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Nada podría ser más oportuno en estos momentos que una perspectiva sobre las
atrocidades cometidas por militares y el papel de éstos a la hora de propiciar o de
impedir tales actos inhumanos. A pesar de la creciente atención internacional a las
violaciones de derechos humanos, el material de investigación sobre este tema tan
actual es relativamente limitado. Aún más infrecuente resulta la conceptualización de
las violaciones de derechos humanos en términos de sociología científica. Pues bien,
esta brillante conceptualización es precisamente el logro de la presente obra “El
genocidio de Guatemala, a la luz de la Sociología Militar”.
El formato del libro del profesor Prudencio García lo hace fácilmente accesible a un
amplio sector más allá del ámbito académico: entre otros, políticos y líderes civiles,
organizaciones de derechos humanos, defensores y críticos de la institución militar.
Porque, de hecho, las violaciones de derechos humanos requieren también la atención
de los no académicos. Este libro formula el problema de las atrocidades militares, y
después muestra cómo superar este problema en una forma claramente inteligible. La
institución militar es una compleja organización, que puede ser usada tanto para bien
como para mal. Y, lo que es más importante, esta obra nos muestra cómo podemos
maximizar el buen uso de dicha institución.
En un plano, el libro del profesor García proporciona al lector detallados hechos
empíricos, muchos de ellos horribles, de abusos militares. En otro plano, presenta un
paradigma conceptual, a través del cual podemos comprender estos fenómenos. Este
paradigma es el modelo Imperativo-Moral, o modelo I-M. Basado sobre estudios de
casos particulares en muy diversos Ejércitos, aunque esta obra se centre en el caso
guatemalteco, el modelo I-M tiene amplia aplicabilidad a todo el universo de los
crímenes de origen militar. Estableciendo e identificando las variables del modelo I-M,
el profesor García especifica claramente tanto los factores internos como externos que
afectan al rol de los militares en materia de derechos humanos. De esta manera, dirige
el código general de ética y moralidad tanto hacia la cultura militar como también
hacia la cultura social, de mayor amplitud. El tema trasciende a la ley penal, puesto
que implica a las normas, tanto formales (códigos militares) como informales (honor y
espíritu de cuerpo).
Un sentido inicial del propósito del libro puede ser ya captado por los títulos de sus
capítulos y por la parte final del propio título de la obra: “a la luz de la Sociología
Militar”. El Capítulo 1 del libro presenta el modelo I-M. Éste es el núcleo conceptual y
la más original contribución del profesor García. El autor plantea el modelo I-M en
términos de derechos humanos, de moral militar, y de los factores que afectan a los
valores militares, enumerando también los factores procedentes de fuera de la organi-
zación militar, incluso de más allá de las fronteras propias, que influencian los
comportamientos militares en materia de derechos humanos.
El Capítulo 2 constituye un detallado examen de las violaciones de derechos humanos
registradas en el conflicto interno de Guatemala (1962-1996), documentando muy
numerosos casos de la represión militar en aquel país, especialmente referentes al
terrible quinquenio 1978-1983, que en su práctica totalidad permanecen impunes
hasta hoy. El Capítulo 3 profundiza en los más graves crímenes de Estado
perpetrados en la década de los 90, y desarrolla un perspicaz tratamiento de las
relaciones Ejército-Sociedad en la Guatemala de finales del siglo XX y comienzos del
XXI.
El Capítulo 4 presenta un análisis de las citadas acciones represivas a la luz del modelo
I-M. El comportamiento de los militares guatemaltecos, bajo la perspectiva de dicho
modelo analítico, resulta de lo más revelador. El profesor García concluye este
capítulo con un examen de los principales factores que han generado la violencia
militar en Guatemala. Un Apéndice final incluye las recomendaciones para las Fuerzas
Armadas de Guatemala presentadas por el autor en laComisión de Esclarecimiento
Histórico de la ONU (de la que formó parte como consultor internacional).
“El genocidio de Guatemala a la luz de la Sociología Militar” es una obra extraordinaria-
mente oportuna en el momento actual. Las conclusiones del profesor García son de
aplicación mucho más amplia que la correspondiente al trágico caso de Guatemala.
Proporciona evidencias y convincentes argumentos al respecto. Incluso podrían
señalarse ciertos paralelismos con, digamos, el “estado de conciencia” de un militar
norteamericano que tiene a su cargo prisioneros de la guerra de Afganistán, y que
recibe órdenes que contravienen tanto la Constitución de los Estados Unidos como la
Tercera Convención de Ginebra sobre prisioneros de guerra.
Este libro es, también, digno de ser notablemente valorado en otra dimensión. Cuando
pensamos en ejemplos más allá de aquéllos específicamente señalados por el profesor
García, nos vemos abocados a rechazar las posiciones de extremo relativismo
cultural. Más allá de las atrocidades cometidas directamente por personal militar, el
paradigma del profesor García nos lleva a las cuestiones centrales de la filosofía
política y moral. La lapidación de mujeres acusadas de adulterio, o la amputación de
miembros a delincuentes de bajo nivel de criminalidad, constituyen atrocidades,
aunque tales crímenes sean con frecuencia legitimados como actos de justicia en
ciertos ámbitos islámicos legales y culturales. Los extremistas del relativismo cultural
no consideran la muerte por lapidación ni las amputaciones como crímenes,
instándonos a asumir que tales acciones deben ser evaluadas con arreglo a los valores
culturales de aquella civilización de la que surgen. Ésta es una tentación que el
profesor García resiste, ya que el propio concepto de ética quedaría destruido por esta
concesión.
A medida que la metodología de las ciencias sociales ha ido avanzando a lo largo del
último medio siglo, se ha ido produciendo un retroceso de los elementos de juicio que
inspiraron la ciencia social en sus orígenes. La humanidad afronta un desafío de gran
magnitud. Debe resolver un dilema que muchos intelectuales no están dispuestos a
afrontar. Si todas las culturas son moralmente equiparables, entonces todos los seres
humanos no están investidos de los mismos derechos humanos, porque algunas
culturas otorgan a algunos hombres más derechos humanos que los asignados a otros
hombres y mujeres. Por otra parte, si todos los hombres y mujeres están dotados con
los mismos derechos humanos básicos, entonces todas las culturas no son moralmen-
te equiparables.
