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El texto está construido en base al diálogo directo entre los personajes nombrados, llevando el
peso de la discusión el doctor Iturrioz, que va respondiendo ampliamente a las inquisiciones de su
discípulo y sobrino.
En el primer párrafo, que continúa una conversación ya iniciada, el doctor Iturrioz reafirma la
idea de Hurtado de que “la lucha es un concepto antropomórfico”, es decir, inventado por el ser humano,
ya que de lo contrario sólo se hablaría de una cuestión natural e instintiva.
En la segunda y extensa intervención, el doctor plantea el sentido relativo de la justicia, concepto
también acuñado por el hombre para delimitar lo que le es conveniente y lo que no para su supervivencia.
Por último, el fragmento termina con el convencimiento de que el instinto fiero del animal es
aplicable al hombre, reforzado con el argumento de autoridad que supone la clásica sentencia latina “el
hombre es un lobo para el hombre”, y sólo una evolución de siglos puede acabar con esa tendencia, como
el ejemplo de la domesticación del perro.
3. Comentario crítico.
El fragmento propuesto para el análisis pertenece a El árbol de la Ciencia (1911), del
escritor de la Generación del 98, Pío Baroja, y más concretamente al capítulo final de la 2ª parte, que, al
igual que sucederá en toda la cuarta parte de la obra, la titulada “Inquisiciones”, está construido sobre la
discusión filosófica que entablan el protagonista, Andrés Hurtado, y su tío, el doctor Iturrioz, en la azotea
de la casa de este último, “el Jardín de Epicuro”, como lo denomina el protagonista. Constituye esta parte
cuarta un intermedio, casi una digresión, entre el primer y el último bloque de la obra –ambos compuestos
por tres partes- , lo que resalta su composición simétrica.
Ambos personajes, especialmente Hurtado, pueden ser considerados un trasunto del autor, alters
ego que definen a la perfección el carácter y la personalidad de Baroja, existencialista, escéptico y
nihilista, que estuvo acompañado siempre por un profundo pesimismo y un desencanto, que raya en el
desprecio, por la sociedad con la que le tocó convivir.
En este caso, la dialéctica gira en torno a la naturaleza cruel y violenta del hombre, en paralelo a
la del mundo animal, y al concepto relativo de justicia. Baroja presenta a lo largo de la obra la lucha por
la vida (título, por cierto, de una de sus trilogías (1904)) entre las personas, presentando las miserias y las
desigualdades existentes en la sociedad de la época, lo que le sirve para construir una feroz crítica hacia la
España de principios de siglo, un país en decadencia, situación que se vio agravada por la pérdida de las
últimas colonias de Cuba, Filipinas y Puerto Rico.
Baroja, a través de los ojos del estudiante de medicina y luego médico, Andrés Hurtado, presenta
un panorama desolador y pesimista donde el más rico va aumentando sus ventajas y el pobre las va
perdiendo cada vez más, ampliándose las diferencias entre ambas situaciones. Presenta, así, una lucha
cruel por la existencia, en la que, al igual que sucede en la naturaleza, el más fuerte devora al más débil
hasta succionar la última gota de su ser, incluida la dignidad, como sucede cuando relata la situación de
las prostitutas en el Madrid de la época, por cierto no muy alejada de la existente en la actualidad en
muchas ciudades de España.
No obstante, subyace en la novela la idea de que quizás ambas capas sociales, tan divergentes,
admiten y asumen como natural este hecho de la desigualdad, como “los pulgones sirven para alimentar a
las hormigas”, hundiéndose cada vez más, y casi voluntariamente, en el fango de la miseria.
Esa abulia, esa falta de acción para salir de ese estado brutal de decadencia, es lo que critica
Baroja, aplicándolo a la situación general de atraso en la que ve sumido al país, una España supersticiosa,
con una falsa religiosidad, inmoral e ignorante, donde la cultura y la ciencia están totalmente relegadas y
sólo perviven costumbres absurdas y un orgullo patrio poco justificado.
