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TEOLOGÍA MORAL FUNDAMENTAL

Alberto Múnera, S.J.

TEMA 1
DIOS MISTERIO INACCESIBLE – LA EXISTENCIA DE DIOS

LECTURA

1. El Dios detectado en nuestro pueblo y su real existencia

- Podemos comprobar por experiencia propia y por diálogo directo con toda clase de personas,
que la base de todo discurso religioso es la convicción que se tiene de que Dios es un personaje
realmente existente, aunque las versiones que hemos encontrado en la mentalidad de nuestra
gente nos lo presentan con características supremamente abstractas. Pareciera que todos afirman
que Dios existe, pero cada uno lo percibe a su manera.

- Esta percepción tan diversa del personaje Dios, nos puede hacer entrar en sospecha. Por lo
menos no podemos evitar el proponernos la pregunta: ¿realmente existe un personaje así como
lo presenta nuestra mentalidad popular y nuestra tradición? Y si no existe tal como nos lo hemos
imaginado hasta ahora, ¿qué es lo que existe como Dios verdadero?

- Y viene otra pregunta importante: ¿cómo podemos demostrar la existencia de Dios, sea el que
aparece en la mentalidad popular, sea el que cada uno de nosotros propone como tal?
Posiblemente hemos utilizado múltiples argumentos para establecer la existencia de ese Dios.
- El ateísmo ha sido considerado en nuestro mundo religioso como el gran enemigo y como
un fenómeno monstruoso que tenemos que combatir. Por supuesto, ateísmo de ese Dios cuya
existencia creemos haber demostrado. Pero ¿no tendrá alguna razón ese ateísmo?

Las cinco vías de la “demostración” de la existencia de Dios

En la "Suma Teológica", primera parte, capítulos 2 y 3, encontramos formuladas las cinco


“pruebas” tomistas de la demostración de la existencia de Dios, (conocidas como las "cinco
vías"), que se exponen a continuación:

Primera vía

Por el Movimiento:

Nos consta por los sentidos que hay seres de este mundo que se mueven; pero todo lo que se
mueve es movido por otro, y como una serie infinita de causas es imposible hemos de admitir
la existencia de un primer motor no movido por otro, inmóvil. Y ese primer motor inmóvil
es Dios.

La primera y más clara se funda en el movimiento. Es innegable, y consta por el testimonio


de los sentidos, que en el mundo hay cosas que se mueven. Pues bien, todo lo que se mueve
es movido por otro, ya que nada se mueve más que en cuanto esta en potencia respecto a
aquello para lo que se mueve. En cambio, mover requiere estar en acto, ya que mover no es
otra cosa que hacer pasar algo de la potencia al acto, y esto no puede hacerlo más que lo
que está en acto, a la manera como lo caliente en acto, v. gr., el fuego hace que un leño, que
está caliente en potencia, pase a estar caliente en acto. Ahora bien, no es posible que una
misma cosa esté, a la vez, en acto y en potencia respecto a lo mismo, sino respecto a cosas
diversas: lo que, v. gr., es caliente en acto, no puede ser caliente en potencia, sino que en
potencia es, a la vez frío. Es, pues, imposible que una cosa sea por lo mismo y de la misma
manera motor y móvil, como también lo es que se mueva a sí misma. Por consiguiente, todo
lo que se mueve es movido por otro. Pero, si lo que mueve a otro es, a su vez, movido, es
necesario que lo mueva un tercero, ya éste otro. Mas no se puede seguir indefinidamente,
porque así no habría un primer motor y, por consiguiente, no habría motor alguno, pues los
motores intermedios no mueven más que en virtud del movimiento que reciben del primero,
lo mismo que un bastón nada mueve si no lo impulsa la mano. Por consiguiente, es necesario
llegar a un primer motor que no sea movido por nadie, y éste es el que todos entienden por
Dios.

Segunda vía

Por la Eficiencia:

Nos consta la existencia de causas eficientes que no pueden ser causa de sí mismas, ya que
para ello tendrían que haber existido antes de existir, lo cual es imposible. Además, tampoco
podemos admitir una serie infinita de causas eficiente, por lo que tiene que existir una primera
causa eficiente incausada. Y esa causa incausada es Dios.

