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La insensatez del destino 1

La insensatez del destino

Nostalgia

Eso era, en resumidas cuentas, lo que Esther sentía recorriendo el parque en el que una
época había frecuentado más de cuatro veces por semana. Todo era igual y a la vez
grotescamente distinto. Se sentía distante, ajena a los rincones que solía adorar en
aquellos tiempos, ahora increíblemente lejanos. Ya no eran tan suyos, tan propios, el
paso del tiempo los había cambiado tanto como a ella misma, albergando una indefinida
sensación de perdida entre ellos

Sin embargo, reconoció la joven, el parque seguía siendo tan hermoso como siempre.
Los árboles, orondos y de copas ricas en follaje, seguían alzándose en mitad de los
caminos de arena que los rodeaban majestuosa y soberbiamente, como gigantes pesados
y robustos. Daba gusto alzar la mirada y dejarse maravillar por el poderío con el que
aquellos magníficos titanes simplemente dejaban mecer sus hojas, con movimientos
lentos y elegantes, consintiendo que el obstinado viento se colara en sus intimidades
más remotas y realzara su esencia verde

Esther sonrió mirando hacia arriba, sin duda en otra vida le gustaría ser uno de esos
árboles. Aunque no se lo había comentado a nadie, no tenía demasiadas ganas de que la
enviaran a un psicólogo

Se sentó en el que había sido su banco preferido, frente a una gran fuente de agua
situada en medio del frondoso parque, y dejó que su cuerpo se relajara, absorbiendo la
imperturbable tranquilidad de la zona. Apenas se oía el tránsito de la ciudad, aquí los
únicos sonidos reales eran los de las palomas murmurando en busca de migajas, algún
que otro paso arenoso de un paseo largo y lento, una conversación íntima a lo lejos, una
risa infantil tras un alegre chillido, un pato cacareando y chapoteando en el lago unos
pasos más allá

Esther respiró la paz, llenando sus pulmones de gloria, y permitió que una dulce
sensación de duerme vuela se apoderase de su ser

No es que tuviera muchos momentos de paz en su vida. Sabía que debía exprimir aquel
instante y alargar su brillo hasta convertirlo en horas, días, quizás meses. ¿Cuándo
volvería a poder visitar semejante Edén? El paraíso estaba hecho para muy pocos,
Esther se conformaba con aquellos leves ramalazos de placentero sosiego. Y se
enorgullecía de ser parte de ese pequeño porcentaje de la humanidad que disfrutaba en
todo su esplendor de los pequeños detalles de la vida
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No es más rico el que más tiene, sino el que menos necesita

Su vida había sido un auténtico caos en los últimos años, el suficiente como para
bendecir ese mero instante, sentada en un banco en algún remoto lugar del parque. Y
ahora había vuelto, todo seguía en su mismo lugar, todos y cada uno de los detalles que
dejó atrás la había esperado para cuando decidiera regresar. Y Esther tenía que
reconocer que había deseado volver a su ciudad natal más de lo que le gustaba confesar

Había sido tan difícil irse como volver, pero la joven enfermera sabía que había tomado
la mejor decisión. Abandonar Hospital Central, junto a todo el elenco de amigos y
compañeros, fue un palo durísimo, pero con fines beneficiosos: ahora entraría como
residente, tras concluir en un récord de 3 años la carrera de Medicina que rechazó
empezar cuando aún era demasiado joven y demasiado cobarde

Esther vio a lo lejos un hombre mayor de unos 70 años, su complexión se adivinaba que
había sido fuerte, ominosa, en sus años mozos, ahora le quedaba una espalda ancha de
recuerdo, pero curvada, unas manos grandes y callosas, un cabello ralo y
emblanquecido y probablemente una dentadura postiza de arriba abajo. Iba acompañado
por el que seguramente sería su nieto, de apenas 6, quizás la versión en miniatura de
aquel mismo anciano. Formaban la pareja perfecta, los eternos polos opuestos, el blanco
y el negro, el principio y el fin. Y ella estaba en medio, tratando de crecer aun y
envejeciendo al mismo tiempo

Mientras observaba como el niño se agachaba constantemente, mostrándole piedrecitas


a su abuelo, fascinado por sus formas, pensó en cuando ella misma era una niña

Esther siempre fue una niña dulce e inocente, quizás más de lo normal. Tenía un
excesivo sentido de la bondad y eso, al crecer y ver el mundo como realmente era, le
hizo pagar muy alta factura a la larga. Su mundo ideal, lleno de mariposas y colores de
arco iris por donde quiera que mirara, se desmoronó lenta pero implacablemente. Y a
medida que aumentaba su conciencia, descendía estrepitosamente su ingenuidad y el
don de la inocencia

¿Pero a quién no le ha ocurrido eso?

A día de hoy, Esther era una mujer rozando la treintena de años peligrosamente, y a
pesar de los palos que había recibido a lo largo de todos esos años tras abandonar la
infancia, había conseguido la mayoría de los objetivos que se propuso a esa tierna edad.
No podía quejarse, de hecho, había caído las suficientes veces como para perfeccionar
el arte de volverse a levantar con una experiencia más en la espalda

Nada le gustaría más que volver a ser como ese niño, impresionable a las mil maravillas
que le mostraba el mundo como lo era una simple piedrecita de forma ovalada y lisa.
Volver al lienzo en blanco, a la excitante sensación de tenerlo todo por descubrir, un
hallazgo más sorprendente que el anterior, al júbilo y la exclusiva alegría de esos años,
nunca comparables ni tan nítidos como los de un adulto. Pero Esther sabía que, a parte
de imposible, no era razonable, dado que volver atrás significaría tener que volver a
pasar por todos los fiascos y fracasos por los que ya había pasado. Y nadie en su sano
juicio lo querría
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Miró al anciano, ahora sentado unos bancos más allá del suyo sonriéndole
cariñosamente al niño mientras éste correteaba de un lado a otro en busca de más
tesoros. ¿Cuántas más veces habría caído aquel hombre desde que tuvo la edad de
Esther? De concedérsele el capricho, ¿desearía volver a rozar la treintena?

Quizás, quizás...

Esther decidió dejar de fluctuar en su mente pensamientos que realmente no la llevarían


a ningún sitio. Se obligó a permanecer en el aquí y el ahora, un presente que, por otro
lado, empezaba a gustarle. Se miró el reloj y sonrió levemente, tan sólo faltaban 3
escasas y escurridizas horas para volver a Hospital Central. Y como ya había hecho
desde que supo que volvería, no se permitió pensar en los cambios que la aguardaban,
disminuyendo la ilusión del reencuentro y albergando cierto temor en lo más profundo
de su estómago

No, simplemente dejaría a su relajado cuerpo seguir disfrutando de los últimos


resquicios de lo que probablemente conocería de la paz, tras su ingreso inmediato en
urgencias

Algunos asesinos nacen, otros se hacen. Y a veces el origen del deseo de matar se pierde
entre el amasijo de raíces que configuran una infancia desgraciada y una juventud
peligrosa. De modo que tal vez nadie llegue a saber jamás si la necesidad es innata o no

A Alex, agachado entre los matorrales y con el corazón palpitante, sinceramente aquello
le importaba una mierda. Su vida se reducía, en esos instantes, a huir, escapar, librarse
del puñetero policía que lo había pillado a punto de robar aquel Lexus con toda su
mercancía de la joyería que acababa de asaltar

Joder, ¿qué salió mal? Lo había planeado durante meses, y sin duda el plan era perfecto,
no cabía posibilidad ni de un simple error. La única explicación lógica sería “el
chivatazo”, pero Alex trabajaba solo. Ni bandas, ni contactos, ni trapicheos: él se lo
guisaba y él se lo comía, sin repartir beneficios

Sacó su automática de la pechera y quitó el seguro

Pues muy bien, si había un error, tenía que eliminarlo y punto. Inspiró hondo, trató de
aumentar su visibilidad acercando más el rostro a los matorrales que lo salvaguardaban
en busca de la silueta del poli camuflado de paisano. Apretó los dientes con rabia y
agarró con fuerza la pistola, por delante de su nariz

Ese cabrón lo iba a pagar caro por haberse entrometido en su camino

Alex sabía que formaba parte de la segunda categoría de asesinos: si hay que matar, se
mata y punto. Y era inconcebible echar a perder su perfecta estrategia por un simple
pelele de los federales. Había pasado muchas horas, muchos días, meses e incluso años
tratando de comprender su falta de humanidad, acabando por aceptar lo que era sin más
preguntas. No conocía el remordimiento ni el sentido de culpabilidad. Estaba
convencido de que la conciencia, las reglas y las leyes carecían de utilidad práctica para
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el individuo y limitaban las posibilidades humanas. Y su código era: dominio,


manipulación, control

Era así de simple

Alex sonrió al divisar a su víctima, un hombre con muchas horas perdidas en el


gimnasio, que ahora trataba de camuflarse entre la gente mientras lo buscaba con
insistencia y cierto temor. Mantenía una mano dentro del bolsillo derecho de su
chaqueta de pana y Alex supo que estaba agarrando su propia pistola con la misma
fuerza que él

Alex sintió la excitación previa a los acontecimientos nefastos que sin duda estaba
dispuesto a llevar a cabo. Dónde, dónde, dónde... ¿En la cabeza? ¿En el pecho? Alex se
permitió una gorjeante risa a media voz ¿En la entrepierna? Oh, eso sí que sería
maravilloso de ver

Su parte asesina afloraba a la superficie por los poros de su piel a una velocidad
alarmante, relegando la primitiva necesidad de huir a un segundo plano, ahora más
tentadora la posibilidad de torturar a su víctima antes de acabar con ella

¿Dónde, dónde, dónde?

Decidió que el momento había llegado cuando el poli se acercó a un anciano con un
asqueroso pequeñajo correteando a su alrededor como una maldita y molesta polilla.
Bien, le daría un dulce recuerdo para el resto de su vida a la jodida polilla y algo que
llevarse a la tumba al vejestorio ese

¡Que empiece el espectáculo!

Macarena Fernández Wilson podía ser todo lo que una mujer pediatra de 35 años llegase
a ser, pero en aquellos instantes toda su esencia se concentraba en sus manos. Ahora su
mundo se reducía o se amplificaba, según se mire, a sus dos manos, las que podían curar
o matar al niño que estaba operando

Llevaban operando más de 3 horas y aún no habían conseguido sacar ni una cuarta parte
de célula cancerosa, aunque según los criterios de la cirugía cardiovascular, tres horas
estaban aun dentro del período normal de exploración

- Intentemos hacer otra serie de imágenes que resalten el tumor, por favor (pidió a través
de su mascarilla esterilizada)

Para un médico, todos los crecimientos de células, benignas o malignas, eran tumores,
aunque el término “cáncer” se reservaba generalmente para los malignos: aquellos
tumores capaces de extenderse a otros órganos

Maca miró fijamente a la pantalla del monitor de 20 cm con las nuevas imágenes y
frunció el ceño a medida que se daba cuenta de que este chiquitín lo tenía crudo, muy
crudo. La masa cardiovascular resaltaba en color rojo carmín y el tumor, adherido a las
paredes del ventrículo izquierdo, se imponía con un amarillo fluorescente desagradable
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y ofensivo. Bajó la mirada al pecho abierto de Rubén, el mismo querubín de 8 años que
esa mañana le contaba con todo el entusiasmo del mundo que de mayor sería el mejor
futbolista de la selección española

- Tranquila, cielo (le aseguró Cruz, frente a ella, al otro lado del crío) Vas bien, tenemos
un 10% fuera, céntrate en eso, ¿de acuerdo?

Cruz, una experta cirujana, ya estaba en Hospital Central mucho antes de que Maca
empezara su residencia. Era un poco más mayor que ella y sus caracteres eran bastante
distintos, pero se habían caído bien inmediatamente y tras más de 3 años trabajando
juntas, Maca podía asegurar que tenía una auténtica amiga en Cruz. Había sido su
supervisora inmediata cuando Maca decidió especializarse en neurocirugía infantil y de
hecho no podía haber tenido mejor mentora. La doctora Cruz, jefa de quirófanos del
hospital y la mejor cirujana que había conocido en su vida

Había aprendido de ella tanto de neurocirugía como de talante médico. Al contrario de


la clásica actitud distante, correcta e inalcanzable que se empeñaban en mostrar la
mayoría de médicos (hay que decir que la mayoría hombres), ella aceptaba sin reparos
su condición XX en un mundo de XY y disfrutaba tanto de las ventajas como de las
desventajas. Ser mujer le había significado luchar el doble para llegar al mismo lugar,
pero también la había dotado de un carisma especial, una proximidad con los pacientes
nacida, pensaba Maca, del mismísimo instinto maternal de toda mujer. Sus pacientes no
eran enfermos, para ella eran sus niños y cualquier cuidado era poco

Maca se estiró un poco para aliviar la tensión del cuello y comenzó el meticuloso
proceso de licuar y retirar el enorme tumor, muchísimo más tranquila tras las cálidas
palabras de Cruz, como siempre ocurría. Fue diseccionando el cáncer, disolviendo las
células con ultrasonidos y retirando los restos mientras Cruz controlaba las imágenes en
el monitor, ocasionalmente rompiendo la enorme tensión con pequeñas charlas que
sabía que relajarían a Maca

- Cuando eres buena, eres excelente (dijo Cruz, supervisando su trabajo de cerca por si
tenía que intervenir, suturando con una gasa las pequeñas hemorragias por las incisiones
que Maca iba realizando) ¿Qué crees que diría la señora de Fernández si viera cómo
pasa su hijita los días?
- Vamos a hacer una secuencia de contrastes rápidos (dijo Maca y luego apagó su
micrófono para que nadie más que Cruz y ella oyeran) A mi madre le interesa más como
paso las noches. O más bien como no paso las noches. Cree que mi vida social se reduce
a pacientes moribundos y de apenas 10 años
- No es que se equivoque mucho (se burló Cruz, cambiando de gasa)
- Eh, oye, sabes que sí tengo citas (respondió Maca, advirtiendo con cierta esperanza
que ya estaban al 20%)
- ¿Por ejemplo?
- Aquella abogada de Valencia, era maja pero demasiado engreída
- No me gusta nada recordártelo, cielo, pero eso fue hace más de dos años

Maca apretó los labios, era cierto, pero no iba a aflojar los contraataques, más que
contra Cruz, contra sí misma, auto convenciéndose
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- He estado muy ocupada. Además, sólo hablaba de las oportunidades que tendría en
Valencia, cuando le sugerí que quizás le gustara Madrid, pensé que le iba a dar un
ataque y tendría que entrarla en mi quirófano

Trazar un mapa con las imágenes era la clave. Un mapa del tumor y otro funcional del
corazón. Superponerlos. Disolviendo uno y respetando al otro. Una tarea aparentemente
simple, pero que Maca tenía que medir al milímetro para no pasarse de la raya, como
una niña coloreando un dibujito. La rapidez también era importante, aunque la
inflamación normal del órgano miocárdico se controlaba bien durante la cirugía,
siempre era una preocupación: mientras más se inflamase, más imperceptible se haría la
diferencia entre el tejido sano y el canceroso

Poco a poco, muy lentamente, pero Maca fue recuperando la seguridad de que Rubén
saldría de ésta. Al menos de ésta...

- Bonito día (comentó el agente acercándose a paso lento)

El anciano alzó la mirada serena al cielo y sonrió aun sentado en el banco, asintiendo en
concordancia. El agente Sam le devolvió una sonrisa taimada, sentándose junto a él a
una distancia prudencial para no invadir su espacio personal, y se acomodó en el banco
estirando las piernas y cruzándolas por los tobillos. Pese a su actitud relajada, no sacó
sus manos de los bolsillos, sabía que su hombre andaba cerca, muy cerca. Era cuestión
de tiempo, paciencia, paciencia, se dijo como un mantra

Llevaba más de medio año siguiéndole la pista. Todos lo daban por perdido, Alex
empezaba a ser un fantasma para cualquier persona con un atisbo de juicio. ¿Cómo
creerse la leyenda de que ese hombre infame hubiera podido lograr la espeluznante cifra
de quinientos atracos en menos de 2 años saliendo impune? Sin duda era una leyenda,
un comodín que usaban los polis para justificar cualquier caso inconcluso en un callejón
sin salida. Era más fácil atribuirle el mérito a un fantasma que seguir con una
investigación muerta

Pero Sam estaba convencido de su existencia. Aun no había logrado averiguar como
demonios se lo montaba ese tío, pero el caso es que sabía a ciencia cierta que no era
ningún fantasma. Había elaborado un perfil delictivo acerca de Alex más de medio
millar de veces, pero el asesino siempre rompía sus esquemas. Nunca parecía seguir una
pauta fija, lógica, o matar dos veces de la misma forma. Sus víctimas no tenían nada en
común entre ellas, nada que especificara una razón en concreto para haberlas escogido.
Un vagabundo, un agente de bolsa, una prostituta, una madre cincuentona, un perro
apaleado...

Era exasperante y frustrante. Sam estaba solo en una lucha contra un auténtico sádico y
artista diabólico, que no dudaba en acabar con una vida si sacaba beneficio de ella. Esa
era la clave, había llegado a la conclusión Sam, la clave eran los beneficios que sacaba.
Alex no mataba por gusto, como la mayoría de agentes habían pensado, mataba a
cambio de algo

Por supuesto no podía afirmar que el asesino se llamara Alex, pero ese era el nombre
que en comisaría le atribuyeron, y así se había bautizado
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Alex, Alex, Alex... ¿dónde estás, maldito capullo?

- ¡Yayo, mira, mira!

Sam observó como un pequeñin se le acercaba corriendo al anciano con lo que parecía
una diminuta rana moribunda, medio seca, tendida agonizante en la palma suave del
niño como un dulce lecho de muerte. Pero el anciano nunca pudo llegar a reaccionar

El disparo rompió la paz con un estallido seco y silbante. Un cuchillo afilado cortando
un lienzo sin piedad. Las palomas fueron las primeras en reaccionar, saliendo
despavoridas por todas partes, alzando un vuelo frenético de fuga inmediata. Sam fue el
segundo, agachándose en el banco y girándose, el disparo sin duda vino de sus espaldas.
Sacó la pistola mientras obligaba a agacharse al anciano tirando de la pernera de su
chaqueta con urgencia

- ¡Al suelo, al suelo, joder!

Por alguna razón, el anciano se había congelado en su sitio, su expresión era gélida, su
piel blanca y pálida como las sábanas, sus manos se aferraban a sus rodillas con una
fuerza impropia de un hombre de tan avanzada edad, emblanqueciendo incluso sus
nudillos. Sam parpadeó, dividido entre el anciano y Alex. Gruñó impaciente, medio
incorporándose y vigilando por todas partes mientras apoyaba su mano en el hombro del
anciano y tiraba con fuerza de él, logrando al menos q se tumbara de lado en el banco

- ¡Alex sal! (gritó inútilmente sin obtener respuesta)

Unos pasos agitados se oyeron a su derecha y apuntó con el corazón desbocado por
instinto, frunciendo el ceño sorprendido al descubrir una chica corriendo hacia ellos casi
en un esprin desesperado

- ¡No, quieta, quieta! ¡Al suelo, por amor de Dios! (le chilló Sam, de nuevo en un
intento fallido)

Joder, joder, todo estaba mal, todo salía jodidamente mal. Aguantó la respiración cuando
la chica dio un salto y quedó suspendida en el aire unos instantes, para luego aterrizar
con el pecho al suelo, resbalando por el camino arenoso con un gemido de dolor
ahogado

- Pero que...

Sam se quedó paralizado al ver donde concluía la precipitada carrera: en un charco rojo
oscuro que teñía la arena donde yacía la cabeza del niño, completamente inmóvil. La
chica lo examinó con rapidez pero con espeluznante destreza, mientras él entraba en
shock, exactamente igual que el anciano que aun seguía mirando el cuerpo inerte de su
nieto con expresión horrorizada y ausente

A Sam le tembló la mandíbula y la mano que cogía la pistola, no estaba preparado para
aquello. Jesús, nadie lo estaría. Parecía una ironía sádica de la vida que la rana
moribunda aun siguiera boqueando con desesperación en la manita del niño, mientras
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que su pequeño captor lo había dejado de hacer brutalmente al acto. El agente resbaló,
quedando sentado patéticamente inútil en el suelo, contemplando con fascinado horror
como la chica le hacía el boca a boca, para luego alzar la mirada hacia él y ordenarle
con dureza

- Llama al Samur, ¡ya!

Sam se sacó entre malabares el móvil de su chaqueta e intentó marcar en un caos de


dedos y teclas

- Jorge... mi Jorgito... (musitó el anciano empezando a llorar, meciéndose a si mismo)

Maca era mucho menos emotiva en el quirófano que en el resto del mundo. Pero incluso
en esos momentos de mayor impasibilidad, no era un cubito de hielo como algunos
cirujanos. La operación del pequeño Rubén iba muy lenta, excesivamente lenta, ya
pasaban 2 horas de la normativa quirúrgica. Rubén quizás acabaría sin una célula de
cáncer en su corazón, pero no aguantaría mucho más a este ritmo. Si no lo mataba el
cáncer, lo acabaría haciendo Maca al someterle tanto tiempo a una operación a corazón
abierto

Maca sabía que se estaba tensando como una cuerda de arco. La repentina hinchazón y
el entrelazado de células normales con las cancerosas habían hecho impracticable, si no
imposible seguir con la cirugía. Pensó que quizás ya habían sacado suficiente, los pocos
restos de cáncer en el interior del organismo del pequeñín quizás no sobrevivirían ante
el ataque natural inmunológico

- Maca, ¿quieres parar? (preguntó en un susurro preocupado Cruz, delante de ella)

Ahí estaba, el momento crucial que tanto había rezado para no vivirlo jamás. Se había
permitido pensar que sería una operación completamente limpia, con todo claro como el
cristal y bien definido. Sin terribles cicatrices, ni inflamaciones peligrosas, sin tener que
tomar decisiones desgarradoras

Contuvo el aliento inspeccionando el hinchazón del pequeño corazón de Rubén. Parecía


haber empeorado un poco. “Demasiado pronto” se dijo a sí misma. Era demasiado
pronto para saber si el manitol y el decadrón reducirían la inflamación. Pero tal y como
estaban las cosas, aún se podía percibir una estructura definida, no mucho, pero era
algo. Si esperaba a que hiciera efecto la medicación, y la inflamación, en cambio,
empeoraba, los riesgos de que Rubén sobreviviera en el postoperatorio subían como la
espuma de la cerveza

La cuerda se tensaba, el arco emitía un ligero crujido

Lo único seguro que podía hacer era detenerse, ¿pero y si dejaba demasiada cantidad de
células cancerosas y el organismo de Rubén no conseguía eliminarlas? La operación
habría sido completamente inútil, solo dándole al pequeño un par de semanas más de
vida

Maca meneó la cabeza, mirando el reloj


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“Sin miedo”

La pediatra cirujana de Hospital Central se obligó concienzudamente a destensar la


cuerda, a relajar los hombros, a eliminar la tensión de su mandíbula y a respirar hondo

“Sin miedo”

- Cruz, quiero nuevas imágenes de ese cabrón (se oyó decir con contundencia) Todo el
mundo, habla el capitán. Quiero que todos os remanguéis y hagáis saber a vuestras
parejas que llegaréis tarde a cenar. Esto nos llevará aún unas cuantas horas

- Intravenosa, ya (ordenó Eva, la coordinadora de la unidad Samur indirecta, aun


sorprendida de ver a Esther en el escenario de la tragedia, pero guardándose los saludos
emotivos para más tarde)

Esther se puso los guantes antisépticos en cuanto Eva abrió el maletín de primeros
auxilios al lado del cuerpo tendido y cogió el bisturí esterilizado, rompiendo con los
dientes por la urgencia el envoltorio de plástico que lo aislaba de los agentes
contagiosos del aire. Nadie objetó nada, todos sabían lo que se hacía. Practicó una
incisión pequeña pero exacta en el cuello del niño, los pulmones se le estaban llenando
de sangre dado el coagulo enorme que provenía de alguna parte de la cabeza, aun por
determinar, donde la bala había impactado. La sangre brotó intensamente, pero Esther
consiguió su propósito: un escape que desahogaría los pulmones del crío, salvándole de
una muerte por asfixia pulmonar

- Gasas, aquí (ordenó de nuevo, concentrada en la incisión practicada, controlando el


torrente de sangre con precisión para no dejar escapar demasiada cantidad)

Jorge, como lo había llamado el anciano, estaba entrando en shock cardíaco cuando
Esther aterrizó a su lado. La bala se había alojado, sin la menor duda, en un punto
cerebral muy regado por el torrente sanguíneo, eso daba opción a dos tragedias
orgánicas: la posible perdida de sentidos, como el habla o el motril, y los consiguientes
daños inmunológicos y corporales. Uno de ellos, el más directo afectado, el corazón,
que había acelerado el pulso del pequeño Jorge a 60 pulsaciones más por minuto
instintivamente para equilibrar la perdida de riego. Sin embargo, y dado los primeros e
inmediatos auxilios, el niño aún seguía con vida. Inexplicablemente, pero con vida

Esther se apartó, temblando ligeramente por el exceso de adrenalina, cuando Eva


empezó a intubarlo para la respiración asistida. Se pasó una mano por la frente y
descubrió que la tenía perlada de diminutas gotitas de sudor. No había perdido reflejos,
eso por un lado la complacía pero también la aterraba. Volver a salvar vidas, volver a
acarrear semejante responsabilidad día a día, dejando atrás las cómodas y desde luego
más seguras prácticas en cadáveres de la universidad. Volver al pánico de errar, a
despojarse de vacilaciones, a ser esclava del tiempo a contrarreloj, a la precisión
perfecta, al diagnóstico exacto

Volver a urgencias
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- ¡Esther, dios mío! (Eva se le acercó con expresión contrita y sonrisa algo forzada por
las circunstancias mientras metían la camilla plegable del niño en la unidad Samur, y la
abrazó momentáneamente)

La futura residente no devolvió exactamente el abrazo, permaneció aun demasiado


rígida, plantada en el lugar donde sus pies decidieron tomar tierra y anclarse
concienzudamente en un intento de no volver a caer al suelo. Sentía el temblor
alejándose en pequeñas oleadas, devolviéndole lentamente la estabilidad de sus piernas
y sosiego para su estómago cada vez más revuelto

No había perdido reflejos, pero aun no estaba preparada

Aun la seguía devorando la angustia de lo precipitado, el poder de la urgencia, la sangre,


tan escandalosa y obstinada como siempre, manchando sus manos temblorosas. Se
preguntó como conseguía desconectar en el momento de caos, sentir como se alejaba
bruscamente de su consciente, convirtiéndola en una máquina autómata, acción,
reacción. Solución. Solución. El resultado tendría que satisfacerla: una vida más a salvo.
Pero el precio seguía aturdiéndola, así como el cuerpo la sobrecargaba en exceso de
fuerza de voluntad y reacción, luego la desprotegjía completamente de ella,
convirtiéndola en un ser lánguido, frágil y, a fin de cuentas, demasiado patético para
seguir pareciendo un médico

Jesús, ese crío no debía tener más de 6 años

- Esther, ¿estás bien, cariño? (la apremió con preocupación Eva, alejándose de su cuerpo
para mirarla con urgencia) Tenemos que irnos, ¿te vienes?

Esther parpadeó

Volver a bordo. Al campo de batalla. A la lucha diaria contra la muerte

Volver, volver, volver...

- Maca, te necesitan aquí abajo, rápido (la apremió Teresita desde el otro lado del
teléfono)

Teresita, la eterna recepcionista de Hospital Central, una mujer de mediana edad tan
despierta y cotilla como lo pudiera ser la gallina más pomposa del corral de la cabaña
del tío Tom. Pero, sin duda, un encanto de mujer a la que tarde o temprano todos caían
rendidos a sus pies. Albergaba, tras todas esas capas de marujeo de peluquería y
excesiva curiosidad morbosa, un deje indescriptible de ingenuidad muy difícil de pasar
por alto cuando ponía las antenas, abría mucho los ojos, se inclinaba en el mostrador y
escuchaba con toda la atención del mundo el cotilleo del día. Parecía una niña fascinada,
maravillada, la primera vez que su abuelita le contaba como el cazador de Caperucita
Roja conseguía reducir al malvado lobo

Todo un personaje, sí señor


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Eran poco más de las 5 de la tarde cuando Maca atendió al teléfono desde la sala de
médicos de la planta de pediatría y maternidad. Había subido con el único objetivo de
descansar aunque fuera media hora, lejos de las voces alteradas y el caos que inundaba
inexorablemente urgencias. Las últimas cinco horas las había pasado en la UVI con
Rubén, quien de momento seguía sin dar muestras de recuperar la conciencia después de
lo que habían sido casi 10 horas de intensa batalla contra un cáncer demasiado testarudo

- Estaré abajo en unos minutos (contestó levantándose cansinamente del sofá donde se
había echado) ¿Qué tenéis?
- Dios mío, Maca, no debe tener ni 10 años, herida de bala en la cabeza, ¡herida de bala!
(se escandalizó Teresita, perdiendo el decoro y los modales recepcionistas)

En menos de 5 minutos Urgencias ya se había preparado para la llegada de Jorge. El


récord estaba en 3, pero Maca estuvo satisfecha de la rapidez. El quirófano ya estaba
siendo preparado, las enfermeras apunto para recibir la unidad de Samur en la puerta.
Maca exigió a Cruz nuevamente como neurocirujana adjunta y al doctor Aimé como
improvisado anestesista. También había dado instrucciones a la enfermera de urgencias
para movilizar la gente del escáner del quirófano y al banco de sangre

Maca se adueñó del mejor elenco de médicos, quería a los mejores de los que estuvieran
fuera de quirófano. Se despojó de residentes inseguros e incluso de enfermeras
inexpertas pero eficientes. No quería ni una vacilación dentro del quirófano

- ¿A cuánto están? (preguntó, llegando a recepción)


- A menos de 5 minutos, Maca (le respondió Teresita, con aquellos ojos grandes y
relucientes ahora de angustia. Esto no era un cotilleo, esto era una catástrofe)

Maca asintió con la mirada fija en la puerta de urgencias que daba directamente a la
calle. Se frotó los ojos y luego parpadeó, para esclarecerse la vista. Santo dios, una
herida de bala intercraneal después de más de 18 horas sin dormir. Sin duda le esperaba
un infierno

- Llega intubado y anestesiado levemente con varias dosis (la informó Aimé, colgando
el teléfono)

Volvió a asentir, esta vez respirando hondo, notando como la rigidez de los músculos de
sus hombros le atenazaba momentáneamente el cuello. Se lo frotó por la nuca y volvió a
parpadear, sintiendo la adrenalina bombeando furiosamente en su corazón y
esparciéndose con demasiada velocidad por su cuerpo

Los dos titanes contra los que tendrían que luchar para salvar la vida del niño eran los
tejidos dañados y la pérdida de sangre. Ambas cosas podían resultar letales de no
controlarse. El equipo de rescate, además, había informado de que el niño venía con una
gran hemorragia, típica de una herida de bala en el órgano del cuerpo con más
suministro sanguíneo, por otra parte. Lo habían intubado, se había aplicado los
expansores de volumen de plasma que estaban funcionando y también se había aplicado
presión en los puntos de visible hemorragia. Pero para Maca lo más importante que
retransmitieron los chicos de la unidad de Samur era que aunque el niño estaba
inconsciente, había habido movimientos definidos en su lado izquierdo
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En neurocirugía el movimiento significaba esperanza. Y la esperanza exigía rapidez

Rusti, un auxiliar de enfermería y un claro gemelo de cotilleos de Teresita, ya estaba


preparando una camilla para el paciente en una de las salas de trauma disponibles

- No te molestes, Rusti (le advirtió Maca, ya con un pie tambolireando el suelo con
impaciencia) Iremos directamente desde la puerta al escáner. De momento, mantén
alerta a los del laboratorio. Quiero diez unidades de sangre 0 negativo en el quirófano
cuando lleguemos. La usaremos hasta que el niño sea bien analizado y sepamos su
grupo sanguíneo

Rusti asintió y se fue eficiente a por el teléfono para avisar a los del laboratorio. Teresita
volvió a llamar su atención con el teléfono en la oreja

- A un minuto, Maca. Cruz dice que te verá en quirófano y que ya está todo listo para
cuando llegues. Aimé ya está en posición también, la enfermera principal, la ayudante y
la enfermera auxiliar

Cruz, Aimé, Rusti como motor de la camilla y el equipo de laboratorio y quirófanos. Un


batallón médico variopinto pero competente. Hasta donde llegaba Maca, no había
grandes egos en el equipo, todos harían lo que ella necesitara, sin preguntas ni
improvisar

- Entrando (avisó Teresita, colgando el teléfono al fin e inclinándose en el mostrador


como siempre hacía, absorta por el caos organizado)
- Laura (avisó Maca a una de las residente más veterana y eficaces de urgencias) Sal un
momento y que los de Samur te cuenten todo lo que sepan, especialmente el calibre de
la bala, si puede ser. Rusti, a por la camilla. Quiero a este niño en menos de 10 minutos
en quirófano, andando

En ese momento se abrieron las puertas de la unidad de Samur y empezó la batalla

Esther se apeó de la unidad y ayudó a bajar la camilla plegable, viendo a Rusti salir del
hospital a toda prisa y pasando a los pies del niño para llevárselo

Esther lo miró, advirtiendo que por las prisas ni siquiera había reparado en ella. Cómo
había cambiado, parecía muchísimo más envejecido de lo que debiera. Le salpicaban
incluso algunas canas en las patillas, tenía unas ojeras muchísimo más pronunciadas y
parecía haber adelgazado 5 kilos por lo menos. ¿Vería en ella el mismo cambio?
¿Habría envejecido tanto?

Rusti había sido su pareja durante un breve período de tiempo en el que estuvo en
Hospital Central como jefa de enfermeras. Su relación había sido tormentosa y caótica,
culminándola de manera precipitada pero a tiempo de no destrozar incluso la amistad
que los unió en principio. Lo había querido, de hecho casi lo había amado

Casi

Esther observó como el auxiliar de enfermería alzaba la mirada momentáneamente


hacia ella, para luego mirar atrás a tiempo de girar la camilla. Sonrió cuando Rusti
La insensatez del destino 13

volvió la cabeza bruscamente al recopilar la imagen de Esther y abrir


desmesuradamente los ojos. No tuvo tiempo ni siquiera de abrir la boca para decir nada,
una doctora se puso al lado de la camilla examinando al niño con urgencia y cejo
fruncido. Apartó estratégicamente a Esther y desaparecieron por la unidad de urgencias

Esther se quedó por un instante aturdida, parpadeando y plantada como un monigote en


medio de la entrada de urgencias, mirando aun las puertas giratorias balancearse. Fue
ella quien había salvado en principio la vida del pequeño Jorge y ahora la habían
desechado como mosca molesta en mitad de un festín. Se sintió tremendamente
frustrada y con un sentimiento preocupante de inutilidad

¿Quién demonios se había creído que era esa?

- ¡¡Oh dios mío de mi alma, Esther!! (oyó el grito de Teresita, volviéndola a la realidad)

La recepcionista salió de detrás del mostrador, echa un mar de emociones


contradictorias, abalanzándose contra Esther en un abrazo igual de desesperado

- ¡Madre del amor hermoso, dichosos los ojos que te ven! (casi la zarandeó) Pobre niño,
¡pobre chiquitín! Maca lo salvará, lo hará, ¡tiene que salvarlo! (se retiró un poco para
verla mejor de arriba abajo) ¡Jesús, estás a la mitad! ¿Qué demonios has hecho? Seguro
que ha sido esa porquería de comida que os dan en la universidad, mis hijos están igual,
¡y encima me los desganan! (volvió a abrazarla repentinamente y gimió en un sollozo
mal ahogado) ¡Cuánto me alegro de tenerte otra vez aquí! Tengo tantas cosas que
contarte... ¿Sabes que al final Carlos y Laura se han casado? (meneó la cabeza
alejándose de nuevo, pero sin dejar de tocar a Esther en su perorata) ¡Pues claro que lo
sabes! Te invitaron, ¿verdad? Claro, claro, pero estabas de exámenes finales, ¡dios mío y
ahora estás aquí con una carrera de Medicina a cuestas! (de nuevo la estrujó con
lágrimas en los ojos) Cuánto te hemos echado de menos, cuánto, cuánto, cuánto...