Cabría preguntarse si esa situación de la España de principios de siglo, que se mantuvo y fue
criticada años después por los escritores de la posguerra, no subsiste hoy en día en muchos aspectos, pues
si bien el país ha avanzado considerablemente, aún pervive ese gusto por lo zafio y lo intrascendente y,
sobre todo, siguen existiendo lacras y desigualdades sociales intolerables para el siglo XXI, como el
maltrato de género o los sin techo, entre otros muchos casos flagrantes de insolidaridad entre los seres
humanos. Quizás sea cierto, como recuerda el doctor Iturrioz, que el hombre seguirá siendo durante
mucho tiempo un lobo para el hombre, máxima que sería válida admitiendo una supuesta y ancestral
naturaleza negativa del cánido, que ya no es aceptada, y una supuesta bondad del hombre, también muy
discutible. No en vano, si la propia clase política, que debe tener la misión de poner las bases para que
haya más igualdad entre todos y más cordura, da una imagen de imprudencia y violencia –no hace
demasiado aparecía en un periódico una viñeta de humor gráfico que rezaba “el lobo es un político para el
lobo”, que daba la vuelta a la utilizada sentencia latina-, no se puede esperar más que el resto del país la
imite y caiga en esa depravación que tantas veces se ha denunciado.
Retrata, pues, Baroja un país y unos habitantes sumidos en una presión vital de supervivencia,
donde la muerte es tomada a la ligera e incluso sirve de diversión en ocasiones. Andrés Hurtado realiza
una crítica feroz de una sociedad que continuamente lo defrauda y a la que desprecia, quizás con un
pesimismo y una visión un tanto extremos, propios de su personalidad, pero con los que, echando un
vistazo a la situación actual, podríamos sentirnos identificados en más de una ocasión. Sólo hay que leer
los periódicos, encender el televisor o… salir a la calle.
Domingo Cruz Vázquez. 2º de Bachillerato, curso 2007-2008.
Comentario catorce, fecha 07 de abril de 2008.
Fragmento de La Familia de Pascual Duarte, de Camilo J. Cela.
1. Resumen.
El protagonista, en primera persona, afirma su bondad –si bien admite que ha tenido motivos
para el extremo contrario-, y diserta sobre la condición humana: todos los hombres nacen iguales y con el
mismo fin de la muerte, pero el destino los guía por caminos muy distintos, unos por el de la tranquilidad
y la felicidad, otros por el de la violencia y el sufrimiento.
A continuación, nos da cuenta de su nacimiento hace 55 años en un pequeño pueblo de Badajoz,
del que describe sus principales características.
3. Comentario crítico.
Procedemos, a continuación, al comentario crítico de este fragmento extraído de La familia de
Pascual Duarte (1942), concretamente al inicio de la novela, cuando el protagonista, tras conocer el
lector el contenido de la carta que envía desde la cárcel relativa al manuscrito que refleja su turbulenta
vida, se presenta con las palabras que hemos analizado en las anteriores preguntas.
Cela, que en el conflictivo panorama literario de posguerra inauguró con esta novela el
denominado por la crítica “tremendismo” –etiqueta que él mismo rechazó-, muestra desde el principio la
contradicción sobre la que va a girar la existencia de Pascual Duarte: por un lado la brutalidad y el
asesinato, por otro, una ternura y una sensibilidad que hacen dudar sobre qué tendencia es la verdadera.
La obra plantea –y el presente fragmento es característico- la cuestión del determinismo, cómo el
destino guía por diferentes sendas a los seres humanos, motivado por las diferentes circunstancias que los
rodean, si bien cuando la fatalidad se ensaña con una persona, la encamina hacia la destrucción, tras
fatigar un tortuoso camino de sufrimiento.
Pascual Duarte es víctima de este último caso. La influencia nefasta de su familia, del entorno de
pobreza y miseria que lo rodea, su propia ambigua psicología y, por fin, un destino implacable, convierten
en ley la máxima de Rousseau que afirmaba que el hombre es bueno por naturaleza y sólo al contacto con
la sociedad se pervierte. Nuestro protagonista, que da muestra en varias ocasiones de una profunda
sensibilidad y ternura, se siente arrastrado, en cambio, a la violencia y al asesinato por la presión a la que
sus congéneres y la propia existencia azarosa lo someten.
