de la angustia.
La existencia se mira en los ojos ancestrales de la angustia que siempre está presente.
El problema es con cuánta angustia nos la podemos arreglar en el diario vivir,
pues la vida es continua incertidumbre. Todo esfuerzo individual y, social está
dirigido a proporcionar algún grado de seguridad y certidumbre. Así se construyen
estructuras sociales y psíquicas que proporcionan una relativa confianza; más bien,
la ilusión de la certidumbre.
La angustia es la paradoja
Insoluble de la existencia,
Un andar con la voz doliente.
Un amargo aullido en la oscuridad..
El meollo del alma
Que quiere expresarse
En la vida.
Una amargura sin fin...
O acaso descorra su velo
Con la muerte.
El azar nos acompaña cada día, y por lo tanto, cada paso que damos está signado
por la angustia. Es el escándalo de la razón que no la puede contener.
La angustia desborda sus fronteras en el cotidiano albur por la existencia. Es un
sueño que no desborda sus propios márgenes de angustia.
A la luz de la angustia, la seguridad y la confianza no son más que espejismos del ser.
38
Ser es metáfora del tiempo que se desvanece, que pasa. La luciérnaga inconsútil de la
memoria. Apenas un hálito del alma.
El tiempo encarnado en la promesa de ser.
Toda línea en el tiempo
Como que se desvanece en la promesa de poder ser o no ser.
Toda huella del tiempo vital tiene el hálito del sueño de la existencia. La nostalgia
del ser que se apaga en cada acto, pues todo acto implica un paso hacía el no ser.
La esperanza galopa
Ante todo preámbulo de ser.
El dolor infinito
De la angustia preña al ser.
39
Jornadas de vida.
41
JORNADAS DE VIDA.
El misterio
La vida es un albur,
A veces un albur de muerte.
No se sabe
Quien reparte las cartas
Pero es ineludible
Apostar.
Atributo único, privativo, del ser humano, que a la vez hace que éste pueda tener
una vida consciente de sí misma; a diferencia del animal, sabe que vive. Construye
su hábitat peculiar, separado de la naturaleza, artificial, y que poco a poco poblará
de sueños y fantasías, de razones y sinrazones, de amor y de guerra, de ansias de
inmortalidad. Podrá conocer la belleza y la fealdad. Podrá optar por el amor y
la justicia, o por el odio y la destructividad. Otras especies animales no tienen
esa opción. No tienen esa peculiar conciencia reflexiva, es decir: conciencia de la
conciencia; requisito previo para el conocimiento. Brújula de la peculiar existencia
humana: Conocer y sentir, saber que se siente y cómo se siente, hacen único al ser
humano. Nadie, salvo uno mismo, podrá experimentar el mundo y conocer todo lo
existente de una forma única, viva e irrepetible.
La carne hace posible la conciencia y todo lo que de ella deriva: el trabajo, la vida
social, la muerte. O como dijo Marx: el hombre deviene primariamente animal que
trabaja y luego surge la conciencia. No obstante lo primero es la carne donde anida la
conciencia. Pero la diferencia es de suma importancia.
Tanto la materia viva como la materia inerte requieren de energía. Una y otra se
encuentran en perpetuo movimiento y transformación. Vida y muerte, creación y
renovación están siempre presentes. Lo que llamamos vida y muerte no es sino esa
transformación, ese cambio en el seno de la materia. Todo lo que vive está muriendo,
todo lo que muere está viviendo, se está transformando. El misterio radica en el
punto en el cual la vida abandona su forma corporal. Pero aun en ese momento la
vida está en la muerte, o viceversa. Tal vez lo que llamamos muerte no sea más que
una forma de transformación radical cuya esencia desconocemos. Y que a fin de
cuentas en la infinita contabilidad de la materia y de la energía - por nombrarlos de
algún modo, - nada importa.
De cualquier manera la vida es el juego más maravilloso, el sueño más hermoso que
inventó la nada. Un sueño, un dulce sueño, efímero como todos los sueños. Aunque la
vida es un signo de interrogación cuya incógnita nunca es despejada.
43
materia y toda vida, que los recrea sin pestañear. Todo es como una maravillosa
metáfora cósmica.
La vida es un misterio inextricable que se recoge en el sueño que comienza todos los días.
Es un destello que comienza paulatino de esa sustancia volátil que cobija la carne
en la ilusión.
Un calmado vino del trueno que aguarda a la vuelta de la esquina. Un sonido que atenaza
los hombros y congela los pasos. Un recoveco en el recóndito sobaco de los sueños.
Es como la primera luz de la mirada, un aliento primordial que promete besos. Pero
la vida no nace sola y en el sonido de sus pasos se adivina el misterio sin par que un
día apaga todo deseo, y todo queda sepultado en el silencio.
Si soy para la muerte, si al fin, lo que anida en lo íntimo de mi corazón es esa nada
de ser que florecerá y renacerá más allá de mi carne, entonces: Noche de absurdo
y angustia que es la existencia y que sólo se soporta por el piadoso engaño que nos
presta la inconsciencia. Por el bendito narcisismo que nos hace persistir en el ser en
vez de la nada.
Sí ante la muerte nada tiene sentido, es lógico, la única salida es el suicidio. ¿Cabría argüir
un sentido último y metafísico? ¿Un Dios que sustente la existencia, o acaso el misterio?
¿Un amor innato a la vida? ¿El puro narcisismo de existir y tener?
44
Ciertamente la vida porfía en ser. Todo crece, se fecunda y se desarrolla.
El núcleo cósmico de la materia que yace en el átomo y en el universo pugna por
ser y no ser.
Y al no estar siendo sigue siendo en un guiño de burla a la inteligencia.
El fin último de la existencia es ser para ese íntimo misterio en la conciencia cósmica.
El problema es: ser para la muerte o ser para el misterio.
¿Cuál es la verdad que oculta el libro abierto de la vida? En todo caso es el misterio
que se oculta con el silencio o con la palabra que no dice, que no traduce el real sentir y
pensar, por la incapacidad de ir al meollo de sí mismo. ¿Cómo llegar a la verdad cuando
el mismo interlocutor la desconoce, cuando es un cero a la izquierda de la inercia tras
el velo de la conciencia que encubre su verdad? El lenguaje rígido, formal, consciente,
teje la sinrazón del olvido. Pone su coraza ante el fiel de la balanza del afecto: Perfecta
sinfonía que toca a rebato y olvido: silencio que duerme el sueño de los justos.
Vida y muerte
Qué triste estar loco y no saber ni de la vida ni de la muerte. Qué triste la ausencia de
conciencia de la vida y de la muerte, que nos convierte en vegetales espirituales. ¿Para
creer en la muerte será necesario morirse? El que no sabe morir es porque no tiene
conciencia de la muerte.
45
silencio crece en la reversa del tiempo. La vida es una calamidad a solas. Una apuesta
en la que siempre perdemos la vida.
Tal vez haya que tener conciencia del dormir como una suspensión total de la
conciencia de las funciones mentales y físicas. ¿Por qué es tan difícil? Fuera de la
medida del tiempo no existe la muerte.
Con la medición del tiempo surge la muerte. Sin conciencia del tiempo no hay
muerte. El hombre muere de tiempo, y lo peor, muere sin tiempo, porque a la vez
que el tiempo da sustancia y razón de ser a la muerte, también lo da a la vida. Y si
el tiempo no es parte de la sustancia de la vida, entonces la vida no tiene sentido.
No llega a parábola. Así pues, toda vida, puede ser tan sólo un hueco en el tiempo.
Un hueco sin raíces. ¿Quién se puede sentir satisfecho para morir? ¿Quién puede
renunciar a tantos sueños siempre inconclusos para morir en paz?
El ansia de vivir es ingénita y se renueva cada día. Es una gota continúa que fluye
del fondo del abismo. Pero si ella apunta hacía la luz, la muerte apunta a la boca del
espanto. La muerte es una evocación en el tiempo de la memoria, que toca el corazón
palpitante por la angustia del nuevo día. Morir y sin haber nacido, he ahí el dilema.
¿Quién puede decir que acepta morir porque ya nació plenamente? La muerte duele
mucho, no se acepta por ese vacío de todo lo que no se vivió. No hay resignación
posible ante la frustración de vida. Por eso, la posibilidad de la muerte siempre nos
agarra pisando en falso.
46
por la ilusión. Y nunca sabremos que es la nada: sí una flor marchita al final de la
jornada, sí una chispa de luz al principio de la jornada: se esconde a sí misma en
la tautología del ser. Para ser primero hubo que no ser. El ser por tanto, procede
del no ser, pero siendo olvidamos el origen del ser. O tal vez el ser no sea más
que el deseo que se materializa en el ser de la conciencia y por tanto la anulación
del deseo y del no ser devienen en la nada de la conciencia, pero aun así queda el
misterio de todo lo que es sin conciencia y por lo tanto sin deseo. O acaso toda
esa parte del mundo sólo es porque lo crea la conciencia. En todo caso, tal vez sólo
lo recrea. O sea que puede que el origen común del ser sea esa nada, esa ausencia
de deseo, común a la materia y a la conciencia, núcleo del alma que se materializa
en el deseo. Así, sólo el deseo logra la creación, la transformación de la nada
en materia, espacio y conciencia. Surge también la invención del tiempo como
requisito del espacio de la conciencia en la ilusión. Para el animal no hay principio
ni fin, es un puro fluir en la ilusión de la existencia. El puro ritmo de la vida ciega
en la persistencia del deseo.
¿Habrá un ser más allá de las fronteras del deseo, un fluir con la conciencia del
mundo, un fluir en la energía pura que gravita más allá de la materia, el verdadero
corazón de todo lo que existe?.
Una gran verdad de Osho: sin el miedo a la muerte no habría religiones. La religión
es puro miedo a la muerte. Una caravana de sueños que cae en el espejismo del miedo
a la nada. Sin embargo, en la vida y en la muerte converge la nada. Hay miedo y hay
angustia al principio y al final. Es un proceso lento e inexorable de vida y muerte. Una
etapa que cumple con la suspensión de la forma material... pero el proceso sigue, de
otra forma, sigue en el tiempo y el espacio, sigue en el cosmos infinito y eterno. Y para
eso necesitamos una religión que nos dé la certeza dogmática y por tanto muerta, de
esa continuidad de la vida y la muerte. Morir es renacer. Renacer es apego. Vivir es
confundirse con el principio, con el supremo misterio. Será bueno recordar que la fe
no viene de fuera. Como todo, sólo tiene valor si se engendra en el propio ser.
47
El camino es un baño en las márgenes de la vida.
Fuera del tiempo y de la memoria no existe nada.
Ingrávido es el destino que degüella como una guillotina insólita de la desesperanza.
Me encuentro en un remolino incierto del alma pues toda la vida busqué el misterio
de mi vida, de la vida de los demás... y ahora soy el escándalo de mi propia desdicha,
arropado en el viento de esa incógnita soledad que da traspiés por el camino que
se pierde desde allá, en la angustia de mis años mozos. Siempre el furtivo dolor del
sueño que se consume en vida. En ese ¿¡para qué!?, que nunca ha tenido respuesta.
La vida siempre está presente, antes y después de nacer o de morir. Van juntas. Lo
que distingue a la vida es el grado de conciencia. Hay una conciencia cósmica. Sin
embargo, es la conciencia individual la que da testimonio de la vida. La materia se
conforma desde la eternidad, y en sí lleva el germen de la conciencia, y por tanto de
la vida, a la cual la materia es intrínseca, misma en que se desarrollan las múltiples
formas de la materia, de lo que es. Plantas, animales, minerales, toda materia. Y
fluyen y crecen y se desarrollan y se desgastan en incesante fluir y ser.
48
No somos más que una parte de ese acontecer universal, como un grano de arena
en la infinita playa de la vida.
Iván Ilich, personaje de León Tolstoi, moribundo descubre que nadie lo ama, que
nadie lo ha amado. Que sólo está rodeado y ha estado rodeado de la frivolidad y el
cálculo interesado, mercantil, de aquellos más cercanos, que su vida como tal está
vacía y no tiene sentido para él, ni para los demás.
49
El sentido de la vida es íntimo. A fin de cuentas el pecado de no ser nos consume
en forma exclusiva.
El tiempo y la vida
50
Desde el nacimiento llevamos clavada la espina de la muerte.
En el brocal del pozo de la nada contemplo la eternidad. Lanzo un anzuelo perdido
en la noche transido de ilusión. La vida es un sueño que quema y se calcina en las
pálidas estrellas del silencio.
El pórtico del tiempo marca el inicio de la vida que es un misterio insoluble para la
inteligencia humana. Y el pórtico de la oscuridad es un misterio.
No podemos saber que hay antes y después de cada pórtico. Las más bellas respuestas
aletean en ese antes y después.
La vida es miserable, y sin embargo, nos aferramos a ella con uñas de gato.
Ávido de tinieblas
En la sinrazón
De la sinrazón
Busco la luz.
Aceptar que el único sentido que tiene la vida sólo se da mientras estemos vivos,
y que además ese sentido no importa. He ahí el absurdo. Pero, ¿Por qué algunos
filósofos se apresuran a proponer el suicidio como una salida a ese absurdo?
Amor y odio, vida y muerte. Los contrarios no son tan contrarios como se pretende
hacer creer. En realidad continuamente están floreciendo en fecundo beso. Lo que se
nos escapa siempre es la síntesis amorosa entre la vida y la muerte. Se nos escapa la
armonía. Se nos escapa el misterio.
51
Es irrefutable. Morir es ya no estar más en el tiempo y en el espacio que hemos
concebido gracias a nuestra conciencia. Sin embargo, tal vez sea posible seguir
estando en la eternidad como una forma peculiar de conciencia o inconsciencia.
Como una conciencia que puede volver a encenderse, o como una inconsciencia
en el seno de la eternidad donde la vida que conocemos es ajena a sí misma. Un
pétalo en la penumbra del olvido de la rosa perenne de la vida; el balcón de un
silencio sin fronteras.
¿Quién puede decir que tiene un camino? Quien pueda decirlo, dirá que es
intransferible, así que el camino permanece en la incógnita del ser. Sólo sirve para el
que transita por su vida. Cada filosofía, cada religión, tienen sus caminos pero sólo
sirven como guías que apuntan al propio camino. En el Budismo la vida es un sueño
transitorio que anida en formas corporales y que se observa desde la eternidad. Se
funda en la evidente verdad de que la vida y la muerte coexisten, son tan sólo caras
de la misma moneda. Todo lo que vive está muriendo, y todo lo que está muriendo
se vuelca hacía la eternidad. El camino es tan sólo un espejismo de la conciencia en
el tiempo efímero de la carne. Punto y aparte en el tinglado escueto de la eternidad.
Vivimos agonizando en el silencio de las horas. Morir es la sombra total del olvido
52
que nos cubrirá perpetuamente. En la rueda el eterno devenir, el semen es el origen
de todo misterio. Clarividente destino del porvenir.
¿De qué está hecha la sustancia de la propia vida, qué es aquello que puede darle
valor y sentido? Se entiende que han de ser un valor y un sentido íntimos, que tal
vez coincidan o no con el valor y el sentido sociales. Que tal vez sean conocidos y
compartidos por la sociedad, y que tal vez no sea así. Tal vez sea sólo un valor que se
consume en solitario.
53
No tengo un sentido de la eternidad, pero en todo caso, quiero una estatua bañada
de sueño para que perdure mi memoria. Vida y memoria son una ilusión del tiempo.
Anidan en cada célula y asoman a cada instante, en el descalabro del ser.
Confesiones
Hasta hoy intuyo que mi pasión vertebral, central, el hilo que corre por el desfiladero
de mi existencia, ha sido la búsqueda, el logro de la belleza. Para mí la esencia de la
poesía es la belleza. Vida y belleza que se conjugan trémulos en el palpitar del rocío
en un pétalo. Vida y belleza son el indisoluble beso de la naturaleza en el eterno
aliento que los contiene.
Los aspavientos de la sinrazón se ciñen a mí ser. Así, no soy más que un hueco en las
manos del destino, calcinado en la desmemoria del tiempo. Cábala de la risa que me
acosa.
54
La conciencia y la vida; la carne y los sentidos
Nada es valioso, nada tiene sentido. Nada perdura. Me refiero al campo de la conciencia
que es lo que da algún significado a la vida. Sin conciencia es inútil hablar de nada.
Sin conciencia no hay tiempo, espacio ni lugar. No hay coordenadas para la existencia.
Ésta transcurre, entonces, sólo en la transitoria persistencia de la materia en el espacio.
55
La angustia ante el vacío de la existencia, de la muerte que acecha a cada instante sólo
puede existir en y por la conciencia. Millones de años deambularon por el espacio
infinito las formas de la materia sin conciencia. Hasta que llegó el hombre para dar un
sentido a todo lo que existe. Inventó las categorías del ser y del no ser. De existir y no
existir. Ser o no ser está unido al tránsito de la vida consciente sobre la Tierra. Al vivir
con un sentido íntimo del tiempo, y del hacer; de ser uno mismo, auténtico. O bien, de
ser sin sustancia, sin pasión, ser indiferente, sin propósito.
Existir es otra cosa. Es algo que se comparte con todo ser vivo, con todo lo que tiene
lugar y sitio en la llamada realidad. Pero únicamente el hombre quiere ser eterno y por
eso inventó a Dios y una vida extraterrena, que por supuesto no existe. Todo es por
no aceptar el germen del eterno vacío que nos va consumiendo desde la unión de las
primeras células. Desde el primer aletear de la conciencia. El hombre podrá vivir en
base a la amorosa entrega a los demás, a la pasión de una tarea en el quehacer social, en
comunión con otros seres, con los semejantes. De otra manera, seremos como el loco que
vive inmerso en sus propios símbolos, incomunicado. En una atormentada inconsciencia
de sus propios símbolos. Devorándose en el tiempo que pasa, en la inconsciencia. En
el puro existir sin ser. Trunca y pálida raíz del no ser. Sombra de la existencia. Malévola
sonrisa del olvido. La realidad nace y se inventa con cada quien, y es como “El hombre
en llamas”, de José Clemente Orozco: siempre ascendente y en movimiento.
La vida es como las velas desgarradas del mástil por la enfermedad, la vejez y la
muerte. En contradicción con los comodinos sentidos que buscan su satisfacción y su
placer egoísta. Y la vida se va gastando en el vacuo placer de la satisfacción temporal
de los sentidos, en aplacar la efervescencia placentera, insomne, que corre y corre, por
el viento caduco que pasa. Y los ojos se quedan abiertos, estáticos.
56
Un murmullo descarado del recuerdo.
El recuerdo a dos voces: la voz grabada en los sentidos que se extingue en las cenizas
del tiempo, y la voz sin tiempo ni cenizas, aquella que ni sabe qué es en el suspiro sin
conciencia. Un adorno del sueño que se desmaya.
Sólo he querido indagar los ecos de mi conciencia. ¿Qué más podría haber hecho?
La apocalíptica mirada
Del ojo cósmico
Se desvanece en el ocaso
Del crepúsculo.
Un golpe desnudo. La piedra que golpea al agua del pozo y toda la existencia acaba.
Entre la vida y la muerte hay una puerta invisible que las distingue. Hablamos del ser
y del no ser, pero, en realidad no sabemos qué son. Apenas el aliento de un beso que
no sabemos donde inicia o donde termina. Es el agridulce insólito de la conciencia,
un peregrinar de pasos en el polvo del recuerdo.
Importa la historia que se acumula en el polvo de las células. Los pasos que sólo
tienen huella para ti. El camino que has trazado por las orillas del ojo enfermo.
Cuando el tiempo no ajusta, el pan de cada día es una calamidad que consume
el espíritu en la suspensión de la carne que lo sustenta. En ella se libran todas las
batallas de las pasiones, afectos, ideas, pensamientos. Y la carne se hizo espíritu,
verbo: “Y en el principio era el verbo y el verbo estaba en Dios y vino a los hombres,
y los hombres no los reconcieron,”4 o Dios estaba en el verbo. Sin la palabra, sin el
aliento, no es posible nada de lo que existe. Debemos amar la carne igual que amamos
el espíritu. Inseparable beso amoroso que enciende la vida y que tal vez se disipa con
la muerte, o tal vez no sea más que otra forma de ser en lo que llamamos nada.
57
de pensar que la materia prima del tratamiento psicoanalítico fuese tan escasa.
Que hubiese tan poca vida, tan poca pasión de florecer, de nacer y crecer. De poder
despertar. Quién habría de creer que con el tiempo la vida acabaría apuñalada en una
penumbra de sordo silencio.
La vida está sobre la tragedia y sobre el dolor. La sociedad no es más que un signo a
favor o en contra de la vida en cuanto que nos ata a la comodina satisfacción corporal y
de los sentidos en una poltrona de conformidad, no es más que una señal de la muerte,
una comodidad sin vida. Porque si bien la vida palpita en la carne, no es la vida misma.
Sólo es una señal, un símbolo dormido. El apasionado silencio de la inconformidad, de
la rebeldía ante la muerte. Si bien es cierto que ésta nos arropa con su manto, y con su
inexorable triunfo, a ello se opone la rebeldía del hombre y de la vida.
¿Dónde, cómo o porqué se pierde, se olvida, se sotierra esta chispa del misterio original?
Insatisfacción
Sin insatisfacción es como una alondra que a los pies del sueño se rinde y deja de cantar.
58
Insatisfacción, vacío y dolor, conducen el navío del alma que busca un sentido.