Algunos intelectuales contemporáneos prefieren optar por la vía fácil, afirmando al
mismo tiempo que todos nosotros tenemos los mismos derechos humanos y que todas
las culturas son equiparables. Sin embargo, tal como el profesor García evidencia,
estas dos afirmaciones son contradictorias. Luchando frontalmente contra esta
paradoja, proclama que existen derechos humanos de valor universal, y que las
culturas no resultan moralmente equiparables entre sí. Ésta es la última e importante
lección del modelo I-M. En definitiva, este modelo se convierte en un nuevo elemento
clave para una más amplia literatura de las ciencias sociales y la filosofía moral.
Es digno de señalar que esta perspectiva -primera en ser formulada a la vez en
términos teóricos y empíricos- sobre los derechos humanos y los comportamientos
militares, es ahora publicada en lengua española. Cuanto más pronto este libro –signi-
ficativo en grado máximo- sea traducido a otros idiomas, más pronto los ciudadanos
del mundo se beneficiarán de él.
Charles C. Moskos
Northwestern University
Evanston, Chicago, Illinois
Jan, 2005
INTRODUCCIÓN
AGRADECIMIENTOS
A la Comisión de Esclarecimiento Histórico de la ONU sobre Guatemala, a la que nos
honramos en pertenecer como consultor internacional durante cuatro meses
inolvidables, y en la que tuvimos conocimiento y plena evidencia de los más atroces
hechos violatorios de derechos humanos jamás conocidos en Guatemala y en América
Latina en su totalidad.
A la División de Derechos Humanos de ONUSAL (Misión de la ONU en El Salvador), en la
que también tuvimos el honor de trabajar durante veinte meses como responsable del
área militar de dicha División, en la que obtuvimos impagables conocimientos sobre los
comportamientos militares en Centroamérica.
Nuestro reconocimiento, igualmente, al Alto Comisionado de Naciones Unidas para los
Derechos Humanos (ACNUDH) de Ginebra, por contar en su día con nuestra doble
aportación como asesor y como profesor para sus cursos dirigidos a militares
centroamericanos, encomendándonos en ellos la materia "Los Derechos Humanos en la
Moral Militar actual", tan similar al tema central de la presente obra. Experiencia
siempre enriquecedora, por realizarse, una vez más, en directo contacto con los
protagonistas del fenómeno que se trata de estudiar y corregir.
A la ODHAG (Oficina de Derechos Humanos del Arzobispado de Guatemala), por su
admirable, valeroso e incontestable informe REMHI (Proyecto para la Recuperación
de la Memoria Histórica), impulsado y dirigido por el obispo monseñor Juan Gerardi,
asesinado dos días después de presentar el informe en cuestión. Gratitud obligada a
quien, al frente de sus equipos de investigadores, fue capaz de conseguir el milagro de
que miles de testigos y supervivientes de las masacres perpetradas contra la
población civil guatemalteca, que durante tantos años permanecieron enmudecidos y
paralizados por el terror, asumieran el riesgo de hablar de lo que vieron y sufrieron
bajo aquella implacable represión. Quede, pues, en estas páginas obligada constancia
de nuestro agradecimiento hacia una personalidad que, al margen de su jerarquía
eclesiástica, y aunque sólo fuera en su calidad de investigador e indomable defensor
de los derechos humanos (lo que le valió en su día persecución y exilio, y finalmente la
muerte), se hizo acreedor de nuestro respeto y reconocimiento, y a quien, por encima
de las bajezas y calumnias que le han perseguido incluso después de su desaparición,
rendimos el homenaje de afecto y admiración que en justicia le corresponde, como
uno de los más heroicos defensores de la verdad y de los derechos humanos que
América Latina ha aportado a la humanidad. Homenaje que unimos al merecido por la
figura de monseñor Oscar Arnulfo Romero, arzobispo de El Salvador, igualmente
asesinado en 1980 por su defensa de la misma causa: la de los más débiles y
oprimidos por las injustas estructuras sociales de América Central.
En el campo académico, nuestro agradecimiento a aquéllos que, además de favore-
cernos con su amistad personal, nos enriquecieron con sus conocimientos a través de
sus escritos, sus desarrollos teóricos y su propia investigación. Entre ellos, los
profesores Charles Moskos (Northwestern University de Chicago), Juan J. Linz (Yale
Univ.), Richard Millet (Southern Illinois Univ.), Stephen Cimbala (Pennsylvania State
Univ.), Jorge Tapia Valdés (Universidad de Chile), Ernesto López Meyer (Universidad
Nacional de Quilmes-Buenos Aires), José Enrique Miguens (Universidad de Buenos
Aires) y Edelberto Torres Rivas (Universidad de Costa Rica). A otros investigadores a
quienes nunca conocimos personalmente, como Sidney Axinn (Philadelphia Univ.),
Herbert Kelman (Harvard Univ.) y Lee Hamilton (Maryland Univ.), por haber profun-
dizado en sus obras, con admirable honestidad, en el arduo terreno de la obediencia
debida e indebida, dentro de los ámbitos más complejos de la moral militar y policial.
Y, terminando por nuestro ámbito profesional, nuestra especial gratitud a aquellos
militares españoles de la generación que nos precedió –pocos y concretos- que no sólo
fueron nuestros jefes sino, mucho más aún, nuestros maestros en materia de moral
militar democrática: Juan Cano Hevia, Miguel Iñiguez, y los recientemente
desaparecidos José Gabeiras y Luis Pinilla. Así como, en lugar destacado, aquél que
cargó sobre sus hombros las más pesadas, difíciles y muchas veces amargas responsabi-
lidades militares en nuestra transición: el ya fallecido pero inolvidable capitán general
Manuel Gutiérrez Mellado. Ejemplar jefe y maestro intachable, con el que la democracia
española tiene contraída una inmensa deuda de gratitud, que las generaciones más
jóvenes difícilmente pueden hoy conocer y valorar. Inevitablemente, siempre son pocas
las personas a las que, dentro del propio ámbito estamental, podemos reconocer esa
categoría de maestros, mucho más alta que la de jefes. Nuestro afecto y gratitud a
aquéllos a quienes debemos buena parte de lo que somos.
CAPÍTULO 1.