¿Pero hemos de creer el testimonio manuscrito de este personaje, que se ha convertido en uno de
los más leídos de la literatura universal? Al final de la novela, un guardia civil que había conocido a
Pascual en la cárcel, a instancia del transcriptor del texto, que quiere conocer sus últimos días, pone en
duda la salud mental del protagonista. Un hecho está claro: Pascual Duarte se encuentra en prisión por
asesinato, pero ¿no serán una alucinación sus capítulos de bondad y de arrepentimiento? Es una
posibilidad que un asesino implacable –como lo demuestra la violencia gratuita en la muerte de su perra
Chispa y de la yegua-, trastornado, reinventa su propia vida y la deja por escrito para escarmiento de
pecadores –con la intención de un Arcipreste de Hita o un Fernando de Rojas-, narrándola con un estilo
digno de pícaros como los inmortales Lazarillo o Buscón, de manera que evoluciona de mal en peor hasta
dar con sus huesos en el infierno.
Por el contrario, si son ciertas las truculencias que lo acometen continuamente, seremos, sin
duda, comprensivos con la suerte y los actos de este hombre atribulado. Aplicaremos, entonces, esa cita –
aconsejable para nuestro comportamiento diario- con la que se inicia la famosa novela de Scott Fitzgerald
El gran Gastby, que reza “cuando te sientas inclinado a criticar a alguien, ten presente que no todo el
mundo ha tenido tus ventajas”. Pascual Duarte, un personaje literario que, gracias a la maestría con que lo
traza nuestro último Premio Nobel, parece de carne y hueso cuando hemos terminado de leer la novela, no
ha gozado de ninguna ventaja en su vida: ni sus propios padres le han servido de cariño, tampoco los
amigos, y hasta los animales se ponen en su contra. El destino, por su parte, ha sido cruel en todo
momento, la felicidad nunca ha sido constante y, en cambio, una continua fatalidad se ha cernido sobre
cada uno de sus pasos. No tenemos más remedio que acabar sintiendo compasión y cariño por este
hombre al que, si la existencia le hubiera sonreído, incluso lo podríamos considerar como él mismo
insinúa en su confesión- un modelo de virtud.
Pascual Duarte es, en definitiva, como esta obra: tras una máscara de brutalidad, se esconde un
lirismo que nos atrapa desde la primera línea hasta el final. Una novela imprescindible.
Domingo Cruz Vázquez. 2º de Bachillerato, curso 2007-2008.
Comentario quince, fecha 12 de abril de 2008.
Fragmento de La verdad sobre el caso Savolta, de Eduardo Mendoza.
1. Resumen.
Tras su incidente en las montañas, donde ha sobrevivido gracias a los cuidados de unos pastores
con los que ha convivido, y después de un viaje llenos de penalidades, María Coral –no sin dudas- regresa
a Barcelona y se presenta enferma, ignorando todo lo acontecido en su ausencia, en casa de Javier
Miranda, el protagonista. Éste, que la ama, la acoge y la cuida, reiniciando ambos una nueva vida:
ayudados económicamente por Cortabanyes, salen en barco hacia los EEUU, y ya jamás regresarán.
TEXTO
1. Resumen.
El poeta pregunta a su amigo Palacio por la primavera de Soria* y evoca el paisaje de
aquellas tierras, desde la naturaleza más inaccesible hasta la cultivada por el hombre, y
finalmente le exhorta para que lleve flores al cementerio donde está enterrada su mujer
(Leonor*).
*se presupone: Duero, conocimiento de su vida.
1. Resumen.
El poeta compara el vacío de su espíritu con un pajarillo que, huyendo de los niños, va a
parar a una habitación de la que no puede escapar por mucho que lo intenta, cayendo al fin
malherido y agónico.
Como el propio nombre de la obra a la que pertenece indica, se trata de un soneto, cuyo
esquema métrico, ABBAABBACDECDE, en versos endecasílabos, con rima consonante, es
uno de los habituales de esta composición clásica..
