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Atisbos de Nación

Rogelio E. Ruiz Ríos • Ramiro Jaimes Martínez


El objetivo de esta obra es articular una doble preocupación de los estu-

y Memoria desde
dios culturales en sus vínculos con la historia y las ciencias sociales sobre
la interdisciplina y la dimensión política de las representaciones sobre la

(coordinadores)
la Historia y los
nación y la construcción de la memoria en diversos procesos y tempora-
lidades en Baja California. La reflexión sobre la memoria como fenóme-
no sociocultural y las representaciones sobre la nación permiten plantear
problemáticas de investigación como las exploradas en este libro. Así, se
parte de un análisis crítico de los estudios culturales desde una perspectiva Estudios Culturales
antropológica para después continuar con la exposición de estudios que
abordan la experiencia histórica de colectividades, como las relaciones de
género e intergeneracionales de la diáspora ruso molokana en el contexto Rogelio Everth Ruiz Ríos
binacional de México y Estados Unidos de América; las manifestaciones Ramiro Jaimes Martínez
racistas contra la población china en Baja California durante la época pos- (coordinadores)
revolucionaria, las transformaciones de la memoria y de las identidades
religiosas a finales del siglo XX en Tijuana y, finalmente, se da paso a un

la Historia y los Estudios Culturales


Atisbos de Nación y Memoria desde
tema ambiental centrado en los diferentes usos generados en los acuerdos
internacionales sobre el agua entre México y Estados Unidos.

UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE BAJA CALIFORNIA

UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE BAJA CALIFORNIA

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UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE BAJA CALIFORNIA

Dr. Juan Manuel Ocegueda Hernández


Rector

Dr. Alfonso Vega López


Secretario general

Dra. Blanca Rosa García Rivera


Vicerrectora Campus Ensenada

Dr. Ángel Norzagaray Norzagaray


Vicerrector Campus Mexicali

Dra. María Eugenia Pérez Morales


Vicerrectora Campus Tijuana

Dr. Rogelio Everth Ruiz Ríos


Director del Instituto de Investigaciones Históricas
Atisbos de Nación
y Memoria desde
la Historia y los
Estudios Culturales

Rogelio Everth Ruiz Ríos


Ramiro Jaimes Martínez
(coordinadores)

UNIVERSIDAD AUTÓNOMA DE BAJA CALIFORNIA


Instituto de Investigaciones Históricas
Cuerpo Académico Historia y Sociedad
Red prodep de Cuerpos Académicos
“Análisis crítico de los estudios culturales en México”
Esta investigación fue dictaminada por pares académicos

Atisbos de nación y memoria desde la historia y los estudios culturales /


Rogelio Everth Ruiz Ríos, Ramiro Jaimes Martínez (coordinadores). --
Mexicali, Baja California : Universidad Autónoma de Baja California,
2017.
258 p. ; 28 cm.

ISBN: 978-607-607-406-0

1. Cultura - - Enseñanza. 2. Cultura - - Investigaciones. 3. Política y


cultura. 4. Ciencias sociales - - Investigaciones - - Historia. I. Ruiz Ríos,
Rogelio Everth, coord. II. Jaimes Martínez, Ramiro, coord. III. Universidad
Autónoma de Baja California.

HM623 A85 2017

© D. R. 2017 Rogelio Everth Ruiz Ríos


y Ramiro Jaimes Martínez

Las características de esta publicación son propiedad de la


Universidad Autónoma de Baja California.
www.uabc.mx

ISBN 978-607-607-406-0
Índice

Introducción.................................................... 7

Cuando los humanistas se volvieron cultureros: apuntes para el


análisis de los estudios culturales y la antropología en la fron-
tera norte...................................................... 15

Cambio generacional y roles de género entre los rusos molokanes


en un contexto binacional...................................... 51

Nación y racismo. Las comunidades chinas en Baja California,


1929-1935.................................................... 97

Identidades religiosas, música evangélica y reconfiguración de la


memoria en Baja California....................................151

Ríos internacionales, nación y presentismo....................201


6
Introducción

Rogelio Everth Ruiz Ríos


Ramiro Jaimes Martínez

En 1964 se fundó en Birmingham el Centro Contemporáneo de Es-


tudios Culturales, cuyo objetivo general era estudiar de una forma in-
novadora los procesos culturales y sociales por medio de los cuales
se producían los significados y sentidos en las sociedades contempo-
ráneas. Su objetivo principal era relacionar la cultura con el cambio
social. Bajo la dirección de Richard Hoggart y Stuart Hall, entre 1964
hasta 1979, el Centro experimentó un continuo crecimiento que tuvo
un gran impacto en las Ciencias Sociales angloestadunidenses. En ge-
neral rechazaban el estudio de la cultura como las descripciones de
hábitos y costumbres de los grupos sociales, y en su lugar proponian
entenderla como la suma de las prácticas e interacciones sociales en las
que se expresaban valores y significados (Wolf, 1987: 121).
Durante las décadas de 1980 y 1990 la corriente culturalista tuvo
una expansión notable a nivel mundial. En la actualidad pueden en-
contrarse programas en Estudios Culturales desde nivel licenciatura
hasta posgrados, así como departamentos y centros de investigación
por todo el mundo. Aunque se reconocen dos corrientes principa-
les de los estudios culturales, la británica y la estadunidense, en cada

7
Rogelio Everth Ruiz Ríos • Ramiro Jaimes Martínez

región del globo pueden encontrarse diferentes escuelas con preo-


cupaciones y enfoques particulares. En el caso de América Latina, el
énfasis parece ser el papel contestatario de las culturas populares y su
capacidad para erigirse en un contrapoder. (Canclini, 1990).
Entre los diversos debates alrededor de los estudios culturales en
este trabajo se reflexiona principalmente sobre dos, que aparecen en
el título del proyecto, la cuestión de la multidisiciplina y su dimensión
política. Con respecto a la primera, generalmente se le ha entendido
como el concurso de diversos enfoques teóricos, herramientas con-
ceptuales y técnicas de investigación de las diversas disciplinas de las
ciencias sociales. Esta era una de las marcas de legitimación de la nue-
va corriente ante el escaso diálogo entre las diversas disciplinas atadas
por los viejos esquemas de la curricula decimonónica. Por lo tanto, se
argumentaba que esto daría a la nueva corriente mayor profundidad
para explicar la complejidad inherente a los procesos culturales. Sin
embargo, la proliferación actual de los programas de Estudios Cultu-
rales ha impuesto un nuevo dinamismo a la investigación en el campo
de las ciencias sociales, que no obstante su desarrollo, ha descuidado
este objetivo de su programa. Al parecer el trabajo multidisciplinario
ha derivado en el abandono de las mismas disciplinas, que en algunos
casos ha significó también una pérdida de rigor académico y la simpli-
ficación en el tratamiento de ciertos temas.
Si bien la mayoría de los proyectos académicos que hoy se imparten
en distintas universidades de México y América Latina conciben los
Estudios Culturales como un un espacio de encuentro entre diversas
disciplinas sociales, el dialogo entre ellas generalmente se ha asumido
como un axioma y no se han problematizado sus implicaciones teóri-
co metodológicas. Generalmente éstas han ocupado un lugar secun-
dario, privilegiando posturas que no se detienen a reflexionar sobre

8
Introducción

el lugar social de producción del conocimiento. Es decir, se pasa de


largo tanto el papel del investigador como sujeto congnoscente como
el de sus fuentes, como parte de una operación que involucra tanto
los gustos y preferencias del individuo como los procesos sociales que
han dado forma a las instituciones encargadas de la preservación y la
generación de conocimiento científico (Certeau, 2006: 69-81).
Por lo tanto, el objetivo es pensar teóricamente la interdisciplina,
las implicaciones de las nuevas aproximaciones que toman aspectos
parciales y herramientas metodológicas de la historia, la antropología,
la lingüística, o la sociología para abordar el estudio de los fenómenos
culturales contemporáneos. En este sentido, puesto que no siempre
se toma en cuenta la problemática teórica-metodológica implicada en
cualquier intento por permeabilizar las fronteras que separan las distin-
tas ramas de la ciencia social y propiciar un efectivo diálogo entre ellas,
la presente obra propone, en primer lugar, pensar la cultural desde la
historia como fundamento disciplinario. Es decir, analizar diferentes
problemáticas y procesos sociales desde su dimensión temporal, con
los procedimientos de la historia como disciplina social.
En segundo lugar, se plantea utilizar enfoques teóricos y conceptuales
de las ciencias sociales, pero recurriendo al uso y sistematización de diversas
fuentes como espacio articulador entre ambas dimensiones, la temporal y la
cultural. Esto es, interpretar las fuentes no sólo a través de las herramientas
conceptuales, sino que también en relación con su contexto de producción, es
decir, los procesos y sujetos históricos que las construyeron y les otorgan sen-
tido. Es el caso de los capítulos dedicados a las representaciones identitarias
sobre Tijuana producidas por diferentes agentes como académicos y literatos,
o a las disposiciones y acuerdos establecidos negociadores y funcionarios bi-
nacionales han regulado los usos sociales de los ríos internacionales a lo largo
del siglo XX. Lo mismo se puede decir de los capítulos que tratan sobre el

9
Rogelio Everth Ruiz Ríos • Ramiro Jaimes Martínez

racismo hacia la población china en el Norte posrrevolucionario y las trans-


formaciones de las identidades evangélicas a partir de la década de 1980 ob-
servadas en su producción liturgica-musical, pero con referentes construidos
desde el siglo XVIII. En cada caso, los autores hemos tratado de considerar
no sólo la crítica interna de las fuentes documentales, sino que también su re-
lación con una temporalidad y organización social específicas. En todos estos
temas y en diversas medidas, la construcción de la memoria juega un papel
importante. En primer término para los sujetos históricos que los produjeron
y que los utilizaron como discursos y mensajes de significado (ya se trate de
una institución o funcionario gubernamental, un literato o periodista, o un
músico), los cuales se constituyen en fuentes para el investigador.

El segundo debate se refiere a la dimensión política de los estudios cul-


turales, generalmente ha sido relegada a un lugar secundario. De hecho esta
es otra promesa de origen que explicitamente se reconoce en dicha corrien-
te. Sin embargo, al igual que la interdisciplina, tampoco se ha cumplido a
cabalidad. Por lo tanto, se hace necesario impulsar desde los estudios cul-
turales una reflexión teórica que permita problematizar la relación entre la
cultura y la política. En este sentido, en este libro se propone que una forma
de realizar lo anterior es el estudio de los diferentes discursos de la nación,
puesto que a través de sus representaciones es posible observar la interac-
ción entre cultura y política, entendiéndose ésta como el campo en el que
la ideología y la hegemonía mantienen el orden social (Cabello, 2008: 45).

Por tal motivo, los autores de este libro proponemos articular esta doble
preocupación sobre la interdisciplina y la política en los estudios culturales
a través de estas dos temáticas: la nación y la memoria. Por un lado,
la reflexión sobre la memoria como fenómeno sociocultural y como
categoría de análisis permite plantear problemáticas de investigación
en las que enfoques y metodologías de las ciencias sociales pueden
encontrar un espacio común con la historia.

10
Introducción

En el primer trabajo Miguel Olmos discute…

El segundo capítulo de autoría de Rogelio Ruiz plantea…

En el capítulo titulado “Identidades religiosas, música evangélica y


reconfiguración de la memoria en Baja California” el objetivo central es
analizar las transformaciones en memoria y las identidades evangélicas
del campo religioso de Baja California a raíz del impacto de los movi-
mientos evangélicos a partir de la década de 1980 y la ruptura deno-
minacional. Puede decirse que a consecuencia de éstos se modificaron
los referentes doctrinales, litúrgicos e institucionales de los evangélicos
mexicanos. La cuestión que este trabajo pretende responder es el papel
que pudieron tener dichos reacomodos identitarios en el surgimiento de
nuevos actores religiosos en el espacio público. Para hacerlo, se estudia
la trayectoria de una iglesia evangélica en Tijuana y las transformaciones
de su identidad religiosa a través de su himnología.
En el tercer capítulo, “Nación y racismo. Las comunidades chinas en
baja california, 1929-1935”, Catalina Velázquez y Pedro Espinoza analizan
el racismo dirigido hacia la población china de Baja California entre los
años de 1929 y 1935. Es decir, las condiciones sociales y políticas que lo
originaron, tales la consolidación del discurso nacionalista del Estado pos-
revolucionario, el cual produjo y reprodujo mecanismos legales y prácticas
de exclusión de la diferencia, en este caso, étnica y racial. La mayor parte
de los trabajos que han analizado este proceso utilizan la categoría de ra-
cismo con un carácter fundamentalmente descriptivo y generalizante, es
decir, para denominar a esta forma de representar y excluir a esas “otras
razas” que el régimen, escudado en una determinada representación de la
nación y su hegemonía, consideraba inferiores e indeseables.

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Rogelio Everth Ruiz Ríos • Ramiro Jaimes Martínez

En el cuarto capítulo, “Historiografía sobre ríos internacionales.


Nación y presentismo”, Marco Antonio Samaniego plantea que ante
el reto que significa la demanda de agua para usos urbanos, agrícolas,
recreativos, producción de energía eléctrica, así como todo lo relacio-
nado con el medio ambiente, los ríos internacionales son un tema
a debate que en las últimas décadas se ha tornado cada vez más fre-
cuente. Los problemas derivados de la coordinación que debe existir
para satisfacer los diferentes usos ha generado la construcción de cor-
pus legales que son resultado de una determinada idea de Nación, un
conjunto de enfrentamientos entre los diferentes intereses así como
de arreglos que han permitido el aprovechamiento de las corrientes
superficiales. Sin embargo, los conceptos legales así como los refe-
rentes al medio ambiente se modifican. Lo que para una generación
resultó lógico y congruente, para otra son un conjunto de errores u
olvidos que se deben de subsanar. Lo común para el tema de los
ríos internacionales es que siempre se discute una forma de futuro.
¿Cómo será en treinta o cuarenta años la cuenca? ¿Qué uso social va a
ser privilegiado en determinado momento? ¿Quién tendrá los medios
tecnológicos para asegurar su aprovechamiento? ¿Quiénes resultarán
beneficiados de las medidas que se acuerden o no, en los momentos
en que se discuten las problemáticas? Estas son las preguntas que el
autor deja sobre la mesa.
Finalmente dejamos al lector juzgar si esta obra colectiva ha lo-
grado presentar desde la historia un espacio que conjunte un enfoque
interdisiciplinario que permita pensar las dimensiones políticas y cul-
turales de los procesos y sujetos históricos. Después de la Segunda
Guerra Mundial la historia ha sido una de las disciplinas que más ha
luchado, y resistido, por integrar las diversas corrientes que como los
estudios culturales han impactado desde los centros hegemónicos de

12
Introducción

las ciencias sociales. Incluso hubo momentos que tales desarrollos ha-
cían presagiar la misma desaparición de la historia como disciplina
social. Sin embargo, a pesar de tales transformaciones, los historia-
dores se mantienen, no solamente trabajando dentro de los espacios
del gremio, sino incursionando en los más diversos foros académi-
cos, justificando el análisis de la dimensión temporal como una forma
de probar las herramientas teóricas y conceptuales producidas desde
otras disciplinas. Creemos que esto es así no sólo por la trayectoria de
la misma historia como generadora de conocimiento, sino porque a
final de cuentas, el objeto de estudio sigue siendo el mismo para todas
las ciencias sociales.

13
Cuando los humanistas se volvieron
cultureros: apuntes para el análisis

de los estudios culturales y la

antropología en la frontera norte

Miguel Olmos Aguilera1

Introducción

Uno de los propósitos de este trabajo es brindar elementos que nos


ayuden a analizar algunas de las condiciones de producción del saber
humanista y cultural en el norte de México, en un contexto donde
participan activamente los estudios culturales, la historia y la antropo-
logía nacional. Para abordar esta empresa citaremos algunas obras de
la investigación cultural, con el fin de analizar las influencias y —en
contrapunto— realizar una crítica de los conocimientos producidos
en el contexto cultural fronterizo, desarrollados en condiciones de in-
vestigación muy específicas.

1
Investigador de El Colegio de la Frontera Norte (El Colef). Correo electrónico: olmos@
colef.mx.
Miguel Olmos Aguilera

Los estudios culturales (cultural studies), aparecidos primero en In-


glaterra y adoptados más tarde en los Estados Unidos —no sin haber
sido, entre otras cosas, expurgados de su contenido marxista—, en-
contraron desde los años noventa del siglo XX una tierra muy fértil,
lo que les permitió expandirse en América Latina, y especialmente en
la frontera entre México y Estados Unidos.
Dadas las características culturales de la última, uno de los mosai-
cos culturales más intensos en términos sociales y culturales, se han
producido diversas vetas de conocimiento, asentadas en una efímera
condición epistémica de las ciencias sociales, cuyo referente inmediato
han sido en cierta medida las modas anglosajonas. Después de vivir
en esta frontera durante dos décadas, me ha parecido oportuno, por
un lado, discutir lo que ha sido la antropología en esta parte del país
y, por otro, continuar construyendo en el área un espacio de reflexión
donde participen las diversas disciplinas antropológicas, cuyo vacío
académico y paradigmático es difícil de analizar sin pensar en la mesoa-
mericanización del discurso antropológico en México.
Al llegar a la ciudad de Tijuana, es dable suponer la grave ausencia
de instituciones de carácter antropológico en la región. Cuando se lee
la producción antropológica regional —sobre las culturas fronterizas
o indígenas del noroeste de México—, podemos percatarnos de que el
material generado desde la región misma ha sido muy escaso. Esto ha
sido el resultado, entre otras cosas, del centralismo académico, no sólo
el referente al estudio de las culturas no mesoamericanas o del centro
de México, sino, por consecuencia lógica, la relativa a la administra-
ción de las instituciones antropológicas. En los años noventa del siglo
XX esto representó serios obstáculos epistémicos para el desarrollo
de investigaciones de corte socioantropológico, realizadas a menudo
con referencias comunes en un cuerpo teórico humanista fronterizo

16
Cuando los humanistas se volvieron cultureros

que a veces se nutría de investigaciones y personajes trascendentes en


el estudio de la esfera sociocultural mexicana (Valenzuela, 1992), o
étnica regional (Álvarez de Williams, 1975; Garduño, 1994).
Sin embargo, aun cuando desde los inicios de El Colegio de la Fron-
tera Norte de Tijuana —en 1982— se creó un Departamento de Estu-
dios Culturales, ninguno de sus investigadores se identificó con lo que
en Estados Unidos ya circulaba en la época como cultural studies, sino
hasta el final de los años noventa. En la actualidad, desde el punto de
vista administrativo, por una parte los estudios culturales se desarrollan
institucionalmente en El Colef, bajo una denominación que nunca se ha
tratado de explicar en términos epistémicos, salvo el intento de Valen-
zuela —en su libro Los estudios culturales en México (2003)—, quien en su
firme propósito de legitimar este campo de estudios buscó a diversos
antropólogos, cuyos planteamientos, aún sin comulgar completamente
con sus ideas, le fueron útiles para resumir el ámbito de los estudios
culturales, que para dicho libro se acercaban más a la antropología que a
la multidisciplina. Este autor se pliega a un tipo amorfo de estudios cul-
turales, como rémora marina, dependiendo de las alianzas académicas.
En el referido libro, antropólogos como Esteban Krotz reivindican cla-
ramente lo cultural desde la antropología, e inclusive el mismo Gilberto
Giménez se incomoda con la indefinición del libro. El autor, de manera
por demás relajada y sin ningún rigor, al final de su introducción escri-
be en un párrafo respecto a la necesidad de considerar a las disciplinas
antropológicas en el desarrollo de los estudios culturales en México,
aludiendo a la formación de antropólogos profesionistas egresados de
la Escuela Nacional de Antropología e Historia (enah). Sin comentar,
desde luego, que dicha formación se viene realizando desde hace 80
años, y que son los antropólogos quienes desarrollaron el mismo con-
cepto de cultura desde el siglo XIX.

17
Miguel Olmos Aguilera

Por su parte, en la Universidad Autónoma de Baja California


(uabc) tenemos el Centro de Investigaciones Culturales-Museo
(cic-Museo),2 surgido a principios de la década del año 2000. Por
iniciativa de su entonces director, Everardo Garduño, se escoge
dicha denominación para evadir la de estudios culturales, asociada
con cultural studies, que para esas fechas ya representaba un proble-
ma político para establecer alianzas con la academia mexicana de
antropología. No obstante, para fines pragmáticos, buena parte de
las redes académicas de las múltiples disciplinas de los investigado-
res que ahí laboran confluyen en los estudios culturales en una ver-
sión ampliada, es decir, antropológica, histórica y culturosa. Ambas
instituciones, El Colef y la uabc, pese a comulgar con una tradición
ecléctica sobre el estudio de la historia, la antropología, la comu-
nicación y la sociología, cuentan con una tradición muy distinta
a lo que en antropología se denomina también estudios culturales,
concebidos como escuelas del pensamiento antropológico desde el
evolucionismo hasta el posestructuralismo y el perspectivismo de
Viveiros de Castro. Sin embargo, en ambas instituciones, a pesar de
su indefinición epistémica, paulatinamente se han producido inves-
tigaciones antropológicas, históricas y etnohistóricas de gran valor
académico (Alonso, 2013; Garduño, 2004; Magaña, 2010; Taylor,
2001; Velasco, 2010).
El alejamiento de las grandes culturas mesoamericanas y de las
instituciones antropológicas nacionales propició un tipo de cono-
cimiento particular sobre Aridoamérica —o la gran Chichimeca—
como zona cultural, incluidas las culturas de la frontera norte, a la
que me referiré más adelante.

2
Actualmente Instituto de Investigaciones Culturales-Museo de la uabc.

18
Cuando los humanistas se volvieron cultureros

El abandono de la antropología en el terreno de las humanidades


en la frontera desde la década de los años ochenta del siglo XX, cuan-
do se fundan la mayoría de los institutos sociales y humanísticos, dejó
libre acceso a otros conjuntos de ideas que debieron subsanar esta au-
sencia y que, de alguna manera, respondieron a la lógica político-aca-
démica de la frontera norte. Este desarrollo académico en el campo de
la cultura generó diversas formas de pensar los fenómenos y concep-
tos clave en antropología, pero con un ropaje epistémico totalmente
distinto. Concepciones como identidad, identificación, fundamento, alteri-
dad, cambio, disciplina, multidisciplina, cultura… tuvieron un significado
particular en el contexto de la epistemología humanística generada en
la frontera. Cobijados en corrientes de ideas poco afortunadas en el
ámbito científico, los estudios culturales fronterizos vinieron a ocupar
este espacio de reflexión cultural respondiendo más a una forma aza-
rosa del desarrollo administrativo, académico y cultural, propio de la
región, que a una convicción teórica compartida.

El panorama etnológico de la frontera

Antes de continuar con el desarrollo de los estudios culturales, nos


parece conveniente echar un vistazo a las culturas que habitan esta
frontera, toda vez que su composición étnica y cultural fue lo que
en última instancia determinó y desarrolló el acceso de ciertos pre-
ceptos teóricos y metodológicos de las ciencias sociales, lo mismo
que su objeto de estudio.
Las culturas fronterizas son sociedades que poseen conocimientos
con los cuales se identifican, se cohesionan y se reproducen material e
ideológicamente, pero sobre todo, que las diferencian.

19
Miguel Olmos Aguilera

Esta frontera norte de México es un complejo empaste de cultu-


ras intercaladas con diversos grupos sociales que en el transcurso de
la historia antigua y reciente han encontrado su tierra prometida en
el desierto septentrional. En este mosaico cultural se aglutinan mes-
tizos provenientes de todo el país. En primer lugar, aquellos nativos
de los estados de Sonora y Sinaloa, aunque también se encuentran
inmigrantes de prácticamente todas las entidades de la república mexi-
cana, como Michoacán, Jalisco, Zacatecas y Oaxaca. Sin embargo, la
migración no se restringe a la población mexicana. Históricamente la
frontera ha sido poblada por pequeños grupos de inmigrantes, como
rusos y chinos, y en los últimos años, haitianos y africanos.
Por su parte, la población oriunda de países de América Central
también se ha acrecentado paulatinamente en la frontera norte. Mu-
chos centroamericanos, en su intento por cruzar a Estados Unidos, al
igual que muchos de otras nacionalidades, se refugian en las ciudades
fronterizas. La naturaleza cultural de este empaste no termina aquí. Un
conjunto nacional particularmente importante por su población, es el
grupo de indígenas oaxaqueños que se han incorporado masivamente
al territorio bajacaliforniano, en un número que rebasa 60 000 indivi-
duos, asentados en diversos campos agrícolas y colonias de Tijuana,
Ensenada y San Quintín. Esta presencia indígena ha creado una fuerte
organización comunitaria, gracias a la cual han podido establecerse
mediante estrechos lazos de reproducción cultural propios de su cul-
tura política y organización social (Lestage, 2008).
Paradójicamente, los indígenas yumanos de Baja California, al
igual que sucede en Estados Unidos, representan una minoría con
respecto a otras culturas: la población de origen asciende a poco
más de un millar de individuos. Aun cuando Baja California posee
relativamente poca población yumana originaria, los cinco pueblos

20
Cuando los humanistas se volvieron cultureros

indígenas —cucapá, kumiai, kiliwa, cochimí y pa ipai— han sido


objeto de algunos estudios antropológicos.
Debido a la ausencia del paradigma antropológico institucional
y a la poca cultura material de los pueblos originarios, diversas
investigaciones sobre los yumanos caen a menudo en el lugar co-
mún de recurrir a datos etnohistóricos o sociológicos para referir
la cultura indígena contemporánea. De esta forma, y como parte
de la justificación de su trabajo etnográfico, diversas monografías
hacen mención de las costumbres que algunos grupos tenían en el
pasado, o se cobijan en múltiples herramientas sociológicas abo-
gando por una modernidad indígena trasnacional (Garduño, 1994
y 2004). No queremos decir que dichos estudios estén de sobra,
sino que hay tópicos que no han sido suficientemente trabajados,
como múltiples aspectos de antropología simbólica.
Con todo, la etnología de los grupos indígenas fronterizos y el
discurso cultural sobre la frontera norte poseen particularidades poco
frecuentes en el escenario del centro del país. La frontera ha marcado
definitivamente la lógica cultural imperante en términos etnológicos.
La línea fronteriza separó algunos grupos indígenas: unos se quedaron
del lado mexicano, mientras que otros se quedaron en Estados Unidos
y atrajeron a la población mexicana, por motivos meramente econó-
micos. Los grupos yumanos son un ejemplo de estos casos. Culturas
como la cucapá o la kumiai tienen comunidades que habitan ambos la-
dos de la frontera. No obstante, el nivel de vida de los yumanos del
norte es diametralmente opuesto al de los indígenas que viven del
lado mexicano. En el caso de los pápagos o tohono o’odham, de Sonora y
Arizona, la inmensa mayoría vive en Estados Unidos, pero reconocen
que su cultura de origen se encuentra del lado mexicano.

21
Miguel Olmos Aguilera

En cuanto al gobierno de Estados Unidos, éste ha concedido a las


“naciones indias”, como se les denomina, la posibilidad de adminis-
trar casinos. Con estos negocios los grupos kumiai de California y los
yavapai-apache de Arizona, entre tantos otros, se insertan sin interme-
diarios en una dinámica social y económica muy diferente a la de los
paupérrimos indígenas mexicanos. Algunos miembros de otras etnias,
como los yaquis y, sobre todo, los pápagos de Arizona, visitan de vez
en cuando sus comunidades de origen, principalmente en los días de
la fiesta regional, como la de San Francisco, en Magdalena, Sonora,
donde se dan cita pápagos de ambos lados de la frontera el día 4 de
octubre. A esta celebración también asisten tradicionalmente grupos
de la región, como yaquis, mayos y pimas, y representa un santuario
regional al menos desde el siglo XVII.
La idea preconcebida sobre el trabajo etnológico y antropológico
en la frontera norte parte a menudo de una mentalidad mesoame-
ricana en donde florecieron las grandes culturas agrícolas, opuestas
completamente a la realidad de las culturas norteñas, en su mayoría de
cazadores-recolectores. La dinámica fronteriza contemporánea pro-
duce procesos étnicos específicos regionales, propios de una relación
asimétrica en aspectos económicos y de derechos políticos entre los
diversos grupos que la conforman. Por un lado, las pautas culturales
de los indígenas migrantes y de los originarios han estimulado una ló-
gica cultural que —en términos estrictos— poco tiene que ver con la
producción de conocimiento en las sociedades tradicionales. Siguien-
do el presupuesto de que el antropólogo, y en particular el etnólogo,
no trabaja con las sociedades mal llamadas complejas, en la frontera
norte actual nos encontramos en una encrucijada en el momento en
que planteamos el estudio ortodoxo de las culturas indígenas, des-
pués de que éstas han perdido en buena medida los mecanismos de

22
Cuando los humanistas se volvieron cultureros

conocimiento generados por la oralidad, y que en su mayoría ya no se


rigen por la transición generacional, sino por la opresión vertiginosa
del cambio. En esta situación, el estudioso de las sociedades indígenas
se topa con una cultura simbólica ritual o ceremonial con representa-
ciones muy distintas en cada comunidad de cada lado de la frontera.
Mientras que los kumiai del lado mexicano continúan viviendo en la
marginalidad rural, los de Estados Unidos han modificado sustancial-
mente la percepción de su entorno con una concepción distinta de su
cultura artística y simbólica, apropiándose de nuevas formas creativas
impulsadas por los grandes capitales y los circuitos indígenas asocia-
dos con los pow wow, que son reuniones de grupos indígenas original-
mente de las planicies, pero que después se extendieron por diversas
partes de Estados Unidos y Canadá. Sin embargo, a pesar del mo-
derno atropello al que se exponen estos pueblos, la yuxtaposición de
significados en su reconfiguración cultural continúa siendo la principal
forma de expresión. Mientras que, por otro lado, pocos contenidos de
sus manifestaciones culturales muestran elementos persistentes en su
cultura (Olmos, 2004).
Para realizar etnología en la frontera norte es necesario consi-
derar que, aparte de la reconversión cultural por la que atraviesan
algunos grupos, como el caso yumano, no poseen un alto concepto
de comunidad, como ocurre en Mesoamérica o lo que pudiéramos
llamar la Chichimeca central. Así, el antropólogo que trabaja en las
culturas agrícolas percibe un concepto claro de los lazos espirituales
parentales, como el compadrazgo, parentesco de alianza espiritual
que —si bien cambia en todas las sociedades— en la frontera norte
tiene un ritmo de transformación relativamente más rápido que en-
tre las culturas indígenas que habitan en el centro del país. Para los
yumanos dichos nexos no existen de manera explícita. Esta disgrega-

23
Miguel Olmos Aguilera

ción se explica no sólo por las razones políticas de la reconfiguración


explícita, sino por la lógica de su cultura económica, pues además
de considerar la lógica social que impone la línea fronteriza, hay que
agregar que dichos grupos vivían en un régimen de caza, recolec-
ción de frutos y pesca ocasional. Dicho esquema económico fue la
base para que estos pueblos desarrollaran un sistema de vida, ya que
mientras en la costa podían pescar o recolectar frutos de cactáceas,
en la sierra se dedicaban a la recolección de semillas, como la bellota
de encino. Este modo de vida orilló a los grupos, que antes estaban
organizados en clanes, a abrirse hasta perder su sistema cultural de
origen, que 100 o 200 años atrás implicaba el intercambio de bienes
entre los diversos clanes y linajes, a pesar de enfrentar el obstáculo
de la dispersión en un vasto territorio.

La invención de la identidad

El conglomerado social fronterizo expone tanto a las sociedades in-


dígenas como a las urbanas a un embate violento de la alteridad cul-
tural. En este proceso de despojo cultural, la identidad indígena, por
ejemplo, toma vuelcos y caminos insospechados que bajo la lógica
tradicional de la transmisión oral no aparecerían. A esta reconfigu-
ración identitaria se suma la identificación por entera conveniencia
indigenista. Por una parte, los grupos indígenas son reconocidos por
instancias gubernamentales como sujetos diferenciados, mientras
que por otro lado dichos grupos deben tejer su diferencia para ob-
tener los beneficios de las políticas gubernamentales de apoyo indí-
gena. Por consecuencia, la población indígena ha tenido que replan-
tearse el tipo de rasgos culturales que le proporcionan esa diferencia.

24
Cuando los humanistas se volvieron cultureros

A pesar de que los grupos fronterizos poseen un conjunto de


rasgos culturales diferenciables de la cultura urbana, algunos grupos
han adoptado tradiciones que no responden a su modo de vida origi-
nal, sino a un intercambio de material transcultural, que si bien no es
producido en su cultura sí ha sido relativamente apropiado y revalorado
como parte íntegra de la identidad colectiva.3 Sin embargo, la inven-
ción cultural no se expresa de manera arbitraria. Para que un elemento
cultural sea inventado, reinventado o intercambiado debe nacer de una
necesidad cultural o de un contexto significante previamente estable-
cido. No todo lo que se incorpora a la cultura sufre una apropiación
inmediata.4 Existen varios ejemplos de esta situación, entre los que se
encuentran la introducción de la práctica del baño de vapor o temazcal
y el atrapasueños o dream-catcher, lo mismo que la veneración al gran
espíritu de las planicies del sur de Estados Unidos. Así, los indíge-
nas recrean, inventan y apropian su identidad de acuerdo con lo que
intercambian o con lo que les permite tener acceso a redes de apoyo
indígena tanto en México como en Estados Unidos.

¿Es posible construir una antropología de la frontera?

Antes de abordar la tarea de responder a esta pregunta es necesario ha-


cer un balance de la antropología fronteriza, cuyo denominador común
sería el estudio de los fenómenos antropológicos en el contexto de la

3
  Está claro que todos los grupos sociales y étnicos tienen una dinámica propia y están
sometidos al cambio constante. En la frontera norte, por la mediación de la línea polí-
tica internacional, este proceso es más evidente que en otros conjuntos culturales del
centro y sur del país.
4
  Sin embargo, el problema es más complejo, puesto que estos “intercambios” se ex-
plican también en función de la apropiación por conveniencia o por imposición política.

25
Miguel Olmos Aguilera

frontera (o de las fronteras). Por otra parte, también sería preciso res-
ponder si existe algo a lo que se le pueda llamar antropología del ámbito local
fronterizo y, en caso afirmativo, cómo se ha elaborado la incorporación
de los referentes paradigmáticos sobre el objeto, la teoría y el método de
análisis cultural en el campo de lo local y de lo global de la frontera nor-
te, cuyos modelos persistentes, a decir de algunos estudiosos, son una
supuesta inserción en una lógica híbrida y globalizante (García, 1999).
En diversos coloquios de antropología regional se ha discuti-
do la definición de lo cultural aplicado a los estudios sobre fron-
tera (Olmos, 2007). En dichos eventos se ha reflexionado sobre
las formas de construcción de la alteridad en el ámbito regional
y fronterizo, como una condición imprescindible para impulsar la
disciplina en esta parte del país (Olmos, 2001).

Los estudios culturales again…

De regreso a los estudios culturales, existen múltiples formas para apro-


ximarse a nuestro entorno. Por una parte, hay quien buscará en este con-
junto de ideas las investigaciones culturales clásicas del tipo Birmingham
o, en su defecto, la versión americana: estudios de corte posmoderno
con la nostalgia de reencontrar la conmemoración de las grandes bata-
llas contra la ortodoxia disciplinaria, que a decir de muchos defensores
de los estudios culturales obstaculizaron el verdadero avance pluridisci-
plinario (Reynoso, 2000, pp. 33-46). Otra posible expectativa sobre este
tipo de publicaciones es creada por los aportes latinoamericanos que
pretenden ubicar los avances de los estudios culturales con investigacio-
nes de carácter global, como muletilla epistémica, jactándose de uno de
los mayores logros imaginarios de este movimiento (Martín-Barbero).

26
Cuando los humanistas se volvieron cultureros

Sin embargo, en nuestro conjunto cognoscitivo institucional, los


estudios culturales de El Colef no representan ni un caso ni el otro. El
Departamento de Estudios Culturales se instauró en la frontera por
conveniencia multidisciplinaria, convirtiéndolo en una instancia admi-
nistrativa más que en un paradigma teórico y metodológico, consen-
suado por intereses políticos y académicos (sin importar lo que esto
pueda significar) y que dignificara el oficio humanista. Como entidad
académica, el Departamento de Estudios Culturales de El Colef surge
con una visión arbitraria y heteróclita, con una transdisciplinariedad
forzada, que responde más a un proceso administrativo y político que
a una convicción paradigmática, como hemos señalado.
Asimismo, el reconocimiento al interior del departamento no
siempre fue generado por un ethos académico epistémico, sino por el
objeto de estudio, y por la alteridad frente a otros departamentos de
investigación y a otras disciplinas, lo cual representa una simplicidad
identitaria en términos estrictamente académicos.
Ahora bien, no hay que buscar la presencia sistemática del legado
del Centre for Contemporary Cultural Studies (cccs) de la Universi-
dad de Birmingham, Inglaterra, pese a que tuvo cierta influencia en
los estudios culturales mexicanos y latinoamericanos. A pesar de re-
conocer la influencia —en alguna medida— de estos estudios cultu-
rales clásicos, a través del análisis de diversas obras que generaron el
movimiento, como las de García Canclini (1989), Valenzuela (1992),
Reguillo (2003) y Szurmuk e Irwin (2009), se constata que estos no
comulgaron con la visión clásica de los estudios culturales tradicio-
nales de Inglaterra, y que su influencia principal, hasta la década de
los años noventa, fue en muchos casos lo que se produjo en Estados
Unidos, sobre todo en los últimos 30 años.

27
Miguel Olmos Aguilera

De eso que llaman estudios culturales

Por otro lado, tenemos que en la década de los años setenta en México
se publicó un libro titulado De eso que llaman antropología mexicana, que
en el medio disciplinar fue altamente valorado, entre otras cosas por
representar uno de los intentos más destacados de su tiempo por darle
una identidad a la antropología mediante un balance de su ethos acadé-
mico visto a través de los ojos del antropólogo. El lector acucioso se
preguntará cuál es la pretensión de nombrar un libro de antropología
en el escenario de los estudios culturales de la frontera. La evocación
es muy clara: la antropología como disciplina se ha preocupado in-
cesantemente por realizar balances sobre su quehacer. Esta práctica
no persigue otra cosa más que legitimar y analizar los avances en las
temáticas y enfoques teóricos y metodológicos que se generan en esta
disciplina de carácter nacional desde 1938. A través de congresos or-
ganizados por asociaciones que impulsaban el trabajo antropológico,
en varios países se llevaron a cabo ejercicios de esta naturaleza, prác-
ticamente desde los inicios de la disciplina, en los albores del siglo
XX. Lamentablemente el ethos académico local y de otros contextos
que alimentan el conjunto de ideas de lo que representan los estudios
culturales no constituye, salvo contadas excepciones, una práctica sis-
temática de su producción epistémica, sus métodos y su objeto, tanto
en el campo regional como en la historia de este conjunto de ideas. Por
el contrario, pareciese que existe una necesidad de inconsistencia y de
indefinición que estructura su legitimidad académica.
Obvia decir que los estudios culturales, pese a haber abierto espacios
multidisciplinarios en algunas instituciones latinoamericanas y europeas,
en términos generales han vivido un retraimiento importante en mu-

28
Cuando los humanistas se volvieron cultureros

chos contextos académicos5. Después de un auge inusitado en la década


de los años noventa del siglo XX, los estudios culturales han tenido que
compartir espacios con otras modas académicas; en este caso, lo impor-
tante no es realizar un balance de este tipo de movimientos, si es que
podemos embolsar a todos los estudios culturales en un mismo espacio:
lo que intentamos señalar es la importancia de estas influencias para
la comprensión de los estudios culturales a la mexicana, en donde la
frontera, por sus características etéreas, ha sido una tierra muy fértil y un
espacio fundamental en la autodefinición de los estudios culturales en el
contexto regional. Así, después de haber llamado la atención en ciertos
medios y pese a las amplias pretensiones cosmopolitas, los estudios cul-
turales —en su versión más caricaturesca y maniquea— llegaron tarde a
la posmodernidad y la mundialización, quedando muchas veces a la zaga
de este mismo proceso, como parte de una moda cultural.
Tal como hemos comentado anteriormente, en El Colef los estu-
dios culturales no son más que un espacio administrativo donde conflu-
yen diversas trayectorias, disciplinas, proyectos y perspectivas de inves-
tigación que difícilmente son identificables con los estudios culturales
clásicos. Lo que se ha realizado en ese espacio laboral es una suerte de
estudios de la cultura desde las perspectivas teóricas más disímiles en

5
 En El Colef, por ejemplo, se abrió primero una maestría en estudios culturales y
recientemente —en 2016— un doctorado. La primera ocasión que se evaluó la pro-
puesta de la maestría en el Consejo Nacional de Ciencia y Tecnología (Conacyt), no
fue aceptada, entre otras cosas por haber propuesto únicamente dos especialidades:
cine y juventud, que eran las temáticas de dos de los mayores impulsores de dicho
programa. Con el tiempo se reformuló el proyecto, y a finales de la década del año
2000, egresaron tres generaciones de maestros en estudios socioculturales, en un pro-
grama compartido entre El Colef y el cic-Museo de la uabc. Posteriormente, El Colef se
independizó, al considerar que el programa ya había conseguido el registro y que era
tiempo de iniciar un programa independiente, 25 años después de la fundación del
Departamento de Estudios Culturales, en 1982.

29
Miguel Olmos Aguilera

cuanto a teoría social y cultural se refiere. Lo que podría articularlos en


última instancia es el trabajo de campo, desde luego muy distinto al rea-
lizado por Viveiros de Castro (2000) o Malinowski (1973) en los albores
del siglo XX. Sin embargo, un trabajo empírico que legitima el análisis
de la cultura y de la sociedad, una veces vinculado con el estudio de la
alteridad y otras con el de la mismidad; el otro, tan cercano y tan lejano en
términos teóricos. Dicho de otra forma, si bien los estudios culturales
mediáticos privilegiaron a los espacios urbanos para su investigación, el
mestizaje fronterizo tijuanense difícilmente puede separarse del campo
meramente urbano o estrictamente tradicional. De tal suerte que es po-
sible situar investigaciones culturales de carácter histórico, sobre violen-
cia conyugal, sobre la frontera cultural, estudios étnicos sobre migrantes
indígenas, estudios de género y, además, sobre cultura popular.
Pero volvamos a lo clásico de los estudios culturales. Este tipo de
ideas, como antes señalamos, para el norte de México no sólo provi-
nieron de Inglaterra, sino de lo que en Estados Unidos lograron con-
glomerar los estudios culturales —con influencias múltiples, la mayor
parte de éstas importadas de Europa—, en el entendido de que ins-
taurarían algo nuevo y necesario, a pesar de que en América Latina,
y en México en particular, gran cantidad de preceptos teóricos ya se
encontraban arraigados en la larga tradición antropológica, sobre todo
la de tipo marxista posterior al movimiento de 1968 (Jáuregui, 1997).
No obstante, para ser honestos, gran parte de sus influencias provinie-
ron de muchas disciplinas y corrientes que se generaron en otros con-
textos académicos, y que muchas veces fueron adoptadas de manera
irreflexiva en el escenario académico estadounidense, y después en el
campo latinoamericano y mexicano. En ocasiones tomaron el obje-
to, como la cultura popular, pero no la teoría cultural antropológica,
mientras que en otros tomaron la teoría sociocultural y la semiótica,

30
Cuando los humanistas se volvieron cultureros

sin importar los objetos ni sus múltiples aplicaciones. Dentro de las


grandes influencias que tuvieron los estudios culturales en el norte de
la frontera y en Estados Unidos, se encuentra el movimiento posmo-
derno de los años sesenta, que tuvo un auge inusitado en el contexto
de Estados Unidos, particularmente en la Universidad de California.
Esto se constata en la gran influencia que tuvo la french theory (Lotrin-
ger, 2001) en los estudios poscoloniales (Bayart, 2010), la teoría pos-
moderna (Geertz, 1991) y sobre todo en el posestructuralismo, cuyas
raíces son verificables en congresos muy puntuales de los años sesen-
ta, como parte de un proceso lógico posterior a las fuertes influencias
de grandes movimientos, como el surrealismo y el existencialismo, la
generación beat, junto con una gran cantidad de intelectuales prove-
nientes de Europa, de escuelas como Frankfurt y París, que abarro-
taron las universidades de Estados Unidos. Aunque no fue exclusivo
de los estudios culturales, la influencia de personajes como Foucault,
Derrida, Deleuze, Guattari, o el mismo Lacan, se resintió en varias
esferas de las humanidades en dicho país, debido, entre otras razones,
a una incertidumbre epistémica y un ethos académico completamente
en crisis en los Estados Unidos (Cusset, 2003).

Antropología y estudios culturales

El objeto, la teoría y el método de los estudios culturales, comparados


con los de la antropología, representan, ciertamente, un collage episte-
mológico, tal como lo he apuntado en otros trabajos (Olmos, 2001).
De acuerdo con Carlos Reynoso (2000), la reflexión sobre el concep-
to cultura ha sido una flagrante ausencia en la producción académica
de los estudios culturales: las referencias contra la teoría cultural son

31
Miguel Olmos Aguilera

recurrentes, pero poco desarrolladas. Aquí el ejemplo de Stuart Hall:


“La teoría siempre es un desvío hacia algo más interesante…” (Morley
& Chen, 1996, citados por Reynoso, 2000, p. 77). Por su discurso vago
e impreciso (pero bien vendible) —que refiere carencias en lo teórico,
la concepción del trabajo de campo y la etnografía culturista—, los
estudios culturales han sido severamente cuestionados, al presentarse
como un conjunto de peroratas moldeadas por los giros más retóricos
del lenguaje académico.6 Así, al final de la década de los años noventa
del siglo XX, los estudios culturales de Estados Unidos se erigieron
como la nueva alternativa antropológica, diseñada a menudo por en-
sayos de tránsfugas de la antropología o por estudiosos de campos
afines a esa alternativa antropológica, como la literatura o la comuni-
cación (Homi Bhabha, Marcus, Rabinow Thompson).
Además de la moda de los estudios culturales y posmodernos en Es-
tados Unidos durante la última década del siglo XX, también en Améri-
ca Latina se generó un tipo de estudios culturales que si bien ha poseído
ciertas afinidades con los de Estados Unidos, también ha retomado con-
ceptos como hibridación, transdisciplina, etnografía posmoderna, pero a decir
de algunos teóricos del movimiento no se trata de una tradición cien por
ciento identificada con Estados Unidos. En múltiples ocasiones, teóri-
cos como Jesús Martín-Barbero, y otros vinculados con esta corriente
de ideas, han destacado que los estudios culturales latinoamericanos ya
existían incluso antes de que se definiera tal movimiento. Sin embargo,
revisando la literatura latinoamericana se encuentra una relación directa

6
  En sentido estricto, el concepto culturista evocaría las teorías culturalistas del mo-
vimiento inspirado en los discípulos de Franz Boas, como Benedict, Mead, Kroeber,
White, entre otros, investigadores muy distantes de las producciones del movimiento
de los estudios culturales. El nombre culturista (o culturero, en español mexicano), se
refiere, según Reynoso (2000), a todos aquellos que se identifican con este conjunto
de ideas.

32
Cuando los humanistas se volvieron cultureros

con algunas elaboraciones conceptuales, como las identidades cambian-


tes de Rosaldo o la hibridación de Bhabha y García Canclini, sólo por
poner dos ejemplos. A propósito de este último, a finales del siglo XX
De la Peña —citando a Reynoso (2000)— señalaba su gran capacidad
para deslizarse de un tema a otro, de acuerdo con el auge o la decadencia
de tal o cual paradigma teórico en boga:

La ecuación personal de García Canclini coincide miembro a miembro


con la serie de las novedades teóricas que se fueron sucediendo: inte-
raccionismo simbólico, teoría de la práctica, posmodernismo genérico,
posmodernismo antropológico, estudios culturales, multiculturalismo,
globalización, y ahora mundos virtuales. Siempre esperó a que se im-
pusieran para adoptarlas, y también aguardó a que menguara su presti-
gio para huir discretamente de ellas, o para sustituir la inspiración por
la crítica (Reynoso, 2000, citado por De la Peña, 2001, pp. 159-166).