En quince segundos el pequeño Jorge estaba sobre la mesa de escáner. El corazón de


Maca se encogió al ver el cuerpo desnudo del niño, embadurnado con su propia sangre,
perfecto como el de casi todos los niños a esa edad, sin nada de grasa y con los
músculos que empezaban a definirse. Su piel relucía blanca y suave al tacto, ninguna
cicatriz, ningún trauma, aunque la presión que había sufrido su cabeza la había teñido de
un pálido color púrpura

La herida de entrada, justo debajo de la oreja izquierda, estaba en un punto complicado,


pero podía haber sido aun peor. Unos centímetros más a la derecha y habría impactado
en los senos recto y sagital, las cavidades del cerebro con mayor cantidad de sangre. De
haber sido así, Jorge estaría aun en el suelo, cubierto de pies a cabeza con una sábana,
tumbado en una piscina de sangre

- Aimé, dame cinco cortes de los hemisferios y dos de la fosa posterior, por favor (pidió
Maca, tras examinarle al niño el tamaño y la respuesta de las pupilas a la luz)
- ¿Cómo lo ves, Maca? (preguntó Cruz, pasándole un delantal de plomo y poniéndose el
suyo para protegerse de la radiación)
- No lo sé. Sus pupilas todavía están a la mitad de su tamaño. Buena señal. Pero no tiene
reflejos en la córnea y está perdiendo muchísima sangre
La insensatez del destino 14

- Pobre niño... Probablemente estaba en el lugar y en el momento menos indicado


- Sí (asintió Maca con una leve aprensión en el pecho, que trató de desechar
inmediatamente. Ahora tenía que estar lúcida)

“Recuerda, nada de sentimentalismos. Objetividad. Precisión. Decisión”

- Vamos allá chicos. Aimé adormécemelo y vuélvemelo a intubar en la unidad


respiratoria (volvió a ordenar, el equipo empezando a moverse a buen ritmo bajo sus
instrucciones como una buena orquesta al mando de una maestra con su varita rítmica).
Cruz avisa al banco de sangre, quiero al menos 15 unidades disponibles a parte de las
que tenemos aquí y también a Rusti, lo quiero cerca para que corra a por ellas si es
necesario. Mientras rápale todo el contorno que puedas de la oreja izquierda al pequeñín
como solo tu sabes. Yo voy a ver si ha venido algún familiar que pueda contarme si el
niño tiene enfermedades de algún tipo. En 5 minutos empezamos, así que en marcha

Maca se sorprendió de no encontrar a dos padres histéricos, sudorosos y desesperados


por la noticia del disparo a su hijo. En lugar de eso, un anciano de aspecto cansado y
casi a punto de desfallecer fue el que le tendió una mano temblorosa de piel gruesa y la
miró con aquella especie de vacío doloroso típico de quien ha visto el horror y ha
sobrevivido patéticamente a él. Esa mirada albergaba pocas esperanzas y supo que el
hombre se había estado preparando para recibir la peor de las noticias. Y no era para
menos

- Le vamos a operar en unos minutos (dijo Maca, tras una breve presentación, directa al
grano) Jorge está muy malherido
- Es un niño estupendo. Es mi ángel. Por favor, sálvenlo, sálvenlo... (suplicó el anciano,
ahora claramente la angustia y la desesperación reflejadas en su pupilas acuosas)

Maca, como siempre le ocurría en estos fatídicos casos, sintió un golpe en pleno
estómago. Otra vida dejada a sus manos en menos de un día. Albergó la responsabilidad
no solo de esa pequeña vida, sino también la del anciano. Si fallaba, los perdería a los
dos. Alzó una mano y le frotó levemente el brazo al hombre

- Haré todo lo que pueda, se lo aseguro


- Gracias, dios la bendiga, doctora. Jorge es lo único que me queda en este mundo (el
anciano meneó la cabeza tapándose con una mano arrugada los ojos cuando la emoción
lo embargó y las lágrimas empezaron a correr raudas por los surcos de sus mejillas)
- Tranquilo (Maca también se lo dijo a sí misma, no podía implicarse a tal nivel antes de
la operación, sería un riesgo enorme para ella y para Jorge)

“Objetividad. Distancia. Visión periférica. Todos los ángulos. No te cierres, abre, abre,
abre”

- Otra cosa, ¿Jorge es diestro o es zurdo? (preguntó metódicamente)

El anciano retiró la mano, un tanto desconcertado, parpadeó y pareció de nuevo que iba
a desvanecerse, a caer inconsciente ahí mismo, pero solo se tambaleó, su cabeza
continuamente moviéndose, probablemente en consecuencia de su vejez y de la tensión
continua a la que estaba sometida también su cerebro
La insensatez del destino 15

- ¿Jorgito? Jorgito es diestro como su madre y como su abuelo. Tendría que ver como
juega a tenis (sonrió orgulloso, pero de inmediato el orgullo se transformó una vez más
en profunda tristeza) Dios santo, sálvelo, solo es un niño... Mi niño...

“Mierda”

Que fuera diestro, significaba que la mayoría de los centros vitales del habla y del
movimiento estaban en el lado izquierdo. precisamente en el camino de la bala

“Mierda, toneladas industriales de jodida mierda”

Alex yacía tumbado en su cómoda de siempre, le gustaba, solía adormecerse en ella y


memorizar el plan ya subyugado al nivel onírico o fabricar de nuevos. En todo caso, en
esa cómoda había elaborado los planes más exitosos de su vida. Y también los más
retorcidos y con los que más había disfrutado. Dejó que sus párpados cayeran y se
introdujo en un duerme vuela sosegado y lúgubre, como siempre

Su perro de raza Terrier le lamió la mano que siempre colgaba de la cómoda para que el
animal lo hiciera. Era un símbolo de poder más, una humildad en forma de lametones
que realzaba su ego. Él era el dueño, el animal debía... tenía... que demostrar
agradecimiento por volver a casa y sumisión y solemnidad por dejarle la mano y
consentir que se la lamiera

Ah, si todos fueran perros...

Culpaba a la humanidad de sus crímenes mortales. Si todos fueran perros fieles y


humildes como Tor, no habría matado a nadie. El animal tenía más garantías de vida que
cualquier ser humano que se le cruzara en el camino

A menos que lo saludaran, o le dieran los buenos días

Era como un ritual, si a Alex le dabas los buenos días, te sonreía y te borraba de su lista
negra de inmediato

Tor se acurrucó al lado de la cómoda, satisfecho de tener a su amo en casa y en buena


vigilancia. Un pensamiento descarado, puesto que si el perro supiera de qué era capaz su
dueño, huiría con la cola entre las patas, despavorido y luchando por su vida. Sin
embargo se conformaba con tener a su humano dormitando en la cómoda donde solía
despertarse con buen humor

Nadie, absolutamente nadie, había sobrevivido a un enfado de Alex, menos Tor. El


animal no era conciente de eso ni mucho menos. Sin embargo, los enfados de su amo
seguían afectándole como si significaran el fin del mundo por una razón tan lógica
como humilde: sin duda, Tor pensaba que el culpable había sido él, y su amo tenía
derecho a castigarle hasta niveles de violencia insospechables para el perro. El hecho de
sucumbir completamente a una obediencia casi letal, lo había salvado

Cosa que los humanos nunca hacían


La insensatez del destino 16

Así pues, Tor era un perro dominante de nacimiento, pero creciendo al lado de Alex
había aprendido una lección importantísima, tan elemental como vital: nunca llevarle la
contraria a su amo. Dominante de nacimiento, sumiso para vivir

Quizás por eso, el chucho aun seguía con vida

Alex sonrió entre sueños recordando el episodio de ese mismo día tras el disparo al
mocoso ese. Había disfrutado realmente de su capacidad de destrucción, del caos que
había logrado su magnífico disparo, orgulloso de la excelente lección que le había dado
al polichuzo ese al disparar contra la víctima más débil. Así sabría con quien se las
estaba viendo, así le hizo conocer su poder, su brillantez

Su superioridad

Saboreó inconscientemente la sangre desparramada por el suelo, exquisitamente


escandalosa, maravillosamente mortal. Lentamente, las costuras del pantalón en su
entrepierna empezaron a apretarse. También se permitió volver a recordar el brillo de la
angustia en los ojos preocupados de los que rodeaban al pequeñajo, luchando por su
vida, obstinados en salvar su obra maestra con arrogancia, pero también con fascinante
desesperación. La erección tomó fuerza, excitado por la caótica escena producto de su
flamante ingenio. Ah, no podía haber salido más perfecta...

Ese era su poder, al que todos debían arrodillarse ante él


Su obra maestra, que todo el mundo debía admirar
Su sello, que marcaría todas sus vidas ingratas e inferiores
Él era el Ángel de la Muerte

Esther se sentó en cafetería junto con Teresita, que parecía haberse convertido en una
cotorra con el motor a toda potencia, poniéndola al día de todo lo que la recién residente
se había perdido en tantos años

La joven sonrió mientras la mujer seguía su frenético monólogo y volvió a sentir ese
calor que siempre le producía en el pecho. Teresita no había cambiado en absoluto, en
parte eso la hacía sentir como si nunca se hubiera ido, todo seguía igual. Sin embargo,
no era cierto. Esther debía ser muy consciente de eso y recordárselo constantemente, se
prometió a sí misma

- Ya veo que hay caras nuevas (fue la única frase que Teresita le permitió introducir en
su monólogo)
- ¡Oh, sí, sí! (confirmó la recepcionista caponata, abriendo los ojos como siempre y
asintiendo para reforzar sus palabras) ¡Y no te imaginas cuantas! Aquí en urgencias han
pasado muchísimos residentes ya, pero la única que se ha quedado a ejercer has sido la
buena de Laurita. ¡Esa niña es un sol! ¿Te he dicho ya que se casó con Carlos? Menuda
pareja, ¿sabes que están en marcha para quedarse embarazados? (Teresita sacudió la
cabeza entre desaprobadora y confidente) ¡Yo a su edad ya tenía a dos! La juventud de
hoy en día os lo tomáis demasiado a la ligera, ¿eh? “Ah, mira, pues no sé, nos ponemos
a hacer bebés, no? Debe tocar ya” (resopló burlona esta vez) Ay, pero que no me tomes
a mal, ¡eh! Me parece estupendo que sean papás, ¡se los ve tan enamorados!
La insensatez del destino 17

Esther dejó de escuchar momentáneamente mirando su vaso de zumo. No pudo evitar


pensar que todo el mundo ya había encarrilado su vida, al menos estaban en ellos. Laura
y Carlos casados y en vistas de paternidad, Rusti con mellizos como le había informado
Teresita, Javier parece que se fue a vivir un antiguo amor en Jaén, Cruz y Vilches
formalizando su relación con una niña y un casamiento íntimo, la propia Teresita a
punto de ser abuela... Suspiró por dentro. ¿Y ella? ¿Qué tenía ella? Vale, sí, una carrera,
pero, ¿realmente qué era eso?

“Un título, una profesión, hija, una carrera, ¿te parece poco?” Intervino su yo
mayestático

- ... y luego está la pediatra, al principio me parecía estirada y pija, uy uy, no sabes lo
mal que nos caía a todos (Teresita hizo una mueca y Esther volvió a conectar las
antenas. Esa mujer debía ser la que la apartó de Jorge) Pero es buena, ¿sabes? Me
refiero como médico, está aprendiendo muchísimo de Cruz, según parece, ella misma
me lo ha dicho, y Vilches también está sorprendido. ¡Imagínate! Que para moverle una
ceja a Viches hay que morderle un huevo, pues está impresionado, sí señora...

No recordaba mucho de su aspecto, apenas la había visto unos segundos. Lo único que
su mente decidió retener, a parte de la inquietante molestia que le había provocado ser
deliberadamente excluida, era que la doctora olía a melocotón. Increíble los detalles
aparentemente estúpidos que decide recopilar la caprichosa de la mente

La intervención que Maca decidió hacer era aparentemente bastante normal: un amplio
corte del cuero cabelludo alrededor de la herida de entrada, perforar todo el hueso que
fuese necesario, para después llegar a los grandes coágulos de sangre que el escáner
había localizado justo debajo de la oreja. La retirada de la bala y los fragmentos de la
otra fractura constituían un segundo paso, muchísimo más arriesgado. El niño estaba
anestesiado, por su puesto, eso le haría no moverse ni llorar, de lo contrario el dolor
sería tan inmenso que jamás se recuperaría psicológicamente, si es que físicamente lo
lograba

“Rápido pero con cuidado” se decía Maca una y otra vez

- Está perdiendo mucha sangre (informó con cejo fruncido Cruz, administrándole una
cuarta bolsa de sangre al niño)
- ¿Cuándo crees que tardarán los del laboratorio en saber su grupo sanguíneo? (quiso
saber Maca, poniéndose la mascarilla)
- Unos cinco minutos, no más
- Bien, Rusti, trae un par de unidades más de 0 negativo y llama de nuevo al banco, por
favor, quiero saber cuanto exactamente tardarán
- Ahora mismo (se apremió Rusti saliendo)

Cruz alzó momentáneamente la mirada hacia Maca, estaba completamente rígida y con
leves gotas de sudor en su frente y aun no habían ni empezado la incisión del cuero
cabelludo. Decidió intervenir como solo ella sabía

- Ha entrado una nueva residente (susurró para ellas) Antes era jefa de enfermeras aquí.
Es Esther, ya sabes, esa que te has quitado de encima, muy mona, ¿verdad?
La insensatez del destino 18

Maca la miró con ojos entornados, mirando a Aimé de lejos por si había oído algo

- Compórtate (espetó en otro susurro) Necesito que aspires aquí, no que me conciertes
citas a ciegas

Sin embargo, lejos de ofenderse, Cruz sonrió satisfecha de haberle sonsacado una
sonrisa a la pediatra neurocirujana en potencia. Ah, le caía bien, demonios, pero que
muy bien. Quizás si hubiera nacido lesbiana ya hubiera intentado algo con la pediatra

Quién sabe, quién sabe

Pensó en su Vilches y contuvo una risa ahogada

Alrededor del agujero de la bala, el cráneo del niño parecía una cerámica rota. Maca
retiró la mayoría de fragmentos y muchos coágulos, mientras Cruz y Aimé continuaban
aspirando sangre por turnos, manteniendo la zona limpia y visible. La bala se había
quedado atrapada cerca de la zona media, pero había dañado un montón de cerebro
antes de hacerlo

“¿Jorgito? Jorgito es diestro como su madre y como su abuelo. Tendría que ver como
juega a tenis”

Rusti vino al fin con la sangre analizada y unas cuantas más del 0 negativo

- Es A negativo (anunció resoplando y con una mueca de decepción)

Maldita sea, no era un grupo común, tendrían que seguir con la 0 negativo un poco más

Maca se obligó a recordar todos los milagros que había presenciado desde que había
entrado en neurocirugía. Pacientes que debían estar muertos, al final vivían unas vidas
bastante funcionales y gratificantes

“Rapidez, la esperanza requiere rapidez”

Meticulosamente, buscaba los vasos sangrantes y los cauterizaba aplicando corriente


eléctrica por medio de sus fórceps bipolares. Concienzudamente, muy poco a poco, iba
disminuyendo la hemorragia. Y mientras lo hacía, se iba viendo con mayor claridad la
extensión del daño

- Sigue controlando la sangre, Cruz (dijo Maca concentrada) Todavía es difícil de decir,
pero diría que lo peor ya ha pasado, chicos

La bala había entrado en un ángulo algo ascendente y había destruido la base interna del
cráneo, para rebotar y detenerse justo debajo de la orejita de Jorge. Maca la retiró
fácilmente, comenzando a limpiar el tejido después que claramente estaba muy dañado
y no se curaría

“Quizás puedas volver a coger una raqueta, Jorgito, y...” estaba pensando Maca en el
momento en que Aimé dijo controlando los monitores:
La insensatez del destino 19

- ¿Todo bien? Hay una bajada de presión


- No veo...

Maca nunca terminó la frase. De pronto comenzó a salir desde la zona posterior del
cráneo sangre venosa oscura a borbotones que inundó la mesa quirúrgica. El corazón de
Maca, y el de todo el equipo, se disparó

- ¡El occipital estaba fracturado! (gritó desesperada) ¡Rusti pide toda la sangre y más!
¡Aimé, pongámoslo boca abajo, ya!
- Pero, la esterilización...
- ¡A la mierda la esterilización! ¡Se nos está yendo, joder!
- Lo necesito en posición supina si quiero mantenerle la presión alta (informó Aimé)
- ¡Bisturí, por favor, bisturí!

Frenéticamente, sin hacer el menor caso a la esterilización, Maca cortó la parte posterior
por completo del cuero cabelludo de Jorge. Como temía, observó que el hueso tocular
estaba partido por la mitad y la sangre manaba de los senos que había debajo

- ¡Oh, joder! ¡Succiona aquí, Cruz! (exclamó con urgencia) ¡Rusti, más sangre, maldita
sea!
- El monitor indica que... (Aimé dudó, abrumado por la crisis y la urgencia, sus reflejos
aturdidos por la catástrofe) Creo que ha entrado aire en su corazón
- No necesito que lo creas, ¡necesito que lo sepas! (gruñó Maca, trabajando en la zona
que sangraba abundantemente, pero era como intentar detener una catarata con un vaso
de agua). ¿Presión?
- Cuarenta, Maca, definitivamente ha entrado en su sistema circulatorio (respondió
Aimé, esta vez más convencido) Su corazón se está llenando como un globo de aire.
Maca, está entrando en embolia, la embolia es enorme
- ¡Maldita sea, moveros!

- Hola (saludó educadamente Esther, sentándose en una de las sillas de la sala de espera
donde seguía el anciano que había visto esa misma mañana junto a Jorge)

Sus ojos se alzaron dolorosamente para observarla con un deje de curiosidad que
desapareció tan rápido que Esther sospechó que quizás se lo había imaginado. El
anciano suspiró pesadamente volviendo a mirar sus manos

- Hola... (respondió prácticamente sin voz, ni sin ganas de tenerla, probablemente, pensó
Esther)

La residente también miró las manos encallecidas y sudorosas del anciano, caídas en
señal de rendición entre sus rodillas huesudas. No pudo evitar sentir una oleada casi
aplastante de compasión por aquel hombre abatido, dando sus escasas y envejecidas
fuerzas para sobrevivir a una situación que nadie debería ni siquiera imaginársela. No
era justo

Nada justo
La insensatez del destino 20

- Tenga fe, buen hombre, no tenga la menor duda de que su nieto está en muy buenas
manos (le dijo Esther, apoyando su mano, mucho más pequeña, en el hombro del
anciano)

Pero él parecía estar en otro mundo, a años luz de aquella sala de espera, seguramente
repasando cada momento vivido con Jorgito. Esther apretó un poco más el hombro y al
fin el anciano la volvió a mirar, esta vez con ardientes lágrimas empañando su mirada
desesperadamente triste

- Le había prometido que después iríamos a comer a un Mc Donalds (murmuró con voz
trémula, encogiendo el corazón de Esther) Le encantan esos regalitos sorpresa, estaba
decidido a que le dieran ese pececillo payaso, ya sabe, el de la película
- Nemo (corroboró Esther, asintiendo a duras penas)
- Sí, ese... (el anciano volvió a sus manos y a Esther le pareció que a cada palabra que
arrancaba de su dolor, se iba haciendo más pequeño, encogiéndose como si el horror de
dichas palabras lo aplastara lenta pero inequívocamente) Yo, particularmente, no estoy
muy a favor de esa comida basura, pero no sabe cuanto le entusiasma a él, y qué sonrisa
de ángel se le ponía a cada bocado que daba

Esther notó que el hombre intercalaba el uso del presente con el pasado, no sabiendo
muy bien como referirse a su nieto después de tan horrible e inesperado accidente.
Aquello no hacía más que confirmar cómo de perdido debía sentirse el hombre ante
tamaña circunstancia

- Quizás pueda acercarme a uno de esos y traerle a su Nemo, sería bonito que se
despertara con el pececillo en el pecho, ¿qué le parece? (ofreció amablemente Esther)

Pero el anciano volvió a quedarse en silencio, hundiéndose una vez más en su tristeza,
con lágrimas silenciosas manchando sus pantalones y las mangas de su jersey. Esther
cerró unos instantes los ojos, abrumada por la profunda aura de perdida que desprendía
ferozmente aquel hombre, y luego se levantó, con una última caricia en el hombro del
anciano

Tenía que alejarse, quería consolarle, pero lo único que conseguía era deprimirse más
ella. Menuda entrada en urgencias había sido la suya

- Disculpe (oyó a su izquierda mientras un joven trajeado le interceptaba el paso) Es


usted la chica que ha salvado esta mañana al pequeño del parque, ¿verdad?

Esther se lo quedó mirando algo confusa al principio, asintiendo y tratando de recordar


de qué le sonaba tanto la cara de ese chico. Era rubio, de ojos vívidos y color miel
avellana, sus facciones eran duras pero no severas, mandíbula recata, mentón
prominente y nariz aguileña

- Sí, ¿quién lo pregunta? (quiso saber la residente, mientras estrechaba la mano que le
tendía el chico trajeado)

Una sonrisa deslumbrante pero intranquila curvó los labios del chico e intensificó el
apretón de manos antes de soltársela a Esther
La insensatez del destino 21

- Soy el agente especial Samuel, de criminalística. Me gustaría hablar un momento con


usted, dado que ha sido sin duda una de las principales testigos del trágico accidente
- Uh... sí, claro (dudó Esther) ¿Está seguro de que ha sido un accidente?

Y entonces fue Sam quien dudó

- Yo... bueno, eso es lo que intento averiguar. De momento, sin pruebas concluyentes,
eso es lo que parece

Esther hizo una mueca, ladeando la cabeza, dándose cuenta de inmediato de lo novato
que parecía Sam, lejos de parecerle un agente seguro y dispuesto a descubrir todo el
intrincado desarrollo de los hechos

- ¿Cree usted que se suelen disparar muchas balas en un parque? (preguntó algo irritada)
- ¡No, no! (el agente parpadeó, algo desconcertado por el cambio de rumbo que iba
tomando la conversación) Es... es puro reglamento, hasta que no se demuestre lo
contrario, no podemos afirmar que haya sido algo premeditado
- ¿Cómo qué? ¿Alguien practicando alegremente puntería con las palomas?
- Mire, señorita...
- No, mire usted, ahí dentro hay un niño debatiéndose entre la vida y la muerte y ahí
fuera hay alguien con muy mala leche que ha disparado y pierde usted el tiempo con
reglamentos absurdos (Esther ya estaba fuera de sí) Estaré encantada de hablar con
usted, si su fin es encontrar al ser depravado que ha probado puntería con esa criatura,
pero no me venga con cuentos de accidentes infortuitos porque no me chupo el dedo (lo
fulminó con la mirada) ¿O es que se lo chupa usted?

Sabía que su reacción había sido desmesurada y fuera de lugar, pero también sabía que
estaba cansada, abatida y abrumada, tras su corta visita al anciano. Quería que se hiciera
justicia y le molestaba horrorosamente que el agente al cargo del caso fuera un novato
de pacotilla. Recordó cómo el chico se había petrificado mientras ella le gritaba que
llamara al Samur, incompetente e inútil total. Recordó cómo se había alejado para
vomitar minutos después de que ella le hubiera practicado una incisión en el cuello de
Jorgito, para luego desaparecer completamente

Ahg... Santo dios, si hasta tenía ganas de hundirle el puño en esa irritante nariz perfecta
y partirle la sonrisa de payaso desconcertado que tenía. Pero se controló

“Esther, cálmate fiera, no es él quien ha disparado, solo es un inútil, ¿vale?”

- Disculpe mi tono, pero me parece muy injusto que una vida pueda terminarse de
manera tan brutal por un “simple accidente” (se disculpó, no sorprendiéndose de que el
agente se hubiera quedado sin palabras y enrojecido, pero no sabía si de cólera o
vergüenza)

Por su actitud inquieta y su semblante anónido, el agente parecía sumirse muchísimo


más en la segunda reacción, pero Esther permaneció en actitud reservada. Tras una
pausa de requerimiento, el agente pareció reaccionar

- Sé que son circunstancias delicadas. Discúlpeme usted a mí por no medir lo suficiente


mis palabras y haberla ofendido de algún modo (puntualizó el joven agente con tal tono
La insensatez del destino 22

monótono que le otorgaba una inquietante voz impasible de contestador automático)


Ahora me gustaría que me acompañase a algún lugar menos concurrido para poder
hablar del caso más tranquilamente (sugirió con una nueva dosis de sonrisas cándidas y
voz estrangulada, repentinamente)

Esther se lo quedó mirando unos instantes en silencio, calibrando la desordenada actitud


del agente. Estaba segura de que no tenía muy claro qué papel jugar: ¿poli malo o
bueno? ¿Crear una reacción de respeto y colaboración inmediata simulando ser un
agente de la policía autoritario y firme; o más bien inspirar complicidad, simpatía y
afinidad mostrando una preocupación por el caso de niveles desmesurados, dado que se
suponía que un agente debía mantenerse al margen y actuar con neutralidad?

A regañadientes, Esther al fin dio media vuelta suavemente y se encaminó hacia la


cafetería del hospital

- Sígame, por favor (se limitó a pedir y de inmediato sintió la cercanía del hombre
uniformado pisándole los talones cual cachorrito curioso)

Una vez instalados, el agente Sam miró alrededor con ojos críticos y Esther pensó
cuanto de lo que sabía le iba a contar y cuanto a esconder. A pesar de todos sus
evidentes y casi imperdonables puntos negativos, Esther no pudo evitar admirar el
rostro masculino de Sam mientras este esbozaba escuetamente la situación del caso, no
mencionando nada que ella no supiera ya. Tenía una especie de sexapeal, eso era
indudable, que parecía acentuarse gracias al uniforme mal abrochado por el cuello de la
camisa y los cabellos rubios ligeramente despeinados. Aunque quizás su estilo era
precisamente aquel y nada de su aparente look descuidado fuera casual. Mantenía las
manos entrelazadas en la mesa de dedos nerviosos frotándose entre ellos continuamente.
No mantenía la mirada, exactamente, sino que parecía sobrevolarla por la cafetería
entera, teniendo como punto central a Esther, pero sin descuidar la periferia

Esther simplemente creyó que eran gajes del oficio y no le dio mayor importancia. ¿Qué
sentido hubiera podido tener el excesivo recelo que mostraba tan singular agente por
quien los rodeaban? La mayoría eran médicos y personal sanitario disfrutando de uno de
los escasos descansos de la jornada. ¿Dónde demonios estaba el peligro? ¿Es que creía
que quien había disparado a Jorge pudiera hallarse entre ellos? ¿Siquiera alguien que lo
conociera y escuchara su conversación?

Ridículo, cuanto menos

- Y como bien le decía antes (continuó el agente, esta vez concentrando su atención por
completo en Esther) es necesario su colaboración en el caso, dado que representa usted
una de las principales testigos

Esther volvió a sentirse confusa con todo aquello y no lo ocultó

- ¿Y qué quiere que le diga, exactamente? No creo que mi testimonio sea de mucha
valía, si le soy sincera (ladeó la cabeza y estrechó los ojos con curiosidad) Tan solo
estaba haciendo tiempo en el parque para venir, precisamente, a este hospital. Estaba
observando a Jorge con su abuelo y de repente oí un maldito petardo enorme. Pegué un
respingo, pensé que era simplemente eso: un petardo de algún graciosillo (Esther volvió
La insensatez del destino 23

a revivir la escena y sintió como se le encogía desagradablemente el estómago, la


imagen del pequeñín cayendo en mortal cámara lenta jamás la abandonaría ya) Hasta
que vi como se desplomaba el niño y corrí instintivamente hacia él

Se encogió de hombros al terminar, deseando terminar con aquella conversación en


cuanto antes, ya que pensaba que no iba a ser muy útil para la investigación su vago
testimonio

- Simplemente me limité a reaccionar (comentó de añadidas y miró fijamente al agente,


provocando en éste un sentimiento de culpa que Esther sabía que pesaría en él el resto
de su vida)

Casi estuvo a punto de añadir como coletilla “... cosa que usted no hizo” con probable
tono de reproche, pero Esther volvió a recordarse que la guerra no era contra Sam, en
este caso, y de nuevo reprimió sus respuestas impulsivas

Sam pareció perdido durante unos instantes, pero de nuevo eso no sorprendió a Esther.
Empezaba a tener la impresión de que todo cogía por sorpresa y shockeaba a este pobre
agente novato. Si no encajaba una crítica camuflada, no podría encajar ni muchísimo
menos el disparo de un psicópata contra un niño al que aparentemente Sam tenía bajo
área de protección. Esther se preguntó entonces cómo dormiría el agente a partir de ese
día

Sam al fin asintió, carraspeando ligeramente, y anotó en su pequeña libreta de notas


unos cuantos datos que Esther sospechaba que eran tan inútiles y banales como él
mismo

- Gracias por su colaboración, aunque no lo crea, es de valiosa importancia (comentó


profesionalmente Sam al levantar la mirada y extenderle la mano a la residente en
potencia)

Esther se la estrechó con aire escéptico que no trató de disimular y luego se levantaron

- Le dejó mi tarjeta a su disposición (Sam le entregó un cartoncillo cuadrado donde se


leía un escueto “Samuel Román” junto con un número de teléfono fijo y otro móvil) Si
recuerda cualquier cosas, aunque sea pequeña, me gustaría que me informara de ella

Esther levantó una ceja y se limitó a asentir, guardándose la tarjeta en el bolsillo trasero
de sus pantalones. Luego se quedó mirando al agente mientras se iba del hospital con
paso ligeramente decepcionado. No pudo evitar menear la cabeza y suspirar

Se dispuso a servirse un jugo de naranja para tratar de apaciguar un poco la


inestabilidad de su estómago cuando Teresita la abarcó

- ¡Ya han salido de quirófano!

Sola en su consulta, Maca miraba por la única ventana que había en la habitación un par
de palomas arrebujadas en la cornisa, tratando de juntarse, casi fundirse, para
sobrellevar mejor el frío de la noche de Madrid aquel nefasto 3 de diciembre. Se frotó
La insensatez del destino 24

los ojos, apoyando el codo en el reposabrazos del enrome sillón de cuero negro y se
permitió suspirar con hondo pesar por primera vez tras lo que había sido un infernal,
infernalísimo, día de trabajo

En cuanto cerró los ojos, se le apareció con dolorosa perfección el rostro


imposiblemente más desolado del abuelo de Jorge al tener que informarle de la muerte
de su nieto. Fue testigo malditamente privilegiada del momento exacto en el que se le
partía en mil pedazos el corazón en vida del anciano. Al principio, tras las duras pero
irremediables palabras de Maca, el hombre no reaccionó, se limitó a parpadear y a
asentir con la ultimísima de las esperanzas muriéndose, como si Maca aun le faltara
algo por decir, buscando desesperadamente un “pero” en el rostro de la pediatra. No
había entendido, quizás ni siquiera había querido hacerlo, lo irrevocable de la simple
frase de Maca

- Lo siento muchísimo, señor Cortés, Jorge no ha superado con éxito la operación...

Maca apretó los labios, nadie más que ella hubiera querido que la frase continuara con
un maldito pero, pero no lo había. Ni siquiera podía inventarlo

Todo tiene remedio, menos la muerte

Una de las cosas que Maca había llegado a aceptar como neurocirujana era que muchos
de sus pacientes nunca quedarían perfecta o razonablemente intactos después de la
cirugía. Todo lo que se podía hacer en esos casos, y con sus familias, era modificar de
nuevo sus objetivos de vida, sus expectativas, y comenzar de nuevo desde donde
pudieran

Pero aquello...

La inhumana insensatez de la herida de Jorgito, lo repentino, la catástrofe imprevisible


en el quirófano, le producía más dolor del que podía tolerar desde su especialidad.
Quizás era una señal, quizás ya había llegado el momento de simplemente darse cuenta
de que no tenía la coraza de acero necesaria para ser una neurocirujana. Punto

Recuerdo perfectamente el día en que Maca y Esther se conocieron. Tengo que


reconocer que fue gracias a mí. O quizás debería decir por desgracia

Desde aquí las cosas, esos pequeños detalles, vienen y van continuamente. A veces
porque a mí me apetece, otras simplemente mi alrededor vuelve a revivir situaciones y
escenas que nunca pedí volver a recordar. Pero es lo que tiene estar aquí, un constante
recordatorio que nunca avanza, pero que tampoco se detiene

No tengo noción del tiempo, pero he llegado a la conclusión de que aquí, realmente, el
tiempo no existe. Solo cuando miro hacia abajo y descubro que tan solo han pasado
unos minutos desde que dejé de mirar. Otras veces, aunque me parezcan minutos, al
volver a mirar descubro que han pasado años enteros. No deja de ser una sensación
desconcertante
La insensatez del destino 25

Mi alma sigue teniendo la forma eterna de un niño de 6 años, pero me he dado cuenta de
que mis pensamientos, mis ideologías, han ido tomando forma a pesar de mi falta de
crecimiento. Parece que hayan pasado vidas desde que abandoné aquella mesa de
quirófano bañada en mi propia sangre y subí entre columnas de aire dulzón hasta aquí

Recuerdo ese día porque, como ya os habréis imaginado, fue el día de mi muerte

Desde aquí puedo sentir en propias carnes el dolor de los que dejé allí abajo. Puedo
sentir aun la profunda tristeza en la que mi muerte sumió a mi querido abuelito,
quemándole durante el resto de años que le quedaban de vida sus mejillas flácidas con
lágrimas de injusticia ardiente. También viví el desasosiego de Esther, quien al enterarse
percibí claramente como su corazón aminoró sus latidos y descendió precipitadamente
su presión arterial, dejándola en una especie de shock momentáneo. Nunca dejo de
recordar, tampoco, la desesperación que sintió Sam al apuntar mi nombre en la larga
lista de víctimas de mi asesino. Por supuesto, y aunque me entristezca y horrorice
terriblemente, también he sentido la alegría enfermiza de Alex al leer la noticia de mi
fallecimiento en el periódico. Incluso la diversión curiosa que sintió Tor, su terrier, al
ver el inesperado estallido de felicidad de su amo

Sin embargo, el sentimiento que sigue afectándome más vívidamente es el de la doctora


que intentó salvarme. Más incluso que el de mi amado abuelito. Su profunda decepción,
la repentina y encarnizada perdida de fe en sí misma, las lágrimas que nunca jamás se
permitió derramar corroyéndole día tras día su alma atormentada. Y sobretodo, el
inevitable pero ridículo sentido de culpabilidad por mi muerte

Sé que hizo todo lo que pudo por mí, pero también sé que ella aun no lo sabe

En ese estado se encontraba cuando decidió salir de su cueva/consultorio tras una hora
entera pensando en mí, inspirar hondo y salir al exterior con la irrevocable decisión de ir
directamente hacia la salida de emergencias de detrás, montar en su moto y volver a
encerrarse, esta vez en su casa

Por aquel entonces, yo todavía era un crío, tanto de cuerpo como de alma aquí arriba y
no sabía disimular tan bien como ella sus sentimientos. Así que, paradójicamente,
empecé a llorar a través de sus ojos mi propia muerte mientras ella caminaba
pesadamente hacia la salida, sin ver realmente a nadie a su alrededor hasta que se chocó
con Esther

Eso me hizo sonreír, a pesar de mis sollozos. Las dos se quedaron mirando perplejas,
como perdidas, ambas volviendo del mundo en que habían huido sus mentes con el
aparatoso encontronazo. La primera en reaccionar fue Esther, que instintivamente alargó
una mano hacia el antebrazo de Maca para cerciorarse de que estaba bien

- Oh, dios santo, perdona, últimamente estoy hecha un desastre (vinieron las
precipitadas y casi avergonzadas palabras de la cándida residente)

Cuando Maca se quedó en silencio, simplemente devolviéndole una mirada vacía, sentí
en mi corazón como el de Esther se estremecía y retraía, asustado del espeluznante
dolor al que acababan de mirar de frente. Maca podía disimular como la mejor actriz de
Hollywood sus sentimientos, pero sus ojos nunca mentían. Ni nunca podrían
La insensatez del destino 26

- ¿Estás... bien? (vino la suave pregunta titubeante)

Ah, sí... Así empezó todo. Es una de mis historias favoritas a la que no dejo de regresar
una y otra vez. Quizás en vida no me dio tiempo de experimentar demasiadas cosas,
sentimientos, sensaciones. Por eso recurro a la efervescente historia de estas dos almas
que colisionaron el mismo día que yo abandonaba la Tierra

Con la mirada fija en la carretera, aceleró el desenfrenado ritmo de carrera con un


simple gesto de muñeca. Sintió la velocidad a flor de piel, puesto que no se había
molestado en ponerse su habitual chaqueta de cuero, y disfrutó intensamente del frío
huracanado calándole hasta los huesos. Con el ronco rugido de la moto, zigzagueó unos
cuantos vehículos demasiado lentos para ella, y apretó los dientes cuando al fin
consiguió alcanzar la primera posición en la autopista

Campo libre

Se permitió un súbito instante de gloria. Gruñó dentro del casco como una luchadora
triunfal, de adrenalina efervescente y euforia por las nubes. Un malsano placer casi
enfermizo le atenazó las arterias y su corazón empezó a bombear alocadamente,
compitiendo con el acelerón de la potente moto

Estaba fuera de sí, justamente lo que quería conseguir. Huir de sí misma, huir bien lejos
y a toda velocidad. Dejar atrás, por unos instantes, todo lo que pudiera ser y convertirse
en viento, volar entre las columnas de frío agitadas y fundirse, ser parte de ellas,
desintegrarse y desaparecer

Conseguir, aunque fuera momentáneamente, ser nadie. Saborear la falta de la conciencia


y disfrutar apasionadamente del vacío del inconsciente, demasiado hueco para ser algo o
alguien. Perfecto para esconderse, aislarse, sentirse indefinidamente a salvo

La nada

- ¡Joder, está loca o qué coño le pasa a esa! (protestó Esther al librarse milagrosamente
de un accidente de tráfico seguro si no hubiera sido por la maña de la motorista que la
acababa de adelantar)

Cruz se rió en el asiento del copiloto y bajó de nuevo la mirada a los papeles que venía
estudiando

- Déjala, le habrá pegado el subidón y en estos momentos, probablemente, se crea Dios


(comentó distraída)

Esther frunció el ceño, atisbando aun a la ahora ya lejana motorista suicida. Panda de
locos... Lo último que le faltaba ahora era volver al hospital con los pies por delante
La insensatez del destino 27

- Sí, efectivamente, el occipital estaba fracturado (suspiró Cruz, apartando al fin la


mirada del historial de Jorge) Y también era imposible saberlo antes de abrir,
simplemente imposible

Esther la miró de reojo. Aun se estremecía al recordar la mirada absolutamente


desdichada de Maca. Volvió a mirar la carretera pensando que quizás algún día ella
misma tendría esa mirada si seguía en esta profesión. No podía pensar en un castigo más
cruel que el impuesto por una misma

Dios santo

- Se siente culpable

Cruz la miró con atención, ladeando la cabeza

- ¿Quién?