En el primer verso del primer cuarteto, el poeta expresa la idea esencial del poema,
mediante una personificación, “Se entró mi corazón en esta nada”, para manifestar el vacío o la
crisis de su espíritu, estableciendo en los siguientes tres versos una comparación: su corazón es
como un pajarillo que hubiese entrado en una sala abandonada y oscura.
El resto del poema es una metáfora continuada o alegoría del estado y sentimientos de
su espíritu, siempre en comparación con ese infortunado pajarillo. Así, en el segundo cuarteto,
el poeta muestra el ansia por escapar, por salir de ese sombrío estado, por buscar un sentido,
quizás a través de la búsqueda de Dios (lo infinito), pero siempre es una ilusión; y en los últimos
seis versos, manifiesta cómo esos fallidos intentos por encontrar una salida, acaba con el alma
hecha pedazos y malherida.
3. Comentario crítico.
El poema que se nos presenta en esta ocasión corresponde al Premio Nobel de Literatura, Juan
Ramón Jiménez, poeta nacido en Moguer en 1885 y cuya obra supone una de las más altas cimas de la
Literatura española y universal.
Poeta entregada por completo a su creación, fue depurando su poesía hasta los últimos límites,
siendo él mismo quien dividió su obra en tres grandes etapas: la primera, denominada sensitiva y que
abarca desde sus comienzos hasta 1915, tiene ecos románticos y modernistas, con un toque intimista y
sentimental que lo hace característico; la segunda, llamada “época intelectual”, se inicia con Diario de un
poeta recién casado (1916) y se prolonga hasta que abandona España en 1936, siendo ésta una etapa en la
que la poesía pura o “desnuda” se hace presente, con una enorme concentración conceptual y emotiva;
por último, la época “suficiente o verdadera”, desde 1936 hasta su muerte, prosigue con su indagación
poética, cada vez más encerrado en sí mismo y atento sólo a una Obra cada día más exigente y ambiciosa,
traspasada por un extraño misticismo.
El poema que nos ocupa pertenece al final de la primera época y está incluido en Sonetos
espirituales (1913-1915), poemario que supone un cambio de tendencia en la poesía del autor moguereño
que le llevará, ya con esa obra clave que es el Diario, a la poesía pura.
El poeta, en estos versos, muestra su profunda crisis espiritual (“se entró mi corazón en esta
nada”), el vacío existencial que en muchas ocasiones nos asalta y que, ciertamente, nos suele cegar y
vamos dando tumbos sin rumbo y sin sentido, abrumados por no encontrar esa ansiada salida que por fin
nos libere, hasta caer incluso en la depresión, como ese pajarillo del poema que acaba exhausto y
desesperado.
Si bien podemos interpretar como una actitud romántica ese gusto por la desesperación, no es
menos cierto que también se trata de un sentimiento que nuestros contemporáneos experimentan con
frecuencia, y no sólo los poetas, tachados de extremadamente sensibles, porque, ¿qué sería de nuestra
época sin los psicólogos? El gran actor y director Woody Allen ha ironizado en multitud de ocasiones
sobre el auge de estas terapias en la sociedad contemporánea, pues el estilo de vida imperante ha
desembocado en un vacío existencial y en la necesidad de sustentar nuestro interior para no
desmoronarnos espiritualmente.
No obstante, el existencialismo literario y vital siempre ha estado muy presente en la obra de
diversos autores, por lo que no es de extrañar que un poeta como Juan Ramón Jiménez, a quien un anhelo
místico por alcanzar lo trascendente lo acompañó toda su vida, caiga en ocasiones en esa desazón y
desesperanza, máxime si tenemos en cuenta que este poemario está escrito cuando rondaba la
significativa edad de 30 años, una crisis espiritual que, sin abandonarlo del todo, sí se transformó en una
fuente inagotable de poesía profunda y verdadera.