Carlos Reynoso, como implacable crítico de los estudios culturales,


ha destacado la existencia de un conjunto de intelectuales, de muy buena
venta en las ciencias humanas, que han sido retomados de manera muy
parcial por el movimiento —endiosados también por la antropología
posmoderna—, entre ellos: Derrida, Lacan, Lyotard, Baudrillard, Fou-
cault, Barthes, De Certeau, Bourdieu y hasta el Lévi-Strauss de El pensa-
miento salvaje. El viraje que dieron la antropología posmoderna y los es-
tudios culturales a la antropología tradicional se resintió en varias esferas
académicas del mundo entero. Esta moda cien por ciento anglosajona
tuvo sus adeptos en países como España, y desde luego en Inglaterra,
donde se inspira el movimiento, pero en países como Francia penetró
hasta en los últimos años, en la Universidad de París VIII, a través de los
estudios de género y la teoría queer.7

7
  Aunque los estudios culturales se han desarrollado especialmente en los países de ha-

33
Miguel Olmos Aguilera

Una característica más de este conglomerado de conocimientos de


estudios culturales, es la pretendida superación de la disciplina, jactán-
dose de una praxis transdisciplinaria y subversiva que intenta romper
y revolucionar todas las ataduras paradigmáticas, cuando en realidad
reaccionan ante un discurso metodológicamente más riguroso. El in-
terés de los antropólogos posmodernos:

no es el tesoro metodológico que pudieran traer los estudios cul-


turales consigo, sino el lugar que ocupará cada quien en el campo
de fuerzas de la academia, el tejido de las alianzas estratégicas que
podrían surgir en función de la coincidencia ideológica entre los es-
tudios posmodernos y los antropólogos de la misma denominación
(Reynoso, 2000, p. 256).

Epistemología de la región fronteriza: identidad o


identificación

La concepción polémica de la identidad es un ejemplo de las disonan-


cias conceptuales surgidas de la antropología y los estudios culturales
del contexto fronterizo. Para algunos antropólogos de corte estruc-
turalista, esta categoría refiere el continente de significados culturales

bla inglesa, y su versión hispana en América Latina y en algunos enclaves españoles, en


los últimos años algunas instituciones francesas han establecido contacto con algunos
personajes de este movimiento. En el año 2009 se reunieron en el Centro George Pom-
pidou, de París, intelectuales franceses e ingleses involucrados para analizar la influen-
cia del movimiento en Francia (entre otros, participó Erik Neveu). Lama la atención
que al inicio del evento se comenta que los estudios culturales no entraron a Francia
por un problema de cultura y de tradición intelectual (http://archives-sonores.bpi.fr/
index.php?urlaction=doc&id_doc=3027&rang=).

34
Cuando los humanistas se volvieron cultureros

construidos por la memoria colectiva, mismos que elaboran fuertes y


complejos lazos de pertenencia. Por otro lado, teóricos como Rosal-
do, en otro contexto teórico vinculado con la frontera entre México y
Estados Unidos, reelabora el concepto mediante una serie de identi-
ficaciones negociadas que dependen enteramente de la conciencia del
sujeto. Sin embargo, sin defender una visión esencialista a ultranza de
la identidad, ésta responde a múltiples identificaciones que, de entra-
da, no se construyen individualmente, sino en colectivo, proceso del
que ciertamente no damos cuenta la mayoría de las veces.
Aunque las construcciones conceptuales a menudo se restringen al
terreno cultural de donde surgen, no siempre son aplicables en otros
contextos culturales. La sociedad fronteriza se ajusta, hasta cierto pun-
to, a algunos postulados sobre la identidad construida en procesos
de cambio abruptos. No es casualidad que estos conceptos sobre la
identidad negociada o identificación múltiple de un conjunto cultural
posean cierto auge en contextos urbanos cambiantes, como es el caso
de las ciudades fronterizas. Lo que es preciso destacar es que la mirada
antropológica sobre sociedades urbanas modernas, como es el caso de
la frontera, y el estudio de las mismas, deben dar resultados distintos a
los obtenidos hasta ahora por otras disciplinas o accidentes multidis-
ciplinarios en el contexto fronterizo.

El paradigma aislado

La reflexión antropológica generada en los últimos años en el no-


roeste de México ha elaborado un justo reclamo a la antropología del
centro por haberse enfocado en su mayoría al estudio de las culturas
del altiplano mesoamericano, olvidando de manera radical las culturas

35
Miguel Olmos Aguilera

que existen en el norte del país. Antes de la presencia institucional del


Instituto Nacional de Antropología e Historia (inah) en Hermosillo,
y de otros proyectos de difusión e investigación histórica y antropo-
lógica regional, la producción antropológica fue realizada durante las
últimas décadas del siglo XX por aficionados al pensamiento históri-
co-antropológico, en donde los cronistas regionales tuvieron un papel
destacado. Sin embargo, en la historia de la academia humanística se
dieron condiciones que estimularían distintas maneras de pensar el
problema cultural del norte de México. De dichos ambientes deriva-
ron momentos históricos específicos del desarrollo institucional, dan-
do como resultado proyectos, cátedras, seminarios y congresos.
Los escenarios de generación académica en el ámbito cultural del
noroeste han sido lógicamente imbuidos por la influencia de Estados
Unidos. Ésta es una realidad que se constata no sólo en el área acadé-
mica, sino también en varios campos de la cultura en su sentido más
amplio. En la extensa lista de influencias y compadrazgos académicos,
el más reciente éxito repentino importado de Estados Unidos, y desa-
rrollado posteriormente en México, fueron los denominados estudios
culturales, cuyo dudoso paradigma representa el último bastión de la
antropología posmoderna.

La era pos... moderna

Ciertamente, la antropología y los estudios de la cultura llevados a


cabo en la frontera norte son, como ya mencioné, el resultado de la
ausencia del paradigma antropológico nacional. En países con una
fuerte cultura colonial, como México, al interior de las esferas de
producción de conocimiento el proyecto epistemológico académi-

36
Cuando los humanistas se volvieron cultureros

co no aparece repentinamente, sino como resultado de un conjun-


to de condiciones cuyo peso político ha incidido directamente en
la ideología académica.
Cuando el proyecto académico posmoderno sitúa al individuo en
la cima de la globalización, lo ubica igualmente en el campo de unas
relaciones desiguales pero fascinantes. Esta apología de la modernidad
en el campo académico delinea un futuro ficcional cuya única ilusión
es compartir el mismo grado de sumisión mediática y simultánea en
diversos puntos del planeta.
En la frontera no sólo se inventa la identidad, sino que ésta se
reconfigura constantemente a través de la mirada del otro. El otro he-
gemónico es quien define los parámetros que debe seguir la identi-
dad de cada conjunto social. Este fenómeno no solamente es propio
de los grupos étnicos; también pequeños conjuntos sociales, sin ser
grupos étnicos, poseen rasgos de identidad étnica. En esos grupos
o estamentos entra la clase empresarial, la clase política o el gru-
po académico de las ciencias sociales y de las humanidades. En la
frontera, la identidad inventada por varios grupos académicos es la
consecuencia trágica del surgimiento de conjuntos de ideas como
los estudios culturales y la antropología posmoderna. Pese a que la
antropología como disciplina se enseña en universidades de Arizona
y California, la presencia de los estudios culturales y de las teorías
posmodernas genera una posición claramente antiantropológica. En
este contexto, se ha considerado a la antropología como una discipli-
na anquilosada y con una carga colonial que no amerita su existencia.
A decir de Reynoso, autores culturistas como Marcus van todavía
más lejos al señalar “que el tiempo de la antropología ha caducado
y que los estudios culturales han venido a relevarla a buena hora”
(Marcus, citado por Reynoso, 2000, p. 203). Lo cierto es que este

37
Miguel Olmos Aguilera

conjunto de ideas, propio del sistema de pensamiento anglosajón,


ha alcanzado tal éxito en Estados Unidos que se ha proclamado la
alternativa antropológica, cuyas etnografías del mundo posmoderno,
bajo un método también posmoderno, romperían supuestamente las
ataduras disciplinarias que han ahogado a las ciencias sociales en los
últimos 100 años. Otra característica más de los estudios culturales
es confundir la ciencia con la ideología académica. La influencia de
los estudios culturales en la geopolítica académica es tan evidente,
que fue suficiente con tener una posición de decisión al interior de la
academia para ostentar la autoridad de producir estudios culturales;
mas no estudios sobre la cultura en términos científicos, cuya
diferencia radica en la concepción y análisis del fenómeno cultural.
En otras palabras, los estudios culturales, sin una reflexión pro-
funda sobre lo que significan las escuelas antropológicas, y algunas
veces sin ninguna formación disciplinaria, discuten conceptos cliché
de la cultura generados en el seno mismo de esta corriente de ideas,
bajo el beneplácito de autore como Homi Bhabha y Néstor García
Canclini (Vila, 2001, p. 15).8 Con el éxito de estas categorías filosófi-
cas, gestadas originalmente en un contexto muy ajeno al pensamien-
to posmoderno angloestadounidense, se han difundido —al lado del
concepto de hibridación— ciertas interpretaciones de lo multicultural, la
deconstrucción, la cultura de masas, las políticas culturales, el posestructuralismo y
la identidad diferenciada, las industrias culturales, entre otras tantas palabras
mágicas evocadas en este tipo de estudios. Así, investigaciones que
comulgan con esta corriente han alcanzado cierta presencia intelectual
en la frontera norte, cuyo contexto culturista apunta de alguna manera
directamente a los vecinos del norte.

8
  En este artículo el autor realiza una destacada crítica a la preeminencia de los estu-
dios de frontera producidos en Estados Unidos sobre los generados en el lado mexicano.

38
Cuando los humanistas se volvieron cultureros

Los estudios de frontera realizados desde la comunicación o la


literatura han compartido ejes similares con los estudios culturales.
De acuerdo con Pablo Vila (2001, p. 12), “la versión hegemónica
de los estudios de frontera se ha movido, de ser una empresa bina-
cional (es decir, que estudiaba la frontera México-Estados Unidos
desde ambos lados de la línea demarcatoria nacional), a ser mayor-
mente estadounidense, que estudia la frontera sólo de su lado”.
A decir de Vila, trabajos como los de Rosaldo (1989) y Anzaldúa
(1987), entre otros, desplazaron el conjunto de producciones aca-
démicas generadas en el lado mexicano de la frontera norte en los
últimos 25 años.

Conclusión: buscando la identidad de la antropolo-


gía fronteriza: ¿para qué?

La aceleración de la historia, el fin de los grandes relatos o el fin de


las ideologías proclamadas por la sobremodernidad, cuyo referente
central es la ausencia de identidades construidas por la memoria, es
totalmente vigente en el contexto cultural de la frontera. En térmi-
nos de Marc Augé, estamos frente a un “no-lugar”, quizás uno de los
no-lugares más grandes del mundo, cuyos referentes de significado
se borran vertiginosamente. En la frontera los procesos de cambio
imaginario aceleran una construcción ficcional del otro. Mientras
que en las sociedades tradicionales este proceso se construye todavía
con un fuerte componente de la memoria colectiva, que crea y recrea
sus lugares e identidades con un impulso interno, en el escenario
urbano fronterizo los procesos mediáticos trastocan incesantemente
los referentes oníricos de la población (Olmos, 2002).

39
Miguel Olmos Aguilera

Después de revisar algunos paradigmas de la ausente antropología


del norte y de la frontera, así como de manifestar algunas vicisitudes
en su construcción, es posible tener una representación general de las
influencias que afectan al pensamiento antropológico en el noroeste
mexicano. La antropología de la frontera y los estudios de la cultura
de corte científico están todavía en proceso. Esta construcción del
discurso académico a través de las múltiples disciplinas antropológicas
no sólo se limita a los fenómenos de trasnacionalidad o de migración,
sino que incluye en su complejo conjunto a las culturas de la región
fronteriza. La investigación de esta región involucra, entre otros fenó-
menos, lo político, lo religioso, lo económico, lo artístico, lo histórico,
como parte de los procesos culturales que se viven y conforman la
dinámica cultural fronteriza.
Uno de los puntos que se destacan es la identidad generada en
el noroeste y en la frontera, compartiendo, hasta cierto punto, la in-
fluencia lógica académica de Estados Unidos. Lo trágico es la falta de
discusión de algunos conjuntos académicos fronterizos, el aceptar esa
influencia sin adoptar una postura crítica. Esta situación ha propiciado
que las investigaciones disciplinarias carezcan de una infraestructura
paradigmática que las respalde.
Pese a que existe un esfuerzo colectivo para impulsar el paradigma
antropológico, el camino de los estudios culturales todavía no es muy
claro. La antropología de la frontera y del noroeste de México, produ-
cida desde esta región, apenas se vislumbra en el panorama antropo-
lógico nacional. Con perspectivas que distan mucho de ser equitativas
con las que se generan en el centro del país, la colonización imaginaria
—bajo los métodos más sutiles— seguirá teniendo presencia tanto en
las producciones académicas como en otros campos del saber genera-
dos en esta parte de México.

40
Cuando los humanistas se volvieron cultureros

En este contexto, la apología de la modernidad, evocada constan-


temente en los escritos culturales de la frontera norte, nos orillaría a
pensar que para los estudios culturales los fenómenos de fundamento y
estructura cultural no son pertinentes para la reflexión y el análisis. Sin
embargo, aunque sabemos que el estudio de los fenómenos cambian-
tes es importante en las sociedades generadas bajo este desequilibrio
de fuerzas políticas y económicas, también es imprescindible investigar
cuáles son los elementos de la cultura que han permanecido ocultos en
las lógicas sociales, con ropajes diversos de aparente movilidad, y que
en el fondo mantienen los modelos antiguos del pensamiento cultural.
Concluyendo: desde la antropología, los estudios culturales poseen
el potencial disciplinario de transformación y de interpretación socio-
cultural que permitirá reescribir la historia, interpretar al otro, dirimir
hegemonías, fortalecer la episteme de la academia social y humanística
de la región, analizar la identidad colectiva (inventada o tradicional),
realizar programas de desarrollo colectivo, proponer estrategias de
educación bicultural, estudiar y respaldar los derechos indígenas y de
la población migrante, estimular el sentido de pertenencia a un grupo,
y reconocer y fomentar la tolerancia hacia los otros.

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Cambio generacional y roles de género
entre los rusos molokanes en un

contexto binacional

Rogelio Everth Ruiz Ríos1

Introducción

Los molokanes son una de las variantes religiosas agrupadas dentro


del término cristianos espirituales. Se trata de una denominación em-
pleada para referir a una serie de cultos escindidos de la Iglesia Orto-
doxa Rusa a partir del siglo XVII. Este cisma religioso, conocido en
la historiografía rusa como Raskol, derivó del descontento provocado
por una serie de reformas que afectaron sus rituales litúrgicos.2 En
los siglos posteriores surgieron diversas corrientes religiosas que en
diferentes periodos padecieron el hostigamiento de los gobiernos za-
ristas, alternando con lapsos en los que el régimen toleró sus prácti-
cas religiosas a cambio de servir como agentes de colonización en el

1
  Investigador y director del Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad
Autónoma de Baja California (iih-uabc). Correo electrónico: aukaroger@uabc.edu.mx.
2
 Una exposición detallada del surgimiento de los grupos cismáticos derivados de la
Raskol se encuentra en Klibanov, 1982.
Rogelio Everth Ruiz Ríos

proceso expansionista ruso hacia el oriente. Dentro de estas políticas


seguidas por el zar, a partir de 1830 los molokanes, dukobores y sub-
botniks (sabatistas), entre otros grupos, fueron reubicados en la región
del Transcáucaso (Breyfogle, 2001, p. 714). En conjunto, a estos cultos
se les denominó cristianos espirituales, por la relevancia que daban a la
figura del Espíritu Santo. Ya desde mediados del siglo XVII otros gru-
pos religiosos disidentes, llamados los “viejos creyentes” (old believers),
habían fungido como colonos al este del territorio ruso tradicional.3
Entre los últimos decenios del siglo XIX e inicios del XX, el go-
bierno ruso incrementó su presión hacia los miembros de los cultos
de origen cismático, exigiéndoles apoyo para su ejército en la guerra
de Crimea (1853-1856) y en su conflicto contra el Imperio otomano
(1877-1878). La colaboración de los cristianos espirituales consistió
en brindar transporte para los enseres militares rusos y servir de guías
a las tropas, además de hospedarlas en sus aldeas (Breyfogle, 2001,
p. 728). Posteriormente, en 1887, fueron obligados a prestar servicio
militar. Las medidas que exigían apoyo a las tropas rusas contrave-
nían las creencias de los cristianos espirituales, fundamentadas en el
rechazo a la violencia y su negación a obedecer otra autoridad que no
fuera la voluntad divina (Breyfogle, 2001, pp. 714 y 729).4 De acuerdo
a un testimonio citado por el historiador Nicholas Breyfogle, la guerra
contra los turcos generó ganancias económicas para algunos moloka-
nes y dukobores, introduciendo así una crisis social y cultural en sus
aldeas, al resquebrajar la estructura tradicional basada en la igualdad,
la austeridad y la solidaridad (Breyfogle, 2001, p. 739). Hay que tener

3
  Para ampliar la información sobre el tema, véase Znamenski, 2007.
4
 En Estados Unidos, durante la primera y segunda guerra mundial, los molokanes
también apoyaron materialmente los esfuerzos bélicos, aunque algunos creyentes se
declararon objetores de conciencia y por ello fueron encarcelados.

52
Cambio generacional y roles de género entre los rusos molokanes en un contexto binacional

en cuenta que en el testimonio citado por Breyfogle (2001, p. 740), co-


rrespondiente a un dukobor, se encuentran elementos narrativos simi-
lares a los esgrimidos décadas más tarde por molokanes y dukobores
para explicar ciertos periodos críticos en sus comunidades5 asentadas
en el continente americano, que adjudicaron a causas provenientes del
exterior, como el consumo de alcohol, el ocio o el hábito de fumar.
El incremento de la presión del régimen ruso sobre los cristianos
espirituales influyó en su decisión de emigrar a Norteamérica, aunque
también tuvieron motivaciones económicas. Durante el último lustro
del siglo XIX los dukobores se dirigieron a la Columbia Británica,
Canadá, mientras que a partir de 1904 los molokanes se establecieron
en el este de la ciudad de Los Ángeles, Estados Unidos, y en 1913

5
  Por comunidad refiero a lo que la academia anglosajona designa como formas primor-
diales de organización de lo social constituidas históricamente. Lo primordial se usa en
el sentido que Clifford Geertz otorga al tipo de vínculos “dados” que se asumen de “la
existencia social: contigüidad inmediata y vinculaciones de parentesco primariamente
pero más allá de ellos, lo dado que surge del haber nacido en una comunidad religiosa
singular, hablar una lengua en particular, o inclusive un dialecto de una lengua, y de
seguir prácticas sociales singulares” (citado por Aguilar, 2007, pp. 17-18). Por su parte,
para Miguel Lisbona el término comunidad “está instalado en las ciencias sociales como
mención obligada a una forma de vivir en sociedad que los seres humanos construimos”
(Lisbona, 2005, p. 25). Tengo en cuenta la advertencia de Martin Albrow acerca de que
la realidad social nunca parece corresponderse exactamente con los significados de las
ciencias sociales y, en cambio, proveen ilimitados argumentos para la controversia. Por
ejemplo, el pueblo y los políticos hacen que se pierda y se reconstruya la comunidad
como uno de sus temas principales. Sin embargo, los sociólogos analizan e identifican
características recurrentes en este tipo de organizaciones sociales, como el sentido
de pertenencia, seguridad y familiaridad, mentalidad, símbolos compartidos y normas
de comportamiento, clasificaciones de estatus, celebraciones periódicas. La fuerza de
estas características variará de comunidad a comunidad, y tampoco son exclusivas de
ellas, pero cualquier comunidad manifestará la mayoría. Los sociólogos conceptuali-
zarán la comunidad proveyendo una clara imagen de la misma, a menudo desarrollada
por una idea sobre ésta, la cual resaltará las características que la hacen diferente de
otros tipos de organización social, como la clase o la etnia. Sin embargo, pocas veces
la realidad coincide con estas definiciones verbales, al encontrarse con disensos y di-
ferencias marcadas al interior de las comunidades (Albrow, 1999).

53
Rogelio Everth Ruiz Ríos

familias del culto Nueva Israel emigraron a Uruguay para establecer


una colonia en San Javier, departamento de Río Negro.6 En el caso de
los molokanes, los primeros contingentes cruzaron el Atlántico entre
1903 y 1904.7 Estos flujos migratorios deben enmarcarse entre los mi-
llones de personas que salieron de Asia y Europa con dirección a los
otros continentes en el lapso que abarca de la segunda mitad del siglo
XIX al decenio de 1920.8
En enero de 1905 un periódico de Los Ángeles, California, in-
formó que desde hacía seis meses en el este de la ciudad había una
“pequeña colonia” rusa integrada por 20 familias molokanas, confor-
madas por 40 “fornidos” varones junto a varias mujeres e infantes. Se
señaló que continuaban agregándose más integrantes a la colonia, a
la par de que otras familias todavía estaban en ruta hacia ese destino
(Russian wedding in Los Angeles colony, 1905, january 1th, p. 3); se
mencionó que ese año esperaban el arribo de 2 000 rusos más. Es
evidente que en la referida nota periodística se resalta la capacidad
productiva de los hombres jóvenes, al adjetivarlos por su aspecto fí-
sico, en tanto se otorga un rol dependiente y secundario al género
femenino y a los menores de edad.
En agosto de 1905 se publicó que en las semanas previas habían
arribado alrededor de 200 rusos, y que sólo una parte de ellos pro-
yectaba quedarse en la ciudad de Los Ángeles, puesto que la mayoría

6
  Para una síntesis histórica que cubre de los orígenes del culto Nueva Israel hasta su
emigración a Uruguay, véase Shubin, 2005 (pp. 152-160) y Petrov (s. f.). Un estudio de
larga duración sobre esta colonia se localiza en Martínez, 2013.
7
  Un recuento de esta experiencia migratoria puede consultarse en Hardwick (1993b,
pp. 89-103) y Berokoff (1969).
8
  De 1845 a 1925 alrededor de 50 millones de personas cruzaron el Atlántico, mientras
que en el periodo que va de 1900 a 1913 hicieron el viaje 20 millones (Martínez, 2005,
p. 21).

54
Cambio generacional y roles de género entre los rusos molokanes en un contexto binacional

buscaba ir a una colonia que estaba formándose en Ensenada, Mé-


xico (Russian colonists stricken with fever, 1905, august 13th, p. 1).
El número de molokanes radicados en el sur de California fue en
aumento durante la primera década del siglo XX. Las estimaciones
más conservadoras indican la cifra de 3 500 integrantes, mientras
que las más generosas hablan de 5 000 (Samarin, 1928, p. 753, citado
en Klibanov, 1982, p. 180). En diciembre de 1905 un diario neoyor-
quino informó del fracaso de una colonia integrada por 50 familias
en Panamá (Russian colony in Panama fails, 1905, december 2nd, p.
2). Es probable que tras ese fallido intento en Centroamérica en los
meses siguientes los colonos se dirigieran a Los Ángeles, para unirse
a la comunidad ahí existente.
Una parte de la diáspora molokana no pretendía asentarse definiti-
vamente en el área urbana de Los Ángeles: su objetivo era mudarse a
zonas rurales en las que pudieran recrear su modo de vida campesino y
endogámico. En una de las notas periodísticas de 1905 a las que hemos
hecho alusión, se indicó que andaban en busca de tierras disponibles
para fundar una comunidad; en el texto se añadía que eran creyentes
de una profecía que les había pronosticado ese destino 40 años antes.
Esto lo tenían presente al haberlo incorporado en uno de sus cantos
religiosos entonados durante los frecuentes servicios en el templo. Cabe
mencionar que los cantos religiosos han sido considerados vitales en
la preservación y afirmación identitaria de los molokanes.9 La profecía
señalaba que un día partirían a una lejana tierra en el sur, donde hallarían
paz, abundancia y prosperidad. En un ejercicio de adaptación de sus

9
  En un estudio realizado sobre los cantos religiosos de los molokanes, Margarita Mazo
sostiene que estos son el soporte identitario de la comunidad. Es a través de los can-
tos como se comunican directamente con Dios y tienen el poder de evocar al Espíritu
Santo; son tan importantes para ellos que, a decir de Mazo, la llaman “una religión
cantada” (Mazo, 2005, pp. 84-119).

55
Rogelio Everth Ruiz Ríos

creencias a la situación vivida en ese momento, los molokanes ubicaron


el estado de California como la tierra prometida en la profecía (Russian
wedding in Los Angeles colony, 1905). La historia de los molokanes,
gestada en tres continentes a lo largo de cuatro siglos (el este de Europa,
en la frontera entre Europa y Asia, y en el norte de América), ha estado
marcada por continuos desplazamientos, lo que ellos designan con el
vocablo pakhod. A cada etapa de su periplo corresponde un grupo de
profecías que lo hacen explícito y le dan sentido a sus contemporáneos
y a las generaciones sucesivas.

Memoria, experiencia e identidad entre los molokanes

Dado su origen campesino y costumbres endogámicas, los moloka-


nes tuvieron dificultades para adaptarse a la vida urbana en Los Án-
geles; esto provocó que algunas familias buscaran asentarse en zonas
rurales, para poder continuar con sus tradiciones y evitar cambios
entre los jóvenes. Pronto las peculiaridades culturales de los moloka-
nes atrajeron la atención de algunos académicos en Estados Unidos.
La geógrafa Susan Hardwick considera que los molokanes fueron de
interés para los geógrafos estadounidenses no sólo por sus patrones
migratorios y opciones de asentamiento, sino también por la eviden-
te reminiscencia de sus paisajes culturales en las áreas de Estados
Unidos donde se asentaron, tanto urbanas como rurales (Hardwick,
1993a, pp. 127-141). Un ejemplo de lo anterior fue el asentamiento
molokano en el valle de Guadalupe, México, donde recrearon el mo-
delo de poblado eslavo de tipo strassendorf, que literalmente significa
“la calle del pueblo”, consistente en una única calle larga y ancha
que atraviesa la localidad bordeada por árboles en ambos costados,

56
Cambio generacional y roles de género entre los rusos molokanes en un contexto binacional

detrás de los cuales se sitúan las casas de techo de dos aguas ubica-
das en un lote con un amplio patio trasero habilitado como huerto y
granja para la cría de aves (Schmieder, 1929, pp. 417-418).
En opinión de Hardwick, las prácticas agrícolas de los moloka-
nes nunca se integraron de manera exitosa en California a causa de
las diferencias climáticas, la disponibilidad de agua, el tipo de cultivos
y la persistencia de numerosos vestigios de su sistema de creencias,
lo cual es indicador de que la religión y la cultura rusas continuaron
siendo importantes para ellos. Desde un punto de vista dicotómico
entre tradición y modernidad, Hardwick sostiene que la experiencia
de los molokanes es un enlace cultural y económico que conecta los
sistemas de pasado y presente entre los inicios de la Unión Soviética
y la modernización de los Estados Unidos (Hardwick, 1993a, p. 128).
Al respecto, cabe destacar que el distrito residencial de Boyle Heights,
en Los Ángeles, California, en particular en el área de un cañón de-
nominado Fickett’s Hollow, donde a principios del siglo XX se asentó
una parte importante de la diáspora molokana, años más tarde sería
calificada por los trabajadores sociales del área como la comunidad
más recluida y endogámica, pese a su vecindad con mexicanos y otros
grupos étnicos (Wallis, 2010, p. 131).
En diversos estudios realizados sobre los molokanes establecidos en
Los Ángeles se han enfatizado sus dificultades para adaptarse al entorno
urbano. Conviene preguntarse entonces ¿cómo estaba constituido ese
entorno urbano? Desde el decenio de 1880, Los Ángeles incrementó
su población de manera considerable. Ese año se registraron 11 183 ha-
bitantes (hab.), y una década después el número había aumentado a 50
000, lo que da una proporción mayor a la de cualquier otra ciudad de los
Estados Unidos. Entre 1900 y 1920 la población angelina creció cinco
veces más; hacia 1930 su área metropolitana doblaba en habitantes al

57
Rogelio Everth Ruiz Ríos

puerto de San Francisco, triplicaba a Seattle, Washington, y superaba


cuatro veces a otras localidades de la costa del Pacífico norte, como
Portland y Denver. Para ese momento, Los Ángeles ocupaba el quinto
lugar entre las ciudades más pobladas de Estados Unidos y el cuarto
sitio entre las áreas metropolitanas de mayor densidad.10
Un aspecto complementario en el que ha reparado la literatura
sobre los molokanes en América busca explicar su desplazamiento
de Los Ángeles a zonas rurales como una medida para conservar su
estilo de vida tradicional. A inicios del siglo XX, la urbe angelina al-
bergaba una gran diversidad étnica. Eileen Wallis observó que la di-
versidad étnica era una de las características distintivas de Los Ángeles
sobre otras metrópolis estadounidenses, al contar con colectividades
de mexicanos, méxico-americanos, chinos, japoneses, afroamericanos
y europeos procedentes de varios países (Wallis, 2010, pp. 2-3), en
particular, esto se notaba en el este de Los Ángeles, donde se asentó la
mayoría de los molokanes. Un censo de 1924 realizado en 22 escuelas
de educación básica de varios distritos escolares de Los Ángeles, arro-
jó que la mitad de los estudiantes eran blancos, categoría que incluía
a los inmigrantes europeos; la otra mitad estaba formada por mexica-
nos —nacidos dentro y fuera de Estados Unidos—, afroamericanos
y asiáticos (Wild, 2002, p. 457). El mosaico cultural era evidente en
vecindarios como Boyle Heights, que como señalamos era una de las
principales áreas habitadas por molokanes. A mediados del decenio de
1930, en una de las escuelas de ese distrito el estudiantado lo compo-
nían estadounidenses blancos, rusos, mexicanos, armenios, italianos,
japoneses, nativo americanos y judíos (Wild, 2002, p. 457). La conviven-
cia con una miríada de grupos étnicos y religiosos era conocida por

  Los datos demográficos de Los Ángeles, California, han sido retomados de Wallis
10

(2010, p. 2).

58
Cambio generacional y roles de género entre los rusos molokanes en un contexto binacional

los molokanes en vista de su experiencia durante varias generaciones


como colonizadores en los territorios de expansión del Imperio ruso.
Los afanes imperialistas de Rusia, intensificados bajo el gobierno
de Catalina II a fines del siglo XVIII (Breyfogle, Schrader & Sunder-
land, 2007, p. 2), promovieron el poblamiento masivo de los territo-
rios situados al este, hacia donde se desplazaron colonos ortodoxos,
antiguos creyentes, cristianos espirituales e incluso grupos de origen
germano, como los menonitas. El expansionismo ruso continuó en
el siglo XIX, de tal modo que en las dos últimas décadas del régimen
zarista se reubicaron cinco millones de personas dentro de su territo-
rio (Steinwedel, 2007, p. 128). En las extensas áreas de colonización
situadas al este de los Urales coexistían aldeas de las diferentes deno-
minaciones de cristianos espirituales junto a rusos ortodoxos y otros
pueblos eslavos o procedentes del Báltico, pertenecientes a credos
musulmanes, judíos y cristianos.11
En 1918, en el estudio que hizo sobre los molokanes en Los Ánge-
les, la socióloga Lilian Sokoloff encontró que las nuevas generaciones
habían asimilado ciertas actitudes que los apartaban de las costumbres
de sus mayores. Esta investigadora notó que los molokanes atribuían
esa situación a las consecuencias de vivir en la ciudad, por lo que ma-
nifestaban su deseo de alejarse de la urbe para marcharse al campo.12

11
  Sobre este tema es oportuno citar a Breyfogle (2001, pp. 732-733): “Por otra parte,
en la Transcaucasia multicultural, la afiliación de los sectarios hacia la etnicidad rusa
aumentó en la interacción cotidiana con vecinos étnica y confesionalmente distintos;
su sentido de identificación como rusos y sujetos rusos se fortaleció junto a la religio-
sidad derivada de sus autodefiniciones, y los inclinó a ayudar a los militares rusos [el
autor se refiere a los conflictos contra el Imperio otomano en la segunda mitad del siglo
XIX]. Esta ayuda en tiempos de guerra reforzó recíprocamente su sentido ruso del Ser”
(la traducción es de mi autoría).

  Son diversas las experiencias de emigración de Los Ángeles a zonas rurales. Hardwick
12

(1993b, pp. 95-97), siguiendo a Berokoff (1969), menciona que anterior al grupo que

59
Rogelio Everth Ruiz Ríos

Se trataba de un conflicto entre dos modos de vida que afectaba a los


jóvenes por estar compenetrados con la forma de vida de ambos mun-
dos. La antropóloga Margaret Mead tipificó así las diversas formas de
interacción entre generaciones contemporáneas: una cultura posfigu-
rativa “en que los niños aprenden primordialmente de sus mayores;
cofigurativa, en la que tanto los niños como adultos aprenden de sus
pares, y prefigurativa, en la que los adultos también aprenden de los
niños” (Mead, 1970, p. 36).13
Varias décadas después, a principios del decenio de 1970, en su
propia investigación sobre los molokanes en Los Ángeles, Willard
Moore apuntó que el conjunto de sus profecías, oraciones, canciones
y cartas era una forma de presentar las ideas respecto a cómo debía
guiarse la vida comunitaria (Moore, 1973, p. 11). La explicación del au-
tor es funcionalista, retoma el supuesto teórico que plantea que todos

se mudó al valle de Guadalupe hubo uno que se dirigió a Hawái, aunque no da mayores
datos al respecto. En otra fuente, sustentada en la tradición oral de una vertiente de
los molokanes llamada Postoyannie, asentados en el área de San Francisco, California,
se menciona un pequeño grupo que se estableció durante la década de 1910 en la zona
de Potrero Hill cercana a esa ciudad, tras haber fracasado en su intento por cultivar
caña de azúcar en Hawái. Véase Ethel Dunn y Stephen Dunn (1983). Leonor Gómez H.
(1991, pp. 16-17, 19) registró el testimonio de María Rudametkin Novikoff, quien re-
memoraba la trayectoria de su padre, Moisés Rudametkin, en el periodo comprendido
desde su salida de la región de Kars (en la actualidad territorio turco) en alguna fecha
inmediata a 1903, hasta el establecimiento de su última morada en el puerto de En-
senada, a partir de 1914. La experiencia transmitida por Moisés Rudametkin a su hija
María —centrada en ese lapso— incluye una corta estadía en San Francisco, California,
donde alrededor de 1910 se integró a un reducido número de familias molokanas que
fueron enganchadas por un grupo de estadounidenses que los invitaron a ir a Hawái
como colonos, pero luego de un breve tiempo decidieron mudarse a Los Ángeles, Ca-
lifornia. En esta versión la aventura colonizadora en esa isla del Pacífico aparece con
fecha posterior a la emigración de Los Ángeles al valle de Guadalupe.
13
  Mead propuso estas categorías a inicios del decenio de 1970, influida por las movili-
zaciones contestatarias de los jóvenes estudiantes en el mundo y por la emergencia de
identidades juveniles manifiestas en la cultura popular.

60
Cambio generacional y roles de género entre los rusos molokanes en un contexto binacional

los pueblos tienen creencias y normas distinguibles en dos tipos de


postulados: existenciales y normativos. Los del primer orden son rela-
tivos a las creencias sobre la naturaleza del mundo externo, el hombre
y la naturaleza de su existencia; tales ideas dirigen el comportamiento
de una sociedad pero no son suficientes para resolver los problemas
de la vida diaria. Por lo tanto, se necesita de las normas, para espe-
cificar al interior del grupo si un comportamiento es bueno o malo,
propio o impropio. En conjunto, los postulados existenciales y nor-
mativos orientan al individuo en el mundo, marcando sus diferencias
con respecto a otros (Moore, 1973, p. 11). Así, para los individuos ab-
sortos en una particular visión del mundo los roles de la vida parecen
correctos, mientras que para los extraños a esa sociedad tales reglas
son juzgadas como extrañas e innaturales (Moore, 1973, p. 11).
En diversos estudios sobre comunidades se ha acentuado la brecha
entre lo ideal y lo real, que prevalece en las formas de organización y
en la totalidad de las relaciones sociales internas. El antropólogo Luis
Vázquez indicó que la “perspicaz distinción” entre “las normas reales
e ideales” se debe a Bronislaw Malinowski. Vázquez siguió esa misma
directriz en su investigación sobre Tanaco, una comunidad tarasca en
la sierra de Michoacán, y halló que ambos campos “se articulaban
armoniosamente en un todo único”, pues en “la práctica, sólo existe
un Tanaco, cuyas normas reales e ideales conforman una misma for-
ma de vida social” (Vázquez, 1992, p. 20). Por su parte, en Argentina,
Virginia Trevignani comparó dos comunidades en las que percibió la
existencia de una dicotomía gestada en el proceso de construcción
identitaria que descansaba sobre el sentimiento de pertenencia a una
comunidad; ello suponía la creación de símbolos respecto a la idea
de comunidad en tanto proyecto utópico que orientaba sus prácticas.
Trevignani concluyó que había una distancia entre lo que está prescri-

61
Rogelio Everth Ruiz Ríos

to discursivamente y lo que acontece en lo práctico,14 lo cual implicaba


que los miembros de la comunidad hacían diagnósticos negativos o
distópicos en la esfera de lo cotidiano (Trevignani, 2004, p. 194).
En cuanto a la experiencia histórica de los molokanes basada en
el ejercicio de su singularidad religiosa, estos forjaron una memoria
colectiva que destaca las contingencias sorteadas como grupo social
minoritario frente a órdenes sociales y políticos hegemónicos adver-
sos. Estas experiencias las incorporaron en su memoria histórica con
un sentido mítico a través de figuras simbólicas como el pakhod y la
profecía. De esta manera, los molokanes participan de lo que se ha
subrayado como la necesidad en el mundo contemporáneo de afirmar
o de justificar las propias identidades, lo cual inspira una reescritura
del pasado que difiere del saber histórico controlado y regularizado
desde la disciplina académica. Como bien ha apuntado Roger Char-
tier, a menudo la forma de cribar el pasado por parte de los grupos
sociales recae en la memoria o incluso en la ficción (Chartier, 2007, pp.
46-47). Por su parte, Eric Hobsbawm aludió a “la pura arbitrariedad
de la permanencia y la memoria históricas”, para luego preguntarse:
“¿Por qué algunas experiencias se habían convertido en parte de una memoria
histórica más amplia, pero no podía decirse lo mismo de tantas otras?” (Hobs-
bawm, 2002, p. 267). Está claro que la memoria es fundamental en los
procesos institutivos y restitutivos de las identidades. Lidiar con las
narrativas del pasado no es algo exclusivo de la historia, puesto que la
memoria le disputa la primacía y el privilegio en la materia, e incluso
le ha tomado ventaja.

  Aunque Trevignani suscribe ciertos postulados principales del giro lingüístico en tor-
14

no al discurso y la práctica constitutiva de la identidad, le otorga un margen a la


agencia social de los individuos, al contrario de muchos autores seguidores de esas
premisas teóricas.

62
Cambio generacional y roles de género entre los rusos molokanes en un contexto binacional

La memoria colectiva es la fuente del despliegue de recursos sim-


bólicos que ordenan social y culturalmente la praxis molokana. Desta-
ca, por ejemplo, el papel de las profecías, que sirven para aleccionar e
incentivar un conjunto de prácticas sociales que nutren sus vínculos y
sentidos de pertenencia a una entidad etnorreligiosa. A lo largo de su
existencia, las comunidades molokanas han sido afectadas por varias
fisuras o alteraciones. Frente a estos procesos conviene retomar la
pregunta de Hobsbawm en torno a qué hace posible que la memoria
cambie o se readapte a través del tiempo, tratando de responder a las
contingencias suscitadas por cada desplazamiento espacial, dadas las
transiciones experimentadas en una combinación de factores internos
y externos de índole social, político y económico. Los recursos inter-
pretativos que permiten sortear cualquier situación regular o extraor-
dinaria que se presenta en la realidad combinan elementos de origen
mítico e histórico15 sustentados en el cúmulo de experiencias. Es el
caso de los molokanes, quienes comparten patrones discursivos en
torno a su origen, experiencia y destino, aunque cada una de las comu-
nidades que integran el mundo molokano presenta especificidades, sin
que ello sea suficiente para apartarse de los lineamientos generales que
durante cuatro siglos han dado forma a su singularidad sociocultural.16

  Parto de la distinción clásica de Maurice Halbwachs respecto a “memoria colectiva”


15

y “memoria histórica”, que matiza como “historia viva” e “historia escrita”, corres-
pondiéndole a la primera una mayor cercanía con lo que actualmente designamos
como “memoria”, mientras que la segunda se desarrollaría hasta desembocar en la
noción académica de “historia”. Para el mencionado autor, la diferencia entre historia
y memoria es de tal magnitud que incluso halló contradictorio el término “memoria
histórica”.

 En esta parte me baso en la noción de “estructura de la coyuntura” de Marshall


16

Sahlins (1987), definido en un primer momento como: “La realización práctica de las
categorías culturales en un contexto histórico específico, expresada en la acción inte-
resada de los agentes históricos, incluyendo la microsociología de su interacción” (Sa-
hlins, 1987, p. XIV). Más adelante, al retomar una cita de su anterior obra, Historical

63
Rogelio Everth Ruiz Ríos

Hasta ahora he empleado el término “experiencia”, porque permi-


te ciertos asideros metodológicos y ayuda a hacer comprensibles de-
terminados procesos de configuración identitaria. La noción de expe-
riencia la retomo de Dominick LaCapra, quien ha hecho una notable
revisión sobre los significados del término. En opinión de LaCapra,
desde el decenio de 1980 presenciamos un “giro experiencial”, notorio
por la reivindicación de la “experiencia” como elemento central para
la comprensión histórica —en especial de los grupos subalternos— y
como cuestión para abordar la relación entre memoria e historia (La-
Capra, 2006, p. 17). LaCapra es de la opinión de que el conocimiento
del pasado no basta para reclamar una identidad, ya que hace falta
la intervención de la memoria, pues al estar fundada en lo afectivo
proyecta representaciones expresadas por medio de rituales, símbolos,
artefactos y ejercicios mnemotécnicos que circulan en el imaginario
social compartido por un grupo (LaCapra, 2006, p. 67).
En observación a lo anterior, cabe preguntarse si LaCapra concibe
la memoria como un vehículo de transmisión y almacenaje de ciertos
contenidos experienciales o si además es el contenido en sí mismo.

metaphor, publicada en 1981, Sahlins precisa: es “un conjunto de relaciones históricas


que a la vez que reproducen las categorías culturales tradicionales le dan nuevos valo-
res fuera del contexto pragmático (Sahlins, 1987, p. 125). Sahlins separa su noción de
estructura de la que acuñara Fernand Braudel, quien aludió con ello a una temporali-
dad intermedia situada entre la “larga duración” y el “evento”. Por coyuntura Sahlins
refiere a “una situación que resulta de un reencuentro de circunstancias”, esto es,
a “un conjunto de relaciones cristalizadas a partir de la operación de las categorías
culturales operativas y los intereses de los actores” (Sahlins, 1987, p. 125). Lo ante-
rior, en el entendido de que la cultura es “la organización de la situación actual en los
términos del pasado” (p. 155). A propósito de este enfoque, Francois Hartog indica que
se trata de un “estructuralismo revisitado a la luz de los aportes de la pragmática del
lenguaje” que busca superar la dicotomía estructura-acontecimiento, al admitir que:
“Si la coyuntura es una ‘situación que resulta de un reencuentro de circunstancias’ la
estructura de la coyuntura es ‘la realización de hecho de las categorías culturales en
un contexto cultural particular’” (Hartog, 2007, p. 46).

64
Cambio generacional y roles de género entre los rusos molokanes en un contexto binacional

Por ejemplo, al abordar la transmisión generacional de hechos traumá-


ticos, pareciera que la memoria responde a un ámbito que entrevera
ambas acepciones. LaCapra distingue entre acontecimiento traumáti-
co y experiencia traumática, en particular a esta última le otorga visos
espectrales:

En el trauma histórico, el acontecimiento es puntual y datable. Está


situado en el pasado. La experiencia no es puntual y tiene un aspecto
evasivo porque se relaciona con un pasado que no ha muerto: un pa-
sado que invade el presente y puede bloquear o anular posibilidades
en el futuro. Hace que se revivan o reexperimenten compulsivamen-
te los acontecimientos como si no hubiera distancia entre pasado y
presente […] Continúa vivo en el nivel experiencial y atormenta o
posee al yo o a la comunidad (LaCapra, 2006, p. 83).

LaCapra abundó en sus reflexiones sobre la importancia que tiene


en la vida de los grupos e individuos la relación entre la identidad y
alguna forma de “trauma fundante”. Por lo anterior se entiende un
acontecimiento real o imaginario (o una serie de acontecimientos lími-
te o extremos) que desafía de forma acentuada la cuestión misma de
la identidad y que pese a ello puede convertirse en base o fundamento
de la identidad individual o colectiva (LaCapra, 2006, p. 84). El trauma
fundante puede presentarse como experiencia de “desconversión o
conversión” —incluso como secuencia o fusión de ambas— y des-
orientar y reorientar el curso de una vida. Puede ser una “experiencia
mística de percepción interior o revelación aparentemente no media-
da, y convertirse en fundamento de una nueva identidad” (LaCapra,
2006, p. 84). LaCapra advierte ciertos riesgos en la configuración iden-
titaria sustentada en un trauma fundante:

65
Rogelio Everth Ruiz Ríos

En su dimensión políticamente más aguzada, el trauma fundante


puede ser la vía para que un grupo oprimido o una persona abu-
sada reclamen su historia, se adueñen de ella y la transformen en
fundamento vital más o menos posibilitador en el presente. Pero,
dado que empuja a la fijación obsesiva en antiguos padecimientos
o dinámicas dudosas, y hasta induce a la reactuación compulsiva de
éstos, el trauma puede socavar la necesidad de llegar a un acuerdo
con el pasado de una manera que atienda constructivamente las de-
mandas y posibilidades existenciales, sociales y políticas del presente
(LaCapra, 2006, p. 84).

Consideramos que en estos planteamientos hay varios elementos


que pueden ser útiles para analizar la estructura social de los molokanes
a partir de la experiencia de sus diásporas en distintos periodos, niveles
de intensidad y causas. Tomar en cuenta estos aspectos proporciona
óptimas posibilidades para su comprensión en contextos de transición
entre lo rural/urbano y viceversa, relaciones intergeneracionales, roles
de género y flujos entre tradición/modernidad. El conjunto de estas
relaciones se vincula a procesos migratorios que también han sido
prioritarios en la consolidación identitaria y cohesión etnorreligiosa
de los molokanes.

Cambios generacionales en la relación campo-ciudad

A diferencia de sus mayores, los jóvenes molokanes asentados en el


área urbana de Los Ángeles sí parecen haberse adaptado de manera
casi inmediata a la vida citadina y a la sociedad estadounidense en ge-
neral, guiados por un sentido pragmático que les hiciera más llevadera
su existencia en el medio en el que fueron criados. En un reportaje

66
Cambio generacional y roles de género entre los rusos molokanes en un contexto binacional

realizado en 1910, aunque publicado seis años más tarde, se dio cuen-
ta del matrimonio entre dos molokanes —él de 19 años de edad, ella,
de 15—, arreglado por las familias de los contrayentes. El periodista
narró cómo la pareja legalizó su unión a escondidas de sus parientes
luego de que estos no aceptaran su decisión. Un reverendo estadouni-
dense los apoyó para contraer nupcias por la vía civil en días previos
a la ceremonia religiosa que celebraron en su comunidad. El acto de
casarse por lo civil significó una transgresión a las costumbres de los
molokanes, ya que estos rechazan la intervención de cualquier otra
figura o autoridad que no sea la religiosa en lo que constituye uno de
los eventos más relevantes de la vida, el matrimonio (Cokey, 1916, p.
11). A decir del reportero, los consortes habían manifestado su deseo
de casarse sólo a la manera “americana”. La petición generó el rumor
entre la comunidad de que los futuros cónyuges estaban poseídos por
el diablo; por este motivo, dos días después se realizó el enlace bajo el
ritual molokano, y con ello dijeron haber expulsado al maligno.
Sin embargo, hubo algunos casos extremos de rebeldía ante las decisio-
nes de los padres en asuntos matrimoniales, de los que se ocupó la prensa
con cierto escándalo. En 1909, un diario de Los Ángeles informó de una
pareja de molokanes —él de 28 años de edad, trabajador de una granja;
ella, de 16, sin especificarse su oficio— que se hallaban gravemente heri-
dos luego de que ambos pactaran suicidarse, disgustados porque el padre
de la joven se oponía a que se casaran (Shoots girl and himself russian…,
1909). Por su parte, en 1912 un diario de San Francisco, California, publicó
el caso de una joven molokana de Los Ángeles que había huido de su casa.
La muchacha fue localizada en la casa de una mujer “americana” (es decir,
anglosajona), donde se había refugiado y de cuyo hijo ella estaba enamorada.
La joven declaró ante las autoridades que escapó de su casa porque su padre,
siguiendo las costumbres molokanas, la había vendido por $500 dólares a

67
Rogelio Everth Ruiz Ríos

un hombre que le era completamente desconocido, para que contrajeran


nupcias. El caso llegó a la corte y en la nota periodística se informó que
algunos molokanes habían testificado que era una práctica usual entre ellos,
y que el precio de las mujeres en edad de casarse iba de los $100 a los $300
dólares, por lo que el precio exigido por la joven involucrada en el caso era
un récord, dado el alto precio de la transacción. El juez decidió consignar
a la joven en la casa de sus padres en tanto la colocaban en un hogar para
mujeres trabajadoras (U. S. harkens to prices in brides, 1912). Sin embargo,
una semana después de haberse publicado esta nota, en lo que pareciera una
estrategia o parte de un arreglo para cuidar la imagen pública de la colonia
molokana, el mismo diario dio a conocer en una nota discreta que se había
efectuado la “primera boda al estilo americano” entre miembros de dicha
comunidad, oficiada por el mismo juez de la corte juvenil que se había en-
cargado del caso de la joven que acusaba a sus padres de intentar venderla.
En cuanto a la boda, ambos contrayentes tenían 18 años, y el varón era hijo
de uno de los líderes de la colonia, además de que había sido uno de los
testigos en el juicio por la venta de la novia ocurrido en días previos. Al final
de la publicación, el diario citó a la desposada, quien aseveró que ella nunca
fue parte del “mercado de novias”, término con el que el periódico refirió
el asunto de la joven que escapó de sus padres (First marriage american fas-
hion solemnized, 1912).17

Los cambios habidos en las nuevas generaciones impulsaron a al-


gunas familias a buscar un retorno al modo de vida campesino que
preservara sus tradiciones, lo que eventualmente los condujo a mirar
hacia el lado mexicano de la frontera, donde el precio de las tierras era
más barato que en Estados Unidos. Este proyecto se encontró con

17
  Los contrayentes eran Earl Shubin y Jennie Potapoff, él probablemente hijo de Philip
Shubin, el líder principal de la comunidad e interlocutor entre la colonia molokana y
los agentes externos (First marriage american fashion solemnized, 1912).