PLANTEAMIENTO DEL "MODELO IMPERATIVO-MORAL"
(I-M)
3. Analizar, prever y gestionar las más graves dificultades surgidas durante las
transiciones a la democracia en las relaciones Ejército-Sociedad, como
consecuencia de los comportamientos militares producidos antes y durante
dichos procesos de transición.
Nuestros pasos en este Capítulo serán los siguientes:
Establecimiento y definición de los principios básicos de la relación Ejército-
Sociedad.
Examen de los principales factores endógenos, es decir, de procedencia interna.
Valores degradados y altamente dañinos, generadores de violaciones de
derechos humanos por la institución militar. Valores correctos de la moral
militar que permiten a los Ejércitos asumir comportamientos adecuados en
materia de democracia, derechos humanos y relaciones Ejército-Sociedad.
Examen de los principales factores exógenos, es decir, de procedencia externa a
la institución militar, capaces de influir intensamente en sus comportamientos,
para bien y para mal: factores surgidos del ámbito nacional, procedentes de la
sociedad civil, y factores procedentes del ámbito internacional, generados más
allá de las fronteras propias, pero que también inciden intensamente en el
comportamiento militar.
Examinaremos a continuación otro concepto que, junto a la disciplina, forma parte del
núcleo de valores básicos de la moral militar. Concepto que, al mismo tiempo,
desempeña un importante papel en las relaciones Ejército-Sociedad, propiciando -como
veremos- que éstas sean correctas y mutuamente respetuosas o, por el contrario,
haciendo que se produzcan graves -y hasta dramáticas- consecuencias en esa relación.
Nos referimos al concepto del "honor militar", que, al igual que vimos en el concepto de
disciplina, también puede dar lugar a comportamientos muy diferentes, positivos o
negativos, dependiendo del tipo concreto de valores en los que se sustenta. Existen
formas de entender el honor militar que dan lugar a excelentes comportamientos
militares en materia de derechos humanos; pero existen igualmente -como veremos
también- otras formas de entender el honor y la moral militar que, por su carácter
gravemente desviado, generan numerosas violaciones contra esos mismos derechos.
b) Los Derechos Humanos, núcleo básico de un recto concepto del honor militar
A diferencia del penoso modelo que acabamos de recordar, en los Ejércitos de las
sociedades democráticas, el concepto del honor se vincula estrechamente a la defensa de
la Constitución y de los valores básicos que en ella se sustentan, y, muy especialmente, a
los derechos humanos en particular. Esta vinculación entre derechos humanos y honor
militar es tan estrecha en los Ejércitos democráticos que, de hecho, en tales
Ejércitos, toda violación de los derechos humanos se considera un grave quebrantamiento
del honor militar.
En cambio, un Ejército cuyo concepto del honor no tenga nada que ver con los derechos
humanos, considerando equivocadamente que la violación de éstos no afecta en absoluto
a su honor, sino que el honor militar radica -por ejemplo- en la defensa cerrada de la
institución frente a quienes la acusan de violación de tales derechos, un Ejército con ese
degradado concepto del honor nunca puede mantener una correcta relación con su
propia sociedad. Porque, en situaciones críticas, al despreciar los derechos humanos
incurre inevitablemente en su violación, y cuando importantes sectores de la sociedad se
lo reprochan y le pidan cuentas, se considera atacado y se cierra a la defensiva,
considerando que su honor se ve amenazado por tal acusación. Lo cual establece un
círculo vicioso de acusaciones mutuas que contribuye a envenenar la relación entre
ambos estamentos, civil y militar.
Por el contrario, un Ejército que asume un recto concepto del honor inseparablemente
ligado al respeto a los derechos humanos, sólo por este hecho, puede decirse que ya ha
suprimido uno de los más serios factores de temor, recelo y mal entendimiento entre la
institución militar y muy amplios sectores de la sociedad.
Modelo 1.
Este primer modelo de corporativismo se basa en considerar que el Ejército es un
colectivo que, para defender sus valores e intereses, debe permanecer fuertemente
unido, por encima del Bien y del Mal, especialmente frente a los hipotéticos ataques
procedentes del ámbito civil. Se trata de un concepto de la institución como bloque
defensivo cerrado, con razón o sin ella, frente a todo tipo de crítica o frente a toda
exigencia de responsabilidades, por muy justificadas que estén, procedentes de otros
sectores de la sociedad.
Esta actitud corporativa se manifiesta, muy especialmente, cuando algunos miembros de
la institución militar incurren en algún grave delito penado por las leyes. En tales casos,
la reacción corporativa es de cerrada defensiva. Se niega toda participación de los
implicados en los hechos, se trata de impedir cualquier investigación, y si ésta no puede
evitarse, se dificulta al máximo, negando cualquier colaboración voluntaria y
entorpeciendo cualquier aportación obligatoria. En sus vertientes más extremas y
dañinas, se suprimen o falsifican las pruebas, se amenaza a jueces, fiscales, abogados y
testigos, se elimina a policías que avanzan demasiado en su investigación, como
podremos ver en el Capítulo 3 al estudiar los grandes crímenes de Estado perpetrados en
Guatemala (casos Mack, Carpio y Gerardi).
El argumento defensivo de quienes practican este modelo de corporativismo, para
impedir que los militares violadores de derechos humanos sean castigados, viene a ser
éste: "Puede que hayan hecho algo mal, incluso muy mal, pero siguen siendo nuestros
compañeros, y no vamos a permitir que gente de fuera de la institución les venga a
juzgar o a castigar. Tenemos que protegerles y defenderles, a pesar de lo que han hecho.
Esa es la forma de defender al conjunto de nuestra corporación, impidiendo toda
intromisión exterior."
Los elementos básicos de este nocivo concepto del espíritu de cuerpo son:
Un compañerismo mal entendido, de carácter inmoral precisamente por situarse
por encima del Bien y del Mal, al encubrir -y por tanto propiciar- muy graves delitos
en aras de una supuesta defensa de la institución.
Una errónea valoración de la autonomía de la institución, como cuerpo
independiente que no tiene que rendir cuentas ante la sociedad de su propio país ni
ante la comunidad internacional.
Modelo 2.