Ojalá nuestras crisis espirituales fuesen siempre tan productivas como las del Nobel español,
para así, saliendo del pozo, resurjamos cual Ave Fénix de las cenizas y, traspasando el cristal de la
mentira que nos tiene cautivos, volemos libres hacia otras metas con más sentido.
TEXTO
1. Resumen.
El poeta describe la ciudad de Nueva York cuando amanece, una aurora que dibuja una
urbe sucia y angustiosa donde los habitantes, incluidos los niños, viven como esclavizados y sin
esperanza de ningún tipo.
3. Comentario crítico.
Vamos a proceder al comentario crítico de este impresionante poema de F. G. Lorca,
perteneciente a un libro imprescindible para las letras españolas como el Poeta en Nueva York,
escrito durante la estancia del escritor granadino en dicha ciudad entre 1929 y 1930, y publicado
póstumamente en 1940, una vez que Lorca había muerto y la Generación del 27, un grupo que
dio a la lírica española otra edad de oro, se había dispersado tras la Guerra Civil.
El poemario, atravesado por un lenguaje surrealista, es una protesta contra una
civilización brutal, deshumanizada e indiferente al hombre, desconocedora de los valores del
espíritu.
En efecto, para Lorca, que quedó impresionado por las duras condiciones de vida que
trajo consigo la crisis económica y social provocada por el crack de la bolsa neoyorquina (no
olvidemos que se produjo en 1929, cuando el escritor se encontraba en la ciudad de los
rascacielos), la gran urbe, símbolo máximo de la moderna sociedad industrial, es de pesadilla y
desolación, siendo este poema que nos ocupa buen ejemplo de ello y quizás uno de los más
significativos dentro del libro.
La descripción de esa ciudad deshumanizada y pesadillesca nos recuerda, por
otro lado, el poema de otro de los insignes escritores de la Generación del 27, Dámaso
Alonso, que en los versículos de “Insomnio” escribe “Madrid es una ciudad de un
millón de cadáveres…”, por lo que el paralelismo entre ambos parece evidente, toda vez
que la vida y la visión de las grandes ciudades siempre ha provocado sentimientos
desangeladores (“allí no hay mañana ni esperanza posible”), y no sólo en los escritores,
pues también lo hemos podido ver en el cine y cualquier persona lo ha podido
experimentar si no se ha adaptado convenientemente a este modo de vida, muchas veces
anónimo y automatizado en el que es frecuente sentirse como sonámbulo y perdido.
Lorca casi viene a retratar con este poema una suerte de estrés o de alienación,
de sonambulismo de pesadilla que, no olvidemos, no deja de ser una impresión personal
del poeta ante una realidad extraña y sorprendente, muy diferente a la que él conocía,
todo ello agravado, desde luego, por el Crack del 29, que provocó el suicidio de miles
de personas y desembocó en la Gran Depresión de los años 30, tras los “felices años
veinte”.
La extraordinaria sensibilidad de Lorca no pudo permanecer ajena a este hecho y
sólo las imágenes surrealistas fueron capaces de traducir la angustia que quería
transmitir el poeta. Pero, ¿era la angustia de la ciudad de Nueva York o era la suya
propia? Poco después, con Rooselvelt, el “New Deal”, el nuevo sueño americano haría
su aparición y Estados Unidos emergería poderoso hacia la II Guerra Mundial, pero para
Lorca, en su regreso a España, comenzaba su verdadera pesadilla. Todos saben cómo
acabó ese mal sueño.
Donde habite el olvido
Allí donde termine este afán que exige un dueño a imagen suya,
Sometiendo a otra vida su vida,
Sin más horizonte que otros ojos frente a frente.
1. Resumen.
El poeta expresa su anhelo de caer en el olvido, de ser como un muerto cuya tumba sólo
marca una piedra, de desprenderse del cuerpo, de los sentimientos y de los sentidos, para no
experimentar el amor ni el deseo que atormentan, ni las alegrías y desdichas que conlleva vivir,
y así alcanzar la libertad y la paz interior.
El poema, compuesto por versos libres, muy del gusto de los poetas vanguardistas y, en
concreto, de los de la Generación del 27 y de Cernuda, es un largo complemento circunstancial
de lugar, en el que podemos entresacar varias ideas principales.