La segunda vía se basa en causalidad eficiente. Hallamos que en este mundo de lo sensible
hay un orden determinado entre las causas eficientes; pero no hallamos que cosa alguna sea
su propia causa, pues en tal caso habría de ser anterior a sí misma, y esto es imposible.
Ahora bien, tampoco se puede prolongar indefinidamente la serie de las causas eficientes,
porque siempre que hay causas eficientes subordinadas, la primera es causa de la
intermedia, sea una o muchas, y ésta causa de la última; y puesto que, suprimida una causa,
se suprime su efecto, si no existiese una que sea la primera, tampoco existiría la intermedia
ni la última. Si, pues, se prolongase indefinidamente la serie de causas eficientes, no habría
causa eficiente primera, y, por tanto, ni efecto último ni causa eficiente intermedia, cosa
falsa a todas luces. Por consiguiente, es necesario que exista una causa eficiente primera, a
la que todos llaman Dios.

Tercera vía

Por la Contingencia:

Hay seres que comienzan a existir y que perecen, es decir, que no son necesarios; si todos los
seres fueran contingentes, no existiría ninguno, pero existen, por lo que deben tener su causa,
pues, en un primer ser necesario, ya que una serie causal infinita de seres contingentes es
imposible. Y este ser necesario es Dios.

La tercera vía considera el ser posible o contingente y el necesario, y puede formularse así.
Hallamos en la naturaleza cosas que pueden existir o no existir, pues vemos seres que se
producen y seres que se destruyen, y, por tanto, hay posibilidad de que existan y de que no
existan. Ahora bien, es imposible que los seres de tal condición hayan existido siempre, ya
que lo que tiene posibilidad de no ser hubo un tiempo en que no fue. Si, pues, todas las cosas
tienen la posibilidad de no ser, hubo un tiempo en que ninguna existía. Pero, si esto es
verdad, tampoco debiera existir ahora cosa alguna, porque lo que no existe no empieza a
existir más que en virtud de lo que ya existe, y, por tanto, si nada existía, fue imposible que
empezase a existir cosa alguna, y, en consecuencia, ahora no habría nada, cosa
evidentemente falsa. Por consiguiente, no todos los seres son posibles o contingentes, sino
que entre ellos forzosamente, ha de haber alguno que sea necesario. Pero el ser necesario o
tiene la razón de su necesidad en sí mismo o no la tiene. Si su necesidad depende de otro,
como no es posible, según hemos visto al tratar de las causas eficientes, aceptar una serie
indefinida de cosas necesarias, es forzoso que exista algo que sea necesario por sí mismo y
que no tenga fuera de sí la causa de su necesidad, sino que sea causa de la necesidad de los
demás, a lo cual todos llaman Dios.
Cuarta vía

Por los Grados de perfección:

Observamos distintos grados de perfección en los seres de este mundo (bondad, belleza...) Y
ello implica la existencia de un modelo con respecto al cual establecemos la comparación,
un ser óptimo, máximamente verdadero, un ser supremo. Y ese ser supremo es Dios.

La cuarta vía considera los grados de perfección que hay en los seres. Vemos en los seres
que unos son más o menos buenos, verdaderos y nobles que otros, y lo mismo sucede con las
diversas cualidades. Pero el más y el menos se atribuye a las cosas Según su diversa
proximidad a lo máximo, y por esto se dice lo más caliente de lo que más se aproxima al
máximo calor. Por tanto, ha de existir algo que sea verísimo, nobilísimo y óptimo, y por ello
ente o ser supremo; pues, como dice el Filósofo, lo que es verdad máxima es máxima entidad.
Ahora bien, lo máximo en cualquier género es causa de todo lo que en aquel género existe,
y así el fuego, que tiene el máximo calor, es causa del calor de todo lo caliente, según dice
Aristóteles. Existe, por consiguiente, algo que es para todas las cosas causa de su ser, de su
bondad y de todas sus perfecciones, y a esto llamamos Dios.