Este segundo modelo del espíritu de cuerpo parte de la consideración de que el Ejército
es una corporación formada por individuos moralmente selectos, con un alto nivel ético
y un sano concepto del honor inseparablemente unido al respeto a los derechos
humanos. En ese tipo de institución no puede entrar ni permanecer cualquier individuo
con la certeza de que su permanencia en ella está siempre asegurada, por grandes que
sean las barbaridades que pueda cometer. Al contrario: la institución parte del hecho
realista de que, en todo colectivo numeroso, siempre puede aparecer alguien que no
tenga la talla moral exigida a sus miembros, pero que, en tales casos, esos miembros
indignos deben ser expulsados por la propia institución.
En tales situaciones, la corporación se defiende de una forma muy diferente a la del
modelo anterior: los sospechosos de haber cometido delitos son investigados, y los que
resultan culpables son castigados y, sobre todo, separados del cuerpo. Éste, el propio
cuerpo, es el primer interesado en que así sea, no sólo por ser ésta la solución exigida por
la moral militar, sino también por considerar –incluso egoístamente- que así defiende
con mayor eficacia sus intereses como corporación.
Los ingredientes básicos de este recto concepto del espíritu de cuerpo son:
Un alto nivel de exigencia en materia de moral y honor militar, basado en que toda
violación de los derechos humanos constituye una violación del honor que,
corporativamente, no puede ser tolerada por la institución.
La certeza de que todo miembro que cometa graves delitos de cualquier género,
en el área de los derechos humanos o en cualquier otra, no debe ser protegido ni
encubierto, sino juzgado, sentenciado y separado de la institución.
Modelo 2.
El segundo modelo, en cambio, basado en un sano espíritu de cuerpo, de alta exigencia
moral para todos sus miembros, produce efectos muy diferentes:
Al ser individualizados, procesados y condenados los culpables de los delitos que
hayan sido cometidos por miembros de la institución -y absueltos los declarados
inocentes de tales delitos- se consigue algo tan importante en cualquier democracia
como es hacer justicia, bajo el principio básico de "igualdad ante la Ley".
Al estar seguros todos los miembros de la institución de que cualquiera de ellos
que cometa un delito no será protegido ni encubierto por el bloque corporativo, sino
arrestado, juzgado y sentenciado, queda suprimida la nefasta noción de "impunidad",
propiciadora de tantos delitos en algunos cuerpos armados, en épocas en que podía
considerarse garantizada esa impunidad institucional.
Al resultar evidente que el propio Ejército es el primer interesado en
individualizar, procesar, castigar y expulsar a sus miembros indignos, la institución
salva su prestigio ante su propia sociedad y ante la comunidad internacional.
Conclusión: las Fuerzas Armadas de las sociedades democráticas asumen este segundo
modelo -el recto y exigente espíritu de cuerpo- rechazando por completo al primero -el
nocivo sentido corporativista, conducente a la impunidad-, que en décadas anteriores, y
con diversas variantes, tuvo amplia implantación en prácticamente todos los Ejércitos
latinoamericanos.
Hoy día, ninguna sociedad democrática sólidamente establecida toleraría en su seno la
presencia de un Ejército que tratase de asegurar la impunidad corporativa de sus
miembros, quebrantando con ello el principio básico de igualdad ante la ley.
2. General José Luis Quilo Ayuso, entonces Jefe del Estado Mayor de la Defensa.
Delitos: Encubrimiento impropio y falso testimonio. Se negó a declarar teniendo
la obligación de hacerlo, lo cual constituye delito. Nunca aportó al proceso los
informes enviados por el Comandante de la Zona Militar número 20 en torno al
cuádruple asesinato, según el testimonio de éste último, y era a quien informaban
del caso las diferentes instancias militares.
d) Empalamientos y crucifixiones
Otra terrible forma de matar, repetidamente constatada tanto por el informe CEH de la
ONU como por el informe REMHI del Arzobispado de Guatemala, fue la vieja técnica del
empalamiento, empleada en ciertos países en épocas medievales y aun posteriores. La
introducción, por el ano o por la vagina, de una estaca afilada por un extremo,
forzándola a penetrar a través del intestino, estómago y órganos superiores, a veces
hasta asomar la punta por la espalda o por un hombro -para lo cual se sentaba por la
fuerza a la víctima sobre la estaca, previamente "sembrada" verticalmente en el terreno-
constituye una de las formas de dar muerte más atroces y más aniquiladoras de la
dignidad de las víctimas. Esta práctica, en los múltiples testimonios registrados, es
descrita por los declarantes con términos tales como "las sentaron" o "las sembraron",
para referirse a las personas que eran asesinadas de esta forma, tras la preparación de
las estacas correspondientes.
He aquí el relato de uno de los numerosos victimarios que, muchos años después de los
hechos, prestó su testimonio voluntariamente ante los investigadores del Arzobispado:
"...cuando los sentaban en las estacas la gente gritaba, y al poco tiempo ya no se oía,
ahí se quedaban sentados. Eso era por parte del grupo de matadores a los que vi.