En los ocho primeros versos, el poeta expresa su deseo de morir (“memoria de una
piedra sepultada”), de ser olvidado (“mi nombre deje al cuerpo”) y de aniquilar el deseo. El
verso inicial, repetido en el último, marca la clave del poema, que tiene claras resonancias
becquerianas, como después veremos.
En los siete siguientes, Cernuda pretende la aniquilación del amor que atormente y
somete a quien lo padece (“ángel terrible”).
En los cinco que le siguen, el poeta quiere desprenderse de los sentimientos (“Donde
penas y dichas no sean más que nombres”), para así alcanzar la libertad anhelada por medio de
su “ausencia”, “disuelto en niebla” y poder vivir (o morir) en paz.
Los dos versos finales, en definitiva, es una reafirmación de su deseo, “donde habite el
olvido”, se trata de la culminación de este poema desesperado y del mencionado y larguísimo
complemento circunstancial de lugar, cuya proposición principal bien podría ser “quisiera vivir,
descansar, morir en paz”.
3. Comentario crítico.
Vamos a abordar el comentario crítico de una de las composiciones más
conocidas del poeta sevillano Luis Cernuda (1902-1963), perteneciente a la Generación
del 27, un grupo de escritores que dio a la lírica española otra edad de oro, y que siguen
gozando de un prestigio nacional e internacional por la calidad y repercusión de sus
obras.
Dentro de su obra poética, titulada genéricamente con el significativo título de
La realidad y el deseo, con el que Cernuda identifica vida y literatura, ligando
íntimamente sus versos a su biografía, marcada por la conciencia de ser un inadaptado,
de sentirse marginado y de vivir en el conflicto irresoluble entre el mundo real, por el
que sentía repulsión, y el deseo de proyectarse en él para realizarse, “Donde habite el
olvido” (1933) es un poema característico de esta conciencia insatisfecha, el cual,
incluido en la etapa surrealista del autor, está traspasado, sin embargo, por un lenguaje y
una ambientación románticos (“memoria de una piedra sepultada entre ortigas sobre la
cual el viento escapa a sus insomnios”) –no en vano su título está tomado de un verso de
una de las Rimas más famosas de Bécquer (“en donde esté una piedra solitaria / sin
inscripción ninguna, / donde habite el olvido, / allí estará mi tumba”)-, que le sirven
para expresar el desaliento y la desesperación que asaltaban al poeta con frecuencia.
Cernuda manifiesta, pues, su deseo de escapar de la realidad, una constante en su
vida y en su obra, y un anhelo que muchas personas experimentan alguna vez en su
vida. Atrapados en un mundo que no gusta –en ninguna época convence a sus
contemporáneos-, el ser humano opta por el escapismo, por la ensoñación, por la huida
a un lugar donde habite la felicidad, al utópico país de nunca jamás. La actitud no puede
ser más romántica o modernista (“Yo detesto el tiempo en que me tocó vivir”, afirma
Rubén Darío), y, de la misma manera, a Cernuda le hubiese gustado nacer en otra época
más tolerante, en la que su amor homosexual no hubiese sido reprimido por la
intransigencia de una sociedad y de un tiempo crueles que dejó graves secuelas en la
historia de España.
Con toda seguridad, el poeta sevillano se hubiera sentido más cómodo en el país actual,
pero tampoco hay que olvidar que el amor –pues fue uno de sus sentimientos más obsesivos-
siempre tiene mil aristas y, para una persona que lo sufría como él, no sería fácil escapar a su
“tormento”. En cualquier caso, la realidad siempre nos defrauda de alguna manera; siempre
deseamos algo que no poseemos. Lucha constante de la que es complicado evadirse, deseo y
realidad siempre estarán confrontados.
DEL PASADO EFÍMERO
1. Resumen.
El hombre viejo de provincia, dueño de tierras de olivo y que aún viste a la vieja usanza,
de vida descarriada, que sólo es aficionado a los juegos de azar, a las hazañas de toreros y
bandoleros y a la política banal, está vacío de espíritu y dominado por el hastío. Es un ejemplo
de una España que no ha aportado nada y que ya está en declive.