68
Cambio generacional y roles de género entre los rusos molokanes en un contexto binacional

las propias motivaciones del gobierno del presidente Porfirio Díaz de


atraer colonos extranjeros a México, en especial de origen europeo,
razón por la cual existía un marco legal propicio. Los molokanes te-
nían además el incentivo de que Baja California registraba una muy
baja densidad demográfica a comienzos del siglo XX.18 Fue de este
modo que a partir de 1905 ingresaron a México las primeras familias
molokanas con dirección al valle de Guadalupe, a una distancia apro-
ximada de 100 kilómetros al sur de la frontera entre México y Estados
Unidos, y 30 kilómetros al noreste del puerto de Ensenada. En lo
subsecuente, a esta comunidad se le denominaría colonia rusa o colonia
Guadalupe.
Las expectativas trazadas en la búsqueda de un refugio en el cam-
po se explican por la situación experimentada por los molokanes en la
vida citadina. A fines de la década de 1920, en Los Ángeles, la soció-
loga Pauline V. Young notó que la gente mayor de los molokanes con-
sideraba que libraban una lucha por mantener su particular existencia
moral y social dentro de un ambiente que les era extraño y ajeno por
completo debido a tres factores: 1) eran rusos; 2) por su origen rural,19
y 3) por tratarse de una secta, de un grupo religioso primitivo que bus-

18
  Un comparativo histórico entre la población del estado de California y el entonces
Distrito Norte de la Baja California permite ver las abismales diferencias en número de
habitantes entre una y otra entidad, de acuerdo con los datos censales disponibles para
los siguientes años: 1900, Baja California: 7 583 hab., California: 1 485 053 hab.; 1910,
Baja California: 9 760 hab., California: 2 377 549 hab.; 1921, Baja California: 23 537
hab.; 1920, California: 3 426 861 hab.; 1930, Baja California: 48 327 hab., California: 5
677 251 hab.; 1940, Baja California: 78 907 hab., California: 6 907 387 hab.; 1950, Baja
California: 226 965 hab., California: 10 586 223 hab. (Censos generales de población
del Instituto Nacional de Estadística, Geografía e Informática [inegi] —para Baja Califor-
nia—; Forstall, 1995 —para California—).

  Yaroslav J. Chyz y Joseph Slabey Roucek (1939, p. 650) mencionaron que antes de la
19

segunda guerra mundial 92% de los inmigrantes rusos en Estados Unidos era de origen
campesino, esto incluye a las comunidades sectarias como molokanes y dukobores.

69
Rogelio Everth Ruiz Ríos

caba hallar un refugio en los límites de un mundo cada día más peque-
ño del que intentaban escapar (Young, 1932, pp. 2-3). Young describió
este fenómeno como un deseo de “volver a la tierra”, algo que los
molokanes denominaban con el vocablo pakhod, curtido durante sus
constantes migraciones. Para Young, esta pretensión constituía parte
de la estructura social de los molokanes, en tanto que representaba
la posibilidad latente de construir el paraíso en este mundo (Young,
1932, pp. 252-253).
En opinión de Young, la práctica del pakhod trajo experiencias
nada gratas que generaron fenómenos inversos, puesto que más tarde
los hijos de los colonos que habían regresado a la tierra emigraron del
campo a la ciudad para vivir con sus parientes que permanecieron en
la urbe. Entre las razones por las que las nuevas generaciones dejaron
las comunidades agrícolas se cuenta el zafarse del control patriarcal
y de su bucólico estilo de vida, guiados por la necesidad de acceder
a otros medios de subsistencia en la ciudad. Young también obser-
vó que numerosas y variadas experiencias del pakhod fracasaron por
causas relacionadas con la condición inmigrante de los molokanes,
quienes fueron timados o hicieron contratos desventajosos para ellos
en bienes raíces, por su estatus migratorio en Estados Unidos, o bien
debido a otros problemas legales, pues sólo en raras ocasiones fueron
asesorados por expertos en la materia.
El éxodo molokano de Los Ángeles a zonas rurales era notorio
hacia 1912. Aunque la socióloga Lilian Sokoloff indicó que ese año al-
rededor de 2 000 miembros vivían en zonas rurales de la Unión Ame-
ricana —entre California, Nuevo México, Arizona, Utah, el estado de
Washington; además de Baja California, México— (Sokoloff, 1918,
p. 13), la cantidad parece exagerada, pues no hay mayores registros al
respecto. Es más prudente considerar que las comunidades moloka-

70
Cambio generacional y roles de género entre los rusos molokanes en un contexto binacional

nas en el campo se reducían a algunas decenas de familias. La mayoría


de los molokanes continuó su vida en la ciudad, sin que eso significara
renunciar a sus esfuerzos por mantener su particularidad étnica.20 En
cuanto al dilema confrontado por los molokanes entre la ciudad y el
campo, Young lo vio como un “conflicto”, causado por el trasplante
de un orden sacro inherente a la vida rural al orden secular que rige en
la vida urbana (Young, 1932, p. 126). La ciudad ofrecía oportunidades
económicas a los más jóvenes, lo que hacía que estos interactuaran
con miembros ajenos a la comunidad. La relación con personas exter-
nas al entorno molokano provocó que algunas veces individuos ajenos
fueran aceptados en eventos que anteriormente estaban circunscritos
al ámbito comunitario.
Un ejemplo de lo anterior es apreciable en la reseña periodística
de una boda molokana efectuada el 24 de diciembre de 1904 en el
este de Los Ángeles, donde se menciona la asistencia de un grupo
de mujeres “americanas” en calidad de invitadas especiales (Russian
wedding in Los Angeles colony, 1905). La asunción de prácticas ur-
banas no implicaba que los molokanes vivieran un proceso inexo-
rable de desaparición, aunque Young les pronosticó un futuro poco
promisorio como grupo étnico. En diciembre de 1927, el geógrafo
alemán Óscar Schmieder visitó la colonia Guadalupe, donde señaló que

20
  En una investigación arqueológica sobre la comunidad rusa de la colonia Guadalupe,
Therese Muranaka se basó en un conjunto de autores para plantear que la etnicidad
es un resultado inmediato de la emigración y que se fortalece en ella. Los principales
autores en los que basa su perspectiva son Shmuel Eisenstadt, Simon Charsley, Eme-
rick Francis, Milton Yinger, Frank Salamone, Raymond Firth y Frederik Barth. Mura-
naka indicó que estos tres últimos autores aportaron elementos para considerar que
la etnicidad, la aculturación y la asimilación eran un contínuum que no progresó en
una dirección, pero operó como una regla de cálculo en la que los miembros de un
grupo étnico tal vez se mueven hacia atrás o hacia adelante ostentando, negando o
cambiando a voluntad lo que ellos consideran apropiado para manifestar su etnicidad
(Muranaka, 1988, pp. 26-29).

71
Rogelio Everth Ruiz Ríos

acontecía un pronunciado declive demográfico, porque la mayoría


de sus miembros jóvenes estaban trasladándose a vivir con sus pa-
rientes en Los Ángeles (Schmieder, 1928). Conforme transcurrió el
siglo XX más molokanes que se habían refugiado en el campo o que
se criaron en zonas rurales se mudaron a la ciudad.
Young percibió que en Los Ángeles, California, el régimen pa-
triarcal prescrito en la vida familiar —que había sido exitoso en Ru-
sia— no armonizaba con el orden social impuesto por la moderna
vida citadina. Desde un enfoque funcionalista que guarda algunas
similitudes con el desarrollado posteriormente por la antropóloga
Margaret Mead, Young identificó que para los molokanes más jó-
venes enfrentar un medio distinto al de donde procedían sus padres
les hacía valorar que el aprendizaje de la experiencia de sus mayores
les aportaba pocos beneficios. Por tal motivo, los molokanes naci-
dos o criados en América a temprana edad se convertían en sabios
sobre el modo de vida en el nuevo mundo, situación que los hacía
sentirse superiores a la generación precedente (Young, 1932, p. 100).
A lo anterior se sumó el incremento de oportunidades económicas,
que permitía a los jóvenes independizarse del control familiar y co-
munitario, sin que esto implicara que dejaran de aportar al fondo
familiar. La creciente participación de los colonos más jóvenes para
dirimir asuntos relacionados con la comunidad trajo disrupciones en
el tejido social, al implicar cuestionamientos hacia ciertas instancias
tradicionales, como la autoridad patriarcal. Young percibió en los jó-
venes un resentimiento ante el poder autocrático del padre y patriar-
ca, al que incluso llegaban a considerar un tirano. El resultado fue un
proceso de adaptación y ajuste de sus instituciones sociales al nuevo
contexto, una dinámica que no fue privativa del ámbito urbano, al
presentarse también en el medio rural.

72
Cambio generacional y roles de género entre los rusos molokanes en un contexto binacional

Eileen Wallis retoma un testimonio recabado por Young en Los


Ángeles, de una informante molokana a quien identificó con el nom-
bre de Cora Jackson (probablemente usaba ese apellido por estar ca-
sada con un anglosajón):

Vinimos a América un sábado y fui a trabajar a un hogar ameri-


cano el lunes. Fui una sirvienta y enfermera de niños pequeños.
Sólo tenía diez años. Nunca fui enviada a la escuela, nunca podía
jugar. Trabajé y le di todo el dinero a mi padre, ellos me decían:
“somos pobres tú debes ayudar”. Estuve en ese lugar un año,
luego fui a trabajar en una lavandería. ¿Alguna vez has trabajado
en una lavandería?, ¿no?, entonces no sabes lo duro que ese tra-
bajo es. Enfermé por trabajar ahí diez horas al día. Encontré otra
casa con unos judíos por ocho dólares al mes. Eran buena gente
y sin hijos. Lavaba trastes, limpiaba la casa, estuve ahí tres años.
Le di todos mis salarios a mi padre y él me daba diez centavos
el domingo. ¿Me pregunto qué podría hacer con diez centavos?
Nada de ropa bonita, sin tiempo para los amigos, nadie es bue-
no contigo ni te visita. No puedo vivir como una piedra (Wallis,
2010, p. 116).21

Wallis interpreta este testimonio como una muestra de las dificul-


tades que tenían las mujeres trabajadoras en cualquier lugar de Esta-
dos Unidos, sometidas a la presión de ayudar a sus familias, expuestas
a bajos salarios y largas horas de trabajo, aunado al conflicto entre sus
deseos personales y las expectativas que se tenían sobre ellas. Aunque
reconoce la singularidad del caso de Cora, que arroja luz sobre la situa-
ción de las mujeres inmigrantes trabajadoras en Los Ángeles durante
el cambio de siglo (Wallis, 2010, p. 116).

21
  La traducción es mía.

73
Rogelio Everth Ruiz Ríos

En años recientes, Stephen Scott hizo una revisión del trabajo de


Young; en su opinión, el trabajo de la socióloga expuso cómo los mo-
lokanes estaban prácticamente devastados luego de una relativamente
breve experiencia en el entorno urbano, así como el hecho de que los
esfuerzos de esos campesinos rusos por mantenerse dentro de la cul-
tura estadounidense como un grupo religioso apartado del resto de la
población fueron superados. De acuerdo con Scott, después de haber-
se publicado la investigación de Young ocurrieron una serie de even-
tos significativos para los molokanes en Los Ángeles, que se resumen
en un fortalecimiento de posiciones más conservadoras dentro del
molokanismo, y en el caso de los miembros menos reacios a adaptarse
al nuevo entorno se abrieron espacios al interior de la comunidad,
abocados a mantener a los más jóvenes dentro de la fe, para asegurar
la cohesión colectiva (Scott, 2002, pp. 7-34).
Con relación a los molokanes de la colonia Guadalupe, hacia el
decenio de 1920 —la época en que Young realizó su investigación
en Los Ángeles— era común que los jóvenes pasaran temporadas de
trabajo o de visita con sus parientes en esa ciudad californiana o en
el vecino puerto de Ensenada. La experiencia urbana suscitó que a su
regreso a la colonia los jóvenes estuvieran familiarizados con algunas
prácticas socioculturales aprendidas durante su estadía en la ciudad.
En el siguiente testimonio, que alude a la etapa de establecimiento de
la colonia Guadalupe, se aprecia que el acontecimiento fundacional
es tomado como el punto comparativo que permite resaltar sucesos
posteriores, como el abandono de la colonia por parte de los jóvenes,
si bien se remarca la preocupación por preservar la endogamia:

Primeramente llegaron a Estados Unidos y de ahí ellos consideraban


que ellos no tenían vida ahí como debía de ser, como ellos querían,

74
Cambio generacional y roles de género entre los rusos molokanes en un contexto binacional

estar solos, pacíficos, que nadie los molestara, ellos trabajaban y vi-
vían así. Estar sosteniendo su cultura, su religión y todo eso, pero
con el tiempo que iba creciendo la juventud, pues empezaron a ver
cosas que era el futuro para ellos, el que llevaban, pues, no era futuro
para ellos, sino tenían que buscar otra manera de vida más diferente,
y esa fue la razón que empezaron a irse otra vez de aquí [de Guadalu-
pe] a Estados Unidos, y luego después de 1932, o el 31, empezaron a
casarse. Porque ellos [los jóvenes] no querían que se mezclara la raza,
ellos querían preservarla todavía, seguir, y como todo el tiempo esta-
ban bajo el mando del papá y de la mamá, ellos eran los jefes aunque
estuvieran casados [los jóvenes], ellos eran los jefes (G. Kachirisky,
comunicación personal, 13 de agosto de 1996).22

El pasaje anterior refiere a la conjugación de factores culturales


tradicionales y modernos entre los jóvenes molokanes que habían he-
cho el viaje en sentido inverso al de sus mayores. Que los jóvenes
abandonaran la tierra para dirigirse a la ciudad no significó renunciar
a los patrones endogámicos del grupo; en cambio, fue una estrategia
que les permitió sacudirse el control patriarcal. El relato citado, ela-
borado décadas después de los años en que sucedieron los aconteci-
mientos narrados —y en el que incluso se vislumbra que refiere a una
generación anterior a la del narrador—, busca equilibrar el impacto
cultural que implicó al interior de la comunidad dejar atrás la tierra y
liberarse del control paterno, enfatizando la lealtad étnica mediante el
cuidado de preservar la raza aún en la ciudad.23 Los jóvenes proceden-
tes de medios rurales, tanto del lado mexicano como estadounidense,

22
  Entrevista a Gabriel Kachirisky Kotoff, Archivo de la Palabra del Instituto de Inves-
tigaciones Históricas de la Universidad Autónoma de Baja California (en lo sucesivo ap
iih-uabc), PHO-E/1/1/(1).

  Vale aclarar que el informante contrajo nupcias con una mexicana ajena al grupo
23

molokano.

75
Rogelio Everth Ruiz Ríos

al llegar a la ciudad por lo común se hospedaban en la casa de fami-


liares, para regresar de visita al sitio rural donde estaba el hogar de
sus padres. Cuando no había familiares o posibilidad de instalarse con
ellos, los recibían amigos de la familia.
En el testimonio citado líneas arriba se incluyen elementos cons-
titutivos de lo que podemos considerar la versión oficial de la co-
munidad. Esta versión emic de la experiencia molokana en la colonia
Guadalupe arranca la narración a partir del momento inmediato a la
fundación de ese poblado. Conforme avanza en su línea temporal, van
agregándose referencias a varios eventos vitales o significativos en la
memoria colectiva del grupo. A pesar de que en la memoria histórica
de los molokanes se resalta la preponderancia del aspecto religioso
como el factor propulsor de cada una de las estaciones del pakhod que
habría de cumplirse antes de su desenlace en la formación de la colo-
nia Guadalupe, en el recuerdo de sus experiencias migratorias también
asoma el influjo de motivaciones económicas, sociales y políticas.
El siguiente fragmento, procedente del informante antes menciona-
do y situado temporalmente entre las décadas de 1940 y 1950, reafirma
el descontento que los jóvenes sentían contra el rígido control patriarcal
al que estaban sometidos, una sensación compartida con su cohorte en
Los Ángeles, según lo registró Young a fines del decenio de 1920:

Era una vida muy sujeta, porque yo recuerdo que mi papá decía que
ellos trabajaban para el abuelo, para el papá de ellos, y el abuelo, pues
él compraba comida, les compraba ropa y todo, estaban bajo el man-
do de él, aunque ya estaban casados, y no podían hacer nada sin él.
No había libertad, y ya después, como en mi caso, pues fue ya más
diferente, la vida más liviana para cada uno, y yo me salí de 13 años
de la casa, yo dije no, pues yo, para mí la vida es trabajar y vivir y a
ver que hay más pa’delante y ahí empecé a abrir el camino de mi vida,

76
Cambio generacional y roles de género entre los rusos molokanes en un contexto binacional

de 13 [años]. Salí a los doce años de la escuela, terminé, nomás había


hasta el quinto año, y ya no había más, y era difícil ir a Ensenada y
luego pues no había apoyo de los padres para que dijeran —pues
te voy a pagar para que estudies algo, para que salgas, algo; decía
[…] —a trabajar y es todo. Entonces yo dije —no pues voy a estar
trabajando para mi papá y siempre él va a estar bajo el mando […],
mejor me salgo a trabajar. […] trabajaba para mi papá también en la
viña, en la siembra y todo, pero yo me salí a trabajar por fuera para
ganar dinero, porque no quería darnos ni el dinero (G. Kachirisky,
comunicación personal, 13 de agosto de 1996).

Inmersos en una sociedad compleja que parecía desviarlos de su


visión particular del mundo, los molokanes buscaron en todo momen-
to reforzar el sentido de pertenencia de sus miembros. Tampoco se
trataba de algo novedoso: en su experiencia histórica, sobre la que fin-
caron su memoria colectiva, siempre había sido así, lo mismo en Eu-
ropa, Asia y, ahora, en América. Su identidad etnorreligiosa en buena
parte se sustentaba en mantenerse unidos frente a los peligros munda-
nos y profanos del exterior, en intentar recrear el reino de Dios en la
Tierra, lo que para cada generación significó hacer el pakhod, emigrar
en defensa de la fe; al menos esa era la forma de representarlo en su
imaginario autorreferencial. Por tales motivos, mantener la costumbre
de casarse a temprana edad era fundamental. A inicios del decenio de
1970, Moore señaló que los molokanes en Los Ángeles promovían
el matrimonio entre los 17 y los 21 años, como un mecanismo para
conducir a las nuevas generaciones dentro de la normativa social. Me-
diante la formación de una familia se quería evitar la plena inserción
de los jóvenes en el estilo de vida estadounidense (Moore, 1973, p. 18).
Sólo a través del matrimonio los molokanes alcanzaban los privilegios
y obligaciones por completo exigidos por la comunidad. El matrimo-

77
Rogelio Everth Ruiz Ríos

nio les permitía el acceso a los servicios religiosos dominicales, algo


que les estaba prohibido a los jóvenes antes de casarse. Para un grupo
que normaba su existencia en función de la observancia religiosa esto
resulta sintomático del valor social otorgado al matrimonio.

Matrimonio y roles de género

El matrimonio se concebía como un espacio donde se estabilizaba y


expandía la fe religiosa y su impacto sobre el modelo de organización
social, de ahí que se prescribiera incluso el cómo debían vestirse los
consortes. Se esperaba que lucieran un mismo color según la ocasión:
colores brillantes para bodas y festividades religiosas; tono blanco para
los funerales (Mohoff, circa 1994, pp. 162-163). Según Moore, el matri-
monio ayudaba a mantener a la joven esposa demasiado ocupada como
para pensar acerca de la forma de vida en las ciudades de Estados Uni-
dos —por ejemplo, en tener un empleo fuera de casa o acceder a la edu-
cación universitaria—, mientras que al hombre lo hacía preocuparse por
conseguir un trabajo fijo y fundar una familia. Cabe añadir que mientras
las mujeres permanecían solteras eran enviadas al mercado laboral, des-
de niñas. Para Moore, el matrimonio es el conducto a través del cual los
recién casados se convierten en una parte funcional de la comunidad
(Moore, 1973, p. 18). Los padres eran los encargados de buscar pareja
para sus hijos. En el caso del varón, por lo común se casaba antes de
los 18 años de edad, mientras que en la mujer era a los 16 (Mohoff, circa
1994, p. 139). Sin embargo, el testimonio de un molokano de la segunda
generación criado en la colonia Guadalupe, con la salvedad de las ree-
laboraciones que supone un relato transmitido oralmente durante años,
introduce la opción de elegir pareja entre los jóvenes:

78
Cambio generacional y roles de género entre los rusos molokanes en un contexto binacional

cuando un muchacho […] quería noviar a una muchacha, primera-


mente iban los padres del muchacho y hablaban con el padre de la
muchacha; entonces el padre de la muchacha contestaba que sí, bue-
no, eso depende de la muchacha, si ella quiere al muchacho que se
case; entonces traían al muchacho, y si la muchacha queda de acuerdo
con el muchacho, se casan (P. Kachirisky, comunicación personal).24

En el matrimonio, como en la mayor parte de las instituciones


sociales, el dominio masculino era preponderante. Un dicho moloka-
no recabado por Moore en Los Ángeles es elocuente al respecto: “El
hombre es la cabeza y la mujer es el cuello” (Moore, 1973, p. 17). En
la esfera secular, el predominio varonil era absoluto, puesto que todas
las posiciones de representación colectiva recaían en los hombres. La
presencia masculina se extendía también a los puestos de responsabi-
lidad religiosa al interior del templo (sabraña), donde destacaban los
hombres como presbíteros y cantantes, aunque en la función de pro-
feta ejercida dentro y fuera del recinto de oración no había distinción
de género (Moore, 1973, p. 18). La jerarquía por géneros se visibilizaba
en las bodas y funerales, en donde los hombres marchaban al frente
del cortejo y las mujeres a la zaga.
Igual que sucedía con el resto de las actividades comunitarias o
familiares, el matrimonio estaba supeditado a un modelo patrilocal.
Para las mujeres, casarse implicaba dejar el núcleo familiar y ocupar un
lugar dentro de la familia del esposo (Moore, 1973, p. 17), donde se
les hacía partícipes de las tareas domésticas. Tocaba a la suegra desig-
narle tareas a la nuera, mientras que ésta le debía respeto igual que a su
madre (Mohoff, circa 1994, p. 144). Por lo regular, el casamiento signi-
ficaba que la esposa adoptara el apellido paterno del esposo, como se

24
  Entrevista a Pedro Kachirisky Salticoff, ap iih-uabc PHO/E/12(1).

79
Rogelio Everth Ruiz Ríos

acostumbra en Estados Unidos, aunque también hubo casos en que


optaban por el patrón más común en México, consistente en conser-
var el apellido paterno seguido de la preposición de, y a continuación
el apellido paterno del cónyuge.
Los hijos casados y sus respectivas familias, que convivían en la
casa de los padres, se mantenían trabajando con su progenitor hasta
que alcanzaran una posición financiera suficiente para poder indepen-
dizarse. En ocasiones la familia recién independizada construía una
casa adyacente a la del patriarca, y en caso de contar con los recursos
necesarios, la edificaban por separado; en ambos casos el nuevo hogar
lo amueblaban sus padres (Moore, 1973, p. 17). Tarde o temprano to-
dos los hijos terminaban por separarse de los padres, excepto el más
joven, que a menudo vivía con ellos hasta que fallecían, y heredaba la
propiedad. Si el padre moría primero, la madre se hacía cargo de la
herencia, aunque —avanzado el siglo XX— en la colonia Guadalupe
las hijas también pasaron a heredar una parte equitativa de los bienes
(Mohoff, circa 1994, p. 144).
Al casarse, las mujeres se consagraban a atender el hogar y criar
a los hijos, mientras que en la iglesia asumían un rol relativamente
pasivo (Moore, 1973, p. 18). En las colonias del lado mexicano, como
Guadalupe y San Antonio de las Minas,25 correspondía a las mujeres
confeccionar algunos enseres, tales como cobijas, almohadas, cortinas,
además de atender el huerto y las aves de corral. Estas actividades
exigían la participación de varias mujeres, y por ello se reunían los
miembros de distintas familias, para intercambiar fuerza de trabajo
y garantizar así, llegado su turno, recibir apoyo en reciprocidad (M.

  San Antonio de las Minas se sitúa a medio camino entre la colonia Guadalupe y En-
25

senada; fue fundado a principios de la década de 1910 por alrededor de 10 familias


molokanas.

80
Cambio generacional y roles de género entre los rusos molokanes en un contexto binacional

Agalsoff y P. Pablov, comunicación personal).26 Ciertas veces algunos


productos eran vendidos a otros colonos o a personas externas a la
comunidad (M. Agalsoff, comunicación personal).
Sobre los hombros femeninos pesaban largas jornadas y enor-
mes responsabilidades domésticas y productivas. Las tareas que
desarrollaban eran fundamentales para mantener la autosuficiencia
económica anhelada por cada familia, al igual que la enseñanza de
los primeros pasos a los miembros más pequeños del grupo, para
formarlos dentro de las tradiciones. En las familias donde predomi-
naban las mujeres, las hijas realizaban las faenas asignadas original-
mente a los hombres.
En cuanto al número de hijos procreados en matrimonio, en la
década de 1960 John Sanford Dewey recabó datos en Guadalupe que
indicaban un promedio de seis vástagos por pareja, aunque adujo que
no era raro encontrar familias que tuvieran entre 12 y 15 hijos (Dewey,
1966, p. 117). Mucho antes, en 1928, Schmieder había indicado que
las parejas solían tener de 8 a 13 hijos (Schmieder, 1928, p. 421), mien-
tras que en la misma época Young señaló que en la colonia agrícola
de Glendale, Arizona, la media de hijos por matrimonio iba de cinco
a seis.27 Como dato comparativo, en 1918, luego de revisar los índices
de fecundidad de 50 familias molokanas en Los Ángeles, Sokoloff
encontró un promedio de 5.4 personas por familia, pero anotó que
la mayoría de los matrimonios eran aún jóvenes y con pocos años de
casados (Sokoloff, 1918, pp. 4-5). Conviene mencionar que durante
las épocas señaladas la mortalidad infantil era muy alta.

26
  Entrevistas a María Agalsoff Saroken ap iih-uabc PHO-E/1/3(1) y Petra Pablov Samarin,
ap iih-uabc PHO-E/1/4(1).
27
  La fuente de Pauline Young es Peter Alexander Speek (1921).

81
Rogelio Everth Ruiz Ríos

La información procedente de diversas fuentes nos puede proporcio-


nar una aproximación sobre el número de hijos que tenían los moloka-
nes en Baja California, donde conforme avanzó el siglo XX la cantidad
de nacimientos por matrimonio parece disminuir. Los datos aportados
por George Mohoff sobre su propia familia son un buen referente. Mo-
hoff dice haber nacido en la colonia Guadalupe en 1924. Junto con su
esposa, Hazel T. Babishoff, procedente de La Misión de San Miguel,
un punto cercano a la colonia Guadalupe, procrearon cuatro hijos en
suelo mexicano; a partir de 1947 la familia se mudó al sur de California
(Mohoff, circa 1994, p. 203). En cambio, respecto a la generación ante-
rior, Mohoff indicó que los padres de su esposa ya habían tenido siete
vástagos antes de cumplir los 30 años, en el decenio de 1920 (Mohoff,
circa 1994, p. 27). Otro ejemplo lo encontramos en 1926, fecha en que
el matrimonio conformado por Basilio y Agafia Tolmasoff, residentes
de la colonia Guadalupe, tenían ocho hijos (Maggiano, s. f., p. 9). Por su
parte, Pedro Kachirisky Salticoff, nacido en la misma colonia en 1916,
recordaba que en su familia cinco hermanos habían logrado alcanzar
la edad adulta (P. Kachirisky, comunicación personal). En 1933, Basilio
Kachirisky Salticoff declaró ante el Registro Nacional de Extranjeros
contar con 30 años de edad y ser padre de cuatro hijos menores de 15
años, siendo la mayor una niña de 10 años.28 María Agalsoff, nacida en
San Antonio de las Minas, sitio aledaño a la colonia Guadalupe, señaló
que sus padres tuvieron 12 hijos, de los cuales tres murieron antes de la
adolescencia. Esta informante recordó que cuando su madre aún vivía
en Rusia ya había procreado a dos de sus vástagos, antes de cumplir los
20 años de edad (M. Agalsoff, comunicación personal). Un caso adicio-

  Forma F14 de Basilio Kachirisky Saltacowa del Registro de extranjeros expedida en


28

Ensenada, 23 de agosto de 1933, en Archivo General de la Nación (en adelante agn),


Registro de extranjeros.

82
Cambio generacional y roles de género entre los rusos molokanes en un contexto binacional

nal lo hallamos en la pareja formada por Petra Pablov Samarin, nacida


en Ensenada, y Andrés Samaduroff, originario de la colonia Guadalupe,
quienes se casaron en 1954 y engendraron siete vástagos (P. Pablov, co-
municación personal). Mientras que Juan Pivovaroff, natural de Kars, y
su esposa, oriunda de la colonia Guadalupe, a la edad de 33 y 32 años,
respectivamente, ya habían procreado una decena de hijos.29
La interacción de los jóvenes con gente ajena a la comunidad deri-
vó en algunos enlaces matrimoniales, una cuestión duramente conde-
nada por los molokanes, puesto que implicaba fuertes reprimendas y
la eventual expulsión de la comunidad, no obstante el nombre de los
transgresores no era borrado de El libro de la vida, donde se inscribía
a todos los molokanes al nacer. Se pensaba que este libro estaba ben-
decido por Dios y que sólo a él le correspondía juzgar a aquellos que
se apartaban de las reglas comunitarias (Moore, 1973, p. 16). En suelo
mexicano, el primer enlace civil con alguien externo a la comunidad
se efectuó en 1931, entre María Rudametkin Novikoff —cuyo padre,
Moisés Rudametkin, se dedicaba al comercio y la agricultura en En-
senada— y Armando Villavicencio, perteneciente a una familia de la
burguesía local (Gómez, 1991, pp. 16-19).30 En lo sucesivo se presen-
taron más casos de mujeres molokanas con parejas fuera del grupo: así
sucedió con María Agalsoff Saroken, Esther Filatoff, Agafia Rogoff y
Julia Kachirisky, por mencionar algunas.
En el caso de los varones molokanes residentes en México, la exo-
gamia se dio con mayor frecuencia a partir de la década de 1930, debi-
do a que en esos años aumentó la emigración de las familias moloka-

  Acto de jurisdicción voluntaria para certificar copia del registro de nacimiento de


29

Andrés Pivovaroff hijo de Juan del mismo apellido, Ensenada, 1944, Archivo Judicial de
Ensenada (en lo sucesivo aje) en iih-uabc.
30
  Véase en Gómez (1991, pp. 16-19) el testimonio de María Rudametkin Novikoff.

83
Rogelio Everth Ruiz Ríos

nas a Estados Unidos, lo que hizo difícil conseguir esposas rusas, y por
ese motivo desposaron mexicanas (P. Kachirisky, comunicación per-
sonal).31 Si querían mantener la práctica endogámica, los molokanes
en edad casadera tenían que trasladarse a Estados Unidos. Sin embar-
go, para las familias esto significaba el riesgo de perder mano de obra
en las actividades agropecuarias, ya que las jóvenes molokanas que
residían en Estados Unidos difícilmente estaban dispuestas a regresar
o mudarse a la colonia Guadalupe y otros asentamientos rurales.
En Los Ángeles, California, el matrimonio fuera del círculo mo-
lokano ocasionaba un cisma familiar, como lo plantea la siguiente his-
toria familiar recabada por Young:

Mi hija recientemente se casó con un mexicano. No puedo enten-


der qué se posesionó de ella para que diera ese paso. Si ella hubiera
estado lisiada o vieja, o no pudiera encontrar un buen chico ruso,
habría algunas razones para ello. Nuestra familia nunca fue desgra-
ciada antes. La gente viene y me dice: “¿se casó Anna?”, y digo:
“Sí”; “¿con quién se casó?”, me sofoco y no puedo hablar más. Ella
nos escribió una carta después de que pasó todo. Estuve cerca de
enloquecer. Pienso que perdí la razón. Mi esposa cayó enferma por
días. Prohibí a toda la familia que hablara con Anna. Ella está muerta
para nosotros. No vamos a verla y no nos interesa dónde vive. Sería
mejor si ella hubiera muerto (Young, 1932, p. 188).

Para Young se trataba de un fenómeno de “hibridez cultural”


(1932, p. 10)32 experimentado por los molokanes más jóvenes, según

31
  Luego de visitar la localidad en diciembre de 1928, Schmieder percibió que la co-
lonia Guadalupe acusaba un notable descenso demográfico y dificultades económicas
(1928, p. 419).

  La autora consideró que era un fenómeno vivido por los jóvenes molokanes en Los
32

Ángeles, cuyas actitudes manifestaban mucho de las tensiones y malestares caracte-

84
Cambio generacional y roles de género entre los rusos molokanes en un contexto binacional

lo expuso con el ejemplo de una mujer nacida en Rusia poco antes de


que su familia emprendiera el viaje a América. La informante le narró
que en un principio sus padres se instalaron en Los Ángeles, y que
cuando tenía seis o siete años de edad se mudaron a México, aunque
al poco tiempo regresaron a la ciudad californiana, porque a su padre
no le gustó la vida en la colonia Guadalupe. Después, el jefe de la fa-
milia se sumó a otros molokanes para ir a vivir a un campo en Utah,
donde compraron tierras a un agente de bienes raíces. En ese lugar
permanecieron cerca de tres años, pero debido a las malas condiciones
para la agricultura se mudaron a la ciudad de Salt Lake City, para más
tarde volver a Los Ángeles (Young, 1932, p. 160-162). La experiencia
en México y Estados Unidos hizo que la joven informante pudiera
expresarse fluidamente en ruso e inglés, bajo el entendido de que el
idioma materno lo mejoró en la colonia Guadalupe. Cuando Young le
preguntó sobre la cuestión matrimonial, ella respondió que su padre
siempre le había dicho que las chicas que se casaban con estadouni-
denses terminaban por regresar a su casa, no sin antes sufrir algunas
desgracias. La informante adujo que había visto 27 casos de rusas ca-
sadas con estadounidenses, italianos y mexicanos, y que todas habían
sido infelices en sus matrimonios, por lo que transcurridos seis meses
retornaron al hogar paterno (Young, 1932, p. 173).
Es importante resaltar la percepción recogida por Young entre los
jóvenes molokanes de Los Ángeles sobre la colonia Guadalupe, a la
cual veían como un lugar donde aún se observaba la forma de vida
tradicional. La disolución matrimonial entre Nadezda Popoff de Ko-

rísticos de los grupos inmigrantes en transición de una cultura vieja a una más nueva.
Esto iba acorde con la apreciación de Young sobre los molokanes, a quienes veía como
una “secta primitiva” confrontada al dilema de desaparecer en el contexto de la so-
ciedad urbana moderna.

85
Rogelio Everth Ruiz Ríos

zareff y Joe Kozareff, cuya causa de divorcio fue interpuesta en 1942,


a escasos meses de haberse casado en Ensenada, ilustra las diferencias
entre los jóvenes molokanes de la ciudad y los del campo, y rompe con
la representación de que los molokanes de México eran más tradicio-
nales que sus pares en Estados Unidos.33 Como era usual, se trató de
un matrimonio concertado por los padres bajo las leyes mexicanas,
sin lograr celebrarse por la vía religiosa en vista de la brevedad de la
relación. El joven esposo tenía 21 años de edad al momento de ca-
sarse y trasladarse a vivir a Ensenada por ese motivo; hasta entonces
había pasado su vida entera en la casa paterna, en California —por
ello hablaba inglés, pero no español—, donde su padre era agricultor
y lechero. Ella, hija de un comerciante, tenía 17 años de edad cuando
contrajo matrimonio; era nacida en Guadalupe pero radicaba con su
familia en Ensenada, dedicada al hogar.
Luego de unos meses de difícil vida conyugal, la joven esposa so-
licitó el divorcio a través de un tutor, que fue un médico mexicano,
que la representó en los juzgados por ser menor de edad. Al parecer
ambos consintieron en anular el matrimonio, lo que al final lograron.
Según la querellante, desde los primeros días de casada recibió malos
tratos, amenazas e injurias, versión que fue reafirmada por sus padres
y otros testigos que presentó en el juzgado. Por temor a padecer he-
chos más graves, la joven se refugió en casa de sus progenitores. Pese
a provenir ambos de familias molokanas, el alegato del esposo resaltó
como causa de los desencuentros las diferencias entre el campo y la
ciudad que afectaban a la pareja. El joven aceptó las acusaciones de la
mujer, pero las justificó de la siguiente manera:

33
  Juicio ordinario civil sobre divorcio promovido por Antonio Maldonado como tutor
de la menor Nadezda Popoff de Kozareff en contra de Joe Kozareff, Ensenada, 1942,
aje en iih-uabc.

86
Cambio generacional y roles de género entre los rusos molokanes en un contexto binacional

desde el primer día de mi matrimonio con la señorita Nadezda Popoff,


a quien no había tratado antes sino muy superficialmente, me di cuenta
que no íbamos a congeniar pues ella está acostumbrada a la vida citadi-
na y yo soy hombre de campo, manejo un establo y mis costumbres no
se avienen con las de mi consorte. Fue tan rápido el distanciamiento
entre nosotros que ni siquiera llegamos a tener relaciones sexuales,
tanto más que según cuestiones ancestrales de nuestros padres, esas
relaciones no pueden llevarse a cabo sino después de consumado el
matrimonio religioso, el cual ya no fue posible celebrar.

Lo relevante de este asunto es mostrar que la carga cultural resultó


inversa a la representación social dominante entre los molokanes, pues
esta vez fue la mujer criada en México quien resultó apegada a la vida
citadina, mientras el hombre crecido en Estados Unidos respondía a
cánones más tradicionales. También es evidente que para la década
de 1920, tanto en Estados Unidos como en México, contraer nupcias
había dejado de ser una cuestión exclusiva del ámbito religioso, y que
cobraban mayor fuerza las uniones legales, así como la incidencia de
personas de la comunidad que elegían parejas externas.

Conclusión

La identidad etnorreligiosa de los molokanes forjada a partir de la se-


gunda mitad del siglo XVII se basa en sus experiencias históricas, vin-
culadas en diversos momentos a persecuciones por motivos religiosos
que derivaron en desplazamientos —ya fuera forzados o voluntarios—
que afectaron a cada generación. En la memoria e imaginario social de
los molokanes esto se representa en la figura del pakhod, que alude a la
migración que debía realizar cada generación en defensa de la fe y en la

87
Rogelio Everth Ruiz Ríos

búsqueda constante para edificar el reino de Dios en la Tierra. Los pro-


cesos sociohistóricos vividos por los molokanes los condujeron a servir
como colonos rusificadores en los territorios de expansión del Imperio
zarista en el Transcáucaso. Esta condición de colonizadores los situó en
contextos sociales complejos, en una región poblada por una miríada de
grupos de distinto origen étnico y religioso.
Llegada la hora de emigrar a América, la mayor parte de la diáspora
molokana se asentó en la zona urbana en rápido crecimiento de Los
Ángeles, California, donde también coexistió en un ambiente multi-
cultural, lo cual no le era desconocido. Lo novedoso de su experiencia
americana consistía en el desafío de mantener su modo de vida tradi-
cional en una urbe prototipo del modelo modernizador abocado a una
industrialización vertiginosa, organizada socialmente en una democra-
cia formal, guiada por leyes civiles y valores cívicos instilados a través
del sistema educativo y de prácticas y rituales operados y reproducidos
desde dependencias y programas estatales, medios de comunicación,
iglesias y centros sociales bajo difíciles condiciones propias del merca-
do capitalista, todo ello en un periodo que en la historia de los Estados
Unidos se designa como progresista.
Inmersos en dinámicas sociales inéditas, desde un primer mo-
mento los jóvenes molokanes empezaron a resquebrajar el sólido
control familiar, y en el caso de las mujeres algunas flexibilizaron
el dominio patriarcal. Todo esto fue posible mediante su incorpo-
ración a la fuerza laboral externa al hogar, aunado a la interacción
en la escuela y en otros espacios con el conjunto de la sociedad es-
tadounidense. Ciertos grupos de familias molokanas reaccionaron
para evitar estos cambios procurando “volver a la tierra” (como lo
definiera Young) y abandonaron la ciudad con destino al campo.
De lo anterior surgieron diversos proyectos agrícolas, entre los que

88
Cambio generacional y roles de género entre los rusos molokanes en un contexto binacional

destaca la colonia Guadalupe, en Baja California, por su numerosa


población y prolongada duración comparada con otros proyectos
similares. Conforme transcurrió el siglo XX, los molokanes en Mé-
xico y Estados Unidos que integraban las colonias agrícolas optaron
por regresar a la ciudad, en especial los jóvenes, motivados tanto por
cuestiones económicas como por la posibilidad de incrementar sus
oportunidades de matrimonio, o incluso —como cuando optaban
por mudarse de México al sur de California— los alentaba el deseo
de aprender inglés (Post, 1976, p. 154).
Aún bajo los augurios pesimistas de quienes indagaron sobre la
comunidad molokana en Los Ángeles, California, durante sus pri-
meras décadas de existencia, una parte considerable de sus miem-
bros se sobrepuso a los retos de la vida moderna y mantuvo sus
tradiciones, no sin tener que adaptar sus costumbres y reelaborar
los discursos y recursos simbólicos. Sin embargo, colonias agrícolas
como la de Guadalupe sí sucumbieron frente a las transformaciones
sociales que las envolvieron. Al analizar las diferencias generaciona-
les entre los molokanes mayores criados en las comunidades campe-
sinas en el Transcáucaso y los jóvenes formados en suelo americano,
junto a las vicisitudes atravesadas por las mujeres jóvenes ante las
presiones ejercidas por sus mayores para que asumieran los roles de
género prescritos por la tradición, así como los dilemas de cambio y
continuidad en la institución matrimonial, se obtiene una perspecti-
va privilegiada sobre las tensiones e interpolaciones entre tradición
y modernidad, costumbres y adaptación, persistencia y cambio ex-
perimentados por los molokanes en su larga y sinuosa apuesta por
la sobrevivencia.

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Rogelio Everth Ruiz Ríos

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Nación y racismo. Las comunidades
chinas en Baja California, 1929-1935

Catalina Velázquez Morales1


Pedro Espinoza Meléndez

En este trabajo se analiza el racismo hacia la población china de Baja


California entre los años 1929 y 1935, cuando se consolidó el discurso
nacionalista del Estado posrevolucionario, el cual produjo y reprodujo
mecanismos legales y prácticas de exclusión de la diferencia, en este
caso, étnica y racial. La mayor parte de los trabajos que han analizado
este proceso utilizan la categoría de racismo con un carácter funda-
mentalmente descriptivo y generalizante, es decir, para denominar a
esta forma de representar y excluir a esas “otras razas” que el régimen,
escudado en una determinada representación de la nación y su hege-
monía, consideraba inferiores e indeseables.
El origen del racismo antichino en México, según algunos autores,
se encuentra en la naturaleza poscolonial de esta nación, la cual habría
heredado de la Nueva España un imaginario y una organización so-

1
  Investigadora del Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad Autónoma
de Baja California (iih-uabc). Correo electrónico: velazque@uabc.edu.mx. Pedro Espi-
noza Meléndez, estudiante del Centro de Estudios Históricos de El Colegio de México.
Catalina Velázquez Morales • Pedro Espinoza Meléndez

cial estratificada a partir de criterios étnicos y raciales (Treviño, 2005).


También se ha señalado que el proceso de construcción del Estado y el
nacionalismo modernos, en tanto comunidades imaginadas, se dio a partir
de criterios simultáneos de inclusión y exclusión (Chong, s. f.). A esto
habría que añadir la visión eugenésica instaurada durante el porfiriato,
que intentaba “mejorar la raza” a partir de la inclusión de migrantes eu-
ropeos en el país, a la vez que proponía excluir a las “razas inferiores”,
evitando así que “contaminaran” la raza mexicana (Gómez, 1988).
El racismo antichino fue un elemento ideológico común tanto en el
antiguo régimen porfiriano como en los gobiernos emanados de la revo-
lución, especialmente en las entidades con mayor población de origen
asiático, siendo Sonora uno de los casos mejor documentados. Sin em-
bargo, estuvo cargado de ambigüedades, pues aunque el chino fue inte-
grado en el imaginario como un otro indeseable que debía ser excluido,
los inmigrantes chinos jugaron un papel fundamental en la vida econó-
mica del norte mexicano, pues ante los intentos fallidos de atraer colo-
nos europeos, fueron migrantes asiáticos —principalmente chinos, pero
también japoneses— quienes se establecieron de manera permanente.
Si bien las ideas eugenésicas se habían incubado en el imaginario
nacional desde el porfiriato, fue con el estallido de la revolución que
ocurrieron los primeros brotes de violencia en contra de las comuni-
dades chinas, que en muchos casos se convirtieron en una suerte de
“chivo expiatorio”, al cual era posible culpar de los males sociales y
económicos, y violentarlo sin el riesgo de recibir ninguna represalia al
respecto (Gómez, 1988, pp. 151-153).
La violencia que llegó a ejercerse en contra de los chinos fue re-
sultado, por un lado, de las acciones “populares” ejercidas en su con-
tra, tales como linchamientos y ataques a sus casas y establecimientos,

98
Nación y racismo. Las comunidades chinas en Baja California, 1929-1935

un asunto en el cual el sindicalismo nacionalista jugó un papel nada


desdeñable. Por otro, se ejerció también por medio de políticas gu-
bernamentales, que buscando salvaguardar la integridad de la raza y
la nación mexicana, se tradujeron en leyes de exclusión y segregación
racial; uno de los ejemplos más claros fueron las leyes que durante
las décadas de 1920 y 1930 prohibieron los matrimonios interraciales,
precisamente en esta entidad (Adams, 2012). Al respecto, José Gómez
Izquierdo apunta que el nacionalismo del grupo sonorense estuvo car-
gado de actitudes xenofóbicas, las cuales no iban dirigidas sólo hacia
los chinos, sino también hacia los indígenas. Este discurso se habría
consolidado durante la modernización porfirista, por lo que los brotes
antichinos podrían entenderse como una continuidad con respecto al
siglo XIX (Gómez, 1988, pp. 145-146).
Javier Treviño Rangel retoma a David Theo Goldberg para ana-
lizar el racismo antichino en México, definiéndolo como “la promo-
ción o exclusión de las personas por condición de formar parte de un
grupo racial distinto al del grupo dominante dentro de una sociedad”
(Treviño, 2005, p. 409). Por su parte, José Luis Chong recupera los
planteamientos de Judit Bokser con respecto al antisemitismo para
estudiar el papel que el racismo antichino jugó en la construcción del
Estado nación mexicano durante la posrevolución. Como puede no-
tarse, pareciera existir una serie de características generales del racismo
que pueden encontrarse en distintos contextos históricos.
Cabe mencionar que en el racismo interactúan tres dimensiones
distintas: las actitudes (opiniones, estereotipos y prejuicios); los com-
portamientos o expresiones (actos, prácticas, ordenamientos institu-
cionales), y las construcciones ideológicas (teorías, doctrinas, visiones
del mundo). Como resultado de la interacción de las tres dimensiones,
persisten y se renuevan acciones de segregación, discriminación, ex-

99
Catalina Velázquez Morales • Pedro Espinoza Meléndez

pulsión, persecución y exterminio. El permanente extrañamiento del


otro lo convierte en amenaza a la identidad-integridad de la sociedad
mayoritaria (Bokser, 2001).
Pero más allá de cierta generalización o del carácter estructural
con el que suele utilizarse este concepto, vale la pena revisar las situa-
ciones específicas en las que dicho racismo se produjo y las condicio-
nes en las que operó. En este sentido, resulta pertinente la propuesta
teórico-metodológica de Stuart Hall, uno de los fundadores de los
cultural studies en el Reino Unido, quien invita a pensar el racismo más
como una categoría analítica, que permite explicar el funcionamiento
de estos mecanismos de producción y gestión de la diferencia racial.
De acuerdo con Lawrence Grossberg (2006), Hall llama a realizar un
análisis contextualista, materialista y coyuntural del racismo. Contex-
tualista porque más que un concepto generalizante o abstracto, el ra-
cismo debe ser explicado en contextos históricos específicos; materia-
lista porque no puede limitarse a trabajar con ideas y representaciones,
sino que debe dar cuenta acerca de la forma en la que éstas constru-
yen, regulan y median relaciones sociales de dominación, y coyuntural
porque —más que las estructuras sociales estables— resulta especial-
mente relevante analizar la forma en que operan estos mecanismos en
momentos de cambio e inestabilidad social, cuando se renegocian los
consensos, los acuerdos y las diferencias entre distintos grupos y cla-
ses sociales, tanto hegemónicos como subalternos (Grossberg, 2006):

Ha habido muchos racismos diferentes, cada uno históricamente es-


pecífico y articulado en forma distinta dentro de las sociedades en
las que aparece. De este modo, el racismo es siempre históricamente
específico, sean cuales sean las características comunes que puedan
parecer compartir con otro fenómeno social similar. Aunque puede

100
Nación y racismo. Las comunidades chinas en Baja California, 1929-1935

basarse en las huellas culturales e ideológicas depositadas en la socie-


dad por fases históricas previas, siempre asume formas específicas
que surgen de condiciones y una organización de la sociedad actua-
les —no pasadas— (Hall, 1978: 26).