A veces es una búsqueda ciega. Es una búsqueda que no cesa, un dolor que no se calma,
una insatisfacción a veces en alas del desaliento. Siempre preñado de fe y confianza.
Fluir
Herman Hesse todavía en el último día de su vida compuso un poema a una rama
que se rompía. Vivir es disfrutar, es un sentimiento de plenitud y armonía del
hombre consigo mismo y con la naturaleza. Vivir es una aptitud que se conquista,
al margen de la alienación. No se puede vivir si no se ha logrado ser uno mismo
en alguna medida. La vida es palpitación entre los sentidos, la realidad y el alma.
Se es, se vive fluyendo siempre entre esas tres instancias, en la medida en la cual se
fluye se vive.
59
El alma tiene un punto de referencia en la eternidad donde se encuentran el estar
siendo de lo que ya fue miles de veces. La experiencia del alma que no puede ser
fijada en el tiempo, sino en ese fluir ilusorio que hemos establecido de lo que está
siendo. Sin el sustento de la ilusión temporal, nada es. Al inventar el tiempo el
hombre inventó el mundo y la posibilidad de Dios que existe fuera del tiempo
humano -necesario para la ficción-. Fuera de este tiempo está la realidad eterna. Así,
la conciencia del hombre es la única capaz de gemir de nostalgia, la única capaz de
imaginar el vientre de la eternidad donde todo se inicia y la nada es.
Los días pasan y pasan sin punto de apoyo como huecas ventoleras de mi sinsentido.
Y no es que no quiera pero mis pasos no dejan huella. Toco a las puertas y nadie me
oye. Todos están absortos, sin tiempo, se gastan los sentidos y no sabemos ni por qué,
y no queda ningún rescoldo que hable por mí. Mi angustia se pierde detrás de mis
canas. ¿Será destino común? Mi yo transitorio atestigua cómo todo es transitorio.
Lo transitorio de lo transitorio. Mientras la conciencia se renueva por el paso de lo
transitorio y todo queda desolado en ese campo transitorio de la conciencia.
Siquiera todo se lavara en la sonrisa del tiempo o se renovara y naciera con nuevos
bríos, con nuevas formas y armonías. ¿Y no es así? El desorden y la mugre son parte
de este cosmos que se degrada y corre por la loca pendiente hacía el abismo del
aniquilamiento. Si así lo quieres: no hay salida, cada paso conduce al final donde las
luces se apagan en un marchito manifiesto de los sentidos. Sin embargo, aunque no
haya salida, el sentido, la alegría, están en cada paso, cuando podemos abrirnos al
goce, cuando somos inocentes y no cuestionamos.
60
Vida, soledad, locura, muerte
El arte de la vida exige la soledad. Entonces la vida es como una vela que se va
extinguiendo en el inmenso cosmos. La soledad consiste en no esperar nada de nadie. Y
la vida es un albur que se juega al todo o nada. Transitar solo por la vida es entregarse a la
alegría de la inocencia de los sentidos. El cuerpo y sus ventanas al mundo es lo único que
tenemos. Es un instrumento que se afina con la vida. La soledad es estar frente a la muerte,
sin concesiones. El destino es una finitud de palabras. El arpa que se rompe en silencio.
Para donde volteo, me acosan en la mirada las reumas de la vida. Es una cierta paz
de ya no tener a dónde ir, de ya no querer ir a ninguna parte. Estar escaldado en
la mentira. Suspiro por un mendrugo de pan de idolatría, asido al sinsabor de una
mística pasión, bajo una túnica desolada.
Con las traiciones he ido olvidando las referencias. Si yo sólo he querido expresarme
y ser como la mariposa impoluta de tiempo y espacio. En una sinfonía de silencio
y de paz, más allá del ajetreo de los timbales del acontecer cotidiano. Más allá de la
mirada profunda del caos.
Apelo al sueño que siempre ha dormido bajo mi piel con esa ausencia de mundo que
parte el alma de angustia y soledad.
61
Desesperado aprendí mis exorcismos de memoria y el vientre de la serpiente seguía intacto.
Y el destino es cruz que señala los puntos cardinales. No hay brújula, apenas un ciego
tentaleo, un tropismo ante la ancestral nada. El vuelo del murciélago en la luz. La vida
sin destino, o con un destino incumplido que se agazapa en las tinieblas del corazón
y se carcome en la sal del olvido. Anclada en el silencio del cosmos. Cómo entender
que la destrucción es el núcleo de la entropía y que caminamos a solas en un mar sin
fin, en la sorda tiniebla del corazón. Destino: arquímedico punto de la existencia.
Vacío, depresión, odio, locura, es lo que veo todos los días. En suma, atributos que
traducen la incapacidad de vivir. La vida se explica a sí misma. No necesita ninguna
justificación. La incapacidad de vivirla es una justificación de la muerte.
62
ansia de ser con sus alas desplegadas en la pasión. Pasión es igual a vida. La pasión es
el lote baldío de la esperanza, y espera ser habitada
“Exprimir la existencia para dejar a la muerte solo un bagazo del tránsito por este
mundo.” Pero, ¿qué exprimir? Si un pozo está seco no se puede sacar agua, si un
alma no palpita, no resuena. Si en el fondo no duele el vacío del misterio, ¿a dónde
63
dirigir los pasos? La inquietud, la insatisfacción que brota del alma, son la brújula
que conduce por el incierto camino de la existencia siempre haciéndose a través del
espacio del alma. ¿Qué es lo que agita el sendero del ser? ¿Por dónde sopla el viento
que mueve el astrolabio de la existencia? ¿Por dónde llega ese beso que arropa y
consuela?
Busco y busco, y sólo encuentro cruces de cenizas, como un aletear de pájaros que ya
se han ido, y luego el silencio, y luego sin saber a dónde ir.
¿Es ley que la vida se extinga en las mismas entrañas del tiempo?
¿Qué la boca lóbrega de la nada ha de tragarnos?
¿Qué el sutil puente a la nada sólo dura un suspiro?
¿Qué a fin de cuentas el oropel de la vanidad es nuestro único legado?
¿Qué todo es una infinita sucesión del mismo sueño? ¿Una pompa de jabón y nada
más?
En fin, se trata tan solo del sueño que se extingue y muerde la cola de la nada.
64
Pasión: un sueño que todo lo circunda.
65
Pasión: un sueño que todo lo circunda
Tenemos que seguir la ley inescrutable, inevitable, de la materia; sin embargo, en ella
anida la quintaesencia que la anima: el espíritu, el alma, o lo que se ha dado en llamar
soplo divino. Son tan sólo dos formas de lo que es en el mundo fenoménico. La
energía mueve toda materia, y en el ser humano alcanza la forma peculiar, única, de la
autoconciencia, y de una conciencia del entorno, de lo que es y de lo que no es. El animal
-que no tiene tal peculiaridad- está mucho más cerca de la materia, de la naturaleza. No
obstante, si pensamos en el corazón de la materia, sigue habiendo en forma persistente
y eterna ese algo que la anima, y que es un misterio. Ese algo que nos unifica como seres
materiales y conscientes. Sabemos que nos unen en el corazón de la materia, la energía y
el movimiento constante, eterno, a donde retornaremos una vez que la materia que nos
conforma cumpla su ciclo, y entonces el espíritu, energía o movimiento que la anima, ha
de tomar otras formas diferentes en el eterno fluir de la materia en el infinito universo.
66
El hombre es tan solo una antorcha encendida por el deseo y en el cual quema sus
alas mientras el cuerpo lo alimenta. El cuerpo sería la antorcha encendida por el
deseo; y los sentidos abiertos a la vida, el fuelle de la ilusión que entona los acordes de
la tristeza y de la alegría; de lo sublime y de lo abyecto. Del amor y de la destrucción.
La angustia, por el contrario, es el miedo a no ser que carcome los escombros del
sueño. Es una trampa para el corazón.
Siempre queda el remanente, la insatisfacción del pudo ser de otro modo mejor. Y
es que no es difícil extraviar la vida en este mundo. Quiero creer que todos nacemos
con una voz viva en el corazón; una chispa que anima los actos de nuestra vida. Es
una chispa, o sí se quiere una llama, que nos inquieta. Surge de lo más recóndito, de
lo más íntimo. Y ahí está encendida esperando el soplo que vivifique la existencia.
Anida en lo íntimo del ser y apunta a la realización del individuo. Es prístina en
su esencia. No tiene que ver con la familia ni con la sociedad en su origen. Su
realización sí las implica. Son una chispa, una llama, una voz Son parientes cercanos
de la pasión, o mejor dicho la pasión los conforma. Sí están vivos caminan junto
con la pasión y apuntan hacía la realización personal del individuo. El destino es lo
más personal que tenemos. Me refiero al destino como realización. Esa chispa y voz
íntima, van unidas -además de la pasión-, a lo que cada uno somos. Representan la
singularidad que hemos de expresar en nuestro paso por la vida.
En este caso, todos somos artistas. Cabe preguntarse de vez en cuando: ¿En dónde
se extravió mi ser y perdí el sentido de mi existencia? ¿Aún vive en mí el sonido de
su voz? O puede ser también que haya un extravío de vida desde el nacimiento. Una
ausencia congénita de pasión como ocurre en la esquizofrenia. O una indiferencia
a los valores éticos. Una indiferencia por la propia singularidad. En suma, hablo del
asiento y despliegue de la vitalidad aunada a un destino, a una tarea muy propia a
realizar y que sólo cada quien puede descubrir en sí mismo y expresarla en la existencia.
Y en este último sentido es cuando el destino se anuda a la sociedad en su posible
desarrollo o sofocamiento. Ser para sí mismo o ser para los demás. Ser para sí mismo
o ser anónimo. En cierto sentido si no somos capaces de ser para nosotros mismos
-genuinos- no podemos ser. Así, a secas. El requisito, primero, es ser para nosotros
mismos, y sólo así podremos ser en el mundo y ante los demás. Somos en función de lo
que hacemos y siempre que este hacer sea auténtico, emanado de la chispa que anima
el destino y su pasión. Sólo así puede reconciliarse la vida con un sentido existencial.
Caso contrario, en nuestro ser anidará el gusano de la nada, del sin sentido de la
existencia. La futilidad y el hastío de no ser. De impotencia y vacuidad ante la vida.
67
El fuego de la vida prende desde el momento mismo de la concepción. Se enciende
la llama de un individuo. El infinito empieza a correr por ese germen de materia
temporal. A fin de cuentas sólo venimos a dar testimonio del amor que comienza, de
la continuidad del infinito. Somos un eslabón. El fuego no debe apagarse. El fuego
está en la carne y en la mente; o bien, en el animal que se guía por sus propios pasos,
sin apertura al infinito. El fuego original se abre en un abanico de posibilidades. Es
cuestión de no eclipsar la muerte. Es cosa de navegar con los ojos puestos en el infinito.
Llevamos la antorcha en el maratón de la vida.
Somos extraños a la permanencia en el mundo. La mente sólo alberga un
microsegundo del infinito, que es el instante; vivimos en un instante agónico. Hemos
de ser leña que arde y se consume en su propio fuego.
Los sentidos han de permanecer abiertos a la belleza. Limpios, sin polvo. Que la vida
emerja como un manantial de donde podamos beber sin fin. Morirnos, entonces, en
un beso con la vida, con la muerte; consumirnos de amor hasta el último instante,
sin rebelarnos ni oponer resistencia al infinito, al que seguiremos perteneciendo en
otro orden de cosas; como parte de la eternidad. En la eterna, anónima, omnipresente
materia que nos conforma.
Tal vez quede un recuerdo como nuestro adiós.
Gloria a aquellos que dejaron testimonio de su vida en su obra perdurable. Muchos
más nos iremos sin dejar huella en el mundo de los hombres. Vacías las manos de
toda significación.
Somos una escala ridícula en el universo.
Las cenizas reclamarán las posibilidades de todos los hombres y ya no estaremos ahí
para dar testimonio.
No somos nada pero es maravilloso ese microsegundo de ser un eslabón en la
eternidad del universo. Saber que somos y no somos es lo más maravilloso.
El amor es la íntima armonía de los contrarios.
No hay otro conocimiento vivo, a no ser el del amor.
El fuego primordial tiene alas. Es el espíritu del barro. La luz que se baña en las
tinieblas. La nostalgia por la eternidad anida en esa llama transitoria. En un principio
toda vida apunta a su realización. Es un código sin descifrar, un enigma que puede
perderse en el camino. Es La palabra inpronunciada que clama por su nombre.
El fuego acude a la vida a través del amor. La indiferencia y el odio lo tornan cenizas.
El odio es un viento negro que aúlla en un túnel sin salida. Entre ambas polaridades
ha de alumbrarse la vida.
68
El aliento de la vida está en el regazo materno, en su leche que lo alienta y que bendice
la vida y orienta el camino hacía la alegría. El mundo se torna alegre o triste según el
sabor de la leche que alienta cada vida. Y se arropa en el regazo materno que la protege.
Pero:
Nos parece que la vida dura apenas lo que un suspiro pero eso es suficiente. La vida
es conciencia, percepción y conocimiento. Por estas facultades y a través de ellas se
forja la trama de la existencia. El amor es el lazo, la colágena que las une. El amor es
una tendencia hacia el conocimiento, mediada por el interés.
69
El fuego de la pasión moldea las conjunciones que van ocurriendo en el devenir de
la existencia, que es un río en el fuego de la pasión y el interés. Sencillo: la vida es un
acto amoroso. La pluma que vuela al infinito. La paz en la armonía perfecta.
El amor consumido
por el fuego
es un tronco hueco
aún humeante
que transpira el humo
de la desolación,
que comienza a caminar
purificado
con una cierta nostalgia
por el hambre acumulada
en la sinrazón:
viento que sopla
sobre el fuego purificador,
alimento contrito
del ave eterna que emerge
de las cenizas;
patria alterna de la conciencia
a donde partimos
vía el sueño eterno.
Brújula que guía
al corazón ardiente
consumido por ansias
solares.
70
lo accidental y accesorio, se convierte en lo esencial. Es producto del miedo, del
miedo a la muerte. Eso es lo que hace la búsqueda de la satisfacción de los sentidos,
de lo biológico, de su placer, como lo primero, lo esencial, lo que da una seguridad
en la vida. Si se satisfacen las necesidades biológicas, eso crea una seguridad de
sobrevivencia, de seguir en el mundo. Pero eso no es más que el espejismo del ser,
un susurro del eco de la vida. Y la carne, un continente hueco del ser en el mundo.
La vitalidad, el estar vivo, es dar preeminencia al alma, a los deseos, a esa inquietud
por ser, por expresar el espíritu. Pasión significa estar en contacto con el objeto. Es
la pasión y aquello que lo apasiona. La pasión es la antorcha que enciende la vida.
Puede apasionar una puesta de sol, un cielo estrellado; el amor por la música, por
la literatura, por la poesía... la pasión, aquello que apasiona suele ser infinito como
la misma vida, cuando se vive apasionadamente. En el inicio de toda vida está la
antorcha que enciende todo amanecer. La pasión todo renueva. Estar apasionado
es estar siendo. La vida es una vela encendida de pasión. La pasión nada tiene que
ver con la paz de los sentidos. Con su condición de placidez que nace de la hartura
del cuerpo. Nada tiene que ver con ser un cerdo bien cebado. La pasión, vivir con
pasión, es perseguir una estrella, una luz en el infinito. Es tener fe a pesar del mundo
que hemos construido. Es levantar, elevar el corazón de las cenizas de la derrota. Las
pasiones son vida por excelencia.
Somos la suma de lo que hacemos. La vida anida en el deseo y en la pasión que están
o no están en el pecho del hombre. El deseo y la pasión se expresan en el quehacer
del hombre, tanto intelectual como anímico.
71
Equiparo la enajenación a una forma de locura semejante a la esquizofrenia. El hombre
alienado de sí mismo como un fantasma del ser. Como sonámbulo por la vida. Sin
resonancia de sus afectos y deseos. Preso, supra viviendo en la cáscara de su vida.
Todo lo que se expresa va cargado de pasión. Igual una obra de arte, que cualquier
otro acto de amor o de odio. En el origen del amor y del odio está la pasión. En el
fondo de la creatividad está la pasión. Consumirse de vida es consumirse de pasión.
La pasión otorga alas para vivir.
Todo lo que existe participa de la pasión y del deseo. Sin embargo, para los budistas,
deseo y pasión sólo son vestiduras, apariencia que adopta la vida, aparejada al
sufrimiento, la vejez y la muerte. La verdadera vida, su esencia, reside más allá de todo
deseo. La verdadera vida está más allá, en la superación y anulación de todo deseo. Sin
embargo, el deseo es necesario para la unión con la armonía del cosmos, con la esencia
del origen. Pero, desde siempre, la vida es un beso apasionado con la nada.
El amor y la pasión por la vida no tienen edad. Más bien se manifiestan con las
peculiaridades de la edad. Tal vez en la adolescencia seamos más apasionados; tal
vez en la madurez y en la vejez, apasionados y sabios. Experiencia y pasión se van
entrelazando a medida que la vida pasa. Nada más hermoso que la pasión aunada a la
72
experiencia. Y se puede tener experiencia en un arte u oficio como son la pintura y la
escultura; en la literatura y la poesía, en la música, etcétera. Y si hay pasión, siempre
será posible su expresión y el acrecentamiento del saber, de la experiencia; sí, la
pasión está como la expresión de la vida a través de la creatividad a cualquier edad.
La vida comienza con un hambre de infinito que suele tornarse en una calurosa
recepción del olvido. La mirada se torna vacío silencio. El alma deja de estar animada
del fuego que la consumía en el ser cotidiano del mundo. El frío se posa en cada
coyuntura. Un marasmo se estanca en los sentidos. Hastío que entumece el palpitar
de un sueño. Ya no es posible el beso ardiente que aleteaba apenas ayer.
La carne se va restringiendo a su espacio invisible.
¡Hay de aquel que ha quemado las alas!
¡Hay de aquel que se agazapa en el silencio del cuerpo!
En un principio el fuego alienta todas las pasiones.
Sólo se trata de mantener “de amor la llama”. ¿Qué pasa pues en las almas que se
tornan somnolientas; qué pasa con el fuego que alentaría todos sus actos? ¿Por qué se
torna en un frío mercurio de los huesos y del alma?
No hay más dolor que el silencio de la pasión. Entonces la vida es como un tambor sin
resonancia. Como El registro plano del encefalograma de la vida. La burocracia de vivir.
¿Para qué quieres un cuerpo si no fluye en ideas, sentimientos, amor, odio, rabia,
esperanza y frustración? Siempre acción y lucha.
La pasión se renueva a sí misma, incesante, en su objeto: poesía, literatura, pintura,
música, trabajo, sexo, etcétera..
El espíritu siempre fluye hacía aquello que lo hace vivir, en el algoritmo de la belleza.
No hay pasión sin objeto.
73
El tamaño de la llama de la pasión habla de eternidad de vida. De otra manera no es
más que un sueño que no levanta vuelo.
Constreñido a la amargura del silencio las horas pasan monótonas, sin sentido, como
un aletear nocturno del cuervo que trata de sacudir las sombras de la noche. Los ojos
oscuros se vuelcan en la nostalgia. Es sólo el vacío que los anima. Vuelo nocturno del
ave solitaria. Descalzo de amor camino entre espinas; perdido, descalabrado de ansias
y vacío como la fuente seca de mi ayer.
Apenas se enciende el grillo de la conciencia que nos escuece el alma hasta sangrar y
el tiempo palidece sin futuro. Las cosas y todo lo que existe se desvanecen en el polvo
de la conciencia de la muerte. No hay porqué o para qué, que valga.
74
dolor, pues a pesar de la muerte el hombre persevera en ser. Pero la sombra fatal de la
muerte carcome el alma. Y ya quisieran que no se trata de estar deprimido, sino tan
sólo de la conciencia aguda de que desde que se inicia la existencia ya perdí pues soy
un ser para la muerte. Pero esa conciencia me hace vivir porque estoy vivo, y entonces
soy todo y soy nada. ¿No será cosa de inclinar la balanza hacía el todo o hacia la nada,
un constante interjuego de la existencia?
La palabra presentida se agota en una lágrima. Tal vez la esencia de la vida no sea más
que el fuego de las pasiones. Y mientras la carne alimenta las pasiones hay vida en el
grado de su intensidad. En cierta medida las pasiones son un triunfo sobre la muerte,
sobre el vacío íntimo que acompaña la vida. Un triunfo transitorio sobre la muerte.
El tiempo real de la existencia es aquel que se consume en las pasiones. Toda pasión
significa pasión de ser. Las pasiones son el corazón de la materia y de la vida que crean.
Con la muerte la carne se vacía de pasiones. La vida es alimento de las pasiones y las
pasiones son alimento de la vida que continuamente crea y se transforma.
75
La vejez como un continuum en la vida.
77
Una llamarada se esconde en la fuente del olvido y espera la gracia de un aliento que
prenda la flama soterrada... podría ser, ¿por qué no? La vida siempre duerme aunque
sea en humilde rescoldo; aún en la vida más endurecida alienta un soplo de luz. El
fuego que esperó siempre la redención. Quiero pensar que la esperanza siempre está
presente como preámbulo del amor. ¿Por qué no? Igual, la chispa del amor duerme,
espera el soplo vivificante de la ilusión. O ¿será posible una muerte en vida, tan total
que ya no ofrece la posibilidad de la esperanza? No sé, no lo sé, mas aguardo que el
soplo divino nunca se extinga.