Esther parecía inquieta, no muy segura de lo que acababa de decir. Quizás incluso
arrepentida de haberlo dicho en alto

- La... la doctora que lo ha operado (un titubeo, una mirada huidiza) Macarena era, ¿no?

Cruz alzó las cejas y pestañeó observando detenidamente la extraña incomodidad de


Esther. Quizás simplemente aun no estaba preparada para una perdida, propia o ajena

- Esther, en esta profesión hay que asumir muchos riesgos y, sobretodo, muchos retos
personales. Te aseguro que con solo manejar bien el bisturí no sobrevives.
Constantemente llevas una responsabilidad vital, literalmente, en tus espaldas. Y eso
quema... (Cruz miró por la ventanilla, recordando sus propios casos sin éxito, curtida
por la experiencia y los años metida en un quirófano, pero nunca acostumbrada a perder
una vida entre las manos) Hay que ser fuerte, inhumanamente fuerte. Por eso los
individuos más desalmados, desapegados de la vida, ambiciosos y egocéntricos son los
médicos más brillantes. La falta de sentimientos les hace tener vista de águila, una
visión periférica excelente, pudiendo tomar así las decisiones más acertadas,
diagnosticando con seguridad y sin un atisbo de duda en sus palabras

De repente, y sin mucho sentido, Esther se encontró imaginando a Maca vestida de


quirófano, mirando sin ver el cráneo reventado de un pobre niño, con sangre goteando
de sus guantes de látex resbaladizos

La muerte de un niño...

Sintió una profunda oleada de compasión por la pediatra, pensando que ella misma
jamás se llegaría a recuperar de una muerte infantil

- Dios mío, Cruz, no sé si... (se le atragantó la voz, embargada repentinamente de


tristeza) Jesús, no sé si yo...

Una mano cálida se posó en su antebrazo y se escuchó sorber tontamente


La insensatez del destino 28

- Esther, yo si lo sé. Sirves para esto, ¿me oyes? Te conozco desde que eras una enana
operando a Barbies. ¡Maldita sea, si te sabías la tabla periódica con solo 7 años! (se rió
la neurocirujana, apretando suavemente el brazo, arrancándole a la residente una sonrisa
casi avergonzada) Además, que nunca se te olvide que con 12 años castraste a mi Felix,
¿te acuerdas?

Oh, dios, Felix

Esta vez Esther rió de buena gana recordándose a si misma como una mocosa, al lado
de una Cruz joven y en prácticas universitarias, las dos en la mesa de su cocina
manoseando especulativamente los huevecillos de un pobre gato siamés con muy poco
destino procreador

- No sé como demonios no lo desangramos (meneó la cabeza) Jamás podré olvidar el


desastre que le hicimos al pobre

Cruz retiró la mano, satisfecha del buen humor de Esther

- Estuvo meando sangre dos semanas, pobrecito mío. ¡Pero te aseguro que de
espermatozoides ni rastro! (Cruz guardó los papeles en un portafolios y los metió en su
maletín, los revisaría más tranquilamente en casa, tenía que tener buenos argumentos
para convencer a la testaruda y autodestructiva Maca, oh sí...) Pero, ¿y la vida que luego
se tiró el tío? El dandi de las nenas del barrio

Esther sonrió. Le había gustado mucho Felix, y se había preocupado horrorosamente


por él tras la “intervención” que le practicaron. Se podría decir que Felix fue el primer
paciente real de Esther y ya por aquel entonces la posibilidad de errar le había quitado el
sueño durante las dos semanas en las que el gato se negó a levantarse de su petate,
medio moribundo

La residente exhaló y redujo la marcha en cuanto el tráfico se hizo más denso

- Eh, mira eso

Esther volvió en sí, con una última plegaria a Felix y se fijó en lo que Cruz le señalaba

- ¡Oh, joder, llama al Samur! (exclamó instintivamente, parando el coche y saliendo


corriendo hacia lo que parecían los restos siniestrados de una moto)

Esa fue la vez que más cerca estuve de ella. Me sentía impactado, profundamente
perturbado por lo que acababa de pasar. Estaba tan concentrado en las emociones que
sentía Maca que no me di cuenta del momento exacto en que todo se desintegró

Los golpes los sentí yo, puesto que ella perdió la conciencia en el primerísimo de todos.
Me apropié rápidamente del dolor, se me llenaron los oídos de frenazos chirriantes, de
respiraciones contenidas, gemidos exclamados... del inconfundible y espeluznante
sonido de huesos rompiéndose y piel desgarrándose
La insensatez del destino 29

Me entró un cosquilleo indescriptible por toda el alma y me vi precipitándome hacia el


vació a la misma velocidad que el cuerpo de mi doctora rodaba por la calzada
pavimentada y rugosa. Me mareé, sin duda, cuando caí a su lado en el momento exacto
en que ella se quedaba inmóvil en una posición antinatural. Sentí su alma luchando por
salir del cuerpo, pero también pude ver con mis propios ojos como la vida de Maca se
resistía, como su espíritu de supervivencia mantenía firmemente atada a su alma
escurridiza

- Maca... (me oí susurrar con lágrimas en los ojos)

Me dolía el pecho, aunque careciera de él, me dolía el corazón porque el de ella estaba
sufriendo desgarradoramente. Le toqué la mejilla mientras los primeros conductores
salían anonadados de sus coches y se acercaban cautelosamente al cuerpo de Maca. El
tacto era gélido, pero a mí me pareció tan suave como el raso. La cabeza ladeada de
Maca, con medio casco destrozado, se agitó ligeramente y entonces surgieron los ojos
atormentados y sorprendidos de su alma

Le sonreí acercándome entre sollozos y le sonreí cuando noté que me reconocía

- No puedes irte, doctora, no es tu hora (le dije, las palabras viniéndome del más allá,
llenando mi boca y moviendo mis labios)

Su alma era hermosa, parecía flotar en medio de un lago, ligeramente azulada y con los
cabellos bailando a su alrededor. Vi la duda en sus ojos, vi todas las emociones juntas en
lo más profundo de sus iris, sentí como su alma lloraba todo lo que en vida no se
permitió, recogí las perlas y las atesoré en lo más profundo de mi corazón, puesto que
esas lágrimas eran más mías que suyas. Eran para y por mí

Me pareció oír un coro de ángeles bajar desde los cielos, con sus voces melancólicas y
afiladas, anunciando el recibimiento de una nueva alma. No, no quería que bajaran

- ¡No, subid! ¡No es su hora, me oís! (me encontré gritándoles mientras sus ojos ya
empezaban a penetrar las nubes y sus cuerpecitos asexuados cogían forma) ¡Basta, iros!

Miré de nuevo a Maca, quien se había hipnotizado con aquel espectáculo celestial,
absorta y maravillada por aquellos seres que la recibían con una melodía imposible y
unos cánticos indefiniblemente hermosos

- ¡No, no les mires! (le grité, horrorizado por lo inminente)

Yo sabía que no era su hora, lo sabía rotunda e inexplicablemente, y me sentí al borde


de la desesperación cuando el alma de Maca, lentamente iba desprendiéndose de su
cuerpo

- ¡Doctora, no es su hora!

Lo ángeles le sonreían dulcemente y Maca, hechizada, les tendía una mano ligera. Grité
y grité, llorando con todas mis fuerzas, ¡aquello no tenía que estar sucediendo! No sabía
como detener el encanto, no sabía como sacudir su alma y meterla dentro de nuevo en el
cuerpo, no sabía como alejar aquellos endemoniados ángeles
La insensatez del destino 30

Y entonces sucedió...

- Oh, dios mío, ¡Maca! (exclamó Esther, cayendo arrodillada al lado del cuerpo)

Puso las manos en su pecho instintivamente y aunque nunca jamás lo llegue a saber,
aquel fue el gesto que salvó el alma de Maca de los ángeles sentenciosos. Retuvo su
alma con sus manitas inconscientemente

Maca sufrió arañazos y quemaduras en la piel por el asfalto en numerosas partes de su


cuerpo, pero lo importante fue que lo más grave no era tan nefasto como cabía esperar:
un hombro dislocado, dos fisuras en el fémur de la pierna izquierda y una ligera
contusión cerebral que superó con un par de días en la inconciencia. Sin duda, un
milagro, dada la velocidad a la que iba y el brutal impacto contra el asfalto

Cruz, sin ir más lejos, no se explicaba como seguía viva

La miró tras revisar sus constantes y luego suspiró, observando el pálido rostro de su
amiga. Una vez más, sintió aprensión en el pecho y tocó el pie bajo las sábanas
inconscientemente. Caliente, bien. Frío, mal. Es algo puramente instintivo para el ser
humano ante la visión casi exacta de lo que podría ser un cadáver: tocarlo para ver si
había vida. Una visión que, aun siendo médico, impactaba profundamente cuando el ser
que yacía en esa cama de la Unidad de Curas Intensivas era uno tan cercano y querido

- Si es que eres idiota... (murmuró afectada, apartando la mirada y volviendo a coger


aire hondamente) Llegas a matarte y me mato yo solo para volver a bajarte y rematarte
bien (gruñó abriendo la puerta y cerrándola con sumo cuidado, aunque Maca no
necesitara silencio para dormir, dada su inconsciencia por la enorme cantidad de
calmantes con la que la habían atiborrado)

En el pasillo se encontró a Vilches y se colocó a su lado sin siquiera pensarlo

- ¿Cómo va? (preguntó él, poniéndole una mano en su baja espalda)


- Sigue igual de idiota (respondió Cruz con un rodeo de ojos, aun incapaz de perdonar la
insensatez de la pediatra)
- Vamos, Cruz, no seas tan dura, lo importantes es que va a recuperarse
- Más le vale, porque tiene pendiente la bronca del siglo (refunfuñó, llegando al tablón
de entrada)
- ¿Quién, quién? (se apresuró a interesarse Teresita mientras les pasaba las hojas de
salida)
- Una idiota...
- Ya vale, Cruz (desautorizó Vilches, firmando pero sin dejar de fulminar con la mirada
a Cruz) Creo que a ti te espera una larga charla en casa
- Por favor, no me salgas con chor...
- Cruz

El tono fue duro e inflexible, logrando enderezar incluso a Teresita con sus gafas
colgando del precipicio de su nariz. Pestañeó y fue testigo del duelo de miradas de dos
La insensatez del destino 31

titanes del quirófano, tan buenos como orgullosos ambos. Tal para cual, pensó la
recepcionista, tragando ruidosamente ante semejante tensión

- Jesús, no quiero estar presente el día en que estos dos discutan por el novio de su hija...
(murmuró Teresita viéndolos alejar hasta la salida. ¿Seguían con la mirada?)
- ¿Quién se ha echado novio? (preguntó Esther llegando al lado de la recepcionista con
una enorme torre de historiales entre los brazos) Teresita, esto para que no te aburras y
cotillees menos

A Teresa se le olvidó por completo el asunto y se le abrieron los ojos hasta las cuencas.
Ahogó un gemido y se derrumbó en una silla de ruedas que, milagrosamente,
permanecía bajo sus posaderas. Esther le sonrió divertida, palmeándole con compasión
alegre un hombro y volvió a los pasillos de urgencias, tropezando con Laura, su tutora
durante sus 3 primeros meses de residencia

- ¿Hay algo para mí? (preguntó ansiosa de trabajo)

Laura apartó la mirada del tablón de pacientes y le alzó una ceja

- Todos estos están deseosos de poder ir al fin al servicio, ¿qué tal una ronda de
supositorios?

Esther se la quedó mirando, blanca de repente

- Eso... e... eso es... (tragó, visualizando anos prietos de repente, una gota fría de sudor
le bajó por la sien izquierda) ¿Eso no es cosa de... enfermeras? (se atrevió a probar)

Laura estalló en carcajadas y besó cálidamente la mejilla de su residente adjunta con


sincera diversión

- Era broma, cariño, ¡oh guau, no puedes imaginar la cara que se te ha puesto! (siguió
carcajeándose mientras a Esther le volvía la sangre a las arterias con un profundo
suspiro)
- ¡Pero que mala eres, joder! Sabías que era lo que peor llevaba cuando era enfermera
(protestó, con una media sonrisa de alivio cincelando sus labios)
- Vale, vale, te debo una (se encaminaron hacia los ascensores) Pues no es que haya
nada en especial esta mañana, parece que la cosa está tranquilita. Ahora mismo iba a ver
a Maca

Esther se detuvo bruscamente y dejó a Laura seguir charlando hasta que llegó a los
ascensores y se dio cuenta de que hablaba sola. Se giró y miró a Esther con evidente
extrañeza

- ¿Esther?

Lo había estado evitando con todas sus fuerzas. Esther permaneció lejos de la UCI tanto
como se lo permitía su constante ritmo de trabajo. Simplemente no había tiempo, ya iría
al día siguiente, se repetía una y otra vez, postergando algo que simplemente no podía
hacer. La visión ensangrentada del cuerpo de Maca la había estado atormentando día y
noche
La insensatez del destino 32

Inexplicablemente

Sin duda Esther había presenciado casos mucho más severos, cuerpos simplemente
destrozados, heridas mucho más escandalosas, fracturas de calibres mucho más
acentuados. No podía explicarse a sí misma porqué se sentía tan perturbada por esa
visión. Ni siquiera conocía a la pediatra, sólo se habían cruzado una sola vez en los
pasillos y no para mantener una charla muy intensa

Simplemente se habían mirado

Esther recordó el familiar caos de la urgencia cuando la unidad de Samur aterrizó junto
a la moto destrozada de Maca. La residente se apartó atontada, como había hecho en el
caso de Jorge. Solo que esta vez no fue solo un mareo, un atontamiento, fue algo más
intenso, como si Maca le hubiera absorbido gran parte de su energía

Dios santo, como si le hubiera dado un poco de su propia vida

¿Cómo iba a explicar eso a nadie?

- Esther, ¿te encuentras bien? (se acercó Laura ahora con cejo fruncido, estudiando las
pupilas de Esther por defecto de profesión)
- Sí, sí... (aseguró sin mucha convicción la residente y sonrió con evidente falta de
diversión) ¿Seguro que no hay nada que pueda hacer aquí abajo?

Laura la observó con detenimiento, pero de hecho la verdad es que no, no había nada
que atender en ese preciso instante

- No, me gustaría que subieras conmigo y me dijeras tu misma cómo está Maca, si
evoluciona o se estanca (respondió Laura, acudiendo a un nuevo ejercicio para la
residente)

Esther inspiró tan hondo que Laura pensó que le iban a estallar los pulmones, pero tras
un momento de duda, Esther asintió y siguió a Laura de nuevo hasta los ascensores

Que sea lo que Dios quiera

Volvía a estar en quirófano. Una operación difícil. De nuevo. Tenía que tener claro qué
iba a hacer, guiar con precisión sus manos paso a paso sincronizándolas con su mente
serena y lúcida. Ordenar inconscientemente a la sangre que no fluyera y a los tejidos
que volvieran a unirse de forma funcional

Sintió algo frío en la nuca, algo enmarañándole el pelo bajo el gorro de quirófano azul
esterilizado. ¿Algo que le hacía daño? No estaba segura, pero le molestaba y estiró el
cuello para librarse de la sensación de apremio. Tenía que estar cómoda. Debía estarlo

El cuerpo yacía en la mesa metálica de operaciones abierto desde la entrepierna hasta la


cabeza, con todos sus diminutos órganos a la vista, temblorosos, rojos, de un tamaño
simplemente imposible, esperando que ella consiguiera darles vida y movimiento de
La insensatez del destino 33

nuevo. Los contempló sin respiración durante unos segundos, con el bisturí en mano y
gasas empañadas de sangre demasiado líquida en la otra

“No puedo, es demasiado difícil (se dijo horrorizada) ¡Soy neurocirujana, no bruja!”

Veía cada uno de los vasos sanguíneos de las piernas y brazos como si pertenecieran a
uno de esos muñecos de plástico transparentes, con conductos rellenos de líquido rojo
para enseñar a los niños el sistema circulatorio. Los pálidos pies también eran
demasiado pequeños y se sorprendió al percibir un movimiento en la punta de los dedos,
como si siniestramente intentaran crecer con desesperación. Consternada, miró el rostro
del cuerpo y aunque tenía los ojos cerrados, sintió como si la estuviera estudiando,
observando profundamente desde los mundos de la inconciencia

Y de nuevo esos tirones. ¿Qué diantres era aquello? Fuera lo que fuese, de nuevo trató
de aislarse de ello, pero esta vez rozó algo con los dedos. ¿Una cadena? Santo dios, no
se podía entrar con un collar en quirófano, ¡en qué estaba pensando!

- Doctora Wilson, deje el bisturí (oyó la voz dolorosamente compasiva de Cruz) Ya no


lo necesita...
- No, doctora Wilson (esta vez Aimé, con su acento pastoso e inquietante exceso de
saliva) Lo hemos perdido...

Pero tenían razón. Ya había pasado el momento para cortar, lo que necesitaban aquí era
una casi completa reconstrucción. Jugar a ser Dios. Maca miró perdidamente la herida
profunda y alargada, con esos puñeteros órganos terriblemente tiernos y temblorosos
aun. La cabeza del cuerpo se giró con un movimiento extrañamente artificial y sus ojos
se abrieron rítmicamente, como los de un maldito muñeco

- Ya es tarde para mí, doctora Wilson (dijo con voz aniñada, siniestra y desagradable).
¡Deje el puto bisturí!

Maca se tambaleó hacia atrás dejando caer el utensilio afilado al suelo, el sonido
metálico que produjo la caída le inundó los oídos y le atenazó el corazón de puro
pánico. Y de repente, se oyeron aplausos alrededor de ella. La felicitaban, eran todos los
miembros de urgencias, le sonreían orgullosos, con los pechos hinchados, y la alababan
con asentamientos de cabeza y toques caballerosos en su hombro

Abrió los ojos de golpe y tragó aire tan bruscamente que los pulmones se resintieron
inmediatamente, doblándola en la cama medio ahogada y sudorosa. Le entraron nauseas
desde lo más hondo de su estómago y luchó contra ellas, pero algo se deslizaba por su
garganta grotescamente, aumentando la sensación de vómito infinitamente. Dios mío,
iba a vomitar, aunque solo fuera para expulsar esa espantosa cosa en su laringe

Tenía la piel blanca, tanto que sin duda parecía un espectro. Una imagen borrosa, casi
cibernética con interferencias, una copia barata de lo que había sido realmente con
perdida de intensidad en sus colores. Esther tuvo que parpadear para realmente asimilar
la imagen que tenía delante

¿Esa era la pediatra con la que se había cruzado?


La insensatez del destino 34

El tubo de la respiración asistida jugaba un papel importante en la imagen: le daba un


toque hospitalario siniestro, surgiendo del tubo que le recorría la laringe. Esther nunca
había pasado por semejante experiencia, gracias a dios, pero no hacía falta vivirlo para
saber que debía ser tremendamente molesto. Sin tener en cuenta los otros mil tubos que
surgían de entre las sábanas que la cubrían: ¿cuántos eran? ¿Seis? ¿Siete?

Esther tuvo que cerrar los ojos antes de proseguir con el “análisis del paciente”

- Esther... (la apremió amablemente Laura, tocándole la muñeca)

Esther asintió, sin saber cómo había llegado su mano derecha a su pecho ni porqué se le
había acelerado el corazón desagradablemente

“Está bien, no es tan difícil. Jesús, Esther, que está estabilizada, solo acércate,
comprueba las malditas constantes y podrás salir de aquí”

Se acercó a la pediatra bajo la atenta mirada de Laura, aunque tratara de desviarla para
darle mayor comodidad a la residente. Intentó evitar el rostro de Maca y se centró en los
monitores que mostraban un pulso medianamente bajo, pero normal teniendo en cuenta
la inconciencia de Maca. La presión también era algo baja, pero nada alarmante. La
respiración asistida funcionaba perfectamente, pronto no haría ni falta. En realidad, a
Maca solo le faltaba abrir los ojos para volver al mundo de los insomnes, solo que lo
haría un poco magullada y con dolor de cuello, probablemente

- Todo parece estar dentro de lo nor...

Pero Esther ni siquiera logró terminar la frase, medio volviéndose hacia Laura.
Súbitamente Maca abrió los ojos y aspiró tan bruscamente que el tubo de la respiración
asistida se introdujo en ella unos cm más. Esther gritó inevitablemente sorprendida
cuando la pediatra se medio incorporó y la miró con aquellos ojos enrojecidos, casi
enfermizos, como si Maca hubiera estado bajo el agua aguantando la respiración
durante una infernal eternidad y ahora surgiera a la superficie desesperada por una
bocanada de oxígeno

Vio inequívocamente como la intrusión en su aparato respiratorio le pasaba factura y


una tremenda arcada hinchaba el cuello de la pediatra mientras ésta se debatía entre el
vomito y la respiración

- ¡Quítaselo, quítaselo! (le gritó Laura, acercándose precipitadamente)

Pero Maca se dobló en sí misma y sacarle el tubo se convirtió en una batalla contra la
desbocada pediatra. De hecho, luchó contra ella para enderezarla y poder sacarle el
maldito tubo

- ¡Maca, estate quieta! Vamos a sacárt... ¡Ah! (Laura recibió un bofetón de la pediatra y
Esther aprovechó ese momento para apoyar su mano en la frente de Maca, presionar su
cabeza contra la almohada y sacarle el tubo con la mano libre
La insensatez del destino 35

Maca empezó a toser abrutadamente mientras se asía con fuerza al brazo de Esther,
quien liberó su cabeza y la estrechó, conciente del calvario que estaría pasando la
pediatra

- Ya está, eso es, sácalo todo (le dijo mientras Maca se estremecía, tosiendo
directamente en su pecho) Muy bien, cariño, todo afuera (la animó frotándole la espalda
rítmicamente mientras miraba a una Laura perpleja, sujetándose la mejilla derecha)

Si no hubiera estado tan atacada de los nervios, probablemente se hubiera echado a reír

Al fin cesaron las toses rasposas y el cuerpo de la pediatra se relajó considerablemente


entre sus brazos. La crisis había pasado, bien. Muy bien. Esther se separó lentamente,
aunque no perdió contacto con el cuerpo de Maca por puro instinto

- ¿Mejor? (le preguntó suavemente, descubriéndose a sí misma buscando con cierto


apremió la mirada de la pediatra, temerosa de volver a encontrarse unos ojos inyectados
en sangre al borde de la locura)

Maca se recostó con una mueca evidente de dolor en la cama y asintió, tragando
trabajosamente y abrazando su estómago. Se acurrucó en sí misma adolorida y con los
ojos fuertemente cerrados. Parecía tan joven y tan perdida. Tan débil y desamparada.
Esther le apartó varios mechones de pelo empapados de su rostro y la observó con
súbito cariño y también con una buena dosis de preocupación

- Voy a avisar a Vilches (dijo Laura al fin, rompiendo la tensión y saliendo de la


habitación aun con aire desconcertado)

Maca volvió a caer inconsciente apenas unos minutos después, pero había algo en su
voz, en su respiración, apenas un susurro murmurado. Un nombre. Por mucho que
Esther hubiera tenido oído de lobo, no hubiera podido descifrarlo. Se inclinó y
preguntó, en los pliegues tiernos de su oreja pudo sentir el aliento cansado de la
pediatra. Pero solo eso: respiración pausada, soñolienta, cayendo suavemente en un
letargo sanador

Vilches sonrió excepcionalmente cuando escuchó con paciencia el relato de Laura, con
una Esther silenciosa a un lado observando el rostro de Maca

- Ah, esa chica siempre tan original (se limitó a comentar el doctor, con un meneo de
cabeza característico y unas cuantas notas en el historial de Maca)

La convalecencia de la pediatra en Hospital Central duró unos cuantos días más, en los
que Esther fue a visitarla asiduamente cuando el trabajo se lo permitía. La pediatra se
mostró ausente en los primeros días, con la mirada perdida en la lejanía mientras
aseaban su cuerpo o la sometían a diversas pruebas de rigor para corroborar su mejoría.
Se mantuvo serena ante el discurso desaprobador de Cruz, la miró fijamente a los ojos
durante lo que fue un largo minuto y medio de descalificaciones y reproches
imperdonables, según la primera neurocirujana. Solo se permitió un atisbo de emoción
en sus rasgos cuando Cruz dejó de vociferar y su tonalidad de voz adquirió un matiz
maternal, aunque aun rencoroso
La insensatez del destino 36

- Cállate y ven aquí a abrazarme (se limitó a contestar Maca, persistiendo en el cruce
tenso de miradas)

Esther descubrió en la pediatra una mujer fuerte, de pocas palabras pero significativas.
Era de las personas que prefieren escuchar, como buen médico, evaluar y después, si era
necesario, comentar los detalles más importantes. Iba a lo principal, era persona de
dirección directa, sin rodeos ni adornos en sus escasas palabras. Sin embargo, a la
residente le gustó especialmente que, aunque pocas palabras, Maca vertía
deliciosamente en ellas un satírico humor ennegrecido que solo podía significar una
inteligencia rápida y eficaz. Casi implacable. En innumerables ocasiones, simplemente,
dejaba sin palabras a la charlatana residente, con una sonrisa ladeada y un rubor en sus
mejillas exquisitamente avergonzado

- Todos están de acuerdo en que no te vas a librar de un par de semanas en casa (le
anunció Esther, sentándose en la silla de visitas en lo que parecía el último día de Maca
en el hospital)

Había una pregunta cosquilleándole los labios desde hacía un par de días. La residente
no pudo evitar notar la ausencia de visitas para la pediatra. ¿No tenía familia? Teresita le
había afirmado que sin duda se les había comunicado el accidente de Maca, pero se
limitó a encogerse de hombros al mencionarle por qué no había acudido a verla.
¿Quizás preferían hacerlo cuando Maca ya estuviera instalada en su casa? Esther no
podía concebir esa idea, sin duda ella misma, de enterarse del ingreso de una de sus
hijas en el hospital, hubiera acudido a verla contra viento y marea

Si quiera siendo una mera amistad

¿Qué impedía a los allegados de la pediatra venir a verla?

Pero esa no era la pregunta, dado que parecía bastante probable que la pediatra no
contestara. Era demasiado cerrada, demasiado celosa de su vida privada. Y, a todas
luces, no habían adquirido el suficiente nivel de confianza para formular semejante
pregunta íntima

Observó con placer la débil sonrisa de Maca mientras picoteaba la comida del hospital,
ante el anuncio. Estaba medio incorporada y con el pelo recogido en una simple coleta
de caballo. Todo en ella era comodidad eficaz, funcional. No había adornos ni excesos

- No me extrañaría que me obligaran con una orden policial a no acercarme al hospital a


menos de 100 metros (se guasoneó divertida, aparentemente indiferente a la noticia)

Y ahí estaba la pregunta, molestándole la punta de la lengua y haciéndole retorcer las


manos en un autocontrol para que no se le escapara en alto. Maca debió advertirlo,
puesto que dejó de juguetear con los guisantes de su plato y miró a la residente con
evidente curiosidad

- No me digas que realmente lo han hecho (fingió un divertido tono de sorpresa,


consiguiendo que Esther la mirara al fin con sonrisa floja)
- No, solo me preguntaba...
La insensatez del destino 37

Ah, ¿cómo demonios decirlo? Ni siquiera se lo podía decir a sí misma. Maca sin duda la
miraría con esa ceja en alto y esa expresión de inteligente perplejidad, en su mirada un
evidente “¿Pero qué estás diciendo?”. Esther inspiró, sabía que iba a meterse en un buen
lío, pero de lo más conciente que era fue del ridículo al que pronto iba someterse

- En fin, que me preguntaba si ibas a... (dios, qué difícil) Bueno, ¡que si ibas a querer
una visitilla al día! (exclamó, sorprendiéndose a sí misma con el cejo fruncido por el
esfuerzo que le había costado)

Y sin duda, a la fragilidad que estaba descubriéndole a la pediatra. No quería que


pensara que se había encariñado de ella hasta el punto de querer ver como estaba cada
día. Pero aun quería menos que la pediatra pensara que las visitas se fundamentaban en
la absoluta ausencia de visitas para con ella

Por toda respuesta, Maca simplemente parpadeó, repentinamente silenciosa, y se la


quedó mirando como Esther ya había predicho

“Oh, joder, que idiota me siento”

Así que la residente bajó la mirada a las manos ruborizada hasta las orejas, sintiéndose
una maldita adolescente con las emociones a flor de piel. ¡Ni que le hubiera pedido una
cita!

- Eh... (vino el delicado reclamo de atención de la pediatra)

Esther estuvo unos largos segundos debatiéndose en si alzar la mirada o huir de la


habitación. No podía explicarse aquella aprensión en el pecho, ese pánico a que Maca se
riera de ella, de una forma u otra. ¿Qué demonios le sucedía? Por dios, que casi tenía 30
años, ya no estaba para estas reacciones quinceañeras. Así que con un golpe de fuerzas,
levantó la mirada y se maravilló al encontrarse con una sonrisa cálida y una mirada
divertida en la pediatra

- Puedes venir cuando quieras a verme (dijo la pediatra para enorme alivio de Esther, su
sonrisa se iluminó, incluso, aunque la residente pensó que sin duda eran imaginaciones
suyas)
- Vale, porque pensaba hacerlo
- Vale, te estaré esperando
- Pues... pues vale, traeré algún bollo
- ¿Bollo?
- Sí, ¿qué pasa?
- Pues vale, prepararé nesquik para mojar los bollos
- ¿Nesquik?
- Sí, ¿qué pasa?

Se sonrieron, Maca volvió a su comida en silencio placentero y Esther se levantó,


revoloteándole el pelo y dejando un beso en su frente

- Gruñona...
- Bollera...
La insensatez del destino 38

Por alguna razón, eso sí que dejó sin palabras a Esther

Las pesadillas seguían atormentándola, pero se obligó a mantener la serenidad. Todo


ocurría por alguna razón, Maca no era propensa a creer en el azar o en las meras
coincidencias. Siempre había un por qué, era cuestión de averiguarlo, descifrarlo,
encontrar su intrínseco significado

Se despertó en el sillón ancho de su apartamento y descubrió que se había quedado


dormida leyendo en altas horas de la madrugada. La luz tenue de la lámpara alta
colocada tras el respaldo del sillón permanecía impasible a las horas nocturnas

Nocturnas

Maca miró el reloj, solo eran las 4 de la madrugada

Se frotó los ojos intentando recordar el sueño, pero ésta vez había sido demasiado
espeso, las imágenes habían pasado desordenadas y a una velocidad frenética,
sencillamente imposible de entender. Cada vez el mensaje se hacía menos claro, más
denso, muchísimo más lejano a cuanto Maca entendiera por cordura, racionamiento o,
ya directamente, realidad. Fuera de su alcance mental. Su inconsciente parecía hundido
en aguas de pantano, ahogado en un espesor verde y rancio, clamando por salir a la
superficie, pero con demasiados obstáculos negruzcos y oscuros de por medio. Una
masa uniforme, una enorme venda en los ojos, impedía a la pediatra nuevamente poder
ver con claridad qué estaba gritando su interior con tanta desesperación

“Los sueños, sueños son” se había dicho una y otra vez, pero la sensación de que bajo
todas esas pesadillas había un mensaje claro y directo permanecía en ella. Simplemente
era incapaz de sacársela de encima, de sacudir su interior y volver a tener una alma
limpia. Algo corrupto y retorcido la empañaba y pesadilla tras pesadilla, parecía obtener
mayor fuerza

El sopor de la atmósfera casi matutina la envolvió, así como el hecho de recordarse de


que mañana no tenía por qué madrugar. Tenía 3 horas hasta las 8 de la mañana y además
todo el día por delante. ¿qué le impedía seguir echando una cabezadita, pues?
Las pesadillas

Pero la inmovilidad de su pierna la mantenía en ese rincón suave y esponjoso del sillón,
en esa media penumbra oscurecida e invitante al sueño. Cerró los ojos, aunque se obligó
a mantener su atención en el libro de neurocirugía avanzada

Cayó de nuevo y esta vez no había vuelta atrás

Su espíritu dormido seguía siendo tan fuerte como dulce. Me sentí atraído por él tanto
como un mosquito a una luz luminosa, resplandeciente, acaparadora. Me uní a su
desdicha como tantas veces atrás lo había hecho, pero esta vez había una mirada
perpetuando la estabilidad de la alma de mi doctora

Algo tan lejano como certero


La insensatez del destino 39

Una luciérnaga a distancia que clamaba atención. La exigía. Pero yo sabía que era un
truco para alejarme del resplandor vital, del alma de Maca soñando y atormentándose de
nuevo. Esa pequeña señal de alerta a lo lejos reclamaba mi atención como un cepo a un
pez dudoso: ¿morder el cebo que parece más jugoso o ese lejano, que aparenta mayor
coloridad y suculenta sustancia?

Nadé hasta el fondo y olfateé sin nariz alguna esa exquisita sustancia secundaria. Solo
por probar

Y ahí es cuando entré en contacto con Esther por primera vez

Los timbrazos pasaron de ser remotas advertencias para despertar a golpetazos a su


inconsciencia para desvelarse. Se levantó medio mareada e inspiró hondo dado que lo
que fuera que la mantenía dormida, la desamparó abrutada y cruelmente

Una mueca de esfuerzo y dolor cubrió su rostro cuando se incorporó y dirigió, cojeante
y con la ayuda de una muleta, hasta la puerta de su apartamento

- Madre mía, llevo media hora aporreando tu puerta, ¿estabas dormida?

Maca soltó el aire y dejó pasar a Esther como si fuera un soplo de aire fresco en la
cueva en completa oscuridad de su alma

- Bollos (se oyó responder como una cría, mirando las manos de la residente)

Esther, tras el obligatorio momento de perplejidad, le sonrió amablemente y alzó su


mano derecha con 5 bollos requesones, esponjosos y tiernos

- ¿Estás bien? (preguntó la residente al advertir el aleteo de los párpados de Maca,


intentando mantenerse en equilibrio)

Casi se le cae la bolsa de bollos cuando Maca se desvaneció y Esther la sostuvo con
tanta preocupación profesional como alteración emocional

- Maca, por dios, ¡estás temblando!

Pero, ah... Hablar costaba tanto, y los brazos de Esther parecían tan fuertes como
cálidos. La pediatra se sujetó con las fuerzas que le quedaban y de repente visualizó
unos ojos castaños verdosos que la aturdieron en el fondo de su retina negruzca

- Solo me duele la pierna (atinó a decir)

La residente simplemente se dedicó a empujarla hacia adentro y a cerrar la puerta de


una patada trasera. La sentó inmediatamente en el primer sillón que encontró y se
agachó con cejo fruncido

- Maca, estás pálida como las sábanas (dijo casi a modo de protesta, ayudando a la
pediatra a acomodarse)
La insensatez del destino 40

Sus ojos parecían huecos, ausentes, y era evidente que luchaba para mantenerlos
abiertos. ¿Qué demonios era esto? ¿Los calmantes? ¿Una sobredosis? Por amor de dios,
Maca estaba atontadísima

- Vamos, Maca, mírame (le exigió, apretando su brazo y sacudiéndolo ligeramente) ¿Te
has tomado la medicación?