Quinta vía

Por la Finalidad:

Observamos que seres inorgánicos actúan con un fin; pero al carecer de conocimiento e
inteligencia sólo pueden tender a un fin si son dirigidos por un ser inteligente. Luego debe
haber un ser sumamente inteligente que ordena todas las cosas naturales dirigiéndolas a su
fin. Y ese ser inteligente es Dios.
La quinta vía se toma del gobierno del mundo. Vemos, en efecto, que cosas que carecen de
conocimiento, como los cuerpos naturales, obran por un fin, como se comprueba observando
que siempre, o casi siempre, obran de la misma manera para conseguir lo que más les
conviene; por donde se comprende que no van a su fin obrando al acaso, sino
intencionadamente. Ahora bien, lo que carece de conocimiento no tiende a un fin si no lo
dirige alguien que entienda y conozca, a la manera como el arquero dirige la flecha. Luego
existe un ser inteligente que dirige todas las cosas naturales a su fin, ya éste llamamos Dios.

TAMAYO ACOSTA, J.J., Para comprender la crisis de Dios hoy, Verbo Divino, Estella
1998,

La prueba cosmológica va del ser finito al infinito, de la contingencia a la necesidad, de la


objetividad del ser al concepto. La prueba ontológica sigue el movimiento inverso: va del
concepto al ser. (…) Del hecho de que nos forjemos un concepto o una representación de Dios
no se sigue o se deduce que Dios exista. Todo se queda en el plano conceptual. Dios es sólo un
concepto que nos creamos en nuestra mente (p. 78).

ESTRADA DÍAZ, J.A., La pregunta por Dios entre la metafísica, el nihilismo y la religión,
Desclée, Bilbao 2005

No podemos referirnos con sentido al universo como un todo, ya que formamos parte de él y no
hay ningún hecho al que podamos designar y objetivar como mundo. Hay que asumir la
extrapolación del discurso sobre el mundo y renunciar a verlo como algo contingente y
necesitado de una causa que lo fundamente y le dé consistencia, en la línea del porqué hay algo
y no nada. Si el mundo no es contingente no necesitaría una causa externa y la misma categoría
de causalidad es intramundana y no podemos aplicarla al universo en su conjunto. El universo
no necesita explicación, es algo positivo y dado, sin más. La postulación de Dios no lo hace
más explicable y apelar a Dios como principio racional no quiere decir que exista realmente.
Ni siquiera sabemos por qué todo tendría que tener una razón suficiente para existir, ni si las
cosas siempre deben ser inteligibles y tener sentido. (p.. 377).

Tras Hume y Darwin, se resalta hoy la relatividad de un universo dinámico en proceso, la


posibilidad de entenderlo conceptualmente sin recursos a una mente superior divina, y la
necesidad de explicarlo desde principios internos de la misma evolución, sin recurrir a agentes
externos. Se puede asumir además el surgimiento del orden desde el caos y aceptar el azar como
explicación última de los orígenes y funcionamiento de la naturaleza, contra las metafísicas
deductivas anteriores. La imposibilidad de comparar el universo existente con otro cualquiera,
impide hablar de probabilidad e improbabilidad para explicar el orden existente. La
explicación naturalista es, al menos, tan comprensible como la de una mente divina, cuyo orden
habría que explicar. (Ibid. pp. 377-378).

Las pruebas no llevan a donde queríamos fuera del ámbito de lo finito contingente
intramundano y no son conclusivas. Nos paramos en algo, supuestamente último y lo llamamos
Dios, pero es una construcción humana, que equivocadamente hemos identificado con el dios
de la tradición judeo cristiana. Dios no es el referente último alcanzado con nuestro sistema
teórico, sino que aterrizamos en un concepto construido deductivamente por la razón. (Ibid. p.
378).

Si Dios existe, de alguna forma debemos tener noticias de su existencia y podemos hablar de
él. El problema es que la determinación de una experiencia como vivencia del Absoluto siempre
es personal, y que la articulación entre la inmanencia y la trascendencia, en la línea de Agustín
hasta Hegel, es siempre interpretación subjetiva y sociocultural sin que podamos eliminar la
proyección. Si Dios existe podemos tener alguna huella, directa o indirecta, de él o no
podríamos mencionarlo, pero la evaluación de esa vivencia como camino válido para llegar a
Dios está siempre marcada por la capacidad proyectiva y desiderativa humana, sin que haya
un test objetivo que nos permita discernir las experiencias verdaderas de las falsas. (Ibid. p.
379).