78
LA VEJEZ COMO UN CONTINUUM EN LA VIDA
PRIMERA PARTE
La vida es una actitud interna. Es animada desde el interior. Aun cuando el cuerpo
esté medio derruido, la vida depende del interior que la anima. De ahí que nos
podamos referir a la vida desde un plano simplista, meramente fisiológico con
relación a la decadencia corporal; y por otro lado, a esa actitud hacia la vida que
emana del interior. El envejecimiento que lleva aparejada la decadencia física es algo
universal y fácilmente observable: se caen los dientes, el pelo; la piel se va secando;
disminuye la capacidad auditiva y visual. Disminuye la fuerza y la elasticidad
muscular. En suma, disminuyen todas las funciones fisiológicas. Sin embargo,
sostengo que la vida es el cúmulo de experiencia que se va acrecentando con el paso
del tiempo. La curiosidad es otro factor que puede mantenerse vivo a través de los
años y a pesar del deterioro físico.
Del interior del ser, más allá de las limitaciones físicas, del interior, surgen y
mantienen la vida: la curiosidad, el interés y la pasión. Estar vivo pertenece al ámbito
del ser, ligado éste a la realización personal.
La curiosidad implica renovar la mirada con la frescura que ofrece todo lo que
existe. Forma peculiar e intransferible de ver y experimentar el mundo que puede ser
transmitido a través de la obra de arte.
A medida que la luz del cuerpo se extingue, crece la llama del espíritu. El camino
no es fácil, pero cuando menos sabemos que existe la entrada al laberinto a través de
la propia actividad, de aquella labor que hemos escogido y que es genuina, y es por
tanto, una forma del destino de vivir que no se agota.
79
El deseo puede torcer su raíz humanística por influencias externas pero, para bien o
para mal, está presente. Es fuente de vida. De una vida auténtica o inauténtica, pero es.
En otras palabras, el deseo puede extraviarse en sus objetivos, en su raíz, humanistas,
pero es; ahí está. Existe la posibilidad, además frecuente, de que el hombre se
equivoque, de que se traicione a sí mismo. La posibilidad de un desarrollo sano
solamente puede darse en función a la fidelidad a los principios humanistas, siendo
humano y receptivo a la vez que activo. Empático y estar dispuestos a la acción. Ser
humano consiste en desplegar aquellos dones mentales, espirituales, comunes a todo
ser consciente, o sea, la razón la imaginación, el conocimiento, el lenguaje.
80
El ser humano es una constante en el tiempo vital. Esto es universalmente
reconocido; luego, el germen de lo que será a través del tiempo está puesto por
la dotación biológica singularísima de cada ser humano, que se modificará en
interacción con el medio ambiente social y familiar. La fuerza vital (interés, pasión),
está puesta por la biología pero el objetivo vital está puesto en la sociedad, en el
mundo; ahí se dirige el anhelo. Sin el deseo vehemente la vida naufraga. Carecen
de ese deseo patológicamente algunos psicóticos, como los esquizofrénicos. En los
neuróticos ese deseo que apunta a su realización, con frecuencia da bandazos o de
plano naufraga. Una característica neurótica es precisamente hacer las cosas a medias,
dejarlas inconclusas. Como que se empeñan en mutilar su propio destino. De hecho
el neurótico vive en vida cavando su propia tumba, vive muriendo; vive muerto, o vive
sin haber nacido. Muere de parto prematuro. Así pues, la vida se hace en el deseo, en
la pasión, en el anhelo, que se despliegan ante el mundo, ante la sociedad y ante los
demás.
Son dos los factores a considerar: la vitalidad dada por el deseo y la pasión; por el
interés puesto al servicio de la vida o la ausencia de tales cualidades. Y por otro lado,
cómo inciden los prejuicios sociales en el alma. Cómo mutilan la vida o la hacen
inútil.
81
sello de dignidad y nobleza por estar a favor de los ideales, a favor de lo mejor de la
vida, de la transformación social, a favor del ser humano. Ímpetu y fogosidad son los
principales atributos del joven.
En toda edad puede haber desvíos del desarrollo normal del individuo. Las carencias
materiales, económicas, dañan en cualquier etapa de la vida. Y en la infancia la falta
de comprensión, de interés, de una actitud vital, y el convencionalismo de los padres
puede ser crucial para que el niño pierda su alma a temprana edad. Es lo que ocurre
con más frecuencia.
En la vejez puede ser que los intereses que guiaron la vida no fueran genuinos; o
que el esfuerzo vital haya estado puesto en una tarea enajenada, que poco o nada
tenía que ver con las potencialidades únicas de ese ser humano. De por sí ya llevaba
una existencia inauténtica y en la vejez se encontrará con las manos vacías, y sépalo
o no, con el alma vacía. No había nada ahí en esa vida, y en la vejez tan sólo se hace
patente; ya la esperanza es más corta. Lo más frecuente es que desemboque en
aquello que es su peor cariz, la acentuación de los rasgos negativos del carácter, como
82
la avaricia y la mezquindad. El miedo patético a la muerte. Así pues, abundan los
ancianos cuya vitalidad se había perdido en el camino de la vida, que no tuvieron
ningún proyecto vital, y menos lo van a tener en la vejez. En cierto modo ya eran
viejos desde antes, en el peor sentido de la palabra.
La carne no puede negar el tiempo que pasa. Lleva su sello en el polvo de los huesos;
en el paso que cansa; en la mirada que se enturbia de pasado.
El “pudo ser”, es impotencia del quehacer. La tumba de los impulsos que quedaron
vencidos en el camino de la vida. La balanza entre el ser y no ser, entre hacer y no hacer.
Mientras más escombros del “pudo ser” en la vida, menos posibilidades vitales. El
hombre va coartando su ser y su quehacer cada que renuncia a su realización. Se
arrumba en el calambre de la existencia que finalmente paraliza y constriñe la vida.
Por el interés, cualquiera que éste sea, se mantienen abiertas las puertas de la
existencia cotidiana. Interés y pasión van de la mano. Aquello que interesa apasiona.
Así se mantiene el gusto por la vida, que es un continuo interés apasionado, o no es;
se tenga la edad que se tenga. El gusto por la vida no es cuestión de edades, sino de
pasión e interés.
Dos son los pilares de la existencia, y la vejez no está exenta de los mismos: el
amor y el trabajo. Ambos son muy difíciles de cultivar y conservar. La mística
del trabajo se adquiere desde la juventud, e incluso desde la niñez. Hacer algo,
trabajar, significa ser útil. Se es útil aun cuando la obra, lo que se hace, no esté
acorde con la intimidad de quien lo realiza. También el trabajo enajenado es
83
útil para otros. En el trabajo se funda la conciencia humana. El trabajo es parte
esencial de la existencia humana. Se aprende jugando. El trabajo es como un
abanico que va desde el goce lúdico, libre y espontáneo, hasta lo enajenado. Sin
embargo, cada quien hace lo que puede. Hay quienes detestan lo que hacen y tan
sólo sueñan en tirar el arpa. Lo conciben como una carga onerosa sin saber que es
lo único útil que hacen. Tal vez la única razón de la existencia válida después de
la sobrevivencia. Cuando la vida se reduce a la pura sobrevivencia sin otro interés,
algo vital que aliente el espíritu, como el trabajo, se cae en el vacío, en el sinsentido
de la propia existencia. Para entonces es de suponer que el espíritu se ha embotado
y ya no es capaz del goce de la contemplación y del acontecer vital por medio de
los sentidos. El trabajo enajenado embota los sentidos y opaca el gusto por la vida;
hace declinar el interés.
El amor y el interés van juntos. Se ama lo que nos interesa, y nos interesa lo que
amamos. Es como la sonrisa que se entrega a la calidez del día. Lo que se hace con
interés, con desprendimiento, se hace con amor. Amar es entrega. En el amor nos
damos a todo lo que nos interesa.
Sí, dividiría la vejez entre la útil y la inútil. El viejo útil, a pesar de todos los avatares,
se sigue conservando al día de los principales acontecimientos locales y mundiales;
se compromete con los adelantos tecnológicos y trata de usarlos en su provecho, en
aquello que tienen de positivo. Procura ser un miembro activo de la sociedad y de
mantener su presencia en la medida de lo posible. ¡Vaya! Podría decirse que el amor
no es una condición sine qua non para una vejez productiva. Basta con la entrega
a tareas propias, y otras dirigidas o en beneficio de los demás, pues hay problemas
que nos conciernen a todos como la injusticia, la desigualdad social y económica;
el mundo de los desposeídos; lo irracional del armamentismo y las guerras, la
destrucción del medio ambiente y la degradación de la tierra, la tiranía y opresión
de los gobernantes. Las tareas personales y sociales no se acaban siempre que haya
interés, siempre que nos volquemos interesados en el mundo, en los demás y en los
problemas sociales.
84
Amor y trabajo son bastiones de la salud mental, del regocijo de vivir, de estar
interesados, y de no bajar la guardia ante la muerte. Amor y trabajo son lo opuesto a
la muerte.
¿Qué determina las diferentes actitudes vitales ante el mundo y ante los demás?
Básicamente son duales las actitudes fundamentales ante la vida. La alegría o la
tristeza; el amor y la desesperanza; el despliegue de la vida o su retraimiento. En
limites extremos la melancolía, la depresión; la euforia, la sonrisa empática, la flor que
crece en el corazón, el desarrollo espiritual.
Puede ocurrir también que el proyecto original hacia la vida, que era favorable al sujeto,
sea coartado. En términos generales esto ocurre según la actitud familiar o social,
cuando sus fuerzas, con el sello de lo convencional, están en contra del individuo.
No hay que olvidar que las fuerzas originales más poderosas que operan en todo ser
vivo apuntan hacía su despliegue a favor o en contra de la vida. Y que los valores,
tanto familiares como sociales, pueden inclinarse hacia uno u otro de los polos
mencionados. La señal de la vida es la alegría y el bienestar, la potencia; en cambio, la
señal de la muerte es el hastío y la depresión, la desesperanza y el pesimismo.
85
lo inerte, lo muerto, la tecnología en suma. El dinero. El hedonismo y la codicia,
el pragmatismo, el bienestar del cuerpo y lo que se entiende por su cuidado y su
prolongación en el tiempo, sin alusión al alma; esos han llegado a ser los valores
supremos: Un pragmatismo sin alma ni moral. Estar vivo en un mundo así es todo
un desafío para cualquier edad.
El tiempo es una angostura de dos canales: el tiempo sin salida, que se agota en sí
mismo, cerrado a la posibilidad de la carne que reclama vida; o bien, el tiempo pleno
que se concentra en la obra que se hace, sea cual sea ésta, y que no importa que la praxis
se agote en sí misma. De cualquier manera, inexorable, el tiempo ha de consumirse.
Lo que difiere es la esperanza. Se está a favor de la vida y hay esperanza, o bien, sin
esperanza no puede florecer la vida. En la desesperanza la vida se niega a sí misma.
Aferrarse a la vida más allá del tiempo. Abandonarse a la propia intuición encarnada
en el tiempo que transcurre, en el propio trabajo.
86
La vejez implica una sana comunión con el pasado. Mientras más vida y experiencia,
más pasado, más recuerdos; que si se mantiene viva la imaginación pueden
convertirse en vida. La cualidad de tales recuerdos matiza el sentido de la vida actual,
le dan su tono vital y su estilo.
Su alma ha sido sofocada en mayor o menor grado. En otros casos ¿por qué se
conserva esa chispa de vida? Quién sabe, lo cierto es que pervive y es condición sine
qua non de la experiencia creativa. Que se conserve la capacidad de leer y conocer
sobre aquello que es cotidiano. Ya E.T. A. Hoffman decía que él era un niño que veía
las maravillas del diario vivir que los demás eran incapaces de ver. Por demás está
recordar que fue abogado, músico, y un gran escritor de obras mágicas, infantiles,
llenas de originalidad y visiones insospechadas y fantásticas, que siguen cautivando el
espíritu de quienes las leen.
Todo niño es por naturaleza creador. Se deslumbra y emociona ante el mundo que
está conociendo, qué crea y recrea. ¿Qué experiencias truecan el camino natural de la
espontaneidad en el niño, y cuales coartan su curiosidad e interés?
87
posee que luchará denodadamente por manifestarse. Por supuesto que no deja de ser
muy importante, y en algunos casos hasta decisivo, la aprobación y el apoyo familiar.
En cuanto a la sociedad lo más frecuente es ir contracorriente. Son frecuentes los
casos en los cuales los padres propician la traición del niño a sí mismo aun mediante
el chantaje, la coacción y el soborno. Se aprovechan de la dependencia infantil.
Incluso es frecuente la imposición en la cual el hijo se somete a lo que diga el padre.
En estos casos, la voluntad del adulto es ley. La espontaneidad ha de tener la fuerza
suficiente del desafío para poder preservar la autenticidad del ser; caso contrario,
se pierde el alma; la vida se transforma en vida inauténtica, enajenada, al grado que
puede llegar a olvidarse por completo quien se era en realidad, y a tomar por genuina
una vida hueca. Por eso la curiosidad y el interés son termómetros vitales que pueden
ser un indicador en cualquier etapa de la vida. Un indicador de cuán vivos estamos en
cualquier momento, a pesar de la etapa de la vida de la cual se trate.
Así como hay tantos jóvenes, adultos y viejos angustiados y deprimidos, también hay
muchos niños en esos estados. Impotentes, a merced de los mayores y de la sociedad,
víctimas de quienes deberían de ser sus guías y facilitarles el camino.
Lo que “debería ser” es ajeno al sujeto; en cuanto a éste compete, el “deber ser”, valga
la redundancia, debería de ser una aspiración realizándose cada día. El “deber ser” es
un venero sin fin. Y ese deber ser no es otro que el imperativo de vida, aquel que nos
exige estar realmente vivos. Vivir para algo; tener gusto por la vida que transcurre,
maravillarse ante ella aunque sea de vez en cuando; gustar de la naturaleza y de las
personas. Tener metas propias y vivirlas aún cuando puedan parecer triviales, (como
en la película: “Por siempre joven”). In – te – re – sa – do, interesado en todos los
ámbitos del existir: yo mismo, el mundo, y los demás; esa es la fórmula. Dejar que
los deseos fluyan. Si se es genuino, si se trabaja, si hay una meta personal, si se tiene
gusto por todo ello, yo diría que la edad es algo muy relativo.
88
SEGUNDA PARTE. LA VEJEZ ES UN CONTINUUM EN LA VIDA.
Las calamidades de la vida se dan cita en la vejez, pero no son la vejez, como
habitualmente se confunde. Que la mayoría de los viejos hayan hecho su bastón de
las calamidades no quiere decir que ello sea cierto; eso es una autodeclaración de
invalidez.
Propongo que la edad se mida por el grado de productividad. En este caso ni siquiera
es necesario que una persona goce de cabal salud pues hay gente enferma o con
otros achaques –como lo hizo Nietzsche- que siguen siendo productivos. Esto más
bien tiene que ver con nuestra actitud ante la vida. Y si la sociedad dice, y si yo digo,
que la vida productiva termina a los 50 años, a los 60 años, puede ser que así suceda
por decreto social y personal. Porque esa era la postura previa ante la vida. Eso pasa
cuando no hay una finalidad propia ante la existencia. Cuando no hay intereses
personales que mantengan despierto e interesado al sujeto frente a la vida.
El valor de la vida se mide a través de los parámetros sociolaborales; del ser ante sí
mismo. Es el principal parámetro cuando no el único que se toma en cuenta para
dar valor y sentido a la existencia de un individuo. Por demás está decir que se trata
de una valoración mercantil basada en la fuerza de trabajo, la energía, y por tanto de
la productividad que están en relación con la edad. Por lo común, desde un criterio
social, el individuo a los 65 años ya es tan sólo un bagazo exprimido de energía, inútil.
Resumiendo, hay hombres sin valores propios, sin pasiones propias, que se ajustan al
criterio sociolaboral de productividad y que a los 65 años no son nada. Si acaso tienen
una buena pensión será una buena vida vegetativa, valga la contradicción. Humanos
vacíos de pasiones propias. Así pues, desde un criterio socioeconómico sabemos que es
la vejez y quien es el viejo ante los demás y ante sí mismo.
89
del cuerpo, sus órganos y funciones. Todo lo que es materia tiende a la degradación,
a su extinción, como una fase de ser en el mundo. Sabemos que la fuerza que anima
la materia es la energía y que el cuerpo es un centro de energía que la irradia de sí
mismo con lo que se permite su funcionamiento, y que a la vez capta energía con lo
que se asegura su sobrevivencia física, pero en este proceso hay una perdida paulatina
de energía que va borrando la materia en el espacio.
La diferencia entre lo inerte y lo vivo reside en que un ser vivo – en cualquier nivel
de la escala evolutiva, toma energía del exterior, mientras que lo inerte consume la
energía que le es inherente y se agota su actividad. Tal vez en esta forma peculiar
de la captación y utilización de la energía este el misterio de la vida, y también el
misterio de la conciencia.
La vejez es un llanto relamido del tiempo, que se recoge cada vez más hacia el ocaso,
muy cerca de la frialdad de la muerte. Esto la hace diferente de otras etapas de la
vida. De ahí la importancia de la actitud ante la muerte que puede paralizar la vida
con tantos sobrenombres que tiene el miedo. Puede cubrir la carne de hipocondría
que se manifiesta por cualquier órgano o sistema corporal. El desequilibrio entre el
cuerpo y el espíritu se manifiesta de forma más aguda. Así, la vecindad de la muerte
puede convertirse en el suspenso estéril ante una vida vacía.
90
de pronto se encontrará con las manos vacías ante el futuro. En este caso, el futuro
no es esperanza, sino la monotonía de no haber sido nunca. Es el mismo vacío pero
ahora sin el sostén de la ilusión de productividad. Sólo queda el abismo. ¿Cómo
seguir adelante si nunca hubo camino? La autenticidad o inautenticidad dejan
o quitan el puente hacía el destino de la muerte. El tiempo toma su relevancia o
irrelevancia según la historia previa del sujeto. Lo único que ha de hacer el viejo
es seguir caminando, lo que ha hecho siempre, no hay misterio. El que se queda
paralizado es porque de antemano no tenía camino. La vida es un continuum. Los
prejuicios, usos y costumbres en torno a la vejez, generalmente están en contra de la
vida. Quien está acostumbrado realmente a vivir tan sólo tiene que seguir viviendo.
El fracaso de vivir puede estar camuflado por la falacia del trabajo enajenado y de una
complacencia comodina. Se trabajaba sin convicción, sin interés; se entregaba a una
rutina impuesta que se había hecho costumbre, y pasar el tiempo haciendo algo; y de
pronto, el sujeto se queda sin nada que hacer. Su fantasía de quitarse de encima un
trabajo oneroso y sin sentido se hace realidad. Y la muerte está más próxima. Quien
vive no tiene tiempo de entretenerse en la muerte.
91
El trabajo vértebra la vida.
Cuando hay vida interna no hay tope para vivir.
La sociedad, la inutilidad y el hastío, son fuerzas devoradoras de la vida. Y resulta
que no se crearon con la jubilación, ahí estaban esperando tan sólo el ocio para
manifestarse y ejercer su efecto de plaga devastadora.
Guiñaban el ojo en la sombra de la tentación. Del engaño de descargarse de un
trabajo que más que un ejercicio de las energías humanas era un eco de la muerte.
Saca sangre de una piedra, dice el dicho... ¡Cómo sacar vida en donde no existe!
No me extraña la muerte, sino tanta muerte en vida.
La ilusión del éxito es el gran tentador. Se vive hacía fuera conforme a los espejismos
o engaños sociales y se pierde la mirada interior, la capacidad de introspección, de
mirar dentro de nosotros; se pierde la capacidad de sentir, de conmoverse ante uno
mismo y ante los demás. Se olvida en donde quedó el camino.
La enajenación, un mal tan extendido, hace eclosión al dejar el trabajo: es cuando se
destapa la cloaca de la muerte en vida, y la posibilidad de la muerte física. Tal vez una
gran mayoría no tuvieron tiempo de pensar a qué venían al mundo, nunca fue una
inquietud que les hiciera buscar el camino. Fueron náufragos prematuros en el mar
de las posibilidades.
Lo único que puede salvar de la muerte es la originalidad, la aventura que aporta a
la vida diaria. Estar vivo es una aventura de originalidad, de tener activa la mente,
curiosa, haciéndose preguntas y buscando respuestas.
La sociedad ejerce una influencia devastadora en el ánimo del viejo. Las diferentes
normas institucionales se ocupan de degradar o destituir vitalmente al viejo que participa
de sus prejuicios, o que no supo conducir su vida. Esto se hace por medio de la jubilación
del trabajo que a veces no ha sido más que una costumbre rutinaria de la alienación. Y
jubilarse no tiene otro sentido que entregarse a otra alienación alternativa de no hacer
nada, que con frecuencia resulta tan aburrido que el anciano se muere en la alienación de
la alienación, o sigue llevando una vida mezquina apoltronado en la existencia.
La originalidad es otra condición que nos ayuda a superar las falacias sociales. Si
podemos ser nosotros mismos aunque sea en parte, puede que escapemos de la
92
red antivital que nos tiende la sociedad. Sólo así nos podemos reinventar cada día
en el interés que nos hace renacer. Encontrar el fruto fresco cada mañana. Ser un
trashumante de la existencia que siempre puede encontrar frutos nuevos como el
artista del Zen que a medida que tenía más edad pintaba mejor, y que esperaba que a
los cien años sus pinturas estuvieran vivas.