El poema, compuesto en su mayor parte por serventesios, con rima consonante y versos
endecasílabos –excepto dos heptasílabos-, es una descripción irónica del hombre viejo de
provincia, la cual podemos dividir en varios apartados: los ocho primeros versos se detienen en
el físico, concretamente en la descripción del rostro, que trasluce el vacío que invade a esta
persona.
Los cuatro siguientes muestran su indumentaria, mientras que la gran parte del cuerpo
del poema (hasta “sombras en su frente”) se basa en retratar las andanzas, aficiones y
preocupaciones del individuo en cuestión, que son todas de dudosa reputación, mostrando el
carácter de una persona vacía de espíritu y superficial (“sólo el humo del tabaco simula algunas
sombras en su frente”).
Los seis últimos versos concluyen esta crítica feroz a un hombre símbolo de una España
vacía e intrascendente que, según Machado, ya está de paso (“esa que hoy tiene la cabeza
cana”).
3. Comentario crítico.
El poema propuesto para el comentario crítico es un claro ejemplo de la visión
crítica que de España, y en concreto de Andalucía, tenía Machado, una tierra que no
despertó en él las sensaciones de los campos de Castilla –los de Soria, en especial-, los
que dieron título a una de las obras más importantes para conocer la idiosincrasia y el
estilo de los escritores de la Generación del 98 y a la cual pertenece este “Del pasado
efímero”, compuesto en la época que vivió en Baeza –una vez que, muerta Leonor,
había abandonado las tierras del Duero- y que se emparenta con otros poemas de similar
temática, como el titulado “El mañana efímero” o el dedicado irónicamente a “Don
Guido”, aquel caballero andaluza, también de dudosa reputación como este “hombre del
casino provinciano”. Probablemente, pensaba Machado en personas del mismo calado al
escribir estos versos.
En efecto, en algunos poemas de Campos de Castilla, publicado en 1912 y
ampliado posteriormente en 1919, Machado, con sentido regeneracionista, critica la
hipocresía y la vacuidad de la sociedad española, en muchos casos valiéndose de la
figura del típico señorito andaluz, lo que, sin duda, le valió la enemistad de la burguesía
y de todas aquellos que se sintieron retratados por la pluma más irónica del poeta, y si
bien nos situamos en las primeras décadas del siglo XX, no sería de extrañar que
también hoy en día alarmara e inquietara a muchos que por equivocación lo leyeran.
¿Ha cambiado tanto esa sociedad después de cien años, se ha transformado
Andalucía? Podríamos pensar que, en lo esencial, parece que permanece inmutable. ¿No
sigue habiendo una religiosidad hipócrita, no se le otorga valor a hazañas sin
importancia y, aún peor, a proezas de verdaderos bandidos actuales? Podríamos
identificar esa época hueca y superficial, ese español vacío de espíritu, con la España de
“charanga y pandereta”, de la telebasura y del éxito fácil, de la juventud sin ideales
claros y cada vez más violenta, y de los nuevos burgueses, que sólo tienen el dinero
como guía en el horizonte, dejando la cultura aparcada hasta mejor ocasión.
Aunque parezca duro, cada vez más se vive el presente y el placer, olvidando los
grandes valores a favor del vicio, perviven cada día con más fuerza la fiesta de los toros
(¡ay de quien ose tocarla!) y los juegos de azar (¿cuánto se gasta cada español en la
suerte?), y cada vez más la política es un campo de batalla donde los intereses propios
eclipsan el bien público. Ciertamente, pensamos que se equivocó don Antonio. Ese
pasado no fue efímero, ni esa España tampoco. Esa sociedad hueca, vulgar e idiota no
pasó ni tenía la cabeza cana. Engendró primero la Guerra Civil y sus consecuencias, y
luego, tras un periodo de cordura, se ha reactivado con más fuerza si cabe. Como dice la
canción, la vida sigue igual.