Fueron a esas cuatro personas, y cinco mujeres también, de las que hicieron uso los
oficiales y las mataron sobre estacas (...). Yo estoy tranquilo al morir de un balazo,
ya que de una vez se muere, pero sentarlo a uno en una estaca que llega hasta el
estómago y le salga a uno, imagínense qué gritos (...) ...yo me sentía mal, pero qué
podía hacer (...) Como uno recibía órdenes..." (Caso 9524 del REMHI). (119)
La misma forma de ejecución aparece registrada en testimonios como los siguientes:
"En la misma mañana secuestraron a otro señor que se llamaba José Reinoso, a
quien también torturaron: le metieron un palo en la garganta, le hicieron un asiento
de estacas y lo sembraron. Allí se quedó muerto. Y allí empezó el temor. Entonces la
gente ya no le tuvo confianza al Ejército." (Caso 2176 del REMHI, Salquil, Quiché,
1980). (120)
"Esa noche encontramos cuatro mujeres y el oficial dijo que en un cerro
dormiríamos con ellas. Luego de hacer uso de ellas, el oficial nos dio la orden de
hacer unas estacas y sembrarlas allí. Allí las sentaron y quedaron las figuras en fila
en la montaña." (Testimonio de victimarios registrado por el REMHI, recogido
también por la CEH). (121)
Cuando el palo era suficientemente largo y los ejecutores suficientemente hábiles, éstos
lograban que la punta del palo saliera por la boca de la víctima, al modo de los antiguos
verdugos del imperio otomano, verdaderos expertos en la materia, y al igual que su
implacable enemigo rumano, el famoso conde Vlad, conocido como "el Empalador" por
su práctica predilecta con los prisioneros turcos que lograba capturar. Exactamente así
fueron ejecutadas varias mujeres, en el caso correspondiente al siguiente testimonio
colectivo, prestado por una comunidad de Huehuetenango ante la comisión
investigadora del REMHI:
"Hay mujeres colgadas, pues se ve el palo adentro de sus partes, y sale el palo en su
boca, colgando así como una culebra." (Testimonio colectivo registrado por
el REMHI, Huehuetenango, s.f.). (122)
En cuanto a las crucifixiones, he aquí algunos de los casos registrados por la misma
Comisión:
"Mi hermano de 15 años fue capturado y torturado. Le obligaron a decir donde
estaba el resto de la gente. Junto con otros dos capturados, J.M.T. y J.T.L.,
comenzaron a juntar a la gente y a decirle que se vengan, que el Ejército no hace
nada, que no los matan. Nos dijeron: a tu hermano sí lo torturaron, le quitaron una
oreja y carne de las canillas (pantorrillas), unos pedacitos. Hicieron una cruz de
madera y lo crucificaron, manos y pies, con clavos, como a Jesús. Después le
echaron gasolina y lo quemaron dentro del convento de Parraxtut; dijeron que
crucificado gritaba. Los otros dos, que con mi hermano iban a buscar gente, no
fueron crucificados sino colgados por el cuello con lazo de las vigas del convento."
(Caso 3893 del REMHI, Parraxtut, Sacapulas, Quiché, 1981). (123)
"Antes de asesinarla la clavaron en una cruz que hicieron, le metieron unos clavos
bien grandes en las manos y en el pecho, después la metieron a la casa para que se
quemara, la encontraron quemada todavía en la cruz. Su niño estaba a su lado,
también quemado, bien quemado." (Caso 1319 del REMHI, Parratxut, Sacapulas,
Quiché, 1983). (124)
"Yo dije: 'Me van a matar, después de lo que me hicieron lo único que puede pasar
es que me maten'. Pero no fue así. Entonces me llevaron a otra puerta, y en esa
puerta había unas tablas en el techo. ¿Usted ha visto la crucifixión? Pues aquí
(había) casi un Jesucristo, había un hombre, era un medio hombre -la cosa más
horrible que yo he visto en mi vida-, un hombre desfigurado totalmente, un hombre
que ya tenía gusanos, no tenía dientes, no tenía pelo, con la cara desfigurada,
colgando, es decir, de los brazos." (...) "En eso llegó uno de la Judicial, llevaba una
hoz pequeñita como para cortar café, roja hirviendo, y agarró el pene y se lo cortó, y
el tipo dio un grito que nunca se me ha olvidado, dio un grito terrible, tan espantoso
que durante muchos años recordé ese grito. El murió." (Caso 5447 del REMHI,
Ciudad de Guatemala, 1979). (125)
"Lo que hemos visto ha sido terrible: cuerpos quemados, mujeres con palos
enterrados (clavados) como si fueran animales listos para cocinar carne asada,
todos doblados, y niños masacrados y bien picados con machetes. Las mujeres,
también matadas como Cristo." (Es decir, crucificadas). (Caso 0839 del REMHI,
Cuarto Pueblo, Ixcán, Quiché, 1985). (126)
Este último caso, correspondiente a una de las más terribles masacres perpetradas en
Ixcán (la de Cuarto Pueblo), registró numerosas variantes en sus formas de asesinar a
hombres, mujeres y niños. Variedad que, tal como refleja este párrafo testimonial,
incluyó la quema de personas, la crucifixión de mujeres y el empalamiento de otras,
aparte del encarnizamiento con los niños, aspecto que más adelante examinaremos de
forma más general en los apartados de "Violencia contra la mujer" y "Violencia contra la
niñez", áreas de la represión que fueron específicamente estudiadas por la Comisión de
Esclarecimiento Histórico de la ONU, según más adelante podremos ver.
f) Otras formas de tortura de gran crueldad y larga duración: hoyos, pozos, fosas
fecales, reclusión con cadáveres descompuestos
Tal como precisa el informe de la CEH:
"Los centros de interrogatorio de las unidades militares contaban con instalaciones
preparadas especialmente (...) Eran calabozos, pozos con agua, retretes, fosas con
cadáveres. La sola permanencia en estos recintos suponía una tortura
permanente y agotadora que podía volver demente a la víctima." (139)
"Las fosas donde tiraban los cadáveres, en las unidades militares, también se em-
pleaban como lugares de detención, para mortificar a los detenidos, torturándolas
con el espectáculo de los restos de las personas que con anterioridad habían sido
ejecutadas en las bases militares. Esta fue la experiencia de Juan, secuestrado por
soldados del destacamento militar de El Chal, Santa Ana, El Petén: encerrado en
un casa oscura donde había más gente, sin darles de comer, ni beber, donde
incluso había cadáveres ya engusanados de gente que mataban y ahí la
dejaban".(Caso 12148 de la CEH, Santa Ana, Petén. septiembre, 1982). (140)
"En la base militar de Playa Grande había celdas especiales construidas
totalmente de lámina, que eran sumamente calurosas en el verano, y en el
invierno se llenaban de agua. También habían hoyos y piletas cubiertas con
láminas (...).Los detenidos defecaban en este lugar, por lo que había un hedor
permanente en el ambiente". (Caso ilustrativo CI 17 de la CEH, Cantabal, Quiché,
1981-82). (141)
Dentro de este tipo de torturas, a la vez físicas y psíquicas, a las que podríamos
calificar de “extremada crueldad ambiental”, cabe citar el caso de un guerrillero que
(al igual que se hizo con otros), mediante un largo proceso de "ablandamiento" y
"reeducación", fue obligado a colaborar con el Ejército y a señalar los campamentos de
sus antiguos compañeros. Entre los tratamientos “ablandatorios” y “reeducativos” a
los que fue sometido se incluyó la larga permanencia en un calabozo de dimensiones
mínimas, junto a un cadáver putrefacto y otros restos humanos. Según precisó ante
la Comisión:
"Fue detenido en el mercado de Pochuta por tres soldados que lo acusaron de
guerrillero. Lo llevaron al destacamento de esa población a las 12 del día. Fue
sometido a un severo interrogatorio: se le colgó de los tobillos, se le aplicaron
electrodos en el ano, se le suspendió de las muñecas y tobillos de tal manera que
fuese más fácil patearle los testículos; cuando estaba a punto de perder la
conciencia, una y otra vez; se le introdujo en una pila de agua friísima. No durmió
durante una semana entera porque le despertaban con agua o disparando armas
muy cerca de sus oídos. No comió; para mantenerle vivo le daban agua mezclada
con harina (...) ".