Porque quizás no fuera la sobre medicación, si no la falta de ella

Maca pareció advertir al fin su presencia y la miró con fijeza. Esther se obligó a no
apartar la mirada, pero la verdad es que estaba inquieta. Maca parecía estar tratando de
visualizar su interior con una insistencia casi feroz

- ¿Sabes que te cambian de color todo el rato, los ojos? (la voz de Maca era tan débil y
clara a la vez que Esther se descubrió absorta por esa melodía más que por la extrañeza
que acababa de decir la pediatra)
- ¿Qué?
- A veces son de un marrón muy intenso, pero después se te llenan de motitas verdes
(dijo Maca, ladeando la cabeza y alzando una mano para alcanzar el mentón de Esther,
examinando más de cerca) Creo que es cuando estás alterada, es como si las emociones
también inundaran el iris de tus ojos

Maca le acariciaba levemente la mejilla mientras seguía hipnotizada por sus ojos. Esther
empezó a asustarse por el comportamiento excéntrico, a todas luces, de la pediatra, pero
sobretodo estaba turbada por la cercanía repentina de Maca, por el dulzor de su voz
aterciopelada, por el tacto suave e incansable de aquellos dedos largos y finos en su
mejilla. Y sobretodo, por aquella mirada perdida, con fascinación casi infantil,
traspasándola de lado a lado, hurgando inocentemente en su interior

Subió su mano y cubrió la de la pediatra en lo que le pareció el momento más extraño


de su vida, envolvió aquellos dedos y sonrió cuando el contacto deshechizó a Maca y la
observó parpadear

- Esther (confirmó lo que sabía era la pregunta inmediata de la pediatra)

Maca volvió a pestañear incrédulamente, perdida, como si viniera de tan lejos como de
un sueño, y luego relajó su mano y sus dedos tensos tras escuchar su nombre

- Esther... (repitió más para sí que para nadie, confirmando la evidencia)

Esther tuvo la sensación de estar frente a una niña de a penas 5 años, una niña autista,
para ser más precisas, reconociendo los rasgos de la residente como si los hubiera
soñado y al fin cobraran realidad. Esther casi se le escapó una risa involuntaria

“Por Dios, ¿una niña autista? Es la mejor pediatra que hayas conocido, al menos hasta
ahora, ¿qué te hace pensar que esto no sea la consecuencia de la medicación?”
La insensatez del destino 41

Porque quizás la pediatra hubiera seguido la dieta pastillera y esos fueran los efectos,
reducidos los calmantes. Sin calmantes, quizás ese fuera el estado en el que las pastillas
dejaban a la pediatra

Especulaciones...

Ah, cuánto le quedaba aprender, a pesar de todos los años de enfermería

- ¿Mejor?

Maca apartó los dedos especulativos de su rostro y, para sorpresa de la residente, sonrió

- Será el aroma de esos bollos que me ha trastornado, Jesús, ¿cuánto hace que no los
pruebo?

Sin duda, sin la menorísima de las dudas, esa fue la frase más larga que Maca le ofreció
a Esther desde que se “conocieron”. ¿Por qué seguía con la teoría de los calmantes?

- Sea lo que sea, dime donde está la cocina, me da a mí que no estás para preparar
personalmente ese Nesquik que me debes

Maca oyó a Esther trastear en su cocina mientras se miraba la mano derecha. Aun sentía
las cosquillas, esa extraña sensación de haber palpado algo espeluznantemente celestial.
La pediatra flexionó los dedos con cejo fruncido

De hecho, podría decirse que por un momento Maca vio alrededor de la residente una
especie de aura, del mismo color indefinido de las motitas que en ocasiones especiales
cubrían el marrón acastañado de sus ojos. La había fascinado y quiso tocar para creer,
eso es lo que había ocurrido

Dejó la mano muerta en su regazo y resopló sin disimulos. Acababa de quedar como una
perfecta lunática delante de la residente y ésta apenas había preguntado

Un punto para ella

Y hay que decir que la pediatra se lo agradecería casi eternamente, puesto que se veía
incapaz de explicarle a Esther qué la había hipnotizado de repente tan salvajemente. Ni
si quiera podía explicárselo a sí misma, por amor de Dios

- ¿Sabes? He visto gasolineras abandonadas mucho más abastecidas que esta nevera (le
vino la voz de Esther desde lejos, con un toque guasón que le arrancó una sonrisa
involuntaria)

Lo cierto es que había sido muy amable con ella desde del primer momento.
Inexplicablemente, pero así era. Y Maca tenía que admitir que, a pesar de la nebulosa en
la que vivía desde que conoció a Esther, había advertido en ella una complicidad casi
digna de años de confianza

Y tan solo había pasado a penas un mes


La insensatez del destino 42

“Raro”

- En el segundo armario por la derecha (indicó Maca, doblando la pierna sana y


repentinamente conciente de la presencia de Esther en su casa)

Vaya. ¿Cuánto había pasado desde que nadie, sin contarse a sí misma, había pisado este
apartamento? Se esforzó en recordar, perdiendo la mirada en la ventana que daba al
exterior. Seguramente Cruz, ¿verdad? Sí, tenía que haber venido alguna vez

- ¡Maca, por las bolas de Zeus, tienes una docena de potes aquí dentro! (exclamó la
residente, de nuevo arrancándola de sus cavilaciones)

Maca miró con ceja alzada hacía la cocina, ligeramente pasmada

“¿Las bolas de quién, ha dicho?”

- ¡Ni el Mercadona creo que tenga tantos en la estantería!

Esther asomó la cabeza con los ojos como platos y se encontró mirando unos ojos igual
de parpadeantes

- ¿Qué?

Maca acabó riendo por lo bajo y meneando la cabeza

- Yo es que soy más de Afrodita, ya sabes, ese viejo barbudo de ahí arriba con el torso al
aire nunca me inspiró grandes gemidos (volvió a alzar la ceja) Y menos pensando en sus
bolas, claro

A Esther se le desencajó lentamente la mandíbula y luego un fuerte sonrojo, digno de


gafas de sol, le cubrió el cuello, subiendo veloz hasta sus cejas. Maca se apiadó de ella e
intentó levantarse

“Ah, pediatra perversa, encima que te viene a preparar Nesquik...”

- Ven, te enseñaré por qué me preocupa que nunca me quede sin reservas de Nesquik
(cambió de tema, cojeando y pasando al lado de una silenciosa Esther)

Sin embargo, por el rabillo del ojo, pudo captar un destello de sonrisa mientras la
residente la seguía obediente, pisándole los talones y con una mano en su cintura por si
las moscas. No es que Maca estuviera para una Maratón

“Y de hecho, casi la aplastas hace un momento cuando se te ha ido la olla


Ah, sí, eso, uhm”

Maca empezó su pequeño ritual: a la izquierda el pote de Nesquik, a la derecha dos


terrones de azúcar y en el centro un vaso de leche casi ardiendo

- Observa y admira
La insensatez del destino 43

Esther se asomó, mirando por un borde de su brazo y la pediatra pudo oír como una leve
exclamación ahogada salía de la residente cuando unió las tres pócimas sagradas

- No me lo puedo creer (susurró) ¡Eso no tiene el menor secreto, todas las madres del
mundo le añaden azúcar, Maca! (se indignó, decepcionada después de tanto bombo y
platillo)

Maca tuvo que reconocer que Esther era un entretenimiento la mar de divertido. Se giró
y le tendió el tazón a la residente enfurruñada, pero con una sonrisa luchando por salir
en sus labios fruncidos. Casi esperaba que la residente hiciera un puchero

- Prueba y luego si quieres sigue ladrando

Esther probó el cacao sin dejar de observar a la pediatra con un brillo interesante en sus
ojos. Y Maca no pudo evitar sonreír de oreja a oreja cuando los ojos de la residente se
cerraron lentamente y un murmullo salió de lo más profundo de Esther al saborear su
elixir

- Santa madre de dios bendita...

La pediatra volvió a mirarla con queda diversión. Desde luego las expresiones de Esther
eran peculiares, como poco. Al fin abrió los ojos y la miró casi con adoración, cosa que
aduló y divirtió aun más a la pediatra

- ¿Estás segura que solo le has echado azúcar?

Maca se inclinó guasona y sonrió sobre la orejita de Esther

- Eso y mucho amor... (ronroneó y se retiró para observar a una incandescente Esther)

“Te pasas, te pasas mucho. ¿Se puede saber qué te ha entrado?¿Existirá la viagra
femenina? Porque seguro que eso que te has tomado solo eran calmantes, ¿verdad?”

El apartamento de Maca era como su propia propietaria: práctico hasta la severidad. No


había nada que no acatara una función, ni un simple detalle ornamental, siquiera una
foto o una simple figurita. Esther se preguntó la razón, pero parecía un simple rasgo de
carácter, no parecía haber ningún trauma o historia flotando debajo de ese férreo enlace
con la realidad

Sentada en un sofá individual, la residente pensó en su piso colmado de detalles


puramente decorativos y sonrió

Blanco y negro

- ¿Qué te hace tanta gracia?

Esther sorbió un poco más de su ambrosía y miró con suavidad a la pediatra, sentada a
su lado en el sofá largo con la pierna escayolada reposada en él. Parecía un poco más en
sus cabales, pensó la residente con un punto de ironía casi perverso
La insensatez del destino 44

“Casi te crees que te estaba tirando los trastos, ¿verdad?


Qué barbaridad...”

- Estaba pensando en mi piso

Maca ladeó la cabeza y dejó su tazón en la mesita baja delante de ellas

- Déjame adivinar (se recostó de nuevo y Esther pudo advertir una sonrisa traviesa en
los labios apretados de Maca, mientras la pediatra fingía pensar con excesiva
concentración, masajeándose el mentón con los dedos y frunciendo el ceño cual
médium ante una visión) Me apuesto lo que quieras a que en tu mesita de noche tienes
uno de esos despertadores con forma de algún animalito del bosque, probablemente con
ojos saltones y sonrisa alelada. Ah, y por supuesto, tu edredón y seguramente también tu
almohada esta infestada de amiguitos de ese mismo despertador correteando por las
mantas
- ¿Me estás llamando infantil? (respondió algo sorprendida la residente, pero procuró
bien de que no lo supiera Maca)

¿Tan evidente era para la pediatra su carácter? Lo cierto es que tenía un despertador en
forma de Piolín que cada día le daba los buenos días con un tiernísimo “¡Oh, me pareció
ver un lindo gatito, salgamos a por él!”

Maca empezó a reír con satisfacción, y Esther sospechó que el motivo era su incipiente
sonrojo corroborando los pronósticos de la pediatra

- ¿Qué hay de malo? (se defendió sacudiéndose la vergüenza y señalando a la pediatra)


Además, Piolín fue un regalo, ¡no lo escogí yo!
- Oh, dios, ¿así qué es Piolín? (las carcajadas de la pediatra retumbaron una vez más
hasta arrancarle a Esther una sonrisa apretada)
- Voy a encontrarte un defecto y en cuanto lo haga, ¡prepárese doctora Wilson!

Las carcajadas cesaron abruptamente y Maca la observó con expresión perpleja a


primera instancia, pero luego la mirada se fue interiorizando de manera atroz, dilatando
las pupilas de la pediatra y revelando algo que Esther no supo del todo qué demonios
era, pero parecía terrorífico. Esther le devolvió una mirada repentinamente asustada y
tragó con dificultad el último resquicio de Nesquik, no sabiendo muy bien qué había
pasado. ¿Había dicho algo malo?

Cuando estaba a punto de decir algo, lo que fuera, para romper semejante tensión, vio
en cámara lenta como los labios de Maca se entreabrían, tomando una silenciosa
bocanada de aire, después volvió la cabeza hacia la ventana que había frente a ellas y
perdió su mirada circunspecta en la lejanía del paisaje

¿Qué demonios...?

Otro cambio de humor. La pediatra empezaba a presentar altos y bajos que


desconcertaban a la residente de manera agotadora. Tenía la sensación de que la pediatra
se debatía interiormente de manera salvaje, luchando contra ello la mayor parte del
tiempo, para luego resurgir a la superficie con un par de comentarios discernidos, unas
La insensatez del destino 45

cuantas risotadas y luego de nuevo al pozo. Como salir a por más aire y luego hundirse
nuevamente en la batalla encarnizada

¿Todo esto era por el niño?

Ah, dios, Jorgito, casi lo había olvidado. ¡Por dios, cómo lo había olvidado! Por
supuesto que debería ser eso, la pediatra debía tenerlo presente las 24 horas del día, y
más habiendo tenido tanto tiempo en una cama para reflexionar

La cuestión era cómo ayudar a Maca para que cada vez estuviera más tiempo en la
superficie

Y Esther dejó de engañarse a sí misma, al menos en esos momentos, y reconoció que


deseaba ayudar a la pediatra. Los motivos los dejaría a un lado, de momento, ya habría
tiempo para pensar en esos

- Maca... (empezó a decir, pero la pediatra la cortó, sin dejar de mirar por la ventana)
- No vuelvas a llamarme así

La frase era tan simple como lacónica, el tono de voz no dejaba lugar a dudas del estado
de ánimo de la pediatra: hundido. Estaba de nuevo ahí debajo

Mierda

¿Qué había de malo en llamarla Doctora Wilson? Esther estaba segura que en el hospital
se lo dirían cientos de veces al día. ¿Dónde estaba el problema? ¿En Doctora o en
Wilson? La residente encajó algunas piezas del rompecabezas esparcidas por todo el
suelo. Ninguna foto, ni una visita, nada que pudiera darle rostro al apellido Wilson.
¿Estaría la pediatra resentida con su familia?

Demasiadas preguntas y muy pocas respuestas

Sin embargo, Esther no se atrevió a formularlas en ese momento. Ella se sentía casi
entregada a la pediatra, de una manera casi irracional, pero, ¿cómo se sentiría Maca con
respecto a ella? Sin duda no le confesaría a la primera de canto como resolver el
rompecabezas

Ah, dios, la pediatra era un misterio con patas

“Un misterio que, por lo que sea, Esther, cariño, tú quieres resolver”

La residente se quedó mirando su taza vacía durante un buen rato hasta que la dejó junto
a la de Maca en la mesita. Se levantó, inspiró con fuerza y se sentó en el hueco que
Maca dejaba en el sofá. Sintió en su cadera derecha el calor del vientre de Maca y no se
inmutó cuando la pediatra la miró con súbita sorpresa, despertando de sus pensamientos
oscuros. Esther decidió aplicar el mismo jarabe de palo que usaba la pediatra

- Mírame (le ordenó con delicadeza y levantó sus manos hasta acunar el rostro de la
pediatra)
La insensatez del destino 46

Meneó la cabeza cuando Maca estuvo a punto de decir algo, y se sintió satisfecha
cuando apretó los labios obediente. Esther se permitió un instante de silencio,
disfrutando ahora ella de la suavidad de la piel de la pediatra)

“¿Cuántas cremas faciales debe usar al día para conseguir esto?”

Esther sonrió divertida y aprovechó la sonrisa para acercarse emocionalmente un poco


más a Maca, quien frunció el ceño algo extrañada mirándole los labios y luego volvió a
los ojos de la residente con ceja alzada

Ah, ahí estaba volviendo

“Eso es, vuelve conmigo”

- Fue un regalo de Rusti cuando entré en Hospital Central (explicó pausadamente,


observando como Maca seguía desconcertada pero en silencio, dejando que Esther la
guiara)

La residente deshizo el contacto, ahora que sabía que tenía la atención de la pediatra,
pero no se levantó. “Solo por si acaso”

- La verdad es que duermo como un lirón (una risa suave y una sonrisa floja de
respuesta. “Bien, bien”) Llegué tarde los 3 primeros días, ¿sabes? Y... uhm... (Esther
bajó la cabeza, aquello empezaba a ser demasiado personal, pero no abandonó la
sonrisa) Bueno, digamos que él ya se había encariñado lo suficiente conmigo para no
querer que me despidieran, así que...

Esther encogió un hombro, pensando en Piolín y levantó la mirada para encontrarse una
sonrisa divertida en la pediatra. Una que parecía bastante auténtica

- ¡Qué! ¡Te dije que no lo escogí yo!

Maca se mordió el labio inferior y luego meneó la cabeza

- Rusti, ¿eh? Creo que ahora sé de donde le viene el complejo de cabeza bola (ronroneó
la pediatra)
- ¡Maca, por dios!

Esther empezó a reír, guardando semejanzas entre el cabolo de Rusti y Piolín, desde
luego eso nunca se le había ocurrido. Ah, Jesús, qué humor más negro. Sintió un leve
roce en la rodilla y procuró sobrevivir al ataque de carcajadas para ver como Maca
reposaba una mano allí y la miraba con... ¿alegría? No, teniendo en cuenta el humor de
Maca, Esther estaba segura que le estaba poniendo mentalmente un pico en la boca de
Rusti y le estaba coloreando de amarillo chillón el pelo

- Supongo que haríais buena pareja (Maca la miró de nuevo, sin dejar de hacerle
círculos en la rodilla, en sus ojos un brillo sospechoso) Por eso de la estatura y esas
cosas, ya sabes...
- Dios, ¡es que eres mala de verdad, eh! (se quejó con un jadeo la residente, con una
palmada de castigo en la mano de Maca en su rodilla)
La insensatez del destino 47

Para su sorpresa, Maca se la cogió y el contacto se hizo tan suave como la seda. Esther
se quedó mirando el enlace entre sorprendida y maravillada. La piel de Maca destilaba
una sedosidad casi dolorosa. Y lo peor de todo es que Esther sospechaba que se estaba
volviendo adicta a ella

- Gracias por... soportarme (vino el bajo susurro de la pediatra, jugueteando con sus
dedos ahora, observando también el enlace con lo que parecía tristeza) A veces... me...
(un meneo de cabeza, una inspiración profunda y unos ojos levantando una mirada
fingidamente divertida) Digamos que se me va el santo al cielo y me cuesta volver a
pisar el suelo

“El santo al pozo, dirás...”

Esther devolvió la sonrisa y se inclinó a besar la frente de Maca, extrañamente alegre


porque Maca no solo hubiera advertido la mano que le había tendido para subirla del
pozo, sino que también la hubiera cogido

- Para eso están las amigas, ¿no?

“Ah, qué mierda”

La verdad es que la pierna le dolía, ¿quién le había cerrado la cicatriz? Parecía el cosido
de una maldita abuela con parkinson, joder

Maca, evidentemente, no estaba de humor esa noche. No había ninguna razón en


concreto, sin embargo. Se había pasado los últimos días estudiando tranquilamente un
poco de neurocirugía avanzada, picoteando algunos restos de comida china y
escuchando a Bach y Beetoven en un delirio casi constante. Teóricamente la relajaban.
O al menos eso hacían antes de todo esto

“¿Todo el qué?”

La pediatra se removió incómoda en su sillón y decidió prender la televisión. No era


muy partidaria de los programas insustanciales que echaban, pero al menos la ayudaban
a caer dormida

- Ah, en fin...

Inmediatamente salió el doctor House en pantalla y Maca no pudo más que resoplar

- Por si echabas de menos el hospital, ¿ves? (se dijo con ironía ácida)

Con cejo fruncido, intento analizar qué demonios le estaba ocurriendo. Las pesadillas
parecían haberse apiadado de ella durante las cuatro últimas noches, de hecho había
dormido de un tirón y se sentía, al fin, descansada, despejada

Meneó la cabeza al ver como House engullía un par de pastillas


La insensatez del destino 48

- Maldito yonkie...

La medicación no podía ser porque a parte de calmantes, también eran antidepresivos.


Cruz se los recetó a contra voluntad. Simplemente se limitó a echarle La Mirada cuando
Maca protestó. O al menos lo intentó

Una súbita lucecita se encendió en su cabeza y rápidamente bajó la mirada a su


entrepierna

- No, todavía faltan dos semanas (desechó la idea con cierto alivio)

“Ya sabes qué te molesta tanto, ¿por qué das tantos rodeos?”

- Cállate... (gruñó y cruzó los brazos en su pecho cual cría enfurruñada)

“Vaya, vaya, así que te habías acostumbrado a ella, ¿uhm?”

- No, simplemente creo que empiezo a volverme loca, llevo una semana y media
encerrada aquí (Maca se sacudió la cabeza) Maldita sea, ¿estoy hablando sola?

“Llámala”

Maca se sujetó las sienes con fuerza e intentó acallar su endemoniada voz interior, no
pudiendo creerse muy bien que tuviera una

- No pienso llamar a nadie, si no viene es porque no quiere, punto (refunfuñó de nuevo,


esta vez hablándole a House)

El médico simplemente se limitó a hacer círculos con su bastón, sentado con los pies en
alto en su escritorio, cómodamente mirando un culebrón

- ¿Cómo un cínico como ese le pueden gustar esas ñoñerías? (protestó la pediatra,
dejando muertas sus manos en el regazo)

“¿No se te ha podido ocurrir que quizás esté hasta los topes de trabajo?”

- Razón de más para no llamar (se defendió Maca con mentón alzado)

“Ahgf...”

Maca sonrió triunfal, había ganado la pequeña lucha interior, pero de inmediato se sintió
casi al borde de la depresión. Se había ganado a sí misma, ¿qué mérito tenía eso?

- Se me está yendo la cabeza... (meneó la cabeza y suspiró, mirando a House cojeando


por los pasillos de un hospital que más bien parecía un hotel-. Ojalá tuviéramos esas
puertas de cristal correderas, las cortinas son un asco)

- Hey, ¿dónde vas tan tarde?


La insensatez del destino 49

Esther se dio media vuelta, casi en la salida de Urgencias y se mordió el labio inferior
por dentro con cierto nerviosismo

- He acabado mi turno, Teresita, ¿dónde crees que puedo ir?

Le sonrió a la recepcionista, que se quitó las gafas y la miró de hito a hito con cierta
sospecha. Esther suspiró mentalmente. La verdad es que tenía prisa, así que sacudió la
mano y se fue antes de que la mujer caponata pudiera decir nada más

Caminó apresurada por las calles oscuras de Madrid. Nunca le había gustado andar sola
por la noche, pero su coche estaba en el taller con una batería en su particular quirófano.
La residente se miró el reloj, aun no era media noche, quizás si se daba prisa pillaría a
Maca despierta

Se volvió a morder el labio inferior con cierta culpabilidad

No había tenido tiempo para volver a visitar a la pediatra, así de simple. Le habían caído
una serie de turnos de noche, combinados con unos cuantos hasta medio día, y la verdad
es que casi no había pisado ni su propio piso

“Sigue diciéndotelo, quizás hasta te lo llegues a creer”

Esther frunció el ceño

“¿Qué? ¿Es que acaso no tienes móvil?”

La residente apretó los labios incómoda

- Disculpe, ¿tiene fuego?

La súbita voz hizo pegar un brinco hacia la derecha a Esther, parpadeando al ver lo que
parecía un vagabundo salido de la nada. “Por dios, ¿de donde demonios ha salido
este?”

- No, lo siento (se limitó a responder, apretando el paso)


- ¿Dónde va con tantas prisas, muchacha? (el vagabundo la siguió, inusualmente rápido
y amenazante)

Esther lo miró de reojo, los pelos empezaban a ponérsele de punta. El hombre no


parecía tener más de 40 años, sus roídas ropas le colgaban por todas partes dándole una
imagen casi fantasmal

Ahora la residente casi empezaba a correr

- ¡Eh, eh! ¡Que no me la voy a comer, solo pretendía charlar un rato, mujer! (el
vagabundo se rió, echándole una mano en el hombro a Esther)
- No me toque

Esther apartó el hombro y sintió como su voz surgía de un temblor profundo desde su
estómago. Sentía la amenaza encima de ella como un lobo acechando en la noche.
La insensatez del destino 50

Quizás fuera por la estatura, pero Esther, realmente, estaba al borde de empezar a correr
mientras que el hombre avanzaba en cómodas zancadas. Por instinto, echó otra breve
mirada y se le congeló la sangre al advertir como el hombre hundía su mano en uno de
los enormes bolsillos de su abrigo putrefacto

“De ahí no puede sacar nada bueno, ¡echa a correr, maldita sea!”

Pero en ese instante un pitido insistente surgió de su propio bolsillo y Esther cogió el
móvil por reflejo y habló atropelladamente sin ni siquiera mirar quien era

- Hola, cariño, estoy llegando, ¿por qué no bajas y me esperas en el portal? (casi
tropieza con el borde de la acera al mirar de nuevo hacia el vagabundo, su expresión era
pétrea, austera, vigilante) ¡Oh, de veras ha venido el tito Fran! (desesperada, la mente le
iba a mil, miró de nuevo hacia delante). ¿Qué dices? ¿Te está enseñando su nueva pipa?
¿Del calibre 45, dices? ¡Vaya, esa si que abriría un buen boquete en la cabeza de
cualquier vagabundo!

“Patético, pero si no funciona, estamos jodidas. MUY jodidas”

Maca miró con ceño fruncido el móvil y volvió a acercárselo a la oreja

“Pero qué demonios...”

- Esther, responde sí o no, ¿de acuerdo?


- Sí

Era evidente que la residente estaba en apuros, la voz rota y trémula no le dejaba a Maca
lugar a dudas de que estaba andando con urgencia. De hecho, casi se estaba asfixiando.
De repente se le aceleró el corazón y se puso muy rígida al oír una voz masculina de
lejos. ¿Qué había dicho?

- Esther, escúchame, ¿estás cerca de tu piso?


- No... (esta vez parecía un sollozo desesperado)
- ¿Cerca del mío?
- ¡Sí! (ahora un ruego)
- Vale, voy a dejarte abierto el portal, dirígete ahí sin mirar la puerta y metete de golpe
dentro. Que no sepa a donde vas
- De acuerdo
- No eches a correr, que crea que tiene todo el tiempo del mundo aun
- Va... le

El murmullo asustado de la residente casi le destroza el corazón a Maca. Inspiró fuerte

“Si le pasa algo... si le hace algo...”

Apretó los dientes con fuerza, sintiendo como una oleada de furia le subía por las venas.
De furia y de algo más

“Miedo, tú también estás acojonada, pediatra”


La insensatez del destino 51

- Cariño, respira hondo, todo va a salir bien, vale? (intentó calmarla, y de paso calmarse
a sí misma, mientras se incorporaba con dificultad y se dirigía al interfono de su puerta)
En cuanto veas el portal, me avisas con un “ya”, ¿de acuerdo?
- Sí

Maca volvió a escuchar la voz masculina de fondo y sintió como la respiración de


Esther se estrangulaba, acelerándose preocupantemente

- No le escuches, Esther, NO le escuches

Maca apretó los puños, tambaleándose y resistiendo el impulso de estampar uno de ellos
en la puerta. Había oído claramente una muy grosera palabra definiendo las partes
nobles masculinas y seguidamente un jadeo por parte de la residente. Maca cerró los
ojos con fuerza

“No por favor...”

- ¡YA!

Maca apretó el botón que abría el portal de su bloque de pisos y la conexión se cortó
bruscamente

- ¡Mierda!

Salió al rellano e intentó captar los sonidos de abajo. Nada. Absolutamente nada

- ¡ESTHER! (gritó cogiéndose de la barandilla de las escaleras y bajando con latigazos


de dolor en su pierna). ¡ESTHER, ESTÁS AHÍ!

Maca cerró los ojos y se concentró en los sonidos que la rodeaban, intentando capturar
en sus tímpanos agudos la más mínima anomalía. Su instinto le decía que bajase y
mirara por sí misma, pero la prudencia le aconsejaba estar quieta, esperar el siguiente
movimiento

Sus opciones no eran muy esperanzadoras. Bajar significaba ruido y dolor. Mucho
dolor. Por no hablar de la imprudencia que sería encontrarse con el hombre y tener que
luchar. Su pierna gimió con solo imaginárselo. Otra posibilidad era dar unos cuantos
pasos más y llamar a Vicente, su vecino de rellano. Pero eso también significaba ruido
que el merodeador aprovecharía para escapar

“O sabe dios qué otra cosa”

La pediatra frunció el ceño abriendo los ojos y emblanqueciendo los nudillos de sus
manos, asidas con ferocidad en la barandilla de la escalera aun. Tenía que hacer algo,
cualquier cosa, pero ya. Sin pensárselo mucho más, empezó a descender en sumo
silencio, apretando las muelas en cada oleada de dolor en su pierna. Medio mareada,
sintió como los puntos de la cicatriz se tensaban, luchando por mantener la herida
cerrada hasta la más remota extremidad. Cuando llegó al entresuelo pasó lo inevitable y
Maca se rindió a la realidad: notó como se humedecía su pantalón y supo que los puntos
La insensatez del destino 52

habían perdido la batalla. Empezaron a formársele lágrimas y sintió nauseas, pero siguió
descendiendo a pesar de su cuerpo tembloroso y castigado

La escalera parecía quilométrica y el final oscuro se parecía siniestramente a la boca del


infierno. Maca se enjuagó con la manga del jersey las lágrimas involuntarias de
sufrimiento y parpadeó para ver con claridad. Su cuerpo, incapaz de soportar un minuto
más la barbarie en la que su dueña lo estaba sometiendo, obligó a Maca a sentarse en el
primer escalón del último tramo

Tardó unos segundos a que su visión se acostumbrase a la oscuridad y entonces pudo


ver la silueta que enmarcaba la puerta cristalera del edificio. La luz anaranjada del
exterior le otorgaba una especie de resplandor ensangrentado. El cuerpo permanecía
sentado contra la pared, parecía un ovillo de lana, abrazando con fuerza sus piernas
dobladas contra el pecho. Inmóvil y en silencio, Maca oyó al fin la débil respiración que
salía de aquella curiosa bolita

Era ella. Seguro. Tenía que serlo

- Esther... (se oyó gimotear a la nada)

Bajó el interminable tramo de escaleras arrastrándose por los escalones. Nuevos


latigazos de dolor le azotaron la pierna, pero esta vez al menos no sostenía el peso de su
cuerpo en ella. Maca pensó que como siguiera mucho más forzándola, simplemente se
desmayaría. Jamás había experimentado semejante desgarre y estaba claro que a su
cuerpo no le sentaba muy bien aquella maratón autodestructiva. Pero se obligó a
mantenerse cuerda y alerta, aun no sabía el paradero del hombre, quizás estaba ahí
mismo, en el otro extremo del portal que aun quedaba fuera de vista de la pediatra,
esperando para echársele encima

“Demasiadas películas, colega”

- Esther, por amor de dios, ¡di algo! (protestó cayendo en el rellano final y gateando
hasta ella, mirando de reojo a su izquierda)

Nada, no había nada ni nadie. Bien

Alcanzó a la residente y se sentó a su lado, agotada y maltratada, permitiéndose un muy


merecido descanso. Apoyó la cabeza en la fría pared y fue consciente por primera vez
que estaba sudando a mares. Sintió una gota recorrerle la sien hasta precipitarse por su
mandíbula al vacío. A tientas, tocó el brazo de Esther, recuperando el aliento perdido

- Esther... (se medio giró y sacudió a la residente) ¿Te ha hecho algo? ¿Estás bien?

Maca empezó a cobrar conciencia de la situación. La residente parecía haber entrado en


estado catatónico y no respondía ni a estímulos auditivos ni físicos. La pediatra tragó
sintiendo la garganta seca y la lengua basta como la suela de un zapato. Quería encender
la luz, maldita sea, no se veía nada ahí abajo, no podía saber cómo demonios estaba
Esther

Sacudió la cabeza, no pudiendo creerse del todo lo que estaba viviendo


La insensatez del destino 53

¿Qué iban a hacer? ¿Quedarse ahí toda la noche?

Maca miró hacia arriba con expresión desencajada y le pareció incluso que las escaleras
se alargaban añadiendo eslabones, burlándose sádicamente de ella. Dios. No iba a poder
volver a hacer eso. Sintió una fuerte alarma apoderarse de su mente médica al distinguir
su propio reguero de sangre por los escalones. Se miró la pierna entre las penumbras y
se dio cuenta de que empezaba a flotar en un enorme charco

Mal, muy mal

Una sensación de desespero se aposentó en su estómago y volvió a sentir las nauseas.


De repente se sentía cansada y tremendamente mareada. Sacudió con todas sus fuerzas a
Esther, pero la residente apenas se movió

- ¡Dios, dios dios! (se lamentó impotente y se abofeteó las mejillas) ¡No te duermas
ahora!

Con un último y desesperado esfuerzo, se arrastró hacia la puerta cristalera entre


sollozos y jadeos. La sangre, demasiada sangre, se iba a desmayar y Esther aun no
estaba en este mundo. No quería morir, así no, desangrada en el maldito portal de su
piso. Se cogió al picaporte y gruñó al intentar levantarse, sus brazos temblorosos por el
esfuerzo no respondían bien y los dedos resbaladizos no parecían capaces de mantenerse
cerrados alrededor del asa

- ¡Vamos, vamos! (se autoanimó en el tercer intento y rompió a llorar cuando el milagro
se hizo)

Se apoyó en la pierna sana y giró el picaporte al fin. Cuando abrió la puerta se dio
cuenta de la imprudencia. Esther había conseguido entrar pero el hombre bien podía
haber estado esperando fuera. Sin embargo, no tenía tiempo. Si estaba ahí fuera, que
fuera lo que dios quiera. Echó medio cuerpo afuera, sujetándose en la puerta, y alargó
un brazo hacia el interfono. Tocó todos los botones que alcanzó y rezó para que alguien
la atendiera. No distinguió la voz, Maca se concentraba en luchar por mantenerse
despierta, para no desfallecer

- Por favor, ayuda... ayuda... (se oyó la voz y lo último que pensó antes caer al suelo fue
que seguramente mañana se levantaría afónica)

Si se levantaba

Otra vez nadando en aguas perdidas. Otra vez aquel lago ennegrecido. De nuevo la
inquietante sensación de ingravidez relentizando sus movimientos. La sensación
indescriptible de estar flotando en la mismísima nada

Algo detrás de ella llamó inexplicablemente su atención y obligó a su cuerpo a girarse.


Parpadeó lentamente y entreabrió los labios. Respiraba y al mismo tiempo se ahogaba,
un punto intermedio que no dejaba de ser sublime y angustiante a la vez. La oscuridad
empezó a resquebrajarse y la luminosa herida empezó a tomar forma. Ahí delante había
La insensatez del destino 54

algo o alguien esperando a que se acercara. Una luz preciosa, la más hermosa que podía
existir, pensó la pediatra

Y también pensó que había oído hablar de ella a muchos pacientes recuperados de un
coma

Estaba en coma

Maca vaciló unos instantes, imaginando su cuerpo dormido en la camilla del hospital. O
quizás aun tendido en el portal de su edificio en una postura nada cómoda

En coma. Inactividad completa del cerebro

Santo Dios

Repentinamente salieron burbujas de entre sus labios y miró hacia arriba, observando
como se alejaban en una especie de baile sensual, rozándose entre ellas, acariciándose
para luego repelerse angostas. La superficie, paradójicamente, parecía estar a menos de
dos metros por encima de su cabeza. Alcanzable y a la vez inaccesible. Alargó una
mano y se sorprendió cuando ésta desapareció, expuesta inútilmente en el exterior,
sintiendo el aire frío

El aire frío cargado de oxígeno

Entonces, estúpidamente, deseó tener alvéolos en la punta de los dedos. Pero la idea se
desvaneció en cuanto tocó una superficie lisa, sedosa, imposiblemente cálida y humana.
Otra mano, pero muy pequeña, demasiado. Casi parecía de juguete o de un recién
nacido. Bajó la mirada a la luz anterior y se dio cuenta de que tenía forma,
precisamente, de niño

“¿Qué demonios...?”

- No te asustes...

Maca hundió instintivamente la mano hacia sus dominios más seguros y sintió una
electrizante descarga en su corazón en cuanto la voz infantil envolvió todo el lago y
reverberó en las paredes de su cráneo

- Por favor, doctora... (suplicó la voz aterciopelada, pero estremecedora)

Maca agitó sus miembros para alejarse, había algo en esa voz siniestro, algo oscuro, que
la mantenía entre la alerta y el histerismo. Pero también había una extraña y hermosa
tonalidad de alivio, de paz, de cariño inmenso. Miró con más atención y se obligó a
tranquilizarse. Le pareció advertir una sonrisa que parecía franca, espléndida, que se
extendió por entre las aguas como la voz de algodón, envolviéndola con tal suavidad
que Maca se sintió entre nubes azucaradas

- Solo quería ayudaros... (continuó la voz y Maca cerró los ojos, permitiendo que
penetrara en sus oídos y en su interior) No pretendía asustar a nadie...
La insensatez del destino 55

Los sentidos de Maca se agudizaron y de inmediato la pediatra se maravilló del instante


que se le estaba regalando, probablemente el más apacible de toda su vida. Se descubrió
segura, a salvo, protegida por un inmenso manto de amor incondicional, como en un
vientre materno de aguas tibias y anaranjadas

- ¿Quién eres? (preguntó abrumada, sin embargo sus labios no se movieron, sabía que
aquel ser ya estaba en su interior)

El alma resplandeció, iluminando los órganos internos de Maca, moviéndose con


delicadeza por entre ellos hasta acurrucarse en el interior de su corazón, acompasando
sus latidos como un maestro de orquesta y susurrándole entre sístole y diástole un
nombre que no conseguía entender. La pediatra, sin pretenderlo, se convirtió en la única
luz entre la oscuridad total de aquel lago mientras su cuerpo desnudo se iba cerrando en
sí mismo, en posición fetal

- Solo quiero ayudarte, doctora... (repetía una y otra vez con ese tono de miel)
- ¿Quién eres...?
- Sabes mi nombre
- No, dímelo...