Esta es una advertencia contra la extrapolación de una estructura


común y universal del racismo, que se mantiene en esencia igual,
fuera de su ubicación histórica específica. Sólo en la medida en que
se especifican históricamente los diferentes racismos —en su dife-
rencia— pueden entenderse correctamente como producto de las
relaciones históricas y cuentan con [...] plena validez únicamente
para dichas relaciones y dentro de ellas (1980: 337).

Según la lectura hecha por Grossberg sobre Hall, el racismo existe


sólo en correspondencia con otras formas de relaciones sociales, por
lo cual,

Debe comenzarse, entonces, desde el “trabajo” histórico concreto


que logra el racismo en condiciones históricas específicas —como
una serie de prácticas políticas e ideológicas, de una especie diferen-
ciada—, articulada de manera concreta con otras prácticas en una
formación social [...] La cuestión no es si los hombres en general es-
tablecen diferencias perceptuales entre grupos con diferentes carac-
terísticas raciales o étnicas, sino más bien, cuáles son las condiciones
específicas que hacen de esta forma de diferenciación algo pertinen-
te socialmente y activo históricamente (Hall, 1980: 338).

Este trabajo revisa la manera en que el Estado mexicano y ciertos


grupos de trabajadores de Baja California se valieron de un discurso y
de prácticas racistas, específicamente antichinas, para legitimar su pre-
sencia e intereses durante la primera mitad de la década de 1930. Así, en
la medida en que el Estado intentaba incluir a una región dentro de su

101
Catalina Velázquez Morales • Pedro Espinoza Meléndez

proyecto político y económico, alimentaba la idea de un grupo racial que


debía ser excluido, pues amenazaba la unidad nacional y los intereses de
sus ciudadanos. Este racismo promovido por el Estado sirvió para que
ciertos grupos —con intereses políticos específicos— encauzaran sus
demandas, principalmente de carácter económico y laboral.
Sin embargo, lejos de tratarse de un único discurso, el racismo
antichino adquirió diversos matices en función de los intereses de cada
sector. La revisión detenida de la documentación deja ver que aun-
que los funcionarios federales y los grupos de presión regionales eran
abiertamente nacionalistas y racistas, no entendían estas nociones de
la misma manera, y sus intereses, en ocasiones antagónicos, les lleva-
ron a criticarse y descalificarse.
¿Cuáles fueron las condiciones históricas que condujeron al racismo
antichino a operar de formas divergentes en Baja California durante la
década de 1930? Por un lado, habría que considerar que las demandas
materiales de las organizaciones de trabajadores del periodo posrevo-
lucionario se pronunciaron no sólo en nombre de una clase social (la
clase trabajadora), sino también de una nación (el pueblo mexicano), y
al hacerlo excluían a esos otros que no pertenecían a este último. De este
modo, la presencia de una raza indeseable que amenazaba con contami-
nar la pureza de la nación, y que además poseía considerables recursos y
capitales económicos, justificó la violencia y los intentos de despojo de
quienes reclamaban trabajo y derechos para los mexicanos.
Pero este discurso promovido por el Estado le trajo algunas difi-
cultades. Por un lado, desmantelar todos los negocios y empresas de
los chinos en la región implicaba serios problemas, pues ellos poseían
un porcentaje nada despreciable de los recursos y, por consiguiente,
de las fuentes de ingresos y empleos que sostenían la economía de la

102
Nación y racismo. Las comunidades chinas en Baja California, 1929-1935

zona; además, lejos de ser actores pasivos, contaban con importantes


abogados que obligaron a las mismas autoridades a negociar sus po-
líticas nacionalistas y racistas. Aunado a ello, Baja California dependía
directamente del gobierno federal, por lo que no le era posible deslin-
darse de la violencia que en algunos casos se desencadenó en contra
de los chinos, como lo hizo en otros lugares, donde ésta podía ser
atribuida a los gobiernos estatales.
Ante la presión de la diplomacia internacional china —que comen-
zó a denunciar las agresiones para sus connacionales que residían en
México— y el papel protagónico de los empresarios chinos en la vida
económica de Baja California, el gobierno federal se vio obligado a
matizar su discurso racista y a contener la violencia que comenzaban
a manifestar los grupos políticos de la región. El clímax de esta pola-
rización ocurrió en abril de 1935, cuando las mismas autoridades del
Territorio Norte de la Baja California recurrieron a la fuerza para di-
solver una protesta en contra de los “extranjeros indeseables”, siendo
detenidos varios de los miembros de la Liga Nacionalista Mexicana
del Territorio Norte, y generando una descalificación mutua entre el
gobierno de Agustín Olachea y los miembros de la organización.
Este caso es una muestra de la complejidad de temas como el ra-
cismo, pues aun cuando el Estado fue un actor fundamental al pro-
mover un nacionalismo racista y antichino, éste generó consecuencias
divergentes. Lejos de una entidad omnipotente, el Estado aparece aquí
como un agente incapaz de controlar las consecuencias de sus accio-
nes, y se ve obligado a renegociar su proyecto nacional ante grupos
con intereses heterogéneos y antagónicos. En este sentido, el racismo
puede observarse como una forma de producir y gestionar una dife-
rencia que en ocasiones es útil para el Estado, pero también puede
llegar a ser problemático, por lo que no basta con asumir que el racis-

103
Catalina Velázquez Morales • Pedro Espinoza Meléndez

mo y la xenofobia formaron parte del discurso nacionalista, sino que


es necesario identificar las circunstancias específicas que llevaron a los
actores sociales involucrados a utilizar este discurso.

El escenario político

En Baja California, el racismo antichino se instrumentó por dos vías


que no siempre convergieron: desde la capital del país —de la mano del
partido oficial— y por algunos grupos de trabajadores sindicalizados.
En las oficinas del Partido Nacional Revolucionario (pnr) se instalaron
los organismos nacionalistas antichinos, y el partido se involucró en al-
gunas manifestaciones. El Comité Directivo de la Campaña Nacionalis-
ta Antichina de la Cámara de Diputados estuvo integrado por diputados
sonorenses y sinaloenses militantes del pnr, y su objetivo fue dirigir la
campaña entre 1929 y 1934. Aunque los chinos fueron el objetivo cen-
tral de sus agresiones, también atacaron a libaneses, palestinos, judíos,
rusos, checos, armenios y polacos. Su actividad principal coincidió con
algunas de las entidades del norte donde se ubicaba el mayor número
de población de origen chino, así como Veracruz, Chiapas y Yucatán,
teniendo como finalidad su expulsión del país (Gómez, 1987, p. 389 vii).
Los años en los que este comité funcionó coinciden con el periodo
que conocemos como maximato. Tras el asesinato de Obregón, Plu-
tarco Elías Calles fundó el pnr; en sus palabras, era el momento de dar
paso a un país de instituciones y dejar atrás el caudillismo, aunque en
la práctica, sabemos que en calidad de jefe máximo de la revolución ejerció
un poder metaconstitucional sobre los tres presidentes que le suce-
dieron: Emilio Portes Gil (interino, 1928-1929), Pascual Ortiz Rubio
(electo, 1929-1932) y Abelardo L. Rodríguez (interino, 1932-1934). El

104
Nación y racismo. Las comunidades chinas en Baja California, 1929-1935

periodo de Ortiz Rubio resultó especialmente conflictivo, ya que se


dieron considerables tensiones no sólo entre él y Calles, sino también
entre sus respectivos partidarios, que llegaron a ser conocidos como
blancos y rojos (Gómez, 2012). Para el caso específico de Baja Califor-
nia, esto se tradujo en una notable inestabilidad política.
Entre 1930 y 1935 desfilaron cuatro personajes por el puesto de
gobernador: José María Tapia (1930), Arturo M. Bernal (1930), Carlos
Trejo Lerdo de Tejada (1930-1931) y Agustín Olachea (1932-1935).2
Cabe también apuntar que, en 1931, Baja California cambió su catego-
ría política de distrito a territorio federal.
En octubre de 1931, los miembros del comité se dirigieron al se-
cretario de Gobernación, Manuel C. Téllez, para que les proporciona-
ra todos los datos que estuvieran a su disposición sobre los chinos, en
especial de quienes habían obtenido carta de ciudadanía; según ellos,
dicha información resultaba imprescindible “para trazar correctamen-
te un plan de acción nacionalista”.3 Tiempo después, el jefe del Depar-
tamento de migración envió una extensa relación con la información
solicitada.4 Con los datos reunidos, se creó un vasto informe en el que

2
  En 1932 fue nombrado gobernador por algunos meses Arturo M. Elías, aunque nunca
ejerció como tal. Los años siguientes también fueron inestables, pasando por la guber-
natura: Gildardo Magaña (1935-1936), Gabriel Gavira (1936) y Rafael Navarro Cortina
(1936-1937). La estabilidad política se logró en 1937 con Rodolfo Sánchez Taboada,
quien se mantuvo en el puesto de 1937 a 1944.
3
  Bajo el lema “Por la patria y por la raza” aparecen las firmas del presidente del comité,
diputado Miguel A. Salazar, y del secretario, diputado Ing. Juan de Dios Bátiz. Los dirigen-
tes del comité fueron: presidente, Dip. Miguel A. Salazar; vicepresidente, Dip. Walterio
Pesqueira; secretario, Dip. José María Dávila, Dip. Ing. Juan de Dios Bátiz; tesorero, Dip.
Emiliano Corella M.; vocales Dip. Ing. Gregorio Díaz, Dip. Lic. Práxedis Balboa Jr., Dip.
Braulio Maldonado. Archivo General de la Nación, Fondo Gobernación, Sección Dirección
General de Investigaciones Políticas y Sociales (en adelante, agn-dgips), vol. 311, 12, 152.
4
  El comunicado fue enviado el 11 de diciembre de 1931, firmado por Andrés Landa y
Piña, agn-dgips, vol. 311, 12, 152.

105
Catalina Velázquez Morales • Pedro Espinoza Meléndez

se registró el nombre completo de los inmigrantes chinos que habían


ingresado al país entre abril de 1923 y agosto de 1931, especificando
lugar de entrada, sexo, edad, estado civil, ocupación y destino. Así,
desde las oficinas del pnr, los diputados se preparaban para reavivar la
campaña contra los chinos, 10 años después de aquella que en Sonora
y Sinaloa había resultado exitosa. Aunque aparentemente la iniciaron
con información en mano, en los discursos, panfletos y en la comu-
nicación oficial, los funcionarios manejaban las cifras con discrecio-
nalidad. Algunos las inflaban sin el mayor recato, mientras que otros
afirmaban desconocer el número de chinos que había en el país; am-
bas posiciones servían para aparentar que había una cantidad mucho
mayor de inmigrantes asiáticos.
Las agrupaciones antichinas se aprovecharon de algunos hechos
coyunturales para reavivar entre la población mexicana “el odio de
razas” que había demostrado su efectividad en otros momentos.5 Este
fue el caso de los enfrentamientos violentos entre miembros de la
comunidad china provocados por sus diferencias políticas, los cuales
reforzaron la imagen negativa que estaba presente en el escenario na-
cional, pues su estereotipo se había incorporado a la cotidianidad en
forma de chistes y burlas. Dichas formas de racismo se manifestaron
durante la década de 1930 en los discursos y demandas de organiza-
ciones que se asumían como nacionalistas. Esto también coincidió
con la etapa en la que el Estado se propuso construir un proyecto

5
  Las diferencias políticas entre los chinos nacionalistas seguidores de Sun Yan Sen en
México, organizados en el Kuo Ming Tang, quienes proponían un nacionalismo antiman-
chú más que antiimperialista, con el deseo de obtener apoyo externo e impulsar una
revolución republicana, y la logia Che Kung Tong, pro monarquista, que reunía a los
sectores más conservadores de la colonia china, algunas veces culminaron en enfren-
tamientos violentos, lo cual resultó perfecto para que el gobierno mexicano incremen-
tara el número de chinos que fueron expulsados del país, al aplicarles el artículo 33.

106
Nación y racismo. Las comunidades chinas en Baja California, 1929-1935

de nación,6 y con la necesidad del gobierno federal de consolidar su


presencia por medio de las instituciones para enfrentar la crisis eco-
nómica del periodo entre guerras, buscando la unidad de la población
apelando, entre otras estrategias, al orgullo de ser mexicanos.
La crisis derivada de la Gran Depresión contribuyó a reforzar la
identidad mexicana desde el ámbito oficial, proclamando que todos
los mexicanos en suelo patrio debían ayudar a los hermanos repatria-
dos que venían de Estados Unidos, enfatizando la mexicanidad como
elemento primario (Alanís, 2010). Alanís resalta que el nacionalismo
de la posrevolución tuvo como uno de sus ejes la xenofobia hacia la
comunidad china, y durante la década de 1920 se formaron estereo-
tipos de alcance nacional que cohesionaron a la sociedad mexicana.7
El nacionalismo de la década de 1930 se caracterizó por los este-
reotipos sobre los extranjeros, la institucionalización del Estado y la
unificación de la población, e incluso la repatriación terminó por con-
vertirse en un elemento de unidad.8 Algunos de los trabajadores ex-
pulsados, con el apoyo de las instancias federales y estatales, lograron
instalarse en lugares como La Misa y Bácum, Sonora. En Baja Califor-
nia, el gobernador Agustín Olachea solicitó al entonces presidente de
la república, Abelardo L. Rodríguez, se autorizara la libre importación

6
  Aunque los gobiernos posrevolucionarios no contaron con un programa definido ni una
ideología unívoca, el nacionalismo ocupó un lugar central, entendido como descubri-
miento y creación de lo mexicano (Bokser, 2006, p. 379).

7
 “El proyecto educativo promovió “lo mexicano” por medio de las imágenes de la
china poblana y el charro, entre otros símbolos; la xenofobia señaló al “chino” como
un ser sucio y denigrante. En los dos casos, instituciones del gobierno federal orques-
taron y apoyaron las políticas de educación y xenofobia, es decir, institucionalizaron
las acciones” (Alanís, 2010).
8
  Entre 1930 y 1934, según cifras oficiales, más de 350 000 personas se desplazaron de
Estados Unidos a México (Alanís, 2010).

107
Catalina Velázquez Morales • Pedro Espinoza Meléndez

de los materiales de sus casas desmontadas a los repatriados que ve-


nían de California, quienes ante la imposibilidad de venderlas se veían
obligados a trasladarlas a México, cruzar por la aduana de Tijuana e
instalarse en el Valle de las Palmas.9
Como puede notarse, en el contexto posrevolucionario se construye-
ron y reconstruyeron las representaciones sobre figuras como el repatria-
do y el extranjero asiático; el primero debía ser incluido en el proyecto na-
cional, y el segundo, excluido. Sin embargo, como veremos más adelante,
este imaginario no era del todo compartido por los grupos nacionalistas.

La circular

En Baja California, el detonante de la campaña contra los chinos fue


la circular10 emitida por la Junta Central de Conciliación y Arbitraje
en Mexicali el 20 de julio de 1929, la cual ordenaba a los patrones
que contrataran 80% de trabajadores mexicanos, sin marginarlos a
las labores menos retribuidas. También fijó un plazo de 10 días para
que atendieran la medida, y si se oponían, se abriría un expediente
para cada caso.11

9
  agn, Abelardo L. Rodríguez, exp. 533.21/20,1932-33, en Instituto de Investigaciones
Históricas-Universidad Autónoma de Baja California (en adelante, iih-uabc), [4.39]. Pos-
teriormente, en 1939, se apoya el traslado de algunas familias [30, 22 y 24]; a estas
últimas se les apoyó con 45 000 pesos, y se dedicarían a la agricultura en el valle de
Guadalupe. agn, Lázaro Cárdenas, exp. 503, 11/3, 1938, iih-uabc [8.33].

  El documento fue avalado por el representante del gobierno, presidente de la junta,


10

José Elías Castro; por la Cámara Agrícola, Manuel Roncal; por la Cámara de Comercio,
Manuel Santaella; por los campesinos, Isidro Lucero; por los obreros, Jesús A. Morales;
secretario de la junta, Raymundo Langrave. agn, Dirección General de Gobierno (en
adelante, dgg), [25.1], f. 8.
11
  De acuerdo con los artículos 40 y 87 del reglamento que la presidencia de la junta

108
Nación y racismo. Las comunidades chinas en Baja California, 1929-1935

A partir de la publicación de esta circular se desencadenaron las


actividades racistas contra los chinos. La presión se incrementó con
las repatriaciones, pues aunque los que se quedaron en la región fue-
ron muy pocos, sirvieron de pretexto a los trabajadores bajacalifornia-
nos sindicalizados para polarizar algunas de sus posturas, protegiendo
sus empleos no sólo contra los extranjeros, sino también contra los
trabajadores mexicanos que pudieran llegar de otros lugares. Este es
uno de los primeros indicadores de que el discurso nacionalista del
gobierno federal no era del todo aceptado por las organizaciones de
trabajadores bajacalifornianos, quienes se sentían amenazados por la
llegada de estos repatriados.
Un mes después de la circular, el periódico El regional12 informó
que el sindicato de empleados de cantinas y restaurantes había planta-
do “la bandera del proletariado” en las puertas de varios negocios que
“descaradamente se burlan de nuestras leyes”, contra los patrones ex-
tranjeros, especialmente chinos. El impulso de dicha acción resultó en
la Convención Obrera, celebrada en el Teatro Mexicali en agosto de
1929, donde se acordó nombrar una comisión que se entrevistara con
el gobernador y le solicitara que se cumpliera con la circular. Al final
sólo pudieron conversar con el oficial mayor, quien les comentó que
el gobernador interino se había entrevistado con el cónsul chino. De
esta manera, se empezaron a mover los actores políticos para proteger
sus intereses económicos.

haría cumplir, en uso de las facultades que le otorgaban los artículos 89 y 112 del mis-
mo, o consignando la desobediencia a las autoridades judiciales por conducto del Mi-
nisterio Público. Circular fechada en Mexicali, 20 de julio de 1929, agn, dgg [25.1], f. 8.

  El Regional, “Verdad y justicia, igualdad y fraternidad”, registrado como artículo de


12

segunda clase, con fecha 15 de junio de 1929, 14 de agosto de 1928 y 27 de febrero


de 1923. Mexicali, B. C., 21 de agosto de 1929, Año VII, núm.12. Desplegado panfleto
Extra Extra Extra, agn, dgg, iih-uabc [25.1], f. 10.

109
Catalina Velázquez Morales • Pedro Espinoza Meléndez

Ante la falta de respuesta, los asistentes a la mencionada conven-


ción pasaron a la acción directa y colocaron la bandera rojinegra en las
puertas de los restaurantes Clímax y San Diego,13 ambos “regenteados
por individuos de nacionalidad china”. Se mencionó la participación
de “más de doscientos organizados”; también se hizo notar la presen-
cia del secretario general de la Confederación de Sindicatos y Uniones
Obreras, Rosamel Barreda:

quien con toda virilidad alentó a los allí reunidos para que afrontan-
do los peligros inherentes resolvieran por sí mismos sus problemas,
asegurando que él sería el primero en ofrecer su sangre gustoso, en
aras de tan sublime ideal […] los chinos son, en su mayor parte res-
petuosos de la ley pero cuando hay mexicanos que los soliviantan,
como ha sucedido aquí, pasan por sobre todo derecho. Hace algún
tiempo que, debido al apoyo que les presta la Cámara de Comercio,
se han insolentado desconociendo públicamente disposiciones de la
Junta Central y hasta mandatos constitucionales.14

Posteriormente, las banderas fueron retiradas, cuando por órdenes


de la Delegación Sanitaria se sellaron las puertas de los restaurantes
Clímax y San Diego, el Hotel París y Cal-Lay.15 Meses después, tam-

13
  Posteriormente, conforme se fue desarrollando el evento, resultó que el restaurante
San Diego Café era propiedad de Heraclio Ochoa, quien se entrevistó con los manifes-
tantes y les comunicó que aunque “desgraciadamente el local está rentado a chinos”,
él no tendría ningún problema en pasar su arrendamiento a los organizados. agn, dgg,
iih-uabc [25.1], f. 10.

14
  agn, dgg, iih-uabc [25.1], f. 10.
15
  agn, dgg, iih-uabc [25.1], f. 10. Mientras tanto, el agente número 4 fue enviado al puerto
de Manzanillo a investigar una denuncia sobre introducción furtiva y masiva de chinos al
país. El agente número 4 averiguó que la denuncia era falsa, que a los nuevos chinos hacía
tiempo no se les dejaba desembarcar por ningún dinero, y a los que regresaban encontra-
ban tantas dificultades para desembarcar, que llegaban a lo absurdo, tal era el caso que la
nueva ley les exigía exhibir mil pesos para ingresar al país. agn, dgips, vol. 58, exp. 1, f. 2.

110
Nación y racismo. Las comunidades chinas en Baja California, 1929-1935

bién se clausuraron los restaurantes Tuey Lo Cui y La Casa Blanca,


propiedad de ciudadanos chinos, causándoles fuertes pérdidas.16 En
junio de 1930, el secretario general de Gobierno manifestó que estas
clausuras se realizaron porque los dueños de los establecimientos se
habían negado a cumplir con algunos puntos de los reglamentos vi-
gentes. En respuesta, los propietarios promovieron un amparo contra
actos del gobierno, por lo cual el asunto pasó al ámbito de las autori-
dades judiciales, aunque el gobernador consideraba que no procedería
ninguna reclamación que se pretendiera hacer por la vía diplomática.17
Como puede notarse, durante la primera etapa del conflicto el
gobierno de Baja California solapó las actividades de los grupos anti-
chinos, incluso la llamada “acción directa”, que a todas luces violen-
taba los derechos de los comerciantes asiáticos, al tiempo que endu-
reció la aplicación de los reglamentos sanitarios. De esta manera, los
afectados, salvo lo que pudieran hacer apoyándose en la Asociación
China —que ciertamente disponía de abogados consultores que se
encargaban de defender sus intereses—, no podían hacer nada ante
las arbitrariedades que se instrumentaban desde las oficinas de los
funcionarios, quienes solían aplicar las leyes con poca claridad. Esto
se evidenció cuando Valentín Cuan Wah afirmó que el juez del dis-
trito le concedió una suspensión por 72 horas contra la orden de
cerrar su establecimiento mercantil; sin embargo, 24 horas después
el inspector de policía lo clausuró, desobedeciendo la orden: “le su-
pliqué honor justicia nacional, honor gobierno México hágase res-

  agn, dgg, iih-uabc [26.1], f. 1. El oficio se firmó bajo el lema “Firma Sufragio Efectivo
16

No Reelección”, México, 10 de mayo 1930, firma por acuerdo del secretario. Comuni-
cado de Relaciones Exteriores al secretario de Gobernación. Posteriormente se trans-
cribió copia al gobernador del distrito, con fecha 21 de mayo de 1930. Firmó Eduardo
Vasconcelos, oficial mayor, por acuerdo del secretario.
17
  agn, dgg, iih-uabc [26.1], f. 5.

111
Catalina Velázquez Morales • Pedro Espinoza Meléndez

petar […] castíguese inspector general desobediente quien comete


dichos actos bochornosos […]”.18 Sin embargo, no consiguió reabrir
su negocio porque se consideraron legales los actos del inspector.19
Mientras tanto, la presión de los obreros sindicalizados fue en au-
mento, molestos porque no se les permitía tomar medidas más agre-
sivas contra los residentes chinos, al grado de que el 19 de mayo de
1930, la federación obrera de Tijuana solicitó la destitución del co-
mandante de policía, pues pensaban que estaba en su contra; en caso
de no ser complacidos, abandonarían su trabajo.20
El gobernador consideraba que no se debía tomar en cuenta sus
amenazas porque serían los primeros en resultar afectados, ya que su
gobierno y las cámaras de comercio e instituciones particulares de la re-
gión habían estado ayudándolos para solucionar la crisis de trabajo. En
cuanto al comandante de Tijuana, se dijo que sólo obedeció órdenes del
delegado municipal cuando impidió que elementos de la Confederación
Regional Obrera Mexicana (crom) cometieran actos de sabotaje o boi-
cot contra establecimientos comerciales que estaban cumpliendo con
sus obligaciones, y enfatizó que la crom en Tijuana no había presentado
los avisos de ley para iniciar el boicot, ni siquiera se había tomado en
cuenta a las autoridades. Por esto, ordenó que no se les permitiera reali-
zar injusticias y provocar intranquilidad entre los comerciantes.21

18
  Firmó Valentín Cuan Wah. agn, dgg, iih-uabc [26.2], f. 1.

  Comunicación telegráfica fechada en Tijuana el 21 de junio de 1930, firma F. J.


19

Gaxiola. agn, dgg, iih-uabc [26.2], f. 3-4.


20
  Secretario general Tomás Alvarado. agn, dgg [22.15], f. 2.
21
 Telegrama dirigido al secretario de Gobernación Vasconcelos por José Ma. Tapia,
Tijuana, 19 de mayo de 1930, agn, dgg [22.15], 6 fs. Desde 1928, la Confederación
Regional Obrera Mexicana (crom) quería que fueran expulsados los chinos que hubieran
ingresado ilegalmente a Baja California, dgg [22.15], f. 2.

112
Nación y racismo. Las comunidades chinas en Baja California, 1929-1935

Las actividades de los sindicalistas y los grupos antichinos estaban


íntimamente relacionadas, y a pesar de los tropiezos, la Liga Nacionalista
Antiasiática quedó constituida en Tijuana el 26 agosto de 1930,22 dando
inicio a sus actividades con más de 100 miembros de diferentes clases
sociales “para defensa de los intereses nacionales”. En sus palabras:

Nuestra labor será netamente nacionalista procurando por todos los


medios posibles y legales, desarrollar la campaña antiasiática en toda
la península, la que desgraciadamente está invadida por muchos miles
de amarillos y especialmente por chinos que es la raza más indeseable
con sus costumbres tan retrógradas, sus vicios tan corrompidos y su
intromisión tan alarmante entre nuestras familias, dándole a la patria
hijos también degenerados e inyectados por su sangre envenenada que
se convierten en vergüenza para nuestra propia raza. Al hacerlo del
conocimiento de Ud. [Gobernación], estamos seguros de obtener las
facilidades correspondientes, ya que esta campaña es por el bien de los
intereses generales de nuestra patria, que día a día se va creando innu-
merables trastornos por la invasión de chinos y por la americanización
en casi toda esta región de la frontera… que no se nos obstaculice en
nuestra labor y poder desarrollar mejor este programa nacionalista.23

Los miembros del Sindicato de Empleados de Cantinas y Restau-


rantes de Mexicali se llegaron a expresar en los siguientes términos:

 Asumió el cargo de presidente J. M. Urquizo; vicepresidente, Pablo González; se-


22

cretario, E. Santiesteban; pro secretario, S. Rodríguez; tesorero, G. C. Navarrete; pri-


mer vocal, Pablo H. Silva; segundo vocal, Rodolfo Gutiérrez; tercer vocal, Raymundo
González; cuarto vocal, Eligio Godínez, y quinto vocal, Dr. C. De Hoyos. agn,dgg,iih-uabc
[25.1], f. 13.

  Bajo el lema “Haciendo Patria”, firmó el presidente J. M. Urquizo, Tijuana, 20 de


23

septiembre de 1930, agn, dgg, iih-uabc [25.1], f. 13. En nota al pie, el secretario de Go-
bernación recomendó al oficial mayor que se hiciera del conocimiento del gobierno del
distrito. La nota fue fechada el 6 de septiembre de 1930. agn,dgg,iih-uabc [25.1], f. 13.

113
Catalina Velázquez Morales • Pedro Espinoza Meléndez

En el Distrito Norte de la Baja California el peligro amarillo ya no es


solamente económico y racial, tiene los trágicos perfiles de interna-
cional; el fatídico Dragón Chino amenaza al Águila de Anáhuac, aún
es tiempo de salvarla[.] ¡Unámonos y venceremos!… [O]bservemos
el ejemplo de nuestros vecinos del Norte… allá el chino no cons-
tituye un serio peligro… debido a que tropieza con una estricta y
rigurosa restricción, con carta de ciudadanía y sin ella….24

Como dejan ver estos testimonios, dichas organizaciones habla-


ban en nombre de la nación y de la raza mexicanas, y era su protec-
ción y cuidado lo que sostenía sus acciones violentas hacia los ex-
tranjeros, específicamente los chinos, pues “el Dragón” representaba
una amenaza para México, simbolizado por el “Águila de Anáhuac”.
Asimismo, llama la atención la ambigüedad con la que se referían a
Estados Unidos: por un lado, era un enemigo, ya que existía el peli-
gro de que la mexicanidad se “americanizara” en la frontera, y por
otro eran un ejemplo a seguir, pues habían logrado mantener a raya
la “amenaza amarilla”.
En este escenario, el inspector de Policía, siguiendo órdenes del
gobernador, clausuró 12 casas comerciales chinas, porque no tenían
empleados mexicanos.25 Ante estas medidas, la legación de China so-
licitó que cesaran los atropellos y se permitiera la reapertura de los
negocios clausurados, tomando en consideración que habían sido ce-

  El Sindicato de Empleados de Cantinas y Restaurantes de Mexicali, Baja California,


24

publicó un desplegado con el siguiente encabezado: “¡¡Frente al peligro amarillo!!


(Al margen de la campaña antichina)”, y al calce, los nombres del secretario general
Alfonso N. Cota, secretario de Actas Heriberto E. Solano, secretario del Exterior José
Álvarez, secretario tesorero G. F. Bringas, secretario bibliotecario Tomás Búrquez, y
secretario del Interior Alejandro Velarde C. (s. f.), agn, dgg, iih-uabc [25.1], f. 9.

  Esto contravenía lo expuesto en la Constitución, en su artículo 4º, y también violaba el


25

artículo 4º de la Ley de Extranjería y Naturalización del 28 de mayo de 1886, aún en vigor.

114
Nación y racismo. Las comunidades chinas en Baja California, 1929-1935

rrados sin que hubiera una orden por escrito ni causas justificadas.
Denunció que se trataba de imponer el ciento por ciento de trabaja-
dores de nacionalidad mexicana, sin tomar en cuenta que muchos de
los negocios clausurados eran sociedades legalmente constituidas en
las que sólo trabajaban los mismos socios, sin necesitar empleados de
ninguna categoría, sin dejar de considerar que su clausura en momen-
tos de crisis causaría daños irreparables.26
El presidente y secretario de la Asociación China de Mexicali, Tuey
Foo y Fernando J. Chee, respectivamente, se dirigieron al ejecutivo
federal para denunciar que se habían presentado documentos que de-
mostraban que los negocios funcionaban como sociedades coopera-
tivas que no contaban con empleados, y aun así en algunas trabajaban
personas de nacionalidad mexicana. Asimismo, consideraban la impo-
sición de las cuotas un ataque a sus garantías individuales consignadas
por la carta magna.27
Ante la queja, el 11 de marzo de 1931 —desde Mexicali—, Car-
los Trejo Lerdo de Tejada, gobernador del territorio,28 contestó que
en virtud de la aguda crisis por la que venían atravesando “los sin
trabajo”, había ordenado que en todos los negocios se diera empleo
preferentemente a los mexicanos. Sin embargo, “los asiáticos, aje-
nos a todo espíritu de cooperación”, se habían negado, por lo cual
ordenó el cierre de sus negocios. Pero con el paso de los días, todas

  agn, dgg [26.4], f. 1, 2, con carácter de urgente, la Secretaría de Relaciones Exteriores


26

envió copia de la queja al secretario de Gobernación, y también se transcribió copia al


gobernador del territorio. Comunicado fechado en México el 26 de febrero de 1931.

  Telegrama firmado por el presidente de la Asociación China de Mexicali, Tuey Foo, y


27

secretario Fernando J. Chee, reenviado el 3 de marzo de 1931, por el secretario de Go-


bernación al gobernador del territorio, Carlos Trejo Lerdo de Tejada. agn, dgg [26.4],f .5.

  Durante su gobierno, Baja California pasó de distrito a territorio el 7 de febrero de 1931.


28

115
Catalina Velázquez Morales • Pedro Espinoza Meléndez

las “casas rebeldes” estaban reanudando sus actividades, ocupando


voluntariamente mexicanos, con lo cual consideraba que terminaba
el problema, favoreciendo “los intereses nacionales”.29
Sin embargo, el desempleo aumentó con la caída del precio del
algodón, y como resultado de ello las empresas extranjeras se negaron
a sembrar, y dejaron sin trabajo a cerca de 5 000 peones, a los que se
sumaban los deportados de Estados Unidos (Trejo, 1931, p. 35).
Mientras las críticas contra las asociaciones y sociedades chinas
aumentaban, Trejo propuso una organización de empleo semejante
a la que practicaban las cooperativas chinas para las nuevas colonias
que se establecieron durante su gobierno, las cuales debían trabajar
con las grandes empresas para, de esta manera, lograr reemplazar
grupos de trabajadores asiáticos por mexicanos (Trejo, 1931, p. 37).30

El comercio de Ensenada está acaparado por ocho o diez extranje-


ros que han explotado y explotan judaicamente esa región. Forman
un grupo más que conservador […] enemigos irreconciliables de
la revolución; y a este grupo pertenece el delegado David Zárate,
viejo intrigante, vinculado hace muchos años con esa mafia […] han
hecho sus fortunas a costa de la miseria colectiva […] dicen que En-
senada está así porque es la cenicienta de los gobiernos.31

29
  agn, dgg [26.4],f. 6.

  Entre sus logros, Trejo Lerdo de Tejada manifestó que durante su año de gobierno
30

salieron más de 2 000 chinos de Mexicali. El número de asiáticos de este país registrado
en los censos de población durante este periodo manifiesta una disminución notable:
mientras en 1930 aparecen 2 982, en la siguiente década sólo se enlistan 618 en el
país (Quinto censo de población…, [s. f.], pp.11 y 31; Sexto censo de población 1940…,
[1947], pp. 15 y 23).
31
  Sexto censo de población 1940… (1947), p. 12.

116
Nación y racismo. Las comunidades chinas en Baja California, 1929-1935

Llama la atención los adjetivos que en esta ocasión se utilizaron


para descalificar a los enemigos, que no sólo son extranjeros, sino
también “conservadores” y “enemigos de la revolución” que explota-
ban la región “judaicamente”.
Sin embargo, los chinos no eran los únicos que trataban de pro-
teger los empleos para sus connacionales, estaban las agrupaciones
sindicales que no sólo disputaban la plaza a los extranjeros, sino que
también iban contra los trabajadores mexicanos que no pertenecían
a su gremio. Los grupos organizados bajo la Federación de Sindi-
catos y Uniones Obreras de Tijuana, miembro de la crom, en su
momento solicitaron al secretario de Gobernación que se les diera
preferencia a sus agremiados sobre los trabajadores que no habían
nacido en México.32
En agosto de 1932, el Comité Pro Raza “Rodolfo Elías Calles”
de Mexicali solicitó a la Secretaría de Gobernación que se evitara
la inmigración de chinos a Baja California.33 Dos meses después,
la Legación de China manifestó su inconformidad porque recibió
informes de que los comités antichinos de Mexicali y Los Mochis
habían reanudado sus actividades, por lo que solicitaba garantías
de que sus derechos serían respetados.34 Los representantes diplo-
máticos de China en el país siempre estaban pendientes de las cam-
pañas y manifestaciones racistas, especialmente porque, para ese

 Por la causa del trabajador organizado, bajo el lema “Salud y revolución social”,
32

en Tijuana, B. C., 15 de enero de 1932, firmó el Comité Ejecutivo, secretario general


Jorge Valeriano y secretario del Exterior Otilio S. Rivera. agn, dgg [25.1], f. 18.
33
  agn, dgg [25.1], f. 31.
34
  10 de octubre de 1932, agn, dgg [25.1], f. 33. “[…] no es precisamente la inmigración
de trabajadores americanos la que ha creado el problema que actualmente existe[,]
sino la inmigración de trabajadores asiáticos[,] pues desde hace varios años […] existen
en este Distrito cerca de siete mil chinos […]”. agn, dgg [25.1], f. 37.

117
Catalina Velázquez Morales • Pedro Espinoza Meléndez

momento, algunos importantes comerciantes que habían salido del


país con el permiso del gobierno mexicano, encontraban dificulta-
des para reingresar.
En este escenario, los miembros del Partido Nacionalista Pro Raza
esperaban que las autoridades legislaran35 “en beneficio de los intere-
ses raciales como lo han hecho ya los gobiernos de Sonora, Sinaloa y
Chihuahua y otras entidades donde sí han contado los nuestros, con
una protección leal, patriótica y espontánea”.36 Una de las caracterís-
ticas de estas cartas era la convocatoria que se dirigía al secretario de
Gobernación, pidiendo apoyo a las actividades que organizaban, siem-
pre apelando a su sentimiento nacionalista.
Adicionalmente, de nuevo apareció la vieja propaganda para que se
prohibiera el matrimonio y amasiato de mujeres mexicanas con indivi-
duos de raza china, aunque estos tuvieran la nacionalidad mexicana:37

que se nos permita a los que ejercemos la medicina denunciar ante


las autoridades correspondientes los casos de nacimientos de mexi-
canas con chinos japoneses o negros u otras razas detestables […]
que se nos permita fiscalizar los dormitorios de chinos japoneses y
otras razas que duermen amontonadas en un solo departamento, y
esto no por el momento[,] sino por costumbre […].38

  Primero se fundó el Partido Nacionalista Antichino, después se cambió el nombre a


35

Partido Nacionalista Pro Raza. 2 de noviembre de 1932, agn, dgg [25.1], f. 34.

  Carta fechada en Mexicali el 8 de mayo de 1933. Firmó Jesús D. Astorga.


36
agn, dgg
[25.1], f. 38.

  Firma “Por la Patria y por la Raza, Partido Nacionalista Pro Raza”, Jesús D. Astorga,
37

presidente, y Jesús Esquer, secretario, con copia para el Comité Directivo de la Campa-
ña Pro Raza, oficinas generales, pnr, México, D. F. agn, dgg [25.1], f. 38. Lo mencionado
hasta ahora resulta ser un documento escrito en tono ofensivo y denigrante contra los
chinos de Baja California. agn, dgg [25.1], fs. 36-41.
38
  agn, dgg [25.1], f. 79. Carta enviada por Ramón de la Paz al ejecutivo federal,

118
Nación y racismo. Las comunidades chinas en Baja California, 1929-1935

También se repitió la práctica de cerrar comercios. En febrero de


1934, mientras el ministro de China solicitaba que se le informara
sobre el cierre de comercios de chinos en Ensenada, Gobernación
envió una nota confidencial al gobernador, para conocer más de los
informes rendidos por los jefes del Servicio de Migración en Tijuana
y Ensenada sobre incursiones de nacionales chinos en territorio esta-
dounidense; por el mismo medio recomendó…

que se eviten de una manera perfecta las incursiones ilegítimas de


chinos en territorio de los Estados Unidos, porque tratándose de una
zona directamente dependiente de las autoridades federales mexica-
nas[,] hechos de esta naturaleza como los que hace algunos meses se
verificaron en Sonora[,] en los que se atribuyó a las autoridades loca-
les que obligaban a nacionales chinos a cruzar la línea por puntos
no autorizados, podrían dar margen a molestias con el gobierno de
Estados Unidos[,] que ya en forma extraoficial ha anunciado los pe-
ligros de estas incursiones ilegítimas a territorio americano.39

El convenio

El día del llamado convenio, 21 de febrero, a las 7 de la noche, los


elementos antichinos enviaron cerca de 30 personas a las tiendas de
Rafael Chan y Cía. y Yun Kui y Cía., y una vez allí pidieron que los
señores Roberto Cuan, Ramón León y José Malock fueran a la Cámara

fechada en Ensenada el 2 de marzo de 1934, papel membretado Botica de la Paz,


av. Ruiz 488, Ensenada.

  agn, dgg [25.1], f. 48. Oficio dirigido por la Secretaría de Relaciones Exteriores al
39

secretario de Gobernación, fechado en México, D. F., el 10 de febrero de 1934. Firmó


el secretario Dr. J. M. Puig Casauranc.

119
Catalina Velázquez Morales • Pedro Espinoza Meléndez

Mexicana de Comercio: “les presentaron el convenio […] para que,


sin discusión[,] lo firmaran; y como se rehusaran a hacerlo, fueron
violentamente amenazados, hasta por medio de las armas; visto lo cual
y para salvarse, tuvieron que firmar el dicho convenio”.40
Posteriormente, intentando ocultar las arbitrariedades y simulando un
acto legal, se redactó un acta41 con ocho puntos, en los que se anotaron los
“acuerdos” logrados entre el comité y la comunidad china: 1) Los comer-
cios chinos del puerto de Ensenada serían cerrados y los extranjeros de di-
cha nacionalidad deberían salir de la región. 2) Los dueños de esos estable-
cimientos entregarían sus constancias de clausura al Comité Nacionalista
para ser presentadas en las instancias gubernamentales correspondientes.
3) Además de cumplir todas las leyes al momento de abandonar el lugar,
deberían reportarse con el consulado estadounidense para cumplir así con
las formas estipuladas por dicha nación para internarse en ella. 4) Las ca-
sas comerciales afectadas (Yun Kui y Cía. y Rafael Chan y Cía.) quedaban
obligadas a liquidar sus existencias, y se comprometerían a no traer más

 Carta fechada en México, D. F., el 8 de marzo de 1934, enviada al secretario de


40

Gobernación, por W. S. Wong, agn, dgg [25.1], fs. 90-91.


41
  En Ensenada, el 21 de febrero de 1934, comparecieron, por una parte, Roberto Cuan
L., en representación de Yun Kui & Cía., y José Malock como representante del resto
de la colonia china, y en particular de los establecimientos de comercio en pequeño;
y, por otra parte, Luis G. Beltrán, Antonio Ptacnik, Manuel Inzunza, Santos B. Cota y
Pablo C. González, como presidente, vicepresidente, secretario, tesorero y prosecre-
tario, respectivamente, del Comité Nacionalista de Ensenada. La mayoría de ellos,
miembros activos de la Cámara Nacional de Comercio, Industria, Agrícola y Minera de
esta población, manifestaron que, con la intervención de David Zárate y Ricardo Rome-
ro, presidente el primero y secretario el segundo de dicha Cámara de Comercio, desea-
ban celebrar una junta, acogiéndose a las prerrogativas que ofrecían los estatutos de
dicha institución, para que los citados directores de la Cámara de Comercio sirvieran
de mediadores en la contienda establecida entre ambos grupos, y en la cual el Comité
Nacionalista ha estado insistiendo en la clausura del comercio chino y la salida de esta
región de dichos extranjeros. Estando todos de acuerdo y sin presión extraña, llegaron
a los siguientes acuerdos.

120
Nación y racismo. Las comunidades chinas en Baja California, 1929-1935

mercancía durante tres meses. 5) “También se acuerda que esas dos casas
citadas dispondrán de un plazo de 180 días, contados desde esta fecha,
para que sus apoderados, que no pasarán de tres personas por cada casa,
efectúen los cobros que tengan pendientes y ultimen sus demás asuntos
relacionados con su salida de la región”. 6) Adicional a la liquidación, de-
berán traspasar sus existencias y locales a ciudadanos mexicanos en un
plazo de un mes. 7) El comité vigilará dichas operaciones “a fin de que no
se viole el espíritu nacionalista y patriótico que anima a dicho Comité”. 8)
La organización nacionalista no actuaría contra las casas que cumplieran
los acuerdos, “y se reserva sus derechos para seguir su campaña adelante
contra aquellas casas que faltaron al cumplimiento de estos acuerdos, o
que se rehúsen a firmar los acuerdos tomados”.42
Ante los acontecimientos, el gobernador Agustín Olachea43 infor-
mó a Gobernación que “no era necesaria la intervención de las autori-
dades porque los nacionalistas habían actuado con cordura, y en unos
días estaría solucionado el incidente”.44 Sin embargo, desde Goberna-
ción se tenía otro punto de vista:

redoble sus medidas para que nacionales chinos gocen de amplias y


efectivas garantías a que tienen derecho de conformidad ley, garan-
tías que por otra parte, gobierno federal no violará ni permitirá que
se violen, dadas cordiales y recíprocamente respetuosas relaciones
existentes entre China y México.45

42
  agn, dgg [25.1], fs. 92-93.

  General de Brigada, estuvo en el cargo entre el 8 de septiembre de 1932 y el 7 de


43

septiembre de 1935.

  Oficio transcrito al secretario de Relaciones Exteriores, por Eduardo Vasconcelos,


44

secretario de Gobernación. México, 21 de febrero de 1934, agn, dgg [25.1], f. 65.

  Eduardo Vasconcelos, secretario de Gobernación, al gobernador del Territorio Norte,


45

fechado en ciudad de México, 21 de febrero de 1934, agn, dgg [25.1], f. 65.

121
Catalina Velázquez Morales • Pedro Espinoza Meléndez

En respuesta, recalcó que el convenio se había firmado entre los


representantes de los comerciantes chinos y los comerciantes judíos,
por un lado, y los representantes de la Cámara Nacional de Comercio
y del comité “Liga Nacional”, por el otro; los chinos contarían con
un mes para liquidar sus negocios y los judíos con tres, de esta forma
quedaría resuelto “definitivamente” el conflicto.46
Pero lo que Olachea veía como el final de un conflicto, para el go-
bierno federal sólo era el principio. La Asociación China de Mexicali
se quejó ante la ilegalidad del convenio, y el gobernador respondió
siempre minimizando los hechos: “cónstame ningún ciudadano mexi-
cano procedió cerrar puertas establecimientos ciudadanos chinos”.
Consideraba que “la población por iniciativa propia había acordado
no comprar en establecimientos de chinos”. Sin embargo, ante la pre-
sión, el presidente de la Asociación China de Ensenada acordó con el
Comité Nacional —por medio de la Cámara Nacional de Comercio—
fijar un plazo para liquidar definitivamente sus negocios. Rafael Chan
debería liquidar todo en tres meses, y las asociaciones pequeñas ten-
drían un mes “todo en completa calma”.47 Dicha situación, que compla-
cía al gobernador, contravenía las indicaciones que se le enviaban en
diferentes tonos desde la capital. Se entrevistó con el vicecónsul Y. C.
Hu, y le manifestó que su gobierno estaría dispuesto a cooperar con la
colonia china “para que pobres que justificadamente no tuvieran para
pasajes su tierra u otros lugares conviniérales déseles facilidades dedi-
carse agricultura en márgenes Río Colorado”.48 Ante este panorama, el
cónsul de China manifestó a la Secretaría de Gobernación:

46
  Firma Olachea, Mexicali, vía radio 22, 23 de febrero de 1934, agn, dgg [25.1], f. 66.
47
  Olachea, 23 de febrero de 1934, agn, dgg [25.1], fs. 67-69.
48
  agn, dgg [25.1], fs. 67-69.