Qué maravillosa actitud la de Niko Kazantzakis cuando ya anciano corría por las
baldosas ante el asombro de su esposa, y decía que tenía alas.
Cada quien está como se siente. Esa es la edad verdadera. Sentir es facultad del alma.
Y en la edad verdadera es el alma quién prevalece iluminándonos, guiándonos con la
pasión y el interés.
93
obedece, en mi opinión, a la falta de sustento familiar y social que permitan una vida
digna al anciano, y en la imprevisión de éste para lograr una autonomía económica
suficiente para una vida digna. Sí cuenta con un fundamente económico suficiente,
sí conserva una relativa salud, interés por la propia obra o trabajo, y si tiene una
vertebración de interés y deseo persistentes, no hay excusa para que lleve una vida
falta de propósito personal. No es un albur o una moneda que se tire en el aire, es
la historia personal inscrita en las células del deseo y el interés. Los grandes viejos
como Goethe y Leonardo Da Vinci, han dado muestras supremas de vitalidad, de
optimismo, incluso en medio de achaques y enfermedad.
El anciano en las sociedades actuales es un lastre con el que tiene que cargar la
sociedad y la familia. Y muchas veces por su anacronismo social y personal ya no
tiene cabida. Está de más en el mundo. Fatigado espera la muerte que llega a ser muy
deseada, y con frecuencia consumada por mano propia. El alto índice de suicidio en
la vejez nos está hablando del amplio malestar en el cual vive el viejo.
94
El carácter social y familiar utilitario es el que da a la vejez el tinte trágico de la
cosificación. Generalmente segregado a ese limbo de la desocupación del espacio
inútil del ocio. Con frecuencia el ocio es el único oficio que queda al viejo.
Son las fuerzas aplastantes, limitadoras, con las cuales la sociedad y la familia barren
las posibilidades de vida del anciano: Lo condena a la inactividad, a una vida social y
familiar marginada, generalmente con bajos recursos económicos, atenido a su propia
decadencia. En suma, el viejo es condenado a la impotencia.
Para no caer en esa trampa tan bien construida, el anciano ha de conservar una
actividad propia y asegurarse recursos económicos suficientes que le permitan la
independencia económica. Ha de ser un crítico lúcido de la sociedad y estar enterado
del acontecer socioeconómico y político local y del mundo. Debe involucrarse en los
avances que tienen una influencia cotidiana en todos los ámbitos de la vida, como el
internet y las computadoras.
Una buena vejez exige mantener viva la curiosidad por la cultura y el arte, seguir
disfrutando de los eventos culturales como el cine, teatro, literatura, música, etcétera.
Mientras la curiosidad se mantenga viva el ser humano se mantiene vivo. Lo más
importante de todo es un proyecto de vida propio, una actividad propia, y mantener
una presencia social. Para todo ello es necesario mantener el interés. Pero mal se
puede hacer todo eso sí el anciano apenas sobrevive.
Sin dinero suficiente, ninguna etapa de la vida es fácil o agradable. En la vejez las
limitaciones económicas suelen ser la regla. La humanidad que hay en todo ser
humano se ve constreñida por la pobreza. La falta de dinero no es una condición
propia de la vejez, pero con frecuencia le acompaña.
95
¿Por qué el anciano creador es una excepción?
La curiosidad, la frescura perceptual y el asombro concomitante, se van perdiendo
con los años; prevalece, en cambio, la fidelidad rígida a los esquemas existenciales
o mentales del pasado que orientaron al sujeto en el mundo. Los esquemas de
orientación en el mundo acaban siendo rígidos. Sólo quien conserva la audacia y la
libertad puede vivir y crear. Las pinturas negras de Goya son una prueba de ello. La
flexibilidad mental y el asombro son requisitos indispensables del estar vivo en el
mundo. El mundo sigue siendo un libro abierto, un libro con las páginas en blanco,
en el cual no importa la edad, se puede seguir escribiendo, siempre y cuando se
mantenga la capacidad de aprender sin fin.
Un problema que se plantea es determinar que tan libre se era antes de ser viejo. En
otras palabras, cual ha sido su capacidad de elección. En este rubro solamente pueden
situarse seres con autonomía e independencia. Con esto, de inicio, queda excluido
un gran conglomerado de la población de ancianos, y es que a medida que aumenta
la edad, aumentan las complejidades de la vida, y aunque paradójico es real: cuando
más está presente la decadencia, es más necesario desafiar las limitaciones que opone
la sociedad. Cuando ésta ya lo da por muerto, debe demostrar que está más vivo que
nunca. Cuando lo declara estéril, deberá mostrar imaginación y creatividad. Asumo que
muy pocos viejos han sido razonablemente libres y serán capaces de seguirlo siendo.
Asumir el papel que la sociedad y los demás tienen asignado al anciano significa
que éste tiene que declararse muerto en vida y sin dignidad. Tristemente es lo que
la mayoría hace. Se convierten en reliquias. Cajas de resonancia de sus propios
recuerdos; fantasías de lo que pudo ser y no fue. Apologistas de su desgracia. El
recuerdo no es creador de vida cuando se solaza en el pasado.
Es una tarea que el anciano se quite los grilletes del recuerdo insustancial. Debe estar
despierto y atento al presente. Algunos inclusive se conservan participativos en los
movimientos sociales. La vejez es un desfiguro del tiempo que habrá de corregir a
pinceladas del espíritu, con la inaudita conciencia, indómita, rebelde, que no flaquea
en sus retos a la vida. De por sí la vida siempre ha sido un reto, un milagro de la fe,
un fluir que no cesa y que el anciano ha de enfrentar con la fresca mirada de ese fluir
conjunto en el tiempo.
96
vez no puedo decir mucho de la vejez como decadencia o muerte porque no es mi
experiencia, tal vez me he escamoteado la mirada de la muerte y su espejo sigue vacío.
La armonía de los contrarios, vida y muerte, me mantiene en la síntesis del tiempo,
en el insaciable gusto por las cosas de la vida, ahora que el finito espacio me cubre
con hálito helado. Mi asidero siempre será la belleza, el interés por el alma, ser testigo
de lo que acontece, de esa perenne lucha de los contrarios; conservar la esperanza de
que la vida siempre triunfe sobre la muerte, a pesar de los denodados esfuerzos que
hace el hombre a favor de la muerte.
Seguir caminando a tientas por el vaivén del sueño y cada día que pueda ser el
último grabarlo con más intensidad en el alma. El gusto por la vida es lo único que
no debe perderse.
Finalmente, lo que hay en la vejez es vida que se conserva. El gusto por la vida. ¿O acaso
es una pérdida inherente a la vejez? En este caso el viejo por su cercanía con la muerte
tiene menos vida. Ésta se ha ido desgastando con los años. ¿Y toda la vida vivida no
cuenta? ¿El acumulado de experiencia es tan sólo montón de escombros? Curiosamente,
pienso, esto es lo relevante del asunto: o son recuerdos, vida y experiencia palpitantes,
generadores de nueva vida; o bien, son recuerdos, vida, experiencia anquilosados, inertes,
sin movimiento, incapaces de integrarse y de crear nueva vida.
En suma, ser viejo se resuelve en el grado en que se está vivo, lo cual requiere
movimiento y flexibilidad, apertura al mundo y a los demás. Definitivamente, vejez
no es equiparable ni se asimila a la decadencia. Cierto, son peligros que acechan con
la edad, y a los cuales con frecuencia se sucumbe; pero eso no debería de ser la norma.
Por desgracia, la sociedad es lo que estimula.
Ser viejo significa un tanto dejar de existir. Si ya no somos plenamente para los
demás es que estamos dejando de ser. Pero además se nos niega el derecho a la vida
97
personal. Los usos y costumbres sociales niegan el derecho al trabajo, imponen su
ideología acerca de la vejez. Al viejo se le ve como alguien incapaz de pensar, planear,
organizar. En suma, incapaz, en cierto grado, de dirigir su vida. Es como un juicio
de interdicción dictado por usos y costumbres sociales. Como el anciano participa
y es víctima de tales prejuicios se convierte en el sujeto en interdicto. Renuncia a la
categoría de ser humano libre y autónomo. Vive el prejuicio de ser un trasto al que
tan sólo resta esperar el golpe de la muerte.
Renuncia a seguir siendo y a seguir renovándose, inventándose como todo ser humano,
cada día. Ser viejo, más de las veces, significa aceptar y asimilar prejuicios sociales.
Hay tanta pobreza vital porque no se previenen los problemas de la vejez o porque
no hay sustancia interna: Vitalidad, sensibilidad, curiosidad... No hay un proyecto de
vida o nunca lo hubo.
El hombre debe ser rebelde ante la sociedad, ante el mundo, ante la enfermedad, la
vejez y la decadencia.
98
El fruto amargo
de la vida
se concentra
en los huesos
que se van haciendo
polvo;
en la mirada
que palidece.
La boca desdentada
clama
la plegaria del recuerdo
pero el tiempo
inexorable
desgasta la carne
y tan sólo
va quedando
el turbio recuerdo
que añora la polilla.
Ni donde decir
la última palabra
que se precipita
al fondo de los huesos
que se calcinan.
99
Hay una cierta vejez,
como degüello
del sonido del mar
que se muere de ser
en la inmensa playa
de la vida.
Que se cierra
al infinito horizonte
y ya no reclama
el ansia que le vio nacer.
En la solemne lágrima
espera la muerte
con esa nostalgia sublime
que le da su cercanía.
100
Sabe más que nadie
que cualquier momento
puede ser el último,
que cada día que se acerca
es una gloria de lo efímero;
adquiere entonces la serenidad
del saber sin remedio.
Ya no más lágrimas inútiles
por lo que pudo ser y no fue.
Ama las cosas en su transitoriedad
con el despego de la mirada
y del corazón que ya no espera.
Está perdido en la mirada
interna del último suspiro
día a día, en la fe del último paso.
Se diría que las cosas
adquieren el valor
qué las justiprecia
y que cada día reciben
su adiós y reverencia.
La vida no merece
más que una acción de gracias
del corazón agradecido,
la oración plena de sentido
del amor a las cosas
que se saben transitorias.
Nada le pertenece,
es la magia del despego
que danza en las horas
de la alegría de todavía poder ser.
Tal vez sólo sea ya un murmullo
en el transitar de la vida
que pasa indiferente
como una brisa
que a nadie molesta,
un signo en el tiempo
que ya no se posa en la tierra.
101
Soledad: la luz en el túnel.
103
SOLEDAD: LA LUZ EN EL TÚNEL.
No hay soledad a dos voces. En el sonido de la noche del alma tan sólo se reconoce
la propia voz. Es un caminar sonámbulo en el enigma del propio ser. La soledad es la
salvaguarda del Yo.
Y no hay otra voz a no ser la voz de la conciencia. Entre las paredes del silencio se
reconoce la voz más íntima. Suave suspiro del alma acongojada.
Es como un largo silencio que apunta al infinito.
Es la sustancia del ser.
Añorada paradoja entre el ser y el no ser, que se sustenta en sí misma.
Es la amarga conciencia de ser en el mundo. El sonido del aletear sin palomas, el
aplauso sin manos, la voz a solas, un suspiro haciéndose del alma. Una voz que clama
por el silencio. Un sueño a solas que no cuaja en el último sonido del insomnio.
Palabra a cuestas en el paladar.
104
Fuera de la soledad todo está impregnado de ilusión pues la soledad es el meollo del
ser. Es lo que eres.
La soledad es un punto en el infinito.
La soledad implica la certeza de que todo lo que hagas o dejes de hacer es inútil, de
que todo afán lleva el sello de la nada. Y sin embargo, en la soledad hay profunda fe.
La soledad tan sólo se da por aproximación. En la medida en que eres genuino estás
solo. Nadie puede estar absolutamente solo, o tal vez el loco sea el más próximo a
la soledad radical. Pero habría que aclarar que la soledad del loco se da sin mayor
apertura al mundo. Es la soledad que se consume en sí misma.
La soledad, látigo del tiempo que no dejó huella. Es como si la vida no transcurriera
sino en la desolación del alma. Es esa soledad como imposibilidad de comunicación.
El sueño lóbrego del abismo. Entonces el viento de la lluvia consume sus alas en un
sueño de la desgracia.
La soledad lleva el sello del sinsentido de la vida; de la falta de realización personal.
Es también la señal de que nos equivocamos en nuestra vida, y en estos casos, la
soledad nos muerde de angustia. Entonces la soledad es como un sueño que se perdió
en el camino.
105
Lecho de espinas
sin nombre.
La soledad imposible
de la locura,
un caminar a cuestas
en la incertidumbre.
Lo que hay al otro lado de la soledad es la incógnita de cada destino: aquello que nos
aferra a la vida en medio de la nada. La vida, igual que la muerte, es un misterio sin
descifrar. Vivimos segundo a segundo, llevando esa loza de misterio. La soledad es la
serpiente que tienta con la nada a cada instante.
La soledad otorga una visión de eternidad: sitúa más allá del bien y del mal, como
una suprema indiferencia ante toda catástrofe. Tal vez en el más puro egoísmo:
entre la indiferencia ante el propio acontecer y la máxima responsabilidad que es la
comunión con los demás, y con todo lo que existe.
Sin embargo, toda soledad es una lágrima preñada de sentido. Un agujero preñado de
infinitas posibilidades.
A pesar de la soledad todo es posible, sobre todo el estoicismo.
La soledad es el hierro candente de la duda. La pregunta siempre inconclusa: ¿vale la
pena vivir? La soledad suele disolver todo elemento positivo con la duda existencial;
eso es lo que la hace tan dolorosa. Aparenta ser el cerrojo que impide se abran las
puertas de la esperanza, las puertas del amor, las puertas de la ilusión. ¡Es tan difícil
trascenderse a sí mismo en la soledad!
En cierto modo, es un enclaustramiento en las tinieblas de la vida.
106
y de ninguna. Es la cruel paradoja que se agazapa en cada soledad. La voz de la
amnesia. Una voz llena de suspiros. Un a tientas por recuerdo que se perdió.
A veces la soledad tiene el sabor de la nostalgia, del beso a solas que se tuerce de
dolor. Es el hilo conductor de lágrimas subterráneas, la pálida luz de luna que nos
espera al otro lado de la existencia. Un dolor sordo que no cesa.
De la entraña de la vida nace la muerte, nace la soledad, con pasos pausados de
insomnio. Un aire funesto, agazapado, que causa un dolor indefinido que muerde, que
azota la deforme cara del presagio.
107
La soledad es un silencio que circunda toda la existencia. El mar a cuestas del olvido.
Soledad es lejanía.
El cheque en blanco del amor.
Catástrofe de cuatro filos.
El niño al nacer llora porque siente que está solo en un mundo desconocido... el niño
mama leche... el niño se marchitará y morirá si no tiene el amor materno.
El niño va haciendo suyo al mundo y va sabiendo también que no le pertenece, que su
conocimiento es una ilusión, que está solo, profundamente solo, y que necesita amor…
En las redes de la vida se teje la fantasía de no estar solo. Pero la verdad, la necesidad
de estar solo es condición inherente a la existencia.
Hay una soledad íntima acorde a las necesidades del individuo. Necesaria para toda
creación. De hecho nada se puede crear fuera de la soledad. Es como el motor íntimo
que hace florecer el espíritu. Es necesario estar a solas consigo mismo. Entonces
no es una soledad que duela; por el contrario, es una soledad que le presta voz a las
posibilidades creativas de cada quien. Es la paz que sueña el espíritu. Se está en paz y
en armonía consigo mismo. Es como la voz interna del recuerdo más íntimo. Soledad
equivale a intimidad. Un sueño que se desgrana en la placidez del alma. Fruto de la
embriaguez dionisíaca. Esta soledad es la que permite que surja la voz más genuina.
El compás de un precioso sueño de vida. En el creador, el alma de la creación; en
todo caso, un momento de gracia.
Somos nosotros mismos en la medida en la cual necesitamos estar solos. En este caso
la soledad es contemplación.
108
Más allá de todo dialogo en la infinita noche del olvido.
La soledad es la sombra de la muerte que nos acompaña en el diario vivir. Tanto
cuanto más intensa en relación inversa con las ilusiones del amor, la comunicación y
la fraternidad. Sin ilusión se convierte en un sueño de espinas.
La soledad marca el límite de toda comunicación en el punto en que toda persona es
intocada. La soledad es el meollo de la singularidad. Ojo abierto a la esperanza.
Paradójicamente, mientras más genuinos, más solos. Singularidad en la cual el filo de
la soledad ya no hiere. Armonía en los espacios siderales de esa soledad amiga.
La soledad es lo opuesta al sueño magnifico de la ilusión; y se yergue más allá de toda
ilusión. Intocable sueño de la muerte.
Ser en la ancestral soledad de la noche es como no ser para nadie, como una soledad
a tientas que se busca en el otro.
Ser en el otro es como una soledad compartida, si eso es posible.
La certeza de mi soledad se manifiesta ante lo incognoscible del mundo, de todo
lo que existe y de la que no existe. Sólo soy mis labios que besan la existencia. La
paradoja de ser en la ilusión.
La encrucijada de la duda que pregunta por ti. Un anzuelo tirado en medio de la
noche estrellada. Plataforma de besos extintos en el suspiro supremo de la dicha.
Camino a jirones de soledad como ancla perdida en la noche que se hunde en el mar
insólito de la nada.
La nada y el ser están muy juntos. Igual, la soledad y el ser están muy juntos.
La desolación es el viento maligno de la soledad, un andar a tientas por la tierra de
nadie. El sinsabor de la nostalgia de lo que puede ser y no será. La vana esperanza del
desconsuelo. El postrer adiós de la desgracia.
Postrado de sueño espero el fíat de la comunicación en la ceguera ancestral de la soledad.
Soy el sueño que se piensa en la ilusión del otro. La lágrima inútil de la esperanza.
Soy sustancialmente solo como un sueño que se pierde en la inmensa noche. La
eterna lágrima del olvido.
109
el hastío insepulto
de recuerdos,
un mar a solas
de tinieblas.
Abismos de silencio.
Y poco a poco
el sueño se puebla
de telarañas.
Saudade infinito
con fauces de caverna.
110
En los márgenes del sueño habita la penumbra. La locura que se ciñe al espacio y que
circula por la curva vital del olvido. El cansancio, que pese a todo ha de mantenerse
en pie. Angustia como de días sin dormir; la pálida estrella que ya no alumbra.
El grito de la desesperación es lo único que subsiste. Incierto galopar de caballos
ciegos. La angustia que no cede ni un milímetro a la existencia.
El ciempiés de la soledad en el laberinto del olvido. ¿Qué queda sino es la huella sin
nombre del paso por la vida? Por mientras, a tientas, si acaso, el rumor de la esperanza.
A veces la soledad se vive como un castigo, como la encrucijada del fracaso del
destino. Carga a cuestas de lo fallido, pero ¿de qué?, si todo se disuelve en las manos
del destino. Si acaso queda algo es la gloria efímera de la ilusión.
A cuenta gotas de sueño va transcurriendo la existencia, emancipado de ilusiones;
y sin embargo, he de reconocer que son el único gran asidero de la vida: ilusión de
que hay otra después de esta vida; ilusión de que el tiempo es eterno y que la vida
no se detiene en su interminable girar. Ilusión de la ilusión que alimenta la vida,
como un río de olvido.
La vida desfallece en las alas inocuas del destino. La soledad es el infierno de la
desesperanza. Vientre de olvido.
No hay razón que justifique la existencia, todo es desolación, muerte y enfermedad.
La entraña del sueño se perdió en el camino. El desafío de la nada está a la vuelta
de cada esquina.
111
La muerte: encrucijada de sueños.
113
LA MUERTE: ENCRUCIJADA DE SUEÑOS.
Morirse es tan fortuito que puede ocurrir en cualquier instante. Es un sueño dorado
de amor, galantería de la casa, cortesía del nacer. La última carcajada si aprendiste a
reír. Una calamidad de la lepra que acumulaste en toda la vida. Sufrir es consecuencia
de no haber aprendido a soñar en el sueño de la vida. Es como una calamidad a
cuatro tiempos: enfermedad, vejez, paso lento y sentidos cansados. Y todo en el
vértigo del olvido de la muerte. Y todo por preferir caminar cojos y mermados de
vida. Somos el pez en el sartén y no nos hemos dado cuenta. Listos para ser manjar
de los dioses. Sí la vida pudiera ser una pura risa nos olvidaríamos de la muerte que
nada más ocurre como cuando de repente llueve y llueve y qué bueno que llueva. Es
como el aliento y el desaliento, todo junto, todo en uno, que ocurre espontáneamente.
Se detiene, para siempre, y adiós ventanas de los sentidos que dejaban entrar el
mundo. Es la voz que se agota. El último hilo de voz antes del silencio que libera.
Morir a tientas es una desgracia, una flor camuflada en el espacio, en los orificios del
cuerpo que respiran vida. Por eso la muerte es una total obliteración.
El rostro de la muerte
siempre está presente
en las peripecias de la vida.
114
El rayo que fulmina
siempre está presente,
no sabemos cuando
ha de caer sobre nuestra cabeza.
Y quiérase que no se quiera
así hemos de vivir, muriendo.
somos
gota en el tiempo
que se evapora
con el sol de la vida
arropada en el silencio
de la intimidad
que camina ensimismada
por la línea que pende
del propio, único, intransferible
tiempo y espacio
Y no podemos ser
más solidarios
que el ansia
que se consume
de cenizas.