Se produjo un silencio cómodo mientras las dos almas se reconocían y la sonrisa del
niño que antes había visto volvió a estar por todas partes, llenando de dientes de leche
mellados su inmediato alrededor

- Lo siento... (gimoteó Maca, consternada por la sonrisa infantil, una sonrisa tan vívida
como muerta) No pude... lo pude salv...
- No tienes nada que sentir (algo pareció abrazarse a su corazón, obligándolo a calmar
sus desenfrenados palpitares) Eso es lo que debes entender, doctora
- Pero...
- Había llegado mi hora

Parecía tan convincente, tan fácil... Tan natural, que era demasiado bello, dolorosamente
bello

- ¿Dónde estás ahora? (quiso saber la pediatra repentinamente)


- Siempre con vosotras...
- ¿Nosotras?

Una risa sincera, pequeñita, preciosa, arrancó a Maca una sonrisa de reflejo

- Eso es lo que también deberás entender, doctora


- ¿El qué?
- Lo sabrás en su momento, si es que no lo intuyes ya
- ¿Hay alguien más aquí?
- Lo ha habido, sí...
- ¿Quién?
- Esa no es la pregunta correcta, doctora

Maca vaciló de nuevo, ¿realmente estaba existiendo esa conversación? Le costaba


seguir el hilo, el diálogo parecía cobrar dimensiones físicas haciéndose denso, pesado,
La insensatez del destino 56

agotando sus neuronas. Sin embargo el ansia de saber impulsaba a Maca a seguir, tratar
de retener aquella bella alma que parecía tener todas las respuestas

- ¿Dónde está ahora? (lo intentó de nuevo)

De nuevo sintió en su corazón aquella carcajada cálida, serena y de alguna forma


infantilmente sabia

- Esa tampoco es la pregunta, doctora, pero está junto a nosotros

Maca no lo entendía y no sabía qué preguntar. A penas sabía de qué o quién hablaban.
El cansancio llegó de nuevo, la sensación de ingravidez se hizo mareante e intensa,
desplegando su cuerpo y despojándole de la comodidad que tanto la había fascinado

No, aun no

- ¡Espera!

Maca abrió los ojos y la boca involuntariamente mientras la luz manaba de su interior,
creándole una presión infinita en el pecho que poco a poco se fue suavizando hasta
convertirse en vacío

- ¡Jorge, espera, Jorge!

Era la segunda vez que despertaba de la insconciencia, pero Maca nunca se


acostumbraría. Las constantes vitales de su cuerpo subieron como la espuma en fracción
de segundos a medida que su cuerpo restablecía la vida consciente en su interior

Esta vez, tras la extracción del tubo de la respiración, no se sorprendió al descubrirse


entre los brazos de Esther. Aun sin abrir los ojos, la abrazó con alivio, con familiaridad,
y se sintió inexplicablemente reconfortada cuando aquellos brazos le devolvieron el
apretón. Maca parecía estar todavía extremadamente sensitiva, así que no tardó en
embriagarse del inconfundible aroma de la residente. Decidió que le gustaba, pero que
probablemente aquel olor no venía en botella

- Bienvenida a casa de nuevo (le susurró la residente, curiosamente tranquila y Maca


supo que estaba sonriendo, sin la menorísima de las dudas)

Las palabras parecieron cobrar un significado casi dorado, resplandeciente. Una verdad
al fin dicha con palabras, naciendo y liberándose al exterior, al mundo de los vivos. Era
evidente que la residente se refería al Hospital Central, pero Maca distinguió un
subtexto que también decidió que le gustaba

Como ya cabía esperarse, Maca apenas conservaba un hilo de voz y decidió permanecer
en silencio, disfrutando del prolongado abrazo. Era probable que hubiera más gente en
la habitación. Era probable y altamente posible, de hecho. Sin embargo alargó unos
deliciosos segundos más el encuentro hasta que al fin se separó
La insensatez del destino 57

Abrir los ojos costó un horror, pero acostumbrarse a la luz del día tras haber
permanecido lo que parecía una eternidad entre las aguas completamente oscuras de un
lago fue una experiencia casi epiléptica

Y ahí estaba ella, cerca, muy cerca, inclinada ligeramente hacia su derecha, apoyada en
la barandilla de la camilla de Maca, acariciándole el pelo mientras cogía su mano con
total naturalidad. Su mirada era cálida, y de repente pareció muy cansada, demasiado
curtida de experiencias, sonriéndole con fatiga ante la adversidad

Lo poco espanta y lo mucho amansa, dicen. La pediatra se preguntó qué


acontecimientos habían sucedido a su desmayo. Se preguntó cómo la residente
consiguió salir del estado de shock y en consecuencia, encontrarse con el cuerpo de
Maca tendido en medio de un charco ennegrecido de sangre. O quizás no llegó a verlo,
quizás antes un vecino bajó a ocuparse de la pediatra antes de reparar en el estado de
Esther

Maca deseó que hubiera sucedido así, ahorrándole a Esther el impacto de la escena y la
culpabilidad de no haber podido hacer nada. Así pues, la pediatra observó esa sonrisa
demasiado vieja en unos labios aun demasiado jóvenes y devolvió el gesto con fatiga

- ¿Cómo está mi bella durmiente? (preguntó cual príncipe azul burlón, mientras Maca
notaba los débiles tironcitos en su pelo que indicaban cómo los dedos de Esther se
enrollaban con ellos)

Cuando la pediatra intentó hablar, sintió esos mismos dedos en los labios y se descubrió
cerrando los ojos y disfrutando del contacto

- Sht... (le ordenó maternal la residente, apartando sus dedos)

A Maca no le hizo falta abrir los ojos para saber que Esther se estaba inclinando hacia
su oreja. Sintió el particular perfume de la residente y luego el aliento tibio en los
pliegues tiernos de su oreja

- Pero luego tenemos mucho de lo que hablar... (susurró la residente)... mi héroe

“¿Dónde está ahora?


Esa tampoco es la pregunta, doctora, pero está junto a nosotros”

Maca abrió los ojos súbitamente y alguien, desde muy arriba, rió con diversión traviesa

Esther se desplomó en su cama y extendió los brazos tanto como pudo, convirtiéndose
en una cruz bastante lograda. Cerró los ojos y suspiró

Su cama...

Después de varias noches durmiendo en una incómoda y sudorosa butaca, a Esther le


pareció un regalo de Dios su cama. Un suave silencio, roto apenas por las minuteras de
su despertador-Piolín y algún que otro ruido ahogado de la calle, envolvió el dormitorio
de la residente, bañado en la dorada luz de la mesilla de noche
La insensatez del destino 58

Reconoció que estaba agotada físicamente, pero que estaba al borde del desmayo
síquicamente. Los acontecimientos de los últimos días no habían hecho más que
provocarle intermitentes estados de alarma y sorpresa, de pánico y consternación que la
habían desgastado en extremo

Se frotó los ojos y suspiró de nuevo. No tardó en levantarse y, pasando por delante de su
mesilla de noche, miró el reloj. Tenía tiempo de una ducha rápida

Mientras el agua ardiente recorría su cuerpo, cerró los ojos de nuevo y se dejó escaldar

Los recuerdos vinieron a su mente entremezclándose en una especie de caos organizado.


El más nítido era el del picaporte cerrado y después ese destello dorado. La bala. Esther,
como si despertara de un sueño demasiado intenso, solo recordaba detalles
insignificantes a medida que el tiempo avanzaba y el sueño se desmenuzaba con las
horas. Se sintió exasperada cuando las imágenes se desvanecían con mayor facilidad
cada vez que se concentraba más en ellas

El picaporte y la bala

Era incapaz de recordar qué había sucedido para adentrarla en aquel huracán de
imágenes en cuanto aquella noche pisó el piso de Maca y la puerta se cerró con un
estampido, curiosamente, insonoro. Lo único claro que parecía haber en aquel asunto
eran esas dos imágenes junto con la sensación inequívoca de angustia, de peligro. De
terror

No supo exactamente cuanto tiempo permaneció entre aquellas dos imágenes, fijas en
su mente, mientras otras mil envolvían sus sesos en una danza fantasmal y horripilante.
Pero sin duda se acordaba de cómo había despertado de la pesadilla insomne: a golpe de
bofetada limpia. Aun le dolían los pómulos del claro ataque de su amiga Eva, del equipo
de Samur. Aturdida y medio traspuesta, solo atinó a detener aquellas manos despiadadas
y a gritar que parara

Luego fue cuando pensó por qué Eva, junto con toda la unidad Samur, estaba en el piso
de Maca, precisamente. La respuesta fue tan atroz como la pesadilla

Abrió los ojos agobiada, abrumada por el peso de una incertidumbre royendo sus sesos
como un gusano molesto e incansable. Salió de la ducha y se observó en el espejo, tras
pasarle la mano para retirar el vapor de agua. Gimoteó un poco al descubrirse la piel de
un ardiente y preocupante color rojizo y se pregunto, sorprendida, si la abstracción la
había alejado tanto de la realidad que no había sentido el quemazón en su piel

- Tonta... (sacudió la cabeza, tocándose con delicadeza la piel de un brazo) Dios, solo
espero no haberme quemado de verdad

Pero no escocía, solo sofocaba. Pensó en una ducha fría para compensar, pero la sola
idea ya empezó a tiritar el cuerpo menudo de la residente y decidió que secarse al aire
era mejor resolución. Volvió a su dormitorio y observó la cama con su figura de ángel
arrugando las sábanas
La insensatez del destino 59

“Mejor cámbialas”

Tras poner sus mejores sábanas y un nuevo nórdico que había pensado en estrenar hacía
unos días, miró satisfecha la nueva imagen de su cama y asintió para sí misma

“Servirá”

Se recogió el pelo en una simple coleta con movimientos mecánicos, sin esperar a que
estuviera seco, y luego escogió una simple camiseta blanca y unos pantaloncillos
deportivos cortos, completando su imagen para recibir a Morfeo con unos calcetines de
lana demasiado largos para sus pies, dándole aspecto de payaso cuando la tela
sobrepasaba con creces los dedillos de sus pies

“Pero son cómodos, así que...”

Descubrió que tenía ganas de cocinar algo especial. Algo realmente especial, pero al
final se encontró por arte de magia ante dos tornillas francesas. ¿Cuándo había ocurrido
eso? Pensó en que últimamente su grado de distracción empezaba a ser preocupante.
Demasiado lío mental

Había esta pensando, sin duda, en Maca y en el nefasto suceso de hacía un par de
noches. La residente no podía evitar albergar en su interior un profundo sentido de
culpabilidad con una intensa dosis de inutilidad e impotencia. Casi había dejado morir a
la pediatra. Sabe Dios que eso no se lo hubiera podido perdonar jamás en la vida

Pero había vuelto...

Esther se descubrió una sonrisa ladeada y se ruborizó al recordar con qué, más
exactamente, se había abstraído durante sus artes culinarias, dejando sus manos
haciendo las tortillas maquinalmente y su imaginación volar recordando el mejor abrazo
que le habían dado en su vida

“Oh, bueno, es que realmente fue el mejor, ¿qué culpa tengo yo?”

Intentó justificarse, pero no pudo explicarse tan bien porque había deseado con
imperiosa vehemencia que no terminara nunca la unión. Supuso que, simplemente, se
alegraba de que su amiga hubiera vuelto tras tanta espera. Y mucho más de que no se
hubiera ido definitivamente, aplastando, como consecuencia, el alma de la residente en
una permanente redención por no haber podido ayudarla. La echaba de menos, eso era
todo, y deseaba su recuperación con sinceridad

Esther depositó en el plato las tortillas y pensó en la relación que tenía con la pediatra.
Habían alcanzado un grado de intimidad característico de los amigos de toda la vida en
un tiempo récord, pero si conectas con una persona, simplemente conectas. ¿Para qué
esperar 30 años para poder reconocer que es un amigo de verdad?

La residente frunció el ceño, contrariada, no parecía acabar de convencerse y por alguna


razón empezaba a molestarle todo aquel asunto. ¿Contra qué luchaba, exactamente? ¿A
quién demonios le estaba justificando con tantos argumentos estúpidos aquella amistad?
La insensatez del destino 60

En ese momento el interfono del apartamento de Esther pitó y la residente se sobresaltó.


Otra vez en la luna de Valencia

- ¡Voy! (gritó por costumbre al interlocutor en potencia)


- ¿Qué pasa, Heidi? ¿Nos abres? (la voz guasona de Rober, el nuevo jefe de la unidad de
Samur)
- Claro

Esther se encontró sonriendo en el rellano de su apartamento, obligándose interiormente


a no empezar a dar saltitos de nerviosismo mientras esperaba que los chicos subieran.
No sabía exactamente porque se sentía tan ansiosa como de pequeña lo había estado a la
espera de la cabalgata de los Reyes Magos, pero lo estaba. Y mucho. Cuando al fin
distinguió un reflejo amarillo de la chaqueta de Samur, no pudo evitar un leve trote de
pies

“Ya está aquí”

- Pasooo, pasooo, que la señora muerde (se burló Rober de espaldas, mientras que Eva,
más abajo, se reía)

“¿Muerde? Uh”

- No muerdo, pero como no me pongas recta de una maldita vez, te aseguro que tengo
una pierna sana que lanza unos golazos de campeonato

Ah sí, esa era ella. Ese humor era inconfundible

Esther se adelantó, toqueteando la espalda de Rober y mirando por encima de su


hombro. No, demasiado alto. Así que tuvo que sacar la cabeza por un lateral del médico
de urgencias, sonriendo al ver una pediatra muy incómoda y de bastante mal humor,
fulminando con la mirada a un Rober carcajeándose. La traían en silla de ruedas, a pesar
de las protestas de la pediatra, pero Vilches en persona la abroncó por la imprudencia de
andar con semejante tajo en la pierna escaleras abajo. Y Maca pareció no querer discutir
mucho la objeción al recordar el calvario que debió pasar

- Hola (saludó Esther y observó como los hermosos ojos de Maca se desviaban hacia los
suyos y una sonrisa afloraba en sus labios)
- Hey (saludó con la cabeza, mientras la colocaban al fin en el suelo)

Estaba claro que a Maca no le gustaba la diferencia de nivel, parecía una niña chica que
se había quedado la más bajita tras haber sido el curso anterior la más alta. Eso debía
doler al ego

Esther se descubrió escondiendo una sonrisa de diversión

- Bueno, aquí te dejamos a la gruñona (comentó Eva, dándole dos besos a Esther y
luego a Maca en despedida. Esther procuró permanecer bien lejos de las manos de ella y
ésta se echó a reír al advertirlo)
- Si te hace cualquier cosa, ya sabes donde llamarnos, ¿eh? (bromeó Rober, bajando con
su particular galope las escaleras, riéndose con su compañera)
La insensatez del destino 61

Tras quedarse solas, Esther y Maca evitaron durante unos instantes las miradas. La
residente aun tratando de no reírse de la cara enfurruñada de Maca, y la pediatra
apretando los labios y con los brazos cruzados en su pecho

Vaya, así que era orgullosa

Esther ladeó la cabeza y se puso en cuclillas, nivelando sus miradas

- Vamos, déjalos, para una vez que son más altos que tu... (le sonrió, esta vez sin
esconderse) Solo es envidia, larguirucha

Maca sonrió y meneó la cabeza

- ¿Sabes? No es lo tuyo eso de consolar


- ¿Ah no? ¿Estás segura?

Ambas callaron. Esther recordó el largo abrazo y reprimió un estremecimiento. La


verdad es que el cuerpo de la pediatra pareció recuperar instantáneamente la calma y la
paz en cuanto la abrazó

- Vamos, he hecho tortilla francesa, ¿te gusta?

Esther se levantó y tiró desde atrás la silla de ruedas de Maca. No lo vio, pero estaba
segura que la pediatra ya tenía una ceja en alto

- Dios mío, tortilla francesa, ¡te habrás tirado horas en la cocina! No tenías porque
molestarte, mujer. ¡Con unas migas de pan me hubiera conformado!

Cerró la puerta de su apartamento y de repente éste pareció adquirir una nueva


dimensión con Maca dentro. En realidad, todo parecía cambiar cuando entraba en
escena la pediatra

- No es tan grande como el tuyo, pero para una persona no se necesita mucho más
(comentó algo nerviosa de la impresión que pudiera hacerse la pediatra de su piso, y de
repente sus palabras le parecieron deprimentes)

Claro que el piso adquiría nueva dimensión: ahora estaba realmente lleno. Y lo seguiría
estando hasta que Maca abandonara su recién adquirida convalecencia. Un pacto
silencioso que se hicieron en cuanto Maca se recuperó del coma por completo. Ni Maca
quería volver a dejar sola a Esther, ni a Esther le apetecía estar sola. Punto

- Me gusta (se limitó a comentar la pediatra, alzando la cabeza y mirando a Esther del
revés) Al menos el comedor, no sé si tendrás por ahí habitaciones en ruinas y mal
olientes en las que hagas budú, todo podría ser

“¿Qué?”

Esther pilló la broma demasiado tarde y bajó la mirada con expresión interrogante. La
risa de la pediatra la hizo parpadear y fingió escándalo
La insensatez del destino 62

- ¡No hago budú! ¿Me estás llamando bruja? (se le puso delante mientras Maca
mantenía una mano firmemente aferrada a su boca, ahogando carcajadas) ¡Encima que
te hago tortilla! (la regañó, agitándole un dedo y frunciendo mucho el ceño, cual mamá
enfurecida por un taco de su hijo) ¡Retira eso ahora mismo!

¿Pero qué estaba pasando? Se estaba comportando como una colegiala jugueteando a
los enfados y a las bromas estúpidas con la que era una excelente médica con un
prestigio simplemente brillante. Dios santo, ¿estaría perdiendo la cabeza?

“Solo son nervios, tenéis que hablar, aun os sentís raras”

Maca detuvo las risillas y volvió a menear la cabeza, mirando con suma comodidad y
diversión a la residente

“Pues no parece sentirse rara, la verdad”

- Venga, ¿dónde está esa estupendísima y sabrosísima tortilla francesa?

Esther suspiró y se sintió con una sonrisa floja en los labios. No, no estaban extrañas la
una con la otra, pero sí era placentero disfrutar de momentos insignificantes como esos
tras vivir tantas situaciones extremas

- Por cierto, Piolín está deseando conocerte para que veas lo monísimo que es y te
convenzas de que es un “estupendísimo” despertador
- Uh... ese pollo nunca me cayó bien...
- Es un pollito y es monísimo
- Es un pollo con la cabeza deforme y más grande que el cuerpo
- ¡Pero es mono!
- Es monstruoso, Esther...

Sí, era gratificante un poco de tranquilidad después de tanto caos

Tras la rápida cena, estuvieron hablando un rato más mientras Esther fregaba la escasa
vajilla que habían usado, de espaldas a la pediatra, acerca de casos médicos. En esa semi
intimidad, lejos de la mirada directa de la pediatra, descubrió que la voz de Maca poseía
propiedades adictivas. No era exactamente el tono que usaba, sino la pronunciación de
las palabras con un deje de elegancia, pero sin llegar a ser arrogante. Esther pensó que
quizás fuera producto de una educación que rozaba la aristocracia, dado el renombre
Wilson

Porque, ¿eso no era nato, verdad?

De cualquier manera, se sintió absorbida por la melodiosa perorata de la pediatra y se


desconcentró completamente del mensaje en esencia. Lo descubrió avergonzada cuando
volvió a conectar y el monólogo adquirió sentido al fin en su mente

- ... y entonces las ranas empezaron a ser peludas y los elefantes clones de Dumbo
volando, eso sin tener en cuenta que nunca supe qué clase de animal es Goofy. ¿En serio
es un perro? Porque déjame decirte que como perro me gusta muchísimo más Pluto
La insensatez del destino 63

“¿Qué diantres...?”

Esther se giró con su rostro convertido, repentinamente, en un gran símbolo de


interrogación y miró con aturdimiento a la pediatra, quien estalló en risas profundas
dando alguna que otra palmada

- Dios, es que eres la bomba, ¡ni siquiera me estabas escuchando! (se burló de nuevo
Maca y por poco, muy poco, Esther vuelve a desconectar ahora abrumada por la
deliciosa risa de la pediatra)
- ¡Sí estaba escuchando! (protestó a la defensiva, aunque no con mucho
convencimiento) Y Goofy es un toro, para que lo sepas

Los ojos de la pediatra se volvieron dos naranjas enormes y cesó de reír para mirarla
con verdadero pánico

- ¡Es imposible! ¡Un toro no tiene esos bigotes!


- ¿Y por qué, entonces, su novia es una vaca?

Maca simplemente se quedó con la mandíbula desencajada

“Je, te pillé”

Minutos más tarde, tras decidir que la una de la madrugada era hora más que suficiente
para acostarse, dado que la residente empezaba a las 7 del día siguiente, Esther hizo
rodar la silla de Maca hacia su habitación

- Tendrás que conformarte con mi cama, yo dormiré en el sofá (dijo de corrido la


residente, con un encogimiento de hombro)

Maca resopló, giró los ojos y alzó una ceja

- ¿Roncas?

Esther alzó su propia ceja

- No
- ¿Das patadas? ¿Eres sonámbula? ¿Hablas dormida?
- Er... no, que yo sepa
- Bien, entonces a la cama (señaló con la cabeza el mueble y luego volvió a mirar a la
residente con bastante indiferencia) He visto el sofá, eres bajita, pero no tanto, ahí
tendrías que dormir como un caracol

La residente parpadeó. La idea de dormir en la misma cama con Maca simplemente no


la había ni contemplado. Por alguna razón se resistió

- Pero Maca, quizás te toque la pierna, me da miedo hacerte más daño (se le escapó y se
arrepintió del “más” en cuanto la expresión de la pediatra se transfiguró)
- ¿Qué quieres decir con más? (preguntó ceñuda y con curiosidad, escrutando con la
mirada la huidiza de la residente)
- Nada, solo que dormirás más tranquila en la cama para ti sola
La insensatez del destino 64

- Esther (esta vez el tono no era ni suave ni hipnotizante, era simplemente imperioso)
¿Qué quieres decir con más? (repitió con vehemencia)

La residente se rindió y se sentó en la cama, frente a Maca en la silla de ruedas. Bajó la


mirada y se encontró repentinamente avergonzada de sus sentimientos

- Es evidente que no estarías así si yo hubiera reaccionado a su debido tiempo...


(murmuró y luego frunció el ceño, sus dedos retorciéndose enfermizamente en su
regazo) O si simplemente no te hubiera molestado esa noche con lo de...
- Llamé yo (se limitó a responder la pediatra y Esther tuvo que alzar la mirada
conmovida por la frialdad de la voz de Maca, su expresión era aun más gélida) No te
permito que sientas ni el más remoto asomo de culpabilidad, ¿de acuerdo Esther?
Simplemente las cosas sucedieron de mala manera, pero sigues aquí, sigo aquí y punto.
Eso es lo que debe importarte

La residente no pudo evitar una mueca de disgusto. Su nombre pronunciado con esa
severidad no le gustó en absoluto. Más bien parecía un insulto, un ladrido. Bajó de
nuevo la mirada consternada y sin saber qué decir

- Esther, mírame

Pero cerró los ojos con fuerza

“¡Deja de hablar así, maldita sea!”

No soportaba la rigidez de la voz de Maca contra ella. Era inexplicable, la pediatra no la


estaba riñendo, de hecho le estaba diciendo que no la culpaba de nada y que dejara los
pensamientos oscuros a un lado. Pero por alguna razón, alguna remota e incontrolable
razón, Esther descubrió un nudo en su estómago más tenso cada vez que la voz de Maca
le llegaba a su corazón en oleadas enfurecidas y castigantes

Sintió, más que oyó, cómo Maca hacía rodar la silla y se acercaba hasta chocar con su
rodilla sana el muslo de Esther. La residente solo atinó a pensar que si volvía a oír la
tonalidad dañina en la voz de la pediatra, saldría de aquella habitación. Sin más

- Tenemos que hablar...

Últimamente tenía ciertas molestias en la movilidad de sus piernas, pero lo achacaba al


cansancio adicional de sus últimas fechorías

Ah, los años empezaban a pasar factura

Optó por sentarse un ratillo en un banco de su parque favorito desde hacía poco. Sonrió
al soltar al perro que luchaba por recuperar cierta libertad, ansioso por merodear por la
hierva fresca que le ofrecía semejante paraíso explorativo. Por su parte, su dueño estiró
las piernas y se las examinó desde la lejanía de su posición. Había vuelto el ligero
hormigueo que le impedía andar con la seguridad habitual

Qué engorro
La insensatez del destino 65

Movió los dedos dentro de los zapatos y sacudió las extremidades adormecidas para
despertarlas del algún modo. Mientras tanto el perro encontró un muy interesante hoyo
al lado de un árbol frondoso de tronco hueco. El olfato de Tor pareció encenderse con
una alarma que bien podía haberle vuelto la nariz de un rojo parpadeante. Gruñó ansioso
y empezó a escarbar con fervor. Cerca había una presa, su instinto de caza y su olfato no
le podían fallar

- Venga, chico, déjalo ya, solo es una maldita rata (protestó guasón su amo, mirando por
encima de su hombro a su afanado perro)

Pero su sonrisa burlona se convirtió rápidamente en una mueca de fastidio. Le había


enviado una descarga muy desagradable su codo que empezó a sentir hirviendo acto
seguido. Aquello no era tan normal. Se frotó la articulación con cejo fruncido y maldijo
cuando una nueva punzada de dolor le respondió a los masajes

- Qué coño...

Intentó recordar si en algún momento se había golpeado en el codo. Pero qué demonios,
si se lo hubiera golpeado, sin duda el dolor hubiera sido inmediato, no surgido de
repente de la nada. Estiró ahora el brazo, obligando a su codo a recolocarse, repitiendo
un par de flexiones como castigo

Su humor se ennegreció cuando no solo el dolor no disminuyó, sino que empezó a


extendérsele hasta los dedos de la mano y su hombro. Lo dejó muerto en el regazo,
rindiéndose al hervor, y miró alrededor, pero ¿qué clase de ayuda iba a pedir? No
paseaban muchos fisioterapeutas en un parque a las once de la noche, ¿verdad?

- Vamos, chico, larguémonos de aquí (dijo a su perro, que por supuesto ni le prestó
atención, ya con la cabeza dentro del agujero ensanchado)

Se levantó y se tambaleó, las piernas aun estaban demasiado débiles

Joder, Joder, joder

Maca apoyó el pie sano en el suelo y con un giro rápido, dejó caer su cuerpo en la cama,
al lado de la residente cabizbaja

- Esther, quiero que me escuches con mucha atención (empezó, mirándola para advertir
alguna reacción, pero la residente simplemente se limitó a asentir en silencio) ¿Podrías
mirarme, por favor?

Esther parecía intensamente incómoda por razones que Maca no llegaba a entender muy
bien. Optó por apoyar una mano en la espalda corva de la residente, animándola a
calmarse de algún modo. Por dios, parecía una cría que le estuviera a punto de caer una
bronca monumental. ¿A qué venía tanta aflicción? Movió la mano de arriba abajo y
descubrió la tersura de un cuerpo rígido como un mástil de barco. La única explicación
lógica era que la residente se sintiera profundamente culpable, pero Maca ya le había
aclarado, y además con contundencia, que no compartía el sentimiento
La insensatez del destino 66

Le levantó, entonces, el mentón con delicadeza y se sobresaltó al encontrar lágrimas en


la mirada huidiza de la residente

- Esther, cariño, ¿qué demonios ocurre? (preguntó inevitablemente alarmada, deslizando


su mano por la mejilla de la residente para que no volteara de nuevo el rostro)

La residente suspiró cerrando los ojos, supuestamente recuperando una calma perdida,
apoyándose en la inesperada caricia de la mano de Maca. El gesto desamparado
conmovió a Maca y se descubrió enternecida y preocupada a mismos niveles

- Tengo miedo... (murmuró tan bajito que Maca a penas distinguió las palabras)
- Esther, ¿qué ocurrió aquella noche? (preguntó directa al tema, retomando las caricias
en la espalda de la residente mientras le cogía la mano con la otra)

Era compasión. Pura compasión. Maca simplemente no podía quedarse impávida ante el
evidente desasosiego de la residente. Tenía que reconfortarla de algún modo y el
acercamiento físico era tan inconsciente como inevitable. Esther meneó la cabeza y
miró sus manos cogidas con desconsuelo infinito

- No lo recuerdo exactamente, pero solo... (vaciló, dudosa de cómo proseguir)

Maca apretó su enlace de nuevo animándola

- ¿Sólo...?
- Pensarás que estoy loca (se lamentó con lo que Maca advirtió como un gimoteo
lastimero) Pero mientras estaba... ida... vi muchas imágenes, todas confusas, pero las
que recuerdo son un picaporte cerrado y una bala dorada muy brillante, casi como una
pequeña bombilla, cegadora, preciosa, pero terrible, mortal
- ¿Recuerdas por qué entraste en trance?

Esther meneó la cabeza y levantó la mirada profundamente entristecida

- Si te llega a haber pasado algo, si... si te hubieras...


- Esther (la cortó la pediatra con rotundidad y Esther sorbió, meneando de nuevo la
cabeza, atormentada por la idea) Basta ya, no quiero que sigas pensando en nada de esta
mierda, estoy bien, estoy aquí, me tienes a tu lado sana y salva (una mueca y una sonrisa
ladeada) Bueno, medio sana, pero al fin y al cabo sigo respirando y mi corazón latiendo

Esther asintió lentamente y a Maca le tocó el turno de suspirar

- Un picaporte cerrado y una bala dorada (pensó en alto, desviando el tema a lo


esencial) ¿Le encuentras alguna conexión, algún significado?

Inesperadamente y petrificando a la pediatra, Esther levantó sus manos y besó


dulcemente el dorso de la mano de Maca, con ojos cerrados y lágrimas precipitándose
por sus pómulos sonrojados. Maca parpadeó y no supo qué decir exactamente, sintió el
calor del aliento de la residente cuando sus labios abandonaron su mano y se limitó a
observar atontada como la residente volvía a dejar el enlace de manos en su regazo y se
enjuagaba con su mano libre las lágrimas cristalinas
La insensatez del destino 67

- Tengo miedo, Maca, no sé muy bien cómo explicarlo, mientras estuve ahí vi mucho
terror, una infinidad de dolor y desgracias (empezó a discursar ausente, acariciándole el
dorso de la mano a la pediatra, más hablando para sí misma que para Maca) Ese
picaporte... era como una especie de encarcelamiento, no sé muy bien qué significa, solo
es un presentimiento. Una corazonada. Y esa bala representaba la amenaza más
espantosa que haya visto jamás. Casi con voluntad diabólica, hermosamente mortal,
perfecta, luminosa, poderosa...

Maca frunció el ceño, una idea empezando a formarse en su mente afanosa de


comprender a la residente

- Bueno, a ver, por partes. O sea que entraste al portal y, por fuerza, tuviste que cerrar la
puerta. El picaporte de mi portal, ¿es el mismo que el de tu visión?
- No, para nada, era mucho más... como mucho más viejo, casi oxidado y con pintura
retirada (al fin la residente levantó la mirada un poco más serena)
- Bien... lo que me interesa es cómo te descubriste de repente en ese estado, el por qué.
Algo tuvo que haber ocurrido, algo te pasó, viste algo...

La residente intentó con esfuerzo recordar qué había hecho tras cerrar la puerta con
evidente urgencia dado el peligro del vagabundo en el exterior, pero lo único que podía
memorar era simplemente eso, su mano cerrando con energía la pesada cristalera

- Dios, esto es exasperante, te juro que me he pasado todos estos día intentando entender
todo este lío. Quizás simplemente fue... por el miedo que pasé con aquel pulgoso
comiéndome la oreja (Esther hizo una mueca y evitó milagrosamente un escalofrío al
recordar el desagradable incidente) Ah, por cierto, yo... (de repente el rostro de la
residente se endureció de forma extraña, mirando con solemnidad a Maca) Muchas
gracias por... bueno, por haberme ayudado, a pesar de que luego todo salió desastroso
y...
- No salió mal, ¡dios qué cabezota eres! (la pediatra rió un poco, deshaciendo el
contacto de su mano con la espalda de Esther y apoyándose en el colchón) ¿Cuántas
veces tengo que repetirte que lo importante es que estamos bien, que solo quedó en un
susto?
- Ya... (una sonrisa floja y una mirada medio divertida por encima de su hombro a la
pediatra divertida, más relajada) ¿Y tú?¿Qué era lo que querías que escuchara con tanta
atención?

Maca y Esther, acostadas ya en la cama y acomodadas entre los múltiples cojines que la
residente parecía coleccionar con alguna especie de obsesión, hablaron largo y tendido
de sus experiencias. Esther se mostró profundamente interesada con la experiencia extra
corporal que Maca le relató con todos los detalles que ínfimamente recordaba. Tras lo
cual se mantuvo en un turbado silencio y luego volvió a mirar a Maca con aquella
mirada de sabio enloquecido

- ¿Crees que puede haber alguna conexión? (preguntó con cierta ilusión por haber
empezado a encajar las piezas del enigma, tan ansiosa que hasta se giró para encarar
bien a la pediatra) Es evidente que todo esto es por Jorge, todo indica que intenta
conectar contigo para tranquilizarte, porque (un resoplo) ¡dios mío, te tiraste de una
moto a 200 por hora!
La insensatez del destino 68

Maca se rascó la barbilla y frunció los labios. No era agradable pensar en el accidente y
decidió aclararle a la residente que no era una suicida

- Mi intención no fue tirarme, Esther (un pliegue de la manta adquirió un interés


repentino y casi hipnotizante para la pediatra) Solo... me sentía agobiada, oprimida por
todo aquello, suelo hacerlo a menudo. Cojo la moto y simplemente dejo que me lleve
(un encogimiento de hombros) Aquel día supongo que se me fue de las manos
- Y lo cuentas de milagro... (murmuró afectada la residente, quien observó a la pediatra
repentinamente infantil, arrepentida y huérfana) Quizás... quizás la próxima vez quieras
intentarlo conmigo antes que con la moto (sugirió con delicadeza y cierto reparo)

Maca la miró con cejas alzadas y muy sorprendida

- ¡O sea, hablar! (aclaró la confusión casi atropellándose con la lengua, sonrojándose al


acto)

Maca se rió

- Pues claro que para hablar, ¿qué otra cosa podría intentar contigo si no?

Esther se quedó de nuevo en silencio meditativo, recuperándose de su sonrojo y Maca


se preguntó qué estaría pensando esa cabecita suya ahora mismo. Para la pediatra ya no
era ningún secreto que empezaba a sentir algo por la residente. Algo sentimental seguro,
pero también empezaba a surgir lentamente una atracción física evidente. Esther le
había hecho caer unas cuantas pistas, pero Maca se sentía incapaz de preguntar por la
orientación sexual de la residente así por las buenas

De todas formas, no porque fuera homosexual tenía que haberse fijado en ella, ¿verdad?

Decidió aligerar el ambiente enrarecido

- Te tomo la palabra (dijo con dulzura, sacando de sus pensamientos a la residente que
pareció redescubrirla a su lado) Aunque será duro, mi moto es mucha moto... (una ceja
en alto y un puchero no muy bien logrado)

Ahí estaba, lo había conseguido. Esther levantó el mentón fingiendo autosuficiencia y


descaro en su mirada

- A ver si dices lo mismo tras probarme

“Ay, dios, ¿probarla?”

Fue inevitable que la mirada de la pediatra bajara hasta los labios ensanchados de la
residente en una sonrisa sensual y provocativa, aun siguiendo con la broma. ¿Cómo
sería besar esos labios? Sin duda parecían apetitosos, delicados, con la finura exacta y la
carnosidad tentadora capaces de los besos más ardientes de la faz de la tierra. Maca
sacudió la cabeza mentalmente

“Para ya, pervertida, pareces una gata en celo”


La insensatez del destino 69

- Bueno, venga, habrá que dormir (suspiró la pediatra, bajando un poco el cuerpo y
cubriéndose con el nórdico, dejando una maraña de pensamientos demasiado peligrosos
a un lado) Dios, qué cómodo es esto
- Sep (la residente la imitó, ahora con una sonrisa orgullosa) No hay nada como un buen
nórdico para las noches frías, es como una enorme cojín
- Es una nube

Se miraron y un sentimiento de complicidad se estableció lentamente entre ambas. Aun


tenían que hablar mucho más, el enigma parecía haberlas unido como el misterio del
Código Davinci. Maca sonrió divertida

- ¿Qué es tan gracioso?