Es decir, las pruebas tradicionales no prueban la existencia de Dios, pero sí revelan


interrogantes que surgen en la confrontación con la realidad. Es la realidad misma la que lleva
a las preguntas filosóficas, entre las cuales surge la referencia teísta como una hipótesis posible,
aunque no demostrable. La paradoja está en que por un lado somos conscientes de los límites
de la razón finita y de lo infundamentado de sus construcciones, pero por otro lado, no podemos
renunciar a ellas y rompemos la cerrazón de la inmanencia. En contra del positivismo, la
facticidad no basta, sino que buscamos explicarla en lo que concierne a los orígenes y a su
finalidad. El significado del universo para el hombre sigue siendo una problemática actual en
la que intervienen las ciencias y la filosofía. El carácter “mítico” de nuestras afirmaciones
universales sobre el sentido de la vida humana, de la historia y del universo, va acompañado
de la toma de conciencia de que tenemos que asumir cosmovisiones y grandes relatos que nos
sirven de guía, orientación y referencia normativa. En cuanto que desbordamos la conducta
instintual y nos movemos por valores, tenemos necesidad de relatos sobre el mundo y el hombre.
Así creamos los significados que nos humanizan. La razón toma conciencia de sus límites y se
prohíbe valorar el mundo porque éste no es un objeto de la racionalidad, pero, al mismo tiempo,
traspasa los límites que ella misma se pone, trasciende y busca significados y valores a pesar
de saber que no puede fundamentarlos. Si la cultura es el intento de humanizar al animal, la
metafísica está fusionada con la cultura y el hombre sigue siendo el animal metafísico. (Ibid. p.
380).
Louis Dupré en su libro The Problem of God:

Son pues rechazados tos los argumentos para la existencia de Dios que llegan a conclusiones
completamente acabadas mediante un proceso de mero razonamiento, aun sin admitir el origen
religioso de esa noción. Todos esos argumentos fallan de alguna manera por no distinguir
adecuadamente lo trascendente de lo fenoménico. Tratan lo fenoménico como si pudiera dar
información positiva acerca de lo que lo trasciende, y consideran el mundo trascendente como
si fuera parte del mundo fenoménico. (pp. 1-2).

El segundo error es ilustrado por el hecho de que los argumentos, si realmente intentan
“probar” a Dios, lo reducen a un objeto, y tratan lo finito y lo infinito como si fueran
participantes iguales. (Ibid. p. 2).

Más básica aún es la falsa inteligencia de la relación entre lo finito y lo infinito como implicada
en los argumentos. Todos los argumentos ponen primero lo finito, como si eso fuera la condición
para la existencia de lo infinito. Lo finito existe, luego lo infinito tiene también que existir.
Ahora, de alguna manera, cualquier afirmación de lo trascendente hace esto. Pero el fallo de
los argumentos es que no tienen manera de corregir esta posición inicial. ‘Lo que es
especialmente notable aquí es que una forma finita de ser es aceptada como punto de partida,
y este ser finito aparece así como aquello por medio de lo cual el Ser infinito obtiene su
fundamentación. Un ser finito aparece así como la fundamentación o base. Se da la mediación
una posición que implica que la conciencia del Infinito tiene su origen en lo finito’. Si el infinito
es opuesto a lo finito, es limitado, y así cesa de ser infinito. En vez de eso, nosotros tenemos que
mostrar que lo finito está en lo infinito. Lo cual significa que nuestra afirmación de lo finito
tiene que ser seguida por una negación del ser independiente del finito. Y esta afirmación se
echa de menos en los argumentos tradicionales, que afirman el infinito como existiendo
también, yuxtaponiendo así lo finito a lo infinito. Su punto de partida puramente fenoménico
les impide negar lo finito, puesto que su concepto de lo infinito está enteramente basado sobre
lo finito. Lo infinito niega lo finito, porque lo finito, considerado desde el punto de vista del
infinito, tiene solamente significación negativa. No porque lo finito está en lo infinito, sino
porque no está. (Ibid. pp. 2-3).