122
Nación y racismo. Las comunidades chinas en Baja California, 1929-1935

las autoridades de un país están obligadas no solamente a castigar los


delitos, sino a prevenirlos, y por lo tanto las autoridades de la Baja
California tienen en mi sentir la obligación precisa de impedir que
por medio de la fuerza se coarte la libertad, tanto de los comercian-
tes chinos para vender como de los mexicanos que están fuera de la
liga antichina, para comprar. Las autoridades de la Baja California,
sin embargo, no han puesto de su parte nada para evitar esta situa-
ción, y se conforman con decir que se trata de un movimiento de la
opinión pública.49

La comisión

Ante la presión de China y Estados Unidos, y la posibilidad de que au-


mentara la violencia contra los chinos, la Secretaría de Gobernación,
por medio de una comunicación estrictamente confidencial, llamó al
abogado Luis Meixueiro, y verbalmente se le planteó el problema que
había sido expresado por la Secretaría de Relaciones Exteriores. Ante
la falta de información confiable, Meixueiro sugirió recabar los da-
tos y pruebas necesarias a propósito de la campaña antichina en Baja
California, por medio de una comisión especial que debería llevar un
“espíritu de conciliación” entre los intereses enfrentados.50
Según el expediente abierto en Gobernación, desde 1929 la Le-
gación de China solicitaba la suspensión de la campaña antichina en
Baja California. Sobre el tema se habían intercambiado diversos co-

  Parte de la correspondencia intercambiada entre la Legación China y Gobernación,


49

fechada en México, D. F., 8 de marzo de 1934, agn, dgg [25.1], f. 89.

  Luis Meixueiro, por medio de memorándum fechado en México el 13 de marzo de


50

1934, al oficial mayor, agn, dgg [25.1], fs. 94-96.

123
Catalina Velázquez Morales • Pedro Espinoza Meléndez

municados, y algunos demostraban que se habían girado instruccio-


nes en el sentido de que se respetaran las garantías constitucionales
de los ciudadanos chinos. El ministro de China había manifestado:
“como el territorio de la Baja California depende directamente del
ejecutivo de la federación, no podrían evadirse responsabilidades
por el gobierno federal o alargar para un futuro lejano la solución
del conflicto, ni alegar la cuestión de soberanía de Estado con res-
pecto a su legislación propia o a actos de sus autoridades locales en
que la federación no tuviera responsabilidad directa”.51 Dicho texto
deja entrever el conocimiento que tenían los diplomáticos sobre la
forma en que el gobierno federal se había deslindado anteriormente
de su responsabilidad de intervenir ante las campañas que se habían
organizado contra sus connacionales en otras entidades.
Lo que sucedía en Ensenada iba más allá de una campaña verbal,
al punto de que aparecieron grupos llamados “guardias verdes” que
prohibían la entrada a los establecimientos chinos. De acuerdo con los
denunciantes, este procedimiento violaba la libertad de comercio, y
señalaron que las autoridades estaban obligadas no únicamente a cas-
tigar los delitos, sino a prevenirlos, lo cual no habían hecho las de Baja
California, considerando que “es principio de derecho internacional el
que un gobierno no sólo es responsable de los actos de sus funciona-
rios, sino también de los de las masas de sus ciudadanos cuando estos
manifiestan odio para los extranjeros amigos […]”.
Para respaldar sus argumentos, agregó una copia del acuerdo,
para dar cuenta de que “ningún individuo pactaría en su detrimento
las cosas que se han asentado en tal convenio, sin que mediara una
fuerte, ineludible presión”. Por ello, solicitó al gobierno federal que

51
  agn, dgg [25.1], f. 94.

124
Nación y racismo. Las comunidades chinas en Baja California, 1929-1935

tomara las medidas necesarias para que terminara esa situación, ya


que una de las consecuencias había sido arrojar fuera de la Baja Ca-
lifornia a los comerciantes chinos en masa.52
Después de revisar el expediente, para Meixueiro resultó claro que
no tenía objeto solicitar información sobre los sucesos a las autorida-
des del distrito. Además, se debía considerar que, en el supuesto de
que fueran ciertos los hechos denunciados por la comunidad china,
seguramente existirían violaciones a la Constitución y al Código Penal vi-
gente, cuya tolerancia por parte de las autoridades mexicanas afectaría
la buena armonía en sus relaciones con un “país amigo” como se
consideraba a China.53
La presión diplomática de China no era novedad, ya que en octu-
bre de 1932 había presentado ante la Liga de las Naciones un informe
detallado sobre la violencia que se ejercía contra sus ciudadanos re-
sidentes en México (Gómez, 1988, p. 389 xiv). Dos años después, la
posición del gobierno seguía siendo poco clara, pero las circunstancias
nacionales e internacionales se habían modificado, y difícilmente se
podría solapar una campaña como la ocurrida 10 años atrás en Sonora.
El nombramiento de la comisión provocó que el gobernador dejara
de facilitar las actividades de los grupos nacionalistas antichinos. El 16
de marzo de 1934, José María Rodríguez y Héctor A. Migoni, presiden-
te del pnr el primero y presidente del Comité Pro Raza de Mexicali el
segundo, enviaron un telegrama “urgente” al secretario de Goberna-
ción, para manifestar su disgusto porque se les había negado permiso
para realizar una “manifestación nacionalista [...] un acto patriótico en
uso derechos conceden nuestras leyes a ciudadanos”, y como se consi-

52
  agn, dgg [25.1], f. 95.
53
  agn, dgg [25.1], f. 96.

125
Catalina Velázquez Morales • Pedro Espinoza Meléndez

deraban “buenos mexicanos”, daban por hecho que la manifestación


sería ordenada54. Para los miembros de la Liga Nacionalista Mexicana,
la desautorización de la marcha era una “obra maléfica” de “elementos
antimexicanos”, porque pensaban que la campaña contribuía a la unifi-
cación de la familia mexicana y al acercamiento gremial de los obreros
dentro de la ideología revolucionaria.55 Ante la negativa dada —pese a
la intervención del Comité Ejecutivo del pnr—, exigían explicaciones.56
Mientras tanto, los informes que presentaba Olachea a Goberna-
ción sobre los sucesos de Ensenada seguían teniendo la intención de
restarle importancia a los enfrentamientos, a pesar de que se empeza-
ban a registrar algunos actos violentos, entre individuos que se movían
al margen de los grupos en conflicto:

Es absolutamente falso que casa Rafael Chan y Cía. y Yun Kui y Cía.
hayan sido lapidadas pues de las investigaciones que acabo de hacer
resulta que únicamente José Ma. Beltrán se dio de bofetadas con
otros individuos frente a la tienda Kui y Cía., sin lesionarse ni uno
ni otro […] a Enrique Golbaum le recogió López Uribe una película
fotográfica que había tomado de un grupo de individuos que estaba
observando la tienda ofreciendo pagársele, sufriendo un empellón
por un individuo a quien no conoce.57

Olachea comunicó que había hecho saber a los representantes


de todo el comercio asiático de Ensenada que los extranjeros que

  Respetuosamente, Comité General Pro Raza. 16 de marzo de 1934, V. Carranza, 125


54

altos, México, D. F., agn, dgg [25.1], f. 101.


55
  Firmó el presidente Héctor A. Migoni, agn, dgg [25.1], f. 104.
56
  Firmó el presidente del Comité Ejecutivo pnr, Rafael Lomelí, agn, dgg [25.1], fs. 106.

  Radiograma, ejército nacional, servicio de transmisiones, de Olachea a secretario


57

Gobernación, fechado en Ensenada el 13 de marzo de 1934, agn, dgg [25.1], f. 107.

126
Nación y racismo. Las comunidades chinas en Baja California, 1929-1935

cumplieran con las leyes gozarían de todas las garantías, ante lo cual
manifestaron que cumplirían con los requisitos que señalaba el Có-
digo Sanitario y el Reglamento de la Ciudad. Les aseguró también que en
cuanto cumplieran con esos requisitos podrían abrir sus estableci-
mientos, que ellos mismos habían cerrado en señal de protesta por
las hostilidades. Olachea consideraba que…

ya no tendrán motivo para alterar información sobre situación este


lugar. Los apoderados de los intereses chinos pues su mala fe se ha
comprobado al estar molestando a la Presidencia República procu-
rando desprestigiar al pueblo de Ensenada en la prensa amarillista
sin ocurrir ante las autoridades judiciales federales del territorio
quienes por ningún motivo dejan de cumplir con su deber.58

La posición asumida por Olachea en sus comunicados en oca-


siones es confusa y contradictoria. Pareciera que en realidad fueran
dos personas diferentes quienes redactaban los memorandos en-
viados a Gobernación. Finalmente, ante la inconformidad de los
nacionalistas bajacalifornianos, el 11 de abril de 1934 Gobernación
comunicó al gobernador del territorio que se había designado una
comisión especial, en busca de una solución definitiva con los chi-
nos. Luis Meixueiro estaba facultado para cambiar impresiones con
Olachea e investigar. Este abogado especialista del Departamento
Consultivo y de Justicia estaría acompañado en el desempeño de
su encargo por el agente de los servicios especiales Constantino
Belmar.59

  Telegrama lleno de contradicciones, del general Olachea al secretario de Goberna-


58

ción, Ensenada, el 13 de marzo de 1934, agn, dgg [25.1], fs. 107-108.


59
  México, 11 de abril de 1934, Eduardo Vasconcelos, agn, dgg [25.1], f. 112.

127
Catalina Velázquez Morales • Pedro Espinoza Meléndez

Mientras tanto, las contradicciones resultaban evidentes, y en tanto


Olachea sostenía que los chinos habían cerrado sus comercios por deci-
sión propia, Ramón de la Paz, residente en Ensenada, afirmaba: “nosotros
los nacionalistas estamos llevando una campaña contra el extranjerismo”;
consideraba que triunfarían porque en dos meses habían logrado clausu-
rar los negocios de los chinos, aunque de nuevo estaban abriendo, por lo
cual solicitaba el apoyo de las autoridades en los siguientes términos:

préstenos su valioso contingente oficial y moral que los extranje-


ros no se rían de nosotros que no nos arrebaten lo nuestro y como
aparecemos ante las demás naciones, si no hemos podido quitar a
los chinos, menos podremos quitar a otras naciones más poderosas
[…] no darse más tarjetas de sanidad a chinos, japoneses y negros de
origen extranjero y de allí para adelante […] que nuestra República
de México sea netamente de los mexicanos y no de los traidores
extranjeros envidiosos […] que se gestione ante quien corresponda
la revisión de los extranjeros que tienen comprados terrenos en este
fundo legal de Ensenada.60

José Malok, representante de la comunidad china de Ensenada, se


comunicó con el licenciado Edmundo J. Guajardo —el 24 de abril de
1934— para aprovechar su estancia en la capital, porque podría hacer con
más eficacia las gestiones necesarias ante el presidente para que el gober-
nador del territorio, y especialmente el delegado del gobierno, “no sigan
hostilizando, tan injustamente a la colonia china, con sus procedimientos
ilegales y arbitrarios”:61

  Se transcribió escrito de Ramón de la Paz a la Secretaría de Relaciones Exteriores,


60

el 5 de abril; también para Gobernación, el 20 de abril de 1934, por Antonio Pozzi,


abogado consultor, agn, dgg [25.1], f. 113.
61
  agn, dgg [25.1], f. 115.

128
Nación y racismo. Las comunidades chinas en Baja California, 1929-1935

se les obliga a hacer una solicitud para una nueva apertura; que se
acompañe certificado de la delegación sanitaria sobre que el local res-
pectivo está higienizado; que se diga en aquella solicitud cuántos tra-
bajadores mexicanos van a ser ocupados; los nombres de ellos y que
el contrato de trabajo correspondiente sea previamente sancionado
por la delegación. Una vez llenado todo esto se fija como cuota por la
apertura o derecho de patente la escandalosa suma de 250 pesos sin
tener en cuenta la insignificancia del negocio que en muchos casos
no llega su capital a 200. Lo cual es poco si se tiene en cuenta la falta
de moralidad del delegado al tratar de molestar en forma más seria
a algunos de los comerciantes chinos. Es el caso que abusando de la
ignorancia y buena fe de algunos de ellos, lo ha hecho comparecer a
su presencia y después de levantar una acta en que hace constar que
fulana o sutana fueron sus trabajadores, les sugiere la conveniencia de
que la firmen o los obliga. Este proceder lleva por fin aconsejar, como
lo ha hecho con una mujer de apellido Peralta y otras personas, que
presenten ante la Junta de Conciliación su reclamación, tanto por falta
completa del salario, queriendo hacer aparecer que se les ha pagado un
peso diario, en lugar de tres, que es el mínimo en la región, como por
la indemnización consiguiente —tres meses de sueldo— en virtud de
que fueron despedidas por el patrón. Mayor descaro no puede existir.62

Este testimonio resulta importante porque describe con precisión


los abusos y las arbitrariedades administrativas que se cometían contra
los comerciantes chinos. Una copia de la carta se le envió al gobernador
“con la súplica muy atenta de que se sirva dictar las órdenes correspon-
dientes a fin de que se impartan amplias y efectivas garantías a los quejo-
sos, informando a esta dependencia del ejecutivo sobre el particular”.63

  agn, dgg [25.1], carta enviada por José Malock, representante de la colonia china
62

en Ensenada, al licenciado Edmundo J. Guajardo. Ensenada, 24 de abril de 1934, fs.


115-116.
63
  agn, dgg [25.1]. Se marcó copia a Guajardo para que tomara nota de las recomenda-

129
Catalina Velázquez Morales • Pedro Espinoza Meléndez

Mientras Olachea trataba de restarle importancia a la campaña de


la Liga Nacionalista, Ramón de la Paz, desde su botica en Ensenada,
seguía intentando presionar al secretario de Gobernación:

en meses pasados ya se había conseguido la clausura de todos los


comerciantes chinos, los cuales eran acaparadores de todos los
negocios comerciales y siembras y agua, de nueva cuenta estos
extranjeros vuelven a abrir al público sus negocios comerciales, y
hoy se ven en sus comercios muy orgullosos de sus triunfos ob-
tenidos hasta estas fechas, y hasta mexicanos de poco escrúpulo
se permiten que se les llame como el mismo nombre de un chino
acaudalado comerciante de este puerto de nombre Rafael Chan,
estos extranjeros por lo visto tienen dos escrituras de sociedad una
privada y otra pública y la pública la hacen en forma cooperativa
para que ellos se basten en sus negocios y no se les exija el noventa
u ochenta por ciento de trabajadores.64

Sugirió que se decretara que todo extranjero que tuviera un negocio,


sin importar su nacionalidad, debía tener un empleado “netamente mexi-
cano, que no se les permita tener excedentes de personas de su misma
raza u otras razas en su interior de sus establecimientos so pretexto de vi-
sitantes u familiares que en sus comercias no se les permitan alojamientos
a otros extranjeros sino únicamente los interesados del negocio.” 65
La copia de otra carta del mismo personaje se reenvió al Departa-
mento de Salubridad Pública: “[…] nosotros los nacionalistas estamos

ciones, México, 7 de mayo de 1934, agn, dgg [25.1], f. 116.


64
  agn, dgg [25.1], f. 121.

  Carta fechada en Ensenada el 3 de mayo de 1934, dirigida a Eduardo Vasconcelos,


65

secretario de Gobernación, por Ramón de la Paz, copia para el jefe del Trabajo, Ing.
Juan de Dios Bojórquez, agn, dgg [25.1], f. 121.

130
Nación y racismo. Las comunidades chinas en Baja California, 1929-1935

llevando a cabo una campaña contra el extranjerismo, pero es más pe-


sada la llevada contra los nuestros apasionados por los extranjeros”.66
Sustentándose en una visión victimista del nacionalismo, exigieron que
no se les dieran más tarjetas de sanidad a chinos, japoneses y negros
de origen extranjero.67 Para el boticario, los trámites que los chinos
realizaban los acercaban a la nacionalización, y los grupos menciona-
dos consideraban que “algunas autoridades”, como el inspector del
Trabajo, el delegado del Departamento de Salubridad y el personal de
Aduanas, eran remisos en el cumplimiento de sus funciones respecto a
los extranjeros, algo que colocaba a los mexicanos en desventaja.

El informe

Como se mencionó antes, Meixueiro llegó a Mexicali el 12 de abril de


1934. Inmediatamente se puso a sus órdenes el agente de los Servicios
Especiales Constantino Belmar, quien al parecer vivía en la región. En
su entrevista con el gobernador Olachea le propuso que juntos resol-
vieran el problema de la propaganda antichina para terminar con el in-
cidente diplomático. El gobernador le comunicó al comisionado que
lo apoyaría para que celebrara juntas con los involucrados, dinámica
de trabajo que no deseaban las autoridades federales. En un telegrama
“extraurgente y secreto”, Gobernación recomendó a Meixueiro que
siguiera las instrucciones que se le habían dado y que no agitara la si-

66
  agn, dgg [25.1], f. 122.

  Por medio de oficio membretado de la Procuraduría General de la República, José


67

Ángel Contreras, agente primero sustituto, México, D. F., 7 de mayo de 1934, envió
copia de la carta de Ramón de la Paz al jefe del Departamento de Salubridad Pública,
agn, dgg [25.1], fs. 122-123.

131
Catalina Velázquez Morales • Pedro Espinoza Meléndez

tuación con juntas que reavivarían la pugna: debía limitarse a observar


y tomar notas con discreción y en forma indirecta, pero de ninguna
manera por medio de juntas.68
Entre el 13 y el 23 de marzo se reunió con los actores involu-
crados en el conflicto. Empezó con algunos miembros del comité
directivo de la Liga Nacionalista establecida en Mexicali; al día si-
guiente, con el vicecónsul de la República de China en Mexicali y su
secretario. Olachea manifestó que la colonia china debía transformar
sus métodos de trabajo, encaminándolos a cooperar con el obrero
mexicano, a quien “actualmente se excluye del proceso económico,
lo que origina su resentimiento”.69 El vicecónsul agradeció las
atenciones de que eran objeto sus connacionales, tanto del gobierno
federal como del local, y dijo que procuraría que la colonia china se
ajustara a los mandamientos legales. También se reunió de nuevo
con el gobernador, el vicecónsul, su secretario y el abogado patrono
de la colonia china, Edmundo T. Guajardo.
En Tecate y Tijuana no había ningún problema. En Ensenada se
reunieron con miembros del Comité Nacionalista, quienes se decían
preocupados por el aumento de extranjeros, principalmente chinos,
que según ellos se habían adueñado de toda actividad productiva, a
los que no se podía hacer competencia por su bajo estándar de vida y
que no pagaban el salario mínimo. Por estas razones —dijeron— ha-
bían organizado el comité e iniciado la campaña, en la que no habían
contado ni con el inspector del Trabajo, ni con el delegado del Depar-
tamento de Salubridad: “las informaciones dadas por la prensa amari-

68
  agn, dgg [25.1], f. 161.

  Anexó copias de las comunicaciones giradas por el gobernador que les recomendaba
69

respeto a la ley, agn, dgg [25.1], f. 134.

132
Nación y racismo. Las comunidades chinas en Baja California, 1929-1935

llista en relación con los hechos ocurridos en Ensenada es tendenciosa


y pagada”, y respecto al convenio: “es falso que hayan recurrido a la
violencia para que fuera aceptado, pues siempre han respetado las per-
sonas y las propiedades de los extranjeros”. 70
También se reunieron con algunos miembros de la colonia china
en Ensenada. Posteriormente hicieron lo mismo con el presidente y
el secretario de la Cámara Nacional del Comercio, Industrial, Agrícola
y Minera de la misma localidad. Cuando platicaron de nuevo con los
comerciantes chinos les dijeron que los hechos relativos al cierre de
sus comercios se habían desvirtuado porque “fueron los miembros
del Comité Nacionalista quienes los clausuraron; que el delegado del
gobierno no tomó en cuenta las quejas que en esa ocasión le presen-
taron; y que si ya han abierto los principales comercios, aún quedan
algunos cuyos propietarios están gestionando la reapertura, pues el
resto 7 u 8 pequeñas negociaciones, no volverán a abrir para evitar
posteriores dificultades”.71
En Mexicali, los miembros de la Liga Nacionalista dijeron “que de-
searían que el gobierno federal designara a algunos miembros de la liga
como auxiliares honorarios en materia de migración; que por lo que se
refiere al servicio aduanal, hay mucho descuido en el comercio de dro-
gas; que igualmente existe abandono en lo que se refiere a salubridad
y trabajo”.72 Para concluir con su reporte, el redactor afirmó que en
todas las poblaciones había buscado la forma de platicar con personas
ajenas al conflicto; también se abstuvo de entrevistar a los delegados del

  Anexó copias de las comunicaciones giradas por el gobernador, que les recomendaba
70

respeto a la ley, agn, dgg [25.1], f. 134.


71
  agn, dgg [25.1], f. 136.
72
  agn, dgg [25.1], f. 137.

133
Catalina Velázquez Morales • Pedro Espinoza Meléndez

Departamento de Salubridad. Al informe final se agregó una relación


de nombres, giros comerciales, ubicación y cantidades invertidas por
los chinos en los diferentes municipios, con lo cual el gobierno federal
podría conocer el papel que estaban jugando en ese momento en las
actividades comerciales de la Baja California. Sin duda, esta información
era relevante, debido al entorno socioeconómico de la entidad.

Indicadores económicos

Según el informe, el número de habitantes del Territorio Norte de la


Baja California ascendía a 50 000 habitantes, 6 000 eran extranjeros
(12%), de los cuales una tercera parte tenía la nacionalidad china.
Según el documento había un promedio de 2 000 chinos, es decir,
4% de la población.73
El capital total aproximado invertido era de 86 millones de pesos, de
los cuales la colonia china aportaba 205 804.74, según datos proporcio-
nados por el gobierno local, o 2 370 000 pesos, de acuerdo con infor-
mación del vicecónsul. Meixueiro puso cierto énfasis en la diferencia de
datos. Tomando la mayor de las cifras, el capital chino significaba 3%
de lo invertido en el territorio, y casi la totalidad de ese porcentaje refe-
ría a la industria y el comercio, pues su representación en propiedades
rústicas y urbanas era nula. El autor hizo notar que más de la mitad de
los chinos y su capital se encontraban en Mexicali, donde se ubicaban
la mayoría de sus industrias, mientras que en Tijuana, y sobre todo en
Ensenada, se dedicaban principalmente a las actividades comerciales.74

73
  agn, dgg [25.1], f. 138.
74
  agn, dgg [25.1], fs. 138,139.

134
Nación y racismo. Las comunidades chinas en Baja California, 1929-1935

En resumen, las observaciones del abogado fueron:

1. En el Territorio Norte de la Baja California existe el problema chi-


no, originado no precisamente por el elevado porcentaje de la pobla-
ción o capital que no lo hay, sino por la actitud de esa colonia que no
convive con el pueblo mexicano ni trata de asimilarse. Por su sistema
de trabajo en economías cerradas pues se organizan en cooperativas
u otras sociedades para eludir el porcentaje de obreros mexicanos, a
quienes sólo ocupan accidentalmente al levantar cosechas o en otras
actividades siempre transitorias. Porque procuran no cumplir con el
pago del salario mínimo, con las disposiciones fiscales de Salubridad,
lo cual, unido a su bajo costo de vida, los coloca en situación ven-
tajosa que se manifiesta en el acaparamiento del comercio aunque
representa pequeñas inversiones.

2. La campaña contra los elementos chinos se explica por la viola-


ción de las leyes, por el desarrollo de enfermedades y la indiferencia
de algunas autoridades ante el problema.

3. Sólo en Ensenada se extremó la campaña nacionalista al grado de


desconocer los derechos de los residentes chinos y obtener la firma
de un convenio perjudicial para ellos, no por la fuerza, pero sí con
coacción moral y por la amenaza de ejercitar la acción directa; ante
su ilegalidad quedó sin efecto.

4. El conflicto creado por el cierre de los comercios chinos de En-


senada ya se resolvió, los establecimientos se están abriendo sin ser
molestados por los miembros del Comité Nacionalista.

5. Las organizaciones que llevan a cabo la campaña no desean caer


en la ilegalidad, pero esperan que el gobierno preste atención a las
irregularidades que han denunciado y que sujete a los extranjeros al
cumplimiento de la ley.

6. Los individuos de origen chino que se han nacionalizado indebi-

135
Catalina Velázquez Morales • Pedro Espinoza Meléndez

damente acuden a la protección de la República China, quienes sin


justificación se la otorgan; aunque por otra parte, los mexicanos los
tratan en calidad de extranjeros.75

Con base en lo anterior, recomendó al gobernador que no autorizara


propaganda o procedimientos que lesionaran los derechos legítimos de
los extranjeros, y aunque los naturalizados mexicanos debían gozar de las
prerrogativas inherentes a su condición, no debería de admitirse ninguna
gestión que en su favor intentaran hacer los representantes de otros países;
en todo caso, los extranjeros se debían ajustar a las disposiciones legales.
También se le hizo notar la diferencia entre los datos proporcionados
por el viceconsulado chino en Mexicali y los de su gobierno, en lo que
se refiere al capital invertido76 por los miembros de la comunidad china.
Posteriormente, el 23 de agosto de 1934, el gobernador envió al secre-
tario de Gobernación una relación de giros mercantiles e industriales y
de predios urbanos registrados en las distintas oficinas recaudadoras de
la entidad como propiedad de ciudadanos chinos, con un valor de 1 279
506.74 pesos.77

Las consecuencias

Al tomar como base el informe elaborado por Meixueiro, Goberna-


ción emitió las siguientes propuestas, que tenían como objetivo preve-
nir nuevos brotes antichinos.

75
  agn, dgg [25.1], f. 143.
76
  agn, dgg [25.1], f. 144, informe fechado en México, D. F., el 30 de abril de 1934.
77
  agn, dgg [25.1], f. 190.

136
Nación y racismo. Las comunidades chinas en Baja California, 1929-1935

I. Que el Departamento del Trabajo diera instrucciones al inspec-


tor del Trabajo de su dependencia en el Territorio Norte de la Baja
California, con el objeto de que cumpliera e hiciera cumplir las leyes
sanitarias de la manera más estricta, especialmente por parte de los
individuos de raza asiática.

II. Que se girara atenta y documentada comunicación al Departa-


mento de Salubridad Pública para que instruyera a su delegado en el
territorio para que cumpliera e hiciera cumplir las leyes sanitarias de
la manera más estricta, especialmente por parte de los individuos de
raza asiática.

III. Que la Secretaría de Hacienda y Crédito Público previniera a su


personal de aduanas en la frontera norte de la Baja California, que
vigilara estrechamente el contrabando de todo género de artículos,
y especialmente de drogas tóxicas, de que se supone autores recalci-
trantes a los asiáticos.

IV. Que se entregara copia del informe íntegro de Meixueiro a la


Secretaría de Relaciones Exteriores, para que sirviera de norma en el
trato diplomático “que la misma dé a este negocio”.

V. Que mandara copia al gobernador del Territorio Norte para su


conocimiento y efectos que procedan.78

En este punto, la relación entre los grupos nacionalistas y el gobier-


no local se polarizó, al tiempo que se modificó el tono de sus comu-
nicados. Los nacionalistas propusieron la creación de una partida en
el presupuesto de Gobernación destinada exclusivamente a la deporta-
ción de “extranjeros indeseables, y a la vez de los que no estén llenando

78
  México, D. F., 19 de mayo de 1934, agn, dgg [25.1], f. 128.

137
Catalina Velázquez Morales • Pedro Espinoza Meléndez

los requisitos de nuestras leyes”.79 Además, las agrupaciones sindicales


también siguieron presionando, porque consideraban que las sociedades
y cooperativas organizadas por los chinos solamente eran un pretexto
para no cumplir con la obligación de contratar mexicanos.80
Pero mientras los antichinos buscaban la manera de aumentar la
presión para lograr su objetivo, Gobernación enfrentaba otra situa-
ción. El cónsul honorario de México en Shanghái se comunicó para
informar respecto a la preocupación que había en su país por el movi-
miento antichino en Ensenada, y anexó un recorte de periódico de un
cable de Nanking (United Press), donde se publicaron declaraciones
del Ministerio de Relaciones Exteriores del gobierno chino sobre lo
que sucedía en el puerto, enfatizando que el gobierno mexicano ase-
guraba que ya se habían dado órdenes para que cesaran las manifesta-
ciones contra los chinos.81
Sin embargo, aunque a raíz de la visita del abogado consultor dis-
minuyó el respaldo de los funcionarios locales hacia los antichinos,
el 4 de diciembre de 1934 se organizó otro comité antichino, el cual

  Liga Nacionalista Mexicana, sus oficinas provisionales se encontraban en el Hotel


79

Imperial de Mexicali, y entre los presidentes honorarios, el general Agustín Olachea,


Francisco S. Elías, Rodolfo Elías Calles y José Ángel Espinoza; el comité ejecutivo esta-
ba integrado por: H. A. Migoni, P. A. Rocha, José L. Castro, Rodolfo Flores Gama, Rufino
López; los vocales Jesús R. Campos, Ramón R. Tapia, Eustaquio Rosas, Juan Cota A.,
Jesús Sobarzo, y Facundo Bernal como jefe de propaganda. Mexicali, 28 de mayo de
1934. Firma Héctor A. Migoni. agn, dgg [25.1], f. 170.

  Comunicación dirigida a Gobernación por el Comité Central de la crom, fechada en


80

México, D. F., el 20 de junio de 1934, bajo el lema “Salud y revolución social”. Firma-
ron: secretario general Martín Torres, y secretario del Exterior Wenceslao Cuazitl; con
copia para la Confederación de Uniones y Sindicatos Obreros del Territorio Norte, en
Mexicali, B. C., el 29 de junio de 1934. El mensaje se transcribió al Departamento del
Trabajo, agn, dgg [25.1], f. 181.
81
  agn, dgg [25.1], f. 188, México, 27 de julio de 1934, al secretario de Gobernación;
firma oficial mayor Enrique Jiménez D.

138
Nación y racismo. Las comunidades chinas en Baja California, 1929-1935

celebró una junta con 28 personas en el puerto de Ensenada, en el


molino Olas Altas. Con el fin de continuar la campaña, este nuevo
comité quedó integrado por Cenaido A. Rojo, José Rizo, Genaro So-
bato Jr., Manuel G. Ochoa, Victoria M. de Rico, J. Mendoza y Juan L.
Velázquez.82 Su justificación fue: “sólo nos guía el interés más grande,
el amor a nuestros nacionales en contra de esta raza amarilla, la que
pedimos sea de una vez por todas, eliminada, por estar plenamente
convencidos de la labor, que ellos mismos hacen en contra del mexi-
cano”; esto lo comunicaron al presidente Lázaro Cárdenas, en espera
de su aprobación.83
El sistema, por medio de las políticas públicas, produce las dife-
rencias porque las necesita y las usa (Rufer, 2009): para 1935, en Baja
California las circunstancias habían cambiado de manera diametral.
Olachea informó oficialmente que todos los elementos “sanos y pa-
trióticos” que formaban las ligas nacionalistas de Ensenada y Mexica-
li se habían disuelto, aunque siguieron cooperando con el gobierno,
denunciando las infracciones a la ley en cualquiera de sus aspectos.
Según él, sólo quedaba un “grupito” en Mexicali, al que no le intere-
saba trabajar en beneficio del país, por lo cual había intervenido en
sus actividades, para evitar así que “a la sombra de una buena idea”
cometieran abusos. En el caso del Comité Antichinista de Ensenada,
Olachea indicó que después de una minuciosa investigación sobre sus
agremiados, se llegó a la conclusión de que se trataba de un grupo de
trabajadores que creían que se podría aplicar la “acción directa” sobre

  agn, dgg [25.1], f. 200; se incluyó una relación de los asistentes a la junta celebrada
82

en el restaurante Sauzal; se agregaron 27 firmas. agn, dgg [25.1], f. 201.

  agn, dgg [25.1], f. 199. Del Comité Antichinista en el Territorio Norte al presidente
83

Cárdenas, Ensenada, 8 de diciembre de 1934; firmó el secretario general del comité,


Cenaido A. Rojo, “el amor a nuestros nacionales en contra de esta raza amarilla”; con
copia para Partido Nacional Revolucionario.

139
Catalina Velázquez Morales • Pedro Espinoza Meléndez

los extranjeros, y que no comprendían que tanto el gobierno como el


pueblo mexicano debían respetar la ley.84 Esto molestó a los miembros
de la Liga Nacionalista, quienes no se consideraban “un pequeño gru-
po”, pues contaban con siete subcomités dispersos por el territorio.85
Los miembros de la Liga Nacionalista Mexicana del Territorio
Norte pretendían llevar a cabo una manifestación pública el 24 de
abril de 1935, para protestar contra los “extranjeros indeseables” y
contra la actuación de las autoridades locales y de la federación, pues
consideraban que no se cumplían algunas disposiciones de la Ley Fede-
ral del Trabajo, de salubridad, de migración y de educación. A pesar de
que no se les otorgó el permiso, realizaron la manifestación, la cual fue
disuelta por la fuerza, siendo detenidos los organizadores, a quienes
se aplicó la sanción que señalaba el artículo 11 del Reglamento de Mani-
festaciones vigente en el territorio (36 horas de arresto inconmutable y
500 pesos de multa). Los detenidos pidieron amparo contra actos del
gobierno mientras se realizaban los trámites para su juicio;86 la repre-
sión provocó múltiples protestas y quejas que se hicieron presentes en
algunas partes del país.
Para defenderse, los nacionalistas sostuvieron que habían cum-
plido con todos los requisitos, que incluso se había preparado a los
oradores para que “no profirieran injurias contra las autoridades, ni

 Firma Olachea, Mexicali, 8 de febrero de 1935, al secretario de Gobernación. El


84

18 de febrero, por acuerdo del secretario, se le suplica que trate el asunto de la Liga
Antichina de Ensenada. Firma Antonio E. Bannet, secretario general de Gobierno, agn,
dgg [25.1], f. 210.

  agn, dgg [25.1], f. 214, Comité de la lnm en la municipalidad de Mexicali, Los Algo-
85

dones, colonia Wisteria, colonia Ahumadita, Pueblo Nuevo; Comité Municipal de la lnm
(Liga Nacionalista Mexicana) Tijuana; Comité Municipal de la lnm Ensenada, 11 de abril
de 1935, agn, dgg [25.1], f. 213.
86
  agn, dgg [25.1], f. 213.

140
Nación y racismo. Las comunidades chinas en Baja California, 1929-1935

se hiciera uso de violencias ni amenazas”,87 y que aunque la liga no


había recibido el reconocimiento de Gobernación, tenía el derecho de
asociación con fines lícitos, a lo cual se ajusta porque “se trata de en-
grandecer nuestra Patria”.88 La posición que el gobierno federal adop-
tó sobre los movimientos antichinos provocó una escisión al interior
de los nacionalistas y aumentó la división entre los funcionarios de los
diferentes niveles de gobierno. No obstante se había modificado el
entorno —antes permisivo— para las actividades de los grupos anti-
chinos, estos exigían reconocimiento oficial y garantías a sus derechos:

esta liga y sus miembros, no son ni han sido nunca enemigos del
actual gobierno, ni están inconformes con sus actuales mandatarios,
y todo lo que se haya pretendido decir a este respecto, no son más
que calumnias de gratuitos enemigos de esta agrupación […] no
estimamos que seamos enemigos del gobierno, cuando pedimos el
cumplimiento de las leyes que nos rigen, solicitando a la vez la depu-
ración de los elementos que sirven al público con algún empleo, sin
estar capacitados para su desempeño y con desprestigio del propio
gobierno. Y prueba de lo anterior es, que en días pasados el gobier-
no de este territorio hizo algunos movimientos de tropa sabiendo
nosotros que se decía que se esperaba un golpe o complot por parte
de elementos de esta liga uno de los cuales estuvo en cautiverio por
varios días, sin consignársele a autoridades competente, y a quien
se le investigó mucho sobre supuestos contrabandos de armas, mu-
niciones y complot, siendo esto obra de individuos perfectamente
descalificados y sin valor, que se encuentran cerca del gobernador.89

87
  agn, dgg [25.1], f. 214.
88
  agn, dgg [25.1], f. 215.

  agn, dgg [25.1], Liga Nacionalista Mexicana del Territorio Norte de la Baja California,
89

Comité Directivo, Mexicali, 11 de abril de 1935, f. 216; se anexan 226 firmas, fs. 218-
225.

141
Catalina Velázquez Morales • Pedro Espinoza Meléndez

Posteriormente, el presidente de la liga, Pedro Armenta Rocha,


comunicó al secretario de Gobernación que Olachea no había podi-
do justificar los cargos indebidos que hizo a los integrantes de dicha
organización: “con motivo de nuestras justas quejas, […] le sirvieron
para sincerarse ante el presidente […] de sus incalificables atropellos a
los desventurados habitantes de este girón de nuestra patria, que tiene
la desgracia de contar con un gobernante incapaz e inerte y falto de
aspiraciones mexicanistas”.90
Para este momento, el contexto posrevolucionario se iba transfor-
mando notablemente. Durante el sexenio cardenista se dio el desplaza-
miento del grupo de sonorenses que desde 1920 controlaba la élite de
Estado, y con ello se dio un notable fortalecimiento de las instituciones
gubernamentales. Fue en este periodo cuando se concretaron iniciativas
como la expropiación petrolera, o algunas con un mayor impacto en
Baja California, tales como el cierre de los casinos o el reparto agrario
en el valle de Mexicali. Por lo tanto, tiene sentido pensar que si bien
el discurso del Estado seguía siendo nacionalista, no toleraría que las
organizaciones de trabajadores, aun cuando actuaran “en nombre de la
nación”, ejercieran directamente la violencia sobre los extranjeros, pa-
sando así por encima de las leyes y las autoridades vigentes.

Reflexión final

Si bien el racismo en contra de los chinos formó parte del discurso del
Estado posrevolucionario, las condiciones de Baja California hicieron

  27 de junio de 1935, Mexicali, El presidente de la Liga Pedro Armenta Rocha, secre-


90

tario general interino, P. V. Rodríguez, f. 232, acuerdo del secretario, acúsese recibo y
a su expediente, 5 de julio de 1935, dgg [25.1], 232 fs.

142
Nación y racismo. Las comunidades chinas en Baja California, 1929-1935

que operara con algunos rasgos específicos, y que se articulara alrede-


dor de intereses políticos que llegaron a ser divergentes.
Recuperando la propuesta de Hall, hemos intentado explicar este
proceso en el contexto específico del Territorio Norte de la Baja Cali-
fornia, analizando no sólo los discursos racistas antichinos, sino tam-
bién las condiciones e intereses sociales y políticos de los grupos que
los asumieron y propagaron, y tomando en cuenta la coyuntura políti-
ca del México posrevolucionario, específicamente el periodo conocido
como maximato.
A principios de la década de 1930 parecía existir un consenso en-
tre las autoridades gubernamentales y las organizaciones nacionalistas
sobre el asunto: los chinos fueron identificados como “extranjeros
indeseables”, se temía que pudieran “contaminar la raza mexicana” y,
además, llegaron a ser caracterizados como empresarios explotadores
y usureros. Primero se intentó despojarles de algunos de sus negocios,
y posteriormente se les exigió que contrataran empleados mexicanos,
aun cuando se trataba de cooperativas. Asimismo, se señaló —quizá
paradójicamente— su reticencia para integrarse a la sociedad mexi-
cana y para ceñirse a la normativa laboral vigente. Sin embargo, las
medidas no se limitaron a lo estrictamente jurídico, sino que las orga-
nizaciones nacionalistas llegaron a tomar “acción directa” sobre los
negocios de estos extranjeros.
Esto último bien podría vincularse con el hecho de que, en la
práctica, el Estado era un actor ausente, al menos parcialmente. Al
respecto, autores como Veena Das y Deborah Poole (2008) han
apuntado la especificidad de los contextos en los que el Estado ca-
rece de los mecanismos para hacer valer su normativa, y no posee lo
que Weber llamaba el monopolio para ejercer legítimamente la vio-

143
Catalina Velázquez Morales • Pedro Espinoza Meléndez

lencia. Esto podría explicar la acción directa contra los chinos, pues,
en gran medida, era resultado de la lentitud del gobierno federal para
dar respuesta a sus demandas.
El gobierno federal quedó atrapado entre su discurso y las con-
secuencias que tendría que enfrentar si la campaña contra los chinos
llegaba hasta sus últimas consecuencias. También se debe considerar
que el concepto nacionalista de la clase política local no coincidió con
el de los funcionarios federales, algunos de los cuales dejaban ver en su
correspondencia oficial que ni siquiera tenían claridad sobre la catego-
ría de Baja California, a la que algunos consideraban distrito y otros te-
rritorio. Desde la Ciudad de México, la Baja California era una entidad
lejana y extraña, mientras que los funcionarios locales la vivían; para
ellos era el espacio desde donde se trataba de construir la institución
nacional o institucionalmente nacionalizar la región.
De este modo, en el escenario político encontramos dos lecturas
diferentes sobre el mismo problema: lograr la consolidación del Esta-
do mexicano. Unos se proponían empezar por la expulsión de los chi-
nos para continuar con otros grupos —japoneses, negros, judíos—,
pues consideraban que de esta forma se solucionaría gran parte de los
problemas. Otros pensaban en fortalecer las instituciones, sus leyes y
reglamentos, y lograr la expulsión de los “asiáticos” por este medio.
Sin embargo, la posición de los grupos racistas, aunque en algunos
momentos contaron con el respaldo y la complicidad de autoridades
locales, sus discursos y arengas difícilmente iban más allá de la discri-
minación y la xenofobia.
La nación se construye desde diferentes espacios de poder y todos los
actores la entienden de forma diferente. En este caso, se debe considerar
que durante el periodo que se analiza en Baja California el concepto de na-

144
Nación y racismo. Las comunidades chinas en Baja California, 1929-1935

cionalidad se encuentra en proceso de elaboración, donde confluyen dos


propuestas: una centralista, la del gobierno federal, y otra, la de los grupos
políticos regionales, más ligados a la influencia estadounidense.
En el caso analizado, la lucha por la nacionalidad se da en el te-
rreno laboral. Los mexicanos residentes en la península consideraban
que la raza y la nación les otorgaban un derecho natural a las fuentes
de empleo, derecho que a su vez sería cuestionado por las agrupacio-
nes gremiales, las cuales pondrían los intereses de sus agremiados por
encima de los otros nacionales o extranjeros.
De esta forma, a través del control sindical, el Estado logró ca-
pitalizar —aun en una época de crisis— importantes instrumentos
de control social y económico, por medio de los cuales lograría con-
solidar su presencia institucional a través de las dependencias de go-
bierno. No en vano durante la década de 1930 se construyeron los
estereotipos nacionales desde diferentes posiciones de clase y poder.

Archivos

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ción Dirección General de Investigaciones Políticas y Sociales.
agn-dgg: Archivo General de la Nación, Dirección General de Go-
bierno
agn, Abelardo L. Rodríguez.
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148
Identidades religiosas, música
evangélica y reconfiguración de la

memoria en Baja California

Ramiro Jaimes Martínez1


Iván Enrique Valtierra Angulo

El objetivo del presente trabajo es explorar el impacto de los movi-


mientos religiosos en Baja California en la década de 1980, a través del
análisis de las transformaciones en las identidades religiosas como una
forma de reestructurar la memoria y la tradición creyente. Para lograr
lo anterior, en primer término se estudiará el caso de la Iglesia Meto-
dista en México, especialmente en el norte del país, y el de una de sus
congregaciones en Tijuana, la Iglesia Metodista San Pablo. Este caso
ilustrará la fragmentación del campo religioso y el cambio identitario
a consecuencia de los movimientos carismáticos evangélicos entre las
décadas de 1970 y 1980, además de la revolución en la alabanza asocia-
da a estos. Es decir, el cambio de una liturgia centrada en los himnos a

1
  Investigador del Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad Autónoma
de Baja California (iih-uabc). Correos electrónicos: rjaimesm@yahoo.com y rjaimes@
uabc.edu.mx. Iván Enrique Valtierra Angulo, estudiante de la Maestría en Historia en el
iih-uabc. Correos electrónicos: ivan.valtierra@uabc.edu.mx y navi_jazz@hotmail.com.
Ramiro Jaimes Martínez • Iván Enrique Valtierra Angulo

otra menos tradicional, alrededor de cantos, ritmos e instrumentación


contemporánea. Se asume que a través de estas piezas musicales —en
tanto mensajes de sujetos con una autoadscripción religiosa definida,
y por lo tanto derivados de un sistema de significados y representa-
ciones específicos— se pueden observar las relaciones sociales invo-
lucradas en su producción: la religión es un sistema de símbolos que
relaciona al sujeto y a la colectividad con las condiciones últimas de
su existencia, el cual a su vez tiene referencia a un linaje creyente, una
configuración de la memoria colectiva específica (Bellah, 1964, p. 59;
Geertz, 1990; Hervieu-Leger, 2005, p. 211). Por lo tanto, los cambios
en el sistema simbólico o en la sociedad se reflejarán en los productos
culturales y en los usos y representaciones de los sujetos sobre ellos.
En segundo lugar, se pretende observar este cambio identitario por
medio del análisis textual de la música característica de las dos institucio-
nes religiosas evangélicas mencionadas. Sin embargo, no se busca apoyar
el análisis del cambio social y cultural únicamente en una extrapolación
mecanicista de unos cuantos textos musicales, pretendiendo derivar de
ellos los significados de una serie de movimientos religiosos que han
involucrado a sectores sociales a lo largo del norte de México por más
de tres décadas (Wolf, 1987, p. 10). Para tal efecto, en la primera parte se
presenta un panorama general sobre las denominaciones protestantes y
las identidades evangélicas en México —específicamente el metodismo,
desde 1873— y en Tijuana —a partir de 1973—. El objetivo es delinear
los perfiles de los agentes religiosos, instituciones e individuos, y los
procesos sociorreligiosos que han provocado sus principales transfor-
maciones, en este caso el movimiento carismático metodista de 1973.
En la segunda parte se analizan las particularidades de producción
de los mensajes religiosos, en especial la himnología metodista y los
cantos evangélicos, los cuales proporcionan los referentes identitarios

152
Identidades religiosas, música evangélica y reconfiguración de la memoria en Baja California

de los sujetos religiosos así como las representaciones de su memoria


colectiva. Desde una perspectiva general, el cambio más evidente en
las iglesias evangélicas históricas y pentecostales fue la sustitución del
modelo eclesial denominacional por uno más flexible y abierto hacia el
mundo. En este sentido, las identidades religiosas sufrieron una serie de
reacomodos en sus referentes, anclados principalmente en doctrinas y
prácticas que formaban parte de una ortodoxia que aparentemente no
había sufrido cambios sustanciales por casi 100 años. Por otro lado, la
adscripción a un linaje creyente —al protestantismo denominacional
o a su alternativa, la iglesia autónoma evangélica— podría ser una res-
puesta de los sujetos ante la fragmentación de la memoria en socieda-
des como Tijuana. Es decir, una sociedad que se ha conformado por
una gran variedad de flujos migratorios en un tiempo relativamente
corto y en un campo donde el mismo catolicismo se ha institucionali-
zado recientemente (Jaimes, 2007, p. 17).
La hipótesis que guía este trabajo es que a través de la revolución
en las formas musicales puede observarse el cambio en las identidades
religiosas, las cuales toman nuevos referentes doctrinales y litúrgicos
para reconfigurar la memoria colectiva y la tradición creyente en un
contexto de fragmentación de las instituciones sociales y religiosas.
En otras palabras, el cambio en los sistemas simbólicos, en este caso
religiosos, en las sociedades del noroeste de México, parece ser el re-
sultado de la crisis de las instituciones tradicionales en una sociedad
con menor seguridad en éstas y una mayor movilidad espacial. La tesis
que este capítulo sostiene es que en sociedades donde la memoria se
ha fragmentado, la reconstrucción de la identidad creyente busca for-
mas suprainstitucionales como referentes.