115
Cada noche somos puestos a prueba en los umbrales del tiempo cuando el cuerpo
se entrega al reposo y al sueño. De pronto estamos atrapados en la inconsciencia
del dormir que se ha comparado a la muerte; y el sueño se ha equiparado a una
locura corta, sostiene Schopenhauer, es decir, a una muerte en vida, pues el loco
está fuera de los parámetros del tiempo y del espacio, viviendo de piel adentro en su
interioridad, sin referencia a nadie ni a nada más. Es un muerto vivo ante el mundo y
ante los demás. Absorto en su aislamiento.
Cada que dormimos entramos a la muerte, la única diferencia es que tenemos fe de que
es una muerte transitoria, que si no despertamos será una muerte definitiva. Ignoramos
que nos vamos a morir y por lo tanto no está presente la angustia ante la muerte.
El cuerpo es para la muerte y el alma es para la vida. Pero alma y cuerpo están
indisolublemente unidos. En el cuerpo se tocan lo finito y lo infinito. Es el campo
de batalla entre lo mortal y lo inmortal, o cuando menos, a la aspiración – siempre
presente – de inmortalidad. La muerte habla de finitud, decadencia y acabamiento.
Desaparición de la forma física para siempre. El alma tiende a creerse inmortal.
Inconciliable tesis y antítesis de la vida y la muerte.
Habitamos en el infinito misterio del espacio y del tiempo, sustancia de nuestro ser
en el mundo. La vida crece y se desarrolla en la ilusión de infinito, de eternidad. Es la
naturaleza del “sueño de la vida y la muerte”. Sabemos que somos mortales y finitos
por más que lo neguemos, pero jamás podremos saber que somos infinitos y eternos.
Tal ilusión alimenta y crea vida: la vida se está haciendo en la ilusión de eternidad, de
inmortalidad. Si se pudiese mirar la muerte de frente, estaríamos plantados ante el
terror infinito de la nada. El cuerpo mortal vive protegido por la inconsciencia de la
muerte y la ilusión de inmortalidad.
116
sueño, nuestra ilusión de eternidad. Crece el tiempo, y se va agotando la decadencia
paulatina del cuerpo. Este huele la tierra cada vez con más fuerza, huele la materia
de origen a donde volverá. Es de suponer que la materia tiene una preeminencia
primaria sobre el espíritu, que la materia es el gusano de la manzana de la vida.
La sublime unión y metamorfosis se plasma en la vida del tiempo que pasa, es una
manifestación del misterio dual que nos consume. La vida es una continua recreación
de la muerte. En cada nuevo palpitar de la vida está el aliento frío de la muerte.
El cuerpo, la materia, son el recinto divino del tiempo que habita la vida y se va
consumiendo. El espacio informa al cuerpo que se desplaza y camina por ese mismo
espacio que se va consumiendo al paso de los segundos. El tiempo nunca es suficiente
para vivir una vida porque aspiramos a la eternidad. Siempre habrá hambre de
tiempo hasta el último aliento, hasta la conmoción, hasta el lamento del derrumbe de
la conciencia, cuando la preeminencia de la materia agotó, devoró del todo, al alma, al
tiempo que encarnó la materia.
En esta armonía de los contrarios cuerpo/alma habita el vacío – otro nombre para el
hambre de eternidad – siempre la insatisfacción ante la vida, y el terror a la muerte.
Ese es el vacío que habita la dualidad armónica del ser en el mundo. Hasta que
ese vacío se convierte en el silencio absoluto, pues en la muerte no es posible voz
alguna, sonido alguno. La muerte es lo contrario del verbo divino. Alfa y omega de
la existencia. Cuando el vacío se encarna en la conciencia de la muerte, deviene la
angustia. Toda angustia es angustia de muerte. Todo fuego es un imán de infinito.
La angustia es el desamparo total que amenaza disolver aquel que somos: sangre,
espíritu, materia. Pero el silencio calcina en el desamparo del amor. No puede
existir desamparo sin amor. Ambos se sostienen en el precario equilibrio de la
angustia que subyace.
La angustia une y separa. Todo depende hacía donde se dirija el miedo. Siempre
anuda en la carne. Sin angustia no hay movimiento de vida aunque toda angustia es
angustia de muerte. No puede ser de otro modo. La angustia es la flecha que apunta
hacía la vida y yace entre el claroscuro de la conciencia. Y ahí, donde nada habla,
Dios puso la angustia.
117
La angustia es el inicio de la divinidad en cada hombre. La divinidad implica
la angustia y la conciencia de la misma. La angustia nos eleva del cuerpo a la
conciencia. La angustia es el punto intermedio entre el animal y el hombre; entre lo
que hay de animal y de espiritual en el hombre. La angustia no puede existir en la
ignorancia de la muerte. La angustia es la luz que ilumina la conciencia, el punto de
origen de la misma. La bestia se angustió y devino hombre con un destino de muerte.
El hombre necesita el sonido del silencio de la angustia, necesita oír continuamente
el sonido de sus pasos para recrearse en la realidad.
118
la conciencia de la muerte? Sin el narcisismo lo único que nos quedaría sería morir de
terror. Por el narcisismo podemos negar nuestra muerte. El yo se siente invulnerable,
con persistencia en él mismo. El narcisismo lleva el sello de la inconsciencia de la
propia vulnerabilidad. En cuanto a la muerte es un piadoso engaño que nos permite
vivir pues atenúa la angustia; nos cubre con el engaño de la invulnerabilidad.
La muerte es el punto crucial del misterio; igual que la vida, pero en ésta tenemos el
antecedente biológico que nos encarnará en el mundo. Cuando menos conocemos
algo del mundo animal, con el cual compartimos lo corporal transitorio. El problema
es la explicación y justificación transitoria de la existencia que forma el núcleo del ser
humano. Antes que nada, el ser humano es un ente que pregunta. Logre o no obtener
respuestas de su paso por la vida, es otra cuestión. La curiosidad y el asombro están
en la raíz de la existencia. Ante la muerte hay preguntas pero no hay respuestas. La
vida y la muerte coinciden en el misterio y por consiguiente en el silencio.
119
El tiempo que acumulamos en la carne siempre parece insignificante ante la
inminencia de la muerte. Nunca es suficiente porque la vida, en mayor o menor
grado, está habitada por el vacío, por la falta de un sentido pleno que la justifique.
El sentido de la vida se curva en el tiempo que se consume. Ninguna obra puede
justificar la eternidad a la cual inconscientemente se aspira, tan sólo puede ser el reflejo
de la ilusión de eternidad, ya que al fin toda obra humana perdura en el mundo humano
de la cultura. En la mayoría de los casos las obras perduran por un corto tiempo, de
otras decimos que son ”inmortales” por su persistencia en el tiempo histórico, reflejo
transitorio de la eternidad. La eternidad escapa al mundo de los hombres.
El error de todas las religiones que proponen mundos alternos al mundo que
vivimos, a la existencia que transpiramos, de cielo e infierno, como recompensa y
castigo de acuerdo a una valoración moral de la conducta, consiste en que nuestro
mundo no es un modelo adecuado; en que se plantea una continuidad semejante
a lo que conocemos de este mundo, y que en realidad, desconocemos. Hay quienes
sencillamente niegan que exista otra vida fuera de las dimensiones del tiempo y del
espacio que conocemos a través nuestros sentidos, aceptan la nada en su sentido
literal. Para ellos, después de esta vida no existe nada. Todo se acabó. Lo único que
subsiste es un puñado de cenizas. Pero si hay alguna forma de existencia alterna,
continuidad de la vida que conocemos, de ninguna manera tiene que ser semejante,
en todo caso sería alegoría de lo conocido. Tal vez después de la existencia material,
sólo podamos ser una infinitesimal partícula de la conciencia cósmica, omnipresente
y abstracta, que en cierto sentido es una asimilación a la nada, y no es necesario que
exista el castigo y el perdón por la conducta desplegada durante nuestro trayecto
por la existencia. En todo caso la ética, la moral y los valores socialmente aceptados
son algo que el ser humano ha creado. En un sentido práctico, todo lo que somos y
conocemos termina con la muerte.
120
Dios es inevitable, o alguna otra forma de trascendencia. Dios encarna la ilusión
de eternidad y misterio, es lo inexplicable; sin embargo, se le ha dotado de los
atributos humanos más elevados, que dan sustento y fundamento a la vida humana
más allá del miedo esencial a la desvalidez, soledad y terror a la muerte. Dios es la
ficción más grandiosa del ser humano, necesaria como fundamento de la vida. Es
la gran ficción que el hombre opone a la muerte. Dios es vida. Encarna el sentido
que el hombre puede dar a su vida. Pero no debería ser engaño piadoso, y como tal
transformarse en algo opuesto a la vida. Dios es la prueba de la eternidad de la cual
el hombre participa por el espíritu que perdura para siempre en la materia consciente
de sí misma. De ahí la dualidad de ser uno mismo, y ser ante el misterio, ya que se
participa en él por el espíritu consciente de sí mismo en la materia: La tragedia es el
cuerpo que participa de la finitud.
La conciencia de la finitud es una herida abierta en la carne. Todo afán del hombre
consiste en dar un sentido a la vida en medio del absurdo. Es el contenido íntimo
de toda existencia. Todo esfuerzo mueve la vida en contra de la muerte. El fin de
la búsqueda significa la muerte en vida: es renunciar a la ilusión de dar un sentido
a la vida, que es lo más a lo que podemos aspirar. Puede ser un sentido auténtico,
humano, basado en valores humanos; o bien, puede ser un sentido ilusorio,
inauténtico, sin sustancia.
121
Vivir es aferrarse a un sentido que se opone a la muerte, que la desafía. La muerte
nace con la conciencia. La conciencia se afirma en el espacio y en el tiempo, por
tanto se afianza en la cultura y en la historia. Cada época tiene su forma de vivirse
para la muerte. La forma particular de vivirse para la muerte, aunque asimila las
características culturales, es más universal si consideramos que esencialmente todos
los seres humanos somos iguales.
122
La Iglesia ha usurpado y ejerce el derecho del hombre a ser libre. Valga la redundancia,
lo libera de ser libre convirtiéndose en un guía y amparo de la desvalidez del hombre.
Mutila esa posibilidad de vuelo, de ansia de libertad, por buscar el propio destino,
enfrentándonos a los riesgos de la vida. La libertad acrecienta las posibilidades de
vida. Una vez liberado de las cadenas de la ilusión, de una vida ultraterrena, de un
paraíso en otra vida, el hombre enfrentará con mayor apertura y riesgo su propia vida;
caso contrario, ocurrirá cuando vive sujeto a las ilusiones que atan su libertad y que lo
sumergen en el engaño de las promesas ultraterrenas.
123
espontaneidad, el goce por la vida que se transforma en él. Para el neurótico la realidad
adquiere formas rígidas e inflexibles. No hay recreación, transformación, posibles.
La decadencia del espíritu no tiene porque ir pareja a la del cuerpo; éste siempre ha
estado sujeto a los designios de la carne, del instinto o sus substitutos, y nunca ha sido de
grandes vuelos. Es el recipiente del espíritu que vuela, qué puede doler a cualquier edad.
Igual que la muerte, el tiempo nos iguala. Lo único que tenemos sobre todas las
diferencias, es nuestra vida en el tiempo. Ante la muerte y el tiempo todos somos
iguales. Independientemente de todo, el uso de nuestro tiempo es nuestra absoluta
responsabilidad. Y es la cuerda en la que oscilan el sentido de la vida y de la
muerte. Es el mismo tiempo al cual nos aferramos todos, y en cada caso, el tiempo
individualizado. Es una gran responsabilidad, sin duda, la más importante de todas.
En el tiempo estamos frente a nuestro destino. Es cuestión de saberlo o de no
saberlo. Quien lo sabe está en posibilidad de andar su camino en la vida; quien no lo
124
sabe está perdido, es como si no tuviera un destino en la vida. Es nada menos que la
diferencia en vivir y dar sentido a la vida; o de vivir con un pseudo sentido existencial,
anodino, insignificante; vivir como un ente sin pasiones. Se hizo pues cotidiana la
inercia de la vida, y el tiempo transcurre en la monotonía de esa inercia. No hay
centro de gravedad interno, la vida se convierte en un satélite que gira en torno a los
demás y a las cosas del mundo.
La muerte también es un ajuste de cuentas, más, sí hay tiempo de que nos la cobren
antes y después de morir. Ahí es donde se ve los afectos que hemos despertado
en los demás, positivos o negativos. Aunque ya nada importe, nos pagaran con su
indiferencia y desprecio, o con apego, afecto y sublime deferencia; o cuando menos,
con una sincera lágrima. Hay muertos que estaban solos antes de su muerte, o que no
eran queridos y apreciados y la soledad en la muerte tan sólo es una consecuencia del
antecedente de su vida.
La actitud de los vivos ante la muerte, ante la enfermedad de los otros, también tiene
que ver con la propia estructura psíquica de quien toca ser espectador. En general,
prevalece una actitud mezquina, utilitaria y oportunista. No les interesa la persona
que sufre y muere, sino aquello que rodeaba sus vida, sobre todo el dinero y los bienes
materiales; el status social, pues hasta con el moribundo y con los deudos del muerto
tratarán de hacerse notar, y manifestar un duelo convencional, cuando no, si tienen
derecho, la avaricia y el deseo y la acción para obtener algún beneficio, o algún bien
material o dinero, de quien abandona este mundo. En suma, el individuo como tal,
como persona, como ser humano, poco o nada importa, lo que habla de la perversión
del ser humano.
Las ceremonias en torno a la muerte tan sólo suelen ser acciones convencionales,
que no expresan el dolor real de la pérdida y menos el afecto por el muerto, pues de
antemano éste no existía. Una doble soledad acompaña a la muerte en estos casos.
Quien muere ya no puede tener. Lo que tenía es motivo – sobre todo – de despojo,
donde frecuentemente se pone en juego la avaricia. Si realmente hay afecto y
125
solidaridad, éstas, en un sentido práctico y valioso, solamente se podrán expresar
en vida. Después de la muerte todo acto de quien sobrevive a su deudo es absurdo.
Golpes de pecho para calmar la propia conciencia. Un asidero de la nada es la vida
mientras dura. Nos consolida como seres humanos la cercanía de los otros, pero no
son el sostén del yo del otro.
Siempre caminamos hacia la puerta abierta a la nada. Esta soledad ante la muerte,
lo sepamos o no, es inevitable. Sólo queda la resignación ante lo imposible e
inevitable. Imposible sustraerse al inexorable paso por el tiempo; imposible sustraerse
a la muerte. Resignación y rabia, rabia e inaceptación para dar la batalla contra la
muerte hasta el último momento, aunque finalmente seamos derrotados. Luchar
hasta el último momento con el fantasma omnipresente del tiempo que pasa y que
finalmente nos devora.
¿Cómo detener al corazón en las notas de la belleza que pasa sí todo es un tránsito
hacía el ojo oscuro que todo devora? El instante no se puede fijar, pero algo queda en
la mirada y en el alma, algo queda. Y entonces la memoria se convierte en guardiana
de la vida. Pero es la memoria que palpita en los sentidos. Somos tiempo hecho
instante que queda en nuestro cuerpo y que se llama acumulo de experiencia.
Por el intercambio de la experiencia podemos estar siendo ante el mundo y ante los
demás. Es como un vacío que palpita de sonidos, es la magia de estar vivos. El sonido
del viento que pasa es el ritmo del alma que se prende y aprende de todas las cosas.
Por supuesto que los estereotipos nada tienen que ver con esto pues el estereotipo tan
sólo es vida petrificada.
Toda muerte es un olvido. Sólo podemos morir nuestra muerte para los demás.
Mientras haya un recuerdo de nosotros, vivimos en ese fragmento de la memoria, pero
126
ya no somos nosotros, no es posible la autoconciencia. En todo caso es una imagen,
un fragmento de la realidad que encarnamos en el mundo. Si aún la propia conciencia
de la existencia es un sueño al que prestamos vida, ¿qué sustancia de vida o de verdad,
podría prestarse a un sueño de un sueño de la ilusión?. Sin embargo, fueron los otros
los que otorgaron consistencia a nuestro existir en el mundo. Cuando morimos
dejamos de ser el soporte de los recuerdos, de las imágenes, pensamientos, de los otros,
y como inútiles por la falta de soporte, se van diluyendo en el tiempo. Una idea, un
pensamiento, que no se aplica a la realidad que lo sustenta deja de tener valor.
Desde este punto de vista, la idolatría hacía los muertos es, cuando menos, ridícula.
Un consuelo acaso para los vivos ante el desentrañable misterio de la muerte, un afán
de exorcizar a la muerte. Quedamos atrapados en las misteriosas redes del recuerdo,
del tiempo en que ocurren esos recuerdos. Es también un exorcismo ante la nada que
es una inmensa noche en la que todo se pierde. La nada no es la muerte pero ahí está.
Pareciera que la muerte es absorbida, devorada por la nada. La muerte como la vida
es algo abstracto. No existen para los demás ni para el mismo sujeto, si no que son
encarnadas. Son en el cuerpo o no son. De manera más correcta, son en el cuerpo con
conciencia de sí mismo o no son, o acaso ¿puede ser que existan fuera de la conciencia?
Así, serían instancias ajenas a nuestra conciencia y por lo tanto, ajenas a nuestra vida.
Vivo en el espejo
deshabitado de la muerte
que sólo refleja
el recuerdo de mi rostro
donde la materia dúctil
del recuerdo se volatiza.
Todo el frío de mi vida
sopla hacía el ojo del
azogue
que se sumerge en la
eternidad
y gravito
en su órbita.
Su reflejo me devuelve
la figura
que habita el espacio
sin sustancia:
127
eco de la tumba
de mi imagen,
donde la realidad
juega a la muerte.
La muerte es la huella
de un infinito silencio
que habitó el cuerpo.
Un puro graznar de cuervo.
La huella de los sueños
en el vientre del olvido
Un maullar de gatos
que se mete en el alma.
La pena sin tregua
del olvido.
La pálida agonía de un suspiro
El capitulo sin nombre
que cierra la noche.
El suspiro definitivo
que se desprende
sin alcanzar la palabra.
Más allá del instante
el vuelo a la eternidad
sin recuerdos
donde ya ni la soledad es posible.
En los sentidos y en las funciones mentales anida el deseo que se aferra a la vida.
La vida es un deseo de eternidad. En el momento final partimos de este mundo
128
aferrados al deseo. El deseo confiere a la vida su destino. Somos lo que deseamos y
amamos. El vacío de los sentidos, el vacío del deseo es la otra cara del amor. El amor
que no desea nada se pierde en la armonía del universo. Por un lado el amor terrenal
cuya sustancia es el apego, y por otro lado, el amor sin apego, libre, eterno, inmortal.
La muerte concluye en ambos senderos. Finalmente no podemos entender los
fenómenos de la muerte sino es desde la vida. En este caso desde el deseo y el amor.
Lo que nos une a la vida, da su sello característico a la separación. No queda más
que morir con un rictus de desesperación y apego, o con una sonrisa y desapego, para
caminar por la eternidad del cosmos.
Vivir es ignorar la muerte; igual, vivir es tenerla siempre presente. Vivir ignorando
la muerte nos conduce a una suerte de insustancial vida. Pues parece que lo que
da sentido a la vida es tener siempre presente a la muerte. Lo que proporciona
la angustia en la vida. En ese sentido, vivir es estar agonizando de vida, pues nos
impulsa a buscar un sentido.
Es el espíritu que muere en la conciencia que se extingue, tal vez no para siempre. El
cuerpo tan sólo se acaba.
Es tan intangible la muerte que tal vez ni se sienta. La sustancia del ser son las
formas en el espacio mientras duran en el tiempo, mejor dicho, mientras cambian
de apariencia. Lo que llamamos vida es lo que sustenta las formas en el espacio. La
vida humana es una forma peculiar de la vida animal, debido a la conciencia reflexiva.
Las otras formas de vida guardan una cierta indiferencia al proceso de existir. Pero
toda forma está sujeta a la ley inexorable de acabarse como tal, y transformarse; el
misterio está en la transformación de la materia en lo insustancial. La materia nos
unifica, la conciencia nos singulariza. A no ser por la conciencia todo el devenir del
universo se perdería en la indiferencia inconsciente. Sería indiferente a sí misma. ¿El
cosmos participa de algún modo en la conciencia de las formas de vida en el tiempo y
en el espacio? Si contesto afirmativamente ello supone una organización o existencia
129
– aún en otra dimensión incognoscible,- de una conciencia cósmica que participa
de la conciencia individual del ser humano. Si contesto negativamente, esto querría
decir que la conciencia es intrínseca a la materia pero no participa de una conciencia
cósmica, que tan sólo se origina y se extingue en cada ser humano. Al menos en la
forma en que conocemos, concebimos o experimentamos a la conciencia, así parece
ser. El cuerpo, la conciencia, el sentido de la vida y de todo, se extingue con la muerte.
Se necesita de una resignación cósmica para aceptarlo así. Sea de una manera o de
otra el tipo de vida que se haya llevado es lo que da sentido a la muerte. Quien haya
desplegado sus potencialidades en y ante la vida tal vez no tenga mayor congoja. En
cambio, qué desolación tan grande morir en medio de un vacío vital, sin haber dado
nada en la vida. Vivimos para dar sentido a la muerte.
130
aún se apodera
de sueños estériles.
De que otra manera sino
persistir en los pasos
cansados hacía el precipicio
de un día más.
Ha de fulgurar el aliento
que le acontece.
131
Consiento en hablar de los circunloquios que la muerte me permite.
