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La muerte no es el final de Agustín de

Hipona
La muerte no es nada, sólo he pasado a la habitación de al lado.
Yo soy yo, vosotros sois vosotros.
Lo que somos unos para los otros seguimos siéndolo
Dadme el nombre que siempre me habéis dado. Hablad de mí como siempre lo habéis
hecho.
No uséis un tono diferente. No toméis un aire solemne y triste.
Seguid riendo de lo que nos hacía reír juntos. Rezad, sonreíd, pensad en mí.
Que mi nombre sea pronunciado como siempre lo ha sido, sin énfasis de ninguna clase,
sin señal de sombra.
La vida es lo que siempre ha sido. El hilo no se ha cortado.
¿Por qué estaría yo fuera de vuestra mente? ¿Simplemente porque estoy fuera de vuestra
vista?
Os espero; No estoy lejos, sólo al otro lado del camino.
¿Veis? Todo está bien.

No lloréis si me amabais. ¡Si conocierais el don de Dios y lo que es el Cielo! ¡Si


pudiérais oír el cántico de los Ángeles y verme en medio de ellos! ¡Si pudiérais ver con
vuestros ojos los horizontes, los campos eternos y los nuevos senderos que atravieso!
¡Si por un instante pudiérais contemplar como yo la belleza ante la cual todas las
bellezas palidecen!

Creedme: Cuando la muerte venga a romper vuestras ligaduras como ha roto las que a
mí me encadenaban y, cuando un día que Dios ha fijado y conoce, vuestra alma venga a
este Cielo en el que os ha precedido la mía, ese día volveréis a ver a aquel que os amaba
y que siempre os ama, y encontraréis su corazón con todas sus ternuras purificadas.

Volveréis a verme, pero transfigurado y feliz, no ya esperando la muerte, sino


avanzando con vosotros por los senderos nuevos de la Luz y de la Vida, bebiendo con
embriaguez a los pies de Dios un néctar del cual nadie se saciará jamás.

AMÉN

Agustín de Hipona (Cuarta carta, en la que escribe a su hermano Sapidas, que a pesar de
que ha muerto todavía está allí…)

Epicuro: el miedo irracional ante la muerte

La filosofía griega trataba todo tipo de saberes en sus primeros siglos. Con el helenismo
se desliga del conocimiento puramente empírico, restringiendo su ámbito hasta
convertirse en una disciplina del pensamiento, centrada en problemas relativos al
hombre, y no acerca de los propios de la naturaleza.

Epicuro (341-270 antes de Cristo) fue un filósofo creador de la escuela que lleva su
nombre. Consideró que para alcanzar la felicidad (fin último de toda filosofía) era
necesaria la comunión entre la ausencia de preocupaciones y la búsqueda del placer
(hedonismo). Y la ética (que en esta época es la facción de la filosofía más cultivada)
puede llevarnos a la felicidad porque está sustentada en la autonomía (autarkeia) y la
serenidad (ataraxia), valores imprescindibles para ello.

La ética de Epicuro nos indica que para hallar la felicidad debemos evitar todo tipo de
miedos, que se reducen a cuatro, a saber: el tiempo, que devora los placeres; el dolor,
que puede llegar en cualquier momento; el temor a los dioses y, por último, el miedo a
la muerte. De todos ellos nos centraremos en este postrer temor.

Para Epicuro, el temor a la muerte brota por varios motivos: la angustia por la
desaparición del yo, el miedo a los castigos, etc. Sea como sea, el caso es que sentimos
pavor ante la muerte. Epicuro se pregunta si tal actitud es racional.

¿Qué entendemos por muerte? Sencillamente, la privación de toda sensación. No


sentimos absolutamente nada al morir. Pero, en cambio, en nuestra vida, todo bien y
todo mal nacen de la sensación. Entonces, si la muerte es privarnos de sentir y la vida es
justamente poder sentir, ¿por qué motivo temer a la muerte, si cuando existimos no está
presente y cuando está presente ya no existimos y, por tanto, no la sentimos? En
palabras de Epicuro:

"Acostúmbrate a pensar que la muerte no es nada para nosotros. Porque todo bien y
todo mal reside en la sensación, y la muerte es privación del sentir. Por lo tanto, el
recto conocimiento de que nada es para nosotros la muerte hace dichosa la condición
mortal de nuestra vida; no porque le añada una duración ilimitada, sino porque
elimina el ansia de inmortalidad. Nada hay, pues, temible en el vivir para quien ha
comprendido rectamente que nada temible hay en el no vivir. (Carta a Meneceo, 124)"

Por supuesto, Epicuro es consciente de que lo que preocupa a las personas puede muy
bien no ser sólo la muerte por sí misma, sino lo que ella genera y su propia expectativa.
Pero declara que "es necio quien dice que teme a la muerte, no porque le angustiará al
presentarse, sino porque le angustia esperarla. Pues lo que al presentarse no causa
turbación [acabamos de ver porqué], vanamente apenará mientras se le aguarda".

Lucrecio (99-55 antes de Cristo), poeta y filósofo que difundió las ideas de Epicuro en
su famosa "De rerum natura", aporta matizaciones: sólo si uno existe y tiene su propia
experiencia de un suceso puede determinar, o juzgar, si éste es bueno o malo para sí
mismo. Dado que la muerte nos impide expermentar, tal condición no es mala en sí para
la persona. Como temer a algo futuro que no es malo es irracional, y la muerte no es
mala por lo dicho, Lucrecio concluye que el miedo a la muerte también es irracional.

Epicuro sintetiza su indiferencia ante la muerte con estas palabras:

"Así que el más espantoso de los males nada es para nosotros, puesto que mientras
somos la muerte no está presente, y cuando la muerte se presenta ya no existimos. En
nada afecta, pues, ni a los vivos ni a los muertos, porque para aquellos no está y éstos
ya no son [...]. El sabio, en cambio, ni rehusa la vida ni teme el no vivir, porque no le
abruma el vivir, ni considera que sea algún mal el no vivir (Carta a Meneceo, 125)"

¿Hay que temer a la muerte, o sólo es una necedad, un comportamiento irracional que
no causa más que angustia y disminuye el placer en vida? Pese a que la muerte nos
priva de toda sensación, en efecto, si mientras vivimos no tiene lugar en nuestra
existencia y cuando nos llegua ya no poseemos tal, ¿no habrá la humanidad derrochado
demasiada energía en temer y preocuparse por algo que no llegamos a experimentar de
forma sensitiva y que, por tanto, realmente "no existe"?

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