La pediatra se frotó los ojos, maravillosamente cansada, y deslizó una mano por debajo
de las mantas hasta coger una de Esther, cálida, suave y bienvenida

- Que estamos hablando con los muertos (respondió burlona, a pesar de la terrible
verdad de esas palabras)

Vio como Esther acogía su mano con libre naturalidad y se mordía el labio inferior

- En cierto modo, ¿no te parece excitante? (había un brillo interesante en sus ojos y un
cosquilleo en su mano) Jamás pensé que viviría una experiencia de estas. Dios mío, eso
significa que realmente existe algo más allá tras la muerte, ¡te das cuenta!

Maca meneó la cabeza, estúpidamente escéptica dado que fue ella la que vivió en carnes
propias, y dos veces, la experiencia fantasmal. Pero había algo divertido en contradecir
a la residente

- Puede que solo sea un caso de subconsciente hiperactivo, Esther

Notó la contradicción en Esther en cuanto acercó su cuerpo al de la pediatra para


hacerse notar, quizás también movida por la necesidad de contacto que parecía haber
caído entre ellas

- ¡Pero Maca, cómo puedes decir eso tras todo lo que me has contado y lo mío! (se
quejó, agarrándole el antebrazo) Jorge está intentando decirte algo, solo tienes que hacer
la pregunta correcta

Ah, era difícil conversar de estos temas con el perfume de la residente y el calor
corporal evidente bajo las mantas. Se concentró en su pierna para abstraerse a dolores
reales, pero esta vez la pierna irónicamente falló: permanecía apaciblemente estirada en
un sopor casi agradable

- Ya, Esther, ¿y qué sugieres para que vuelva a contactar con él? Porque déjame decirte
que no tengo la más remota intención de entrar nuevamente en coma
La insensatez del destino 70

A pesar del tono desenfadado de la pediatra, sus palabras causaron un efecto terrible en
el buen humor de Esther, que de repente se pareció hundirse en esa enorme nube
desolada y perdida

- ¡Hey, hey! Esther, vamos, no empecemos de nuevo, no me va a volver a pasar nada,


¿de acuerdo? ¡Tienes que meterte eso ya en la sesera!

Aunque Maca se descubrió raramente encantada de la preocupación que parecía sumir a


Esther en desconsuelo solo con pensar en que pudiera pasarle algo malo. Era agradable,
pero empezaba a ser ridícula, casi obsesiva, y debía detenerla de inmediato. Así que
abrazó a la residente y, por segundo, pensó en lo diferente que era abrazar ese
cuerpecito en posición horizontal

- Venga, creo que realmente nos hacen falta unas cuantas horas de sueño y dejar de
pensar en todo esto (le susurró y sintió gratamente como el cuerpo de la residente se
relajaba entre sus brazos, murmurando algo ininteligible)

“Estoy en problemas...”

Maca cerró los ojos y se lamentó de cuanto estaba disfrutando de aquello. Se obligó a
recordar que Esther había mantenido una relación con Rusti. Eso, Rusti... Maca se
encontró riéndose de la pareja y eso provocó que Esther protestara, aferrándose un poco
más, cortando la respiración de la pediatra

“Pero problemas MUY gordos, eh”

De camino al Hospital, Esther se vio más de dos veces sobresaltada por bocinazos al ir a
cruzar la calle sin mirar. Se detuvo en un semáforo y se frotó los ojos con cansancio.
Tenía que despertarse de una vez, Teresita le iba a pedir explicaciones de seguro

Inspiró hondo y cruzó la última avenida

- Buenos días (saludó al entrar, firmando su registro)

Teresita, como ya había predicho, se quitó las gafas y la miró de hito a hito

- ¿Compañía en la cama?

Esther la miró atónita. Sabía que la recepcionista era avispada, ¿pero tanto?

- ¿Pero qué dices? (masculló, repentinamente ceñuda)

La recepcionista se limitó a señalar su chaqueta con ceja en alto y rictus malicioso.


Esther se la miró, estaba al revés. Se la quitó a regañadientes, atisbando de reojo a
Teresita

- Le puede pasar a cualquiera, ¿sabes?

Teresita se volvió a poner las gafas y sonrió achispada


La insensatez del destino 71

- Sí, eso mismo me dice mi Paco cuando vuelve del bar (comentó con desaire,
garabateando sus papeles)

Esther la dejó por imposible. ¿Compañía en la cama? Bueno, sí, pero no de esa. Entró
en vestuarios y se encontró con Begoña, quien soltó un gimoteo al verla

- ¿Dónde vas con esos pelos? ¡Parece que salgas de un ciclón!

¿Qué diablos le pasaba a todo el mundo? Simplemente se había despertado justa de


tiempo y se vistió mientras comía unas tostadas y engullía un primer cortado. Esther se
azuzó el pelo inmediatamente, gruñendo algo como respuesta y abriendo su taquilla

Dios, qué ganas de volver a la cama. Y aun le quedaban 10 malditas horas

Durante el turno, conoció a una chica acomplejada por su nariz de garfio. Era tal el
complejo, que había decidido rompérsela para ingresar en el hospital y obligar al equipo
estético a reconstruírsela. Pero éstos tan solo le habían aplicado una escayola facial y un
par de calmantes. Las expectativas de la chica cayeron a tal velocidad en picado que se
echó a llorar a pesar de los tranquilizantes

- No me lo puedo creer, ¡es que no me lo puedo creer! (repetía sin descanso) ¡Esto duele
un huevo y no ha servido para nada! ¡Me va a quedar aun peor, ostia puta!

Esther y Laura cruzaron una mirada. En un pacto silencioso, Laura le prometió el oro y
el moro a Esther si se encargaba ella de la garfio. Con otro suspiro interior y mirada
desafiante para la médico, la liberó y se acercó a la llorona escayolada

- No te va a quedar peor, te la han enderezado (le aseguró Esther)


- ¡Pero yo no la quiero recta, la quiero más pequeña! (protestó enérgicamente sin
disimulos)

Dios, esto iba a ser eterno

Ese mismo día Maca recibió una visita completamente inesperada. Pillada desayunando
mientras hacía zapping por los insufriblemente aburridos programas matinales, la
pediatra frunció el ceño a medio bocado y dejó que un segundo timbrazo le aseguraba
que no había oído mal. Sí. Alguien, definitivamente, estaba llamando al piso de Esther

Mientras hacía rodar la silla de ruedas con evidente falta de práctica, se preguntó si
realmente debía atender. A fin de cuentas, era el piso de la residente, la visita sin duda
sería para ella. Muy a su pesar, se dio asombrosamente cuenta de que sabía muy poco de
la vida social de Esther. Muy poco o nada

¿Familiares? ¿Amigos?

Maca no pudo pensar en nadie puesto que no tenía la más remota referencia. Dudó unos
segundos antes de posar su mano en el picaporte y entonces se dio cuenta de que, fuera
quien fuese, estaba llamando directamente a la puerta del apartamento, saltándose la
La insensatez del destino 72

primera e inevitable barrera del interfono. Por alguna razón, aquello no le inspiró
demasiada confianza

Hasta que empezaron a mamporrear la puerta y una voz, ahogada por el obstáculo, le
exigió que “moviera ese culo de tortuga paralítica de una puñetera vez”

Maca alzó una ceja y abrió la puerta sin titubeos

- Y no me vengas con que estabas en el lavabo acicalándote esa maldita melena


perfecta, tienes dos ruedas, y bien grandes, que te redoblan la velocidad de cualquier ser
humano con un simple par de piernas (un dedo acusador le apuntó la nariz) Que sepas
que me tienes muy cabreada, por si no lo habías notado

Maca suspiró pero no pudo evitar sonreír. Dios, la había echado de menos

- Hola a ti también, crucifejo (saludó con dulcificada sorna)

La neurocirujana, plantada en el portal con los brazos en jarras, meneó la cabeza con
desaprobación y, tras un breve silencio de miradas supuestamente furibundas, sonrió a
su amiga. Sin embargo, inmediatamente después, le propinó un bolsazo en plena
coronilla

- Eso por larguirucha (sentenció y luego volvió a darle un mamporro con el bolso) Y
esto por mal amiga

Maca la dejó entrar masajeándose la nuca y Cruz se dirigió sin titubeos al comedor,
triunfal y ufana, sentándose a sus anchas y haciendo una mueca al ver el televisor

- ¿En serio estoy viendo lo que estoy viendo?

Maca rodó hasta su posición inicial y se llevó a la boca el último trozo de magdalena
que le quedaba, con un simple encogimiento de hombros

- Si estás viendo una pantera rosa cortar el césped con las orejas de un conejo blanco,
supongo que sí (respondió con una sonrisa deslumbrante)

Cruz resopló, sacándose la chaqueta, y la escrutó largo rato con mirada sospechosa

- No sé qué me preocupa más: si tu obstinado abandono hacia nuestra gran y ancestral


amistad o que te entretengas mirando la Pantera Rosa maltratando al pobre conejo de la
maravillada Alicia... Sinceramente, no logro decidirme

Ah, sí, muchísimo de menos...

Maca le lanzó una magdalena y se regodeó en la sensación de comodidad. Tanto dentro


como fuera del quirófano, la fluida amistad que mantenía con Cruz siempre se le había
antojado similar a lo que debe ser un pequeño barquito de vela, a la luz anaranjada de un
atardecer, bamboleándose tranquilamente en las aguas de un mar adormecido y
eternamente en reposo
La insensatez del destino 73

“Dios, últimamente me paso el día entre aguas”

Una vez más comprobó que las flechas que le lanzaba Cruz seguían igual de afiladas.
Quizás incluso más. Maca rememoró de improvisto el día que compartieron por primera
vez quirófano y, con tan solo un vistazo, Cruz se dio cuenta de su nerviosismo y la
mandó de nuevo afuera sin una sola palabra, se limitó simplemente a señalar la puerta
de salida y sacudió la cabeza en un gesto imperativo. Maca obedeció asombrada. Caray,
¿aun no le había dado tiempo ni a atarse la máscara antiséptica y ya había hecho algo
mal? Pero aun se quedó más perpleja cuando Cruz la siguió, las encerró en el pequeño
habitáculo adjunto al quirófano, provisto tan solo de los grifos para desinfectarse y
cambiarse, y la experta y respetada neurocirujana se plantó ante la pediatra, cerró los
ojos con decisión, inspiró lo que a Maca le pareció todo el aire que las rodeaba y lo
soltó en un profundo y largo “oooooouuuhhhmmmm”. Luego abrió un ojo, atisbando a
una parpadeante pediatra de mandíbula suelta, y sacudió las manos, instándola a que la
imitara con impaciencia

Maca sonrió con nostalgia. Desde ese momento se convirtió en una especie de rito para
las dos cada vez que debían compartir quirófano, durante los primeros años. Por
supuesto, nadie las entendía y sin duda el espectáculo invitaba a las burlas y bromas de
sus compañeros. Pero ambas hacían oídos suecos, oraban sus 5 ouhms obligatorios en
un canto casi eclesiástico y luego estiraban sus cuellos y espaldas, tras lo cual entraban
al quirófano con una especie de templanza purificada que las convertía, prácticamente,
en un equipo invencible

- Bueno (empezó la neurocirujana acomodándose entre los mullidos cojines del sofá de
Esther) Por si te interesa, Rubén ha despertado esta madrugada

Maca casi se atraganta. Tosió mientras la culpa caía en su estómago como una enorme
bola de nieve

- Sí, sí, ya puede ir retorciéndose tu conciencia bien a gustito (le reprochó Cruz, sin
embargo se levantó para atizar, esta vez, la espalda de la pediatra traspuesta)
- Dios mío, Rubén, sí... (balbuceó, apartando a Cruz con gesto conciliador y mirándola
con mortal arrepentimiento) Cruz, en serio, no tengo perdón de Dios, lo sé, lo sé. Pero
es que...
- Pero es que nada (la cortó Cruz, y a pesar de su tono de voz severo, su mirada revelaba
que la pediatra ya estaba completamente perdonada)

Mirada, a pesar de la cual, Maca se auto flageó, incapaz de concederse el menorísimo de


los perdones por haberse olvidado de uno de sus pacientes

“Bueno, hija, tampoco es que hayas estado muy en tus cabales últimamente, que se diga
(apuntó su mayestático con lógica aplastante) No es excusa” se reprochó de nuevo,
respondona)

Tras hablar durante un buen rato de los avances del niño, Maca se alegró de su evidente
evolución. Nunca dejaba de asombrarse de la enorme capacidad de recuperación de sus
pacientes, con células mucho más activas e inquietas que los adultos. La vida parecía
bullirles dentro de las venas, como si en lugar de sangre, tuvieran alguna composición
gaseosa y rabiosamente vital. Sin embargo, dicha vitalidad a veces no era suficiente ante
La insensatez del destino 74

la inmadurez de las células y entonces el fracaso, por mucha voluntad de supervivencia


que se tuviera, era inevitable

“A veces, por mucho que se quiera, simplemente, no se puede”

Rubén, sin embargo, lo había logrado. O, más exactamente, estaba lográndolo. Según
las afirmaciones de Cruz, había abierto los ojos en dos ocasiones. La primera vez
abrumado y con sensación de resaca. A Maca le hizo gracia la imagen mental. Qué
ironía, conocer los efectos de un resacón antes de saber siquiera cómo sabe el alcohol.
La segunda vez fue de mayor duración y con un grado de conciencia francamente
alentador. No parecía tener coágulos importantes post operatorio que no se remitieran
por sí solos y, tras un par de escaners, Cruz podía afirmar que las células sanas en las
que habían intervenido se reestablecían “satisfactoriamente”

- Me alegro, me alegro (asintió Maca con propia satisfacción)

La Pantera Rosa había dado lugar a lo que parecía un bloque insustancial de noticias
comarcales. Discusiones vecinales casi cómicas y sin duda ridículas. En serio, ¿quién
acude a la televisión para denunciar que la vecina te tira ratas muertas de patio a patio?
Maca pensó que debía sugerirle a Esther la posibilidad de contar con un DVD. Aquella
programación era mortalmente somnífera

- Bueno, y ¿qué hay de ti? (preguntó Cruz al fin, simplemente apagando el televisor)
¿Recuerdas siquiera la forma que tiene un móvil?

Maca sacudió la cabeza. A veces tenía la sensación de encontrarse en un concurso de


sarcasmos cuando hablaba con la neurocirujana. No dejaba de ser un estímulo
intelectual interesante. Pero esta vez Cruz tenía razón y derecho a todas las ironías del
mundo: no la había llamado ni una sola vez desde el accidente. Así que se mordió la
lengua

- Cruz, la verdad es que estos días he estado un tanto... ocupada, con todo esto de la
pierna y el cambio momentáneo de vivienda y... (intentó excusarse pero se calló ante la
mirada suspicaz de la neurocirujana)
- Vale, volveré a hacer la pregunta, intenta ahora responder con mayor credibilidad,
¿quieres? Aun tengo el bolso cerca, te lo advierto. ¿Se puede saber qué pasa contigo?
- Está bien, está bien (Maca alzó las manos y suspiró) Digamos que simplemente he
estado un poco... más allá que aquí
- En serio que quiero entenderlo (Cruz inclinó la cabeza y se dio unos golpecitos en la
oreja derecha, intentando que lo que fuera que tuviera dentro de la sesera inhabilitando
su capacidad de comprensión cayera por la izquierda) Ahora, vale, de nuevo. ¿Qué es
eso de estar más allá que acá? (de repente abrió los ojos como platos y se sentó en la
punta del sofá) No me digas que estás hablando de eso de la “luz celestial”

Maca rodó los ojos

Habían hablado durante interminables horas acerca de las experiencias que contaban
haber vivido los pacientes recuperados de un coma. Cruz sostenía que eran vagas
percepciones sensoriales que confundían al paciente en esos estados de inconsciencia.
La famosa “luz celestial” podía bien ser la luz del quirófano, a fin de cuentas el cerebro
La insensatez del destino 75

está mayoritariamente inactivo, pero aun quedan leves retazos sensoriales en su sistema
nervioso. Para la neurocirujana era evidente que los sentidos de los pacientes en coma
estaban adormecidos, pero no totalmente inactivos. Unos más que otros, pero al fin y al
cabo, esa era para ella la explicación

Maca estaba de acuerdo con Cruz, por supuesto, pero no sostenía la teoría con tanto
ahínco. A pesar de su profesión y de sus férreas convicciones científicas, siempre había
dejado la puerta ligeramente entre abierta para aceptar de algún modo las fantasías
alucinógenas de sus pacientes. Era fácil no creer ni una sola palabra de un hombre
cuarentón que contaba con fervor malsano que había visto a la mismísima Marilyn
Monroe en sus últimos sueños comatosos. Pero no era tan fácil eludir a una niña de
apenas 4 años contando, con lágrimas vívidas en los ojos, que su abuela le había dicho
que aun no había llegado su hora y debía regresar

A Maca no se le olvidaban los escalofríos que le provocaban aquellos pequeños


pacientes, meses en coma, pero repentinamente, toneladas de madurez sobre sus
espaldas. Aquella niña se durmió con 4 años y despertó con 40 más encima

- No es eso (se oyó contestar con vaguedad)

¿Pero era eso realmente verdad? Y, ¿qué era eso de que estaba ida? ¿De dónde salía todo
eso? Sin duda, Maca aun no había reparado en el concepto actual que tenía de su estado
anímico tras tanta hecatombe. Se había concentrado tanto en resolver el enigma, en
comprenderlo, que había relegado a un manifiesto segundo plano su propia visión en
todo aquel asunto. Y después estaba Esther, por supuesto. También sus propias
hecatombes habían ocupado los pensamientos más inmediatos de la pediatra

- Venga Maca, que soy yo (esta vez había auténtica sinceridad en la súplica de Cruz)
Estoy realmente preocupada, ¿sabes? Desde la estupidez del accidente que he querido
hablar contigo. Te juro que era lo último que me esperaba de ti, me dejaste simplemente
alucinada, ¡no me entraba en la cabeza que mi Wilson se hubiera tirado de cabeza en el
arcén! Tú no eres así, dios santo Macarena, eres la persona más racional que he
conocido en mi vida. ¡Si hasta he llegado a pensar que careces de vísceras! No hay ser
humano en esta tierra más diplomático y elocuente que tú, eso te lo aseguro. ¿Me vas a
explicar de una vez qué demonios está pasando por esa cabecita siempre tan
jodidamente ordenada? Porque da la sensación de que te haya entrado un huracán por
las orejas y lo haya puesto todo patas arriba

Diana

Maca se humedeció los labios insegura de qué decir. Su amiga y mentora no


simplemente había dado en el clavo, sino que lo había hecho con su particular verborrea
que siempre se le metía a Maca hasta las entrañas. La pediatra se pasó una mano por la
frente, postergando la respuesta. ¿Qué iba a contestar? ¿Qué sí, que efectivamente había
visto la luz y, por si fuera poco, había hablado con lo que suponía el espíritu de Jorge?
Cruz acabaría de convencerse de que a Maca se le habían quedado algunos tornillos
perdidos entre los restos de su moto destrozada
La insensatez del destino 76

- No era mi intención eso de tirarme (respondió al fin tras el largo y tenso silencio y
pensó que ya era la segunda vez que utilizaba esa excusa) Se me fue la moto de las
manos, eso es todo
- Ya, y ¿me dirás ahora a qué diantres venía ponerse a 200 por hora? (atacó de nuevo la
neurocirujana, dispuesta a sonsacarle hasta la última confesión a Maca)

Maca empezó a sentirse agobiada y bastante irritada. Por primera vez, se descubrió
incapaz de soportar el afán protector/maternal/posesivo de Cruz. Se revolvió en su silla
y frunció el ceño inconscientemente

- ¿Qué quieres exactamente que te diga, Cruz? (instigó en defensa) No soy una suicida,
lo sabes. Maldita sea, soy médico, mi fin es sanar, no mal meter un cuerpo. Y
muchísimo menos el mío. Me estaba costando bastante más de lo normal superar la
perdida de Jorge y salí a dar una jodida vuelta en moto, ¿es eso un crimen? Soy
mayorcita, por si no te has dado cuenta aun, y si me da la gana de ponerme a 200, me
pongo y punto. Sin dar ninguna explicación a nadie, joder (notó como alzaba la voz)
¡Estoy harta de toda esta mierda! Harta de que se me controle como si fuera una
puñetera ameba bajo la lente de un microscopio
- Maca...
- ¡Deja de comportarte como mi madre, mierda! ¡Yo no tengo madre, nunca la he
tenido, y no necesito a una postiza ahora mismo, te enteras!

El arranque de cólera había sido tan repentino como fugaz, así que no tardó en darse
cuenta de qué había dicho. Esas palabras no iban dirigidas a la pobre Cruz y de
inmediato se arrepintió, abriendo tanto los ojos como la enmudecida y estupefacta
neurocirujana

- Dios mío Cruz, lo siento (balbuceó avergonzada, cerrando los ojos y meneando la
cabeza) Tienes razón, me faltan tornillos, estoy... estoy como medio atolondrada,
desquiciada, irritable, insoportable. A veces no puedo ni conmigo misma, de buena gana
me cambiaba de sesera y enviaba al diablo todas las paranoias que se me están
ocurriendo últimamente (sabía que estaba hablando demasiado deprisa y mal,
entremezclando pensamientos, pero siguió) ¿Qué haces cuando simplemente no te
entiendes ni tú misma? Desde lo de Jorge es como si todos mis esquemas se hubieran
venido apoteósicamente abajo y no sé como volver a reconstruirlo todo. ¡Es exasperante
sentirte tan perdida dentro de ti misma! Y lo intento, te juro que intento con todas mis
fuerzas volver a ponerlo todo en su sitio, ¡pero es como si de repente no supiera ni
siquiera montar un puzzle infantil de 4 piezas! (tomó aire y lo soltó con enfado hacia sí
misma) Y no sé porque te estoy hablando así, no es culpa tuya y te la estás cargando
injustamente. Cruz, disculpas, en serio, creo que necesito tiempo, algo de tiempo y... no
sé, yo que sé (se masajeó las sienes para hacer algo con sus manos inquietas-. Dios, creo
que me estoy volviendo loca...

Permanecieron en silencio pesado durante lo que a Maca le pareció una eternidad, hasta
que vio como Cruz se levantaba, recogía su chaqueta y su bolso, y se encaminaba sin
mediar palabra hacia la puerta. La pediatra volvió a cerrar los ojos con una nueva alud
de nieve cayendo violentamente en su estómago y se quedó inmóvil e impotente cuando
oyó como la puerta del apartamento se cerraba con suavidad. Eso dolió muchísimo más
que si Cruz la hubiera cerrado de un portazo. Significaba que la desaprobación de su
La insensatez del destino 77

amiga no era producto de un enfado visceral y momentáneo, si no que formaba parte de


una profunda y duradera ofensa

Le sobrevino un sollozo que reverberó con eco en el piso vacío y silencioso tras la
marcha de la neurocirujana. Y entonces Maca sintió, con una mezcla de indiferencia y
pavor, que la amistad sosegada y aparentemente inquebrantable que la unía a Cruz no
iba a ser nunca más la misma

Si es que volvía a ser algo...

Esther, con medio cuerpo desplomado en el tablón de recepción, intentaba con todas sus
fuerzas mantener los ojos abiertos y la mente en activo, pero la incansable perorata de
Teresita acerca de la colección de sombreros de su Paco, detallando hasta la
exasperación cada ejemplar, empezaba a sobrepasar sus límites de aguante. En cuanto la
recepcionista iba por el vigésimo quinto sombrero, Esther empezó a sospechar
seriamente que aquel era su fin: iba a morirse real y literalmente de aburrimiento. Las
neuronas estaban empezando a alinearse en retirada, ofendidas y decididas a declararse
en huelga rotunda e irrevocable

Pero lo que no sabía la soñolienta residente es que su salvación estaba entrando por la
puerta de urgencias con paso decidido y ligeramente apretado. Pestañeó lentamente, sus
párpados anestesiados y pesados, y fijó su mirada nubosa. Ladeó la cabeza, apoyada con
desgana en su mano derecha y frunció el ceño cuando su mente ató cabos. Pero Teresita,
bien despierta y mucho más perspicaz, le tomó la delantera

- ¡Cruz! (exclamó, olvidando repentinamente la adorada colección de sombreros


masculinos de su maridito) Pero mujer, ¿qué haces aquí?

Cruz sonrió levemente y Esther pensó, levantándose del tablón, que la neurocirujana
tenía algo de extraño. La observó y no consiguió ver nada inusual en su vestimenta ni
manera de moverse, sin embargo su rostro parecía ligeramente entumecido, casi pétreo
y artificial, cual si llevara una máscara transparente

- Vengo a buscar a...


- Ah, no (la interrumpió Teresita con vehemencia) Ni hablar, no me vengas a buscar a
Vilches porque está en quirófano (se inclinó en el tablón sacándose las gafas con pasión
y arrebato, pues iba a confesar un secreto subliminal) Está con la hija de mi mejor
amiga, ya sabes, la Conchi. Pobrecita niña, ¡unas almorranas que tiene como
albóndigas! Así que ni hablar del peluquín, que le prometí a la Conchi que su niñita iba
a estar con el mejor cirujano del Hosp...
- Teresita, para el carro, que no he venido a por...
- ¿Cómo que pare el carro? ¡Oye, ni que fuera una mula! Es que tú no has visto lo que
tiene la pobre chiquilla ahí debajo, qué horror, albóndigas y de las grandes, ¿eh? Como
aquellas que se hacían antes, no como las de ahora que parecen aceitunas. Me acuerdo
que al verlas, pensé en las albóndigas de mi abuela, les añadía un poquito de pan en
polvo, ¡y quedaban de grandes! Te comías dos y ya ibas resoplando durante todo el día.
Mi Paco, que por aquel entonces era un jovenzuelo la mar de glotón... porque ahora ya
es que padece de gula, directamente... bueno, pues eso, que se zampaba una tonelada y
luego iba de cagaleras durante toda la semana y...
La insensatez del destino 78

Cruz y Esther suspiraron al unisón, las dos intuyendo que jamás en la vida volverían a
mirar un plato de albóndigas del mismo modo. Esther advirtió cómo Cruz le hacía una
seña hacia la derecha y, en cuanto Teresita estaba en el punto más álgido de su retorcido
monólogo albondigal, se escabulleron de puntillas hacia la sala de reuniones. Una vez
cerrada la puerta y comprobado que estaban solas, Esther miró a Cruz con curiosidad
mientras ésta se preparaba un buen vaso de zumo de naranja

- Lo que intentaba decir es que venía a por ti (le dijo la neurocirujana de espaldas,
rebuscando el azúcar por doquier) No había mucho lío cuando he salido esta mañana,
por eso he pensado que seguramente a esta hora seguía la cosa igual (se giró dando un
primer sorbo y haciendo un inevitable mohín de disgusto al notar los restos de pulpa en
el zumo) Dios, no me digas que lo ha vuelto a preparar Vilches

Esther sonrió encogiéndose de hombros y Cruz frunció el ceño, meneando la cabeza y


mirando con repentina furia su vaso de zumo

- Me lo temía. Ayer me hizo un pato a la naranja espectacular, tanto que hasta le propuse
que se presentara en algún concurso de cocina. Pero es incapaz de exprimir una
puñetera naranja para un maldito zumo, ¡este hombre es increíble! Si hasta parece que
me lo haga adrede. Un día de estos lo voy a coger y le voy a exprimir una naranja en su
cogote de alopecia galopante y...

A la residente se le borró la sonrisa y se le subió una ceja hasta el nacimiento de la


frente. Ya sabía qué había de extraño en Cruz: estaba encrespada hasta las cejas y sin
duda el pobre de Vilches estaba a punto de pagar el pato. O, mejor dicho, la naranja.
Rezó para que el médico no se le pasara por la cabeza salir del quirófano en esos
momentos

- Cruz... (intentó acercarse pero de repente la neurocirujana la miró furibunda y Esther


se paró en seco) Uhm, vale, nada. ¿Para qué me buscabas? (preguntó con cautela,
optando por desviar el tema a lo crucial)

Esther pensó por un momento que Cruz le iba a lanzar el vaso de zumo en toda la
cabeza, pero la neurocirujanan lo dejó con delicadeza inusual en la mesa central y se
sentó cansinamente en una de las sillas. Esther volvió a quedar perpleja. Cruz parecía
pasar de la indiferencia a la ira en menos de un segundo, pero de la ira al abatimiento en
micromilésimas de segundo

- Hablaré con Dávila, quiero que te tomes el día libre (se frotó los ojos y la residente
supo que estaba evitando las lágrimas)

Esther no dejaba de asombrarse, ¿el día libre? Pero lo que más la desconcertaba era la
extraña depresión en la que la recia neurocirujana parecía haberse sumido. Que ella
recordase, jamás había visto a Cruz llorar, ni siquiera entristecida, mucho menos abatida
como en ese momento. De hecho, era de las que lideraban el bando de dejar los
problemas fuera del hospital, así pues en cuanto cruzaba las puertas, Cruz se convertía
única y exclusivamente en una médico dedicada en cuerpo y alma a sus pacientes. La
admiraba por esa capacidad de desconexión, de división, puesto que ella no era capaz
La insensatez del destino 79

del todo de abandonar su vida tras las puertas del hospital. Aunque solo fuera para
enfurecerse al ver que empezaba a llover y ella había dejado ropa tendida fuera

Esther desechó la idea de que toda la desdicha de Cruz fuera provocada por un Vilches
incapaz de exprimir bien un zumo de naranja. Pero de repente se descubrió aliviada de
no haberlo exprimido ella ese día

- ¿Puedo preguntar... uhm... por qué? (quiso saber, de nuevo cauta, no quería ni alejarse
ni acercarse)

Cruz inspiró hondo y alzó la mirada. Ni rastro de lágrimas, ni siquiera escozor o


enrojecimiento en los ojos. Esther se dio mentalmente en el cogote, simplemente se
había vuelto a equivocar. ¿Cómo iba a estar Cruz, la super mujer de hierro, llorando así
porque sí? Pero aun no entendía lo del día libre, eso sí

- Quiero que vayas con Maca, dado que parece que solo te escucha a ti

La residente dio un paso atrás, inconscientemente poniéndose alerta. ¿Era rabia lo que
había podido entrever en las palabras casi masculladas de Cruz? Esther decidió quedarse
en silencio, simplemente demasiado alucinada con el comportamiento bamboleante de
la neurocitujana. Cruz se limitó a sacudir una mano hacia la puerta mientras volvía la
mirada a su vaso de zumo, de nuevo hundida

- Vete, no pierdas el tiempo con una vieja rencorosa (murmuró)

Esther se dirigió a los vestuarios a toda prisa, sin entender absolutamente nada. Pero
tenía la sensación de que algo, algo importante, había ocurrido entre Maca y Cruz. Tanto
como para descalabrar el comportamiento perfectamente correcto de Cruz y, más aun,
concederle un día libre hablando directamente con el directivo del hospital. Ignoró los
gritos de Teresita en cuanto salió a la carrera del hospital, exigiéndole explicaciones.
Sacó el móvil de su bolsillo y llamó al de Maca

Ocupado o fuera de cobertura

Qué noticia

Así que llamó a su propio apartamento, pero en las 4 ocasiones en las que lo intentó solo
le respondió su propia voz, invitándola a dejar un mensaje tras la señal

Mierda

Esther apretó el paso, preocupada y sin atender a su alrededor, sin saber que, por más
que corriera, no llegaría a su piso. Por eso no vio el brazo de acero que la noqueó ni
supo jamás qué fue lo que había sucedido hasta que volviera a abrir los ojos

Sentado en su mecedora favorita, se encendió un cigarrillo y la observó con atención.


No, no se había equivocado, era ella. Había estado investigando, por supuesto. En sus
planes, por sencillos que fueran, el margen de error simplemente no podía existir. Ese
fue su don y su lastre desde su niñez: alcanzar en toda meta la absoluta perfección
La insensatez del destino 80

Y también la razón por la que aun no lo habían pillado

Pero esta vez, identificar a la chica que vio en el parque, no fue tarea demasiado difícil.
Era evidente que tenía conocimientos médicos, cuanto menos de primeros auxilios. A
Alex, a pesar de estar disfrutando como un niño con piruleta nueva del momento, no le
pasó por alto el saludo que esta muchacha cruzó con la chica del Samur. Segunda pista:
pertenecía al equipo. Luego simplemente fue cuestión de abrir su baúl de tesoros, donde
guardaba los recortes de periódicos de todas sus fechorías, y encontrar en la noticia el
nombre del hospital donde alojaron al “pobre diablo mal herido”. Esa misma tarde, Alex
paseó sus dedos bailantes por entre todo el elenco de utensilios afilados que poseía,
colección más que valiosa que había conseguido engrosar hasta la exageración durante
todos sus años en las calles. Solía venerar sus “herramientas de trabajo” cual si fueran
delicadas muñequitas de porcelana, de las que había que cuidar y restaurar de vez en
cuando con obligada devoción

Alex nunca elegía el arma, siempre era ella la que lo escogía a él

Así que cerró los ojos y se humedeció los labios con anticipación impaciente.
Inmediatamente se enfureció consigo mismo. Debía mantener la calma, debía estar
abierto y entregado, de lo contrario las primorosas y afiladas armas no le prestarían la
menor atención, repudiando su ansia y despreciándolo por dejarse vencer por la
debilidad humana. De modo que retiró las manos y se enjuagó el sudor que las había
empañado, ensuciando su purificación y ofendiendo a sus pequeñas muñequitas de
porcelana. Tras lo cual, volvió a intentar la conexión con sus diosas y esta vez se
comportó como un buen chico, así que fue recompensado con una elección simple pero
infalible: un pequeño machete al que le robó a un marinero obeso y mal oliente

Sí, sería perfecto y le daría una elocuente cuartada

Llegó al hospital con un tajo en el antebrazo izquierdo de considerable profundidad.


Pero Alex sabía que era un corte preciso e inequívoco, suficiente para no malherirlo del
todo, pero capaz de ser tan escandaloso y sanguíneo como para ingresar en urgencias de
inmediato. Recordó que, con solo verla, había detestado a la recepcionista del hospital,
con sus gafas de piti miní y su insufrible verborrea de gallina caponata. De hecho,
mientras le echaba encima todo aquel torrente de palabras y exclamaciones, Alex se
preguntó cómo sería usar el mismo machete que guardaba en el bolsillo de su pantalón,
rajándole la garganta a la cincuentona y arrancarle de cuajo las cuerdas vocales. Sin
duda sería excepcional el gorgoteo húmedo que emitiría la sorprendida gallinita. Pero se
controló, no era momento ni lugar de fantasear, se limitó a interpretar su papel con la
mayor credibilidad y no tardó en encontrarse sentado en un box con una enfermera
limpiándole la herida

- ¿Vas a coserme tú? (preguntó, procurando que su voz le temblara y odiando la sonrisa
afable que le echó la chica, que no debía tener más de 25 años)
- No, tranquilo, ahora vendrá un doctor (le aseguró con tono meloso, pasándose tras la
oreja derecha un mecho de bucles rubios con coquetería)
- ¿Podría ser una doctora? (Alex se concentró en sonrojarse y bajó humilde y
vergonzoso la mirada) No tengo nada contra los médicos, pero supongo que tengo
La insensatez del destino 81

alguna especie de trauma infantil. Quizás si fuera una mujer me sentiría más cómodo. Si
pudiera ser, claro

Alex se sorprendió de lo fácil que había sido y la suerte que había tenido. Hizo una
mueca. Quizás demasiado fácil para su gusto, pero en fin

Dejó caer maquinalmente la mano izquierda y de inmediato sintió los familiares


lametazos de Tor, quien tampoco le quitaba ojo a la chica. Para él seguía siendo una
intrusa silenciosa e inmóvil, cosa que no dejaba de desconcertarlo, así que no sabía
exactamente cómo actuar al respeto. Tor era el perro más noble y tolerante de la faz de
la tierra fuera de las paredes de su casa, pero dentro era una fiera protectora y vigilante
que, como su amo, no admitía ningún extraño, por inocente que pareciera, allanando sus
propiedades. Se sentó con un gimoteo de incomprensión sobre sus cuatro traseros y, por
primera vez, fue él quien dejó de interesarse por la amada mano de su amo y alargó un
poco el cuello, escrutando con mirada sospechosa los primeros movimientos de la
muchacha adormecida, husmeando el aire que removía

Alex apuró el cigarrillo y cruzó las manos en su regazo, corrigiendo con escrupulosidad
su postura. La muchacha no lo reconocería, a penas lo había mirado mientras le cosió la
herida, y sabía que la primera impresión era muy importante, a pesar de lo que dijera la
estúpida y engreída masa de humanoides. Si miras y no te gusta, simplemente dejas de
mirar. Era así de simple. Aunque también pensó que la muchacha no tenía muchas
opciones, dadas las circunstancias. Si no seguía mirando, sencilla y llanamente la
obligaría a hacerlo

Por los medios que fueran necesarios, por supuesto

La primera reacción audible fue un gemido parecido al de Tor, pero con origen muy
dispar. La chica se removió en su incómoda postura e intentó remediarla sin éxito. Alex
sonrió. Aquello también formaba parte del plan. Debía rebajar su posición hasta lo más
mínimo con respecto a la de él, reduciéndola a un cuerpo retorcido y anclado en una
esquina de la estancia, mientras que él se presentaría primorosamente aposentado en una
cómoda mecedora, acicalado, limpio, sonriente y feliz

Tenía que crear la antítesis

La miseria y la divinidad

La chica tenía que entender que él era su única opción de salvación tanto síquica como
físicamente con tan solo mirarlo por primera vez. Desde el principio, tenía que quedar
rotundamente patente la diferencia de posiciones. Ella en el suelo, en el rincón más
sucio y húmedo de la estancia, y él a una distancia suficiente para abarcar el centro de la
habitación, cálida, luminosa y en clara superioridad

Tenía que entender desde el principio que, de ahora en adelante, era su Dios, dado que
su vida dependía de él

Alex reconoció que la chica era fuerte. Y eso le gustó. La mayoría de sus víctimas
tardaban unas 5 horas más en recuperarse del golpe asentado en la nuca, sin embargo
La insensatez del destino 82

ella tan solo había necesitado 4 horas escasas para volver a conectar con su conciencia.
Era el primer regalo que la muchacha le concebía: ahorrarle las horas de aburrida espera
y unos cuantos cigarrillos también. Por supuesto, al abrir los ojos, el asombro de la
muchacha quedó exquisitamente plasmado en sus retinas vidriosas. Ah, el temor a lo
desconocido, que riquísimo segundo regalo de bienvenida

Alex supo, en ese instante, que su nueva víctima tenía potencial para que se divirtiera de
lo lindo. Iba a disfrutar, además de sacar provecho, y eso lo animó visiblemente

En cuanto la chica lo descubrió, pegó un respingo y se apretó contra la esquina


involuntariamente. El espíritu de supervivencia, pensó Alex desde su privilegiada
posición

“Sí, eso es, muéstrame tu miedo y enriquece mi poder...”