La vida se caracteriza por la plenitud, por lo lleno, por la costumbre de la conciencia,
por el engaño de lo que es. La muerte se caracteriza por el vacío, por el misterio, por
la duda y el desconocimiento de lo que aún no sabemos. ¿Es un despertar más pleno,
o es un cerrar los ojos para siempre? ¿Quién va a saberlo?, y además no importa. Lo
que importa es nuestra actitud ante la vida y ante la muerte. La vida no tiene otro
sentido que pasarla bien, en el mimo íntimo de nuestros sentidos, del quehacer que
dimana de lo que comemos y que hacemos plenos de alegría (y es como el cielo),
o que hacemos malhumorados y sin ganas (y es como el infierno). Lo que hay es
un tedio absoluto y eterno. En el pecado se lleva la penitencia de no saber vivir de
acuerdo a nuestras íntimas alegrías.
La vida después de la muerte es la huella que el amor o el odio dejaron. Es como una
convención de olvido ante la nada que ha pasado. Es el dolor de ya no ser en el otro.
Es como una resonancia del eco de ya no ser. Una oración fúnebre que se posa en el
corazón. Un ladrido de perros ante el misterio. El eco del tedio. Caminar a ciegas por
el dolor y el vacío del otro que se fue. Un ya no más, que inevitablemente pesa en el
corazón y que a pesar de todo nos alcanzará.
Desfallecer de olvido y recuerdo, inermes ante el misterio del vacío que el otro
dejó. Una congoja para adentro que se asimila a las células. Y la pregunta siempre
en el paladar de la boca que se ha quedado seca. Y la perpleja mirada que pregunta
¿y yo cuándo he de seguir el inevitable camino? Morir, sin remedio, cada día, se
va haciendo una evidencia contundente del tiempo que todo acaba por devorar y
consumir. ¿Qué mayor evidencia que la carne que siempre se está consumiendo y
agotando? La vida es una carrera contra la muerte. Una carrera inútil, pero llena de
frutos en el ínterin. Siempre valen la pena la rebeldía y el anhelo de vida.
132
una certeza. Sólo podemos vivir con la conjetura de que existe y es inevitable pero sin
saber en realidad qué es. De la conjetura que cada cual tenga de la muerte dependerá
la intensidad de la vida, si se la vive horizontal o verticalmente, sólo quien tiene la
certeza de la muerte puede vivir en paz y tranquilidad saboreando los instantes. La
vida no se puede vivir de prisa; para saborearla hay que detenerse en la tranquilidad
que da la certeza de la muerte, de la permanencia de la vida a pesar de la muerte. El
ser humano propicia la muerte cuando de alguna manera se opone al fluir de la vida
hacía la muerte. El fluir de la conciencia cósmica jamás se detiene.
La muerte es igual para todos, corta toda posibilidad. Cuando alguien muere que
ofrecía muchas posibilidades de vida, de creatividad, lo lamentamos, pero desde
el ojo de la eternidad no tiene sentido. Igual, se puede vivir desperdiciando la
potencialidad de ser, en la ignorancia de la muerte y la vida, y esto desde cualquier
punto de vista es un desperdicio.
133
La neurosis es un nudo que detiene la evolución de la vida. La neurosis entonces
se vuelve un hábito en el cual sale perdiendo la vida. Ésta se detiene, se estanca. El
empobrecimiento es la norma.
El apego de los sentidos a la vida nos hace olvidar que los extremos vida y muerte
son un misterio, que nada tiene que ver con el deseo de permanencia y sus fábulas:
de una vida eterna de goce y sufrimiento, según una moral hipócrita negadora de
la vida porque el castigo y la recompensa han de ser allende la vida. La vida como
la conocemos – es mi convicción- tan sólo puede tener su recompensa y su castigo
en esta vida. La recompensa en esta vida tiene mucho que ver con el buen vivir, el
logro de bienestar, y sobre todo con la realización del individuo como persona. El
bienestar y la madurez psíquica suelen coincidir. Mientras más se libere el hombre
de falsas ilusiones, del deseo de eternidad y permanencia, más cerca se encuentra del
sentido del mundo y de la vida, mientras más se llene de mentiras predigeridas y que
se aceptan sin juicio ni raciocinio. Mientras más se llene de palabras, de ideas que no
encarnan en su experiencia, más se alejará del sentido de la vida, pues ésta exige la
experiencia única, personal e intransferible, como requisito para ser en el mundo.
134
El rostro de la muerte impone el silencio. Terrible presagio que sin mostrarse cierra
los labios, impone olvido, y es así que vivimos muriendo sin saberlo. Como una lejana
realidad incierta, libre de sospecha. Sin embargo, el umbral de la tumba siempre nos
llama. Es el amor sin perdón de la muerte. A medida que pasa el tiempo, el cuerpo
y el alma se pueblan de silencio como un cielo de pájaros. No se puede vivir la vida
ignorando la muerte en un metafísico equilibrio que puebla de pétalos los labios.
La muerte enseña a la vida y la dota de sentido. ¿Sin la muerte, qué sentido tiene la
vida? En cada hueco de la existencia anima la muerte, se nutre de ella. El puro vacío
no puede ser. El mutuo devenir se entrelaza en su destino inseparable de no ser y
estar siendo. La vida no cesa, la muerte no cesa, tan sólo desaparecen de nuestra vista.
Ambas corren por la armonía del verbo, en el acontecer cósmico que abarca desde la
hormiga hasta el tiempo infinito.
La muerte y el destino, signos insolubles del acaecer vital, son voz de la conciencia,
savia que corre por la existencia y la dotan de sentido. El fin alcanza significado
mientras sueña la carne. Toda vida es la posibilidad de un gran sueño, pues la vida se
agota y crece en el sueño que la contiene. El primer sueño viene del infinito, de ahí
que se diga que somos ríos que hemos de retornar a ese misterio que encarnamos en
nuestros miedos y en nuestra conciencia. El eterno retorno de ser y no ser. No hay
más remedio que fluir en la infinita ola del sueño de Dios.
135
Así ocurre que las campanas tocan a duelo
y ya el cuerpo solo, sin sueños,
mastica su ausencia
por las sombras
que hablan de olvido.
El rechinar de dientes ya quedó atrás,
ya no es más mi voz en este silencio
que se mosquea...
La muerte es como un viento que sopla las horas. De pronto está ahí el silencio
donde galopaba la alegría. De pronto el sueño se descobija y viene la desnudez eterna,
deshabitada, y ya no hay lágrimas ni plegarias, sólo ese silencio eterno que consumirá los
huesos. De pronto caerán las mudas sombras como una cobija de silencio. De pronto el
chirriar de la puerta sin regreso. En la nada es posible que aniden la vida y la muerte.
136
Naufragio de Dios.
137
NAUFRAGIO DE DIOS.
138
la pura cosa.
Su punto intermedio que no existe
y que es plenitud:
palabra y cosa
Presentes al espíritu.
El ansia degollada del deseo.
El deseo sin alas.
El deseo desolado.
El vacío del deseo.
El alma vacía de deseos.
La verdad circunfleja de la mente.
La mente misma
que ya no se deja atrapar.
El ansia de eternidad
que ha perdido sus alas.
El deseo que incendia las alas.
Pura cercanía con la muerte,
pura cercanía con la vida,
los instintos domesticados
del sueño,
la boca sin pronunciar palabras;
un dejarse ir,
un fluir con las cosas
allende las palabras,
y al mismo verbo original.
El aliento de fuego
que está en todas las cosas
y que vivifica.
Un Dios sin Dios.
Quiero decir, sin nombre
ni presencia,
un Dios allende los sentidos:
la perra parábola del ser,
la existencia en sí.
Pero la existencia plena
de sí misma, natural y libre,
como el canto de la noche.
139
¿En que se fundamenta el deseo de lo que tan sólo se presiente?
La vida siempre gira entre polos que la mantienen despierta. Por un lado la insondable
nada. Por el otro, la búsqueda de sentido. Nada y búsqueda, opuestos complementarios.
A pesar de todo, el misterio persiste, pues la frontera con lo racional y con todo otro
conocimiento, se rompe con la muerte.
Y no hay explicación posible, y en su lugar se instala la congoja y la incertidumbre.
No hay vuelo que valga en estos arrebatos a no ser la experiencia mística; todo lo
demás conduce por la vía estéril de lo racional.
Sería inútil negar la experiencia mística, vale decir, de Dios, lo cual no demuestra lo
que denota y que tan sólo puede ser una experiencia capaz de ser transmitida a unos
cuantos espíritus afines.
El sentido de la vida es algo que tiene que ver con la originalidad y la espontaneidad
del ser humano; y más que nada con una meta definida, con un destino que se asume
con todo valor, a pesar de las consecuencias.
140
Un valor supremo que circula por la savia de la existencia.
El fracaso inédito del ser es toparse con la nada.
En todo anida la contradicción puesto que en todo, cuando menos, se alienta la dualidad.
A veces Dios es al alma humana, como una pasión de la esperanza que no encuentra
su nombre. En esos casos los fundamentos de la existencia se tambalean, el sentido
de la vida pierde forma, parece no consolidarse. El sentido de Dios es una alegoría
de la vida. En lo eterno se conjugan la nada y el origen de todo, lo finito, lo que es,
y lo infinito; su representación es el caos que le antecede. El poder de lo eterno se
sumerge en el caos y logra triunfar sobre él mismo, pues en Dios se conjugan la luz
y las sombras, el vientre eterno que da vida y muerte; el orden y el caos; el bien y el
mal. Ambos principios se conjugan y no se excluye uno del otro. En el corazón de la
materia yacen ambos principios y siempre triunfa la vida, lo que es y ha permanecido
por siempre, que de otro modo no encontraría explicación. Es como el sueño eterno
de lo que es. Es una angosta tragedia en la carne del hombre, microcosmos de ese
sueño eterno. En el alma de unos prevalece la vida, en alma de otros prevalece la
muerte. Esta armonía o desarmonía de contrarios también es eterna. Un drama
eterno que tiene lugar en el hombre como microcosmos; en el hombre, como ser
inmerso en la vida con otros seres. Es el hombre el portador de ambas fuerzas, hacía
el desarrollo de la vida o hacía la destrucción y la falta de respeto por la vida.
El bien y el mal van juntos; son luz y oscuridad que gravita en los arcanos. Los
sueños que no nacen a la luz; la tiniebla del corazón; una semilla sin pan. La congoja
se solaza en las tinieblas. El claroscuro del amor, siempre el claroscuro del amor.
141
Siempre bordear el margen de las tinieblas y de la luz. Como un registro de decibeles
que pautan esa sinfonía que se trenza entre luz y tinieblas.
La armonía sólo se da en instantes privilegiados, sin asomos de tiniebla.
Dios no es más que la consecuencia del alma y del cuerpo.
Dios toma la forma de la materia que lo habita.
Recóndito el sueño de los mortales se paladea de luz.
Solamente es posible presentir, intuir, “conocer” a Dios, porque habita en el hombre
y de alguna manera, en casos excepcionales, esa presencia se hace palpable y se
exterioriza, y de algún modo se transmite esa experiencia.
Podemos vivir sin la conciencia de Dios, pero no sin Dios.
Dios es el sueño de la
hormiga
el preámbulo del amor
la armonía perfecta
de los contrarios
la sonrisa de un sueño
enamorado
el preámbulo que busca
ese sueño.
142
Permítaseme una licencia poética: el sueño de Dios está como indisoluble principio
de lo que es, y del orden del universo; y de su corolario, el desorden. Pero es gracias
a la conciencia humana que se fundamenta lo que existe. Caos y orden yacen en la
materia y en la conciencia, escisión de contrarios que reina sobre las sombras que
luchan por encontrar la luz. Dios es el inevitable requisito del alma para la armonía
espiritual y para la alegría.
Todo dolor y alegría germinan en el corazón del ser humano, que es quien vive la
contradicción de existir, y por ser el único ente de razón y conciencia. Parecería pues
que la existencia es sobre todo un problema de índole moral, que sólo atañe a los
humanos. La materia es indiferente a su devenir. Parecería una contradicción: Dios
-como tal- sólo existe para quien tiene la capacidad de conciencia; sin embargo, como
afirmé anteriormente, Dios anida en el corazón de la materia y en su dialéctica.
En todo caso el aspecto moral da un matiz muy peculiar a la existencia del ser
humano ya que participa de ambos mundos: el de la materia y el de la conciencia. El
ser humano es el único con sed de eternidad, pues todo deseo en el ser de conciencia
y afectos, todo lo inconsciente vive a Dios de manera pasiva, y el hombre en forma
activa.
143
Todo es un signo inconcluso del devenir. Todo está por hacerse ante la inmaculada
existencia. El signo de lo eterno es ineludible.
Se transita entre ambos mundos. Es un don inevitable del destino, pues en ello se
juega la vida. La angustia y la desvalidez son el sello de la existencia, y albergan los
primeros pasos del futuro ser.
Dios es una sublime convicción, pero una convicción al fin, que se conoce por los
sentidos, o más allá de los sentidos, ya que las experiencias suele trascender lo corporal.
Las convicciones – en todo caso -, anidan en lo insondable, más allá de la lógica. A
144
diferencia de la fe, hay una certeza corporal aunque sea en lo inescrutable de sí mismos,
y por lo tanto no es ajena al conocimiento: es la vida que trasciende el apetito de los
sentidos, un mero signo, un guiño del espíritu. La experiencia de Dios no es ajena al
hombre, éste sólo tiene que escudriñar en su experiencia aunada a la convicción, y como
que eso nos da una certeza obstinada pero que no quiere convencer a nadie.
Hay algo trascendente en que todo esfuerzo de la mente se desvanece, pero que puede
abrirse a los sentidos, a la percepción, y que a veces llamamos el misterio o Dios. O
más exactamente, en mi caso, la puerta del misterio que podría conducir a Dios. Puede
ser el preámbulo de la experiencia mística. Un sucedáneo del amor infinito.
145
Los ídolos son cargados por hombres sin ideales, sin inquietudes y afanes que vayan
más allá de la satisfacción corporal. Estar con Dios significa no perderse a sí mismo,
seguir inexorablemente el camino que ha marcado el destino peculiar de nuestra vida.
El destino es un aliciente a flor de piel que incita los sentidos y al alma a manifestarse
en la vida. Es singularísimo y privado, y requiere de un fino olfato y de un fino oído
para sentirlo y escucharlo. Como todo lo más vital, su esencia reside en la capacidad
de vivencia, pues es el centro del cual irradia la capacidad vital. Sin embargo, a la
vivencia, a la pasión, subyace la razón y es ésta la que moldea la capacidad de vida, la
que hace posible la experiencia y la conciencia que nos pueden guiar en la vida.
Por los meandros del Ser transita el largo camino que nos lleva a cuestas por la
duda y el sinsentido de esa duda que muerde el alma. Poco a poco el silencio cae,
el anonadamiento cae. Es un rugir del sueño. Una latencia como hibernación. El
anzuelo que se lanza con los ojos puestos en lenta fe del futuro, más allá de la muerte.
146
Y cae entonces el manto de la soledad cósmica ante ese futuro, ese destino que se
cierra inclemente. Es el momento de ser responsable del propio destino.
Paradoja inexorable ya que sólo por medio de la libertad afirmamos a Dios. La iglesia
niega lo que afirma el alma humana: la libertad que conduce por el mundo, la libertad
que guía el destino auténtico. Sin libertad no hay destino que valga. En la medida en
que el hombre está dispuesto a seguir o construir su destino, en esa medida es libre.
En la medida en que es libre, es auténtico.
147
En las últimas décadas la calamidad de los valores encarnados, es decir, aquellos que
se han hecho propios, como los que ya se han mencionado, se muerden la cola. El
espíritu se ha disipado en la carne. El hombre cada vez se ha ido adaptando más y
más a vivir sin espíritu. Se contenta con los placeres y satisfacciones de la carne.
La mente y el espíritu son los pilares de la vida, que a la vez se sustentan en los
valores.
Cuando el espíritu deja de tener sed de eternidad y realización aquí en la tierra, está
perdido. El hombre actual agoniza sin sed de eternidad. No hay símbolos vivos, sólo
esterilidad espiritual. El espíritu palidece en la carne. El hombre ha borrado de su
cielo la fantasía, y anda perdido, ciego por la tierra, sin tener a donde volver los ojos.
La nulidad del ser acabó por sepultar al espíritu del hombre.
Dios se asocia a la sustancia de los valores de la vida; a aquello que dota de sentido
a la existencia. En tanto que reflexión del alma, Dios no puede no ser; en tanto que
atributo de la mente y del alma, no puede no ser. De ahí lo trágico de toda existencia,
el devaneo entre ser y no ser. El hombre como péndulo. El hombre enraizado en su
historicidad. Cada ser humano es una apuesta ante el devenir. Ante un parpadeo de
la eternidad. Los valores no se pueden tomar prestados, han de ser recreados cada vez
en el interior de cada individuo. El hombre es el responsable. Crea o destruye su vida;
la hace una aventura maravillosa, única, o la tira por la borda de la indiferencia
Las fuerzas que lo mueven para crear o destruir son su ansia de eternidad, el azar del
cosmos en cada individuo; en suma, el acaecer de la eternidad en la finitud terrenal.
Dios siempre está por develarse, pero su oficio es permanecer ignoto. Dios es
añoranza de eternidad; yace detrás de toda desolación. Dios es un guiño de la
nostalgia, de hambre de sentido. Dios procede de la percepción del misterio.
Poco a poco el destino puede recobrar su voz, que nace de la conciencia o puede
apagarse en el páramo, en el transcurrir de la existencia.
En el sentido que se le va dando a la existencia fluye Dios. Es el verbo que encarna
en cada ser perceptor posible del misterio. Dios es una cuestión metafísica y terrenal:
Los restos reposan en su representación física mientras lo absoluto se eleva por sí
mismo. Dios es una apuesta al filo de la vida.
148
Dios no es más que la mascota fiel del abismo.
El tuétano que renace de las cenizas.
Blasfemia oscura del derroche. devenir
La perla que ancla allende la vida.
Subterfugio del mal
que trasciende el hastío.
Una mueca de infinito
que se cierne sobre el espíritu.
Dios envuelve toda la atmósfera de la vida.
Es la imprescindible congoja de la muerte,
la imprescindible materia sin fin de la nostalgia.
La presencia inasible del misterio.
Los valores crecen, germinan, en la nostalgia que vivimos por Dios. Es la aventura
trágica, el destino de todo hombre libre. Toda libertad auténtica prescinde de Dios.
El hombre libre es creador y depositario de sus propios valores. El hombre libre no se
recarga en el hombro de Dios.
Dios se pierde en la nostalgia de la razón, y en todo acto de valor está presente como
el paso del tiempo que deja inevitablemente su huella en las células. Es el soplo
abstracto del misterio. Es la experiencia de una certeza en lo imposible. La aurora de
todo porvenir. La nostalgia de la eternidad.
El hombre libre no necesita del báculo de Dios. Camina a solas por su eternidad.
Dios es la recóndita promesa de la esperanza que nunca morirá. Un subterfugio del
sueño de la vida.
Dios es una sustancia eterna que abarca toda vida, más, es destino que el hombre
camine solo. Es la paradoja de la libertad sin Dios demiurgo, ni bastón para caminar.
El hombre como Dios, pero siendo hombre. El subterfugio de la paradoja de ser
libre: En el hombre libre el tiempo se reinventa en cada acción plena de sentido.
Dios no ha de ser como un pretexto para vivir. Fundamenta la vida, pero toca al hombre,
solo, vivirla. Dios impregna de misterio la existencia, pero inevitablemente toca al
hombre darle sentido. El hombre ha de reconocer que Dios no es el sentido ni los valores
de su existencia y que se vive de acuerdo a aquellos valores, y bajo el signo de aquel
sentido que se haya dado a la existencia. El hombre ha renunciado a Dios y ha sido un
crimen doble: la renuncia a Dios y la incapacidad de encarnar sus propios valores.
149
El hombre ha devenido un incrédulo vía la enajenación. O mejor dicho, sus creencias
en Dios no se sustentan en su real experiencia. Desde muy temprano se renuncia al
análisis intra-subjetivo; hay una incapacidad para traducir las reales experiencias en
sustancia de vida, en reales convicciones encarnadas. De ahí la indiferencia, la falta de
compromiso con la propia y auténtica vida y con Dios.
Sin la experiencia de Dios el hombre camina sonámbulo por su vida, pues es un sentido
que trasciende las convenciones en general, y las convenciones religiosas en particular.
Dios no necesita de ninguna idolatría. Los rezos, alabanzas y ritos, no son más que
una consolación inútil y pagana, que se atiene a una convención idolizada de Dios.
Pues se ha de vivir en Dios pero sin ninguna representación posible. En todo caso,
todo signo de Dios no es más que una referencia a su inasible misterio. El inasible
misterio de la esperanza.
Para aquellos que creen en Dios, en esta creencia se fundamenta un orden moral,
individual y social. Independientemente de las creencias, hombre ha de darse valores que
aseguren su convivencia, y que le ayuden en su trascendencia personal. Una trascendencia
que puede circunscribirse al lapso de tiempo que ocupa la vida en el espacio.
150
se trata de seres extraordinarios de una alta espiritualidad que toman absolutamente
en serio la realidad y su trascendencia.
La fe
151
Como un péndulo que abarca las horas de Dios
oscilan la duda y la certeza,
ambos extremos se tocan en el temblor de mi alma
insatisfecha y peregrina por la tierra.
La mirada péndula por la tragedia del amor y del odio.