El infinito niega lo finito solamente en la medida en que lo finito mismo es negativo. La


verdadera infinitud, pues, preserva lo finito dentro de sí misma; ella es la verdadera afirmación
de lo finito. Si lo finito es de alguna manera preservado dentro de lo infinito, nuevas negaciones
serán necesarias (Ibid, p. 3)

El otro error, el intento de dar un contenido positivo a lo trascendente por medio de una
consideración filosófica del mundo fenoménico, requiere un estudio más detallado de los
argumentos de la existencia de Dios. La verdad de los argumentos consiste en que muestran la
insuficiencia de lo finito y la necesidad del Ser infinito. Bajo este respecto expresan simplemente
la tendencia básica de la mente hacia la trascendencia. El error de los argumentos es que
pretenden, con una manera meramente filosófica, construir una noción positiva de lo
trascendente partiendo del mundo fenoménico. Porque la actitud filosófica como tal no permite
trascender el mundo hasta el punto de hacer afirmaciones positivas acerca de Dios. (…) La
filosofía no puede ir más allá de una noción de lo trascendente como un mero horizonte, un
límite. Su concepto de la infinitud es pura vaciedad. En la medida en que el filósofo pretende
que es algo más, ha hecho ilegítimamente lo finito infinito. (Ibid. p. 3).

Rahner replicó (a Heidegger sobre estar rodeados de la nada) que una “trascendencia” hacia
la infinitud más adecuadamente explica la experiencia de finitud en la existencia humana. La
percepción de todos los seres frente al horizonte del Ser trascendente aporta juntamente la
afirmación y la negación del finito en la medida en que el infinito inmediatamente lo constituye
y lo sobre pasa. ‘La positiva ilimitación del horizonte trascendental del conocimiento humano
subraya la finitud de todo lo que no llena ese horizonte. Consiguientemente, no es la nada lo
que niega, sino la infinitud del Ser’. El horizonte tiene que ser verdaderamente infinito (y no
meramente sobrepasar objetos finitos particulares) si nosotros hemos de conocer la finitud
como tal. Así pues tiene que ser real (y no meramente ideal) porque de otra manera tenemos,
en último análisis, una trascendencia hacia la nada, más bien que hacia el Ser trascendente.
(Ibid. p. 11).

Rahner

Dios, FUNDAMENTO INCONDICIONADO, MISTERIO SANTO. Dios no es «algo» que,


junto con otras, cosas pueda ser incluido en un «sistema» homogéneo y conjunto. Decimos
«Dios» y pensamos la totalidad, pero no como la suma ulterior de los fenómenos que
investigamos, sino como la totalidad en su origen y fundamento absolutos; el ser al que no
se puede abarcar ni comprender, el inefable que está detrás, delante y por encima de la
totalidad a la que pertenecemos nosotros, con nuestro conocimiento experimental. La
palabra «Dios» apunta a este primer fundamento, que no es la suma de elementos que
sostiene y frente a la cual se encuentra, por eso mismo, creadoramente libre, sin formar con
ella una «totalidad superior». Dios significa el misterio silencioso, absoluto, incondicionado
e incomprensible. Dios significa el horizonte infinitamente lejano hacia el que están
orientados desde siempre, y de un modo trascendente e inmutable, la comprensión de las
realidades parciales, sus relaciones intermedias y su interacción. Este horizonte sigue
silencioso en su lejanía cuando todo pensamiento y acción orientados hacia él han
sucumbido a la muerte. Dios significa el fundamento incondicionado y condicionante que es
precisamente el misterio santo en su eterna inabarcabilidad. Cuando decimos «Dios», no
debemos pensar que todos comprenden esa palabra y que el único problema sea el de saber
si realmente existe aquello que todos piensan cuando dicen «Dios». Muchas veces, Fulano
de Tal piensa con esta palabra algo que él con razón niega, porque lo pensado no existe en
realidad. Imagina, en efecto, una hipótesis de trabajo para explicar un fenómeno particular
hasta que la ciencia viene a dar la explicación correcta; o imagina un cuco hasta que los
propios niños caen en la cuenta de que no pasa nada si se comen las golosinas. El verdadero
Dios es el misterio absoluto, santo, al que sólo cabe referirse, en adoración callada, como
al fundamento silenciosamente abismal que lo fundamenta todo: el mundo y nuestro
conocimiento de la realidad. Dios es aquel más allá del cual, en principio, no se puede llegar,
porque, aun en el caso de haber descubierto una «fórmula universal» -con la que, de hecho,
ya no habría nada más que explicar-, no se habría llegado con toda seguridad más allá de
nosotros mismos; la propia fórmula universal quedaría flotando en la infinitud del misterio
precisamente en cuanto comprendida.
- La gracia como libertad, 20-21