"A los siete días de estar ilegalmente detenido, como a la una de la madrugada, fue
sacado del destacamento y llevado al cuartel general de la zona militar, en
Mazatenango. Fue introducido en un retrete nauseabundo. Allí permaneció atado
recibiendo orina de los soldados, quienes además le introducían en la boca los
papeles con los que se habían limpiado el ano. Los jefes castrenses le hicieron una
proposición: si cooperaba le darían comida, vestido, botas, y un salario. Si
rehusaba le torturarían lentamente hasta morir. No tuvo más remedio que
aceptar. Lo trasladaron a una bartolina (calabozo) estrechísima, húmeda,
maloliente; pero le quitaron las ataduras de pies y manos. En esa bartolina había
restos humanos, un cadáver en estado de putrefacción. Había otros huesos y
restos de pantalones y camisas". (Caso 4212 de la CEH, Pochuta, Chimaltenango,
julio, 1988). (142)
Sometido a esta insufrible situación, la víctima no pudo resistir y empezó a colaborar
con sus torturadores:
"Una vez a la semana le ponían uniforme militar y un pasamontañas (...); al llegar
a los lugares se le obligaba a señalar los campamentos guerrilleros. En una
ocasión encontró un campamento guerrillero y se dio un combate entre las
tropas. Tres días después de esta acción militar, por la noche, fueron ingresados
varios hombres civiles e indígenas, se les veía heridos o torturados. En la
madrugada se oían gritos terribles. Desde su cuarto presenció aterrorizado el
despedazamiento de varios detenidos, a filo de machete. Pasaron varios meses.
Quería suicidarse, pero no encontraba el arma ni la oportunidad para
hacerlo." (Mismo caso anterior). (143)
Otro caso descriptivo de estas mismas técnicas de tortura, incluyendo la reclusión en
hoyos o pozos junto con cadáveres descompuestos, fue el tratamiento sufrido por el
hermano pequeño de Rigoberta Menchú en el campamento militar donde permaneció
detenido. He aquí algunas de las torturas que sufrió, antes de ser asesinado:
"En el campamento lo sometieron a grandes torturas, golpes, para que él dijera
dónde estaban los guerrilleros y dónde estaba su familia. Qué era lo que hacía con
la Biblia, por qué los curas son guerrilleros. Ellos acusaban inmediatamente a la
Biblia como un elemento subversivo, y acusaban a los curas y a las monjas como
guerrilleros. Le preguntaron qué relación tenían los curas con los guerrilleros.
Qué relación tenía toda la comunidad con los guerrilleros. Así lo sometieron a
grandes torturas. Día y noche le daban grandes, grandes dolores. Le amarraban, le
amarraban los testículos, los órganos de mi hermano, atrás con un hilo, y le
mandaban correr. Entonces, eso no permitía, no aguantaba mi hermanito los
grandes dolores, y gritaba, pedía auxilio. Y lo dejaron en un pozo, no sé cómo le
llaman, un hoyo donde hay agua (...) y allí lo dejaron desnudo durante toda la
noche. Mi hermano estuvo con muchos cadáveres en el hoyo, donde no aguantaba
el olor de todos los muertos. Había más gentes allí, torturadas. Allí donde estuvo,
él había reconocido muchos catequistas, que también habían sido secuestrados en
otras aldeas, y que estaban en pleno sufrimiento como él estaba."
"Mi hermano estuvo dieciséis días en torturas. Le cortaron las uñas, le cortaron
los dedos, le cortaron la piel. Muchas heridas, las primeras heridas estaban
hinchadas, estaban infectadas. El seguía viviendo. Le raparon la cabeza, le dejaron
puro pellejo y, al mismo tiempo, cortaron el pellejo de la cabeza y lo bajaron por
un lado y los dos lados, y le cortaron la parte gorda de la cara. Mi hermano llevaba
torturas en todas partes de su cuerpo, cuidando muy bien las arterias y las venas
para que pudiera aguantar las torturas y no se muriera." (144)
Una de las formas más crueles de dar muerte, por el propósito que implicaba de
prolongar al máximo los sufrimientos de la víctima y de sus seres queridos, fue el
abandono de personas previamente debilitadas por la tortura, que eran atadas a un
palo, árbol o similar, y abandonadas hasta su muerte por los efectos del hambre, la
sed, el frío nocturno, los calores abrasadores del sol, y la agresión de los animales
salvajes. He aquí algunos de los casos de este género registrados por elinforme de la
CEH:
"Uno de los efectos de la frecuente exposición pública de cadáveres (incluso de
víctimas todavía agonizantes) fue facilitar que los cuerpos fueran comidos por
perros y otros animales, lo que contribuía a la deshumanización de los
sacrificados y al sufrimiento de los familiares. En un caso la víctima fue atada a un
palo y lo dejaron expuesto al sol del día y al frío de la noche, sin comida y sin agua.
No lo apartaron de allí, ni siquiera después que hubo muerto, sino dejaron que los
perros y los zopilotes lo devorasen." (Caso 5383 de la CEH, Nentón,
Huehuetenengo, junio, 1985). (145)
"A Santos lo amarraron, para depositarlo a continuación en un pozo de agua
donde permaneció colgado por un día y una noche. Sufrió mucho porque en esa
época hacía mucho frío y hubo lluvia. Cuando lo sacaron del pozo, todavía mojado,
lo ataron a un palo. Lo colocaron cerca de la escuela y lo abandonaron allí hasta
que murió." (Caso 5135 de la CEH, San Pedro Necta, Huehuetenango,
1986). (146)
En ocasiones, el ataque de los animales salvajes podía producirse incluso con las
víctimas todavía vivas, cuando su debilidad extrema ya no les permitía defensa alguna.