No hay más que peregrinas verdades de incierto destino,
y el alma se salva donde a veces naufraga.
La fe es una parábola del hambre de Dios.
En el incognoscible aliento de la vida también anida la fe.
En un caso es la intangible odisea del destino; en el otro,
es el tangible aliento, desconocido, que alimenta cada paso por la vida.
La fe yace en el fondo del amor por la vida,
es como una secuela de infinito que guía
los pasos del hombre por la tierra.
Sin fe el hombre está como desgajado del silencio eterno
que precede los pasos sobre la tierra.
Es la mudez de la palabra. La mudez del alma.
Un retornar cualquiera al silencio que guía los pasos.
El aliento divino del silencio.
Es como el acontecer cotidiano preñado del misterio.
152
es intrínseca. Dios necesita de la fe, la fe no necesita a Dios, simplemente transcurre
por los surcos de la existencia. Es como un puente entre el nacimiento y la muerte.
La vida nos enfrenta con el abismo de la nada, por eso es ineludible la fe hacia la
propia existencia. La nada es una presencia constante y cotidiana ante el espíritu.
Sin fe, Dios no tiene pretexto para existir ante la conciencia del ser humano. Sería
la fe ante lo intangible y misterioso, ante lo omnipotente y omnipresente, ante un
código de valores y virtudes. Y siempre que sea la fe en algo ya no es la fe en Dios.
Tiene que ser la fe ante el infinito misterio que bordea toda alma; mejor dicho, que le
es consustancial. Fe y misterio van unidos. La vida es un misterio, así como la muerte
y la trascendencia. Esos atributos de la existencia son los que requieren de fe que se
presenta al alma como aspiración inefable.
La fe es la certeza de lo imposible.
La vida es una incógnita que inquieta el corazón, y quien cree encontrarle una
solución o consuelo lo único que hace es anestesiarse, negar el problema. Hemos de
vivir con ese enigma eterno, insoluble. Quien cree encontrar la solución la pierde.
La zozobra y la congoja son un vacío que anhela andar en paz, pero en la vida no
hay puerto seguro y ninguna respuesta a la existencia es definitiva. Todo puerto
es provisorio. El vacío es -a su vez- ansia, insatisfacción que impulsa la vida. Es el
péndulo, el movimiento íntimo de toda acción. Encontrar o adherirse a puertos
ficticios (por lo demás, toda seguridad, todo asidero, es ficticio), pierde un tanto esa
153
insatisfacción vital. Los ídolos juegan un papel consolador; por el contrario, Dios
es consustancial a esa angustia que deriva del vacío íntimo porque nunca podremos
encontrar a Dios. Quien cree encontrarlo lo pierde. Dios es la eterna zozobra del alma.
Dios vive en la encrucijada del alma, entre lo finito y lo infinito. Todo ser humano
tiene vocación de Dios. Lo terrenal y lo transitorio se oponen a lo divino, por eso la
cuestión religiosa es exclusivamente humana, pues el ser humano es el único capaz
de encarnar el símbolo de lo eterno. Pero la razón que sólo puede ver lo finito deja al
hombre desnudo de tiempo, escindido en lo terrenal.
Razón e intuición acercan a Dios. La pura razón aleja de él pues está diseñada para
la comprensión fría e intelectual, y mientras que la intuición se liga a lo íntimo e
inexpresable, a lo que se siente y puede transformarse en símbolo. El alma se mueve
con base a los símbolos, mismos que se manifiestan en los sueños.
Poco a poco el galopar de los sentidos vía la intuición nos puede acercar a ese ámbito
del espíritu que llamamos lo eterno o infinito. Es necesario percibir ese ámbito sin
ocaso para acercarse a Dios. Caso contrario, la pura razón mata el espíritu. Vivir en
Dios es vivir la eternidad. La eternidad que encarna como símbolo en el espíritu. No
es un conocimiento, es la presencia de Dios en el símbolo.
154
el miedo, y el miedo hace florecer la fantasía que crea consolaciones. La experiencia
se enciende de duda o de certeza, con sus respectivas consecuencias. Pero la certeza
puede ser la negación de un ser absoluto y necesario, o bien, su afirmación. Es decir
que el individuo se puede situar en puntos polares de la existencia: libre y haciéndose
a cada momento y en la perspectiva de darse valores o de proyectarse hacia el futuro
construyéndose y superándose a sí mismo; o bien, enajenando su vida, entregando lo
mejor de sí a los ídolos, en este caso, dando la espalda a Dios.
Ser libre implica la desvalidez frente al absoluto, y por tanto implica la angustia. El
hombre es un ser angustiado por antonomasia. Mientras más humano y auténtico
más angustiado, y viceversa.
La experiencia en Dios
155
y frecuente. Cuando se ha interiorizado la vivencia de Dios puede sobrevenir la
angustia, la duda, la impotencia de Dios para participar en los asuntos humanos y
en el destino del hombre, ya que es éste quien debe darse sus propios valores y trazar
su propio camino existencial. Dios es tan solo el fundamento de la propia vida. Sin
Dios, la vida deviene una pasión inútil.
Dios se expresa a través del silencio de todo lo que es. En el silencio cósmico está la
palabra de Dios que puede o no germinar en el Ser de conciencia.
Se puede vivir en la ignorancia y negación de Dios, pero no se puede vivir sin Dios.
En el peor de los casos se sustituye por un ídolo, y no se vive para la eternidad, sino
para lo cotidiano e intrascendente. En este caso la tragedia es sustituida por un
melodrama insulso e intrascendente en el que se priva a la vida del aliento divino.
Dios se despliega en el alma por la contingencia del destino: bien puede vivir el ser
humano en la ignorancia de Dios sin una dimensión ética y de raíces en la existencia,
sin fe en la trascendencia.
Se podría decir que el hombre productivo vive en Dios, lo sepa o no, y lo contrario
también es cierto. El hombre productivo participa del amor, del trabajo, y de la
libertad como fundamento de su existencia.
156
capacidad de darse valores. Es un canto de alegría, la luz en el relámpago asido a la
memoria. Despliega sus alas ante la inocencia de la vida.
Dios es la angustia de la vida que se enciende en la llama que le da luz: No más que
una pavesa, no más que el soplo de la conciencia. No más que el soplo recóndito que
sustenta todo sueño.
Angustia que persiste en la llama de la vida. Sueño y angustia de ilusiones imposibles.
Lo intangible más allá de la nada La esperanza de la vida más allá del aliento. Dios
está ahí donde el sueño se hace una parábola imposible de nada.
157
El alcance del hombre por comprenderle se tensa entre la nada y el infinito. Y el
gusano efímero, por un instante, adquiere alas. No es más que el verbo que trasciende
la carne. El incienso del silencio que se eleva de la nada. El tiempo se conjuga en un
instante de la eternidad para encontrarse más allá de los sentidos, en el margen del
misterio, ante el silencio infinito que cure al ser. No se puede enunciar pero todo ser
humano puede ensayar la palabra íntima e impronunciable.
Dios en la encrucijada:
con los ojos abiertos al mundo;
indiferente ante el dolor humano.
La catástrofe del cielo.
La impune mirada del amor.
El cielo a cuestas de la desgracia.
Un mundo a solas en el corazón
del hombre.
Angustia de nada y angustia de todo.
El cataclismo de la miseria que espera y espera.
Un buen sonido de la memoria.
El canto del sueño que se escapa.
Un delirio ciego a voces
a espera del último cataclismo.
Soledad a solas del silencio de Dios.
Un sueño que pasa, no más.
No se puede vivir en este mundo como si fuera un vientre de la nada; una tierra
inhóspita sin esperanza; el arcano sin sueño de la nostalgia; la pura nostalgia del
sueño de Dios. Dios se redime en el corazón del hombre cuando éste se reconcilia
con la vida, aunque bien su sombra incierta nos acompañe, pues el delirio por Dios
está en las sombras y es un escándalo ante la conciencia. Es la letanía del infinito que
se opone y forma parte de la sustancia divina.
El negro velo de la muerte trae a Dios ante la conciencia; es la nada que se materializa
ante la conciencia de la finitud. Un drama que inicia con la existencia y no tiene fin:
158
El porvenir de la muerte anuncia la desolación eterna, surge el enigma, el misterio que
ilumina la sustancia del Ser de cada hombre, igual, si cree o no cree en ese porvenir
es algo irreductible e inevitable que confronta de frente a esa desolación. Un auspicio
de la grandeza del alma humana que se subleva a la impotencia contra la muerte. La
conciencia de ser arrojado del Paraíso para siempre. Rebeldía infinita ante la desolación.
Misterio
159
La clarividente inocencia del naufragio pliega o extiende sus alas en cada
movimiento del espíritu.
Es el impulso que anima la vida, crece y retrocede, sin un momento de paz.
Naufragar y hundirse, he ahí el destino común. Tenemos la certeza de la muerte.
Todo camino transcurre en silencio, el misterio y el absurdo que fundamentan la
existencia son incomunicables. Y a cada paso el silencio parece recobrar su voz, o la
recobra, pero siempre en la intimidad.
El hombre es un misterio insoluble que suele, en ocasiones, resolverse en sí mismo,
sin apertura al misterio en un dialogo interminable del hombre consigo mismo; un
acontecer de dualidades intrínsecas a la existencia. Ser o no ser, y sin embargo, seguir
existiendo.
La duda es el aliento que reposa en el ámbito de la vida por hacerse. Es el aliento
magnífico del sinsentido.
Y la paradoja del absurdo es que, a pesar de todo, en el fondo de la sinrazón hay un
dejo de esperanza y la vida continua.
La vida se afianza en la tierra, sin necesidad de justificación o razón alguna. Pero
el espíritu es más exigente y siempre ansía un sentido de trascendencia. El espíritu
se sustenta en el cuerpo, lo opuesto es más difícil de afirmar, pero cuando menos
empíricamente es posible, y en la medida en que es posible, indiscutible. Pero es el
espíritu el que introduce la desarmonía, es el que tiene hambre de un sentido que
justifique la existencia. El cuerpo es el sostén del espíritu y su justificación. El que
siente, y por tanto, el campo de batalla de toda desarmonía. Es el ser conciente el
que pregunta y es el existente el que sufre o goza ante las dudas eternas y el misterio:
injusticia, crueldad, presencia o ausencia de Dios, vida o muerte. Eternidad y
temporalidad. Nada y absurdo. Misterio y esperanza... y el aliento de la duda quema
cada instante. El hombre es un ser prisionero del misterio; desgarrado en medio de
sus contradicciones.
Vivir en sus contradicciones, acosado por la nada. En todo caso hay siempre una fe
ciega que guía los pasos por la cuerda floja de la vida, y que opera a espaldas de todo
desgarramiento interno. La vida sigue a pesar del pesimismo eterno.
Dios camina a tientas por el sueño de la vida
que no acaba de tomar forma en el alma del ser humano.
Es un presentimiento apenas.
La idea sin certeza alguna que se posesione del vientre.
La alquimia irracional del silencio.
La gravidez que no toma forma.
160
El delirio del alma dormida.
El silencio sepulcral del parto.
Un sueño metafísico en el canto del ave.
Es la semilla del devenir,
aquella que se posa en el alma.
La formula de todo sueño
Puesto en la eternidad.
Toda existencia ocurre en el misterio que puede o no encarnar en todo ser humano.
Somos recipientes insatisfechos del misterio. De manera peculiar el misterio se
presenta en los momentos culminantes de la existencia: el nacimiento y la muerte. Y
generalmente es el velo del azar el que campea en la duda.
Habría que estar desnudo de pasiones y sueños. Todo calla antes de pronunciar
palabra pues el misterio no puede ser develado a los demás: hay quien muere en el
misterio, y durante la vida hay quien nace en el misterio que germina pero no llega a
consolidarse. La certeza sería fe y, por tanto, incomunicable. Cada uno es depositario
fiel del misterio quees el trasfondo de la existencia. Mientras más vivo del misterio,
más añade espiritualidad a la vida. Una existencia sin el aguijón del misterio es
semejante a la del animal.
161
En mí ha crecido incierta y multiforme parábola.
Sueño
162
ilusión. Su concomitante es la angustia. No podemos menos que vivir y soñar al filo de
la nada, recreando el instante de las vivencias de ser y estar en el mundo. La calidad de
la ilusión dependerá de lo auténtico de la vivencia que la sustenta.
Dios nos cobija como un manto de sueño que emana de las vicisitudes de la propia
vida. Es como la propia metáfora de la existencia que nace y se disuelve en ella.
En ese manto implícito, en el numen imposible del signo que se expresa en todo
acto. Es la presencia intangible de todo lo que existe Armonía que se oculta y
manifiesta en el sofisticado nombre del animismo presente en todas las cosas;
Imposible imaginar ese sueño que se esconde en el corazón de todo lo que existe.
Ese sueño ausente de palabras que lo representen. Ese sueño que, acaso, es una
pura presencia ocasional a la percepción y a la sensibilidad. El significado de todo
sueño es un preludio de amor, nada más.
163
El hombre ancla más sus sentidos en lo terrenal que en lo eterno. De ahí el naufragio
de tantos sueños que aspiraban a la eternidad.
El ser humano sólo cuenta c con su intelecto y con su cuerpo y y su voluntad para
conocer el mundo y para trascenderlo en el misterio. Es el propio artífice de la vida y
la muerte. De su vida y de su muerte. Es partícipe del misterio de su origen y de su fin
terrenal. Pero durante su transcurrir por el mundo, más de una vez recorre el misterio:
Hombre de cenizas que contempla el cielo
en la sonrisa de cada amanecer,
transido de dolor por el tiempo que pasa
inexorable, y en la ausencia del verbo.
Solo en su tragedia de ser en el mundo.
Con el sí en los labios
164
y la afirmación ante la vida.
Desolado de horizontes.
Se había revestido a Dios con el ropaje de la moral, de la creatividad y del poder sobre
la vida y la muerte. Y de pronto, al dejarnos de sueños emerge la desnudez y el silencio;
el valor de la soledad que hiende tinieblas; la fe en lo transitorio que se hunde en el
espasmo del sueño; la vida desamparada de ilusiones que busca afirmarse a sí misma.
165
Dios es el fundamento de todo lo que existe que en sí lleva el germen del misterio
que lo sustenta. Entre todo lo que es, el humano es privilegiado por la conciencia,
pues es el único que puede vivir en sí y situarse ante el misterio. Es el único que con
su imaginación pretende eludirse de la vida y su responsabilidad ante ella. Al no
responsabilizarse de sus actos, va creando una existencia inauténtica. Al no aceptar
su finitud y toda la vida que en ella se concentra, se lanza hacía confines imaginarios,
más allá de este mundo. Así, vive su fantasía, y no su existencia encarnada. Su
experiencia en Dios.
Existen múltiples formas de idolización, y se podría decir que nadie está exento de
alguna forma de idolización. Cada quien vive de manera particular la experiencia de
Dios, aunque habrá muchos inconscientes, perezosos, que ni siquiera experimenten
la inquietud de Dios, pero eso no impide que tengan sus ídolos. Un ídolo necesita
ser concientizado para ser adorado. Una gran mayoría – sin duda - , cifra su gozo en
la adoración inconsciente de sus ídolos. El apego, cualquier forma de apego, tiene
algo de idolización. Dios tiene que ver con la libertad y sólo se presenta ante aquellos
que son libres y sensibles, pues la sensibilidad y la intuición pueden propiciar el
acercamiento y la probable experiencia del misterio que es una puerta que puede
abrirse dando paso a la experiencia de Dios. Dios es uno pero se manifiesta de
modo diferente a cada ser humano, pero su núcleo iniciático es el misterio. Lo
incognoscible pero que puede ser apresado por el alma. Al misterio, a Dios, tan sólo
se llega por las vías del alma, del espíritu.
166
Dios, idolatría e ideología
Un ídolo necesita ser concientizado para su adoración. Una gran mayoría – sin duda
- , cifra su gozo en la adoración inconsciente de sus ídolos. El apego, cualquier forma
de apego, representa un grado de idolización.
Dios tiene que ver con la libertad y sólo se presenta ante aquellos que son libres
y sensibles, pues la sensibilidad y la intuición pueden propiciar el acercamiento
y la probable experiencia del misterio. Dios es uno pero se manifiesta de
modo diferente a cada ser humano, pero su núcleo iniciático es el misterio: Lo
incognoscible que el alma logra apresar. Al misterio, a Dios, tan sólo se llega por
las vías del alma, del espíritu.
Siempre que hablamos de Dios hablamos de nosotros mismos, de las ideas que acerca
de él nos hemos forjado. Inevitablemente hay algo de idolización en la idea que al
respecto nos hemos forjado. O al menos hay algo de humano en ella. Es inevitable:
Dios ha de pasar por el tamiz de la experiencia humana. A través de ella se elaboran
ideas, conceptos, se tienen vivencias, creencias y convicciones acerca de Dios, de su
existencia o inexistencia. Cuando no pasa del mundo de la idea, Dios es un concepto
sin alma, que puede tener diversas connotaciones, y es en ese sentido que Dios ha
167
sido convertido en todopoderoso guerrero, destructor, que los genocidas han hecho
su aliado y supuesto protector. Las guerras se han librado en su nombre.
El dios de las ideas es un dios para traer y llevar, un dios para el uso diario. Muchas
veces un repecho ideológico para quien se experimenta impotente y desvalido, para
quien no confía en sus poderes humanos. El dios de las ideas es con frecuencia un
dios antropomórfico, idealizado e idolizado, es decir, que detenta los poderes que el
hombre ha transferido hacía él, y ante los cuales el hombre se prosterna inerme y
suplicante. Así el hombre se engatusa a sí mismo.
¿Es posible librarse de una idea de Dios? ¿El hombre puede darse sus propios
valores?
¿Realmente Dios es necesario como fundamento de lo que existe, y para darse una
moral?
¿Sin Dios, en qué cambian los valores que el hombre se da a sí mismo?
Hay quienes dan por sentado que sin Dios la vida carece de finalidad y sentido. Sin
embargo, la religión budista Zen, que no reconoce a un Dios, tiene sus propios valores
morales, y la iluminación en lo que culmina la práctica Zen podría considerarse como
una experiencia de tipo místico: es una experiencia en la que el sujeto se pierde a sí
168
mismo en aras de la totalidad y la trascendencia. En esa religión hay un gran respeto
por la vida y la experiencia; profesa el amor y el desapego hacía todo lo que existe.
Dios y el vacío pleno que propone el budismo están vinculados, aunque los budistas
jamás mencionen a Dios. La diferencia con otras religiones es que la religión budista
está totalmente desidolizada. En todo caso, podríamos decir figuradamente que
tienen un Dios que no se puede nombrar pero que se vive en la experiencia del
Nirvana, del vacío pleno o del satori: Otra forma de experimentar a Dios, en su forma
más pura, sin nombre, y por lo tanto sin reconocerlo como tal.
Los ídolos consuelan, son una túnica de paz en el transcurrir existencial. Tienen
el signo materno de la seguridad, el aliento ficticio que pretende curar o paliar
la desvalidez humana, por eso a los ídolos se les da una función consoladora y
comprensiva. Todo ídolo, Dios mismo cuando se idoliza, implican una alienación:
el hombre se hace más pobre y se deshumaniza, renuncia a sí mismo, a su identidad,
a su personalidad, a sus deseos íntimos y a su realización personal: renuncia a la
angustia de ser él mismo, y al riesgo de vivir genuinamente.
Dios está con quien ama su destino, toma forma en el desenvolvimiento de una
existencia genuina y sin ataduras, que conoce el vaivén infinito del silencio. Los
ídolos alejan al hombre de su destino personal o lo descarrilan.
169
Los valores a sí mismo son los que fundamentan la existencia humana. Luego, la
moral, la ética, proceden de Dios y están inextricablemente unidos a la existencia y a la
práctica de la vida. Dostoievski afirmó que sin Dios todo está permitido. Pero no es cosa
precisamente de la existencia en sí de Dios, sino en la inconsciencia de su existencia.
El hombre ha dejado de introyectar tales valores y se guía por sus ídolos y proyecciones
de su ambición, deseo de poder, avaricia, y la destructividad que le son concomitantes.
La ausencia de Dios en la vida de los hombres, y su sustitución por los ídolos llevan al
mundo a la destrucción. Dios no ha muerto, ha sido sustituido por los ídolos.
Religión
Dios adopta la faz terrible de cada era que lo contiene, pero siempre habrá un dios de
contentillo que raya en la idolatría, porque hay cierto tipo de gente que requiere de
un perdón ficticio y sin arrepentimiento. Es una tragicomedia del tamaño del mundo.
Por ejemplo las narcolimosnas donde está presente la avaricia de los representantes
de Dios en la tierra. Estoy hablando del cristianismo real. De la índole del
subterfugio religioso que trueca lo trascendente por lo terrenal abyecto. Del negocio
en el cual se ha convertido la religión. Es obvio que en las iglesias como instituciones
creadas por el hombre haya lucha por el poder y tendencias políticas o facciones con
una u otra ideología; es patente que hay avaricia y egoísmo; trasgresión de sus propios
principios morales como lo hacen patente los escándalos de pederastia en que se han
visto envueltos en todo el orbe, centenares de sacerdotes y “funcionarios” católicos. La
hipocresía y la mentira han devenido el signo de la religión y la política.
170
Poco a poco, a fuerza de martillo
se va construyendo
el silencio de la verdad.
A la intemperie,
sin la cobija del engaño
se va construyendo
el silencio de la verdad.