A mí, en cambio, me domina y perfora el Misterio eterno, el Misterio infinito, que es algo
«totalmente distinto» de una especie de conglomerado donde se vinculan todas aquellas
cosas que aún no conocemos ni experimentamos; el Misterio, que en su infinitud y densidad
se encuentra, al mismo tiempo, en lo más exterior y en lo más interno de las realidades
separadas que componen eso que nosotros llamamos el mundo de nuestra experiencia. Este
Misterio se encuentra ahí y se expresa en la medida en que se mantiene silencioso; ese
Misterio-Secreto deja que queden serenas a un lado las palabras y las explicaciones, porque
hablar sobre el Misterio, sin más, se convierte en palabrería sin sentido. Cuando yo me sitúo
en mi interior y callo, cuando permito que las muchas realidades concretas de mi vida se
asienten en un Fundamento, cuando dejo que todas las preguntas se vengan a centrar en la
pregunta a la que no se puede responder con las respuestas que se dan a las preguntas
concretas, sino que dejo que el Misterio infinito se exprese a sí mismo, entonces el Misterio
está presente ahí; y entonces, en último término, ya no me preocupa el hecho de que la
ciencia racionalista se crea capacitada para hablar sobre Dios de un modo escéptico. En
ese momento, estoy convencido de que no me he perdido en un «sentimiento» irracional, sino
que he llegado a situarme en el punto focal del espíritu, de la razón y de la comprensión,
punto del que brota, en último término, toda racionalidad.

- Schriften zur Theologie, XIV, 1 1


CUESTIONARIO

1. Y ¿si Dios no existiera? ¿Si tan sólo fuera un invento humano para tratar de explicar lo que
nuestra inteligencia no alcanza a detectar todavía?

2. Si Ud. tiene certeza de que Dios existe realmente, ¿en qué se basa su certeza? ¿Ha analizado
Ud. suficientemente los argumentos en que basa su certeza? Si son absolutamente válidos,
¿cómo explicar el hecho de que muchas personas no aceptan que Dios exista?

3. Si Dios existiera realmente, ¿permitiría tantos males para la humanidad? Si Dios existiera
realmente, ¿por qué unos nacen ricos y poderosos y otros pobres y miserables? ¿Por qué los
ricos y poderosos logran siempre lo mejor de este mundo y los pobres y miserables solamente
padecen y mueren?

4. ¿Qué cree Ud. que le importa al pueblo empobrecido que Dios exista o no exista? La
afirmación de la existencia de Dios ¿no favorece más a los ricos y poderosos porque les garantiza
que la situación actual está bien ya que ese Dios que se supone existente no interviene para
cambiarla?

5. Los sacerdotes, los religiosos y religiosas, los teólogos, los que hemos estudiado algo y
creemos poseer alguna ciencia, ¿tendemos a creernos dueños del conocimiento sobre Dios. En
eso nos basamos para sentirnos superiores frente al pueblo empobrecido e incluso frente al resto
del mundo al que consideramos ignorante respecto a la divinidad. ¿Qué tanto fundamento tiene
esta creencia? ¿Qué tanto sabemos sobre la existencia de Dios?
BIBLIOGRAFIA SUGERIDA

DUPRÉ, Luis, The problem of God.


EGEA, F. y otros, Dios y el hombre contemporáneo, ZYX, Madrid 1965.
ESTRADA DÍAZ, J.A., La pregunta por Dios entre la metafísica, el nihilismo y la religión,
Desclée, Bilbao 2005.
FABRO, C., Dios. Introducción al problema teológico, Rialp, Madrid 1961.
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