Tal fue el caso de Mariana, niña de dos años, y de su padre, en el siguiente caso
registrado por la Comisión de la ONU:
"Luego de que los soldados mataran a su madre, dejaron sola a Mariana para que
se la comieran los coyotes. Los coyotes le comieron las piernas y los brazos. Su
padre también fue torturado hasta desfallecer y dejado en el campo para ser
comido por los animales. Era dueño de una tienda. Los soldados llevaron un
camión grande donde cargaron toda la mercadería." (Caso 13021 de la CEH,
Uspantán, Quiché, junio,1981). (147)
Dentro de estos casos de abandono hasta la muerte se incluye, de forma destacada, el
de la madre de Rigoberta Menchú. Resumiendo los datos referidos en el libro
testimonial de su hija, dicha señora fue secuestrada el 19 de abril de 1980 y conducida
al campamento militar de Chajup (el mismo donde su hijo pequeño fue en su día
largamente torturado). Allí fue inicialmente sometida a las mismas torturas que
padeció su hijo: introducida en los mismos hoyos, fue también torturada y mutilada,
además de sistemáticamente violada. Considerada como responsable de una familia
subversiva, fue Interrogada sobre el paradero de sus hijos, pero siempre se negó a
contestar. Al tercer día ya le habían cortado las orejas, pero la tortura continuó.
Durante muchos días se la mantuvo sin alimento alguno. Después fue nuevamente
reanimada y alimentada para someterla a nuevos interrogatorios.
Con sus heridas infectadas y ya en estado preagónico, fue abandonada bajo un árbol,
sometida a los calores sofocantes y a los fríos nocturnos, en un lugar plenamente
vigilado dentro del recinto militar, con el designio de dejarla morir, castigo que en
aquel campamento solía aplicarse en los hoyos o pozos destinados al efecto. Aquella
mujer, de fortaleza física poco común, resistió mucho más allá de toda previsión.
Algunas de sus heridas iniciales estaban ya tan gravemente infectadas que aparecían
llenas de gusanos, por el efecto de ciertas moscas tropicales que producen dicho
efecto sobre las heridas cubiertas de suciedad.
Cuando finalmente falleció, sus restos fueron deliberadamente mantenidos en aquel
lugar hasta ser devorados y dispersados por perros, animales salvajes, zopilotes y
otras aves carroñeras. Finalmente, al cabo de cuatro meses apenas quedaba resto
alguno de su cadáver. Datos, todos ellos, detallados en el libro sobre Rigoberta
Menchú anteriormente citado. (148)
a) Primera sentencia: prisión para los jefes imputados (un general y dos
coroneles), tras doce años de infatigable forcejeo legal contra las barreras de la
impunidad. Larga condena contra el coronel que ordenó el crimen
Por fin, en 2002, tras una titánica lucha de doce años de calvario procesal para la
familia de la víctima, especialmente para su infatigable hermana Helen Mack
(creadora y presidenta de la repetidamente citada Fundación Myrna Mack, dedicada a
defender la memoria y los derechos atropellados de la fallecida), llegó la merecida
recompensa por un esfuerzo tan tenaz. El día 3 de septiembre de 2002 se abría el
juicio oral contra los tres mandos (ya retirados), que, al cabo de doce años, por
primera vez ingresaban en prisión. Justo un mes después, el 3 de octubre de 2002, se
emitía la sentencia. El coronel Juan Valencia Osorio, autor directo de la orden criminal,
resultaba condenado a 30 años de prisión como responsable intelectual (en grado de
autor) del asesinato de Myrna Mack.
En efecto, la actuación del coronel Valencia dictando la orden directa a su ejecutor
material, dentro de la obediencia jerárquica propia de la estructura militar, le
convertía irremisiblemente en autor intelectual del crimen, sin posible eximente de
obediencia debida incluso en caso de haber obedecido a su jefe, el general Godoy, ya
que la Constitución de Guatemala establece en su artículo 156 que “Ningún
funcionario, civil o militar, está obligado a cumplir órdenes manifiestamente ilegales o
que impliquen la comisión de un delito.” A su vez, el sargento Beteta conservaba su
responsabilidad criminal, pues tampoco estaba obligado a obedecer la orden criminal,
y sin embargo la ejecutó. Igualmente, en la hipótesis de que el coronel Valencia Osorio
hubiera recibido de su jefe, el general Godoy Gaitán, la orden de matar a la
antropóloga –lo que los jueces no consideraron probado-, incluso en tal caso el
coronel Valencia seguiría apareciendo como responsable del crimen, puesto que
tampoco él estaba obligado a obedecer la orden criminal. Ninguno de los dos, ni el
coronel ni el sargento, podía alegar el deber de obediencia, pues según el citado
precepto constitucional ninguno de ellos estaba obligado a obedecer una orden tan
evidentemente criminal. Y el haberla obedecido y transmitido (el coronel, si realmente
la recibió) y el haberla recibido y ejecutado (el sargento, que efectivamente la
cumplió) les convertía a ambos en autores del delito de asesinato, por el que ambos
fueron correctamente condenados por sus respectivos tribunales en primera
instancia (el sargento Beteta ya lo había sido al ser juzgado en 1993).
La sentencia de 3 de octubre de 2002, en su apartado de “Hechos que el Tribunal
considera acreditados” estableció, entre otros, los siguientes:
“Que la antropóloga Myrna Elisabeth Mack Chang fue objeto de vigilancia y
persecución hasta el día de su muerte”; “Que la orden para dar muerte a la
antropóloga Mack Chang fue transmitida al especialista Noel de Jesús Beteta
Álvarez por el coronel Juan Valencia Osorio”; “Que la muerte de la citada fue el
resultado de las investigaciones que la misma estaba realizando para AVANCSO
(Asociación para el Avance de las Ciencias Sociales) relacionadas con los
desplazados y refugiados localizados en las zonas del conflicto armado”; “Que
para llevar a cabo la ejecución de la muerte de la antropóloga fueron utilizados
recursos propios del Departamento de Seguridad del EMP, de donde devino la
orden de la muerte”. (405)
La misma sentencia, en su apartado 3 (“De la calificación del delito”), precisaba,
refiriéndose a la responsabilidad del coronel Valencia Osorio:
“...queda perfectamente establecido, por las circunstancias anteriores y
posteriores a la muerte violenta de la antropóloga, que la misma únicamente
pudo ser producto de un crimen de carácter institucional, que presentó todos los
elementos que conllevan un plan de inteligencia, como son: persecución,
vigilancia, exterminio, y posteriormente eliminación de pruebas cuando se da
muerte a uno de los agentes que está investigando el crimen, señor Mérida
Escobar, actos que conllevan las agravantes de alevosía, premeditación conocida,
ensañamiento e impulso de perversidad brutal, y tipifican el delito de
ASESINATO.”(mayúsculas en el texto original) (406)
Y en el apartado 4 (“De la pena a imponer”), la misma sentencia establecía, en dos de
sus ocho puntos, lo siguiente:
“Que el acusado Juan Valencia Osorio es responsable como AUTOR del delito de
ASESINATO cometido en contra de la vida e integridad física de la antropóloga
Myrna Elisabeth Mack Chang.” (Las dos palabras señaladas figuran en mayúsculas
en el texto original).