- Buenos días, Esther (saludó sonriente, inclinándose y apoyando sus codos en las
rodillas) Ya tenía ganas de conocerte...

Se despertó sobresaltada, como si alguien le hubiera atado una soga al pecho y hubiera
tirado con imperiosa violencia de ella. Un calambre electrizante acabó de despejarla y lo
único que alcanzó a pensar es que no le era desconocido. Intentó abrir los ojos y al
principio pensó con horror que alguien le había pegado los párpados. Pero al fin pudo
desengancharlos, con extremo dolor, y la visión se le antojo alucinógena y borrosa. Esos
síntomas solo podían corresponder a una excesiva cantidad de horas de sueño. No era
pegamento, sino una acumulación exagerada de lagañas casi fundiendo sus párpados por
completo

No reconoció su alrededor. De hecho, no llegó a verlo con exactitud, dado que cayó
dormida de inmediato

Alex se sintió defraudado cuando Esther rehusó el cruce de miradas. Se había esforzado
tanto en mantener un tono amable y así se lo pagaba. Qué decepción. ¡Y qué ofensa!
Pero Alex se llamó a la atención, la chica aún no sabía quién era él y qué representaba
para su vida. Pero le gustó el descaro, puesto que significaba un carácter y una
personalidad inequívoca. Tenía que ser paciente, una vez más, si quería triunfar. Tras la
primera impresión visual, debía dejar clara la cadena alimenticia que había surgido entre
ellos: ella la presa y él el depredador

Se levantó repentina y violentamente, acaparando la atención de la muchacha una vez


más, sonriendo maliciosamente cuando las miradas volvieron a encontrarse y pudo
gozar una vez más de sus ojos vidriosos por el terror y las lágrimas. Ese era su primer
castigo, obedecer a su captor sin reproches ni rechistares. Él decidía cuando dejaba de
mirarlo y él decidía cuando reprochar una mirada. Los sonidos que la chica emitió
cuando se acercó a ella con paso firme y amenazante no tuvieron precio para Alex: no
eran palabras, sino las vocalizaciones más primitivas de la emoción más primeriza del
mundo: el miedo
La insensatez del destino 83

Sin embargo, decidió no darle más información oral. Los hechos suelen calar más
hondo que las palabras. Clavó un puño en la pared, justo a unos centímetros de la sien
de la chica, y gruño con visceral fiereza. Luego, educada y sutilmente, volvió a su
mecedora y volvió a sonreírle amigablemente a Esther. Disfrutó inmensamente del
desconcierto de la joven y se limitó a alzar un mando a distancia en su mano derecha.
Presionó un botón e inmediatamente después la pared izquierda se deslizó con un
zumbido metálico, que lo acompañó varias vacilaciones de maquinaria chirriantes y
ensordecedoras. La muchacha miró y Alex pensó, con orgullo y satisfacción, que había
logrado su objetivo: bombardear a Esther con temor, preocupación y culpabilidad

- Sí, como lo ves (volvió a hablarle con dulzura casi repugnante) Solo está dormida,
pero en cuanto la cagues, te aseguro que no volverá a abrir los ojos nunca más

Alex experimentó una inmediata y rabiosa erección en cuanto Esther se horrorizó al ver
a Maca tendida en una camilla, en una sala adjunta, y se retorció de desesperación. Los
aullidos impotentes de la muchacha eran el mejor afrodisíaco para Alex

Había acertado. Tan solo era una corazonada, pero había acertado. Maca era su
debilidad

“Qué grato resulta ser el mejor”

Cruz entró con notable fatiga en los vestuarios, aliviada por no encontrarse a nadie más.
Se sentó en el banquillo central, dejando escapar un hondo suspiro de cansancio. Sabía
que había estado forzando la maquinaria, pero no había encontrado otro modo de
abstraerse de sus fastidiosos pensamientos, anegados de derrotismo. No recordaba otra
ocasión en la que le hubiera costado tanto desconectar para trabajar. Quizás cuando
perdió a su hijo, pero eso fue harina de otro trigo. Las intensas jornadas laborales la
habían casi absorbido como una especie de terapia reconfortante

Se pasó una mano por la frente y se liberó de su estetoscopio, estiró varias veces el
cuello y se enderezó para hacer crujir la espalda, que no tardó en responder
ruidosamente

No solo estaba cansada físicamente. Cruz estaba inusualmente agotada de sus cábalas,
dándole vueltas a las enfurecidas palabras de Maca. Era suficientemente razonable
como para entender que tan solo habían sido fruto de un arranque emocional imprevisto
y descontrolado. Y también sabía que no era ella la causante del susodicho

Pero aun así dolía endemoniadamente

Cruz era una persona extremadamente sensible en temas de maternidad y Maca lo sabía.
Quizás por desafortunado azar había escogido las palabras que más le dolerían a la
neurocirujana. Cruz era incapaz de conceder que Maca hubiera atacado a su punto más
débil con deliberada conciencia

La neurocirujana se levantó pesadamente meneando la cabeza


La insensatez del destino 84

No, claro que no lo había dicho adrede. Lo que las palabras de Maca reseñaban era un
lejano pero profundo resquemor hacia su propia figura materna y Cruz había estado en
el momento más inoportuno y en el lugar más inapropiado, formulando la pregunta
clave para desmantelar el más remoto y escondido pesar de Maca. Habían pasado los
suficientes años como para haberse dado cuenta de ese detalle, pero Cruz no recordaba
ni una sola conversación en la que Maca hubiera mencionado a ningún miembro de su
familia. Intentó pensar en alguna ocasión en la que el tema hubiera surgido
inevitablemente, como en época de navidad y fiestas familiares, o al menos en el día del
padre o la madre. Quizás incluso en los primeros días de la pediatra en Hospital Central,
cuando su apellido de renombre adinerado había corrido como la pólvora entre
residentes, médicos y enfermeras. ¿Había mencionado a su familia por aquel entonces?

Cruz frunció las cejas, quedándose mirando el interior de su taquilla abierta


ausentemente

Si Maca había dicho algo de su familia, sin duda Cruz no había estado presente. Y en
todo caso, lo que hubiera dicho no tendría demasiado peso, dado que no había llegado a
sus oídos ni siquiera por la radio macuto de Teresita

“¡Deja de comportarte como mi madre, mierda! ¡Yo no tengo madre, nunca la he


tenido, y no necesito a una postiza ahora mismo, te enteras!”

La clave residía en el nunca, sin duda, pero las razones eran casi infinitas y Cruz no
tenía la menor pista para decantarse por ninguna de ellas. Volvió a menear la cabeza y se
sintió repentinamente desolada. Ella, maternal desde la primera muñeca de trapo que le
habían regalado a los 3 años de vida, era incapaz de entender cómo una hija podía
renegar con tal vehemencia de su madre. Y no solo a la madre, si no a cualquiera que
osara adquirir un carácter materno hacia Maca. Así mismo, Cruz tampoco era capaz de
entender qué tenía que hacerle a su hija esa madre para crearle tal odio y rechazo

Mientras se dirigía a recepción, cruzó una mirada con un atareado Vilches, que sin voz
le dijo que en una hora estaría con ella en casa. Bien, le daría un poco más de tiempo
para meditar a solas. Sin duda Vilches la bombardearía a preguntas, dado que lo había
estado evitando grotescamente durante todo el día, echándose a la espalda más del doble
de casos que de costumbre. Y eso sin tener en cuenta que lo había hecho en su día libre,
claro

- ¿Ya te vas? (preguntó Teresa alzando la mirada de sus papeleos)


- Sí, creo que es suficiente por hoy
- Hija, por hoy y para toda la semana (se escandalizó la recepcionista, sacándose las
gafas) Espero que me lo expliques algún día, porque huele a raro, déjame que te diga.
Primero entras tú con unos morros hasta China, luego Esther se va como alma que
persigue al diablo y ahora que no me coge el teléfono ni ella ni Maca

Cruz se puso tensa instintivamente

- ¿ Y para qué las has llamado? (quiso saber, ligeramente nerviosa. Lo último que le
faltaba era que la principal cotorra de Hospital Central se enterara de sus desavenencias
con Maca)
La insensatez del destino 85

- ¡Pues para saber qué rediantres le había pasado! Tú has estado de quirófano en
quirófano metida todo el santo día, ¿a quién querías que se lo preguntara? Pensé que
quizás le había pasado algo a alguien de su familia, ¡vete a saber! Pero nada, no ha
habido manera. Ni móviles ni fijos. Esas dos parecen haberse esfumado (recapacitó y se
corrigió) O encerrado como ermitañas, que todo puede ser, porque la gente está de un
rarito últimamente... (apoyó los codos en el mostrador inclinándose conspiradora,
bajando la voz) Porque no me dirás que es muy normal meter en casa a una extraña a los
dos días de conocerla, por mucha penita que te dé que se haya tirado de cabeza de una
moto
- No se tiró, se le fue de las manos (se descubrió respondiendo Cruz, visiblemente a la
defensiva sin tener muy claro a dónde quería llegar Teresita con su olfato de sabueso
viejo)
- ¡Lo que sea! (chasqueó la lengua) Mira, yo las conozco a las dos, bueno más a Esther
que a Maca, y son un encanto, pero ¿y ellas dos? ¡Si apenas hace 4 días que han
empezado a hablarse! (un suspiró de exasperación quebró el discurso indignado de la
recepcionista, que volvió a ponerse las gafas meneando la cabeza) Yo te digo que Esther
es una ingenua y una sentimental
- ¿Se puede saber a dónde quieres llegar? (preguntó Cruz, al fin, con cierta irritación,
molesta con tantos rodeos)
- Ay, mira, no sé, no me hagas mucho caso. Quizás es que estoy un poco chapada a la
antigua, pero me da mala espina, qué quieres que te diga. Yo a la Conchi, una de mis
mejores amigas del alma, ya sabes, la de la niña con almorranas, llevo casi 30 años
conociéndola y aun no ha pasado una sola noche en mi casa, con eso te lo digo todo

Cruz alzó las cejas. ¿Era posible que Teresita fuera tan corta de miras y tan
rocambolescamente anticuada? Era cierto que un poco precipitado resultaba el traslado
de Maca al piso de Esther, pero desde luego estaba lejos de los cinismos y películas que
se montaba la recepcionista sobrada de imaginación. Cruz también conocía a ambas
chicas y desde luego no le hacía ninguna gracia que Teresita insinuara que Maca era
bicho de mal fiar para metérsela en casa

- Teresita, ¿sabes lo que te digo? (la señaló con el dedo e inmediatamente después se
mordió la lengua. La recepcionista con ojos de plato no tenía por qué pagar con sus
frustraciones, así que decidió moderar sus palabras y cambió el discurso) Que quizás te
vendría bien salir a cenar con tu Paquito esta noche y olvidarte de las cosillas de los
demás. Porque dime, ¿cuánto hace que no coméis una de esas espléndidas paellas en
San Marisquín, uhm?

Teresa parpadeó inocente y golosamente, entreabriendo los labios en un gesto de


desconcierto y hambruna

- Yap, eso me parecía a mí (Cruz le palmeó el brazo sonriente y le entregó su hoja de


registro) Deja de preocuparte tanto por los demás y date un caprichito con Paco, que un
día es un día

Dicho lo cual, se dio media vuelta y se encaminó hacia la salida, dejando atrás a una
ensoñadora recepcionista que repentinamente no veía rostros, si no paellas en todos los
familiares en la sala de espera. Pero pronto el cansancio reptó de nuevo por su interior,
agarrotando sus músculos y calando sus huesos. En aquellos momentos Cruz solo podía
pensar en llegar a casa y meterse en la cama. Objetivo cumplido, sus preocupaciones se
La insensatez del destino 86

había reducido a un claro espíritu de supervivencia. Su cuerpo clamaba atenciones


mayores y más importantes que las reclamaciones de su mente

Pues menudo día libre.

- La humanidad... (una risa amarga) El hombre, uno y ninguno...

Azorada, Esther se concentró primeramente en restablecer su respiración perdida y a


cerrar los ojos. Era incapaz de creer lo que estaba viviendo. Le era completamente
incomprensible encontrarse en tan anodina situación. Esas cosas solo pasan en las
películas. No, ella no estaba ahí, luchando contra la oleada de ansiedad que amenazaba
con aplastarla y engullirla, ni eran sus manos las que lenta pero implacablemente iban
perdiendo la sensibilidad por las fuertes atadura que las mantenían inmovilizadas a su
espalda. Tampoco las comisuras de sus labios empezaban a escocerle por la incordiosa
rozadura del pañuelo que le amordazaba la boca, empapado en saliva y restos de sangre

No, aquello no era real. No podía ser real. Debía ser una siniestra pesadilla

“Tenía que serlo”

Pero Esther volvió a sentirse abofeteada cruelmente por la realidad cuando abrió los
ojos y vio de nuevo la figura amenazante que seguía a pocos metros de ella,
balanceándose y filosofando en un monólogo igual de tétrico y absurdo que su situación

- ... Carga desde hace años con su rostro pegado al cráneo y su sombra cosida a los
pies... (murmuró con aquella voz engañosamente suave, casi con cariño hacia Esther,
cosa que le provocó un abismal escalofrío que llegó a marearla incluso)... y todavía no
ha logrado comprender cuál de las dos cosas pesa más. A veces experimenta el impulso
irrefrenable de despegárselos, colgarlos en un clavo y quedarse allí, sentado en el suelo,
como una marioneta a la cual una mano piadosa ha cortado los hilos

¿De qué demonios estaba hablando ese loco? Fuera lo que fuese, la angustia de Esther
iba aumentando a medida que las palabras fluían como ceceantes lenguas de serpiente
en el aire enrarecido que los rodeaba. Volvió a mirar hacia su derecha, decidida a no
escuchar ni una palabra más, y encontró de nuevo a Maca tendida en un tablón de acero
inoxidable espeluznantemente brillante. Un leve retazo de alivio apaciguó
momentáneamente su desespero cuando observó el pecho de la pediatra bajando y
subiendo en un ritmo lento pero seguro

Se volvió hacia la figura de nuevo, dispuesta a encontrarle sentido a tal desconcierto,


pero se hallaba a contra luz sabiamente, así que Esther solo podía deducir que era un
hombre de dudosas intenciones. Mientras seguía con sus desquiciados conceptos
humanitarios, la residente miró a su alrededor con ciertas ansias de encontrar siquiera
una respuesta, una esperanza invisible entre tanta ruina. Era evidente que la había
metido en una sala ciertamente distinta a la que se hallaba Maca. Parecían, de hecho, la
antítesis: la de Maca blanca e impoluta, una especie de laboratorio futurístico y
completamente estéril; Esther, junto al hombre endemoniado, se vio reducida en un
intento de almacén corrupto, entre sombras, moho y telas de araña inquietantemente
gigantes. Un lugar donde la luz del sol nunca rozaba, en eternas penumbras y en
La insensatez del destino 87

posesión de una impasibilidad poco natural, salvo para los bichejos que debieran
habitarlo

El reino de los ratones

Esther se estremeció de nuevo, repugnada de repente por el aroma dulzón a putrefacción


y a descomposición. Una alarma en la mente de la residente empezó a dar bocinazos
enloquecidos. ¿Putrefacción? ¿Descomposición? Esther sabía muy bien lo que aquello
significaba y el pánico hizo mella en ella cuando fue realmente conciente del peligro
que corría. Se retorció súbitamente, interrumpiendo el monólogo enfermizo del hombre,
sorprendiéndolo incluso a él

- ¿Qué ocurre, pequeña? (otra risita)

La residente no tenía muy claro qué la estremecía más: la certeza de haberse descubierto
pendiendo en lo que podría ser su último hilo de vida, o la vomitiva afectuosidad de la
voz paternal de aquel hombre. El corazón se le disparó a velocidades alarmantes cuando
el desgraciado se volvió a levantar y se le acercó con la majestuosidad de una águila en
clara ventaja. Esther se apretó aun más contra la ruin esquina donde estaba hecha un
ovillo, hasta tener la sensación de que su columna vertebral iba a hacerse añicos para
formar parte de la pared y camuflarse en ella

- Ya sé, ya sé... (el hombre asintió con aires comprensivos, pero la residente aun tenía
dificultades para verle el rostro: más que por la posición o por estar aun a contra luz,
porque el miedo le había anulado desgarradoramente los sentidos) Las primeras
impresiones, ¿uhm? (el hombre alzó las manos, abarcando el lugar) No es el Hotel Rich,
precisamente, ¿pero no te parece hermoso? (una sonrisa brillante entre la oscuridad que
los rodeaba, centelleó) La naturaleza degradando las banales construcciones del hombre,
ganando terreno robado, derrumbando la ambición de los humanos con lenta sabiduría

Esther cerró los ojos, sintiendo como su estómago protestaba audiblemente. ¿Hermoso?
Dios santo, pues no, a Esther no le parecía hermoso, precisamente.

- Vaya, parece que no compartimos gustos (el hombre se agachó y ladeó la cabeza como
un cachorrillo lastimero) Me partes el corazón, en serio. Y yo que me había hecho tantas
ilusiones contigo (un chasqueo de lengua y un meneo de cabeza) Oh, bueno, supongo
que era pedir demasiado. Sin embargo estoy seguro que sigues sirviéndome para el
propósito al que te he destinado (en ese momento el hombre captó una mirada fugaz de
su rehén hacia la izquierda y volvió a asentir) Oh, claro, claro, por supuesto que tendrás
tu recompensa (Esther sintió unos dedos fríos de cadáver acariciarle la mejilla con
escalofriante morosidad) Pero yo quiero que lo hagas a la perfección, no solo bien, sino
excelente, pequeña. Solo en ese caso tu querida lesbianita seguirá con vida

Esther apartó el rostro bruscamente y mordió la tela del pañuelo con una mezcla de furia
e indignación. Se le antojaba irónico y salvajemente cruel que se le hubiera brindado
una esperanza con Maca, para luego arrebatársela con la misma falta de piedad. Volvió a
abrir los ojos, que los había cerrado con un surco de lágrimas que no quería derramar, y
vio de nuevo a Maca, tranquilamente dormida, ajena a la barbarie que en realidad la
rodeaba. Fue entonces cuando Esther, en un instante hipnótico, abandonó el destartalado
almacén donde un enfermo mental la estaba acorralando y amenazando, y se encontró
La insensatez del destino 88

junto al cuerpo inmóvil de la pediatra. En esa posición, Esther podía ver todo su perfil,
tan afilado como una grieta en el hielo el primer día de primavera. Con súbita lucidez,
Esther fue conciente de la ligera curva ascendente de los labios de Maca, la nítida y
cincelada pendiente de la nariz, la majestuosa redondez de la mandíbula, cada ángulo en
perfecta, tierna y extrañamente familiar armonía. Con un paso atrás y una perspectiva
aun mayor, la residente se descubrió estupefacta por la inesperada belleza de la pediatra,
realzada por su condición de inconsciencia y desamparo. La belleza de Maca no era un
mero reflejo en un espejo, sino que brotaba, con una simplicidad pasmosa, desde lo más
recóndito de su ser

Esther volvió a la realidad con el corazón en un puño, envuelto en una verdad que
acababa de reconocerse a sí misma que la armó con una fuerza que no quería ni debía
rechazar. Miró a los ojos ocultos del hombre que le echaba el aliento encima y despachó
el miedo de su torrente sanguíneo, dotando al corazón un ritmo más sosegado y
elocuente. No sabía qué cara se le había quedado al hombre tras su desafío visual,
puesto que Esther era conciente que lo estaba retando inesperadamente y que quizás no
era eso lo que él había esperado. Lo único que el desdichado se limitó a hacer fue callar,
apartar la mano osada y levantarse con silenciosa lentitud. Esther no apartó la mirada,
aunque solo la dirigiera a un rostro anónimo, y la adornó entrecerrando los ojos,
dotándolos de una afilada soberbia que, en realidad, no poseía. Quería que el hombre
entendiera que no iba a doblarse tan fácilmente, que por mucho que estuviera en clara
desventaja, no iba a permitirle tocar su dignidad como persona. Iba a luchar, y con todas
sus fuerzas, antes de sucumbir a la derrota, aunque el final ya lo hubiera dictaminado él
desde buen principio

Tras un breve instante de tensión, el hombre alzó de nuevo su mano con el mando a
distancia y presionó un segundo botón. Esther supo que aquello era un regalo en cuanto
el cristal blindado que separaba las dos salas se alzó obedientemente, sin un solo sonido.
Aquello no estaba previsto, era, quizás, una leve muestra de compasión, quizás
misericordia. Quizás una recompensa por su osadía. ¿Quién sabe qué demonios le debe
haber pasado por la cabeza a este desquiciado? La residente tenía muy claro que sea lo
que sea, aprovecharía la ocasión sin siquiera pestañear, puesto que tenía la indescriptible
sensación de que sería la última vez que pudiera ver un atisbo de humanidad en aquel
ser enloquecido y desalmado

Lo miró expectante

- Levántate (ordenó, y Esther supo que algo había cambiado al descubrir frialdad en la
voz de su captor)

No protestó, le resultaba más llevadero ese tono impersonal al desagradable


paternalismo anterior

Había logrado algo, ¿pero el qué? Y sobretodo, ¿iba a beneficiarla o a perjudicarla, en


todo caso? Se levantó con evidente esfuerzo, ascendiendo por la pared y fue conciente
por primera vez de que iba descalza. Pisar los tablones podridos de aquel apestoso
almacén no fue una experiencia que Esther quisiera registrar para la posteridad. Siguió
al hombre con la mirada fija en el rostro de Maca, ansiosa por estar más cerca y
comprobar por sí misma que se hallaba en buenas condiciones. De repente sintió bajo
La insensatez del destino 89

las plantas de sus pies la frialdad extrañamente sedosa de las baldosas de la sala
futurista

- Como ya habrás visto, está perfectamente (anunció el hombre, situándose al otro lado
del tablón metálico donde Maca yacía y Esther pudo ver al fin su rostro, pero
permanecía oculto tras un pasamontañas negro con un extraño corte en la boca que
permitía ver los dientes relucientes del desgraciado) Quiero que entiendas muy bien
cuales son los riesgos para que puedas alcanzar los objetivos con la mayor precisión
posible

Esther asintió, sin apartar la mirada del cuerpo de Maca. Parecía estable, pero
completamente inconsciente. Tenía una intravenosa con suero en el antebrazo derecho.
Quizás suero con algún que otro compuesto que la mantuviera sedada. Su mente
profesional analizó la situación casi sin darse cuenta, pasando la mirada por el monitor
que indicaba los niveles vitales de la pediatra. Sí, estable era una palabra adecuada. Y
solo tras su examen externo, volvió a mirar al hombre con interrogación, pero también
con frialdad

- No me importa cómo lo consigas, ese será exclusivamente tu problema. Lo que me


interesa es el cuándo (prosiguió el hombre) Pero antes de entrar en detalles, quiero que
veas por ti misma las consecuencias de no hacer el trabajo con el máximo esfuerzo

Esther se puso tensa en cuanto el hombre alzó una mano, sobrevoló el cuerpo de la
pediatra y descubrió entre sus dedos una jeringuilla de sospechosa procedencia y aun
más inquietante contenido. La residente, instintivamente, dio un paso adelante, aunque
su mente sabía que maniatada y amordazada no iba a poder conseguir nada, pero su
cuerpo reaccionó al margen de sus limitaciones. El hombre soltó una carcajada y meneó
la cabeza en cuanto Esther miró desconcertada hacia su cintura, tras haber sido
bruscamente detenida. Unas cadenas pesadas y oxidadas rodeaban su vientre, atándola
al rincón del que procedía. ¿Cómo era posible que no hubiera notado su peso, al menos,
al levantarse? Levantó la mirada y pronto supo de la fatalidad de su atadura al volver a
ver la jeringuilla. Dios santo, si la pinchaba realmente no iba a poder hacer nada, a pesar
de estar a menos de un paso de Maca. Aquello no era cruel, era directamente de un
sadismo patético y desalmado

- Tranquila, fiera (bajó la jeringuilla y la guardó en lo que Esther supuso un cajón lateral
en el tablón metálico) Tienes que tener muy presente que tengo un doctorado y sé lo que
tengo entre manos, tú misma lo habrás comprobado al ver esta sala. Así que no intentes
ninguna estupidez, o tu amiguita sufrirá las consecuencias. Lo que no he decidido aun es
si las sufrirá consciente o inconscientemente, de tu habilidad dependerá ese pequeño
detalle

“¿Pequeño detalle, jodido cabrón?”

Lo miró con rabiosa furia y sacudió su torso, en un nuevo y fracasado intento por liberar
sus manos. Lo cierto es que Esther empezaba a estar al borde de la locura. Algunas
personas se anulan ante la amenaza, reduciéndose a una mísera masa sumisa, de orejas
gachas y mirada huidiza. Esther, de no haberlo vivido, nunca hubiera sabido que en su
interior se hallaba adormecido un espíritu de lucha de tal vigor e incandescencia ante las
La insensatez del destino 90

adversidades más extremas. De hecho, seguramente se hubiera imaginado muerta de


miedo, llorosa y suplicante

El hombre volvió a reír y Esther a rugir

- Oh, para, para, ¡me vas a matar! (suplicó el hombre, sabedor que eran precisamente los
más ardientes deseos de la residente) Me ha salido gruñona esta enana, ¡quién lo iba a
decir!

El muy sibilino se lo estaba pasando en grande y eso encendía más la hoguera de Esther.
Sabía que se estaba dejando dominar, que enfurecerla era exactamente el propósito de
aquel maldito, así que se obligó a volver al estado hipnótico anterior, insensibilizada e
impersonal. Respiró hondo, a pesar de la venda oprimiendo sus labios, y lo miró en un
gélido cruce de miradas. No estaba dispuesta a que jugara con ella. Si no había
entendido mal, aquí no era ella la única que tenía algo que perder en aquel enloquecido
juego. Se despojó de distracciones y reclamó de una vez por todas que se le contara qué
diablos era lo que quería ese desgraciado. Solo cuando lo supiera, empezaría a conocer
las debilidades de su captor y a poder trazar un plan

- ¿Es un rostro hermoso, verdad? (preguntó el hombre con renovado afecto,


descolocando por completo a la residente)

Esther frunció el ceño. Espera, ¿qué había dicho ese desgraciado de los rostros y la
humanidad? Miró el rostro de Maca con creciente nerviosismo. Algo de sacar el rostro
y colgarlo, memoró levemente y se maldijo por haberse distraído. Si conoces el mensaje
intrínseco del discurso de tu enemigo, sabrás sus puntos flacos sin necesidad de
preguntar. Algo que Esther, desgraciadamente, aprendió en ese instante, demasiado
tarde. Miró de nuevo al hombre con horror, tragando ruidosamente saliva

- ¿No? (el hombre alzó las cejas) Vaya, pues ahora sí que me dejas anonadado. Pensé,
Esther, que este era un rostro que te gustaba particularmente...

La residente dio un paso atrás mientras sentía un sudor frío calándole los huesos
inmisericordioso. El captor, sin aparente esfuerzo, ya conocía su punto más débil. Esther
estaba, más que nunca, en inmensa desventaja. Ese desquiciado iba, por lo menos, 10
pasos por delante mientras Esther a penas podía dar siquiera uno, maniatada,
amordazada y encadenada

La tenía, literalmente, en sus manos

El hombre pareció advertir la nueva conciencia de la residente respecto a su situación y


una sonrisa siniestra ensanchó sus labios carnosos. Esther se sintió horriblemente
impotente cuando vio los dedos cadavéricos de aquel chiflado acariciar los pómulos
primorosos de Maca y repentinamente dejó de forcejear con sus ataduras. Era inútil, se
dio cuenta, era absurdo y suicida luchar con tanta desventaja. Debía ceder si quería
ganar terreno de batalla. El hombre la estaba provocando, poniendo a prueba su
fortaleza y obligándola a rescribir su lista de prioridades. Y esta vez Esther entendió el
mensaje a tiempo, de modo que relegó su orgullo unos cuantos puesto más abajo y subió
varios peldaños hasta colocarlo en primera posición el mismísimo y primerísimo afán de
supervivencia a cualquier precio
La insensatez del destino 91

Debía centrarse y bajar los humos si quería que ambas salieran vivas e ilesas de aquel
infierno

- Veo que poco a poco nos vamos entendiendo (ronroneó el hombre, pasando al lado
donde Esther se encontraba, sorprendiéndose gratamente cuando ésta no se apartó ni
hizo el menor movimiento cuando el la cogió delicadamente por los hombros,
situándose tras ella) Me gusta, eso nos facilitará las cosas a ambos, a fin de cuentas, no
nos gustaría que la lesbianita se quedara permanentemente en las propiedades de
Morfeo, ¿verdad pequeña?

Esther permaneció en silencio y tragó su bilis, obligándose con tenacidad mordaz a


permanecer bajo control. Apartó la mirada de Maca, la imagen era demasiado dolorosa,
y sobrevivió a las ganas casi enfermizas de apartarse de aquel chiflado asqueroso, de
liberarse de sus garras de depredador encarnizado, el peso de sus manos le resultaba casi
insoportable, su cercanía era espeluznante y su olor un delito para las fosas nasales. Era
una mezcla de sudor y halitosis, a dejadez corporal de por lo menos varias semanas

Esther pensó que la muerte no debería oler muy diferente

Entonces el hombre se inclinó, deslizando sus manos permanentemente heladas por el


contorno de los brazos de Esther, y le susurró al oído apestando el entorno inmediato de
la residente, que apretó los dientes para no dar muestras del asco y del rechazo visceral
que le producía

- Voy a dejaros un ratito a solas, queridas, el papi tiene cositas que hacer (apartó al fin
sus manos y liberó inesperadamente a Esther de las cadenas que aprisionaban su
cintura) Si haces cualquier tontería, quiero que sepas que lo voy a saber. Las razones y
los medios no te conciernen, pero quiero que entiendas que me enteraré al acto y que el
castigo será igual de inmediato

Esther no se movió, a pesar de su reciente aunque mínima libertad

- En ese cajón donde has visto que guardaba la famosa jeringa, encontrarás 3 en total (le
anunció la voz del hombre desde atrás, alejándose, hasta que Esther escuchó un
zumbido metálico y un chasquido de cerraduras al fin) Dos de ellas son para despertar a
nuestra dulce bella durmiente, pero una contiene algo que a la lesbianita me temo que
no le sentará muy bien (una risa divertida y maléfica, Esther se dio la vuelta y solo
encontró cristal blindado y tras éste la pared del almacén en ruinas) Confío en tu astucia,
que me consta posees, para averiguar cual es cual (le informó la voz con sarcasmo a
través de algún tipo de altavoz, sin duda las estaba observando)

La comunicación se cortó abruptamente y entonces el silencio las envolvió. Lo primero


que Esther pretendía era liberarse de las ataduras de las manos y sacarse ese maldito
pañuelo de la boca, pero antes de nada, se permitió un momento de paz recuperada tras
el huracán y el caos donde se encontraba sin comerlo ni beberlo. Se dio media vuelta de
nuevo, notando como las plantas de los pies se acostumbraban a la tibieza que habían
dejado anteriormente, y miró alrededor. Como había pensado la primera vez, aquella
sala parecía razonablemente un quirófano del futuro, completamente blanco y
desinfectado, sin ventanas, solo paredes estériles, luz metálica y casi cegadora, y suelos
La insensatez del destino 92

de baldosas inmaculadas y resplandecientes. Los únicos muebles que había en tan


desalmado habitáculo eran el tablón donde yacía Maca inconsciente, semejante a lo que
debería ser una mesa hecha de espejos, y unos cuantos aparatos y monitores que se le
habían conectado para controlar sus constantes

El cajón

Esther se llamó a la atención, no podía ir embobándose con naderías, aquello no era una
película, como bien y amargamente había comprobado. Rodeó el tablón y vio el cajón
que había bajo el cuerpo de Maca, justo a la altura de sus costillas. Se dio la vuelta y lo
abrió con los dedos apretados de sus manos. Ahí dentro había, efectivamente, tres
jeringuillas, pero a su alrededor había un equipo rigurosamente completo de
herramientas quirúrgicas resplandecientes y casi hermosas. Brillaban como un diamante
bien pulido y casi había una promesa en cada destello que emanaban. Estaban ordenadas
casi con la armonía de una música sin memoria, cada una de ellas en su lugar
correspondiente y en su ángulo exacto. Esther tragó nuevamente, con un escalofrío igual
de metálico que los utensilios que estaba observando

Quizás ese individuo no fuera muy cuidadosos con sus quehaceres corporales, pero
cuidaba a los mil amores sus pertenencias

Eso implicaba un conocimientos exhaustivo y casi obsesivo en la materia, acomplejando


el carácter ya de por si errático de aquel hombre apestado. Sin mucha lógica, las
personas tendían a asimilar la pobredumbre y el hedor corporal con la estupidez y falta
de cordura. “Un tonto es tan tonto que no sabe ni lavarse los calzoncillos”, decía su
abuela. Y de igual modo, se vinculaba la sabiduría y la brillantez intelectual con la
elegancia y la limpieza tanto de vestimenta como de modales. Pero era evidente que
toda regla posee su excepción

Esther escogió un bisturí más pequeño de lo normal, pensando que no era el


reglamentario y que encontrar uno de esos requería una búsqueda de aficionado
obsesivo. O quizás con un personaje doctorado con contactos muy fiables y, sobretodo,
con un precio. Mientras la residente maniobraba con el bisturí minúsculo, se replanteó
la situación. El hombre aún no le había dicho qué era lo que pretendía con tan
estrambótico secuestro. Tampoco las implicaciones de una Maca inconsciente,
delicadamente cuidada. Sin embargo, de manera indirecta, había dejado en manos de
Esther su destino con aquellas tres endiabladas jeringuillas

Esther se liberó de las ataduras y masajeó sus muñecas

Dos salas completamente distintas. Dos rasgos en el hombre igual de dispares: dejadez
personal casi por completo, pero una exquisita maña en su vocabulario culto y en el
cuidado de su “paciente”. Afecto paternal en sus palabras, casi jovialidad, y
repentinamente distanciamiento y frialdad

Todo aquello era, francamente, desconcertante cuanto menos

¿Y qué se suponía que aquel degenerado iba a hacer ahora? ¿Qué “cosillas” debía hacer,
antes de contarle a Esther el por qué de todo aquel infierno? Y sobretodo, ¿qué
significaba darle la opción de despertar a Maca, al igual que de causarle daño? Si Maca
La insensatez del destino 93

moría, el hombre tenía que haber contemplado la posibilidad del desmoronamiento de


Esther y, como consecuencia, la inutilidad de ésta para llevar a cabo “el propósito al que
la había destinado”. Aunque también cabía la posibilidad de que ese objetivo,
precisamente, fuera matarlas a ambas por pura diversión, dándoles juego mientras la
muerte las iba acechando

Esther se pasó una mano por la frente y sofocó un sollozo. Era exasperadamente
horrible pensar en esa posibilidad

La residente se enderezó, recuperándose con brusquedad impuesta. No, no tenía porque


pensar que era un asesino despiadado, de momento se le había mostrado como un
hombre de modales cultos, inteligente y sensible a las emociones de la residente. En
ningún momento se había mostrado violento, salvo en ese primer momento en que
Esther abrió los ojos y se desesperó ante el horror con el que se había vestido su más
inmediata realidad. Y en todo caso, pensó Esther, solo había sido un momento de
imposición para resaltar su figura aventajada y dejar claro los territorios y los rangos de
ambos. También se había mostrado hablador y razonable, exponiendo con claridad sus
propósitos y qué esperaba de la residente, garantizándole un final satisfactorio para
ambas partes si obraba con precisión. O mejor dicho, la palabra exacta había sido
perfección

Así que no era un individuo de reacciones viscerales y espontáneas con imposibilidad


de diálogo o tratamiento, sino más bien alguien que se ceñía con delicadeza casi poética
a un plan preconcebido, bien trazado y calculado

Ahora la cuestión era a qué exactamente se debía todo aquello

- Maca

Esther acarició la mano relajada de la pediatra, observando su rostro impasible con una
claustrofóbica sensación de protección. Volvía a tener la vida de la pediatra entre manos
y, desde luego, era algo que no se le había dado muy bien en el pasado. Se llevó el dorso
de la mano de Maca a los labios y lo besó con infinita ternura, liberando un pesado
segundo sollozo y rompiendo a llorar, al fin, inclinándose y arropando el torso de la
pediatra

- Todo saldrá bien... te... te prometo que esta vez no te voy a fallar (le aseguró con voz
temblorosa, abrazando con doloroso afecto el cuerpo de Maca) Ya verás, cariño, vamos
a salir de ésta (una sonrisa amarga, unos ojos cerrándose con desconsuelo) Te quiero, te
quiero, te quiero...

