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El derrame de vino en Garachico en 1666

A mediados del siglo XVII el clima económico y social dominante en las Islas estalló en una
serie de motines, entre ellos, el derrame del vino que se produjo en Garachico en el año 1666
como consecuencia de un cúmulo de circunstancias.

A finales del siglo XVI el cultivo de la caña de azúcar había descendido en Canarias por la
competencia ejercida principalmente por Brasil y el África occidental. La vid, traída desde el
Mediterráneo oriental, se convirtió entonces en el cultivo dominante en las Islas, siendo
destinada principalmente al comercio exterior. Se comercializaba primordialmente con los
países noroccidentales de Europa y las colonias de América.

En esta época, dominaban la economía isleña unos pocos privilegiados, mientras que los
campesinos eran extremadamente pobres. Se impuso un régimen de privilegios que ocasionó
numerosos altercados y tensiones, a lo que se sumó el monopolio capitaneado por la Casa
de Contratación de Sevilla y el Consejo de Indias, que impusieron limitaciones al tráfico
comercial con América.

En la década de 1620 a 1630 se prohibió plantar viñedos en el Imperio, razón por la cual se
incrementó la producción de este cultivo en las Islas. De este modo, las zonas de las Islas en
las que se cultivaba caña de azúcar, pasaron a ser ocupadas por el cultivo de la vid,
produciéndose de esta forma un exceso de producción vinícola. Junto a ello, se restringieron
los puertos autorizados para el desembarco de productos procedentes de Canarias. También
se redujo el tonelaje anual que podía ser exportado. Todo ello repercutió en los precios, lo
cual se vio acentuado por el hecho de que las Islas, por falta de capital, carecían de
infraestructuras adecuadas.

Dado que el mercado americano era difícilmente accesible, los productores canarios se vieron
obligados a buscar otros mercados. En principio exportaron a Angola, Guinea, Cabo Verde,
Brasil… Ello permitió cierta regulación en los precios del vino así como el arribo de
embarcaciones portuguesas a nuestros puertos, lo cual atrajo a otros navíos de diferentes
naciones europeas que, para completar sus cargamentos de retorno, exportaban —unas veces
de forma legal y otras ilegal— vinos canarios. No obstante, este mercado seguía sin ser
suficiente para la actual producción vinícola. Además, la independencia del reino de Portugal
provocó el derrumbe de las relaciones comerciales establecidas, por lo que para la
comercialización de los vinos canarios hubo de poner la vista en el mercado británico.

Los mercaderes ingleses ofrecieron inicialmente unas buenas condiciones para el intercambio
comercial. No obstante, paulatinamente la situación fue cambiando. Nuestros vinos debían
transportarse a Inglaterra, donde pagaban altos aranceles para poder entrar y, seguidamente,
ser de nuevo embarcados hacia las colonias, pagando de nuevo impuestos a la entrada de
puertos americanos. Debido a ello, el precio del vino se encarecía notablemente e
inevitablemente la larga travesía afectaba a la calidad de los vinos. En un periodo de
aproximadamente veinte años, los productores canarios ya dependían totalmente del
comercio británico. Ello provocó que, a partir de 1640, los precios del vino se dispararan.

A finales de la década de los años treinta, la pipa de vino (480 l) se vendía a un precio
aproximado de 300 reales. En 1650, el valor subió a 400 reales y, en 1660, superó los
600 reales.
A raíz de esta subida desmedida, del contrabando y de algunas estrategias de varios
cosecheros para vender sus vinos directamente se decidió crear la Compañía de Mercaderes
de Londres que negocian para las islas de Canarias, también conocida como «la Compañía
de Canarias». La compañía, que se constituyó el 17 de marzo de 1665 y estaba formada por
71 miembros, tenía el objetivo de adquirir la explotación exclusiva y el monopolio del tráfico
comercial con las Islas, solo dejando en manos de los canarios la posibilidad de comprar y
vender productos.

Por esta época, el malvasía canario — conocido con el nombre de «Canary»— había adquirido
un gran prestigio en Inglaterra al ser un producto muy apreciado entre la nobleza. Escribieron
sobre sus virtudes personajes de la talla de William Shakespeare, Walter Scott, John Locke,
John Lyly, Ben Johnson…, lo cual —junto con las especulaciones de los miembros de la
Compañía de Canarias— hizo elevar los precios a los que el vino canario se comercializaba
en Inglaterra.

En cambio, la Compañía impuso unos precios irrisorios para los viticultores — con el apoyo
del Capitán General, Jerónimo Benavente y Quiñones, acusado más tarde de haber
favorecido a los británicos—, a la vez que incrementó desmesuradamente todos los tejidos y
manufacturas traídos de Inglaterra. El malestar de los cosecheros no tardó en trasladarse al
resto de la población.

En julio de 1665, el regidor perpetuo y cosechero de vinos de Daute, Juan Francisco Interián
de Ayala, envió un memorial al Cabildo pidiendo la expulsión de los ingleses por los
perjuicios que causaba la Compañía. No fue este el único escrito de denuncia que se presentó
ante el Cabildo: el alcalde y los vecinos de Garachico, los Silos y Buenavista, así como los
diferentes conventos religiosos existentes en la zona también enviaron cartas manifestando
su repulsa contra la situación imperante. Como consecuencia, en una sesión abierta del
Cabildo convocada el 6 de agosto de ese mismo año se acordó la expulsión de cinco
comerciantes británicos responsables de haber introducido el monopolio, así como la
prohibición a todos los viticultores de vender o embarcar vino con destino a Inglaterra. No
obstante, las medidas tomadas no impidieron que continuara el comercio de vino con
Inglaterra.