“Por tal ilícito se le condena a la pena de 30 años de prisión inconmutables, que
deberá de cumplir en el centro penal que determine el Juez de ejecución
correspondiente.” (407)
En cambio, los otros dos jefes también imputados –el general Gaitán Godoy y el
coronel Oliva Carrera- quedaban absueltos por –según la sentencia- falta de
evidencias suficientes. Concretamente, al general Gaitán se le aplicó el principio in
dubio pro reo, lo que significó un notable desconocimiento, por parte del tribunal, de
la noción de disciplina jerárquica y de lo que significa la cadena de mando dentro de la
institución militar. Conceptos que, junto con la doctrina Yamashita(ya vista en el
Capítulo 1), hubieran bastado y sobrado para establecer la responsabilidad ineludible
del general. De hecho, el argumento de la insuficiencia de pruebas fue rechazado por
las partes querellantes y negada también por el Ministerio Fiscal, que sí consideró
que existía evidencia suficiente, no sólo contra el coronel condenado sino también
contra los otros dos jefes del EMP que resultaron absueltos.
Salvo en la duración del proceso (recordemos que Gerardi fue muerto en 1998,
mientras que el asesinato de Mack se remonta a 1990), en ambos casos tenemos,
como factores básicamente coincidentes: a) Autores materiales, en ambos casos,
sargentos especialistas del EMP. b) Implicación superior, en calidad de coautores: un
coronel como principal imputado en cada caso, según las respectivas sentencias. c)
Intento, por parte de los imputados y sus defensores, de lograr ser juzgados por la
jurisdicción militar y no por la civil. Fracaso en ambos casos de tal pretensión, que
hubiera favorecido en grado sumo la impunidad. d) Medios utilizados para ambos
crímenes: recursos y personal del EMP. e) Procesos demorados por toda clase de
entorpecimientos, amenazas y coacciones sobre jueces, fiscales, testigos, etc.
Asesinato de investigadores (caso Mack) y de testigos (caso Gerardi). f) Largas conde-
nas de prisión para ambos sargentos y para ambos coroneles (en la citada primera
instancia). g) Anulación de ambas sentencias condenatorias por el Tribunal de
Apelación. h) Posterior restablecimiento por la Corte Suprema de la condena de
primera instancia. i) Muy probable existencia, en ambos casos, de aún más altas
autoridades militares responsables que, por encima de los citados coroneles, les
ordenaron la preparación y ejecución de ambos crímenes de Estado, autoridades que
todavía permanecen protegidas por la coraza de la más total impunidad.
El hecho de que los ocho años transcurridos entre ambos crímenes no hayan cambiado
en absoluto las tremendas fuerzas adversas a la justicia y favorables a la impunidad
constituye otra prueba de la gran resistencia al cambio de la sociedad guatemalteca y de
su Ejército en particular.
Incluso esos dos hechos que marcan una aparente diferencia entre ambos casos, la ya
señalada fuga del coronel condenado (en el caso Mack) y el asesinato en motín
carcelario del sargento también condenado (en el caso Gerardi), resultan ser otro
factor común, pues se trata, en ambos casos, de acciones delictivas a favor de la
impunidad: el primero, por impedir el cumplimiento de la justa sentencia firme, en la
que coincidieron sucesivamente tres tribunales, y el segundo, por tapar la boca de un
testigo que estaba en condiciones de detallar la culpabilidad de sus superiores que le
ordenaron actuar.
En cualquier caso, de ninguna manera cabe olvidar que, para poder investigar,
capturar, juzgar y condenar al repetidamente citado asesino material de Myrna
Mack (y, muchos años después, también a uno de sus jefes), resultó necesario un
precio terrible y desproporcionado: la vida del abnegado policía y ejemplar
investigador José Miguel Mérida Escobar, que rechazó la versión trucada sobre el
crimen, preparada al efecto por el EMP (que lo achacaba falsamente a delincuencia
común) para respaldar la versión verdadera, cuyas evidencias había descubierto
(crimen de Estado, ordenado por el tantas veces citado servicio secreto militar). Una
impunidad como ésta, que sólo puede ser vencida mediante comportamientos heroicos,
tales como la entrega de la vida del investigador -quien, como ya vimos, anunció su
próxima muerte al firmar su testimonio judicial- es una impunidad demasiado ciclópea y
poderosa, dotada de una mortífera capacidad de respuesta. Capacidad de respuesta
criminal, demostrada nuevamente en 1998 con el asesinato de una personalidad de un
relieve social tan notable como la de un obispo, monseñor Juan Gerardi, por haber
dirigido una investigación de gran alcance sobre los peores crímenes represivos
cometidos en décadas anteriores por la institución militar. La realidad de hechos
como éstos (nuevos y graves crímenes de la última década del siglo XX), al ser
históricamente tan recientes, no nos permiten afirmar que este vergonzoso fenómeno
haya llegado a su fin.
CAPÍTULO 4.-
ANÁLISIS DE LAS ACTUACIONES REPRESIVAS DEL EJÉRCITO DE
GUATEMALA A LA LUZ DEL MODELO IMPERATIVO-MORAL.
CONCLUSIONES SOBRE LOS MÁS DESTACADOS FACTORES GENERADORES
DE LA VIOLENCIA MILITAR EN AQUEL PAÍS Y SUS NECESARIAS VÍAS DE
CORRECCIÓN