153
Ramiro Jaimes Martínez • Iván Enrique Valtierra Angulo

Las identidades evangélicas particulares y generales

El término evangélico de finales del siglo XIX y la primera década del


siglo XX designaba indistintamente a presbiterianos, metodistas, bau-
tistas, congregacionalistas y otras denominaciones del mainstream es-
tadounidense. En este sentido, era una especie de identidad transde-
nominacional que daba un sentimiento de seguridad a las minorías
religiosas ante el Estado, la iglesia católica y la sociedad en general.
En las publicaciones periódicas de las diferentes denominaciones de
la época, era usual que se identificaran como iglesias reformadas o
protestantes, haciendo caso omiso a las diferencias denominaciona-
les. En este sentido, se hacía referencia al término para representar la
pertenencia transdenominacional, usada principalmente para formar
un frente unido ante una opinión pública que se consideraba hostil.
Por ejemplo, se recurre a cristianismo evangélico para diferenciarse del
cristianismo católico romano y para denunciar las persecuciones de
las cuales son objeto por parte de ciertos sectores católicos. Asimismo,
esta pertenencia es usada para representar una visión optimista de la
propaganda evangélica en México y en otras partes del mundo, por lo
que los éxitos de las otras denominaciones son considerados como
propios (La propaganda evangélica en México, 1910, 6 de enero, p. 2).2
Pero más allá de las posturas oficiales, en realidad existía un sen-
timiento de identidad y hermandad evangélica. Cuando una congre-
gación o creyentes de determinada denominación tenían alguna ne-

2
  En enero de 1910, al cumplirse el centenario de la independencia, los editorialistas
de El Abogado Cristiano, el órgano oficial de difusión de la Iglesia Metodista Episco-
pal de México, se proponían dedicar semanalmente una editorial para proporcionar
apuntes históricos de la obra evangélica en un estado de la república. Pero no sólo
contemplaban a las iglesias y misiones metodistas, sino que consideraban a las otras
denominaciones como parte de esa labor de difusión y proselitismo.

154
Identidades religiosas, música evangélica y reconfiguración de la memoria en Baja California

cesidad material o religiosa, generalmente sus hermanas evangélicas


les prestaban asistencia (R. de Contreras, comunicación personal, 30
de abril de 2004).3 Esto era posible porque las denominaciones tenían
mucho en común. La mayoría compartía doctrinas fundamentales,
como el mensaje de salvación, centrado en la gracia de Dios. También
tenían rituales similares, como el bautismo (en diferentes modalida-
des), la comunión o cena del Señor, y la alabanza, pues sus himnarios
estaban compuestos prácticamente por los mismos himnos, sin im-
portar la denominación del autor.
No obstante, la hermandad sólo llegaba hasta cierto punto. Así
como tenían mucho en común, también tenían diferencias de dis-
tintos órdenes: doctrinales, rituales y de organización.4 Estas dife-
rencias se acentuaban cuando los intereses particulares de las deno-
minaciones se imponían por sobre los de la hermandad evangélica.
Eran frecuentes las polémicas en los semanarios y periódicos de las
denominaciones por cuestiones doctrinales, en las cuales estaba en
juego el prestigio y la legitimidad de la teodicea de la misma deno-
minación (es decir, su calidad como “la” iglesia verdadera) (Notas y
comentarios, 1910, 2 de junio, p. 338).5

3
  Era usual que algún migrante o colportor (vendedor de biblias) recibiera alojamiento
y abrigo por parte de hermanos de otras denominaciones. O bien podía ocurrir que una
iglesia de alguna localidad prestara sus instalaciones o sus predicadores a otra congre-
gación de diferente denominación menos afortunada (R. de Contreras, comunicación
personal, 30 de abril de 2004).
4
  Los metodistas tienen una estructura episcopal, que hace énfasis en la autoridad del
obispo y de las conferencias, mientras otros —como los congregacionales y bautistas—,
un ordenamiento congregacional, que enfatizaba la autoridad de la iglesia local. Los
presbiterianos y reformados tienen una organización presbiteriana, cuya autoridad re-
side en un órgano representativo llamado presbiterio, formado por ancianos (predica-
dores y gobernantes).
5
  Las polémicas entre metodistas y bautistas eran frecuentes en los periódicos de am-
bas denominaciones (Notas y comentarios, 1910, 2 de junio, p. 338).

155
Ramiro Jaimes Martínez • Iván Enrique Valtierra Angulo

Por lo tanto, puede decirse que durante buena parte del siglo
XX las identidades denominacionales predominaban por sobre la
supradenominacional. A pesar de eso, ambas tenían referentes com-
partidos, tales como: 1) un fuerte anticatolicismo y rechazo a las
imágenes, los santos y a la Virgen como mediadores entre Dios y los
creyentes (Notas y comentarios, 1910, 30 de junio, p. 403).6 2) Una
distinción tajante entre el “mundo” y el “pueblo de Dios” (La Iglesia
Metodista en Sonora y Sinaloa, 1910, 3 de febrero, pp. 69-70).7 3) El
énfasis en doctrinas generales clave, tales como la célebre fórmula
protestante “Sólo Cristo, sólo Biblia y sólo Gracia”, o la Trinidad.
Las identidades denominacionales enfatizaban doctrinas y rituales
particulares, como cierta modalidad de bautismo para los bautistas
o la predestinación para los presbiterianos, que dependiendo de la
situación podían ser más importantes que la identidad evangélica. 4)
Un acendrado nacionalismo de corte liberal, centrado en la figura de
Juárez y los héroes de la reforma liberal.8
El pentecostalismo de principios del siglo XX retomó las iden-
tidades particulares y generales del protestantismo, a pesar de que
las denominaciones del mainstream no lo aceptaron plenamente y lo
consideraron por mucho tiempo como una desviación peligrosa.

6
  Las publicaciones periódicas denominacionales atacan constantemente al catolicis-
mo romano, comparándolo frecuentemente con la Babilonia apocalíptica y el oscuran-
tismo (Notas y comentarios, 1910, 30 de junio, p. 403).
7
 Una de las principales marcas de legitimidad religiosa, al igual que de identidad,
es la distinción entre “hijos de Dios” como creyentes renacidos y por lo tanto ética y
moralmente superiores (santificados) y diferenciados del “mundo” profano y perdido,
ética y moralmente inferior y extraviado. En este sentido, se hacía mucho hincapié
en la santidad, la temperancia y el antialcoholismo (La Iglesia Metodista en Sonora y
Sinaloa, 1910, 3 de febrero, pp. 69-70).
8
  A tal punto era central la figura de Benito Juárez, que se decía que era el único santo
permitido en el protestantismo.

156
Identidades religiosas, música evangélica y reconfiguración de la memoria en Baja California

Incluso, a las identidades denominacionales se añadió un prejuicio


antipentecostal: lo veían como una religión desordenada, de sec-
tores pobres y poco ilustrados, que representaba una competencia
desagradable que les robaba “ovejas”.9
Pero a pesar de la importancia del movimiento pentecostal,
aparentemente no representó un cambio fundamental en las iden-
tidades particulares ni en la identidad evangélica, a la que eventual-
mente fue accediendo de manera paulatina.10 Sin embargo, esta si-
tuación comenzó a cambiar a partir de las décadas de 1970 y 1980,
cuando los movimientos carismáticos hicieron su aparición en el
campo religioso mexicano.

Las iglesias metodistas en México

El caso del metodismo norteño puede ilustrar las transformaciones en


las identidades religiosas. Entre 1873 y 1930 éste se formó alrededor de
la oferta institucional de la Iglesia Metodista del Sur (imes). Dicha deno-
minación surgió en 1844, cuando el metodismo estadounidense sufrió

9
  Según autores como Bastian y Ramírez, el pentecostalismo mexicano se ha caracteri-
zado desde su formación —a principios del siglo XX— por estar constituido por sectores
sociales subalternos y marginales, especialmente comunidades indígenas y migrantes.
Si revisamos el perfil social de las disidencias religiosas en México, podemos observar
que los protestantes del siglo XIX hicieron sus primeros prosélitos entre ciertos ele-
mentos anticatólicos liberales y los recién formados sectores obreros de las grandes
ciudades y los nuevos centros urbanos del porfirismo (Bastian, 1983; Ruiz, 1992). En
este sentido, el pentecostalismo representó el ingreso del protestantismo a sectores
sociales anteriormente impermeables a la propaganda religiosa evangélica.
10
  Finalmente, este proceso fue similar al que siguió cada una de las denominaciones
del mainstream, que finalmente fueron asumiéndose y siendo asumidas como “evangé-
licas”, en el caso latinoamericano. Pero en Estados Unidos los pentecostales no fueron
integrados, porque no había evangélicos en el sentido latinoamericano.

157
Ramiro Jaimes Martínez • Iván Enrique Valtierra Angulo

su principal cisma debido a la polémica antiesclavista, que prefiguraba


la división del país que desembocaría en la guerra civil (Richey, Rowe &
Miller, 2010, pp. 174-177). Si bien no existían grandes diferencias entre
las dos principales denominaciones metodistas en cuanto a organiza-
ción, teología y práctica, la polémica esclavista había mostrado que la
denominación del sur se inclinaba en mayor medida hacia una inter-
pretación literal de las escrituras, así como a una posición política más
conservadora, mientras que las iglesias del norte habían preferido una
lectura bíblica guiada por las perspectivas éticas, que las había orillado a
posturas socialmente comprometidas (Richey et al., 2010, p. 178).
Las distinciones entre la Iglesia Metodista Episcopal y la Iglesia
Metodista Episcopal del Sur tomaron otros matices en México. Si bien
es cierto que ambas denominaciones tuvieron a la Ciudad de México
como su principal punto de partida, y que compartieron ocasional-
mente los mismos campos misioneros, la primera consolidó su pre-
sencia sobre todo en la región central del país, mientras la segunda lo
hizo con particular empuje en el norte mexicano (Ruiz, 1992, p. 5).
Desde 1818 la Junta Misionera de la Iglesia Metodista Episcopal
enviaba misioneros a los territorios que Estados Unidos iba adquirien-
do en su expansión hacia el oeste y a las recién formadas repúblicas de
América del Sur. Para 1910 tenía misiones en África, el sudeste de Asia,
Japón, Corea y en muchos países de Europa, incluyendo Italia (Annual
Report of the Board of Foreign Missions…, 1912, p. 13). En mayo de 1872
la Iglesia Metodista Episcopal de Nueva York (ime) volvió a tomar la
discusión referente a enviar misioneros a la vecina república del sur y
ese mismo mes fue aprobada (Bastian, 1983, p. 109; Ruiz, 1992, p. 5).11

  Jean Pierre Bastian y Rubén Ruiz Guerra afirman que el interés de la ime por México
11

surgió por primera vez en 1836, pero no fue posible fundar una misión debido a cuatro
causas principales: 1) la división de la denominación entre metodistas norteños y sure-

158
Identidades religiosas, música evangélica y reconfiguración de la memoria en Baja California

México salía de una guerra que sepultó las esperanzas imperia-


les de Maximiliano, los conservadores y la jerarquía católica, y como
resultado se había establecido un régimen republicano y liberal. Los
gobiernos de Juárez y Lerdo de Tejada proporcionaron —además de
la estabilidad política necesaria para la evangelización metodista— un
proyecto nacional afín a los intereses de las denominaciones estadou-
nidenses. En 1873 Lerdo de Tejada incluso fue más lejos, incorporan-
do las Leyes de Reforma en la Constitución y llevando a cabo una abierta
política anticlerical (Bastian, 1994, pp. 91-99).12 Lo anterior abrió el
campo religioso mexicano al trabajo de otros credos, pues la iglesia
católica dejó de ser la única permitida por el Estado.
Además de la política anticlerical (en realidad anticatólica, puesto
que no desalentaba la labor de otras iglesias cristianas), los nuevos
gobernantes veían a los evangélicos con simpatía, por sus afinidades li-
berales. Los misioneros metodistas aprovecharon esta coyuntura para
consolidar contactos con los liberales y sus asociaciones, con el fin de
comenzar sus nuevas iglesias. Dichas asociaciones, tales como clubes
reformistas, logias masónicas, sociedades mutualistas, e incluso espiri-
tistas, compartían con las denominaciones del mainline estadouniden-
se (Steensland et al., 2000, p. 297)13 —conocidas en México como

ños, debido a la controversia por la esclavitud; 2) La guerra civil en Estados Unidos; 3)


Las dificultades de la economía estadounidense, y 4) La inestabilidad política de Méxi-
co, en ese momento bajo una república centralista, la cual desembocó en la guerra de
Texas (Bastian, 1983, p. 109; Ruiz, 1992, p. 5).

 Las Leyes de Reforma, promulgadas en 1859, en plena guerra contra los conservado-
12

res y la iglesia católica, separaba la Iglesia del Estado, secularizaba el registro civil, los
cementerios y la educación, prohibía manifestaciones públicas de prácticas religiosas,
suprimía órdenes y congregaciones religiosas, proclamaba la libertad de cultos (1860)
y declaraba rotas las relaciones con la Santa Sede (1862) (Bastian, 1994, pp. 91-99).

  Se le llama así a las denominaciones originadas en Inglaterra y Europa que llegaron


13

a los Estados Unidos. En la actualidad son las iglesias de tendencia más liberal y cuyos

159
Ramiro Jaimes Martínez • Iván Enrique Valtierra Angulo

“protestantes históricas”— ideas similares sobre la libertad de culto, el


sufragio universal, la soberanía nacional, el derecho de asociación y su
anticatolicismo (Bastian, 1994, pp. 94-123).14 En otras palabras, aun-
que los primeros misioneros y conversos en México se encontraban
en medio de un campo religioso estructurado física y simbólicamente
por la iglesia católica, encontraron vínculos con algunos sectores so-
ciales que trascendían sus objetivos religiosos.
Este tipo de asociaciones resultaron de gran ayuda para los pri-
meros misioneros. Si bien no se convirtieron de manera automática
en miembros de sus congregaciones, casi siempre proporcionaron
los contactos y las redes necesarias para conseguirlos. No obstan-
te, durante los primeros años el principal semillero de pastores y
congregaciones mexicanos fueron los clérigos liberales de la Iglesia
de Jesús, así como los dirigentes de las sociedades religiosas inde-
pendientes promovidas por los liberales.15 A estos se añadieron los
prosélitos conseguidos por los colportores o propagandistas evangéli-
cos itinerantes, a través de la venta de biblias y estudios bíblicos en

núcleos principales se encuentran en el este de Estados Unidos. Las denominacio-


nes surgidas en Estados Unidos a partir de cismas en el mainline son conocidas como
protestantes evangélicas, con una tendencia más fundamentalista, con énfasis en la
conversión y salvación personal (Steensland et al., 2000, p. 297).
14
  Bastian concluye que el protestantismo no es resultado de una invasión imperialista
(tesis del complot), posición que desde esa época ha sostenido la iglesia católica, sino
que “surgieron de un movimiento social, de la fiebre asociativa que animaba a las mi-
norías radicales y del anticatolicismo militante de estas últimas”. No se debió sólo a la
voluntad de las asociaciones misioneras, sino que éstas respondieron al llamado de las
asociaciones religiosas liberales, los dirigentes políticos e intelectuales liberales, y del
clero católico liberal cismático (Bastian, 1994, pp. 94-95, 100, 103-105, 123).
15
 Cincuenta de estas iglesias surgieron en la Ciudad de México entre 1867 y 1872.
Fueron promovidas por liberales en el calor del conflicto entre el gobierno liberal y la
iglesia católica y seguían el modelo de organización de las logias (Bastian, 1994, pp.
98-99, 105-106).

160
Identidades religiosas, música evangélica y reconfiguración de la memoria en Baja California

hogares (García, 2013, p. 13; Téllez, 1995, pp. 17-20, 32). Lo anterior
permite afirmar que existieron con anterioridad grupos religiosos
disidentes mexicanos relativamente autónomos de las denominacio-
nes estadounidenses y, al mismo tiempo, algunos sectores del campo
religioso mexicano alejados de la órbita católica y predispuesta hacia
una oferta religiosa alternativa.16
Ante tal panorama, la ime no podía esperar una coyuntura más
favorable, y la aprovechó. El 25 de diciembre de 1872 se materializó
la llegada legal del metodismo a tierras mexicanas —sus predicado-
res ya habían incursionado en Texas desde antes de 1836 (Baquerio,
1990, p. 6)—: el obispo Gilbert Haven, enviado por la Sociedad Mi-
sionera de la ime, entró a la Ciudad de México, y en febrero del mis-
mo año se le unió como superintendente William Butler, quien había
trabajado como misionero en la India (Bastian, 1983, p. 55; Pérez,
1995, p. 73). Y desde la Ciudad de México comenzaron a extenderse
hacia Pachuca, Guanajuato, Veracruz y Puebla.17
En enero de 1873 arribó a la capital el obispo Otto Keener, envia-
do por la Iglesia Metodista Episcopal del Sur (imes), quien compró la
capilla del ex convento de San Andrés.18 Pronto comenzaron a funcio-
nar las iglesias, así como escuelas, hospitales, ligas de temperancia y los

  En este sentido, resulta interesante la propuesta de Daniel Ramírez —quien llama


16

a estos grupos protoevangélicos—, que replantearía la preponderancia del elemento


exógeno sobre la génesis del protestantismo mexicano (Ramírez, 2015, p. 28).

  Según Bastian, Butler y Haven compraron el ex convento de San Francisco en marzo


17

de 1873, que acondicionaron para inaugurar en diciembre del mismo año el primer
templo metodista en México, el templo de la Santísima Trinidad, en la actual calle de
Gante (Bastian, 1983, pp. 71-72; 1989, p. 56).

  Cuando Keener partió de México dejó a cargo al pastor Alejo Hernández, predicador
18

mexicano convertido en Corpus Christi, Texas, mientras llegaba el misionero Daves,


que supervisaría las obras de esa sociedad misionera (Bastian, 1989, pp. 56, 87).

161
Ramiro Jaimes Martínez • Iván Enrique Valtierra Angulo

periódicos de ambas sociedades misioneras metodistas. El 18 de enero


de 1885 se realizó la primera Conferencia Anual de la Iglesia Metodis-
ta Episcopal en la Ciudad de México, y el 28 de octubre del mismo año
se llevó a cabo la primera Conferencia Anual Mexicana Fronteriza de
la imes en San Antonio, Texas (Actas Conferenciales imes, 1885).
Pero a pesar de unos inicios promisorios y de contar con recursos
tanto materiales como simbólicos, las denominaciones metodistas no
lograron sostener un ritmo de crecimiento significativo. En poco menos
de 40 años, el avance numérico metodista —y evangélico en general—
no pareció haber hecho mella en el campo religioso mexicano, domina-
do aún por la iglesia católica. De acuerdo con Bastian, apoyándose en las
actas conferenciales y los datos oficiales, en 1876 las iglesias metodistas
contaban con 516 miembros. Para 1910 habían aumentado a 6 283 (Bas-
tian, 1983).19 A diferencia de lo ocurrido en la Inglaterra del siglo XVIII
y en Estados Unidos, el metodismo en México no fue capaz de atraer
masivamente a los sectores tradicionalmente marginales ni a los nuevos
empleados de las primeras fábricas de textiles. No obstante, en algunas
regiones la naciente clase obrera mexicana fue uno de los sectores que
acogieron el metodismo (Gamboa, 2001, p. 207).
Posiblemente una de las razones de la falta de impacto metodis-
ta fue el analfabetismo dominante en la sociedad mexicana. Aunque
para los misioneros estadounidenses y los pastores mexicanos meto-
distas era importante el proselitismo, su proyecto rebasaba el ámbito
estrictamente religioso y los indicadores cuantitativos: se trataba de

  Con base en los datos recabados por Bastian, de los censos de aquella época y de las
19

actas de las conferencias anuales de la iglesia metodista, en 1885 los metodistas re-
presentaban aproximadamente 3.71% de la incipiente población evangélica en México.
Para 1906, el porcentaje se había incrementado a 10.26%, y a 9.13% en 1910 (Bastian,
1983, p. 73).

162
Identidades religiosas, música evangélica y reconfiguración de la memoria en Baja California

un proyecto modernizador y de reforma social que buscaba, con base


en la educación y la enseñanza de los principios y vivencias bíblicas,
la transformación individual como cimiento de la construcción de
una sociedad ilustrada, democrática y nacionalista (Bastian, 1994, pp.
93-112; Ruiz, 1992, p. 68). Estos objetivos estaban en sintonía con
las ideas de los sectores liberales mexicanos durante los gobiernos de
Juárez, Lerdo de Tejada y Porfirio Díaz (Bastian, 1994, p. 115).
No obstante, hasta la revolución, el proyecto religioso se nutrió del
educativo: las escuelas metodistas proporcionaron muchos de los prosé-
litos, adherentes y pastores de las iglesias (Ruiz, 1992).20 Después de la re-
volución (1910-1920) el metodismo, como casi todas las denominaciones
históricas, entró en una crisis que se manifestó en el crecimiento exiguo,
la falta de pastores, la escasez de recursos económicos y la pérdida de
presencia social (Jaimes, 2012; Ruiz, 1992). Parte del problema posible-
mente pueda achacarse al modus vivendi entre los gobiernos revoluciona-
rios y la iglesia católica,21 la nacionalización del pastorado y las dirigencias
denominacionales (Plan de Cincinnati 1917), así como la llamada explo-
sión pentecostal, que entre 1940 y 1980 llevó a estos nuevos y marginales
evangélicos a sobrepasar en términos absolutos (creyentes e iglesias) a las
denominaciones del protestantismo histórico (Bastian, 1997).

20
 En las escuelas metodistas los alumnos recibían educación cívica y religiosa y se
les motivaba a propagar las enseñanzas entre amigos y familiares, tanto el culto a los
héroes patrios (liberales) como al credo evangélico. El sistema de escuelas daba al me-
todismo presencia social y un medio de proselitismo. Sin embargo, a pesar de la gran
cantidad de alumnos que pasaban por sus aulas en 1918, el obispo Butler se preguntaba
por qué tan pocos se mantenían en el metodismo (Ruiz, 1992, pp. 68, 89).
21
  Aunque por este acuerdo la iglesia católica aceptó la autoridad gubernamental sobre
los asuntos temporales, en la práctica se le permitió cierta libertad de acción en el
sector educativo, desde el cual comenzó a tejer una nueva relación con sectores so-
ciales empresariales y políticos. Incluso se le permitieron campañas contra las iglesias
evangélicas en defensa de la fe.

163
Ramiro Jaimes Martínez • Iván Enrique Valtierra Angulo

Según Baqueiro, la iglesia metodista se encontró con crisis recu-


rrentes durante el siglo XX:
1) Entre 1910 y 1930: debido a la guerra revolucionaria, el Plan de
Cincinnati, la Constitución de 1917 y la llamada ley Calles (Baquei-
ro, 1990, pp. 21-27; Ruiz, 1992, pp. 62, 82, 86).
2) Entre 1926 y 1940,22 debido a la crisis de 1929 y la Gran Depresión
en Estados Unidos, los movimientos autonómicos y nacionalistas
en el metodismo norteño, y a las secuelas de la nacionalización de
la iglesia metodista de México (Baqueiro, 1990, pp. 29-41).
3) Entre 1973 y hasta la década de 1990, por la renovación caris-
mática que separó familias e iglesias, y a partir de 1979 por la
crisis de los seminarios metodistas, la crisis de identidad eclesial
y denominacional (Baqueiro, 1990, pp. 60-61).
Tanto las denominaciones del norte como las del centro debieron en-
frentar tiempos difíciles después de la revolución, la Gran Depresión y la
guerra cristera. La violencia y el movimiento de la población afectaron a
las iglesias; la crisis económica en Estados Unidos volvió difícil recibir los
recursos de las Juntas Misioneras, por lo que tomó fuerza la idea de que
era tiempo de conceder la autonomía a las misiones mexicanas. Todo lo
anterior afectaba los proyectos educativos y sociales metodistas, pero sin
duda el golpe más fuerte fue la Constitución de 1917, especialmente lo re-
ferente a la educación y los ministros extranjeros. A partir de la década de
1920 los proyectos educativos de la Secretaría de Educación Pública (sep),
el Plan de Cincinnati, la reducción de los recursos provenientes de Esta-
dos Unidos y la aplicación estricta de la llamada ley Calles ocasionaron el
estancamiento en el crecimiento del metodismo (Ruiz, 1992, pp. 127-129).

  Pero hay una etapa de crecimiento entre 1940 y 1968 (Baqueiro, 1990, pp. 41, 44,
22

48, 50, 52, 58), que seguramente no es comparable al de los pentecostales.

164
Identidades religiosas, música evangélica y reconfiguración de la memoria en Baja California

La autonomía del metodismo estadounidense y la unificación de


la ime y la imes se resolvieron en los primeros años de la década de
1930, como una forma de ahorrar recursos y utilizarlos con mayor
efectividad (Ruiz, 1992, p. 62). Las iglesias de la imes en el norte se
convirtieron en la Conferencia Anual Fronteriza (caf), mientras las
de la ime conformaron la Conferencia Anual del Centro. Aparen-
temente durante los primeros 50 años del metodismo en México
no había grandes diferencias entre éstas, doctrinal y litúrgicamente
seguían los mismos esquemas. Sin embargo, es posible que debido
a la mayor movilidad de población, así como a la particularidad de
la religiosidad popular en las sociedades del norte la caf fuera menos
ritualista que su contraparte del centro.23 Además, debido a su condi-
ción fronteriza, estaba más expuesta a la influencia de los movimien-
tos religiosos de Estados Unidos, lo cual involucraba una reforma
profunda de la liturgia y el orden del culto.
Sin el ánimo de caer en simplificaciones, puede decirse que des-
de una perspectiva general las diferencias entre ambas conferencias
podrían resumirse en que la fronteriza parecía ser más sensible a
una orientación teológica fundamentalista y conservadora, con una
liturgia menos ritualista, mientras la del centro era fundamentalista
en menor medida y —especialmente en la Ciudad de México— más
abierta y liberal hacia el compañerismo ecuménico. Por supuesto,
las fronteras entre ambas conferencias eran sumamente permeables,
pues aunque la mayoría de los pastores provenían del centro, que
contaba con los principales seminarios, esto no fue obstáculo para
que incluso aquellos que pastoreaban una iglesia norteña participa-

  Una de las críticas dirigidas por los bautistas a la ime era su extremado ritualismo
23

durante el ceremonial, que les hacía semejantes a los católicos (Notas y comentarios,
1910, 2 de junio, p. 338).

165
Ramiro Jaimes Martínez • Iván Enrique Valtierra Angulo

ran del avivamiento carismático (Mellado, 2005).24 Estas caracterís-


ticas pudieron ser las que propiciaron una mayor apertura de la caf
hacia el movimiento carismático de 1973.

La renovación carismática en Tijuana

En Tijuana, la Iglesia Evangélica San Pablo inició con reuniones en


casas y bajo el amparo de la Iglesia Metodista de México, cuyo centro
operativo estaba desvinculado de su rama bajacaliforniana (Baqueiro,
1990, p. 48).25 Sin embargo, a diferencia de los pentecostales de la
Iglesia Apostólica de la Fe en Cristo Jesús (iafcj), a quienes les llevó
17 años la construcción del templo, la pequeña misión metodista en
Playas de Tijuana26 demoró 7 años, entre 1969 y 1976. Además, desde
el inicio la misión fue una iniciativa principalmente laica, en la cual las
mujeres tuvieron un papel fundamental.
Entre 1969 y 1984 la congregación formó parte del metodis-
mo. Desde que el grupo de familias metodistas y simpatizantes de
otras denominaciones de Playas de Tijuana se reunían en el hotel
Los Girasoles, la conferencia ya la había constituido como un cargo
pastoral, nombrando en 1974 al presbítero Miguel Martínez como el

  R. P. Rivera (comunicación personal, 23 de mayo de 2014); D. De la Cruz (comunica-


24

ción personal, 7 de enero de 2016).


25
  La primera Iglesia Metodista en Baja California fue la de Mexicali, que inició en 1922
entre la comunidad china, bajo la autoridad de la Conferencia de California. En 1953
pasó a formar parte de la caf (Baqueiro, 1990, p. 46; Espinoza, 2014). En Tijuana, en
1957 se iniciaron las reuniones en una casa de la colonia Ruiz Cortines, y en 1958 la
iglesia Bethel apareció como cargo pastoral en la caf (Baqueiro, 1990, p. 48).

 Fraccionamiento suburbano construido por una emergente industria inmobiliaria


26

que buscaba satisfacer las necesidades de sectores medios.

166
Identidades religiosas, música evangélica y reconfiguración de la memoria en Baja California

pastor encargado (E. Echegaray, comunicación personal, 14 de julio


de 2005).27 Esto implicaba que la dirección laica cedió el liderazgo a
los especialistas religiosos de la denominación.
En este sentido, comenzaba a institucionalizarse un núcleo reli-
gioso que buscaría adaptar la ortodoxia metodista de la Conferencia
Fronteriza. Puede decirse que el pastorado de Martínez fue permi-
sivo y abierto, pues mantuvo las reuniones realizadas en las casas
entre semana, las cuales no se suspendieron a pesar de contar con
un local, y posteriormente con el templo (A. Mellado, comunicación
personal, 16 abril de 2005).28 Estas reuniones cumplían dos propó-
sitos fundamentales: atraer invitados, familiares o amigos inconversos
que de otra forma no hubieran aceptado asistir a un templo, y ser
un espacio de participación para los líderes laicos que anteriormente
dirigían en solitario las reuniones de hogar.
Aparentemente, el reacomodo entre los especialistas y los laicos
no tuvo mayores contratiempos en esta etapa. La iglesia mantuvo un
buen ritmo de crecimiento, propiciado por tres factores. El primero
fue la construcción de un templo que además de funcional resultaba
arquitectónicamente atractivo.29 El segundo fue que la iglesia mantuvo

27
  Entrevista a la señora E. Echegaray de González, realizada el 14 de julio de 2005.

  Uno de estos líderes indiscutiblemente era el doctor Abel Mellado, que a pesar de
28

una intensa práctica profesional se mantenía muy activo en las labores de la iglesia.
De hecho, Mellado combinaba ambas, pues muchos de los nuevos creyentes tenían
una relación de índole profesional con él, ya fueran colegas médicos o pacientes que
podían costear la consulta y el tratamiento en la clínica Oasis. Entrevista a A. Mellado,
realizada el 16 de abril de 2005.
29
  Como mencionamos, un templo es esencial para la institucionalización y el cre-
cimiento de una congregación. En el deambular de un local a otro, es posible que
algunas personas del grupo dejen de asistir, ya sea para ir a otra iglesia con un
templo funcional, o porque se mudan a un rumbo al cual les resulta más difícil
transportarse. Esto puede impedir un crecimiento sostenido (plática informal con

167
Ramiro Jaimes Martínez • Iván Enrique Valtierra Angulo

un carácter abierto y tolerante hacia otros credos. Desde que la iglesia


era dirigida por laicos y se reunían en casas, se habían incorporado
cristianos de otras denominaciones evangélicas. Al mantener esta ac-
titud de apertura, más creyentes sin iglesia en el fraccionamiento y en
la ciudad pudieron acudir a San Pablo. El último factor fue la llegada
a San Pablo de la renovación carismática evangélica, que tenía escasos
dos años dentro del metodismo.
Los cronistas de la denominación retrataban un metodismo en
crisis desde la década de 1950, lo cual se debía a múltiples factores
en diversas áreas. En primer lugar, la disputa teológica entre fun-
damentalismo y modernismo, que aparentemente ya se había supe-
rado en el metodismo estadounidense, pero seguía viva en México.
En segundo lugar, las polémicas por el ecumenismo, desatado por
el aggiornamiento católico de Juan XXIII, el comunismo y los movi-
mientos estudiantiles. La política interna de la denominación tam-
bién tenía conflictos, que mantenían vivo el teológico, entre oposi-
tores a la reelección de los obispos y sus defensores. En este rubro,
la centralización del metodismo alimentaba el descontento de las
iglesias del norte, que demandaban mayor autonomía y el nom-
bramiento de un obispo para la Conferencia Fronteriza. Al mismo
tiempo, la excesiva burocratización denominacional y la baja de
las vocaciones pastorales constituían una contradicción, explicada
sólo por el enfriamiento de la práctica y el compromiso religioso.
La deserción de cada vez más familias hacia el pentecostalismo y
el llamado de algunos pocos hacia un avivamiento centrado en el
Espíritu Santo eran casi imperceptibles indicadores del movimien-
to carismático de 1973 (Baqueiro, 1990; Rivera, 1993, pp. 43-46).

el pastor Edwin Hoagland, misionero de la Iglesia Bautista de la Capital, efectuada


el 10 de mayo de 1999).

168
Identidades religiosas, música evangélica y reconfiguración de la memoria en Baja California

Este movimiento comenzó en 1973 y en 1986 llegó a su fin. Afec-


tó principalmente a las iglesias metodistas de la Conferencia Fronte-
riza, mientras fue mucho menor en la Conferencia del Centro. Según
Rubén Pedro Rivera, su cronista principal, pueden distinguirse dos
etapas: una de arranque y difusión (1972-1974) y otra marcada por su
clímax y los conflictos (1975-1986) (Rivera, 1993, pp. 76, 90).
A finales de 1972 surgieron brotes carismáticos en iglesias de Pue-
bla, el Distrito Federal y Ciudad Juárez, pero fueron sofocados por las
autoridades denominacionales o sus respectivos pastores, acusándoles
de pentecostalismo. No obstante, en 1973 las manifestaciones caris-
máticas en la iglesia El Divino Salvador de Nuevo Laredo, bajo la
dirección del joven pastor Pedro García Carlos, no se pudieron dete-
ner y se convirtieron en un avivamiento, primero a nivel local y pos-
teriormente conferencial. Al igual que muchas iglesias metodistas, El
Divino Salvador presentaba poca asistencia y participación. Ante los
sucesivos fracasos, el pastor comenzó a invitar a laicos y pastores con
experiencia en las manifestaciones del Espíritu Santo (Rivera, 1993,
pp. 57-65).
En esos años dicho movimiento ganó terreno rápidamente en las
iglesias metodistas del noreste.30 Algunos pastores y laicos metodistas
“sentían” que había más en la vida cristiana que las enseñanzas de-
nominacionales (A. Mellado, comunicación personal, 16 de abril de
2005).31 Por lo tanto, el movimiento carismático no ingresó en San Pa-

 En 1974 la renovación ya estaba asentada en iglesias de Tamaulipas y Monterrey.


30

En 1975 la polémica sobre la pertinencia de este avivamiento en el metodismo estaba


creciendo en Monterrey, entre quienes pedían controlarlo para preservar la identidad
metodista y quienes apoyaban la renovación. Sin embargo, la unidad se mantuvo gra-
cias al carisma y autoridad del obispo Joel Mora Peña (Baqueiro, 1990, pp. 57-59).

  Uno de ellos era el pastor principal de San Pablo, Abel Mellado, que para esas fechas
31

ya tenía esa “inquietud”. Posiblemente tenía conocimiento de la renovación eclesial

169
Ramiro Jaimes Martínez • Iván Enrique Valtierra Angulo

blo por algún contacto con las denominaciones pentecostales locales,


como la iafcj, ni por el contagio propiciado por la colindancia fronteriza
con las iglesias de San Diego, sino por las mismas estructuras denomi-
nacionales metodistas que sirvieron de vehículo para la reforma. Sin
embargo, por su cercanía a las iglesias de San Diego muchos laicos
congregantes de San Pablo ya conocían múltiples manifestaciones de
dicho movimiento y otros procesos asociados a ella, como la reforma
litúrgica y la nueva forma de la alabanza (F. Méndez, comunicación
personal, 17, 20 y 24 de junio de 2005).32
La coyuntura que dio inicio a tales prácticas fue una “campaña evan-
gelística” realizada por el pastor metodista Rubén Pedro Rivera en 1974
(Rivera, 1993).33 Según el testimonio de Abel Mellado, este pastor fue
el detonante de “un mover del Espíritu bastante fuerte en la congrega-
ción”. A partir de esa campaña los miembros que simpatizaban con esta
corriente comenzaron a practicarla abiertamente y se reunían los viernes
por la noche en el salón social (A. Mellado, comunicación personal, 16
de abril de 2005). El pastor Martínez estaba a favor del avivamiento,
como otros especialistas de la denominación en el norte: no sólo permi-
tió las reuniones en las casas, sino que también dio su anuencia para las

que cumplía una década en el Seminario Fuller en California, donde enseñaba el Dr.
Peter Wagner, y que se extendía rápidamente, principalmente bajo la forma de best
seller de la literatura cristiana en expansión (A. Mellado, comunicación personal, 16
de abril de 2005).
32
  Entrevista realizada por Ramiro Jaimes.
33
  El pastor Rivera estaba a cargo de la iglesia La Trinidad en la ciudad de Chihuahua.
Había llegado a conocer el movimiento de renovación carismática que recorrió la igle-
sia metodista en 1973, el cual inició en Nuevo Laredo, Tamaulipas, en la iglesia pas-
toreada por Pedro García Carlos. Entre 1973 y 1978 muchas de las iglesias metodistas
en las conferencias del norte habían experimentado la renovación carismática o la
“experiencia pentecostés” (R. P. Rivera, comunicación personal, 23 de mayo de 2014;
Rivera, 1993, p. 68).

170
Identidades religiosas, música evangélica y reconfiguración de la memoria en Baja California

actividades carismáticas en los servicios de los viernes. Aparentemente,


mientras en México y Monterrey se discutía sobre este “mover del Espí-
ritu”, en Tijuana se practicaba sin muchas restricciones.
Al parecer ajena a la polémica carismática que dividía al metodismo
mexicano para inicios de la década de 1980, la congregación de San
Pablo crecía en asistencia (según algunos asistían aproximadamente
300 personas). Pero no lo hacía solamente atrayendo a familiares o
amigos de los miembros —de cuna evangélica o pertenecientes a
otras denominaciones, como era usual entre las iglesias orientadas
al modelo familiar y congregacional—, sino convenciendo a vecinos
del fraccionamiento que antes no habían tenido contacto con los
grupos protestantes o los habían rechazado sin mucha indagación. La
mayoría eran personas que podían considerarse católicas nominales.
En un lapso corto la congregación creció, formada en su mayor
parte por “nuevos” creyentes, sin lazos familiares con la congre-
gación metodista y con antecedentes religiosos diversos (bautistas,
pentecostales, católicos nominales) (R. M. Méndez, comunicación
personal, 24 de marzo de 2004; Amelia, comunicación personal, 20
de abril de 2004; A. Mellado, comunicación personal, 16 de abril de
2005). Es decir, el grupo mayoritario estaba formado en una pro-
porción importante por “nuevos” creyentes, no socializados en el
metodismo, pero atraídos por la apertura doctrinal, el entusiasmo
religioso así como por la cercanía espacial y emocional.
Sin embargo, en 1982 el pastor Martínez fue transferido de sede
pastoral, y en su lugar llegó otro pastor simpatizante de la renova-
ción, pero también sujeto a la autoridad denominacional. Aparen-
temente el pastor Daniel de la Cruz no veía contradicción entre la
renovación y una postura liberal hacia las controversias internas del
metodismo de ese momento. Es decir, se encontraba entre aquellos

171
Ramiro Jaimes Martínez • Iván Enrique Valtierra Angulo

que tenían una posición abierta hacia el movimiento ecuménico del


Concilio Mundial de Iglesias. No obstante, otros consideraban esta
actitud una contradicción con el mensaje evangélico, como Mellado,
quien la veía con recelo y como una amenaza hacia una postura fun-
damental y evangelicalista. Ante la pasividad mostrada por el pastor
De la Cruz (Lozano Casavantes, comunicación personal, 3 de abril
de 2004)34 y las autoridades de la recién formada Conferencia del
Noroeste, algunos se marcharon y formaron iglesias independientes,
como dos grupos que se reunían en las casas (A. Mellado, comunica-
ción personal, 16 de abril de 2005).35
En 1984 la preocupación del grupo mayoritario en San Pablo,
simpatizante con Mellado, se acrecentó debido a algunas noticias
aparecidas en publicaciones del metodismo mundial. Primero cre-
ció la sospecha de que el Consejo Mundial de Iglesias36 —del cual
formaban parte la Iglesia Metodista Episcopal de Estados Unidos
y la Iglesia Metodista de México— había sido penetrado por la
teología de la liberación y apoyaba los movimientos guerrilleros
centroamericanos.

34
  Es interesante destacar que Daniel de la Cruz había sido añadido recientemente a
la Conferencia Anual Fronteriza, pero no era ningún novato en el metodismo ni en la
región. En primer término, había trabajado por algún tiempo para la Conferencia del
Centro, de donde era originario, y donde la renovación aparentemente no había pro-
vocado un impacto tan hondo. En cuanto a su trabajo en Baja California, Bethel era
su segunda asignación, pues por lo menos había pastoreado en El Divino Redentor de
Mexicali antes de ser transferido a Tijuana (Baqueiro, 1990, p. 58; I. Lozano Casavan-
tes, comunicación personal, 3 de abril de 2004).

 Una estaba dirigida por el Dr. Peña, quien inició una iglesia en la colonia 20 de
35

Noviembre, que para el momento de la entrevista tenía cerca de 700 miembros (A.
Mellado, comunicación personal, 16 de abril de 2005).

  El organismo del movimiento ecuménico más importante en el mundo. Es una aso-


36

ciación de iglesias cristianas que fue fundada en 1948 en Ámsterdam, con representan-
tes de 147 iglesias y denominaciones (Consejo Mundial de Iglesias, 2006).

172
Identidades religiosas, música evangélica y reconfiguración de la memoria en Baja California

Lo segundo fue que la Iglesia Metodista Episcopal de Estados


Unidos no sólo aceptaba a miembros homosexuales, sino que les
permitía la ordenación pastoral. Por último, dichas publicaciones del
metodismo estadounidense dieron cabida a opiniones teológicas ex-
tremadamente liberales, las cuales llevaban a dudar sobre doctrinas
fundamentales, como la inspiración plenaria de la Biblia.37
La Junta de Administradores de San Pablo discutió la situación y
acordó enviar cartas a las conferencias mexicanas para pedir una ex-
plicación, la cual no llegó en el plazo estipulado ni en términos acepta-
bles para los remitentes. La relación con las autoridades denominacio-
nales comenzó a volverse tensa y en 1984, durante una junta distrital,
la crisis llevó a un rompimiento definitivo.
El obispo, el superintendente y el pastor abandonaron la junta: de-
clararon que para evitar una confrontación mayor lo mejor era su sali-
da de San Pablo, y que se mantendrían en la denominación con aque-
llos que quisieran seguirlos. Cerca de 30 personas, con una convicción
o identidad metodista más profunda, les secundaron y mantuvieron la
congregación metodista en Playas de Tijuana. Otros decidieron aban-
donarla para asistir a otras iglesias.38 Los que se quedaron nombraron
como pastor principal al único investido como tal, el señor Ernesto
Mellado Botello (A. Mellado, comunicación personal, 16 de abril de

  Estas fueron las razones esgrimidas en la polémica que se suscitó, según la mayoría
37

de los testigos presenciales de ambos bandos que fue posible entrevistar: obispo Jaime
Vázquez, en Tijuana, B. C. (23 de febrero de 2004), Rosa María Méndez (24 de marzo
de 2004), Amelia (20 de abril de 2004); Rita de Contreras (30 de abril de 2004), Abel
Mellado (16 de abril de 2005), Daniel de la Cruz (12 de enero de 2016).
38
  Entrevistas a Abel Mellado (16 de abril de 2005); Iván Lozano Vázquez, Samuel Carri-
llo (s. f.); Rosa María Méndez (24 de marzo de 2004); Rita de Contreras (30 de abril de
2004), y Ernesto Contreras (28 de abril de 2004).

173
Ramiro Jaimes Martínez • Iván Enrique Valtierra Angulo

2005).39 Debido a lo avanzado de su edad, también nombraron como


pastor asistente a su hijo, el doctor Abel Mellado Prince.40
En estos años la Conferencia Anual Fronteriza sufrió otras desercio-
nes de congregaciones divididas por la renovación: San Pablo en Piedras
Negras; Bethel y La Trinidad en Chihuahua; Cabo San Lucas, Baja Ca-
lifornia Sur; La Trinidad en Monterrey y otras más. Según Baqueiro, las
divisiones en algunos casos dieron inicio a otras congregaciones adheri-
das a la Conferencia Anual Fronteriza. De acuerdo con este autor meto-
dista, “la efervescencia renovada creó crisis de liderazgo que no siempre
fuimos sabios en administrar; aunque sí creció el celo evangelizador, de
alguna manera apagado entre nosotros” (Baqueiro, 1990, p. 61).
En este sentido, puede observarse que una de las consecuencias
más evidentes del movimiento carismático fue el rompimiento de la
denominación como forma de organización eclesial. Las iglesias que
se desprendieron de la caf se organizaron en forma autónoma, y algu-
nas de ellas —como San Pablo— se convirtieron en megaiglesias, es
decir, congregaciones que entre miembros y adherentes son capaces
de reunir 2 000 o más creyentes en sus cultos. También resulta evi-
dente que el ejercicio de las prácticas extáticas o carismáticas, como la
glosolalia, estuvo asociada a nuevas formas musicales: coros juveniles
con otros ritmos e instrumentos, así como cantos con guitarras y pan-
deros fueron el vehículo de los movimientos carismáticos, junto con
una predicación centrada en los dones espirituales.

  Ernesto Mellado había completado los estudios denominacionales como pastor du-
39

rante su estancia en Mexicali. De hecho, no sólo había acompañado al pastor Baqueiro


cuando inició el trabajo en Tijuana y estuvo a cargo de Bethel por un tiempo, sino que
en Mexicali había iniciado una misión en el ejido Juárez (A. Mellado, comunicación
personal, 16 de abril de 2005).

  Entrevistas a Simeón Ángel de Anda García (20 de julio de 2005); Abel Mellado (16 de
40

abril de 2005), y Manuel Guillermo García de la Chica (7 de agosto de 2005).

174
Identidades religiosas, música evangélica y reconfiguración de la memoria en Baja California

De los himnos a los cantos contemporáneos

Esta comparación entre denominaciones del protestantismo histórico


frente a iglesias independientes, fruto de los movimientos evangélicos
de las décadas de 1970 y 1980, descansa en la consideración de que entre
ambas ha ocurrido un rompimiento. Una serie de fracturas que involu-
cran diversos aspectos del campo religioso, tanto teológicos y litúrgicos
como organizacionales, los cuales a su vez proporcionan los referentes
identitarios de los creyentes, miembros y adherentes a estas iglesias.
Uno de los elementos característicos de los movimientos evangé-
licos que acompañaron a los avivamientos carismáticos fue la revolu-
ción musical. Es decir, el reemplazo de los himnos tradicionales como
forma musical dominante por los llamados cantos o alabanzas contem-
poráneas. Por lo tanto, el objetivo de este apartado es analizar cómo
ocurrió esta revolución, así como sus implicaciones teológicas, litúrgi-
cas e identitarias. Para hacerlo, primero se explicará la importancia de
la himnología en las denominaciones, recurriendo al caso metodista.
En segundo término, se analizará la revolución en la alabanza en el
caso de la Iglesia Evangélica San Pablo.