A la intemperie,
sin la cobija del engaño
en la inocencia,
libre de ataduras:
de Dios, señuelo de la vida eterna,
de Dios, remedo de vida,
de Dios, en las catacumbas del ser.
¿En qué medida al posesionarse de Dios, una religión, lo idoliza? Así, Dios se vuelve
depositario de una ética peculiar, dependiendo de la religión, y administrador de la
vida en el más allá.
Una ética es necesaria para el ser humano. Son principios de respeto a la vida y a su
desarrollo y crecimiento. Sin embargo, ¿qué necesidad hay de un premio o un castigo
allende esta vida?
171
Ello implica aceptar una moral de cariz eterno, y en tal caso habría que desligarla de
lo terrenal, y resultaría un suprahumana. Pero entonces ¿qué sentido tendría aplicarla
a lo humano? ¿No sería entonces una ficción? Habría que atenerse a una moral de la
vida y para la vida terrenal, y no a una moral ficticia.
Esto ocurre en el ámbito de las religiones ya que imponen una moral mediante
una creencia irreflexiva y alienada. De ahí la escisión entre conducta y creencia, y la
práctica frecuente de la incongruencia moral. Entre el espíritu y la letra, incluso en
aquellos que se dicen representantes de Dios en la tierra.
La hipocresía moral como toda hipocresía tiene dos caras y que se traduce en
conductas y actos: de aparente devoción y cumplimiento moral a la letra; y por el otro
lado, de constantes infracciones.
El mal como el bien necesita de un espectador y actor que no es otro que el ser
humano, gracias al atributo de la conciencia.El bien y el mal tienen raigambre social
e individual, que desde el punto de vista psicoanalítico enraízan en el desarrollo
socio psicológico. Y son los sentidos y el dolor y el placer los ejes de la concepción
individual de lo que es bueno y de lo que es malo. La base sobre la que se constituye
la conciencia moral descrita por Freud.
Pero toda conciencia moral cabe verla sobre el plano sociocultural y político.
Con base a los valores que ha establecido toda sociedad y cultura; hay una moral
individual que procede de los sentidos y una moral social derivada de los usos y
costumbres sociales, tanto locales como universales. Y existe por otro lado una moral
que se ha trasladado a las religiones y que pretende ser de carácter universal, es decir,
válido para todo ser humano.
Nos movemos en los diferentes niveles o campos del bien y del mal: individual y
psicológico; social, y religioso.
Habría que agregar a lo anterior que los principios de bien o mal, en cualquiera
de los planos mencionados pueden ser conscientes o inconscientes, y de la misma
manera pueden ser una creencia o una convicción, pueden o no estar arraigados en lo
íntimo del ser humano.
172
El que sea una mera creencia permite que los principios se transgredan con absoluta
impunidad. En tal caso se predica el bien y se hace el mal, pero se sigue aparentando
una conducta intachablemente moral. Cuando es una real convicción se actúa de
acuerdo a los principios morales.
Los existencialistas ateos conceden al hombre la capacidad de ser libres para darse un
fundamento a su existencia, pero generalmente se trata de una libertad condenada al
fracaso. Predomina la vida como “una pasión inútil” frente a la capacidad de darse los
propios valores y un sentido personal a la existencia.
Por el contrario, Fromm nunca niega la capacidad del hombre para darse sus propios
valores y para ser libre, aunque se afirma como no teísta, deriva los valores y la
moral humanas de la tradición histórica de la religión judía. Asimismo, considera al
hombre como un ser capaz de desarrollar por sí mismo sus potencialidades.
173
En el primer caso el hombre está vacío y es incapaz de ser libre y de darse sus propios
valores y su moral; y en el otro, el hombre es origen y de él mismo dimanan la
capacidad de darse valores y de autorrealización.
174
de toda consideración.
Dios que engulle las lagrimas
y el sufrimiento,
Dios apenas apareciendo
por el crepúsculo
Dios de las llagas y los tormentos
Dios apenas audible,
mi semejante, mi hermano.
Dios a tientas por los recovecos
Del alma.
Dios de abismos
putrefactos.
Dios doliente,
Dios indiferente
Dios en las estalactitas
del olvido.
Dios, dios, dios, inasible
a tientas y sin ojos
te busco...
Dios,
serpiente en mi costado.
Experiencia mística
175
Lo trascendente no necesariamente tiene que referirse a Dios. En todas las cosas,
en la vida misma hay un misterio, algo incognoscible por la razón y que se refiere
a la raíz misma de la existencia de todo lo que es. En el ser humano tiene que ver
necesariamente con la conciencia y el afecto, pues solamente esta fusión puede dar
cuenta de la experiencia mística y solamente con un lenguaje figurado ya que tal
experiencia en sí resulta inexpresable por medio del lenguaje lógico.
Es erróneo también pretender que Dios corrija o salve de los errores que se cometen
en el diario vivir y en los negocios. Dice el dicho: “golpe dado ni Dios lo quita”. La
necesidad de Dios de ninguna manera ha de agotarse en trivialidades. En esencia, y
verdaderamente, Dios tiene que ver con lo eterno y con el misterio, con esa región
donde el intelecto no puede comprender más. Dios significa la angustia ante la
propia impotencia. Y el hombre clama a Dios inútilmente.
Ni siquiera Dios existe fuera de la subjetividad. Hay un interjuego entre aquello que le es
intrínseco al ser humano, y aquello que le es extrínseco. Dios surge como una alternativa
ante lo incomprensible y ante lo amenazante que se expresa en la angustia existencial
Dios es la parábola
que no acaba de nacer.
Es el grito perdido
en el espacio infinito.
Es la luz inextinguible
de la esperanza.
La luz que alienta
la pupila.
El grito arcaico del amor.
El aroma que jamás se posa
176
en los labios.
La incertidumbre que se ahoga
de rocío.
La desdentada risa del mundo
que ya no se oye más.
El sortilegio más allá
del sonido.
La siempre impalpable
metáfora del verbo amar.
El conocimiento de Dios elude toda lógica, si acaso puede darse una aproximación
es por medio de la metáfora. Sacude los caudales del alma. Dios es una presencia
cósmica. Y lo demás: creencias, convicciones, atributos y parafernalia icónica, son
superfluas creaciones humanas, fantasías e imaginaciones hipóstasis que suple a
la vida. Dentro del amplio margen de la soledad y la desvalidez humana, ante el
cosmos y ante el infinito, ante la vida y la muerte, es de imaginar que cabe la creación
consoladora de Dios o de los dioses.
Dios es un sueño
de eternidad
que se aloja en toda
materia.
Es muy importante como se conciba a Dios pues de ello se deriva nuestra actitud
hacía Él. Quienes lo conciben como un padre protector, sabio y benévolo: si tienen
una actitud pasiva ante la vida, esperan que les resuelva sus problemas. En contraste,
si se experimenta como una fuerza incognoscible pero presente a toda materia y parte
o causa de la armonía intrínseca de esa materia, como fundamento de la vida y del
177
movimiento, como la perfección misma, como fuente y origen del bien y del amor,
no se pedirá ni esperará una solución extrínseca a la vida. Por el contrario, quien así
lo interioriza sabe que ese bien y amor como divinos también son inherentes al ser
humano y que toca a éste el despliegue de sus potencialidades divinas o humanas.
Dios no debe ser el menor obstáculo para que el hombre sea responsable de la
búsqueda de su destino, de su vitalidad y de la selección peculiar de su propia
existencia. Lo que prevalece en la cultura religiosa es esa actitud pasiva, del que vive
esperando milagros y que están dispuestos a creer cualquier cosa como milagro. En
eso se fundamente el fanatismo religioso.
La inalienable presencia del Ser se reconoce en el misterio. Éste surge ahí donde la
lengua enmudece. Y no es tan sólo cuestión de intelecto, sino también de intuición.
Con la primera podemos analizar o examinar aquello que es trascendente o absoluto
en lo contingente; y con la segunda podemos presentir el misterio inmanente al
mundo, a la creación, al cosmos.
Lo absoluto, o Dios está presente en todo, y lo que resulta discutible son las
consecuencias de dicha presencia; o los atributos derivados por el hombre como
son las representaciones antropomórficas. Otra consecuencia no menos falaz: la
identidad psicológica relacionada con lo antropomórfico y con el idealismo. Como
los atributos de lo trascendente son el bien, la sabiduría, la potencia, la creatividad,
la trascendencia sobre la muerte, el hombre pretende – erróneamente – la solución
a todos sus problemas que tengan que ver con los atributos de lo absoluto, y que
generalmente se le atribuyen a Dios.
178
ajeno a los asuntos y anhelos humanos. El satori o iluminación podría equipararse a
una experiencia mística armónica con la propia deificación, con la culminación de la
experiencia de la propia divinidad, con la experiencia del vacío pleno.
Dios existe, lo que resulta difícil es expresarlo. Para aceptar su existencia es necesaria
la experiencia de lo intangible y eterno en uno mismo. Quien no puede hacer este
movimiento del espíritu, no podrá acceder a la experiencia de lo inexplicable o
absoluto. Existe también una vivencia y expresión vulgar de la experiencia de Dios, y
se da en aquellas personas impotentes, infantiles e irreflexivas que se asumen como
hijos ante un padre todopoderoso.
En general, las religiones lo que hacen es vender la imagen de Dios que responde a
las características psicológicas de sus fieles: de infantilismo y necesidad de protección
en la religión, de sumisión total.
Una cosa es que Dios exista y otra muy distinta que sea necesario a la existencia humana
y a otras formas de ser y existir. Si lo consideramos como un principio inherente a todo
lo que existe – como un principio trascendente y en cierto modo incognoscible-, ¿cuál
es entonces su fundamento y su acción? Acaso el principio vital que anima toda forma
de materia y que en el hombre –gracias a su capacidad reflexiva – se convierte en algo
intangible y que rebasa la capacidad de comprensión humana. El hombre se acoge a Él
por intuición pero ahí es donde fracasa toda interpretación que no esté fundamentada
sobre la experiencia del misterio, o intuición del fundamento último de todo lo que es.
Dios es un enigma que nos une amorosamente con el mundo, con los demás, y
con nosotros mismos. El no poderlo nombrar ni conocer nos habla precisamente
de su presencia. La presencia divina en el Ser, en la mente de todo humano es una
necesidad. Esa necesidad fluye en el vacío infinito que habita en todos, como infinita
nostalgia de lSer pleno. O nos decidimos por Dios y la vida, o por su contrario: la
inactividad y el hastío. En esto está implícito que somos habitados por Dios, quien
es movimiento, acción, creatividad. Sus opuestos serían la quietud improductiva y la
falta de actividad. De ahí la importancia de reconocer entre una actividad productiva
y una actividad improductiva.
179
Dios es tiempo absoluto a favor de la vida y por tanto de la libertad y el crecimiento
espiritual. Pero generalmente se vivencia un dios hipostasiado, proyectado como
ideal moral del propio ser humano y al que se conceden poderes absolutos sobre la
naturaleza, y que dictamina lo que es bueno o malo para el hombre, con lo que se
quita a éste la facultad de darse sus propios valores. La idea puede ser más radical.
La existencia de Dios impide al hombre la espontaneidad en la generación de sus
propios valores
Y aquí cabe hacer una distinción acerca de los valores. Para Nietzsche los valores
tienen una raigambre histórico cultural que se han tergiversado a través del tiempo,
llegando a representar exactamente lo contrario a su significación original, negando
la magnifica espontaneidad del cuerpo como hacedor de principios y valores. Opone
los valores que descubre desenmascarando al cristianismo que pregona una moral de
esclavos. Por el contrario el hombre dionisiaco es libre, espontáneo, capaz de vivir de
acuerdo a sus instintos originales: de poder, dominio y valentía.
Dios es la semilla de la cual crece y se desarrolla toda vida. Ahí donde está el
misterio, Dios se está revelando. Dios da la cara en el misterio. Sólo quien se enfrenta
a ese misterio tiene la posibilidad de acercarse al misterio divino.
Dios es una necesidad espiritual que muchos tratan de pasar por alto o negarlo: su
existencia o no existencia dependen de la experiencia de cada ser humano. Depende
de la intuición y la sensibilidad, y en cualquier caso, siempre habrá un vacío, algo
de incomprensible. ¿Qué importancia tiene que exista o no exista? Podríamos decir
que es el fundamento de una moral; sin embargo, igual puede tener una alta moral
alguien que no crea en Él, o alguien que si crea. Pero la creencia, o la ausencia de ella,
no eliminan el hecho de su posibilidad. En todo caso lo que importa es la repercusión
que pueda tener en el hombre su creencia en Dios o la negación de su existencia.
Dios es depositario de la vida, del amor, de la libertad, y las comparte con el hombre.
Caso contrario si Dios impone su moral, el hombre no es libre de darse
espontáneamente sus propios valores. Como una creación inherente al ser
humano como especie, como un logro de los ideales humanos, de la aspiración de
perfeccionamiento espiritual y de trascendencia.
180
La forma de creer reviste en importancia ya que hay quienes lo idolizan, y hay
quienes creen en Él como el misterio último, impenetrable, pero presente en todo lo
que existe y con una existencia inmanente a toda forma.
Nadie puede probar que exista o no exista, pero sí se puede afirmar lo uno o lo otr,
con sus respectivas consecuencias; así propongo liberarse de fantasías y ficciones.
Y algo de lo que se puede estar seguro es que Dios nada tiene que ver con las
expectativas humanas acerca de Él. Varios autores han dedicado en gran parte su
obra a demostrar ya sea la existencia o inexistencia de Dios, y las consecuencias que
de ello derivan. En el caso de Nietzsche el hombre debe darse su propia esencia,
caminar solo por la vida, entregarse a su destino, demoler la falsa moral que ha
predominado por siglos y asumir una moral propia, afirmativa de la vida y que
conduzca a una transfiguración espiritual y a un nuevo hombre capaz de darse valores
y de disfrutar plenamente de la vida.
Dios inasible
181
Acribillado de nostalgia. El recóndito misterio
donde los sueños, las ilusiones y las fantasías,
se tejen sin fin.
Estoy a solas de silencio
estoy a solas de vacío
Simplemente estoy desolado de muerte.
En vez de nada viene la desolada
infinita
arquitectura
del universo
unidos en un haz de luz y sombras,
de finito e infinito, y el misterio
esfumándose a mil años luz.
A toda causalidad subyace el misterio.
Es el azar incomprensible a la mente.
Una reliquia de la unicidad
hambrienta del cosmos.
La vela perpetua de la inmortalidad.
A solas, a trasmano del vacío
buscando a Dios
me doy de narices con la nada.
Tal vez eso ocurre porque busco fuera de mí.
La subjetividad es un pozo de nada
que apunta al infinito.
De la nada, y sin embargo...
Lo cierto es que yo existo
y de mi mismo procede la misma nada
donde el vacío se pasea
como una noche estrellada.
La síntesis de la conciencia vaga
por los espacios siderales.
Dios tiene la forma del vacío pleno
que se presenta al espíritu, a la mente vacía,
en momentos privilegiados,
entonces la nada es el comienzo
de un viaje sin retorno. Una transformación,
la alquimia de la experiencia.
182
A la vez, se sabe que es innecesario
que no importa la demostración o no
de su existencia.
Dios es la certeza del Ser que no puede pronunciarse; por lo mismo no tiene o no
son posibles los predicados.
Es convicción de la propia e intransferible experiencia y que tal vez ni sea necesario
llamarle Dios. Es el que es, pero sujeto a la experiencia que siempre bordea abismos
183
de la nada. Lo que importa es la experiencia fundamental de Dios, y como toda
experiencia intransferible.
Ya sea que el hombre sea teísta o ateo, en todo caso su libertad debe estar sobre sus
creencias, sin renunciar al imperativo categórico de darse sus propios valores, caso
contrario, deja de ser artífice de su propia vida, del sustento de su propio ser. Enajena
su responsabilidad de ser en el mundo. El hombre se empobrece enajenándose.
Negarlo o afirmarlo como creador, pero idolizado bajo el tutelaje de los sacerdotes, es
un Dios que va contra la naturaleza y la vida.
Dios es intangible como una metáfora, la metáfora por excelencia. Dios da sentido
pero no significado a los actos humanos y a sus consecuencias. Diría que el hombre
está sólo para crecer y desarrollarse, o bien, para destruirse. Dios no tiene que ver
con el bien y el mal en el mundo, tal como lo conciben los hombres. Estos son
responsables del bien y del mal que pueblan la tierra.
Pero el hombre suele también construir un Dios como cobijo y aliado a su imagen y
semejanza; o bien, idolizarlo y pretender que es cómplice de su destructividad. Es así
que se han cometido los peores actos en nombre de Dios.
184
La injusticia y la desigualdad social y económica, son endémicas en el mundo, y
el único responsable es el hombre mismo. No hay un Dios que atenúe su culpa.
La sociedad y sus instituciones han sido creadas por el hombre y nada más por el
hombre y lo que resulte de ello es su responsabilidad exclusiva.
Podemos vivir en Dios pero estamos solos en la Tierra y sólo a los humanos compete
sobrevivir y la calidad de vida y el cultivo del espíritu, a nadie más.
Creer, vivir en Dios, sin esperar nada de Él. He ahí el misterio de lo divino en el
hombre. La misión del ser hombre de Dios es cultivar la existencia, desarrollar las
potencialidades humanas; eso es todo, y no hay nada más en el espacio infinito.
Para que la existencia no culmine a solas requiere de Dios. Dios es el instinto del
alma que ilumina el camino del diario vivir. Es una brújula que indica el camino y
llena de gozo. La sustancia plena del individuo se manifiesta en su entrega a la vida,
que es entrega a Dios. Dios yace en el meollo del alma y de toda significación vital.
Sin Dios es el vacío de la nada que devora; es la locura que suplanta la razón, una
incógnita de vacío. Dios es la respuesta a la pregunta suprema: algo que trasciende
y sustenta la existencia. Sin Dios el hombre se desintegra de hastío. Más allá de
185
la nada no hay sustento. Un opresivo hastío sin futuro se posesiona del presente,
sobreviene una angustia que amenaza desintegrar al ser. La angustia cósmica del
vacío. ¿Quién podría tolerarla?
Una parodia del ser en el mundo y para Dios, es la locura. La depresión es ausencia
de lo divino, extravío de la existencia. En ella, una amarga desesperanza colma de
fastidio. Sueño mudo de la existencia. Opacidad del alma. Entonces el hombre yace
en el vacío atormentado de la nada. El pesimismo se opone a la vida. El vientre anida
de sueños abortados. La tentación de la nada clava su veneno. El alma yace atrapada
en la oscuridad.
186
como si la hubiese. En todo caso Dios no puede ser ignorado. El misterio es
ineludible aun cuando se pretenda ignorarlo, aun cuando no se acepte.
187
El hombre clama de significado para su conducta,
La ausencia de Dios es la gratuidad perfecta. El azar en la ira de la mirada del
hombre; la indiferencia moral y metafísica. La consecuencia: o el hombre se suicida o
es capaz de darse valores. He ahí la paradoja terrible del destino.
¿Acaso el hombre tan sólo es una posdata del vacío infinito? ¿Acaso no lleva en sí el
germen del misterio que le da sustento a su ser en el mundo? El misterio, o lo que es
lo mismo, la divinidad internalizada que se despliega en la metafísica del mundo y
del existir y que puede ser dotado de sentido. El inconsciente cósmico y ancestral que
dota de un inconmensurable ser y sentido al quehacer humano, ya sea que el hombre
lo sepa, o que ocurra tras bambalinas de la conciencia. Un mito que se denigra de
sentido o que toma su plena sentido en el alma del ser humano. He ahí la apuesta
metafísica que se posesiona del hombre o a la cual éste dota de un sentido de ser en
la vida. En todo caso el precio es enfrentarse a ese trasfondo ancestral del ser humano
que en su mayor parte subyace a su conciencia. El mundo, el ser del hombre, puede
ser plenode sentido, o habitado por la nada. Enfrentarse a la nada es el preámbulo del
misterio, de una respuesta anímica esencial y primordial.
188
La metafísica tentación de existir ha de poseernos cotidianamente para poder salir
al día. Se trata, así, de la necesidad de dotar con un sentido a la vida, que no cuaja
y no acaba de cuajar, que se convierte en la tentación suprema de la angustia, de un
hombre espiritual que presagia a Dios. Es la ambivalencia del existir. Al filo de la
sombra se apuesta por la existencia. La duda mata, el espíritu vivifica. Y esa es la
zozobra de cada día. Detrás de la lágrima de la ausencia está una fe dubitativa en la
cuerda floja del misterio.
Es la paradoja del misterio que no puede ser aprehendido por la mente ni por
los sentidos, y que no puede ser afirmado ni negado. Acaso su presencia sea una
reminiscencia ancestral que se abre de vez en cuando en un cierto tipo de percepción
que trasciende los sentidos. Puede llegar a ser una certeza íntima e intransferible; un
cierto tipo de experiencia.
Paradoja: Dios es inasible a toda razón y lógica. Y sin embargo, son los principales
medios con que el hombre cuenta para tratar de acercarse a Él y aprehenderlo. Por
convención se ha aceptado que Dios es intuido o de alguna manera está presente en
la experiencia mística. Si no aceptamos lo anterior, Dios, su experiencia, un cierto
conocimiento, son imposibles. No queda pues más que atenerse a la experiencia y el
conocimiento; de otra manera no se podría decir nada. Así pues, Dios, por decirlo de
algún modo, es la inasible paradoja del ser eterno, que cristaliza en la intuición y en la
razón humana.
189