Había algo a su alrededor que no conseguía precisar de qué naturaleza era, pero Maca
supo casi al primer instante que era algo realmente hermoso. Intentó alcanzarlo varias
veces, pero su cuerpo se había vuelto etéreo, casi de niebla. Trató de juntar sus manos y
se maravilló al ver cómo ambas se fundían la una con la otra hasta lograr traspasarse

En el aire parecían flotar promesas de eternidad dulzonas en un baile lento y delicado,


como una nana murmurada con el más puro de los sentimientos
La insensatez del destino 94

Maca no pudo evitar sonreír. Quería responder, quería asegurarle a quien quiera que
estuviera cantando que aceptaba el trato, que se entregaba. Deseó formar parte de cada
una de esas tiernas promesas, entregar su eternidad dócil y agradecida. Se le estaba
volviendo el corazón de caramelo líquido a medida que su cuerpo, de forma constante y
tierna, se volvía cada vez más efímero

“Te quiero...”

- Y yo (respondió Maca al instante) Yo también te quiero

“Eres tan hermosa...”

La voz, sin duda, era familiar, pero la pediatra no recordaba haber escuchado esa
tonalidad amorosa nunca antes. Era dolorosamente afectiva, parecía profesar un amor
rabiosamente incondicional hacia Maca, consiguiendo conmocionar a la pediatra hasta
el punto de deshacerse del todo, al fin, y lograr formar parte de aquella voz

- Ya estoy aquí

“Lo sé, siempre lo has estado, mi vida...”

- Te he extrañado tanto...

“Abrázame, por favor, necesito sentirte cerca de nuevo”

Maca obedeció emocionada, mezclando su esencia con la otra, envolviendo aquella


dulzura con todo el amor de su alma, perdiéndose y encontrándose en ella. Estaba en
casa. Después de tanto, tantísimo tiempo, había regresado a su hogar con la misma
sencillez y tolerancia con la que lo había abandonado

Cuando la vida ser reduce al mero hecho de existir, de subsistir, muchas de las cargas
que a lo largo de los años nos acarreamos sobre la espalda caen como hojas de otoño,
resecas, crujientes y anticuadas. Se rompen como fino cristal al estallar contra el suelo y
vemos, ante nuestros pies descalzos, cómo nos libramos al fin de sutilezas inútiles que,
desde que nacimos, mamamos en la cuna de una sociedad moderna y anhelosa de
inmortalidad

Dejamos de preocuparnos de lo que llevamos puesto, simplemente agradecemos llevar


algo puesto. También nos olvidamos de cuan largo esté nuestro pelo, asalvajando
nuestro look moderno, o cuan descuidadas las uñas de nuestras manos. De nuevo nos
sentimos agradecidos por seguir manteniendo dichas variantes de queratina junto a
nuestra anatomía. Ya no nos importan los quilos de más o de menos, solo nos
preguntamos hasta cuanto podremos resistir sin algo que llevarnos a la boca

Esther, de nuevo reducida a un mero despojo humano contra la pared de una sala
demasiado resplandeciente por lo muerta que realmente estaba, ignoraba el paso del
tiempo con indiferencia y, sin embargo, balsámica gratitud. Pero sabía que había pasado
el suficiente como para calentar el cacho de suelo y pared donde su cuerpo se apoyaba.
También era incapaz de saber cuanto hacía que su mirada había sido absorbida por
La insensatez del destino 95

aquellas cuatro paredes, con un punto fijo e inmóvil en el centro: una persona
inconsciente que sus pupilas habían conseguido hacer de ella una obsesión. Se dio
cuenta de que, si cerraba los ojos, no dejaría de ver el cuerpo tendido que había tras sus
párpados, y de que tampoco perdería la cuenta de las respiraciones de éste, simples pero
exquisitamente vitales

Solo cuando por un capricho de comodidad estiró las piernas que había estado
abrazando contra su pecho y sintió una sensación punzante de calambre en sus gemelos
derechos, Esther supo que había estado horas en la misma posición, casi tan
inconsciente como Maca. Y en el mismo instante, tan fugaz como había sido la perdida
de conciencia que experimentó en el piso de la pediatra, supo qué fue lo que la había
sumido en semejante trance de somnolencia

“El picaporte”

La sonrisa de Maca en el instante justo en que se dejaban de abrazar por primera vez...

“La bala”

La carcajada rica y espléndida de la pediatra cuando descubrió que Esther no le prestaba


atención...

“El cajón”

Una caricia lánguida y reconfortante en su espalda, mientras Maca intentaba


convencerla de su inocencia...

“Tres jeringuillas”

Maca durmiendo placidamente mientras rodeaba su cintura, antes de que Esther se


deslizara esa mañana de la cama y fuera a ducharse para ir a trabajar...

Y tras toda aquella amalgama de imágenes inconcretas pero punzantes, solo quedó el
rastro difuso de una estela de cometa

Visible, pero indescriptible

Esther volvió en sí en el instante preciso en que sus oídos escucharon el primitivo pero
terrible sonido de una puerta de ascensor rezumbar en sus adentros. Alzó la mirada
nublada y solo dos dudas cruzaron su mente viciada: vivir o morir

Cerró los ojos con pesar

Esther pudo haber sido la niña más feliz y optimista en su infancia, pero ahora aquella
Esther pequeña e inocente quedaba a años luz de la residente que yacía en el suelo
mirando abrumada los ojos ocultos de su captor. Observó con la fascinación de un
espectador de tercer grado cómo los labios de ese hombre se movían, bailando en una
sonrisa enferma y unos ojos relucientes de sinrazón. Asintió sin saber a qué accedía,
aunque el movimiento afirmativo de su cabeza fuera imperceptible para aquella alma
despiadada
La insensatez del destino 96

Entonces se vio alzada por las axilas y arrastrada. Fue una experiencia curiosa, Esther
nunca supo lo que era tener la mente en blanco hasta vivir ese momento en concreto.
Solo las leves punzadas de dolor en las uñas de sus pies la mantenían en la realidad
inmediata. Literalmente, la estaban arrastrando

Estaban...

Con el último y maravilloso soplo de conciencia, Esther se dio cuenta de que eran
cuatro brazos los que la izaban en vuelo

Cuando su subconsciente estuvo harto de los repiqueteos del consciente, Cruz gruñó y
sacó una mano de debajo las mantas que la cobijaban. Tanteó a oscuras, aun sin poder
abrir los ojos, ni querer. Sus pendientes, el reloj, el despertador, el teléfono... Ah, ahí
estaba la insensata intromisión a su dulce sueño

- ¿Sí?

Pero, realmente como si fuera una broma pesada, nadie contestó, solo un silencio espeso
antes de un pip pip demasiado irritante. Cruz colgó con evidente malestar. No había sido
fácil coger a Morfeo esa noche. A ser precisos, nunca lo era, pero esa noche, tras la
discusión silenciosa con Maca, coger el sueño había sido una tarea más ardua de lo
habitual. Sintió un movimiento igual de irritado a sus espaldas y, a pesar de todo, sonrió

Vilches...

Se giró para abrazar esa espalda ancha de hombre y congelar sus manos entorno al
estómago del doctor. Gruñón, mala sombra, bastante egoísta y hasta insoportable en
demasiadas ocasiones, pero ahí estaba su cachito de Edén, anclado en su pecho y
volviendo a dormir como un lirón en plena hibernación. Besó su hombro y acurrucó su
rostro contra un omóplato firme y cálido

Esa noche habían tenido una gorda. Una muy gorda. Pero, como siempre ocurría, ambos
habían cedido a su recatamiento personal. Simplemente hay veces que entre una pareja
los secretos son indispensables. Solo hasta que se haya alcanzado la madurez para
plantearlos ante sí, y mucho más después, ante alguien más. Vilches conocía sus límites,
y Cruz amaba que los respetara pese a su terquedad por protegerla

De nuevo el teléfono repiqueteó. Solo que esta vez no era el fijo, sino su móvil. Eso
hizo que la experta neurocirujana abandonara su particular Edén y frunciera las cejas
con especial preocupación. Si hubiera sido del Central, hubieran llamado directamente a
su busca, pero en cambio pocas personas conocían el número de su móvil

Tan pocas como dos, y una yacía en la misma cama que ella

Pero la otra...

- ¿Sí? (volvió a responder, esta vez sentándose en la cama y redoblando las quejas de su
compañero)
La insensatez del destino 97

De nuevo un silencio sepulcral engulló todo el sonido de la línea hasta que de lejos pudo
reconocer una respiración entrecortada, tan débil que apenas parecía un leve soplo de
brisa. Cruz, por instinto, se puso tensa antes de que la respiración se interrumpiera para
dar paso a una voz deshilachada y casi ausente

- Soy yo

Esa simple afirmación puso los pelos de punta de la neurocirujana. No por haber
reconocido la voz trémula, sino de nuevo por las horas y condiciones en que se
efectuaba la llamada

- Esther, ¿ha pasado algo? (preguntó mientras notaba cómo Vilches también se
incorporaba a su lado y encendía la luz de su mesita, gruñendo al descubrir que a penas
eran las 3 de la madrugada)

No había vuelto a ver a la residente desde el día en que le dio el día libre para que se
ocupara de Maca. Y de eso ya hacía dos días. Cruz había permanecido en un estado de
duerme vuela durante todo ese tiempo agónico sin noticias, de nuevo redoblando sus
tareas en el Central para apaciguar a la hiperactiva de su mente. Casi se había tenido que
morder las manos en más de una ocasión para no coger ella misma el teléfono y
preguntar, simplemente. Pero se llamó a la atención, no le correspondía a ella llamar,
sino a Maca

- ¿Esther? (preguntó de nuevo ante el inquietante silencio de la residente)


- Reúnete conmigo en la segunda avenida antes de llegar al Central (anunció lacónica la
residente, apenas tomando aire para hablar) No digas nada a Vilches, es importante. Te
espero en 20 minutos
- ¿Pero qué...?

Cruz no tuvo tiempo de más explicaciones, la línea quedó muerta tan rápido como se
ahogó la voz metálica de Esther. La neurocirujana se quedó mirando su móvil como si
éste hubiera cobrado vida propia, en el visor de su pantalla aparecía el nombre del móvil
de Maca, parpadeante e, inexplicablemente, peligroso

- ¿Quién demonios era, a las 3 de la madrugada? (protestó Vilches, pero ante el


aturdimiento de Cruz, también él frunció el ceño) ¿Cruz?

Cruz dejó delicadamente el móvil en la mesita de noche y se deslizó entre las mantas
hasta que sus pies descalzos tocaron el suelo

- ¿Cruz...? ¿Dónde diantres vas ahora? ¿Quién era?

Ella le dio la espalda y se introdujo en el cuarto de baño en un silencio inquietante y una


actitud anonadada

- ¡Cruz!
La insensatez del destino 98

Esther devolvió dócilmente el móvil de Maca a su captor y no le hizo falta alzar la


mirada para saber que éste estaba sonriendo satisfecho tras el pasa montañas que le
cubría la cabeza

- Bien, lo has hecho muy bien, ahora la suerte ya está echada, confiemos en que Cruz
sea tan discreta como buena neurocirujana

La residente se limitó a permanecer en silencio. Se sentía fuera de sí desde que aquel


desquiciado le había dicho al fin el por qué de toda aquella locura. En cuanto le aseguró
que participaría en ella, el captor junto con un segundo hombre que Esther no se vio
capaz de reconocer, cambió su actitud distante e incluso le permitió una comida y una
ducha, proporcionándole ropa limpia de hospital. Esther se miró el uniforme de
enfermera que llevaba puesto. Hacía ya demasiado tiempo que no usaba uno de aquellos
y ahora lo sentía extraño e impropio, a pesar de los años que lo había vestido,
convirtiéndolo casi en su segunda piel

- Ahora prepara a tu amiguita, no quisiéramos que nuestra invitada de honor se llevara


una imagen equivocada, ¿verdad?

La voz de aquel hombre, rasposa y grotesca, había dejado de hacer efecto en Esther. Se
había convertido en un eco impreciso en las profundidades de su mente aturdida e
insensible, bloqueada a golpe de sinrazones y sin contraseña para volverla a activar. La
residente entró de nuevo en la sala futurista y controló con rutina mecánica las
constantes de Maca. Sentía la presencia del hombre tras aquellas paredes, acechándola y
controlando hasta sus más ínfimos movimientos, pero eso también había dejado de ser
importante

Ahora lo importante era escoger la jeringuilla adecuada para despertar a Maca. El


problema es que hacía años que los analgésicos, los calmantes y un sinfín más de
sustancias había acabado con el mismo color; es decir, ninguno, completamente
transparentes. Esther abrió el cajón y observó las jeringuillas dispuestas con delicadeza
sobre un tapiz rojizo que les otorgaba aires de realeza. Como si fueran realmente
pociones mágicas para bellas durmientes

Suspiró y miró a Maca. Acarició un mechón que yacía junto a su rostro relajado y
Esther sintió las lágrimas empañando su mirada angustiada. Ahí estaba ella otra vez, a
punto de arriesgar la vida de la pediatra y sin poder saber cómo detener toda aquella
locura sacada de una mente simplemente enferma. Se mordió el labio inferior cuando
acarició la mejilla de la pediatra y se inclinó para besarla. No quería despedirse, Esther
se dijo que aquello no era un adiós, no podía ni tenía que serlo

Era...

Era la promesa de un despertar, sí, eso era

Acarició unos instantes con los labios la piel tersa y ligeramente fría de Maca, una
caricia lenta llena de desesperación. Tenía que salvarla, tenía que escoger la jeringuilla
adecuada. No podía pensar en lo que supondría matar a la persona que empezaba a amar
La insensatez del destino 99

Se enderezó de golpe y pestañeó, enjuagándose las lágrimas y mirando a la pediatra con


renovada sorpresa

“¿Amar?”

- Tic, tac, tic, tac... el tiempo corre querida, te recuerdo que tienes una cita con otra
neurocirujano (la voz satánica interrumpió unos pensamientos que Esther prefirió
arrinconar en su mente para analizar más tarde)

Además, aquel mal nacido tenía razón, Tenía que elegir ¡ya!

Miró de nuevo las jeringuillas, y paseó los dedos por encima de ellas. “¿Cuál, cuál,
cuál? Señor, ayúdame, por favor, no puedo escog...”

Pero en ese instante Esther se paralizó al observar con más detención lo que estaba
mirando sin ver, producto de los nervios y la frustración. Había una jeringuilla con un
líquido amarillento, completamente dorada. Y fue entonces cuando Esther lo
comprendió, en su sueño no había visto una bala, si no la culata redondeada de una
jeringuilla

Se cuidó mucho de no mostrar ninguna reacción en su rostro, pues sabía que mil
cámaras y de mil ángulos la estaban observando con enfermizo fervor. Pero ahora la
residente tenía de nuevo otro dilema, ya sabía cual era la jeringuilla a escoger, sin
embargo no sabía si su visión le advertía de la maldad o la benevolencia de ella. Podía
ser la jeringuilla que despertara o la que matara a Maca

Intentó recordar las sensaciones que le produjo en aquel estado catatónico la visión de
aquella bala, ahora convertida en jeringuilla. Lo que primero impactó a Esther fue aquel
color dorado, prácticamente imposible, una esencia brillante y poderosa que encarnaba
el espíritu de la realeza. Pero también había sentido un pánico profundo por aquella
belleza inhumana, aquel poder escondido en tan minucioso objeto, aparentemente
hermoso e inofensivo, pero letal según su manejo

Letal según su manejar... Ahí estaba la clave, por supuesto, ¿cómo no se había dado
cuenta antes?

Esther cogió la jeringuilla con aquella sustancia indescriptible y la alzó a la altura de su


mirada, observándola a contra luz. Picó el frágil cristal con los dedos y se quedó
maravillada cuando vio cómo el líquido se removían en su pequeño recipiente creando
diminutos remolinos que, si cabe, aun embellecían más su contenido. Sin duda su captor
había puesto aquella jeringuilla en medio para llamar aun más la atención de Esther,
pero lo que aquel desquiciado no conocía era que la residente literalmente se quedó
hipnotizada con ella. Y entonces fue cuando su mente empezó a pensar como aquel
hombre

Control, poder, dominio...

Tenía una poderosa arma entre sus manos y dependiendo de su astucia obtendría los
resultados óptimos. Astucia. Esa fue la palabra que aquel el hombre escogió y, a
aquellas alturas, Esther sabía que cada detalle por simple que fuera era importante. Ese
La insensatez del destino 100

mal nacido las había metido de lleno en el infierno, pero en sus palabras les estaba
dando la oportunidad de participar en cierta medida en su juego. Una débil luz de
esperanza, quizás una falsa ilusión para jugar con sus víctimas y enriquecer su
diversión. Pero la residente decidió aferrarse a aquella posibilidad, aquella escurridiza y
casi imposible posibilidad

Bajó la jeringuilla con sumo cuidado y cogió con la mano libre el gotero al que Maca
estaba conectada. La miró por unos instantes más y tragó saliva, sintiendo como su
sangre empezaba a hervir en sus venas, haciendo cabalgar furiosamente a su corazón
compungido

“Muy bien, maldito cabron, si quieres jugar, vamos a jugar”

Sacó el corcho de la jeringuilla, el sonido se deshizo en el eco de la sala como un corcho


de champán. Gran ironía, si se tenía en cuenta que Esther no sabía si iba a tener que
celebrar algo, o por lo contrario lamentarse para el resto de su vida. Tras subir el líquido
hasta que unas gotitas emanaron del borde de la aguja, la introdujo con suavidad en el
tubo que iba directamente al brazo derecho de Maca, mezclándolo con el suero de la
bolsa, y se permitió un instante de suspenso, aguantando la respiración y recopilando
fuerzas para la mayor hazaña que iba a hacer en su vida: diagnosticar y medicar
completamente a ciegas, dado que la clave residía en el suministro de la sustancia, sin
llegar a la dosis letal. Esther soltó al fin el aire que agarrotaba sus pulmones y se obligó
a destensarse, tras lo cual, empujó el émbolo de la aguja unos centímetros perfectamente
calculados y, sin retirar la jeringuilla, observó la reacción de la pediatra con el corazón
en un puño y lágrimas en sus ojos de anticipación a lo peor que pudiera pasar

“Por favor, por favor, por favor...”

Cruz había llegado al punto de encuentro en menos de 15 minutos, deshaciéndose sin


una sola palabra de Vilches. Una sola mirada bastó para acallar las protestas del
desconfiado doctor y se quedaron pendidos de ese instante de comprensión muda hasta
que la neurocirujana se dio la vuelta y abrió la puerta de su apartamento con sigilo, para
no despertar a sus hijos

Miró su reloj con impaciencia y volvió a observar a su alrededor, incapaz de saber por
donde vendría Esther. Se quedó mirando una moto aparcada justo delante de ella, en la
acera opuesta, y de inmediato le vino a la mente el rostro de Maca, la expresión
enfurecida con la que le había hablado apenas unos días antes, sus últimas palabras
susurradas en un intento de disculpas. Su amargura y su vergüenza inmediata

Cruz cerró los ojos unos instantes. Estaba cansada de todo aquello, tenía que haber ido
ella misma a hablar con la pediatra y arreglar el mal entendido. O al menos hacerle
saber que, por su cuenta, entre ambas no había ocurrido nada, salvo la afloración de un
asunto del que iba a pedirle explicaciones a Maca. Estaba claro que la pediatra navegaba
en aguas turbias desde hacía demasiado tiempo y demasiado sola, y a Cruz le faltaban
remos para querer ayudarla a sobrevivir al temporal

Volvió a mirar al reloj, habían pasado exactamente 20 minutos desde que Esther la
llamó tan impropiamente esa misma madrugada. No había sido capaz de imaginar la
La insensatez del destino 101

razón de la frialdad en la voz de la residente, y mucho menos averiguar el motivo de tan


inusual cita. Lo que sí sabía, sin razón aparente, es que era algo relacionado con Maca

De nuevo intentó mirar su reloj, pero unos pasos a su izquierda la persuadieron

- ¿Esther?

Cruz se quedó perpleja ante la visión entre sombras de la residente. Tuvo que forzar la
mirada para comprender que no estaba teniendo alucinaciones, que realmente ante ella
iba apareciendo la figura de Esther completamente demacrada. No había rastro de
suciedad en sus ropas, ni siquiera una ligera arruga, tampoco su pelo estaba enmarañado
ni su piel provista de heridas o moratones apreciables, pero sin duda la residente parecía
venir de la mismísima Tercera Guerra Mundial. Fue su andar pesado, rápido pero
laborioso, fueron sus brazos caídos a plomo a los lados del bambolear impreciso de su
cuerpo, derrotados sus hombros. Pero lo que a Cruz realmente le impactó fue la
expresión turbia de su mirada, casi ausente e inquietantemente falta de humanidad.
Parecía, literalmente, una muerta viviente

Esther negó con la cabeza antes de que Cruz pudiera hacer la pregunta que se reflejaba
en sus ojos asombrados. Sabía qué efecto causaba el aspecto que traía, pero no había
tiempo para explicaciones, solo para soluciones

- Es Maca (se limitó a anunciar y observó cómo la expresión sorprendida de la


neurocirujana pasaba del estupor a la preocupación en milésimas de segundo)

Ah

Conocía demasiado bien esa expresión. Fue la misma que se apoderó de su rostro
cuando a penas unos minutos antes Maca abrió los ojos y la vislumbró con una inusitada
y brillante sonrisa. Por un momento, Esther le devolvió la sonrisa tremendamente
aliviada de que la dosis que le había administrado a la pediatra hubiera sido la adecuada.
Pero todo cambió cuando Maca parpadeó, frotándose los ojos genuina, y dijo sus
primeras palabras

- ¿Eres mi ángel? (preguntó con voz escalofriantemente infantil)

Fue entonces cuando Esther sintió cómo su corazón se volvía lánguido, acuoso, y se
fundía entre el éxito y el fracaso. Maca había despertado, pero no cómo la persona que
se había dormido. Esther lo supo desde el primer instante en que la pediatra se incorporó
y la abrazó efusivamente, mirándola con la misma adoración que un niño admira a su
amado ídolo. Las lágrimas de Esther cayeron en los hombros desnudos de la pediatra y
cerró los ojos sintiendo cómo se le cerraba dolorosamente la garganta y su estómago se
desintegraba

- ¿Esther?

Cruz la devolvió al presente y Esther apartó la mirada hacia su derecha

- Sígueme y, por favor, no hagas preguntas


La insensatez del destino 102

Entraron en un coche apartado, mientras la residente sentía la mirada confusa e irritada


de la neurocirujana a su lado. Los cristales estaban ahumados por dentro, con una
cristalera que las aislaba en los asientos traseros del coche sin poder ver el delantero, ni
quien lo conducía. El silencio entre ambas cayó como una lluvia ácida de primavera,
electrizante y peligroso, pero demasiado denso para admitir su ruptura. Tras un trayecto
relativamente corto a oscuras, el coche se detuvo y Esther cogió la prenda de ropa que
había guardado en su bolsillo izquierdo. Miró a Cruz con una mezcla de compasión y
comprensión. Sabía lo que esa venda entre sus manos significaba y admiró el
conocimiento de Cruz cuando ésta no opuso resistencia y se dejó vendar los ojos. La
cogió de la mano y la sacó del coche, con su propia venda en los ojos. Una tercera mano
cogió la de Esther, robusta y firme, pero no por ello menos delicada que la de la
neurocirujana

Esther reconoció el trayecto, a pesar de su invisibilidad, y lo hizo con la misma


amargura con la que lo había recorrido con anterioridad. Escuchó crujir bajo las suelas
de sus zapatos las inmundicias de un suelo de maderas inestables y crujientes. Aferró la
mano de Cruz cuando sintió un movimiento vacilante y se la llevó a su estómago, para
que la neurocirujana sintiera su cercanía y poderle transmitir de ese modo mayor
tranquilidad

Tranquilidad que por supuesto no tenía ni sentía

Luego oyeron el zumbido parecido al de las puertas deslizantes de un ascensor, solo que
con mayor duración e intensidad. Una ráfaga de bruma aséptica inundó sus fosas nasales
y Esther supo que Cruz había reconocido el inconfundible ambiente viciado y estéril de
hospital. La mano que guiaba a Esther desapareció para posarse en su hombro y
empujarla suavemente hacia el interior de la sala quirúrgica. Cuando las puertas se
cerraron a sus espaldas, oyeron un chillido y ambas se quitaron la venda de los ojos

- ¡Has vuelto! (se alegró una Maca sentada en una esquina de la sala blanca, desprovista
esta vez de material quirúrgico, dándole el espeluznante aspecto de una habitación para
locos)

Esther le sonrió con resignación a Maca, acercándose a ella y agachándose a su lado,


mientras una Cruz atónita se quedaba atrás observando en un silencio igual de
estupefacto. Esther acarició el cabello de Maca y ésta le sonrió con ojos brillantes,
después los cerró como una dulce caída de cortinas vaporosas y veraniegas,
acomodando su rostro en la mano de Esther con docilidad

- Te he echado de menos... (susurró, besando la mano de la residente y volviéndola a


mirar con aquella lucecita indescriptible que solo la esperanza de un niño puede
albergar)
- Ya estoy aquí, cariño (logró responder Esther, intentando una vez más no mostrarse tan
afectada como la situación lo hacía) ¿Qué has estado haciendo?

Maca se apresuró a recoger unos cuantos papeles que había a sus pies y se los mostró
con orgullo a Esther, quién los cogió y se congeló al ver su contenido
La insensatez del destino 103

- He estado dibujando con el Señor Amable (anunció animada la pediatra) ¿Ah que
dibuja bien? Me ha dicho que si me porto bien, muy, muy bien, me dará una caja de
colores de 50 lápices, ¿no es genial?

Esther cerró los ojos y su expresión se contrajo entre la rabia y el temor que sentía de la
creciente amistad que la pediatra había establecido en menos de 15 minutos con aquel
ser despreciable que le había arrebatado la cordura y la había vuelto a hacer desear
pintar arco iris con soles resplandecientes y casitas que echaban humo

- ¿No te gusta? (se apenó de inmediato la pediatra, incorporándose sobre sus rodillas y
cogiendo entre sus manos el rostro de Esther con urgencia) ¡Prometo que mejoraré! ¡Él
me enseñará! No llores, por favor, por favor, por favor...

Maca inundó el rostro de la residente de pequeños e inocentes besos arrepentidos,


absorbiendo las lágrimas de Esther dulce y cariñosamente. La residente pensó, por un
momento de inusitada lucidez, que hubiera preferido descubrir la indescriptible
suavidad de los besos de Maca en otras circunstancias

- Claro que me gustan, mi niña (aseguró, apartándose abrumada de las atenciones


efusivas de Maca, demasiado sensible para tomárselas como simples muestras del
cariño de una niña de 5 años, en lugar de una mujer de 35)
- ¿Entonces sigues queriéndome? (preguntó de nuevo sonriente y a Esther se le deshizo
el corazón de dolor, pero esta vez se obligó a sonreír)
- Claro que te quiero, cielo (contestó sinceramente, esta vez) Vamos, quiero presentarte
a alguien que también sabe dibujar muy bien

Esther miró hacia atrás y se encontró con una Cruz de ojos acuosos y con una mano
tapando su boca de mandíbula temblorosa. La residente no tuvo la menor duda de que la
neurocirujana había comprendido

Cruz se acercó dudosa, sus pasos le parecieron hacer un eco fantasmal. Aquello era una
locura, una retorcida paranoia kafkiana. Su mente iba a más de mil revoluciones por
hora y los engranajes de su cerebro echaban humo espeso. No solo era el impacto de lo
que era evidente había sido un secuestro, también era la implicación en que se acababa
de ver incluida

Ya era parte del secuestro

“Dios mío...”

Pero lo más importante era el increíble estado de Maca: 56 horas atrás había asistido
junto a ella a la operación neurocirujana más complicada de la que Cruz había sido
testigo; ahora, la deslumbrante pediatra aspirante a neurocirugía, de rodillas y con bata
de paciente, coloreaba de rojo el tejado de una casita de campo, mordiéndose la lengua
con la misma concentración con la que apenas 3 días antes se concentraba en licuar el
tumor canceroso de un corazón palpitante

Con 5 o con 35 años, Maca era una nata perfeccionista


La insensatez del destino 104

Miró la sala en la que se encontraban: estaba completamente vacía y desalmada, y la


luminosidad le pareció molesta. En aquella habitación nunca se haría de noche. Cruz
pensó, una vez más en su vida, que los excesos podían llegar a ser igual de perjudiciales
en un extremo u otro. La falta de luz y el exceso de ésta podían llegar a volver una
persona cuerda completamente desquiciada con la misma facilidad

Cuando llegó en la esquina donde se encontraban Maca y Esther, la pediatra miró a


Cruz con ojos opacos y la neurocirujana no pudo más que obligarse a permanecer
impávida ante la evidente falta de reconocimiento de la que había sido una íntima amiga
y fantástica compañera de quirófano. Miró a Esther y empezó a comprender porque la
residente emanaba aquella sensación de derrota irrevocable

- Se llama Cruz (presentó la residente, enderezándose y posando una mano en el


hombro de la neurocirujana)
- ¿Es amiga tuya? (preguntó Maca, molesta porque Esther se hubiera apartado, con una
punzada de celos)
- Sí, una muy buena amiga mía (asintió Esther con una sonrisa forzada)

Maca miró con desconfianza y curiosidad a Cruz, inspeccionando su grado de


“amistosidad”. “Bueno (pensó Maca) si Esther dice que es su amiga, no puede ser mala
persona”. Y con esa simple reflexión, Maca sonrió a la neurocirujana y bajó la cabeza a
sus dibujos, algo avergonzada por su primera reacción

- Yo también soy muy buena amiga tuya, ¿verdad?

Esther y Cruz se miraron

En la mirada de Esther yacía un agotamiento tanto físico como mental. La situación


había dejado de desbordarla, ahora empezaba a sobrevivirla con resignación, incluso
llegándola a aceptar con oídos sordos y ojos ciegos. Solo quería que terminara, salir de
allí. Sin embargo, la mirada de Cruz aun estaba en las primeras fases de angustia e
incomprensión. Una mirada viva, acuciada por el encierro, una recién venida fiera que
aun luchaba contra las barras de su jaula

- Bienvenida a bordo, queridísima doctora mía (una voz vibrante y cavernosa las
interrumpió antes incluso de empezar a hablar)

Cruz se puso tensa y en guardia de inmediato, mirando el techo de la habitación


intentando saber de donde había salido aquella voz. Esther le puso una mano en el codo
y volvió a menear la cabeza, tranquilizándola con gesto cansado. Maca, a su vez, se
levantó de un salto y saludó efusivamente al techo

- ¡Hola, Señor Amable! He hecho lo que me ha dicho, he sido buena!

La voz se dulcificó hasta un extremo completamente desagradable que Esther recordó


muy bien

- Ya lo veo, mi niñita, y como te había prometido, pronto recibirás tu cajita de colores


- ¡Bieeeen! (Maca sacudió el brazo de Esther, mirándola ilusionada) ¿Has oído? ¿¡Has
oído!?
La insensatez del destino 105

Esther no tuvo fuerzas ni valor para contestar, se limitó a asentir

- Confió en que nuestra particular y excepcional enfermera le pondrá al corriente de tan


especial situación, doctora (volvió la voz a dirigirse a la neurocirujana, mientras ésta
miraba a Esther con renovada confusión y la residente bajaba la mirada, con antigua
sumisión) Y mientras las señoritas hablan de cosas importantes, ¿qué te parece si vienes
a por tu cajita, Maca?

Esther cogió de inmediato la mano de Maca y se encaró al techo, repentinamente


enfurecida. Ni por asomo iba a volver a dejar a solas a Maca con aquel loco. Sin
embargo, debía medir bien sus palabras, dado que no podía hacer notar a Maca su
visceral rechazo hacia aquel “Señor de los cojones Amables”

- No será necesario, puedo irla a buscar yo misma y hablar con la doctora, mientras
Maca colorea

“Vamos, idiota, sabes que por más que ella escuche, no nos va a entender en absoluto”

Hubo un instante de silencio tenso y luego una risita perversa, que por contagio,
también hizo reír a Maca. Esther resopló, aquello era exasperante

- ¿Qué tal si se lo preguntamos a Macarenita, uhm? A ver, niñita bonita, ¿con quién
quieres quedarte?

Maca alzó las cejas y miró a Esther con perplejidad. Su inocencia, sumada a la
indecisión evidente que estaba sintiendo en esos momentos la pediatra, realzaba aun
más, si cabe, su belleza inmaculada. Esther observó de nuevo los rasgos de aquel rostro
casi perfecto, percibiendo la falta de ingenio que solían hacer de él un tesoro misterioso
e inaccesible. Ahora los ojos de Maca, despojados de la inteligente ironía que solía
caracterizarla, habían adquirido un tono dulzón igual de atrayente. Su mirada era
cristalina, pura y hasta dolorosamente clara, no había muros que encerraran
pensamientos secundarios, ahora la pediatra era un libro completamente abierto

Y su alma era preciosa...

Esther le sonrió con ternura y acogió su rostro confuso, bajándolo para darle un suave
beso en la mejilla. Maca la miró de nuevo, parecía haber calmado un poco su angustia, y
le devolvió la sonrisa

- Ve... (asintió Esther, con el corazón partido. No podía forzarla a que se quedara o la
perdería y la entregaría ella misma a las manos de aquel psicópata)
- ¿No te enfadarás? (quiso saber Maca con un deje de culpabilidad en su voz aniñada)
- No, cariño, puedes ir si es lo que quieres (Esther tragó y acarició esos pómulos
sedosos, una vez más maravillada por aquel tacto indescriptible) O también puedes
quedarte con nosotras...

Esther usó su última arma y penetró en la mirada miel de la pediatra, intensificando sus
últimas palabras. “Quédate, vamos, quédate, por amor de dios... sé que puedes leérmelo
en la mirada, ¡quédate!”
La insensatez del destino 106

Maca pareció abrumada y frunció las cejas. Mala señal. Esther y Cruz permanecieron en
vilo cuando Maca miró de nuevo al techo, deshaciéndose de las manos de Esther en su
rostro

“¡No, por favor!”

- ¿Y no puedes bajar tú, Señor Amable? (preguntó la pediatra con evidente lógica)

En otras circunstancias, Esther se hubiera echado a reír. Supo cual había sido el
razonamiento de la pequeña Maca. ¿Para qué escoger? Si bajaba el Señor Amable, los
tendría a ambos y todos seguirían juntos. Cruz sonrió apenas, y Esther miró con ceja en
alto el techo

“¿Y ahora qué, listo?”

INCOMPLETO

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