La himnología metodista

Para la liturgia metodista la música tenía un lugar importante y sólo


superado —como en casi todas las denominaciones del mainline o pro-
testantismo histórico— por la predicación de la palabra. No obstante,
se ha convertido en un lugar común dentro del metodismo asumirse
como “un pueblo que canta”. Según Rubén Ruiz Guerra esta peculia-
ridad se debe a dos motivos. En primer lugar, porque fue uno de los

175
Ramiro Jaimes Martínez • Iván Enrique Valtierra Angulo

primeros vehículos de la propaganda y adoctrinamiento metodista en


Inglaterra, pues al no contar con templos donde fijar sus representa-
ciones y mensajes recurrieron a los himnos, piezas musicales instru-
mentales o vocales, generalmente solemnes, compuestas por un coro
o estribillo y tres o más estrofas que eran entonadas por la congrega-
ción. Es decir, la himnología transmitía el contenido teológico de la
institución (Méndez, 2008, p. 263; Ruiz, 1992, pp. 31-32).
En segundo lugar, además de este fin didáctico, la música inducía al
creyente a estados mentales emotivos, especialmente al recién convertido
(Ruiz, 1992, p. 32). En este sentido, la música proveía elementos de plau-
sibilidad a los fieles, y les permitía la entrada a esos “poderosos” estados
anímicos que infunden a la religión de un “realismo único” (Geertz, 2003,
p. 89). Para Garma, la música juega un papel poco estudiado pero muy
importante en el cambio religioso latinoamericano. En primer lugar, por-
que es un elemento de comunicación cultural que provoca emociones
religiosas en los individuos y les ayuda a tomar decisiones y compromi-
sos durante los cultos. En segundo término, actúa como un elemento
de cohesión entre la diversidad protestante, pues los himnarios41 estaban
compuestos por piezas que no discriminaban entre bautistas, metodistas,
presbiterianos y demás denominaciones (Garma, 2001, p. 69). Por lo tan-
to, el creyente evangélico, sin importar su denominación, compartía los
mensajes musicales entonando los mismos himnos, experimentándolos
como un ritual colectivo que cohesiona al grupo.
Una tercera razón por la que la música juega un papel importante
en el protestantismo, y por lo tanto para el estudio de la música cul-
tual, en este caso la himnología evangélica denominacional, es que
funciona como una herramienta de contextualización de la tradición

41
  Libros que compilaban los himnos.

176
Identidades religiosas, música evangélica y reconfiguración de la memoria en Baja California

evangélica mexicana. Es decir, los cuatro conceptos principales de la


himnología evangélica (sentido de misticismo, sentido de sacrificio,
sentido de comunidad, idea de victoria y sentido de festividad) son los
puentes entre la tradición religiosa y su contexto sociocultural, pues
permiten cambios en la teología y por consiguiente en la identidad de
los evangélicos (Méndez, 2008, p. 252).
Por lo tanto, la música cultual no sólo es un medio de comunica-
ción entre el núcleo religioso o los especialistas con los laicos, sino
que al motivar estados anímicos y reforzar la plausibilidad de la teo-
dicea también posibilitaba a esos mismos laicos la reformulación de
los mensajes religiosos. Es decir, permite al mismo creyente la apro-
piación particular del capital religioso que está siendo gestionado por
los diversos agentes del campo, gracias a las emociones y sentimien-
tos que detona en el individuo. En este sentido, los sentimientos y
las emociones que refuerzan la identidad individual y colectiva, y por
lo tanto la teodicea o tradición religiosa, también motivan una serie
de racionalizaciones en el individuo, que le permiten una apropiación
personalizada del mensaje religioso.42
La importancia concedida por los metodistas a la música iba aso-
ciada con la centralidad de la predicación en el culto: los himnos no
sólo informaban sobre las doctrinas centrales necesarias para una vida
de santidad, sino que eran el vehículo de la palabra de Dios, y entre
todos los mensajes ninguno es más importante que el de la salvación.
De esta manera, el corolario de la predicación era la invitación a todos
aquellos que no habían aceptado a Cristo como salvador, la cual gene-
ralmente estaba musicalizada por himnos especiales para ello.

  Por eso la ortodoxia no es adoptada tal cual por el individuo, sino que es adaptada
42

de acuerdo al capital simbólico y las emociones que refuerzan las actitudes.

177
Ramiro Jaimes Martínez • Iván Enrique Valtierra Angulo

Por lo tanto, no debe sorprender que una de las primeras tareas de


los obispos y misioneros metodistas en México fuera la traducción de
sus himnos al español. Los himnarios no sólo contenían piezas de invi-
tación a la salvación, sino que había de otros tipos: consolación, celebra-
ción, de gozo y paz, intercesión, arrepentimiento, motivación y alabanza
(Ruiz, 1992, pp. 32-35). De todos estos tipos llama la atención que mu-
chos de ellos se centraban en la vida del creyente o la congregación y
el caminar diario en su fe. En este sentido, el contenido doctrinal tenía
una gran importancia, es decir, los himnos apoyaban doctrinas centrales
como la santificación, el arrepentimiento, la salvación. Los temas princi-
pales tratan sobre el sentido de misticismo, de sacrificio, de comunidad,
la idea de victoria y el sentido de festividad. Sin embargo, los himnos
enfatizan sobre todo los sentidos de comunidad y sacrificio, seguidos en
importancia por el de festividad (Méndez, 2008, p. 240). Por lo tanto,
los himnos de alabanza y de glorificación a alguna de las personas de la
Trinidad ocupaban un lugar importante pero no preponderante en el
cuerpo general de los himnarios, pues había también aquellos dirigidos
al creyente, al inconverso o a la congregación.
Por otro lado, la música en general era una parte importante en el
currículo de las escuelas metodistas. Así como preparaban a sus predi-
cadores, también funcionaban para formar a sus músicos. Algunos de
los compositores y traductores de himnos más influyentes egresaron
o fueron profesores en las instituciones metodistas, como el doctor
Vicente Mendoza (Ruiz, 1992, p. 35).
En las iglesias metodistas no podían faltar la Biblia, el púlpito, la
bandera nacional y un piano u órgano. Gracias a las disposiciones del
gobierno mexicano para regular la actividad religiosa, pueden conocerse
algunos aspectos del trabajo de la iglesia metodista de Mexicali desde
una fuente no confesional. En el acta de entrega del templo a la pas-

178
Identidades religiosas, música evangélica y reconfiguración de la memoria en Baja California

tora Rosa Fe Narro, en 1938, se observa que era una construcción de


frente pequeño, pero de buena profundidad (12 x 40 metros [m]), tenía
dos pisos, con capacidad en un salón central para 120 personas: tenía 6
bancas43 de aproximadamente 3 m de largo cada una —posiblemente 6
personas podrían sentarse sin problemas—, y 13 bancas de 3.5 m, para
7 personas.44 Por la disposición del templo resaltaban dos actividades:
la música y la enseñanza. El inventario menciona que contaban con dos
órganos, uno en el primer piso, en la capilla, y otro en el sótano, que
estaba acondicionado con bancas, por lo que posiblemente funcionaba
como un salón de actividades sociales y de convivencia donde hubieran
podido celebrarse algunas actividades cultuales, o ser usado simplemen-
te como bodega. El que tuvieran órganos indica que la música consistía
en el repertorio himnológico tradicional, formado en las denominacio-
nes estadounidenses desde el Primer Gran Despertar, aunque existen
piezas más antiguas, como las compuestas por Lutero.
Uno de estos himnos populares en los himnarios metodistas y
evangélicos es Fuente de la vida eterna, clasificado como pieza de ala-
banza y adoración. Fue compuesto por el predicador inglés Robert
Robinson en 1757, para apoyar un sermón en la Capilla Calvinista
Metodista de Norfolk. Dado que el himno fue musicalizado en 1813

  El uso de estas bancas largas es muy tradicional en las iglesias cristianas (católicas,
43

protestantes o de influencia reformada). Generalmente sugieren, y fomentan, relacio-


nes familiares y de comunidad muy estrechas durante el culto y la liturgia. También se
asocian a una disposición cultual donde lo dominante es la predicación. Por ejemplo,
en las iglesias denominacionales todas las bancas forman un rectángulo que apunta ha-
cia el púlpito, que domina todo el espacio de la nave principal. Esto indica la centrali-
dad del predicador y del sermón (en otro término, de la palabra). En la iglesia católica
el lugar central de esta disposición espacial es ocupada por el altar, que manifiesta la
centralidad del sacramento de la misa en la liturgia.

  Acervo Documental del Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad Au-


44

tónoma de Baja California (ad iih-uabc), Fondo: Archivo General de la Nación (agn)-Direc-
ción General de Gobierno, Exp: [23.54], f. 7.

179
Ramiro Jaimes Martínez • Iván Enrique Valtierra Angulo

para coro en mi bemol con un ritmo de ¾, atribuido a John Wyeth, es


posible pensar que antes de ese año las congregaciones lo recitaban.45

Fuente de la vida eterna


y de toda bendición;
ensalzar tu gracia tierna,
debe cada corazón.
Tu piedad inagotable,
abundante en perdonar,
único ser adorable,
gloria a ti debemos dar.

De los cánticos celestes


te quisiéramos cantar;
entonados por las huestes,
que lograste rescatar.
Almas que a buscar viniste,
porque les tuviste amor,
de ellas te compadeciste,
con tiernísimo favor.

Toma nuestros corazones,


llénalos de tu verdad;
de tu Espíritu los dones,
y de toda santidad.
Guíanos en obediencia,
humildad, amor y fe;
nos ampare tu clemencia;
Salvador, propicio sé.46

  Robertson era un joven de 17 años cuando asistió a una predicación de George


45

Whitefield durante el primer Gran Despertar, en 1752. Aunque su intención era mo-
farse de los asistentes, las palabras del predicador causaron una honda impresión
en él (Historias de Himnos, s. f.).
46
  La traducción del himno al español fue realizada por Thomas Westrup, misionero
inglés que se convirtió en bautista en México —en 1863— y fue agente de la Socie-
dad Bíblica Americana. En 1875 comenzó su labor como compositor de himnos y

180
Identidades religiosas, música evangélica y reconfiguración de la memoria en Baja California

Si bien el himno es melodioso y su ritmo no es lento, se trata de una


pieza solemne, lo que explica su popularidad entre las denominaciones
evangélicas, pues es ideal para infundir respeto y exaltación al mismo
tiempo. Sin embargo, a diferencia de la mayoría de los himnos, sólo tiene
estrofas: carece de un estribillo que haga las veces de coro. Como puede
apreciarse, el texto está escrito en primera persona en plural, por lo que es
la congregación la que dirige los ruegos a Dios. La salvación, el perdón,
la gracia de Dios y la santidad son las ideas centrales del himno, que se
refieren principalmente a los sentidos de comunidad y sacrificio. Por lo
tanto, se refuerzan los referentes de la identidad denominacional centrada
en representaciones teológicas. Sin embargo, es interesante notar que en
la práctica también se apoyan los referentes de la pertenencia transdeno-
minacional, pues estos himnos han sido compartidos por las iglesias del
protestantismo histórico, e incluso por mormones y adventistas.

La nueva alabanza y el movimiento carismático

Como se mencionó, la música es un medio para reforzar el mensaje


y la ortodoxia religiosa, pero también una forma altamente persona-
lizada de apropiación de dicho mensaje. En este sentido, la música
religiosa, más que la predicación, es susceptible a la reelaboración ge-
neracional, pues la producción cultural puede cambiar de una genera-
ción a otra. Por eso no puede soslayarse la importancia de la música en
los movimientos de renovación que sacudieron al mainline evangélico
estadounidense, desde los pentecostalistas a principios del siglo XX
hasta los carismáticos después de la segunda guerra mundial.

traductor (Fuente de la vida eterna, s. f.).

181
Ramiro Jaimes Martínez • Iván Enrique Valtierra Angulo

Sin duda uno de los primeros retos para los himnos denominaciona-
les provino de los pentecostales. Estos comenzaron a producir himnos
y cantos con ritmos vernáculos, con letras menos elaboradas. Además,
introdujeron nuevos instrumentos, como la guitarra y el pandero.47 Es-
tas sencillas piezas musicales fueron convirtiéndose en coritos, los cuales
—con una estructura similar a la de los himnos, aunque menos solem-
nes y extensos— eran bastante fáciles de recordar. Con el tiempo los
coritos fueron ganando aceptación entre las denominaciones evangélicas
e incluso entre católicos, mucho antes de que se generalizaran prácti-
cas pentecostales como la glosolalia, que inicialmente fueron rechazadas
por aquellas.48 Un excelente ejemplo de este rompimiento musical pen-
tecostal ocurrió en las denominaciones mexicana y mexicana-estadouni-
dense de la región fronteriza entre México y Estados Unidos, la Iglesia
y la Asamblea Apostólicas de la Fe en Cristo Jesús, con músicos como
Marcial de la Cruz (Ramírez, 2015, pp. 1-2, 33).
Sin embargo, la revolución de la alabanza, que en el caso del me-
todismo tijuanense llegó asociada al movimiento carismático y al con-

47
 Inicialmente, la incorporación de instrumentos en el culto generó marcadas dife-
rencias, incluso entre los pentecostales estadounidenses a inicios del siglo XX. Algunos
los consideraban un lujo y otros hasta elementos mundanos. Iglesias como la St. Luke
Church of God in Christ, ubicada en Misisipi, instalaron en poco tiempo un piano para
acompañar los servicios dominicales y, posteriormente, otros instrumentos, como el
saxofón y la batería. Sin embargo, al menos en este caso particular, la introducción de
la guitarra en el culto enfrentó una fuerte oposición por parte de algunos miembros
conservadores, y fue acompañada de una experiencia cismática en la congregación del
pastor Elder Hill en los años cuarenta (Hernández, 2011, pp. 39-40).
48
  Para las décadas de 1970 y 1980 las denominaciones bautistas permitieron los co-
ritos para la liturgia de grupos infantiles y juveniles, e incluso para algunos servicios
de carácter menos formal, como las reuniones entre semana o los días de campo; es
decir, actividades en las que no era posible llevar un piano o que resultaba más pro-
vechoso utilizar cantos menos solemnes. De hecho, se usaron coritarios (publicaciones
con coritos), que coexistieron mucho tiempo con los himnarios (J. Velásquez Rossiki
—congregante de la ibc—, comunicación personal, 6 de agosto de 2003).

182
Identidades religiosas, música evangélica y reconfiguración de la memoria en Baja California

sumo musical de las iglesias estadounidenses, fue un rompimiento


mucho más fuerte e incluso encontró el decidido rechazo de las igle-
sias pentecostales. En 1986, el nuevo pastor de la Primera Iglesia de
Tijuana (pit) de la Iglesia Apostólica de la Fe en Cristo Jesús, Manuel
Rodríguez Castorena, representante de la tendencia más liberal de la
denominación, impulsó dos iniciativas que mostraban la tensión entre
la tradición apostólica y las innovaciones de iglesias como la de San
Pablo. La primera fue admitir una mayor participación de la mujer en
la liturgia apostólica, aunque al parecer las mujeres de la pit no la apo-
yaron porque eran partidarias de la postura tradicional (López, 1999,
p. 111).49 La segunda fue permitir que los jóvenes de la pit confrater-
nizaran con los jóvenes de la Iglesia Evangélica San Pablo, lo cual no
contó con la aprobación de las autoridades del Distrito y fue visto más
como un riesgo que como un beneficio50 (López, 1999, p. 112).
Esta última medida pone en perspectiva lo que para la iafcj
representaban estas iglesias con crecimiento espectacular y nue-
vas formas de liturgia y organización. Eran, especialmente por los
nuevos cantos y la apertura doctrinal, una vía para conformarse
al mundo. Considerando que uno de los principales referentes de
la identidad y el habitus pentecostal era esta distinción, no resulta

49
  Según el cronista Samuel López, aparentemente partidario de la tradición, una de
las particularidades de la iafcj en Baja California es que hasta ese tiempo la mujer
había sabido guardar su lugar en el culto apostólico, o el hombre no había cedido la
iniciativa y liderazgo como en otras partes del país (López, 1999, p. 111).

  Samuel López consigna que durante la campaña electoral de 1989 las iglesias evan-
50

gélicas de Tijuana, de la que San Pablo era una de las principales promotoras, orga-
nizaron un evento musical en apoyo a la abanderada priista a la gubernatura de Baja
California, Margarita Ortega Villa, en la Casa de la Juventud, el cual contó con la parti-
cipación del Coro Juvenil de la pit. Dicha acción motivó el desacuerdo del cuerpo minis-
terial. Al igual que las denominaciones protestantes, la iafcj asumía una postura neutral
en lo político, dejando a sus miembros la libertad de participar a título individual.

183
Ramiro Jaimes Martínez • Iván Enrique Valtierra Angulo

extraño que las autoridades apostólicas y el ala conservadora de la


denominación prohibieran la fraternidad entre los jóvenes pente-
costales y los carismáticos.51 Por lo tanto, esto también muestra las
rupturas entre el pentecostalismo clásico y las iglesias surgidas del
movimiento carismático.
La nueva alabanza de estas megaiglesias consistía en el rechazo
a la himnología tradicional, la cual asocian a iglesias orientadas a la
vida comunal y de estructura fuertemente familiar (manejadas por
algunas familias prominentes), “espiritualmente muertas”, sin ma-
nifestaciones del Espíritu y con escaso crecimiento (Jaimes, 1991).
En su lugar se adoptaron los llamados cantos contemporáneos,
los cuales permitían piezas y ritmos muy variados. No obstante,
predominaba el estilo musical conocido como pop rock (en algunos
casos rock and roll), con instrumentos como la guitarra, el bajo, el
teclado eléctrico e incluso la batería. Al igual que con los himnos,
en un principio se utilizaron piezas musicales traducidas del inglés,
las cuales habían sido popularizadas por músicos y grupos de ala-
banza de megaiglesias como las dirigidas por Bill Hybels o John
Wimber.52 Es muy probable que en sus primeros años también se
utilizaran coritos pentecostales. Sin embargo, iglesias como la de San
Pablo no tardaron en traducir los cantos que las iglesias estadouni-
denses ya estaban utilizando, al tiempo que incorporaban aquellas
composiciones hechas por los primeros músicos-evangelistas re-
conocidos de México, como Marcos Witt y Jesús Adrián Romero.

  Como puede observarse en el trabajo de Alejandra Montalvo (2016) y Ester Espinoza


51

(2014), los jóvenes pentecostales son considerados inexpertos en la fe. Esta percep-
ción generalmente cambia hasta el matrimonio.

  Hybels comenzó lo que sería la megaiglesia Willow Creek, Chicago, en 1975, y Wim-
52

ber, su movimiento carismático Señales y milagros, en Orange County, California, en


1977 (Kaczorowski, 1997; Strafford, 1986, pp. 18-22).

184
Identidades religiosas, música evangélica y reconfiguración de la memoria en Baja California

Jonathan Marcos Witt Holder es hijo de misioneros estadouniden-


ses que llegaron en 1962 a Durango, donde organizaban campamentos
y convenciones para jóvenes, en las que las alabanzas desempeñaban
un rol fundamental. Fue en la capilla de ese campamento que inició
su vocación musical evangelística, en compañía de Pablo Casillas. En
1979, a los 17 años de edad, realizó su primer concierto en la Casa de
la Cultura de Durango. En la escuela de música de esa ciudad conoció
a Juan Salinas, quien fue un colaborador y compositor prolijo, con
piezas como Has cambiado mi lamento en baile, Yo quiero ser un adorador,
Será llena la Tierra (Marcos Witt 25 años Conmemorativo 2011, 2014). En
1986 grabó su primer álbum, Canción a Dios. En 1987 produjo el se-
gundo, Adoremos, que tuvo un impacto sin precedentes en las iglesias y
denominaciones evangélicas.53 Era un sencillo audiocasete producido
en una época en la que muchos cantantes y cantautores evangélicos
trabajaban bajo el impulso de la revolución de la alabanza, que en Es-
tados Unidos ya tenía más de una década.54 Grupos y cantantes como
Witt en Durango, Rubén Sotelo en la Ciudad de México, o Jubals en
Tijuana, producían con recursos propios o de sus congregaciones sus
audios y discos, prácticamente en forma artesanal.55

  Fue tal el éxito y el alcance de este álbum que Marcos Witt fundó CanZion Pro-
53

ducciones en 1987, empresa dedicada a la producción y distribución de música


cristiana, que más tarde se convirtió en Grupo CanZion. Ha producido 30 álbumes,
reportando más de 7 millones de copias vendidas en Latinoamérica y Estados Uni-
dos (Biografía de Marcos Witt, s. f.).
54
  En esos años, quienes hablaban inglés traducían los cantos para que fueran uti-
lizados en las reuniones juveniles, espacios donde eran permitidos por las iglesias
denominacionales (Navas, 2011, 29 de agosto; J. Velázquez Rossiki, comunicación
personal, 6 de agosto de 2003).

  En el caso de Marcos Witt su segundo álbum, Adoremos, de 1987, se financió con


55

ofrendas y la venta de bienes personales, pues no había patrocinios. Sin embargo,


según el mismo Witt, ese álbum trajo una verdadera revolución en las iglesias mexi-
canas: “Ese disco fue un hito, marcó un antes y un después en el mover en México.

185
Ramiro Jaimes Martínez • Iván Enrique Valtierra Angulo

Estos cantos contemporáneos, a diferencia de los himnos, alu-


den principalmente al sentido de misticismo y victoria, y en menor
grado a los de sacrificio y comunidad, prácticamente ausentes. Los
cantos se centran más en la experiencia individual, pues la mayo-
ría están escritos en primera persona y en singular. Asimismo, los
aspectos teológicos y doctrinales —centrales en los himnos— no
son tocados en los cantos, por lo que estos comunican primordial-
mente experiencias y emociones (Méndez, 2008, p. 256). En este
sentido, resulta pertinente señalar que los cantos contemporáneos
son mucho más sencillos de recordar y entonar que los himnos, al-
gunos de los cuales sólo pueden ejecutarse o cantarse por músicos
entrenados, y cuyas letras utilizan palabras lejanas a la experiencia
cotidiana de las generaciones más recientes (Navas, 2011, 29 de
agosto).56
Es precisamente por esta particularidad que existe una brecha
generacional entre los creyentes que consumen himnos y los que
prefieren los cantos. Generalmente los jóvenes son los que optan
por los cantos contemporáneos, y de hecho este sector de las igle-
sias evangélicas es el que ha impulsado y legitimado su consumo
(Navas, 2009, 6 de agosto).57 En este sentido, resulta interesante
notar que quienes lograron posicionar la nueva forma de alabanza

Fue una bomba atómica, explotó de una forma tremenda y produjo el resultado que
yo estaba queriendo: traer a los jóvenes de la banca de atrás a la banca del frente
y que disfrutaran de la música. ¡Y no sólo hicieron eso! La bailaron, la brincaron,
la encarnaron, la gozaron tremendamente” (citado en Navas, 2009, 6 de agosto).

  Una de las razones por las que Jason Morris ya no siguió como músico evangelista
56

es porque sus composiciones no eran pegajosas para los congregantes, no se podían


recordar (Navas, 2011, 29 de agosto).

  En palabras de Marcos Witt, con su segundo disco consiguió que los jóvenes pasaran
57

de la última a la primera banca de los templos (Navas, 2009, 6 de agosto).

186
Identidades religiosas, música evangélica y reconfiguración de la memoria en Baja California

fueron los hijos de pastores y misioneros, como Marcos Witt y Ja-


son Morris, pues la resistencia de las denominaciones no cedió tan
fácilmente.58
Uno de los cantos emblemáticos de Marcos Witt, Yo quiero ser un
adorador, puede ilustrar lo dicho anteriormente:

Tú le diste al hombre un lenguaje muy bello


tú nos diste la música para alabarte
estoy agradecido y quiero cantarte
estoy agradecido y quiero adorarte.

Tú me hiciste con un propósito


en tus planes estaba que yo te adorara
estoy agradecido y quiero cantarte
estoy agradecido y quiero adorarte.
//yo quiero ser un adorador oh, oh, oh
yo quiero ser un adorador oh...
contemplar la hermosura de tu santidad
adorarte en espíritu y en verdad
yo quiero ser Señor… un adorador//

Mi gozo será habitar en tu presencia


mi gozo será contemplar tu santidad
con júbilo vendré a ti y te cantaré
con júbilo vendré a ti y te adoraré.

Escrito en primera persona, el mensaje principal es el deseo del


cantante de ser un adorador sincero. La letra sencilla y la música pega-
josa se combinan para trasmitir emociones intensas que logran conta-

 De hecho, la revolución en la alabanza provocó reacciones tradicionalistas, como


58

en la pit de la iafcj y la iglesia bautista Puerta Abierta en Tijuana. La misma polémica


se ha visto en otras iglesias en México, como la Metodista en Monterrey o las iglesias
bautistas del Compañerismo en la Ciudad de México.

187
Ramiro Jaimes Martínez • Iván Enrique Valtierra Angulo

giar al creyente, se encuentre en un templo o en una sala de conciertos.


No se explica ninguna doctrina en particular y, aunque está dirigido
a Dios, su nombre no se menciona explícitamente. Todo lo anterior
permite que el canto pueda ser entonado en forma transdenomina-
cional, es decir, sin importar la autoadscripción religiosa. Es suficiente
que el consumidor de este bien cultural asuma una identidad general,
como cristiano o evangélico.59

Nuevas identidades evangélicas

A partir de la década de 1980, el rostro del protestantismo mexica-


no ha cambiado. Los referentes de identidad del protestante se han
transformado, especialmente entre congregaciones independientes,
como la Iglesia Evangélica San Pablo, las cuales han surgido a raíz de
la triple expansión de la renovación carismática-evangélica, las estra-
tegias del iglecrecimiento y el mercado de la música y literatura cristiana
(Jaimes, 2007). Estos movimientos y tendencias han coincidido con
la crisis de la organización denominacional (y hasta cierto punto los
ha provocado), la forma en que estaban estructuradas las iglesias
protestantes del mainstream y las iglesias pentecostales.

59
  Cantos de este tipo logran atravesar ocasionalmente incluso las fronteras identita-
rias entre católicos y protestantes. Un claro ejemplo de ello es el canto Te amo, in-
terpretado por Juan Carlos Alvarado. En un folleto del XIV Encuentro de la Renovación
Católica en el Espíritu Santo, realizado en Tijuana en 1993, encontramos entre la lista
de cantos precisamente la composición musical que aparece en el álbum Glorifícate de
Alvarado. Llama la atención la rapidez con la que se incorporaban los cantos del mo-
mento en la comunidad católica carismática de la Diócesis de Tijuana pues este álbum
fue lanzado precisamente en 1993. Alvarado fue líder de alabanza de una iglesia cris-
tiana fundada en Guatemala durante los años ochenta, Palabra en Acción. Comenzó a
trabajar como copastor al lado del pastor Wes Spencer a la edad de 20 años. Fue autor
innegable de numerosas alabanzas cristianas de gran éxito (Navas, 2009, 6 de octubre).

188
Identidades religiosas, música evangélica y reconfiguración de la memoria en Baja California

Por lo menos se han reformulado tres referentes identitarios tra-


dicionales de las denominaciones: 1) el anticatolicismo se ha ido dilu-
yendo, al grado que los grupos evangélicos de presión coinciden con
los católicos en su lucha contra el aborto y el matrimonio homosexual;
2) la identidad denominacional (centrada en doctrinas y rituales es-
pecíficos) ha cedido su lugar a una identidad evangélica-cristiana su-
pradenominacional que prácticamente no enfatiza ninguna doctrina o
ritual, excepto el de la conversión, y 3) el debilitamiento de la noción
de separación tajante entre el creyente y el mundo. En especial el tercer
rubro ha sido fundamental para que las iglesias y los creyentes evan-
gélicos hayan comenzado a incursionar en la arena política y en otros
ámbitos de la sociedad, tales como el sector educativo y el de salud.
Respecto al último, sobresalen por su cantidad los centros de rehabili-
tación para adicciones en Baja California.
Si —como afirma Bauman— la modernidad líquida se caracte-
riza por una creciente individualización y la poca seguridad que los
individuos encuentran en las instituciones que supuestamente de-
bían proporcionarla (como el Estado) (Bauman, 2004, p. 43), y la
secularización, como afirma Hervieu-Leger, no es otra cosa que el
continuo reacomodo entre la religión y las sociedades sin memoria,
incapaces de generar las certezas que se esperaba de ellas, enton-
ces pueden explicarse las particularidades de movimientos religiosos
como el carismático, el iglecrecimiento, la alabanza contemporánea y
las megaiglesias, los cuales no se circunscriben a una denominación,
sino que se nutren de su fragmentación, vinculándose por lo general
a reelaboraciones teológicas conservadoras (como el fundamentalis-
mo y evangelicalismo) (Iannaccone, 1994).
Según James Beckford, un movimiento religioso se puede defi-
nir como una “forma organizada que tiene por objetivo introducir

189
Ramiro Jaimes Martínez • Iván Enrique Valtierra Angulo

cambios en una religión”, lo que usualmente ocurre luego de gene-


rar conflictos y tensiones con los grupos opositores. Afirma tam-
bién que existen movimientos religiosos no organizados, al menos
en etapas iniciales, como sería el caso de la simpatía de los cristia-
nos de diversas denominaciones hacia los dones carismáticos. Con-
cluye que los rápidos cambios sociales propician el surgimiento de
nuevos movimientos religiosos (nmr), que son al mismo tiempo
respuesta y motor de dichos cambios (Beckford, 1986).
Con esto en mente, podemos pensar que el énfasis en las emo-
ciones, en los mensajes directos, prácticos y conmovedores, y en
menores niveles de ascetismo, ha sido bien acogido en sectores
medios de la sociedad —crecientemente enfrentados con situacio-
nes críticas (personales, familiares, económicas, de empleo, insegu-
ridad, salud)—, así como en sectores laicos católicos con una prác-
tica religiosa nominal. Además, son movimientos atractivos para
aquellos creyentes de cuna evangélica que buscan nuevos espacios
de participación y compromiso.
Puede decirse que lo que inició como un movimiento de reno-
vación carismática, en alguna medida influenciado por el vilipen-
diado pentecostalismo, se convirtió en una bola de nieve, un haz
de movimientos religiosos sumamente ecléctico, capaz de integrar
diferentes procesos de diversos ámbitos (el mercado creciente de
la música y la literatura de autoayuda cristiana, el iglecrecimiento),
atravesar las estructuras denominacionales cristianas (evangélicas y
católicas) y reconfigurar sus identidades.
En este sentido, identificarse como evangélico o cristiano sería
consecuencia del rompimiento denominacional y la fragmentación
del campo religioso, por lo que puede pensarse que esta crisis de la

190
Identidades religiosas, música evangélica y reconfiguración de la memoria en Baja California

religión de iglesia es propiciada por una mayor capacidad de acción


de los sujetos en la administración de sus creencias y prácticas. Es
decir, que la ruptura y atomización de las instituciones religiosas,
así como la privatización de sus capitales religiosos sería el factor
fundamental de la reestructuración de las instituciones religiosas y,
por lo tanto, del cambio en las identidades y la memoria colectiva
de las comunidades creyentes.
Estas nuevas identidades han abandonado los referentes deno-
minacionales, como el anticatolicismo o el énfasis en ciertas doc-
trinas centrales, como el bautismo, fundamental para las denomi-
naciones bautistas, así como el bautismo del Espíritu lo es para
los pentecostales, o la predestinación para los presbiterianos. En
su lugar se sostienen doctrinas universales a todos los cristianos,
como la salvación por el sacrificio vicario de Jesús, obviando anti-
guas polémicas escatológicas, como si la tribulación sería antes o
después del segundo advenimiento de Cristo, o teológicas, como la
pérdida de la salvación.
Incluso puede decirse que la misma categoría religión ha sido
reformulada por los cristianos y evangélicos, quienes por lo regular
se asumen como individuos sin religión, pues afirman que ésta es
el intento humano por acercarse a Dios, y lo que ellos han expe-
rimentado es una relación con Dios, porque éste se acercó a ellos.

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198
Ríos internacionales, nación y
presentismo

Marco Antonio Samaniego López1

Ante el reto que significa la demanda de agua para usos urbanos, agrí-
colas, recreativos, producción de energía eléctrica, así como todo lo
relacionado con el ambiente, los ríos internacionales son un tema a de-
bate que, en las últimas décadas, se ha tornado cada vez más frecuente.
Los problemas derivados de la coordinación que debe existir
para satisfacer los diferentes usos ha generado la construcción de
corpus legales que son resultado de un conjunto de enfrentamien-
tos y arreglos entre los diferentes actores involucrados. Sin embar-
go, los conceptos legales y los referentes al ambiente se modifican.
Lo que para una generación resultó lógico y congruente, para otra
son un conjunto de errores u olvidos que se deben subsanar. En
este sentido, por ejemplo, los problemas y conflictos que se enfren-
taron a principios del siglo XX tenían una dimensión, y lo que se
considera como problema a principios del XXI tiene otra forma de
observarse o simplemente es ignorado. A pesar de ello, lo común

1
  Investigador del Instituto de Investigaciones Históricas de la Universidad Autónoma
de Baja California (iih-uabc). Correo electrónico: samaniego@uabc.edu.mx.
Marco Antonio Samaniego López

para el tema de los ríos internacionales es que siempre se discute


una idea de futuro. Bajo esta consideración, surgen las siguien-
tes interrogantes: ¿cómo será en 30 o 40 años la cuenca? ¿Qué
uso social va a ser privilegiado en determinado momento? ¿Quién
tendrá los medios tecnológicos para asegurar su aprovechamiento?
¿Quiénes resultarán beneficiados de las medidas que se acuerden o
no en los momentos en que se discuten las problemáticas?
Debido a los diversos ámbitos que estos asuntos abarcan, quienes
realizan y publican planteamientos al respecto pertenecen a diferen-
tes campos del conocimiento: abogados, internacionalistas, ingenie-
ros, periodistas, politólogos, ambientalistas, organizaciones no guber-
namentales de todo tipo, grupos en defensa de las aves migratorias,
asociaciones civiles que defienden la caza controlada o que buscan
eliminarla, pescadores tanto de recreación como de sustento, biólo-
gos, grupos empresariales, gobiernos locales y estatales, y distritos de
irrigación. En fin, múltiples actores se involucran por decisión indivi-
dual o colectiva, y publican sobre los fines de las corrientes superfi-
ciales. Asimismo, de una forma u otra, en las propuestas se involucran
posibilidades de acción para el futuro de las corrientes, dado que las
decisiones que se han tomado impactan el uso en otros momentos.
Por ello se considera que las oportunidades de participar obligan a
vincularse con las soluciones que se desean.
Para el caso que aquí tratamos, las corrientes compartidas entre
México y Estados Unidos, su importancia es significativa, aunque
las dimensiones de la problemática resultan diferentes. La percep-
ción sobre el tema queda de manifiesto en que numerosos análisis
parten de principios de sometimiento de México ante el país que
durante el siglo XX tuvo especial relevancia en acontecimientos
mundiales: Estados Unidos.

202
Ríos internacionales, nación y presentismo

La interpretación que se ofrece frecuentemente es la idea del domi-


nio del país vecino, en donde el débil se defiende con los instrumentos
a su alcance y, de una forma u otra, termina sometido. En este caso,
México —sobre todo en el tratado de 1906 y desde el punto de vista
de algunos internacionalistas— aceptó o se le aplicó lo que denominan
“doctrina Harmon”. Cabe mencionar que esta idea se ha difundido de
manera constante, pero poco se considera que, en realidad, la mera exis-
tencia del tratado fue una derrota de la opinión de Judson Harmon. Y
es que en numerosos textos publicados en décadas recientes sólo existe
el Tratado de Aguas Internacionales de 1944, en tanto que el tratado de
1906 no se identifica, y mucho menos entienden la relación entre uno y
otro.2 De igual forma, se acepta la existencia de la Ley del Río, como si se
tratara de un tema que sólo compete a Estados Unidos.3
Pero ¿cómo ubicar una publicación personal dentro de un contex-
to donde existen múltiples posturas? ¿Cómo explicar aportaciones en
un escenario en el que las afirmaciones tienen contrapartes en las que
se argumenta en función de la relación presente-futuro en términos de
necesidades cambiantes entre generaciones que discuten con lenguajes,
posibilidades de aprovechamiento, experiencias y expectativas diferentes?
Para dar respuesta a estas interrogantes, y ante el reto que se nos ha
planteado —reseñar las aportaciones más pertinentes de un trabajo de
nuestra autoría—, hemos optado por abordar el tema del presentismo,
como una posibilidad de ubicar la obra en cuestión: Ríos internacionales

2
  Un ejemplo, entre otros, es Carmen Maganda (2012).
3
 La Ley del Río es un conjunto de reglamentaciones que se ha elaborado como efecto
de los enfrentamientos legales entre Arizona y California, que se iniciaron en la déca-
da de 1930. El Departamento del Interior es el encargado de su cumplimiento. Cabe
mencionar que a pesar de que involucra a dichos estados, las decisiones que se toman
afectan al conjunto de la cuenca, incluido México.

203
Marco Antonio Samaniego López

entre México y Estados Unidos. Los tratados de 1906 y 1944, trabajo que
busca explicar la relación pasado-presente-futuro en torno a los ríos
internacionales, considerando el contexto existente a fines del siglo
XIX y principios del XXI, con la pretensión de definir acciones en el
presente para corregir el futuro de la cuenca. Sin embargo, los ríos,
a pesar de conservar su nombre y pasar por cauces semejantes, dada
su naturaleza de modificar su curso, no son los mismos, toda vez que
la intervención del hombre implica cambios en su condición y con-
cepción a futuro: los usos sociales los han transformado, así que la
discusión es cómo serán en los siguientes años; por ejemplo, el río
Bravo no era el mismo en 1896, que en 1920 o 1970, de modo que las
expectativas sobre cualquier intervención no garantizan el futuro de
quienes logran imponer su criterio.
Hacer referencia al término presentismo tiene la connotación que
François Hartog otorga al concepto regímenes de historicidad, es decir, la
expresión de un orden dominante del tiempo que se entreteje a partir
de diferentes regímenes de temporalidad. Dicho de otra forma: una
manera de traducir y organizar las experiencias del tiempo y darles
sentido. Por ello, el presentismo “canibalizador” presupone que todo
se debe regir por su experiencia, y en ese marco de referencia se ob-
serva el pasado con el ánimo de explicarlo en función del momento de
escritura (Hartog, 2007, p. 17).
Los problemas del presente provienen de todos los tiempos; de no
resolverse, la generación presente los intentará solventar con los avances
científicos actuales. Y por lo general se ignoran los retos y posibilidades
que se tuvieron en otro momento. La paradoja es que para cualquier
presente al que nos refiramos, otros especialistas, después, observarán
carencias metodológicas o de procedimientos en la forma en que se
tomaron las decisiones en ese otro presente, que para ellos es pasado.

204
Ríos internacionales, nación y presentismo

Pero ¿cómo resolver el problema de las corrientes internacionales


desde las perspectivas epistemológicas de los últimos años, desde
los conflictos que conlleva el cambio climático y la posible reduc-
ción del caudal de las corrientes? ¿Es viable que biólogos, am-
bientalistas, internacionalistas, politólogos, ingenieros, etcétera, se
pongan de acuerdo sobre cómo responder a los retos del cambio
climático cuando, de entrada, existen dudas de sus verdaderos al-
cances? ¿Qué implicaciones tiene lo anterior sobre la manera de
comprender los tratados internacionales? ¿Cuál es el papel de los
gobiernos y de las sociedades que directamente son afectados por
las decisiones que toman los cuerpos especializados?
Para contestar lo anterior, en primer término debemos consi-
derar que es imposible identificar todas las posibilidades a futuro
que existieron en poco más de un siglo sobre las corrientes super-
ficiales entre México y Estados Unidos. Los temores, las tenden-
cias anunciadas, las demandas locales, los grupos que no fueron
tomados en consideración, los gobiernos y funcionarios que no
comprendieron los alcances y las implicaciones a los que se enfren-
taron, los errores de interpretación y las confusiones geográficas
o legales son numerosos. De igual forma, antes de llegar a los tra-
tados de 1906 y 1944 hubo diversas pretensiones legales, así como
diferentes posibles acuerdos que terminaron en los escritorios de
muchos funcionarios. Por tal motivo, a continuación se enlistan los
aspectos que servirán de eje para la interpretación de la obra a la
que aquí nos referimos:
1) El desarrollo de la tecnología hidráulica permitió el uso de las
corrientes superficiales y, con ello, la transformación de los usos
sociales del agua.

205
Marco Antonio Samaniego López

2) La relación entre el conservacionismo y el preservacionismo


en Estados Unidos, que impulsaron la investigación sobre el
cemento y el concreto reforzado.
3) El desarrollo de sistemas de producción de acero —torales en
los materiales de construcción—, recurso indispensable para
elevar la altura de las cortinas.
4) La hidroelectricidad como factor clave para sufragar las grandes
obras, pero, sobre todo, como elemento de discusión sobre el
uso social de las aguas superficiales. El generar electricidad tras-
tocó las posibilidades de navegación comercial, pero abrió las
puertas a la recreativa y, por lo tanto, a polémicas muy intensas
sobre conservación.
5) La geografía de las cuencas. La ventaja de Estados Unidos no
fue como país, sino por su posición con respecto al río: a pesar
de la asimetría a la que tanto se hace referencia en textos con-
temporáneos, era ribereño inferior en tres puntos que resultaron
clave (véase figura 1).
6) La soberanía estatal de Estados Unidos y su historicidad en la
formación de la nación. Para México fue importante que exis-
tieran posturas encontradas entre entidades respecto a las co-
rrientes internacionales: pesaron más los conflictos entre Texas
y California o entre California y Arizona, que entre México y
Estados Unidos.
7) La centralidad en las decisiones mexicanas. Los gobiernos es-
tatales tuvieron poca participación. El gobierno federal tomó
decisiones en este ámbito sin enfrentar grandes resistencias por
parte de las entidades federativas; además, aprovechó las pugnas
existentes entre las entidades de Estados Unidos.

206
Ríos internacionales, nación y presentismo

8) En el caso de México, las entidades del norte no implementaron


una política coordinada y en relación con otros actores sociales
norteños: los del norte no decidieron sobre el norte, a diferencia
de las entidades del suroeste de Estados Unidos, que participa-
ron activamente en la negociación en diversos órdenes.
9) Los criterios de decisión no fueron unívocos, sino alternativos
y atemporales en función de la relación entre los principios del
derecho internacional y la normativa interna de Estados Unidos
(sobre todo lo referente a la primera apropiación), que México
supo aprovechar en ciertos momentos para su beneficio, mucho
más allá del simple criterio de la asimetría.
10) Los numerosos actores sociales involucrados en los tratados,
sobre todo el de 1944, estaban conscientes de que las decisiones
que se tomaran serían de gran impacto para el futuro. Lo para-
dójico fue que las discusiones fueran de carácter secreto, dado
que era evidente que no habría consenso en cualquier decisión
que se tomara.
11) Ambos países ofrecieron argumentos a conveniencia relaciona-
dos con las condiciones geográficas. Fue la realización de obras
hidráulicas lo que presionó para llevar a cabo la negociación. La
diplomacia iba detrás de los cambios de facto.
12) Las dos naciones sobrepasaron las atribuciones respecto al tra-
tado de 1848. Los cambios en los usos sociales y la toma de
decisiones sin coordinación abrieron camino a un acuerdo con
base en el equilibrio entre daños potenciales y posibilidades de
uso coordinado.

207
Marco Antonio Samaniego López

Figura 1. Ríos internacionales entre México y Estados Unidos.

Fuente: Samaniego, 2006.

Es importante precisar que la mayor parte de lo escrito sobre


los tratados de 1906 y 1944 son textos que no pretenden, de ma-
nera explícita, ser historiográficos, sino que, por la relevancia e
intensidad de las discusiones, realizan interpretaciones sobre di-
chos tratados y discuten en torno a la aplicación de principios de
derecho internacional, así como sobre las razones por las cuales
las decisiones de otros, en el pasado o en el presente, tienen o no
sustento —y los autores mexicanos remarcan el recurrente abuso
estadounidense hacia su vecino del sur—.

208
Ríos internacionales, nación y presentismo

Por otro lado, el presente trabajo pretende contextualizar los es-


casos libros que abordan el tema de los ríos internacionales. Entre
ellos destacan los de Norris Cecil Hundley, Jr. (enmarcado desde la
historia propiamente), y los de Charles Timm y Ernesto Enríquez
Coyro, estos últimos, participantes directos en las negociaciones
del tratado firmado en 1944.4
Los escritos de orden periodístico y la documentación generada
en torno a las cuencas y las transformaciones en los usos sociales
del agua es abundante, pero pocos textos intentan abordar el pro-
blema en su conjunto y, sobre todo, abarcar dos de las tres cuencas
internacionales entre los dos países. Cabe señalar que el caso del
río Tijuana fue postergado en términos del tratado de 1944.
Consideramos oportuno destacar tanto nuestras diferencias
con respecto a los autores mencionados como los contextos de
sus publicaciones, para hacer notar que sus posturas ofrecen argu-
mentos en beneficio del lugar social de escritura y considerando
los problemas en la temporalidad en que fueron escritos. Charles
Timm, por ejemplo, en 1941 buscaba presionar en las negociacio-
nes. En tanto que Hundley y Enríquez Coyro hicieron lo propio en
el marco de decisiones y enfrentamientos de la década de 1960. Por
ello la referencia al presentismo mencionada páginas atrás. Bajo
esta consideración, las interpretaciones buscan incidir en las deci-
siones de acuerdo con las problemáticas que han resurgido en otro
momento.

4
  Consideramos oportuno mencionar que existen tesis sobre cada una de las corrientes
por separado, pero muy pocas visiones de conjunto.

209
Marco Antonio Samaniego López

Norris Cecil Hundley, Jr.: The dividing waters

Con su libro The dividing waters: Mexican-American controversies over the waters
of the Colorado River and the Rio Grande, 1880-1960, Norris Cecil Hundley,
Jr. (fallecido en 2013) ofrece la única obra de índole historiográfica que
se ha escrito en Estados Unidos sobre el tema, puesto que busca explicar
las negociaciones entre los dos países (acerca de los ríos, la producción
es abundante). Remarcamos esto porque los otros autores que analizan
cuestiones sobre los ríos Colorado o Bravo no abordan su relación, que
para nosotros resulta indispensable, puesto que es la única manera de
explicar el proceso de construcción de los tratados de 1906 y 1944. Y es
que si bien localizamos algunas tesis de maestría o doctorado relativas al
tema en instituciones estadounidenses, sólo estudian alguno de los dos
ríos por separado, como si la relación fuera un asunto secundario.
Es importante indicar que Norris Cecil Hundley, Jr. dedicó muchos
años de su vida a la investigación relacionada con el agua en el oeste de
Estados Unidos. Otros de sus libros son Water and the west. The Colorado
River compact and the politics of water in the American west (1975) y The great thirst.
Californians and water, 1770’s-1990’s (1992), además de numerosos artículos
en los que aborda el tema del agua y la sociedad del oeste estadounidense,
en especial el estado de California. En resumen, Hundley es, en muchos
sentidos, un autor indispensable para analizar tópicos sobre el control,
distribución y administración del recurso. Asimismo, abordó la relación
entre los problemas generados por las corrientes superficiales y los movi-
mientos conservacionistas y ambientalistas de años recientes.
A partir de la lectura hecha al trabajo de Hundley, proponemos que
su libro The dividing waters, más que ser una versión estadounidense, es
una perspectiva californiana, enmarcada en el presentismo, dados los
conflictos que se vivieron en el contexto de producción de la obra. Pu-

210
Ríos internacionales, nación y presentismo

blicado en 1963, es un libro que bien puede incluirse en los argumentos


de los representantes de dicha entidad sobre los derechos al agua del
río Colorado. Incluso, nos atrevemos a decir que en muchos aspectos
retoma las ideas de los representantes de California en el comité de los
14 y los 16, como se le conoció a las reuniones que se realizaron en la
década de 1930, en las que se fijaron las posiciones de los miembros de
la cuenca del Colorado y en las cuales no participaba Texas.
Entre los documentos elaborados por dicho comité, al abordar el
tema de México, se refirieron a “the Mexican burden”, es decir, la carga
mexicana. Hundley emplea un término semejante, tanto en The dividing
waters como en Water and the west. Desde nuestra perspectiva, en caso de
aceptarse dicho término, más bien se debería hablar de la “carga esta-
dounidense” o “The United States burden”, para señalar el agua que se
entrega al vecino del norte por los afluentes del bajo Bravo. Y es que no
por ser agua que fluye por un país, es propiedad de éste, sino que por su
condición de internacional desde el tratado de 1848 se tienen derechos
que corresponden, precisamente, a principios internacionales.
En cuanto a las pugnas entre algunas entidades de Estados Unidos
sobre este tema, en la obra de Hundley podemos observar una muy
particular que se dio entre California y Arizona. Desde 1922, Arizona
mostró su inconformidad con el pacto de Santa Fe y no lo ratificó. Pos-
teriormente, en 1931, Arizona inició una larga historia de demandas en
contra de California, en las que estuvo en disputa la cantidad de agua
excedente que esta última entidad utilizaba. Y es que, en efecto, Califor-
nia tomó más agua de la acordada durante varias décadas, hasta prácti-
camente inicios del siglo XXI. Esta situación tuvo que ver, entre otros
aspectos, con la presión de otras entidades por limitar el uso del recurso
a los californianos. Como ejemplo, tenemos que en 1963 la Suprema
Corte de Estados Unidos dio la razón —al menos por esa ocasión— a

211
Marco Antonio Samaniego López

Arizona en una de sus demandas, lo que generó grandes dudas sobre el


futuro desarrollo de la entidad costera. Aunado a ello, se inició la cons-
trucción de la presa Glen Canyon y del Central Arizona Project, con lo
que este estado tendría la capacidad de conducir el agua del río Colorado
hasta las ciudades de Phoenix y Tucson. Con estas acciones, la entidad
que se sentía amenazada en su crecimiento era California.
En ese contexto, donde la presión por el desarrollo futuro era para
el sur de California, Hundley retomó varios de los argumentos que
los representantes californianos arguyeron para negarse al tratado de
1944. Asimismo, enfatizó los errores de interpretación del Boulder
Canyon Act, que llevaron al fallo favorable de Arizona.
Con respecto al tratado, consideramos relevante indicar que
Hundley criticó los resultados del mismo, y de manera clara apuntó
la necesidad de una renegociación. Su argumento principal fue el
tema que se empezó a convertir en esos años en un problema inter-
nacional: el uso de aguas salobres de Wellton- Mohawk como parte
de la entrega de agua a México. En muchos textos es conocido como
la salinidad del río Colorado, sin embargo, nosotros tomamos la de-
cisión de nombrarlo de esa forma, dado que consideramos que hubo
una interpretación que no corresponde a lo asentado en el tratado.
Dicha explicación es motivo de un escrito aparte.
Hundley se sumó al análisis de los problemas contemporáneos en
el texto The Colorado waters dispute, publicado en 1964. En él argumentó
las ambigüedades del tratado y llamó a la solidaridad hemisférica ante
el avance comunista en México (Hundley, 1964, pp. 495-500). Desta-
có específicamente la figura del líder campesino del valle de Mexicali
Alfonso Garzón, a quien señaló como un “agitador” que alteró las
relaciones aprovechándose del liderazgo que ejercía. Lo vinculó a los

212
Ríos internacionales, nación y presentismo

comunistas que no permitían la solidaridad hemisférica y la política de


buena vecindad que ofrecía el gobierno de Estados Unidos.
En cuanto al problema de las aguas salobres de Wellton-Mohawk, lo
explicó de una manera que llama bastante la atención: se debió a que,
“desafortunadamente”, se construyó un dren que condujo esas aguas al
río. ¿Y quién lo construyó? Nosotros podemos señalar que fue el Bureau
of Reclamation. La pregunta es ¿y no se previó el daño que se generaría?
Cabe mencionar que el autor dejó muchos temas sin respuesta. A
Hundley le interesaba destacar la necesidad de la solidaridad hemis-
férica en contra del comunismo, que desde la interpretación de ese
momento se gestaba con posibilidades de incrementarse en el valle de
Mexicali. Pero debemos reconocer que también realizó un balance del
beneficio y el daño. Claramente afirmó que fueron pocos los agricul-
tores de Estados Unidos que aprovecharon el recurso, mientras que
varios miles en México y en Yuma, Arizona, resultaron perjudicados.
Por otra parte, la propuesta de Hundley es muy significativa, dado que
los argumentos con que pretende la renegociación del tratado son muy se-
mejantes a los que se han planteado en las últimas décadas del siglo XX y
las primeras del XXI. El más importante y reiterativo es que la cantidad de
agua del río fue sobreestimada, es decir, no existe el volumen que se pro-
yectó en la segunda década del siglo XX y que se acordó como oficial en
el pacto de Santa Fe de 1922. Asimismo, Hundley sostuvo que el tratado
fue ambiguo y significó un sacrificio para el crecimiento de Estados Uni-
dos. Por supuesto, es una hipótesis que no se puede demostrar: Hundley
simplemente lo afirma. De igual forma, menciona que al no existir infor-
mación sobre la calidad del agua, a México le convendría la renegociación.
Finalmente, uno de los temas que ha resultado reiterativo hasta el día de
hoy, es que no se sabe qué significa el concepto “sequía extraordinaria”.