Los habitantes de Tenerife, considerando que todos los británicos que residían en la isla eran
colaboradores de la Compañía, presentaron sus quejas ante la autoridad competente y esta
decidió expulsar al cónsul y confinar a los británicos que residían en la isla. El regidor, don
Pedro de Ponte Llarena, envió un memorial a la reina regente para explicar los motivos de
las medidas adoptadas y solicitar que buscase un arreglo a la conflictiva situación. Como
consecuencia de ello, se nombró a un nuevo Capitán General, don Gabriel Lasso de la Vega,
Conde de Puertollano. Sin embargo, este no consiguió solventar el problema.

Aunque Puertollano estaba prevenido de la situación que se estaba viviendo y de los


principales responsables del conflicto, a su llegada comenzaron a producirse enfrentamientos
verbales que soliviantaron a la población. El 19 de junio se produjo un hecho que marcaría
el clima de tensión existente.

El teniente de La Orotava y otras veinte personas —representación de las fuerzas vivas de la


villa, entre los que se encontraban don Alonso Llarena y Calderón, don Francisco Calderón
del Hoyo y Lugo, don Francisco de Varcarcel, don Benito Viña de Vergara, don Juan
Francisco Franqui y Alfaro, don Lucas de Alzola y Lugo— dirigieron una carta al Capitán
General comunicándole que el día anterior los mercaderes Ricardo Owen y Ricardo Casby
se habían declarado factores de la Compañía y habían amenazado al maestre de una
embarcación para que no comerciase con Diego Thomas ni con Juan Smith porque no
pertenecían a ella, motivo por el cual solicitaban que se castigase a los mercaderes Owen y
Casby.

La respuesta de Puertollano fue la siguiente:


«He extrañado mucho que venga esta carta firmada de tantos sujetos y que se formen juntas para
escribirme, cosa que suena tanto y que sólo se permite a las ciudades por sus Cabildos con facultad
real. Prevéngole a V. M. porque en mi tiempo no he de pasar por este modo de explicarse; si por el
oír a cada uno de por sí su pretensión 1»

La respuesta a Puertollano no se hizo esperar y, al amanecer del 22 de junio, aparecieron


unos cedulones en las esquinas de La Orotava que rezaban lo siguiente:
«Amigos y vecinos, dispertad, que estáis dormidos,
El sueño no consistais
Hasta conseguir remedio,
Mirad que si os vence el sueño
Os matará aqueste mal.
Quiñones Fiona la Compañía la mano,
Más alta la asegurará el Conde de Puertollano.
Ricardo Owen es juez;
Ricardo Quesby, escribano;
Ricardo Elis, alguacil;
Thomas Sandars, fiscal.
De quienes dimanaron mal
Expulsar este tribunal
Antes que les venga algún mal 2».

Este llamamiento denunciando la connivencia del Capitán General con los ingleses se dio a
conocer en toda la isla e influyó en el posterior episodio del derrame del vino en Garachico.

Garachico, principal puerto del que partía la flota británica cargada con los vinos malvasía,
albergaba en las bodegas de sus casas las pipas de vino dispuestas para ser embarcadas y,
además, no contaba con una importante vigilancia de las autoridades. Debido al insostenible
clima social, comercial y político, en la madrugada del día 3 de julio de 1966 se produjo el
grave motín que acarrearía serias repercusiones en las relaciones entre Londres y Madrid.

Una multitud de gente enaltecida accedió violentamente a tres bodegas y rompió los envases
del vino, haciendo correr el malvasía. Asimismo, los conjurados —una cuadrilla de
trescientos a cuatrocientos enmascarados que fueron bautizados por el pueblo con el nombre
de «clérigos»— destrozaron 30 pipas de malvasía que estaban preparadas para embarcar en
una pequeña nave inglesa en La Caleta de Interián, más 11 pipas que se cargarían en un barco
proveniente de La Orotava. En total, el motín afectó a 95 pipas de vino, pertenecientes a los
mercaderes Diego Thomas, Juan Elaboró y Juan Smith.

La reacción británica fue inmediata. En efecto, el 13 de enero de 1667 se envió un


comunicado a través de la embajada en Madrid. No obstante, a raíz de ello también se alzaron
las voces de mercaderes londinenses que no habían participado en el monopolio en la
Compañía de Canarias y tenían sus intereses congelados sin la posibilidad de volver a
comerciar, lo cual redundaría en beneficio de los cultivadores canarios.

1
Cita recogida en el artículo En torno al «derrame del vino» de 1966 aparecido en la Gaceta de Daute, núm. 3, p. 105.
2
Íbid., p. 106.
Pese a todo ello, debido a los intereses creados en las altas esferas, la Compañía aún seguiría
operativa durante algún tiempo y, además, la situación de los exportadores de vino tinerfeños
aún se vería perjudicada adicionalmente con la proclamación, el 12 de noviembre de ese año,
de un decreto por parte de Carlos II que prohibía el comercio con las Islas. Empezó así el
declive del cultivo de la vid y la producción de malvasía en Canarias durante el siglo XVII.

Aunque pocos años después se firmó un tratado de paz y amistad entre Inglaterra y España,
desapareció la Compañía y se produjo un ajuste más favorable en los precios del vino que
fomentaron nuevamente el comercio con los ingleses, estos ya habían buscado nuevos
mercados en Portugal durante los tres años que se vio interrumpido el comercio y los vinos
canarios no volvieron a alcanzar el auge y renombre de antaño.
Bibliografía

— Millares Torres, A. Historia general de las Islas Canarias. Tomo III. Cedirca, Las
Palmas de Gran Canaria, 1977.
— Rodríguez Yanes, J. M. En torno al «derrame del vino» de 1966. Gaceta de Daute, núm. 3.
Asociación Cultural Pérez Enriquez, 1987, Tenerife.

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