213
Marco Antonio Samaniego López

Estos planteamientos resultan importantes porque una buena can-


tidad de propuestas contemporáneas argumentan lo mismo. Incluso,
en las negociaciones de las minutas 318 y 319 se llegó a acuerdos sobre
la variabilidad de la corriente del Colorado vinculada al tema del cam-
bio climático.5 Sin embargo, la variabilidad siempre ha sido conocida,
pero lo que no se sabe es cómo ha afectado —o lo hará— el cam-
bio climático. De cualquier modo, son cuestiones relevantes, porque
muestran la constante postura californiana en relación con el tratado.

Historiografía de negociadores, antes y después del


tratado de 1944

Dos son los autores que pretendo destacar en este apartado del trabajo:
Charles Timm y Ernesto Enríquez Coyro. Ambos estuvieron relaciona-
dos con las negociaciones del tratado de 1944. El primero publicó su obra
en 1941, cuando las negociaciones, amenazas y supuestos eran parte de
la incertidumbre sobre cómo se iba a solucionar el problema. El segundo
encabezó las negociaciones de México y escribió su extensa obra en varios
momentos. Al parecer, una parte fue escrita en la década de 1940, pero su
conclusión y publicación fue en la década de 1970, asociada a la discusión
sobre las aguas salobres de Wellton-Mohawk, que fue conocida interna-
cionalmente como la “salinidad del río Colorado” (Rabasa, 1969, 1975).
Si bien ninguno de ellos ejerció la historia como profesión, sus
textos son una muestra de presentismo, es decir, plantean las prue-
bas que llevan a la conclusión que se desea en ese momento, como

5
 En estas minutas de la Comisión Internacional de Límites y Aguas se establecen
acuerdos temporales en relación directa con el tema del cambio climático. La minuta
318 fue firmada en 2010, y la 319 en 2012.

214
Ríos internacionales, nación y presentismo

parte del entorno en el que se encuentra el autor y las razones que lo


motivan, de manera semejante a Hundley. Sin embargo, a diferencia
de éste, Timm defendió la postura texana.
Los ríos internacionales eran compartidos y se debían respetar
los usos existentes. Además, Texas necesitaba el agua que llega-
ba de los afluentes que nacen en México. Desde esta perspectiva,
Timm consideraba que la tesis de Judson Harmon fue una ver-
güenza (Timm, 1941), ya que no representaba la política de Es-
tados Unidos ni la que se sigue a nivel mundial. El autor ofreció
ejemplos de tratados, incluido el de 1906, en los que, en efecto,
se buscó respetar los usos previos. En gran parte, su postura co-
rrespondía a la del gobierno federal de Estados Unidos, la sección
estadounidense de la Comisión Internacional de Límites y, en ge-
neral, las empresas del sur de Texas de recibir agua de los afluentes
mexicanos (en buena medida, también de México, dado que en el
caso del Colorado se encuentra en la posición contraria).
Cabe señalar que la obra de Timm es sobre la Comisión Internacio-
nal de Límites y no sobre los tratados, por lo que aborda otros asuntos
de intensa colaboración o de conflicto en diversos temas, como el
caso de El Chamizal. Sin embargo, nos pareció importante destacarla
porque fue parte de la construcción de la propuesta estadounidense.
Incluso, Timm —que en general propuso que el tratado se realizara en
los mejores términos para los dos países— no evitó que se ejerciera
presión sobre México con una obra en el río Bravo, misma que se co-
noció como el Proyecto Federal número 5 (si bien a fin de cuentas no
se llevó a cabo, fue una amenaza latente por varios años); de cualquier
modo, como uno de los asesores en la negociación, resulta lógico que
su propuesta fuera respetar los usos preexistentes.

215
Marco Antonio Samaniego López

Por su parte, la obra de Ernesto Enríquez Coyro, El tratado entre


México y los Estados Unidos de América sobre ríos internacionales. Una lucha
nacional de noventa años (1976), es, sin duda, el libro que mayor informa-
ción aporta al tema de los tratados internacionales.
Involucrado desde 1936 en la demanda 639, presentada por agri-
cultores del Valle Imperial, California, en contra de México, Enríquez
pudo recopilar información de suma relevancia. Como presidente de
la comisión negociadora, fue el encargado de defender las propuestas
mexicanas en un contexto de buenas relaciones entre ambos países,
dada la necesidad de apoyo con motivo de la segunda guerra mundial.
De manera sintética señalamos las posturas de Enríquez, prác-
ticamente todas cargadas de presentismo, propio, además, de quien
ejerció una función:
1) La diplomacia mexicana fue errática, ignorante del derecho in-
ternacional y la geografía; por ello, México estuvo sin rumbo
desde fines del siglo XIX, durante el tratado de 1906 y en los
años posteriores. Es hasta la década de 1920 y sobre todo con
su ingreso como abogado a los asuntos de ríos internacionales,
cuando todo cambió en la década de 1930.
2) Estados Unidos se aprovechó de México con la aplicación de la
opinión Harmon en la convención —a veces tratado— de 1906.
Lo peor es que en los años siguientes siempre la quiso imponer,
pero fue posible evitarlo gracias a la comisión que él presidió.
3) Se logró evitar, desde su punto de vista, el tiránico principio de
primera apropiación, desarrollado en el oeste estadounidense.
Aunque reconoce que los usos preexistentes fueron definitivos
en las presiones, amenazas y en el tratado mismo.

216
Ríos internacionales, nación y presentismo

4) Señala el apego a las reglas de Helsinki, de 1966, sobre ríos


internacionales. El tratado es bueno porque existe esa rela-
ción con los acuerdos a los que llegaron 22 años después de la
firma. Paradójicamente, en las reglas de Helsinki se respetaron
los usos preexistentes.
5) La cooperación con las autoridades estadounidenses fue defini-
tiva para lograr el acuerdo. Fueron los representantes de Arizo-
na y California quienes se opusieron al tratado (Enríquez, 1976).
La obra de Ernesto Enríquez Coyro se enfrentó directamente
con la de Norris Cecil Hundley, Jr., a quien citó en varias ocasiones
para señalar los beneficios del tratado, así como la efectividad de
los acuerdos. Las ambigüedades no existen, son interpretaciones de
conveniencia que no corresponden al espíritu y letra del tratado.
En cuanto al problema del dren de Wellton-Mohawk, conocido
oficialmente como “la salinidad del río Colorado”, enfatizó un as-
pecto de suma relevancia: el tratado fue por agua, no por lodo. Con
ello, claramente señaló que todo lo referente al tema que no haya
tenido que ver con la calidad del agua, es irrelevante. En cualquier
caso, apunta, la discusión fue benéfica porque se tomaron medidas
que resolvieron el problema satisfactoriamente.
Por lo anterior, su obra —de gran extensión— es una defensa de los
términos del tratado. Asimismo, planteó que la renegociación no es el cami-
no, sino su cumplimiento en letra y espíritu. Enríquez vivió intensamente las
críticas que se hicieron en torno al problema de las aguas salobres de Well-
ton-Mohawk, sobre todo porque en las décadas de 1960 y 1970 era visto por
analistas mexicanos como una aberración que se entregara agua de afluentes
de México en el bajo Bravo. Pero curiosamente, en el primer lustro del siglo
XXI, al saber que México no cumplió con las entregas de agua en ciclos de

217
Marco Antonio Samaniego López

cinco años, numerosos comentarios en la prensa fueron en el mismo sentido.


Estas manifestaciones fueron producto del desconocimiento de lo que su-
cede en el alto Bravo y en el Colorado, en los que toda el agua que se recibe
cae por lluvia o deshielos en territorio de Estados Unidos. Por ello, Enríquez
se defendió de autores mexicanos como Rodolfo Cruz Miramontes, quien
en sus artículos “El conflicto de las aguas del río Colorado” y “La doctrina
Harmon, el tratado de aguas de 1944 y algunos problemas derivados de su
aplicación” (1965) repite argumentos vertidos en la década de 1940, sobre la
supuesta aplicación de la opinión Harmon y las omisiones del tratado, entre
ellos, la interpretación de la frase “cualquiera que sea su fuente” (Cruz, 1965).
La minuta 242, de 1973, y la Colorado River Basin Salinity Control Act,
de 1974, le dieron la razón a Enríquez Coyro con respecto a la interpreta-
ción del tratado. Sin embargo, antes de que esto sucediera las críticas provo-
caron que en su obra Enríquez le diera este sentido de defensa del acuerdo.
En las siguientes páginas planteamos, conforme a lo indicado al ini-
cio de este documento, algunos de los puntos que consideramos son di-
ferentes con respecto a los trabajos mencionados, de los cuales se han
alimentado un buen número de textos que abordan el tema en artículos
periodísticos, discusiones y en negociaciones de las últimas décadas.

El embargo, Harmon, y el tratado de 1906: una di-


ferencia

En relación con el tratado de 1906, en Ríos internacionales existen


diferencias con prácticamente todos los autores que han tocado el
tema.6 En las obras publicadas no se aborda el embargo de 1896 a

6
 Planteamos tocado porque es frecuente que en los análisis entre ambientalistas, abo-

218
Ríos internacionales, nación y presentismo

1925 sobre el uso del agua en el alto Bravo. Cabe mencionar que
la acción tomada el 5 de diciembre de 1896 por el secretario del
Interior, Richard Olney, se dio en medio de intensas polémicas, y
consistió en ordenar la suspensión de solicitudes para adquirir de-
rechos de agua en el río Bravo, en el territorio de Nuevo México y
en el estado de Colorado.7
En general, se ignora esta disposición —vigente hasta 1925—
para centrarse en la opinión Harmon, a pesar de que el embar-
go fue una medida importante para todo el oeste estadounidense,
dado que motivó varias discusiones sobre la soberanía estatal y
la injerencia del gobierno federal. Una de estas discusiones es la
referente a las negociaciones entre los estados de la cuenca del río
Colorado, que desde 1911 no querían que la futura distribución de
derechos de la corriente se analizara bajo la intervención federal
(Tyler, 1996, pp. 36-53).
En cambio, prácticamente todos los autores, tanto estadou-
nidenses como mexicanos, le dan mucho peso a la opinión del
abogado general de Estados Unidos, Judson Harmon, y hablan de
la llamada “doctrina Harmon”. Incluso a nivel internacional se le
considera “doctrina”, sin siquiera analizar, aunque sea de manera
superficial, el documento ni su contexto de emisión.8

gados, politólogos o encargados de relaciones internacionales el tratado de 1906 no es


tomado en cuenta o, en caso de serlo, es nombrado como convención.
7
  El texto en inglés, señala: “Action is hereby suspended on any and all applications
for right of way of trough public lands for the purpose of irrigation, by using the
waters of the Rio Grande or any of its tributaries in the states of Colorado or in the
territory of New Mexico, until further instructed by this department”.
8
  Muy semejante a lo que sucede con los dictámenes de Ignacio L. Vallarta y José M.
Gamboa, quienes vertieron opiniones confrontadas, pero se mencionan como si hubie-
ran afirmado lo mismo o hubieran trabajado en conjunto.

219
Marco Antonio Samaniego López

En síntesis, Harmon destacó la tesis de la soberanía absoluta. Sin


embargo, pocas veces se arguye que México había interpuesto una
demanda por 35 millones de dólares por daños causados en las zo-
nas agrícolas aledañas a Ciudad Juárez, y que Harmon hizo referen-
cia a ello en su documento. Tampoco se destaca que Harmon indicó
que si bien no existían precedentes en el mundo, se debía seguir la
decisión del congreso estadounidense del 29 de abril de 1890, que
ordenaba al entonces presidente de Estados Unidos, Grover Cleve-
land, entablar negociaciones con México a fin de llegar a un acuerdo.
Cuatro años después, Cleveland insistió en solucionar el problema
con México, y el 3 de diciembre de 1894 giró instrucciones para ello
(Geis, 1959). Es decir, la afirmación de Harmon fue indicar la sobe-
ranía absoluta, tanto en relación con la demanda de 35 millones de
dólares que reclamaba México, como por lo relacionado con el agua
del río. Sin embargo, llamó a la negociación, como estaba previsto.
A pesar de ello, la opinión de Harmon se convirtió en la “doc-
trina Harmon”, asociada con la tesis de la soberanía absoluta. Este
planteamiento se vuelve historiográficamente conveniente. ¿Por qué?
Para algunos analistas de diversas áreas del conocimiento demuestra
que el país fuerte, Estados Unidos, impone sus criterios al país débil,
México (Berber, 1959; Bush, 1981; Lipper, 1967).
En las décadas siguientes, senadores y diputados o interesados en
quitar la posibilidad de que México obtuviera agua en la cuenca del
Colorado, insistieron en que esa era o debía ser la postura estadouni-
dense; incluso, en años de franco y claro intervencionismo estadouni-
dense en América, era parte de la postura agresiva del país. Por ello, a
pesar de haber sido derrotada en el contexto en que surgió, la opinión
de Harmon tenía autoridad. Y es que las referencias a Harmon con-
solidaron la llamada doctrina Harmon, siempre como una amenaza.

220
Ríos internacionales, nación y presentismo

Sin embargo, lo decimos claramente, esa postura no fue la oficial del


gobierno federal estadounidense, y aunque la tesis de la soberanía ab-
soluta sirvió en las negociaciones para presionar y demandar, no se
aplicó en el tratado de 1906 ni en el de 1944.9
Para analistas, actores políticos y, sobre todo, la diplomacia mexi-
cana de los años siguientes, dicho antecedente se volvió una clara
muestra de la dificultad para negociar con un vecino siempre alevo-
so. El abogado y negociador principal del tratado de 1944, Ernesto
Enríquez Coyro, destacó una y otra vez esa postura como la ame-
naza estadounidense. Si bien en su opinión se aplicó en 1906, pero
no en 1944, por nuestra parte indicamos que ni en 1906 ni en 1944,
porque — como ya se mencionó— no fue la postura oficial de Es-
tados Unidos, e incluso fue contradicha y atacada por los represen-
tantes de ambos lados de la Comisión Internacional de Límites, por
diputados texanos y por la diplomacia estadounidense y mexicana
de la época. La evidencia más contundente es que el secretario del
Interior impuso el embargo citado líneas arriba, vigente de 1896 a
1925; es decir, la postura en contra de la opinión Harmon surgió
desde Estados Unidos, a través de Richard Olney.
El verdadero enemigo, el más intenso y constante, fue la Rio Grande
Dam & Irrigation Company, empresa de capital inglés que pretendía
construir una presa en Eagle, Nuevo México. Esta compañía y su repre-
sentante, Nathan Boyd, fueron el reto a vencer. Dicha empresa siempre
estuvo apoyada por la corte de Nuevo México, mientras que la Suprema
Corte de los Estados Unidos falló en su contra en tres ocasiones. De
este modo, el tratado no se postergó por Harmon, sino por las discusio-

9
  Un autor que analiza desde la perspectiva legal la opinión Harmon es Stephen McCa-
ffrey, quien, por otra parte, no toma en cuenta el embargo. Este autor coincide en que
la opinión en cuestión no fue la política de Estados Unidos (McCaffrey, 2006).

221
Marco Antonio Samaniego López

nes legales entre la corte estatal y federal: mientras la primera retomaba


la opinión de Harmon, la segunda la hacía a un lado. Por su parte, los
representantes de la Comisión Internacional de Límites de ambos lados
siempre estuvieron unidos, en contra de Nuevo México y Colorado.
Los hermanaba el ser ribereños inferiores: querer abordar el tema sólo
en términos de Estados Unidos y México no responde a las acciones de
unos y otros: eran ribereños inferiores de dos países, enfrentados con
ribereños superiores de un país, Estados Unidos.
En ese sentido, es importante recordar que durante la primera dé-
cada del siglo XX aconteció uno de los casos legales que resultaron
muy importantes para Estados Unidos y el mundo, derivado de la
confrontación entre Kansas y Colorado. De manera semejante al alto
Bravo, Colorado era ribereño superior con respecto a Kansas. Asimis-
mo, sus representantes alegaron bajo los términos de Harmon respec-
to a la soberanía absoluta, pero sin considerar la referida demanda de
México por 35 millones de dólares. Su temor era que les aplicaran otro
embargo, lo que no sucedió. En 1902 y 1907 se dieron las resoluciones
judiciales que concluyeron en el principio de distribución equitativa,
vinculada directamente con la primera apropiación y el uso benéfico
(Hinderlinder & Meeker, 1927; Scott, 1958).
Este caso tiene profunda relación con lo sucedido en el río Bravo,
toda vez que los argumentos, los temores de un posible embargo y la
injerencia del gobierno federal incidieron directamente en las negocia-
ciones. Para varios autores, este caso es el abuelo de los acuerdos por el
agua en el derecho internacional (Lipper, 1967).
Es importante enfatizar que el tratado de 1906 sólo puede enten-
derse en relación con el embargo y las implicaciones que tuvo al inte-
rior de Estados Unidos: comercio, intervención federal, cortes judicia-

222
Ríos internacionales, nación y presentismo

les, desarrollo de tecnología, soberanía estatal y, para el caso particular


de Nuevo México, como parte de sus argumentos para convertirse
en estado. Aunque en buena parte de los trabajos dicho tratado es
mencionado como una convención, o ignorado por completo, fue el
primer tratado internacional sobre distribución de aguas superficia-
les. Paradójicamente, el caso Kansas contra Colorado es la referencia
internacional, a pesar de que el tratado de 1906 fue signado con ante-
rioridad.
Considero oportuno mencionar otra de mis diferencias respecto
a gran parte de los autores, la relación entre el tratado de 1906 y el
de 1944. En México, el tratado fue considerado un triunfo mientras
Porfirio Díaz estuvo en el poder. Sin embargo, desde los años de la re-
volución mexicana empezó a construirse la tesis del rotundo fracaso.
Un error en todos los sentidos.
La diplomacia mexicana y la Comisión Internacional, bajo una
tensa y compleja relación —por los cambios de poder y la reconfi-
guración del Estado—, tuvieron ante sí el problema de que la presa
que debía construirse siguió siendo motivo de intensas discusiones en
Estados Unidos y las cortes internacionales. Una de ellas se debió a
que el Reclamation Service tuvo la intención de construir la presa en
Elephant Butte, pero la Rio Grande Dam & Irrigation Company llevó
su inconformidad a La Haya; el caso estuvo en discusión hasta 1922.
Además, las diferencias se dieron porque de acuerdo con la manera de
funcionar del Reclamation Service, la obra debía ser pagada por los
beneficiados. Pero en este caso, quienes pagarían serían los de Nuevo
México, y los beneficiados, los texanos de El Paso y los mexicanos de
Ciudad Juárez. Por ello, la construcción se retrasó hasta 1916, por lo
que en esos años se gestó el tema de la renegociación del tratado. El
error debía subsanarse.

223
Marco Antonio Samaniego López

Durante los años de la revolución mexicana (1910-1920) y en


las décadas siguientes, la diplomacia mexicana sintetizó la situación
como el abuso estadounidense por aplicar la doctrina Harmon.
Los errores del tratado quedaron como tales hasta la actualidad,
y la postura de Harmon fue concebida como aquello que era ne-
cesario hacer a un lado para lograr un nuevo tratado sobre el alto
Bravo y, por supuesto, para el bajo Bravo y el Colorado.10 Como
veremos, Ernesto Enríquez Coyro utilizó siempre esta referencia
para indicar que Estados Unidos quería volver a aplicarla a México.
Por otro lado, consideramos que un factor más fue que, por ser
un tratado firmado en el gobierno de Porfirio Díaz, los gobiernos
posrevolucionarios subrayaron el tema de los “errores”.
Sin duda el documento tiene problemas de interpretación y tra-
ducción, pero —además de seguir vigente hasta la actualidad—
debe enmarcarse desde su lógica de construcción y no como una
simple falla del porfiriato o un simple abuso estadounidense. Por
nuestra parte, consideramos que la falta de cuerpos especializa-
dos generó varios problemas, entre ellos la traducción de palabras
como claim. De igual forma, resaltamos que fue una lucha de dos
poblaciones fronterizas, apoyadas por sus respectivos gobiernos
federales, en contra, sobre todo, de ribereños superiores (de Nue-
vo México y Colorado), que hicieron todo lo posible en términos
legales para reclamar su derecho al agua (Samaniego, 2006).

  En diversas publicaciones recientes es frecuente que se desarrollen los mismos ar-


10

gumentos, que tienen prácticamente un siglo. Un documento oficial que señala estos
errores es El Tratado de Aguas Internacionales (Secretaría de Relaciones Exteriores,
1944, pp. 33-34).

224
Ríos internacionales, nación y presentismo

1944: relación entre corrientes superficiales, tecno-


logía hidráulica y espacios de debilidad

Si la relación entre ribereño inferior y superior fue un factor clave para


las negociaciones en el alto Bravo, es esta misma relación la que expli-
ca el tratado de 1944. El aliado de México fue el estado de Texas, igual
que en el tratado de 1906. Lo cual, por supuesto, no deja de ser una
paradoja, dado que en otros temas dicha relación no se puede explicar
de la misma forma. La razón de contar con ese aliado fue que el desa-
rrollo del valle mágico, en el sur de Texas, como puede observarse en
la figura 2, dependió del agua que llegaba de los afluentes que nacen
en Chihuahua, Nuevo León y Coahuila, en México.
A pesar de que prácticamente todo el río Colorado fluye por Estados
Unidos y desemboca en el golfo de California o mar de Cortés (como evi-
dencia la figura 2), se debe tomar en cuenta que —por las condiciones del
terreno y las características del río, hasta 1936— Valle Imperial, California,
era ribereño inferior con respecto a México por estas dos situaciones: 1) el
paso del agua era por México, y 2) los bordos de defensa, para que no se
presentaran inundaciones, se construyeron en México. Por estos motivos
se establecieron empresas, contratos y relaciones de poder regionales que
otorgaron la posición de ribereño superior a nuestro país (el valle de Mexi-
cali era ribereño superior con respecto al Valle Imperial), y por ello la ca-
pacidad de negociación fue más sólida durante tres décadas. Incluso, en un
contrato entre el gobierno federal, encabezado por Porfirio Díaz, con una
empresa denominada Sociedad de Terrenos e Irrigación de la Baja Califor-
nia, Sociedad Anónima, el gobierno mexicano, sin consultar al estadouni-
dense, permitió que la mitad del caudal corriera por el canal El Álamo hacia
Imperial; con esta acción, México obtuvo derechos sobre 3 600 millones de
metros cúbicos de agua, es decir, el doble de lo que logró en 1944.

225
Marco Antonio Samaniego López

Figura 2. Valles de Mexicali e Imperial, 1905.

Fuente: Samaniego (2006, p. 19).

¿Era legal la concesión del 17 de mayo de 1904? Nosotros con-


sideramos que no, dado que se pasaba por alto la navegación, uso
social protegido por el Tratado Guadalupe-Hidalgo de 1848. En
términos formales, el gobierno de México daba la concesión a una
empresa “mexicana”, la cual en realidad estaba integrada por ex-
tranjeros a quienes les interesaba desarrollar Imperial, es decir, el
lado estadounidense. La medida fue para evadir disposiciones del

226
Ríos internacionales, nación y presentismo

Departamento de Guerra de Estados Unidos, que deseaba mante-


ner la navegabilidad en la corriente.11 Ante esta situación, el Recla-
mation Service tuvo que modificar varios de sus planes. Asimismo,
se recrudecieron las propuestas anexionistas para que el valle de
Mexicali fuera parte de Estados Unidos.
Cabe mencionar que la concesión del 17 de mayo de 1904 nunca
ha sido abordada por autores estadounidenses de ningún ámbito: ni
ambientalistas, abogados, expertos en relaciones internacionales, so-
ciólogos o historiadores. A pesar de ello, es de suma importancia, ra-
zón por la cual se solicitó de manera insistente al gobierno estadouni-
dense que se abrogara tal concesión “tiránica”, como se mencionaba.
Ante este escenario, la solución práctica fue modificar la empresa
en dos ocasiones, pero no la concesión. Por lo mismo, en las discu-
siones internas se tornó un referente a derrotar, y la única forma de
hacerlo era construir el canal Todo Americano. Con ello, el agua deja-
ba de trasladarse por territorio de México. La obra se negoció desde
1911 hasta 1928, y se construyó entre 1934 y 1942-1943.
¿Y las inundaciones? Un aspecto que mencionamos con insis-
tencia es el tema del material en suspensión de las corrientes in-
ternacionales. Cada año, el río Colorado trasladaba 1 233 millones
de metros cúbicos de sedimentos. Una de las comparaciones fre-
cuentes era que se trataba de la misma cantidad de tierra que fue
removida para construir el canal de Panamá. Y es que un río no es
únicamente agua, sino el resultado de la interacción con las zonas
por las que pasa la corriente, lo cual conlleva que se agreguen di-
versos materiales. En este caso, el denominado río más rápido del
mundo, era también el que más sedimentos trasladaba.

11
  Para detalles, puede verse Samaniego (2008, 2012).

227
Marco Antonio Samaniego López

En la sección mexicana del bajo delta, el río tenía múltiples cau-


ces, y con las avenidas grandes corría hacia la zona más baja, que era
Valle Imperial, en Estados Unidos. Es decir, el sedimento era de tal
relevancia, que durante muchos años provocó la condición de doble
dependencia con respecto al territorio de México, tanto por el traslado
del agua como por los bordos de protección, que de no construirse
podían inundar el mencionado valle. Por ello, el tema de la corriente
no se solucionaba con el canal Todo Americano, sino que era necesa-
rio construir una gran presa para modificar esta condición.
La obra es conocida internacionalmente como Boulder o Hoo-
ver. Desde que se proyectó hasta su realización, entre 1931 y 1935,
12

fue considerado un enorme reto. Para la sociedad estadounidense es


motivo de culto hasta nuestros días, y a pesar de las numerosas críticas
de las últimas décadas sobre las presas de propósito múltiple, Hoover
es visitada por miles de turistas. El discurso ambientalista no ha afec-
tado su imagen de triunfalismo y desarrollo económico que proyecta.
Varios millones de kilowatts se producen diariamente.
Pero ¿por qué fue tan importante la presa Hoover? Porque mo-
dificó el espacio tanto en la parte superior de la cuenca como en la
inferior. Además, permitió el inicio del verdadero control de la co-
rriente y, sobre todo, que los materiales en suspensión disminuyeran
considerablemente, aunque no se eliminaran.
En Ríos internacionales insistimos al respecto, pero dado que el
tema del agua es prioritario, cabe mencionar que los trabajos sobre
la materia en general no profundizan en que el reto de las primeras

  El sitio era conocido como Boulder, pero la intervención decidida del gobernador y
12

posterior presidente de Estados Unidos, Herbert Hoover, en todo el proyecto, fue la


razón por la cual se le dio el nombre de Hoover.

228
Ríos internacionales, nación y presentismo

décadas del siglo XX era cómo disminuir el problema de la enorme


cantidad de material en suspensión que acarreaban las corrientes.
Así, por ejemplo, entre las discusiones de los agricultores de Valle
Imperial y los de Yuma, Arizona, surgió la siguiente afirmación: “Re-
move the silt, or the silt is going to remove us” (Arizona Sentinel, 1916). Este
aspecto es toral para explicar las otras presas que se construyeron a
lo largo del río. El problema se ha modificado porque la corriente no
tiene la velocidad de las primeras décadas del siglo XX, pero sigue
siendo de suma importancia.
Por ende, la presa Hoover fue determinante en muchos aspec-
tos. En primer lugar, cambió la relación de poder en el bajo delta
(Bureau of Reclamation, 1946). Además, se dejó de depender del
territorio mexicano tanto en lo referente a la conducción del agua
como en cuanto al temor de las inundaciones que generaba el cam-
bio de curso, por la enorme cantidad de sedimentos. Por ello la
concesión de 1904 dejó de ser relevante después de 1935 y modifi-
có el sentido de las negociaciones.
Bajo estas condiciones, a México sí le importaba el tratado en
mayor medida, pero debía negociar con actores locales de Estados
Unidos, sobre todo con el Imperial Irrigation District. Por otra
parte, la presa Hoover significó la posibilidad de que el reparto
agrario cobrara otra dimensión, lo mismo que el poblamiento de
la región y las comunicaciones; por ejemplo, el ferrocarril se pudo
construir con el control de la corriente. Asimismo, la presidencia
de Lázaro Cárdenas fue un factor trascendental en la transforma-
ción de la tenencia de la tierra pero como efecto de una presa en
territorio de Estados Unidos, a 500 kilómetros de distancia de la
línea divisoria.

229
Marco Antonio Samaniego López

Por otra parte, las relaciones entre Arizona y California se volvie-


ron cada vez más tensas. Incluso, en 1934 el gobierno de Arizona trató
de impedir la construcción de la presa Parker y llamó a las milicias es-
tatales. El Buró Federal de Investigaciones (fbi, por sus siglas en inglés
[Federal Bureau of Investigation]) localizó una bomba que supuesta-
mente tenía el propósito de destruir los avances en la construcción.
Como puede apreciarse, la presa Hoover fue un detonante en mu-
chos sentidos y explica un gran número de eventos. Fue un triunfo ca-
liforniano pero, a la vez, con el paso del tiempo, un factor que provocó
su eterna oposición al tratado de 1944.13 Desde su aprobación sus
representantes han insistido en la necesidad de renegociarlo. Además,
construir Hoover provocó que México abriera más tierras al cultivo y,
por lo tanto, demandara más agua. California quería entregar la mitad
de lo que se obtuvo en el tratado.
Así, pues, comprender estas relaciones es más complejo que las nego-
ciaciones diplomáticas. Por ello, en Ríos internacionales en primer término
destacamos cómo se desarrolló la tecnología, para luego abordar las ne-
gociaciones. Incluso asentamos que la tecnología se implementó sin tener
resueltos los temas legales: posterior a la tecnología llegó la diplomacia.
También analizamos cómo se utilizaron los materiales de construcción en
función de las propuestas conservacionistas de las primeras décadas del
siglo XX. El cambio de la mampostería al cemento y al concreto reforza-
do modificó la manera de utilizar el agua. Se tuvo una nueva concepción
de la distancia que podía recorrer el recurso hídrico y de cómo podían ser
productivas zonas consideradas alejadas o semidesérticas. Literalmente,
auténticos páramos con climas extremosos se convirtieron en zonas alta-
mente productivas con vínculos estrechos a los mercados internacionales.

13
  Entre los opositores puede verse Gleaser (1946).

230
Ríos internacionales, nación y presentismo

En todo ello, la producción de energía eléctrica desempeñó un pa-


pel fundamental: era la forma de pagar las obras, al menos como idea,
dado que no resultó del todo en la práctica. Además, fue considerada
energía limpia y barata (Gray, 1913, pp. 497-517). Debían aprovechar-
se las caídas de agua para hacer girar las turbinas. Sin embargo, esto
significaba modificar todos los esquemas legales, puesto que la nave-
gación y la pesca necesariamente se afectaban. Por ello, uno de los
asuntos legales a resolver era la relación con el comercio y la posibili-
dad de sostener rutas de intercambio de productos. Construir presas
de propósito múltiple fue la opción. Para el caso del Bravo y el Co-
lorado, la afectación era menor, pero fue una decisión que se impuso
por motivos económicos. El tratado de 1944 incluyó en sus proyectos
presas internacionales en el río Bravo, de las cuales ambos países ob-
tienen energía eléctrica desde hace varias décadas hasta la actualidad.
De este modo, ninguno de los dos países esperó a la diploma-
cia. No fueron decisiones acordadas para ir paso a paso, de acuerdo
con los cauces legales. ¿Había? Sí, pero eran ambiguos, estaban en
construcción y presentaban diferencias de interpretación y propuestas
vinculadas al futuro. Tarde o temprano, el crecimiento acabaría con el
recurso que menos existe en el oeste estadounidense y en el norte de
México: el agua. Ese futuro y la manera de adaptarse estuvieron pre-
sentes en la implementación de tecnología, en las negociaciones, en
los grupos que se organizaron y en las propuestas conservacionistas
de las primeras décadas del siglo XX.
Como hemos apuntado en otros escritos, posteriormente la visión
ambientalista se ha tornado crítica de la forma en que se tomaron las
decisiones. Se ha insistido, con toda razón, que no se destinó recurso
para el ambiente. Pero en esos años, decisivos a final de cuentas, se con-
sideraba que se conservaba el recurso evitando que éste fuera al mar.

231
Marco Antonio Samaniego López

Para los hombres de ese momento, no se afectaba la naturaleza con la


hidroelectricidad. El carbón dejaba de gastarse. La madera también. Di-
cho de manera sencilla, la solución eran las presas, los canales, los vasos,
los sifones. En décadas posteriores esta visión se transformó.
Estas son diferencias que, en lo general, consideramos existen con
otros autores que han abordado el tema de las corrientes superficiales
entre México y Estados Unidos. Por supuesto, existen muchos detalles
con respecto a los archivos y los elementos que se toman en conside-
ración. Por nuestra parte, sostenemos que estos factores explican más
que el determinismo del país fuerte que se impone al débil y donde el
tema de la asimetría lo explica todo. Como apuntamos en Ríos interna-
cionales, la cuestión no es sólo el poder de uno y otro, sino la manera en
que el factor geográfico se aprovecha, así como las debilidades cam-
biantes del vecino del norte o del sur.
El tratado involucra a las dos corrientes a propuesta de México. El
criterio de primera apropiación —propio del oeste estadounidense— se
impuso en ambos tratados, pero durante las negociaciones del tratado
de 1906 quien buscó dicha doctrina fue México. Y en los años poste-
riores este criterio impulsó la colonización en el norte de nuestro país.
Lo mismo se puede afirmar con respecto a la tecnología. La propues-
ta fue siempre de Estados Unidos. Pero el gobierno mexicano buscó la
forma de apoyarse en esos mismos preceptos y contrató a los ingenieros
del Bureau of Reclamation, o a ingenieros de la misma institución que
formaron empresas como la J. G. White Engineering Company. Así, F.
E. Weymouth, quien realizó los estudios para la construcción de Hoo-
ver en el Colorado, también asesoró la manera de realizar los proyectos
que habrían de desarrollarse en los afluentes del bajo Bravo.14

14
  National Archives Denver (nad), Record Group (rg) 115 (2 de febrero de 1927), entry

232
Ríos internacionales, nación y presentismo

Presentismo en los ríos: el agua, los sedimentos y el


ambiente

Los libros mencionados en torno a los ríos internacionales entre Mé-


xico y Estados Unidos pretenden abarcar el problema en su conjunto,
no de manera separada. Muchos escritos abordan problemas específi-
cos de alguna corriente, pero dada la tarea que es necesario emprender
para lograr un análisis a mayor escala, no abundan los trabajos que lo
intenten. Aún nosotros en Ríos internacionales, dejamos de lado otras
corrientes, como el San Pedro y el San Juan, así como el canal de
Guadalupe, en las cercanías de Ciudad Juárez. De hecho, sobre el río
Tijuana es nula la historiografía, y sólo existen trabajos vinculados con
el ambiente, sobre todo en los últimos años.
Remitirse a los libros mencionados nos lleva a una afirmación que
sin duda tiene riesgos: dado que las posturas historiográficas están vin-
culadas con derechos sobre agua, de índole local, estatal, interestatal
e internacional, las interpretaciones están asociadas a posturas legales.
Dado que siempre falta agua para alguien, la idea de la injusticia está
presente. La realidad es que no se tiene una respuesta para todos, sino
para los actores sociales que históricamente lograron obtener derechos
y, por lo tanto, otros siempre estarán en desacuerdo por la forma en que
se repartió lo que más se necesita en gran parte del norte mexicano y en
el oeste estadounidense: agua. Así, por ejemplo, sostener que es nece-
sario entender la relación entre las dos corrientes para comprender los
tratados, se opone a la idea que está presente en autores como Norris

7, caja 489, exp. 477 301. Al realizarse los proyectos hubo intervención del Departa-
mento del Interior, que no consideraba oportuno la asesoría al gobierno de México.
Ver nad, rg 115, entry 7, Hubert Work, secretario del Interior a Charles H. Hughes,
secretario de Estado.

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Marco Antonio Samaniego López

Cecil Hundley, Jr. o Richard Martin, que señalan el “error” del gobierno
de Estados Unidos de negociar las dos corrientes en conjunto y no cada
una por separado, como era la pretensión californiana (Rogers, 1964).
Se habrá notado que titulamos este apartado “Presentismo en los ríos: el
agua, los sedimentos y el ambiente”. Esta diferenciación tiene la pretensión
de indicar que un río no es sólo agua, sino también un asunto de sedimen-
tos, de distancia recorrida, de espacios que se modifican ante el uso. Y en
el discurso contemporáneo, más interesado en la relación con el ambiente,
los conceptos y las tendencias son motivo de numerosas discusiones en las
últimas décadas. En términos historiográficos, consideramos oportuna la di-
ferenciación, dado que un río es muchas cosas, entre las que destaca el agua.
Si a finales del siglo XIX el temor de lo que pasaría cuando faltara
agua motivó las acciones de numerosos actores colectivos en los dos
países, a principios del XXI la preocupación sigue siendo la misma,
aunado al discurso sobre el cambio climático y el crecimiento pobla-
cional, en una zona en constante aumento en el último siglo.
Las acciones de las primeras décadas del siglo fueron controlar los
ríos, es decir, el agua y los sedimentos, que en las corrientes interna-
cionales fueron de suma relevancia. Como apuntamos, el Colorado
acarreaba tanto material aluvial que todos los años modificaba la co-
rriente en la sección mexicana del bajo delta, y generaba inundaciones
que sólo lograron modificarse con la presa Hoover en 1935, es decir, a
500 kilómetros de distancia, en territorio estadounidense y con recur-
sos del Bureau of Reclamation.
Es sencillo culpar al imperialismo de todos los males de México, pero
en lo referente a los ríos (es decir, agua, sedimentos y ambiente), la relación
es intensa y directa. Las implicaciones tienen efectos inmediatos y la falta
de acuerdos es frecuente. Por ello, en Ríos internacionales insistimos en la

234
Ríos internacionales, nación y presentismo

relevancia de los sedimentos y el vínculo entre el aprovechamiento de las


corrientes superficiales. De igual modo, que las presas —tan atacadas en
nuestros días por grupos ambientalistas— fueron vistas en las primeras
décadas del siglo XX como una forma de conservar los recursos, evitando
el desperdicio. Este concepto cambió sobre todo en Estados Unidos, pero
estuvo vinculado con los materiales, con la construcción de miles de presas
en varias décadas y, por lo tanto, con la forma en que se imaginó el futuro.
Por ello, aunque se trate de los mismos ríos, estos tienen significados distin-
tos. La lucha en el Colorado en las primeras décadas del siglo XX era por
el control de la corriente, que generaba una cantidad de material aluvial que
amenazaba el poblamiento y la inversión. En el Bravo, por su condición de
límite territorial, la cuestión era cuidar que éste no se moviera en perjuicio
de cualquier nación. El caso de El Chamizal, más que la cantidad de tierra,
la importancia era el orgullo nacional (Bustamante, 1999). La propia exis-
tencia de la Comisión Internacional de Límites está enmarcada en ello.
En las décadas de 1960 y 1970, el tema de las aguas salobres de We-
llton-Mohawk era parte de un problema mayor en todas las corrientes,
derivado de la necesidad de cuidar la calidad del agua. Las interpreta-
ciones sobre “cualquiera que sea su fuente” tuvieron un sentido ante la
necesidad de solucionar problemas de poblamiento y asegurar gastos
de agua para ciudades y zonas agrícolas. Sin embargo, la solución fue
mucho más importante porque se planteó para toda la cuenca, puesto
que consumidores de los propios Estados Unidos eran afectados por el
reúso del recurso (Wescoat, 1986, pp. 157-174). En la actualidad, bajo el
discurso del calentamiento global y las alteraciones que potencialmente
pueda generar, se ha vinculado en las minutas 318 y 319 la variabilidad
de la corriente con los potenciales efectos de dicha condición.15

 Minuta 318 en http://www.sre.gob.mx/cilanorte/images/stories/pdf/318.pdf; Mi-


15

nuta 319 en http://www.sre.gob.mx/cilanorte/images/stories/pdf/319.pdf.

235
Marco Antonio Samaniego López

Como hemos señalado, la variabilidad de la corriente fue conocida


desde la primera década del siglo XX. Sin embargo, en la coyuntura de un
discurso predominante —el valor ante el cual se toman acciones— existe
posibilidad de cambios en la escorrentía en función de las proyecciones
sobre un futuro más caluroso. Bajo este enfoque se toman decisiones en
los últimos años. Por ello, una de las preguntas que surgen es ¿se modifica
o no el tratado de 1944 ante minutas como la 319? (Bono, 2012).
Lo anterior se debe a que la pregunta sobre los ríos (es decir, agua,
sedimentos, ambiente) se centra en el agua, esto es, la cantidad dispo-
nible para los diferentes usos sociales, particularmente el consumo hu-
mano (Birdsong, 2011, pp. 117-146). Ante ello, las referencias al pasado
resultan absurdas para algunos, acusan como decisiones mal pensadas
no haber tomado en cuenta el ambiente, o haber utilizado el principio
de primera apropiación. Es decir, el problema de los actores sociales del
pasado es que no consideraron las dificultades de este presente. Uno de
los más mencionados en los últimos años, no definir la “sequía extraor-
dinaria” (MacDonell, Getches & Hugenberg, 1995, pp. 825-836).
Por nuestra parte, ante la diversidad de argumentos sobre los pro-
blemas que se plantearon de cierta forma, los que se solucionen en la
actualidad también serán observados como errores en un futuro si no
se entienden los contextos y que los problemas son diferentes a pesar
de que se trate de las mismas corrientes.
Por ello, la historicidad que proponemos en Ríos internacionales es
ubicar cómo cambian las formas de comprender una corriente en
función de las transformaciones tecnológicas y el futuro imaginado.
Cuando éste llegue, sin duda será diferente, pero las decisiones que se
tomaron serán sustanciales para definir las acciones a implementar en
el presente que corresponda. La comprensión de los problemas no es

236
Ríos internacionales, nación y presentismo

la misma para las diferentes generaciones y, por lo tanto, la interpre-


tación cambia de acuerdo con las relaciones de poder de los distintos
presentes. Es decir, corresponden a un régimen de historicidad bajo el
cual se pretende explicar el presente, pero también el pasado. Por tal
motivo, lo más recurrente es mencionar los criterios contemporáneos
para observar lo que no se hizo antes y ahora sí se va a realizar.
Las frases “crisis del agua”, “guerras por el agua”, “las guerras en
el futuro serán por agua” y otras, generan la idea de que las solucio-
nes actuales van a superar lo sucedido con antelación. Sin embargo,
en realidad están condicionadas por la forma en que se plantearon
soluciones en otros momentos, y los marcos de construcción de
acuerdos están sumamente restringidos.

Para concluir

El presente trabajo parte de la experiencia de atender foros de discu-


sión que no corresponden únicamente al ámbito historiográfico, por
lo que también se han compartido discusiones y publicaciones con
conocedores de las cuencas internacionales que observan los procesos
con la clara pretensión de realizar propuestas de intervención inme-
diatas para los problemas que son denominados convencionalmente
“de actualidad”. Es decir, existe una pretensión de que los aconteci-
mientos del pasado no son tan definitivos y de que estos se pueden
cambiar con sólo transformar los marcos institucionales o los regla-
mentos, acuerdos o tratados vigentes. Sin embargo, esos cambios son
de una complejidad que pretendimos abarcar en Ríos internacionales.
Por ello, al inicio de este escrito planteamos varios puntos que consi-
deramos fundamentales para comprender la problemática.

237
Marco Antonio Samaniego López

En años posteriores a dicha investigación en numerosas ocasiones


hemos escuchado la constante de que el abusador, Estados Unidos,
siempre utiliza su fuerza sobre el abusado, México, en lo referente a
diversos temas, entre ellos lo relativo a las corrientes superficiales. Es
decir, es más sencillo dar la explicación del poderoso sobre el débil.
Por nuestra parte, indicamos que los factores geográficos, la compra
de tecnología y el conocer las debilidades de Estados Unidos o de
México fue lo que permitió una negociación equilibrada. Otros temas,
como las aguas salobres de Wellton-Mohawk, o la sequía extraordina-
ria, por mencionar algunos, han estado sujetos a formas distintas de
evaluar el futuro, sobre todo el cambio climático.
Por ello el ánimo presentista de cambiar el pasado para imaginar
un futuro deseado con agua para el interés que se defiende. Si sequía
extraordinaria significa esto o aquello, permite negociar. Los derechos
de los dos países pueden ser modificados de acuerdo con lo que se
pondere como más relevante. Como se ha apuntado, si bien es nece-
sario comprender la complejidad de lo hídrico, no es posible desvin-
cularlo del entorno internacional. En 1906, la estabilidad era signo de
las dos naciones. En 1944, las buenas relaciones eran necesarias para
ambas. ¿Es posible que se negocie agua por otros temas? Durante el
gobierno de Victoriano Huerta, en 1913, estuvo como tema el reco-
nocimiento de su gobierno. Fue semejante con Obregón. En años
posteriores se pretendió vincular el tema de los ríos internacionales
con la deuda por el Fondo Piadoso de las Californias, El Chamizal o el
tratado de 1906. Es decir, al menos la posibilidad existe.
La ubicación del proceso histórico es relevante. No es posible saber
si quienes toman las decisiones conocen o no las interpretaciones sobre
los tratados en sus contextos de emisión, pero la contextualización puede
ser un factor, es una condición que hemos encontrado como constante.

238
Ríos internacionales, nación y presentismo

Abogados, internacionalistas, ecologistas, grupos ambientalistas, de-


fensores de especies animales —o hábitats— y otros especialistas han
interpretado la legislación, los tratados o las minutas en función de fu-
turos deseados. Dadas las tensiones que surgen, varios actores sociales
están condicionados a otros. Y alguien no va a estar conforme porque
va a faltar agua para sus propósitos. En ese sentido, la interpretación
histórica puede ayudar a ubicar y diferenciar las acciones y decisiones.

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